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La Edad Media

En el siglo XVIII, algunos pensadores europeos propusieron estudiar la historia


dividiéndola en períodos, denominados edades. Para marcar el fin de una edad y el
comienzo de otra, propusieron tomar como límites ciertos hechos históricos
considerados claves. Estos pensadores denominaron Edad Media al largo período
comprendido entre el siglo v y el siglo xv. Al mismo tiempo, pensaban que esta
edad se había iniciado en el año 476, fecha en la que se produjo la caída del
Imperio Romano de Occidente,y que había finalizado en 1453, año de la caída del
Imperio Romano de Oriente.
Los filósofos europeos que organizaron esta periodización tenían una imagen muy
negativa de aquella época. La consideraban un oscuro período que se encontraba
en el medio de dos épocas de esplendor: el mundo de la Antigüedad grecorromana
y el llamado Renacimiento del siglo xv. Para ellos, durante esos siglos, la
influencia de la Iglesia y la fuerza de la religión habían oscurecido el brillo de la
cultura clásica y el mundo de la razón.
En la actualidad, los historiadores, desde otra perspectiva de análisis, consideran
que estudiar la historia transcurrida entre los siglos v y xv es fundamental para
comprender muchas características del mundo moderno. Pero, de todos modos,
siguen empleando el nombre de Edad Media o época medieval para denominar al
período en el que se desarrolló la sociedad feudal. Incluso, establecen una
diferencia entre la Alta Edad Media, es decir, el período durante el cual se
organizó la sociedad feudal (siglos v al xi) y la Baja Edad Media, época en la cual
la sociedad feudal se expandió y se transformó (siglos xi al xv).
Del Imperio a los reinos romano-germánicos
La invasión de los pueblos germanos modificó completamente la organización de
los territorios del antiguo Imperio Romano de Occidente y la vida de sus
habitantes. Durante los siglos v y vi, el proceso de disolución del Imperio se
acentuó; y en su lugar, se organizaron unidades políticas más pequeñas. A lo
largo de varios siglos, lentamente, en estos nuevos reinos, se fueron integrando
las tradiciones políticas, sociales, culturales y económicas propias de los
pueblos germanos en otras que provenían del mundo romano. Por este motivo,
se los llamó reinos romano-germánicos.
En los nuevos reinos, el grupo más poderoso estaba integrado por príncipes y
jefes militares germanos, y también, por algunos antiguos funcionarios romanos.
Los integrantes de este grupo controlaban la mayor parte de las tierras y el
gobierno.
Aunque entre los germanos era costumbre que el gobierno estuviera a cargo de
un príncipe elegido por los guerreros más poderosos, lentamente, por influencia
de las tradiciones romanas, esas primeras monarquías electivas se fueron
transformando en hereditarias. Estas monarquías, sin embargo, fueron débiles
debido a los permanentes conflictos y enfrentamientos entre distintos grupos que
se disputaban el gobierno.
Los reyes germanos fueron adoptando, poco a poco, el cristianismo como única
religión. La conversión* de la población campesina permitió ampliar y
consolidar la influencia de la Iglesia en la sociedad.
La vida urbana en retroceso
Con las invasiones, las antiguas ciudades romanas entraron en un proceso de
decadencia. La destrucción de los caminos, la inseguridad que trajeron los robos
y los saqueos* de iglesias y edificios públicos, junto con el hambre y las
epidemias provocados por la destrucción, hicieron que las ciudades se despo-
blaran y, en muchos casos, fueran totalmente abandonadas.
Con el despoblamiento de las ciudades, el comercio se paralizó; y la moneda se
utilizó cada vez menos en los intercambios. Así, las actividades económicas
características del mundo urbano fueron desapareciendo mientras se fue
consolidando una economía predominantemente rural. Las comunidades
campesinas se vieron obligadas a producir en el ámbito de la aldea los bienes
que necesitaban para vivir, prescindiendo de los que podían obtener a través del
comercio.
Pueblos en movimiento
La mayor parte de los reinos romano-germánicos tuvieron una corta vida. En el
norte de Italia, se instalaron los ostrogodos quienes, más tarde, fueron sometidos
por los lombardos. En el sur de la Galia, se instalaron los visigodos, pero en el siglo
VI fueron desplazados de allí por otro pueblo, el de los francos y debieron pasar a
España, donde formaron un fuerte reino con capital en Toledo. Los visigodos
fueron derrotados por los árabes en el siglo VIII y fueron confinados a un
pequeñísimo reino en el norte de España. Otro pueblo, el de los vándalos, se había
instalado en el norte de la Península Ibérica en el siglo v, pero debieron pasar a
África presionados por los visigodos. En el actual territorio de Gran Bretaña, los
anglos y los sajones formaron pequeños reinos. Mucho tiempo después, en el siglo
xi, estos fueron desplazados por otros pueblos invasores, los normandos. De todos
los pueblos, el de los francos fue el que logró mantenerse más tiempo e, incluso,
extender su dominio sobre otros pueblos germanos.
