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Capítulo 3

La Verdad: una Búsqueda Apasionante


Roberto Marconi

1.- El Deseo y la Búsqueda de la Verdad en la Vida Humana.

Nos encontramos, como seres humanos, desde un inicio y hasta el final de nuestras
vidas, vinculados radicalmente a la verdad. Desde que tenemos uso de razón, la
verdad nos importa e interesa. Y mucho: nuestra vida misma se podría mirar como
una permanente búsqueda de ella. Así lo constata Aristóteles: todos los hombres
desean por naturaleza saber29. Desde nuestros primeros años comenzamos una
búsqueda que durará toda la vida. Con la primera curiosidad infantil, en la cual se
desea vivazmente la percepción sensible de cuanto sale al paso (por la vista, el
oído, el olfato, el gusto y el tacto), vamos buscando conocer. Luego, una vez
adquirido el lenguaje, vienen las insaciables preguntas de los niños ¿qué es eso?
¿por qué eso es así?30. Esta tremenda apertura al conocimiento, esta auténtica
voracidad, propia de los primeros años del ser humano, muestra cuán
indisociablemente estamos ligados a la verdad, pues incluso en ese entonces
sabemos (de un modo implícito y aún inmaduro, pero no menos real) que lo que
queremos es saber lo que las cosas verdaderamente son. Porque, en el fondo,

29Aristóteles, Metafísica, I, 1.
30Cuando, desde nuestra infancia, preguntamos de algo ¿qué es eso? Poseemos una cierta
conciencia previa e implícita de que ese algo tiene un ser propio y que ese ser puede ser
conocido. También, que en la mera percepción sensible que se nos da, no poseemos un
conocimiento completo de lo que algo es, pero tampoco nulo, sino que asumimos la diversidad de
nivel cognoscitivo entre el acto de sentir y el del entender. Lo que hace nuestro entendimiento es
manifestar o patentizar la verdad del ente.
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sabemos que hay una relación entre el conocer y el ser. ¡Y es por eso que queremos
saber! Para saber lo que es, es decir, para saber la verdad.

Captamos así, desde nuestra infancia, que hay una realidad que se nos presenta, y
que podemos llegar a conocerla (saber qué son las cosas, saber las cosas que
pasan, saber las causas de las cosas que pasan, etc.). Y comprendemos también,
de este mismo modo implícito, que es posible mediante el lenguaje decir lo real, y
que, al decirlo, decimos la verdad (y que, en cambio, decir lo contrario a lo real,
constituye o una mentira o un error). Ante esta experiencia primaria es acertada la
observación de Agustín de Hipona: “Muchos he tratado a quienes gusta engañar;
pero que quieran ser engañados, a ninguno”31. Llama la atención en tal sentido la
indignación de los niños ante el descubrimiento de la intención de alguien de mentir,
y su inquietud (e incluso su enojo) ante una afirmación absurda o contradictoria 32.
Esta apertura y fascinación por el conocimiento, y, a la vez, el cuidado que se
aprende a poner ante el asentimiento temerario, y la experiencia de la duda, nos
confirman la citada frase de Aristóteles, respecto al deseo natural por el saber,
entendiendo aquí la palabra natural como un rasgo propio de nuestra especie
humana, que desea siempre, no de un modo excepcional, el conocimiento, y no de
cualquier tipo, sino un conocimiento de la verdad33.

Años más tarde, después de la infancia, en la adolescencia, cuando se ha


experimentado ya muchas veces el error propio y ajeno, así como el asumir que
mucho de lo que se difunde es mentira, y que hay muchas actitudes hipócritas e
incoherencias en la sociedad, advertimos mucho más que debemos ser cautos
antes de dar cualquier cosa por cierta. Se va fortaleciendo así un espíritu crítico que

31 Agustín de Hipona, Confesiones, X, 33.


32 Absurdo en el sentido de imposible en sí misma, no en el sentido de fantasiosa, porque un hace
falta experiencia para distinguir la realidad de la fantasía, pero no tanta para percibir una
contradicción en el lenguaje.
33 Pareciera existir una similitud entre la curiosidad de los niños y la de muchas otras especies de

animales en estado cachorro, pero las diferencias también son muchas.


Cf. Jaspers, Karl, La Filosofía,FCE, Argentina, 1984, págs. 8-10: “una maravillosa señal de que el
hombre filosofa en cuanto tal originalmente son las preguntas de los niños. No es nada raro oír de la
boca infantil algo que por su sentido penetra inmediatamente en las profundidades del filosofar. (…)
los niños poseen con frecuencia una genialidad que pierden cuando crecen”.
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supera la ingenuidad infantil. Pero, aun así, este gran filtro mental, lejos de disminuir
el deseo del acceso a la verdad en el corazón del adolescente, es precisamente una
señal de su gran vehemencia. Los cuestionamientos y las inquietudes del joven
suelen manifestar una búsqueda muy intensa acerca de la verdad sobre sí mismo,
sobre la sociedad, sobre el mundo y sobre lo trascendente. Late en él una búsqueda
muy potente del rumbo señalado por el oráculo de Delfos: “conócete a ti mismo”. El
joven, al descubrir su interioridad y al buscar su propia identidad, emprende la
búsqueda de la verdad sobre sí mismo.

