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La ética de la melancolía Shula Eldar


Tomado de: «El síntoma charlatan, Textos reunidos por la Fundación del Campo Freudiano, Editorial Paidós, Buenos Aires, 1998, p. 263-270.

... a breach in nature for ruin's wasteful entrante.


WILLIAM SHAKESPEARE, Macbeth, 11, 111

La melancolía pone en primer plano la acción de la pulsión de muerte que retorna en su


carácter de imperativo en el lugar de das Ding. Freud señalaba que el sentimiento inconsciente
de culpabilidad, es decir, la búsqueda del castigo, surge de la «constitución íntima del yo
humano».1 Como al, no es un hecho contingente, sino una necesidad que se origina en un
exterior al que es imposible acceder mediante el pensamiento. Algunas paradojas de la
satisfacción, tomadas de la clínica de los que fracasan al triunfar, le permitieron deducir la
insistencia no simbolizable del resto, el carácter fundamental del masoquismo en la economía
de las pulsiones.2
Ese objeto no es una simple sombra metafísica, señala Lacan: toma la función de causa,
sostén de la libido, y ordena las identificaciones simbólicas e imaginarias del sujeto.

El postulado de culpabilidad

El narcisismo del yo del que parten las investiduras de objeto, y la identificación


primaria, simbólica, con el padre muerto, dieron lugar a dos momentos del abordaje de Freud
al difícil problema de la melancolía; en 1917, en «Duelo y melancolía», y en 1923, en El yo y el
ello, para definirla finalmente, en 1924, como «psicosis narcisista», «paradigma del conflicto
entre el superyó y el ello».3
Desde la vertiente del narcisismo se trata de una «pérdida de libido»; el sujeto se
presenta como un yo empobrecido, «se singulariza por una desazón profundamente dolida,
una falta de interés por el mundo exterior...».4 No obstante, la fenomenología del cuadro
clínico no responde sobre la pérdida de la que se trata: ¿qué absorbe tan enteramente al
enfermo?
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Freud señala: «... nos creemos autorizados a suponer una pérdida, pero no atinamos a
discernir con precisión lo que se perdió, y con mayor razón podemos pensar que tampoco el
enfermo puede apresar en su conciencia lo que ha perdido». 5 Pero -agrega Freud-: «hay que
dar fe a la verdad que se confiesa con tal acuciante franqueza, ya que quien así se aprecia, en
algún sentido ha de tener razón».
Es la «delirante expectativa de castigo»6 que permitirá situar la culpabilidad
melancólica, denunciada en los dichos, como una falsa culpabilidad, donde se demuestra la
forclusión -«el objeto no tiene existencia psíquica»-7 como retorno del lenguaje en lo real en
forma de reproches e insultos dirigidos a sí mismo: al sujeto (Je) identificado con la Cosa
odiada.
El melancólico que se autoacusa de enormes crímenes se querella -anklagen- contra el
Otro que lo ha abandonado. Es ahí donde queda fijado. Recusando tanto el saber como la
verdad, da testimonio del rechazo del inconsciente. Su «conciencia culpable» explicita
reiterativamente que es indigno de absolución, declarando el triunfo del objeto: «El yo
sucumbe ante el objeto»8
A diferencia del neurótico, no viene a reivindicar, a lavar su falta en el lugar de la nada
(rien);9 a diferencia del paranoico, no acusa al Otro ni se declara víctima inocente de una
persecución injusta. La falta del Otro con la que se identifica es la sombra del padre muerto
qué recae sobre el lugar del agujero del significado al que el nombre del padre nunca llego.10 El
retorno en lo real toma la forma delirante del «desagrado moral», y descubre la cara de goce
de la complacencia desvergonzada -dice Freud- en la injuria que vuelve como la voz del Otro
que golpea al ser.
El sujeto queda absorbido en el lugar de la Cosa; «el yo ocupa el lugar del objeto
abandonado»11 Empobrecido narcisísticamente, sin valor fálico, el sujeto queda sumido en la
inercia de un dolor mudo -«Ello no puede decir lo que ello quiere»-,12 marcado por la
tendencia de retorno a lo orgánico cuyo enigma Freud logró descifrar en «Más allá del
principio del placer». La formalización de la segunda tópica da su lugar a lo real de la

