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¡Buenas, buenaaas!!!

Antes que nada, muchísimas gracias por haber comprado este material de
estudio.
Como van a poder ir viendo, está súper completo e intenté que fuera lo más
claro posible; fue hecho con muchísima paciencia, tiempo, dedicación y amor.
Espero que lo disfruten un montón y sobre todo que les haga más llevadera la

OM
materia.
Lo único que les pido, teniendo en cuenta todo el esfuerzo llevado a cabo, y mi
situación económica a la cual tanto ayudaron, es que no difundan este material;
por favor. Tanto a ustedes como a mí nos costaron mucho. Sepan valorarlo.

.C
Sin más dilación, los dejo con Mattio…
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LA
FI


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Objetivo del autor: Evidenciar el modo en el que la noción de género proporcionó en las últimas
décadas una herramienta emancipatoria en las luchas de mujeres como en los colectivos LGTB,
trabajándolo desde diferentes perspectivas: interpretación tradicionalista feminista; feminismo
materialista y transfeminismo.

Tradición feminista: distinción sexo-género

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A partir de lo elaborado por Simone de Beauvior en “El segundo sexo”, se desarrolló, a partir de
la inspiración para la teoría y praxis, la segunda ola del feminismo. En una de sus frases más
reconocidas “no se nace mujer: se llega a serlo. (…) es el conjunto de la sociedad el que elabora
ese producto intermedio entre macho y castrado que califica de femenino”, se constituyó la
premisa fundamental por la cual el feminismo podría distinguir sexo y género. Suponiendo los
principios:

macho).
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1) El sexo es un atributo biológico, dado, necesario, inmutablemente fáctico (ser hembra, ser

2) Ser humano equivale a ser sexuado.


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3) El género, en cambio, es la construcción cultural variable del sexo (ser varón, ser mujer).

4) La categoría “mujeres” es un logro cultural variable, un conjunto de significados que se adoptan


o utilizan dentro de un campo cultural → nadie nace con un género, éste es adquirido. Entonces,
el feminismo tradicional, o la segunda ola feminista, considera que los cuerpos nacen sexuados,
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diferenciados como hembras o machos, y que sólo a partir de un proceso de socialización


variable, son constituidos como varones y mujeres.

En otras palabras: la naturaleza biológica es la responsable de nuestro “hardware sexual” y los


procesos culturales son los que elaboran por diversos medios nuestro software genérico.
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Así, el feminismo tradicional, a partir del concepto de género, se enfrenta a la NATURALIZACIÓN


de la diferencia sexual en múltiples terrenos de lucha. Así, la teoría y la práctica feminista se
enfoca en tratar de explicar y de cambiar los sistemas históricos de diferencia sexual en donde
hombres y mujeres están situaciones socialmente en relaciones de jerarquía y oposición. En las


décadas del 70 y 80, esto permitió que las feministas puedan preguntarse sobre las condiciones
en las cuales se generaron esas diferencias de roles y funciones para cada sexo, cómo se crearon
e impusieron normales reguladoras de conducta sexual, etcétera.

Desde esta perspectiva: Si el género es entonces una interpretación variable y cultural, no hay un
modo unívoco de entender la feminidad y la masculinidad. Ser mujer y ser varón, en este sentido,
no puede ser entendido como una esencia, como una identidad natural sino mejor dicho como
roles sociales culturalmente asignados que son susceptibles de ser resignificados.

Sin embargo, las feministas de la segunda ola no fueron enfáticas a la hora de derruir el
determinismo biológico que se resguarda en el binomio macho-hembra. Eso hizo que las
formulaciones de una identidad esencial como mujer o como hombre permanecieran intocadas
y fuera políticamente peligrosas.

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A su vez, muchas feministas continuaron idealizando expresiones de género como verdaderas y
originales (las de las mujeres blancas, heterosexuales y clase media) dando lugar a nuevas formas
de jerarquía y exclusión dentro de las filas del feminismo.

Butler: concepción performativa del género

Butler, gran crítica de este modelo, considera que ciertas concepciones y prácticas feministas
están sujetas a una perspectiva heterocentradas donde se reproduce 1) el binarismo de género
varón/mujer; 2) relación causal o expresiva entre sexo/género/deseo “si se nace hembra, se es
mujer, por consiguiente, se desea a varones”. 3) se presupone coherencia interna entre
sexo/género/deseo que requiere de una heterosexualidad estable y de oposición.

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Por ello, para Butler, la teoría feminista no debía prescribir una forma de vida con género sino
abrirlo hacia un campo de posibilidades sin dictar qué posibilidades debían ser realizadas. Butler
se propone desestabilizar el orden obligatorio entre sexo/género/deseo y su vinculo causal. Para
Butler, tal régimen lejos de estar inscripto en la naturaleza humana, es el producto de una matriz
heterosexual, la cual es una “rejilla de inteligibilidad cultural a través de la cual se naturalizan
cuerpos, géneros y deseos”, un modelo discursivo/epistémico hegemónico de inteligibilidasd de

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género que supone que para que los cuerpos sean coherentes y tengan sentido debe haber un
sexo estable expresado mediante un genero estable, masculino es a macho como femenino e
hembra, que se define ahistórico y por oposición. Tal matriz, funciona como un marco en el cual
los cuerpos son leídos y significados y donde se regulan los modos disponibles y viables de vivir y
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actuar como mujeres y como varones.

Así, aquellos que se corren de tal marco o matriz o modelos regulatorios se exponen a la sanción
social: burlas, violencia, falta de reconocimiento, hasta la muerte. Butler propone una concepción
performativa de género, actuamos como mujeres porque tenemos una identidad femenina. Para
Butler, citando a Nietzsche, no hay ningún ser detrás del hacer. El género es un hacer pero no de
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un sujeto preexistente en ese hacer. “No hay una identidad de género detrás de las expresiones
de género, esa identidad se constituye performativamente por las mismas expresiones que son
resultado de ésta.

De esta manera, desde esta concepción, toda actuación o performance de género es el efecto de
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la repetición de un conjunto de significados establecidos socialmente.


Ahora bien, Butler considera que desde esta perspectiva:

1) no se debe concebir al género de manera voluntarista, donde cada uno lo elige como si fuera


ropa: el género no debe entenderse como un acto singular o deliberado, sino como la práctica
reiterativa y referencial mediante la cual el discurso produce los efectos que nombra. Por ello,
desde que venimos al mundo, somos colocados en el discurso heterocentrado donde somos
reconocidos o como varones o como mujeres. Por ejemplo, cuando el/la ecógrafo/a dice: es una
nena, no estamos ante un reconocimiento de una identidad prestablecida sino que estamos ante
la producción performativa de la identidad que nombra en tanto coloca a esa “porción de carne
humana” bajo regulaciones sociales de género.

2) Tal concepción, evita todo compromiso constructivista: el proceso de generización no está


sexuado de antemano. La sexuación del cuerpo también es un efecto performativo. Las normas
reguladores del sexo constituyen de manera performativa la materialidad de los cuerpos y la
materialidad el sexo del cuerpo en aras de consolidar el imperativo heterosexual. Ello implica que
no es el que el discurso origine o cause el cuerpo sexuado sino que no hay un cuerpo puro que

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descanse por debajo de las categorías sexuales genéricas o raciales con las que es marcado desde
su nacimiento: dicho cuerpo nos es dado, se nos hace perceptible a la luz de categorías
socialmente compartidas que tienen carácter descriptivo y una fuerza normativa ineludible. Tales
regulaciones, habilitan la emergencia de un yo como sujeto reconocible. Así la matriz discursiva
de inteligibilidad al mismo que orquesta, delimita y sustenta aquello que se califica como “lo
humano” (o lo normal), además produce una esfera de sujetos ilegibles a las que se priva de
reconocimiento.

Luego del feminismo tradicional o de segunda ola, aparecen perspectivas posfeministas que

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ponen en evidencia los orígenes biomédicos del concepto de género con el fin de encontrar lo
emancipatorio en él, ignoradas por la versión tradicional. La distinción tradicional de género, para
el post-feminismo, entre género-sexo no es una invención feminista sino que es una operación
en el cual han confluido transdisciplinas como la lectura instintualista de Freud, el desarrollo de
la endocrinología bioquímica, la psicobiología de la diferencias de sexo, las hipótesis sobre el
dimorfismo sexual hormonal, las priemras cirugías de cambio de sexo de los 60. Tal panorama,
Beatriz Preciado lo denomina “episteme pos-moneysta” que se postula como una revisión que

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supera los planteamientos foucaultianos en tanto “sociedad disciplinaria” incluyendo, como
Foucault no pudo prevenir, las tecnologías del cuerpo.

Este modelo postmoneysta de gestión de los cuerpos se caracteriza no sólo por la transformación
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del sexo en objeto de gestión política de la vida sino sobre todo por el hecho de que esa gestión
se opera a través de las nuevas dinámicas del tecnocapitalismo avanzado. Dicha episteme supuso
la invención de la noción de género y con ello la disolución de la rígida noción de sexo del discurso
médico. Money, sexólogo, a inicios de los años 50, proponía el concepto de género para hablar
de la posibilidad de modificar hormonal y quirurgicamernte el sexo de los niños intersexuales
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nacidos con órganos genitales que la medicina considera indeterminados. En tal contexto, el
género no sólo abra la posibilidad de usar la tecnología para modificar el cuerpo según un ideal
regulador prexistente de lo que un cuerpo humano, femenino o masculino, debe ser sino que
continue en si un efecto disruptivo inesperado: permite la auto-gestión biotecnológica del cuerpo
que no sólo pone en evidencia el carácter construido del sexo sino que se erige como una forma
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de resistencia, como la reapropiación de las tecnologías del género capaz de producir nuevas
formas de subjetivación. Tal primera versión del geénero no sólo fue un mecanismo a través del
cual la medicina intervino sobre ciertos cuerpos considerados anómalos, justificando su
“adecuación” al binomio sino que dio lugar entre personas trans a nuevas formas de


agenciamiento corporal inéditas antes de la episteme posmoneysta.

Este modelo postmoneysta de gestión de los cuerpos se caracteriza no sólo por la transformación
del sexo en objeto de gestión política de la vida sino sobre todo por el hecho de que esa gestión
se opera a través de las nuevas dinámicas del tecnocapitalismo avanzado. Dicha episteme supuso
la invención de la noción de género y con ello la disolución de la rígida noción de sexo del discurso
médico. Money, sexólogo, a inicios de los años 50, proponía el concepto de género para hablar
de la posibilidad de modificar hormonal y quirurgicamernte el sexo de los niños intersexuales
nacidos con órganos genitales que la medicina considera indeterminados. En tal contexto, el
género no sólo abra la posibilidad de usar la tecnología para modificar el cuerpo según un ideal
regulador prexistente de lo que un cuerpo humano, femenino o masculino, debe ser sino que
continue en si un efecto disruptivo inesperado: permite la auto-gestión biotecnológica del cuerpo
que no sólo pone en evidencia el carácter construido del sexo sino que se erige como una forma
de resistencia, como la reapropiación de las tecnologías del género capaz de producir nuevas

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formas de subjetivación. Tal primera versión del género no sólo fue un mecanismo a través del
cual la medicina intervino sobre ciertos cuerpos considerados anómalos, justificando su
“adecuación” al binomio sino que dio lugar entre personas trans a nuevas formas de
agenciamiento corporal inéditas antes de la episteme posmoneysta.

En los casos de “transexualidad verdadera” se suponía que el género era una convicción interior
de que el sexo asignado al nacer era incorrecto. La existencia de semejante convicción justificaba
la devolución de los cuerpos transexuales a la normalidad del binomio macho hembra mediante
una cirugía de reasignación sexual. Tal operación supone una concepción totalmente diferente
del binomio sexo-género. Mientras el discurso feminista tradicional concibe al genero como una
forma variable de relación social entre los sexos y el sexo como una configuración biológica

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estable que no determina las definiciones colectivas de feminidad y masculinidad; en el discurso
biomédico de los años cincuenta, el género se entiende como una convicción subjetiva,
psicológica, fija e inmodificable independiente de la configuración del cuerpo sexuado. Ahora el
cuerpo sexuado se percibe como un objeto maleable a partir de los avances tecnológicos.

Tal concepción permitió intervenir sobre ciertos cuerpos considerados anormales a fin de
sujetarlos a demandas heteronormativas, pero también, inesperadamente, se volvió un recurso

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emancipatorio que posibilitaba la autotransformación del propio cuerpo en virtud de la identidad
de género autopercibida. ;). Es una reapropiación subversiva de los oírgenes biomédicos de la
noción de género y se asienta sobre una doble estratetiga redescriptiva: 1) atribuye al género no
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sólo un carácter performativo sino prostético. 2) entiende que el sexo es una tecnología
biopolítica que asegura la hegemonía heterosexual.

