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Introducción
Aunque está claro que el estallido de la primera guerra mundial tuvo gran
importancia en el derrumbamiento de la clásica economía mundial
capitalista, basada en el papel dominante de Gran Bretaña y el
funcionamiento del patrón oro, es fácil exagerar dicha importancia.
Ciertamente, hasta aquel momento el sistema había funcionado muy bien,
aunque las razones de ello todavía no están claras. Hay muchas polémicas
en torno a si la eficiencia del sistema se debía a que la flexibilidad de los
salarios y los precios permitía la deflación y el ajuste, a una evitación ex
ante de disparidades considerables en la competitividad o a la eficiencia de los
mecanismos de los tipos de interés y, por ende, las corrientes equilibradas de
Latina.5 En 1914, se cambiaron las disposiciones federales de los Estados Unidos con
el fin de permitir la expansión de sucursales bancarias norteamericanas en el
extranjero; entre 1914 y 1918, el First National City Bank solo abrió una docena de
sucursales en América Latina.
La guerra también estimuló un incremento de la capacidad productiva de
muchos productos básicos donde ya existía el peligro de un exceso de oferta. El
azúcar fue tal vez el ejemplo más sobresaliente, pero ocurrió lo mismo con muchos
alimentos y materias primas cuando la producción nacional en Europa se vio
interrumpida temporalmente.
La guerra surtió también efectos más específicos. Los vínculos de comercio e
inversiones de Alemania fueron cortados bruscamente, con lo que se creó un vació
que los Estados Unidos se apresuraron a llenar. En un plazo muy corto se
suspendieron todo el sistema bancario y crediticio y la organización de los mercados
monetarios, lo que en América Latina provocó una aguda crisis de liquidez y pánico
financiero en 1913-1914.
cambio bajo formas tales como el aumento del cometido del Estado, en 1919 existía la
posguerra, al menos en los Estados Unidos y en el Reino Unido, decía que era
posible, a las paridades del tipo de cambio de antes de la contienda. De los Estados
«libre».6 La prisa por volver a las fuerzas del mercado fue especialmente
imprudente dada la magnitud de la demanda contenida •durante la guerra: el
resultado fue la mala gestión del auge y el hundimiento de 1919-1922, cuya
En 1928 las tensiones y las presiones ya empezaban a hacerse sentir en los diferentes
mercados de productos básicos, sobre todo en el del trigo. La depresión mundial fue,
pues, resultado en parte de desequilibrios profundos en el sistema
internacional; su severidad, no obstante, se vio agravada considerablemente por
la mala gestión política que se siguió dentro de los Estados Unidos. Cuando el
auge en los Estados Unidos subió hasta alturas de vértigo en 1928, se atrajo
capital de todas partes, y muchos países latinoamericanos empezaron a tener
problemas con su balanza de pagos porque cesó la afluencia de capital e incluso
empezó a salir en dirección contraria. En octubre de 1929, se produjo el
hundimiento de Wall Street. Los precios de los productos básicos cayeron
verticalmen-te y, como descendían más aprisa que el nivel de precios medios, los
términos de intercambio se volvieron en contra de los productores básicos. Cesaron
por completo las entradas de capital. El resultado, como es bien sabido, fue un
agarrotamiento del comercio y la inversión mundiales. Europa se recuperaría de la
recesión con cierta rapidez, pero los Estados Unidos no se recuperaron realmente
durante todo el decenio siguiente. Las consecuencias para América Latina fueron
serias. Al mismo tiempo, la perturbación complementaria de la depresión
mundial obligó a efectuar el fundamental cambio de dirección económica, cuya
necesidad había demostrado la primera guerra mundial, pero que no pudo
hacerse durante los años veinte porque las fuerzas internas eran insuficientes
para ello.
bancos.12 Bien sabido es que el hijo del presidente peruano Augusto Leguía (1919-
1930) amasó una fortuna.13 La más conocida de las hazañas de Juan Leguía fue
cobrar 520.000 dólares en concepto de comisiones en 1927. Recibió el dinero de
Selig-mans, los banqueros de inversión neoyorquinos, en pago de la ayuda que les
había prestado en la consecución de dos importantes contratos de empréstitos
exteriores.
