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Lo espeluznante de sí en Nocturno de Chile de Roberto Bolaño

Myriam Orellana

Este espacio explora la novela Nocturno de Chile de Roberto Bolaño a partir de los cruces
entre visualidad y ficción narrativa. Se busca revelar como lo espeluznante (Fisher, 2018)
opera en la figura doble ‘‘el joven envejecido’’ y a través del lenguaje visual pictórico en la
cita a Vasarely. Se propone a modo de lectura que, lo espeluznante no tan sólo opera en
formas de suspense, sino también como mediación de signos sociales que ‘‘muestran’’ a
través de una falta de presencia y ausencia de sujetos y objetos, la manifestación de
problemáticas culturales yexistenciales. En este caso, el horror en la conciencia de Urrutia
quien se niega a aceptar lo real, y la complicidad con el poder.

En relación con el análisis considero lo propuesto por Mark Fisher en Lo raro y lo


espeluznante (2018) donde plantea que ambas manifestaciones tienen en común una cierta
preocupación por lo extraño. Primero define lo raro como, ‘‘aquello que no debería estar
allí’’. Precisa el crítico, ‘‘La forma que quizá mejor define lo raro es el collage, la unión de
dos o más cosas que no deberían estar juntas. De ahí la predilección del surrealismo por lo
raro, donde se entendía el inconsciente como una máquina de montaje, un generador de
extrañas yuxtaposición’’ (Fisher 12). En cambio, ‘‘lo espeluznante, se constituye por una
falta de ausencia o por una falta de presencia’’ (75). Específicamente, ‘‘lo espeluznante
implica de manera necesaria formas de especulación o suspense que no son un rasgo esencial
de lo raro’’ (76).

De acuerdo a lo planteado, lo espeluznante se expresaría en dos tipos, por una falta de


ausencia y falta de presencia. Ambas formas implican una noción de alteridad, subjetividad
que exceden la experiencia corriente.

El joven envejecido: algo que no debiera estar

Nocturno de Chile (2000) es una novela escrita en modo horror social con toques surrealistas
que escenifica los recuerdos vividos de Sebastián Lacroix en el contexto de la dictadura
chilena y el campo literario. El protagonista es un sacerdote del Opus Dei que se apoda H.
Ibacache, y su figura remite al crítico literario con mayor incidencia pública durante la
dictadura. En el padecer mismo de la enfermedad y la proximidad con la muerte Lacroix es
acosado por una presencia que sólo el parecer ver: ‘‘el joven envejecido’’.
Ahora me muero, pero tengo muchas cosas que decir todavía. Estaba en paz conmigo
mismo. Mudo y en paz. Pero de improviso surgieron las cosas. Ese joven envejecido
es el culpable. Yo estaba en paz. Ahora que no estoy en paz. Hay que aclarar algunos
puntos. Así que me apoyaré en un codo y levantaré la cabeza, mi noble cabeza
temblorosa, y rebuscaré en el rincón de los recuerdos aquellos actos que me justifican
y que por lo tanto desdicen las infamias que el joven envejecido ha esparcido en mi
descrédito en una sola noche relampagueante. (Nocturno de Chile 11)

La presencia del joven envejecido instala una interrupción en la conciencia del protagonista y
en la perspectiva unitaria y coherente de la identidad. Corta con la continuidad del silencio y
la normalidad de los hechos. Esta figura aparece para acosarlo con preguntas, con ‘injurias’ y
violencia. Dice Urrutia, ‘‘Pero aún tengo fuerzas para recordar y para responder a los
agravios de ese joven envejecido que de pronto ha llegado a la puerta de mi casa y sin mediar
provocación y sin venir a cuento me ha insultado’’ (12).

Se trata de una presencia enmascarada que solo él ve y escucha. Pues, no se sabe cuál es la
‘naturaleza’ u origen de esta presencia, si acaso existe o no. O si se trata de una
metaforización del sujeto en tanto conciencia, culpa, memoria o el mismo delirio. Acaso, ¿no
se trata de algo que no debiera estar ahí?

A partir de su irrupción cuando la vida se apronta a extinguirse, Urrutia recurre a la memoria


para encontrar ‘hechos’ a modo de evidencia que permitan contradecir las infamias que le
infiere el joven envejecido. Como si la memoria estuviese exenta de ficción, libre de
contaminaciones imaginarias, el sacerdote utiliza los recuerdos para elaborar su propia
defensa que, como veremos, dejan en la superficie la confesión de actos que lo involucran
con el poder dictatorial y sus contradicciones éticas como ‘‘sujeto religioso’’. Afirmará, ‘‘Yo
no busco la confrontación, nunca la he buscado, yo busco la paz, la responsabilidad de los
actos y de las palabras y de los silencios. Soy un hombre razonable. Siempre he sido un
hombre razonable’’ (12).

