Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Ideas 1- Unidad II
Ideas 1- Unidad II
En rojo son los apuntes de clases. En verde son los trabajos prácticos. En azul datos de internet.
UNIDAD II: La reflexión política en el marco de la polis
En Grecia encontramos el verdadero comienzo de nuestra Historia del Pensamiento Político. El pensamiento político
griego la vida política de la que aquel nace y a la que tematiza siguen formando el suelo cultural sobre el que todavía hoy
se asienta nuestra vida. Para corroborar esta afirmación basta recordar que nuestro vocabulario político, empezando por
la misma palabra "política" y siguiendo por cualquier otra como monarquía, democracia, etc., mantiene vivos, con
mínimas modificaciones, los mismos fonemas que utilizaron los helenos.
Grecia y Roma, han contribuido esencial y definitivamente a la configuración de nuestro mundo político en sus ideas e
instituciones, pero cada uno con un acento diferente. El gran legado de Grecia tiene valor sobre todo en el nivel delas
ideas. Roma, por el contrario, produjo poca materia original en el terreno del pensamiento o teoría política. Su gran
realización se encuentra en la forma política.
Los griegos nos interesan sobre todo por sus ideas, se debe .en gran parte a que no fueron capaces o no tuvieron
interés en crear una forma política de gran envergadura; no pasaron del nivel organizativo político propia de la institución
cantonal y en muchas casos se quedaron en el pequeño municipio, pues esto fue la polis. Bien es verdad que la cultura
común encontró expresión en instituciones panhelénicas como fueron los juegos y los cultos; pero estas instituciones no
fueron es específicamente políticas. Cuando un enemigo externo amenazo al mundo griego y forzó a las ciudades a
cooperar para su defensa, esta unión política no supero el nivel de la confederación temporal. La polis minúscula, que
con su multiplicidad salpica todo el mapa de la Greda clásica, es el primer gran tema de nuestro estudio.
La Polis
Lo llamativo de la cultura política griega consiste precisamente en que se organizó y cristalizo en unidades de
dimensiones reducidas: “las poleis”. Se trata de un núcleo urbano que domina sobre un pequeño territorio. Esparta y
Atenas fueron las dos grandes entidades políticas que consiguieron el máximo desarrollo territorial dentro del mundo
helénico. La vida de una polis se desenvuelve en constante relación con las otras, pero sin perder conciencia de su
identidad.
La convivencia entre las poleis fue siempre una convivencia intensa, en épocas de paz, cuya actividad más excelsa
fueron los juegos panhelénicos, y con muy frecuentes épocas de guerra en las que los griegos luchaban entre sí con
extremada crueldad. Nunca la polis fue una entidad cerrada en sí misma en cuanto a su dinamismo; lo fue en cuanto a
“sus componente" como lo requiere toda comunidad altamente integrada y con una fuerte conciencia de la propia
identidad. Por tanto, en el mundo griego se superpone de un modo electivo una comunidad general de etnia y cultura
(comunidad lingüística, religiosa, de costumbres, artística) a las pequeñas comunidades locales. La comunidad general
tuvo parcial expresión en confederaciones y ligas de diversas amplitudes y duración, que generalmente se formaron y se
mantuvieron por la acción hegemónica de una polis que imponía su dominio a las otras, superando de modo regional y
temporal la atomización del mundo griego. Ante la agresión de los barbaros aquella conciencia general fue capaz de
unificar militarmente a los helenos para la defensa común, pero no fue capaz de conseguir la unidad política entre ellos:
la unidad política quedo siempre reducida a la polis.
La organización política post-dórica es muy simple. Pequeñas unidades de población, asentadas sobre las destruidas
fortalezas micénicas, dominan el territorio periyacente. Estas unidades son independientes entre sí, pero con una vida
intensa de relaciones, hostiles unas veces y convivenciales otras. Estos asentamientos participan de una cultura común
cuya base es la lengua y pronto la escritura. Comparten tradiciones de la época micénica, una religión que ofrece
santuarios comunes y unas fiestas deportivas que tienen tres grandes centros de celebración: en Olimpia los juegos
dedicados a Zeus, en Delfos los juegos dedicados a Apolo, y en Corinto los juegos dedicados a Poseidón. Esta sencilla
organización evoluciona, adoptando diversas formas. Esta evolución puede ser simplificada y generalizada según el
siguiente esquema: monarquía, aristocracia, timocracia, tiranía y democracia.
La monarquía corresponde a los siglos XI, X Y IX a. de C. Pensemos en una organización muy simple y de reducidas
dimensiones: una aldea. La familia extensa constituye la base de esta estructura social. Uno de los jefes de las familias,
el más prestigioso, es el caudillo de los guerreros, decide como juez en los litigios, ayudado por la asamblea que forman
con el los otros jefes de familias (los nobles del lugar), y oficia como sacerdote. Es el basileus. Su poder de mando es
muy limitado fuera de la guerra y aun en esta no puede pensarse en un general al frente de un ejército, sino en un
caudillo que lidera a nobles que combaten en sus carros individualmente, asistidos cada uno por su sequito. Al
desarrollarse estos poblados por aumento de población y complicarse más los asuntos, crece la importancia de los
nobles y de la asamblea. Así, de manera insensible se produce el paso hacia la siguiente forma.
La aristocracia tiene lugar en los siglos VIII Y VII a. de C. EI crecimiento del poder de los nobles trae la disminución del
poder del basileus: el monarca se encuentra ahora más fiscalizado por la asamblea y comienza a perder algunas
funciones que son atribuidas a nobles elegidos por la asamblea. Se constituyen así nuevos cargos electivos vitalicios
junto al basileus. Este sufre un proceso de expolio de sus facultades hasta que deja de ser monarca y termina por ser un
magistrado más, solamente con funciones sacerdotales. El poder supremo de la polis pasa enteramente a la asamblea
de los nobles. El aumento de población en un territorio poco fértil, como es en general Grecia, da lugar a una época de
conflictos. Económicamente el conflicto se expresa en el problema de las deudas, y socialmente en que estas arrojan a
muchos pequeños campesinos en la miseria e incluso en la esclavitud como único recurso de su insolvencia. La
emigración fue el remedio más importante para esta situación. Se hizo en forma de colonización. Esta gran aventura
griega tiene lugar sobre todo entre los siglos VIII a VI.
La colonización tuvo un efecto económico muy importante: el desarrollo del comercio. Los griegos no habían sido un
pueblo comerciante: en los poemas. La materia del comercio fue básicamente el vino, el aceite y los cereales, y para el
transporte de estas mercancías, además de la construcción de barcos, se desarrolló la producción de recipientes de
cerámicas. Este desarrollo económico a su vez posibilita el aumento de la población de las poleis. Su núcleo siguen
siendo los agricultores, pero ya aparecen los artesanos como clase estrictamente urbana (viven y trabajan en la ciudad) y
los marineros en las ciudades costeras. La expansión económica ha creado una capa de población no noble, el pueblo,
relativamente independiente, que plantea importantes reivindicaciones políticas.
Los carros de los nobles son sustituidos por la falange, una formación cerrada de infantería: EI combate individual es
sustituido por la maniobra colectiva. La hazaña del héroe deja paso al triunfo comunitario. El guerrero combate ahora
junto a sus compañeros, sometido a una rigurosa disciplina para que la falange actué unitariamente y la formación no se
rompa. La falange supone la más estricta igualdad entre sus miembros. Cuando uno de ellos cae, otro debe sustituirle
inmediatamente. La nueva unidad bélica es el hoplita, el soldado de a pie con armamento pesado que, por supuesto, es
propiedad personal. Económicamente supone que en la polis hay un núcleo de ciudadanos no nobles, fundamentalmente
agricultores, que pueden costearse dicho armamento. Al ser organizados en último término por capacidades económicas,
dio lugar a una nueva forma política llamada timocracia.
La timocracia es una forma de transición entre la aristocracia y la tiranía que situamos en el siglo VII a. de C.
Timocracia es una palabra griega que quiere decir gobierno de los más honorables, o más simplemente, de los más
ricos. En cualquier caso, los griegos, llamaban timocracia a aquel régimen en que los derechos políticos se atribuían de
acuerdo con un censo confeccionado en categorías según la riqueza de los ciudadanos.
En términos generales, podemos decir que hacia el final del siglo VII y casi simultáneamente en diversas ciudades de
Jonia, Peloponeso y Magna Grecia se impuso una nueva forma de gobierno: la tiranía. Se trata de líderes de la clase
noble que se apoyan en las masas populares para tomar ilegalmente el poder. La tiranía es un poder concentrado en
uno, pero que en principio no se ejerce en beneficia propio sino de toda la comunidad. Efectivamente, las tiranías trajeron
prosperidad a las polis. Hubo cambios importantes en la estructura social, porque la sumisión política de la nobleza dio
ocasión para que el tirano repartiera sus propiedades, destruyendo las bases del poder aristocrático, y creara un
campesinado medio, adicto a la tirana. En cuanto a la población urbana, los tiranos la ocuparon mediante una política de
obras públicas. La palabra “tyrannos” no nació con una intrínseca connotación peyorativa en el mundo político y moral.
Sin embargo, los mismos griegos cargaron de tintes negativos al tirano como institución.
En unas ciudades por derrocamiento de la tiranía (por ejemplo Atenas), en otras por reformas que amplían la
participación del el gobierno, el largo proceso de evolución de las formas políticas culmina hacia el siglo V en la extensión
de los derechos políticos a todos los ciudadanos. Se llega a la democracia.
Esparta
Esparta se detiene en la constitución hoplita.
La tradición atribuye Licurgo (hacia el 600 a. de C.) el alto honor de haber fijado las instituciones políticas espartanas.
Se piensa que Esparta llego a consolidar su forma política como resultado de un proceso lento de pequeños cambios:
Los conquistadores dorios del valle del Eurotas repartieron las mejores tierras entre las familias más importantes que
hacia el 900 fundaron Esparta. En su comienzo no se diferenciaba de otras poleis. Con el tiempo la tierra repartida entre
los espartanos no fue suficiente para mantener a una población en crecimiento. Los espartanos buscaron la expansión
hacia el Oeste, conquistando las tierras de Mesenia. Sometieron a los mesenios exigiéndoles tributo por el uso de las
que habían sido sus tierras. Pero Mesenia no fue un súbdito fácil. Hacia la mitad del siglo VII tuvo lugar una sublevación
que puso en peligro a Esparta y que solo tras muchos años de guerra fue dominada. Esparta hubo de poner en juego
todas sus fuerzas y convoco a las armas a todos sus ciudadanos. Entonces nació el ejército espartano con su formación
cerrada, la falange. EI ejercito igualitario de hoplitas se convirtió en la institución clave de la polis. Necesariamente
siguieron reformas políticas para hacer valer en el ámbito político la igualdad de los espartanos que la guerra había
instaurado en el ámbito militar.
La igualdad fue el concepto clave del orden y estilo de vida espartano. Los espartanos se llamaban a sí mismos “los
iguales”. La igualdad política de los espartanos se realiza ante todo en la institución básica de la polis, la asamblea de los
guerreros con plenitud de derechos. EI principio jerárquico propio de todo ejército desplazo la función deliberativa desde
la asamblea al consejo de los ancianos:
El senado, pequeño órgano colegiado compuesto por veintiocho miembros, que hacia la propuesta de
decisiones a la asamblea.
Dos basileus culminaban esta organización.
La monarquía dual, la diarquía, es un rasgo peculiar de Esparta que se explica por su función fundamentalmente
militar: un basileus tomaba el mando absoluto del ejército cuando este salía en campaña; la existencia del otro
aseguraba la sucesión inmediata en el mando en caso de muerte o incapacidad del jefe en campaña. EI poder pleno del
basileus espartano solo se ejercía fuera de la ciudad. EI cargo era vitalicio. Finalmente hay que mencionar a los cinco
éforos. Los éforos, elegidos anualmente por la asamblea, tienen principio la misión de controlar a los basileus, pero poco
a poco fueron extendiendo su función hasta llegar a ser los verdaderos árbitros de la polis, fiscalizando toda la vida de los
ciudadanos.
La vida espartana quedo marcada por las exigencias militares. Esparta fue ni más ni menos que una ciudad en armas,
un gran cuartel.
Desde el nacimiento el espartano estaba sometido a la polis, que decidía sobre su vida.
Los recién nacidos defectuosos eran ejecutados.
A los siete años el niño era separado de su madre y la polis se hacía cargo de su educación con ejercicios de
preparación para la milicia.
La formación terminaba a los 20 años con la incorporación del joven a la vida militar.
A los 30 años el espartano adquiría la plenitud de sus derechos políticos y formaba parte de la asamblea.
A los 60 era jubilado del servicio militar y quedaba disponible para ser admitido entre los 28 ancianos del
senado.
Los adultos espartanos se integraban en pequeñas comunidades de vida. Cada una de ellas, formada por unos 30
hombres, constituía una célula del ejército. Sus miembros se entrenaban juntos y en su momento combatían juntos. Pero
estos grupos iban mucha más allá del aspecto estrictamente militar. Sus miembros compartían una vida común de la cual
formaba parte importante la comida. Cada uno de los miembros aportaba a este fin una porción señalada de alimentos.
La contrapartida de esta vida de cuartel fue la inexistencia de una autentica vida familiar, hasta el punto de que
Esparta sufría permanentemente el problema de la reproducción.
Su base económica era la posesión de algunas tierras que eran cultivadas por esclavos. Con su producto el espartano
sostenía a su familia y contribuía a la vida de cuartel. Los espartanos eran conscientes de su opción anti-económica y
vieron como peligroso la introducción de la riqueza y el lujo en su sociedad. Por ello, como moneda, dentro de la polis se
permitieron circular pequeñas barritas de hierro.
Los esclavos agricultores de los espartanos se llamaban hilotas. Pertenecían a la polis, quien los cedía a los
ciudadanos para que trabajasen sus tierras. Los espartanos y los hilotas no formaban la totalidad de la población.
Existían también agricultores libres llamados periecos. Aunque no tenían plenitud de derechos políticos y económicos,
tenían obligación de participar en el ejército y en las guerras, pero no estaban encadenados a la vida de cuartel.
Precisamente los periecos llevaban la gestión de la escasa vida económica de Esparta.
Atenas
La primitiva población jónica fue la base étnica de Atenas.
La inestabilidad social del siglo VII afecta también a Atenas. La aristocracia ateniense designo al prestigioso Dracon
(aña 624 a. C.), cuya fama ha quedado marcada por la dureza punitiva de sus leyes. Las reformas de Dracon fueron
insuficientes. El peligro de que la situación social desembocase en tiranía era grande. Par ello a comienzos del siglo VI
(594) la nobleza ateniense eligió a Solón, otro prestigioso aristócrata, junto con siete sabios de Grecia, como magistrados
con poderes extraordinarios. Las medidas de Solón fueron:
restablecer a lodos los ciudadanos los derechos que habían perdido par causas económicas, y para evitar la
repetición de estas situaciones prohíbe la esclavitud por deudas, es decir, prohíbe la garantía personal del
crédito.
Introduce también una serie de medidas económicas de gran importancia, como la reforma de las pesas y
medidas, la prohibición de exportar productos agrícolas, excepto el aceite que, además de ser un producto
abundante en el Ática, inducia al aumento de la producción de vasos cerámicos para su envío.
instituye un Tribunal popular como instancia de apelación a la que puede acudir todo ciudadano en demanda
de un juicio público.
Este conjunto de medidas juridico-economicas es acompañado por una reforma en profundidad de la constitución.
Esto tiene tientes de timocracia
EI conjunto de los ciudadanos forma la Asamblea y eligen por sorteo entre ellos los miembros del Tribunal popular.
Puesto que la Asamblea, ampliada a todos los atenienses adultos es un órgano poco ágil, Solón instituye el Consejo,
formado por 400 miembros, para deliberar sobre las propuestas que han de presentarse en la Asamblea . Acá se
introducen tintes de democracia.
Debido a una serie de disturbios Pisistrato, un noble, consigue establecerse como tirano (560 a. de C). Pisistrato
promovió una redistribución de tierras en base a las confiscaciones de nobles y mejoro la situación de los pobladores
urbanos con obras públicas. La tiranía acabo en el año 510 con una serie de luchas cuyo principal protagonista fue
klistenes, considerado el fundador de la democracia en Atenas, debido a las reformas que introdujo a la constitución de
Solón. Pero no se trataba de una democracia plena, sino de una timocracia que en el tiempo acabaría transformándose
en una democracia. Sus reformas fueron:
Ensanchamiento de la base popular opera porque hay una generosa concesión de ciudadanía a los metecos.
Cambia la estructura de base de la constitución política ateniense. La unidad ciudadana básica a través de la
cual el ateniense se incorpora a la polis es el demos, unidad territorial que podríamos llamar el barrio o
pequeño distrito
Reorganizo las tribus (phyles) cuyo número elevo de cuatro a diez. Las tribus constituyen las unidades de
organización de la Asamblea y, consecuentemente, del ejército.
Elevo el número de los miembros del Consejo de 400 a 500 para acoplarlo al número de tribus: cada tribu
elige por sorteo 50 consejeros.
La politeia de klistenes va a permanecer formalmente inalterada hasta finales del siglo v; pero va a ir ganando
contenido democrático a base de abrir los cargos públicos a todos los ciudadanos, aumentar las competencias de
tribunal popular y retribuir el desempeño de todas las funciones políticas, incluso la asistencia a la Asamblea.
Atenas se aproximó como ninguna otra ciudad griega al ideal de la polis como comunidad de individuos libres que
participan directamente en la cosa pública. Los atenienses aplicaron sistemáticamente el principio de que toda función
pública debería ser un cargo electivo. En muchos de los cargos no se podía reelegir, excepto los cargos de estrategas o
generas, donde podían ser reelegidos indefinidamente. La Asamblea estaba conformada por la totalidad de los
ciudadanos. El Consejo se reunía diariamente con la doble misión de vigilar la ejecución de los acuerdos de la Asamblea
y preparar la deliberación para las futuras reuniones de la Asamblea. El Tribunal popular constituía el órgano más
numeroso después de la Asamblea. El tribunal es la misma comunidad en funciones judiciales. Los jueces atenienses no
eran funcionarios técnicos al servicio del Estado, sino ciudadanos libres que encarnaban la potestad judicial de la polis.
Los tribunales podían controlar toda la gestión de los cargos públicos incluso antes de ser elegido, un candidato podía
ser citado ante los tribunales para que estos sentenciaran, sobre su capacidad. El Tribunal popular podía juzgar una ley o
decisión de la Asamblea y anularla si sentenciaba que era ilegal e injusta.
La forma de la polis
En el fondo de la polis está siempre presente la realidad de una pequeña comunidad de iguales, altamente integrada,
que constituye el núcleo social en torno al cual se posiciona el resto de la población. Esta idea de la comunidad
integrada, que decide sobre sus propios destinos y dentro de la cual el ser humano encuentra la plenitud de su
realización, constituye la última esencia de la polis. El hombre es un animal político (zoon politikon) en cuanto ser que
encuentra su más alta perfección participando en la vida de la polis.
La comunidad local de los vecinos se concreta y se realiza de un modo espontaneo y natural en la reunión de los
hombres libres, aptos, física y económicamente, para manejar las armas. En esta asamblea cada individua, precisamente
por su capacidad bélica personal, que puede actualizar en cualquier momento, mantiene su personalidad, su libertad,
porque libremente acude y actúa en la asamblea y porque no reconoce a ningún otro hombre como su superior, lo cual
no excluye la subordinación funcional para determinadas tareas cuando así lo decide la asamblea. Este fue el alma
permanente de la polis, su forma esencial a la que se mantuvo fiel a través de la pluralidad de formas históricas en que
se fue concretando en los diversos tiempos y en los diferentes lugares.
Los miembros de la comunidad han de participar personalmente en la asamblea, no pueden nombrar un
representante. La comunidad se identifica directamente con sus miembros, que son perfectamente conocidos unos de
otros, y, por tanto, no cabe la mediación de un representante. La polis es una institución eminentemente personal.
La polis se podía encontrar en peligro de extinción por la falta de ciudadanos. Para el problema contrario, el
crecimiento excesivo de la población, los griegos encontraron la solución en las colonias, que tienen su propia
ciudadanía, independiente de la metrópoli. La polis nunca crece a través de las colonias, sino más bien al revés, las
colonias sirven para mantener a la polis en sus correctas dimensiones.
Un rasgo general de la polis es que no emprendió guerras de conquista para agrandar su territorio y su poder. La
expansión colonial no supuso incremento del poder político de las metrópolis. En las guerras entre griegos, los
derrotados han de sufrir castigo y, a veces, el vencedor colocaba en la polis vencida un gobierno de amigos, pero no se
da el fenómeno de la incorporación. Espada es una excepción.
En la sociedad había que contar las mujeres y niños, sin derechos políticos. Pero hay que recordar otros dos grandes
sectores de la población: los esclavos y los extranjeros residentes o metecos.
La polis lo abarca todo: el hombre solo se hace tal en el seno de la polis, es el “animal político”, pues satisface en la
polis desde las necesidades materiales hasta las espirituales. La polis es el marco de referencia continuo de la vida del
griego.
Grecia
Gran parte de los ideales políticos de hoy en día provienen de Grecia, como: libertad, política, democracia, etc. al igual
que la mayoría de las palabras que usamos en política provienen de ella. Se da en Grecia por el marco histórico en el
que aparecen dos instituciones que se fortalecen mutuamente: la polis y la ley escrita.
Nomos polis
Ley escrita la aldea/municipio
Dike: Justicia
Nomos: Ley escrita
Themistes: Normas tradicionales
Basileus: Aristócrata
Agonal: Lucha
Doxa: Opinión
Kleos: Gloria
Arete: Excelencia
Physis: Herencia
Apoikia: Fuera de casa
Demagogo: Conductor del pueblo
Arche: Tipo imperio
Stasis: Conflicto social
Democracia: Poder del pueblo
Demos: Se alude al pueblo. Modo peyorativo (al pobre)
Ecclesia: Asamblea
Boule: Consejo de los 400
Heliaia: Tribunal popular
Thetes: 4 clases de Solón
La Ilíada, que narra un episodio de la guerra de Troya (Ilión, en griego). El principal héroe griego, Aquiles,
enfrentado con el jefe Agamenón por su esclava Briseida, se retira del combate. Ello favorece en la lucha a
los troyanos, pero tras la muerte de su amigo Patroclo, Aquiles regresa y encolerizado mata al jefe enemigo,
Héctor. Los dioses participan activamente en la acción tomando partido por uno u otro bando. En sus
poemas, Homero no trazó una historia completa de la Guerra de Troya (que conocemos por otras fuentes),
sino que escogió dos episodios de la leyenda troyana para recrearlos. Así, en la Ilíada se narra el último año
de la Guerra de Troya, aunque el episodio central sea la disputa entre dos héroes griegos: Aquiles y
Agamenón.
La Odisea, que relata el largo viaje de Ulises (Odiseo, en griego) desde Troya hasta su patria, Ítaca. Gracias
a su ingenio consigue superar numerosas aventuras entre seres fantásticos, como sirenas o cíclopes. A su
regreso, deberá enfrentarse a varios nobles que pretenden casarse con su esposa Penélope y usurpar la
corona. La Odisea, que parece ser la más moderna de las dos composiciones atribuidas a Homero, relata las
aventuras y penalidades de Ulises (héroe que desempeña un papel secundario en la Ilíada) en el viaje de
regreso desde Troya hasta su patria, Ítaca, y el castigo que inflige a los pretendientes de su esposa,
Penélope, que le creían muerto.
Teogonía: poema donde se relatan los mitos del origen del mundo y se resume el parentesco entre los
dioses. Ej. mito de Pandora. La obra está construida a partir de géneros poéticos preexistentes que hasta el
momento habían pertenecido a la tradición oral en Grecia: cosmogonías, teogonías, genealogías, catálogos y
mitos de sucesión. Los tres primeros géneros pueden aparecer fundidos, vertebran la obra y están ordenados
con un criterio aproximadamente cronológico. Los mitos de sucesión, a pesar de que pueden ser
considerados como digresiones dentro de los bloques genealógicos, le dan sentido a toda la obra.
Los trabajos y los días: poema de intención moral que exalta el trabajo y la justicia. Incluye consejos sobre las
labores agrícolas. Este poema se da a partir de un problema por la herencia con su hermano Perses.
Denuncia la corrupción de la época. Brinda la fábula del halcón y el ruiseñor: el ave rapaz hará lo que quiera
con el ruiseñor que atrapó porque es más fuerte. Nos diferencia de las bestias que las relaciones humanas
están sometidas a la Dike protegida por Zeus: lo que caracteriza al hombre es la Justicia (Dike) que Zeus
premia y vela por ella, castigando al injusto y arruinando su polis. Se dirige a los reyes/jueces (basileis)
devoradores de regalos que interpretan las normas con sentencias torcidas. La Dike domina sobre la Hybris
(abuso). Hesíodo sólo pedía una justicia que pudiese administrar un buen gobierno. El problema es que las
leyes no son escritas (se escriben a partir del siglo VII con los primeros legisladores: Licurgo, Dracón, Solón).
Sólo la ciudad justa puede ser feliz ya que Zeus la premia y protege por su eunomia (legalidad). Esta obra
muestra las cinco Edades del Hombre, además de contener consejo y sabiduría, prescribiendo una vida de
honesto trabajo y atacando la ociosidad y a los jueces injustos (como los que decidieron a favor de Perses),
así como la práctica de la usura. Describe a los inmortales que vagan por la tierra vigilando la justicia y la
injusticia. El poema considera el trabajo como origen de todo el bien, pues tanto hombres como dioses odian
a los holgazanes, que parecen zánganos en una colmena.
Solón (638-558)
Legislador griego que puso las bases de la democracia ateniense. Aunque su figura permanece envuelta en la
leyenda, parece que se trataba de un comerciante de origen aristocrático. Los conflictos sociales que agitaron Grecia
desde finales del siglo VII a. C. llevaron a investir a Solón uno de los tres arcontes que gobernaban Atenas de poderes
dictatoriales para recuperar el consenso reformando la Constitución y las leyes de la ciudad (594-93 a. C.).
