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COMENTARIO SOBRE “PROBLEMAS DE GÉNERO, TEORÍA FEMINISTA Y DISCURSO

PSICOANALÍTICO” DE JUDITH BUTLER

Paulina Alejandra Rivera Velázquez

El texto de Judith Butler aborda los problemas relativos a la definición del género. Su

perspectiva socaba las posiciones identitarias estables y evalúa los componentes con los que

se suele definir a la identidad del sujeto. Cuestiona los modos de identificación a partir de

una evaluación de los discursos que los han constituido: el feminismo y el psicoanálisis. La

revisión de las múltiples formas de construcción del género le permite definirlo como una

categoría inestable y móvil que, más que un constructo común, representa una tensión en la

pretensión de la identidad.

Butler dialoga con las teóricas feministas provenientes del psicoanálisis para determinar

de qué modo es que se han conformado los estatutos de la identidad de género. Por

principio, el problema se inicia con la amplitud del concepto ‘mujer’, plateado por el

feminismo, para una multiplicidad de identidades que pueden o no identificarse con esta

categoría. La ‘mujer’ no es sólo una constitución social sino una sensación del sentido del

ser, una identidad subjetiva culturalmente construida. Por lo que el reconocimiento de una

identidad común resulta conflictivo.

Para la teoría feminista es fundacional la categoría de ‘mujer’ debido a las demandas

políticas de las que surge, sin embargo, supone una clausura de los tipos de experiencia

particulares. Si se piensa como un conjunto de valores, adquiere un carácter normativo y

excluyente. De lo anterior se desprende que varias mujeres no hayan podido reconocerse así

mismas como tales, en los términos establecidos por la teoría feminista. Lo que resulta en

que las mujeres que quedan fuera: 1) no son mujeres en los términos que habían asumido

previamente y 2) que la categoría es restringida y no reconoce la intersección de género. Es


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por lo que se necesita redefinir y expandir la categoría de ‘mujer’ como parte de un

discurso feminista normativo.

El feminismo psicoanalítico ha buscado identificar los momentos del desarrollo en los

que se adquiere la identidad de género. Siguiendo la línea de Lacan, establece que el

inconsciente es el formador de las identidades, un ejemplo de ello es Psicoanálisis y

feminismo (1974) de Juliet Mitchell. El psicoanálisis no sólo le brindó a la teoría feminista

la forma de identificar y fijar la diferencia de género, sino la consideración de que la noción

misma de sujeto está culturalmente inscrita en la entidad masculina. De este modo, las

mujeres no son sujetos, constituyen en formas diversas al Otro como una falta misteriosa y

desconocida.

En este sentido, para la crítica feminista, la desestabilización del sujeto se convierte en

una táctica para la denuncia del poder masculino. La muerte del sujeto también habla de la

emancipación femenina y la condición de su escritura. Estos movimientos, sin embargo,

plantean un problema político pues, si no es un sujeto femenino el que crea un poder

normativo, para una política de la emancipación femenina hace falta un ‘quién’ para el cual

el feminismo busaca la emancipación.

Las aportaciones del socialismo feminista consideran que la doctrina del sujeto

integrado no ha logrado reconocer el contexto de las mujeres ni sus valores culturales

específicos. En el mismo sentido opera el psicoanálisis feminista, pues en su búsqueda por

la reestructuración de prácticas asignada a las mujeres (como la crianza de los hijos),

disminuye la distancia entre los géneros. La integración de la esfera masculina tiende a la

solución andrógina que borra las diferencias de género.

La estabilización del género, que deviene de la teoría de las relaciones de objeto de

Lacan, expone un carácter inmutable que tiende a limitar cualquier teoría sobre la
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transformación social o cultural. Las teorías lacanianas y las anti-lacanianas insisten en la

inestabilidad del sujeto con base en el potencial subversivo del inconsciente que se

manifiesta en las fronteras del yo. Estos postulados clausuran las narrativas de la

experiencia de género e instauran una falsa estabilidad de la categoría de ‘mujer’. De lo

anterior se desprende que los significados del género estén inscritos en un narco unificador

que legitima ciertos sujetos y excluye identidades sexuales discontinuas. Las narrativas

basadas en un mito del origen confieren un falso sentido de legitimidad y universalidad del

género que resulta, en ciertos contextos, opresiva.

Butler afirma que en la crítica literaria psicoanalítica la operación que realiza el

inconsciente es sospechosa de coherencia. Esto se debe a que sus postulados afirman que la

capacidad narrativa es perjudicada por aquello que queda excluido o reprimido en el texto.

