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CUERPOS ENSOMBRECIDOS

Ps. Bruno Bozzini Funari

No se puede atacar impunemente al silencio y a la sombra que, hace tanto


tiempo, han caído sobre el que ha desaparecido.

Anny Duperey, “El velo negro”.

“La muerte no se presenta al aparato psíquico como una falta sino como un exceso
de ausencia”1 que rompe la economía libidinal, estalla las relaciones entre el inconsciente
y el cuerpo, trastoca la problemática juntura entre fantasma y deseo: el mundo se llena de
la sombra proyectada por un objeto ausente – se vuelve pobre y vacío2 –, las distinciones
se pierden, se confunden; cuerpos ensombrecidos habitan el duelo con la extravagancia y
la conmoción propia de no poder ya cernir un lugar en la vida.

En nuestra clínica, es habitual encontrarnos con una serie de fenómenos


emparentados con las psicosis o, en términos más generales con la locura, en personas
que han sufrido una pérdida significativa. Tanto Freud como Lacan, cada uno desde sus
propias elaboraciones han aproximado y distinguido estos fenómenos que incluyen
ensoñaciones, confusiones de tinte alucinatorio, espectros, visiones, sueños3; y han

1
Jorge, Lobov: “La escritura del duelo” en Revista Conjetural N°53: Metáforas de la luz. El malentendido.
El duelo. Construcción de un historial. Buenos Aires: Ediciones Sitio, 2010. p. 31-38.

2
La difundida cita de Freud en “Duelo y melancolía” (1915-1917), reza: “La sombra del objeto cayó sobre
el yo (…)”. No parafraseamos aquí exactamente la frase para el duelo, puesto que en el texto aparece
indicada y aproximada a la melancolía. Sin embargo, y a modo de señalamiento, es necesario poner en
valor que, unas páginas antes, y en el proceso de analogías y contradicciones que el texto ofrece, Freud
dice respecto del duelo que el mundo se ha hecho pobre y vacío y que, en la melancolía, ello le ocurre al
yo mismo. ¿Acaso dejaremos indemne al yo en el duelo?
33
En su libro, Patricia Fochi aborda uno por uno estos fenómenos de manera precisa, exhausta y
novedosa, sin por ello descuidar los aspectos más profundos del duelo como problema para el
psicoanálisis.
Patricia, Fochi: El duelo, la infición del mundo (falofanías, espectros, marionetas, visiones, sueños,
reliquias), 1a ed., Rosario, Otro cause, 2021.
ensayado las razones argumentativas con un cuidado extremo por las sutilezas que el
duelo siempre exhibe en sus derroteros.

Mientras que en la paranoia le es retirada la libido al objeto, inversamente en el


duelo le es retirado, arrebatado súbitamente, el objeto a la libido4. Una herida en el lugar
del amor, pero también y al mismo tiempo, aunque en otro registro de la experiencia del
ser hablante, desolación del deseo5. Alejandra Kamiya, en su cuento “Un cículo
pequeño”, lúcidamente narra esa particular ruina en la que puede introducirnos un
arrebato semejante:

“¿Qué iba a hacer entonces? Pensó en las cosas que hacía antes de la enfermedad
de la madre: trabajar en la Cooperativa, reunirse los jueves en el café Venecia con las
mujeres de la fundación, pintarse las uñas de vez en cuando, arreglarse el pelo, combinar
la ropa antes de ponérsela. ¿Alguien podría explicar el sentido de una pollera roja usada
con una blusa blanca en lugar de con una verde?, pensó Eloísa.”6

Total descalabro, no se puede creer de forma directa y para siempre en la muerte


del ser amado. No va de suyo, no es admisible para un analista, superponer rápidamente
cuestiones tan escabrosas que se presentan siempre de una manera enigmática en la
clínica, puesto que si acaso el duelo tenga solución, sea ésta apenas una respuesta
trabajosa y singular al modo en que el sujeto se convierte en hacedor de su pérdida,
pérdida siempre susceptible de perderse y volver a reencontrarse de acuerdo a la
formulación freudiana del rehallazgo de objeto. O con un poco de poesía… ¡Nadie cree
al no ver su sombra al medio día, que la oscuridad ha dejado de perseguirlo! ¿O sí?7

Hay un intersticio, un espacio en toda trama posible del duelo, donde éste puede
nunca llegar a formularse para el sujeto. El paso que me interesa está precisamente entre
el total descalabro y lo irreparable de la pérdida, es decir, en lo que puede caber para
el “hacedor” cuando aún – tiempo impreciso, caro al análisis en lo concerniente a las
relaciones del sujeto con el deseo - la ausencia en sus vicisitudes puede no llegar a ser

