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Butler acude al método genealógico de Foucault para afirmar que las categorías de sexo
y género han sido configuradas como efectos de una forma de poder. Los poderes
políticos, que obedecen a intereses particulares, designan como origen identidades
concretas; por ejemplo, en el caso del hombre se le asigna el papel productivo y a la
mujer el reproductivo, ambos con intereses económicos con repercusión directa en el
Estado. Sin embargo, tales identidades no son más que efecto de ciertas instituciones,
prácticas y discursos, elementos que tienen una génesis diferente.
En el caso concreto del género, se mencionan dos prácticas que hasta hoy habrían fijado
el contenido de la identidad femenina: el falogocentrismo y la heterosexualidad
obligatoria.
El análisis de Butler no se limita a la deconstrucción del género, sino que ésta incluye
también la del sexo. El hacer del género ha implicado historicamente un proceso de
naturalización del sexo, el cual supone, en el nivel más básico, la diferenciación de
placeres y partes corporales, según las ya definidas bases de significación de género.
De acuerdo con esta teoría, la constante repetición de los actos de habla produce la
creencia generalizada de una división natural entre hombre y mujer. El habla configura
los hechos. Siguiendo el hilo de esta afirmación, existiría cierto tipo de violencia hacia
el cuerpo por parte de los conceptos y las categorías. En concreto los homosexuales u
otros géneros distintos del masculino o femenino resultan ininteligibles en un espacio
así, pues carecen de cabida en las categorías establecidas a través del lenguaje del
poder.
Por tanto, sólo aquello que se repite se naturaliza y por tanto significa. De este modo, si
todo es repetición, Butler propone apoderarse de ciertos aspectos repetitivos, no para
imitarlos, sino para desplazarlos. El objetivo principal de la teoría de género, por ende,
es buscar alternativas de inteligibilidad cultural que abran nuevas posibilidades a
expresiones distintas de género, como es el caso de aquellas que superan la
heterosexualidad. La teoría de género de Butler afirma que la deconstrucción
pretendida tiene lugar en la propia citación, es decir, en la repetición misma. Así como
los modos de hablar sirven para dominar, también los modos de hablar sirven para
emancipar y deconstruir.
Butler respalda la famosa sentencia de Beauvoir no se nace, se hace mujer, y agrega que
incluso cualquier individuo puede elegir no ser hombre, ni mujer, sino homosexual. El
paso más radical de este planteamiento se da al reconocer que no tiene caso hablar de
hombre ni mujer, ni homosexual ni lesbiana. Al final del día puede haber tantos géneros
como posibilidades culturales se ofrezcan.
Al separarme de esta tesis medular de Butler me separo, por tanto, de su concepción del
género.
1) Reflexiones personales
Como último aspecto se considera el sexo sociológico. Este se refiere al sexo asignado
como resultado de un proceso histórico-cultural, con el cual se identifican ciertas
funciones y roles como propios del hombre o de la mujer. Sobra decir que el “sexo
sociológico” está lleno de estereotipos que deben ser superados y, por ende, es el
aspecto más resbaladizo y conceptualmente borroso de los tres.
Definitivamente, cómo lo afirma Janne Haaland Matláry, “el eslabón perdido del
feminismo es una antropología capaz de explicar en qué y por qué las mujeres son
diferentes de los hombres”.3 Esta antropología sólo es posible mientras se mantenga una
3
HAALAND MATLARY, Janne. El tiempo de las mujeres. Notas para un nuevo feminismo, RIALP,
Madrid, 2000, p.23.
adecuada relación entre sexo y género, entre naturaleza y cultura.
Ciertamente queda aún un largo trecho de reflexión para encontrar el justo medio que
concilie dichos binomios. Debemos ser valientes para revisar y enmendar todo aquello
que, históricamente, ha suprimido, oprimido y reprimido el valor de radical de mujer y
hombre.
Es innegable que han existido y existen en el mundo, muchas injusticias hacia las
mujeres. Los indicadores empíricos son pavorosos. No obstante, es indispensable
reconocer y afirmar que este largo elenco de discriminaciones y opresiones no tiene
ningún fundamento biológico, sino raíces culturales que es preciso erradicar. Con esto
me refiero a que en la naturaleza de la mujer no se encuentra algún tipo de dispositivo
que la determine como inferior al hombre o como predispuesta a recibir ciertas
discriminaciones e injusticias. Si hay discriminación laboral, por ejemplo contra algunas
mujeres en condición de embarazo, no es por ley natural sino por una deficiencia en el
terreno cultural que nos es urgente resolver.
Un rasgo distintivo de esta teoría es que la identidad es definida a partir de las funciones
desarrolladas por el hombre o por la mujer. La actividad, sin embargo, aunque no es
irrelevante, es accidental. Cuando algunas feministas imaginan un futuro sin género
creen que realidades como la maternidad estaría tan separada conceptualmente de la
educación que las funciones de ambos sexos serían las mismas, quedando así abolida
por completo la diferencia.