Preciado entiende, a diferencia de Butler, que el género no sólo es performativo, un efecto de las
prácticas culturales discursivas, ello hace olvidar la materialidad que involucra todo proceso de
generización, la inscripción corporal que conlleva toda performance de género. La incorporación
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de una identidad de género no es una performance sino que involucra TECNOLOGÍAS DE TRANS-
INCORPORACIÓN, que no sólo operan en cuerpos trans sino que operan en cuerpos considerados
normales. Por ello, para Preciado el género es ante todo prostético, no se da sino en la
materialidad de los cuerpos, es puramente construido y también orgánico.

Por ello, si el género que se nos atribuye es una imposición performativa y prostética, cabe la
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posibilidad de modificarlo, subvertirlo, reemplazarlo e intervenirlo. Ello nos hace posible


pensarnos como Cyborgs , como animales tecnológicos que a lo largo de la historia natural han
incorporado la tecnología en vista de los desafíos que les impone el entorno. A su vez, Preciado
relaciona la concepción prostética del género a una concepción tecnológica del sexo. Piensa que


el sexo, no sólo el género, es una tecnología de dominación heterosexual que reduce el cuerpo a
zonas erógenas en función de una distribución asimétrica del poder entre los sexos
(femenino/masculino) haciendo coincidir ciertos afectos con determinados órganos, ciertas
sensaciones con determinadas reacciones anatómicas. Se canoniza una heteropartición de los
cuerpos que no sólo reduce la superficie erótica de los cuerpos a los órganos sexuales
reproductivos sino que privilegia al pene como único centro mecánico de producción del impulso
sexual.

Superando el mito biológico de lo dado y el construccionismo, Preciado vuelve borrosos los


límites entre la naturalidad de los cuerpos y la arificialidad de las tecnologías. Evidenciando la idea
de que la tecnología se hace cuerpo, se muestran un nuevo orden corporal, post-humano en el
que ni la biología ni la cultura se imponen como destino.

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• El cuestionamiento al género como concepto totalizador y las intersecciones género/clase
social/raza en los feminismos poscoloniales

Los feminismos poscoloniales son un campo teórico y político en construcción que nuclea
producciones de feministas comprometidas con la denuncia del carácter etnocéntrico y
universalizador del sujeto del feminismo “blanco, occidental y heterosexista”. Sujeto que, al estar
definido desde la diferencia sexual de la mujer respecto al varón, homogeniza a las mujeres, en
el mismo movimiento que invisibiliza otras diferencias constitutivas de la subjetividad, como la

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clase social o la raza o etnía. De modo que los feminismos poscoloniales llaman la atención
respecto a la importancia de vislumbrar otras formas de opresión que desmantelen la ilusión de
una “opresión común” a todas las mujeres.
Se considera como antecedente de lo que posteriormente se llamaría “feminismo poscolonial” al
movimiento de mujeres feministas negras y/o lesbianas que en la década del setenta se apartaron
del feminismo hegemónico en Estados Unidos, por considerarlo racista y etnocentrista. Mujeres

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que a la vez sintieron los efectos del sexismo en su participación en los movimientos de liberación,
por lo que gestaron un movimiento antisexista y antirracista. Estas feministas enfatizaron la
intersección género-raza como medio para visibilizar a las mujeres de color, ocultas tanto en la
categoría “mujer” como en las categorías raciales (“negro”, “hispano”, etc.).
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Se propone una definición del sujeto de la época poscolonial como un “sujeto múltiple”,
engendrado también en la experiencia de relaciones raciales y de clase, además de sexuales; un
sujeto, en consecuencia, no unificado sino múltiple y no tanto dividido como contradictorio. La
subjetividad femenina es entonces una multiplicidad de posicionalidades, experiencias múltiples
y contradictorias. Tal idea de lo múltiple supera dos limitaciones:
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1- Entender a las mujeres migrantes como víctimas y objetos de procesos sociales que las
subalternizan, entendidas en un sentido aditivo y sectorizado.
2- Entenderlas esencialmente en tanto sujetos monolíticos preconcebidos como mujeres pobres-
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de color, por fuera de las relaciones sociales que construyen en torno a la organización del trabajo
doméstico y de cuidados. Perspectiva presente en propuestas que plantean el
“empoderamiento” de las mujeres migrantes, capaces de agencia per se y autónomas por el
simple hecho de haber dejado atrás un pasado que las oprimía.


Por el contrario, el feminismo poscolonial presenta un análisis de la clase, la raza y el género como
instancias que no sólo se relacionan/interconectan, sino que emergen y toman forma a través de
las relaciones que tienen entre sí.

María Lugones postula una “fusión indisoluble” y “constitución mutua” en su intento por superar
la separabilidad de las categorías género y raza que propone la modernidad eurocentrada
capitalista. Ella profundiza el análisis de Aníbal Quijano respecto a la colonialidad del poder – en
el que el lugar del género como instrumento de colonialidad queda subsumido en la raza- y acuña
la noción de “sistema moderno-colonial de género”, nodal para entender “al género como
constituido por y constituyendo a la colonialidad del poder”.

• La interseccionalidad género/clase/raza en mujeres que migran en contextos del


capitalismo colonial globalizado

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La globalización trae aparejada la decadencia de los sistemas sociosimbólicos tradicionales
basados en el estado, la familia y la autoridad masculina y un reordenamiento de las relaciones
de género que incluye redefiniciones en las modalidades que asume la subordinación de las
mujeres. Los circuitos transfronterizos son entendidos como circuitos alternativos para la
supervivencia que resultan contrageografías de la globalización en tanto están asociados con las
principales dinámicas de la globalización: mercados globales, redes transnacionales y translocales
y tecnologías de comunicación que permiten eludir formas tradicionales de control. Estos
circuitos forman parte de la economía informal o incluso ilegal, pero utilizan la infraestructura
institucional de la economía regular, develando su carácter constitutivo del sistema
transnacional. La autora vincula la creciente presencia de mujeres y extranjeros/as en estos
circuitos con la feminización de la fuerza de trabajo y la feminización de la pobreza. La

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feminización del capitalismo y la reconfiguración de las relaciones patriarcales en el marco de la
globalización atraviesan las relaciones de género, desestructurando el modelo de “mujer
doméstica” y expresándose en fenómenos como la feminización de las migraciones y del trabajo.
Amorós plantea la idea de la “feminización del capitalismo global” considerando la extensión del
modelo de poliactividad informal –tradicionalmente asumido por las mujeres- y la invisibilidad e
infrareconocimiento que acarrea la informalidad –característico de la normatividad femenina.

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En suma, la especificidad del capitalismo trasnacional configura un escenario en el cual las
mujeres migrantes se constituyen en “ciudadanas desnacionalizadas”, “des-enmarcadas” en
virtud de una alteración arbitraria del espacio político en contextos de un sistema
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multiestraficado de gobernabilidad globalizada. Se ven atravesadas por una metainjusticia de
representación política ligada al des-enmarque, que se entrecruza con injusticias distributivas y
de reconocimiento. Escenario que intersecta regímenes de opresión ligados al género, la clase
social y lo étnico/racial. Las subalternidades que se construyen y resisten en este escenario se
dirimen en la cotidianeidad de las mujeres.
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• La construcción de agencias en la organización del trabajo doméstico y de cuidados

¿Cómo pensar entonces la agencia de las mujeres migrantes en torno al trabajo doméstico y de
cuidados, atravesada por regímenes de opresión que intersectan género-clase social y
raza/etnia? Tal interrogante presenta dos inquietudes: 1) ¿Cómo analizar la agencia en el espacio
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doméstico, espacio social y académicamente despolitizado y desjerarquizado como espacio de


resistencia? 2) ¿Cómo hallar prácticas de autodeterminación en mujeres atravesadas por
procesos de dominación – sexismo, racismo y explotación de clase- que imprimen fuertes
condicionamientos estructurales y libran escaso margen para el despliegue de procesos


contrahegemónicos? Dichas inquietudes reflejan dos presupuestos que intentaré poner en


cuestión. Por un lado, una visión estanca y compartimentada de los dominios público y privado y
de los procesos de producción y reproducción; por otro, una conceptualización particular de la
agencia, centrada en la subversión del orden hegemónico.

A. Los cuestionamientos a las categorías binarias producción/reproducción

A comienzos de los 70, la crítica feminista a la economía planteaba la necesidad de visibilizar el


trabajo doméstico, en el marco de un debate en torno a los procesos de producción y
reproducción social. Los estudios feministas han destacado la importancia socioeconómica de
este trabajo y su contribución a la reproducción de la fuerza de trabajo, la generación indirecta
de plusvalía, el sostenimiento de la economía oficial monetaria y la reproducción del orden social.
Se ha señalado también la interdependencia entre el trabajo reproductivo con el productivo y el
desigual uso del tiempo que se da entre géneros varones y mujeres. Estas conceptualizaciones

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contribuyen a la comprensión de la por demás compleja posicionalidad de las mujeres migrantes
en los espacios público y privado, que revela imbricaciones entre lo productivo y lo reproductivo
y a la vez disonancias respecto a la feminidad normativa, no necesariamente ligadas a la
autodeterminación y la autonomía. Por ejemplo, muchas de ellas incursionan ampliamente en el
espacio público –trabajan en talleres de costura o comoferiantes, recorren oficinas públicas para
diversas gestiones, etc- y son las principales proveedoras de sus familias, aunque la sobrecarga
de trabajos que atraviesan y las dificultades para “concertar familia-trabajo” van en desmedro de
su autonomía. Su trabajo doméstico y de cuidados se encuentra transnacionalizado, dislocado del
espacio doméstico y lugar de residencia como epicentro, generando desplazamientos no sólo
entre Bolivia y Argentina, sino también dentro de la Ciudad de Buenos Aires, entre distintos
trabajos remunerados, algunos de ellos realizados en los propios hogares (trabajos de costura

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para talleres textiles, venta de comida), otros en hogares de terceros (trabajo doméstico y de
cuidados remunerado), entre distintas viviendas, distintos efectores de salud, etc.

B. Una reconceptualización de la agencia

En su investigación sobre la participación de las mujeres en el movimiento islámico, Saba


Mahmood denuncia el enjaulamiento de la noción de agencia en los estrechos límites de la

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resistencia vs. la reproducción de las relaciones de subordinación. Sostiene que el pensamiento
liberal y progresista presupone un deseo universal de liberación desconociendo su carácter
situado y su relación con otros deseos, motivaciones, compromisos y valores que inciden en
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sujetos culturalmente localizados. Mahmood propone entonces poner en cuestión las
condiciones bajo las que emergen las distintas formas de deseo y elabora una comprensión de la
agencia alternativa a la perspectiva liberal: no como sinónimo de resistencia en las relaciones de
dominación, sino como una capacidad de acción que se habilita y crea en relaciones de
subordinación históricamente específicas. Esto supone analizar la agencia atendiendo al
funcionamiento de las operaciones de poder que construyen deseos y capacidades específicas y
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habilitan formas particulares de agencia social.

Esta perspectiva posibilita analizar las agencias de las mujeres no sólo en aquellas prácticas que
entrañen cambios progresivos (entre ellas, la inclusión en el mercado de trabajo, la adquisición
de autonomía económica y emocional, la democratización de sus relaciones domésticas y gestión
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de un reparto más igualitario del trabajo doméstico y de cuidados en sus hogares) sino también
en aquellas tendientes a la permanencia y continuidad. Se trata aquí de rastrear operaciones
sobre los propios pensamientos, cuerpo, conducta y formas de ser en las prácticas micropolíticas
de la cotidianeidad que permitan mantener, crear y reproducir las condiciones básicas de vida.


Para que la violencia exista es necesario que exista una sociedad que haya previamente
inferiorizado, discriminado, fragilidad al grupo social que es objeto de violencia. Tales procesos
de inferiorización, etc son violencias invisibles que conforman invisibles sociales: sujetos que
están invisibilizados. Tales procesos se dan a partir de naturalizaciones y que se reproducidos en
la superficie social y subjetiva por medio de hechos y dispositivos. A su vez, hay violencias
institucionales ya sea desde el curriculum oculto en la escuela o la actitud patriarcal de los jueves,
o la reproducción tradicionalista de los medios de comunicación con respecto al lugar a ocupar
por la mujer. Ademas existe una violencia constitucional en contra de las mujeres, que son
aquellas constituciones que no establecen claramente la igualdad de oportunidades entre
varones y mujeres.

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Por otra parte, cuando se victimiza a una persona o un grupo social, su inferiorización crea
condiciones para alguna expropiación de bienes y derechos no sólo materiales sino ciudadanos,
simbólicos y eróticos. Por ejemplo, una mujer golpeada. Ella no sólo es víctima de los golpes
físicos, sino que al mismo tiempo es despojada de toda libertad personal, pierde progresivamente
hasta independencia tanto en su srelaciones laborales, sociales, afectivas como en sus decisiones
personales, eróticas y económicas. Por ello, LAS VIOLENCIAS COTIDIANAS TAMBIÉN SON
POLÍTICAS. Pero estas NO TIENEN SEXO, en tanto que las mujeres sean la mayoría victimas de las
violencias de los varones no habla de una condición masculina de agresividad, sino de un poder
social y subjetivo que muchos hombres ejercen desde las formas publicas y privadas del abuso.

