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Durante mucho tiempo ambos términos, locura y psicosis, fueron tomados como
sinónimos o equivalentes, refiriéndose con ellos, desde el saber popular, como
“enfermedad mental”. Sin embargo, a comienzos de siglo XX se empezaron a
diferenciar las expresiones locura (folie) y psicosis (psychoses) aunque sin fundamentar
sus peculiaridades, circulando la idea de menor a mayor gravedad o patología en lo
referido a lo distintivo entre una y otra.
En esta referencia define que locura sería esencial a todos, propia del ser hablante, y
termina la frase citada agregando que sería “locura de otro estilo no tener la locura de
todos”, haciendo alusión entonces a psicosis propiamente dicha, en el terreno de lo
patológico, no ya como algo relativo al ser “normal”, profundizando años después en su
estudio sobre psicosis al enlazarla con el concepto de forclusión del Significante del
Nombre del Padre como característica diferencial, mientras que locura, como veremos,
quedaría relacionada con el “modo imaginario”. Dice textualmente Lacan en “Acerca de la
causalidad psíquica” respecto de la locura, al definirla como manifestación u observable
clínico:
“...podemos verla aplicarse particularmente a cualquiera de esas fases a través de las
cuales se cumple más o menos en cada destino el desarrollo dialéctico del ser
humano”.
Veamos el concepto de locura propuesto por Lacan que remite a las definiciones
hegelianas en tres puntos: desorden del mundo, ley del corazón y alma bella.
Observando asimismo que son evidentes sus referencias a conceptos freudianos como
narcisismo, principio de placer - principio de realidad y desmentida (aunque no se refiere
a este mecanismo de defensa explícitamente). Tengamos en cuenta que el concepto de
narcisismo de Lacan plantea la imposibilidad de la identidad "yo = yo", que es justamente
lo que intenta realizar o en lo que cree el loco. En ese sentido, el yo, en tanto que tal, es
esencialmente paranoico. Como dice Lacan:
Ante “el desorden del mundo” es que el loco querría imponer “la ley de su corazón”, y
en tal empresa el sujeto caería prisionero del propio narcisismo. La “ley del corazón” en
Hegel refiere a una ley sólo para sí, individual o personal, no reconociendo lo otro que
supone la ley de “la realidad”.
Enfrentado al “desorden del mundo”, reflejo de desorden del propio mundo del sujeto
proyectado al exterior, el loco procura vérselas ante ello apelando a la “ley de su corazón”.
En otro espacio proponía pensar (Barrionuevo, J. 2010) que la referencia a ese “desorden
del mundo”, aquello que conmueve, que conmociona y enfrenta a lo enigmático y a la
angustia, podríamos enlazarlo a lo que años más tarde Lacan definirá como “lo real”,
como expresión de lo inmanejable, de lo que escapa a la comprensión, considerando
formulaciones posteriores referidas a los tres registros de la experiencia y al nudo
borromeo en el cual se enlazan lo real, lo imaginario y lo simbólico, y define a lo real como
aquello que escapa a las posibilidades de ser pensado, de ser puesto en palabras, que
irrumpe de pronto y resiste a los esfuerzos del sujeto de otorgarle significación. Frente a lo
real, desde lo imaginario y desde lo simbólico se intenta dar cuenta de lo irreductible de lo
real propone Lacan al considerar el nudo borromeo de tres.
