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¿Es (in)compatible la ética y política?

Rolando Coteja Mollo


En el mundo de la política, donde los intereses, las ambiciones y las luchas por el poder a
menudo dominan el escenario, surge una pregunta fundamental: ¿Es incompatible la ética con
la política?
Es importante reconocer que la ética y la política no son fuerzas diametralmente opuestas, sino
más bien dimensiones interconectadas de la vida social, que, si bien es cierto que la política
puede ser un terreno fértil para la corrupción y la falta de escrúpulos éticos, también ofrece la
oportunidad de promover valores fundamentales como la justicia, la equidad y el bien común.
La idea de que la ética y la política son incompatibles suele surgir de una visión reduccionista
que asocia la política únicamente con el cinismo y la manipulación. La política también puede
ser un espacio para el ejercicio de la virtud y el compromiso con principios éticos elevados.
Desde esta óptica, la ética no solo es compatible con la política, sino que es esencial para su
función y legitimidad. En un sistema democrático basado en la rendición de cuentas y la
participación ciudadana, la ética política se convierte en un imperativo moral que guía la
participación de los líderes y las instituciones en aras del bienestar de la sociedad.
Sin embargo, es importante reconocer que la relación entre ética y política no es estática ni
sencilla. En un entorno político marcado por la competencia, los intereses divergentes y las
presiones externas, los líderes se enfrentan a dilemas éticos complejos que requieren un
delicado equilibrio entre valores y pragmatismo.
Sin embargo, la falta de ética en la política puede tener consecuencias devastadoras para la
democracia y la sociedad en su conjunto. La corrupción, el abuso de poder y la falta de
transparencia socavan la confianza en las instituciones y debilitan los cimientos de la
gobernanza democrática.
La confianza es un pilar fundamental de cualquier sistema democrático. Cuando los
ciudadanos perciben que sus líderes políticos actúan de manera éticamente cuestionable, ya
sea mediante la corrupción, el abuso de poder o la falta de transparencia, la confianza en las
instituciones se ve erosionada. Esta pérdida de confianza puede minar la legitimidad del
gobierno y debilitar la cohesión social.
Puede desmotivar la participación ciudadana en la vida política y el compromiso cívico.
Cuando los ciudadanos perciben que el sistema está dominado por intereses particulares en
lugar de servir al bien común, es probable que se sientan desilusionados y alienados,
disminuyendo así su participación en procesos electorales, protestas y otras formas de acción
política.
Cuando los líderes políticos actúan sin ética, es más probable que tomen decisiones que
beneficien a ellos mismos o a sus allegados en lugar de tomar decisiones basadas en el interés
público y el bienestar de la sociedad. Esto puede conducir a políticas y prácticas que favorecen
la corrupción, la desigualdad y el nepotismo, en detrimento del bienestar general.
La falta de ética en la política puede contribuir a la perpetuación de la desigualdad y la
injusticia social. Cuando los recursos públicos se desvían hacia intereses privados en lugar de
destinarse a programas y políticas que beneficien a los más necesitados, se amplían las brechas
de desigualdad y se socava la cohesión social.
La ausencia de ética en la política puede debilitar el estado de derecho al socavar la
independencia judicial, el respeto por los derechos humanos y la igualdad ante la ley. Esto
puede conducir a la impunidad de los actos de corrupción y abuso de poder, erosionando así la
confianza en las instituciones democráticas y el sistema judicial.
En consecuencia, la clave para reconciliar la ética y la política radica en cultivar una cultura de
integridad, responsabilidad y servicio público. Esto implica no solo la adopción de normas y
principios éticos en la gestión del poder, sino también la promoción de una ciudadanía activa y
vigilante que exija rendición de cuentas y transparencia por parte de sus representantes.
La idea de que la ética y la política son incompatibles es un mito que debemos superar, la
política puede y debe ser un espacio para la expresión de los más altos valores éticos, en aras
de construir sociedades más justas, democráticas y humanas.
El autor es politólogo-abogado y docente universitario.
rcoteja100@gmail.com

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