El avance en las igualdades formales fue acompañado por el perfeccionamiento de diversos

OM
dispositivos de desigualación (discriminación, marginalización, exclusión, represión, exterminio,
etc). Uno de los puntos de partida de estos dispositivos es económico-político en su dimensión
también subjetiva. Estos argumentos forman parte del bagaje subjetivo de quienes integran los
aparatos de poder tanto como de los propios grupos estigmatizados. Produciendo asi un
entramado de diversas formas de desigualdad distributiva de bienes y posicionamientos
económicos, simbólicos, subjetivos, eróticos, que se sostienen desde una particular ecuación

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simbólicas “Diferente: inferior, peligroso, enfermo”.

Asi, desigualdad y discriminación conforman un circuito de realimentación mutua donde los


poderes para sostener su eficacia, necesitan la producción social de diversos tipos de discursos
DD
que legitiman tanto la desigualdad como las prácticas y mentalidad discriminatorias. Además, en
los grupos estigmatizados, se intala una tensión entre la propia percepción de inferioridad, en
tanto obedecen y acatan las injusticias, y diferentes grados de resistencia frente a tal estado de
cosas.
Foucault da cuenta de las formas que toman las eficacias de los dispositivos de poder. Para él hay
LA

3 formas de ejercicio de poder entrelazados:

 Forma de dominación: ética, social, religiosa, etc.


 Formas de explotación: separación de individuos de lo que producen y se apropian del
plus de valor de lo producido.
 Formas de sujeción: aquellas por las que un individuo se ata a sí mismo y se somete a
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otros en forma de sumisión.


El poder de género, según la autora, es posible pensarlo como forma de dominación simbólica
que incluye la dominación patriarcal. Sin embargo, es preferible, debido a su irrupción en los 3


poderes, como transversal a estos: su dimensión en los tres poderes. Asi, por ejemplo, en las
formas de poder de explotación, se analiza el plus de valor que se extrae al trabajo realizado por
mujeres.

El problema central de toda formación social es la de producir y reproducir incesantemente las


condiciones que hacen posible la discriminación. Su punto estratégico es la NATURALIZACIÓN de
las injusticias que debe ser producido, no sale espontáneamente. En esta producción de
naturalidad, la formación de consenso juega un papel decisivo. Dos son las condiciones para la
producción y el mantenimiento de estos consensos en nuestra sociedad:

 La discriminación debe permanecer oculta


 Los discriminados deben articularse con el resto de la sociedad, pero de modo que no
peligren las reglas de discriminación vigentes.

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Para sostener ello, las instituciones usan estrategias y dispositivos de violencia represiva y de
violencia simbólica. Imponiendo multiples discursos, mitos sociales, explicaciones religiosas y
científicas, es decir: una arbitrariedad cultural. La misma es una pieza clave, y los dispositivos
institucionales hacen posible que ella sea legítima y tengan eficacia legitimadora al grupo
dominador como autoridad. La arbitrariedad cultural opera de tal forma que el ejercicio de la
violencia simbólica es invisible a los actores sociales y presupone la implicación de aquellos que
más sufren sus efectos. La producción de consenso que legitima las desigualdades sociales se
sostiene desde determinados universos de significaciones imaginarias que construyen el sentido
social. En el análisis de un sistema de dominación es indisoluble la indagación no sólo de las
relaciones de fuerza, sino también las relaciones de sentido; es desde ellas que se legitima la
autoridad del dominador; un grupo dominador no puede imponerse en el plano económico y

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político si al mismo tiempo no logra una hegemonía en el plano cultural y simbólico. Por ello, para
que un grupo sea discriminado es necesario que haya un proceso de doble apropiación:

 Apropiación de los bienes que produce (económicos, simbolicos, sentimanetales y


eroticos)
 Apropiación de sus potencias como grupo social o individuo para producir tales bienes.

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Lo que garantiza:
 Que circulen en circuitos sociales aparentemente iguales pero en desigualdad de
oportunidades
 Que su circulación desventajosa se despliegue sin ser vista, naturalizada.
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Los dispositivos de desigualación han instituido mitos sociales con respecto a qué es ser mujer y
qué hombre. Por ejemplo, tres mitos que organizaron la sujeción femenina en la modernidad son:
mito de mujer igual a madre, el mito de la pasividad erótica femenina y el mito del amor
romántioco. Los mismos ordcenan, legitiman y disciplinan los lugares de todos los actores de la
desigualdad de género. Los mismos pueden verse en la masculinidad, los cuales definen su
LA

identidad desde el éxito laboral-económico, erotissmo en clave fálica y extensa capacidad de


constituirse en proveedores. Los argumentos sociales variaron históricamente, pero sin embargo
permanecen estables en su reproducción la lógica con la que se ordenan tales argumentos de las
diferencias de los géneros sexuales. Esta lógica opera simuntaneamente: Identificando diferentes
FI

entre varones y mujeres por su condición sexuada, Remitiendo las mismas a esencias
inmodificables, Inscribiendo las diferencias en orden binario y jerárquico, y Legitimando la
desigualdad social.


En un misco acto, esencializa la diferencia y legitima la desigualdad social. Por ejemplo, no es raro
aquellas significaciones y legitimaciones sobre la mujer como un hombre inacabado (pensemos
sino en la teoría de la castración, o la falta).

Los primeros estudios e investigaciones sobre el tema fueron desarrollados por mujeres
feministas que desde los 60 analizaron diferentes instancias de la subordinación de género y el
sometimiento histórico de las mujeres por parte del poder patriarcal. Desde los 80 y 90, grupos
de reflexión y escritos diversos realizados por varones analizan la condición masculina. Así
comenzaron a desplegarse discursos que aludían a la prisión que significan las metas del éxito, el
sacrificio y la postergación personal que demanda cumplir el rol de proveedor, las exigencias de
su rol de conquistador erótico, las enfermedades y costos psíquicos diversos producto de la
represión de emociones, etc. El tratamiento de los mandatos de género en los varones es de gran
trascendencia en el cmaino de la liberación masculina en tanto sitúa un primer interrogador

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crítico a su lugar en la sociedad, pone en crisis la reproducción naturalizada de estos mandatos y
abre la posibilidad de pensarse varones de otro modo. Lo cual no es poco. Pero en tanto queda
invisiblizada la dimensión de poder y no se analiza la participación activa, aunque a veces
involuntaria, en los dispositivos de dominación a mujeres, corren el riesgo de mantener la
reproducción de las impunidades de género, visibles o invidibles, en la construcción de las nuevas
masculinidades.

Para Bourdieu, para que mujeres y varones ganen libertades, para que amplíen sus capacidades
de elegir en libre albedrío desplazando mandatos culturales, es necesario igualar oportunidades
para las mujeres. Las libertades de ambos géneros son imposibles de conseguir sin la paridad
política de los mismos. Si pensamos en el término poder, se puede pensar en “dominio sobre

OM
otro” y “potencia de sí”. Las culturas patriarcales han instituido y consolidado históricamente la
primera de ellas, obsturando la segunda. La resistencia al dominio del otro sól oes efectiva si
permite construir la propia potencia, singular o colectiva. Construir potencia de sí, es, en suma,
crear condiciones para las libertades por venir. En el caso de las mujeres, el despliegue de las
potencias propias pasa por el avance en la construcción de autonomía político-subjetiva. En el
caso de los varones, se trata de deconstruir las naturalizaciones de sus ejercicios cotidianos del

.C
poder patriarcal.

Las libertades por venir reclaman tareas diferentes para cada uno de los géneros. Hoy se trata de
la construcción de autonomía para mujeres y deconstrucción de poder de dominio para varones
DD
ya que en la histórica dominación masculina, la potencia de sí se ha logrado en virtud del dominio
del otro. Muchos varones se encuentran prisiones de sus mandatos culturales y eso condiciona
sus elecciones de vida. Son más genero que sujeto. Revisar el ejercicio de su soberanía de género
no significa ceder poder a las mujeres o subordinarse a ellas. Significa ganar libertades. Aquellas
que el género masculino aprisiona. No hay por qué oponer un género al otro. Si ambos buscan
acrecentar su potencia de sí y no del dominio del otro, en sus paridades políticas ampliaran sus
LA

libertades.
FI

Durante un trabajo de campo sobre la disciplina en el trabajo fabril, la política empresarial


buscada a modelar un trabajador ideal, aparecían ciertas recurrencias en las entrevistas y
observaciones de los mismos trabajadores de oro negro que era la búsqueda de demostración de
su masculinidad. En tales pozos de oro negro, tienen lugar prácticas habituales entre hombres:


demostraciones de hombría, exposiciones de fortaleza, “rituales de iniciación” o “actos


bautismales”, bromas pesadas para los más jóvenes o para los que recién se inician en el trabajo,
etc. dichas constantes conforman un corpus de prácticas y representaciones que juegan un papel
central en la construcción de la masculinidad y su inscripción en el capitalismo y la disciplina fabril.
Lo cual habilita a pensar la conformación de un “sujeto fabril-petrolero-masculino”.
Se considera que el género funciona como una suerte de ordenamiento social jerarquizado sobre
el cual se construyen las relaciones sociales. Este trabajo interesa pensar cómo el capitalismo se
alimenta del conflicto de género para instituir una formación social, histórica y particular que
amalgama un único sistema. La propuesta es situar la mirada en los trabajadores hombres y
analizar la relación entre masculinidad y disciplina fabril. La hegemonía empresarial impulsa una
concepción ideal de trabajador acorde con un determinado orden sociolaboral en un eje
temporal-espacial específico. La masculinidad, por su parte, es un ordenamiento social e histórico
por medio del cual hombres y mujeres se comprometen en una posición de género. Así, configura

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efectos concretos en las prácticas, las experiencias corporales y las representaciones acerca de lo
masculino y lo femenino. La consolidación de la masculinidad reafirma una disciplina fabril
promovida por las políticas empresariales y contribuye, en definitiva, a la valorización de capital.

El privilegio de lo masculino no deja de ser una trampa que tiene su contrapartida en el deber del
hombre de afirmar su virilidad ante cualquier circunstancia. De hecho, los trabajadores del oro
negro soportan ritmos de trabajo acelerados, con su consecuente desgaste físico, y sufren
durísimas condiciones laborales con insuficiente tiempo de descanso. Asimismo, los accidentes
cotidianos son ocultados, no sólo por las posibles sanciones de las empresas, sino por una
concepción de virilidad que se sintetiza en “aguantarse los golpes como hombres”.

OM
Reinas que no gobiernan y masculinidades heroicas

Desde el comienzo de la empresa ypf, era muy baja la posibilidad de incorporarse al mercado
laboral para las mujeres; y si lo hacían era a través de actividades secundarias o poco valoradas.
Luego, a partir del 40, comienzan a incorporarse lentamente como telefonistas o enfermeras.
Para la fijación de una fuerza de trabajo arraigada en el territorio era prioridad la conformación
de las autodenominadas “familias ypefeanas” como parte del tipo ideal de trabajador. Las

.C
políticas empresariales consolidaron un mundo sexualmente jerarquizado en el que las mujeres
estaban confinadas a la reproducción de la fuerza de trabajo, al cuidado y a las labores
domésticas. Llamadas a aceptar como natural y obvia una proscripción arbitraria construida sobre
las necesidades de un orden capitalista, contribuyeron a institucionalizar un orden sobre los
DD
cuerpos. El trabajo para las mujeres era opcional, pero aquellas que lo hacían no quedaban
relevadas de las tareas domésticas, por lo cual estaban sometidas a una doble jornada de trabajo.
Por lo que se ve, el valor de la familia era, para la empresa estatal, uno de los pilares
fundamentales.
No obstante, las mujeres tenían una oportunidad, institucionalizada por la empresa, de romper
LA

el velo del espacio privado y adquirir protagonismo en la escena pública: todos los 13 de
diciembre, en la conmemoración del descubrimiento del oro negro, 5 se convertían en heroínas
populares cuando se elegía a la reina del petróleo. Pero la irrupción de la mujer en la esfera
pública revalorizaba el ideal de maternidad, afianzando la idea de fragilidad y debilidad de las
reinas y princesas. En oposición al lugar de la mujer, el destino de los hombres era el de la
FI

masculinidad heroica, el de la épica de la construcción de la patria. Las placas de bronce en el


monumento a los caídos por el trabajo petrolero recuerdan a los trabajadores hombres que
murieron realizando sus tareas. Las leyendas de esas placas —“cumplimiento del deber”,
“sacrificio”, “patria” y “progreso”— son potentes transmisores de valores desde las agencias


simbólicas de la hegemonía empresarial y configuran un colectivo de trabajo comprometido con


la labor desempeñada en ypf. Esta valentía, sustentada en el orgullo de trabajar allí, y la
combinación de nacionalismo y masculinidad dieron lugar a una fuerza de trabajo que en lo
cotidiano demostraba “bravura” y un constante desafío al peligro. Trabajadores temerarios y
arriesgados eran el reflejo inverso de la delicadeza, la dulzura y la gracia propias de las reinas del
petróleo.

