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Unidad 1 Americana
Unidad 1 Americana
Esta Europa intermedia, estructurada y ya en progreso en el siglo XIII, había sufrido hasta
entonces las depredaciones de los normandos desde el Norte y las invasiones islámicas desde
el Sur, quedando reducida a las regiones litorales que van desde el mar de Irlanda en el Norte
hasta el golfo de Vizcaya, donde los señoríos de Guipúzcoa y de Vizcaya comenzaron a
prosperar rápidamente a partir de su incorporación a la Corona de Castilla (1200). Los astilleros
vascos fueron el núcleo a partir del cual se iría desarrollando, por extensión, la marina
castellana del Norte.
La Europa intermedia, tras extenderse de ese modo hacia el Sur, quedó dividida
políticamente entre cuatro reinos principales: Inglaterra, Francia, Castilla y Portugal. Reunía en
total más de un centenar de puertos entre los que se fue tejiendo una compleja red de tráficos
marítimos mediante navegaciones cortas —en general no superaban los quince días— a través
de las cuales se fueron definiendo una serie de complejos marítimo-comerciales:
El papel de las naves y pilotos vascos en la exploración y el comercio del Atlántico sería cada
vez más importante hasta la segunda mitad del siglo XVI.
El Noroeste peninsular surgiría como núcleo bien diferenciado a partir del siglo XI;
resultado del avance de la Reconquista hacia el Sur mucho más que de una tradición
local musulmana casi inexistente en esa zona, tuvo como centros principales La
Coruña (Castilla) y Oporto (Portugal). Exportadores ambos de vinos locales, de cueros
y de otros productos agro-ganaderos, se mostraron activos en la pesca, en la
construcción naval y en la tonelería, industrias estas últimas basadas en la abundancia
de maderas.
En el siglo XII se incorpora el núcleo de Lisboa-Setúbal, que no tardará en exportar
hacia el Norte el producto de sus salinas y en desarrollar su industria pesquera y de
construcción naval.
En el transcurso del siglo XIII, la Reconquista permitiría incluir en la Europa intermedia
el tramo costero formado por el Algarve portugués y el litoral castellano del Suroeste.
Este último núcleo, se extendió desde el cabo de San Vicente hasta la bahía de Cádiz, y
que tuvo una prolongación de carácter estratégico más que económico hasta Tarifa y
Gibraltar, contó como centro de negocios y puerto principal con la ciudad de Sevilla,
cuya prosperidad se debió tanto a la riqueza de los suelos agrícolas del valle del
Guadalquivir como al río mismo, navegable para los pequeños buques medievales, que
sería vía de salida para la exportación de sus excelentes aceites de oliva y vinos, así
como de trigo, bizcocho y otros productos de agricultura y artesanía andaluzas.
El puerto urbano de las Muelas, los fluviales de Coria, las Horcadas y otros, más los
antepuertos litorales de Sanlúcar de Barrameda, Puerto de Santa María y Cádiz, formaban un
conjunto aglutinador de la actividad comercial de toda la región, orientada tanto hacia los
tráficos del Atlántico como hacia los del Mediterráneo. En el Algarve portugués no existió una
ciudad comercial y marítima comparable a Sevilla; esto se debió en parte a la carencia de un
puerto, seguro y fácil de defender, pero también al hecho de que los monarcas portugueses
forzaron hasta donde les fue posible la integración comercial del Algarve en el núcleo Lisboa-
Setúbal, donde la proximidad de la Corte les facilitaba el control del comercio y la recaudación
de impuestos sobre el mismo.
Cuando la reina de Inglaterra, Isabel I, patrocino la expedición de Francis Drake que dio la
segunda vuelta al mundo (1577-1580), y los rebeldes holandeses vieron cerrados los puertos
españoles a sus buques y comenzaron a recorrer por primera vez las rutas transoceánicas
(1586-1594), puede decirse que esta Europa intermedia, protagonista de la expansión
marítima más espectacular de la Historia, queda completa con la inclusión de los puertos de
Londres y Ámsterdam como sus núcleos marítimo-comerciales más septentrionales.
Concluida la estación favorable para navegar, los pescadores se dedicaban, en sus pueblos
litorales, a faenas agrícolas, ya sea en sus tierras o como jornaleros en tierras ajenas,
preparaban su pescado —salándolo, ahumándolo o secándolo— para venderlo en la época de
mayor demanda y más favorables precios. El crecimiento demográfico de Europa y las
disposiciones eclesiásticas sobre abstinencias y vigilias les aseguraron un mercado en continuo
desarrollo. Sin embargo, también se hizo frecuente que su experiencia marinera les procurase
ocupaciones mejor remuneradas, como podían ser uno o una serie de viajes formando parte
de la tripulación de un buque mercante, de un mercader para sus negocios, alquilado por un
monarca o señor para sus guerras o despachado por el propio armador para negociar un
cargamento de cualquier mercancía. Cuando navegaba por cuenta ajena, el pescador-marinero
podía hacerlo a sueldo o, lo que era más frecuente, como socio menor de la empresa: ponía su
trabajo para obtener, además del sustento, una parte previamente convenida de la ganancia.
Asimismo iba a servir de excelente caldo de cultivo para perpetuar la piratería marítima un
recurso empleado en las guerras entre monarcas cristianos cuando éstos no disponían de
fuerzas navales propias: el corso, cuyo objetivo consistía en destruir o paralizar el comercio
marítimo del país adversario, debilitándolo así tanto económica como militarmente. La
patente de corso venía a legalizar agresiones marítimas no provocadas. Los pescadores
mallorquines y catalanes, dedicados a faenar cerca de la costa, tuvieron desde la segunda
mitad del siglo XIII poderosas razones para desplazarse hacia el Sur y cada vez más lejos de sus
puertos. En primer lugar, los vientos alisios les empujaban hacia el Suroeste, permitiéndoles
una navegación fácil y relativamente segura a lo largo de la costa africana. Frente a ella
descubrieron caladeros cada vez más ricos en aguas cada vez menos visitadas, lo que ofrecía la
ventaja adicional de minimizar el peligro de piratas musulmanes, tan abundantes en la zona
del estrecho de Gibraltar. El único inconveniente de esta ruta era el regreso, lento, difícil para
las tripulaciones por el hecho de efectuarse contra los vientos. En alguna ocasión, algún
temporal los arrastró hacia el Oeste o el Noroeste, alejándoles de la costa sin que pudieran
evitarlo. El pánico se vería compensado por el descubrimiento de que, en esa dirección, se
encontraban vientos para el viaje de regreso, más frecuentes y favorables cuanto mayor era la
distancia al litoral africano. Vencido el temor a perder de vista la costa, el regreso fue más
prolongado, pero también más seguro y previsible, especialmente cuando por azar se
descubrieron o redescubrieron las islas Madeira, en fecha anterior a la estipulada de 1418-
1420.
Llevando a cabo esta volta pelo largo (vuelta más larga), como la llamaron los portugueses,
algún pesquero se vio arrastrado, accidental e involuntariamente mucho más hacia el
Noroeste de donde deseaba llegar, con el imprevisto resultado de descubrir alguna de las
Azores orientales. Ello debió ocurrir entre 1427 y 1432, fechas hoy admitidas. El archipiélago,
que por su lejanía y aislamiento inspiraba mucho respeto, tardó en explorarse y sus islas más
occidentales no se conocerían hasta 1452. La experiencia demostró enseguida que en la latitud
de estas islas soplaban siempre vientos del Oeste que garantizaban el rápido regreso a la
Península. Para mediados del siglo XV se tiene ya constancia del uso rutinario de esas vueltas
de regreso por las Azores —que era la más larga y segura— y por Madeira, más corta pero con
vientos favorables menos seguros.
La mayor duración de los viajes obligó a cargar más provisiones para los tripulantes, pero
también sal en cantidades suficientes para la conservación de la pesca obtenida. Se hizo
patente la necesidad de sustituir las barcas, de un mástil con vela cuadrada, por el barinel,
nave de mayor tonelaje y con dos mástiles, que navegaba exclusivamente a vela, aunque en
caso de necesidad podía ayudarse con los remos. El gradual aumento de tonelaje de los
pesqueros se debió en parte a razones de productividad, ya que se mejoraban tanto la
capacidad de carga, como la seguridad de navegación en alta mar. Para proteger la carga se
dotó a las naves, primero, de tillas en las zonas de popa y proa, y finalmente de cubierta. Fue
de ese modo como los carpinteros de ribera llegaron a crear un nuevo prototipo naval, la
carabela, que empezó a construirse en el siglo XIII y que en los primeros decenios del XV, ya
bastante evolucionada, se fabricaba y empleaba en todo el Algarve y la Andalucía atlántica. Las
carabelas pesqueras, como las designaron los portugueses, tenían ya la típica proporción de
longitud, tamaño de casco superior al del barinel, relativamente poco calado y dos mástiles de
velas latinas o triangulares; disponían de una cubierta y castillo de popa.
Barinel Carabela
Las nuevas rutas no exigieron solamente innovaciones técnicas, sino también económicas.
Buques mejores y de mayor tonelaje requirieron más capital de inversión, tanto para
adquirirlos como para mantenerlos, pero asimismo para comercializar la pesca y elaborar
conservas. Proliferaron las sociedades mercantiles, necesarias para reunir los grandes capitales
ya indispensables para la pesca; aparecen el préstamo como instrumento de crédito e incluso
el seguro marítimo, destinado a minimizar riesgos. A mediados del siglo XV, los reyes de
Portugal y de Castilla se arroguen la facultad de conceder licencias de pesca y otorgarlas a
nobles o a empresarios importantes en determinados tramos costeros de África con carácter
de exclusiva.
Su papel histórico, por menos ambicioso mucho más importante, consistió en estimular,
financiar, organizar y finalmente hacer productiva la exploración de la costa africana entre el
cabo Bojador y Sierra Leona, así como la colonización de las islas Madeira, Azores y Cabo
Verde, dejando tal empresa lo bastante prestigiada como para que la presión de los intereses
que supo crear fuese suficiente para mantenerla y continuarla como tarea nacional de su
patria. Inauguraba así el Infante una labor de exploración sistemática sin precedentes en la
Historia: el hallazgo de nuevos mares y tierras no iba a ser resultado de accidentes o
casualidades, sino de un plan deliberado y un prolongado esfuerzo.
Para llevarlo a cabo, Enrique recibió en señorío, en distintas fechas y por concesión del
monarca lusitano, los tres archipiélagos atlánticos cuya colonización promovió, además de los
derechos en exclusiva para la exploración de la costa africana y el monopolio de la pesca en
sus aguas, desde el cabo Nun hacia el Sur. Por otra parte, amén de sus títulos nobiliarios,
rentas correspondientes y otros gajes que alcanzó, el Infante fue regidor y gobernador de la
Orden de Cristo, creada en Portugal con el cuantioso patrimonio de la Orden del Temple
cuando ésta fue disuelta. Con tal suma de recursos, en parte propios y en parte administrados
libremente por él, ningún hombre en Portugal —con la sola excepción del rey— controló tanta
riqueza como Enrique. Entre sus muchas y diversas actividades dedicó relativamente poco
tiempo y no demasiados recursos a la empresa exploradora, que le haría famoso, pero mostró
un sostenido interés y una clara intuición.
Los comienzos fueron poco prometedores. Durante la tercera década del siglo XV, mientras
iniciaban la colonización de la isla de Madeira, los portugueses disputaron las Canarias a
Castilla con nulos resultados: un ataque a Gran Canaria en 1424 o 1425 fue rechazado por los
aborígenes y las diversas maniobras diplomáticas de don Enrique, así como su apelación al
Papa con objeto de resolver el asunto a su favor (1434) resultaron estériles.
Gongalo Velho, comendador de la Orden de Cristo y uno de los hombres del Infante,
navegaba ya las proximidades del cabo Bojador en 1426, seguido por otros exploradores,
también sin éxito. Por fin, en 1434, tras quince viajes a lo largo de los doce años anteriores, Gil
Eanes, uno de los mejores navegantes al servicio de don Enrique, originario del Algarve,
lograba doblar el cabo Bojador, límite por mucho tiempo de los viajes hacia el Sur. El tramo
costero que se fue descubriendo a partir de allí ofrecía peligros para la navegación, con sus
costas arenosas tan llanas y bajas que apenas se veían desde las barcas y barineles, ante las
que abundaban arrecifes sumamente peligrosos. Entre el temor de encallar y el de perder de
vista la costa, los exploradores navegaban pendientes de la sonda, siempre con vientos
favorables para la ida y contrarios para el regreso; pasaban las noches con el temor de que un
brusco cambio de tiempo pudiera ocasionarles consecuencias nefastas.
Gil Eanes, y tras él Afonso Gongalvez Baldaia, no encontraron en la costa más que huellas
de hombres y camellos. El desierto parecía interminable, la soledad era absoluta y el único
botín lo constituían las pieles de los leones marinos. Las posibilidades de comercio que ofrecía
la costa marroquí entre Tánger y Safi brillaban por su ausencia. En 1436 Baldaia alcanzaría lo
que llamó Río de Ouro, aunque se trataba más bien de una bahía que de un río y el oro no
apareció por ninguna parte. La exploración continuó hasta que Nuno Tristáo alcanzó el cabo
Blanco en 1441 y, dos años después, la bahía de Arguim —en el Norte de la actual Mauritania
—, donde se capturó un pequeño grupo de nativos que fueron llevados al puerto de Lagos y
vendidos como esclavos. Vecinos de Lagos pidieron licencia al Infante y la obtuvieron,
cediéndole una parte de los beneficios, para organizar una expedición de seis carabelas (1444)
que regresó con 235 esclavos, apresados al Sur del cabo Blanco. Otras expediciones esclavistas
siguieron después, embarcando cada una un escribano del Infante con objeto de contabilizar el
botín. Resultado de estas algaras iba a ser el establecimiento de la primera de las feitorias
portuguesas en la costa atlántica africana, (actualización del viejo modelo fenicio y griego de
factorías comerciales) la feitoria de Arguim, se había consolidado ya en 1455 y en dicho año se
estaba fortificando.
El incipiente negocio estimuló la exploración, que en el mismo año 1444 alcanzó lo que su
descubridor, Tristáo, llamaría la Terra dos Negros, en la desembocadura del río Senegal. No se
trataba tan sólo de nativos de raza muy distinta a la mediterránea, sino de todo un mundo
nuevo:
El paisaje de sabana tropical sustituía por fin al desierto. No es maravilla el hecho de
que Dinis Dias, su descubridor, bautizara al primer gran punto de referencia costero
hallado al Sur de la desembocadura del Senegal como cabo Verde.
Los viajeros se encontraron con campos cultivados y extensísimos pastizales sobre los
que vivía una fauna para ellos exótica. Probaron la carne de elefante y recibieron como
obsequio los colmillos del animal, que en Europa valían una fortuna.
Padecieron las flechas envenenadas de los nativos, que diezmaron alguna expedición,
pero otras se enriquecieron con trueques tan ventajosos como el de quince esclavos
por un caballo.