Pero es con la madurez del adulto cuando la mente ya está preparada, en principio,
para hacer un juicio pleno acerca de la realidad de las cosas: con razón se considera
que una persona ha alcanzado la edad adulta cuando puede discernir, con los
propios medios, entre lo que es verdadero y lo que es falso, formándose un juicio
propio sobre la realidad objetiva de las cosas34. El niño y el adolescente aún están
más expuestos a confundir la realidad y la fantasía, lo verdadero y lo falso. Pero,
justamente ser adulto es haber madurado hasta superar este problema. Este juicio
propio sobre la realidad de las cosas es imprescindible para plantearse un proyecto
de vida, pues, este sólo se forja a la luz de quién se es, y cómo se situará en el
mundo. El juicio propio sobre la realidad es también imprescindible para el uso
maduro de la libertad, pues elegir libremente debe ser fruto de una reflexión sobre
qué es lo verdaderamente mejor. E incluso para ser creativos requerimos una gran
conexión con lo verdadero, pues la creatividad exige tener presente de antemano,
qué sería algo verdaderamente valioso, o algo verdaderamente bueno, o algo
verdaderamente bello y digno de ser realizado. La vida humana tanto así requiere
la visión de la verdad, y cuando ésta se oscurece, la desorientación y la confusión
en la vida se sufren como una crisis de sentido. Algo fundamental nos falta cuando
no podemos juzgar con certeza acerca de cuál es la verdad, pues la orientación de
la vida se obtiene ante el descubrimiento de la verdadera finalidad de nuestra
existencia.

34 Juan Pablo II, Fides et Ratio, 25, (1998)


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Dice el filósofo Ricardo Yepes: “no avergonzarse de la verdad es síntoma de tener
una personalidad madura, que no vacila en aceptarla, con sus consecuencias, sean
favorables o adversas”35. Podemos subrayar así, como índice de madurez personal,
la capacidad de enfrentar la verdad, sin falsos pudores, sin atemorizarse, sin
ocultarla por preferir cualquier otra cosa (el prestigio, el éxito, las relaciones
públicas). Hay verdades difíciles de aceptar, porque implican reconocer una gran
sombra, porque destruyen una imagen previa, pero falsa de la realidad a la que se
estaba acostumbrado y exigen asumir altos costos personales. Esto es ser un
hombre, una mujer maduros: ser capaz de aceptar, reconocer y afrontar con
fortaleza las verdades más difíciles.

Así, durante toda la vida humana, desde la infancia hasta la vejez y la muerte, se
tiene una constante relación con la verdad. Tanto es así que de hecho podríamos
calificar qué tan bien estamos viviendo si observamos en qué medida tenemos una
buena relación con la verdad. La verdad es imprescindible para la plenitud. Es la
profunda contemplación y comprensión de las verdades más profundas lo que nos
hace sabios, y lo que nos hace saber cómo vivir bien. Y es la sincera apertura y
valoración de la verdadera existencia de una otra persona la que posibilita el amor
y la amistad hacia ella. Y es por algo que la autenticidad, la coherencia, la
trasparencia, son algunas de las cualidades que más valoramos en las personas;
cualidades que justamente tienen que ver con la relación entre verdad y vida. Y, al
contrario, entre los defectos que más se suelen detestar están la hipocresía, la
adulación interesada, el doble discurso; defectos que denotan falsedad.

2. El Encuentro Gozoso de la Verdad.

El hecho es que, como seres humanos, deseamos la verdad y la buscamos a lo


largo de toda la vida. Por eso conversamos, por eso queremos aprender, viajar,
probar cosas nuevas, saber lo que ha dicho la gente, etc. Y muchas veces este

35 Yepes, Ricardo, Fundamentos de Antropología, Eunsa, Pamplona, 1998, pág. 115.


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deseo es saciado, pues descubrimos la verdad y descansamos en su
descubrimiento. Y en algunas ocasiones, este descubrimiento es deslumbrante,
gozoso, alegre. Nos gozamos en el encuentro con la verdad36. Cuando al fin este
anhelo se cumple y se nos aparece la verdad como algo importante, algo bello, algo
bueno, descubrirla es un brillo de gozo en nuestro interior. Dice Ricardo Yepes:
“encontrar la verdad supone una sorpresa, rompe la rutina. Encontrarse con la
verdad es emocionante, sobre todo cuando se trata de verdades grandes, ésas que
determinan la dirección de la propia vida, lo que voy a decidir, qué voy a ser. La
verdad es una realidad con la que nos encontramos, viene experimentada como un
deslumbramiento, pues ella misma –por su elevado contenido de realidad, por
otorgar un sentido a la propia vida– puede entenderse como esplendor”37.

