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Educación, instrucción, aprendizaje

Notas para reflexionar críticamente en torno al uso de estos conceptos

Oscar Jara H.
CEP Alforja, Costa Rica

En los debates educativos actuales, parece necesario abordar una vez más la diferencia entre
Educación e Instrucción, dado que estos términos suelen ser utilizados indistintamente, dando
por resultado la reducción de aquélla a ésta. Partamos del lugar común que es dirigirnos al
sentido etimológico de la palabra. Las personas especialistas en el tema suelen jugar con la
ambigüedad del mismo: Por un lado, el verbo latino educare se refiere a “cuidar, hacer crecer”.
Por otro, el verbo educere (o ex ducere) nos remite a la idea de “hacer salir de”. Para algunos
autores esto ha planteado una disyuntiva sobre la cual optar preferentemente: si por una
connotación que pone énfasis en la acción externa al sujeto (cuidarlo) o enfatizar, por el
contrario, un proceso que se desarrolla desde el interior de la persona (hacerlo salir de sí mismo).1
Actualmente es frecuente que esta ambigüedad etimológica se utilice para enriquecer el sentido
en nuestro idioma, del concepto de Educación, refiriéndose a “un proceso interactivo entre el
sujeto educando y su ambiente (educare), basado en su capacidad personal para desarrollarse
(educere)”2

Apoyándonos en este enfoque podemos afirmar, entonces, que la Educación debe ser concebida
como un proceso (no como una actividad aislada) humano y de humanización individual y
colectivo3; dinámico, activo, creador en el que intervienen sujetos y actores específicos
(educadores/as y educandos/as), que se interrelacionan mutuamente para gestar nuevas
capacidades, ideas y procesos. Un proceso históricamente determinado por las condiciones
materiales y espirituales de la época y del contexto económico, social, político y cultural concreto
de los sujetos que lo llevan a cabo y que constituyen, a su vez, las condiciones sobre las cuales
actuar para adaptarse a ellas y mantenerlas o para transformarlas. Es, por tanto, un proceso en el
que ni la neutralidad ni la pasividad son posibles. Un proceso dirigido a un fin ético, con una
orientación y un sentido trascendente vinculado a las aspiraciones fundamentales del ser humano
y que, por tanto, tiene pretensiones de universalidad desde las particularidades individuales y

1
“...las corrientes educacionales progresistas y constructivistas otorgan al concepto “Educación” un sentido dinámico
sustancial, que en realidad le es propio por el origen etimológico de la palabra... No hay duda de que, en gran
medida, la educación es hacer salir y manifestarse las facultades y potencialidades que cada individuo tiene en su ser
personal. Es el sentido del método mayéutico que desarrolló Sócrates, o sea dar a luz el espíritu, la interioridad, para
lo cual el aprendizaje es el instrumento” (Dengo, Maria Eugenia: Educación Costarricense, UNED, San José,
1995, p.7)
2
Sarramona, Jaume: Teoría de la Educación –Reflexión y normativa pedagógica, Ariel, Barcelona, 2000,p. 14,
quien refiere a: Castillejo, J.L. y otros: Teoría de la Educación, Madrid, Taurus, 1994, p. 18. Más amplia es la
mirada sobre la relación entre teoría educativa y acción pedagógica que encontramos en : Garcia Carrasco, Joaquín
y Angel García del Dujo: Teoría de la Educación, Universidad de Salamanca, 1996, en particular todo el capítulo II
del primer tomo: “Descripción del fenómeno educacional”.
3
De ahí que su dimensión antropológica sea esencial al concepto y a su sentido: “ ... el hombre es la medida de la
educación... por eso es tan acertada la afirmación del filósofo de la educación Juan Mantovani, cuando nos dice: ´El
concepto de educación no es pensable si no descansa sobre una idea filosófica del hombre, de su espíritu, de sus
productos culturales´” ( en: Dengo , Maria Eugenia, 1995, p.6)
colectivas en que se gesta. Asimismo, susceptible de ser puesto en práctica de forma
intencionada, planificada y sistemática, conforme a fines establecidos.

