Está en la página 1de 2

Cómo usar la cafetera maldita

Hay diferentes formas de preparar un buen café: el café a la napolitana, el café expreso, el café turco, el cafesinho
brasileño, el café filtre francés, el café americano. Cada café es, en su género, excelente. El café americano puede ser
un mejunje servido a cien grados, en vasos de plástico con efecto termo, impuesto, por regla general, en las
estaciones con finalidades de genocidio; pero el café hecho con el percolator, como el que es posible encontrar en
algunas casas particulares o en modestas luncheonettes, servido con los huevos con beicon, es delicioso, aromático,
se bebe como el agua y luego os da la taquicardia, porque una taza contiene más cafeína que cuatro cafés de
máquina.
Aparte, existe el café bazofia. Habitualmente se compone de cebada rancia, huesos de muerto y granos de verdadero
café recuperados entre los desechos de un dispensario celta. Se reconoce por el inconfundible aroma a pies
marinados en agua de fregar los platos. Lo sirven en las cárceles, en los reformatorios, en los coches cama y en los
hoteles de lujo. En efecto, si pasáis por el Plaza Majestic, el Maria Jolanda & Brabante, el Des Alpes et des Bains,
también podéis encargar un café expreso, pero os llega a la habitación cuando está prácticamente recubierto por un
estrato de hielo. Para evitar estas incidencias pedís un desayuno continental y os disponéis a disfrutar de los placeres
de un desayuno servido en la cama.
El desayuno continental está compuesto por dos panecillos, un cruasán, un zumo de naranja en dosis homeopáticas,
un rizo de mantequilla, un tarrito de mermelada de arándanos, uno de miel, uno de mermelada de albaricoque, una
jarrita de leche ya fría y una cafetera maldita de café bazofia. Las cafeteras que usan las personas normales —o las
buenas y viejas cafeteras con las que se vierte directamente la aromática bebida en la taza— permiten que el café
baje a través de un estrecho canal tubular o pico, mientras que la parte superior dispone de un dispositivo cualquiera
de seguridad que la mantiene cerrada. La bazofia de los grandes hoteles y de los coche cama llega en una cafetera
con el pico muy dilatado —como el de un pelícano deforme— y con una tapa extremadamente móvil, estudiada de
suerte que - atraída por un incontenible horror vacui resbale automáticamente hacia abajo cuando se inclina la
cafetera. Estos dos artificios permiten que la cafetera maldita derrame enseguida la mitad del café sobre los
cruasanes y sobre la mermelada y, a continuación, gracias al deslizamiento de la tapadera, desparrame el resto sobre
las sábanas. En los coches cama las cafeteras son de una calidad corriente, porque el movimiento mismo del vagón
ayuda al derramamiento del café, mientras que en los hoteles la cafetera debe ser de porcelana, de forma que el
deslizamiento de la tapadera sea suave, continuo, pero inevitable.
Sobre los orígenes y motivaciones de la cafetera maldita existen dos escuelas de pensamiento. La escuela de Friburgo
sostiene que este artificio consiente al hotel demostrar que las sábanas que encontráis por la noche han sido
cambiadas. La escuela de Bratislava sostiene que la motivación es moralista (cf. Max Weber, La ética protestante y el
espíritu del capitalismo): cafetera maldita obliga a no apoltronarse en la cama porque es incomodísimo comerse un
bollo, ya embebido de café, envueltos en sábanas empapadas de café.
Las cafeteras malditas no se encuentran en las tiendas. Se producen exclusivamente para las cadenas de grandes
hoteles y para los coches cama. De hecho, en las cárceles, la bazofia llega ya servida en sus escudillas, porque las
sábanas completamente empapadas de café se mimetizarían más fácilmente en la oscuridad, cuando se anudarán
con objeto de una evasión.
La escuela de Friburgo sugiere que se le pida al camarero que coloque el desayuno en la mesilla y no en la cama. La
escuela de Bratislava responde que esto evita, desde luego, que el café se derrame en las sábanas, pero no que
desborde de la bandeja y manche el pijama (para el cual el hotel no da disposiciones de cambiarlo todos los días);
pero que, en cualquier caso, con pijama o sin él, el café tomado en la mesilla cae directamente sobre el bajo vientre y
el pubis, con lo que provoca quemaduras allí donde sería más aconsejable evitarlas. A esta objeción la escuela de
Friburgo contesta encogiéndose de hombros, y estos, francamente, no son modales.
Cómo viajar con un salmón de Umberto Eco (1988)

También podría gustarte