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Gustavo Trifiló
En este estado de cosas, pareciera no quedar más opción que pensar el valor
de la figura socrática en la historia de la disciplina, a partir del personaje que
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Platón nos ha entregado en sus obras. Y si bien existe acuerdo en considerar a
los diálogos tempranos los más fieles a la figura histórica del maestro (tomando
a la teoría de las ideas como el punto a partir del cual se desarrolla el
pensamiento platónico) no falta quienes critiquen tal postura, ya que las
diferencias establecidas para “extraer” al verdadero Sócrates y separarlo del
Sócrates platónico son difíciles de sostener, y porque además, aún siendo
cierta la división, cabe la posibilidad de que se trate de la evolución intelectual
de un pensamiento y donde, desde un primer momento, estaríamos ante un
Sócrates platónico.
Es fácil prever que nadie tendrá la última palabra al respecto. Pero lo más
importante es que la “literatura socrática” da cuenta de la poderosa influencia
que Sócrates ha generado: “(…) La filosofía ha sido el móvil de su existencia,
de su actuación y de su sacrificio supremo; y la reconstrucción de su
pensamiento debe explicar tal consagración de toda una vida a costa también
de la muerte; debe explicar el influjo espiritual ejercido en discípulos tan
diferentes como Platón y Jenofonte, Antístenes y Aristipo, Euclides y
Alcibíades, Fedón y los ex discípulos de Filolao, etcétera; debe explicar esa
devoción despertada en todos ellos, que, en lugar de borrarse con la condena
del maestro, parece sacar de su muerte impulso para la exaltación de su
memoria (…)” Sócrates, Rodolfo Mondolfo.
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humanos en detrimento de las preocupaciones relativas al “cosmos” debe
relacionarse con esta situación político-social y la evolución de los intereses
intelectuales que en ella se producen. “En efecto, -escribe François Châtelet en
La Invención de la Razón- en la democracia la palabra se convierte en reina.
Hasta entonces las decisiones eran en general tomadas en secreto por los
aristócratas. Las familias nobles deliberaban y luego anunciaban al público la
decisión adoptada para el conjunto de la colectividad. En esas ciudades
tradicionales, la educación era sobre todo moral y militar. Se le concedía poco
valor a la palabra. Se habla poco y, cuando se habla, se recitan los viejos
poemas tradicionales que glorifican los orígenes misteriosos de la ciudad. En la
ciudad democrática la palabra se va a imponer y el que la domine va a
dominar”.
Para entender mejor como llega el accionar socrático a este punto, conviene
que nos detengamos un momento para introducirnos en la representación
mesiánica que Platón nos entrega sobre su maestro en la Apología, pues
Sócrates alega en su defensa tener para sí una tarea redentora, purificadora de
almas, una misión que el oráculo de Apolo le ha encomendado, incluso afirma
que por tal ocupación debieran premiarlo como a los grandes atletas. Tras
escuchar el relato de su amigo Querefonte, consciente de su ignorancia,
perplejo ante las palabras del oráculo, Sócrates comienza a interrogar a sus
conciudadanos, sobre todo a aquellos que pasan por sabios, para confrontar la
afirmación del dios con los hechos o para encontrarle algún sentido oculto, ya
que un verdadero dios no puede mentir ni equivocarse. Al final de esta
pesquisa comprende entonces lo que el dios quiso decirle: los demás creen
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saber y en realidad no saben ni tienen conciencia de su ignorancia mientras
que él, Sócrates, sí es consciente de su ignorar y ése es su único saber, la
conciencia adecuada de su humanidad. Convencido así de su “sabiduría”,
Sócrates comprende que su destino es continuar entonces su exasperante
tarea exhortadora con sus conciudadanos, ocupación con la que despertará
odios que le acarrearán la posterior acusación y condena por “impiedad y
corrupción de la juventud”. En cada lugar público, en la calle, en la plaza o en el
gimnasio, Sócrates persiste en su intención de problematizarlo todo con sus
preguntas, con su ironía y su arte para “hacer parir” la verdad, la que sólo
puede hallarse de manera auténtica en la conversación, encontrando el
interrogado por si mismo, en las profundidades de su espíritu, conocimientos
que ya poseía sin saberlo.
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presente que este saber es vano si no va dirigido a iluminar la realidad del
hombre”.
Como bien afirma el autor del Diccionario de Filosofía, “Las controversias con
los cosmólogos y con los sofistas no constituyen, empero, un desprecio de la
filosofía; representan una oposición a seguir filosofando dentro del
engreimiento, la satisfacción y la suficiencia. (…) Los cosmólogos y los sofistas
habían pretendido poseer muchos saberes; olvidaban, según Sócrates, que el
único saber fundamental es el que sigue al imperativo ‘conócete a ti mismo’”.
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del pensamiento socrático amplificado en obras maduras donde las distintas
disciplinas filosóficas (ética, metafísica, ontología, etc.) se encuentran ya
sumamente cohesionadas.
■ Bibliografía consultada:
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