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PEC Historia de la filosofía antigua I
EL GOBERNANTE-FILÓSOFO EN LA REPÚBLICA DE
PLATÓN
“No me obliguéis,
entonces, a que muestre
como lo que describo con el
discurso debe realizarse en
los hechos completamente;
pero si llegamos a ser
capaces de descubrir cómo
se podría fundar el Estado
más próximo a lo que
hemos dicho […] hemos
descubierto lo que
demandas: que tales cosas
pueden llegar a existir”1
La obra
La República es uno de los diálogos más ambiciosos de
Platón. En él ofrece una exposición de la teoría de las ideas;
una fundamentación metafísica de su concepción ética por
medio de la Idea de Bien; una teoría de la ciencia; una
suerte de prototeología (en el Libro II, 379a aparece el
1
Platón, Diálogos IV República, Gredos 1988, pág. 138
primer registro literario de la palabra teología2); una teoría
estética; una teoría antropológico-psicológica; una teoría de
la educación; y, especialmente, una teoría político-social.
No es casual el que se aborden sucesivamente tantas
materias: “para Platón el proyecto político está implicado […] en
una concepción filosófica global”.3
La cronología de su elaboración ha sido tema
ampliamente debatido; parece acreditado que Platón debió
componerla desde el 390 a.C hasta el 370,
aproximadamente.
La obra se compone de 10 libros, que la crítica ha
solido agrupar en cinco secciones:
1ª sección (Libro I): diálogo en torno al concepto de
justicia.
2ª sección (Libros II al IV): Platón desarrolla su ideal
político.
3ª sección (Libros V al VII): se abordan las condiciones
que posibilitarían el estado y la justicia ideales. Es la parte
más filosófica de todo el diálogo.
4ª sección (Libros VIII y IX): se exponen las diversas
formas de gobierno posibles y los correspondientes tipos de
hombre que corresponden a cada una.
5ª sección (Libro X): Censura de la poesía. Mito sobre
los castigos y recompensas en la otra vida.
En la República (Politeia, en griego), Platón aborda
pues, entre otros, el tema de la naturaleza de la justicia.
Partiendo de la crítica a la política contemporánea, expone
2
“[…] ¿cuáles serían esas pautas referentes al modo de hablar sobre los
dioses?” Ibídem, pág. 138. La cursiva es nuestra.
3
García Gual, Carlos, “La Grecia antigua”, en Vallespín, Fernando
(ed.), Historia de la Teoría Política, 1, Alianza Editorial 1995, pág. 117.
su concepción de una polis ideal. En apariencia, desarrolla
un proyecto político para la consecución de lo que juzga la
mejor sociedad posible. Y decimos en apariencia, porque
algunos críticos ponen en duda que Platón pretenda tal
cosa.4 Sea como fuere, las ideas políticas y sociales de
Platón, tal como él las expuso en este diálogo y en otros (en
particular, en El Político y en Las Leyes) constituyen un
capítulo fundamental en la historia de la filosofía o teoría
políticas.
4
“no hay en absoluto evidencia de que en la República de Platón se esté
propugnando nada […] está muy lejos de ser evidente […] que el sentido
de esa construcción sea que en efecto ella deba conducir a alguna figura de
”, Martínez Marzoa, Felipe, Historia de la Filosofía I, Akal 2010,
pág. 116.
observaba con disgusto la emergencia de una nueva clase
social que, habiéndose hecho con el poder político,
promovía la guerra en pos de la búsqueda de beneficios.
En la consolidación de Atenas como potencia
imperialista, Platón descubre el germen de su perdición. El
imperialismo habría traído consigo un interés espurio ajeno
a la ciudad (belicismo e interés económico). Con el añadido
de la retórica sofista, que al defender la tesis de que la
justicia es patrimonio del más fuerte, sancionaba desde el
punto de vista intelectual la política vigente, habrían caído
en el olvido las costumbres, la autonomía y el ethos que
habían caracterizado a la Atenas de Solón, célebre
reformador de las leyes de atenienses (y tío de Platón).
Desde su punto de vista, esta democracia (a la que
responsabiliza de la muerte de su maestro, Sócrates), no
hunde sus raíces ni en la tradición griega arcaica, ni en la
instaurada por Solón, sino en la mera lucha por el poder,
que deviene en enemistad y belicismo. Lo que había sido
guerra exterior contra otras ciudades por la hegemonía, se
transforma ahora en discordia civil y pugna por el poder en
el interior de la polis.