Este proceso histórico que involucra a reinas y trabajadores valientes y fuertes convertidos en
bronce en el marco de una actividad asociada a la grandeza de la nación dejó profundas huellas
en el universo del oro negro. Ciertos elementos de este corpus de prácticas, discursos y símbolos
siguieron jugando un papel central en lo cotidiano a pesar de la privatización de ypf. Sin lo heroico
y la épica nacional, subsistió una masculinidad que incorpora, como en la época de ypf estatal,
las actitudes requeridas para la pretensión empresarial de un sujeto fabrilpetrolero-masculino.

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Prisioneros de la virilidad: la trampa de la disciplina fabril

Bourdieu afirma: si las mujeres sometidas a un trabajo de socialización que tiende a


menoscabarlas, a negarlas; los hombres también son prisioneros y son víctimas subrepticias de la
representación dominante. Los hombres son compelidos a ser viriles y fuertes, no sólo en lo que
respecta a capacidad sexual y social, sino también en función de aptitudes como la fortaleza, la
resistencia, la tenacidad, la firmeza y el empeño. Tales aptitudes configuran una marcada
disciplina para el trabajo.

En este contexto, los trabajadores aceptan como inevitables ciertas condiciones de trabajo

OM
peligrosas, en las cuales además se ocultan los accidentes; sumándole la escasa diferencia horaria
entre un descanso y recuperación de una jornada laboral a otra.

“Este trabajo es cosa de hombres”

No existe descanso de 12 horas seguidas durante los 14 días que pasan en los cerros. Por otra

.C
parte, los petroleros reconocen que no es fácil para ellos emprender actividades de descanso y
ocio debido a la falta de espacios de recreación en los pozos, a excepción de algún juego de cartas,
dados y otros juegos de mesa. Esto potencia su desgaste, pues para matar el “tiempo libre”
DD
realizan tareas menores de trabajo, entendidas como forma de recreación pero que contribuyen
al proceso productivo. En las entrevistas realizadas a los trabajadores encuadrados en los dos
turnos, se reiteran afirmaciones como “dormís cuando podés”, “si trabajás en turno, no dormís”,
“vivo con insomnio”, “duermo de a ratos”, “tomo pastillas para dormir” y otras que brindan
algunos indicios sobre el profundo agotamiento que produce la extensa jornada y los reducidos
tiempos de recuperación. Pese a esto, la categoría nativa utilizada con mayor frecuencia por los
LA

trabajadores del oro negro al momento de discutir las condiciones laborales resulta
absolutamente significativa: “el pozo manda y este trabajo es cosa de hombres, hay que
bancarsela”.
FI

Accidente y vulnerabilidad

“Golpes, raspones, cortes pasan todos los días. No vas andar parando el trabajo por cualquier
cosita. No estamos en una escuela de señoritas. Si te fijás, en las manos todos tenemos marcas.”


Como no es una “escuela de señoritas”, los hombres soportan los accidentes cual marcas de
guerra que pueden exhibirse como medallas. Esta demostración de masculinidad tiene su
contraparte en la minimización de los accidentes como “cositas”. Se fortalece así una disciplina
fabril que, en su práctica cotidiana, ignora los accidentes en pos de no detener el trabajo. La
virilidad, la capacidad de soportar golpes, raspones y cortes, podría tener un índice de medición
cuantificable a partir de las marcas en las manos de los petroleros. Y las marcas no sólo se
muestran ante el investigador que pregunta, también son ostentadas al interior del grupo de
trabajadores en tanto signos de virilidad. Son, al igual que las medallas colgadas en el pecho,
signos de masculinidad cuantificable, es decir, dentro del entorno social de referencia de los
petroleros, las marcas expresan el “aguante” de los trabajadores. El sujeto fabril-petrolero-
masculino hace propia la idea inevitable de “resolver sin preguntar” y al mismo tiempo “no
interrumpir el trabajo” si ocurre un accidente. Feminizarse sería detener el trabajo a causa de un
golpe, demostrar dolor por un corte o preguntar cómo se resuelve alguna situación que suscita

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dudas. Ahí está la trampa, a decir de Bourdieu, en la que caen los hombres. Terminan siendo
prisioneros de una disciplina fabril que se vale de la masculinidad para garantizar un trabajador
resistente, resolutivo e invulnerable.

De esta forma la virilidad, entendida como la capacidad de “bancarse los golpes” y “no
comportarse como señoritas”, tiene efectos concretos en el ocultamiento de los accidentes y en
el sostenimiento de los ritmos laborales. Como es sabido, las empresas ganan dinero al demostrar
índices bajos de accidentes, pues pueden acceder a créditos internacionales con mayor facilidad
que aquellas que presentan altos índices de accidentes. Al mismo tiempo, las empresas petroleras
se benefician a partir de una imagen construida sobre la base del cuidado de sus trabajadores. La
masculinidad conduce de manera paradójica a la inversión de los sentidos: mientras el que lo

OM
ejerce se siente dominante a partir de una posición jerarquizada de género, al ejercerlo
contribuye indefectiblemente a una inmensa vulnerabilidad frente a los intereses empresariales.

Masculinidad como proactividad

En primer lugar, el concepto de género devela relaciones jerárquicas en la estructura de los

.C
petroleros. Son los jefes de equipo que dice cómo “debe obrar un hombre” y cómo no, “como
señorita”. De esta forma, se distinguen los comportamientos deseados —y masculinos— de
aquellos no deseados —y femeninos—. El “pecho” lo ponen los hombres para hacer frente a
DD
“cualquier quilombo” y eso implica exponerse y arriesgarse más de una vez hasta terminar el
trabajo. Al momento de realizar ascensos en los equipos, las empresas valoran la experiencia,
vale decir, el conocimiento, experticia y aptitudes que de alguna manera se emparentan con la
masculinidad. Los jefes de turno determinan quiénes están preparados para ascender. No sólo es
necesario el saber técnico-productivo profesional sino una actitud masculina para el desempeño
del trabajo: “tener huevo”, “bancarse el laburo”, “ser guapo”, “resolver el trabajo caiga lluvia o
LA

nieve”, lo que consolida una marcada disciplina fabril acorde con los actuales requerimientos de
la organización del trabajo. La actitud proactiva en el trabajo busca formar trabajadores con
iniciativa, resolutivos, determinados a cumplir los objetivos pautados en pos de alcanzar los
niveles de producción. La masculinidad robustece esta “nueva cultura corporativa”.
FI

A su vez, lo que no se quiere en los pozos son trabajadores “blanditos”. Es frecuente calificar así
a los trabajadores que recién se integran, como si trajeran consigo significantes femeninos del
mundo no petrolero. Llamar “blandos” a los nuevos trabajadores de un equipo de perforación
implica feminizar sus cuerpos, cargarlos de atributos no deseados para el desempeño de la labor.


Ello lleva a que los recién iniciados en el trabajo, deban “pagar derecho de piso”, por medio de
ritos de iniciación. Se asignan tareas pesadas a los principiantes y las jefaturas van poniendo a
prueba así el carácter de los jóvenes y si son capaces de “bancarse” el trabajo petrolero. Son
rituales en los que se demuestran los niveles de masculinidad de los jóvenes y por medio de los
cuales se miden su fuerza, resistencia, tenacidad, etc. También son habituales las bromas o los
juegos sexuales, entre ellos obligarlos a tocar partes íntimas del cuerpo de las jefaturas o simular
que deben tener sexo con otro hombre. El ritual que transforma al “joven blando” en un “hombre
duro” —sujeto fabril petrolero- masculino— implica transitar a un nuevo estado a partir de una
serie de degradaciones asociadas con la violencia —la violación metafórica— que tiene por
objetivo subordinar aquello que se considera como femenino. La broma como ritual de pasaje
busca, por un lado, doblegar el cuerpo femenino, “blando”, violentándolo; y, por el otro, marca
explícitamente la jerarquía laboral y demuestra quién manda en los pozos, demarca atributos
fundamentales que se requieren para la conformación de una disciplina fabril, es decir, el que

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manda es el jefe de equipo y es él quien recibe a los jóvenes en su tráiler para el “bautismo”.
Finalmente, genera un reconocimiento y una relación de complicidad entre el grupo de hombres
sobre la base de un código masculino. Según Rita Segato, la violación es una práctica
disciplinadora contra la mujer genérica, aunque no implica la ejecución real del acto. Es un
atributo propio de la masculinidad, pero no es una práctica exclusiva del hombre ni es únicamente
la mujer la que la padece. Una violación se comete contra aquello que exterioriza o expresa rasgos
marcadamente femeninos. (En este contexto sale a la luz un hecho de gravedad: durante 2008
se presentó una denuncia judicial por violación en un pozo de petróleo. A raíz de la investigación
policial y judicial se constató que un jefe de turno había perpetrado un acto de violación contra
un joven de una empresa contratista que se iniciaba en el trabajo petrolero. A partir de esta
denuncia, y del suicidio del joven unos meses después, muchos testigos interrogados aseveraron

OM
que las violaciones a los jóvenes no son una práctica excepcional entre los hombres petroleros).

La masculinidad refleja un corpus de prácticas y representaciones que fortalecen una ética del
trabajo en sintonía con las construcciones hegemónicas de las empresas. Así se contribuye a una
ética del trabajo, a un ideal imposible de trabajador viril y disciplinado, que no hace más que
aumentar la inmensa vulnerabilidad de los empleados frente a la hegemonía empresarial. La

.C
virilidad construye un sujeto prisionero de un ethos que lo obliga a aceptar ritmos de trabajo
acelerados y a ocultar accidentes para sostener una actitud que termina siendo una carga. En
definitiva, el dividendo de un patriarcado capitalista favorece una lógica de acumulación de
capital en la que las mercancías se subjetivizan y los sujetos se objetivizan. Instado a comportarse
DD
como un sujeto fabril-petrolero-masculino, el trabajador se siente obligado a estar a la altura de
las circunstancias en los pozos de petróleo y busca algún tipo de honor o gloria en la esfera de la
producción.

De esta manera, los significantes femeninos en un mundo de “machos que se la bancan” son la
contrapartida más temida por los trabajadores del oro negro, quienes llegan a perpetrar actos de
LA

violencia, como la violación, contra los cuerpos de otros hombres supuestamente feminizados.
FI


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La antropología médica (AM) o de la Salud, es la especialización de la antropología que se encarga
del estudio de los procesos de Salud, enfermedad y atención (S/E/A). Hernáez destaca tres
modelos o diferentes etapas en el proceso de conformación de la AM y del tratamiento de las
temáticas referidas a la S/E/A:

OM
Modelo Clásico: predominó una marginalidad de temas médicos en trabajos
antropológicos y una ocultación o inclusión de los sistemas terapéuticos nativos como las
creencias, la magia, la religión y/o la brujería. Así se distinguía ciencia y creencia,
generando la idea de que la medicina indígena era un sistema místico y que la mentalidad
indígena era imprecisa y errónea.
Modelo Pragmático: antropología aplicada a los programas de salud en países en
desarrollo y a ciertas problemáticas socio-sanitarias.

.C
Modelo Crítico: incorporación de la biomedicina como objeto de estudio y emergencia
de teorías sobre la salud, la enfermedad, el cuerpo y el conocimiento científico. Tal
interés por la biomedicina, dio lugar al estudio de diferentes modelos terapéuticos en
DD
diversos contextos. La AM destaca cómo la biomedicina se constituye en uno de los
modelos posibles y hegemónicos, para entender y abordar los procesos de S/E/A. Así, se
fueron incluyen diversas temáticas y problemas referidos a los cuidados, el cuerpo, las
relaciones de poder, género, étnico-raciales y el papel de las emociones, etc. Se
incluyeron nuevos saberes y teorías, e incluso la necesidad de modificar su nombre por
la de Antropología de la Salud.
LA

Concepciones sobre el proceso de S/E/A.

Postulaciones claves de la antropología socio-cultural:

1. La cultura es constitutiva y constituyente del desarrollo humano. Así, es determinante en


FI

la construcción de concepciones de S/E, condicionadas por el grupo étnico, clase social,


creencias religiosas, género, etc.
2. La salud y la enfermedad son universales: todos conocen o han conocido las
enfermedades y la necesidad de protegerse de las mismas mediante


estrategias/respuestas sociales a dichos padecimientos, lo que son los modelos de


atención.

ENFOQUE BIOMÉDICO VS ENFOQUE ANTROPOLÓGICO (o crítica antropológica a la biomedicina)

Muchos de los desarrollos de la Am (o de la Salud) han surgido como cuestionamientos y en un


intento de señalar ciertas limitaciones del enfoque biomédico y ofrecer propuestas superadores
del mismo.

Enfoque biomédico:

 Determinismo biológico: comprende los fenómenos humanos desde una jerarquía en la


que los procesos biológicos, los genes o la herencia ejercen determinación en la vida
humana.