Gobernó en una época de graves conflictos sociales producto de una extrema concentración de la riqueza y poder
político en manos de los eupátridas, nobles terratenientes de la región del Ática. Su Constitución del año 594 a. C.
implicó una gran cantidad de reformas: liberó a los campesinos de su grave endeudamiento y eliminó la servidumbre por
deudas; limitó la extensión máxima de las propiedades; creó un sistema monetario propio de Atenas; limitó el poder de la
nobleza sustituyéndolo por una hegemonía de los propietarios; clasificó a los ciudadanos en cuatro clases según su
riqueza; y reestructuró las instituciones políticas estableciendo un equilibrio entre la Ecclesia (asamblea popular), la Bulé
(órgano deliberante reservado a las tres clases superiores) y nueve arcontes (titulares del poder ejecutivo, reclutados
entre las dos clases superiores). El nuevo orden favoreció el crecimiento económico y potenció la relación directa del
ciudadano con el Estado; pero no consiguió acabar con los desórdenes sociales, que volvieron a estallar en 590-89 a. C.
y provocaron las luchas políticas que condujeron al triunfo de Pisístrato.
En sus elegías (poemas líricos de lamentación) Solón expresa su conjunto de ideas políticas. Sus versos han llegado
hasta nuestros días de manera fragmentaria, a partir de citas de autores antiguos como Aristóteles, Demóstenes,
Teofrasto, Diógenes Laercio, Diodoro Sículo y Plutarco
Poesía épica
Hesíodo s. VIII: escribió la poesía épica, en donde hace un reclamo, un pedido a los gobernantes pidiendo justicia (“La
fábula del halcón y el ruiseñor”). A través de esta fábula dice que entre los animales siempre ganan los más fuertes, pero
entre los hombre esto no puede ocurrir porque Zeus les dio a los hombres la justicia.
En la época de Hesíodo las leyes no eran escritas (nomos), eran normas tradicionales (Themistes) interpretadas por
los aristócratas. En el s.VII y VI se empiezan a escribir las leyes.
Homero: tiene obras con trasfondo histórico. “La Ilíada” y “La Odisea” tienen críticas a la aristocracia, tiene una cara
agonal. Buscaban ser los mejores tanto en la guerra como en el consejo. La excelencia de la aristocracia tenía normas,
eran por herencia, no cualquiera podía ser aristócrata virtuoso. Eran los que podían participar en el gobierno, la religión,
la guerra, el consejo y los que interpretaban las Themistes. La base de eta aristocracia, este poder, era la posesión de
tierras, era una forma de acumular riquezas.
Etapas de la historia griega antigua:
Micénica: XX al XIII a. C.
Oscura: XIII al VIII a. C.
Arcaica: VIII al V a. C.
Clásica: V al IV a. C.
Helenística: IV al I a. C.
Poetas épicos:
Hesíodo
Homero
Calino
Tirteo
Arquiloco
De la etnografía a la historia
Esta heterogeneidad de materiales ha permitido aventurar hipótesis sobre la génesis de la obra. Así, las
características internas y externas de los estudios dedicados a los diversos pueblos que sucesivamente fueron sometidos
por los persas se explicarían con la premisa de que debieron originalmente coordinarse en una descripción etnográfica e
histórica del imperio persa, y que no se convirtieron en parte de la obra hasta que, en el desarrollo de la narración,
Heródoto se vio arrastrado por el apasionante interés que para él y para sus lectores tenía el conflicto militar con Grecia.
Después de compuestos, estos pasajes fueron incorporados al programa narrativo de las Historias con varios
aditamentos: algunos fueron situados en el lugar por completo adecuado, según la crónica de la expansión persa; otros,
como el que se refiere a los lidios, fueron cambiados de sitio según las exigencias del nuevo tema; otros, finalmente
fueron suprimidos. Es bastante seguro, pues, que cierto número de pasajes, concebidos originariamente como lógoi o
relatos independientes y destinados a la lectura ante un auditorio, fueron sometidos con posterioridad al plan
historiográfico de la obra.
Tal explicación de la génesis de la obra de Heródoto da idea de su principal originalidad, ya que nos permite
comprender cómo el autor fue pasando de la especulación teológica y de la curiosidad de los compiladores de noticias
geográficas y etnográficas a la investigación de los hechos humanos averiguables mediante una tradición digna de fe.
Antes de él, los escritores en prosa, que fueron denominados logógrafos, se habían preocupado meramente de investigar
y sistematizar, siguiendo el ejemplo de la poesía épica, los míticos relatos de los orígenes divinos y humanos en
genealogías y crónicas, y de recoger noticias sobre los sucesivos descubrimientos geográficos.
Naturalmente, Heródoto se halla todavía muy cerca de los logógrafos, tanto por su estilo fácil y fluido de narrador
como por su lengua (escribe todavía en dialecto jónico), y también por su mentalidad. Si, en realidad, concede escasa
importancia a la mitología, la concede muy grande, en cambio, a las noticias geográficas y etnográficas, sacando
provecho de sus múltiples viajes. Sobre todo, sus intereses en el terreno de la geografía y la etnografía se orientan hacia
todo cuanto le resultaba extraño y maravilloso, y sus descripciones, en sustancia, son un índice de las curiosidades
recogidas, directamente o de oídas, sobre pueblos y países. Y como le atrae el detalle concreto y pintoresco, sin sutilizar
demasiado sobre la importancia de los hechos referidos o sobre su credibilidad, su obra tiene a veces el encanto de una
fábula.
A pesar de los rasgos arcaicos de su historia, su método era ya decididamente crítico: supo relativizar las noticias que
le llegaban sobre Egipto o distinguir los acontecimientos de los que él mismo había sido testigo (autopsia) de aquellos
que le fueron contados o que había conocido por tradición oral. De hecho, el término historia deriva de un vocablo griego,
ístôr, que designaba al que relata algo que ha visto personalmente, aquello de lo que ha sido testigo. No por ello está
exento de subjetividad, pero sólo en raras ocasiones se permite dar su opinión, y prefiere que el lector juzgue por sí
mismo.
Heródoto comete también errores, y graves, por mera precipitación o por ignorancia; pero las tentativas repetidamente
hechas para demostrar una mala fe han fracasado. Incluso en la historia humana busca lo maravilloso: los grandes
fenómenos políticos, sociales y económicos encierran para él escaso interés. Los acontecimientos registrados en un
reino se diluyen frecuentemente en la biografía anecdótica del rey o de los principales personajes; las causas primeras
de los grandes acontecimientos, que, sin duda, no ignoró Heródoto, quedan relegadas tras las causas secundarias o
personales. También en los hechos más importantes, como la batalla de Salamina o la de Platea, desbordan los detalles
acerca de aventuras individuales, de heroísmos, astucias y frases memorables, que casi hacen olvidar la visión de
conjunto.
Su influencia
A pesar del enorme éxito obtenido por Heródoto, pronto comenzaron las críticas por parte de los historiadores
posteriores, que le acusaban de ser poco riguroso con los datos. Uno de sus primeros críticos fue Tucídides, quien se
refiere a su método como algo efímero y válido sólo para un instante, es decir, apto únicamente para la lectura y el
disfrute.
Heródoto:
De la ciudad de Halicarnazo
En sus viajes tomaba nota de los lugares que veía
Queda impresionado por Atenas
Relata la historia de las guerras médicas, que es un hecho bisagra (hay un antes y un después de este
suceso). Pasan de una democracia moderada a una radical
Padre de la historia, fue el primero que propuso la investigación histórica
Preiot: dice que Heródoto además de ser el padre de la historia, es el padre de la política, debido al “dialogo de los 3
persas” donde aparecen las clases políticas.
Dialogo de los 3 persas: es un pasaje de la gran obra de Heródoto.
Persia s. VI a.C.
Cuando muere Cambises lo reemplaza un mago llamado Gaumata, pero a este mago matan y es suplantado
por Darío I.
En el dialogo los nobles tienen que decidir cuál es la mejor forma de gobierno para Persia. Son 7 los nobles,
pero solo 3 discuten defendiendo las ventajas y desventajas de la oligarquía, isonomia o monarquía.
Este dialogo es ficticio, porque en Persia no estaban dadas las situaciones, no tenían la experiencia sobre
estas formas de gobierno, no tenían las formas conceptuales para producir esta discusión.
Este texto más bien refleja la situación de Atenas del s. V. Heródoto expreso la realidad de la Atenas de su
tiempo.
No estudiamos el pensamiento de Heródoto, sino las voces que plasmo con este dialogo
Análisis del texto “Dialogo de los 3 persas”:
Otanes: critica la monarquía de uno y utiliza argumentos psicológicos diciendo que todos los hombres son envidiosos
y el Rey además de envidioso, es soberbio y desconfiado. El Rey se enoja con quien no lo adula, desconfía de quien si lo
hace. Después usa argumentos políticos, para él, el monarca no respeta la ley, actúa imprudentemente y dicta sentencia
sin escuchar al acusado (es un déspota). Hace elogio al gobierno de muchos, es decir a la “isonomia”.
La justicia es igual para todos, admite a todos los ciudadanos en la participación de las reuniones públicas.
Confronta un gobierno que rinde cuenta con otro que no.
Megabizo: está de acuerdo con la crítica de Otanes de la tiranía, concuerda con su crítica al gobierno, pero no con su
elogio al gobierno de muchos, porque el pueblo actúa de modo desordenado, no sabe lo que hace, ni porque lo hace. El
pueblo no tiene la preparación necesaria para gobernar. Para él tiene que gobernar un grupo de personas (sujeto de
mayor mérito y orientación). Si gobiernan los mejores y más capaces las decisiones serán las mejores . Dice que ellos
van a interponerse en el gobierno.
Confronta un gobierno de personas capaces con otro de incompetentes.
Darío: está de acuerdo con Megabizo con la crítica al gobierno de muchos, pero no con el elogio al gobierno
oligárquico, porque uno siempre quiere sobresalir y eso no es bueno para el pueblo, lo contrario al gobierno de muchos,
donde hay excesiva solidaridad y los miembros terminan encubriéndose entre sí. Defiende al gobierno de uno solo,
diciendo que es necesario un monarca para poner orden, alguien talentoso, inteligente, etc. Pregunta quien ha
establecido la grandeza de Persia.
Confronta un gobierno incompetente, anárquico con uno ordenado
Gana Darío y Otanes contesta que no quiere mandar como Rey ni abstenerse como un súbdito.
Según Bobbio hay 6 formas de gobierno presentadas por Aristóteles.
El texto tiene una doble importancia
1. Contextual: se puede ver el alto nivel de reflexión política que tenían los griegos, principalmente los atenienses
del siglo V a. C.
2. Atemporal: estos argumentos se proyectan en el tiempo
Epitafio de Pericles
Pericles (495-429): “Epitafio de Pericles” recogido por Tucídides
Político y orador ateniense. Hijo de Jantipo, artífice de la victoria helena sobre los persas en la batalla de Micala (479
a.C.), y de Agaristé, sobrina del prestigioso legislador ateniense Clístenes y miembro de la familia aristocrática de los
alcmeónidas, Pericles fue discípulo de los filósofos Anaxágoras de Clazomene, Protágoras de Abdera y Zenón de Elea.
Movido por su amor a las letras, financió en el 472 a.C. la representación de la tragedia de Esquilo “Los persas”.
Hacia los treinta años, Pericles inició su carrera política dentro del partido democrático de Efialtes y, cuando éste fue
asesinado (461 a.C.), asumió su dirección e hizo aprobar por la Asamblea de Atenas una serie de reformas que
acentuaban el carácter democrático del Estado ateniense, a pesar de la oposición de la oligarquía. Nombrado estratego o
jefe militar en el 454 a.C., Pericles consolidó la posición hegemónica de Atenas en la Liga de Delos, confederación
constituida por diversas ciudades griegas para luchar contra los persas, y utilizó el tesoro de la Liga para construir la
Acrópolis.
A fin de crear un imperio comercial, fomentó la expansión de colonias atenienses por el mar Egeo, intensificó el
programa de construcciones navales y, en el 448 a.C., convocó un congreso de paz en el que participaron todas las polis
helenas. A pesar del boicot de Esparta a esta reunión, Atenas acabó firmando la paz con la ciudad doria dos años más
tarde (446 a.C.). Gracias a su hábil elocuencia y a su prestigio personal, en el 443 a.C. Pericles se convirtió en la máxima
autoridad ateniense, mandato que renovó cada año sin interrupción hasta su muerte (429 a.C.). No obstante, episodios
como el sometimiento de la isla de Samos por Atenas (440 a.C.) enturbiaron las relaciones con Esparta y condujeron al
estallido de la guerra del Peloponeso (431-404 a.C.), que terminó con la hegemonía ateniense.
Durante los primeros años del conflicto, se mostró muy efectiva la estrategia de Pericles de evitar los enfrentamientos
terrestres con el objetivo de librar los combates decisivos en el mar, donde su flota era invencible, por lo cual cabe pensar
que el resultado final de la guerra habría sido diferente si Pericles no hubiera muerto en el otoño del 429 a.C., víctima de
la epidemia de peste que asoló Atenas.
Su gobierno, por otra parte, coincidió con el momento de apogeo del pensamiento y del arte griegos y, bajo su
mecenazgo, Atenas se convirtió en el principal centro de actividad cultural del mundo antiguo. Con la ayuda de su
segunda esposa, Aspasia, una culta e inteligente jonia, Pericles no sólo impulsó la celebración de los cultos de Eleusis,
símbolo del papel civilizador ateniense, y de los festivales de las Panateneas, sino que también se rodeó de los más
ilustres hombres de las letras helenas, como los dramaturgos Eurípides y Sófocles, los historiadores Heródoto de
Halicarnaso y Tucídides o el filósofo Sócrates. Asimismo, Pericles financió la construcción de la mayor parte de templos
que componen la Acrópolis, para cuya realización convocó a artistas tan destacados como Calícrates e Ictinos,
arquitectos del Partenón, el gran escultor Fidias, autor de las esculturas y relieves que decoran este mismo templo, como
el famoso Friso de las Panateneas, y Policleto, quien supo expresar el ideal de la belleza física en sus estatuas de
jóvenes atletas, como el Doríforo. Por todos estos motivos, el siglo V a.C. ha sido llamado «el siglo de Pericles».
Discurso fúnebre de Pericles o Epitafio de Pericles
La Oración funeral de Pericles, o Discurso fúnebre de Pericles, es un famoso discurso recogido por Tucídides en
Historia de la guerra del Peloponeso, una de las pocas fuentes completas a nuestro alcance sobre el tema de la guerra
de poder entre Atenas y Esparta a finales del siglo V a. C. La guerra del Peloponeso ha comenzado y los atenienses
hacen una ceremonia para nombrar a sus caídos en la guerra. El orador en esta ocasión es nada menos que Pericles y
el contenido del discurso es un retrato idealizado de la democracia ateniense. La indicación de que los atenienses
siguieron esta costumbre ―durante el transcurso de toda la guerra permite inferir un alto grado de probabilidad que
Tucídides compuso este pasaje cuando Atenas ya había sufrido la derrota final.
El discurso enfatiza el poder de la ciudad y la libertad de que gozan los ciudadanos, quienes a su vez viven con un
profundo respeto por el imperio de la ley. Esta imagen idílica se desvanece de inmediato al mostrarnos Tucídides cómo
la peste afectó en lo más profundo el temple moral de la polis (ciudad) llevando a una situación de extrema anomia o falta
total de respeto por las leyes.
Su autoría, por lo tanto, podríamos decir que es compartida: el discurso fue pronunciado por Pericles (495- 429 a.C.)
en honor a los muertos durante el primero año en la Guerra del Peloponeso, pero el texto fue escrito por Tucídides
muchos años después, con lo que no estaríamos ante el texto original de Pericles, sino ante una transcripción hecha por
Tucídides, probablemente fiel aunque no exacta del original. Más que el discurso fúnebre de Pericles a los caídos
durante el primer año de la guerra, éste es el discurso fúnebre de Tucídides a la Atenas vencida que, aunque humillada
en su derrota, se levantaba ya como un paradigma universal su cultura cívica. El panegírico de los muertos en combate,
pues, aparece casi como un pretexto para abordar el elogio de la gloriosa Atenas antigua y hacer la defensa de la
eternidad de su patrimonio y de su sistema democrático.
La idea principal del texto es la defensa que hace Pericles del sistema político ateniense, la democracia. Para Pericles,
la democracia está llena de bondades: se gobierna para la mayoría, las leyes se acatan siempre aunque a algunos no les
gusten y todos los hombres gozan de los mismos derechos y pueden acceder a cargos públicos. Disfrutamos de un
régimen político que no imita las leyes de los vecinos. En cuanto al nombre, puesto que la administración se ejerce en
favor de la mayoría, y no de unos pocos, a este régimen se lo ha llamado democracia; respecto a las leyes, todos gozan
de iguales derechos en la defensa de sus intereses particulares; en lo relativo a los honores, cualquiera que se distinga
en algún aspecto puede acceder a los cargos públicos, pues se lo elige más por sus méritos que por su categoría social;
y tampoco al que es pobre, por su parte, su posición le impide prestar sus servicios a la patria, si es que tiene la
posibilidad de hacerlo.
Tenemos por norma respetar la libertad, tanto en los asuntos públicos como en las rivalidades diarias de unos con
otros, sin enojarnos con nuestro vecino cuando él actúa espontáneamente, ni exteriorizar nuestra molestia, pues ésta,
aunque inocua, es ingrata de presenciar. Si bien en los asuntos privados somos indulgentes, en los públicos, en cambio,
ante todo por un respetuoso temor, jamás obramos ilegalmente, sino que obedecemos a quienes les toca el turno de
mandar, y acatamos las leyes, en particular las dictadas en favor de los que son víctimas de una injusticia, y las que,
aunque no estén escritas, todos consideran vergonzoso infringir.
Tucídides (460-395): “Epitafio de Pericles”
Historiador ateniense. Su padre era un propietario de minas y su madre pertenecía a la nobleza tracia, por lo que
recibió una esmerada educación. En 430 a.C. enfermó durante una epidemia, pero logró sobrevivir milagrosamente.
En el 424 a.C. fue nombrado estratega en Atenas y se le confió el mando de una flota encargada de romper el asedio
de Anfípolis, pero fracasó en el intento y la ciudad cayó en manos enemigas, por lo que fue condenado al exilio. A partir
de entonces dedicó su tiempo a la redacción de la Historia de la guerra del Peloponeso, una obra fundamental en la
historiografía antigua, que le ha valido ser considerado como uno de los más grandes historiadores, pues, a diferencia de
otros de su tiempo, limita su narración a los sucesos acaecidos, sin hacer intervenir en ella a los dioses; todo cuanto
ocurre se debe a los actos de los hombres.
No sólo eso: en su Historia, Tucídides analiza los hechos buscando las razones profundas de los mismos, e intenta ir
más allá de lo anecdótico para penetrar en las motivaciones personales de los políticos, sus ambiciones y sus temores.
Para ello, introduce a veces discursos ficticios para exponer las motivaciones de los personajes históricos.
La guerra del Peloponeso se presenta al lector como una confrontación entre dos Ligas de ciudades, una capitaneada
por Atenas y la otra por Esparta, provocada por el creciente temor de los espartanos ante el imperialismo ateniense, así
como ante su poder económico. En cierto modo se trata de una historia centrada en los griegos, en la que, a diferencia
de Heródoto, Tucídides no recurre a factores extraños al mundo heleno. Su obra Historia de la guerra del Peloponeso
recuenta la historia de la guerra del siglo V a. C. entre Esparta y Atenas hasta el año 411 a. C.
Elogia la democracia. El epitafio es equivalente a un discurso fúnebre. Anunciado por Pericles después de un año de
la guerra del Peloponeso en honor a los caídos en la guerra. Esto era una tradición ateniense, luego de una batalla los
atenienses le pedían a una persona sobresaliente que diera un discurso elogiando a los caídos, a los héroes, esto se
inscribe en una tradición de elogio a los difuntos. Este tipo de discursos esta trasladado a la democracia, no se le
atribuye a una sola persona, sino que es colectivo. El discurso es pronunciado por Pericles, pero a nosotros nos llega por
Tucídides.
Tucídides es contemporáneo a Heródoto, pero no coetáneo, para él la Historia es un encadenamiento de hechos, de
sucesos humano, descarta leyendas, mitos sobrenaturales. Su Historia tiene una finalidad precisa, pragmática, apunta a
los políticos, apunta a leyes que se repiten en el tiempo. En su obra incluye diálogos y discursos que dijeron políticos
importantes. Aclara que no recuerda la literalidad en la que se dijo, pero dice que va a ser fiel al espíritu.
El epitafio de Pericles es un elogio, una exaltación a la democracia, pero Tucídides critica a la democracia, por eso
hay que confiar en su obra, porque transmite ideas que no son suyas. Pericles buscaba convencer a los atenienses
sobre la democracia. El discurso está muy bien estructurado.
García Gual: dice que Pericles se proponía demostrar que la democracia había conciliado valores que eran opuestos.
García Gual, “La Grecia Antigua”, en Vallespín, Historia de la Teoría Política (temas:
Hesíodo, Solón, Heródoto, Pericles, Tucídides, sofistas, Protágoras)
Capítulo I: La Grecia antigua
1. Justicia y ley en la ciudad. De Hesíodo a Solón
La disertación sobre la Justicia que Hesíodo dispone en el centro de su poema Trabajos y Días comienza con una
fábula, la primera de la literatura occidental. Es la fábula del halcón y el ruiseñor, que Hesíodo dirige a los reyes que sean
sensatos. En vano alza sus quejas el pájaro cantor atrapado en las garras del ave rapaz, que dispondrá de él a su antojo,
porque es el más fuerte. Moraleja: necio es quien pretende oponerse a los más fuertes. Es despojado de la victoria, y
sobre los ultrajes, sufre los daños. Hesíodo no admite que el mundo humano sea como el de las bestias, sino que
mediante el ejemplo de la fábula y sus advertencias, amonesta que no debe ser así, pues hay una diferencia esencial
entre uno y otro mundo: las relaciones humanas están sometidas a la Justicia (Díke), protegidas al amparo de Zeus. Oh
Perses, grábate esto; escucha la voz de la Justicia (díke) y olvídate de la violencia (bía). Pues esta ley (nómos) impuso a
los humanos el crónida: que las bestias se devoren unas a otras, ya que no existe justicia entre ellas; pero a los hombres
les dio la justicia que es el mayor bien. Si alguien quiere proclamar lo justo según su conciencia, a él le concede
prosperidad Zeus.
Lo que caracteriza al mundo humano es la Justicia, que Zeus premia, velando por ella. Castiga al injusto en su
descendencia y arruina la polis que no la respeta. En el mundo de las fieras es la violencia, la fuerza, la bía, la única
norma. Pero en el ámbito humano existe una norma suprema, la Justicia, Díke, amparada por Zeus que debe realizarse
en el marco de la polis.
Los reyes a los que se dirige el poeta, son los administrados de los veredictos justos, son dikaspóloi, en beneficio de la
comunidad. Cuando esos poderosos, interpretan las normas con sentencias torcidas, la Díke violada reclama un castigo
que se abate sobre la ciudad arrasándola, pero los veredictos justos atraen prosperidad y dicha a la ciudad. El soberano
Zeus vela por ello y, al final, la Justicia domina sobre el abuso (Hybris). El castigo de la injusticia procede de Zeus y de
los hombres del pueblo, al divulgarse la mala conducta de los reyes que violan la justicia, exigen el castigo.
Hesíodo atiende al doble plano, teológico y político: Hay una doncella, Díke, hija de Zeus, famosa y venerable, y
siempre que alguno la ultraja, denuncia el designio de los hombres injustos, para que el pueblo (demos) castigue las
locuras de los reyes que debían sentencias. La idea de que Zeus protege la justicia y que aquellos que ultrajan sus
normas atraen sobre ellos y su pueblo un castigo, está ya en Homero (Odisea e Ilíada). Por ejemplo, Homero alude a la
tormenta que Zeus desencadena irritado contra los hombres que en el ágora dan sentencias inicuas con violencia y
desechan la justicia. Es un cuadro de los males que afligen, por mandato de Zeus, a una población cuando una ciudad
entera carga con las culpas de un malvado. Pero Hesíodo recarga los tonos e insiste en la responsabilidad de la ciudad,
que sufre los desastres de una administración injusta o los beneficios de una justa prosperidad.
Hesíodo no introduce el ideal de la justicia como un tema nueva, pero, al aplicar a su propio caso la queja contra las
injusticias de los basileis y reclamar a Zeus recordando la responsabilidad social de esos jueces de sentencias
arbitrarias, lo expresa con un énfasis personal y le confiere una importancia que no tenía en la obra homérica. Al elevar
su protesta contra los más fuertes, tal vez identificándose con el ruiseñor de la fábula, el poeta se hace el portavoz de las
reivindicaciones de los sometidos a los dictámenes de esos reyes, a menudo, parciales y sobornados, “devoradores de
regalos”.
El consuelo del oprimido está en pensar que existe la Díke, hija de Zeus, y que el dios tiene sus informadores que van
por todos los rincones de la tierra, para darle noticias sobre las sentencias torcidas y las malas acciones, que él castiga.
En el orden establecido por Zeus ocupa el más alto lugar la Justicia. Según la genealogía mítica de la Teogonía, Díke es
hija de Zeus y de Temis y hermana de Eirene y Eunomía, y también de las tres soberanas Moiras (que conceden a los
mortales el ser felices o desgraciados). Al explicitar el estrecho parentesco de Díke con el Orden (Thémis), la Paz
(Eirene) y la Legalidad (Eunomía), el poeta expresa su fe en que el derecho y la paz confirman y armonizan la divina
Justicia que es un bien para toda la ciudad, bajo la tutela del Padre Zeus.
Campesino en la pequeña polis beocia de Ascra, una aldea donde la subsistencia era dura, Hesíodo estaba agobiado
por el pleito sostenido contra su hermano Perses, en el que los basileis dictaban la sentencia. Ante las torcidas dikai de
esos reyezuelos, un hombre del demos como Hesíodo no podía apelar sino a la Justicia más alta de Zeus. El poeta no
tenía unas ideas políticas avanzadas, pedía tan sólo una justicia que podía administrarse en la ciudad mediante un buen
gobierno, aunque fuera una oligarquía, como parece el caso.
Con el título de reyes, basileis, aquí se alude a los gobernantes de la ciudad. No sabemos qué instituciones había en
Ascra junto a estos reyezuelos. Tal vez funcionaban con un Consejo de nobles o ancianos (boulé), y sólo para casos muy
graves, como una guerra, reunirían a la asamblea del demos. Algo así existía en otras poleis de la época. Lo esencial
para Hesíodo y muchos otros de su clase, es que las leyes no estaban escritas, sino que se regían por una práctica
tradicional y unas sentencias decididas por estos reyes. Los basileis interpretaban las themistes (normas de carácter
tradicional, un código no escrito, basado en la thémis) y enuncian las dikai o sentencias que indican el camino a seguir.
Juzgaban todo tipo de juicios (en el caso de Hesíodo, una herencia).