El tráfico continuaba siendo el mismo que habían organizado los musulmanes; la novedad
consistía en que los cristianos empezaban a desviar una parte de él hacia la nueva ruta
marítima. No tardó ésta en atraer capitales y hombres que fueron bien recibidos, como el
veneciano Alvise da Cadamosto. Los nuevos capitales debían solicitar licencia, podía contratar
naves y cargarlas con sus propias mercancías, pagando al Príncipe la cuarta parte de sus
ganancias, o bien embarcar en una de las carabelas del Infante y en este caso recibiría la mitad
de los beneficios. Los navegantes andaluces, los de la región de Huelva, no tardaron en
aprender el camino, sin que consideraran indispensable entregar a Enrique una parte de sus
beneficios; esto provocaría actitudes represoras por parte de las carabelas portuguesas y sería
el origen de una prolongada y con frecuencia sangrienta rivalidad.
El principal riesgo y el mayor mérito de las navegaciones de Enrique radicaron en los viajes
de regreso, cada vez más largos y alejados de la costa, en busca siempre de las Azores y de sus
vientos del Oeste. Esa vuelta más larga hizo inevitable el descubrimiento de las islas de Cabo
Verde, entre los años 1456 y 1462. El Infante exigió a sus pilotos la elaboración de cartas en las
que apareciesen representados los rumbos seguidos en cada ruta, las estimadas distancias
recorridas por la nave y las líneas precisas del litoral continental e insular descubierto por cada
expedición.
En 1469, con objeto de que los descubrimientos se reanudasen, el rey concedió en exclusiva
el comercio desde Sierra Leona en adelante a Fernáo Gomes, de Lisboa, por cinco años a
condición de que cada año explorase en su costa 100 leguas de litoral. El rey, ocupado con los
asuntos del reino, no queriendo llevar a cabo él mismo el comercio y mucho menos permitir
que las cosas siguieran como estaban con respecto a los impuestos, aseguraba que Gomes
entregara un pago anual al monarca, además de la continuidad en la exploración. La primera
expedición despachada por Gomes fue dirigida por Joáo de Santarem y Pero Escobar; llegaron
a la bahía de Shama, en Costa de Marfil (1471). En los cuatro años siguientes se descubrió todo
el golfo de Guinea y sus islas, hasta el cabo de Santa Catarina. La corriente de Guinea ayudaba
a navegar hasta el fondo del Golfo, pero dificultaba el regreso.
Los vientos, cuando los había, soplaban hacia la costa y las corrientes eran contrarias y
bastante fuertes. La única posibilidad radicaba en alejarse una vez más de la costa, ahora hacia
el desconocido Sur, en busca de vientos favorables. Los vientos alisios del Sureste, los del
Noroeste les permitían ir remontando hacia el Norte en busca de las islas de Cabo Verde como
puntos de referencia y después de las Azores, con sus vientos del Oeste propicios para un
rápido regreso a la Península. La larguísima travesía, que se llamó la vuelta de Guinea, debió
resultar angustiosa. Este difícil retorno habría de efectuarse tan hacia el Oeste como fuera
necesario, pero nunca más allá de lo indispensable, ya que se corría entonces el peligro de no
poder regresar. Desde este momento, y a menos que dejara de practicarse la navegación al
golfo de Guinea, el descubrimiento de América era inexorable y seguro.
Las noticias de tan nueva y audaz ruta, así como las tentadoras perspectivas que ofrecía,
corrieron de inmediato por toda la costa del Suroeste peninsular. La pesca continuó
practicándose, pero no era rentable mucho más allá del cabo Bojador; las nuevas y más largas
rutas por fuerza habían de ser comerciales y basarse en el tráfico de mercancías de
relativamente poco volumen y alto valor, con el fin de compensar los acrecidos gastos y riesgos
de navegación. Se hizo indispensable el piloto profesional, veterano de navegaciones
prolongadas, familiarizado no sólo con el uso de la brújula, sino también con el de los
portulanos que le indicasen rumbos y distancias. El piloto debía conocer además la utilización
del cuadrante, la ballestilla o el astrolabio marino con objeto de determinar la latitud con
bastante precisión, y ser capaz de estimar la velocidad y el rumbo de su nave como cualquier
buen patrón de pesca, también fijar sobre un pergamino o papel, periódicamente, la posición
estimada del buque, representando así a escala su recorrido. En los viajes de descubrimiento el
piloto debía, además, dibujar también a escala en una carta las líneas de costa que descubre y
explora, carta que se utilizará en la preparación de mapas o directamente por otros pilotos en
sucesivos viajes por la misma zona.
El incentivo económico de tan largos y difíciles viajes consistía en el trueque de variados
productos europeos: metales, manufacturas metálicas, sal, jabón, tintes, tejidos, variados
artículos de bisutería, caballos y asno; por productos locales: pieles, cera, malagueta o
pimienta africana, marfil y esclavos, aunque la mercancía más buscada fue el oro, ya que el
comercio de Venecia con el Oriente Medio estaba drenando a Europa de metales preciosos y
el oro, cada vez más escaso, se encarecía. Dado que el que obtenían en la costa no era mucho,
los lusitanos pretendieron alcanzar los lugares de producción. Se lo impidieron las tierras
desiertas del Sahara al Norte del río Senegal y, al Sur de éste, la hostilidad de los nativos; a
partir de Sierra Leona, el mayor obstáculo radicaría en la impenetrable selva ecuatorial; los
ríos, únicos caminos en ella posibles, aparecían pronto escalonados de rápidos y cataratas que
no había modo de traspasar.
El peor enemigo de los europeos fueron las terribles endemias tropicales que los diezmaban
aun en estancias no muy prolongadas en las costas de Guinea. Este sería el motivo de que el
poblamiento fuera tan escaso y tardío, iniciándose además en islas. Aun sin enfermedades, el
proceso de adaptación biológica al trópico resultaba bastante penoso. Fue así como no
pudieron alcanzarse los cursos altos del Níger, del Senegal y del Volta, donde se hallaban las
regiones auríferas, meta principal de los descubridores. Sin embargo, con su comercio de
trueque en la costa, los europeos lograron desviar hacia ella una modesta parte del oro que
antes transportaban exclusivamente las caravanas, con lo que el fracaso de su propósito no
llegaría a ser completo. La dispersión de las poblaciones nativas de la costa, su escaso
desarrollo económico y político, las enfermedades tropicales y el fracaso de las expediciones
hacia el interior frenaron el asentamiento de europeos.
La situación bélica fue aprovechada por la reina de Castilla para, por primera vez, poner
orden y aplicar un efectivo control del Estado sobre el comercio africano de sus súbditos. Las
patentes de corso constituían un recurso bélico que, además, permitiría preparar un censo de
buques y de navegantes. Las licencias de comercio en Guinea —que en algunos casos se
denominan capitulaciones— estipulan que los beneficios quedarán sometidos a exacción fiscal,
fijada en un quinto de su monto. El hecho de que tales expediciones resultasen tan
beneficiosas para la hacienda real como para quienes las emprendían prueba que todos los
buenos pilotos castellanos de la Baja Andalucía habían ya navegado la difícil vuelta de Guinea.
El tratado de Alcazobas-Toledo de 1479 deslindó por fin soberanías e intereses económicos en
los descubrimientos oceánicos: con la excepción de las Canarias, definitivamente castellanas,
todo el espacio africano hacia el Sur quedaba para Portugal.
La Cruz del Sur: otro cielo
En diciembre del año 1481 zarpó de Lisboa una flota de diez carabelas y dos urcas mandadas
por Diego de Azambuja. Su misión era establecer y fortificar la feitoria de San Jorge da Mina,
que pronto quedó erigida en la actual Ghana. Esta factoría fue proyectada como base militar
cuyas naves y guarnición asegurasen la defensa de toda la costa de Guinea contra agresiones
castellanas y contra el posible comercio extranjero que la riqueza de Guinea pudiera atraer en
el futuro; se trataba de hacer efectivo el monopolio lusitano convenido en el tratado de
Alcazobas.
También se pensó que San Jorge de Mina desempeñara un tercer e importante papel: el de
base de operaciones y lugar de abastecimiento de las expediciones descubridoras que iban a
dirigirse hacia el Sur. En efecto, la gran extensión hacia el Este de la costa de Guinea
demostraba que África se estrechaba considerablemente hacia el Sur, lo que inducía a
considerar que el extremo meridional del continente no debía encontrarse lejos. Sin duda con
el propósito de alcanzarlo, en 1482 se envió una expedición al mando de Diogo Cao (Diego
Cao), que emprendió una navegación cada vez más difícil y penosa a lo largo de la costa, con
vientos y corrientes contrarios durante todo el camino. Descubrió la desembocadura del río
que los portugueses llamarían Congo (hoy llamado Zaire). En la orilla izquierda de su estuario
se quedaron algunos tripulantes, a cambio de los cuales Cao llevaría a Portugal varios nativos
como rehenes.
El punto más meridional alcanzado en ese viaje de 1482-1484 parece haber sido cabo de
Santa María, en Angola. El viaje de regreso fue tan rápido y cómodo como agotador había
resultado el de ida. El rey Joáo II (Juan II) concedió merecidos honores a Diogo Cao y quedó
satisfecho de los resultados.
Diogo Cao zarpó en el año 1485 para un segundo viaje que, con la experiencia del anterior,
emprendió por una ruta modificada, debió alejarse de la costa a fin de evitar los vientos
contrarios de su primer viaje. Alejarse de la costa suponía enfrentarse a lo desconocido, pero
en cambio hacía relativamente cómoda la navegación con viento de costado. Desde éste hacia
el Sur, volvería a costear contra el viento y la corriente, dejando algún pilar cada cierto trecho
como recuerdo de su presencia y signo de dominio de su rey. El punto más lejano alcanzado
esta vez puede situarse en la costa de lo que hoy es Namibia, muy cerca del trópico de
Capricornio.
El rey en 1486 envió emisarios a Oriente y expediciones al interior de África, y despachó una
flota al mando de Bartolomeu Dias (Bartolomé Díaz). Los primeros emisarios enviados a
Oriente no pasarían de Jerusalén. Salieron entonces de Portugal, en mayo de 1487, otros dos
agentes mejor preparados, que emplearon más de un año en llegar a Adén, donde se
separaron. Uno de ellos, Afonso de Paiva (Alfonso de Pavia), viajó directamente a Etiopía, en
busca del legendario Preste Juan, para el que llevaba cartas del monarca lusitano; Paiva murió
antes de cumplir su misión, pero su esfuerzo deja claro el empeño del rey por establecer
contacto con esa lejana Cristiandad situada más allá del mundo musulmán. El otro emisario,
Pero de Covilhá (Pedro de Cavilhao), viajó por mar hasta la India y regresó a El Cairo en 1490.
Allí supo de la muerte de Paiva, escribió una carta a su rey informándole sobre la navegación
del océano índico y partió luego hacia Etiopía, país en donde fue bien recibido.
Al Preste Juan se le buscaría también en Guinea. En éste y otros intentos por parte de Joáo II
por introducirse en África, se mezcla con la búsqueda del Preste Juan, la del origen del oro del
Sudán. Convencido de que cualquier ruta a partir de Arguim resultaría impracticable, el
monarca decidió establecer en Senegal una nueva feitoria que sirviera de punto de partida
para un nuevo itinerario desde la costa hasta las minas de oro; para ello se envió a Pedro Vaz
de Cunha (1489) con una flota de veinticinco carabelas, la empresa fracasó por falta de
colaboración de un rey local. En definitiva, el único éxito de todo el esfuerzo de Joáo II iba a
consistir en la audaz navegación de Bartolomeu Dias.
Encontraron tierra hacia el Norte, hallando nativos de raza parecida a los de Guinea, pero
con los cuales sus intérpretes guineanos no se pudieron entender. Siguieron avanzando hacia
Levante, con vientos casi de popa, hasta llegar al que bautizaron como rio do Infante y que
debió ser el actual Great Fish River. La costa continuaba, lo que parecía indicar que habían
rebasado el extremo meridional de África. Poco más allá del río, las tripulaciones decidieron,
muy sensatamente, regresar, a lo que Dias accedió. El objetivo de hallar el extremo meridional
de África se había alcanzado. En esta ocasión los expedicionarios sobrevivieron por fortuna, y
un año después llegaban a Lisboa para dar cuenta de su descubrimiento.
Dias recibió del monarca, como recompensa, una pensión modesta. Al pasar ante el golfo
que hoy se llama Valsbaai, Dias bautizo el gran promontorio que se halla en su entrada
occidental como Cabo Tormentoso. Joáo II, desde la comodidad de la Corte, cambió el nombre
por uno más optimista, cabo de Buena Esperanza. Resulta curioso el hecho de que no se
explotara de inmediato el éxito de Dias, ya que el camino por él abierto no se intentaría
recorrer hasta 1497, cuando se despachó la expedición de Vasco da Gama a la India, casi diez
años después del regreso de Dias a Portugal.
La mayor parte de estas búsquedas tuvieron lugar en la región de las Azores. El hecho de
que los exploradores mostrasen más interés en disponer de vientos favorables para el retorno
que en utilizar los vientos propicios para la ida es muestra de sentido común. Entre otras
navegaciones, casi todas infructuosas, citaremos las de Diogo de Teive, acompañado por el
paleño Pedro de Velasco, que además de descubrir las islas de Flores y de Corvo, consta que
exploró «más de 150 leguas» hacia el Suroeste del archipiélago. En 1473 y 1474 se expidieron
cartas regias, para efectuar exploraciones similares en varias latitudes del Atlántico, a Rui
Gongalves da Cámara, Fernáo Teles y otros, quienes por supuesto nada encontraron.
Si se tienen en cuenta los progresos de la construcción naval y de la náutica, hacia 1460, los
marinos europeos ya se encontraban en condiciones de alcanzar sin demasiado esfuerzo las
orillas occidentales del Atlántico. En los viajes de descubrimiento, tanto los pilotos como el
resto de los tripulantes navegaban bajo dos obsesiones:
Es en esta tesitura cuando Cristóbal Colón empieza en 1483 y 1484 a buscar apoyo político y
financiero para llevar a cabo su proyecto de navegación al Asia por Occidente. Debe ante todo
reconocerse a Colón el haber sido el primero que se propuso navegar desde Europa, siempre
hacia el Oeste, directamente hasta Asia. Sus predecesores buscaban islas o, a lo sumo, alguna
«tierra firme» desconocida.
Colón se apresuró a marchar a Castilla (1485), donde podía encontrar tanto interés como en
Portugal acerca de su proyecto, así como marinos y buques igualmente capaces. Buscó el
apoyo de dos nobles andaluces, uno de los cuales le enviaría a la Corte por considerar la
empresa más propia del Estado que de un particular. Los monarcas le prestaron atención, pero
las juntas de expertos dictaminaron en contra del proyecto, por idénticas razones que en
Portugal. Colón, sin embargo, no sólo conservó una fe ciega en su plan, sino que mantuvo sus
desmedidas pretensiones sin rebajarlas un ápice:
Ser nombrado virrey y gobernador de las tierras que descubriese, también almirante
del Mar Océano y recibir una parte de las riquezas que se hallasen o se produjeran en
dichos lugares, todo ello con carácter hereditario.
Por dos veces, las negociaciones concluyeron en rechazo. Estuvo dispuesto a ofrecer su
propuesta en la corte francesa, cuando un mensajero real le alcanzó. De forma inexplicable, los
Reyes Católicos accedieron (1492) a todas las pretensiones de Colón una vez que hubiera
llevado a cabo el descubrimiento que prometía. Los monarcas debieron considerar que no
significaba demasiado arriesgar un puñado de dinero, tres buques y sus tripulantes ante la
esperanza de que hallasen una serie de islas hacia el Oeste en las que hallasen agua, leña y
alimentos frescos; así podrían alcanzar el Asia.