En ocasiones, el deseo de la verdad se hace urgente. En los momentos de crisis,


de grave dificultad, o de sufrimiento, es cuando más nos cuestionamos. Un
problema insiste en presentársenos incluso con noches de insomnio; exige que nos
hagamos cargo de él, pensándolo. Exige que interiormente encontremos la
verdadera solución, para sólo entonces enfrentarlo exteriormente. A veces, en
medio de una rutina, nos asalta la pregunta existencial: ¿para qué es todo esto?
¿de qué se trata la vida? Es en esos momentos, cuando la búsqueda de la verdad
es una verdadera búsqueda filosófica. El filósofo español Rafael Gambra propone
la siguiente comparación: “Imaginemos a un hombre que salió de su casa y ha
sufrido un accidente en la calle a consecuencia del cual perdió el conocimiento y
fue trasladado a una clínica o a una casa inmediata. Cuando vuelve en sí se
encuentra en un lugar que le es desconocido, en una situación cuyo origen no
recuerda. ¿Cuál será su preocupación inmediata, la pregunta que enseguida se
hará a sí mismo o a los que le rodean? No será, ciertamente, sobre la naturaleza o
utilidad de los objetos que ve a su alrededor, ni sobre las medidas de la habitación

36 Agustín de Hipona, Conf. X, 23, 33: “si yo pregunto a todos si acaso querrían gozarse más de la
verdad que de la falsedad, tanto no dudarían en decir que prefieren gozar más de la verdad cuanto
no dudan en decir que quieren ser felices. La vida feliz es, pues, gozo de la verdad (beata vita,
gaudium de veritate)”.
37 Yepes, Ricardo, op. cit, pág. 110,

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o la orientación de su ventana. Su pregunta será una pregunta total: ¿qué es esto?
O, mejor, una que englobe su propia situación: ¿dónde estoy?, ¿por qué he venido
aquí?”38. Habrá momentos así, en que la verdad se nos pierde de vista. Momentos
de desorientación en que parece que hay pensarlo todo de nuevo. Estos momentos
son importantes, porque son ocasión de un gran crecimiento interior. Es el momento
de la filosofía, la cual consiste en buscar la verdad sin presupuestos, sea la que sea.

3. La Objetividad de la Verdad.

“El pensar bien consiste: o en conocer la verdad o en dirigir el entendimiento por el


camino que conduce a ella. La verdad es la realidad de las cosas. Cuando las
conocemos como son en sí, alcanzamos la verdad; de otra suerte, caemos en
error”39. Este sintético pasaje del filósofo español Jaime Balmes resume
excelentemente el aspecto central de la verdad: su identidad con la realidad. ¿Y qué
es la realidad de las cosas? El mismo texto lo aclara: las cosas como son en sí
mismas. Se accede a la verdad justamente cuando se accede a lo que es.
Precisamente, conocer algo es conocer lo que ese algo es, conocer su realidad. Y,
en ese sentido, el ser de la cosa es la causa de la verdad en nuestro entendimiento.
La verdad no es producida por nosotros cuando la conocemos, sino que nuestro
conocimiento es verdadero cuando accede al ser de una cosa, (que es anterior a
él).

Por ejemplo, si quisiera conocer lo que es un árbol, lo que debería hacer es dirigirme
a él, acercarme a él para captarlo. No tendría que inventarle nada, sino que
únicamente descubrir el ser que ya tiene, y que existía antes de ponerme a pensar
en él. Así, poco a poco, es posible que vaya comprendiendo lo que de hecho es el
árbol: que es un ser vivo, que es un vegetal, que se nutre, que crece y otras
características que le pertenecen. Y con esta apertura a su ser, lograré un

38 Rafael Gambra, Historia Sencilla de la Filosofía, Rialp, Madrid, 2019, pág.18.


39 Balmes, Jaime, El Criterio, (comienzo). Wentworth Press, 2018.
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conocimiento verdadero. Después, podré formular juicios acertados, (es decir,
verdaderos), acerca del árbol (por ejemplo, ‘el árbol es un ser vivo’), juicios que
expresan o manifiestan lo que él objetivamente es40.

La objetividad (remitir a un objeto real, al cual debe reflejar con fidelidad), es una
característica esencial de la verdad. La verdad no es algo que elijamos, ni que
construyamos, ni que nos inventemos, sino algo que descubrimos. Esto es así
precisamente porque conocer es conocer lo que algo es. Y eso que algo es, no se
pone con el acto de conocimiento, sino que es previo a él.