Considera Lacan que pretender imponer la ley de su corazón es una “empresa insensata”
en tanto el sujeto no reconoce que el “desorden del mundo” es manifestación misma de
su ser y que lo que experimenta como ley de su corazón es la imagen invertida “tanto
como virtual de ese mismo ser”. Es decir que el desorden del mundo sería proyección del
desorden sentido en sí mismo tal como enunciáramos en párrafo anterior. Observemos
que Lacan emplea una expresión que estaba popularmente referida a la locura:
insensatez, o sinrazón, que caracterizaba acciones y expresiones de los locos. Dice al
respecto Rabinovich, D. (1993) que la ley del corazón “es solidaria de ese revestimiento
libidinal sobre el yo, de ese borramiento del orden del mundo, que constituye ese polo de
la libido narcisista que Freud caracterizó como megalomanía”
Lacan sigue con su desarrollo en el citado escrito considerando que en tanto el yo sería
formación del narcisismo, en el “modo imaginario” (aun no habla de registro imaginario),
la función esencial de la locura sería de desconocimiento. En tanto desconocimiento
doble, de la actualidad y de la virtualidad del ser, el fenómeno de la locura es propio de
lo imaginario, en tanto se produce en el yo que no reconoce que aquello que lo abruma o
perturba es reflejo de su ideal. En este punto en el cual relaciona locura con ideal del yo,
Lacan remite también a Hegel quien plantea que el problema del revolucionario es que
“no reconoce sus ideales en los resultados de sus actos”. Desconocimiento supone el
intento de oponerse a aquello que sin embargo es reconocido. El sujeto quiere imponer
allí, ante el loco desorden, “la ley de su corazón”. Así pues, podríamos decir,
considerando posteriores desarrollos lacanianos, que en el lazo que se plantea entre “lo
real” y el narcisismo, tiene sus bases la locura, recalcando nuevamente que no se está
hablando aquí sólo de psicosis sino de constitución subjetiva, en la psicosis será otra
locura, diferente a la que se puede encontrar en los no psicóticos.
A esta secuencia enunciada por Freud aludiría Lacan cuando enlaza desorden del mundo
- ley de su corazón - narcisismo, y, agregamos ahora, creencia delirante, según lo
planteado por Lacan en el citado artículo. En términos freudianos esto sería: juicio
traumatizante - desmentida de dicho juicio (como desautorización y reconocimiento,
simultáneos) - construcción de fetiche, fantasía o juicio o producción discursiva que
consolida el esfuerzo desmentidor. “Creérsela es de loco”, dice Lacan en el escrito
mencionado, y en la locura es esencial el lugar de la creencia delirante. Lacan da un
conocido ejemplo: estaría loco un hombre si se cree rey, así como también loco está el
rey que se cree rey, o dicho de otra manera: si “se la cree”. Podríamos pensar, para
seguir pensando en las diferencias con las psicosis, que en la expresión “creencia
delirante” el acento debería estar puesto en el término “creencia”.
Dice Lacan:
“La locura es la permanente virtualidad de una grieta abierta en la esencia del sujeto...”, y
más adelante: “no sería el ser del hombre si no llevara en sí la locura como límite de su
libertad”, en tanto al ser del hombre no se lo podría entender sin la locura.
“Sólo una corriente de su vida psíquica no había reconocido la muerte del padre, pero
existía también otra que se percataba plenamente de ese hecho; una y otra actitud, la
consistente con la realidad y la conformada al deseo, subsistían paralelamente”.
Por su parte Lacan ubica la creencia delirante como producto de la locura, y desde este
punto afirma que el fenómeno de la locura no es separable del problema de la
significación para el sujeto, es decir del problema del lenguaje.
En el mejor de los casos se puede responder con el fantasma ante la angustia: porque
la puesta en palabras del “modo imaginario” nos da el fantasma siempre y cuando haya
algo que funcione como complejo de Edipo, esto es, en términos de la dialéctica falo-
castración. Desde el narcisismo, como producto del “modo imaginario” sería el fantasma
el que puede responder ante lo irreductible de lo real que nos golpea permanentemente
en la vida. Pero si algo del orden de lo simbólico falla, se pueden dificultar los pasos que
conducen a la producción imaginario-discursiva que se denomina “fantasma”. Es así
como, pensando en esto, se nos hace clara otra formulación de Lacan acerca de la
locura en su relación con el suicidio, y que podría resumirse así:
- en los cimientos mismos de las identificaciones que hacen al ser del sujeto
se halla el efecto de alienación y su relación con la “tendencia suicida”
expresada en el mito de Narciso.