Hesíodo insiste en la responsabilidad de los reyes ante el pueblo y ante Zeus, garantizador de la justicia. La idea de
que sólo la ciudad justa puede ser feliz y próspera la volvemos a encontrar en otros autores griegos, aplicada a una
teoría política determinada, como en Solón o Platón. La Justicia es fundamento de la polis, con ella se evitará la lucha
civil, mal endémico de las poleis helénicas. La tesis de Hesíodo de que la felicidad de la ciudad depende de que en ella
los gobernantes respeten y guarden la justicia aparece apoyada en un presupuesto teológico: Zeus vela por Díke, su hija,
tanto en el plano celeste como en el humano. Hay un avance en la solución al conflicto de la configuración y
representación del derecho en la ciudad en el siglo que viene después de Hesíodo (escribió su obra a fines del VIII a. C.):
la redacción de un código legal en la mayoría de las póleis griegas.
Se dio un uso de la escritura alfabética como una técnica cultural abierta y fácil de poseer para todos. La redacción de
las leyes es un hito decisivo en el progreso hacia formas más democráticas y una erosión del monopolio legislativo de la
aristocracia o la realeza tradicional. Al escribir las leyes se les confiere permanencia, se las sustrae a la autoridad privada
de los basileis cuya función era la de decir el derecho; se transforman en bien común, regla general, susceptible de ser
aplicada por igual a todos. La díke sin dejar de aparecer como un valor ideal, podrá encarnarse en un plano propiamente
humano (está en el celeste también), realizándose en la ley, regla común a todos, pero superior a todos, norma racional,
sometida a discusión y modificable por decreto, pero que expresa un orden concebido como sagrado.
Los primeros legisladores fueron, por ejemplo, Licurgo en Esparta, Dracón y Solón en Atenas. Los basileis dejaron de
detentar el manejo de la Themis mediante sus dikai, justas o torcidas; la Dike tomó cuerpo en el conjunto de nómoi o
leyes que el pueblo acató como instancia decisiva del derecho. Lo que confiere su valor a esas leyes es su fija
ordenación y su referencia a la comunidad cívica. Para el demos era una conquista hacia el progreso.
La Díke se presenta en la legalidad justa. Aunque más adelante el reclamo de eunomía puede aparecer como un
slogan conservador, en los tiempos de una democracia muy avanzada, donde los radicales desean rápidas reformas
legales y los conservadores defienden la legalidad tradicional, en la época arcaica la aparición de esos códigos, de base
un tanto aristocrática, representan un enorme progreso frente al estado de cosas contra el que alzaba su voz Hesíodo.
El término nómos desplazó a otros, como el de thesmós o el de rhetra. En un comienzo, el término tiene un sentido
más amplio que el de ley. En los primeros ejemplos, que están en Hesíodo, nómos parecía significar todavía uso,
condición habitual, norma, dando una posible versión como ley. En la época clásica sigue conservando el doble sentido
de costumbre o convención junto al de ley. En su contraposición al vocablo physis, naturaleza, nómos ha de traducirse
por convención, y ese sentido tiene en la famosa oposición destacada por la Sofística. El término nomos tiene amplitud
semántica. Lo importante es que frente a la thémis (su raíz significa imponer), que indica la ley eterna y la imposición
familiar, lo lícito impuesto desde lo alto, nomos tiene, por su misma etimología, un carácter llano y común.
Las themistes y las dikai estaban dictadas por una autoridad superior, mientras que los nomoi son las leyes aceptadas
por todos, y de esa aceptación, convencional pero firme, reciben su prestigio. Es curioso que el tema de la legitimidad de
las leyes no se haya suscitado en el pensamiento griego. La raíz nem significaba repartir. Por ejemplo, una divinidad muy
vinculada a la justicia era la Némesis, que castiga los excesos de aquellos que han traspasado los límites de lo asignado.
Para la constitución de una auténtica polis consideraban los antiguos necesarios tres elementos básicos:
Un territorio propio, que solía comprender una zona urbana y una zona rústica, más extensa;
Una cierta suficiencia económica, la autárkeia, que permite mantener una comunidad de población estable;
Una independencia política expresada en sus leyes propias.
Este último trazo, la autonomía, el servirse de leyes propias es algo previo al estar constituida en una determinada
orientación política, en un régimen que podía ser más o menos democrático o aristocrático. Los griegos son súbditos de
la Ley y obedecen al nomos de su ciudad. Las leyes humanas se nutren de la única divina, ya que ésta domina cuanto
quiere y a todas las auxilia y abarca. Tanto la razón del hombre –logos- como la ley –nomos- se fundan en lo común y
son, por tanto, la base de la convivencia y la racionalidad, y tienen un fundamento trascendente en el ámbito celeste.
Entre los tiempos de Hesíodo y los de Heráclito, es decir, en los siglos VII y VI, se han formado y consolidado las
estructuras básicas de la Ciudad-estado. Esta etapa, decisiva para la consolidación de la polis como comunidad
autónoma y autárquica, es una época de profundas crisis sociales y de experiencias revolucionarias, una época creativa
en la que se operan algunos de los cambios fundamentales en la organización de ese espacio cívico, que constituye el
marco ideológico e institucional al que se referirá toda la teoría política griega hasta los finales del helenismo. Es en esta
etapa, que se denomina arcaica, cuando se definen los rasgos de las ciudades, numerosas y diversas, celosas de su
independencia y de talante agresivo hacia los vecinos; es la etapa colonial y agonal.
El auge de la colonización va acompañada por la aparición y la expansión del comercio, y de profundos movimientos
sociales, en los que la aristocracia tradicional se ve desplazada por miembros ascendentes de la clase inferior,
enriquecidas familias y representantes de los nuevos defensores de la ciudad: los hoplitas. La realeza estaba en
desaparición en muchas ciudades, o bien subsistía con limitaciones dentro de la nueva estructura política (como en
Esparta que sus dos reyes dirigen las guerras pero ven disminuidos sus poderes en asuntos políticos en tiempos de paz).
El cuadro que había pintado Homero de la Ítaca de Ulises en la Odisea, reflejaba los problemas de una casa real
frente a los nobles. El basileus era ya un primus inter pares; pronto desapareció o se integró en el grupo de nobles que
se repartían el mando compartido y limitado por la constitución, que en su origen suele ser fuertemente aristocrática.
Pero ese poder aristocrático es discutido y amenazado por la evolución económica y social de muchas poleis.
Fenómenos:
Intentó favorecer la emancipación del individuo del marco de la familia estableciéndolo en la unidad superior
del Estado
Tuvo la aspiración de fomentar el comercio y la industria.
Como poeta y moralista, Solón vuelve a Hesíodo y recoge la idea de Justicia divina que él liga a la Eunomía.
Comparte con Hesíodo la creencia en un Zeus justo que castiga la violencia y los ultrajes. Dike y no hybris. Todos deben
unirse contra los elementos del desorden, que se encuentran en lo alto y en lo bajo de la escala social. Solón está por
encima de las facciones, es un verdadero hombre de estado en una época de feroz agitación y de contrastes económicos
violentos. Su grandeza moral se explaya en sus versos (como el poema A las musas que expone su ideal personal de
vida y fortuna). De un lado están los ricos insaciables que quisieran acumular fortuna y poder sin término, del otro, los
que ansiaban el saqueo y una excesiva igualdad. A unos y otros quiso contener Solón: “Al pueblo le di toda la parte que
le era debida, sin privarle de honor ni exagerar en su estima. Y de los que tenían el poder y destacaban por ricos,
también de éstos me cuidé que no sufrieran afrenta. Me alcé enarbolando mi escudo entre unos y otros y no les dejé
vencer a ninguno injustamente”. Ciertamente es imposible contentar a bandos opuestos en los asuntos capitales; pero
Solón se enorgullece de haber sabido resistir a las presiones: «Ni la tiranía me atrae / para hacer cualquier cosa con
violencia, / ni que en la tierra fértil de la patria igual lote tengan los malos y los buenos.» Él ha sabido evitar la guerra civil;
ha liberado al pueblo y lo ha contenido. No llevó a cabo un nuevo reparto de tierras, como seguramente deseaban los
más exaltados partidarios del demos. No le parecía bien que tuvieran igual porción de tierras los «buenos» y los
«malos». No es la antigua y noble prosperidad (ólbos) ni la riqueza tradicional (ploütos), sino el dinero unido a las
ganancias aventuradas lo que Solón rechaza. Aunque aún en su lenguaje los buenos son los ricos y los malos los
desposeídos (según la antigua concepción de que la virtud o excelencia va acompañada del éxito y la prosperidad que
otorgan los dioses), ya es muy consciente de que en la realidad eso anda a menudo trastocado: Muchos malos son ricos
y hay buenos muy pobres.
La virtud “ateté” por antonomasia es, para él, la justicia. La lección de su actuación moral y cívica nos hace ver que
para mantenerse entre unos y otros es precisa también la valentía. Solón supo defender su reforma valerosamente. El
demos era la fuerza conductora que impulsaba sus acciones y que dio a sus reformas su particular carácter y dirección.
El efecto general de sus reformas básicas fue el de fortalecer la posición del demos al elevar el status del ciudadano
individual y, correlativamente, el status de la comunidad cívica, a expensas de las asociaciones tradicionales de
nacimiento, sangre y herencia que habían devenido a partir de sus orígenes tribales los pilares de la autoridad
aristocrática.
Su reforma es un hito decisivo en el tránsito hacia la democracia. Al debilitar jurídicamente las estructuras del poder
aristocrático, Solón confirma la vía institucional por la que avanza el demos. Luego el tirano Pisístrato, y más tarde el
demócrata Clístenes, con su reforma demográfica, sustituyendo la antigua división en fratrías por la de los nuevos demos
de base meramente local, darán otros pasos decisivos para la consolidación de una comunidad cívica igualitaria, donde
los instrumentos de poder están controlados por la asamblea del pueblo.
2. La democracia ateniense y su ideología
Cuenta Heródoto en sus Historias, un diálogo de tres nobles persas (Otanes, Megabyzo y Darío) acerca del mejor
régimen de gobierno. Otanes se declara partidario de que ningún hombre llegue a tener el poder absoluto de un monarca
(sea rey o tirano). Incluso al mejor hombre el exceso de prosperidad le lleva a la soberbia y al recelo frente a todos los
demás. Pronto la envidia y la soberbia le hacen mostrar despótico y cruel: altera las costumbres ancestrales, viola
mujeres y mata a gente sin someterla a juicio previo. Prefiere el gobierno del pueblo, que tiene por nombre isonomía
(igualdad ante la ley), no incurre en los desafueros que comete el monarca: magistraturas por sorteo, cada uno rinde
cuentas de su cargo y todas las deliberaciones se someten a la comunidad. En la colectividad reside todo.
Le contesta Megabyzo, valedor de la tesis oligárquica, sosteniendo que el vulgo no posee capacidad de comprensión,
no hay nada más necio e insolente que una muchedumbre inepta, no ha recibido instrucción, desbarata las empresas
que acomete, mejor que adopten un régimen democrático quienes abriguen malquerencia para con los persas. Elijamos
un grupo de personas, sería lo idóneo, ya que de las personas de más valía parten más valiosas decisiones.
Darío acepta las críticas de Megabyzo contra el pueblo, ignorante y torpe. Ve defectos en la oligarquía: pronto los
gobernantes se enemistan y sus odios concluyen en facciones y asesinatos, hasta que se impone el más fuerte, como
monarca. La monarquía es el mejor régimen. El gobierno del pueblo deriva en libertinaje y confusión hasta que se alza un
individuo superior, admirado por todos, que es proclamado monarca. La libertad rescatada por los persas, en la que es
posible el diálogo, es producto de un solo gran jefe: el antiguo Ciro. Darío propone continuar con la monarquía, sin
derogar las normas de los antepasados, es decir, los nomoi persas.
Triunfó la opinión de Darío y fue elegido rey. Es indudable que este diálogo no es histórico, pues en el año 521 a. C., y
en Persia, no existían las condiciones que, por experiencia política, posibilitaron unas argumentaciones semejantes. El
pasaje presente un cuño marcadamente helénico y pueden establecerse relaciones entre pasajes de los tres discursos y
pasajes de varios escritores, más o menos contemporáneos de Heródoto: una discusión así sólo pudo haberse producido
cuando el desarrollo constitucional había formado los tres tipos de gobierno en discusión: democracia, oligarquía y
monarquía, y esto no ocurrió en Persia.
El interés de este diálogo es doble: demuestra que se ha constituido ya una ciencia política en torno a la cuestión
capital de cuál es el mejor gobierno, la politeia óptima, y cómo se expresaban los griegos al respecto de las ventajas y
desventajas de los tres regímenes considerados fundamentales. ¿Cuál es el mejor tipo de constitución? ¿Qué politeia
puede dar mejores leyes a la polis como conjunto de los ciudadanos? Otanes ensalza la palabra isonomía, es un lema de
la democracia en Atenas. Tanto el pueblo como el tirano pueden incurrir en hybris. Por eso prefiere un gobierno de los
mejores, los aristoi, los aristócratas saben las mejores decisiones. Las críticas que Megabyzo hace, estaban en boca de
algunos conservadores atenienses, al resaltar la ignorancia y audacia del vulgo. Darío apoya su defensa de la monarquía
en que es más eficaz, ya que, tras las perturbaciones inevitables, los otros regímenes desembocan en ella, y en su
carácter tradicional en Persia.
Heródoto no parece tomar partido, recoge las ideas que estaban en el ambiente ilustrado de Atenas, donde los
sofistas habían enseñado retórica y arte político con ejemplos como esta discusión sobre las constituciones. Volveremos
a encontrar ese tema en Platón y Aristóteles, aunque en ellos cada politeia se desdobla en una forma correcta y otra
degenerada, dando lugar así a seis formas políticas, que pueden derivar de unas a otras, en un cambio o ciclo de
politeiai, que es también un reflejo de la experiencia política helénica.
Heródoto había conocido, en sus viajes, gobiernos de diverso tipo. Cuando Heródoto redactaba sus Historias, Atenas
tenía ese régimen político que podía presentarse bajo el nombre de isonomía (igualdad ante la ley), en vez de eunomía
(el buen gobierno), término preferido por los aristócratas. Tras la tiranía de Pisístrato y las reformas de Clístenes, la
democracia se había establecido sobre una base inconmovible. La victoria sobre los persas (en Maratón 490 y Salamina
480) mostraba que los mismos dioses apoyaban la bondad del sistema del gobierno popular.
Esquilo, Hesíodo y Solón también creían en las bendiciones de la justicia en la ciudad. En este contexto, Pericles supo
afianzar la participación popular en las magistraturas al retribuir la asistencia a los tribunales y la asamblea con una
cantidad fija, a costa de las arcas públicas. Esta fue una medida que los aristócratas consideraron demagógica, pero que,
de hecho, posibilitó a los más pobres una asidua asistencia a tales tareas. Los principios de igualdad de derechos e
igualdad de palabra, isonomía e isegoría, definían esa constitución cívica donde el demos ejercía la soberanía a través
de la Asamblea popular y el Consejo elegido por sorteo. La teoría política de la democracia ateniense no se encuentra
formulada y recogida en ningún texto fundamental.
La ideología básica de esta constitución popular fue el resultado de un proceso histórico que podemos recomponer:
igualdad ante la ley, libertad de palabra, participación directa en el gobierno, tribunales populares, etc., existieron como
manifestación de confianza y la solidad del pueblo en esas instituciones que, bajo la guía de políticos democráticos la
ciudad había conquistado. La democracia ateniense funcionaba sin una declaración expresa de sus principios
fundamentales, aunque pueden encontrarse algunos textos en los que se ensalzan sus logros, como en el famoso
discurso que Tucídides pone en boca de Pericles, al comienzo de la guerra del Peloponeso, en el libro Historia. Allí
Pericles entona un verdadero himno a la grandeza espiritual de la Atenas democrática, ejemplo cívico para toda Grecia.
Los mismos helenos no desarrollaron una teoría de la democracia. Existían conceptos, máximas, generalidades, mas
todo eso no constituye una teoría sistemática. Los filósofos atacaron la democracia, excepto Protágoras. Podemos
detectar en la teoría atribuida al sofista Protágoras la justificación de esa práctica democrática. El ilustrado sofista había
escrito un tratado “Acerca del régimen político” que tal vez sea el mismo o tal vez otro del conocido bajo el título de
“Acerca de la constitución original”, del que Platón toma las líneas maestras del relato sobre el mito de Prometeo y los
orígenes de la democracia. Lo que en él viene a decir, es que frente al progreso en las técnicas, que se debe en gran
parte a la división especializada del trabajo y a conocimientos especiales, hay en todos los hombres una capacidad para
la actuación moral y política, y por eso todos tienen derecho a opinar en esos asuntos. A diferencia del dominio de las
técnicas, que es muy desigual entre los humanos, Zeus dio órdenes a Hermes de repartirles a todos el sentido de lo
decente y lo justo, aidos y dike, para que pudieran existir las ciudades basadas en una convivencia civilizada. Al progreso
material y técnico se contrapone el progreso moral, basado en esa disposición humana universal, que permite que exista
el orden en las ciudades y vínculos propulsores de la amistad o solidaridad.
Sin esa base humana universal tanto lo uno (acuerdos para el orden y la armonía) como lo otro (ataduras de amistad,
solidaridad) sería imposible. De ahí la igualdad legal y el derecho de todos los ciudadanos a opinar en materia política,
así como la base sobre la que se funda la techne politike, que todos poseen, en cierta medida.
El sofista había recurrido a un relato de forma mítica para su exposición y explicación. Con esta alegoría justificaba la
praxis habitual de Atenas, donde cualquier ciudadano podía levantarse y solicitar la palabra en la Asamblea para dar su
opinión y pedir una decisión política sobre cualquier tema de carácter general; no se requerían saberes técnicos ni
diplomas o títulos especiales para esa intervención. Sócrates como Platón, y tal vez otros reaccionarios de su tiempo,
estaban en contra de tal sistema; pensando que el pueblo era ignorante y precipitado habrían preferido que la política
estuviera en manos de profesionales más o menos filósofos y técnicos.
Protágoras participó en la empresa dirigida por Atenas de fundar una colonia en Turios, en el sur de Italia, y se
encargó de la redacción de las leyes para esa ciudad. Introdujo una novedad: educación libre y gratuita para todos los
ciudadanos, incluyendo en ella el aprendizaje de la lectura y la lectura. En el mismo texto del Protágoras, el sofista
subraya una idea muy importante: la convivencia en la ciudad es de por sí la base de la educación para la democracia y
para la moral. Convivencia bajo las leyes, el funcionamiento de las instituciones, un ambiente civilizado, todo esto
complementa así ese carácter natural del hombre que le lleva a participar de la justicia y de la restante ciencia política.
Los atenienses hacen bien al suponer que todos los ciudadanos cuentan con una base para su arete, su virtud, en ese
campo. Naturalmente la instrucción puede mejorarse con el estudio y la enseñanza de la retórica y otros saberes
(justamente esos progresos en saber y virtud políticos es lo que Protágoras prometía enseñar cobrando por ello). Pero la
base natural y un cierto progreso están en todos los ciudadanos.
Frente a la opinión sostenida por la aristocracia de nacimiento de que la areté (excelencia y virtud) procede de la
propia naturaleza, que ha hecho a unos de mejor linaje y a otros peores, los sofistas, en general, sostuvieron la idea
democrática de que la areté se aprende, al igual que el arte de la política. En varios diálogos de Platón se plantea la
cuestión de «si la virtud es enseñable (didaktón)», un tema al que la democracia ateniense daba una respuesta clara,
admitiendo que por naturaleza todos los ciudadanos tenían iguales capacidades y derechos. Los sofistas, que, como
Protágoras, se proclamaban «maestros de excelencia» (didáskaloi aretes), ponían su oficio al servicio de quienes
querían destacar en la política, mejorando, mediante sus enseñanzas, las capacidades retóricas y las ideas de los
jóvenes que podían pagar sus clases.
Estos intelectuales encontraron en la Atenas ilustrada de la época de Perícles un espacio apropiado. La demanda de
una educación superior, que los sofistas venían a satisfacer, encaja en ese ambiente de la ciudad próspera donde la
maestría en el dominio de la palabra y la persuasión es un instrumento definitivo para el triunfo, mucho más que la familia
noble o las riquezas. No es nada extraño que los sofistas fueran, en general, partidarios de la democracia y, como en el
caso de Protágoras, defensores de su ideología.
Bastante complejo es el caso de Sócrates, con sus críticas al sistema democrático. El filósofo ateniense no niega en
principio que la virtud sea enseñable, pues piensa que es fundamentalmente un saber; sólo afirma que también en
política son los técnicos los que deben dirigir los asuntos públicos, porque la mayoría no posee un criterio
suficientemente educado para ello. El enfrentamiento de Sócrates con la democracia de su tiempo es un conflicto bien
conocido y de final trágico.
Recordemos, en primer lugar, la extensión limitada de la polis, tanto por su territorio como por su población. Esa
limitación era un rasgo fundamental de una polis griega. Señaló Aristóteles (Política, 1326 b): «Una polis compuesta por
demasiados individuos no será un Estado verdadero, por la sencilla razón de que prácticamente carecerá de auténtica
constitución. Ese número limitado de ciudadanos era muy importante para que pudieran funcionar las instituciones. La
Asamblea podía contar hasta con unos cinco mil asistentes, y el Consejo funcionaba con quinientos, elegidos por sorteo.
Era un mundo donde todavía la palabra hablada, no la escrita, era lo esencial. La participación cívica era directa y no por
representación. No todos los pobladores del Ática eran ciudadanos y podían actuar en política. Ni los esclavos, ni los
forasteros, ni las mujeres tenían esos derechos. Aptos para ocupar las magistraturas y para hablar en público y votar en
asuntos públicos eran sólo los hombres reconocidos como ciudadanos legítimos en edad militar.
Los demócratas griegos no se plantearon la cuestión de la legitimidad de la esclavitud. (Tan sólo lo hicieron algunos
sofistas, y Eurípides y Aristóteles, aunque el filósofo encontró una solución bastante reaccionaria al afirmar que la
esclavitud es por naturaleza, aunque se presenten casos en que no son esclavos quienes estaban predestinados a ello.)
Tampoco se pensó en serio en conceder derechos cívicos a las mujeres (aunque en algunas comedias de Aristófanes,
como Lisístrata y La asamblea de las mujeres, se monta la farsa sobre el tema supuestamente cómico de la conquista
del poder por ellas, más hábiles que los hombres para lograr la paz y la fiesta). También Platón, en su República utópica,
parece dispuesto a conceder a las mujeres la misma educación y derechos que a los hombres, reconociéndoles idéntica
capacidad intelectual; pero eso queda como un trazo aislado y utópico dentro de la misma propuesta platónica.
Los extranjeros residentes en la ciudad, los metecos, formaban un sector de la población con ciertas libertades y
derechos legales, y con gran importancia económica; pero sin representación política. La participación del pueblo en las
tareas del Estado era directa y casi todos los cargos tenían una duración muy breve y eran designados por sorteo; a
excepción de los que requerían algunos conocimientos y aptitudes bien definidos, como, por ejemplo, los de tesoreros y
estrategos, que se cubrían por elección. Los estrategos eran diez y se elegían anualmente, siendo reelegibles. Ese era el
puesto que ocupaba Pericles en la época de su mayor influencia. Pero un estratego no era solo un maestro en estrategia
bélica, sino también un hombre de reconocida valía intelectual; no un profesional militar, sino un buen jefe.
Todo dependía del voto popular y los grandes dirigentes de la política debían requerirlo una y otra vez con sus
discursos ante la Asamblea, sometiendo sus propuestas a la deliberación de sus conciudadanos. El pueblo contaba
además con algunos procedimientos para eliminar a alguien cuya influencia parecía peligrosa:
El ostracismo, votación popular que significaba, en caso de condena, el destierro por unos años de la
persona en cuestión
Un recurso para rectificar una decisión ya tomada: la «denuncia de ilegalidad» o graphé paranómón por la
que podía ser recusada una decisión de la Asamblea y castigado el que la propuso.
Ante un público como el ateniense cualquier ciudadano podía ejercer su derecho a exponer su opinión, pero la
isegoría tenía sus riesgos y la Asamblea era una ardua palestra intelectual. La repetida victoria de los griegos en las
Guerras Médicas colocó a Atenas al frente de la alianza defensiva de las póleis contra la amenaza del reino persa. De
ahí surgió la Liga Delo-Ática, de gran poderío naval, cuya hegemonía recayó en Atenas. Posteriormente se llamó Liga
Marítima e hizo frente a Persia, y a la Liga Peloponesia dirigida por Esparta. Desde un principio Atenas dominó la
alianza. Durante los cincuenta años que van de las Guerras Médicas a la Guerra del Peloponeso, esa época áurea
llamada así, la «Pentecontecia», «los cincuenta años», los tributos de la Liga Marítima sirvieron para que Atenas creara
una gran escuadra, en la que trabajaban como tripulantes y remeros muchos de sus ciudadanos más humildes, que así
recibían una paga cotidiana. El poderío de la flota y el contingente popular favoreció la afirmación de la democracia
radical de Efialtes y Pericles.
Los aliados, convertidos poco a poco en súbditos, costearon el esplendor de Atenas. La alianza concluyó por ser
sentida como un duro vasallaje por algunos miembros; pero Atenas se mostró implacable contra cualquier intento de
deserción. Se sirvió también de la Liga para influir en la política interior de las ciudades aliadas, favoreciendo la toma del
poder por las facciones más afines a la democracia radical y a la amistad ateniense. La democracia se deslizó así, en su
política exterior, hacia una actitud imperialista, que cobraba un perfil de tiranía sobre los aliados. Y ese afán llevó a la
inevitable confrontación bélica con Esparta en la Guerra del Peloponeso {429-404 a.C.), en la que Atenas saldría
derrotada.
El esplendor de las construcciones públicas estaba sufragado por las cuotas de los ingresos del tesoro federal. Se
puede decir que así logró Pericles «crear de un bien efímero obras para la eternidad». Tanto Eurípides como Tucídides
fueron testigos de ese proceso histórico. El enfrentamiento social que corresponde a la lucha ateniense es el de los
«ricos» frente a los «pobres» dentro de los ciudadanos:
Los «pobres» son los hombres libres que trabajan para sustentarse mediante un esfuerzo cotidiano: braceros
y labradores sin tierras, artesanos y pequeños tenderos, asalariados que podían servir en la marina y en la
infantería ligera.
Los «ricos» vivían del trabajo de otros, de sus tierras y negocios, a veces entroncando en una familia
eupátrida por su origen o por matrimonio.