4
Cf. Sigmund Freud-Carl Jung: Correspondencia, 1a ed., Madrid, Trotta, 2012, p. 74.
5
Llamo desolación del deseo a la ruina de un estado particularizable aunque no generalizable en el que
el deseo queda en suspenso de algo todavía no localizable, pero operante. Tal vez pueda ser equiparable
a ciertos estados de melancólicos posteriores a una pérdida.
6
Alejandra Kamiya: El sol mueve la sombra de las cosas quietas. En ‘Un círculo pequeño’. 7ma
Reimpresión, Buenos Aires. Bajo la luna, 2022.
7
Cf. Ibidem
falta y a inaugurar una pérdida. Ausencia, falta y pérdida en psicoanálisis no son
sinónimos, y dan cuenta, en lo concerniente al duelo, de diferentes articulaciones.

Lacan, por su parte, a partir de las categorías del objeto, o mejor dicho de la falta
de objeto, permite precisar gracias a su ternario simbólico, imaginario, real de qué tipo
de falta se trata aquella que podría en tal caso inaugurar una pérdida semejante que nos
ponga de duelo:

“El duelo, que es una pérdida verdadera, intolerable para el ser humano, le
8
provoca un agujero en lo real. La relación que está en juego es la inversa de la que
promuevo ante ustedes bajo el nombre de Verwerfung cuando les digo que lo rechazado
en lo simbólico reaparece en lo real. Tanto esa fórmula como su inversa deben tomarse
en el sentido literal.”9

Ante el agujero que se abre en lo real, lo simbólico en su conjunto se ve


movilizado, fundamentalmente a través de los ritos funerarios, y el registro imaginario se
ve profundamente perturbado. Por ese hecho, y al igual que en la psicosis, no es poco
frecuente que en ese agujero vengan a pulular todas las imágenes que conciernen a los
fenómenos del duelo.

Dado que la muerte constituye un límite de la experiencia o más bien la


experiencia del límite, un insondable misterio, las maneras de tomar noticia de algo que
es “increíble” nos acerca al núcleo renegatorio de todo duelo que deja al supérstite en
una posición a medias durante su trabajo de elaboración de la pérdida. Tomaremos esta
afirmación como el hilo conductor de lo que sigue, tomando apoyo en las palabras de
Claude Rabant en su libro “Inventar lo real”, donde afirma que la renegación,
Verleugnung en alemán, niega no tanto la existencia de lo existente como la inexistencia
de lo inexistente, de modo tal que dos enunciados contrapuestos pueden enunciarse sin
entrar en ninguna paradoja, ninguna contradicción para quien habla. Freud da un ejemplo
ilustrativo al respecto en su texto “Fetichismo” tomando la castración en la mujer (“la
mujer está castrada”-“la mujer tiene pene”) pero también la muerte del padre:

8
Cf. Cristian, Landriel: El duelo: I. Algunas consideraciones a partir de la obra de Sigmund Freud, 1ª ed.,
Buenos Aires, Letra Viva, 2016, p. 78.
9
Jacques, Lacan: Seminario 6: El deseo y su interpretación. (1958-1959), Primera edición, Ciudad
Autónoma de Buenos Aires, Paidós, p. 371.
“Dentro de la vida anímica de aquellos, sólo una corriente no había reconocido
la muerte del padre; pero existía otra que había dado cabal razón a ese hecho: coexistían,
una junto a la otra, la actitud acorde al deseo y la acorde a la realidad. En uno de los
dos casos esa escisión paso a ser la base de una neurosis obsesiva de mediana gravedad;
en todas las situaciones de su vida el joven oscilaba entre dos premisas: una, que el padre
seguía con vida y estorbaba su actividad, y la contrapuesta, que tenía derecho a
considerarse el heredero del padre fallecido.”10

Considerarse heredero de un padre muerto que con su vida lo estorba es la


enunciación donde reconocemos la desmentida (otra manera de traducir lo que hemos
llamado renegación). No hay división subjetiva (cavilación, duda, equivocidad para el
habla) sino que más bien se vuelve irreconocible para el sujeto su propio decir11. El duelo
a veces se instala en la desmentida y exhibe enrarecidas coordenadas que evocan a los
espacios de Escher, pintor y xilógrafo del siglo pasado, que en su obra juega con la
geometría para plasmar figuras imposibles en las que conviven varias interpretaciones
espaciales incompatibles entre sí – padre-muerto-vivo. Los espacios de Escher son
representables, pero son aberrantes. Las escaleras que suben y bajan, al mismo tiempo
bajan y suben rompiendo un espacio que se plasma a pesar de ello íntegro, sin fisuras.
Esconden una dimensión dentro de la otra, saltan sin falla de la una a la otra como si el
espacio fuera no ya euclidiano sino ubicuo (se pueden ver los dos lados de una cosa a la
vez, la escalera que se ve desde abajo es vista desde arriba, etc.).