Justamente es por eso que tantas veces nos cuesta trabajo y mucha reflexión el
entender algo, pues no se trata de plantearse livianamente cualquier cosa y darla
por verdadera, sino que se requiere poner esfuerzo hasta hallar lo que
verdaderamente algo es. Muchas veces estamos confusos, muchas veces nos
parece verdad algo que no lo es. El hecho mismo de darnos cuenta que cometemos
errores, que estamos expuestos a él, y el hecho de tantas veces dudar de si algo
es o no es de cierta manera, nos evidencia que en el fondo sabemos que no
debemos ni asentir ni rechazar cualquier cosa a la ligera, pues la verdad no es
cualquier cosa que se nos ocurra, sino que debemos buscar hasta aclararnos y estar
seguros de que algo es así. Pero si la verdad no fuera alcanzable, si siempre y en
todo estuviéramos equivocados, o si cualquier cosa que pensáramos pudiéramos
darla por verdadera sólo por pensarla, ni siquiera podríamos distinguir entre lo
verdadero y lo falso y no sería, por tanto, objeto de búsqueda.

Esta fidelidad a la verdad, como la conformidad al ser real que debe poseer nuestra
inteligencia, está detrás de la antigua definición de la verdad como adecuación entre
la cosa y el intelecto41. Esta definición se debe entender como que, habiendo
primero una cosa (un ser cualquiera), la inteligencia puede y debe asimilar el ser de
ella tal cual es, para que lo entendido sea verdadero. Lo podríamos comparar con

40 Cf. Agustín de Hipona, Sobre la verdadera religión, 36: “la verdad es lo que muestra lo que es”.
41 Cf. Tomás de Aquino, Suma Teológica, I, 16, 1: “Adaequatio rei et intellectus”.
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un espejo: éste cumple su función sólo en la medida en que refleja lo más fielmente
posible la imagen de lo que tiene al frente, sin alterarlo, distorsionarlo, ni
oscurecerlo.

Comprendida la verdad como adecuación, podemos rechazar entonces el


relativismo o subjetivismo, entendiendo este como la postura de que la verdad no
es más que lo que cada uno crea que ella es.

Teniendo este rasgo común, hay distintos tipos de relativismo: por un lado, unos
más centrados en la posibilidad del individuo de elegir su verdad como su opción
personal, y por otro, lo que se centran más en el poder de las culturas o sociedades
de imponer una visión determinada de la realidad42. Pero ambos coinciden en esto:
cada cual tiene su propia verdad, que no necesariamente es la misma que la de los
demás.

Se puede poner muchas objeciones contra el relativismo. Señalaremos dos.


Primero, pretender que cada uno decide como una opción qué es lo que él quiere
que sea la verdad, sería carecer de una noción profunda de qué es la verdad en sí
misma, pues si todo puede ser verdad, y a la vez no existe una verdad objetiva, en
el fondo entonces no existiría la verdad. Pero si alguien insistiera en decir que la
verdad no existe, entonces caería en contradicción: sería verdad que la verdad no
existe. Decir que todo es relativo, es un círculo vicioso, pues esto mismo que todo
es relativo, también tendría que ser relativo. Al contrario, cada vez que afirmamos
algo, lo afirmamos como algo que es así, es decir, como algo verdadero. Cada uno
de nuestros juicios es o verdadero o falso. No puede ser verdadero y falso a la vez,
ni tampoco ni verdadero ni falso. Esto es lo que se conoce como ‘principio de

42También a veces se entiende por ‘relativismo’ la conciencia de que cada persona tiene un punto
de vista, o una perspectiva diversa para enfrentar la realidad, pero esto no es necesariamente
contrario a la noción de verdad como adecuación, a menos que se dijera que nadie está nunca
equivocado frente a nada porque todos tienen la razón en todo.
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contradicción’, formulado por primera vez por Aristóteles43. Según este principio,
afirmar algo, y a la vez negarlo (afirmar lo contrario), sería anular lo que uno mismo
dice. Entonces, un relativismo que postulara que todas las opiniones son igual de
verdaderas, tendría que admitir que incluso las que son contradictorias lo son
simultáneamente, con lo cual tendría que admitir la contradicción.

Y segundo, un relativismo extremo, que afirmara que cada uno construye su


realidad desde sí mismo y según sus opciones, tendría que admitir que la
comunicación es imposible. El término mismo, ‘comunicación’, nos señala que algo
debe ser común, es decir, uno y lo mismo para uno y para otro que lo comparten,
para poder entendernos44. Si careciéramos de realidad común, sería entonces
imposible estar de acuerdo con nadie (a no ser por casualidad45). Y de hecho sería
incluso imposible la discusión, porque siempre cuando dos personas debaten, al
menos deben estar de acuerdo en un punto: que están hablando sobre lo mismo (o
bien una vez que se muestra que la discusión era sobre temas distintos, o un
malentendido, se deshace). Pero si ni el desacuerdo tuviera sentido, caeríamos en
un vacío del lenguaje, y con ello, en la indiferencia, el individualismo y finalmente la
soledad.

