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NARRADOR: Paz y Bien estimados hermanos en Cristo nuestro Señor, hoy recordamos el
día en que Francisco, el poverello de Asís, pasó del peregrinar por este mundo a la vida
eterna, entregando en total alegría su alma Dios la tarde del 3 de octubre de 1226.
Un hombre que en su tiempo vivió radicalmente la pobreza evangélica, siendo una criatura
fiel y perseverante, cumpliendo sobre todo la voluntad divina se dispone a entregar su vida
a la hermana muerte y así, transitar a la Gloria del cielo que se nos ha sido dada por medio
del sacrificio Pascual de Cristo que con su muerte y resurrección nos da la vida eterna.
MÉDICO: Hermano Francisco, humilde y pobre siervo de Dios, puesto que tu enfermedad
es muy grave e incurable, me atrevo a decirte, con tanta valentía, que el día de tu muerte
está por llegar.
NARRADOR: Habiendo oído las palabras de su gran amigo médico Buongiovanni que
mostraba en su rostro mucha sinceridad, dolor, piedad y temor porque no sabía cómo
decírselo. El bienaventurado Francisco, exclamó:
FRAY ELÍAS: Hermano Francisco tu muerte, aunque dolorosa para los hermanos y para
muchísimas personas, para mí supone un gozo infinito, el descanso de tus fatigas y la
mayor de las riquezas.
NARRADOR: Y lo invitó a dar a todos ejemplo de serenidad y gozo. Francisco invitó a fray
Ángel y fray León y se pusieron a entonar el Cántico del hermano Sol.
Fray Francisco: Fray León, ovejuela de Dios; fray Ángel, mi querido hermano. Acérquense
y por el amor de Dios alabémosle y entonemos el Cántico del Hermano Sol.
NARRADOR: Desde entonces pedía a diario a sus compañeros que le cantasen el Cántico,
para amortiguar el sufrimiento y edificación de los que hacían la guardia cada noche en
torno a la casa del obispo. A Elías no le pareció prudente tal comportamiento, temiendo que
ellos se escandalizaran, pensando que, en vez de cantar, tendría que estar llorando sus
pecados.
FRAY ELÍAS: Te propongo hermano Francisco que seas traslado a la Porciúncula, donde
no estés rodeado de seglares.
NARRADOR: Al llegar al hospital de San Salvador de las Paredes (Casa Gualdi) quiso
bendecir la ciudad de Asís, con estas palabras:
FRANCISCO: Señor, creo que esta ciudad fue en otro tiempo guarida y refugio de gente
mala e injusta, mal vista en toda la región. Más, por tu abundante misericordia, en el tiempo
que tú has querido, veo que le has manifestado el derroche de tu bondad, de manera que
se ha convertido en refugio y morada de los que te conocen y glorifican tu nombre y
difunden el perfume de una vida santa, de una recta doctrina y de una buena reputación en
todo el pueblo cristiano. Te ruego, por tanto, Señor Jesucristo, padre de misericordia, que
no mires nuestra ingratitud, sino que te acuerdes sólo de la abundante misericordia que le
has manifestado. Que esta ciudad sea tierra y morada de los que te conocen y glorifican tu
nombre bendito y glorioso por los siglos de los siglos. Amén.
Narrador: Lo alojaron en la enfermería, que era la primera casita construida por los
hermanos en los comienzos, cuando se trasladaron a la Porciúncula. Nada más llegar se
acordó de la señora Jacoba de Settesoli, tan apegada a él y a la fraternidad. El hermano
Francisco manda a llamar a un hermano y le pide mandar una carta a Fray Jacoba
Francisco: hermano te mando por santa obediencia que plasmes por escrito estás pobres
palabras para nuestra hermana fray Jacoba, muy estimada por todos: “A Madonna
Jacoba, sierva de Dios, fray Francisco, pobrecillo de Cristo, salud y comunión del
Espíritu Santo en nuestro Señor Jesucristo. Debes saber, que Cristo bendito me ha
revelado, que el final de mi vida está muy próximo. Así pues, si quieres encontrarme
vivo, ponte en camino apenas leas esta carta y ven a Santa María de los Ángeles,
porque, si no llegas para tal día, no me encontrarás vivo. Y trae contigo paño
ceniciento para amortajar mi cuerpo y la cera necesaria para la sepultura. Y te ruego
que me traigas también aquellas cosas de comer que me solías dar cuando estuve
enfermo en Roma.
Narrador: En esto, la señora Jacoba se presentaba a la puerta, pero no venía sola, traía
con ella muchos dulces que eran los favoritos del Padre Francisco:
Uno de los frailes al escuchar que golpeaban la puerta, sale a ver quien era, y le causó
sorpresa de que sea Fray Jacoba quien esté a la puerta queriendo visitar a Francisco. El
hermano, lleno de estupor y asombro se acerca a Francisco
Fraile: ¿Qué hacemos, padre? ¿La dejamos entrar?, tenemos que guardar la clausura del
convento.
Narrador: La mujer se echó a sus pies llagados, llorando como una Magdalena.
En eso, Madonna Jacoba, reparte los dulces a todos los hermanos allí presentes.
Narrador: Mientras comía los dulces preparados por la noble señora romana, Francisco se
acordó de Bernardo de Quintavalle, su primer compañero:
Francisco: quiero pedirles por caridad que llamen a mi buen hermano Bernardo.
Narrador: Luego lo bendijo y mandó escribir lo siguiente: “Fray Bernardo fue el primer
hermano que me dio el Señor. Él fue el primero en abrazar y poner en práctica la perfección
del Evangelio, repartiendo sus bienes a los pobres. Por eso, y por muchos méritos más,
estoy obligado a quererlo más que a ningún otro. Por tanto, quiero y ordeno, en cuanto está
en mis manos, que el ministro general, quienquiera que sea, lo ame y lo honre como a mí
mismo, y que los ministros provinciales y los demás hermanos lo consideren como si fuese
yo" Sus palabras fueron un gran consuelo para Bernardo y para los otros hermanos
presentes.