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estructura: el superyó. Esta instancia, que proviene de las primeras identificaciones, anteriores
a la elección de objeto, tiene la Bedeutung13 de una ley antinómica, imposible de cumplir, ya
que incluye el límite de la prohibición como condición del deseo, así como la incondicional
voluntad de goce.14
Los fenómenos clínicos dan cuenta del levantamiento de la censura, del borramiento de
los límites entre el sujeto y la Cosa y constituyen una prueba de la autonomía del superyó que
conserva siempre su carácter de origen: la insaciable necesidad de castigo se revela como
resistencia a la curación. Sin la seguridad que da al yo la conservación del objeto -el
significante del deseo, el superyó se convierte en un cultivo puro de la pulsión de muerte. 15
En el caso en que el objeto falta -señala Lacan en «Kant con Sade». La ley moral
representa al deseo.16

El humor no es un afecto

Los extremos de la oscilación del humor: petrificación melancólica o fuga maníaca, no


son una traducción de las variaciones del afecto articuladas a deseo inconsciente. Lacan se
opone a esta concepción de los trastornos cíclicos señalando claramente en «Televisión» qué
lugar otorga a uno y a otro. El afecto es una falla moral, una cobardía «que no cae en última
instancia más que del pensamiento», de «no reconocerse en el inconsciente»17 Al pertenecer
al registro del «no pienso», aparece como una inadecuación a la comprensión y a la
transparencia de la conciencia. Se constituye como resto del recorte significante y tiene como
condición la incorporación del inconsciente en el organismo. El humor, por otro lado, se define
del lado de la discordancia, como un punto de interrupción entre el ser y el lenguaje, que lo
atraviesa como «una pincelada de lo real».18
Lo que los dichos del melancólico enuncian en su lamento no es del orden del
pesimismo neurótico propio del obsesivo -K. Abraham encontró afinidades entre ambos-,19
sino una evidencia de la presencia de lalangue como una canción reiterativa que repite la

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«aificación»,20 el futuro ya realizado. La enferma M. B. K., de Tellenbach, citada por
Binswanger, lo dice de la siguiente manera: «... la esencia verdadera y horrorosa de la angustia
en la depresión reside en la ausencia de objeto», pero «el objeto encontrado... aumenta el
sufrimiento».
¿De qué encuentro se trata? No del buen encuentro, que produce buena suerte al
repetirse.21 Se trata de un objeto en lo real, «material de combustión» para alimentar la
hoguera del goce. Es das Ding, y no el objeto reencontrado como Sache a través de la
mediación del significante unario.
«Los estados depresivos (no la tristeza) comienzan por la retirada del sentimiento de las
cosas ... se siente uno privado de soporte interior ... el sentimiento se escapa ... los
pensamientos giran en redondo ... viene la desesperación ... La vida pasa por delante de un
sujeto inmóvil.»22
Este relato da una muestra de la manera en que el sujeto a quien le falta «el apoyo o
soporte interior»23 sale al encuentro de un signo de del goce del Otro que no es índice del
deseo. En la melancolía -el significante retorna al estado de huella. Esta primera huella de la
estructura abre, en el límite de la existencia, el campo del dolor donde el ser no tiene
posibilidad de moverse.24 El goce que no puede desplazarse en la cadena significante retorna
sobre el organismo dando acuerdo a la afirmación de Freud: «La inquietud de la vida se
sustituye por la estabilidad de lo orgánico».25
La demostración de la forclusión debe abordarse desde el nivel del sujeto de la
enunciación. El rechazo del significante del deseo revela la forclusión en la manera como el
sujeto se deja caer del campo de la responsabilidad fálica. El «a» con el que se siente
definitivamente identificado lo arroja fuera de la escena .26 La autocondena pone de relieve la
recuperación de goce y, con ello, una liberación del deber de bien decir: «Una forclusión
ética»27

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En la melancolía se presentifica así la quietud de lo real, se cuestiona el valor de los
ideales como un punto de fuga del sentido imposible de alcanzar y se da cuenta de la
operación de la ley moral.

