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EL ENCUENTRO DEL SER HUMANO

CON LA VERDAD

Por Genara Castillo, profesora del PAD-Escuela de Dirección y de la Facultad de


Humanidades de la Universidad de Piura

a. El gran acontecimiento.
La inteligencia tiene como fin alcanzar la verdad. Por esto nos detendremos un poco
en el encuentro con la verdad. En realidad, el encuentro con la verdad es personal, y es difícil
explicarlo. Sucede algo parecido que con el verdadero amor, que por más que se explique, es
difícil hacerse cargo de lo que en realidad es hasta que uno no tiene esa experiencia.
Sin embargo, consideramos importante intentar explicar el encuentro con la verdad,
porque a partir de él algo se puede barruntar la naturaleza e importancia de la inteligencia, ya
que ésta tiene como fin la posesión de la verdad. Precisamente, la verdad se define como la
adecuación del intelecto con la realidad conocida.
En general, el encuentro con la verdad es muy importante en la dimensión personal
del ser humano. Constituye un gran acontecimiento. Cuando un ser humano se ha encontrado
con la verdad le acaece en cierto modo una revelación personal cuya respuesta es un cierto
compromiso con la verdad descubierta, de manera que el hombre despliega sus m ejores
energías en profundizar en ella y en darla a conocer.
Los seres humanos estamos hechos para el conocimiento de la verdad y cuando la
encontramos, cuando la descubrimos, aquel acontecimiento marca nuestras vidas. De pronto,
uno se percata de que hasta ese momento su vida había transcurrido sin esa luz, sin esos
horizontes, y que gracias a aquello que se nos ha aparecido como verdadero, nuestra vida se
abre a nuevas dimensiones, anteriormente desconocidas.
A veces sucede que si la verdad alcanzada es de muy alto nivel, uno se pregunta cómo
es que pudo vivir todo el tiempo transcurrido sin conocerla. La verdad le cambia a uno la
vida, le hace ver que puede vivir de modo diferente y entonces se le hace inolvidable.
Precisamente la verdad se expresa con el término griego aletheia (a=sin, lethos=olvido).

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Estamos hechos para la verdad y cuando tenemos la suerte de encontrarla aquella se hace
inolvidable.
Sin embargo, hay muchas maneras de encontrarse con la verdad. Es más, la verdad se
puede encontrar no sólo en la filosofía (aunque a ésta le corresponda en sentido propio).
También uno se puede encontrar con la verdad en otras ciencias, en las matemáticas, en la
economía, en la medicina, etc.; también en el arte, en la música, y además se puede encontrar
la verdad en otra persona.
Hay quien encuentra la verdad en las matemáticas. Por ejemplo, cuando un alumno
de educación básica se encuentra con la geometría, puede descubrir que si los problemas
están bien planteados se acierta con su resolución, y que esos resultados son necesariamente
así. La necesariedad de la verdad se hace patente, y entonces uno dice ¡es verdad!, esto “sale”
así y sólo así, y a partir de entonces se anima a seguir con las matemáticas, a enfrentarse con
gozo a los problemas retando al solucionario.
También se puede encontrar la verdad en la música, si uno llega a “entender” una
pieza musical, a captar su melodía, la armonía de la composición y su significado, el gozo
surge de inmediato, y entonces uno trata de seguir escuchando las demás composiciones
tratando de encontrar su melodía, su armonía, de entender las disposiciones de las notas
musicales, el significado de la composición, etc.
Otra manera de encontrar la verdad es en la biología, y entonces uno se dedica a la
cuidadosa observación de los diferentes seres vivos, de su organización ¡tan complicada!,
pero a la vez tan coherente, no hay nada en un ser vivo que esté de balde, todo es
perfectamente funcional en un ser vivo, desde una ameba, un embrión de pollo, una ballena,
hasta la maravilla del cuerpo humano. El gozo de este conocimiento lo saben bien los
biólogos y los médicos, quienes entonces pueden dedicarse horas y horas a estudiar el
conocimiento de aquellas operaciones del viviente.
Un modo especial de encontrarse con la verdad es cuando uno se encuentra con otra
persona, si uno la conoce y la “entiende”, cuando uno se encuentra con la verdad de la otra
persona ésta se nos presenta de modo resplandeciente, entonces uno se adhiere a esa verdad,
e incluso surge el compromiso con ella. Puede darse entonces un cambio en la propia vida,
la novedad de la otra persona ilumina a partir de ese momento nuestra vida.