Con el alza de las inversiones aumentó también el comercio de los Estados
Unidos con la región (véase el cuadro 4). Los progresos que hicieron los
Estados Unidos durante la guerra se consolidaron en el decenio de 1920, cuando
su ventaja competitiva fue fortalecida por los nuevos productos dinámicos del
período (sobre todo, automóviles). Esto produjo cambios interesantes en las
relaciones y creó un nuevo potencial de desequilibrio, cuyo ejemplo más notable
es el caso de Argentina. En 1913, Argentina, al igual que Brasil, tenía sólo
vínculos comerciales y de inversiones limitados con los Estados Unidos, a
diferencia de Perú y Ecuador, por ejemplo, que ya importaban tanto mercancías
como capital de su vecino del norte. Durante los años veinte, aumentó cada vez
más el deseo argentino de comprar maquinaria moderna, agrícola y de otros tipos,
fabricada en los Estados Unidos, pero Argentina seguía fuertemente atada por sus
relaciones comerciales y de inversiones con el Reino Unido, que restringían su libertad
de acción.14 También Uruguay veía su libertad de acción limitada por una creciente
dependencia de Gran Bretaña, a medida que la carne de buey refrigerada se convertía
Diríase que estas respuestas al papel del extranjero fueron una consecuencia
lógica tanto de las presiones crecientes que soportaban los recursos como de la propia
primera guerra mundial, que, según la creencia general, estimuló el crecimiento del
nacionalismo y la aceptación del papel del Estado, dos aspectos que estaban
relacionados entre sí y respondían en parte a los cambios en el clima internacional que
hemos descrito antes. La guerra convenció a muchos de que depender excesivamente
del capital extranjero podía ser imprudente. Los militares y otros ciudadanos
empezaron a preocuparse más por el control nacional de los sectores estratégicos. Al
mismo tiempo, los ingresos públicos aumentaban con las exportaciones y
proporcionaban el medio de independizarse de los intereses extranjeros.
No obstante, lo que impidió que los acontecimientos de la guerra o el nuevo
potencial de tensiones en torno al uso de los recursos crearan un nivel de conflictos
mayor del que siempre había caracterizado a la presencia económica extranjera fue el
papel positivo que, como podía verse, desempeñaba la afluencia de capital extranjero.
Hablando en términos generales, los gobiernos mostraron mucho celo en recibir bien y
fomentar la entrada de capital extranjero, especialmente el nuevo y vivo interés que
manifestaban los Estados Unidos, lo cual limitaba la posibilidad de que surgieran
conflictos de distribución. Hubo algunos problemas serios, por supuesto; Uruguay fue
un ejemplo. Y algunos otros, como mínimo, surgieron de la base; pongamos por caso,
la huelga en el sector del plátano que tuvo lugar en Colombia a finales de los años
veinte. En una situación así era muy probable que el gobierno apoyara al capital
extranjero.
No tiene nada de extraño, pues, encontrar el grueso de las innovaciones
institucionales de este período precisamente en las medidas creadas para poner orden
y hacer que las economías en cuestión fuesen más «apropiadas» para las inversiones
extranjeras. Esto resultaba especialmente notable en el campo de la banca y las
finanzas. Los años veinte fueron el decenio de las Misiones Kemmerer. El doctor
Edwin Kemmerer era un norteamericano experto en finanzas al que varias economías
latinoamericanas llamaron para que ayudara a llevar a cabo la reforma de las
instituciones monetarias. A él se debió en gran parte la creación de numerosos bancos
centrales que tomaron por modelo el banco de la Reserva Federal de los Estados
Unidos. Se hicieron avances significativos en el desarrollo institucional, pero el
contexto de los años veinte tenía consecuencias implícitas para este tipo de desarrollo.
La presencia de Kemmerer acostumbraba a solicitarse como parte de una estrategia
encaminada a fomentar las inversiones extranjeras, y las reformas se orientaban hacia
este fin. El propio Kemmerer fomentaba y gestionaba la concesión de empréstitos.
Hemos señalado cómo en la escena internacional predominaba a la sazón la creencia
de que era necesario volver a, como mínimo, una forma modificada del antiguo patrón
oro. En América Latina existía la misma creencia, que era un motivo poderoso y
estaba detrás de las presiones para que se llevaran a cabo reformas financieras,
añadiéndose al deseo del mundo financiero internacional de garantizar un clima de
orden y buena salud para sus crecientes intereses financieros en esa zona. El
resultado fue, en primer lugar, que muchos países se fijaron como objetivo la vuelta a
la paridad y pidieron la revalorización del tipo de cambio: en Perú, por ejemplo, en
1922 el Banco Central vendió gran parte de sus reservas en un intento de hacer que el
tipo de cambio volviese a la paridad, y uno de los objetivos explícitos de los grandes
empréstitos que se pidieron a mediados de los años veinte era la estabilización del
estaba negociando era demasiado grande, pero sus consejos fueron desoídos.28
Hay, con todo, un campo crítico que aún tenemos que explorar: el de la industria y
la adopción de medidas que favoreciesen su crecimiento. Al estudiar la relación entre
América Latina y la economía internacional, uno de los interrogantes que más intrigan
es siempre el de cómo es posible que durante un período de fuerte integración en ese
sistema por medio de los productos básicos crezcan gradualmente —o no crezcan—
nuevos grupos nacionales y bases normativas en que puedan apoyarse otras normas
de actuación al debilitarse el mecanismo de crecimiento.