En este sentido, el texto siempre excede a la narrativa. Los múltiples puntos de vista dentro

del texto literario corresponden a una psique fragmentada internamente, incapaz de lograr

una comprensión final de sus partes constituyentes. Por lo cual la obra literaria ofrece un

medio textual para dramatizar el modelo topográfico de Freud. Sin embargo, el uso no

literario del psicoanálisis no se considera a sí mismo narrativo.

Butler plantea que existen múltiples formas de construcción del género que no pueden

limitarse a una identificación binaria. Sugiere, entonces, que la identidad psicoanalítica está

constituida por la fantasía. Al respecto, cita el trabajo de Roy Schaffer en A New Language

for Psychoanalysis (1976) donde plantea que las identidades se entienden como

interiorizaciones que, al presentarse en un espacio físico interior, resultan ontológicamente

insostenibles. Agrega que el espacio psíquico de la fantasía está condicionado y mediado

por un lenguaje que figura en espacios interiores. La identificación no es nunca solamente


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mimética, implica una estrategia de satisfacción de los deseos y funciona como una

interpretación que comporta una prohibición y una estrategia de solución.

Estas identificaciones incorporan deseos imposibles que figuran en el cuerpo. Son

principios de integración activos, modos de estructurar y significar la actuación del cuerpo

vivido en el espacio social. Por lo cual, las fantasías de género no son parte del conjunto de

propiedades que puede tener un sujeto, pero conforman el mecanismo de la construcción de

la identidad psíquica/encarnada. En la misma línea y siguiendo a Foucault, explica que la

estrategia ha consistido en obligar a los cuerpos a significar la ley de prohibición como su

esencia, estilo y necesidad propia. Butler establece que la adquisición de la identidad de

género sucede simultáneamente con el logro de una heterosexualidad coherente. Nadie

puede encarnar el ideal regulador y la compulsión de personificar a la ficción de acuerdo

con los requerimientos del cuerpo, está en todas partes. Es una ficción que opera al interior

del discurso y es sustentada en la política y en la institución.

Lo anterior se halla en que, cuando la identidad de género se entiende como causal o

miméticamente relacionada con el sexo, la subjetividad del género se entiende como aquel

en el cual el sexo condiciona al género y el género determina la sexualidad y el deseo.

Aunque la teoría feminista y la psicoanalítica tienden a separar el género del sexo, la

delimitación del género en una relación binaria, sugiere un mimetismo residual entre el

sexo y el género. De este señala que las líneas que establecen la coherencia entre el sexo, el

género y el deseo, tienden a reforzar esa conceptualización y a constituir su legado

contemporáneo.

Los actos, los deseos y los gestos producen el efecto de sustancia en la superficie del

cuerpo. Son performativos el sentido de que lo que pretenden expresar se convierte en una

fabricación manufacturada y sostenida mediante signos corporales y otros medios


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discursivos. En correlación con Esther Newton, a partir de Mother Camp: Female

Impersonators in America (1972), establece que la personificación muestra uno de los

mecanismos de la fabricación mediante la construcción del género. Añade Butler que el

travestismo subvierte la distinción entre espacio psíquico interior y exterior, además,

remeda el modelo expresivo del género. La relación entre la imitación y el original da clave

de la manera en la que se puede replantear la relación entre la identificación primaria y la

experiencia de género subsecuente. Un ejemplo de ello es el performance del drag, que

juega con la distinción de la anatomía del actor y el género que está siendo representado.

De esta forma, muestra las tres dimensiones de corporalidad significante: el sexo

anatómico, la identidad de género y la representación de género. El drag devela lo distinto

de los aspectos de la experiencia de género, que están falsamente naturalizados como una

identidad mediante la ficción reguladora de la coherencia heterosexual. Hace notar al sexo

y al género desnaturalizados por medio de la representación, lo que expone su diferencia y

dramatiza el mecanismo cultural de su unidad fabricada.

El perpetuo desplazamiento constituye una fluidez de identidades que suponen la

apertura a la diversificación. A pesar de que los significados de estos estilos paródicos son

parte de la cultura hegemónica y misógina, aparecen desnaturalizados y movidos a partir de

su recontextualización paródica. La proliferación del estilo del género y la identidad

cuestiona la distinción de la política binaria entre los géneros que se dan por hecho. Esta

reconfiguración, más que tomarse como el fracaso de la teoría política feminista, se

instituye como la promesa de una serie de posiciones del sujeto complejas y generativas.

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