Ésta definición debe ser adecuada para describir los aspectos culturales implicados en la
construcción de las funciones sociales del varón y de la mujer y, así, no confundir los
ámbitos de lo correspondiente a la naturaleza y a la cultura. El típico ejemplo de esta
concepción errónea es la adscripción de la esfera pública a los hombres y a las a las
mujeres de lo privado o, peor aún considerar que la racionalidad es típicamente
masculina y el sentimiento, típicamente femenino. Un punto especialmente delicado de
esta discusión es el tema de la maternidad. El feminismo posmoderno considera que
endosar a las mujeres el rol maternal no es sino un mecanismo de control patriarcal.
Para la teoría de género, la maternidad es un rol que el sistema patriarcal (Estado,
Iglesia, familia) utiliza para oprimir a la mujer. El debate es, sin duda necesario. Existen
roles “maternales” culturales. Cuidar a un bebé no es masculino nio femenino. Y, sin
embargo, parir y amamantar son dos funciones exclusivas de la mujer.
Por otro lado, ciertamente, el destino de la mujer no es ser madre, pues se trata de una
decisión que involucra sobre la libertad del ser humano derivada de la responsabilidad
de las propias acciones. Como un ejemplo vivido de esta afirmación contamos con la
experiencia de muchas mujeres que han decidido libremente abstenerse de la
maternidad biológica para alcanzar otros fines.
Como bien menciona Aquilino Polaino, el debate entre “género” y “sexo” ha suscitado
una profunda crisis en las convicciones acerca del significado de lo masculino y lo
femenino, así como sobre el modo de comportarse según el ser de la mujer o del
hombre, en definitiva, sobre el sentido del ser personal en función de ese hecho
diferencial que les distingue.
En primer lugar, porque se estableció una fuerte y rígida simetría, un tanto unívoca,
entre el código genético (naturaleza) y el código social (roles y comportamientos).
Naturaleza y cultura (natura naturata y natura naturans) fueron articuladas de una
forma relativamente opresiva, sin apenas grados de libertad, sin posibilidad casi de
alguna variabilidad. Lo cultural (los roles, el género) fue entendido como una invariable
prolongación de lo natural (el sexo biológico). Sobre este factor los movimientos
feministas comenzaron a desdeñar lo natural por identificarlo como motivo de
discriminación, por tanto, el único medio para una emancipación, era la desarticulación
de lo biológico, es decir de lo natural.
4
BURGGRAF, Jutta. ¿Qué quiere decir género?, Promesa, San José, 2001.
cual, la mujer dedicada a su familia y a servir a los demás, o sufre de esquizofrenia o
vive con una frustración perpetua que no le permite ser feliz, eliminando con esto,
dentro del margen de la mujer realizada, a todas aquellas que han dedicado su vida a la
donación a otros, ejemplos de los cuales tenemos de sobra.
Es cierto que el ámbito de acción de las mujeres hoy más que nunca rebasa el de esposa
y madre. Pero también es una obligación de esta lucha por la dignidad de la mujer,
lograr que estas aspiraciones sean tomadas con respeto. También es un modo de
injusticia, quizá más peligroso por más sutil, declarar que el único ideal de la
independencia femenina es la actividad profesional externa.
5
http://www.scribd.com/doc/420312/Edgar-Fdo-Rodriguez-Aguilar
atañe directamente a la libertad del ser humano y más que plenificarla, la opaca al
declarar como obligatoria la misma indefinición.
Es un hecho biológico que sólo la mujer puede ser madre, y sólo el hombre puede ser
padre. Mientras que la teoría de género muestra un cierto afán de autosuficiencia de
ambos, la sexualidad humana, expresada primeramente en el aspecto biológico, muestra
una clara disposición hacia el otro.
Es menester afirmar que esta unidad no anula las diferencias, al grado de que negar
éstas conduce inevitablemente a la autonegación del ser humano. La ruptura con la
biológico más que liberar de los “grilletes del sexo”, parece obstruir un desarrollo pleno
del ser humano ya que, al no haber ningún hombre ni mujer completa, esta perfección
siempre se alcanza en relación con el otro.
En cada actividad se hace necesaria la cooperación de los dos sexos, en razón de sus
matices femeninos y masculinos. Por eso el varón ha de estar más presente en la familia
y la mujer en la sociedad. Hace falta ir hacia lo que se podría describir como una familia
con padre y una cultura con madre; realidad que inevitablemente plantea nuevos retos a
la filosofía y de los cuales no podemos abstenernos por ser considerados como una
responsabilidad en la búsqueda de la verdad.