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ANDORNO

RESISTENCIAS FAMILIARES AL DISPOSITIVO DE AT

Algunas reflexiones acerca de una de las problemáticas que seguramente


muchos de nosotros hemos tenido que transitar es el de la familia de aquel
paciente con la que no se puede trabajar.

Familiares que indiferentes a nuestra formación, rol específico y de la presencia


de profesionales a cargo, pretenden presentarse como los directores del
tratamiento o desarrollan cierta habilidad para reducir o boicotear con un máximo
de precisión todo tipo de propuesta o logro terapéutico.

En este sentido las familias se configuran a partir de las características de los


miembros que la componen y su ubicación dentro de esa trama relacional.

El tipo de familias con las cuales nos relacionamos en nuestro trabajo tienen dos
particularidades: una, la de contar con un miembro con ciertas limitaciones
producto de un deterioro, enfermedad detectada o accidente. Dos, la de no
tomar el camino del abandono, la de alojar a este miembro y reconfigurar los
proyectos grupales en torno a las necesidades especiales que este integrante
presenta.

Atentamos contra el funcionamiento familiar dado; así es que venimos a romper


con un equilibrio tan laborioso y cuidadosamente logrado a través del tiempo.

En la medida de que nuestro paciente comienza a recuperarse, a ocupar un rol


más proactivo, demandante de otras cuestiones, con mayor autonomía y
autodeterminación, también comienza a necesitar cada vez menos asistencia; lo
que da por resultado que del otro lado comienza a haber gente cada vez menos
necesitada en su rol asistencial, lo cual implica ciertos tipos de renuncias que no
todos los familiares están dispuestas a llevar a cabo:
Renuncia a tener un padre, amigo, pareja o hijo “especial”.
Renuncia a un tipo de vínculo parasitario, que implica el trabajo de
construir
otro tipo de vínculo menos simbiótico e inimaginable hasta el momento.
Renuncia a la dedicación y preocupación permanente, lo que implica
tener más espacio mental para ocuparse de su propia vida o matrimonio.
Renuncia a la posición de poder y control casi absoluto
sobre esta persona desvalida.
Renuncia a la juventud y vitalidad eterna requerida para sostener esa
relación asistencial permanente.

Volviendo a la estructura familiar dada, y a la situación actual bajo la cual


recibimos la demanda de AT, al modificar las condiciones de vida (suponiendo
que ese cambio es para mejor) de uno de los miembros implica un planteo
diferente para el funcionamiento familiar, siendo la respuesta natural de
cualquier estructura constituida, frente a un panorama de cambio, la resistencia.
Los boicots a las actividades propuestas, muchos de los cuestionamientos al
dispositivo de AT o al tratamiento en general, disconformidades o criticas
personales a los acompañantes terapéuticos, como así también las adulaciones
(tales como ángeles de la guarda, salvadores de la familia, el terapeuta de la
pareja parental, el hermano que hubiese querido darle, etc.) que buscan cierto
grado de complicidad y corrimiento del rol, no son más que modos de resistir.

Creo que este modo de comprender estas cuestiones nos posibilita obtener una
perspectiva más clara acerca del contexto familiar del paciente, a partir de la
cual podamos pensar y elaborar estrategias de acción que nos facilite el
desarrollo de nuestro trabajo de modo más eficaz, ético y a su vez nos permita
sostener los logros alcanzados con el paciente.

Me gustaría aclarar que este planteo no intenta negar la particularidad de cada


caso, al contrario, intenta afirmarla en el sentido de que no todas las familias se
presentan con el mismo grado de resistencia, o los mismos métodos para
resistir, aunque crea que en todas se pone en juego de modo más o menos
evidente estas cuestiones.

Su singularidad resulta del entrecruzamiento de diferentes factores que definen


al entorno:
• Capacidad de renuncia,
• Grado de narcisismo puesto en esa relación,
• Grado de rigidez mental de los miembros,
• Proyectos individuales y grupales,
• Capacidad de disfrute,
• Capacidad de generar y sostener lazos sociales exogámicos.
• Y seguramente otros….