Hacia una nueva sociedad
Luego de la caída del Imperio Romano de Occidente, en el mundo mediterráneo,
se inició una época de profundas transformaciones. Lentamente, ese ámbito antes
unido por las leyes, las instituciones y la cultura romanas se fue fracturando. En su
lugar, surgieron tres grandes espacios políticos y culturales diferenciados: la
Europa occidental, el Imperio Romano de Oriente y el islam. En el Imperio
Romano de Oriente, florecieron grandes ciudades, y se mantuvo el comercio en
gran escala; en cambio, en la Europa occidental, la vida urbana decayó, y los
centros de la vida social y económica se trasladaron al campo.
En los territorios europeos, se formaron nuevos reinos, en los que la cultura de los
antiguos romanos se integró en las ideas, costumbres y formas de organización
social de los pueblos germanos. Sin embargo, poco a poco, la autoridad de los
reyes se fue debilitando; y el gobierno pasó a estar en manos de poderosos jefes
locales, llamados señores. Estos señores que controlaban grandes extensiones de
tierra contaban con el apoyo de hombres armados y no reconocían ninguna auto-
ridad sobre sus dominios. En esta Europa rural, en la que el trabajo agrícola era la
principal actividad económica, los señores fueron afirmando su poder sobre los
campesinos quienes, a cambio de protección, quedaron obligados a servirlos,
obedecerles y entregarles parte de su producción y sus bienes.
A lo largo de estos siglos, la Iglesia cristiana fue extendiendo su influencia en
todos los planos de la vida social. Sobre estas bases, lentamente, se fue
conformando una nueva sociedad: la sociedad feudal.
Las nuevas formas de ejercer la autoridad: relaciones personales y obligaciones
recíprocas
Entre los griegos y los romanos, el gobierno era considerado una cosa pública. Es
decir, el gobierno se organizaba y se ejercía según unas costumbres y unas leyes,
escritas o no escritas, conocidas por todos los interesados. De acuerdo con estas
leyes, los gobernados tenían derechos que los gobernantes debían respetar; y
quienes ejercían el gobierno tenían obligaciones que cumplir. Después de la
disolución del Imperio Carolingio, en Europa occidental, el gobierno y la
administración dejaron de estar a cargo de funcionarios públicos designados según
las normas establecidas. Cuando esto sucedió, el Estado se disolvió y los
integrantes de la sociedad con menos posibilidades de defenderse comenzaron a
depender de los más poderosos. Así, los señores que disponían de más armas se
atribuyeron el derecho de mandar y, por lo tanto, obligaron a quienes dependían de
ellos a obedecerlos. Pero quienes obedecían ya no lo hacían porque una ley lo
establecía. Obedecían a cambio de la protección que recibían por parte del señor.
El contrato feudal: feudo y vasallaje
Mientras el poder de algunos señores se afirmaba, muchos otros no pudieron
asegurar la defensa del territorio que controlaban y se vieron obligados a buscar la
protección de un señor más poderoso y a establecer con él una nueva relación de
dependencia.
El señor más importante entregaba a su protegido, que recibía el nombre de
vasallo, una porción de tierra o feudo con los campesinos que vivían en ella. El
vasallo obtenía de esa tierra los medios para su subsistencia y la gobernaba y
administraba en nombre de su señor.
Señor y vasallo establecían un verdadero contrato por el que asumían obligaciones
recíprocas. De acuerdo con ese contrato, el vasallo reconocía la superioridad de
quien le había otorgado el feudo y adquiría una serie de obligaciones para con su
señor, que consistían en prestarle obediencia, serle fiel, ofrecerle consejo y
combatir a su lado. El uso de los feudos estaba condicionado por estas
obligaciones y servicios debidos al señor. Las relaciones de dependencia que
unían a los miembros de los grupos más poderosos de la sociedad que controlaban
las tierras se llamaron relaciones de vasallaje.