Tras la derrota de Atenas frente a Esparta en la Guerra
del Peloponeso, los aristócratas instauran con apoyo de
Esparta el llamado Gobierno de los Treinta Tiranos. Este
gobierno despótico, en el que figuran parientes de Platón,
es derrocado al cabo de poco menos de un año, en el
transcurso del cual ha tenido tiempo de asesinar a más de
mil ciudadanos y metecos. Algunos de los personajes de la
República están relacionados con ese gobierno (Glaucón y
Adimanto). Además, durante diálogo se alude con respeto a
otros, como es el caso de Critias, tío de Platón, que había
estado al mando de los Treinta Tiranos, o de Cármides.
Platón, no obstante, les disculpa. Cree que, si participaron,
lo hicieron debido a un error fruto de la ignorancia, que los
habría llevado a confundir la Patrios Politeia5 con la
oligarquía, en la suposición de que el elemento decisivo en
la polis lo constituye exclusivamente la minoría dirigente,
menospreciando así las funciones potenciales del pueblo, al
que sólo asignaban la obligación de someterse y obedecer.
En la República, Platón expone que, en efecto, en la ciudad
ideal debe existir una clase dirigente especializada (el
gobernante-filósofo); pero ello no obsta para que todas las
clases sociales tengan una función concreta que
desempeñar, y que entre todas ellas deba imperar una
armonía lograda por intermedio de la razón (dialéctica) y,
en su defecto, como habrá de resignarse a reconocer el viejo
Platón, de las leyes.
6
Platón, Diálogos… pág. 92
7
Ibídem, pág. 98
8
Ibídem, pág. 99
discute es si el alma, en tanto que gobierna y armoniza
todas las acciones del hombre, no llevará a cabo su función
de modo óptimo si opera de conformidad con la justicia.
Todos los presentes se muestran de acuerdo con Sócrates,
coincidiendo en que los hombres justos son al mismo
tiempo virtuosos y felices. Sin embargo, Sócrates desbarata
esta conclusión. Les hace ver que lo único que se ha
acordado es que la justicia es más sabia que la injusticia,
que trae más ventajas que aquélla, que conduce a la
felicidad, pero que lo cierto es que la pregunta originaria
sigue sin ser respondida, dado que no se ha dado respuesta
satisfactoria a qué es la justicia, y el ignorarlo equivale a
reconocer que hay que poner todas las afirmaciones previas
entre paréntesis.
En este punto, Glaucón interviene para argüir que lo
decisivo no es tanto averiguar cuál sea la esencia de la
justicia, como reconocer que los efectos que produce son
deseables, puesto que, además de hacer felices a los
hombres, les depara la estimación del prójimo. Sócrates
discrepa de modo absoluto: sólo es posible estar
verdaderamente convencido de algo, en este caso de la
bondad de la justicia, y, por tanto, elegir sin restricciones lo
bueno, si se conoce qué es en sí la justicia, es decir, si se
conoce su esencia. Glaucón, entonces, replica afirmando
que la justicia carece de esencia, no es algo en sí misma,
sino que se trata de una convención. Trata de justificar su
afirmación del modo siguiente. Aunque llevar a cabo una
injusticia es considerado como algo malo, es mucho peor,
desde el punto de vista del propio interés, el padecerla, de
modo que los hombres, para protegerse de las malas
acciones ajenas “juzgan ventajoso concertar acuerdos entre
unos hombres y otros para no cometer injusticias ni sufrirlas. Y a
partir de allí se comienzan a implantar leyes y convenciones
mutuas, y a lo prescrito por la ley se lo llama ‘legítimo’ y ‘justo’.
Y este, dicen, es el origen y la esencia de la justicia, que es algo
intermedio entre lo mejor -que sería cometer injusticias
impunemente- y lo peor -no poder desquitarse cuando se padece
injusticia-; por ello lo justo […] es deseado no como un bien, sino
estimado por los que carecen de fuerza para cometer injusticias;
pues el que puede hacerlas y es verdaderamente hombre jamás
concertaría acuerdos para no cometerlas ni padecerlas, salvo que
estuviera loco. Tal es por consiguiente la naturaleza de la
justicia”9.
