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EL ESPÍRITU DE LOS ORÍGENES DE LA OFS EN LAS FUENTES FRANCISCANAS

En 1239 escribía Tomás de Celano en su Vida Primera: "Eran muchos los que, despreciando los cuidados de este mundo,
entraban en sí mismos movidos por la vida y la doctrina del bienaventurado padre Francisco, y se sentían atraídos al
amor y a la reverencia del Creador. Bajo la moción de la inspiración divina, muchas personas, nobles y plebeyas, clérigos y laicos, se acercaban a san Francisco ofreciéndose
a vivir en adelante bajo su dirección y magisterio. A todos ellos comunicaba el riego abundante de gracias celestiales, que desbordaban de su espíritu y hacía crecer en el
campo de sus corazones flores de virtudes. Hombres y mujeres seguían sus ejemplos, su regla y sus enseñanzas; así, hemos de proclamarlo con razón artífice incomparable
de la renovación de la iglesia y de la victoria de la triple milicia de los elegidos. A todos ellos daba una norma de vida y, según la condición de cada uno, les indicaba con
sinceridad el camino de la salvación" (1 Cel 37).
Extracto de la FLORECILLAS N° 16: Francisco preguntó: ¿Qué es lo que quiere de mí mi Señor Jesucristo?... El hermano Maseo respondió: Tanto al hermano Silvestre como
a sor Clara y sus hermanas ha respondido y revelado Cristo que su voluntad es que vayas por el mundo predicando, ya que no te ha elegido para ti solo, sino también para
la salvación de los demás.
Oída esta respuesta, que le manifestaba la voluntad de Cristo, se levantó al punto lleno de fervor y dijo: ¡Vamos en el nombre de Dios!
Tomó como compañeros a los hermanos Maseo y Ángel (5), dos hombres santos, y se lanzó con ellos a campo traviesa, a impulsos del espíritu. Llegaron a una aldea
llamada Cannara (6); San Francisco se puso a predicar, mandando antes a las golondrinas que, cesando en sus chirridos, guardasen silencio hasta que él hubiera terminado
de hablar. Las golondrinas obedecieron (7). Y predicó con tanto fervor, que todos los del pueblo, hombres y mujeres, querían irse tras él movidos de devoción,
abandonando el pueblo.
Pero San Francisco no se lo consintió, sino que les dijo: No tengáis prisa, no os vayáis de aquí; ya os indicaré lo que debéis hacer para la salvación de vuestras almas.
Entonces le vino la idea de fundar la Orden Tercera para la salvación universal de todos. Y, dejándolos así muy consolados y bien dispuestos para la vida de penitencia,
marchó de allí y prosiguió entre Cannara y Bevagna.

Leyenda de los Tres Compañeros N° 60 y Anónimo de Perusa 41: Y no eran sólo los hombres los que se convertían a la Orden; había también muchas vírgenes y viudas
que, movidas a compunción por la predicación de los hermanos, por consejo suyo se recluían a hacer penitencia en monasterios creados en ciudades y castros. Para ellas
fue instituido visitador y corrector uno de los hermanos. Igualmente, hombres y mujeres casados, a quienes la ley matrimonial impedía separarse, se dedicaban, por
saludable consejo de los hermanos, a una vida de austera penitencia en sus mismas casas. De esta manera, por medio del bienaventurado Francisco, devotísimo de la
santa Trinidad, se renueva la Iglesia de Dios a través de tres Órdenes, como quedó significado en la reparación de tres iglesias que llevó a cabo anteriormente. Cada una
de estas Órdenes fue confirmada en su momento oportuno por el sumo pontífice.

Leyenda de Perusa N° 74: Viendo el bienaventurado Francisco que el lugar de los hermanos en Greccio era adecuado y pobre y gustándole los habitantes de aquel castro,
si bien eran pobrecitos y simples, más que los demás de la provincia, con frecuencia descansaba y moraba en este lugar, en razón, sobre todo, de que había una celda
pobre y retirada, en la que se solía alojar el santo Padre.
Su ejemplo, su predicación y la de sus hermanos movieron, por la gracia del Señor, a muchos del pueblo a ingresar en la Religión (12). Muchas mujeres guardaban la
castidad viviendo en sus casas, vestidas con el hábito religioso. Y, aunque cada una de ellas permanecía en su casa, vivían honestamente una vida de comunidad y afligían
sus cuerpos en ayuno y oración; de suerte que, aun cuando eran jóvenes y sencillas, su manera de comportarse parecía, a los hombres y a los hermanos, propia no de
personas seglares y de personas de su parentela, sino de personas santas y religiosas que hubiesen servido largos años al Señor. Muchas veces, el bienaventurado Francisco
solía decir a los hermanos cuando les hablaba de los hombres y mujeres de aquel lugar: «En ninguna otra ciudad se ha convertido a la penitencia tanta gente como en
Greccio, no obstante ser éste un poblado pequeño».

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