Esta concepción de Educación, que coloca en su centralidad al Ser Humano, sus condiciones y
aspiraciones tiene, por tanto, una profunda dimensión antropológica, resaltada claramente por la
Dra. Maria Eugenia Dengo, quien enfatiza en el ser humano como objeto y a la vez sujeto de la
Educación. Como ser unitario poseedor de una “unidad compleja biopsicoespiritual y social”.
Como ser social, que “no se entiende aislado sino en permanente relación”; creador de cultura,
“que realiza la síntesis entre la naturaleza y la cultura”. Como ser dialógico, que esencialmente se
comunica y se interrelaciona y que ejerce en los procesos de enseñanza aprendizaje “procesos de
diálogo entre educador y educando”. Como ser simbolizador capaz de construir y compartir
representaciones del mundo exterior y de su mundo interior y que por medio de la educación “al
ser ella transmisora de la cultura de una generación a otra, transmite también los símbolos
característicos de esa cultura”. Como un ser cuya condición y posibilidad más legítima es la
libertad, como “raíz de toda expresión creadora, así como del pensamiento y la acción política de
las personas”. Como un ser que posee una cualidad específica: la educabilidad, que le hace
“capaz de adquirir conocimiento y habilidades para adaptarse a diferentes condiciones
ambientales o relativas a su propia existencia y para modificar sus comportamientos; en suma,
una cualidad que le hace ser sujeto de aprendizaje” 4

En esta misma perspectiva, se sitúan los aportes en torno a una Antropología Pedagógica como
disciplina que debe “organizar, sintetizar y orientar educativamente el material filosófico
acumulado en torno a la idea de hombre” (y en torno al concepto de formación del ser humano),
contribuyendo así a la Teoría de la Educación, en la medida que ésta “es un instrumento mediante
el cual los pueblos perpetúan, garantizan y enriquecen sus pertenencias culturales más valiosas,
sus propios tipos y formas de ser.” 5 Avanzando más allá de Neira, Nassif plantea que la
educación es un proceso cultural que a) Permite la “transmisión de la cultura históricamente
dada o vigente, con el propósito de reproducirla y asegurar su mantenimiento en el tiempo”; b)
Supone la “asimilación y adquisición de la cultura, o de subjetivización o individualización” de
la cultura y c) “Ayuda al desarrollo de las capacidades humanas para la transformación y la
creación culturales”6

Al igual que su dimensión antropológica, esta concepción de educación, tiene una profunda
dimensión sociológica, así como sicológica.7 Por otro lado, desde el punto de vista ontológico,
podríamos señalar que la Educación como proceso de humanización posibilita la construcción de
las personas como sujetos históricos, es decir, como actores de la historia que nos formamos en
el desarrollo de nuestras capacidades humanas, en un proceso de enriquecimiento /crecimiento
permanente, que se realiza en forma dialógica e intersubjetiva, en condiciones histórico-sociales
determinadas.8
4
Dengo, Maria Eugenia: Educación Costarricense, UNED, San José, 1995, pp 9-18.
5
Rodríguez Neira, Teófilo: La Antropología Pedagógica y sus proyección educativa en: Medina Rubio, Rogelio y
otros: “Teoría de la Educación”, UNED, Madrid, 1992, p.12 y 16.
6
Nassif, Ricardo: Teoría de la Educación. Problemática Pedagógica Contemporánea, pp. 72-80.
7
Véase, al respecto, por ejemplo, los aportes de Paulo Freire, particularmente en Pedagogía del Oprimido o toda la
corriente de epistemología genética aplicada a la Educación basada en Jean Piaget y proyectada por Vigotsky y
otros autores constructivistas.
8
Esta perspectiva ontológica es afirmada tanto por Paulo Freire en sus escritos referidos al proceso dialógico de la
educación (Ver, sobre todo: Educación como Práctica de la Libertad y Pedagogía del Oprimido), como por Jürgen
Finalmente, la Educación entendida en esta perspectiva, puede asumir múltiples formas, espacios
o modalidades: formales, no formales e informales. 9