La entrega del feudo y el establecimiento del vínculo del vasallaje se realizaban en
una ceremonia ritual que tenía dos partes. El homenaje implicaba un juramento de
fidelidad y se expresaba en algunos ritos, como poner las manos del vasallo en las
del señor. La investidura o entrega de un objeto, como una rama o un puñado de
tierra, representaba el otorgamiento del feudo al vasallo.
A partir del siglo rx, el feudo fue la unidad básica de organización de los
territorios y, poco a poco, todos los señores quedaron vinculados por los lazos de
vasallaje. Así se formó un sistema jerárquico y una cadena de dependencias que
fueron características de la sociedad feudal.
La Iglesia medieval
En la sociedad feudal, la Iglesia cristiana fue la única institución que logró
mantener la unidad y ejercer su influencia en toda Europa. La vida de los varones
y las mujeres, sus acciones y su forma de pensar estaban impregnadas por los
principios e ideas sostenidos por la Iglesia cristiana. La vida cotidiana de la gran
mayoría de los europeos se hallaba ligada al cumplimiento de los dictados de las
autoridades eclesiásticas. Centro de la vida intelectual, la Iglesia contribuyó a
crear una particular interpretación del mundo, de la sociedad y de los hombres,
que logró perdurar durante siglos.
Lo Iglesia y el poder político
Desde los últimos tiempos del Imperio Romano, la Iglesia cristiana había ido
consolidando su poder. Este poder no se limitaba sólo a los aspectos espirituales.
La Iglesia llegó a conformar un verdadero Estado, liderado por el Papa, que tenía
su sede en la ciudad de Roma, Italia. Además de los territorios que conformaban
los Estados Pontificios, la Iglesia poseía y administraba grandes territorios en
otros lugares de Europa y contaba con importantes recursos económicos
provenientes de las donaciones y los diezmos* pagados por los fieles. Los obispos
y abades se encargaban de administrarlos.
La reactivación del comercio
Como consecuencia del aumento de la producción agraria, entre los siglos xi y xii,
en toda Europa, resurgió la actividad comercial. La producción agrícola excedente
pudo intercambiarse por otros bienes. A partir de entonces, muchos campesinos
pudieron consumir productos elaborados fuera de la aldea e, incluso, pudieron
dedicarse a realizar otras actividades. La reapertura de las vías de comunicación y
el resurgimiento de las ciudades también impulsaron el desarrollo del comercio.
Las Cruzadas favorecieron el contacto con el Oriente, desde donde llegaban sedas,
especias, porcelanas y otros bienes destinados al consumo de los señores.
Las oportunidades que brindaban los nuevos intercambios hicieron que muchos
campesinos se sintieran atraídos por los puertos, los mercados y las ferias donde se
realizaban esos intercambios. Muchas personas comenzaron a pensar en los benefi-
cios que podían obtener si compraban productos a bajo precio en un lugar y los
vendían más caros en otro sitio. Poco a poco, en las ciudades se diferenció un nuevo
grupo: el de los mercaderes o comerciantes.
El resurgimiento de las ciudades
Hasta el siglo XII, la mayoría de las ciudades que se habían conservado de la
época romana cumplían, exclusivamente, funciones religiosas y militares. En su
interior, en general, se encontraban la iglesia y la sede del señor laico o
eclesiástico. Sólo algunas ciudades italianas, como Venecia y Génova, lograron
mantener su tradición comercial debido a sus contactos con la ciudad de
Constantinopla.
A partir del siglo xi, las antiguas ciudades europeas comenzaron a crecer y se
fueron transformando en centros de intercambio comercial y de producción
artesanal. Además, se fundaron otras nuevas en las cercanías de los puertos o en
los cruces de los caminos que transitaban los mercaderes. Como muchas
ciudades surgieron a partir de los castillos fortificados o burgos, sus habitantes
fueron llamados burgueses.
Las ciudades de Génova, Pisa, Venecia y Milán prosperaron gracias al intercambio
con Oriente, aunque también comerciaban productos locales, como vino, oliva, sal,
frutas y trigo. En el norte, en las ciudades de Brujas, Lübeck, Bremen y Hamburgo,
se comerciaban pieles, maderas y cereales. Amsterdam y Bruselas se
especializaban en la producción de paños.
Para facilitar el intercambio entre estas zonas, se celebraban las ferias, es decir,
mercados permanentes que estaban ubicados en ciudades del centro de Europa. En
las ferias, se intercambiaban productos, pero también, se realizaban distintas
operaciones comerciales y bancarias en las que se usaron instrumentos nuevos,
como el seguro*, la letra de cambio* y el pagaré*. Poco a poco, se fue organizando
una red de ciudades comerciales que, unidas por distintas rutas, permitieron la
circulación de gran cantidad de bienes por toda Europa.