Bien pertrechado de títulos y órdenes reales, Colón no halló en el puerto de Palos quien
deseara embarcarse en su empresa, hasta que un prestigioso marino local, Martín Alonso
Pinzón, comenzara a mostrar gran diligencia para ayudar en la expedición. La ayuda de Pinzón
fue decisiva: además de ponerse al mando de una de las tres carabelas, hizo posible con su
influencia y prestigio el reclutamiento de las tripulaciones; asimismo, al final del viaje de ida,
cuando las tripulaciones se impacientaban por la duración del mismo y por la falta de vientos
favorables para el regreso, Pinzón silenció a los descontentos. Antiguas y persistentes noticias
sobre un viaje anterior al de 1492, del que Colón tuvo conocimiento, explicarían la
imperturbable fe y seguridad del almirante en sus proyectos cuando le demostraban que se
basaban en datos erróneos.
El regreso de la expedición fue muy distinto al plácido viaje de ida; pavorosos temporales
separaron a las dos carabelas que volvían, obligando a la mandada por Colón a hacer una
inoportuna e indiscreta arribada forzosa en Lisboa. El monarca lusitano estimó que las tierras
descubiertas le correspondían, según una interpretación arbitraria del tratado de Alcazobas-
Toledo; los Reyes Católicos por su parte mantuvieron que dicho pacto se refería a la costa y
mares de África occidental, pero no al resto del mundo, procurando de inmediato reforzar su
posición negociadora con varias bulas papales. Tras una cortés pero tensa y compleja
negociación, se llegaría a un acuerdo en el tratado de Tordesillas (1494). Castilla y Portugal
acordaban ahora la división del mundo en sendas esferas de influencia, separadas por un
meridiano situado 370 leguas al Oeste de las islas de Cabo Verde. El tratado proporcionaba a
Portugal el dominio de Brasil, que desde aproximadamente la desembocadura del río
Amazonas quedaba al Este del citado meridiano. La divisoria se trazó con el propósito de que
fuese equidistante entre las islas de Cabo Verde y las descubiertas por Colón.
Cuando en los inicios de 1499 los portugueses aguardaban ya el regreso de Vasco de Gama
de su primer viaje a la India, Colón no había llevado a cabo más que dos nuevas exploraciones,
ni descubierto más que pequeñas islas en las proximidades de las ya encontradas; por otra
parte, los colonos de la isla Española se rebelaron contra el almirante, que había organizado
una serie de factorías según el modelo tradicional en beneficio exclusivo de la Corona y de él
mismo, para explotar el oro aluvial que se hallaba en abundancia.
Una vez deducidos los gastos y la parte correspondiente al rey, las eventuales ganancias
líquidas se atribuyen en las capitulaciones al jefe de la expedición. La eventual existencia de
fiadores que garantizan los pagos y reembolsos, así como la de socios capitalistas, completan
el panorama de las asociaciones mercantiles para estos viajes, que se aplicarán después para la
conquista de América.
El hallazgo de oro en la isla Española durante el primer viaje colombino constituyó el acicate
para la totalidad de los viajes andaluces, que serían asimismo una especie de recompensa
hacia los tripulantes de aquella expedición. El incierto negocio de estos viajes consistiría en
recoger los objetos valiosos de cualquier clase que pudieran hallar, o bien en la práctica del
trueque o rescate con los nativos. El rescate proporcionó resultados imprevisibles y muy
desiguales. La expedición de Pedro Alonso Niño (1499-1500), veterano del primer viaje
colombino a quien su socio capitalista le impuso la compañía de su hermano Cristóbal Guerra,
obtuvo en la costa de Cumaná y en isla Margarita no menos de 150 libras de perlas, lo que
animó a otros navegantes a solicitar nuevas licencias de navegación. En cambio, el viaje casi
simultáneo de Vicente Yáñez Pinzón supuso la ruina de la familia por muchos años. Negocios
fallidos resultaron las expediciones de Alonso de Ojeda, con quien viajaron Juan de la Cosa,
que había sido piloto de Colón, y el italiano Américo Vespucio en 1499-1500.
Siguiendo la ruta transoceánica del tercer viaje de Colón (1498), y haciendo uso de sus
cartas el tramo de costa venezolana que descubrió, entre el golfo de Paria y la isla Margarita,
los viajes andaluces dieron como resultado el hallazgo, hacia el Oeste de dicha zona, de un
tramo continuo de litoral hasta la costa septentrional de Panamá. En dirección opuesta, desde
el golfo de Paria, descubrieron la costa de las Guayanas y el Norte y Noreste del Brasil,
navegando a lo largo de su orilla oriental hasta un lugar no conocido con precisión, pero sin
duda situado bastante más al Sur del cabo de San Agustín. Descubrieron asimismo la
desembocadura de los ríos Amazonas, Orinoco y Magdalena. El cuarto, último y penoso viaje
de Cristóbal Colón (1502-1504), que puede considerarse como el final de los viajes andaluces,
sumó a estos logros el conocimiento del tramo de litoral del Caribe que va desde Panamá
hasta la actual Punta Castilla en Honduras. Pese a todos los esfuerzos de Colón por identificar
lugares de Asia en las tierras descubiertas, quedaba claro que se había hallado un Nuevo
Mundo, una Quarta Pars que añadir a Europa, Asia y África.
Los hermanos Gaspar y Miguel Corte-Real obtuvieron en el año 1500 licencia del rey de
Portugal para navegar hacia el Noroeste, quizás con la intención de alcanzar Asia por una ruta
más corta que la seguida por Vasco da Gama o con objeto de comprobar si el descubrimiento
de Caboto correspondía o no a Portugal según el tratado de Tordesillas. Se halló la Terra
Verde, cuya descripción corresponde a las costas de Terranova y Cabo Bretón, ya visitadas por
Caboto. Volvió al año siguiente a los mismos lugares, pero recorriendo la costa del Labrador —
a la que adjudicó este nombre— y navegando hacia el Norte. Dos de las naves regresaron a
Portugal; la tercera, mandada por Gaspar se dirigió hacia el Sur con objeto de seguir la costa
hasta las proximidades de las islas ya pobladas por castellanos. No volvieron a tenerse noticias
de Gaspar Corte-Real ni de su hermano Miguel, que en 1501 partió en su busca.
Sebastián Caboto
Sebastián Caboto, hijo del descubridor de las pesquerías de Terranova, fue llamado a
Castilla, a donde llegó en 1512 para tratar con el obispo Fonseca, representante del rey en
Sevilla para asuntos de Ultramar, se lo contrató por sus conocimientos, aunque no sería él,
sino Juan Ponce de León, quien explorase las costas de Florida, completando así, en 1512-
1513, el descubrimiento de la fachada atlántica de los Estados Unidos. Entre Honduras —
explorada en el cuarto y último viaje de Colón— y Florida quedaba un amplio espacio marítimo
todavía desconocido, en el que se esperaba encontrar un paso hacia el Mar del Sur,
descubierto (1513) por Vasco Núñez de Balboa al atravesar el istmo de Panamá. Apenas
consolidada la conquista de Cuba, isla perfectamente situada para la exploración de esa zona,
los navegantes Francisco Hernández de Córdoba, Juan de Grijalva y Alonso Álvarez de Pineda
revelaron la existencia de la península de Yucatán y del golfo de México (1517-1519).
El hidalgo Cabral fue designado para dirigir el segundo viaje a la India por sus dotes para
actuar como jefe de los casi 1.500 hombres que embarcaron en las trece naves que, entre naos
y carabelas, integraban la expedición. Todas ellas iban pilotadas por veteranos en la
navegación de África y, en general, del Atlántico. Utilizando al máximo los alisios del Noreste,
la flota cruzó el Ecuador lo bastante al Oeste como para evitar las calmas ecuatoriales, pero no
lo suficiente como para ser arrastrada hacia el Caribe. Los alisios del Sureste los empujaron
más al Oeste de donde pretendían ir hasta que hallaron una Tierra de la Veracruz, nombre que
en la Corte portuguesa se cambiaría por Tierra de Santa Cruz y poco después sería conocida
por Brasil. Cabral despachó una nave para informar al rey de su hallazgo, prosiguiendo su
navegación con rumbo Sureste, hasta encontrar vientos del Oeste en la latitud del cabo de
Buena Esperanza, camino de Asia. El monarca lusitano recibió el aviso de Cabral y dispuso el
envío de varias expediciones de reconocimiento, ya que la costa oriental del Brasil
correspondía a Portugal según el tratado de Tordesillas.
Américo Vespucio
La más importante de esas exploraciones tuvo lugar en 1501-1502; fue dirigida por Gonzalo
Coelho y en ella se embarcó Américo Vespucci. Vespucio, nacido en Florencia y residente en
Castilla, había ya hispanizado su nombre como Vespucio y había también adquirido experiencia
como agente comercial y organizador de viajes marítimos; sin ser un piloto profesional ni
dirigir ninguna navegación, su educación humanística y aficiones intelectuales le
proporcionaron bastantes conocimientos de astronomía, cartografía e incluso de náutica.
Vespucio fue el primero en divulgar en algunos círculos intelectuales de Europa lo que ya
conocía cualquier piloto portugués o castellano: que las nuevas tierras descubiertas no
formaban parte de Asia, sino un continente hasta entonces desconocido. Las cartas de
Vespucio se publicaron alcanzando una gran difusión y éxito, aunque el murió sin saberlo. Tras
la lectura de sus cartas, propuso un intelectual en la corte del duque de Lorena, en 1507, que
en homenaje a Vespucio se diera al nombrar el Nuevo Mundo con el nombre de América.
La expedición de Coelho recorrió la costa brasileña hacia el Sur hasta un punto que en rigor
se desconoce. Tras este viaje, la costa brasileña no dejó de visitarse. A fines de 1502 el rey de
Portugal concedió el comercio del Brasil, por tres años, a Fernáo de Noronha (Fernando de
Noronha) y a otros, a condición de que explorasen la costa y establecieran feitorias. Pese a
esta exclusiva, cortadores de palo lusitanos y castellanos la recorrieron con frecuencia; desde
1503 en adelante se les unen franceses. Escuadrones navales se envían desde Portugal, a partir
del año 1516, para limpiar aquella costa de extranjeros, pero éstos regresaban al poco tiempo.
Portugal no se aseguraría de manera efectiva aquel litoral hasta que inició su poblamiento
años más tarde.
Los viajeros descubrieron que el denominado mar Dulce o río de Solís y por último conocido
como Río de la Plata, no constituía el paso tan buscado. El siguiente intento de navegación del
río Paraná quedó frustrado debido a que los nativos mataron y devoraron los nativos a Díaz de
Solís, que desembarcó al frente de un reducido grupo con objeto de practicar un
reconocimiento. Las dos carabelas emprendieron entonces el regreso, naufragando una de
ellas en la costa del Brasil. El fallecimiento de Fernando el Católico (1516) detendría por unos
años la búsqueda del paso del Suroeste, que en las juntas de Toro (1505) y Burgos (1508) había
sido fijada como objetivo primordial de la política castellana.
Parece, sin embargo, que la muerte del rey no fue el único motivo de tal retraso. Los
repetidos fracasos económicos con que se concluyen la mayor parte de los viajes de
descubrimiento y rescate traerá como consecuencia el retraimiento de la iniciativa privada,
ante la falta de atractivo para las sociedades de armada que los llevaban a cabo. Resulta
evidente que si la Corona deseaba continuar las expediciones al Asia, habría de organizarlas y
pagarlas por su cuenta; el problema residía entonces en que el Estado no disponía de fondos
suficientes. Por otra parte, las distancias cada vez mayores y la creciente duración de los viajes
requerían invertir en ellos capitales siempre más cuantiosos, que no podían reunir los marinos
y sus socios los mercaderes de las ciudades portuarias. Se imponen nuevas formas de
financiación, basadas en aportaciones del Estado que se completarían, en la medida en que
sean indispensables, con préstamos o con capitales que aporten los grandes mercaderes, sea
como banqueros o como socios de la Corona. Consiguientemente, las tripulaciones dejaron de
ser socios de la empresa; viajarían completas, desde el capitán hasta el último grumete, como
simples asalariados que reciben manutención y paga previamente estipulada, pero ya no
participarán en los riesgos económicos ni en las ganancias.
Se trata de una organización moderna, capitalista, en la que los inversores corren el riesgo
económico y obtienen la totalidad de los eventuales beneficios; la tripulación se convirtió en
simple mano de obra que asume todos los riesgos físicos a cambio de un salario. La
multiplicación de los viajes descubridores desde fines del siglo XV también precisó de un nuevo
tipo de especialistas en el mar: el explorador profesional, caracterizado por su larga
experiencia en viajes marítimos y en las técnicas de navegación de altura. El nuevo oficio
requería la madurez exigida por la experiencia, pero al mismo tiempo una resistencia y un
vigor físico considerables. No es de extrañar que los más prestigiosos pilotos constituyeran un
grupo muy solicitado, ni el hecho de que los reyes de Portugal, Castilla, Inglaterra y luego
Francia se disputasen sus servicios. De esta manera pasaban de un país a otro, perdiendo
arraigo en el suyo de origen y difundiendo conocimientos geográficos que sus patronos
anteriores hubieran preferido mantener secretos, pero que sus nuevos señores deseaban ante
todo aprovechar. El cosmopolitismo de las gentes del mar especializadas en viajes largos se
acentúa. Los reyes lusitanos procuraron con relativo éxito emplear tan sólo a sus súbditos en
tareas descubridoras, ya que éstas gozaban en Portugal de más tradición que en ningún otro
país; sin embargo, no pudieron prescindir de la general práctica de tomar marinos extranjeros
a su servicio.
Fernando de Magallanes
Aunque radicado en Sevilla desde el año 1516 e hispanizado su nombre como Fernando de
Magallanes, se le consideraba todavía un extranjero que, al aceptarse su proyecto, dirigiría una
empresa en la que el castellano Juan de Cartagena ocuparía una posición mal definida de
segundo en el mando. La flotilla, totalmente organizada por la Corona de Castilla, resulta
extrañamente moderna si se la compara con la que Colón dirigió. El viaje, que se inició el 10 de
agosto de 1519. Tomaron la ruta adecuada para atravesar el Ecuador sorteando las calmas y
enfilando hacia la costa del Brasil, prosiguiendo desde Río de Janeiro hacia el Sur,
reconociendo el estuario del Plata y continuaron donde se dispusieron a pasar el invierno
austral en el abrigado puerto de San Julián. En él permanecieron cinco meses a partir de abril
de 1520, dedicados a reparar las naves. Magallanes sofocó con habilidad y dureza una
peligrosa rebelión, motivada por el deseo de las tripulaciones de ser informadas y consultadas
antes de que su jefe tomara decisiones importantes.
Reanudado el viaje hacia el Sur, dos de las naves, tras resistir una tremenda tempestad,
descubrieron por fin la entrada del estrecho que se iba a llamar de Magallanes. En él se
adentraron tres de los buques, ya que uno naufragó y otro regresó a Castilla. La navegación del
estrecho es hoy peligrosa, como lo atestiguan los restos de naufragios que a lo largo de sus
orillas se perciben, pero lo era mucho más para los buques de vela. Nada turbaba la
impresionante soledad del paisaje, aunque durante las noches se percibían, hacia arriba, en las
montañosas orillas, bastantes hogueras; de ahí el nombre de Tierra de Fuego que dieron a
estos lugares. Supusieron los navegantes que quienes encendían esos fuegos serían gentes
parecidas a los primitivos aborígenes con los que habían tenido contacto en el puerto de San
Julián donde habían invernado, y a quienes llamaron patagones porque usaban un calzado de
pieles con el pelo hacia afuera, y ello daba a sus pies un gran tamaño y el aspecto de las patas
de un oso.