Pero hay quienes presentan el relativismo justamente como una condición de


posibilidad de la buena convivencia y de la paz social. Según ellos, que haya
quienes crean estar en lo cierto sobre algo, los constituye en una amenaza al
pluralismo de la sociedad. Pues, según esta visión, la renuncia a poseer la verdad
objetiva, permitiría la tolerancia de todas las opiniones, y posibilitaría mejor la
solución de las diferencias mediante el consenso, o la aceptación de la opción de
mayoría. Pero esta visión es insostenible, por varias razones. Primero, porque

43 El famoso experimento mental del Gato de Schrödinger no contradice el principio de contradicción,


sino que tan sólo muestra que no sabemos si una cosa es de una manera u otra si ambas son
posibles y no las estamos percibiendo.
44 A diferencia del sueño, o de la fantasía, podemos coincidir en lo real. La realidad muchas veces

“se nos resiste”, pues tiene su consistencia propia y no siempre es maleable a nuestro antojo.
45 A esta consecuencia llegó el relativismo del sofista Protágoras, quien junto con decir el hombre es

la medida de todas las cosas, también señaló: “infinitamente difiere uno de otro exactamente en el
hecho de que para uno existen y se le revelan unas cosas, para otro otras”(en Platón, Teeteto).
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muchas veces se ha mostrado que una visión aceptada por consenso social ha
resultado ser falsa. Por ejemplo, por miles de años era aceptado por todos que la
Tierra era el centro inmóvil del Universo. ¡Pero era falso! Primero Copérnico y
después Galileo ayudaron a corregir este error de siglos. Entonces, ¿acaso cuando
la casi totalidad de la población mundial aún creía en algo que era un error, estos
científicos no debían refutarlo? ¿acaso no era preferible la verdad?

Es que justamente la verdad es la condición misma de la posibilidad de la vida


social, pues lo que tenemos es una realidad común, de la cual tenemos que
ocuparnos entre todos: del mundo real que compartimos. Y es también el
reconocimiento de la verdadera dignidad de la persona humana y sus derechos lo
que permite su respeto, fundamento de la vida social. La violencia es resultado
precisamente de una ceguera al respecto y de un relativismo moral. Más bien
diríamos entonces: el reconocimiento y respeto a la verdad son la condición de la
paz.

4. Compromiso y Fidelidad a la Verdad.

La tarea de llegar a la verdad muchas veces se nos presenta con dificultades. ¡Por
algo son tan reiterados los errores! Y por algo, respecto de ciertos temas difíciles,
son muchos los que se equivocan. Tantas veces solemos confundir las apariencias
con la realidad. Con mucha frecuencia cometemos errores en nuestras
deducciones. Pero en lugar de desesperar y convertirnos en unos escépticos,
debemos ejercitarnos en poner los medios para acceder con mayor facilidad a la
verdad. Por ejemplo, para prevenirse de gran cantidad de errores nos ayudaría un
estudio a conciencia de la lógica, que es el arte de evitarlos.

Pero también hay otros factores que nos inducen a error, cuyo origen no es
meramente lógico, sino de orden más psicológico y moral. Estos se conocen como

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sesgos cognitivos. Podemos distinguir dos tipos de sesgos cognitivos: los
involuntarios y los voluntarios.

Primero, hay ciertos sesgos cognitivos involuntarios, cuyo origen están en la propia
biografía, en la influencia de la cultura, etc., que a veces nos dificultan una visión
objetiva e imparcial de las cosas. Hemos recibido, desde muy temprano en nuestras
vidas, una serie de enseñanzas, una cierta cosmovisión, y dentro de ellas es posible
que se incluyan ciertos errores. Es cierto que la educación, la cultura, la religión, los
grupos a los que pertenecemos, el testimonio de nuestros seres queridos, etc.
tienen un alto valor en nuestras vidas, pues nos han entregado innumerables
bienes, pero, precisamente por ese gran valor, existe el riesgo de sobreestimar la
capacidad de aquellos de habernos informado bien sobre todos los aspectos de la
realidad. En algún momento, poco a poco, y quizás nunca totalmente, podremos ir
cuestionando la información recibida preguntándonos si aquello era verdad o no. Si
bien debemos gratitud a quienes nos han educado e instruido, también es un deber
por parte del individuo el pensar autónomamente; buscar por sí mismo e ir revisando
las propias convicciones. Porque la verdad es más importante46.