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 Uso de dicotomías: Concepciones teórico/ideológicas dominantes referidas a la división
y oposiciones como cuerpo/alma, sujeto/objeto, biologicismo, evolucionismo, enfásis en
lo patológico e individualismo. Se vuelve una disciplina a-histórica, a-social y a-cultural.
 Relación de poder/saber: Establece relación entre institución médica o médico y paciente
basada en la asimetría y exclusión del saber/poder del paciente desde una racionalidad
científica.
 La labor biomédica se orienta al trabajo clínico asistencial, de diagnóstico y tratamiento
de la enfermedad basados en la eliminación de signos del cuerpo, entendido este como
una máquina y a la enfermedad como una ruptura o desviación de la norma.
 Se orienta a EXPLICAR ciertos fenómenos, estableciendo una unicausalidad y/o

OM
causalidad lineal de las enfermedades.
 Buscar CURAR la enfermedad desde un fin reparativo, entendiendo a la misma como un
hecho técnico con eficacia biológica, con fuerte acento en la MEDICALIZACIÓN del
cuerpo.
 LO CULTURAL visto desde la biomedicina: La autora ejemplifica la diversidad de sentidos
que suele asumir lo cultural para quienes desarrollan prácticas biomédicas en unos
trabajos de intervención en zonas rurales de Córdoba. Allí se encontró con que los

.C
profesionales de la saluid asociaban a cuestiones culturales el uso de prácticas
alternativas como la autocuración o las consultas a curanderos. Se asociaba a lo cultural
a las tradiciones y al pasado y otras veces con las condiciones socioeconómicas –
DD
asociadas a la pobreza- en que viven ciertos grupos, como asi también a una supuesta
ignorancia o creencias erróneas. Así, en muchos casos lo cultural se usa para referir a lo
particular y relativo de ciertas creencias o prácticas de sus pacientes, lo cual se opondría
a lo científico. Lo que revelaría, tomando aportes de Juliano, a un ULTRARELATIVISMO
esencialista.
LA

Enfoque antropológico:

 Interdependencia entre el mundo social y la realidad natural: Lo social y lo cultural no se


subordinan a lo biológico; no existe tal separación, aún lo considerado natural o biológico
supone una construcción cultural de dicha realidad.
 Cuestiona el uso de dicotomías
FI

 Busca INTERPRETAR Y COMPRENDER los procesos S/E/A desde una visión multicausal y
mutidimensional que atienda a los procesos de eficacia simbólica implicados en la
curación de los padecimientos.
 La multidimensionalidad da cuenta de las diversas dimensiones implicadas en las formas


de enfermar y sanar de acuerdo al contexto socioeconómico e histórico así como los


atravesamientos e intersecciones de género, generación, étnico-raciales implicados en la
producción de padecimientos y sufrimientos (variables que para la biomedicina son
irrelevantes).
 LO CULTURAL desde el enfoque antropológico: Según Hernáez, se da cuenta de tres
cuestiones con respecto a los procesos de S-E-A:

1) Construcción sociocultural de procesos de S/E: cada sociedad y grupo social explica sus propias
patologías, define las condiciones de normalidad, anormalidad, etc. Los síntomas y enfermedades
se entienden con un sentido y responden a modos locales de significación.

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2) Contexto sociocultural influencia los procesos de S/E: prácticas y comportamientos culturales
(factores sociopolioticos, económicos, sistemas de creencias, ideologías) asociados a la causación
de enfermedades y padecimientos .

3) Potencial productor de los factores sociales y cultural en la forma de constreñimientos que


impactan en la salud de las poblaciones como por ejemplo la tuberculosis, la cual no es sólo una
causa biológica sino que obedece a una conjunción de causas: pobreza, edad, hacinamiento, etc.

Punto de vista nativo sobre el proceso S/E

Aquí se consideran las construcciones de saberes y prácticas de los propios grupos que enferman
y padecen. En este sentido, los estudios sobre las representaciones sociales, itinerarios o caminos

OM
terapéuticas y la “carrera del enfermo” dan cuenta de los recorridos, elecciones y estrategias de
los sujetos en relación a los cuidados de salud en tanto agentes transformadores que producen y
no sólo reproducen la estructura social y los significados. Respecto a las representaciones de los
sujetos, hay distinciones entre la disease (enfermedad) e illnes (padecimiento); estas fueron
formas de diferenciar entre la perspectiva biomédica centrada en la enfermedad , a diferencia de
la perspectiva del entendimiento y experiencias de los propios sujetos involucrados en los

.C
procesos de S/E quienes se centran en la idea de padecimiento. Es la perspectiva emic (seguir el
punto de vista del actor), que derivó en el uso de la categoría illness o padecimiento, para hacer
referencia a la experiencia humana de los síntomas y del sufrimiento y como perciben y
responden a los mismos.
DD
En cuanto a los itinerarios terapéuticos, son entendidos como la búsqueda de cuidados
terapéuticos a través de las prácticas individuales y socioculturales de salud en términos

de los caminos recorridos por los individuos en la tentativa de solucionar sus problemas de salud.
Menendez habla de la autoatención o autotratamiento, aquellas representaciones y prácticas que
LA

usa un sujeto para diagnosticar, explicar, atender, controlar, aliviar los procesos que afectan su
salud sin la intervención de curadores profesionales. Es la forma autónoma de decidir el
tratamiento.

Enfoque relacional sobre los modelos de atención, las instituciones y los sujetos
FI

Este enfoque supone reconocer que todo acto humano y el proceso de s/e/a opera dentro de un
marco de relaciones sociales. Este enfoque se opone y ofrece una alternativa superadora a la
tendencia de describir estos procesos en términos de polarizaciones como sujeto/estructura,
local/global, biológico/cultural, tradicional/científico. Permitió abordar los procesos SEA desde


estudios y prácticas etnográficas referidas a los vínculos entre los diferentes sistemas y modelos
de atención de la salud. Así como también la cuestión relacional en las instituciones biomédicas
(procesos organziacionales, lógicas institucionales, métodos de intervención, cuestiones sobre la
institucionalización), como asi también las relaciones e interacciones entre médico-paciente o
curador/enfermo (interacciones cotidianas, intercambios, valoraciones, que se establecen entre
ambos así como las construcciones y papel de cada quien en los procesos de curación/atención).

Este enfoque permite visualizar los procesos de síntesis, yuxtaposición, exclusión, hegemonía y
subordinación entre los diversos sistemas curativos. Implica considerar que se presentan
prácticas y representaciones dominantes, legitimadas, hegemonicas y otras subordinadas,
invisibilizadas, rechazadas. Así, en sociedades como la nuestra, la biomedicina constituye una de
las formas institucionalizadas de atención de la enfermedad, portando una ideología que la

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legitima e intenta la exclusión ideológica y jurtidica de otras prácticas de otros modelos de
atención.

Reflexiones y desafíos actuales en el estudio y abordaje de procesos de salud-enfermedad

En la actualidad se encuentra una gran legityimidad y expansión de los enfoques biomédicos,


como por ejemplo el auge de las tecnologías biomédicas, la ingeniería genética y las
neurociencias. El auge de estas ultimas, se inscribe en un proceso mayor de rebiologizacion y
naturaleización del ser humano, lo que tiene fuerte impacto en la organización social, las
representaciones culturales del cuerpo, de la vida y la salud y en una economía política cada vez
mas globalizada, desigual e interdependiente. La continua expansación de la biomedicina, afecta

OM
el desarrollo de las otras formas de atención. Se caracteriza por un proceso de
continuidad/discontinuidad donde la primera ésta dada por un proceso de expansión de la
investigación biomédica, la producción farmacológica y la medicalización no sólo de los padeceres
sino también de los comportamientos. Y discontinuidad por las diversas criticas emergentes
dentro y fuera de la biomedicina, c omo son diversos movimientos académicos y sociales que se
orientan a estudiar y abordar desde perspectivas complejas, inter y transdisciplinasrias los
procesos SEA.

.C
DD
El dolor constituye uno de los elementos que conforman nuestra identidad como sujetos
humanos y toda sociedad articula sistemas de cognición, comprensión y acción ante este
fenómeno. Por ello, el dolor requiere y demanda unas coordenadas culturales que lo doten de
sentido. Si tuviéramos que describir experiencias con el dolor, se nos viene a la cabeza: dolor de
muelas, pérdida de un amor o amigo, dolor de espalda.
LA

Todas ellas son definidas como situaciones dolorosas: es porque alguien, un sujeto social, las
conceptualiza, percibe, siente, y vive como experiencias de sufrimiento. Se propone en este texto
resituar el concepto dolor, sufrimiento y/o padecimiento a partir de su remisión a la construcción
individual y/o somática de los sentimientos, de las percepciones.
FI

El dolor debe ser estudiado como algo más que una mera respuesta neurofisiológica a un
estimulo que se presenta amenazante. Se lo debe captar en las complejas interrelaciones entre
lo biológico, lo psicológico, lo social y l ocultural que se ponen en marcha el enfrentamiento con
una experiencia de padecimiento. Una determinada cultura, la occidental, a través de una


especialización académico técnica como es la biomedicina, intenta objetivar y resolver los


problemas del padecimiento en términos de su separación del sujeto que lo padece. Apela a un
marco explicativo fisio- biológico (individual) que dota de criterios de universalidad, poniéndose
en juego formas sociales de dominación que influyen tanto en las percepciones diferenciales del
dolor como en la generación de causalidades y en la utilización diferencial de especificas
terapéuticas y tratamientos.

El dolor no existe sino es a través de la persona que sufre. La persona se constituye en su propia
psicobiologicidad en un contexto relacional de formas y relaciones sociales. Ello es lo que
precisamente permite explicar por qué determinados grupos sociales –étnicos, de clase, género,
religiosos – establecen estrategias diferenciales que imponen percepciones distintas sobre qué
experiencias internas o externa deben ser consideradas fuentes de padecimiento y dolor. En
dicha constitución, juegan un papel de primer orden los proceso de hegemonización de los

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saberes y las prácticas. En esta producción de sentido y significación aparecen herramientas
políticas que utiliza el poder para reproducir relaciones de dominación. La conceptualización de
la categoría Resistencia y Aguante ante la adversidad y el dolor como valor positivo es este tipo
de utilización. Esto se ve en cuestiones de género: donde el varón debe aguantar, resistir, a
determinados dolores para no ser vistos como “quejicas, o nenazas”. Ocurre también en
cuestiones clasistas y racistas. Donde ciertos grupos sociales tienen diferencias en la capacidad
para el aguante de condiciones de sufrimiento ligadas a las condiciones de vida desfavorables,
como la pobreza.

Las construcciones sociales del padecer, los factores socioculturales del dolor apelan a las formas
de distribución diferencial de causalidades que subrayan que los problemas desencadenantes de

OM
situaciones dolorosas se relacionan específicamente con las formas sociales de reproducción de
los grupos.

Algunos estudios de epidemiologia y salud pública, muestran que las tasas de morbi mortalidad
de distintos grupos están influidas por factores que no pueden ser remitidos a una explicación en
términos de comportamientos psicosomáticos individuales o colectivos. Datos como la esperanza
de vida de 40 años para habitantes de Bronx, nueva york, asi como de varios países africanos o

.C
de zonas norte de Rusia, no pueden ser explicados sin un análisis de las condiciones económico-
políticas a las que se ven enfrentadas las personas que pertenecen a esos colectivos o países.
Asimismo, es bien conocida la existencia de enfermedades laborales. O en cuestiones alrededor
DD
del Sida, la incidencia de variables socioculturales, de acuerdo con los análisis epidemiológicos.
Tales ideas, buscan reforzar la perspectiva del texto en cuanto a la necesidad de interrelacionar
y tratar las representaciones sociales del dolor como constructos socioculturales en su
articulación con las formas sociales del sufrimiento, sobre la que se asientan.
En este sentido, la fuerza o capacidad de aguante, atribuidas a los grupos subalternos en el
LA

proceso de constitución de ideologías diferencias de clase social adquieren su plena significación


y explicación al acompañarse del análisis del lugar que estos ocupan en determinadas relaciones
de producción como fuerza de trabajo y que por lo tanto implica un desgaste corporal diferente
con respecto a otros grupos sociales. Menendez entonces propone cuestionar los instrumentos
de medición epidemiológica con su concepto “epidemiología sintética o sociocultural”. A través
FI

de la misma, el autor propone que se incorporen para la evaluación de los problemas de salud y
enfermedad de los grupos y colectivos sociales las definiciones que de los mismos hacen: a) la
biomedicina b) los médicos prácticos c) la población d) los sanadores no hegemónicos. Una
redefinición así permite insertar los procesos de sufrimiento y la enfermedad en su correlación e


intersección con relaciones sociohistóricas, de corte macroestructural más amplias. Este


proyecto, debe consolidar una perspectiva contextual y holística para la explicación de los
microprocesos en los que se inscriben los padecimientos cotidianos de los sujetos sociales.

Todo ello, con el objetivo de llevar a cabo una prevención que coayude a la ejecución de políticas
socio-sanitarias, tanto preventivas como educativas, micro y macro, que permitan cambios en los
sistemas de relaciones sociales y se adecuen de manera más precisa a las necesidades vividas,
padecidas y sentidas por los colectivos sociales. Lo que es una epidemiología con sentido de
reforma social.