Al cabo de treinta y ocho días, durante los cuales temieron perderse entre el complicado
laberinto de islas, salieron los expedicionarios al mar abierto. Lo denominaron Pacífico por el
estado de sus aguas. Efectivamente se cumplió el sueño de Colón: llegar a las islas de las
Especias o Molucas, además de regresar desde ellas a España. En el año 1522 se fundó en La
Coruña una Casa de la Especiería, cuya primera misión consistiría en despachar expediciones
que hallasen la ruta de retorno desde las Molucas hacia América, pues el viaje de Magallanes-
Elcano no podía repetirse sin entrar en conflicto con Portugal. La primera flota, al mando de
García Jofre de Loaysa, realizó una penosísima travesía del estrecho de Magallanes en 1525,
alcanzó las Molucas y logró mantener en Tidor una pequeña guarnición española frente a la
explicable hostilidad de los portugueses. Una nueva expedición zarpó en 1526, pero su jefe,
Sebastián Caboto, desobedeciendo las órdenes de dirigirse a las Molucas, se detuvo en el Río
de la Plata para reconocerlo, remontó el río Paraná y, uniendo sus fuerzas a la expedición
exploradora de Diego García de Moguer se propuso localizar y a ser posible conquistar la
Sierra de la Plata. El fracaso de tan audaces como peligrosos proyectos les obligó a regresar a
España en 1529.
Viajes de esta duración y envergadura resultaban cada vez más costosos. Para equipar la
flota de Magallanes, el rey hubo de aceptar inversiones privadas. En las expediciones de 1525 y
1526, el capital aportado por parte de mercaderes flamencos y alemanes llega a superar el 57
% del total invertido; sin embargo, dado el completo fracaso económico de ambas
expediciones, los inversores flamencos se desilusionaron y decidieron no incurrir en nuevas
pérdidas. Su actitud inclinó a Carlos I a renunciar en favor de Portugal al comercio de las
especias a cambio de una compensación monetaria, en el tratado de Zaragoza (1529). Castilla
cerró su Casa de la Especiería y conservó en Asia únicamente sus derechos a las islas que no
tardarían en llamarse Filipinas. Los esfuerzos por hallar una ruta de regreso desde estas islas
hasta América se iniciaron en 1527, pero no lograrían éxito hasta 1565.
El paso del Suroeste quedaba abierto, pero también se había demostrado que, por su lejanía
y los peligros de su navegación, el estrecho de Magallanes no podía utilizarse como ruta
comercial. Sin embargo, dada su evidente importancia estratégica como lugar de
comunicación entre dos océanos, se procuró repetidamente explorar y poblar la zona. Intentos
emprendidos desde España en 1535 y 1539 fracasaron por completo. Tras la conquista de Chile
se llevaron a cabo desde allí detenidos reconocimientos marítimos hacia el Sur en 1544 y 1553;
la Tierra de Fuego quedaría desde 1555 vinculada a la gobernación de Chile, y dos años
después Juan Ladrillero reconoció el estrecho y tomó posesión del mismo en nombre del
gobernador de Chile, aunque por falta de medios no conseguiría poblar aquellos lugares. Se
hallaban, pues, todavía desiertos cuando Francis Drake, en su ambiciosísima expedición
pirática que le llevó a realizar la segunda circunnavegación de la Tierra, navegó el estrecho de
Magallanes en condiciones meteorológicas buenas (1577). Al desembocar en el Pacífico fue
arrastrado un buen trecho hacia el Sur, donde pudo observar una gran extensión de mar
abierto. No parece que divisase el cabo de Hornos ni el fin del continente, ya que se apresuró a
dirigirse hacia el Norte apenas le fue posible, más interesado en atacar buques españoles y
ciudades costeras del Perú que en llevar a cabo descubrimientos geográficos.
El último episodio importante de descubrimiento tuvo lugar a comienzos del siglo XVII y
como protagonistas a los holandeses, a consecuencia de la universalización de la Guerra de los
Ochenta Años, como se ha llamado al conflicto que se inició con la rebelión de los Países Bajos
contra su rey Felipe II de España. La presencia holandesa empezó con la flota de seis naves
mandada por Joris van Spilbergen, quien, siguiendo las huellas de Drake y de Cavendish, llevó
a cabo una campaña de ataques piráticos por las costas hispanoamericanas del Pacífico (1615).
Tras él llegaron Jacob Le Maire y Cornelius Shouten, cuyo propósito consistió en buscar el final
del continente y descubrir por mar abierto la ruta al Asia, eludiendo la peligrosa navegación
del estrecho de Magallanes, rodearon la isla Grande de la Tierra de Fuego, y el cabo que
llamaron de Hoorn (Cabo de Hornos). El resultado inmediato de esos descubrimientos fue
nulo. La ruta al Asia por el cabo de Buena Esperanza, ofrecía mejores condiciones climáticas
tanto para la navegación como para establecer una base de apoyo y aprovisionamiento.
Tras la experiencia de Cartier, resultaba evidente que el paso había de buscarse mucho más
al Norte. Fueron los ingleses los que mayor interés mostraron en explorar las zonas árticas.
Hasta el año 1551 no se organizaría la primera «Compañía de comerciantes aventureros para
el descubrimiento de regiones, dominios, islas y lugares desconocidos» cuyo primer master o
presidente sería el ya viejo Sebastián Caboto, que tres años antes había regresado desde
España. La finalidad de esa compañía se cifraba en la búsqueda de nuevos mercados exteriores
para el comercio inglés.
Martín Frobisher emprendió tres viajes entre 1576 y 1578 al Oeste de la costa de
Groenlandia.
Por último Henry Hudson, que en 1609 había explorado el río que lleva su nombre, por
encargo de Holanda, remontándolo hasta donde hoy se halla Albany, fue el primero en
navegar el estrecho de Hudson (1610), cuya existencia conocieron Frobisher y Davis aunque no
penetraran en él; seguidamente descubrió el enorme golfo que hoy se sigue llamando bahía de
Hudson y que por su extensión creyó que se trataba del océano Pacífico. La invernada fue
sumamente dura y la tripulación amotinada abandonó a su jefe en un bote a la deriva. A los
dos años se organizó, con objeto de explotar la nueva ruta, la «Compañía de los comerciantes
de Londres descubridores del paso del Noroeste», que financió un buen número de
expediciones. Las tres primeras, entre 1612 y 1615, reconocieron las orillas del «mar»
descubierto por Hudson, llegando a la conclusión de que no se había hallado el paso. En vista
de que éste no aparecía el interés se volvió hacia la explotación del comercio de pieles en las
orillas de la bahía de Hudson.
Durante largo tiempo, los espacios marítimos costeros de Europa están aislados unos de
otros, a causa del retraso técnico de la navegación como también debido al avance
musulmán. El enfriamiento del clima en el Norte de Europa bloquea los puertos con el
hielo. En este periodo cada espacio marítimo, cada mar, es un pequeño Mediterráneo
que vive replegado sobre sí mismo y unido a los demás por las rutas terrestres: esa
dualidad y las rupturas que origina constituye un freno para el comercio marítimo.
En una segunda fase la Reconquista de España y el progreso de las técnicas marítimas
y náuticas permiten desarrollar las relaciones marítimas entre los distintos
mediterráneos de Europa. Dos imperios comerciales dominan por entonces sobre los
demás: el italiano y el alemán.
o Italia: Génova y Venecia. Las naves italianas penetran en todos los puertos. La
Reconquista de Andalucía (siglo XIII) atrajo cada vez más a las naves del
Mediterráneo hacia las costas del Atlántico (Cádiz, Sevilla, La Rochelle,
Southampton, Londres, Sluys -Brujas- y puertos del Mar del Norte). A
comienzos del siglo XIV los municipios de Génova y de Venecia organizaron
una red de convoyes que debían recorrer el Mediterráneo y el mar Negro con
escalas preestablecidas y horarios regulares, en la que se incluía una línea que
comunicaba con Flandes e Inglaterra. Hasta allí llegaba la penetración máxima
hacia el Norte de un imperio comercial que iba de Londres y Brujas a
Ts’inancheu y Pekín.
o Alemania: más al Norte se repite el mismo fenómeno en lo que atañe al
arenque, al stockfish, la mantequilla, la madera y al grano. Con estos veleros la
ruta marítima es cuatro veces más lenta que la de la tierra. Esa ruta marítima la
fueron colonizando poco a poco los alemanes que llegaron hasta Londres al
Oeste, Bergen al Norte, y Nóvgorod al Este. Las ciudades libres alemanas se
aprovechan de la debilidad del mundo escandinavo para imponerse en la
región.
Vemos así el papel que durante largo tiempo desempeñó el comercio terrestre, aunque
sólo fuera para unir entre sí los espacios marítimos locales. La nave y el agua se convirtieron
con gran rapidez en los medios de transporte más rápidos para las mercancías pesadas, a
condición de pagar el precio necesario de no dejarse retrasar por las peripecias del cabotaje; en
cambio, el comercio terrestre permite evadir los pasos marítimos en poder del enemigo.
El transporte terrestre exige menos capitales. Los riesgos son menores que en el
transporte por mar. No obstante, en el siglo XIII hubo modestos negocios familiares que se
convirtieron con el tiempo en grandes compañías. Estas rutas terrestres trazan en la Europa de la
Baja Edad Media una verdadera retícula. Son importantes ciertas encrucijadas, las ferias,
periódicas, con sus pagos, adquieren una importancia continental y política. Por ejemplo,
Champaña, estas ferias fueron centros de influencia económica, pero también política y cultural.
Estas ferias seguirán siendo el eje de los intercambios entre el Norte y el Sur de Europa,
más o menos durante todo el siglo XIII, hasta la victoria definitiva de las rutas exclusivamente
marítimas entre el Mediterráneo y el Mar del Norte las condene a la decadencia y a la
desaparición.
De 1350 a 1500: Esta magnífica expansión económica -una fase A que dura nada menos
que tres siglos. Va seguida entre 1350 y 1450 por una fase B cuyas causas son diversas. Las
malas cosechas que se vuelven cada vez más frecuentes a partir de 1315, dando lugar a periodos
de escasez o de hambre por lo menos regionales, no son el único elemento de explicación
posible. Las cosechas parecen ser especialmente en los países del Norte, señal de un
enfriamiento de las temperaturas que favorece más bien a los países mediterráneos. A
comienzos del siglo XIV, la demografía comienza a estancarse. Esto resulta en una serie de
dificultades que conocen muy bien los demógrafos. La Guerra de los Cien Años (1328-1453) y
la pandemia de la Peste Negra.
La industria sufrió menos que la agricultura. De idéntica manera, el sector terciario, el
de los transportes y los negocios, no sufre en parte alguna, salvo en Francia, una depresión
acentuada y general. En lo que respecta al gran comercio, aumenta el tonelaje de las naves y en
el siglo XVI hace su aparición en el Norte la urca. Nacen los bancos públicos.
Hacia 1450 la recuperación es manifiesta y general. La prosperidad de los negocios saca
partido de la paz, impulsa la difusión de los medios de pago y fomenta las empresas marítimas
dedicadas a buscar el metal precioso para las monedas ya insuficientes y tierras para una
población que vuelve a crecer. Inglaterra, expulsada de Francia, renuncia a sus ambiciones
continentales y se vuelve lentamente hacia las empresas lejanas, y el final de la Reconquista
Ibérica empuja a la Península hacia una Conquista. Nos encontramos de nuevo con una
expansión de Europa fuera de sus propios límites que no ha dejado de manifestarse desde el
1200.
LAS EXPANSIONES NO EUROPEAS
Fuera de Europa, cada una de las tres grandes partes del mundo experimenta
importantes movimientos de población relacionados con la creación, el desarrollo y la
decadencia de grandes imperios.
En Asia: la expansión mongol
A comienzos del siglo XIII Mongolia es un espacio vacío. En torno a ese vacío están en crisis
las grandes civilizaciones tradicionales. La India se halla dividida luego de la invasión
musulmana. También China pasa por un proceso de desmembramiento. Esta doble decadencia
libera al resto de Asia de la dominación de India y China. Es la época en que florecen los
diversos reinos de la Península Indochina. Gracias a la severa disciplina del sogunato, nuevo
sistema política, Japón pasa por una era de prosperidad que durará hasta fines del siglo XII. Así,
China e India, las dos grandes civilizaciones matrices, dan nacimiento a varias civilizaciones
filiales.
Se produce en el siglo XIII la conquista del Gran Mongol, Gengis Kan. Los mongoles kitat, tras
apoderarse en el siglo X de una parte de China del Norte, fijaron su residencia en Pekín. Por
otra parte, en el seno del mundo mongol había rivalidades y luchas.
Gengis Kan nace en 1167. Su padre, el jefe de los kitat, murió cuando Gengis Jan sólo tenía 9
años de edad. Consiguió restablecer los asuntos de la familia, restauró en su provecho la realeza
mongola, y se hizo proclamar Kan, título que su padre no había tenido. En 1196, apoyado por
varias tribus, tomó el nombre de Chinggiz Kan. A petición de los kitat se lanza entonces a
combatir a los tártaros, lo que le vale varios títulos nobiliarios chinos, logra someter a algunas
tribus mongolas disidentes, y en 1207, termina por dominar la totalidad de Mongolia. Se hace
entonces proclamar Kan supremo (Qahan), organiza un verdadero Estado con un ejército y
emprende la conquista de los países sedentarios. Muere en 1227 tras haber creado un vasto
imperio que se extendía desde Pekín hasta el Volga. Su sucesor lo extiende aún más, ocupando
un nuevo trozo de China, Corea y la Persia Oriental. Sus tropas entraron en Georgia, Armenia,
Rusia meridional, Ucrania, Polonia, Moravia, Bulgaria, Hungría y Croacia hasta la costa del
Adriático. Pero los kanes que regían cada provincia se volvieron poco a poco muy
independientes.
En África y en Oriente Medio: el Islam
Cuando el imperio mongol comienza a declinar (siglos XIV-XV), el Islam evoluciona y
recobra nuevas fuerzas transformando a todos los países de Oriente Medio y, pese a la
Reconquista cristiana de la Península Ibérica, a todos los países de África al Norte del Sahara.
Dos grandes áreas culturales se reparten el África negra: el área sudanesa, al Este, donde
viven razas de ganaderos más bien nómades, los primeros en convertirse al Islam; y el área
bantú al Oeste y al Sur, hombres sedentarios y pacíficos orientados hacia la agricultura y que
siguen siendo fetichistas.
El Islam anterior, el de los siglos XI-XIII, pasa por periodos de lucha y de retrocesos
como consecuencia de la anarquía que reina en la primera mitad del siglo XI. Se vislumbran ya
las dos fuerzas políticas que van a restablecer el orden: al Oeste los bereberes, y al Este los
turcos. Los bereberes vivían en los confines del Sahara y Sudán, nómadas recientemente
convertidos al Islam. Residían en conventos fortificados, los ribat, haciendo la guerra santa
contra los paganos. En pocos años conquistaron Marruecos y la mitad occidental de la actual
Argelia. Luego, los llamaron a España aquellos que se sentían inquietos por la debilidad y los
compromisos de los príncipes musulmanes frente a la Reconquista cristiana.