Obviamente, en vista de la naturaleza confusa de las señales que durante el
período dieron la economía internacional y los acontecimientos nacionales, no
eran de esperar cambios de dirección radicales y coherentes hacia, por ejemplo,
el proteccionismo. Hubo, sin embargo, algunos acontecimientos importantes en
relación con la industria.
La consecuencia inmediata del estallido de la primera guerra mundial fue una
aguda crisis financiera en América Latina. Los bancos y las entidades de
descuento británicos temían una posible presión en Londres y empezaron a
denunciar préstamos y a reducir anticipos; en el primer caso, el pánico y la falta
de liquidez fueron los resultados más notables.
Pero en 1915 las exportaciones ya aumentaban señaladamente y las balanzas
comerciales se inclinaban decididamente hacia el superávit. Los precios de las
importaciones subieron mucho con la inflación internacional y los precios
nacionales no hicieron más que seguir la misma tendencia con cierto retraso.
Hubo, pues, un fuerte efecto protector en un período de demanda en «expansión»,
coyuntura poco habitual. El problema, sin embargo, residía en la vertiente de la oferta:
era claro que las fuentes normales de bienes de capital de Europa ya no estaban
disponibles.
El modo en que estos problemas contradictorios se equilibraron ha dado origen a
un número extraordinario de textos, cuya proliferación se ha visto estimulada por la
falta de claridad de los datos. El primer punto de vista, nacido de los escritos de Celso
Furtado y de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), era favorable a la
opinión de que la guerra proporcionó estímulos positivos para el crecimiento industrial
en América Latina. Este argumento, en lo que se refiere a Brasil, recibió las primeras
críticas de Warren Dean, al que siguieron otros autores.29 De hecho, Dean sugirió que
la guerra interrumpió un proceso de crecimiento bastante impresionante.
Posteriormente, se ha concluido que hubo un crecimiento de la producción durante la
guerra en el caso brasileño (los argumentos anteriores nacieron, en parte, de las
diferencias del peso que se daba al tratamiento de las exportaciones en las cifras),
pero que se basaba en una utilización más completa de la capacidad existente. Dicho
de otro modo, la guerra no representó una discontinuidad relevante, pero obró sobre
una expansión que ya estaba en marcha.
Se sugirió que la guerra también fue importante debido a que la necesidad estimuló
a los pequeños talleres de reparaciones a ampliar sus actividades y proporcionar con
ello una base para un incipiente sector de bienes de capital. Una opinión verosímil
hace hincapié en la tendencia a largo plazo de los períodos de incremento de la
capacidad (cuando las importaciones son baratas y están disponibles) a alternar con
períodos de rápido incremento de la producción (cuando las importaciones son caras o
no están disponibles, o ambas cosas a la vez). Así, parece que ahora hay acuerdo en
que en economías tales como la brasileña, con una previa base industrial y una
capacidad preexistente, la guerra provocó cierto aceleramiento de la producción:
alrededor de un 8 o 9 por 100 anual. Esta opinión se acepta también en los casos de
Chile y Uruguay.
No obstante, otras economías ya estaban unidas más estrechamente a otras
fuentes de importación: los Estados Unidos y, en medida mucho menor, Japón. El
cuadro 6 muestra cómo economías de la costa occidental, tales como Perú y
Colombia, ya tenían vínculos comerciales significativos con los Estados Unidos y,
durante la guerra, pudieron edificar rápidamente sobre ellos, con lo que el estímulo a
la sustitución de importaciones fue menor que, por ejemplo, en Brasil. Puede que el
mismo factor se diera en México, pero en ese país las perturbaciones internas se
impusieron a todas las demás consideraciones. A pesar de sugerencias interesantes
en el sentido de que, incluso a corto plazo, la Revolución no fue un desastre
económico tan grande como se ha dicho con frecuencia,30 en 1920, las manufacturas
acababan sólo de recuperar el nivel de 1910. El caso sorprendente, tal vez, es
Argentina, habida cuenta de su extensión, su base industrial previa y su relativa falta
de vínculos con los Estados Unidos. El hecho de que en 1918 la producción fuera sólo
un 9 por 100 superior al nivel de 1914 parece que tiene su explicación en el elevado
nivel de existencias que había al empezar la guerra y en el lento crecimiento de la
demanda interna.31 Las economías más pequeñas, tales como las de América
Central, no estaban en situación de encontrar una oportunidad en la guerra, y suele
decirse que sus élites no hicieron más que esperar el fin de la perturbación para volver
con entusiasmo al modelo basado en las exportaciones.