Entre los unos y los otros podía formarse una clase intermedia, esa clase media que, según Aristóteles, era poco
numerosa en la mayoría de las póleis, pero que podía ser un factor muy importante de estabilidad. La tensión constante
que podía revelarse en una larga lucha civil o stásis era entre los nobles y afortunados y los desposeídos, dentro de los
ciudadanos libres. Con la guerra y la derrota final las tensiones se recrudecieron y las crisis económicas subsiguientes
mostraron en su amarga crudeza la desmoralización y la precariedad de la ideología democrática basada en la
solidaridad de la polis.
Es muy significativo que a la primera generación de sofistas, defensores de la democracia basada en la concordia y el
consenso, que surge de la discusión en común, haya sucedido una generación de pensadores de talante muy diferente,
inmoralistas y partidarios del derecho del más fuerte (como Calicles en el Gorgias platónico), o pesimistas en cuanto a la
realización de la justicia (como Trasímaco en la República, I, para quien es sólo la imposición fáctica de la decisión y
conveniencia de los que tienen el poder). Tanto Eurípides como Tucídides, y luego Platón, expresan bien sus críticas
amargas contra una democracia degradada; y esa actitud pesimista es el resultado de una dura experiencia histórica.
Algunos de los más graves reveses de Atenas en la Guerra del Peloponeso, dejando aparte los estrictamente bélicos
y militares, muestran los puntos débiles de su sistema de gobierno. La aglomeración de la población dentro de los muros
al comienzo de la guerra fue un factor decisivo para la terrible peste de 429/8, en la que pereció un gran número de sus
gentes y el mismo Pericles. El episodio de Melos, en el que los atenienses aniquilaron la población de una pequeña
ciudad culpable tan sólo de querer mantenerse independiente e imparcial en el conflicto entre las dos grandes potencias,
fue elevado por Tucídides a ejemplo categórico de la ferocidad del poder y la razón del más fuerte. El golpe de mano de
411, por el que unos cuantos intentaron restablecer un gobierno oligárquico mediante un Concejo de los Cuatrocientos
(que fracasó al retornar la flota y reinstaurar la democracia anterior), nos revela las tensiones y los empeños de los
enemigos del sistema; más o menos los mismos que se harían con el poder tras la derrota, con el apoyo de Esparta, y
que dominarían la ciudad mediante el terror, siendo conocidos como los Treinta Tiranos. Pero la democracia era fuerte y
se restableció pronto, derrocándolos y dando una admirable amnistía.
Los hechos históricos recién mencionados apenas repercutieron en el funcionamiento de las instituciones ni en una
formulación nueva de los ideales de la democracia. Sin embargo, la experiencia histórica de los mismos es esencial para
comprender la actitud de pensadores opuestos a esa democracia, como es el caso de Platón. Tucídides escribió la
historia de la contienda como una lección para los políticos, seleccionando para su relato esa perspectiva. Su visión de
las relaciones de poder entre las ciudades y entre las facciones dentro de ellas está hecha con un rigor implacable, que
no excluye una personal predisposición y una crítica ideológica encubierta.
La democracia ateniense encontró un estadista verdaderamente inspirado para desarrollar las reformas y engrandecer
con inmortales monumentos la ciudad: fue Pericles (c. 495-428). Su muerte, al comienzo de la Guerra del Peloponeso,
en la peste de Atenas, supuso un cruel revés para el destino de la ciudad y de la guerra. Tucídides no le ha regateado
grandeza al apuntar su actuación al frente de Atenas (con el cargo de estratego durante diez años y mediante sus
intervenciones en la Asamblea siempre): “En tiempo de paz, mientras Pendes estuvo al frente del estado, lo gobernó
sabiamente, velando por él de modo firme, y fue bajo su mandato cuando conoció su mayor apogeo... Gracias a su
autoridad, a su inteligencia y a su reconocida integridad pudo respetar la libertad del pueblo a la par que lo refrenaba”.
Esta extraordinaria alabanza es ajustada al gran mérito del ilustrado y progresista líder del pueblo, que logró marcar el
rumbo de la polis con una soberbia inteligencia y una resuelta y magnánima concepción del papel y el destino de Atenas,
como «lección para toda Grecia».
Su personalidad, su fe democrática y su audaz empeño supieron servirse de las circunstancias políticas favorables
para elevar a Atenas a ese incomparable centro de las artes y las ideas, capital política de un imperio y espejo de las
democracias del mundo. La ideología de Perícles estuvo al servicio de su idea de una Atenas ilustrada y progresista.
Otro monumento a su grandeza es el discurso fúnebre que Tucídides pone en su boca. El orador se eleva sobre la
circunstancia concreta para trazar una imagen de la ciudad por la que los caídos han dado su vida, esbozando un
hermoso cuadro de la Atenas democrática. Quiere destacar cómo la democracia ha reconciliado en un programa, que es
ya una espléndida realidad, los valores más importantes para el desarrollo armónico de la sociedad: igualdad y prestigio,
libertad y respeto a las leyes, laboriosidad privada y colaboración pública, digno nivel de vida material y valentía en el
combate, razón y capacidad de acción, amor a la paz y sometimiento de un imperio.
“Tenemos un régimen político que no emula las leyes de otros pueblos, y más que imitadores de los demás,
somos un ejemplo a seguir. Su nombre, debido a que el gobierno no depende de unos pocos, sino de la
mayoría, es democracia. En lo que concierne a los asuntos privados, la igualdad, conforme a nuestras leyes,
alcanza a todo el mundo, y en la elección de cargos públicos no anteponemos las razones de clase al mérito
personal. En la vida pública un respetuoso temor es la principal causa de que no cometamos infracciones,
porque prestamos obediencia a quienes se suceden en el gobierno y a las leyes, y principalmente a las que
están establecidas para ayudar a los que sufren injusticia y a las que, aun sin estar escritas, acarrean a
quienes las infringen una vergüenza por todos reconocida”.
Pericles alude con orgullo a los trazos más nobles de Atenas: una ciudad de todos, justa y trabajadora, alegre en sus
fiestas y valiente en los peligros, que educa a sus gentes para el saber y la belleza, sin un lujo excesivo, y sin un
relajamiento decadente, en la libertad y la solidaridad. Entre la áspera disciplina de Esparta y la refinada sensualidad de
Jonia, el Ática es tierra de equilibrio. Una tierra abierta a todos los sabios y artistas, y al comercio, pero fiel a la idea de
justicia social. Una ciudad, en fin, para vivir en democracia una vida buena, personal, y en franca y familiar camaradería;
bella ciudad por cuyos ideales vale la pena pelear y hasta morir.
Teatro griego (nació a fines siglo VI en Atenas): ESQUILO “Los Persas”, EURÍPIDES “Las Suplicantes”,
SÓFOCLES, ARISTÓFANES: “Los Caballeros"
Comenzó a partir de una pequeña congregación de público en torno a una ceremonia religiosa para, después de las
reformas de Solón, convertirse en una forma de integración del pueblo en la ciudad mediante la celebración de fiestas.
Fue protegido por Pisístrato (fomenta la producción cultural del pueblo) y las Grandes Dionisias. Literatura no
aristocrática. Se impuso con la conversión del régimen eupátrida al isonómico. Duró desde las Guerras Médicas hasta las
Guerras del Peloponeso. Exaltaban la democracia.
Elección de un héroe épico que se convierte en ser humano que sufre y se enfrenta a su destino. La tragedia es un
drama cuyo desenlace está dado por el destino trágico del héroe.
Al teatro iba todo el mundo. Eran obras escritas para ser representadas y no leídas. El Estado encargaba a un
ciudadano rico la tarea de la representación. El corega debía costear los gastos de vestuario y ensayos de coro (el coro
era el defensor del orden universal, los dioses hablaban a través de él).
La tragedia griega tiene como autores más importantes a Eurípides, Sófocles y Esquilo, en ella se ve como el
protagonista (etimológicamente, «el primero en el combate») va camino de un destino de fatalidad, lo que permite la
catarsis de las pasiones de los espectadores. En la comedia los máximos exponentes fueron Aristófanes y Menandro.
La tragedia y la comedia fueron fenómenos atenienses . Es un verdadero espejo de su tiempo. La democracia de
Atenas produjo y patrocinó la tragedia como un fenómeno de comunicación con forma artística. El trágico se interesa por
su polis. Es comunicación que educa, que concentra cuestiones fundamentales de la existencia humana, del
comportamiento y del destino del hombre sometido al poder divino y de otros hombres.
José Alsina: toda obra literaria es de modo inconsciente un documento que nos permite recoger datos de la cultura.
Por esto muchos filósofos escriben en forma de poesía.
Ardesi de Tarantuviez: dice que el teatro es literatura comprometida, porque el actor antes de ser actor, es ciudadano
de la polis.
“El teatro tiene un contenido intrínsecamente político”
Rodríguez Arados: dice que es el tercer foco que se combate con los otros (la ecclesia y el grupo de sofistas) en el
debate político. El teatro surge en el marco de la tiranía, se origina en las fiestas dionisiacas, este Dios, es el Dios del
campo, del vino y se contrapone con Apolo que es el Dios de la mesura, el orden. Arados ubica el origen del teatro en las
fiestas agrarias
El teatro entra en lo que Egues llama las fuentes propias, ya que el teatro griego antiguo es literatura comprometida,
porque el dramaturgo antes de ser actor, es un ciudadano comprometido con su polis. El poeta es un sabio, poco
religioso y crítico.
El teatro so institucionaliza en la época de los tiranos, pero se expande en la época de la democracia. No es posible
comprender al teatro sin la democracia, la democracia es el aire que respira el teatro. Ambos llegaron a su apogeo en el
siglo V a. C. y cuando declina la democracia, también lo hace el teatro. La democracia influye en los aspectos formales
del teatro y en el contenido. Es un género donde se puede expresar ideas políticas más amplias que las del autor. En el
teatro se puede visualizar las problemáticas de la polis. El teatro es un arte social, un género ciudadano. El teatro libera
a la polis de problemas que la angustia la oprimen.
La tragedia: es la catarsis que se realiza a través del dolor y la muerte. Subyace en la tragedia que no puede haber
conocimiento sin dolor. Canta la derrota de los héroes y esto es un símbolo democrático. Se pone en juicio el arete.
La comedia: es la liberación que se expresa a través de la fiesta, la alegría y el triunfo del héroe cómico. El héroe logra
salvar la polis a través de discurso cómicos.
La tragedia tiene un poco de mitología, es utilizada para tratar problemas presentes en forma abstracta. La comedia
está vinculada con el presente y personajes concretos, reales e históricos que son burlados y criticados. Estos
personajes se mesclaban con personajes fantasiosos. El lenguaje de la tragedia es serio, religioso y educado, por otro
lado, la comedia es burla, irreligiosa y maleducada.
Teatro Comedia Aristófanes
Esquilo (524-456)
Vivió la transformación política de Atenas. Guerreó en las batallas de Maratón y Salamina. Temas de sus tragedias:
orgullo y fracaso nacional, dominio de la ley, naturaleza del poder, defensa del débil, honor.
Obras: Los Persas, Siete contra Tebas, Las Suplicantes, etc.
Vivió en un período extremadamente inquieto, entre profundos cambios sociales y acontecimientos militares. Asistió a
la tiranía de Hipias y la liberación de Atenas de los Pisistrátidas, a la reforma de Clístenes y a las guerras médicas, y al
nacimiento de la hegemonía ateniense y la consolidación de la democracia. Estuvo en Maratón y Salamina.
Su obra está en relación con su mundo contemporáneo: temas del orgullo y fracaso nacional, del dominio de la ley, de
la naturaleza del poder, de la defensa del débil, de la muerte en la batalla. Esquilo los presentó a través de la acción
dramática. La democracia que Clístenes había fundado y que en esos años era remodelada por Efialtes y Pericles eran
la materia para sus dramas y, por lo tanto, capacita a su público para reflexionar sobre sí mismo.
Esquilo: Es un autor comprometido. Es un ciudadano, guerrero, antes que autor. Adhiere a una democracia de
fundamento religioso, “son los dioses los que defienden la democracia”. En sus obras presenta una ciudad unida. No
tiene argumentos mitológico sino histórico, está escrita desde la perspectiva del derrotado: los persas son los personajes
y estos tiene o están sometidos a los mismos pensamientos que los griegos.
Sófocles (495-406)
En su obra se percibe el trasfondo del poder divino, más potente que el obrar humano. Sirvió al Estado siendo
tesorero y estratego, una vez junto a Pericles.
Obras: Antígona, Electra, Edipo Rey.
Sófocles habla de su país de modo diferente. Su larga vida coincide con la época del apogeo de Atenas. Dio de su
tiempo un testimonio personal. Construye sus dramas con un trasfondo de poder divino, mucho más potente que el poder
humano y que actúa por caminos oscuros y amenazadores. En él la visión poética está separada de cualquier visión
política.
Creció en una gran época de Atenas, que aparece como señora del mundo helénico, y cuando es adulto, la acrópolis
comienza a ser adornada con obras de arte y la administración de Pericles parece haber dado a la democracia su forma
definitiva.
La estrecha vinculación de Sófocles respecto a su ciudad se manifiesta en su obra literaria, en el desempeño de los
cargos públicos y en el servicio del culto. En su primera representación también se presentó como actor, pero su voz no
era muy potente. En el estado fue tesorero y estratega junto con Pericles. No fue un gran general ni un gran político, pero
sí un buen ciudadano. No pudo asistir a la caída de la ciudad para la que vivió y escribió.
Fue estratega junto a Pericles. De familia acomodada, aristócrata Se opuso a las corrientes innovadoras, se opuso a
los sofistas. Los sofistas cuestionaban los valores tradicionales y a los dioses griegos
Mito de Edipo Rey: los reyes de Tebas (Layo y Yocasta) quieren tener un hijo pero no pueden, por lo que, consultan al
oráculo, este les dice que el hijo que van a tener, Edipo, va a matar al padre y acostarse con la madre. Tienen un hijo
que se lo entrega a un granjero, este se lo da a otro granjero, y finamente este se lo entrega a los reyes de Corinto.
Cuando el niño crece le pregunta al oráculo de Delfos, que le dice lo mismo que le dijo a sus padres, por lo que huye y en
el camino discute con un hombre al que mata, este hombre era Layo, su padre.
Luego se encuentra con una esfinge que le presenta un enigma, él lo resuelve y la esfinge se mata liberando a Tebas.
Como recompensa Yocasta se casa con él, cumpliendo con la predicción del oráculo. Tienen 4 hijos, hay una peste y el
oráculo les dice que la peste no se va a terminar hasta que se encuentre al asesino de Layo.
Le avisan a Edipo que murieron los reyes de Corinto, pero que él no puede gobernar. Yocasta se entera quien es
Edipo y se mata. Edipo termina quitándose los ojos. Eteocles y Polinices (hijos de Edipo y Yocasta) deciden gobernar un
año cada uno Tebas, pero pasado el año, Eteocles no quiere dejar su poder, ambos pelean y se matan.
Antígonas: Una vez muerto Eteocles y Polinices, sucede al trono un hermano de Yocasta, Creonte, dicta un decreto
donde se puede enterrar a Eteocles, pero no a Polinices por atacar la ciudad. Antígonas le pide a su hermana, Ismene,
ayuda para honrar el cuerpo de Polinices, pero esta se niega. Antígonas decide continuar con su plan y desobedece la
ley, cuando muere su hermana la entierra y luego se suicida. Hemon, hijo de Creonte, se mata ya que Antígonas era su
prometida. Cuando Eurídice, madre de Hemon y esposa de Creonte, se entera de lo sucedido se suicida. Creonte
finalmente entiende que todo lo sucedido es por su culpa.
“Las leyes divinas están por encima de las leyes humanas”
Eurípides (480-406)
Está condicionado por el amor a su patria y la contemporaneidad de los hechos de su polis. Cercano a los sofistas.
Obras: Hipólito, Medea, Alcestis, etc.
Su fecha de nacimiento, 480-484 a. C., se vincula a la de la batalla de Salamina. Murió en 406. Llegó a la edad adulta
bajo la supremacía de Pericles. No se sabe si tuvo alguna función de Estado, pero de sus obras se desprende un gran
amor a su patria ateniense. En la obra de Eurípides encontramos más partes condicionadas por lo contemporáneo que
en la de los otros trágicos.
La sofística era el movimiento intelectual que en Atenas causaba gran revuelo, y Eurípides era amigo de Protágoras, y
también de Anaxágoras, y se dice que Sócrates sólo iba al teatro cuando se representaba una obra de Eurípides.
Eurípides era contrario al partido de la guerra y de los demagogos. Está con el espíritu de libertad propio de Atenas.
Eurípides se sintió en rebeldía contra las leyes del rey, en protesta contra sus patrones morales, sus supersticiones y
locuras, sus injusticias sociales.
Aristóteles lo llama el más trágico de los poetas trágicos. Después de su muerte se representó “Las Ranas” de
Aristófanes -405-, comedia en la que se realiza un concurso literario en los infiernos para decidir quién es el mejor
trágico. Aristófanes hace ganar a Esquilo, a quien erige como antítesis de Eurípides, es el movimiento sofista que está
entre ambos, señalando un abismo. Las preferencias del conservador Aristófanes son claras. Fue indiferente a la
actividad propiamente política de la ciudad. Prefería la vida en solitario y retirado, en busca de la felicidad individual. Es
una figura significativa en la transición entre la vieja manera de pensar en mitos y símbolos, a la nueva manera de pensar
en conceptos abstractos.
Eurípides trató de racionalizar sus temas y de darlos un significado más preciso. Cayó bajo el hechizo de Pericles y
de sus ideas de Atenas.
Eurípides (“Suplicantes”): se vio influido por las corrientes sofistas. Sus personajes dudan, cuestionan y analizan las
cosas. Es destino se resuelve a través de las acciones humanas y no de los dioses. Los hombres son los gestores de la
forma de gobierno, la polis aparece dividida, fragmentada. Para él, los pobres son peligrosos, los ricos inútiles y son los
de la clase intermedia los que van a salvar la polis. Retoma el mito de Edipo.
Defiende a la democracia pero a la vez, ve sus excesos y los critica, vive en un momento cuando la democracia está
al final de su apogeo. Para el la democracia ha perdido su esencia, su razón de ser. El criterio de isonomia valía para
Atenas, pero no para las demás polis y esto es lo que critica.
Síntesis
Tenemos en los trágicos a los representantes de tres generaciones distintas: la de los hombres que pelearon contra
los persas hasta morir en defensa de una libertad y una democracia moderada; los que como Sófocles vivieron de los
frutos en los siguientes años, felices y participando de la democracia y del esplendor de Atenas; y los de la época de
Eurípides, acuciados por afanes imperialistas, fascinados por la sofística y doloridos ante la Guerra del Peloponeso.
Las obras
Varias son las tragedias en las cuales podemos ver el elogio que de la democracia ateniense hacen sus autores. La
tragedia no es sólo obra estética, es obra de comunicación para un amplio público, para toda la polis. Por eso es
importante señalar el año en que fue representada la obra, ya que da las pautas del momento político, que es muy
importante para nuestra hipótesis: se muestra cómo en la tragedia se manifiesta una tendencia prodemocrática, a veces
muy claramente y otras envuelta en la elaboración que del mito hace el autor.
La tragedia es manifestación democrática. Lo es por su origen popular y porque se representa en las fiestas de
Dionisio. Fue apoyada por los Pisistrátidas en el marco de su gobierno pro-popular. Y continuó representándose en
certámenes organizados por gobiernos democráticos. Para la mujer abrió una cierta perspectiva, dado que la mujer
ateniense vivía recluida y salía sólo para las fiestas religiosas, podía asistir a las tragedias. Eurípides hace una obra
respecto a una mujer, Medea, repudiada por su esposo, razón por la que lo mata a él y a los hijos en común. La única
restricción estaría en la comedia a la cual no asistirían las mujeres de mejor posición por las groserías que en ella se
decían.
Se produce una comunicación durante la representación, enriquecimiento mutuo, entre el autor y su público. En la
Atenas democrática, el que no tenía dinero para pagar su lugar en el teatro, el estado se lo facilitaba. Hay tragedias en
donde resulta evidente la idea política de su autor. Lo vemos en “ Las Ranas” donde Aristófanes decide que es Esquilo el
elegido por Dionisio para contribuir con sus consejos a la salvación de la ciudad, lo que nos hace suponer que el
conservador comediógrafo conocía muy bien el pensamiento tradicional de su preferido frente al sofístico Eurípides.
“Los Persas” es la tragedia más antigua de Esquilo que se ha conservado. Es la única obra que no tiene tema mítico.
Es la primera gran obra dramática histórica de la literatura occidental. Es una especie de obra histórica que no cae en
falsedades históricas o en sensiblerías patrióticas. Esquilo cuanta la expedición de Jerjes y describe la victoria de
Salamina con la verdad. La obra es una exaltación del triunfador de Salamina, Temístocles. Salamina es el verdadero
elemento central del drama y son evidentes las alusiones a la acción política y militar de Temístocles como el mensaje
engañoso a Jerjes y la alusión a las minas de Laurión con cuya producción se hizo la flota que definió la guerra y el
posterior rumbo político de Atenas. Menciona a los jonios o helenos, a los cuales Temístocles les había pedido que se
unieran a la madre patria, origen de la Liga Délico-Ática -478- que representa la culminación de los esfuerzos de
Temístocles. Esta tragedia es un himno a la unidad y concordia de los estados griegos en torno a Atenas, una Atenas
que es la garantía de la supervivencia de la Hélade. La obra no tiene miras imperialistas, al contrario, es una
contestación despiadada a todo imperialismo. Exalta la victoria griega, pero se coloca desde el vencido, sin burla
patriotera u odio racista, con un sentimiento de humana solidaridad. Los bárbaros son distintos pero no inferiores a los
griegos. Esquilo tiene piedad por el vencido, la guerra la habían sufrido vencedores y vencidos. Las guerras médicas
fueron para los griegos una experiencia religiosa, la del castigo divino del hombre que busca un poder excesivo. El rey
persa, inmerso en la hybris, seguirá siendo rey aunque haya sido vencido. En cambio, en Atenas, el control democrático
hará que sus dirigentes tengan que dar cuenta a la asamblea e incluso sufrir el ostracismo, si las acciones guerreras no
le son favorables. La obra es un elogio a Atenas, a la democracia, a Temístocles: “No son esclavos los atenienses de
ningún hombre y no manda en ellos ningún rey”.
Destaca la diferencia esencial entre la estructura despótica de la monarquía persa y el sistema democrático
ateniense. Si los atenienses tienen un profundo sentimiento religioso (los persas fueron castigados por los dioses por su
hybris), no por ello dejan de confiar en la inteligencia y razonamiento humanos cuando la ciudad vence al Gran Rey. Las
aspiraciones de Esquilo son por una concordia cívica y una unidad que serán características de la imagen ideal de la
misma polis democrática.
La tragedia más política de Esquilo es “Las Euménides”. El eupátrida Orestes, heredero del trono de Argos, al llegar a
Atenas para su purificación, promete a Atenea su propio pueblo, su tierra y a sí mismo. Y cuando al final Orestes es
absuelto, pronuncia un solemne juramento: nunca ningún general argivo marchará contra el Ática. Así el mítico Orestes
se convierte en el representante de Argos y como tal culmina con el pueblo ateniense una alianza eterna, uno de los
pilares de la política ateniense del siglo V. Después, se hace alusión a la expedición a Egipto, tan caro a los
simpatizantes de Pericles, cuando Orestes le dice a la diosa que “estás ahora combatiendo por tu pueblo querido en los
campos de Libia”. Esta empresa no tiene como fin liberar territorios del dominio persa, sino su sustitución en el
Mediterráneo por el ateniense, en vistas a una expansión económica y a una política imperialista. Es así como en esta
obra se acepta la guerra exterior cuando significa gloria para Atenas, pero se hace un llamado a la concordia de los
ciudadanos y a la paz social: “¡Qué el interés del Estado sea siempre antepuesto al interés particular! ”. [Ver las
suplicantes como fuente]
Conclusión
Como género literario original, la tragedia instaura un nuevo tipo de espectáculo en el sistema de las fiestas públicas
de la ciudad.
La tragedia representa un pasado lejano y remoto que contrasta con el orden de la ciudad, pero que permanece aún
vivo en la religión cívica, en la que el culto de los héroes ocupa un puesto privilegiado. La problemática trágica se
expresa en una polaridad dada por el coro, personaje colectivo encarnado por un colegio de ciudadanos, y por el
personaje trágico representado por un actor profesional.
El coro tiene el papel de expresar con sus temores, sus esperanzas y sus juicios los sentimientos de los espectadores
que componen la comunidad cívica, y el personaje individualizado cuya acción forma el centro del drama, y que tiene
aspecto de héroe del pasado, siempre más o menos ajeno a la condición ordinaria del ciudadano.
La tragedia griega aparece como un momento histórico circunscripto y datado. Nace en Atenas y no dura más de un
siglo. La verdadera materia de la tragedia en el ideario social propio de la ciudad. Su objeto es el hombre que vive en la
ciudad, obligado a orientar su acción en un universo de valores, a veces ambiguo.
López de Hernández, “La revolución intelectual en la Atenas del siglo V a. C. La Sofística”, en López de
Hernández y otros, Temas de Historia de las Ideas políticas y Sociales de la Antigüedad Clásica.
Capítulo I: Los griegos y su concepción del pasado
El primer problema de discusión es saber si la historiografía griega poseía un sentido de la historia como perspectiva
en el tiempo, como continuidad entre pasado, presente y futuro. La obra de Heródoto o de Tucídides no son
antecedentes de la historiografía científica por la falta de instrumentos metodológicos adecuados y porque su concepción
del tiempo, del pasado y del futuro, difiere de la propiamente historia. Para los griegos, el tiempo es cíclico. Ese ciclismo
se hace presente, para el griego primitivo, en el orden regular de las estaciones y en el movimiento circular de los astros.
Se preocuparon por el devenir humano pero lo consideraron como parte del devenir natural, es decir, cósmico. El
hombre, en cuanto ser vivo inmerso en la naturaleza, está sujeto al deterioro y disolución que le afectan; por
consiguiente, estos cambios no son el resultado de la libre acción humana sino del devenir físico.
