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Captamos así, desde nuestra infancia, que hay una realidad que se nos
presenta, y que podemos llegar a conocerla (saber qué son las cosas,
saber las cosas que pasan, saber las causas de las cosas que pasan,
etc.). Y comprendemos también, de este mismo modo implícito, que
es posible mediante el lenguaje decir lo real, y que, al decirlo, decimos
la verdad (y que, en cambio, decir lo contrario a lo real, constituye o
una mentira o un error). Ante esta experiencia primaria es acertada
la observación de Agustín de Hipona: “Mucho he tratado a quienes
gusta engañar; pero que quieran ser engañados, a ninguno”(31).
Llama la atención en tal sentido la indignación de los niños ante el
descubrimiento de la intención de alguien de mentir, y su inquietud
(e incluso su enojo) ante una afirmación absurda o contradictoria(32).
Esta apertura y fascinación por el conocimiento, y, a la vez, el cuidado
que se aprende a poner ante el asentimiento temerario, y la experiencia
de la duda, nos confirman la citada frase de Aristóteles, respecto al
deseo natural por el saber, entendiendo aquí la palabra natural como
un rasgo propio de nuestra especie humana, que desea siempre, no de
un modo excepcional, el conocimiento, y no de cualquier tipo, sino
un conocimiento de la verdad(33).
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36 Agustín de Hipona, Conf. X, 23, 33: “si yo pregunto a todos si acaso querrían gozarse más de
la verdad que de la falsedad, tanto no dudarían en decir que prefieren gozar más de la verdad
cuanto no dudan en decir que quieren ser felices. La vida feliz es, pues, gozo de la verdad (beata
vita, gaudium de veritate)”.
37 Yepes, R., op. cit, pág. 110,
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3. La Objetividad de la Verdad
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que existía antes de ponerme a pensar en él. Así, poco a poco, es posible
que vaya comprendiendo lo que de hecho es el árbol: que es un ser vivo,
que es un vegetal, que se nutre, que crece y otras características que
le pertenecen. Y con esta apertura a su ser, lograré un conocimiento
verdadero. Después, podré formular juicios acertados, (es decir,
verdaderos), acerca del árbol (por ejemplo, “el árbol es un ser vivo”),
juicios que expresan o manifiestan lo que él objetivamente es(40).
Justamente es por eso que tantas veces nos cuesta trabajo y mucha
reflexión el entender algo, pues no se trata de plantearse livianamente
cualquier cosa y darla por verdadera, sino que se requiere poner
esfuerzo hasta hallar lo que verdaderamente algo es. Muchas veces
estamos confusos, muchas veces nos parece verdad algo que no lo
es. El hecho mismo de darnos cuenta de que cometemos errores, que
estamos expuestos a ellos, y el hecho de tantas veces dudar de si algo es
o no es de cierta manera, nos evidencia que en el fondo sabemos que
no debemos ni asentir ni rechazar cualquier cosa a la ligera, pues la
verdad no es cualquier cosa que se nos ocurra, sino que debemos buscar
hasta aclararnos y estar seguros de que algo es así. Pero si la verdad
no fuera alcanzable, si siempre y en todo estuviéramos equivocados,
o si cualquier cosa que pensáramos pudiéramos darla por verdadera
sólo por pensarla, ni siquiera podríamos distinguir entre lo verdadero
y lo falso y no sería, por tanto, objeto de búsqueda.
40 Cf. Agustín de Hipona, Sobre la verdadera religión, 36: “la verdad es lo que muestra lo que es”.
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Pero también hay otros factores que nos inducen a error, cuyo origen
no es meramente lógico, sino de orden más psicológico y moral. Estos
se conocen como sesgos cognitivos. Podemos distinguir dos tipos de
sesgos cognitivos: los involuntarios y los voluntarios.
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Por eso, podemos decir que la verdad exige de nuestra parte un cierto
compromiso, respecto al cual cada uno de nosotros podría cuestionarse
en qué grado lo asume. Para medirlo, el filósofo estadounidense Robert
Nozick, propuso un experimento mental(49), que, agregándole algunos
elementos, podemos proponer del siguiente modo: imaginemos primero
que estamos en una situación difícil de nuestra vida, por ejemplo, haber
sufrido un accidente con graves secuelas físicas, o haber fracasado en
algún proyecto importante, y que justo en ese momento, se nos ofrece
una salida. Un neurólogo ha inventado una máquina que nos inducirá
en un estado de sueño profundo y permanente. El neurólogo nos explica
que, en este estado, de un modo ininterrumpido, soñaremos por el resto
de nuestra vida sin la menor conciencia de que se está durmiendo, y
que, por lo tanto, ni siquiera nos daremos cuenta de nada que pase en
la vida real y que, de hecho, moriremos en algún momento, pero sin
percatarnos de ello. Además, junto a la máquina que induce el sueño
permanente, el neurólogo nos cuenta que ha añadido un mecanismo
preventor de pesadillas, un dispositivo que detecta las cosas que más nos
gustan y nos causan placer, para que solamente éstas sean las que se nos
presenten en los sueños. Es decir, una máquina de sueños hermosos,
pero sin vuelta atrás. ¿Aceptaríamos conectarnos a ella?
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Pero si, entre este océano informativo, viene también incluido mucho de
falso, entonces la situación es difícil. Y se sabe que mucho de falso que
circula por internet ha sido intencionalmente puesto así para engañar
a la gente y manipularla. Es el fenómeno de las noticias falsas (Fake
news) y de lo que algunos llaman “posverdad”. Según Wikipedia, se
denomina posverdad a “la distorsión deliberada de una realidad, con
el fin de crear y modelar la opinión pública e influir en las actitudes
sociales, en la que los hechos objetivos tienen menos influencia que
las apelaciones a las emociones y a las creencias personales”(51). De ahí
que requerimos más que nunca un espíritu crítico capaz de cuestionar
y sopesar con criterio lo que se nos aparece en los medios, en internet,
en la prensa, en las redes sociales.
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52 Arendt, Hannah, Los Orígenes del Totalitarismo, Ed. Santillana, 1998, Madrid, pág. 379.
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que aparezca como alternativo, que anuncie ser el único valiente para
decir “la verdad”. En este espíritu, puede parecer que la verdad siempre
será algo distinto a lo “oficial”, a lo “institucional”, espíritu actualmente
muy difundido en las redes sociales.
6. Conclusión
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