Durante el decenio de 1920 encontramos de nuevo fuerzas que actúan en
direcciones diferentes, así como considerables ambigüedades y dificultades de
interpretación. Entre las variables económicas inmediatas que afectan al
crecimiento industrial, debemos considerar primero la demanda y, en segundo
lugar, los precios relativos que eran fruto del efecto combinado del tipo de
cambio, los aranceles, las restricciones no arancelarias y los movimientos de los
niveles de precios internacionales en relación con los nacionales. La demanda
siguió siendo importantísima en este período: por regla general, los industriales
seguían considerando que su salud dependía del crecimiento del sector de
exportación. Como hemos visto, donde el crecimiento de las exportaciones o, al
menos, su valor retenido, disminuía, típicamente se encontraba cierta compensación
en el estímulo que el nivel de actividad recibía de los empréstitos extranjeros y de los
auges de la construcción que los acompañaban. En Uruguay, donde esto no sucedió,
la política de redistribución del batllismo fue un sucedáneo deliberado. En Brasil, la
política monetaria restrictiva de los años 1924-1925 obstaculizó el crecimiento de los
textiles en particular: los industriales y los intereses exportadores se unieron para
oponerse con éxito a dicha política. En cuanto al tipo de cambio, hemos visto cómo la
ideología del período —el deseo de volver al patrón oro, la influencia de Kemmerer y la
política financiera de signo ortodoxo en general— llevó a la revalorización del cambio,
obstaculizando con ello a la industria. No obstante, una vez la guerra hubo terminado
se apreció cierta tendencia a mitigar los efectos desastrosos de la inflación en los
sistemas arancelarios que dependían mucho de aranceles «específicos»: es decir, por
unidad de volumen y, por ende, sometidos a la erosión del rendimiento al subir los
precios. La figura 1 trata de mostrar el nivel variable de los aranceles como porcentaje
del valor de las importaciones en cuatro importantes países de América Latina. Hay
que hacer hincapié en que estos datos son difíciles de interpretar: por supuesto, la
protección muy eficaz de ciertos grupos de productos conduciría a un «descenso» de
los ingresos arancelarios. La protección «eficaz», quizás el indicador más exacto
porque toma en cuenta el efecto de las exenciones arancelarias
correspondientes a los inputs importados de un productor, así como la
protección en el nivel de las ventas finales, es un procedimiento que no se
encuentra a menudo ni es muy de fiar. E incluso aquí hay tantas dificultades de
medición (deben determinarse los precios mundiales y las relaciones input-output),
que cabe argüir que, como medida, no es más digna de confianza que la protección
nominal.
Interpretando los datos como podamos, parece justo decir que el incremento del
proteccionismo en el conjunto de los años veinte ni siquiera compensó los descensos
anteriores y que tal vez la mejor forma de ca
Lo que está claro es que no existió jamás una política industrial coherente. Este
hecho lo acepta casi todo el mundo, también los autores que consideran muy
convincentes las pruebas de un incremento del proteccionismo, e incluso en el
caso del país más seriamente proteccionista: Uruguay bajo Batlle y Ordóñez.
Los incrementos de las tasas solían ser resultado de negociaciones individuales
y fragmentarias (y, precisamente por ello, con mayores posibilidades de dar
buen resultado), y faltaban muchos elementos que ahora se consideran como
parte de una política de industrialización (relativos al crédito, la preparación de
la mano de obra, la tecnología, etcétera). No es de extrañar que sea en este
período, pues, donde podemos fechar el comienzo de muchos problemas posteriores,
ya que la complejidad de la tecnología internacional aumentaba rápidamente y el
espíritu de la época era de aceptación de las cosas extranjeras. Un observador de
entonces dice de la tecnología moderna que «se adapta por medio de la simple
imitación, sin compartir su espíritu, aplicando sólo los resultados de procedimientos
inventados en otras naciones. [No había] ningún deseo de innovar y perfeccionar». 34
Quizá merezca la pena mencionar un aspecto más, a modo de confirmación indirecta
de la falta de atractivo de la industria: la exportación de capital local. En un momento
en que el capital extranjero entraba con facilidad, la salida de capital nacional hacia
otras partes daba pie a comentarios frecuentes.