Entre 1086 y 1110 lo que quedaba de la España musulmana, la mitad meridional de la
Península desde la desembocadura del Tajo hasta la del Ebro, era a su vez unificada por los
almorávides. Con ellos se instaló la dictadura malikita. Despertó la guerra santa contra los
cristianos y la intolerancia interna contra los mozárabes.
A mediados del siglo XII la dinastía de los almorávides fue sustituida por la de los
almohades de origen marroquí, bereber también, que conservó el poder hasta mediados del siglo
XIII. Introdujeron de nuevo en su imperio una visión mística del Islam- Con la liberación del
malikismo, la España musulmana alcanza entonces su apogeo. La civilización andaluza permite
el florecimiento de la cultura judía. De este modo, judíos y musulmanes son, junto con los
cruzados, los vectores de la cultura asiática y oriental hacia la Cristiandad latina.
En el siglo X, los reinos esteparios turcos del Asia central entran en contacto con los
musulmanes. Una vez convertidos al Islam, los turcos no podían ya ser reducidos a la
esclavitud. Se sirven de estas poblaciones militarmente. Los gaznávidas, los seléucidas, etc.
Para ellos, la Guerra Santa es antes que nada la reunificación del Islam desgarrado por la
anarquía y las herejías. Se vuelcan contra el Imperio Bizantino. A fines del siglo XI, el gran
imperio turco seléucida se dividió en cuatro principados: Irak, Siria, Irán y Asia Menor. Este
último era quizás entonces el más próspero. En él renacen las ciudades y el comercio se
desarrolla. Pero los turcomanos, expulsados hacia el Oeste por los mongoles, se infiltran en la
región formando hordas cada vez más numerosas e inasimilables. Las dificultades y las
sublevaciones que de ello se derivan debilitan al sultanato de Rum, es decir, las antiguas
provincias de Asia Menor. Y en 1243, los mongoles le imponen su protectorado.
Egipto, gobernado por semibárbaros importados de los mercados de esclavos del mar
Negro, ahora ofrece refugio a las esperanzas y es el centro de la civilización de todos los países
árabes.
Un nuevo avatar, tras varias peripecias, viene a turbar el Oriente Próximo antes de que
concluya el siglo XIV. El avance de los timúrides. Fue posible gracias a la descomposición de la
Asia Central mongola, que dio poder a los turcos. Tamerlán estableció su capital en
Samarcanda, donde trató de desarrollar las Letras y las Artes para celebrar su poder. No
construyó nada duradero.
A fines del siglo XIII se constituyen en el Asia Menor occidental, que seguía siendo
bizantina, varios principados turcomanos, en los que influía fuertemente el espíritu de la Guerra
Santa. Osmán y sus sucesores conquistaron metódicamente la península de los Balcanes, el Asia
Menor y el Oriente Próximo, ante el desgaste del Imperio Bizantino. Se aprovecharon de las
rivalidades entre latinos y bizantinos. Al terminar el siglo XIV estaban ya instalados en la mitad
occidental de la Península Turca y en gran parte de los Balcanes. En 1453 se apoderaron de
Constantinopla y a finales del siglo XV eran dueños de toda Asia Menor. A finales del siglo XVI
ocuparían Irak, Siria y Egipto.
Este nuevo poder atemorizó a la cristiandad y esa será una de las razones de la política
de Carlos V en el siglo XVI: superar el Cisma provocado por la reforma y reconstruir la unión,
para hacer frente al Islam amenazante.
En América: el imperio de los altiplanos, el vacío de las llanuras
No conocen ni la rueda, ni la bóveda, ni la ciencia náutica, lo que contrasta con el estado
avanzado de sus conocimientos científicos, incluso a veces de su reflexión metafísica. Hay una
diferencia enorme entre estas civilizaciones, desde las culturas más primitivas de sociedades
tribales elementales hasta los grandes imperios políticos. Pero la paradoja radica en que no son
obligatoriamente los más avanzados en materia de tecnología los que van más lejos en la esfera
de la Ciencia desinteresada o de la Filosofía.
Mayas, aztecas e incas. Citamos deliberadamente estos tres imperios ya que, tal vez, con
los chibchas de Colombia, son los únicos que sobresalen verdaderamente durante nuestra Baja
Edad Media del conjunto continental del Nuevo Mundo.
Dado sus condiciones técnicas tan rudimentarias, cabe preguntarse si el conjunto
americano no era todavía hacia 1400 demasiado vasto para las poblaciones que contenía. En
cambio, los grandes imperios representan zonas de densidad importante, en las que se producen
movimientos de expansión muy parecidos a los del Viejo Mundo en la misma época.
Los mayas ocupaban el espacio que podemos llamar el Mediterráneo americano, una
región tropical correspondiente al Sur de México actual (Chiapas, Yucatán, Istmo de
Tehuantepec), a Guatemala, salvo por su costa pacífica, al oeste de Honduras y a Belice. Esta
civilización se desarrolló en esta región aislada del resto de América.
Tras un periodo Premaya (3000 a.n.e – 353 n.e.), los mayas entraron en la llamada era
del Imperio Antiguo o Época Clásica (317 n.e, - 937 n.e.). El apogeo de esa época se sitúa en el
siglo VIII. Luego, el mundo maya empieza a declinar y las ciudades son abandonadas. En el
siglo X se produce un renacimiento maya y la creación del Nuevo Imperio de la época
Posclásica (381 – 1697).
Los Itzá fundaron Chichén Itzá (986 – 1007). En Mayapán y en Uxmal se instalaron
mexicanos asimilados a los mayas (987 – 1007). Ellos crearon la liga de Mayapán, que disfrutó
de gran prosperidad. La guerra civil de 1194 es el comienzo de la desintegración, que se ve
complicado por azotes como huracanes, pestes y sequías. De todos modos, los mayas iban a
resistir la penetración española hasta la batalla de Tayasal, en 1697.
Los aztecas habían creado hacia 1500 un imperio que se extendía por gran parte de
México actual, al Norte de la región maya. Todo el Noroeste estaba ocupado por poblaciones
salvajes que los españoles confundirían con los términos generales de chichimecas o indios
bravos. Los nativos de las costas, instalados en las llanuras del litoral, eran sedentarios y habían
aprendido el cultivo del maíz. También ellos eran muy independientes y rechazaban toda
autoridad exterior. Por último, en los altiplanos vivían pueblos que poseían un fondo de
civilización común, la civilización tolteca, influida por la civilización maya. La Confederación
Azteca, México, Texcoco y Tlacopán, se había convertido en la agrupación políticamente más
importante y su imperio se extendía a fines del siglo XV desde uno a otro océano y desde los
nómadas hasta los mayas. Seguían siendo independientes los Estados de Tlaxcala, Mestitlán, de
los yopis, los mixtecas de Tototepec y de los tarascos de Michoacán. Conservaban su
independencia pagando tributo a los aztecas Chohila, Huajotzunga, Tehuacán, una parte de los
Huasteca, una parte de la Mixteca y del país de los zapotecas, Chiapas y Soconusco.
Los aztecas eran conquistadores venidos del país de los chichimecas, quizás hacia fines
del siglo XII. Habían vivido una vida errante, pero hacia 1325, se establecieron en la laguna de
Tenochtitlan y desde entonces batallaron constantemente contra sus vecinos. Acabaron por
formar un Estado urbano que se extendió hasta ser un verdadero imperio. En 1425 creaba una
Confederación Azteca y hacia 1450 los ejércitos confederados alcanzaban el golfo de México,
en el actual Estado de Veracruz. Hacia fines del siglo se extendían hasta Guatemala al Sur y
hasta el río Pánuco al Norte. En 1519, cuando los españoles desembarcaron cerca de Veracruz,
se encontraron con un imperio en plena expansión, particularmente en detrimento del imperio
maya.
Los incas habían fundado tardíamente su imperio cuando llegaron los españoles. Hasta
el primer tercio del siglo XV se instalaron en el Cuzco, en los Andes, a 3500 m. de altitud. En
primer Inca que trató de ampliar y organizar su imperio fue Viracocha, hacia principios del siglo
XV. Pero siendo ya viejo el Emperador, indios venidos del norte atacaron el Cuzco. El hijo de
Viracocha, Yupanqui, rechazó el ataque y seguidamente estableció su hegemonía sobre un
territorio que correspondía más o menos al Perú actual y a una parte del Ecuador hasta Quito.
Coronado en 1438, Yupanqui creó un verdadero sistema administrativo que le permitió gobernar
su imperio. Su hijo, Tupa Yupanqui se apoderó del Alto Perú (Bolivia). Y de Chile hasta el
Biobío, frontera más allá de la cual no consiguieron nunca ir los propios españoles y que tan
sólo desaparecerá con la sumisión de los araucanos, en la segunda mitad del siglo XIX. Huayna
Cápac, Emperador entre 1493 y 1527, estableció su frontera entre Ecuador y Colombia.
Hay que abandonar la idea de que antes de la llegada de los españoles, las poblaciones
amerindias eran pacíficas. Las causas de esos imperialismos deben buscarse sobre todo en las
variaciones de densidad demográfica que existían en el espacio y en el tiempo y que
desempeñaron un papel capital en las invasiones, migraciones y los imperios. Gracias al maíz
esas densidades habían acabado por alcanzar en los altiplanos índices muy elevados.
El fenómeno de la expansión tiene, pues, carácter general y un análisis comparado nos
mostraría que las causas, las formas y las consecuencias de esa expansión son a menudo las
mismas de uno a otro continente y de un siglo o un milenio a otro. La expansión europea hay
que insertarla en ese gran movimiento planetario. Es verdad que va a desempeñar un papel
privilegiado. Pero ¿quién podía decirlo en 1492, cuando Colón descubrió sin saberlo América?
De la Reconquista a la Cruzada
a) La Reconquista
La Reconquista de la Península Ibérica contra los infieles es fruto de una colaboración
entre los estados cristianos del Norte de la Península, Cataluña, Aragón y Castilla, y los
caballeros de Francia, borgoñones, champañeses y normandos. Gracias a ellos se organizan
pequeños ejércitos que hacen la guerra por temporadas (la algarada). No cesa hasta 1492 con la
toma de Granada por parte de Isabel y Fernando.
Hay otra reconquista que no debe olvidarse: la del Sur de Italia. Los normandos
expulsan de Italia al Imperio Bizantino y a los musulmanes de Sicilia en el siglo XI. Ahora el
cristianismo tiene expeditas las rutas comerciales con oriente. Venecia y el Adriático no son ya
las únicas vías de comercio con el Levante. La piratería berberisca retrocede y Pisa, Génova,
Barcelona y Valencia ven abrirse vastas perspectivas para su comercio.
b) La Cruzada
Tras el movimiento musulmán que hizo replegarse Europa hacia el norte, con la ayuda
del clima, en la Baja Edad Media, este gran movimiento cristiano, ayudado también por el clima
cuya evolución había cambiado de sentido, hace que Europa se vuelva hacia el sur. A partir de
que Urbano II predicó en 1095 la primera Cruzada, se mantuvo sin cesar, pese a las
fluctuaciones.
Aliados en un principio de Bizancio, los cruzados acabaron por apoderarse de
Constantinopla y por repartirse los restos del imperio de oriente. Jerusalén fue conquistada en
1099. Refiriéndose al reino latino de Jerusalén, Robert Lopez ha hablado de una América antes
de tiempo.
Los errores de los cruzados produjeron un cambio brusco de la coyuntura militar y los
musulmanes reconquistaron Jerusalén en el 1187. En 1204, la cuarta cruzada saqueó
Constantinopla. Era el fin del Imperio Bizantino, cuyos restos se repartieron los occidentales,
creando varios principados, entre ellos el Reino de Morea, mientras los venecianos establecían
poco a poco la cadena de sus escalas, desde el Adriático hasta el Oriente Medio y Egipto.
Fue a través de los árabes y de los judíos que la ciencia griega se introdujo en
Occidente, cuando no lo había hecho directamente gracias a la ocupación Bizantina del sur de
Italia y al comercio de Venecia. Pero la Reconquista y las Cruzadas multiplicaron esos
contactos. Con ello se transformaron, enriquecieron y refinaron no sólo el pensamiento, sino el
arte, la técnica y el modo de vida de los europeos del Oeste. Los productos de oriente
despertaron en los europeos el deseo de ir a buscarlos ellos mismos a la lejana Asia. La Cruzada
estimuló las construcciones navales y el comercio. La ciencia oriental posibilitó el progreso de
la ciencia náutica. Su relativo fracaso impulsó a los cruzados a sortear el mundo musulmán por
otras vías.
El descubrimiento del Atlántico Sur
La Reconquista concluyó tan solo en 1492, y la portuguesa un poco antes. De todos
modos, los cristianos de la Península Ibérica no esperaron el sitio de Granada para lanzarse al
océano. A la navegación oceánica les empujó no sólo el comercio de cabotaje. La tradición
marítima de Portugal es más precoz: la pesca, incluso en Terranova, la recogida y el comercio
de la sal y la guerra naval junto a Inglaterra contra España y Francia, forman ya en los siglos
XIV y XV a los marinos portugueses para las grandes aventuras marítimas.
Tres elementos van a hacer que los pueblos ibéricos entren definitivamente por la vía
que se abre ante ellos:
a) El espíritu de Reconquista, que les empuja a instalar en África puestos avanzados
contra un retorno eventual de la ofensiva musulmana. De la Reconquistas se pasa a
la Conquistas, de la recolonización a la colonización, que debe servir para que los
hijos segundones de la nobleza adquieran tierras.
b) La ventaja de estar situados entre los grados 42 y 35 de latitud norte, es decir, entre
el punto donde comienzan a dominar los vientos del oeste para la vuelta hacia la
Península, y aquél en que se originan los alisios que soplan del nordeste para los
grandes viajes hacia el Atlántico meridional.
c) El papel y el dinamismo, tanto en España como en Portugal, de los hombres de
negocios italianos, representantes de las grandes casas de comercio y de banca
florentinas, genovesas, napolitanas y venecianas. Todos ellos se muestran ávidos de
nuevos mercados para sus mercancías, de nuevos negocios en que invertir sus
capitales y de metales preciosos para incrementar sus medios de pago y su actividad
mercantil. La expansión ultramar es un medio para salir de la crisis.
Las etapas del descubrimiento del Atlántico meridional son las siguientes:
a) El descubrimiento de los archipiélagos (1340 – 1420). Las Azores, o Las Canarias,
por ejemplo, que son reconocidas como españolas en 1479, en el tratado de
Alcaçobas-Toledo.
b) Las cabezas de puente en el Magreb. En 1415, la toma de Ceuta, en la costa de
Marruecos, frente a Gibraltar, es el punto de partida de una conquista que intenta
arrebatar todo el Magreb al islam, pero que finalmente se contentará con apoderarse
de la costa marroquí, sobre todo la Atlántica, de una serie de plazas coloniales.