Las figuras de Escher son exactamente lo contrario de un objeto fractal. No


fraccionan las dimensiones, las mezclan en un continuo. Se trata de algo más que de una
ilusión óptica, se trata de un espacio producido por su aberración, por la operación que
expulsa un imposible fuera del campo, con lo que la aberración resulta imposible de
corregir: la escalera que sube no cesa de bajar. El resultado es una espacialidad rara,
imaginarizable a un alto costo.

10
Sigmund Freud: Tótem y tabú. Algunas concordancias en la vida anímica de los salvajes y de los
neuróticos (1913), en Obras completas. 1a Reimpresión de 2a Edicion. V. XII, Bs. As. Amorrortu Editores,
1988, p.71.
11
Es preciso considerar que la ‘enunciación’, en esto contexto, será una enunciación por venir en tanto y
en cuanto haya analista que le devuelva al sujeto su división.
En este punto, quisiera recoger un fragmento del texto “Duelo y melancolía” de
Freud citado hasta el hartazgo por los psicoanalistas, pero del cual pretendo extraer un
punto para problematizar, no sólo la idea de un duelo normal y su prescripción, sino para
destacar el carácter profundamente perturbador que todo duelo tiene para el ser hablante.

“Ahora bien, ¿en qué consiste el trabajo que el duelo opera? Creo que no es
exagerado en absoluto imaginarlo del siguiente modo: El examen de realidad ha
mostrado que el objeto amado ya no existe más, y de él emana ahora la exhortación de
quitar toda la libido de sus enlaces con ese objeto. A ello se opone una comprensible
renuencia; universalmente se observa que el hombre no abandona de buen grado una
posición libidinal, ni aun cuando su sustituto ya asoma. Esa renuencia puede alcanzar
tal intensidad que produzca un extrañamiento de la realidad y una retención del objeto
por vía de una psicosis alucinatoria de deseo. Lo normal es que prevalezca el
acatamiento a la realidad. Pero la orden que esta imparte no puede cumplirse enseguida.
Se ejecuta pieza por pieza con un gran gasto de tiempo y de energía de investidura, y
entretanto la existencia del objeto perdido continúa en lo psíquico.”12

Este párrafo condensa varios aspectos. El duelo es presentado como un juego de


fuerzas opuestas que exigen el retiro del lazo con el objeto ausente mientras una
encarnizada renuencia a abandonarlo pugna por su retención. La filosa tensión entre dos
enunciados contradictorios, el objeto ya no existe más, convive con la existencia del
objeto perdido que continúa en lo psíquico. Ese tiempo de pugna entre la exhortación y
la reticencia a soportar el desprendimiento de una posición libidinal difícil de abandonar
es precisamente el duelo contorneándose entre la retención y el desasimiento. Pero
seríamos sumamente ingenuos si nos decidimos a considerar que esa tensión
contradictoria está dada de entrada, sin más, desencadenada a partir de la muerte de la
persona que amamos. Decir que allí hay una contradicción nos hace pasar demasiado
rápido por el discurso del sobreviviente para quien antes que contradicción hay
incredulidad, inadmisibilidad.

En el texto comentado, Freud define al duelo como ´la reacción frente a la pérdida
de una persona amada o de una abstracción que haga de sus veces’, sugestiva similitud

12
Sigmund Freud: “Duelo y melancolía” (1917 [1915]), en Obras completas, 2a Edición de la 14a
Reedición, Vol. XIV. Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1986, p.242-243.
con el modo en que, mientras intenta discernir los modos en que el examen de realidad
puede cancelarse, define a la amentia (a esta altura del texto ya se trata de la psicosis
alucinatoria… de deseo, y no de la amentia de Meynert), en “Complemento
metapsicológico a la doctrina de los sueños”: “La amentia es la reacción frente a una
pérdida que la realidad asevera pero que debe ser desmentida por el yo como algo
insoportable”13.