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De esto saben mucho los verdaderos enamorados, y se ha expresado desde siempre a
través de muchos versos y canciones: “Antes de Ti no hay antes…no hay nada que merezca
la pena recordarse” o como dice una conocida canción peruana “Mi vida ha comenzado
cuando llegaste Tú”. A partir de ese momento la presencia de aquella persona es punto de
referencia imprescindible, con una novedad que transforma la existencia. Hasta entonces no
se sabía lo que era vivir, o se tenía una vida muy pobre, oscura, apagada, sin ilusión; a raíz
de ese gozoso encuentro la vida se vuelve consistente, extraordinariamente apasionante.
En cualquiera de los encuentros con la verdad esa realidad se le aparece al sujeto de
modo resplandeciente, y queda comprometido con la tarea que aquella verdad comporta, a la
cual no se duda en dedicar parte importante de nuestro tiempo, de nuestras energías, de
nuestros afanes. Normalmente aquella verdad que se ha encontrado invita a un mayor
descubrimiento. Así se pueden ir viendo uno a uno los posibles encuentros con la verdad y
todos tienen esa característica de descubrimiento esplendoroso de la realidad y de
compromiso en la tarea de progresar en esa verdad.
Actualmente, es necesario descubrir la verdad, hacer la experiencia de buscarla, de
encontrarla y de comprometerse con ella. Estamos muy necesitados de ella en todos los
niveles y su carencia tiene consecuencias nefastas en todos los ámbitos de la vida humana.
Sin embargo, el encuentro con la verdad no es fácil, sino que alcanzarla conlleva
esfuerzo. Por eso, si un ser humano está instalado en el hedonismo, si tiene el placer como
único valor rector de su vida, es muy difícil que se encuentre con la verdad o que la pueda
reconocer.
La realidad es una gran cantera para descubrir, para obtener cotas elevadas de verdad.
El descubrimiento de la verdad supone una actitud previa: la admiración, el
deshabituamiento, la actitud humilde, algo ingenua e insatisfecha, de quien se pone en
camino hacia el encuentro de la verdad, sabiendo interrogarse sobre la realidad. Esto supone
la actitud de ir por la vida tratando de descubrir la realidad, de aprender de todo y de todos,
lo cual requiere la capacidad de preguntarse hasta de lo más evidente, pugnando por penetrar
en las entrañas mismas de la realidad.

b. Los primeros intentos de la Filosofía.

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Los intentos para hacerse con la verdad han sido muchos. La historia de la Filosofía
es una apasionante aventura en este sentido. Históricamente, ese itinerario en pos de la
verdad, tiene unos claros comienzos con los filósofos griegos, hacia el s. V. a.C. Cuando
Heráclito y Parménides se plantean el conocimiento de la realidad, empiezan por tratar de
responderse a esa pregunta precisamente: ¿Qué es la realidad?, ¿Todo es un continuo devenir,
todo cambia? o ¿Existe algo permanente? Si todo cambia, si la realidad es un flujo en
constante movimiento, ¿qué esperanzas hay de conocer realmente? Si vamos a la realidad
para tratar de hacernos con ella y se nos escapa, como el agua entre los dedos, si es imposible
asirla, poseerla, entonces sólo queda la desesperanza.
Parménides, abre un resquicio a la esperanza, sostiene que el ser es permanente, que
la realidad no cambia; con lo cual cabe la posibilidad de que la inteligencia humana se mida
con aquello. Las averiguaciones parmenídeas son insuficientes, pero son una primera
detección de lo permanente, lo cual es importante porque cuando el ser humano se pone en
contacto con lo estable, cuando se para a pensar, ese detenerse ante algo verdadero le
proporciona un encuentro con lo necesario, con aquello que no puede ser de otra manera. Por
otra parte, el ser humano tiene grandes deseos de permanencia, se resiste a disolverse en la
fugacidad de los instantes, y aunque está instalado en la temporalidad se resiste a disolverse
en ella. Por ello, si el hombre se encuentra con lo permanente, encuentra respuesta a una
exigencia propiamente humana.
Por esta razón, si el hombre nunca se encontrara con la verdad, si la realidad fuera
contradictoria, si fuese incognoscible, entonces iría como sin norte, a cualquier parte, sin
puntos de referencia seguros, permanentes; sólo le quedaría entregarse al caos, a la solicitud
de los instantes sin contar con la luz orientadora de la verdad.
En general, todas las grandes averiguaciones que se han hecho en Filosofía, han
surgido de esa búsqueda apasionante de la verdad. No podemos ahora dedicarnos a exponer
cada una de ellas, nos hemos referido a los comienzos de la Filosofía y ahora recordaremos
el método socrático, pero en realidad la Historia de la Filosofía es un bellísimo testimonio de
los afanes del ser humano para descubrir la verdad.

c. El método socrático y el arte de la pregunta.

