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COMENTARIO SOBRE “CAMPO INTELECTUAL Y PROYECTO CREADOR” DE PIERRE

BOURDIEU

Paulina Alejandra Rivera Velázquez

Pierre Bourdieu realiza un análisis de la sociología del arte a través de la evaluación que

establecen los agentes implicados en ámbito artístico. Mediante las nociones de “campo

intelectual” y “proyecto creador” localiza las formas de interferencia de los participantes

del ámbito cultural. Pone en tención las interrelaciones participantes en el ámbito de la

creación, a partir de la exposición de sus operaciones. Además, locazaliza y explica los

procesos de autonomización del objeto artístico, así como sus condicionantes y límites.

El vínculo entre el autor y la obra está mediado por el sistema de relaciones sociales en

los que se sitúa el momento de creación debido a la posición que tiene el creador en el

campo intelectual. Esta posición está en parte constituida por la recepción de sus obras

precedentes. El campo intelectual está constituido por una serie de agentes que forman

parte de él y se relacionan entre sí en un momento específico del tiempo y constituyen su

estructura.

La construcción de esta red de relaciones e interferencias es posible en función de la

autonomía del campo intelectual. Esto le permite contener una metodología independiente

que lo caracteriza como un sistema que se rige por leyes propias. Esta construcción es

resultado de la organización progresiva de la vida intelectual en la medida en la que los

creadores consiguieron su autonomía. La liberación económica y social de la aristocracia y

la iglesia permitieron la secularización del arte y la formación de un campo intelectual

autónomo. Con ello se inscribe la competencia por la legitimidad cultural.

El desarrollo de las instancias de consagración intelectual y artística, la difusión cultural,

la ampliación y diversificación del público integraron al campo intelectual como un sistema


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cada vez más complejo e independiente de las influencias externas. Por lo que se erige

como un campo de relaciones determinado por una lógica específica. Es en lo anterior en

donde se inscribe la competencia por la legitimidad cultural.

En el siglo XIX, con la aparición del Romanticismo, la afirmación de la libertad

creadora del artista también implicó la aparición formal de los teóricos del arte. La

formación del campo cultural autónomo fue el determinante para la aparición del intelectual

autónomo. Lo anterior es sustancial porque supone la salida de las restricciones implicadas

al proyecto creador. De acuerdo con esta relativa independencia, el artista busca

desprenderse de los condicionantes externos, como las aspiraciones del público. Sin

embargo, esta pretensión era, acaso, más ideal que real. El público era esencialmente un

mercado de compradores virtuales de los que el artista dependía para asegurar su autonomía

económica e intelectual. Además, este mercado también hizo posible la formación de

figuras de profesionales propiamente intelectuales.

De lo anterior se desprende la importancia capital de evaluar las implicaciones del hecho

de que el artista cree para un público. Esto es porque la multiplicidad de factores sociales

implicados en la producción del arte depende no sólo de la imagen que los creadores tienen

de sí mismos, sino de la que los demás tienen de ellos. Es por ello que el escritor ocupa una

posición socialmente determinada por cada sociedad y cultura. Por lo cual resulta sustancial

la representación social que adquiere, al igual que su obra.

El discurso del autor sobre su obra, su evolución, el mito público que lo imbuye e

incluso la estructura propia de la obra, son constantemente interceptadas entre la

objetividad y la subjetividad. Ya sea por el cuestionamiento constante del autor sobre su

proyecto, como la oscilación que implica una vez que se haya recibido. Lo anterior es
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sustancial porque implica la constitución del ejercicio crítico. Más que un ejercicio de

juicio se orienta hacia la objetivación del proyecto creador.

El segundo agente de sustancial importancia es el público. Además de lo anteriormente

expuesto, su interferencia en la obra es mayor aún cuando determinada también la posición

del autor. Parte importante de la constitución de escuelas y grupos estéticos tiene gran

participación del público. Constituyen así un juicio objetivamente instituido sobre el valor y

la verdad de la obra y por ello es necesariamente colectivo. El sujeto del juicio estético se

erige como un “nosotros”. De lo anterior se concluye que la objetividad del proyecto

creador está determinada por las múltiples relaciones sociales propias del campo cultural.

Además, la relación del autor con su obra está siempre mediatizada por el vínculo que

establece con el sentido del público.

Como se ha visto, las relaciones del mundo intelectual dependen unas de otras. Sin

embargo, aunque no se puede soslayar ninguna participación ni interferencia, no son

dependientes en el mismo grado. Esto se debe a la interferencia que tiene en el objeto

creado, su participación en la socialización, así como la valoración de la que es partícipe.

Por ejemplo, la relación del autor con el objeto creado sigue siendo, pese a todas las

interferencias, la primordial.

El campo intelectual mantiene una relación de interdependencia con las estructuras del

campo cultural. Ésta se halla en la interacción que tiene con las obras, que están

jerarquizadas según su grado de legitimidad. De lo anterior se deprende que en una

sociedad determinada en un tiempo determinado todas las representaciones culturales

ocupen distintas posiciones de validez e importancia y con ello no exigen la misma

urgencia y aproximación.
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El campo cultural forma parte de una genealogía que por ello participa de las relaciones

presentes y futuras. Las posibles relaciones que puede establecer un intelectual con los

distintos agentes están mediatizadas por la estructura del campo intelectual y la posición

que el mismo ocupa con respecto a las autoridades culturales. Esto es, la competencia

intelectual de legitimación. Esta competencia es por la consagración a la que aspira en el

universo intelectual dominado por las instancias que tienden al monopolio de legitimidad.

Estas instancias, representadas por múltiples figuras de autoridad, son los encargados de

conservar la cultura, dictar la prédica cultural y la organización del aprendizaje. Con lo

cual, cada intelectual inserta en las relaciones que establece la posición que ocupa en el

campo y su relación con la universalidad.

A partir de lo anterior, se desprende que la posición del intelectual está social e

históricamente determinada en la medida en la que forma parte de un campo específico.

Posición en la que su proyecto creador se define y se integra, vinculado, además, a sus

contemporáneos receptores. Estos vínculos implican una red de sentidos compartidos que

atraviesa y comparte las obras de los otros, pero, además, en la medida en la que aporta

bienes simbólicos, recibe de los otros la conformación de otros significados y añadiduras.

En la misma línea es que se forma el inconsciente colectivo que viene determinado por

los préstamos y los límites de una época que configura sentidos específicos. Los temas y

opiniones de un autor participan de los tópicos y la retórica, pues forman parte de un

conjunto de formas pertenecientes a una tradición cultural. Es por ello que se hace posible

rastrear las generaciones intelectuales y culturales a partir de la exposición de los temas y

objetos recurrentes que trazan el camino cultural de una época. Son los que constituyen la

unidad objetiva de un campo intelectual de una época determinada.


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La sociología de la creación intelectual y artística tiene la facultad de subsanar los límites

que encierran a la obra en su sola estructura interna al llevarla al campo de su socialización.

Bourdieu coloca a la obra en la red de relaciones que teje a partir —incluso antes— de su

inserción en el campo cultural.

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