También toma Lacan de Hegel otra figura de la locura: la idea de la “infatuación del
sujeto”, que es la posición en la cual toda mediación es virtual, es lo dado inmediata y
naturalmente. Se es loco en tanto se desconocería su participación en lo que él mismo
denuncia, afirma Lacan, a lo que califica de insensato. La identificación infatuada es falta
de mediación por prescindir del reconocimiento, no se mediatiza a través del deseo como
deseo de reconocimiento. Es pura captura en lo imaginario del Yo Ideal. El camino hacia
la locura estaría marcado por “la mediación o la inmediatez de la identificación” y “la
infatuación del sujeto”, dice Lacan. La figura del “alma bella” correspondería a un
movimiento de superación de la razón, en un punto en que el ámbito de la
intersubjetividad se encuentra presente, pero negado, desconocido. Desconoce el loco de
esta manera tener que ver con lo que él mismo provoca. Ya Freud, en el caso Dora,
propone este concepto de “alma bella” o “bella indiferencia” para entender la posición de
la histérica que se sorprende ante aquello que habría proyectado y provocado, no
implicándose, reaccionando ante una propuesta o un hacer del otro que no reconoce que
eso fuera producto de su accionar o de su deseo, indignándose al desconocer que ella
tendría que ver con lo que considera es interpretación equivocada sobre su decir o
actuar.
“El narcisismo puede generar la locura del alma bella, la de la ley del corazón en
ambas estructuras clínicas. Los Ideales en torno de los que gira, en cualquiera de
ellas, pueden enloquecer al sujeto al abrir esa falla virtual que todo ser hablante lleva
en sí por acción de lo simbólico, y llevarlo a la acción por la puesta en marcha de esa
agresión suicida del narcisismo”
Es posible afirmar entonces que la locura es el resultado de las maniobras del sujeto
por no querer saber nada de la falta, de la castración, de la barradura de su división,
como fenómeno yoico por la vía de la identificación al Ideal sin mediación, como
identificación plena o masiva, por fuera de la dialéctica que introduce el Otro. Supone
así el loco ser libre, si bien es esclavo del Ideal, de su propio narcisismo.
Veamos, en una viñeta clínica, manifestaciones de la propuesta de Lacan acerca de la
locura:
Charly García, músico argentino, enunciaba similar seguridad a los periodistas luego de
arrojarse a una pileta de natación desde una altura correspondiente a siete u ocho pisos
en un hotel de Mendoza: sabía que a él no le iba a pasar nada, expresó después del loco
salto. Le salió bien, reforzando su locura al oponerse a reconocer que algo podía pasarle,
desconociendo la posibilidad de morir si los cálculos fallaban. O Pity Álvarez, un cantante
de rock, comiendo hongos que habían crecido en alimentos en descomposición en su
cocina, afirmando que a él no le iba a pasar nada, no importándole las medidas de
higiene y seguridad en la conservación de alimentos o negándose a reconocer las
mismas.
“Cuando uno juega, fantasea, se ilusiona, imagina… con fuerza, está loco, por mucho
tiempo o por instantes. Si el adulto se permite la libertad implícita en el juego del niño, en
el fantasear del adolescente… rompe la rigidez que la cultura exige a quien tiene
obligaciones que cumplir y obedece totalmente a ello. Aburrido debe ser no tener
momentos de locura, no poder reírse de sí mismo y compartir con alegría sus
ocurrencias…”
BIBLIOGRAFÍA:
Bousquet, J. P. (1983). Las Locas de la Plaza de Mayo. Bs. As.: El Cid Editor.
Freud, S. (1938). La escisión del yo en el proceso defensivo. Bs. As.: Amorrortu editores.
1986.
Rabinovich, D. (1993). La angustia y el deseo del Otro. Bs. As.: Editorial Manantial.