Dicho de otro modo, “bueno” resulta ser lo que los
hombres han convenido que lo sea, y el aprecio y el deseo
que lo bueno suscita se debe al respeto y la aceptación que
hacia él tiene una mayoría incapaz de vulnerar
impunemente las leyes. Si todo el mundo fuera libre para
actuar como le pluguiese sin que se le castigara por ello, se
cometerían grandes crímenes. Para ilustrar su punto de
vista, Glaucón procede a relatar el mito del pastor Giges:
Giges, pastor lidio, se hallaba apacentando su ganado
cuando estalló una gran tormenta, a consecuencia de la cual
se abrió una sima. En ella encontró un caballo de bronce en
el que había un cadáver. El muerto portaba un anillo que
Giges cogió y se puso en el dedo. Cuando, más tarde,
hablaba con otros pastores, descuidadamente le dio la
vuelta al anillo y se percató de que, al hacerlo, se tornaba
invisible. Investido de este poder, consiguió introducirse en
palacio; una vez allí sedujo a la reina, asesinó al rey y se
apoderó del trono. Glaucón añade que, de haber dos sortijas
como aquella, de las que pudieran disponer
respectivamente un hombre justo y malvado, ambos se
comportarían de modo análogo. Y si de la injusticia se
9
Ibídem, págs. 106-107.
derivaran premios y aplauso, con seguridad que los justos
serían mucho más desdichados que los injustos.
Sócrates, por descontado, se muestra en total
desacuerdo, y aduce que de ningún modo juzgaría como
virtuoso a aquel que no fuera injusto exclusivamente por
mera ineptitud para serlo o que se ciñera a remedar las
formas y ademanes de la virtud. En este punto interviene
Adimanto exponiendo el siguiente argumento en favor de
la postura de Glaucón: puesto que no es raro comprobar
cómo en el mundo la maldad es a menudo recompensada
con riqueza y consideración, y, por otra parte, los maestros
suelen mostrar lo fácil que resulta transitar por el camino
del vicio en comparación con lo arduo que resulta hacerlo
por la senda de la virtud, está, entonces, por demostrar el
que la justicia sea un bien en sí mismo, y un objeto deseable
en cualquier circunstancia.
15
Ibídem, pág. 197.
16
Ibídem, pág. 199.
formar una sola familia. Sólo si la solidaridad entre los
guardianes es tal que obren como si de un solo ser se
tratara, serán capaces de mantener incólume la unidad y
armonía de la polis, que de esta forma, unida, marchará bajo
el dictado de la razón; y como la razón es una y la misma
para todos, carecerá de relevancia el que gobierne uno sólo
o muchos.
17
Ibídem, págs. 342-343
Por tanto, solamente los filósofos, que están libres de
cualquier ambición mundana, deben ser los llamados a
gobernar las ciudades. Además, también se dedicarán a
enseñar a sus conciudadanos, conduciéndoles paso a paso
por el camino de la filosofía, utilizando para ello el método
de la dialéctica, a través de una serie de interrogantes que,
poniendo en cuestión sus convicciones más arraigadas, los
lleve a comprender las verdades del mundo inteligible.
Dicha formación debe comenzar a edad muy
temprana, cuando los niños no han sido aún cegados por la
costumbre del error, enseñándoles matemáticas y
geometría, que servirán para fortalecer su capacidad de
razonar y dar claridad a su inteligencia. En la adolescencia
se les introducirá en la dialéctica como método que les
conducirá al conocimiento. De entre todos, aquellos que
demuestren estar más preparados se consagrarán en
exclusiva a la filosofía; y de entre estos últimos saldrán, por
turno, los gobernantes de la polis ideal, la cual no alcanzará
la perfección a menos que se encomiende a los filósofos el
gobierno o, todavía más difícil, que, en su defecto, los reyes
y gobernantes se conviertan en filósofos.
Platón, por boca de Sócrates, lleva a cabo en esta parte
una defensa firme de la filosofía como consustancial a la
perfección política, pero, asimismo, parece poner en duda,
por boca del resto de contertulios, la posibilidad de que la
ciudad ideal llegue a tornarse real alguna vez. Los
ciudadanos, por ejemplo, están todavía muy lejos de
apreciar el valor de la filosofía y de los filósofos; parece,
entonces, improbable que se avengan a modificar el modo
común en que se educa a los niños, sin lo cual no podrán
llegar forjarse esos gobernantes ideales. Sócrates replica que
será preciso arrebatar a sus familias a los niños y jóvenes
mayores de diez y confinarlos en el campo, aislados de toda
influencia foránea. Pero este secuestro a gran escala, por
bienintencionado que sea, tampoco parece algo muy
factible. Glaucón se hace portavoz de tales contradicciones
cuando declara: “me parece, Sócrates, que has dicho muy bien
cómo se generará tal Estado, si es que alguna vez llega ha de
generarse”18.