El atractivo de la falta

Freud abordó la melancolía como una enfermedad de la libido, es decir, desde la


perspectiva de la falta -«duelo por la pérdida de libido»-, desde sus primeras intuiciones. De
aquí que considerara al duelo como su modelo normal. Si bien las diferencias entre ambos se
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precisarán de forma definitiva más tarde, ya en 1895 separa el término en su uso
generalizado para designar el afecto depresivo tal como aparece en la neurastenia, de la
melancolía auténtica, subrayando que, en relación a su forma «grave, genuina», de tipo cíclico,
nos encontraríamos con «el cese de la excitación sexual somática» como causa y no con una
falta de deseo -«falta de voluptuosidad»-, como efecto sintomático de la inscripción de la
pérdida.
Esta «inhibición psíquica» impide el desplazamiento libidinal haciendo imposible el
atravesamiento de las fronteras del yo y el investimiento de objetos del mundo exterior. De
esta manera, el empobrecimiento del yo sería el efecto de una «contracción en lo psíquico»
equiparable a una herida abierta que se desbordaría como una «hemorragia libidinal interna».
Freud puede situar así el dolor en relación al «desasimiento de los objetos», no sin que
permanezca para él como una cuestión metapsicológica difícil de resolver, en la que insistirá
aún veinte años más tarde.
En el manuscrito -recientemente publicado-29 enviado a Ferenczi, Freud insiste sobre el
exceso de dolor, no sintomatizado, como índice de una pérdida más allá de la pérdida
aparente. ¿Por qué el desasimiento de la libido duele tanto?, se pregunta.

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La conclusión de Freud en este punto es conocida: a expensas del objeto o a expensas
del yo.30
Es «el atractivo de la falta», que Lacan subraya en el seminario VII, el que marca la
diferencia.
A partir de estas consideraciones, Freud señala un punto fundamental que proporciona
una de las claves estructurales de la clínica diferencial: la negación. La negativización del ser
divide al sujeto en relación a la causa como ex-sistencia y en relación a su cuerpo como
exterior. Lacan articula estas dos vertientes al definir la melancolía como «dolor de existir»,
como la captura sin salida en el campo narcisista.31
El agujero tal como se presenta en la neurosis recibe el estatuto de vacío, permite
«bombear la excitación sexual somática y desbordar sobre el grupo sexual psíquico», ligarse a
las representaciones, mientras que, «en la melancolía, el agujero está en lo psíquico», 32 es un
agujero sin borde. En este caso el sujeto no admite un procesamiento del duelo según el
«modo cognitivo»,33 es decir, no admite una traducción. Si la pérdida no se puede sublimar es
porque la dimensión inconsciente es rechazada en tanto juicio negativo y el sujeto entonces
tampoco puede pensarse como Otro, tampoco puede identificarse con una imagen -i(a)-, sino
sólo con «la sombra» -der Schatten- señala Lacan.34
Si nada puede concebirse como objeto que no esté sostenido por un sujeto,
entendemos la observación de Freud cuando señala cómo se hace fútil la búsqueda de los
motivos que podría hacerse en la melancolía."35
Esta falla de la negatividad simbólica, que sitúa al sujeto en relación con su ser, es
retomada en 1915, cuando la melancolía es definida como neurosis narcisista por el sesgo del
ideal del yo, identificación parcial con el significante del Otro. En un manuscrito enviado a
Ferenczi, así como en la correspondencia con Abraham,36 Freud hace hincapié en la función de
la negación y señala que el trabajo de duelo implica el desanudamiento por negación expresa
de todos los enlaces con el objeto perdido; el mismo proceso se da en la melancolía, «salvo
que la denegación es finalmente omitida»37

