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Freud para explicar la posición que debe tomar el analista con respecto a la
transferencia amorosa en la cura, dice que resulta fácil, echando mano de
“la moral universalmente válida”, afirmar que el analista no tiene derecho a
aceptar ni a responder a la ternura que el paciente le ofrece y que además
debe manifestarle la necesidad de renunciar a esas tendencias amorosas
para no entorpecer el trabajo.
Sin embargo, luego manifiesta que tal moral debe ser hasta cierto punto
modificada en la situación analítica para lograr el aprovechamiento de la
transferencia amorosa en el tratamiento.
Nos informa que, por una parte, hacer que un analista busque que un
paciente desista del amor que siente por él, equivale a “sofocar lo pulsional,
a la renuncia y a la sublimación”, de tal manera que no llevaría a cabo un
trabajo analítico sino que abriría paso a una involución del proceso, en tanto
hace que se vuelvan a reprimir contenidos que se habrían abierto paso
desde el inconsciente.
Por otra parte, estaría el responder a los sentimientos que el paciente
manifiesta sin incluir los “quehaceres corporales”, con el fin de manipular la
relación. Freud también objeta éste punto al indicar que el tratamiento
psicoanalítico se fundamenta sobre la veracidad, tal manipulación agrediría
directamente la práctica psicoanalítica en el campo de la ética. Además el
hecho de que el médico y el paciente se dejen llevar por sentimientos
tiernos puede tener efectos contraproducentes para ambos.
El médico podría caer en el riesgo de sugestionar al paciente en lo que al
tratamiento respecta, inducir una cura de manera forzada y suponer que
puede liberarlo por este medio de la neurosis. “Si su cortejo de amor (el de
la paciente) fuera correspondido, sería un gran triunfo para la paciente y
una total derrota para la cura”. Una respuesta positiva a la demanda
amorosa proporcionaría al paciente la oportunidad de repetir, actuar lo que
en el análisis debiera devenir como material psíquico. Además, hace que el
médico pierda la capacidad de promover un tratamiento analítico.
Ambas posiciones, la de sofocar y la de acceder a la demanda amorosa del
paciente, son dañinas para el análisis.