Está en la página 1de 4

DE LA ESTÉTICA A LA ÉTICA: CORTÁZAR Y BOLAÑO

Por Verónica Jarrín Machuca

En su obra El gaucho insufrible (2003), Bolaño pasa revista a la narrativa


hispanoamericana contemporánea y dice -de manera irónica, refiriéndose al
boom-: “Hay que venderse antes de que ellos, quienes sean, pierdan el interés por
comprarte.” De esta manera expresa su postura crítica frente al escritor
latinoamericano que hace una literatura fácil, “entendible”, de consumo masivo.

A pesar de su diatriba contra la herencia del boom, Bolaño reconoció siempre la


importancia de Cortázar y de Borges en la literatura latinoamericana y tomó a los
dos escritores argentinos como referentes para sus obras:

Decir que estoy en deuda permanente con la obra de Borges y


Cortázar es una obviedad.
[...]

A mí me encanta Cortázar. Lo conocí, además en México, hace


muchísimos años. Para mí fue como conocer a un dios. Además,
parecía un dios: era guapísimo, altísimo, jovencísimo. Cortázar para
mí es como hablar de Papá Noel (Bril, 2014).

La afinidad con Cortázar se da principalmente en cuanto a la postura sobre el


compromiso ético de la literatura, como veremos en el análisis de dos obras que
comparten el mismo tema: Las babas del diablo de Julio Cortázar y El Ojo Silva de
Roberto Bolaño.

En Las babas del diablo, Cortázar nos presenta a un narrador en primera persona
que se debate ante las limitaciones de la lengua escrita para narrar el hecho que
quiere relatar. Luego, cambia a un narrador en tercera persona para contarnos la
historia del traductor-fotógrafo franco chileno, Roberto Michel. A lo largo del relato
el narrador alternará la primera y tercera persona para darnos a entender que
Roberto Michel es él mismo, que no encuentra en las palabras la forma correcta de
expresión. También combina la narración de los hechos con la descripción del cielo
y las nubes que ve desde la ventana de su estudio.

Roberto Michel vive en París, un día, sale con su cámara a hacer fotografías en una
placita en la isla Quai de Bourbon. Allí ve a una mujer, posiblemente una prostituta,
que acosa a un jovencito asustado. Michel mira el hecho a través del lente de su
cámara, enfrentándose al dilema de si debe intervenir o mantenerse al margen
para obtener la fotografía. Finalmente, toma la foto, lo que distrae a la mujer y
permite que el muchacho escape.

Posteriormente, en su estudio, Michel amplía la fotografía; está convencido de que


esa fotografía fue una buena acción porque ayudó a que el muchacho huyera. Sin
embargo, el narrador se enfrenta a lo fantástico cuando cree percibir movimiento
en los personajes de la foto. Ese movimiento le hace tomar conciencia de que los
seres retratados viven fuera de la imagen, de que los hechos terribles pueden
seguir sucediendo en la calle y que él, encerrado en su estudio, ya no podrá
intervenir. La fotografía es una repetición constante del horror que él ya no quiere
mirar.

En El Ojo Silva, Bolaño retoma el personaje del fotógrafo chileno: el protagonista


de su historia es Mauricio Silva, apodado el Ojo. Igual que Roberto Michel, este vive
fuera de su patria, primero en México y luego en París, Berlín y la India.

A diferencia del cuento de Cortázar, en esta historia tenemos un narrador testigo,


amigo del Ojo Silva, que es quien nos cuenta los hechos. Su relato empieza con
una afirmación que anticipa el tema que va a desarrollar: “el Ojo siempre intentó
escapar de la violencia [...] pero de la violencia, de la verdadera violencia, no se
puede escapar” (Bolaño, 2000: p. 68).

La narración avanza con juegos temporales, por ejemplo, inicia con un flashback al
momento en el que el Ojo y el narrador vivían en México. Se nos revela que el
fotógrafo era homosexual y que trabajaba como periodista para distintos diarios.
Luego, el narrador se anticipa en el tiempo cuando dice que el Ojo “hablaba de los
indios de la India, de esa India que tan importante iba a ser para él en el futuro”
(p.68).