Pero también hay otros sesgos cognitivos en los que se presenta más voluntariedad
(y poseen, por tanto, mayor contenido moral). Contra ellos es importante luchar, por
más que estén profundamente enraizados como malos hábitos. En general, los
podemos identificar como un autoengaño voluntario. Reconozcamos un hecho que
es extraño, pero tremendamente común: solemos mentirnos a nosotros mismos. Es
extraño porque, a primera vista, pareciera imposible: uno sabe que algo es verdad,
y, por lo tanto, no podría uno engañarse a sí mismo forzando la mente a pensar algo
que ya sabemos que es falso. Pero, sin embargo, es muy común: basta mencionar
como ejemplo la tendencia a autojustificarnos cuando sabemos que somos
culpables de algo, o cómo se suele desviar la mirada ante lo que no se quiere ver,
aparentando, ante uno mismo y ante los demás, que no se ha visto aquello que

46 Un testimonio clásico de esta primacía es la frase atribuida a Aristóteles, cuando había refutado
las enseñanzas de su maestro Platón: soy amigo de Platón, pero más amigo de la verdad.
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incomoda. Por un cierto orgullo, tenemos la tendencia a querer tener la razón, y a
no querer ver nuestras propias sombras. Esto nos induce a teñir la realidad con una
mirada impostada y aparente, que cubre nuestra verdadera visión. Porque nos
agrada sentirnos inteligentes, sobrevaloramos nuestra capacidad de juzgar a las
personas, de predecir eventos futuros, y de explicar las causas de sucesos
complejos. Buscamos e interpretamos la información utilitariamente, para que justo
confirme lo que ya pensábamos con anterioridad. Todo esto incide en que tantas
veces tenemos una gran dificultad para aceptar la verdad que se nos presenta,
incluso con evidencia. Como dice el refrán: no hay peor ciego que el que no quiere
ver. Y de ahí la posibilidad de que algo que ya sabemos que es cierto, y que, sin
embargo, por alguna razón no nos gusta o no nos conviene que sea así, lo
neguemos (primero ante nosotros mismos y después ante los demás), traicionando
así la verdad (¡y a nosotros mismos!).

Porque una cosa es conocer la verdad y otra cosa es reconocerla como tal. O, dicho
de otro modo: una cosa es tener, como es propio del ser humano, el deseo y la
capacidad de conocer la verdad, y otra cosa es, una vez que se ha accedido a ella,
asumirla como tal. Pues, como dice Yepes, la verdad sólo se incorpora a la vida del
hombre si éste la acepta libremente. Asimismo, puede rechazarla: no se impone
necesariamente47. Sucede que ciertas verdades nos interpelan, nos desafían y nos
exigen. Algunas realidades que descubrimos exigen de nosotros un cambio, a veces
no menor, y por tanto un gran esfuerzo que no se siempre se quiere asumir de
buenas a primeras. También, por gregarismo se suele imitar al grupo, no queremos
ser rechazados y, simplemente creemos en algo porque mucha gente así lo dice.
Frente a esto, tantas veces reconocer la verdad exige valor, un gran coraje. Y de
ahí el valioso testimonio de valentía de aquellos héroes que, justamente por amor a
la verdad, y por ser perseverantemente consecuentes con ella, han asumido
grandes costos: desde el rechazo y las burlas, hasta encarcelamientos, y la condena
a muerte.

47 Yepes, R, op.cit, pág. 114.


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Un ejemplo de esto último es la muerte de Sócrates. Acusado injustamente de
crímenes inexistentes, fue condenado a muerte. Su actitud y enseñanza siempre
fue de un gran amor a la verdad, pero esto mismo lo expuso al odio de algunos.
Muy distintos eran los sofistas, a los que Sócrates se opuso, cuyo relativismo
constituía una cierta herramienta de poder para buscar la conveniencia. Sócrates
asumió la condena a muerte como un testimonio de que la verdad es algo tan serio
que no debe transarse por nada, ni siquiera por salvar la vida.

También podemos señalar ejemplos de situaciones en que, por ceder ante


presiones, por ejemplo, una presión grupal, se termina por sacrificar la verdad y
cometiendo injusticia. Pilatos, cediendo al clamor popular, se lava las manos ante
la condena a muerte de Cristo, de quien sabe que es inocente. Precisamente poco
después de haberle preguntado (¿con desprecio o con real interés?) ¿qué es la
verdad?48.

Por eso, podemos decir que la verdad exige de nuestra parte un cierto compromiso,
respecto al cual cada uno de nosotros podría cuestionarse en qué grado lo asume.
Para medirlo, el filósofo estadounidense Robert Nozick, propuso un experimento
mental49, que, agregándole algunos elementos, podemos proponer del siguiente
modo: imaginemos primero que estamos en una situación difícil de nuestra vida, por
ejemplo, haber sufrido un accidente con graves secuelas físicas, o haber fracasado
en algún proyecto importante, y que justo en ese momento, se nos ofrece una salida.
Un neurólogo ha inventado una máquina que nos inducirá en un estado de sueño
profundo y permanente. El neurólogo nos explica que, en este estado, de un modo
ininterrumpido, soñaremos por el resto de nuestra vida sin la menor conciencia de
que se está durmiendo, y que, por lo tanto, ni siquiera nos daremos cuenta de nada
que pase en la vida real y que, de hecho, moriremos en algún momento, pero sin
percatarnos de ello. Además, junto a la máquina que induce el sueño permanente,
el neurólogo nos cuenta que ha añadido un mecanismo preventor de pesadillas, un

48 Evangelio de Juan, 18, 38


49 Cf. Nozick, Robert, Anarchy, State, and Utopia, Basic Books, USA, 1974.
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dispositivo que detecta las cosas que más nos gustan y nos causan placer, para
que solamente éstas sean las que se nos presenten en los sueños. Es decir, una
máquina de sueños hermosos, pero sin vuelta atrás. ¿Aceptaríamos conectarnos a
ella?