No podemos dejar de lado el análisis de la contribución que el discurso profesional de la


biomedicina realiza en su proceso de hegemonización negando, ocultando y subordinando la
importancia que otras culturas y practicas médicas y populares tienen para la resolución de los
problemas derivados del sufrimiento. Numerosos estudios muestran cómo en las concepciones

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esencialistas del discurso biomédico, se produce una primera división entre cuerpo-mente. Así,
las personas y sus padecimientos interesan más como formas en las que se inscriben los signos-
síntomas de la enfermedad que como sujetos sociales del sufrimiento. Y el profesional tiene como
misión el rastreo y objetivación de unos procesos que ya nunca más dependen de las formas
socio-subjetivas en las que los individuos sienten su mal.

Es un proyecto teórico que se hegemoniza frente a otras corrientes de la medicina tradicional


que contribuye a enmascarar y obscurecer el carácter social del padecimiento generando más
terapéutica psicosomática, de corte individual, que desbarata la posibilidad de organizar una
terapéutica social que supondría no tanto un mayor coste económico como una puesta en
cuestión de unas determinadas relaciones sociales de reproducción. No es de extrañar que la

OM
lógica sobre la que se inscribe la atención sea la de la práctica curativa asistencial. Esta elección
por la curación está directamente vinculada con el desarrollo de la teoría microbiana donde el
mal se objetivaba en un microbio y había que actuar en partes contra él, dejando en segundo
plano la constitución de una causalidad derivada de las formas sociales del padecer y
obscureciendo el discurso de las personas en las que el mal se encarna. El acto médico del
diagnóstico asi fue convirtiéndose progresivamente ne un rastro de signos-síntomas en un

.C
organismo despersonalizado por parte de un profesional que se percibe como deshistorizado.

Se cura de forma individual, objetivadamente y ahistoricamente, siendo la mayor contradicción


de la biomedicina. Es un gran desencuentyro entre la percepción de las personas sobre su
DD
padecimiento (illness) y sus dolores y la de los médicos sobre la enfermedad (disease), proceso
mórbido sin sujeto, y el dolor como signo sin pertenencia que hay que ubicar en dicho proceso.
El sufrimiento en tanto padecimiento socio-subjetivo deja de ser importante al presentarse como
dolor. El dolor sin sujeto social se constituye en una construcción socio cultural de la
biomedicina. Para los médicos que viven en contacto con los enfermos, el dolor no es más que
un síntoma contingente, enervante, ruidoso, difícil de surprimir pero que no tiene gran valor, ni
LA

para el diagnostico ni para el proniostico.

Sin embargo, para los sujetos que lo sufren, el dolor es la enfermedad. Es el único elemento que
permite designar el mal. Sin embargo, para la biomedicina el dolor solo es un signo- sintoma de
una problema que hay que reubicar en un cuerpo o en una parte del mismo para ser medido,
FI

nombrado y numeralizado. Asi, se lo ontologiza. En consonancia con esto, la terapéutica y la


atención de la biomedicina se orientan hacia la recomendación de tratamientos
universalizantes(analgésicos para todos) que no toman en consideración las construcciones
socioculturales del dolor y sus diferencias. Se descartan desde esta perspectiva otras formas de


tratamiento que implican la reconducción de la sensación dolorosa hacia un universo de


construcción de sentido, relacional y social, y que sin duda en determinadas ocasiones tienen una
eficacia terapéutica mucho mayor que la del medicamento.

Grupos de autopoyo por ejemplo, reubican y resignifican las experiencias dolorosas desde el
compartir experiencias similares. O la importancia que tiene una explicación clara y sencilla por
parte del profesional sanitario sobre las sensaciones que se van a sentir y sus porqués para
afrontar los procesos dolorosos de los postoperatorios. Son ejemplos que nos señalan la eficacia
terapéutica del establecimiento de relaciones de intersubjetividad, comunicación y expresividad
para resignificar aquello que solamente puede ser entendido como contextual y relacionalmente
construido. El dolor, debe reconvertirse en el sufrimiento socio-subjetivo si de verdad queremos
atender a su eficaz tratamiento y cuidado.

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Ejemplo de los dolores del parto y la resignificación del dolor: En nuestro país, las formas del parto
pasan de manera hegemónica por el entramado operacional de la biomedicina. Entramado que
incluye un humillante rasurado del pubis, ninguna posibilidad de elección de la postura de parto,
elevada tasa de cesáreas que no se justifica más que en razón de criterios económicos.
Operaciones todas que alienan el cuerpo de la mujer, y lo vuelven objeto de intervención medica.
A pesar de ello, se encuentran a su vez profesionales que desde la práctica clínica de la medicina
alopática y sin renunciar a la utilización de ingenios técnico-profesionales cuando el embarazo y
el parto lo demandan, utilizan otras técnicas y métodos que lejos de objetivar el cuerpo,
restituyen a la mujer en su subjetividad. Por ejemplo la técnica del grupo de discusión de futuras
parturientas donde hablando desde sus saberes y representaciones culturales del parto,
verbalizan sus miedos y angustias. Asi la resemantización del proceso permite construirlo en unas

OM
nuevas coordenadas en las que el dolor, culturalmente relativizado en el sufrimiento, ya no es
más un elemento inherente y consustancial al parto. El discurso profesional al dar una clara
explicación de lo que puede pasar proporciona a las mujeres los elementos suficientes de
conocimiento para poder controlar y colocar las sensaciones que van a experimentar. Resituar
las sensaciones percibidas sin desvalorizar el papel y el protagonismo de la mujer al dar a luz,
traslada el problema del dolor a la acepción que en sentido figurado tiene la expresión “trabajo

.C
de parto”. El parto es trabajo y esfuerzo pero no tiene por qué ser dolor.
DD
El consumo de drogas reúne y despierta debates, saberes, organizaciones e instituciones de
diferentes ámbitos. Desde diseños terapéuticos hasta teorías y debates políticos. Dentro de las
perspectivas socio-antropológicas, se han desarrollado diferentes perspectivas, con diferentes
aproximaciones metodológicas y sistematizando diferentes resultados. Las particularidades que
LA

asumió el capitalismo neoliberal en las sociedades latinoamericanas, la internacionalización de


las políticas de drogas conjuntamente con los desarrollos teóricos y políticos orientados hacia la
descriminalización de la pobreza y el uso de drogas, las modificaciones en los sistemas de salud
conjuntamente con los movimientos sociales que responden a las desigualdades y la pobreza,
ofrecen un mapa social, político y de salud complejo para nuestras realidades.
FI

El padecer
Las dolencias y sufrimientos sociales, sus particularidades según las regiones, poblaciones, clases
sociales, etnias, y regímenes políticos se han constituido en nociones centrales en Antropología y


las ciencias de la salud. Hablar en términos de malestares y padecimientos hace posible


problematizar y mapear modos de sufrir con una batería conceptual propia de la disciplina
antropológica. Estas perspectivas promueven una aproximación no sólo a los procesos sociales
que los producen sino también a los modos en que la biomedicina, como los sujetos y poblaciones
los viven y categorizan, los resisten, oponen, sobrellevan y alivian.
Así, se desarrolló una perspectiva crítica de la Antropología en las últimas décadas que ha
modificado las miradas sociales sobre el padecer y sus variadas y múltiples estrategias de
reconocimiento y resolución.
Las perspectivas críticas se organizan en dos ejes argumentales. Por un lado, los estudios sobre
pobreza, desigualdad, marginalidad y violencia. Por el otro, aquellos que articulan la
vulnerabilidad y la salud. Ambos privilegian señalar y analizar los modos en que los procesos
macro-sociales modelan y son modelados por las micro-dinámicas, economías, experiencias

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corporales prácticas y subjetividades locales. Incluyen también cómo las acciones y prácticas
individuales y colectivas que se oponen y resisten a aquellos procesos. Abordan, además, los
modos a través de los cuales las transformaciones del capitalismo, las características de la
pobreza estructural, el incremento de la desigualdad social se vincula con las prácticas de
consumo de drogas.

Problematizar los padecimientos de tales poblaciones implica, en primer lugar, abordarlos en


términos de los procesos sociales que los producen. Tal perspectiva incluye una fórmula teórica-
argumentativa que se denomina de las continuidades. Tal orientación consiste en develar y
analizar un problema señalando las continuidades, articulaciones, causaciones,
condicionamientos y superposiciones entre los procesos macro-sociales y dinámicas locales, con

OM
el objetivo de hacer inteligible no sólo ciertas acciones, experiencias, prácticas y emociones sino
también las perspectivas nativas, a partir de las lógicas sociales que las producen. De allí que por
ejemplo, el consumo de drogas sea analizado a partir de los macro-procesos del capitalismo,
producción y tráfico de drogas, la territorialización, los procesos de medicalización y
criminalización, etc. Ello hace posible deconstruir el extrañamiento y realizar una perspectiva
crítica de procesos sociales.

.C
Por otro lado, otra estrategia de producir análisis se denomina arqueológica. Desde este otro
lugar se busca determinar en las características de las experiencias, vínculos y producciones
simbólicas, las huellas y expresiones de los macro-procesos sociales, políticos, económicos, de
DD
conocimiento y culturales. Desde esta orientación, las transformaciones de las políticas y
economías no pueden pensarse como ubicadas en niveles más abstractos de análisis o en otros
lugares geográficos o conceptuales, sino que se encuentran en la materialidad y en el detalle de
las acciones, los modos de transitar, habitar y apropiarse de los territorios, las miradas, las
modulaciones de los vínculos, las posiciones corporales, los modos de sentir alegría o placer, etc.
Es una micro-lógica. Por medio de la cual se descubre en cada objeto las huellas del proceso de
LA

producción, la historia, el pasado en el presente. Ello dio la posibilidad de lo que Foucault llamó
“arqueología del saber”. Lo familiar como extraño, lo excepcional en lo cotidiano y el
extrañamiento como condición para determinar la producción de saberes, definen modos “otros”
de romper la naturalización y los regímenes de ocultamiento-visibilidad dominantes en los
contextos sociales y políticos.
FI

Otra estrategia para estructurar argumentos es desde las rupturas. La cual consiste en privilegiar
en los registros y análisis las discontinuidades, las tensiones, vacíos, silencios, malentendidos,
fragmentaciones, distancias, faltas de coordinación o articulación, la diferencia. A partir de ello,


se hace posible reconocer aquellas experiencias y formas particulares de padecer en contextos


de marginación y pobreza, incluso aquellos modos de sentir y sufrir que se agregan en virtud de
las discordancias, fracturas sociales, vinculares y subjetivas.

El cuidado

Los desarrollos teóricos en relación al cuidado conmueven los presupuestos epistemológicos,


políticos y morales dominantes en Occidente, al focalizar la revisión en un conjunto de dualismos
(autonomía/dependencia, control/atención, saber/práctica, etc) que fundamentan la
racionalidad humana y que participan en las prácticas y saberes biomédicos. Tales estudios ponen
en evidencia un conjunto de actividades, saberes y lógicas marginadas e invisibilizadas en las
sociedades occidentales bajo la dominación de lo saberes expertos dominantes. Tal marginación
se extiende hacia quienes realizan la práctica del cuidado, como son la clase baja, miembros de
minorías étnicas y mujeres. Mientras que las clases altas tienen recursos para pagar a que otros

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los cuiden, los sectores populares dejan de cuidar a los suyos para trabajar en el cuidado de los
miembros de otras clases sociales.

El cuidado refiere a un proceso complejo en el que intervienen saberes expertos y legos, redes
sociales, tecnologías, políticas, sistemas de atención, instituciones, tradiciones, tareas, acciones
y cuerpos que está orientado tanto a promover o mantener el bienestar y la salud como a aliviar
el dolor y el sufrimiento. En los sistemas de salud occidentales es posible hablar de una progresiva
disociación entre Biomedicina y Cuidado. Así, con la especialización y tecnificación de la
biomedicina, se registró una división entre médicos y cuidadores (trabajadores sociales,
terapistas, acompañantes, miembros de familia, amigos, etc), que participan directa o
indirectamente en la resolución de los malestares, dolencias y enfermedades.

OM
Focalizando en los tratamientos, las complejas relaciones entre tecnología y cuidado han
promovido la discusión acerca de si el cuidado podría o no entenderse como una tecnología. La
noción ampliada de tecnología, formalizada por Foucault, se ha convertido en una herramienta
de análisis de diferentes conjuntos de técnicas y prácticas, las que involucrando saberes, se
corresponden con diversas lógicas de poder. Desde tal perspectiva, el cuidado queda incluido en
los modos en que el poder normaliza y controla las poblaciones y participa también la producción

.C
de los sujetos ya sea bajo formulas institucionales, vinculares o autorreferenciales. Desde tal
perspectiva se hace posible hablar de tales procesos en términos de una economía política del
cuidado, ya que las diversas tecnologías orientadas al bienestar y la salud materializan los
DD
patrones de desigualdad y subordinación social, normalizan y subvierten las lógicas económicas
y de poder y, por lo tanto, los modos dominantes de producción de subjetividades.