La idea de la repetibilidad de los seres y cosas aparece tempranamente en la filosofía griega. La encontramos en el
orfismo y el pitagorismo, también Heráclito considera que la lucha de los contrarios, que da origen al cambio y que es
regida por el principio ígneo, se sujeta a un orden eterno de aparición y extinción, es decir, cíclico. En Platón se hace
presente la idea de los ciclos históricos en relación con las constituciones de los pueblos. En ellas rige una legalidad
según la cual cada una de las formas estatales degenera y es reemplazada por otra. Dentro de las sociedades humanas,
Platón reconoce la existencia de un progreso material, debido a las invenciones técnicas, y un progreso ético logrado por
la educación. Pero ese logro es detenido por catástrofes periódicas que, aniquilando casi íntegramente las ciudades y los
hombres, determinan el comienzo de un nuevo proceso civilizador.
Aristóteles acepta también la teoría de las catástrofes periódicas con la que se vincula la idea del año magno cósmico,
al término del cual vuelven todos los astros a su posición original para empezar de nuevo su carrera. La vida de las
sociedades humanas está sujeta, como el resto del cosmos, a esas catástrofes periódicas que dan origen a un nuevo
ciclo.
La filosofía estoica hace del eterno retorno una pieza capital de su sistema, considerando que la historia está sometida
a las leyes regulares de decadencia y retorno que rigen el ciclismo cósmico. Una derivación técnica, en el campo
historiográfico, de esta concepción cíclica es el tratamiento bastante superficial de la cronología, es decir, la datación
precisa de los hechos del pasado. Sin caer en la atemporalidad propia del pensar mítico o de la poseía épica, se nota la
falta de referencia a fechas que son esenciales para el historiador moderno. Incluso en Tucídides, la sucesión de los
acontecimientos es más lógica que cronológica. Esa incapacidad de los griegos para valorar por sí mismos el pasado
humano, con independencia del proceso cósmico, se suma a las deficiencias técnicas inevitables de su época. Así
podemos explicarnos el hecho de que los relatos históricos revisten mayor objetividad y fidelidad cuanto más cercanos al
autor son los acontecimientos que describe. El pasado remoto o es descartado, como en el caso de Tucídides, o se
transforma en relato mítico y legendario, caso frecuente en Heródoto.
Al desarrollo de un pensamiento histórico científico entre los griegos se opone también la existencia de una peculiar
metafísica antihistórica. “La historia es una ciencia del obrar humano, el objeto que el historiador considera es lo que han
hecho los hombres en el pasado, actos que pertenecen a un mundo cambiante, a un mundo en que las cosas llegan a su
fin. Según el parecer de la metafísica griega predominante, las cosas de esa índole no debían poderse conocer y, por lo
tanto, la historia tenía que ser imposible”… El pensamiento griego elaboró una distinción entre dos tipos de pensar: el
conocimiento propiamente dicho (episteme) y lo que traducimos por opinión (doxa). La opinión es el semi-conocimiento
empírico que tenemos de las cuestiones de hecho que están en perpetuo cambio… “sólo es válido para el momento de
su propia duración, para el aquí y el ahora, y es un saber inmediato, sin fundamento de razón e incapaz de demostrarse .”
“El verdadero conocimiento, por el contrario, tiene validez, no solamente aquí y ahora, sino en todas partes y siempre
está fundado en razón demostrable y, por lo tanto, es capaz de enfrentarse y vencer el error con las armas de la crítica
dialéctica”.
Es una radical oposición filosófica a la validez de la historia como conocimiento científico, aunque algunas mentes se
interesaron por el pasado humano igual. Las palabras con que Heródoto inicia su relato son reveladoras de una nueva
actitud respecto del pasado. Su interés se centra en conservar la memoria de los hechos gloriosos de los hombres. Lo
que se busca es mantener vivo y vigente en los hombres del presente el recuerdo de importantes acciones pasadas,
pero no muertas. Son hechos reales, no míticos, y de una trascendencia tal que merecen ser conservados. Lo humano
cobra así un nuevo valor.
Hay otra aportación de Heródoto importante: en su relato refiere una infinidad de sucesos varios e interesantes y
expone las causas y motivos de las guerras que se hicieron mutuamente. Esos sucesos, Heródoto los narró
ordenadamente, toda la acción es comprendido como algo que tiene un “antes” y un “después”. No hay una
yuxtaposición de hechos sino una ligazón de los mismos de acuerdo con un orden lógico y cronológico. Ello implica la
existencia de un principio que rige todo el relato: el de causalidad. Es un encadenamiento en el que cada acontecimiento
tiene un valor y una eficacia sobre los que siguen.
Hay una toma de conciencia de que ciertos acontecimientos tienen la capacidad de suscitar cambios y consecuencias
en los que le siguen. Esta nueva manera de mirar el pasado, iniciada por Heródoto a mediados del siglo V a. C. y
perfeccionada por Tucídides, abre la posibilidad de utilizar ese pasado para una mejor comprensión del presente y una
prevención del porvenir. Aunque la estructura del pensamiento griego se opone a la concepción de lo histórico
propiamente dicho, la misma no constituyó un impedimento para que la historia tuviera un valor práctico y definido para
los griegos. Sus enseñanzas eran útiles para entender los problemas del presente y, dada la concepción cíclica del
tiempo, podían permitir la formación de juicios de pronóstico acerca del futuro.
La esencia de la historiografía griega es su pragmatismo. En resumen, la historia, como indagación del pasado
destinada al esclarecimiento y salvaguarda de los hechos importantes realizados por los hombres, para utilidad del
presente y del futuro, es una genuina creación de los griegos.
Los sofistas
Aparecieron en Atenas a mediados del siglo V a. C. Alcanzaron rápido prestigio por sus cualidades como profesores
de elocuencia que, en una democracia directa como la de Atenas, revestía decisiva importancia. Era la habilidad para
convencer.
Eran profesores que enseñaban su arte a cambio de dinero, convirtiéndose en educadores de las juventudes
adineradas, ansiosas de alcanzar el poder político. Tenían conocimientos profundos en matemáticas, política, lógica y
filosofía. En tanto que los filósofos del siglo VI a. C. se preocuparon por alcanzar la verdad en sí misma, sin tratar de
obtener ninguna utilidad, los sofistas orientaron sus enseñanzas al logro de fines prácticos, especialmente el éxito
político. Lo peligroso del mensaje que difundieron era el socavamiento de las convicciones tradicionales que habían
sostenido la vida griega durante siglos.
Al afirmar como Protágoras que la verdad no es absoluta sino relativa pues el hombre es la medida de todas las
cosas, difundieron un escepticismo radical que minó las bases morales, religiosas y políticas del momento. Su
escepticismo o agnosticismo respecto de los dioses, privaba a todas las instituciones fundamentadas en ellos del sólido
baluarte que garantizaba su existencia. En el ambiente de una Atenas convulsionada por la guerra del Peloponeso, los
sofistas de ser agnósticos, relativistas e individualistas, se convirtieron en ateos, escépticos y defensores de la doctrina
del superhombre.
Internet
Atenas “triunfadora principal de las Guerras Médicas“, se convirtió en el centro económico, político e intelectual de
toda Grecia antigua. Allí floreció especialmente la sofística “denominación derivada del nombre de los preceptores o
sophós, sabios” doctrina filosófica que, abandonando el estudio de la Physis, se orientó fundamentalmente a los temas
del hombre, la organización social, las leyes, y las costumbres.
El movimiento de la sofística se difundió por toda Grecia, abarcando prácticamente a todas sus sociedades. Su
orientación general estaba pautada por un gran escepticismo, una inclinación general a someter todos los temas a la
discusión retórica, y sosteniendo en definitiva que no había ninguna verdad auténtica, sino que la verdad dependía del
poder de persuasión con que fuera expresada y la utilidad que tuviera. Lo más característico de los sofistas era el uso del
método dialéctico, mediante el cual se pronunciaban extensas argumentaciones que, más que a la búsqueda de la
verdad, tenían por finalidad evidenciar las incoherencias de la argumentación del adversario.
El máximo grado de habilidad del sofista, consistía en convencer a su auditorio de algo, para de inmediato demostrar
lo contrario. Los sofistas cultivaban y enseñaban como un componente fundamental de la educación, la retórica, como
arte de convencer mediante la palabra. También daban gran importancia a la eurística o arte de polemizar; llegando en
su ejercicio a extremos que llevaban a realizar extensas discusiones sobre asuntos totalmente absurdos, sin el menor
objetivo de alcanzar una conclusión acerca de nada. Una de las actitudes más características de los sofistas, estuvo
referida a su concepción de la normativa social; considerando que ni la moral ni las leyes respondían a la naturaleza, sino
que eran solamente nomos, es decir resultados de las convenciones humanas; por lo cual los hombres podrían
establecer un orden social y moral totalmente distinto, sin que con ello lesionaran el orden natural. Con ello, sentaron las
bases de la discepancia entre las concepciones del llamado jusnaturalismo que considera que hay reglas jurídicas y
morales inherentes a la naturaleza; y el llamado “positivismo jurídico”, que solamente considera que las reglas están
vigentes por imposición humana.
En sentido estricto, y debido tanto a su probable gran número como a su método de actuación, no puede decirse que
las doctrinas de los sofistas sean conocidas por la posteridad en forma directa, a través de sus expresiones escritas. En
realidad, se les conoce principalmente a través de las transcripciones de sus supuestos diálogos, principalmente las
contenidas en las obras de Platón. Entre ellos pueden mencionarse a Hipias, Protágoras, Euridemo, Pródico, Gorgias,
Antifonte, Licofón, Trasímaco, Critias y Calicles. En realidad el movimiento sofístico puede subdividirse entre el de la
primera generación, fundamentalmente integrado por Hipias y Protágoras; y la segunda generación cuyos principales
representantes fueron Antifonte, Trasímaco, Critias y Calicles. Todo indica que en realidad, la inclinación al pesimismo y
al irracionalismo fue principalmente una característica de los últimos sofistas; ya que los primeros predicaban una
doctrina conforme a la cual la posesión de mejores conocimientos permitiría cumplir mejor los deberes del ciudadano.
Si bien los sofistas principales - al menos aquellos cuya prédica fue recogida ulteriormente por Sócrates y Platón,
actuaron en la Atenas de la segunda mitad del Siglo V A.C., en realidad eran casi todos extranjeros; por lo cual carecían
de derechos políticos en la ciudad. Sin embargo, se hacían notar públicamente, porque varios de ellos ejercían funciones
diplomáticas como embajadores de sus ciudades de origen, lo que les confería el derecho de hablar en la Asamblea y les
facilitaba el trato con todos los hombres prominentes. En este sentido, es preciso tener presente que los sofistas
actuaron en la época de oro de Atenas, y que fueron contemporáneos y frecuentaron el trato de hombres como Pericles,
Heródoto, Tucídides, Sófocles, Eurípides, Zenón, etc.
Los sofistas recibieron juicios altamente negativos, por parte de Sócrates y de Platón, quienes al parecer los
despreciaban principalmente por atribuirles un desmedido afán de lucro. Sin embargo, no puede perderse de vista que si
obtenían éxito en su medio, de alguna forma quienes aceptaban pagar por sus servicios habrían de encontrarlos
valederos. Al parecer, en su medio y época tuvieron su prestigio.
Sofistas: es el que usa sofismas. El significado etimológico sofisma significa SABIO, pero en el significado actual, es
un ARGUMENTO MENTIROSO.
Da Silveira: dice que probablemente la sofistica sea el movimiento intelectual que peor prensa haya tenido a través de
la historia. Son Platón y Aristóteles quienes inician esta visión negativa de la sofistica. La mayor parte que se conozca de
los sofistas es por parte de Platón.
Los sofistica no es una escuela, sino que fue un movimiento intelectual cuyos representantes coinciden con un
momento histórico, segunda mitad del s. y que tienen tres grandes rasgos distintivos.
Sofistas Sócrates
Semejanzas Diferencias
Ambos eran educadores (labor pedagógica) Los sofistas cobraban mucho por sus
Utilizan la razón como el medio para acceder enseñanzas. Sócrates no cobraba.
a la verdad Sócrates tenía una actitud de respeto para con
Se pone el acento en el hombre los dioses. Los sofistas eran agnósticos o
ateos.
Los sofistas eran relativistas. Sócrates
consideraba que era posible llegar a un
conocimiento verdadero de un determinado
factor.
Según Platón la comedia de Aristófanes pudo influir en el juicio de Sócrates debido a la imagen que le impusieron, y
dicha imagen influyo en sus acusadores y en los jurados.
Los discípulos de Sócrates transitaron caminos diferentes después de la muerte de su maestro:
Eggers Lan: Sócrates era anti-democrático, este y muchos autores más dices esto. Según este autor
Sócrates 1) se oponía al sorteo, 3) muchos de sus discípulos eran de origen aristocrático, 3) tenía una
inclinación hacia el Dios Apolo, que se oponía a Dionisio, que era el Dios de los pueblos.
Rodolfo Mandolfo: Dice que está a favor de la democracia, se fundamenta en los siguientes criterios: 1) Para
Sócrates la conciencia era la limitación de la sabiduría, por lo tanto, no le va a pedir a los gobernantes que
sean sabios, sino idóneos, honestos. 2) Se basa en fuentes que muestran a Sócrates dialogando con gentes
de diferentes clases. 3) Está a favor del trabajo manual.
Antonio Tovar: trata de convivir a los dos primeros, por lo tanto, para el Sócrates era democrático, pero
extrañaba la democracia de su juventud, según este criterio Sócrates había adherido a un sistema de leyes
combinado con la aristocracia de la sabiduría, que frenase al pueblo.
A Sócrates le intereso la vida de la polis y consideraba que el medio para mejorarla era a través del pueblo, mediante
la educación del mismo.
Las acusaciones según Platón y Jenofonte: es culpable de corromper a los jóvenes y de no creer en los dioses que la
ciudad cree, sino en otras cosas demoniacas, nuevas. La pena que recibe es la muerte (tiene un trasfondo político).
¿Los gobernantes lo veían peligroso para la democracia recién reformada?
Alegato de Anito: es uno de los acusadores de Sócrates (los otros dos son Meleto poeta y Licon, orador), no
se conserva.
Polìcrates: escribió un panfleto llamado “Acusación contra Sócrates”, donde al parecer reproduce lo que dijo
Anito (tampoco se conserva).
Jenofonte: Escribe un libro llamado “Recuerdos de Sócrates” (Memorabilia), este texto si se conserva. En una
parte cita a Policrates donde trata de rebatir lo que este dice. Expresa que: 1) Sócrates está en contra del
sorteo y por lo tanto, está en contra de la democracia. 2) Dice que en los discípulos de Sócrates habían
personas nefastas para Grecia. 3) Dice que Sócrates despreciaba al pueblo citando a Homero. Estas son las
3 acusaciones de Policrates, citado por Jenofonte.
El Sócrates de la “Apología” de Platón se defiende de acusaciones que no aparecen en la acusación de ASEBEIA.
Sócrates dice que: 1) “Nunca he quebrantado leyes”, 2) “No puedo hacerme cargo de las cosas que dicen las personas
con las he que he hablado” y 3) “He hablado con personas de diferentes clases”. Se defiende de las acusaciones
presentadas por Policrates, pero no aparecen en las acusaciones de la asebeia.
Platón (427-347)
García Gual, “La Grecia Antigua”
En varias obras Platón habla de las diversas formas de constitución, pero lo hace en particular en los tres diálogos de
la “República”, el “Político” y “las Leyes”. Aquí nos detenemos en especial en el estudio que hace de las formas de
gobierno en la República.
El diálogo de la República es una descripción de la república ideal, que tiene como fin la realización de la justicia
entendida como la atribución a cada cual de la tarea que le compete de acuerdo con las propias aptitudes. Esta república
es una composición armónica y ordenada de tres clases de hombres:
Los gobernantes-filósofos,
Los guerreros
Y los que se dedican a los trabajos productivos.
Pero este Estado no ha existido hasta ahora en ningún lugar, como lo declaran dos interlocutores al final del libro
décimo (ese Estado “quizás en el cielo está el ejemplo para quien quiera verlo”). Los Estados que existen, los Estados
reales, son, aunque en diferente grado, corruptos. Mientras el óptimo Estado es uno solo, y no puede ser más que uno
porque una sola es la constitución perfecta, los malos Estados son muchos, de conformidad con el principio expuesto en
uno de los diálogos de que “una sola es la virtud, mientras son infinitas las del vicio”. De esto deriva que la tipología de
las formas de gobierno en la República, en contraste con lo que hasta ahora hemos visto, sea una tipología compuesta
únicamente por formas malas, aunque no todas igualmente malas, y ninguna buena.
Mientras en el diálogo presentado por Heródoto tanto las formas buenas como las malas son, de acuerdo con los
diversos puntos de vista de los tres interlocutores, formas históricas, que son abordadas por Platón, son malas, pues no
concuerdan en cuanto formas históricas con la constitución ideal. Por ahora la única forma buena está más allá de la
historia.
La idea dominante desde Aristóteles hasta Polibio es que la historia es una continua sucesión de formas buenas y
malas: En cambio, según Platón, en la historia se suceden solamente formas malas y una más mala que otra. La
constitución buena no forma parte de esta sucesión, es un modelo, y como tal no importa si se encuentra al principio o al
final. Platón, como todos los grandes conservadores, tiene una visión benévola hacia el pasado y una mirada llena de
miedo hacia el futuro, tiene una concepción pesimista de la historia. La historia no como progreso indefinido, sino como
regreso definido, el regreso de lo malo hacia lo peor.
Platón vivió en una época de decadencia de la gloriosa democracia ateniense y, por tanto, investiga, analiza,
denuncia, los fenómenos de la degradación de la polis, más que los de su esplendor. Él, como todos los grandes
conservadores, es un historiador (y un moralista) de la decadencia de las naciones, más que de su grandeza. Las
constituciones corruptas que Platón examina son, en orden decreciente, cuatro:
timocracia,
oligarquía,
democracia
y tiranía.
En esta numeración faltan dos formas tradicionales: monarquía y aristocracia; pero estas dos formas son atribuidas
indiferentemente a la constitución ideal: ―”Digo que una de las formas de gobierno es precisamente la forma que
examinamos [es decir la constitución ideal], y que podríamos llamar con dos nombres: si entre todos los regidores uno
tiene el mando sobre los demás, la podríamos llamar monarquía; si el mando está en manos de varias personas,
aristocracia”―. Estos dos aspectos constituyen una sola forma: “que uno o varios tengan el mando da lo mismo, pues
nada cambiaría en las leyes fundamentales del Estado, una vez educados y elevados de la manera que señalé ”.
También para Platón las formas de gobierno son seis, pero, de ellas, dos sirven para designar la constitución ideal y
cuatro para indicar las formas reales que se alejan en mayor o menor medida de ésta.
De las cuatro constituciones corruptas, la segunda, la tercera y la cuarta corresponden a las formas degradas de las
tipologías tradicionales: la oligarquía es la forma corrupta de la aristocracia, la democracia de la “politeia” (que es como
Aristóteles llama al gobierno del pueblo en su forma buena) y la tiranía de la monarquía. La timocracia (de timé que
significa honor) es un concepto introducido por Platón para designar una forma de transición entre la constitución ideal y
las tres formas malas tradicionales.
Platón se pregunta ¿no es quizá la timocracia una forma de gobierno que se encuentra entre la aristocracia y la
oligarquía? En su época la timocracia estaba representada en particular por el gobierno de Esparta, del que Platón fue
admirador y que tomó como modelo para delinear su república ideal. El gobierno timocrático de Esparta es el más
cercano a la constitución ideal: su vicio, su elemento de corrupción, está en honrar más a los guerreros que a los sabios.
Otra observación es que mientras en las tipologías tradicionales las seis formas se alternan, ya que después de la forma
buena viene la mala que le corresponde, en Platón, una vez que se presenta la forma ideal, que en el libro octavo es
identificada con la aristocracia, aparecen las otras cuatro formas degeneradas en momentos de decadencia, de suerte
que no hay alternancia sino una continua, gradual y necesaria caída hasta el grado ínfimo que es el último eslabón de la
cadena. En la representación tradicional el movimiento es ascendente y descendente, en la platónica solamente es
descendente. La timocracia es la degeneración de la aristocracia, considerada como la forma perfecta y descrita en el
Estado ideal; la oligarquía lo es de la timocracia y así sucesivamente. Con la tiranía la degradación toca fondo.
Platón no dice si exista ni cómo lograr el ascenso. ¿Es posible transformar al tirano en rey-filósofo? Es lo que Platón
personalmente intenta en sus viajes a Siracusa al relacionarse con los tiranos del lugar; mas su empresa fracasó en
diversas ocasiones. Platón presenta el discurso sobre las cuatro formas corruptas así: “Las constituciones de las que
hablo y que tienen un nombre propio ante todo son: la que es exaltada por muchos, es decir, la de Creta y Esparta [se
trata de la forma timocrática]; en segundo lugar viene la llamada oligarquía, gobierno lleno de problemas infinitos; luego
está la democracia, que es opuesta a la anterior; por último encontramos a la muy noble tiranía, superior a todas las
demás, pues es la gangrena extrema del Estado ”. Para caracterizarlas, Platón ubica las particularidades morales (es
decir los vicios y las virtudes) de las clases dirigentes respectivas. Respecto a quién gobierna:
La experiencia personal del filósofo en su época y en su contexto político concreto, como ciudadano de la
Atenas democrática, nacido durante la Guerra del Peloponeso, testigo del proceso trágico de Sócrates y
marginado por decisión propia de la práctica política para dedicarse a la teoría.
Platón es mucho más que un pensador político. Ha construido un sistema filosófico, apuntalado en el método
socrático del diálogo y el razonamiento. Ese idealismo caracteriza la concepción ontológica de la filosofía
platónica, y su teoría política es una consecuencia de esa visión idealista del conocimiento. La reforma
política que Platón postula es una utopía, opuesta a la democracia ateniense de su tiempo, contraria al
liberalismo y a la libertad igualitaria de los sofistas y de los ideólogos de la ciudad de Pericles; pero se trata
de una reforma de la polis que es, a la par, una reforma del individuo, basada en un rechazo a la opinión
(doxa) como forma de saber, y en un intento de construir una politeia sobre un saber científico (episteme).
Platón traza su proyecto político sin preocuparse demasiado de su éxito real.
Durante cincuenta años, Platón va componiendo sus diálogos. Hay en la extensa obra platónica, etapas
diversas dentro de una coherencia sustancial, se advierte una evolución de ideas y de expresión desde los
primeros diálogos (los llamados “socráticos”) hasta su última y extensa obra: “Las Leyes”. Los hitos de esa
evolución teórica podemos encontrarlos en textos como los de “Protágoras”, “Gorgias”, “República”, “Político”
y “Leyes”.
Incluso a algunos sofistas los conocemos en gran medida por el propio Platón, pero dista de ser un testimonio
imparcial. La obra platónica marca un momento decisivo en la tradición cultural griega. Platón significa una culminación y
un relanzamiento de la teoría filosófica. Reasume críticamente lo anterior (como hará Aristóteles, incluyendo al propio
Platón) y avanza desde esa superación crítica. La mentalidad de una tradición oral es criticada y rechazada por Platón, la
prestigiosa tradición poética (fuente de la paideia y acervo de la ética y la religiosidad) resulta censurada en la
“República”, y el saber trágico sobre la condición humana (reflejado en el drama ático) es rechazado por su Sócrates.
En el Protágoras, Platón nos ofrece un coloquio entre el sofista y un Sócrates joven, acerca de un tema central en la
época de Pericles: el de si es enseñable la arete (virtud, excelencia) y si, en tal caso, es el sofista el maestro de ella más
adecuado, tal como proclama serlo Protágoras. ¿Hay una techne politike, un arte y ciencia de la política, que puede
aprenderse y cuyo conocimiento hará que los que lo posean progresen en un ambiente democrático? Protágoras se
proclama maestro en ese ámbito del saber, que está por encima de los conocimientos especializados y técnicos.
La techne politike no es, como otras técnicas, algo reservado a los especialistas, supone sólo una disposición cívica y
una educación general que la polis, mediante las leyes y la convivencia habitual en su marco civilizado, ha puesto al
alcance de todos. El sofista, mediante sus enseñanzas, intenta potenciar las habilidades de sus alumnos para que
destaquen en esa praxis política que está al alcance de todos. Mediante el mito de Prometeo, se expone la diferencia
entre los saberes técnicos especializados, y ese conocimiento de lo político, compartido por todos y fundado en los
sentimientos de la decencia y la justicia, aidos y dike, que, según el mito relatado por el sofista, los dioses han repartido a
todos los humanos (las habilidades técnicas no se reparten de la misma forma).
Protágoras, muy de acuerdo con la ideología democrática, justifica así que en los asuntos que atañen a la ciudad
todos estén convocados para dar su opinión y emitir su voto. El coloquio demuestra las distintas posiciones entre
Sócrates y Protágoras, y aunque concluye en una extraña reconciliación de posturas, el acuerdo final es insatisfactorio.
Sócrates, que ha demostrado que la areté es en el fondo un saber, ha de admitir que, en consecuencia, sería algo
enseñable, y que, por tanto, cabe una ciencia de la política. Protágoras, que se ha visto llevado por Sócrates a admitir
ese principio, se siente incómodo, como si esa techne no fuera exactamente la suya. En efecto, lo que se insinúa es que
la techne politike real es algo diferente a lo que profesa Protágoras, como titulado por sí mismo “maestro de excelencia”.
El verdadero maestro de virtud no será el sofista, sino el auténtico educador, el filósofo que conoce la verdad con una
ciencia basada en un saber real, una episteme, y no la mera opinión, la doxa inestable y popular, a la que apela el sofista
deseoso de lucro y preocupado por su fama. Este tema es esencial en el pensamiento platónico: que la política pueda
ser, y deba ser, un conocimiento reglado y análogo a otros saberes científicos es de primera importancia para las futuras
teorías de Platón sobre el gobierno de los filósofos. Es dudoso que el sofista posea de verdad una techne politike, en el
sentido que va a darle Platón; ese saber requiere una fundamentación mucho más seria, un suelo menos inestable que la
doxa.
En cuanto al “Gorgias”, Platón ha vuelto de su primer viaje a Sicilia y está más convencido que nunca de que sólo
mediante la filosofía puede salvarse el individuo y la polis, y no acepta ningún pacto con los sistemas políticos al uso.