Algunos responderán que sí y otros que no, mostrando qué grado de apego a la
realidad tenemos, pero también mostrando un punto en el cual una visión hedonista
de la vida es insuficiente. Si contestáramos que no nos conectamos a esa máquina,
sabiendo que conectándonos a ella nos evadiríamos de los problemas (reales) y
experimentaríamos solamente placer, es porque consideramos que hay algo más
valioso e importante que el placer, y que es un compromiso con la vida real. Y esto
más importante es la verdad. Si lo meditáramos bien, nos daríamos cuenta de que
nada es sacrificable a la verdad, y que, de hecho, si tenemos logros, queremos que
estos sean verdaderos50, que si nos aman y nos dicen que nos aman, que sea de
verdad, queremos amistades verdaderas, y palabras sinceras. ¿Acaso
sacrificaríamos todo por una simulación?

Pero examinándonos bien, podríamos evocar muchos episodios semejantes al del


cuento de Andersen El Traje Nuevo del Emperador. En este cuento, por querer
quedar bien ante los demás, por evitarse una descalificación, los personajes afirman
ver algo que en realidad no están viendo. Así es como, por una cierta concesión a
lo popular, a lo políticamente correcto, es posible que admitamos, o simulemos
pensar, algo que en realidad no pensamos, o, al menos, que no tenemos mayor
razón para darlo por cierto, sino sólo ser el discurso más aceptado en el momento.

5. Algunas Amenazas a la Verdad en el Mundo Actual.

Se requiere un gran amor a la verdad en estos días. Paradojalmente, en esta época


en la que gozamos, gracias a la tecnología, de una gran difusión y acceso a la

50 De hecho, ganar algo con trampa no produce una alegría genuina.


70
información, más expuestos estamos también al engaño. Por eso, más precaución
y compromiso con la verdad se exige ahora de nosotros. Señalamos algunas
posibles amenazas a la verdad propias de esta época:

a) Teniendo un gran cúmulo de información, ya es difícil seleccionar cuál será la de


mayor calidad, pues se nos entrega toda de modo indistinto. Pero si, entre este
océano informativo, viene también incluido mucho de falso, entonces la situación es
difícil. Y se sabe que mucho de falso que circula por internet ha sido
intencionalmente puesto así para engañar a la gente y manipularla. Es el fenómeno
de las noticias falsas (Fake news) y de lo que algunos llaman “posverdad”. Según
Wikipedia, se denomina posverdad a “la distorsión deliberada de una realidad, con
el fin de crear y modelar la opinión pública e influir en las actitudes sociales, en la
que los hechos objetivos tienen menos influencia que las apelaciones a las
emociones y a las creencias personales”51. De ahí que requerimos más que nunca
un espíritu crítico capaz de cuestionar y sopesar con criterio lo que se nos aparece
en los medios, en internet, en la prensa, en las redes sociales.

b) La tecnología también ha avanzado al punto de que la producción de


recreaciones digitales de imágenes ultrarealistas es cada vez más convincente. La
“realidad virtual” se parece cada vez más a la realidad, y la manipulación de las
imágenes hace cada vez más posible los montajes y los engaños. Contra esto
debiéramos estar en guardia: no confundir la imagen, la apariencia con la realidad.
No dar por hecho algo por más que pareciera haber imágenes, pues estas dejaron
de ser medios de prueba.

c) El afán de novedades, y el aburrimiento, muy típicos de la sociedad consumista,


lleva un constante deseo de devaluar algo que ya se considera anticuado, para
reemplazarlo. Es la sociedad de lo desechable. En un ambiente así, donde nada
perdura por mucho tiempo, la verdad corre permanente peligro, pues solo podría

51La misma Wikipedia, como enciclopedia editable por todos sus usuarios es un caso interesante de
analizar desde el punto de vista del valor de la verdad.
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ser aceptada y respetada provisoriamente. Hasta que algo que suene más nuevo
concite más atención momentánea.