Conclusión
¿Cuál es, pues, la significación del período comprendido entre la primera guerra
mundial y la depresión mundial? ¿Tiene características que lo distingan de los
cuarenta años que lo precedieron, la llamada «edad de oro»?
Hemos argüido que sí, no sólo porque la economía internacional estuvo mucho menos
sana en los años posteriores, sino también porque la diferenciación cambia de modo
significativo nuestra valoración de las repercusiones de la depresión mundial en
América Latina. Hemos demostrado cómo de diversas maneras se estaban creando
debilidades y tensiones, durante el decenio de 1920, en el modelo basado en las
exportaciones que, al parecer, había servido bien al continente durante mucho
tiempo, al menos en lo que se refiere al crecimiento. En parte, estos problemas eran
fruto de las mismas fuerzas que llevarían a la depresión mundial. En parte,
estaban relacionados con las restricciones de los recursos o con problemas de
distribución. De hechoK en muchos casos produjeron una desaceleración «antes» de
1929, como hemos visto. Para Argentina, el mercado del trigo decayó a partir de
1928, y la balanza de pagos resultó aún más perjudicada cuando en el mismo
año tuvo lugar una salida de capital en respuesta al auge de la economía
estadounidense. Esa salida de capital fue significativa para muchos países.
Colombia, Perú, Chile, la notaron, y es probable que su efecto fuese todavía más
amplio. Otros sectores de exportación también se debilitaron antes de 1929: hemos
citado el estancamiento del valor retenido en Perú; América Central experimentó una
recesión a partir de 1926; lo mismo México, acentuada en su caso por el carácter
contractivo de la política interna. También Colombia se vio afectada por disputas en
torno al capital extranjero. Hacer caso omiso de estos factores sería exagerar la
brusquedad de la ruptura de 1929.
Pero con esto no queremos dar a entender que el período de posguerra pueda
sencillamente fundirse con los decenios que siguieron a la depresión. Se ha tendido a
ver la guerra como un importante impulso favorable al desarrollo. Sin embargo,
en los años veinte, poco se aprovecharon, en general, las oportunidades
creadas por la contienda, y algunos de los cambios que sí tuvieron lugar trajeron
formas nuevas de vulnerabilidad y control externo.
Este efecto limitado nació en parte del sencillo hecho de que la primera guerra
mundial fue una perturbación externa que produjo un aumento de las
exportaciones; incluso hoy sigue siendo probable que la subida de las
exportaciones erosione la motivación para un esfuerzo nacional de desarrollo.
Asimismo, su efecto/ principal fue acelerar la decadencia del Reino Unido y la
eliminación de Alemania como socio comercial o inversionista: las
oportunidades que esto brindó a América Latina se vieron seriamente reducidas
por la presencia entre bastidores de los Estados Unidos, que estaban más que
dispuestos a aprovechar las ocasiones de comerciar e invertir. (Hemos visto que,
en general, la fuerza de este efecto se impuso al efecto diferencial del grado de
integración previa a los Estados Unidos, con ciertas excepciones.) Así, al debilitarse
los vínculos antiguos, se formaron vínculos nuevos, cuyos aspectos de
dependencia y control a menudo eran más acusados y, desde luego, más obvios.
Esto condicionaría la utilización de las opciones que presentó la depresión en 1929.
A pesar de las tensiones y debilidades incipientes que, según hemos demostrado,
estaban apareciendo en el modelo basado en las exportaciones, hizo falta que pasara
más tiempo y que las señales fuesen más ruidosas para que los principales grupos
económicos percibieran que sus intereses eran significativamente distintos de los
intereses de los extranjeros. Además, en cierto sentido, los cambios que se
produjeron durante la guerra fueron prematuros, careciendo de la base
necesaria en la extensión previa del sector industrial y del crecimiento de una
clase media o de otros grupos que estuvieran preparados para ver que sus
intereses residían en el desarrollo de la industria. Por ambos tipos de razones,
América Latina tuvo que esperar hasta la depresión antes de que las fuerzas
favorables al cambio pudieran unirse de una manera que hiciese posible una política
alternativa real.
No obstante, este período de retraso es crítico para explicar por qué cuando
llegó la depresión, aunque su severidad es indudable, América Latina pudo
recuperarse con notable rapidez. En algunos casos, especialmente en Brasil y
Colombia, esta recuperación incluso precedió a toda reactivación de las
exportaciones. El crecimiento industrial después de 1929 sería sorprendentemente
rápido.37 He aquí un ejemplo más de que es un gran error tender demasiado a ver el
año 1929 como un punto decisivo; fue el resultado de todo lo que había ocurrido —o
no ocurrió— durante los anteriores quince años y sería la base de lo que vendría a
continuación.