Se constituye así un auténtico Mediterráneo del Atlántico oriental, que está abierto a la
alta mar pero que posee su propia organización marítima, sus intercambios y
complementariedades. Campo de entrenamiento para los marinos portugueses, españoles o de
otras naciones, es la primera base marítima del imperialismo ibérico, que luego se orientará a las
Américas y a otras regiones del mundo. A partir de esa base continúa el avance.
c) El periplo de Guinea. Son los portugueses los que encabezan el movimiento.
Gracias a la escuela de Sagres, por su posición, pudo acoger a todos los que
habían hecho descubrimientos científicos o técnicos. El cálculo de la latitud en
el mar gracias al astrolabio y a las tablas de navegación, que permitían corregir
para cada día del año la altitud del sol teniendo en cuenta la diferencia, variable,
entre el plano del Ecuador y el de la elíptica. La brújula, los portulanos, la
carabela proceden del Mediterráneo. Las cifras árabes (el cero), el sentido de la
experiencia y de la ciencia experimental.
La atracción del oro guineano. El comercio se práctica de norte a sur y de este a
oeste. Los productos de oriente por Egipto y el Alto Sudán y las mercancías
europeas por África del norte llegan hasta África negra donde se intercambian
por oro y esclavos. Así, una parte del oro que se utiliza en Europa procede de
los países ribereños del golfo de Guinea. Una de las razones del comercio
portugués con Marruecos y de la conquista de éste es la participación más
intensa de ese comercio africano y su desviación a la Península Ibérica por
Lisboa. En la medida que la ruta sahariana fracasa, hay otra que quizás valga, la
marítima. De ahí la idea de contornear el Sahara. Este es el origen del nuevo
periplo de Guinea.
Etapas:
o Primera: Desde la toma de Ceuta (1415) hasta donde se dobla el cabo
Bojador (1434). Fase de tanteos.
Nuevo tipo de velero, la distancia es muy grande y la costa
desolada.
Fuertes corrientes: hay que alejarse de las costas.
Problema de la vuelta: evitar los alisios.
o Segunda: Del Bojador al Cabo Verde (1443 – 1444): se vence
rápidamente. Se trata de la Volta simple, el retorno que puede recorrerse
en cualquier estación.
o Tercera: pasada la costa de Sierra Leona (1446 – 1475) hasta el Congo.
Volta compleja, gran curva anual en la región de los vientos alternos.
Absolutamente necesario respetar las estaciones. Vieje de ida y vuelta
entre Portugal y Guinea posible sin la utilización de la bolina (vientos
de popa o de costado). Buen conocimiento de la circulación atmosférica
y dominio del arte de navegar en alta mar lejos de las costas.
o Cuarta: perfeccionamiento de la doble Volta, es decir, el gran ocho
oceánico que conduce al océano Indico, India y China. Inicia en 1482
con Vasco da Gama. Apartamiento deliberado de las costas frente a
Sierra Leona, atravesar la zona de los alisios por una curva nordeste
sudoeste al noroeste sudeste y coger la contracorriente a los 30º de
latitud sur, derechamente hacia África del sur. Supone dominio total. La
cumbre de la navegación a vela. Para conseguir este dominio se han
necesitado tres cuartos de siglo.
Quedan así abiertos los caminos a la vez hacia el sudoeste, es decir, hacia América, y
hacia el sudeste, o sea, Asia. La nao y la carabela sustituyen con ventaja a la galera y a sus
derivados frente a las olas del océano. Los europeos se muestran ávidos de saber lo que ocurre
más allá del mar y los Estados recobran una paz y prosperidad relativas. El terreno está expedito
para los grandes descubrimientos.
Pero lo más importante es que al alcanzar la Costa de Oro, en el golfo de Guinea, los
portugueses captan la corriente de metal precioso y de esclavos que atravesaba el Sahara hasta
África del Norte y Europa. Puede hablarse de un fenómeno de captura. Sólo persiste una
corriente derivada hacia Egipto. A Lisboa llega el oro que financia la expedición con la
construcción del fuerte de San Jorge da Mina, centro de los nuevos tráficos, en 1482.
LA EMPRESA COLOMBINA
Cristóbal Colón: sus patrias
Una de las cuestiones más debatidas ha sido el lugar de nacimiento de Colón y,
por ende, su nacionalidad. Hasta el final del siglo XVII no se cuestionó la patria del
Almirante. En 1682 se afirma que Colón era oriundo de Inglaterra. Años más tarde, en
1697, un francés se declaraba descendiente suyo. Desde entonces, y a la vez que se
acentúan los nacionalismos propios del siglo XIX, se le han asignado las más diversas
patrias: Grecia, Portugal, Francia, España…
Todas estas hipótesis no resisten el menor análisis científico, como se encargó de
demostrar Antonio Ballestero Baretta en su obra sobre Colón, en la que quedaron
definitivamente desvirtuadas y refutadas. A su vez, Ballesteros coincide con lo
sustentado por los más prestigiosas colombinistas que, basados en fuentes documentales
fehacientes, proclaman a Colón natural de Génova.
La genovesidad de Colón se fundamenta en sus propias declaraciones, en las de
los cronistas contemporáneos, testimonios de embajadores de su tiempo, documentos
notariales genoveses y afirmaciones de estudiosos de su época.
De entre sus declaraciones sobresale la indicada en el acta de institución y de su
mayorazgo (1498), en ella confiesa: “siendo yo nacido en Génova… de ella salí y en
ella nací”. A ello se añade la opinión de contemporáneos suyos que lo hacen oriundo de
Génova.
Significativas son las afirmaciones de los diplomáticos de su tiempo. Entre los
documentos notariales que prueban su genovesidad merecen citarse el llamado Assereto,
redactado en Génova el 25 de agosto de 1479, donde Colón es testigo de un proceso
entre Lodovico Centurione y Paolo di Negro. Otra acta notarial genovesa de 1470
prueba que Colón se asoció a su padre en las tareas de comerciante. Documentos de esta
índole identifican a Colón genovés e hijo de Dominico, con el descubridor de América,
y nos hablan de su traslado de Génova a la Península Ibérica.
El apelativo de genovés se le atribuye también en un conjunto de mapas y
tratados de geografía y cosmografía firmados por insignes estudiosos. Tal conjunto de
pruebas y testimonios han llevado a la crítica histórica y científica a reconocer la
genovesidad de Colón.
Nacimiento y juventud
Se desconoce la fecha exacta de nacimiento de Cristóbal Colón, que debió
ocurrir entre el 25 de agosto y el 31 de octubre de 1451. De sus antepasados sabemos
que eran de condición humilde.
La familia no vivirá siempre en Génova, pues se trasladan en 1470 a Savona.
Dominico se nos muestra en los documentos genoveses llevando una vida ajetreada y
ejerciendo diversos oficios: tejedor, tendero, comerciante y guardián de la Puerta de
Olivella; aquejado por cierta insolvencia económica; e interviniendo en las luchas
políticas de los partidos urbanos genoveses.
Por lo que respecta a Colón, parece probable que siguiera estudios elementales
en una escuela que la corporación de los laneros de Génova había abierto en el barrio
Vicolo de Pavia. Desde joven debió ayudar a su progenitor en las tareas de comerciante.
Desde 1470 estaba asociado a él, por lo que realiza viajes de cabotaje entre Génova y
Savona. Consta que en 1472-73 forma parte de la tripulación de un barco ligur de
Renato de Anjou.
El viaje de ida
La primera singladura colombina la conocemos por el Diario que día a día
redactó Colón, que va más allá de lo que sería un cuaderno de bitácora.
En la madrugada del 3 de agosto de 1492 la flotilla colombina zarpaba del
puerto de Palos camino de las Canarias, única avanzada de Castilla en el Atlántico. En
las Afortunadas permanecen casi un mes, reparando, en Las Palmas, el gobernalle de la
Pinta y sustituyendo el velamen latino de la Niña. El 6 de septiembre Colón abandona la
Gomera rumbo Oeste, siguiendo el paralelo 28º, siguiendo la latitud que se creía del
Cipango. Si bien una ruta más meridional hubiera sido más favorable por el mejor
aprovechamiento de los alisos y las corrientes marinas, esa ruta más al sur le estaba
prohibida por el tratado de Alcaçovas. Por ello se decide el paralelo de Canarias.
Empujada por los alisios y con tiempo bonancible, el 16 de septiembre entran en
el mar de Sargazos. El 21 pierden los alisios y entran en un período de calmas.
Comienzan a aflorar los primeros síntomas de impaciencia que aumentarán en las
siguientes jornadas ante la lentitud de la navegación y no aparecer el menor indicio de
tierra. El propio Colón, que fijaba la distancia de Cipango a 750 leguas, comienza a
preocuparse. El 3 de octubre la flotilla había rebasado ampliamente, según sus cálculos,
esta distancia sin aparecer el Cipango, ni sus islas adyacentes.
El 6 de octubre, Martín Alonso Pinzón propone al Almirante que abandone el
rumbo del paralelo 28º y navegue “a la cuarta del oeste, a la parte del Sudoeste”. Al día
siguiente siguió su consejo y desvió la ruta hacia el Suroeste.
Señala Manzano que la noche del 6 los marinos norteños de la Santa María,
contrariados porque Colón no había atendido la propuesta de Martín Alonso, se
amotinaron, pretendiendo el regreso. La rápida intervención de los Pinzón, dispuestos a
continuar la navegación, sofocó la rebelión. Esta primera intentona, localizada en la nao
capitana, fue el preludio del motín general de toda la flota, ocurrido en la noche del 9 al
10. Con el apoyo de Pinzón los ánimos se apaciguaron y el genovés obtuvo un plazo de
tres días para proseguir la singladura.
Viaje de regreso
Hasta el 12 de febrero la navegación transcurrió con tiempo bonancible, pero ese
día, cuando se aproximaban a las Azores, sobrevino un fuerte temporal que separó las
dos carabelas. El 15, la Niña avistaba una tierra que creyeron de las Madera. Se trataba
de la isla Santa María de las Azores. Luego de aprovisionarse, siguieron camino y
padecieron una nueva tempestad, cuyos vientos les empujaron hacia el norte. El4 de
marzo se encontraban ante el estuario del Tajo, no teniendo más alternativa que entrar
en él debido al mal tiempo.
Colón fue recibido por Juan II en el monasterio de Santa María de las Virtudes,
cerca de Lisboa, haciéndole observar que las tierras descubiertas le pertenecían, según el
Tratado de Alcaçovas. Colón respondió que desconocía aquel tratado, que no había ido a
Guinea y que venía de Indias. Tras rechazar la propuesta del monarca lusitano de viajar
a España por tierra, abandona la desembocadura del Tajo el 13 de marzo. Dos días
después llegaba a Palos. Habían transcurrido 32 semanas desde su partida. Horas más
tarde lo hacía la Pinta con Martín Alonso Pinzón al puerto de Bayona, en Galicia. Desde
aquí había comunicado a los Reyes su regreso y su intención de marchar a la corte,
pretensión que le denegaron. A los cinco días de llegada a Palos fallecía en una posesión
que tenía en Moguer.
Colón había despachado una misiva a los Reyes Católicos desde Lisboa, que se
encontraban en Barcelona, dándoles cuenta de su periplo, les escribió nuevamente
Palos. Los reyes responden el 30 de marzo concediéndole autorización para presentarse
en la corte. Desde Sevilla, Colón emprendió el camino a Barcelona. Llevaba consigo
seis indios portadores de jaulas de papagayos, objetos traídos de las recién descubiertas
tierras y muestras de oro. En la segunda quincena de abril efectuaba su entrada en la
Ciudad Condal, donde los monarcas lo acogieron con todos los honores y solemnidad.
El 28 de mayo, los Reyes Católicos confirmaron a Colón los títulos y mercedes
concedidos en Santa Fe, entendiendo que éste había cumplido lo prometido. También se
le otorgó un escudo de armas.
El Tratado de Tordesillas
Ante el panorama, Juan II amenazó con reconocer a un bastardo como heredero
al trono, y no a su sobrino, Manuel, casado con la hija mayor de los Reyes Católicos. Se
establecieron nuevas negociaciones en Tordesillas, el 7 de junio de 1494. El tratado
establecía que:
1) Se señala como raya de demarcación una línea de Polo a Polo que pasaría
a 370 leguas al oeste de las islas de cabo Verde. Las islas y tierras
ubicadas al este de esta línea pertenecerían a Portugal y las situadas al
oeste a la de Castilla.
2) Ambos Estados se comprometen a respetar la línea divisoria, no
realizando exploraciones en la parte ajena. Si por cualquier circunstancia
efectuasen algún descubrimiento en la zona de la otra parte, este hallazgo
debía ser cedido a la Corona correspondiente.
3) Se fijaba un periodo de diez meses para el trazado de la línea. De ambas
partes se enviarían una o dos carabelas con pilotos, astrólogos y
entendidos, los cuales se reunirían en Canarias, de donde pasarían a Cabo
Verde para desde allí fijar la distancia de 370 leguas.
4) Portugal autorizaba a los navíos castellanos a atravesar su zona en sus
navegaciones hacia Occidente, aunque prohibiéndoles hacer
exploraciones en la misma. Si los barcos en esta travesía descubriesen
alguna tierra, se entregaría al reino lusitano. Dado que Colón ya había
partido a su segundo viaje, se establece la excepción de que hallaba
tierras antes del 20 de junio y dentro de las primeras 250 leguas, éstas
serían para Portugal, pero si se descubriesen más allá de este límite
pertenecían a Castilla.
El Tratado de Tordesillas se ha considerado un gran triunfo para Portugal, que
arrebató a España una buena parte del Nuevo Mundo. El interés del monarca lusitano en
desplazar más al Oeste la línea de demarcación fijada en la segunda Inter Caetera se ha
querido ver como una prueba de que Juan II conocía la existencia de Brasil.
En Tordesillas no sólo se firmó este tratado, sino otro referente a la delimitación
de fronteras en el norte de África y sobre las pesquerías de su costa occidental. Los
Reyes Católicos obtenían el derecho a conquistar las plazas de Melilla y Gazaza,
pertenecientes al reino portugués de Fez, vitales para su expansión en el norte de África.
En contrapartida, renunciaban a sus derechos de pesca al sur del cabo Bojador, aunque
durante un plazo de tes años los barcos hispanos podían seguir faenando al norte del
mismo. Transcurridos tres años, sin que ninguna de las partes lo denunciase, el tratado
tendría plena vigencia.
Al contrario que en Alcaçovas, ninguno de los dos reinos solicitó para el Tratado
de Tordesillas la confirmación de la Santa Sede. Ésta se efectuará, por parte de Portugal,
tras el arribo a Brasil de Cabral (1500), y se hizo por la bula Ea quae pro bono pacis
(1506).
España y Portugal sostendrían graves conflictos por las zonas vecinas a la línea
de demarcación de Tordesillas: las Molucas y el Río de la Plata. La venta de las
primeras en 1529 por parte de España a Portugal solucionará el problema asiático. El
rioplatense sólo se solventará en el siglo XVIII, cuando ya los portugueses brasileños
habían desplazado la raya de Tordesillas muchos más grados al Oeste.
No sólo hubo diferencia entre ambos reinos, Francia e Inglaterra protestaron por la
exclusividad que se había otorgado, y un jurista redactará Mare Liberum, manifiesta
impugnación del Mare Clausum, defendido por los castellanos en su relación con
América.
Simpson, Lesley Bird. (1970). Los conquistadores y el indio americano. Barcelona,
España: editorial Península.