Súbitamente, la amentia queda definida de un modo homólogo y parafraseado del


duelo: La amentia es la reacción frente a una pérdida; el duelo es, por regla general, la
reacción frente a una pérdida. La clave de lectura que propongo a partir de considerar el
intersticio entre el total descalabro y lo irreparable de la pérdida, es leer allí a la pérdida
no como un dato de entrada sino como aquello que la sentencia de la realidad no articula
como verdad para el sujeto en la medida en que la desmentida, que habíamos
caracterizado como núcleo, es capaz de hacer reconstuir sobre las ruinas un deseo en el
tesoro de las fantasías que se resista a reencontrar el vacío que lo funda sin pasar por la
pérdida.14

La realidad, en el sentido ingenuo del término, es una fuente tan escasamente


probatoria para los que aman que, por su vía, nunca ha sido ni será obvio que los muertos
falten.

En Totem y tabú, por ejemplo, Freud relata una serie de medidas protectoras que
distintas comunidades han tomado para evitar que los muertos regresen, es decir, ¡pueden
regresar! Los tabúes impiden que la sociedad entre en contacto y se contamine con los
muertos a partir de disposiciones precautorias con los familiares porque “el espíritu del
difunto no abandona a sus deudos, no deja de rondarlos durante el periodo de duelo”. El
muerto parasita al deudo que, entre la retención y el arrebato de la pérdida, recorre pieza
por pieza los recuerdos y las expectativas que lo ligan a él.

Aunque estén irremediablemente intrincadas, la pérdida del objeto y la pérdida


de la posición libidinal no se superponen. Esa distinción revela que el término renuencia,
en el contexto de la cita freudiana, es una de las dimensiones de la desmentida: aunque la

13
Sigmund Freud: “Complemento metapsicológico a la doctrina de los sueños” (1917 [1915]), en Obras
completas, 2a Edición de la 14a Reedición, Vol. XIV. Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1986, p.232.
14
La desolación del deseo es ambigua, puesto que refiere tanto a lo arruinado como a lo vacío. A partir
de Freud, “el mundo se ha vuelto pobre y vacío”, podemos considerar que, en el duelo, pobre y vacío no
nombran dos momentos idénticos.
realidad de su veredicto, no por ello la ausencia de la persona amada es otra cosa que una
ausencia, de allí que en el extremo de la renuencia esté la psicosis alucinatoria de deseo
evidenciando el carácter profundamente problemático que la realidad tiene en el duelo,
pero también los espectros, pseudoalucinaciones, las visiones, los sueños, el acting out –
como se mencionó al comienzo – en suma, modos de diálogo de los cuales no se pretende
hacer un catálogo, con lo que está sin decidirse entre un más acá y un más allá. Es más
bien la realidad la que se pone a prueba por el duelo y sus fenómenos, puesto que ya no
hace de pantalla a lo real que velaba la persona amada.

En este sentido, la renuencia es el aspecto más prolífico del duelo, el lugar por
donde, en un análisis, la desmentida muestra el hilo del cual cada quien podrá tirar para
encontrar el modo de concebir su pérdida en los terribles momentos de discontinuidad e
intermitencia del duelo, concepción que se gesta entre el momento de la ausencia – del
muerto como desaparecido – y ese segundo tiempo de su escritura como falta que
inaugurará la pérdida en el primer tiempo sólo en algunas ocasiones. La falta escribe la
ausencia como pérdida. Esa falta advendrá como una invención del enlutado.

Es función del análisis reintroducir lo imposible en ese espacio aberrante del


discurso que emana de la desmentida, vía la renuencia en sus variadas intensidades, para,
tal vez, encontrarnos con la falta retornando al sujeto según lo planteado por Lacan en el
Seminario 10 cuando afirma que “no estamos de duelo sino por alguien de quien podemos
decirnos “Yo era su falta”. Estamos de duelo por personas a quienes hemos tratado bien
o mal y frente a los cuales no sabíamos que cumplíamos esa función de estar en el lugar
de su falta”15.

La mamá de F.16 se quitó la vida cuando él tenía un poco más de veinte años.
Tiempo después llegará a análisis por un enojo incesante con su novia que dificulta la
convivencia. En el transcurrir de las entrevistas, F. advierte con asombro que reproduce
escenarios de enojos muy parecidos a los que montaba su madre con quienes la rodeaban:
la misma severidad, los castigos, las venganzas domésticas. La ausencia de su madre es
una presencia diaria en la tristeza que lo tiene atribulado, una herida abierta;
cotidianamente habla con ella en charlas imaginarias y un temor sombrío amenaza el paso
durante los meses “malos” que llevan fechas luctuosas que lo atormentan más aún.