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Este rechazo del inconsciente puede considerarse el elemento fundamental que explica
por qué el retorno sobre el yo de la desvalorización del objeto es muestra del extrañamiento
del Ideal, de la perturbación de las identificaciones simbólicas que impiden que el sujeto
acceda a saber «qué es lo que perdió»38 Ferenczi, en su réplica a Freud, el 22 de febrero de
1915, la denomina «psicosis de introyección propiamente dicha»,39 elemento también
señalado por Abraham.
El sacrificio del sujeto es el resultado. Freud lo señala en El yo y el ello de la siguiente
manera: «La asunción del sentimiento de culpa es el único resto difícil de reconocer del
vínculo resignado, semejante con el proceso de la melancolía» .40

El Otro que retorna en lo real y el pasaje al acto suicida

La culpabilidad del melancólico se deriva de su manera de asumir el Mandato del Otro.


La perturbación del sentimiento de sí, el desagrado moral con el propio yo, enunciados
en 1917, dan cuenta de la particularidad de esta posición subjetiva y arrojan luz sobre el
delirio de indignidad como resto dula operación simbólica y sobré la propensión al pasaje al
acto La frecuencia de la elección del ahorcamiento no es un dato sin importancia.
Para Lacan, el pathos melancólico no releva al sujeto de su responsabilidad, y su
consentimiento al sacrificio no se inscribe en una dimensión trágica, sino que es considerada
una «cobardía moral»,41 es decir, una no-renuncia al goce, consentimiento a la mortificación
hasta el límite de la aniquilación: «No soy».
El objeto que triunfa al realizarse como desecho del lenguaje está fuera de toda
puntuación fálica. Como resto indivisible del lenguaje viene al lugar de la letra, de la marca de
la división no asumida en el cuerpo que se absolutiza en la lucidez del acto suicida. El Yo (Je) se
convierte en equivalente al objeto; literalmente dejeté, mutilado de su cuerpo.42 El sujeto que
se deja caer pendiendo de una cuerda, pasando por el agujero, viene a colocarse en el corazón
del Otro. Lo real se coloca así en el lugar de la verdad separándose de toda posibilidad de

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saber. Dos de los ejemplos clínicos relatados por Binswanger43 son reveladores de que las
coordenadas del empuje al suicidio no son unívocas.
En el caso del escritor suizo Reto Reos, el sujeto se define como en un entredos, entre
percepción exterior e interior, y dice: «Sin amarras ... se está en la vida, pero también en la
muerte; sentimientos que por lo general empujan a la muerte». El esfuerzo inhumano para
seguir viviendo lo decide a «tacharse de su propio libro de cuentas» y llega a la certeza de esta
solución inequívoca: «decisión plena y sin equívoco del suicidio», con la que se realiza como
marca del Otro.
En el ejemplo de Bruno Brandt, se describe un suicidio fallido y una reanimación de las
investiduras del objeto; la decisión puede ser revocada, y hace dudar a Binswanger del
diagnóstico de melancolía. Durante su estancia en una clínica se decide «rehabituarlo a la
libertad». Se le permite dar un paseo por el bosque, durante el cual decide colgarse de un
árbol. Dispone prácticamente un dispositivo y, en el momento en que va a efectuar su salida
del mundo, algo lo detiene. Percibe en el horizonte de su visión la aparición de un animalito:
una pequeña comadreja. Se dice a sí mismo que no había visto nunca una comadreja y que
debe darse tiempo.
La aparición de esa punta del objeto -a-, atrapa toda la atención del sujeto. La punta que
se perfila en ese límite recorta en el campo imaginario el lugar de la exclusión, como tan bien
lo señaló Lacan en La angustia44 y recubre la sombra, revistiéndola con una imagen: i(a). Un
momento después, constata que la intención suicida se ha evaporado. Este objeto imaginario -
alucinado o no- detiene el acto y permite situar el objeto separado con relación al falo como
contingente: el tiempo. La necesidad (necessité) que se pone de manifiesto en el empuje
superyoico es de otro orden, proviene de lo real.