Desde la perspectiva del cuidado, es posible problematizar aquellas prácticas, saberes y técnicas
producidos para dar respuesta los sufrimientos y dolencias en contextos de consumo
problemático de drogas. La mirada crítica de los cuidados hace de los saberes y tratamientos
LA

expertos orientados en general a la abstinencia y rehabilitación solo una entre múltiples


alternativas posibles.
El tratar

En los diccionarios, entre las acepciones que remiten a los vínculos sociales, el tratar refiere al
FI

proceder, relacionarse y/o cuidar a otros. Aun siendo la raíz etimológica de la palabra
tratamiento, el tratar no se ha convertido en una noción de importancia en las nociones socio-
antropológicas de salud. El trato incluye las acciones orientadas a otros sujetos, otros cuerpos
sociales y/o individuales, las emociones y sus formas de experimentarlas, expresarlas y


reconocerlas, etc. Sin embargo, categorizar estos términos, implica reconocer una orientación
moral que los atraviesa: mal-trato, buen-trato.

Ulloa ha sido uno de los autores que ha estructurado su análisis en la noción de maltrato en las
últimas décadas de la historia Argentina, incluyendo la Dictadura Militar. Desarrolló ciertos
conceptos como “encerrona trágica” y el dispositivo de la crueldad. Estas encerronas son espacios
donde la víctima depende del victimario para dejar de sufrir y sobrevivir. El hospital psiquiátrico
y otras instituciones totales son vistas por este autor como una expresión de encerronas. La
manicomialización, el encierro como diagnóstico y pronóstico, deviene en el modo de tratar los
padecimientos mentales que se convierte en una suerte de clínica del maltrato. El maltrato refiere
a la falta de reconocimiento del sujeto en cuanto tal tanto en dinámicas relacionales como
institucionales. Para este autor, la mortificación y el maltrato es una forma de sufrimiento social
contemporáneo que afecta a los sectores sociales más desfavorecidos. Las encerronas así
aparecen y se configuran cada vez que alguien, para dejar de sufrir, para cubrir sus necesidades

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básicas, trabajar, vivir, educarse, depende de alguien o algo que lo maltrata o que lo des-trata, es
decir, no lo reconoce como sujeto.

Oponiéndose al maltrato, el buen trato refiere a todo tratamiento y relación social que incluya la
singularidad subjetiva y la escucha basada en la legitimidad y el reconocimiento de la demanda
de la persona que padece. Oponiéndose a la crueldad, la noción de ternura es para Ulloa la base
del buen trato, como abrigo y escudo frente a la violencia social.

Las políticas y subjetividad

Las políticas prohibicionistas/abstencionistas y la penalización del consumo han generado


consecuencias para la salud y la supervivencia de los usuarios/as en general. Además, los modos

OM
en que la tensión y combinación entre medicalización (convertir el consumo de drogas en
enfermedad) y criminalización (convertirlo en crimen) comprometen los derechos relativos a la
autonomía e intimidad y el derecho a la salud. Las políticas dominantes de drogas producen
negligencia, abandono y desamparo, específicamente para aquellos usuarios de drogas de
poblaciones pobres y marginalizados. La desigualdad, pobreza y marginación no sólo multiplican
los obstáculos al sistema de salud y promueven la delegación de actividades y prácticas de

.C
cuidado llevados a cabo por otras instituciones (trabajo, seguridad, educación) al dominio de la
intimidad y los vínculos próximos, a su vez han generado una multiplicidad de prácticas y saberes
entre los propios actores y las mismas poblaciones orientados a la promoción del bienestar y la
salud.
DD
Las perspectivas del cuidado y del trato arrojan una nueva luz sobre las políticas de drogas. La
descriminalización implica más que la despenalización: supone un movimiento social, político y
sanitario que modifique e integre las perspectivas y abordajes sobre el consumo problemático de
drogas, las prácticas y técnicas del cuidado orientadas tanto al bienestar como a la salud e
inclusión social, etc. Es posible reconocer una particular “encerrona” atada a la criminalización,
LA

por la cual el alivio, el bienestar, el dejar de sufrir, quedan sujetos a aquellos que producen la
represión, el maltrato, la negligencia, el destrato. Desarmar estas encerronas hace posible hacer
visible, desarrollar y multiplicar el potencial de las diversas prácticas, saberes, y técnicas de
cuidado y los modos de tratar informales que han permanecido invisibilizados bajo el dominio
exclusivo de la criminalización.
FI

Analizar desde esta perspectiva a los saberes y prácticas, implica hacerlo en una doble lectura: 1)
consiste en analizarlos tanto en el marco de los procesos salud/enfermedad/atención.

2) como también en los procesos económicos, políticos, vinculares, territoriales y subjetivos.




Epele encuentra en sus entrevistas y su observación participación que en muchas narraciones


aparecían la sospecha y la desconfianza como estructurante de los vínculos entre las instituciones
estatales y de salud en particular y los usuarios de drogas. Las mismas están ligadas a la
criminalización del consumo. Los usuarios han narrado diversas experiencias: prácticas curativas
abusivas o con maltrato; intentos de obligación para llevar a cabo tratamientos de rehabilitación;
el efecto de la medicación no tenía el mismo efecto o portaba efectos secundarios que para ellos,
considerados “pobres”; falta de información que se correspondía con un “dejarlos morir”; etc.

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Tanto en la narración de las experiencias particulares como en la expresión de estas afirmaciones,
los usuarios señalan sus relaciones conflictivas con el sistema de salud. Sus elaboraciones y teorías
también muestran desconfianza hacia los sistemas y denuncian la participación de las
instituciones estatales en el proceso de enfermedad y muerte de los jóvenes pobres. Por ejemplo,
con el paco, la teoría más arraigada es que la introducción de esta droga a los barrios es un plan
organizado para aniquilar y exterminar a los jóvenes pobres. Estas elaboraciones suelen ser
desechadas por ser consideradas ilógicas e irracionales. Pero lejos de ser una producción
desechable, este tipo de teorías de complot y planes de destrucción de ciertos grupos sociales
indica una dimensión de la experiencia de gran importancia para la definición de las barreras
existentes entre un conjunto social minoritario y las instituciones de salud de la sociedad
dominante. Tales teorías se han puesto también a la luz en diversas oportunidades en relación a

OM
la epidemia del VIH-sida, nacidas principalmente en África y Haití, que señalan que el virus fue
creado para destruir al Tercer Mundo.

El vih-sida puso en evidencia las profundas consecuencias y las fracturas de los vínculos con las
instituciones dominantes que los procesos de discriminación, persecución e intervención durante
décadas o siglos, han tenido hacia determinadas poblaciones. Estos procesos reflejan la captura

.C
en la memoria social de ciertas intervenciones biomédicas que han implicado estrategias de
experimentación con consecuencias para la salud, supervivencia y el ejercicio de los derechos
humanos de ciertas poblaciones. Aquí no se busca refutar o corroborar las experiencias, sino más
bien reconocer la multiplicación de este tipo de experiencias y elaboraciones. Se trata de analizar
DD
un indicador de los niveles de daño y sufrimiento que las experiencias reiteradas generación tras
generación han tenido en conjuntos sociales oprimidos. La acumulación de estas experiencias se
entiende como la base por la cual se fue dibujando la sospecha como modelo paradigmático de
relación con las instituciones estatales en general y de salud en particular.
Así, con todo, la desconfianza y la sospecha son las bases de una de las más importantes barreras
LA

de acceso entre los usuarios intensivos de drogas e instituciones de salud. La lógica de la sospecha
tiene propiedades particulares. En primer lugar, supone un desdoblamiento de la realidad entre
lo aparente y lo oculto que implica un posicionamiento por el cual lo que se ofrece a la mirada no
es lo que parece. El significado aparente de los mensajes no expresa el sentido, intención y
objetivo real de lo que se comunica. Esta lógica supone inferencias, asociaciones y vínculos que
FI

no están legitimados desde la lógica normativa, y por ello son considerados erróneos, forzados y
distorsionados, siendo desautorizados.

Estas prácticas simbólicas devienen a su vez corporales porque incluyen posiciones (de distancia,


ocultamiento), emociones (rechazo, vergüenza, odio, resentimiento), actitudes (sometimiento,


hostilidad), y esconden en su rutina diaria la historia de daños, abusos y quiebres sociales. Queda
desdibujada la figura de la barrera cuando la sospecha y la desconfianza están orientados hacia
las instituciones del Estado y de la salud, y más aún cuando adopta la estructura de un complot o
conspiración de aniquilación. Esto se debe al proceso de desmentida reactiva y generalizada que
promueve respecto de los dichos de usuarios de drogas, considerada una caricatura de
pensamiento, o un efecto secundario y paranoide del uso de drogas.

Junto con la silenciosa y corrosiva transformación ideológica que hizo de la salud ya no un derecho
sino una mercancía, se llevaron a cabo la privatización y la descapitalización de la calidad y el nivel
de complejidad de atención accesible en los “efectores” destinados a las poblaciones más
vulnerables. Estos procesos han modelado los vínculos, las distancias, los intercambios entre los
usuarios de drogas y profesionales de salud y han promovido el desarrollo de saberes, de

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prácticas de cuidado informales, y de acciones sobre sí u otros que tienden a dar respuesta a los
malestares, las enfermedades y/o posible muerte.

Se diferencian 3 momentos en la historia de estos vínculos:

1- La década de los 80, con la dominancia del consumo por vía inyectable, el uso compartido o
transferencia de jeringas, las consecuencias de estas prácticas, se delineó el mapa de
vulnerabilidad, malestares, enfermedades y conflictos en los vínculos con las instituciones y
profesionales de la salud. Las sanciones y rechazos eran menores a lo que son actualmente,
debido a que la problemática de las drogas aun no era vista socialmente y no estaba asociada a
la seguridad. La aparición del VIH-sida y la ausencia de programas de información y prevención,

OM
generaron un aprendizaje “salvaje” con huellas hasta el presente. En 1989, se sanciona la Ley de
Estupefacientes conjunto a una expansión altísima del consumo de la cocaína. Ello desarrolló un
complejo dispositivo policial-judicial-sanitario que establecía el tratamiento de rehabilitación
compulsiva cuando la persona era acusada de tenencia de estupefacientes, cuando tenia
dependencia y prefería la abstinencia antes que el encarcelamiento. Por medio de tal dispositivo,
proliferaron los servicios estatales de atención terapéutica, organizaciones no gubernamentales
y clínicas privadas. Sin embargo, pese al pedido de amigos, familiares o del mismo usuario para

.C
la internación, la realidad era que se encontraban con obstáculos para el ingreso como así
también se encontraban con escasez o falta de lugares adecuados y disponibles para las
poblaciones vulnerables. Ello llevó a que tanto las comisarías como los psiquiátricos acabaran
DD
siendo los lugares de resguardo de sí y de terceros. Así, los dispositivos y sus tratamientos de
rehabilitación se trajsformaron en componentes de un engranaje que producían jóvenes pobres,
adictos e institucionalizados.

2- En la década de los 90, se comenzaron a implementar programas de reducción de daños en


LA

diferentes zonas de Buenos Aires. Se buscó la reducción de daño principalmente de la epidemia


del VIH-sida y de otras enfermedades infecciosas y comenzaron a circular en los barrios donde el
uso de las drogas y la vulnerabilidad se hacían presentes a través tanto de información como de
prevención. Aunque en la actualidad existen zonas y asentamientos de diferentes ciudades con
varios programas, solo constituyen una alternativa dentro del conjunto heterogéneo,
FI

contradictorio, restrictivo y fragmentario de políticas sobre drogas en nuestro país.

3- A fines de los noventa e inicios del 2000, la llegada del paco se correlaciona con el deterioro


acelerado de las condiciones de vida y la progresiva escasez de otras sustancias. Los vínculos de
las poblaciones vulnerables con las instituciones de salud se vieron profundamente modificados.
Debido al rápido deterioro corporal en casos de consumo intensivo, hurto a familiares y vecinos,
a la multiplicación de experiencias de agresión y autoagresión, heridas y daños vinculares
relacionados directa o indirectamente con el consumo, los familiares comenzaron a demandar
acciones concretas al Estado. Estas demandas giran en torno a la intervención del Estado respecto
a las condiciones de salud y supervivencia de estos jóvenes. Muchas demandas, dirigidas a la
policía y la justicia para que intervinieran sobre la venta de drogas, y otras estaban dirigidas a las
instituciones de salud y a la justicia para que llevaran a cabo acciones prácticas y rápidas de
resolución de emergencias.

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Así con todo, la internación se perfiló como la estrategia dominante para resolver las
consecuencias de las realidades sociales y familiares que las reformas políticas y económicas
habían dejado en estos barrios.

Jeanne Favret Saada nació en 1934 en Túnez. Sus primeros estudios etnográficos se focalizaron
en la naturaleza y la dinámica de los sistemas políticos de la región de Magreb. Luego pasó a
estudiar la sorcelliere-brujería. Para comprender el funcionamiento de los fenómenos de

OM
embrujamiento y desembrujamiento desarrolló un abordaje que la llevó a replantear cuestiones
metodológicas y epistemológicas de relevancia para el campo de las ciencias sociales.