Ahora Sócrates rebate a Gorgias, defensor de la retórica como instrumento para el dominio del pueblo, e insiste en que el
verdadero político es quien busca la justicia y el mejoramiento del alma de los ciudadanos, no quien acrecienta su poder
o quien lo ejerce para conquistas y enriquecimientos inicuos. Contra Calicles, el discípulo inmoralista de Gorgias,
partidario del derecho del más fuerte, Sócrates se emplea a fondo para demostrar que sólo el sabio y justo es feliz,
mientras que quien sólo desea el poder para satisfacer sus pasiones se precipitará a la ruina. En el Gorgias, Platón tiene
duras palabras de censura contra los más prestigiosos políticos de la democracia, contra Pericles y Temístocles, que sólo
se preocuparon por enriquecer y armar a la ciudad, y no por mejorar el espíritu de sus conciudadanos. Tan sólo Sócrates
se ha ocupado de este perfeccionamiento moral, “él es el único político auténtico en Atenas”. Calicles le advierte que no
enfrente al pueblo ateniense porque podría perder la vida. La alusión a la muerte “del hombre más justo de la época”
confirma el distanciamiento insalvable entre la ciudad democrática y el impenitente buscador de la verdad y del cuidado
del alma asesinado por sus conciudadanos, víctima de la doxa y la ignorancia del demos. Como los niños que aplauden
los halagos del pastelero y aborrecen los cuidados del médico, así los atenienses pudieron condenar al filósofo que se
preocupaba de sus personas y no de su imperio marítimo. La figura de Calicles, joven defensor del derecho del más
fuerte, es un aliciente del diálogo. Tal vez en él, late algo del joven Platón, un aristócrata apasionado y reprimido luego
por la filosofía. También Calicles es un adversario de la democracia (torpes que obtienen la fuerza mediante el número),
representante de unos aristócratas criados a la sombra de la democracia y ansiosos por liberar sus ansias desenfrenadas
de poder.
Platón destaca que el filósofo se opone tanto a los sofistas como Gorgias, desentendidos de la vertiente ética del
poder. Condena a Calicles pero tampoco salva a Pericles, responsable de no haber educado a sus conciudadanos. De
nuevo encontramos aquí la concepción del político como educador, como alguien que debe hacer mejores a los demás
espiritualmente. La idea de la auténtica paideia se contrapone a la visión de la sofística como educación de unos cuantos
para conquistar con su retórica el poder. Platón es un moralista, y también Aristóteles se hará eco de esa concepción de
la política como educación. Sócrates se perfila como el verdadero hombre de estado, al servicio de Atenas. Platón
idealiza al Sócrates histórico que no fue probablemente un crítico tan profundo de la democracia. En nombre de la justicia
el individuo guiado por la razón se alza contra la democracia, donde el poder está en manos de los embaucadores del
pueblo e ignorantes del auténtico bien común. El filósofo reclama el poder, al menos en teoría, ya que no se quiere
exponer como su maestro a ser acusado de corromper a los jóvenes.
Meditará en la Academia y escribirá un gran proyecto utópico: la constitución ideal, utópica, en su “Politeia”. La
diferencia fundamental entre los sofistas y Platón estriba en que aquellos eran relativistas en su teoría gnoseológica, y
liberales en cuanto a la ética y la política. Pensadores ilustrados y críticos audaces de las creencias tradicionales,
consideraban que “el hombre es la medida de todas las cosas” (Protágoras) y que no conocemos lo realmente existente,
según Gorgias.
Época de Pericles: luego la decadencia de los ideales atenienses y los rigores de la guerra del Peloponeso revelaron
una ferocidad mayor en los conflictos entre las polis. Tucídides y Eurípides, como Sócrates, fueron testigos de esa
decadencia, y más aun Platón, miembro de una generación posterior. Como él dice en la “Carta VII”, los vaivenes de la
democracia ateniense acabaron por darle vértigo y decidió apartarse de la política activa, una vez que la democracia
restaurada condenó a muerte a Sócrates, un caso trágico que Platón no olvidó jamás. Pero Platón no renuncia a la
política, aunque sea a costa de refugiarse en la teoría y en un proyecto utópico. En eso es fiel a Sócrates: hay que
mejorar el alma de los conciudadanos e incitarles a ese cuidado del alma propia, reformando al individuo y a la polis.
Como su discípulo Aristóteles, piensa que el individuo no es autosuficiente, sino que necesita vivir como ciudadano en
una ciudad, y es sólo la polis quien debe ser autosuficiente y completa. Sólo la polis alcanza la autarquía que el individuo
no tiene.
El empeño de Platón como reformador político es evidente en su obra escrita. Para Platón, la política está siempre
unida a la educación, y que la reforma del Estado va aparejada con la del individuo. Hay una analogía fundamental entre
la estructura anímica del hombre y la de la ciudad ideal descrita por Platón. En eso va más allá que su maestro Sócrates,
fiel a las leyes de Atenas hasta su muerte. Platón inventa una ciudad y unas leyes mejores. Platón encuentra en su
sistema filosófico una superación del relativismo sofístico y del escepticismo socrático al desarrollar su teoría de las
Ideas. Como modelo de las cosas (objetos materiales e inmateriales, concretos y genéricos), las Ideas subsisten más allá
del mundo empírico, y son la Realidad última, que imitan los seres que nosotros percibimos aquí. El filósofo platónico
alcanza la contemplación de esas Ideas y sabe que sobre ellas domina la del Bien, que es como un sol que ilumina todo
lo real. El filósofo puede orientarse en un mundo donde las apariencias son imágenes, copias e imitaciones, sensibles y
deterioradas sombreas de lo eterno y real. Como en el símil de la caverna, sólo quien sale de la cueva de proyecciones
sombrías hacia la luz puede luego venir a iluminar a los demás. Lo que Platón quiere destacar es que hay unos hombres
que tienen un conocimiento de la verdadera realidad, mientras que los otros son unos ignorantes. A estos hombres
sabios será justo dejarles el poder, si es que ha de buscarse una salvación para todos. No valen los pactos entre
opiniones diversas, como la pretendida concordia de los sofistas. Hay quien sabe y quien no. Este mundo imita al de las
Ideas, por lo que sólo quien es capaz de atisbar cuál es el verdadero orden iluminado por el bien auténtico, sólo él podrá
timonear la nave de la polis y a él deberían confiársela los pasajeros. Los sofistas y los poetas quedan descartados por
atender sólo a vanas sombras, los filósofos deben acceder al poder.
La obra que Platón tituló “Politeia” (significa “constitución de la polis”, “régimen político”, lo solemos traducir por
“república”) es un tratado extenso. Contiene apuntes de moral, metafísica, una historia de las formas políticas y una
teoría de la educación. Para Platón, el proyecto político está implicado en una concepción filosófica global, como ya
dijimos. La charla de Sócrates va de un tema a otro, a sugerencia de sus interlocutores: de la tesis de que la justicia es lo
más conveniente al individuo y a la comunidad, a la propuesta de una ciudad ajustada al hombre (en la que las
estructuras sociales reflejen la estructura tripartita y funcional del alma humana), y luego una teoría del conocimiento,
estudio de las formas de gobierno y sus degradaciones históricas, para concluir con la censura de la poesía tradicional
como base de la educación y un relato mítico acerca de la elección de la vida en el más allá, y la responsabilidad ética
personal en tal elección.
Esquema de los temas de la “República”:
Prólogo: Libro I: Discusión acerca de la justicia. Frente a la tesis de Trasímaco que sostiene que la justicia es
sólo lo útil a los que ejercen el poder, Sócrates muestra que la justicia es el bien para el conjunto de los
gobernados.
Introducción: ¿Es mejor la justicia o la injusticia?
Parte I: Génesis de la polis, Educación de los Guardianes, Constitución de la polis, Justicia en la polis.
Parte II: Compenetración de la polis y los griegos, Gobierno de los filósofos, La idea del Bien, Educación de
los filósofos.
Parte III: Decadencia de la polis: Timocracia, Oligarquía, Democracia, Tiranía.
Conclusión: La justicia es mejor que la injusticia.
Epílogo: Rechazo del arte mimético, Inmortalidad del alma, Recompensas de la justicia en la vida, Juicio de
los muertos.
La charla comienza con un asunto repetidamente tratado en la obra platónica: ¿qué es la justicia? Es una charla entre
amigos, grata, a la vuelta de una fiesta ritual. La intervención de Trasímaco, un sofista amargo, sirve para ahondar en la
cuestión. Este prólogo recuerda en algunos detalles la discusión del Gorgias. También Sócrates aquí defiende una
aparente paradoja: que es mejor sufrir la injusticia que cometerla, y que el tirano no es feliz. A diferencia de sus diálogos
breves de su primera época, ahora Platón deja a Sócrates exponer toda una larga teorización. El libro II se abre con una
breve introducción al magno tema propuesto. A lo largo del diálogo, Sócrates, es decir, Platón, responde a las preguntas
de sus interlocutores y recurre a alegorías y a un par de mitos para aclarar su teorización.
Temas:
justicia,
unidad de la ciudad,
analogía fundamental entre la configuración de la sociedad y la del alma individual.
Para Platón, la justicia comporta un ajuste entre las diversas clases de la población y el que éstas ocupen su lugar
justo y cumplan su función propia en el sistema (algo contrapuesto a la democrática Atenas de su tiempo, igualitaria y en
crisis constante). Platón no admite la igualdad fundamental de sus ciudadanos, sino que piensa que cada uno debe
ocupar el lugar correspondiente a su naturaleza. De ahí la división en tres clases: filósofos-gobernantes, guardianes-
guerreros y obreros-productores. A cada clase le corresponde una función y una virtud: inteligencia, valor y templanza, y
la justicia resulta de la armonía de esas funciones. Para explicar esta tripartición, aconseja la utilización de un mito.
Según este “relato fenicio”, de la tierra surgirían los hombres con diversas naturalezas: unos guardan en su interior una
porción de oro, otros tienen plata y los demás algo de bronce. Esto explica la original desigualdad entre los hombres. De
manera análoga, también en el alma humana hay tres elementos que deben coordinarse en su funcionamiento: la
inteligencia, el carácter y los deseos. Según uno u otro que predomina en el individuo, obtendrá éste su lugar apropiado
en la distribución social. Tanto el alma como la sociedad civil están amenazadas por la discordia civil (stasis) si no se
establece el buen orden. La razón debe dirigir, el valor defender y los apetitos mostrarse obedientes y enfocados a una
producción básica. Cada clase tiene una función que cumplir en el organismo político. Platón se cuida de detallar la
educación conveniente para los ciudadanos de las dos primeras clases, y se desentiende de la de la tercera, destinada a
obedecer. El buen orden es garantía de justicia y de felicidad del conjunto.
A las mujeres les reconoce las mismas capacidades y, por tanto, los mismos derechos a la educación que a los
hombres (gran innovación de la época). No menciona a los esclavos. Para evitar ambiciones propone la abolición de la
propiedad privada y la familia en las dos clases superiores. Hay una mezcla de trazos revolucionarios (comunismo,
igualdad de sexos) con otros reaccionarios (dividir en estamentos a la sociedad), esto agudiza el talante utópico de su
propuesta. Pero Platón no busca “un Estado mejor” (como hará Aristóteles), sino un “Estado ideal”, un paradigma para
siempre. Para Platón, la ciudad es una unidad real, un organismo espiritual, y de ahí que entre su constitución, su
estructura y la del hombre exista una analogía que hace de la primera un verdadero anthropos en grande, y del segundo
una auténtica politeia en pequeño. Esta analogía descansa en una dependencia mutua, por eso al estudiar al hombre
hay que estudiar su ciudad. En términos modernos, la psicología social y la individual se implican mutuamente. Es
imbricación de lo social y lo espiritual es uno de los ejes fundamentales de la República. A cada forma política le
corresponde un tipo de individuos determinados psicológicamente.
La propuesta política tiene una base filosófica en el idealismo platónico. Los símiles de la Idea del Bien como el sol, de
la línea segmentada y el conocimiento y sus grados, y la alegoría de la caverna exponen los fundamentos de esa teoría
que postula la superioridad en el conocimiento de unos cuantos como rezón de su derecho a gobernar a los demás. Con
la mirada en la Idea del Bien, los filósofos son los únicos capaces de timonear esa polis justa y bien ordenada. La división
de la población en esos tres estamentos o clases surge como una necesidad de la propia polis. Tras advertir que el
individuo no es autosuficiente, Sócrates esbozó una primera comunidad primitiva atenta a proveer las necesidades
mínimas, que Glaucón califica de una “sociedad de cerdos”. Frente a su Atenas, Sócrates la califica de sociedad
enferma, amenazada por guerras y conflictos. Frente a ésta surge el proyecto de una polis justa y bien ordenada, en la
que los guardianes defensores protegen al conjunto mientras los otros están ocupados en el trabajo productivo. La
educación es el elemento esencial en la orientación de los individuos, a partir de las potenciales aptitudes naturales.
Conviene que los guardianes sean de mente despierta y de ánimo valeroso, de ellos unos serán educados para filósofos
gobernantes y otros para guerreros. La distinción de estos dos estamentos dentro de la clase de los guardianes los
opone, en un mismo bloque, a los trabajadores, encargados de procurar la subsistencia.
Platón introduce una novedad: la censura de los poetas, que son inmorales, mientras que los filósofos se encargarán
de ofrecer lecciones más moralizadas. Ese rechazo de los poetas como educadores tiene razones morales (hacen
relatos con adulterios, engaños, violencias, etc.) e intelectuales. Los poetas hacen recreaciones que son intentos
miméticos de una realidad secundaria. La ciudadanía sólo puede mejorar mediante la educación. Sólo mediante la
creación de unos hábitos intelectuales se logrará que la población asuma su puesto en la ciudad.
A los guardianes se les exige una vida austera: sin propiedad privada (evita el afán de lucro y la ambición, mal
endémico de las ciudades helénicas) y la renuncia a una familia propia. A los filósofos se les impide dedicarse a una vida
teórica y retirada para exigirles una dedicación a los asuntos del Estado, deben ser austeros y marginados de cualquier
egoísmo (todo lo contrario a los aristócratas y oligarcas de su época). Todo en nombre del bien común.
En el libro VIII pasa Platón revista a los varios tipos de gobierno posibles y a la evolución de una a otra politeia. El
régimen político mejor es la aristocracia, cuando gobiernan los mejores en provecho de la comunidad entera. Pero hay
otros cuatro regímenes inferiores o degradados: timocracia, oligarquía, democracia y tiranía (el comportamiento de los
hombres corresponde con el régimen en cuestión). Ni los mejores guardianes lograrán controlar la reproducción y la
educación de los gobernantes, y se infiltra así una degradación generacional que aboca a la timocracia. En ésta, los que
ocupan el poder lo ejercen atendiendo a sus hombres. Son gentes amantes de la guerra, ambiciosos de poder, riquezas
y prestigio personal. De la timocracia se pasa a la oligarquía, con el triunfo de unos pocos sobre el resto. Se crea una
escisión en la polis entre los pocos ricos y el resto de la población empobrecida. Cuando los pobres ven la debilidad de
los oligarcas se rebelan y accede el demos al poder. Instituyen un gobierno de tendencia igualitaria y donde cada uno
obra a su gusto y arbitrio. Pero el desenfrenado afán de libertad pierde a la democracia. Los ricos desposeídos conspiran
contra ella. Al frente del partido popular se coloca a un individuo ambicioso que con violencia abate a sus enemigos en
nombre del pueblo, pero una vez conquistado el poder, se convierte en tirano. Tanto el régimen como el individuo tiránico
son lo más injusto en este esquema constitucional. La violencia y el servilismo alcanzan aquí su máximo nivel de
corrupción. A cada régimen político le corresponde un exceso en las ambiciones y los deseos de los ciudadanos. La
tiranía, al final del proceso, es el peor de esos regímenes, incluso para el tirano mismo, que obra a su arbitrio y con
violencia, pero sufre en su alma los daños de esta injusticia.
Como en Gorgias, Sócrates sostiene que el tirano no puede ser feliz, sino que vive sujeto a la adulación y al temor
constante de traición, con una existencia solitaria e infame. No hay un paralelismo entre las formas de gobierno y los
elementos distinguidos en el alma humana, o sea, no hay una correspondencia entre las tres clases sociales y los
gobiernos característicos, que son cinco. Todos ellos (excepto el régimen perfecto de la aristocracia basada en el
gobierno de los más sabios) suponen una escisión en la ciudad, y un principio de stasis, y están causados por el
desequilibrio social. Sólo el filósofo es feliz y puede con su ciencia salvar a la sociedad.
Platón propone para los guardianes una educación para la visión de las Ideas, que están más allá del mundo empírico
de vanas apariencias, meras copias de la verdadera realidad. Desde los 20 y 30 años los guardianes seleccionados por
su inteligencia se ejercitarán en un aprendizaje matemático y lógico, para luego asumir sus responsabilidades. A partir de
los 50 años se les forzará a contemplar la Idea del Bien y a asumir las tareas de gobierno. El símil de la caverna es justo
para esta situación: el gobernante ilustrado regresa a las sombras para adoctrinar a sus compañeros de prisión,
incapaces de evadirse para ver la luz, prisioneros de un mundo de apariencias e imágenes falsas. La justicia que Platón
busca no es una virtud social igualitaria, basada en la isonomía y la isegoría, la igualdad de los ciudadanos ante la ley y
en las decisiones comunitarias; se funda en una armonía bien definida, la que resulta de que cada uno ocupe el lugar
que le corresponde y cumpla la función asignada en un esquema que es jerárquico y aristocrático, donde unos mandan y
otros obedecen, donde unos deciden y combaten y otros producen, según la división de trabajo que corresponde a la
distinta naturaleza de unos y otros.
La política resulta un oficio reservado a los guardianes, en virtud de su saber y de su naturaleza y educación superior.
La virtud de los trabajadores que producen (comerciantes, trabajadores manuales y agricultores), incapaces de levantar
sus miradas a los horizontes más elevados, es la obediencia y la temperancia. La política es una techne y debe
reservarse a los profesionales y expertos. La tripartición del alma corresponde la del Estado. Platón ha llegado a la
conclusión de que el buen gobierno debe lograrse mediante la sumisión de la comunidad a los pilotos más capaces que
conducirán a la felicidad de todos. La propuesta platónica no significa el rechazo de la polis como organismo social, sino
el rechazo a la democracia (tal como se practicaba en Atenas, gracias a Clístenes y Pericles).
Platón no quiere una vuelta hacia atrás, hacia la aristocracia de estirpe histórica, sino que quiere una aristocracia
intelectual. La división fundamental del cuerpo social es, de un lado, los Guardianes y, del otro, los productores y obreros.
La paideia queda encomendada a los filósofos. El código aristocrático que Platón propone considera la excelencia del
alma, muy superior a la del cuerpo y concede primacía a los filósofos, lo que difiere de las normas tradicionales de la
nobleza de casta. La desigualdad de los ciudadanos está en relación con su ocupación laboral y ésta reposa sobre una
división del trabajo supuestamente fundada en la propia naturaleza humana.
Platón era reaccionario, enemigo de la democracia, de la sociedad abierta. Pero Platón no pretende un retorno al
pasado. Contra la crisis abierta de la democracia ateniense que Platón ha conocido, él quiere ofrecer un remedio radical:
un nuevo Estado, una politeia revolucionaria más solidaria y menos libre. Es una ciudad moldeada de acuerdo con un
programa filosófico.
Años después de escribir la “República”, después de su segundo viaje a Sicilia, Platón se propuso componer un
tríptico acerca de la definición de tres figuras: el sofista, el político y el filósofo. Tan sólo redactó los dos primeros
diálogos, dejando sin intentar la definición del filósofo. No es el “Político” tampoco el “Sofista” un diálogo de teoría
política pero sí una obra para observar la evolución del pensamiento político de Platón, en el intermedio entre la
“República” y las “Leyes”.
El “Político” que Platón quiere definir es más bien un tipo ideal. Es una figura un tanto intemporal, que Platón
comienza por definir como un experto en dirigir los asuntos de la comunidad. Para caracterizar al hombre de Estado,
recurre a dos comparaciones: la del pastor y la del tejedor. La segunda sería más adecuada. El arte de la política
requiere de un conocimiento verdadero por parte del auténtico político “sea visto como el prudente conductor del rebaño
o como el hábil tejedor que trenza la trama escogiendo los hilos apropiados conforme a un modelo previo”. Un verdadero
político sabría regir los destinos de la comunidad sin tener que recurrir a las leyes de continuo; pero a falta de un
verdadero conocedor de ese difícil arte, las leyes proveen recetas que ayudan a la buena marcha de los asuntos
públicos. Por necesidad, entonces, de entre los regímenes políticos, es recto por excelencia aquel en el cual es posible
descubrir que quienes gobiernan son en verdad dueños de una ciencia y no sólo pasan por serlo; sea que gobiernen
conforme a las leyes o sin leyes, con el consentimiento de los gobernados o por imposición, sean pobres o ricos.
Platón sigue insistiendo en la profesionalidad del político, que debe poseer un saber basado en principios, una ciencia
o episteme que le califica para gobernar. Sólo el régimen que está en manos de estos sabios políticos es un régimen
correcto, y cualquier otra determinación es secundaria. Por encima de las leyes y la economía, está esa capacidad
científica que caracteriza al verdadero político. Según Platón, más importante es que existan auténticos políticos que el
que existan leyes adecuadas, puesto que el saber real del gobernante puede proveer lo necesario para timonear el
Estado. La ciencia es superior a las leyes, la ley es un segundo recurso.
Considera tres tipos de gobiernos fundamentales: monarquía, oligarquía y democracia. Hay algunos matices
diferentes en esto con respecto a la “República”. Estos regímenes varían según si se imponen por violencia o consenso
popular, según el afán de riqueza o la moderación de los gobernantes, y según su obediencia a las leyes. De acuerdo
con sus méritos, Platón los ordena, de mejor a peor, así: monarquía constitucional, aristocracia y democracia (nada raro
que haya puesto ésta a lo último). Es la tiranía, degradación de la monarquía en lo ilegal y arbitrario, la que se revela
como el gobierno más caótico y feroz, mientras que una democracia mediocre o mala resulta menos peligrosa, por la
mediocre capacidad de sus gobernantes, tanto para el bien como para el mal.
Platón ha presenciado los desmanes de la tiranía en Sicilia y siente, a sus numerosos años, una tremenda
desconfianza en los hombres políticos. Pero no alude aquí a los reyes filósofos de su “Politeia”. Llega a admitir a la
democracia como un mal menor, siempre que esté refrendada por el acatamiento de unas leyes válidas. Si el ideal es
imposible, convenga con cautela aceptar lo menos malo. Si el político auténtico no se da, una legalidad decente vale
para evitar el desorden y la violencia.
La estructura del “Político”: partiendo del método de división dicotómica, se avanza hasta una primera definición del
político como pastor del rebaño humano. Luego introduce Platón un mito, según el cual el mundo está sometido a
períodos de orden y desorden alternados de acuerdo con la providencia divina o el abandono de ésta (la divinidad
interviene y corrige el rumbo de vez en cuando). Se rechaza la definición del político como buen pastor, y se elige una
nueva: el tejedor es el símil más adecuado a la actividad del político, porque el buen político es el que sabe lograr
adecuadamente el más hermoso de los tejidos con los elementos de la trama social, guiado por su conocimiento superior
de unos patrones paradigmáticos y atendiendo a la recta proporción y a la justa medida.
Hay en el diálogo un tono bastante alejado del idealismo riguroso. La metáfora del artesano es muy significativa. El
énfasis en la medida parece preludiar asertos del moderado Aristóteles. Hay una renuncia a patrones ideales y a una
utopía radical, lo que evidencia un cierto pesimismo. No cabe en la política un bien absoluto, sino que hay que ajustarse
a los elementos reales para lograr un feliz entramado social. Platón desconfía del despotismo ilustrado y propone,
resignado, un cierto compromiso con lo real.
Las “Leyes”, es el último y el más extenso de los diálogos escritos por Platón. Consta de doce libros. El filósofo
estaba trabajando en su revisión cuando le sorprendió la muerte. La obra refleja la vejez de su autor. Vuelve sobre
muchos de los puntos ya tratados pero con un nuevo talante, menos idealista y más conservador. No aparece Sócrates
entre los interlocutores, que son tres ancianos en Creta: el “extranjero ateniense”, “el espartano Clinias” y “el cretense
Megilo”. Tal vez en el extranjero podemos sospechar una máscara del viejo Platón (sus interlocutores son representantes
de las ciudades dorias). No hay en estos personajes la familiar ironía y jovialidad de aquellos conciudadanos atenienses
de la “República”.
Si bien Platón mantiene la orientación política reaccionaria de siempre, aquí hay un notable cambio en la propuesta de
una ciudad bien ordenada. Ahora no es lo esencial el dominio de los filósofos, ni siquiera de unos gobernantes expertos y
sabios orientados por su conocimiento del mundo de las ideas, sino que son las leyes las que procuran una firme
dirección y estabilidad al estado reconstruido por el Extranjero. La paideia de los ciudadanos sigue siendo fundamental,
pero se organiza desde la legislación impersonal y austera. Todo se halla bien regulado por las leyes, y sobre todo los
asuntos religiosos, con una solemne rigidez.
En su vejez, Platón confía más en la letra escrita y menos en los hombres para organizar la felicidad común. Sostiene
que es necesario que los hombres se den leyes y que vivan conforme a leyes o en nada se diferenciarán de las bestias.
La razón de ello es que no se produce naturaleza humana alguna que conozca lo conveniente a los humanos para su
régimen político y que, conociéndolo, sea capaz y quiera siempre realizar lo mejor. Pues es difícil reconocer que
mediante el verdadero arte político ha de cuidarse no de su bien particular, sino del comunitario “porque el bien común
estrecha los vínculos de la ciudad, mientras que el particular los disuelve” , y porque es conveniente al bien común y al
particular que el bien comunitario esté mejor atendido que el particular. Si alguno incluye en su ciencia el conocimiento
de que esto es así, pero luego gobierna a la ciudad sin ningún control y con poder absoluto, no podrá mantenerse firme
en esa doctrina y seguir el bien común para la ciudad, sometiendo lo particular a lo común, sino que su naturaleza mortal
le impulsará a la ambición.
Si hubiera, por una suerte divina, un hombre que naciera con capacidad suficiente para tal empresa, no tendría
necesidad de leyes, porque no hay ley ni ordenación superior al conocimiento, la inteligencia debe gobernar todo. Pero
tal cosa no se da en ningún lugar ni de ningún modo, a no ser por un breve momento. Por eso hay que preferir el
segundo término: la ordenación y la ley. Algo parecido se apuntaba en el “Político”.