No obstante, la afirmación de su discurso anclado en la razón se contradice con los hechos


que recuerda y narra; la complicidad pasiva que mantiene con el poder dictatorial cuando
acepta realizar servicios pedagógicos a la patria, y enseña en pleno secreto marxismo a
Pinochet, sin mediar las consecuencias éticas de su participación. Por otro lado, la
indiferencia hacia un contexto de represión y tortura que se vivía en Chile, escudada en el
goce literario y se dedica a leer a los grandes universales de la literatura griega; el silencio
ante el descubrimiento de la tortura practicada en la casa de la escritora María Canales que no
es otra que María Callejas casada con un torturador de la CNI Michael Townley. Urrutia está
posicionado del lado oficialista de la historia, pues utiliza el lenguaje de la negación,
refiriendo a la dictadura como un levantamiento: ‘‘Entonces yo me quedé quieto, con un dedo
en la página que estaba peyendo, y pensé: qué paz. Me levanté y me asomé a la ventana: qué
silencio. El cielo estaba azul, un azul profundo y limpio, jalonado aquí y allá por algunas
nubes’’ (99). El distanciamiento de Urrutia con aquello que parece urgente como es la
violación a los derechos humanos encarna y representa lo espeluznante que nos plantea
Fisher. Además, el hecho de no conmoverse con el crimen y conflictuarse con la violencia lo
aproxima a la sombra de Eichmann. Como plantea Hannah Arendt al proponer el concepto de
Banalidad del mal (1999) a partir del estudio del juicio de Eichmann, el alto funcionario Nazi
responsable de la organización de la Solución final del Holocausto refiere a cómo los
sistemas de poder revitalizaron el exterminio de la población al justificarlo con la
participación burócrata de funcionarios incapaces de reflexionar sobre sus acciones y
consecuencias éticas en torno al derecho de la vida. En este sentido, Sebastián Urrutia no
participó como autor del crimen, pero tampoco reflexiona sobre su complicidad pasiva con el
poder directamente. Es más, se complace conscientemente de su negación: ‘‘Qué agradable
resulta no oír nada... y no tener memoria’’ (71).

Al final de la narración el autor nos revela la posibilidad de ser el joven envejecido al cual se
refiere como el gran horror. El gran horror que implica mirarse y reconocerse en el mal que
le recuerda el joven envejecido.

Otro aspecto de lo espeluznante como un tipo de falta de presencia, es decir, nada cuando
debería haber algo, está dado por medio de una écfrasis relacionada al pintor Vasarely. ‘‘Nos
movemos como una pintura de Vasarely. Nos movemos como si no tuviéramos sombra y
como si ese hecho atroz no nos importara. Hablamos. Comemos. Pero en realidad estamos
intentando no pensar que hablamos, no pensar que comemos’’ (99).

Para representar la extrañeza que implica enfrentarse al horror de la dictadura y en capas más
profunda, el derrotero de la patria, y el límite de lo humano, Bolaño hace uso del
funcionamiento del sueño para diluir lo espeluznante que resulta ser lo real. El estilo y técnica
de Vasarely relacionada al arte cinético, la ciencia y la geometría, trabaja el efecto óptico del
movimiento y de las formas. Sus obras activan la percepción de objetos geométricos, que
adquieren volumen y flujo de movimiento, pero solo es un efecto óptico. Similar es el efecto
en la realidad ficcional en Nocturno de Chile, donde todo parece un sueño que ocurre
recientemente, pero solo es percepción visual, porque en el fondo no hay nada cuando
debiese haber algo: la aceptación de lo real.

A modo de conclusión

Lo espeluznante abre un horizonte crítico para pensar su manifestación en la literatura, no tan


sólo a partir de su puesta en escena en ‘‘bruto’’ del tipo figurativa y mundana, sino
fundamentalmente, la exploración de aquellos signos sociales y culturales injertos en el texto
mediante fenómenos poco corrientes que quiebran con lo evidente del significado que
representan. El análisis de la figura del doble y la cita pictórica de Vasarely, son dos
modalidades de lo espeluznante que nos permiten profundizar en la reflexión en torno al
miedo y el horror existencial en la conciencia de Urrutia y el debate ético del mal que suscita
la complicidad con el poder, y el silencio frente al crimen.

Bibliografía
Arendt, Hannah. Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal. Barcelona:
Lumen, 1999.
Bolaño, Roberto. Nocturno de Chile. Barcelona: Anagrama, 2007
Fisher, Mark. Lo raro y lo espeluznante. Alpha Decay, 2018

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