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EL DOLOR DE EXISTIR

noviembre 29, 2019


Antonio Bello Quiroz
La clínica psicoanalítica es un espacio singular donde la angustia, la imposibilidad
o las impotencias tienen una escucha. A diferencia de cualquier otra terapéutica o
práctica “psic”, la que se practica en psicoanálisis no tiene como objetivo disminuir,
atemperar y menos eliminar estas afectaciones del alma; muy por el contrario, es
desde su escucha que es posible mover los hilos inconscientes que determinan
una historia.
El psicoanalista francés Jacques Lacan acuña una expresión, “el dolor de existir”,
que bien podría tomarse como el paradigma de lo que se escucha en ese espacio
que es la clínica en psicoanálisis. Y una afección en particular se toma como el
paradigma del abatimiento que aqueja al sujeto, escribe el psicoanalista: “No hay
ser que exprese de una manera más patética el dolor de existir y el sufrimiento
como el melancólico.”
El interés de Freud por la melancolía surge en 1895, en el Manuscrito G. Allí
quiere situarla y observa que no tiene el mismo mecanismo fisiológico que atribuía
a las neurosis actuales y psiconeurosis (recordemos: descarga insuficiente). No
entraba en sus clasificaciones, ni en las actuales ni en las de transferencia. De él
recogemos esta definición que resulta tan actual: “La melancolía se caracteriza
psíquicamente por un estado de ánimo profundamente doloroso, una cesación del
interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de
todas las funciones y la disminución del amor propio. Esta última se traduce en
reproches y acusaciones, de que el paciente se hace objeto a sí mismo, y puede
llegar incluso a una delirante espera de castigo. Este cuadro se nos hace más
inteligible cuando reflexionamos que el duelo muestra también estos caracteres, a
excepción de uno sólo: la perturbación del amor propio.”
Los estados melancólicos han llamado insistentemente la atención de los
estudiosos del alma; sin embargo, siguen siendo una afección difícil de clasificar.
La melancolía suscitó importante interés en los psiquiatras alienistas franceses del
siglo XIX. Émile Ésquirol la llamaba “lipemanía” (lype, tristeza) o “monomanía
triste”, en lugar de “melancolía”, que era un término —dice— más cercano de los
poetas y los moralistas.
Desde entonces se hace de la melancolía una identidad inespecífica que ha sido
vista como una depresión agravada, hasta prácticamente desaparecer de las
clasificaciones de la psiquiatría que recomienda ubicarla como “síndrome
somático”, de acuerdo con los manuales. La historia de la melancolía en el campo
de la ciencia remite a la tradición de la psiquiatría francesa, para la cual la
melancolía no era otra cosa que la conciencia del estado del cuerpo; la afección
también nos remite a una tradición más rica por el lado de la psiquiatría alemana,
que observa en ella un movimiento helicoiteral, es decir, de “pensamiento sobre el
pensamiento”.
Una lectura distinta de esta pasión del alma se hace desde el psicoanálisis, que
reconoce de entrada el terreno pantanoso en que se mueve esta pasión del alma,
consagrada por Aristóteles a Saturno, el dios de la tristeza, en su “Problema XXX”.
Con respecto a la tristeza es necesario señalar lo que nos permite pensar Giorgio
Agamben en su libro Estancias. La palabra y el fantasma en la cultura occidental,
donde nos dice que Aristóteles coloca a la lujuria como una de las características
esenciales de la melancolía. Citando a Aristóteles, el filósofo italiano señala: “El
temperamento de la bilis negra tiene la naturaleza del soplo… De aquí proviene el
que, en general, los melancólicos sean depravados, porque también el acto
venéreo tiene la naturaleza del soplo. La prueba es que el miembro viril se hincha
de improviso porque se llena de viento.”
Y más adelante, el propio Agamben nos hace ver, al concluir la primera parte del
libro señalado, que: “La ambigüedad de la relación melancólica con el objeto era
asimilada así a la maduración canibalesca que destruye y a la vez incorpora el
objeto de la libido; y detrás de los ‘ogros melancólicos’ de los archivos legales del
ochocientos vuelve a levantarse la sombra siniestra del dios que se traga a sus
hijos, aquel Cronos-Saturno cuya asociación tradicional con la melancolía
encuentra aquí un fundamento ulterior en la identificación de la incorporación
fantasmática de la libido melancólica con la comida homofágica del depuesto
monarca en la edad de oro.”
El interés de Sigmund Freud por la melancolía lo lleva a pensarla como un
“vaciamiento del yo”; se trata, dice en 1924, de una “neurosis narcisista”. Ya
mucho antes, en las cartas a su amigo Fliess, mencionaba su interés por esa gran
excitación psíquica propia del enfermo melancólico, que parece abrumarlo a tal
punto que termina por cavar una especie de agujero en el psiquismo, por el que se
derrama y se pierde sin cesar la energía sexual psíquica, en otras palabras, la
libido. Coincidiendo con esta apreciación, es notable el estado de postración típico
del enfermo melancólico y la inhibición generalizada que él indica.
La expresión de “anestesia psíquica” parece ser acertada para calificar la apatía a
la que parece resignado el aquejado de melancolía. A diferencia del sujeto
depresivo, el melancólico no intenta siquiera aliviar su sufrimiento, se ve sumido
en el mutismo, como si estuviera marcado por una oscura fatalidad, o mejor aún,
como si con nada pudiera cubrir la oscura fatalidad que condena a lo humano.
Convencido de lo inevitable de su mal, ofrece un discurso que lo explica centrado
en una lógica puramente formal, sin que se transparenten las representaciones o
los afectos correspondientes.
Este modo de razonamiento circular refuerza en el plano del discurso la imagen
del agujero característica de la melancolía, como en remolino. El melancólico vive
en un estado de duelo perpetuo, petrificado; desde ahí, el sujeto se hunde en una
apatía mórbida que lo hace repetir las mismas declaraciones fatalistas con una
voz neutra, sin ninguna entonación particular.
El tenor y sentido de sus dichos en general con frecuencia desenmascaran lo
ilusorio y no reclaman una refutación ni esperan una aceptación, simplemente son
expresados como quien da una sentencia; al subrayar el sin-sentido inherente a la
vida, expresa la certeza de que el destino le habría legado esa verdad mortífera al
designarle de tal modo un lugar de excepción. Se advierte que en esta posición se
anudan sufrimiento y goce. En el melancólico esta unión de significante se vive de
manera tan intensa que se hace uno con su pérdida. El dolor se dibuja en el
horizonte y petrifica la existencia.
En el seminario La ética del psicoanálisis, Lacan señala la complejidad del dolor y
lo ubica más allá de lo físico: “deberíamos quizá concebir el dolor como el campo
que, en el orden de la existencia, se abre precisamente en el límite en que el ser
no tiene posibilidad de moverse”.

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