18
Ibídem, pág. 377.
Por contra, la armonía que impera en la polis ideal deja
lugar para cualquier tipo de hombre. La única ley será la de
la razón universal, que hará superfluas cualesquiera otras.
Por medio de la razón, los ciudadanos alcanzarán la
máxima perfección posible, de acuerdo con la naturaleza de
cada cual. En ninguna otra cosa consiste la felicidad, que
sólo alcanza el que marcha por el camino de la verdad y
obra de conformidad con la virtud. Y la recompensa no la
hallará sólo en este mundo: “cabe suponer, por consiguiente,
respecto del varón justo, que, aunque viva en la pobreza o con
enfermedades o con algún otro de los que son tenidos por males,
esto terminará para él en bien, durante la vida o después de haber
muerto. Pues no es descuidado por los dioses el que pone su celo
en ser justo y practica la virtud, asemejándose a Dios en la
medida en que es posible para el hombre”19.
Conclusión
El concepto de justicia que Platón expone en la
República no tiene como fundamento ni la idea de isonomía20
ni la de isegoría21, es decir, la igualdad de los ciudadanos
tanto ante la ley como a la hora de tomar decisiones
colectivas, sino la de “armonía”. Esta justicia “armónica” es
el resultado que se produce cuando cada cual ocupa en la
ciudad el lugar que le corresponde y cumple la función que
tiene asignada en el marco de un sistema jerárquico y
aristocrático, en el cual unos deben ordenar y el resto
obedecer: “a unos corresponde por naturaleza aplicarse a la
filosofía y al gobierno del Estado, en tanto a los demás dejar
19
Ibídem, pág. 485.
20
Entendida como igualdad de derechos civiles y políticos
21
Entendido como “el derecho a ser escuchado”; en términos
contemporáneos: libertad de expresión.
incólume la filosofía y obedecer al que manda”22. En la cúspide,
los “mejores” toman las decisiones y se encargan de la
defensa y protección de la polis23, mientras que los demás se
dedican a trabajar y producir, en virtud de una división del
trabajo que, de acuerdo con Platón, se fundamenta en la
diferente naturaleza que estos y aquellos poseen. La política
no es tanto un privilegio como un oficio especializado
reservado a los guardianes debido a su conocimiento, a la
naturaleza de que están dotados y a la selecta educación
recibida, en tanto que a los ciudadanos de las clases
inferiores, trabajadores manuales, comerciantes y
agricultores, consagrados a la práctica de oficios serviles, se
les aparta de toda intervención en la toma de decisiones
comunes; las virtudes a que pueden aspirar los miembros
de estas clases, congénitamente ineptas para elevarse por
encima de la apariencia y lo contingente en pos de la
verdad y del bien, son la de la obediencia y la templanza.
Platón ha llegado a esta idea de justicia en la polis a
partir de dos presupuestos. Por un parte, que la política es
un arte (tékne) y, como cualquier otro, debe ser competencia
exclusiva de profesionales especializados. Por otra, que a la
división del alma en tres partes 24 corresponde asimismo la
del Estado25. Sólo es posible establecer un buen gobierno en
la polis, satisfactorio para todos, por vía de la subordinación
22
Platón, Diálogos…, pág. 283
23
El joven Platón, en su Carta VII ya había escrito que “no acabarán
los males para los hombres hasta que llegue la raza de los puros y
auténticos filósofos al poder o hasta que los jefes de las ciudades,
por una especial gracia de la divinidad, no se pongan
verdaderamente a filosofar”, citado en Quesada, Fernando, “Ética y
política: sobre la relación entre filosofía moral y filosofía política.
Una aproximación histórica-conceptual, en Gómez, Carlos y
Muguerza, Javier, La aventura de la moralidad (paradigmas, fronteras y
problemas de la ética), Alianza Editorial 2016, pág. 243.
24
Racional, irascible y concupiscible.
de los ciudadanos a una aristocracia de expertos. Se trata de
un régimen aristocrático en sentido (etimológicamente)
estricto (gobierno de los mejores, tal y como Platón entiende
“mejores”) en que la acción política está exclusivamente
reservada a los guardianes, de entre los cuales solamente
los gobernantes-filósofos ostentan el poder político real de
tomar decisiones últimas sobre asuntos colectivos.