Tras los fracasos en Sicilia, tras la muerte trágica de su amado amigo Dión, el viejo filósofo está dispuesto a renunciar
a la búsqueda de un monarca ilustrado, advirtiendo que lo irracional acaba por imponerse en el alma de cualquier
soberano, que todo poderoso obra movido por la ambición, el egoísmo, y los impulsos del placer y el dolor. Lo racional se
concretará en los fundamentos de sus preceptos, y un órgano colectivo velará por el cumplimiento de las mismas. Para
velar por su aplicación, Platón propone establecer un consejo de ciudadanos (elegidos por sorteo entre los de cierta
edad) que infundirá respeto y las expondrá con una persuasión efectiva. A tal fin, las leyes van precedidas de unos
preámbulos didácticos, que explican su utilidad. Para los casos más graves de desacato (como el ateísmo, corrupción de
creencias religiosas) se crea otro Consejo especial, el Consejo Nocturno, que funciona como un tribunal de la Inquisición.
Los crímenes en materia religiosa son los más graves. El Consejo Nocturno vela por la estabilidad espiritual de la polis,
“a manera de ancla para toda la ciudad”, evitando que los malos aires de la innovación lleven al pueblo a la deriva. La
referencia constante a la educación cívica es el hilo argumental del prólogo. Se critica el proyecto político espartano, que
considerando el valor como la virtud suprema propugnó una sociedad belicosa y militarista. Se insiste en que la virtud
fundamental debe ser la justicia y una vida solidaria en la paz.
Luego, Platón establece el marco adecuado para la fundación de la ciudad, con referencias al marco geográfico que
condiciona su vida. Estará apartada del mar (le da ventaja de quedar lejos de un comercio y un tráfico corrupto, evitando
los riesgos de la marinería, esto evidencia su contraste con Atenas). Se evitará el afán de lucro, prohibiendo el uso de
metales preciosos y restringiendo el uso de la moneda a un uso muy módico. A los ciudadanos les será vetado el
comercio y las labores artesanas que les impidan dedicarse a la actividad libre en interés de sus almas y de la
colaboración cívica. La economía es fundamentalmente agraria, fijándose para cada uno de los 5.040 ciudadanos un lote
de tierras, con una parte urbana y otra rústica. Se admite la existencia de esclavos y metecos, que se ocuparán del
comercio y la artesanía, actividades en que no deben perder su tiempo los verdaderos ciudadanos, vocados a funciones
más nobles.
El territorio de la ciudad estará dividido en lotes, de manera que los ciudadanos sean todos pequeños propietarios. El
consejo de la polis estará formado por 360 ciudadanos elegidos por sorteo, que velarán por el cumplimiento de la
legislación, con ayuda de inspectores. La ciudad será solidaria en grado extremo, y las mujeres quedan mucho mejor
integradas ya que les llega la educación obligatoria y la administración de ciertos aspectos cívicos. La ciudad está
encaminada a mantener la paz, tanto interna como con sus vecinos, pero sus habitantes estarán preparados para hacer
frente a cualquier asalto. Le dedica mucha atención a las fiestas de carácter comunitario que fomentan la convivencia y el
amor entre los conciudadanos. Ya no se habla de la famosa división de la ciudadanía en tres clases; no gobiernan los
filósofos ni son las Ideas el modelo de la orientación política; tampoco se habla de la comunidad de mujeres e hijos ni del
comunismo de los Guardianes. El proyecto es mucho menos utópico y menos radical que el de la “República” y toma en
cuenta los logros de distintas constituciones griegas.
Innova en el campo educativo: una vez más insiste en que la polis debe educar a sus ciudadanos para hacerlos
mejores. Se ocupa ahora no de la educación de los Guardianes, sino de la de toda la ciudadanía. Dedica atención a la
formación integral desde la infancia, se preocupa de los juegos y canciones infantiles, de la transmisión de una mitología
censurada, de las lecturas moralizantes, margina a los poetas, etc. Propone al frente de toda la educación a un
magistrado, elegido con sumo cuidado, para velar por ella. La educación, reglada desde la infancia, será obligatoria para
todos y correrá a cargo de la ciudad. El objetivo ya no es formar filósofos, sino ciudadanos con el alma y la mente clara.
Frente al proyecto utópico de la ciudad ideal, trazado en su “Politeia” de unos 30 años antes, este boceto político apunta
un cierto compromiso con la realidad. Se trata de un segundo intento hacia una comunidad regida por la justicia y la
solidaridad de todos sus miembros, estable y piadosa. En ella no se dará el afán de lucro y la ambición desmedida, el
populacho desenfrenado y los demagogos, no se escindirá la población en enfrentamientos civiles, una sangrienta stasis,
como la que corrompía la convivencia en casi todas las ciudades griegas.
La disciplina establecida es firme y las leyes, no los hombres, son la garantía de su estabilidad. Las fortunas serán
variables, pero se evita que las diferencias sean grandes: el más rico sólo podrá tener cuatro veces más que el
ciudadano más pobre. Nadie poseerá oro ni plata, sino que se usará una moneda de escaso valor. El Estado velará
sobre la llegada de visitantes extranjeros. Los trabajadores inmigrantes serán admitidos para que se ocupen de aquellos
trabajos en que los ciudadanos podrían embrutecerse y que tienen fines de lucro, como el comercio y la artesanía
(también podrán los esclavos). Este es el segundo proyecto político de Platón.
Platón recuerda lo esencial que es el juego en todos los aspectos de la vida. Platón, tras una larga vida donde no
faltaron los fracasos ni las desilusiones, con proyectos que no tuvieron una realización práctica y que estaban en franca
oposición a la realidad de los regímenes que él experimentó (democracia en Atenas, tiranía en Sicilia), se empeña en
construir una segunda ciudad en la teoría. Las “Leyes” es un texto impregnado de melancolía y de una cierta senilidad,
en el que no está ya la figura del irónico Sócrates. A sus ochenta años, Platón se empeñaba en gastar sus días en la
búsqueda de la ciudad feliz y justa.
Hombre Polis
Racional Prudencia
Insensible Fortaleza
Concupiscible templanza----- Justicia
Filósofos gobernantes Buscan el saber
Guardianes Buscan honores- fama
Productores Tienden a satisfacer las necesidades básicas
La función de los filósofos aparte de gobernar deben enseñar, la virtud es la prudencia. Los guardianes protegen, la
virtud es la fortaleza. Los productos deben mantener a la ciudad, la virtud es la templanza. La justicia se completa
cuando cada parte cumple su función.
En su Kalipolis se dedica a hablar de la educación y estilo de vida de los guardianes, ya que algunos de estos serán
los futuros filósofos
La educación: para Platón las mujeres también pueden ser gobernantes. Pala él, la educación es a través de la
música (educación del alma) gramática (educación del cuerpo). Propone que no sean los poetas quienes eduquen a los
jóvenes (no quiere que Homero y los poetas sean los educadores de su ciudad). Los poetas, sobre todo Homero,
deforman las divinidades, a las divinidades hay que mostrarlas esencialmente buenas, los artistas son imitadores de
imitaciones. El mensaje de los poetas apunta a la parte sentimental y los futuros gobernantes tienen que hacer primar su
razón. Les da gran importancia a las matemáticas. Para Platón la matemática es una ciencia que prepara, que prepara el
terreno de las ideas.
La vida de los guardianes (comunidades de bienes): los gobernadores solo pueden poseer lo esencial para vivir de lo
suministrado por los productores, para que no se corrompan por la riqueza, tampoco tienen que tener familia, para que
no se distraigan. Los hijos van a nacer de uniones circunstanciales, ni padres, ni hijos se van a conocer.
Para Platón la ciudad tiene que ser una gran familia, una comunidad de dolores y alegrías. No van haber juicios
porque estos inician los pleitos por los bienes propios. Esta ciudad no tiene leyes, porque para Platón las leyes escritas
son producto de las convicciones humanas y los filósofos conocen la verdad, están mas allá de las leyes escritas.
Corrupción de formas de gobierno en la “Republica”:
Los pobres no pueden gobernar, aunque sean capaces. Son dos ciudades:
Oligarquía la de los ricos y la de los pobres. Cuando el pueblo ve a los ricos
debilitados toman el poder
El hombre democrático pasa su vida satisfaciendo sus necesidades. Es
Democracia
una froma anarquica. Existe por hacer pensar lo que quiera. Cuando la
democracia enaltece a un líder empieza a perder poder
El “Político”: el protagonista es un extranjero que dialoga con el joven Sócrates. Sócrates tiene una intervención fugaz
al comienzo y luego desaparece. Recurre al mito de Dionisio (dios guía, marca la marcha del universo). En el tiempo de
Cronos todo es perfecto, no hay guerras. Para Platón gobernar es una función divina. El único gobierno bueno es el de
los que poseen una ciencia. Pero con la dificultad de encontrarlo, busca que los gobiernos que existen no sean tan
nocivos mediante las leyes escritas.
“Las Leyes”: última obra, inconclusa, más extensa y difícil de leer. Los protagonistas son un anciano ateniense
(posiblemente el mismo) que dialoga con dos ancianos uno cretense y otro espartano. Platón se resigna que la ley la rija
el gobierno de la ciudad, ya que no hay comunidad de bienes y familia, pero deben haber 5.040 habitantes y cada uno
tiene que tener su lote (sigue habiendo una ciudad reglamentada), debe estar lejos del mar y nadie debe salir de la
ciudad hasta los 40 años para evitar la influencia externa, así no corromper a la ciudad. Considera que el arte es la
decadencia de la ciudad.
En la “Republica” no existen leyes escritas, en el “Político” son un mal menos y en las “Leyes” son imprescindibles. El
pensamiento de Platón en esencia no cambia.
T.P
Influencias de sus viajes
Carta VII
A. Influencias de sus viajes. (Carta VII).
1. Platón describe la Carta VII sus experiencias políticas. Describa cada una de estas experiencias y precise el
resultado de las mismas.
1ª experiencia: Platón siendo joven se vio interesado por la política como muchos jóvenes de su tiempo, se instaura la
tiranía de los “30” de la cual muchos eran sus conocidos, a los que ayudaba pensando que iban a gobernar bien y a
salvar la ciudad, con el tiempo demostraron que la época del régimen anterior era una etapa de oro. Los treinta
condenaron a su amigo y maestro, Sócrates, el cual no obedeció. Platón se vio desilusionado por el mal gobierno que
habían instaurado y más aún por acusar al que para él, era el mejor de los hombres (Tiranía de los treinta)
2ª experiencia (Democracia restaurada): este es nuevo sistema de gobierno al que quiso ayudar en los asuntos
políticos. Condenan de nuevo a Sócrates, esta vez de impiedad y de corromper a los jóvenes, para luego ejecutarlo. En
esta ocasión, de nuevo se ve desilusionado y comienza a pensar que la única formar de que su ciudad sea bien
gobernada es a través de la filosofía y que de ella depende el obtener una visión perfecta y total de lo que es justo.
3ªexperiencia: decide poner mano a la obra y tratar de convencer aunque sea a un solo hombre para gobernar bien,
por lo cual viaja a Sicilia para tratar de enseñarle a Dionisio I el gobernante de Siracusa. Este piensa que lo quieren
derrocar, Platón es vendido como esclavo. Vuelve a Sicilia cuando el gobierno pasa a Dionisio II, pero este piensa igual
que su padre y los expulsa a él y a Dion. En esta experiencia no logra convencer a ninguno de los dos Dionisio que la
filosofía es la mejor forma de gobierno.
La República
B. La concepción antropológica y el pensamiento político platónico.
2. A través de la lectura del Mito de los metales y Diferentes naturalezas en el hombre explique la concepción
antropológica de Platón y relaciónela la división social establecida en el primer texto.
Platón establece que no hay dos hombres completamente iguales por naturaleza, porque todos los hombres tienen
aptitudes distintas. Esta afirmación puede verse complementada por el mito de los metales, en donde relata como Dios
construye a los hombres de distintas composiciones: aquellos aptos para gobernar. Los más nobles serian aquellos
compuestos por oro, lo que estaban compuestos de plata serian lo auxiliares, los guardianes y por último, lo labradores y
artesanos estarían compuestos de hierro y bronce.
3. Los argumentos platónicos expuestos en “Los filósofos deben gobernar” y la “Alegoría de la caverna” justifican el
gobierno de uno de los grupos sociales expuestos más arriba. Explicite cuál es este grupo social gobernante y justifique
su elección.
Platón considera que los sabios y filósofos deben gobernar, ya que ellos buscan siempre la verdad, y al no tener
posesiones, no se corromperán y podrán guiar a los demás ciudadanos hacia el conocimiento de la verdad.
4. Describa la función y el modo de vida de los Guardianes
Su función es la de proteger la ciudad y hacer la guerra. Todos sus bienes seran dispensados por la comunidad. Ellos
vivirán en comunidad con sus compañeros, no percibirán ningún bien que pueda corromper sus almas. Sus alimentos les
serán dados por los ciudadanos, no tendrán familia. Podrán procrear pero las mujeres serán elegidas por el gobierno de
la ciudad, padre e hijos no se conocerán.
5. Tras la lectura de Corrupción de las formas de gobierno Elabore un esquema que represente la evolución de los
sistemas de gobierno. Incluya las características del hombre que domina en cada uno de ellos.
Sofocracia Aristocracia: Muchos sabios
Monarquía: Un solo sabio
Timocracia: El gobernante pretenderá alcanzar dignidades por hazañas y guerras.
Tendrá pasión por la ganancia y la casa.
Oligarquía: El gobernante pone las riquezas por encima de todo.
Democracia: El hombre democrático pasa cada uno de sus días satisfaciendo cada deseo
que se les presenta.
Tiranía: Es un hombre esclavos de sus vicioso, envidiosos, injustos, falto de amigos,
impío etc.
El Político
C. El pensamiento político platónico
6. En este texto Platón afirma: “Por lo tanto, a quienes participan en todos estos regímenes políticos, excepción hecha
del individuo que posee la ciencia, hay que excluirlos, dado que no son políticos sino sediciosos y, puesto que presiden
las más grandes fantasmagorías, son ellos mismos fantasmas y, por ser los más grandes imitadores y embaucadores,
son los más grandes sofistas de entre los sofistas.” (202 d- 203 a- c). Explique esta afirmación.
Platón ha criticado a las 3 formas de gobierno (incluidas sus divisiones) y ha considera aquellas que en ellas obran no
como políticos, sino como sediciosos y fantasmas, ya que no atienden a la función educadora que implica ser político y
que actúan de acuerdo a sus propios intereses y no en función de los intereses de la polis, ni del demos. Concluye su
dialogo tildando a los políticos de “sofistas” (en sentido peyorativo), dice que no son individuos de ciencia y que están
preocupados por su fama.
7. Explicite el juicio de valor que Platón establece sobre “la monarquía”, “la tiranía” y “la democracia”. Explique el rol
que cumplen las leyes en la diferenciación de las formas de gobierno.
“La monarquía sujeta a leyes es el mejor de todos los regímenes, sin embargo sin leyes, es la más difícil de llevar”…
“La tiranía no desdeña en suprimir a aquellos que se oponen a ella, es esclavisante, lo más humillante, pues el pueblo se
encuentra a la deriva del capricho y la fortuna de un hombre sin ley”…
La democracia es considerada débil en cualquier aspecto e incapaz de modo grande, la autoridad está dividida. Este
es el peor gobierno, pues solo tiene éxito con indisciplinados.
Las Leyes
D. El pensamiento político platónico
8. Analice la crítica de Platón hacia el arte de su tiempo. Explique la relación con respecto de la política.
Platón plante que a partir de las obras teatrales, cada individuo piensa que puede juzgar como un sabio y generalizar
una libertad de opciones.
9. En la Divinidad ¿a qué teoría o principio y a qué pensador ya estudiado está contradiciendo? ¿Por qué?
Platón contradice a los sofistas, en especial a Protágoras, ya que este expone que el hombre es la medida de todas
las cosas, en cambio Platón plantea que es Dios la medida de todas las cosas.
10. Explique la necesidad de la existencia de las leyes.
Es necesaria la existencia de las leyes para ser diferenciados de los animales y que en ellas se determina lo que
conviene a los hombres para su régimen político y así ponerlo en práctica.
11. Platón afirma: “Es claro que si hubiera en algún caso un hombre que naciese por decreto divino con capacidad
suficiente para tal desempeño, no tendría para nada necesidad de leyes que le rigiesen” Recuerde lo expuesto en El
Político ¿Qué diferencia puede percibir?
Platón afirma que si un hombre por decreto divino tiene la capacidad de gobernar no serían necesarias las leyes, pero
el texto del “Político” explica las 7 formas de gobierno y dice que depende de la forma en la que se gobierne, se
necesitan o no las leyes. Ya que para nadie tiene la capacidad divina de gobernar, son necesarias las leyes, aunque
ninguna forma de gobierno es apta para él, exepto la sofocracia que es el gobierno de los sabios.
12. Frente a lo expuesto por las fuentes platónicas y la lectura del capítulo de C. García Gual defina el concepto
platónico de “Justicia”.
Platón no admite la igualdad fundamental de sus ciudadanos sino que piensa que cada uno debe ocupar el lugar
correspondiente a su naturaleza, es por esto que compacta un ajuste entre las diversas clases de la población y que
estas ocupan su lugar justo, y cumplen su propia función en el sistema.
3. 2. Aristóteles: su vida y formación intelectual. La Política: el hombre como zoon politikón,
temas económicos (propiedad, crematística y esclavitud), las formas de gobierno.
Ale Magno y Aristóteles:
Aristóteles: se separa de Ale porque no soportaba la barbarización del discípulo que quiere homenaje de adoración al
modo de los persas. Los griegos no soportaban la servil adoración tributada por los persas a sus soberanos, lo que
concebían como contrario a la dignidad. Los bárbaros “eran esclavos por naturaleza” y los griegos “libres por naturaleza”,
no pueden unirse, son desiguales, y un Estado era una sociedad de hombres libres.
Ale Magno: terminó construyendo un Imperio multinacional y multirracial, siendo soberano de griegos y bárbaros.
Tenía la idea de un Estado Nacional Griego panhlénica (cada polis tenía su singularidad, leyes, autonomía, etc.).
Hermandad cultural a griegos con objetivo transhelénico: conquistar persas.
Las ideas aristotélicas
Sus soluciones aunque menos radicales y rigurosas que los proyectos platónicos pecan, asimismo de un cierto
idealismo. La ciudad ideal de Aristóteles está más cerca de las leyes. Las barreras entre gobernantes filósofos y
guerreros guardianes no las marca a la estricta pertenencia a distintos grupos sociales, sino el hecho natural de la edad
de cada uno de los ciudadanos que por supuesto no deben ocuparse de ninguna actividad económica ni trabajo manual.
Mientras sean jóvenes defenderán al estado con su fuerza y vigor, cuando alcance la vejez gobernarán auxiliados por la
prudencia y su experiencia. Así todos los miembros de la ciudad, toda la comunidad debe tener, sean ricos o pobres,
vivienda y subsistencias, pero además conviene que existan unos terrenos públicos con cuyo rendimiento cubrir las
necesidades comunes y socorrer sobre todo a los más pobres.
Aristóteles (384-322)
García Gual, “La Grecia Antigua”
Aristóteles: conservadurismo y equilibrio
Aristóteles nació en Estagiro, una pequeña ciudad de la Calcídica (perteneciente al reino de Macedonia) en el 384
a.C., y murió en Eubea en el 322, a poco tiempo de exiliarse por segunda vez de Atenas. Esos datos externos son muy
significativos y bastan para sugerir que no sólo por carácter, sino también por su misma circunstancia histórica y
biográfica, se encontraba distante de su maestro Platón.
El padre de Aristóteles, Nicómaco, era médico en la corte del rey Amintas II de Macedonia y la familia mantenía una
buena relación con la casa real. Filipo II nombró a Aristóteles preceptor del príncipe Alejandro. (Quien no hizo mucho
caso, al parecer, de los consejos del mismo en su política, pero favoreció con ayudas varias las investigaciones
aristotélicas en el campo de las ciencias naturales.).
Aristóteles presenció el ascenso de Macedonia a la hegemonía bajo la monarquía de Filipo, el vencedor en Queronea
(338), batalla decisiva para el futuro de Atenas; y luego asistió desde Atenas a las fulgurantes campañas del joven
Alejandro. A la muerte de éste, el 323 en Babilonia, la sometida Atenas volvió a alzarse contra los macedonios, en un
vano intento de recobrar una independencia dudosa. Para «evitar que la ciudad volviera a pecar contra la filosofía»,
Aristóteles se puso a salvo escapando a Aulide, y allí murió poco más tarde.
Había vivido en Atenas durante dos largas temporadas, primero como discípulo de Platón en la Academia, hasta la
muerte del maestro, unos veinte años (367-347); regresó luego hacia el 335 y fundó allí su propia escuela, el Liceo, que
rivalizará con la Academia durante siglos.
Fue siempre un meteco en la ilustre ciudad. Coleccionó una importante biblioteca y aventajó al propio Platón en la
variedad de sus intereses científicos y filosóficos, legando una obra escrita notablemente amplia. Se ha insistido en la
contraposición entre ambos pensadores: de un lado el idealismo de Platón y, del otro, el realismo de Aristóteles
ofrecerían los dos grandes caminos de la madurez filosófica griega. Como alumno de Platón, Aristóteles debe mucho a
su maestro; y en buena parte su obra es una reacción crítica a las posiciones asumidas por aquél. Pero, además, incluso
la propia profesión de su padre parece haber influido en la nueva orientación metodológica que asume su filosofía.
Mientras que para Platón la abstracción y los razonamientos puros de la matemática parecen conformar una
propedéutica ejemplar para el filósofo, Aristóteles toma como ciencia preferida la que investiga la diversidad de los seres
naturales, y sus investigaciones en zoología y biología nos muestran una capacidad de observación y síntesis muy
distintas a las de su maestro. Hemos perdido parte de la obra escrita por Aristóteles. Nos han quedado los escritos más
de escuela, más técnicos, redactados en estilo más escueto, como apuntes y notas, a veces faltos de una última
ordenación. Se nos han perdido los elegantes diálogos de juventud; y el aspecto severo, adusto, denso, de los escritos
de Aristóteles (a quien los escolásticos prefirieron siempre, justamente por su esquematismo didáctico y su precisión
terminológica) es otra característica de su legado filosófico. Desde los tratados de lógica a los de biología y de la retórica
y poética a la metafísica y la física, la ética y la política, el pensamiento del estagirita revela una enorme agudeza en sus
observaciones críticas, en sus planteamientos e ideas.
El pensamiento aristotélico destaca por su radicalidad en el planteamiento de las cuestiones teóricas fundamentales y
por el intento de reformular de modo crítico y con una terminología precisa los grandes problemas heredados de la
tradición filosófica anterior. Ciertamente, ya Platón constituye una síntesis y una superación de la filosofía presocrática y
sofística; pero el talante de Aristóteles respecto a esa misma tradición le lleva a expresarse en un estilo más científico
que el de su maestro. La atención que el estagirita dedica a los planteamientos anteriores le lleva a postular una historia
de la filosofía y de las ciencias que proseguirá su discípulo Teofrasto con singular fortuna. Puede subrayarse ahora que
la perspectiva histórica que Aristóteles nos da de sus precursores, está hecha desde una personal visión y desde un
juicio poco imparcial, ya que el filósofo considera su propia postura como coronación critica de todo lo anterior (hecho
usual en los filósofos historiadores; véase el caso de Hegel). Pero aun así, el empeño histórico de Aristóteles marca un
hito en ese enfoque de la tradición. También como pensador político el estagirita muestra esa atención doble: a los
problemas y los datos reales, y a las teorías de sus predecesores en el terreno de la política. Por de pronto, señalemos
que mientras para Platón la búsqueda de un sistema político justo parte de una frustración personal y es una continua y
desesperada queja contra la Atenas en que le toca vivir, para el meteco Aristóteles la política es un terreno de reflexiones
sobre la conducta humana, las instituciones y la sociedad, en un marco teórico ligado al de la ética y, de modo más
general, a su ontología.
El estudio del pensamiento político de Aristóteles presenta, en contraste con el de Platón, una ventaja. Se encuentra
expuesto en una sola obra, la que tenemos con el título de “Política” o “La Política”. (Sin embargo, en griego el mismo
título de la obra es un plural: politiká: (libros) políticos, en referencia a los ocho libros que la componen y que son, al
parecer, un conjunto de apuntes a los que Aristóteles no dio una forma única y definitiva para su publicación).
Aristóteles había emprendido una amplia compilación de escritos constitucionales de diferentes ciudades griegas, con
un propósito histórico y comparativo. En sus “Constituciones” (politeiai) había reunido nada menos que las de 158,
ciudades griegas y bárbaras. De ellas tan sólo nos ha llegado la Constitución de los atenienses, que probablemente
figuraba al comienzo de tan vasta obra. También se nos han perdido su tratado “Usos y costumbres de los bárbaros” y
“Pleitos de las ciudades”, que ya en el título testimonian ese mismo interés de historiar y comparar testimonios políticos
de diversa procedencia. Los escritos reunidos bajo la rúbrica de nuestra “Política” tienen la ventaja de su carácter teórico
general; están bastante reelaborados y pertenecen a una etapa avanzada del pensamiento aristotélico; enlazan bien con
sus “Eticas” y ofrecen una visión de conjunto clara y bien centrada. Resulta interesante enmarcar la meditación
aristotélica sobre estos temas entre la impronta de estas dos figuras tan significativamente opuestas y que él trató: su
maestro Platón, el gran reconstructor de la polis en la teoría idealista, y su pupilo durante algunos años, Alejandro de
Macedonia, creador de un nuevo imperio más allá de las estructuras políticas tradicionales.
“La Política” de Aristóteles se sitúa a unos cincuenta años de la “Politeia” de Platón y a unos veintitantos de las
“Leyes”. Fue Platón quien orientó al joven Aristóteles, como alumno de la Academia, en la teoría política. Con Platón, aun
después de muerto, sigue polemizando Aristóteles también en este terreno, para rechazar su utopía y su idealismo. Pero
también es significativo advertir que en los años de madurez del filósofo, cuando repasaba los apuntes de su Política,
Alejandro Magno andaba revolucionando el panorama de la geografía política a una escala inaudita hasta entonces,
creando un nuevo ámbito en el que las poleis griegas limitadas perderían su autonomía frente a un imperio o unos reinos
de vastas proporciones, destruyendo los márgenes de la política helénica habitual. Aristóteles no supo comprender el
alcance de las conquistas y el diseño imperial de Alejandro. Mientras que los cínicos habían proclamado negativamente
el cosmopolitismo {que los estoicos asumirán, con tonos positivos, algo después). Aristóteles defiende las estructuras
tradicionales de la polis con un talante tremendamente conservador, en un momento de crisis de esas estructuras.
Rechazo escéptico de las propuestas utópicas, por un lado, e inadvertencia de los cambios revolucionarios del helenismo
alejandrino, por otro, son dos trazos importantes de su obra.