d) Siempre ha existido, y no es ninguna novedad, la posibilidad humana de “evadir


la realidad”. Es decir, buscar un cierto refugio de olvido o huida respecto de una
verdad que no se quiere afrontar mediante algún aturdimiento mental. El alcohol y
las drogas son los ejemplos que se suelen mencionar, pero también habría que
incluir la adicción a las compras, al trabajo, al ejercicio, etc. como posibles caminos
de elusión a la realidad. Como un movimiento continuo y frenético mantenido para
evitar el tiempo del silencio y la quietud necesarios para oírnos (para enfrentarnos)
a nosotros mismos. Pero hoy en día las posibilidades de evasión se multiplican y
parecen producirse a propósito para ello: juegos electrónicos, páginas de internet,
etc. cada vez más absorbentes y adictivas. ¿Serán ellas un obstáculo a nuestra
búsqueda de la verdad?

e) Aunque al menos en las democracias occidentales parezca que gozamos de gran


libertad, la libre expresión de la verdad puede verse amenazada. No es raro que se
quiera imponer silencio sobre verdades incómodas. No es raro que no se deje
hablar, (o que no se dé cabida en los medios) a los que pronuncian estas verdades.
No es raro que se produzca una violenta presión social contra los que quieren decir
algo que resulta impopular. Frente a esto, es necesario custodiar la auténtica
libertad de expresión para que no se termine ahogando a aquel que podía estar
diciendo la verdad.

f) Si reina un espíritu relativista, si reina un desprecio a la verdad, se prepara el


terreno ideal para los gobiernos totalitarios. Se pierde la capacidad de discutir sobre
lo realmente bueno, y la posibilidad de defender lo realmente justo. Según la filósofa
del siglo XX, Hanna Arendt: “el sujeto ideal del totalitarismo no es el Nazi
convencido, ni el Comunista convencido, sino las personas para las cuales la
distinción entre los hechos y la ficción, entre lo verdadero y los falso, ya no existe”52.

52 Arendt, Hannah, Los Orígenes del Totalitarismo, Ed. Santillana, 1998, Madrid, pág. 379.
72
g) Y, por último, advirtamos algo más. Tampoco es bueno excederse en la
desconfianza. Los extremos se tocan, y con un exceso de espíritu crítico se podría
llegar al final a la misma credulidad: un cierto espíritu revisionista, al modo de los
genios de la sospecha, puede llegarse a un conspiracionismo, que empieza a dar
credibilidad a cualquier medio que aparezca como alternativo, que anuncie ser el
único valiente para decir “la verdad”. En este espíritu, puede parecer que la verdad
siempre será algo distinto a lo “oficial”, a lo “institucional”, espíritu actualmente muy
difundido en las redes sociales.

Conclusión.

En conclusión, hoy más que nunca en estos tiempos de cambio de época, de


profundas dudas, de pérdida de confianzas, necesitamos un gran amor a la verdad.
Un amor que nos lleve a buscarla apasionadamente. Porque esta búsqueda tendrá
grandes recompensas. Cuando, más allá de lo dudoso, nos topamos con la
consistencia de la realidad, con lo esencial, con lo permanente, con lo universal,
encontramos un fundamento capaz de inspirar la vida, y capaz de inspirar nuestros
proyectos sociales. Esto es lo que hace que la búsqueda de la verdad sea la más
apasionante de las aventuras. Sin verdad carecemos de rumbo, de brújula
existencial, y, por tanto, de motivación.

Y aún más, en el contexto de los estudios universitarios nos debe animar una pasión
por la verdad, que se traducirá en un apego a la exactitud en el lenguaje, a la
rigurosidad en las investigaciones, a la honestidad intelectual, y a una seriedad en
la que se percibirá nuestro profesionalismo.

La universidad es un ámbito privilegiado consagrado a la búsqueda de la verdad.


Es el lugar donde se pueden hacer todas las preguntas. Es el lugar donde todos
pueden discutir todo. Este espacio de máxima libertad también es frágil: son muchos

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los que pretenderán, por sus agendas políticas, ideológicas, económicas, etc.
apoderarse de él para manipularlo a su favor. Por eso, cuidar la autonomía
universitaria será cuidar el espacio para la libre búsqueda de la verdad.

Todo esto sin perder la humildad, que siempre es “andar en la verdad”53,


postergando el amor propio, para no perder la capacidad de decir siempre la verdad
con amor, que es el único modo efectivo de decirla. La autenticidad, la honestidad,
no deben ser confundidas con un descaro hiriente. Justamente, la verdad más
importante y la primera que debemos reconocer, es la dignidad de las personas.
Una vez reconocida esta, se aprenderá a decir la verdad siempre de un modo
respetuoso. Sin usar la verdad, para manipular, ni para herir, ni para humillar. Sin
pretender nunca imponer la verdad, siempre dejando libre al otro. Pues la verdad,
igual que el amor, sólo se acepta libremente.

Siempre, manteniendo una apertura a lo misterioso, a los siempre inagotables


horizontes de lo inexplorado, nos mantendremos vivos, en sentido pleno. Y ni el
dolor, ni la vejez, ni la muerte nos arrebatarán lo más humano y apasionante que
tenemos: la búsqueda de la verdad.

53 Teresa de Jesús, Las Moradas, VI.


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