Platón expresa en la República su rechazo de la
democracia ateniense, tal y como él la había experimentado
y tal y como la entendía. La aristocracia intelectual de
expertos que gobierna su polis ideal, sin embargo, tiene
poco o nada en común con la antigua nobleza oligárquica
ateniense. Ahora bien, lo cierto es que, en términos
prácticos, el proyecto político platónico parece consagrar,
por vía indirecta, algunos de los presupuestos ideológicos
medulares de aquella oligarquía: el poder político es
exclusiva competencia de los mejores; a los trabajadores,
embrutecidos por el desempeño de oficios manuales, no les
queda sino someterse y acatar las órdenes. Es cierto, por
otra parte, que el proyecto aristocrático platónico se funda
en la excelencia del alma, que supera con mucho a la del
cuerpo, y, por ende, otorga la preeminencia a los filósofos,
rigurosa y estrictamente seleccionados y educados, y, en tal
medida, se distingue netamente de los cánones
característicos de la aristocracia de casta. Pero lo que ambos
tipos de aristocracia comparten, la tradicional ateniense y la
ideal platónica, es el desprecio que el noble virtuoso debe
mostrar por el trabajo manual, que le imposibilitaría
25
“Por consiguiente, y aunque con dificultades, hemos cruzado a nado estas
aguas, y hemos convenido adecuadamente en que en el alma de cada
individuo hay las mismas clases -e idénticas en cantidad- que en el Estado”,
Ibídem, pág. 237. La correspondencia sería: racional-gobernantes
filósofos; irascible-guardianes; concupiscible-trabajadores,
comerciantes, agricultores.
consagrarse a la elevada misión que tiene asignada. En
ambos casos, la desigualdad que impera entre los
ciudadanos se halla directamente relacionada con
ocupación laboral, que, su vez, depende de una división del
trabajo que se supone enraizada en la naturaleza humana
misma.
Platón, por tanto, no plantea su proyecto como una
vuelta al pasado de la historia de Atenas, como si el
régimen democrático no hubiera existido en realidad, y la
oligarquía tradicional recuperase el poder perdido. Está
muy lejos de postular la defensa de intereses particulares,
privados. Muy al contrario, en la ciudad ideal platónica, la
familia aparece como absolutamente subordinada al Estado,
y la educación y el mérito intelectual constituyen un factor
decisivo en la organización política. Existen otros muchos
rasgos modernos en su programa: la abolición de la
propiedad privada y el igualitarismo entre los guardianes;
la igualdad de hombres y mujeres tanto en lo que se refiere
a la educación como a al acceso al gobierno; el repudio de la
poesía como fundamento de la educación. Si Platón insiste
tanto en la importancia de la unidad y la armonía en la
polis, ello no se debe a un deseo de que la oligarquía retorne
al poder político, sino a una apuesta por el orden como
valor político fundamental. El remedio que él cree haber
encontrado contra la democracia que ha experimentado en
Atenas, contra los enfrentamientos civiles subsiguientes a la
derrota frente a Esparta, contra la demagogia, consiste en
un programa político revolucionario, coherente con su
antropología, su psicología y su metafísica idealista 26, y que
26
“Para Platón resulta insoslayable, ante la decadencia ideológica a la que
había abocado la polis, establecer un nuevo criterio epistemológico para
repensar la realidad. De esta forma, paralela a esta recreación del orden de
la realidad, defiende el pensamiento filosófico como un orden superior de
defiende un ideal de justicia que minusvalora la justicia
material de los ciudadanos (la justa distribución de los
bienes materiales, por ejemplo), para centrarse en la justicia
espiritual (el bien de las almas).
Bibliografía
Gómez, Carlos y Muguerza, Javier, La aventura de la
moralidad (paradigmas, fronteras y problemas de la ética),
Alianza Editorial 2016.
Copleston, Frederick, Historia de la Filosofía. Volumen I. De
la Grecia antigua al mundo cristiano, Círculo de lectores
2012.
Fraile, Guillermo, Historia de la filosofía I. Grecia y Roma,
BAC 2018
Martínez Marzoa, Felipe, Historia de la Filosofía I, Akal
2010.
Platón, Diálogos IV República, Gredos 1988.
Sabine, George. H, Historia de la teoría política, Fondo de
Cultura Económica 2016.
Martínez Arancón, Casas Santero, Casas Santero, Ideas y
formas políticas. De la Antigüedad al Renacimiento, Uned
2010.
Vallespín, Fernando (ed.), Historia de la Teoría Política, 1,
Alianza Editorial 1995.