También para Aristóteles, como para Platón, ética y política se hallan íntimamente relacionadas. El fin de la vida
humana se realiza en la sociedad, cuya forma más acabada es la polis; el individuo no es autosuficiente para la dicha ni
para la realización de sus capacidades; la verdadera perfección sólo se puede conseguir dentro de ese marco cívico. El
ciudadano libre y bien integrado en la vida comunitaria es el ideal clásico que aún perdura en esta perspectiva, que
encuentra en el estagirita a uno de sus mayores y últimos defensores. Las leyes y estructuras de la comunidad cívica
sirven al desarrollo de esa vida feliz, de ese «vivir bien» que es la meta del hombre. De ahí la importancia de la
educación dentro de esa comunidad cívica como algo esencial para la conducta justa y bien orientada; el ser social del
hombre lo define como «animal cívico», zóon politikón.
Los últimos párrafos de la “Etica” a Nicómaco insisten ya en esa relación entre ética y política. La finalidad de ésta es,
como ya señalaba Sócrates y otros pensadores clásicos, hacer mejores a los hombres, como ciudadanos y como
personas morales. Al final de la “Etica” anuncia Aristóteles su propósito de investigar acerca de las leyes y constituciones
de diversas ciudades, es decir, lo que constituye una buena parte de la Política, como una continuación de su proyecto
filosófico: «”Como nuestros antecesores dejaron sin estudiar lo relativo a la legislación, quizá será mejor que lo
investiguemos nosotros, así como, en conjunto, la materia concerniente a las constituciones, a fin de que podamos
completar, en la medida de lo posible, la filosofía de las cosas humanas. Ante todo, pues, intentemos retomar aquellas
partes que han sido bien tratadas por nuestros predecesores; luego, partiendo de las constituciones que hemos
coleccionado, intentemos ver qué cosas salvan o destruyen las ciudades, y cuáles a cada uno de los regímenes, y por
qué causas unas ciudades están bien gobernadas y otras no. Después de haber investigado estas cosas, probablemente
estemos en mejores condiciones para percibir qué forma de gobierno es mejor, y cómo ha de ordenarse cada una, y de
qué leyes y costumbres ha de usar”». Este fue el programa y método adoptado por Aristóteles.
Antes de formular cualquier propuesta, el filósofo se preocupa por saber lo que ya otros han escrito sobre el tema,
bien sean pensadores o legisladores del pasado, luego quiere considerar comparativamente las constituciones que él
mismo se ha tomado el trabajo de recopilar, y, al fin, tomando de aquí y allí lo que tras el análisis y el cotejo se ha
mostrado más válido y sólido, da su consejo respecto de la mejor forma de gobierno. El contraste con Platón está claro.
El conservadurismo de Aristóteles está ligado no sólo a su respeto por lo ya realizado, por el pasado y las posibilidades
del presente, sino por su mismo talante, bien diferente del de Platón.
Respecto a Platón, las diferencias en la trama de sus vidas son las que existen entre un hombre de la clase media de
una profesión liberal, casado y padre de familia, observador científico y administrador práctico, y Platón, aristócrata
ateniense, místico, asceta, puritano. En el pensamiento de Aristóteles lo podemos ver marcado con trazos no platónicos,
como el valor de la vida de familia, la persecución de la salud y la dicha, la importancia y el valor de la propiedad, el
respeto de la opinión pública y de los gustos y preferencias del hombre de la calle y, por encima de todo, su sentido de lo
posible, su convicción de que la mitad por lo menos del arte de la política consiste en sacar el mejor partido posible de lo
que se tiene. Aristóteles presenta ese perfil conservador y un tanto “aburguesado”. Sus ideales encierran siempre un
pragmatismo comedido y una búsqueda de un equilibrio razonable; así como en la ética, las virtudes que destaca no son
las que llevan a un heroísmo trágico, sino las de la áurea moderación que posibilita la dicha terrestre, así el sistema
político que quiere señalar como el mejor es el que combina los elementos más útiles para el progreso y la estabilidad en
bien de la mayoría. Un sistema mixto que evite los excesos y recoja las ventajas de distintas politeíai.
No es Aristóteles, sin embargo, un reaccionario (como lo fue Platón en algunos aspectos) ni el defensor de los
intereses creados de una clase social privilegiada, sino un crítico de ideología conservadora (partidario del predominio de
una clase media, no de la aristocracia), opuesto a las reformas radicales y a las medidas revolucionarias, confiado en
que una mejor y más equilibrada organización podría salvar las estructuras básicas de la sociedad helénica, ahorrándole
los riesgos de una convulsión catastrófica y conservando los logros más notorios de su progreso civilizador.
Aristóteles es consciente de las graves crisis que oscurecen el porvenir de las ciudades griegas, agitadas en choques
sociales profundos y sometidas luego por los ejércitos macedonios; pero confía aún en el marco de la polis y en la
capacidad de recuperar esas mismas estructuras para una convivencia justa. La exposición teórica de Aristóteles se
mueve dentro de un marco de categorías generales, postulando una cierta homología entre los procesos biológicos y los
sociales. La idea de que los seres se desarrollan dentro de un esquema natural hacía su objetivo natural, su perfección,
su télos, se aplica tanto a los seres vivos en conjunto, como al ser humano social. Sólo al realizar su finalidad propia,
inscrita en su naturaleza, logra el individuo su felicidad. Tanto la dicha, “eudaimonía”, como la virtud, “areté”, del hombre
están ligadas a esa plenitud de su esencia. «”Nada incompleto (arelés) es feliz”», se dice en la Etica a Nicómaco. La
política debe estar inspirada en las líneas del progreso natural hacia la realización de esa «vida feliz» que es el objetivo
de la existencia y que sólo puede lograrse en la sociedad justa.
El progreso de la civilización es una parte del progreso de la physis y no se opone a ella; ha habido, podría decirse,
una evolución: familia-tribu-ciudad. Bien entendido, no es una evolución espontánea e idéntica en el desarrollo de los
hombres y de los animales, pues la política es una ciencia práctica y no una ciencia de observación (theoretiké), y la
intervención humana puede modificarla. En ese supuesto, podemos razonablemente buscar una norma, una physis de la
ciudad, como una physis del hombre o del animal. Es decir, la política auténtica debe orientarse según esa finalidad
natural. Es la propia naturaleza quien ha fijado un fin y unos límites al desarrollo de lo social, como desarrollo de unas
posibilidades internas de la propia estructura de lo humano. De ahí la afirmación aristotélica de que la polis es anterior al
individuo, en cuanto que, como entelequia de su desarrollo, está inscrita en la naturaleza de éste como zóon politikón. El
hombre está destinado a la vida ciudadana y su ser cívico es un objetivo natural de su existencia. La ciudad, autártica y
perfecta, es el ámbito en el que puede lograr el ser humano, esa vida espiritual compleja a la que está destinado. El télos
o finalidad de la comunidad cívica es, según Aristóteles, el vivir bien, posibilitar una vida en que todas las capacidades
del hombre puedan desarrollarse y lograr la virtud, la areté. Sólo en la ciudad se expresa esa vida bella y feliz, ya que el
individuo por sí sólo no es autosuficiente. Al margen de la civilización están sólo las bestias y los dioses.
Ya Platón había insistido en la tesis de que ningún hombre es individualmente suficiente (Rep. II, 368b), pero
Aristóteles hace hincapié en este punto: sólo en la sociedad (cuya forma perfecta es la polis) puede el hombre practicar
la areté y alcanzar la eudaimonía. El salvaje puede llegar a ser más feroz que las fieras. La humanidad se funda y
desarrolla en la comunicación social y racional, algo que diferencia al ser humano de otras especies animales. La
reiterada definición del hombre como zóon politikón («animal cívico y político») debe ponerse en relación con esa otra
aristotélica de que el hombre es «el animal que tiene lógos». Es importante señalar la denotación del término griego:
lógos es el pensamiento racional, pero, al tiempo, es la palabra con un sentido significativo, base de la comunicación
social. «Sólo el hombre entre los animales tiene lógos»; los otros animales tienen tan sólo voz, phoné, que les permite
manifestar sus sensaciones.
Hay un salto cualitativo entre lo uno y lo otro . «”La palabra “lógos” existe para manifestar lo conveniente y lo dañino,
así como lo justo y lo injusto. Y eso es lo propio de los humanos frente a los demás animales: poseer, de modo
exclusivo, el sentido de lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, y las demás apreciaciones valorativas. La participación
comunitaria (la koinonía) de éstas funda la familia y la ciudad”» (Pol. I, 1253a). Sólo el hombre que vive en esa
comunicación y en comunidad puede habitar en ese universo simbólico que es su mundo peculiar. La vida comunitaria es
fundadora de esos sentidos y valoraciones que dan lugar a la ética y a la política. Lo humano se funda en el lenguaje.
Esa sociabilidad natural de los hombres da lugar a asociaciones naturales, como la familia, “oikos”, que puede ampliarse
en la estirpe o “genos”, la agrupación tribal “éthnos”, y, en fin, la comunidad ciudadana (politiké koinoráa), que es la
superior y más perfecta, la única autosuficiente, de éstas.
La polis es un logro civilizador, pero es un fin natural del ser humano, «”anterior a la casa familiar y a cada uno de
nosotros, porque el todo es necesariamente anterior a la parte”» (Pol. 1253 a 12). Aristóteles pone énfasis en esa
autarquía de la polis, y expone sus fundamentos con una radicalidad filosófica característica. En la colaboración humana
para la cohesión cívica se enmarcan las virtudes capitales: la justicia, la prudencia y la amistad, que son necesarias para
una vida feliz. (Dikaiosyne, phrónesis y philía son las bases de la eudaimonía.). Es curioso señalar que, en contra de su
parecer, pronto los primeros filósofos del helenismo, cínicos, epicúreos y primeros estoicos, proclamarán la
autosuficiencia del sabio para la felicidad y la virtud, como una conquista ascética más allá de los compromisos con una
ciudad cualquiera, y negarán o restarán importancia a esas virtudes políticas. Para Aristóteles, sin embargo, los lazos
entre la ciudad y los ciudadanos, incluidos los filósofos y los que pretenden la sabiduría en cualquier forma, fundamentan
la orientación moral y la vida entera. Aun para él, meteco en la Atenas agitada del siglo IV, el oficio por excelencia del
hombre libre es la dedicación a los asuntos de la comunidad, a ser un perfecto ciudadano.
Para Aristóteles hay una relación clara entre la justicia y la prosperidad de la ciudad y la vida virtuosa de los
ciudadanos. Todavía cree en un posible arreglo entre las clases ciudadanas, por encima de las diferencias económicas,
para lograr un armónico equilibrio entre las pretensiones de unos y otros. Así como en su ética había señalado que la
virtud está en el término medio entre los extremos (como, por ejemplo, el valor es un término medio entre la cobardía y la
temeridad), así también piensa que en política puede lograrse un acuerdo estable potenciando los valores del centro. La
idea de una clase media dominante, que evite los abusos, de los aristócratas y los ricos y, de otro lado, ponga un coto
razonable a las pretensiones revolucionarias de los pobres y los demagogos, es la solución propuesta para garantizar
una cierta paz y estabilidad, apoyada por una legislación avanzada y una constitución mixta, que combina las ventajas de
varios sistemas de gobierno.
La justicia es, para Aristóteles, un cierto equilibrio, un término medio, mesón, al que debe apuntar el legislador. El tipo
de gobierno (monarquía o democracia moderada) importa menos. La idea de la «constitución mixta» se apoya en esa
búsqueda del medio equilibrado, para cuya consecución puede ser conveniente un compromiso o «mezcla mesurada» de
los diversos tipos de gobierno. La idea de esta metría synkrasis se halla ya en Tucídides y remonta tal vez a Protágoras.
Frente a los logros democráticos de la Atenas clásica es una vuelta atrás (en su Constitución de los Atenienses
Aristóteles elogia significativamente la reforma de Solón); pero frente a los proyectos de una nueva oligarquía está
patente su defensa de los valores democráticos, siempre en una línea de moderación y apoyo de la clase media. El
hombre libre y espiritualmente bien dotado puede ocuparse en dos labores nobles: la del servicio comunitario mediante
su dedicación a la política, cumpliendo con las funciones cívicas, y la de la investigación científica y filosófica. Tanto una
como otra dedicación requieren un supuesto: tiempo libre. Ese tiempo disponible, libre de trabajo servil, es el ocio o
scholé, base de la verdadera libertad, requisito para la ciudadanía más auténtica. De ésta, pues, quedan excluidos
aquellos hombres que deben ocuparse en los trabajos urgentes de subsistencia, así como los que, por afanes
económicos de lucro, se embrutecen en un trabajo demasiado absorbente y embrutecedor. Esta es la vieja reivindicación
de las gentes de bien frente a las clases populares, una limitación de la gestión política basada en las diferencias
económicas, que postula la restricción de la misma a los que disponen de tiempo y una educación adecuada.
La democracia ateniense, con las reformas de Efialtes y Pericles, había extendido a todos los ciudadanos, fuera cual
fuera su condición económica, los deberes y derechos de la ciudadanía cabal. Había eliminado la diferencia de clase con
respecto a la actuación política, y había establecido unos salarios mínimos para quienes actuaban en cargos
democráticos, de forma que los más necesitados pudieran realmente dedicar su tiempo a tales funciones, como las de
magistrado o juez en los tribunales populares, etc. La reacción conservadora, que en Atenas se impondrá con Demetrio,
un discípulo del Liceo, volverá a exigir un cierto estado económico a los ciudadanos aptos para todas las magistraturas,
es decir, restringirá los derechos de ciudadanía por razones económicas, a esa clase media (y alta) de la población.
También estaban ya marginados, por otras razones, las mujeres (y temporalmente los niños), los metecos y los esclavos.
Los ciudadanos libres son (según las normas tradicionales y habituales de la cultura antigua) sólo unos cuantos entre
los pobladores de la ciudad. Insiste con los requisitos económicos porque sólo los que tienen schole pueden dedicarse
plenamente a tan nobles funciones con despreocupación. Los consejos de Aristóteles responden a una terrible crisis
social, a las circunstancias de una Grecia empobrecida y destrozada por continuas guerras civiles. Los enfrentamientos
entre facciones extremas, de tendencia oligárquica o de afanes demagógicos, llevaban a crueles contiendas que tienen
irrealizable el ideal de la concordia ciudadana. Desde 384 al 322, años en que vivió Aristóteles (los mismos del orador
Demóstenes), la decadencia de las ciudades griegas es notoria. El filósofo, que no participó activamente en política,
marginado por su condición de meteco, fue un testigo sensible de esa larga quiebra de la convivencia. Para él, « el tema
de la ciencia política no es el ideal de la politeia, la constitución perfecta, sino algo mucho más modesto, pero más
apremiante, la seguridad (aspháleia)». Enfocada desde esta perspectiva, la de la búsqueda de la seguridad, la
moderación de su doctrina social cobra un aspecto notablemente más positivo.
La atención a los condicionamientos económicos es un trazo más del realismo del enfoque aristotélico. Es Aristóteles
el primero que apunta la importancia de lo económico en la política. Aristóteles no preparó la edición de la Política tal
como nosotros la conocemos. Tal vez, como ha dicho R. Stark, nunca se propuso escribir un tratado único con dicho
título, como tampoco se había propuesto una Metafísica. Sus escritos políticos son una suma de tratados menores
(pragmateíai) sobre temas más limitados. Es importante hacer esta advertencia para entender lo que tiene la obra de
incompleto, redactada a trechos en ese estilo de apuntes rápidos. No es que se tratara de una obra para uso escolar o
esotérico, sino que es una redacción no definitiva. Politika es, en griego, un adjetivo plural, no la forma singular de un
Arte Político (Techne politike), que podría haber redactado el filósofo sobre una pauta sofística. No sólo da consejos para
gobernar, sino que plantea los problemas y temas fundamentales de la convivencia política, con una radicalidad propia
del enfoque filosófico. Aunque no hay una concepción unitaria cerrada, las partes con un núcleo común han sido
ensambladas en el conjunto de acuerdo con un esquema claro, que no es difícil reconocer. Los libros centrales, IV, V y
VI, se caracterizan por un enfoque empírico.
La atención a los hechos y variantes de un panorama histórico caracterizan el método adoptado. Constituyen una
buena muestra de ese interés de Aristóteles por la observación de los datos reales, una «biología de la política».
En el libro I trata de los fundamentos de la sociedad. Es un libro complejo: trata de la formación de la polis, de
las distintas relaciones de dependencia y de poder, de la familia, de la esclavitud y, en unos párrafos finales,
de economía.
Aunque Aristóteles tiene el mérito de haber atraído la atención hacia este terreno, considerándolo como fundamental,
sus ideas aquí son claras, pero un tanto esquemáticas. Había compuesto un tratado Acerca de la economía (Peri
oikonomías) que hemos perdido. Aristóteles, más que cualquier otro filósofo antiguo, habla explícitamente de la
esclavitud. Se pude considerar como un elemento del realismo con el que el filósofo intenta justificar las realidades de la
sociedad griega. Para Aristóteles (en los primeros capítulos del libro I de la Política) las relaciones fundamentales de la
sociedad familiar: hombre y mujer, padre e hijo, señor y esclavo, están definidas por naturaleza (physeí) y no por
convención (nómoi). Realmente, plantear la relación de esclavo y señor como paralela a las otras dos parejas domésticas
no es del todo correcto, y puede advertirse que Aristóteles lo sospecha. Por eso recurre a fundamentarla de modo más
general en el marco de la economía. En este marco es mucho más difícil sostener el derecho natural de la esclavitud, y
son notorios los esfuerzos y equilibrios de Aristóteles para mantener su tesis.
Ya la sofística había presentado las dos tesis enfrentadas: el derecho natural a esclavizar a los vencidos debió de ser
mantenido por quienes proclamaban el derecho del más fuerte a imponer su ley sobre los más débiles, de acuerdo con la
ley natural. La tesis más humanitaria, que rechazaba la esclavitud como fundada en un hecho de violencia y en una
convención injusta, fue sostenida por los partidarios de la idea de la igualdad de los hombres. El sofista Antifonte, por
ejemplo, rechazaba como arbitraria e innatural la distinción entre griegos y bárbaros. Hipias y Gorgias habían sostenido
probablemente tesis análogas. Eurípides había protestado varias veces desde la escena contra las injusticias de la
esclavitud, mostrando que el valor de un hombre no está de acuerdo con su posición social. Aristóteles tiene en cuenta
los argumentos de estas discusiones anteriores; pero va a fundamentar su defensa de la esclavitud en un nuevo punto
de apoyo: la indispensable necesidad de una mano de obra servil para realizar los trabajos necesarios, en cuya
ocupación no puede perder su tiempo el hombre libre dedicado a una función superior. El problema básico que se suscita
es el de la relación entre el trabajo, el ocio y la condición humana. Aristóteles aceptó como natural una tremenda
desigualdad del trabajo y, consecuentemente, de la condición humana, al aceptar la esclavitud y defender los sistemas
de producción de su época.
La vida política está encaminada a obtener el bienestar y la vida feliz de los ciudadanos, mediante el disfrute del ocio y
la práctica de la areté. Ahora bien, esa dedicación comunitaria a las actividades espirituales e intelectuales requiere tener
previamente cubiertas las necesidades más inmediatas, materiales, de la subsistencia física. El ocuparse del « vivir feliz»
requiere la previa aseguración de la vida en su estrato primario, como condición básica. Este cuidado de las necesidades
materiales requeriría, en otro caso, un esfuerzo corporal casi permanente y la privación del ocio; de esa scholé que es el
ámbito de la cultura y la política, y la base para la práctica de la virtud y la obtención de la felicidad, es decir, para la
consecución del fin natural del hombre. Ante ese problema se presentan tres soluciones que conviene examinar:
Pudiera ser, en primer término, que la ocupación en esas necesidades (anankaia,) no impidiera la realización
del télos específico de la virtud y la política. Ahora bien, no parece ser éste el caso; no sólo los esclavos no
pueden realizar una digna actividad espiritual, sino que también aquellos trabajadores que se ven obligados a
una faena absorbente y dura, como es la necesaria para subsistir por sus propios medios, quedan
marginados de esa auténtica realización humana, al embrutecerse en su típica banausía. E igualmente
quedan al margen los artesanos y los comerciantes, que se ocupan constantemente de sus negocios y de su
dinero, faltos de libertad de espíritu.
Como segunda posibilidad se presenta el recurso a la maquinización para obtener la satisfacción de esas
primeras necesidades. La utilización de máquinas en lugar de hombres para el trabajo se la plantea
Aristóteles rápidamente. «Si cada uno de los instrumentos pudiera realizar por sí mismo su trabajo cuando
recibiera órdenes e incluso previniéndolas; y, como cuentan de las estatuas de Dédalo o de los trípodes de
Hefesto, de los que dice el poeta que “entraban por sí solos en la asamblea de los dioses ”, de tal modo las
lanzaderas tejieran por sí solas, y los plectros tocaran la cítara, para nada necesitarían los maestros de obras
a sus servidores ni los amos a los esclavos» (Pol., I, cap. 4). Pero a Aristóteles esta maquinización le parece
algo utópico y rechaza como inviable esta fantasía mitológica de la automática.
Queda una tercera solución: admitir que en la realidad hay ciertos hombres que son por naturaleza incapaces
de realizar esa vida superior que es el fin específico de los hombres libres, y que por eso pueden dedicarse
sin grave daño a esa satisfacción de la base material, mediante la utilización de su fuerza corporal. Esta es la
solución a la que se resigna Aristóteles.
Los esclavos son utensilios al servicio de los demás, casi cosas, casi anímales domésticos, cuyo ser se reduce a un
valor de utilidad. De ahí su célebre definición del esclavo como «un instrumento animado». Pero la admisión de que los
esclavos se diferencian de los libres por naturaleza plantea problemas. Aristóteles admite la posibilidad de que, en
algunos casos, los esclavos reales, de hecho, no se corresponden con los esclavos por naturaleza, y entonces lo son por
un mero hecho de fuerza (prisioneros de guerra, por ej.), es decir, por una situación convencional injusta, con lo que evita
la objeción fáctica más directa. Sí el esclavo por naturaleza se diferencia del hombre libre por naturaleza en su capacidad
corporal y anímica, y «tanto como el alma del cuerpo o el animal del hombre», ¿hasta qué punto pueden reconocerse
ambos como miembros de una misma especie, la humana? ¿Hasta qué punto el esclavo puede quedar definido como un
«animal dotado de lógos», sin que eso contradiga su inferioridad natural, condición necesaria para su esclavitud justa?
Aristóteles se plantea, apresuradamente y como con cierta mala conciencia, el problema, y lo resuelve con la
afirmación de que el esclavo «participa del lógos, en cuanto que tiene percepción de él, pero no lo posee». La distancia
frente a los animales, que no alcanzan el lógos, es mucho mayor que la que le separa del hombre libre, poseedor por
excelencia de la razón y la palabra. Pero Aristóteles no ha resuelto la aporía de tal cuestión. En realidad, lo que hace es
postular una diferencia natural para fundamentar luego en ella la distinción social e histórica, y defender luego que ésta
es una institución natural. Es decir, que incurre su argumentación en un círculo bastante vicioso. La desigualdad de los
hombres es, en realidad, un postulado de su teoría social. La esclavitud era una institución admitida por todas las
sociedades antiguas, no una peculiaridad de la griega. En realidad lo que singularizó a la griega fue que algunos de sus
pensadores fueran los primeros en cuestionarla. Por otro lado, el estagirita reconoce la fundamental humanidad del
esclavo, como una persona plena, al recomendar la amistad (philía) entre amo y esclavo (Etica Nícotnaquea) y él mismo
dio ejemplo de esa actitud filantrópica que recomendaba. Ese parece ser el precio que la humanidad o la civilización
griega debe pagar para que los mejor dotados por la naturaleza (y por la fortuna) puedan conseguir el «vivir bien», es
decir, una vida libre de los más urgentes cuidados materiales y capaz para la perfección de sus realizaciones espirituales.
Es el trabajo desempeñado por los siervos el que permite la liberación intelectual de sus amos (y ese reparto de
funciones, piensa el filósofo, beneficia a ambos). Es la relación forzosa entre el trabajo necesario y el ocio fundamental
para la realización de la persona humana, de quien quiera, auténticamente, llamarse libre. Aristóteles estudia las
condiciones mejores para la estabilidad de la ciudad, analiza las magistraturas, insiste en la legalidad y en la educación
de los ciudadanos y aboga por la orientación de la ciudad hacia la virtud, representada por un término medio. Rechaza
los extremos de las tres formas de constitución y propone una combinación de los principios de la aristocracia y la
democracia. El justo medio en política vendría a ser una «constitución mixta», en la que prevalezca la voluntad de la
mayoría, pero donde las funciones de gobierno correspondan a los mejor capacitados, forma mitigada de la aristocracia.
Tal podría ser el gobierno de una polis en la que la dase media fuera importante y ejerciera una influencia decisiva. Con
tal de que se mantenga el equilibrio de poderes y se evite el enfrentamiento entre ricos y pobres y los excesos y abusos,
no importa mucho, el aspecto definido de la politeia. También una monarquía puede funcionar bien, aunque lo más
seguro es una democracia moderada, en la que se distingan tres funciones básicas:
1. La deliberación de los temas de política general;
2. La administración de los asuntos públicos, y
3. Las funciones judiciales.
La democracia ateniense, piensa Aristóteles, ha llegado a confundir esos aspectos y ha extremado su demagogia. La
estabilidad política requiere sus cautelas. Es, como dijimos, lo esencial en la concepción aristotélica. La justicia va unida
al orden social estable. Aristóteles se preocupa de aspectos muy concretos, como, por ejemplo, del tamaño idóneo de
una ciudad (población de 10.000 ciudadanos). Con él se plantea de modo concreto y empírico la ciencia política, sobre
unos datos concretos y con unos objetivos realistas.
No busca el Estado ideal en la utopía, sino en los límites de lo posible. La atención que dedica al pasado le lleva a no
advertir un futuro que ya se apunta por la acción espectacular de Alejandro y sus sucesores. Es el último gran defensor
de la polis como destino del hombre libre, educado para la política, adiestrado para la vida cívica. Tras él los filósofos
estoicos predicarán el cosmopolitismo, y los epicúreos el abandono de la política como terreno demasiado conflictivo y
poco grato al sabio sereno y retirado del tumulto, en los umbrales de una nueva era.
En su empeño, en cambio, de subrayar la importancia de la educación, la paideia, unida a la ética y a la política,
Aristóteles permanece, como su maestro Platón, en una línea tradicional, en la defensa de los valores del helenismo
clásico.