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En esta misma línea van los esfuerzos de Sócrates y de su famoso método socrático,
que tiene vigencia todavía en nuestros días, ya que ese método es usado por algunos grandes
maestros de la hora presente. Como sabemos, Sócrates no escribió nada, fue un testimonio
viviente del amor a la verdad, hasta refrendarlo con su muerte.
El testimonio socrático fue recogido por uno de sus jóvenes discípulos: Platón, quien
a través de sus diálogos muestra la actividad magisterial de Sócrat es. Según uno de los
diálogos, Defensa de Sócrates, se cuenta como habiéndose consultado el Oráculo de Delfos
acerca de quién era el más sabio, éste contestó que era Sócrates. Comunicada esta declaración
a Sócrates, éste quedó muy extrañado, porque él consideraba que no sabía apenas nada, y que
más bien era un buscador de la verdad.
Para constatar el acierto del Oráculo, se dedicó a interrogar a quienes en la polis
pasaban por sabios. Así se dirigió a los poetas a preguntarles sobre su oficio, igualmente a
los artesanos, a los políticos; el resultado fue que ninguno de ellos sabía la verdad, por lo cual
Sócrates concluyó que quienes pasaban por sabios creían que sabían cuando en realidad eran
ignorantes, en cambio él sabía que no sabía por lo cual ya sabía algo, mientras que los otros
además de ignorantes no sabían que lo eran, por lo cual, evidentemente Sócrates era el más
sabio, porque era consciente de su ignorancia y buscaba afanosamente la verdad.
Precisamente la conciencia de la propia ignorancia es el primer paso del método
socrático. Se le llama la docta ignorancia y se expresa con el conocido “Sólo sé que no sé”.
Es necesario partir de esta conciencia, de lo contrario, si creemos que sabemos no moveremos
un pie para dirigirnos en pos de la verdad. No es difícil imaginarse las preguntas que haría
Sócrates, las cuales irían encaminadas al conocimiento esencial de la realidad. Quizá Sócrates
le preguntara al poeta: “No me diga versos, no me recite poemas, dígame lo que es la poesía”,
o al artesano: “No me muestre sus obras de artesanía, dígame ¿qué es el arte?”, y al Político:
“No me diga las leyes ni cómo debe organizarse la ciudad, dígame qué es la ley y qué es la
ciudad”, a sus discípulos, a los alumnos les diría: “Ustedes que se dicen amigos, díganme
qué es la amistad”, “Ustedes que quieren ser libres, díganme lo que es la libertad”, “Ustedes
que pretenden ser auténticos, díganme qué es la verdad”, “Ustedes que valoran la
generosidad, díganme qué es. Si no saben responder, ¿de qué hablan?”

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De aquí se puede ver la importancia que tiene el arte de la pregunta. Saber preguntar
y preguntarse es asunto clave. Por eso los resabidos no logran progresar en la verdad, quienes
creen que ya se han contestado todas las preguntas no obtienen las verdaderas respuestas.
Los asaltos a la verdad requieren de una audacia que surge precisamente de ese encararse
valientemente con la realidad, del afán de descubrirla. Sólo así se abre paso el proceso de
investigación, el estudio profundo. Entonces tenemos, con palabras del Papa Juan Pablo II,
en su última Encíclica: el “explorador que no se rinde”.
Ese proceso de exploración y descubrimiento es lo que Sócrates llamó mayéutica, que
significa dar la luz en la inteligencia. Como es sabido, esa palabra la tomó Sócrates del of icio
de su madre quien ayudaba a dar a luz a las señoras. En el fondo, se trata del ejercicio del
intelecto, que es como una luz, que alumbra e ilumina la realidad, para conocerla.
En definitiva, la verdad es vital para el ser humano, el cual no puede renunciar a la
verdad, hacerlo equivaldría a renunciar precisamente a lo que le es propio, a lo que le
corresponde, ya que por tener inteligencia el ser humano puede medirse verdaderamente con
la realidad, puede gracias a su inteligencia encontrarse con aquello que es necesario,
permanente. Cuando el ser humano no se ha encontrado con la verdad le ocurre una desgracia
inmensa, sería hacer dejación de su propio ser, no vivir como persona humana. Una vida así
no es propiamente vida, no tendría discursividad, ni continuidad, sería como una gran
oscuridad, estaría a merced de cualquier instancia irracional interior o exteriormente.

Artículo publicado en la revista Mercurio Peruano (2009), N° 522, pp. 35-39.

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