La novedad con la que tropezamos, ansiada o crítica, nos desafía a la creación


de nuevos planteos o estrategias posibles, de modo que esto nuevo pueda
capitalizarse y sostener lo terapéutico del vínculo.

Retomando la cuestión de los obstáculos que el entorno de nuestro acompañado


puede generar, además de ser asumido, no como una cuestión personal, sino
como una reacción natural de todo funcionamiento constituido, debe ser
considerada la necesidad de una intervención estratégicamente pensada para
poder continuar con el proceso transformador que plantea cualquier tratamiento.

Al momento de ser confrontados por los portavoces de los aspectos más


conservadores del sistema familiar, el at, que nunca deja de ser un agente
exogámico.

Si planteamos que la naturaleza del reclamo o demanda no correspondiente con


nuestro rol, esto remite en realidad a una reacción contra el panorama de
transformación del que somos promotores.

Adoptar una posición defensiva de dar la explicación correspondiente o remitirse


al encuadre acordado una y mil veces, resultará en un gasto de energía
permanente que nos alejará cada vez más de los objetivos propuestos y sólo
logrará un redoblamiento de tales resistencias que atentará contra la continuidad
del dispositivo de AT.

Es por ello que lo recomendable resulta de la toma de distancia respecto de las


confrontaciones y una respuesta efectivamente apaciguadora. Si el cambio es lo
que asusta, sería realmente estratégico en principio no prometer grandes
progresos o hacer alarde de los logros alcanzados con el acompañado; otras
veces será necesario solapar las nuevas conquistas terapéuticas. No son sólo
los tiempos del paciente los que se ponen aquí en juego, sino también los
tiempos del contexto social más cercano en el cual se despliega la existencia del
acompañado. Una respuesta asertiva siempre debe, no sólo contemplar este
aspecto, sino también dejar constancia de que tales vínculos naturales del
acompañado nunca serán infringidos por nuestra presencia.

Por lo tanto, si percibimos que desde el entorno se proponen comentarios o


actitudes que busquen corrernos de nuestro rol de ats será importante estar
advertidos, ofrecer respuestas que afirmen la incompletud, carencia o rasgo
vicariante de nuestra posición frente a la suya. La estrategia consistirá en re-
direccionar la mirada puesta en la potencialidad transformadora (“peligrosidad”)
de nuestro vínculo hacia la necesariedad y contundencia de su protagonismo en
la vida del acompañado.

En este escrito me he referido casi exclusivamente al funcionamiento familiar,


tomando a “la Familia” como un escenario donde pueden tener cabida estas
resistencias como fenómenos propios de su dinámica. Pero “la Familia”
constituye un espacio institucional posible en el que se encuentre co-existiendo
nuestro acompañado, por lo que estos desarrollos bien podrían ser aplicados a
cualquier otro contexto institucional donde este habite y nos toque acompañarlo,

Los acompañantes terapéuticos trabajamos para la recuperación del paciente,


para el restablecimiento de su dignidad y de sus derechos. Nuestra praxis no
está ligada a ser funcionales a un determinado modo de funcionamiento
institucional, a emparchar los agujeros que el mismo funcionamiento genera, a
obtener los beneficios propios de responder al pie de la letra a las demandas de
su entorno, a distraer o tranquilizar al paciente en pos de su sometimiento.
Nuestro rol debe ser instituyente, debe estar relacionado con brindar un espacio
diferente que promueva el surgimiento de sucesivas transformaciones
terapéuticas relativas al desarrollo de un mayor grado de autonomía,
autovalimiento, reposicionamiento subjetivo, inserción en nuevos espacios
sociales y comunitarios… Acompañar hacia una meta, dejándonos atravesar por
los acontecimientos encontrados, superando obstáculos y asumiendo que lo
incierto de lo que queda por delante nos da cuenta de que no todo está escrito.

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