Para Jeanne, el análisis simbólico y el estudio representacional apenas dan cuenta de los
fenómenos cifrados en la brujería ya que funcionamiento y significado exceden la dinámica
simbólica organizada en torno al ritual y el lenguaje representacional. Los actos de
embrujamiento/desembrujamiento son producidos por y producen una lógica cuya fuerza no

.C
proviene de las palabras pronunciadas ni de las acciones emprendidas por quienes protagonizan
la brujería. Esa fuerza es anterior a la representación e impregna a los símbolos que intentan
comunicar un significado. Se trata del “ser afectado”, el impacto que genera una experiencia bajo
DD
la forma de quantum energético de tipo inconsciente que sólo es aprehensible para el etnógrafo
a través de su experimentación directa. Así, no solo participar y observar son necesarios, sino que
también dejarse afectar por la lógica de su funcionamiento.

¿Qué tipo de dispositivo metodológico se debería introducir para investigar fenómenos de estas
características? ¿Qué significa ser afectado/a? ¿Acaso que el/la etnógrafo/a experimenta el
LA

mismo fenómeno que los/as nativos/as? Al aplicarse este método de trabajo, ¿cómo es recolocado
el distanciamiento clásico entre el sujeto y el objeto?

La emergencia de esta problemática, de la mano de Favret Saada, reclama un lugar singular en la


Antropología Social por dos motivos: 1) confinar a ser objeto de estudio de historiadores
FI

medievales, folkloristas o de la antropología africana, la brujería no había sido objeto de una


etnografía que registrara su existencia contemporánea en la sociedad francesa. 2) su estudio de
la brujería le demandó el desarrollo de una metodología que atendiera la forma específica en que
esa noción era experimentada por sus interlocutores. Sólo cuando la antropóloga se mostró
afectada por las mismas fuerzas que sacudían a los habitantes del Bocage, los interlocutores


comenzaron a compartir con ella informaciones referidas a su campo de estudio. “Ser afectado”
sería el nombre de la metodología que ella dio para lograr comunicarse con los sujetos indagados.

Características del ser afectado:


❖ Buena parte de la comunicación entre antropologa-informante no se realizaba a través
de las palabras, era aprehensible a través de la transmisión de una carga energética que
era leída en el comportamiento y apariencia de los interlocutores.
❖ Dejarse impactar por el mundo que habitaban los sujetos estudiados, posibilitó el acceso
a una vida hasta entonces denegada: el de la existencia y eficacia de la brujería.
❖ Trasciende lo demandado por una observación participante a través de la cual se
experimentaba con fines heurísticos y por un período acotado de tiempo, el mundo del

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otro. Ser afectada le demandó a Favret-Saada la supresión del sujeto de la enunciación
(yo) a favor de la descripción científica del objeto (ellos).

En el campo de la Antropología Social latinoamericana es poco conocida la perspectiva que sobre


el trabajo de campo desarrolló Favret-Saada. Las premisas y los procedimientos que componen
el “dejarse afectar” como método han sido escasamente utilizados en la investigación y es muy
difícil encontrar referencias a su obra. La producción académica relativa al trabajo de campo tiene
una presencia acotada pero significativa en regiones de Brasil y Argentina. En algunos casos esa
reflexión se halla organizada en torno al concepto de reflexividad introducido en la Antropología
Social. Pero el principio reflexivo incorporado a la lógica de las prácticas no es equivalente a la
comunicación involuntaria e inconsciente sintetizada en el concepto psicoanalitico de Favret-

OM
Saada que es “ser afectado”.

SER AFECTADO (La traducción de Zapata y Genovesi)

El trabajo sobre brujería la condujo, a Favret-Saada, a reconsiderar la noción de afecto y la


importancia de la exploración de su significado. Su experiencia de campo y la terapia analítica la
llevaron a cuestionar el tratamiento paradojal que ha recibido el afecto en la antropología. En

.C
general, los autores lo ignoran o niegan su lugar en la experiencia humana. Cuando los afectos
son reconocidos, es para demostrar que son sólo un producto de una construcción cultural y que
no tienen ninguna consistencia fuera de esa construcción. Favret-Saada trabaja con la hipótesis
según la cual la eficacia terapéutica, cuando se produce, depende de un trabajo realizado sobre
DD
el afecto no representado. Se pone en cuestión la limitación de la antropología al estudio de los
aspectos intelectuales de la experiencia humana, a las producciones culturales del
“entendimiento”. Por ello, se hace necesario rehabilitar la noción de “sensibilidad”.
Favret-Saada plantea que durante su trabajo de campo no pudo hacer otra cosa que dejarse
afectar por la brujería, para ello adoptó un dispositivo metodológico que le permitiera desarrollar
LA

una cierta clase de conocimiento. No era ni la observación participante ni la empatía.

En 1968, cuando fue a la Bocage, evidencia la abundante literatura etnográfica sobre brujería.
Por un lado, estaba las de los folcloristas europeos y, por el otro, la de los antropólogos
anglosajones (africanistas y funcionalistas). Los folcloristas europeos no tenían conocimiento
FI

directo de la brujería rural. Hacían encuestas regionales, reuniéndose con élites locales o
presentándose ante campesinos con interrogatorios y cuestionarios para saber si todavía creían
en ella. No había observación ni participación.

Los antropólogos anglosajones pretendían al menos hacer “observación participante”. En el




campo, solían combinar dos tipos de comportamientos: una postura activa, que implicaba un
trabajo regular con informantes pagos, a quienes interrogaban y observaban. Y una postura
pasiva, en la que asistían a eventos relacionados con la brujería. El primer tipo de conducta
difícilmente se puede entender como participación (era el informante quien participaba) y en el
segundo caso, el participar se reducía a “estar ahí” , siendo esa presencia el requisito mínimo para
que la observación sea posible. En resumen, lo que mas les importaba era observar que participar.
Cuando Favret-Saada comenzó su trabajo, los campesinos del Bocage se negaron a alimentar la
división existente entre el etnólogo y el informante. Sabían que ella jugaría en el lugar privilegiado
(el de la verdad, la ciencia, lo real y el saber) mientras que ellos el peor lugar (el lugar del atraso).

Lo cierto es que ellos sólo le empezaron a hablar del asunto cuando notaron que la autora había
sido tomada y había sido afectada por los efectos reales de los actos rituales. Algunos pensaron
que ella era una desembrujadora y se dirigían a ella para que actuara y otros pensaban que ella

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estaba embrujada y le hablaron para ayudarla a salir de ese estado. Ellos le exigieron que
experimentara por su propia cuenta (y no por cuenta de la ciencia) los efectos reales de esa red
particular de comunicación en la que consiste la brujería.

Inicialmente, Favret-Saada no paró de oscilar entre dos dificultades: si participaba, el trabajo de


campo se convertiría en una aventura personal, pero si se trataba de observar, lo que significaba
mantenerse a distancia, no habría nada qué observar. En el primer caso, su proyecto científico
estaría amenazado y en el segundo arruinado. Lo cierto es que hubo claridad en la elección
metodológica. Se comprometió a hacer de la participación un instrumento para el conocimiento.
En los encuentros con los embrujadores y desembrujadores, se dejó afectar, sin tratar de
investigar, entender o recordar. Y una vez en su casa, escribió sobre estos hechos. Tal diario de

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campo tuvo dos objetivos:

• A corto plazo, entender lo que querían de ella, encontrar respuesta a cuestiones como
“¿Por quién me toma X persona?; ¿Qué quiere Y de mí?. Debía encontrar una respuesta
urgente porque en el próximo encuentro, la harían actuar. Ella estaba experimentando
ese sistema desconocido y exponiendo su propia persona en él.
• A largo plazo, por más que viviera una experiencia personal fascinante, en ningún

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momento se resignó a no comprenderla. Organizó su diario de campo para que más
adelante sirviera como instrumento de conocimiento. Haciendo de las notas una
precisión maniática, para que más tarde pudiera re-alucinar los eventos y poder
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entenderlos.

Tal diario de campo fue diferente al de Malinowski o Métraux, por ejemplo. Ellos encontraban en
el diario de campo un espacio privado donde “dejarse ir”, era un espacio de recreación personal.
Por el contrario, las reflexiones privadas o subjetivas están ausentes en el diario de Favret-Saada,
excepto cuando determinados acontecimientos de su vida habían sido evocados por sus
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interlocutores. Lo cierto es que las experiencias la afectaron muchísimo. Apenas llegaba a su casa,
tomaba una gran cantidad de notas, pero para calmar la angustia de haberse comprometido
personalmente. Una vez que aceptó tomar el lugar que se le fue asignado durante las sesiones,
abandonó la tarea de tomar notas: todo pasaba muy rápido, dejaba correr las sesiones sin
cuestionarlas y no comprendía nada de lo que sucedía.
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No obstante, grabó todas las sesiones para conformar un material sobre el cual pudiera trabajar
más tarde. Aceptar “participar” y ser afectado no tiene nada que ver con una operación de
conocimiento por empatía, cualquiera sea el sentido que se le da a la palabra. Hay dos acepciones
de empatía:


1) To empathize: Se la entiende como indirectamente, poder experimentar las sensaciones,


percepciones y pensamientos de otro. Por definición, la misma supone una cierta distancia. No
se está en el lugar del otro, se intenta representar o imaginar lo que sería estar ahí. Por el
contrario, Favre-Saada estaba en la posición de los nativos, estaba sacudida por las sensaciones,
percepciones y pensamientos de quien ocupa un lugar en la brujeria. Cuando se está en el lugar,
somos borbardeados por afectos (intensidades) que no se significan generalmente.

2) Einfühlung: Se destaca la inmediatez de la comunicación, la fusión con el otro a la que se puede


llegar a través de la identificación con él. Permite conocer los afectos del otro. En este caso, Favre-
Saada por el contrario afirma que ocupar un lugar en el sistema de la brujería no le informa nada
sobre los afectos del otro. Ocupar tal lugar le afecta, moviliza o modifica su propio bagaje de
imágenes sin instruirse sobre aquello que le ocurre a sus compañeros. Pero el sólo hecho de
aceptar ocupar esa posición y ser afectada por ello abre un tipo de comunicación específica con

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los nativos: una comunicación de todo involuntaria y desprovista de intencionalidad (que puede
o no ser verbal).

Entre personas igualmente afectadas por el lugar que están ocupando, se producen cosas que
resultan inaccesibles para la percepción del etnógrafo, se hablan de cosas que los etnógrafos no
hablan, o las personas callan. Al experimentar las intensidades vinculadas a tal posición, se
descubre que cada uno presenta un tipo específico de objetividad: allí solo puede acontecer un
cierto orden de eventos, no puede ser afectado sino de una cierta manera determinada. Cuando
un etnógrafo acepta ser afectado, eso no implica identificarse con el punto de vista del nativo.
Aceptar ser afectado supone asumir un riesgo de que el proyecto de conocimiento se desvanezca.

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Este tipo de proyecto presenta 4 rasgos distintivos:

1) Su punto de partida es el reconocimiento de que la comunicación etnográfica ordinaria


–una comunicación verbal, voluntaria e intencional que apunta al aprendizaje del sistema
de representaciones nativas– constituye una de las formas más empobrecidas de la
comunicación humana. Ella es especialmente inadecuada para proveer información
acerca de los aspectos no verbales e involuntarios de la experiencia. En las etnografías,

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las situaciones, banales y recurrentes, de comunicación involuntaria y desprovista de
intencionalidad, nunca son analizadas como lo que son: la “información” que estas
situaciones aportan al etnógrafo son plasmadas en el texto, pero sin ninguna referencia
a la intensidad afectiva que las acompañan en la realidad. Esta “información”, a su vez,
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se coloca al mismo nivel que la otra información, la que surgió de la comunicación
voluntaria e intencional. De hecho, podríamos decir que constituirse en un etnógrafo
profesional supone ser capaz de maquillar automáticamente todo episodio de la
experiencia de campo en una comunicación voluntaria e intencional.
2) El investigador debe tolerar vivir una suerte de escisión (schyze). Dependiendo de la
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situación, debe dar prioridad a aquella parte de sí mismo que es afectada, modificada por
la experiencia de campo; o bien, dar prioridad a esa otra parte en él que quiere registrar
esa experiencia, a fin de comprenderla y transformarla en un objeto de estudio de las
Ciencias.
3) Las operaciones de conocimiento se extienden en el tiempo y están separadas las unas
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de las otras: en el instante en el que uno es más afectado, no puede relatar la experiencia;
cuando se la narra, no es posible comprenderla. El tiempo para el análisis viene después.
4) El material recogido es de una densidad particular y su análisis nos lleva inevitablemente
a romper con las certezas científicas mejor establecidas.


Cita de Favre-Saada:
“Mi experiencia de campo –porque ella dio lugar a la comunicación no verbal, no intencional e
involuntaria, al surgimiento y al libre juego de los afectos desprovistos de representación– me ha
permitido explorar diversos aspectos de una opacidad esencial del sujeto para sí mismo. Esta
noción es, de hecho, tan vieja como la tragedia, y ha sostenido toda literatura terapéutica
durante un siglo. Poco importa el nombre asignado a esta opacidad (“inconsciente”, etc.): lo
importante, en particular para una antropología de las terapias, es ser capaz de plantearlo y
colocarlo en el centro de nuestros análisis, de aquí en más”.

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