Autor: Lesley Bird Simpson fue profesor de español en la universidad de Berkeley
(California) y autor de diversas obras y monografías sobre el sistema colonial español
en las Indias.
Reseña del libro: la institución más interesante legada por los conquistadores españoles
en América fue la encomienda. Institución derivada del sistema feudal hispánico,
aseguró el dominio español en el Nuevo Mundo. Simpson estudia con documentación
de primera mano el desenvolvimiento de esa institución, principal sistema jurídico-
económico que reguló las relaciones entre los conquistadores y el indio americano. A lo
largo del siglo XVI examina las Leyes Nuevas (1542); las presiones de la Corona,
temerosa de una usurpación de autoridad; las implicaciones económicas, sociales y
demográficas de la institución; las gestiones de los reformadores, entre ellos el padre
Las Casas. En este escenario, se analizan las Leyes de Burgos, la creación del
corregimiento como sistema de control de la Corona, etc., poniendo especial interés en
el desenvolvimiento de la encomienda en México.
Capitulo 2: la regencia de Fernando
Los once años del gobierno de Fernando sobre las Indias, incluyendo su breve
asociación a la regencia de Felipe I en 1506, fueron un periodo de abuso. Sin la piedad
de Isabel I de Castilla para modificar los dictados de la necesidad, la política indiana de
la Corona se redujo a conseguir dinero. En las órdenes reales, la conversión de los
indios seguía siendo mencionada, pero con menor énfasis. Por su parte, las instrucciones
a los gobernadores señalaban la urgencia de incrementar las rentas reales. La
encomienda era el método reconocido para tratar con los indígenas pacíficos, actuando
como un freno a la codicia Real porque los colonos tenían interés en mantenerlos vivos.
Ovando continuó en el cargo durante cinco años, hasta 1509 (fue gobernador y
administrador colonial de La Española desde 15 de abril de 1502 hasta 10 de julio de
1509, sucediendo en el cargo a Francisco Fernández de Bobadilla). Él llegó a
convertirse en un factor de control para prevenir la total extinción de los indígenas. Esto
en la medida de lo que se deduce a través de la correspondencia con Fernando el
Católico. El rey era partidario de esclavizar a toda la población indiana.
En la colonización de Puerto Rico fueron seguidos los procedimientos
establecidos en La Española. En una instrucción posterior a Ovando, Fernando
aprobaba la concesión de encomiendas en La Española. También recomendaba que
fueran tomados por esclavos donde quiera que los indígenas resistieran, especialmente
en las entre los caribes de las Pequeñas Antillas y de la Costa de las Perlas. La Corona
se preocupaba también del delicado asunto de las relaciones sexuales entre indias y
españoles.
Ovando no cesó en su gobierno hasta 1509, con poca interferencia de la Corona.
Los pocos documentos disponibles del período anterior a la llegada de Diego Colón
como gobernador en este año no indican ningún mejoramiento en la situación general de
la isla. Había sido enteramente pacificada por Ovando, pero la continua hambre era el
destino de los pobladores, mientras que el de los indios debió de ser mucho peor.
Los trabajadores españoles, tan pronto como se instalaban en La Española, se
consideraban hidalgos y se negaban a trabajar en sus oficios. Antes bien, deseaban
convertirse en propietarios de tierras con encomiendas de indios. Fernando decretó que
no debían recibir indios a menos que trabajaran en sus oficios.
Fernando consideraba a los indios sólo como una fuente de ingresos inmediatos.
Cuantos vagos derechos pudo haber tenido la población india fueron ignorados en todas
las ocasiones en que los intereses fiscales de la Corona estuvieron comprometidos. En la
última comunicación de Fernando a Ovando, aquel aprobó el plan de traer indios de las
islas “inservibles” a La Española (las islas inservibles eran las Bahamas, por no haber
en ellas oro).
Cristóbal Colón y su hijo Diego no habían cesado de instar con sus
reclamaciones sobre toda la tierra descubierta por el Almirante. En 1506, Diego Colón
se casó con doña María de Toledo, sobrina del duque de Alba y sobrina-nieta de
Fernando el Católico. Diego fue nombrado almirante, virrey y gobernador de las Indias
el 21 de octubre de 1508, y asumió su mando al año siguiente. Las instrucciones del
nuevo almirante empezaban con el requerimiento de convertir a los indios a la Santa Fe
Católica. Su conversión tenía que ser deber del clero tanto como del encomendero.
El problema del derecho a heredar la encomienda (que mantuvo a los
encomenderos en efervescencia durante más de un siglo) había atraído la atención del
rey. Aunque los encomenderos insistían en que las mercedes se les habían concedido a
perpetuidad y debían ser transmitidas a sus mujeres e hijos, se dieron instrucciones al
almirante y virrey Diego Colón para que les informara de que no existían tales derechos.
A Diego Colón se le advirtió de nuevo que no concediera encomiendas ni siquiera por
una vida, sino por dos o tres años como máximo, con privilegio de renovarlas por otro
periodo igual. Los indios dados en encomienda no eran esclavos, sino naborias.
También Diego Colón había sugerido al rey que aquellos caciques cuyos súbditos se
habían reducido a menos de cuarenta estarían obligados ellos mismos a servir como
naborias. Esta sugerencia halló la aprobación de Fernando II.
Otra cédula de la misma fecha regulaba y uniformaba la distribución de indios en
encomiendas. La primera distribución parece que no fue hecha con equidad: unos
españoles habían recibido mucho; otros, pocos; y otros, ninguno. Se ordenó al almirante
que distribuyera cien a los oficiales reales y alcaldes; sesenta a los hidalgos casados que
trajeran a sus mujeres a las Indias; treinta a los simples labradores. Cualquier excedente
o déficit de indios se repartiría entre los colonos en la misma proporción. Los colonos
debían pagar a la Corona un peso de oro al año por cada indio a su servicio, y debían
hacerse responsables de su instrucción religiosa.
La orden para la redistribución de los indios es uno de los muchos casos en que la
Corona provocó el desajuste de la tambaleante economía de las Indias en estos caóticos
días. La devastación y confusión que acompañaron a tal revolución en un espacio de
30.000 millas cuadradas atrajo la atención de Fernando II de Aragón en el mes de
noviembre siguiente (estimo que se refiere a noviembre de 1510). En consecuencia,
canceló la orden para la redistribución, y cada cosa permaneció como antes. Esa
cancelación de la orden también decidió que no debía afectar a los que estuvieren en
poder de los funcionarios reales. Al contrario, se les debían dar doscientos indios en
lugar de los cien que originariamente se les asignaron.
A varios de los españoles les fueron concedidas licencias para capturar indios.
Podían quedarse con la mitad de sus cautivos pagando a la Corona medio peso por cada
uno. Los restantes se reservaban para la Corona. Esta medida era necesaria, explicaba
Fernando, por la falta de mano de obra. Sin embargo, los cazadores de La Española se
quejaron de que el impuesto de cuatro quintos sobre los indios traídos de las Bahamas
era excesivo. Fernando lo redujo a un quinto; pero ordenó a los cazadores, al mismo
tiempo, que limitaran sus actividades a las Bahamas y no tomasen los indios de Cuba y
Jamaica. Esto es prueba evidente de que en 1510 las Bahamas estaba a punto de
agotarse. Es dable señalar que los colonos no necesitaban estímulo alguno para ir a
cazar indios. Las Bahamas estuvieron rápidamente agotadas, y cuando esta fuente se
extinguió, los cazadores tomaron a los indios donde quiera que se encontrasen y los
condujeron a La Española. En este sentido, Fernando II, quien en un principio era
reticente a abrir la isla de Trinidad a los cazadores de indios, luego cambió de opinión.
Si se descubría que no había oro en ellas y que los indios de la Costa de las Perlas no se
rebelarían, Diego Colón podía traer indios de Trinidad a La Española. La conciencia de
Fernando el Católico, que en un primer momento se había inquietado con la captura de
indios de las Bahamas, se tranquilizó pronto en virtud de la necesidad de maximizar las
ganancias. Por ejemplo, excusando luego a los cazadores de pagar el impuesto de un
quinto de los indios que tomaran.
Por su parte, el decreto ordenando a los artesanos que trabajasen en sus oficios
aparentemente era imposible hacerlo cumplir. Fernando tenía que reiterarlo y, en efecto,
se reiteró muchas veces durante el periodo colonial, al parecer con muy poco éxito.
Fernando no aprobó la falta de atención para con las categorías sociales observada
en la distribución de tierras, en la que los villanos habían recibido casi tanto como los
hidalgos. Por lo que dio instrucciones a Diego Colón para que considerara y reconociera
la categoría de los que solicitaban tierras.
Todos los esfuerzos de Diego Colón para aplacar al soberano en su codicia
fallaron. En febrero de 1510 Fernando le escribió agradeciéndole su diligencia respecto
al trabajo en las minas, pero también le ordenaba que mantuviera continuamente a mil
hombres en el trabajo y más adelante enviara a las minas todos los hombres que pudiera
hallar.
Fue la obsesión del rey por el oro lo que interrumpió el proyecto de poblar que
había sido encomendado a Ovando en la cédula del 29 de marzo de 1503. Fernando
advirtió a Diego Colón en el asunto (parece que se refiere el autor a poblar sin perder
mano de obra), pues los indios mostraban aversión a ser cambiados de lugar y como
resultado muchos podían morir. Pese a traída de indios cautivos a La Española, la
despoblación continuaba en proporciones alarmantes. La crisis en el suministro de mano
de obra le indujo a expedir un permiso general para que quien quisiera tomarse esclavos
entre los caribes de la Costa de las Perlas y algunas de las Pequeñas Antillas, pues
traidoramente habían matado a varios cristianos de aquellas partes.
Las continuas recomendaciones del rey a Diego Colón para que extrajera más
oro surtieron efecto, pues un año más tarde le felicitaba por el excelente resultado de la
última fundición. En este sentido, también ordenó que en adelante la tercera parte de
todos los indios de la isla trabajaran en las minas. Se nombraron veedores para que
recorrieran los establecimientos y poblados, procurando que se cumpliera esa
disposición. También se prohibió trasladar indios a España. Para aumentar los
rendimientos se comenzó a implementar reunir a los españoles ociosos y ponerlos a
trabajar en las minas o en las plantaciones. Esta es la primera mención a los españoles
vagabundos, elemento social que iba a inquietar a la administración del Nuevo Mundo.
En esta época la correspondencia aborda el tema del uso y abuso de los
cargadores indios por primera vez. Si bien fue prohibido, el uso de cargadores indios fue
restablecido, regulado y vuelto a abolir. Según el autor, aun continua vigente.
Hacia el año 1511 podemos deducir que los experimentos españoles para
colonizar habían finalizado su primera etapa. En veinte años la población indígena de
las Antillas había virtualmente desaparecido. Fue la magnitud de este hecho lo que dio
lugar al comienzo de una larga serie de leyes correctivas, la primera de las cuales fueron
las Leyes de Burgos de 1512. El periodo tiene sólo un punto relevante: el germen del
orden y futuro acoplamiento que estaba presente en la encomienda de Nicolás de
Ovando.
Capítulo 3: las Leyes de Burgos
El esfuerzo español en las Antillas durante sus primeros veinte años pudo ser
administrado por dos hombres: el obispo Juan Rodríguez de Fonseca y Lope de
Conchillos, secretario del Consejo de Castilla. Es significativo que durante este tiempo
la Corona fue informada repetidas veces de que la colonia estaba al borde del abandono.
La destrucción llamó la atención y en 1511 se hicieron planes para salvar los restos.
La actitud pasiva de los doce misioneros franciscanos que llegaron a La Española
con Ovando es difícil de explicar. Las noticias de estos primeros años son demasiado
escasas para justificar la condenación de ellos por Las Casas. Sin embargo, evidenciaron
que consideraban las calamidades de los indígenas como la visita de la ira divina sobre
una raza maldita e hicieron poco, que se sepa, para evitar su extinción.
Una gran parte del mal sucedido en las islas es achacado por Las Casas y sus
seguidores a la indiferencia interesada del obispo Fonseca. Por su parte, y movido por
los informes sobre la condición en que se encontraba la población de la isla, Domingo
de Mendoza, cardenal arzobispo de Sevilla y presidente del Consejo de Castilla, hizo
que se enviase a La Española en 1510 un grupo de misioneros dominicos a cargo de
Fray Pedro de Córdoba. Estas personas se convirtieron en agentes efectivos para mitigar
la brutalidad de las leyes con que eran gobernados los indios. De este modo,
determinaron en forma considerable el posterior destino de la población de Nueva
España.
Los dominicos recién llegados se escandalizaron por la dureza de los colonos
hacia los indígenas. En poco tiempo promovieron tales perturbaciones que los colonos
se vieron obligados a organizarse para proteger sus intereses. Un fraile franciscano, un
tal Alonso de Espinal, fue persuadido para que representase a los colonos en la Corte.
Para oponérsele, los dominicos enviaron a su más hábil predicador, fray Antonio de
Montesinos. Montecinos logró obtener una audiencia con Fernando el Católico y logró
que este convocase una audiencia de teólogos y hombres doctos que sugiriesen un
remedio a los males que se desencadenaban en La Española. Las deliberaciones dieron
por resultado la elaboración de un código de leyes para el tratamiento de los indios. El
27 de diciembre de 1511 se promulgó en Burgos y en julio del año siguiente se le
agregó un pequeño complemento.
Las Leyes de Burgos reflejan fielmente las actitudes de los legisladores y plantean
las premisas sobre las que se basaría la subsiguiente legislación indiana. El preámbulo
del código establece que los indios están por naturaleza inclinados a una vida de
ociosidad y vicio y no al aprendizaje de las virtudes cristianas. Mas adelante declara que
el mayor impedimento en el camino de su redención reside en tener sus moradas
alejadas de los cristianos. Por esa razón no pueden aprender las costumbres y la doctrina
cristiana, mientras que si estuvieran reunidos en poblados donde pudieran ser
preservados de su vicio de ociosidad y observaran las prácticas cristianas, podrían ser
redimidos de su perversidad. Partiendo de estas premisas, el Consejo redactó treinta y
cinco artículos que llegaron a ser la ley fundamental para el gobierno de las relaciones
hispano-indias en los treinta años siguientes.
La noticia de la inminente reforma llegó a La Española, donde los encomenderos
estaban tronando en su acusación contra los dominicos. Pedro de Córdoba, descontento
con lo que había oído de las Leyes de Burgos, se apresuró a regresar a España y llegó
después de su aprobación. Ofendido por lo poco logrado, solicitó una audiencia con el
rey Fernando II el Católico y le persuadió de que volviese a considerar el código. Se
hicieron algunas modificaciones y fue aprobado el 28 de julio de 1513. Lo logrado
consistía, esencialmente, en que
las mujeres casadas no debían ser obligadas a trabajar en las minas o en cualquier
otro lugar, salvo su propio consentimiento o el de sus maridos.
los niños hasta los catorce años no podían ser obligados a trabajar, excepto en
faenas propias de niños, tales como escardar;
los niños, si lo deseaban, podían aprender oficios y no debía tolerarse nada que
entorpeciera su instrucción religiosa;
las muchachas solteras debían ser mantenidas y enseñadas aparte de los demás;
los indios debían dedicar nueve meses de su tiempo al servicio de los españoles, y
para prevenir que malgastaran su tiempo en la ociosidad y asegurarse de que
aprendieran a vivir y gobernarse como cristianos, los otros tres meses restantes
debían emplearlos trabajando en sus propias labranzas o mediante salario;
los indios, hombres y mujeres, deberían ir vestidos.