A partir del tema de la homosexualidad, Bolaño introduce algunas reflexiones sobre


los prejuicios de la izquierda chilena y la discriminación hacia las minorías LGBT, en
una conversación mantenida entre el narrador y Silva la noche en la que se
despiden porque el Ojo se va a París.

Años después los dos personajes se reencuentran en una calle de Berlín y charlan
en una plaza cercana. El diálogo entre los dos da paso a la voz del Ojo, quien
cuenta lo que le había sucedido en un viaje a la India: Con la doble misión de hacer
un reportaje fotográfico y de registrar visualmente “el barrio de las putas” (Bolaño,
2002: p.1) llega a ese país. En una ciudad descubre una red de pederastia que
trafica con niños castrados por un culto religioso. Al igual que el personaje de
Cortázar, el Ojo se enfrenta al debate ético de sacar una fotografía o intervenir.
Pero a diferencia de Michel, el Ojo toma la fotografía, actúa: rescata a los niños y
mata a sus captores, se enfrenta con valor a esa violencia de la que no se puede
escapar. El fotógrafo confiesa que ese día se convirtió en “madre” (p.70) y obra en
consecuencia llevándose a los pequeños a vivir con él. Finalmente, los niños
mueren y el Ojo se siente impotente, no puede dejar de llorar:

Por los niños castrados que él no había conocido, por su juventud


perdida, por todos los jóvenes que ya no eran jóvenes y por los que
murieron por jóvenes, por los que lucharon por Salvador Allende y por
los que tuvieron miedo de luchar por Salvador Allende (p. 72).

En estos dos textos, vemos que existe una reflexión sobre el papel de la obra de
arte frente a la realidad. En el caso del cuento de Cortázar, el acto de creación
(tomar la foto) modifica el entorno; sin embargo, es un efecto momentáneo,
limitado, insuficiente, que deja al artista frustrado, impotente y al margen de toda
posibilidad de transformar el mundo.

En el caso del cuento de Bolaño, se insiste en que el artista no puede escapar a la


violencia, no puede dejar de denunciar el horror porque el arte (tomar la fotografía)
implica un compromiso ético con quienes sufren. Aunque tampoco este compromiso
sea suficiente para transformar la realidad, el artista, como persona sensible, no
puede permanecer indiferente ante el dolor humano. Es interesante observar que
en los dos cuentos, tanto Michel como Silva terminan llorando desconsoladamente.

En cuanto a los procedimientos estilísticos, en Las babas del diablo, el escritor


argentino incorpora el elemento fantástico y el juego de narradores para distanciar
al lector del hecho narrado. Lo fantástico (el movimiento dentro de la foto) abre
una brecha en la verosimilitud de la historia y le da al lector un instante para dudar
de la historia y separarse del mundo narrado.

En cambio, en el cuento del chileno, al inicio el narrador testigo actúa como


intermediario entre el lector y la historia pero esa distancia se elimina cuando se le
confiere la palabra a Silva y escuchamos directamente sus palabras y sus sollozos.
Durante toda la narración, Bolaño incorpora múltiples referencias a su contexto
histórico: Chile, el exilio, Salvador Allende. Como lectores, sabemos que ninguno de
esos referentes pertenece al plano de la ficción, con lo que el autor nos confronta
con esa violencia de la tampoco podemos huir.

BIBLIOGRAFÍA
 Bolaño, Roberto, (2000), “El Ojo Silva”, Letras Libres: Madrid.
 ------ (2003), “Los mitos de Cthulhu”, El gaucho insufrible, Anagrama:
Barcelona.
 Bril, Valeria, (2003), “Roberto Bolaño, el escritor reducido a su verdadero
tamaño”, Crítica, revista latinoamericana de ensayo: Santiago de Chile.
 Cortázar, Julio, (2000), “Las babas del diablo”, Ceremonias, Seix Barral:
Buenos Aires.
 Paz Soldán Edmundo (ed.). (2008) “Roberto Bolaño, Literatura y
apocalipsis”, Bolaño Salvaje, Candaya: Barcelona.

También podría gustarte