Rutas comerciales, ferias y técnicas comerciales y bancarias
Durante la época medieval, el comercio más importante fue el de larga distancia.
Las especias, piedras preciosas, perfumes, marfil, seda, perfumes provenientes de Asia
central y el Lejano Oriente llegaban a los grandes puertos orientales del
Mediterráneo a través del Mar Rojo o por la ruta de las caravanas que, desde Asia
Central, llegaba hasta el Mar Negro y el Mar Caspio. Desde allí, eran distribuidos por
la zona mediterránea a través de naves italianas. Por tierra o a través de los ríos, estos
productos también llegaban a la zona atlántica y al norte de Europa.

De la fragmentación política a la reconstrucción del poder real


Durante la Edad Media, la autoridad de los reyes estuvo limitada por el poder de
los señores feudales. Sin embargo, a partir del siglo XIII, los reyes lentamente
reasumieron la administración de la justicia en todo el territorio y la organización
de los ejércitos, facultades que habían delegado a los señores.
Al mismo tiempo, los reyes se propusieron establecer alianzas con otros grupos
sociales para neutralizar el poder de los señores y, con este fin, otorgaron algunas
libertades a los burgueses y a los campesinos. Por otro lado, en muchos casos, la
monarquía se fortaleció a partir del establecimiento del principio de la sucesión
hereditaria.
El proceso de reconstrucción del poder monárquico se desarrolló de distinta
manera en los territorios de Europa occidental. Las luchas entre el papado y el
Sacro Imperio Romano-Germánico, integrado por los principados alemanes y las
ciudades italianas del norte, se reanudaron en el siglo XIII. Como resultado de
estos conflictos, la monarquía quedó muy debilitada y, en cambio, se fortalecieron
la autoridad de los príncipes feudales y la autonomía de las ciudades italianas.
Las ciudades del norte de Italia mantuvieron su autonomía, gobernadas por un
patriciado dedicado a las actividades mercantiles. En Roma, se afirmó el dominio
de los papas que organizaron los Estados Pontificios como una verdadera
monarquía feudal.
En Inglaterra, desde la conquista normanda a fines del siglo xi, el conflicto entre
nobles y reyes fue permanente. Los monarcas ingleses lograron mantener una
fuerza mayor que la de sus pares en el continente, pero los nobles obligaron al rey
a gobernar con una asamblea de nobles o Parlamento, que debía aprobar el
establecimiento de nuevos impuestos.
En Francia, excepto en los territorios controlados por la realeza, los señores habían
alcanzado un gran poder. Sin embargo, a partir del siglo XII, comenzó un proceso
de unificación territorial que fortaleció a la monarquía. Desde entonces, el rey
comenzó a convocar una asamblea de representantes de todo el reino, llamada
Asamblea de los Estados Generales. Quienes asistían como representantes a la
convocatoria del monarca eran los integrantes más poderosos del clero, la nobleza
y el patriciado urbano. En el siglo XIII, el reino de Francia logró controlar los
territorios que, hasta ese momento, estaban en manos de los vasallos ingleses del
rey francés.
En el siglo XIII, el reino de Aragón extendió su actividad comercial por el
Mediterráneo y ocupó Sicilia y Nápoles, en el sur de Italia. El reino de Castilla se
unió con el de León y se extendió por el centro de la península. Allí la base de la
economía era la ganadería. Aun cuando el proceso de reconquista hizo fuerte a la
institución monárquica, los conflictos entre la nobleza y la monarquía en Castilla
fueron en aumento. En el siglo xv, Castilla y Aragón se unieron. En 1492, los
ejércitos de los reyes católicos tomaron la ciudad de Granada y pusieron fin al do-
minio musulmán en España.
La nueva nobleza
A partir de los siglos XI y XII, los privilegios que tenían los señores laicos que se
dedicaban a la guerra fueron transmitiéndose de padres a hijos. Desde entonces,
usar y llevar armas y escudos se transformó en un privilegio determinado por las
leyes y transmitido de generación en generación. El grupo de los guerreros o
caballeros se cerró sobre sí mismo y, salvo muy escasas excepciones, no fue
posible el ingreso de nuevos miembros. Los integrantes de este grupo privilegiado
comenzaron a ser llamados nobles.

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