Narrador: Mientras el Santo yacía en la Porciúncula, Clara, en San Damián, estaba muy
enferma y temía morir antes que él. Cuando el santo lo supo, les mandó por escrito una
bendición, asegurando que lo verían, ella y sus hermanas, y sentirían un gran consuelo.
En aquel escrito, el Bienaventurado padre, llama a un hermano, le pide que traiga una hoja
y una pluma e hizo escribir lo siguiente: “Yo, fray Francisco, pequeñuelo, quiero seguir la
vida y pobreza de nuestro Altísimo Señor Jesucristo y de santísima Madre, y perseverar en
ella hasta el final; y os ruego, señoras mías, y os aconsejo que viváis siempre en esta
santísima vida y pobreza. Y estad alerta, para no apartaros jamás de ella por enseñanza o
consejo de nadie”.
Aquel hermano, apenas terminó de redactar lo que Francisco le dictaba, enrolló el escrito y
se fue a entregar personalmente a las pobrecillas damas de Asís.
Narrador: Luego de bendecir a las Damas Pobres de Asís y, viéndolo en esas condiciones
ya últimas de la vida de Francisco, fray Elías se le acercó y le dijo.
(Fray Elías se acerca al costado del cuerpo donde yace fray Francisco.)
Fray Elías: ¡Oh, bienaventurado Padre! Perdona todas las ofensas que haya podido
cometer en contra de la voluntad del Altísimo y en detrimento tuyo, absuélveme Padre para
ya no perturbar mi espíritu.
Fray Francisco: Ay Elías, Elías, ¿quién soy yo para que mi propio Ministro General venga
ante mí y me pida perdón? Antes bien, absuélveme tú oh fray Elías. Y como cabeza de toda
esta familia de hermanos menores, te pido un favor: que bendigas a todos mis pequeñuelos
hermanos en mi nombre cuando les comentes de mi encuentro con la hermana muerte.
Fray Elías: Eres tú nuestro Padre Espiritual, la Roca de la cual emana todo este torrente
que somos tus hermanos, con tu guía paterna nos has encaminado por la vida según el
Evangelio. Seré fiel al Señor, seré fiel a tu norma de vida, Padre Francisco. Por eso, lo que
me pides, has de saber que lo cumpliré conforme a tu deseo.
Fray Francisco: A ti, hijo, te bendigo en todo y por todo. Y como el Altísimo ha multiplicado
el número de mis hermanos e hijos bajo tu dirección, los bendigo a todos en ti y sobre ti.
Dios, Rey del universo, te bendiga en el cielo y en la tierra, y yo te bendigo todo lo que
puedo y más de lo que puedo. Que encuentres toda la bendición que deseas y se te
conceda lo que pides dignamente.
Narrador: Lo mismo hizo con los demás hermanos, presentes, ausentes y futuros,
doliéndose de no poder verlos a todos antes de su partida.
Narrador: Luego, pidió a unos de los hermanos allí presentes que trajera una Biblia y que
le leyeran el texto del Evangelio de Juan, específicamente el pasaje en donde Jesús
comparte con sus discípulos, antes de iniciar su Pasión.
(Uno de los frailes, tomando la biblia, se coloca al costado de fray Francisco y empieza a leer la cita
bíblica del Evangelio de Juan capítulo 13, 1-5. 12-20. 33-35.)
Narrador: Por último, ordenó que le trajeran y esparcieran ceniza sobre él.
El bienaventurado Padre, queriendo manifestar su amor y comunión con todos, pidió tres
panes, pues quería compartir como lo hizo Jesús con sus discípulos la noche de la Última
Cena, Lo hizo pensando que era jueves, aunque no lo era. El hermano Francisco bendijo
los panes diciendo:
Fray Francisco: Queridos hermanos, demos gracias a Dios por este pan bendito que
compartimos en la mesa humilde, Él mismo se atrevió a compartirlo con sus discípulos y
ahora yo, como recordando aquel bello gesto de amor, bendigo y parto este pan con
ustedes mis hermanos como signo de nuestro amor fraterno.
Narrador: Una vez bendecido, Francisco parte cada pan y lo pasa para que los demás
hermanos lo compartan.
(Recitan al unísono)
(MOMENTO DE SILENCIO)
Narrador: El pobrecillo de Asís, dejó a muchos hijos huérfanos de su padre espiritual pero
con la esperanza de tener un gran intercesor ante el Creador por todos ellos. Todos los
presentes al ver el hecho, se entristecieron e incluso algunos llegaron a derramar lágrimas
por el Bienaventurado Padre Francisco, que acababa de entregar su espíritu al Altísimo a
quien había seguido durante toda su vida en pobreza, obediencia y castidad, guiado e
impulsado por el amor al Evangelio.
La primera de los seglares en atreverse a desvelar el misterio de los estigmas fue Jacoba,
que no dejaba de abrazar su cuerpo y de besar sus cinco llagas. Jacoba llora y besa el
cuerpo de san Francisco y se queda un rato con él.
Narrador: Al llegar a San Damián, sus hermanas al ver el cuerpo del Bienaventurado Padre
lloran, se acercan a venerarlo y le hechan flores como señal de gratitud, pues se su rostro
emanaba ardor y calor de santidad.
Narrador: Después que Clara y sus hermanas se despidieron de los restos mortales de
Francisco fue dirigido por las calles de Asís, en donde muchísima gente lo esperaba en la
Iglesia de San Jorge y luego le dieron cristiana sepultura.