15
Jacques, Lacan: Seminario 10: La angustia. (1962-1963), Primera edición, Ciudad Autónoma de Buenos
Aires, Paidós, p. 155.
16
El sueño relatado a continuación y el material asociativo fue extraído de un pasaje del libro de Fochi.
Después de un periodo de separación de su novia, F tiene una relación amorosa, que lo
entusiasma, con otra chica. Durante ese tiempo sueña:

“Tuve un sueño el sábado a la noche. Me dejó muy angustiado. Me despertó.


Estaba con mi tío, el hermano de mi mamá. Era actual. Íbamos a buscarla a mi vieja a
algún lado. Me costó darme cuenta en qué momento estaba yo. ¿Mi vieja estaba en sillas
de ruedas y no me reconocía a mí? (Se le inundan los ojos de lágrimas). Era un lugar
grande, no era un geriátrico, o no sé. Estaba en la entradita, intenté hablar con esa persona
de la entrada ¿alguna palabra? Mi tío se había quedado atrás o a un costado. Mi vieja se
quedaba mirándome como diciendo ‘¿y éste quién es’? El tipo de la entrada le decía ‘mirá
quien vino’. Ella hacía un gesto como diciendo ‘quién será’ y contestaba vagamente un
‘ah, sí. Mirá que lindo chico…”, no sé si me dijo ‘es profesor o estudiante’, o sea,
cualquiera. Me quedé dos o tres segundos y volví a hablar con el de la recepción. Le
estaba firmando algo con un nudo en la garganta, ya no podía ahogar el llanto. Me
despierto.”

Luego asocia:

“Cuando me llamaron, me llamó alguien del vecindario. El tipo me dice: ‘Tu


mamá tuvo un accidente’. Yo le digo: ‘Y bueno, ¿pero cómo está? En esos segundos, dos
o tres o menos, pienso: ‘Mirá si queda estropeada, paralítica, hemipléjica, en coma grave’,
hasta que me responde: ‘Falleció’. La vi en el sueño como se me cruzó en esos segundos.
Mi tío me llevó esa noche para allá y se volvió para acompañar a mis abuelos.”

El duelo comienza a escribirse en esas dimensiones paralelas que lo entrama en


la Otra escena donde el circuito de la demanda y del deseo se puede poner a jugar en la
transferencia.

Ese sueño que vía la desmentida parece retener un objeto construido al modo del
fetiche, deteniendo la imagen en el momento previo al horror, ese sueño que retiene viva
a su madre, llama a que coloque su rúbrica, a que una pérdida se escriba a nombre propio;
la devuelve a ella y le devuelve a él, su propia muerte.

Los duelos, podemos decir, impiden que los muertos regresen anudando la historia
entre lo perdido, su presencia reforzada por la ausencia y la renuencia ante esa ausencia
porque no se sabe qué hacer con la presencia de algo que no es aquel que se fue sino otra
cosa: sus restos. No sólo sus restos cadavéricos, sino sus restos de goce, su vida inacabada,
las hilachas de su amor, la voz en pequeñísimos ecos desvanecientes. En suma, ese resto
que ya no es humano, pero que pertenece sin embargo a este mundo. “Este ‘resto’, ¿será
el mundo mismo?”17.

“Todo eso había sido arrancado de ella y las raíces se habían muerto: no había
modo de transplantarlas a días nuevos. Metió los zapatos en una caja. Si habían hecho
eso con la madre, ¿por qué no hacerlo con un par de zapatos crueles? Imaginó vidas
como si se pudiera elegir. La diferencia entre una vida real y una imaginada, pensó, es
que la real se mueve sola y a la otra hay que ir arrastrándola como a un carro, a fuerza
de ponerle detalles aquí y allá y no abandonarla nunca.”18

17
Anne Dufourmantelle: Entre vivos y muertos, en “La mujer y el sacrificio. Desde Antígonas hasta
nosotras”, 1a Edición, Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Nocturna Editora, 2022, p. 20.
18
Alejandra Kamiya: El sol mueve la sombra de las cosas quietas. En ‘Un círculo pequeño’. 7ma
Reimpresión, Buenos Aires. Bajo la luna, 2022.

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