NOTAS:

1. Sigmund Freud, «Duelo y melancolía» (1917), en Obras Completas, XIV, Buenos Aires, Amorrortu, 1993, pág. 245.
2. Jacques Latan, El Seminario, labro X: La angustia, clase del 16 de enero de 1963, inédito.
3. Sigmund Freud, «Neurosis y psicosis» (1924), en Obras Completas, XIX, pág. 158.

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4. Sigmund Freud, «Duelo y melancolía», pág. 242.
5. Ibid., págs. 243-244.
6. Ibid., pág. 245.
7. Sigmund Freud y Sándor Ferenczi, Correspondance, París, Calmann-Lévy, 1996, pág. 58.
8. Sigmund Freud, «Duelo y melancolía», pág. 246.
9. Jacques Lacan, «Observaciones sobre el informe de Daniel Lagache», en Escritos, 11. México, Siglo XXI, 1976, pág. 288.
10. Jacques Lacan, «De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis», en Escritos, pág. 262.
11. Sigmund Freud, «Duelo y melancolía», pág. 246.
12. Sigmund Freud, El yo y el ello, en Obras Completas, XIX, pág. 54.
13. Ibid., pág. 36.
14. Jacques Lacan, «Kant con Sade», Escritos, II, pág. 339.
15. Sigmund Freud, El yo y el ello, pág. 54.
16. Jacques Lacan, «Kant con Sade», pág. 353.
17. Jacques Lacan, «Televisión», en Psicoanálisis. Radiofonía y Televisión, Barcelona, Anagrama 1977, pág. 107.
18. Ibid., pág. 109.
19. Karl Abraham, «Notas sobre la investigación y tratamiento de la locura maníaco-depresiva y condiciones asociadas» (1911),
Psicoanálisis clínico, Buenos Aires, Hormé, 1980, págs. 104-118.
20. C. Soler, «Innocence paranoïaque et indignité mélancolique», Quarto 33/34. 1988, págs. 22-27.
21. Jacques Lacan, «Televisión», op. cita, pág. 107. 22. L. Binswanger, Mélancolie et mame, págs. 54-55. 23. Ibid., págs. 54-55.
24. Jacques Lacan, El Seminario, libro VII: La ética del psicoanálisis, Barcelona, Paidós, 1989.
25. Sigmund Freud, «Duelo y melancolía».
26. Jacques Lacan, El Seminario, libro X: La angustia, clase del 16 de enero de 1963, inédito.
27. Serge Cottet, «La fausse énigme de l'état d'âme», La Cause Freudienne, nº 23, págs. 60-65.
28. Sigmund Freud, «Manuscrito G», Cartas a Wilhelm Fliess, Buenos Aires, Amorrortu, . 97-105.
29. Sigmund Freud y Sándor Ferenczi, Correspondance, pág. 58.
30. Eric Laurent, «Mélancolie, douleur d'exister, lácheté morale», Ornicar?, n° 47, París, Navarin, 1988, págs. 5-17.
31. Jacques Lacan, Le Séminaire, livre VIII: Le transfert, París, Seuil, 1991, cap. XXIII.
32. Sigmund Freud, «Manuscrito G», págs. 97-105.
33. Sigmund Freud, «Manuscrito N», Cartas a Wilhelm Fliess, págs. 268-270.
34. Jacques Lacan, Le Séminaire, livre VIII: Le transfert, cap. XXIII.
35. Sigmund Freud, Cartas a Wilhelm Fliess, pág. 268.
36. Sigmund Freud y Karl Abraham, Correspondencia, Barcelona, Gedisa, 1979, págs. 24537. Sigmund Freud y Sándor Ferenczi,
Correspondance, págs. 58-60.
38. Ibid., pág. 61.
39. Ibid., pág. 61.
40. Sigmund Freud, El yo y el ello.
41. Jacques Lacan, «Televisión», op. cit., pág. 107.
42. Jacques Lacan, El Seminario, libro X: La angustia, clase del 16 de enero de 1963, inédito.
43. L. Binswanger, op. cit., págs. 57-61.
44. Jacques Lacan, El Seminario, libro X: La angustia, seminario inédito, clase del 16 de enero de 1963, inédito.

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