Las Leyes de Burgos produjeron el efecto de hacer a la Corona sabedora del
inminente peligro del abandono de las Indias. Esta toma de conciencia resulta
manifiesta en el número creciente de privilegios concedidos a los futuros colonos y en
renovados esfuerzos de la Corona para promover los matrimonios interraciales. En este
sentido, en 1514 Fernando II de Aragón prohibió cualquier discriminación respecto a los
españoles que tomasen esposas nativas, y al año siguiente repetía que los blancos y los
indígenas eran libres de casarse con quienes les placiera.
Las Leyes de Burgos y sus revisiones no hicieron nada por detener la destrucción
de La Española. En este escenario, la denuncia de los dominicos debe ser aceptada
como sustancialmente justa sobre la base de que la población entera en las Antillas,
excepto algunos restos, desapareció durante estos años.
Aunque los dominicos habían fracasado en su intento de mejorar las leyes que
gobernaban las Indias, tuvieron éxito al sacudir la conciencia de Bartolomé de Las
Casas. Este había vivido en La Española y Cuba desde 1502 hasta 1512. Había sido
ordenado sacerdote en 1510 y poco después había acompañado a su amigo Diego
Velázquez a la conquista de Cuba. Allí aceptó una encomienda y explotó a sus indios al
igual que sus compañeros. Este periodo de iniquidad, del cual más tarde se arrepentiría
amargamente, le permitió presenciar las atrocidades que describió en su Brevísima
Relación. Oyendo la predicación de los frailes dominicos, con una conciencia doliente e
inspirado por uno de sus textos, fue a confesar con uno de ellos, pero este le negó la
absolución por ser encomendero. Este argumento del fraile le convenció de lo injusto de
tomar las propiedades y las personas de los indios y resolvió consagrar el resto de su
vida a reparar esta injusticia.
Las Casas renunció a su encomienda y ofreció sus servicios a los reformadores
dominicos. Aportó a ellos el elemento que necesitaban: el hombre luchador, que
aceptaba su doctrina con todas sus inferencias y consecuencias. La filosofía de esta
doctrina (que más tarde sería elaborada por Francisco de Vitoria) puede ser anunciada
en pocas palabras: el Nuevo Mundo fue concedido por el papa Alejandro VI a España y
Portugal solamente con el propósito de convertir al pagano. Por tanto, los españoles no
tenían derecho alguno a utilizar a los nativos con propósitos temporales; ni la Corona
española tenía ningún derecho a utilizar sus personas para su provecho, excepto para
apoyar el propósito de la conversión. El único remedio oportuno para los males que
sufrían los indios era alejar a todos los españoles de ellos, excepto a los misioneros
necesarios, que debían traerlos al conocimiento de Cristo, pero por medios pacíficos.
En 1515 Las Casas fue un poderoso poder en la Corte. Montecinos, que había
vuelto a La Española después de la aprobación de las Leyes de Burgos, fue designado
por Pedro de Córdoba para acompañar a Las Casas a Castilla. Los dos embarcaron en
septiembre de 1515 y llegaron a Sevilla en diciembre. Allí, Montecinos obtuvo una carta
del arzobispo Mendoza presentando a Las Casas al rey. Las Casas se dirigió
directamente a él, eludiendo a Fonseca y Conchillos, que sospechaba estarían en contra
suya. Fernando escuchó a Las Casas y lo remitió a estos mismos ministros. Mientras
Las Casas estaba yendo y viniendo de uno a otro, murió Fernando el Católico el 23 de
enero de 1516.
Sin perder más tiempo con el régimen pasado, Las Casas marchó inmediatamente
a Flandes para entrevistarse con el joven rey Carlos I. Sin embargo, en el camino halló
al regente Cardenal Ximénez de Cisneros, en el cual hizo tan profunda impresión que el
cardenal designó otro consejo para considerar la situación de las Indias. Los resultados
de las deliberaciones dieron origen al más curioso proyecto de la historia del gobierno:
la administración de las Indias por tres miembros de una orden monástica.
Evangelización y privilegios
La evangelización seria comienza con la llegada de los franciscanos en 1502.
En 1501 expidió Alejandro VI la bula Eximiae devotionis, otorgando a los Reyes el diezmo de los
naturales en las iglesias que fundaran con dotación suficiente; ya aquí aparece el concepto de
patronato: fundación y dotación de iglesias por parte del rey, y concesión de bienes decimales
en compensación de los gastos que había hecho y tendría que hacer para pacificar y
cristianizar a los indios. Así los reyes pidieron a la Santa Sede la erección de una provincia
eclesiástica en La Española: una metropolitana y dos diócesis sufragáneas.
El 28 de julio de 1508 Julio II otorgaba la bula Universalis eclesiae, bula del Patronato, de
capital importancia. Contiene tres puntos fundamentales: 1) prohibición de construir y erigir
iglesias sin expreso consentimiento de los Reyes; 2) derecho de Patronato y presentación de
personas idóneas en todas las iglesias, catedrales y monasterios; 3) derecho de presentación
para beneficios mayores y menores. La bula no decía nada de los diezmos ni de la facultad de
limitar las diócesis; los diezmos los concedió Julio II en 1510, la facultad de límites, León X.
entre 1492-1518 se fue elaborando un cuerpo de derechos regios que les permitía intervenir
en el régimen eclesiástico indiano: envío de misioneros, percepción de diezmos, patronato,
presentación para obispados, dignidades y beneficios, y facultades para dividir las diócesis. “La
iglesia católica nació y se organizó en América bajo la tutela de los Reyes de España”.
Primeras diócesis
La organización diocesana en el Nuevo Mundo fue un hecho de trascendencia canónica, pero
bajo el punto de vista pastoral apenas tuvo repercusiones positivas.
Primeras controversias
En 1509-1510 llegaban los dominicos a La Española y con ellos se abría nueva etapa de lucha
por la libertad de los indios. Los frailes condenan la encomienda, censuran los malos tratos a
los indios y ponen en tela de juicio la licitud de la conquista, marcando el inicio de “la lucha por
la justicia”.
La consecuencia inmediata fue la Junta de Burgos de 1512, cuyas leyes fueron declarar la
libertad de los indios, regulando los trabajos, limitando la jornada laboral, etc., pero la
encomienda subsistía con normas tendentes a proteger las condiciones de vida y trabajo de los
indios, iniciándose una auténtica política social.
Por otra parte, el rey mandó escribir dos tratados en los que se estudiaran los problemas del
servicio personal y la licitud de la conquista. Los autores de dichos tratados fueron el padre
dominico Matías de Paz y Palacios Rubios, quienes invocaron las doctrinas teocráticas en la
interpretación de las bulas alejandrinas para justificar la conquista. Palacios Rubios fue el autor
del Requerimiento y pensaba que las bulas alejandrinas conceden a los Reyes de España el
Nuevo Mundo –ya que el papa era el señor del mundo en lo espiritual y temporal-.
También para Matías de Paz, el papa es señor del mundo, con poder sobre fieles e infieles, y
sólo en virtud de la donación pontificia puede el Rey de España dominar a los indios. La Junta
de Burgos invocó las teorías universalistas del Papa dominus orbis, e interpretó el texto de las
bulas como una auténtica donación, en virtud de las corrientes teocráticas.
Parece utópico pensar en una cristiandad floreciente pero tampoco se puede creer que aquella
primera evangelización fuese un fracaso rotundo.
Quería salvar a los naturales y tratarlos humanamente, pero se dio cuenta que no podría abolir
la encomienda mientras no se invalidara el argumento fundamental de los colonos: la ruina de
la economía colonial; y proyecta su famoso ensayo de colonización.
Compuso en diciembre de 1542 el más famoso de sus libros: “La destrucción de las Indias”,
donde abundan las exageraciones y parcialidades. Fue un alma ardiente y generosa, pero
intolerante y radical, tal vez tuviera que ser así si quería ser escuchado.
La Iglesia en el continente americano, 1519-1542
La conquista de México significó un cambio trascendental; la importancia que hasta entonces
habían tenido las Antillas se desplazó al continente. La posterior conquista del Perú, la más
accidentada y dura, absorberá las preocupaciones de España.
La conquista espiritual.
1. México fue el primer territorio importante donde se extendieron las misiones en América.
Hay una evangelización esporádica y fluctuante bajo el influjo directo de Cortés.
2. En el Perú, los dominicos contrajeron méritos especiales; en 1534 erigían en Cuzco su primer
templo, y su centro de actuación fue Lima. También hubo franciscanos y mercedarios.
3. Nueva Granada: su parte oriental fue misionada a comienzos del siglo XVI desde las Antillas;
en Colombia llegaron los dominicos en 1519 y los franciscanos en 1550.
Organización eclesiástica
La Corona, tan pronto como se establecía en un territorio, fundaba la iglesia con su obispo y
cabildo catedral.
1. Las diócesis. La omnipresencia del Patronato Real en Indias podría falsear la actitud e
intervención de la Santa Sede en la organización episcopal americana. Hasta 1546 las diócesis
americanas dependieron de la archidiócesis de Sevilla; pero en ese año Paulo III erigió tres
provincias eclesiásticas: México, Santo Domingo y Lima. En consecuencia, había en Indias tres
arzobispados y 21 obispados con su organización diocesana y con vida autónoma e
independiente de cualquier otra Iglesia.
2. El episcopado hispanoamericano de esta primera mitad de siglo es muy digno. Ellos fueron
asentando el catolicismo en América, creando instituciones benéficas y centros docentes,
ampliando la geografía de la iglesia a regiones desconocidas. En suma, en la primera mitad del
siglo XVI, América ya había adquirido su configuración fundamental: la conquista; trazadas las
divisiones administrativas; la Iglesia, sólidamente plantada con tres provincias eclesiásticas y
cuatro órdenes religiosas arraigadas. Impresiona el esfuerzo casi sobrehumano de aquellos
misioneros que se acomodaron a las lenguas y costumbres indígenas.
Principios fundamentales
El Padre Vitoria había expuesto este problema en su Relección Sobre los indios. En la Relección
Sobre la templanza (1538) planteó el tema de los sacrificios humanos, afirmando que “los
príncipes cristianos no tenían más autoridad sobre los infieles con autorización papal que sin
ella”.
Él ya había estudiado estos temas: la Iglesia ante el poder civil y ante los mismos infieles que
ha de evangelizar según el mandato de Cristo; y venía exponiendo: a) la distinción entre la
sociedad eclesiástica y civil, dos sociedades distintas, con autoridades propias y fines
específicos; b) los derechos naturales del hombre: derecho a la vida, a la libertad, a la
propiedad, a la familia y a vivir en sociedad, porque el hombre es naturalmente sociable; c) el
origen de la autoridad civil que surge de la sociabilidad natural, porque Vitoria no admite reyes
o emperadores por derecho divino, ni gobernantes que reciban la autoridad de Dios, sino de la
sociedad misma, que elige libremente a sus representantes; d) su idea de la comunidad
universal, a la que pertenecerían todos los hombres sólo por serlo, en virtud de su naturaleza
social; e) y expone la causa justa de la guerra, es decir, la reparación de una injuria que
necesariamente tiene que ser gravísima si ha de guardar la debida proporción entre el delito y
la pena; la guerra para Vitoria tiene el carácter jurídico de sanción.
Títulos ilegítimos
Vitoria recoge y revisa todos los títulos que pretendían justificar la guerra; los contenidos en el
Requerimiento, como eran el poder universal del Papa o la aceptación del vasallaje, y otros
como el hecho del descubrimiento, las costumbres inhumanas de los indios, la misión
providencial encargada a los Reyes para llevar a aquellas gentes a la fe. Vitoria sintetiza estos
motivos; son los llamados títulos ilegítimos.
Niega que el Papa sea señor temporal del mundo y que los infieles estén bajo la jurisdicción de
la Iglesia; para Vitoria, éstos tienen potestad y dominio sobre sus bienes. Las bulas del papa
Alejandro no conceden a los reyes de España las tierras descubiertas, tan sólo un derecho a
predicar el evangelio en exclusiva, como mandatarios del Papa. El Papa no tiene ningún poder
sobre los nuevos pueblos. Tampoco el emperador es señor del mundo. Para Vitoria, el poder
dimana del pueblo, negando cualquier absolutismo, sea imperial o regio. Ni valen el hecho de
descubrimiento y la ocupación, porque las Indias tenían sus legítimos dueños y señores, y no
eran, por tanto, res nullius.
Para Vitoria, la causa justa de guerra es la injuria grave, y no hay injuria en oponerse a recibir el
evangelio: creer es un acto libre de la voluntad. A su vez, sostenía que no veía con claridad que
la fe cristiana hubiera sido anunciada a los indios. Condena la guerras de religión y proclama un
nuevo derecho que hace posible la convivencia pacífica de los distintos credos. Tampoco da
valor al título que se apoyaba en los vicios de los paganos, porque había dicho que el Papa no
tenía jurisdicción sobre los infieles, nadie puede castigar sin potestad de jurisdicción.
Podría parecer que una libre elección de la soberanía española por parte de los indios fuera
título suficiente; pero Vitoria no lo admite, tal decisión estaría viciada por la ignorancia y el
miedo: los indios no entendían nada, los españoles iban armados; la amenaza de guerra con
sus secuelas anulaba cualquier posibilidad de un libre consentimiento. Ni admite la especial
donación de dios, pues el gobierno especial que se dio en el Antiguo Testamento cesó en la
nueva economía cristiana.
Tres de ellos están fundados en la solidaridad humana, natural, de todos los pueblos. Vitoria se
muestra más seguro y decidido en los títulos que se apoyan en la solidaridad natural de los
pueblos.
Otra causa justa de guerra es la defensa de aliados y amigos: se puede entrar en guerra para
ayudar a un aliado injustamente agredido, pero Vitoria exige una condición: la guerra ha de ser
justa.
Si los indios impiden la predicación con violencia, surge la injuria, porque violan un nuevo
derecho de gentes: el derecho a predicar el evangelio. Un nuevo motivo de justificación sería la
defensa de los convertidos. Es el derecho que todos tenemos a profesar y defender la fe
recibida, por tanto, si los indios convertidos se ven violentados por sus príncipes, surge la
injuria negando aquel derecho, y los españoles podrían recurrir a las armas.
También habla del poder indirecto del Papa de instaurar príncipes cristianos en pueblos
convertidos (ahora invoca la intervención del poder pontificio, en el anterior había invocado la
intervención del poder civil). En el caso de que una buena parte de los indios se hubiese
convertido, puede el Papa, por causa razonable, deponer al príncipe pagano, y dar a los indios
un príncipe cristiano; puede el Papa. En virtud del poder indirecto, intervenir en cosas
temporales.
También nombra la verdadera y voluntaria elección: pudieran los bárbaros aceptar por
soberano al rey de España, por libre elección y consentimiento de sus jefes. Para Vitoria, cada
república constituirse sus propios gobernantes, y para esto basta el consentimiento de la
mayoría: lo que determine la mayoría tiene fuerza de ley.
Respecto a la protección y promoción de los indios, Vitoria habla de lo siguiente pero como
título dudoso y tan sólo probable: habla de la tutela temporal de los españoles pero sólo hasta
que los indios estén en condiciones de gobernarse adecuadamente.