Por su lado, la Instrucción, centrada en la búsqueda de “transmisión” de conocimientos normas,


o técnicas y que está asociada al sistema educativo formal, en el que la institucionalidad escolar
aparece como el principal y más importante vehículo y espacio de enseñanza y aprendizaje, tiene
características más limitadas y aspiraciones más modestas. La instrucción es apenas una forma de
poner en marcha una acción educativa, centrada en la entrega y adquisición de saberes,
habilidades y competencias útiles para el desempeño de los alumnos y alumnas en la vida
económica, social, política o cultural. Los fines de la instrucción son los de introducir al
alumnado en la racionalidad de la sociedad actual, su lógica, condiciones de competencia y
competitividad, con vistas que el individuo sea eficiente e ilustrado integrante de esa sociedad.
Pese a estas características más limitadas, hay un sentido común generalizado que ha reducido la
noción de lo educativo a la instrucción y especialmente a la que se realiza en la institución
escolar, al punto que, para poder impulsar un debate adecuado sobre cualquier tipo de problemas
o propuestas educativas, se hace necesario develar y cuestionar este reduccionismo con el fin de
establecer un marco de referencia adecuado al tratamiento de lo educativo.

En este marco debemos ubicar un componente fundamental del proceso educativo: el


aprendizaje. Éste, comúnmente, se confunde también con la instrucción, pero como señala bien
Fermoso, su carácter es mucho más profundo y lo acerca al proceso integral de la educación: “El
aprendizaje es tarea del alumno y hoy son tan diversos los significados que pueden darse a esta
palabra, indudablemente vinculada a la instrucción, como lo son las escuelas y sistemas que
explican este proceso psicológico de enriquecimiento y de asimilación e interiorización de
estímulos... Justamente el concepto de ´aprendizaje´ puede ser el eslabón que une dos partes
diferentes en su apariencia de la cadena: instrucción y educación.(...) El aprendizaje no es
instrucción en cuanto efecto; es mucho más. En los procesos de personalización y socialización
hay aprendizaje; y de ahí su misión-puente, porque aprender de esta manera, no es instruirse, sino
educarse(...) El aprendizaje es un descubrimiento, un efecto del método heurístico, que se
concreta en las dos clásicas cuestiones de los estudios norteamericanos sobre aprendizaje:
formación de conceptos y resolución de problemas”10

De acuerdo a lo anterior, propongo que hagamos un análisis crítico de cómo estamos entendiendo
y cómo estamos usando estos tres conceptos en nuestras prácticas. Ello nos puede ayudar a
definir mejor una posición en la discusión contemporánea sobre educación para el desarrollo,
educación no formal y educación popular.

Habermas en Conocimiento e Interés y Teoría de la Acción Comunicativa.


9
Nassif, analizando la intencionalidad e inintencionalidad educadora, habla de la educación funcional que contiene
los “procesos que se dan bajo los factores o elementos del mundo... sin que sea primariamente deliberada” o quiera
ser intencionalmente recibida. Así, la califica de “educación inconsciente, asistemática, ametódica, espontánea y
refleja”. En ese sentido, todo ambiente natural o socio cultural cumpliría una función educativa. Por otro lado, estaría
la educación formal , la cual sería “sistematizada o sistemática, consciente, metódica y deliberadamente construida”
Así, la educación formal se realiza de forma institucionalizada, fundamentalmente a través del sistema escolar.
(Nassif, Ricardo: obra citada, p. 20).
10
Fermoso, Paciano: Teoría de la Educación: Una interpretación Antropológica. p. 166.

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