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Gran Depresión

gran crisis económica mundial de 1929 a


1939

La Gran Depresión, también conocida como crisis de 1929, fue una gran crisis financiera
mundial que se prolongó durante la década de 1930, en los años previos a la Segunda Guerra
Mundial. Su duración depende de los países que se analicen, pero en la mayoría comenzó
alrededor de 1929 y se extendió hasta finales de los años treinta. Fue la depresión más larga en
el tiempo, de mayor profundidad y la que afectó a un mayor número de países en el siglo xx. En
el siglo xxi ha sido utilizada como paradigma de hasta qué punto se puede producir un grave
deterioro de la economía a escala mundial.
Madre migrante, imagen de la fotógrafa Dorothea Lange que muestra a los desposeídos cosechadores y se centra en
Florence Owens Thompson, de 32 años y madre de 7 hijos, en Yosgard, condado de San Luis Obispo, California, Estados
Unidos, (marzo de 1936).

La llamada Gran Depresión se originó en Estados Unidos, a partir de la caída de la bolsa de


valores de Nueva York el martes 29 de octubre de 1929 (conocido como crack del 29 o Martes
Negro, aunque cinco días antes, el 24 de octubre, ya se había producido el Jueves Negro), y
rápidamente se extendió a casi todos los países del mundo.

La depresión tuvo efectos devastadores en casi todos los países, ricos y pobres, donde la
inseguridad y la miseria se transmitieron como una epidemia, de modo que cayeron la renta
nacional, los ingresos fiscales, los beneficios empresariales y los precios. El comercio
internacional descendió entre un 50% y un 66%. El desempleo en los Estados Unidos aumentó al
25%, y en algunos países alcanzó el 33%.[1] ​Ciudades de todo el mundo se vieron gravemente
afectadas, especialmente las que dependían de la industria pesada, y la industria de la
construcción, que se detuvo prácticamente en muchas áreas. La agricultura y las zonas rurales
sufrieron la caída de los precios de las cosechas, que alcanzó aproximadamente un 60%.[2] [3]
​ [4]
​ ​
Ante la caída de la demanda, las zonas dependientes de las industrias del sector primario, con
pocas fuentes alternativas de empleo, fueron las más perjudicadas.[5] ​

Los países comenzaron a recuperarse progresivamente a mediados de la década de 1930, pero


sus efectos negativos en muchas zonas duraron hasta el comienzo de la Segunda Guerra
Mundial.[6] ​La elección de Franklin D. Roosevelt como presidente y el establecimiento del New
Deal en 1932, marcó el inicio del final de la Gran Depresión en los Estados Unidos. Sin embargo,
en Alemania, la desaparición de la financiación exterior a principios de la década de 1930 y el
aumento de las dificultades económicas, propiciaron la aparición del nacional-socialismo y la
llegada de Adolf Hitler al poder que, posteriormente, daría inicio a la Segunda Guerra Mundial.

Antecedentes

Consecuencias económicas de la Primera Guerra Mundial

La Primera Guerra Mundial tuvo consecuencias económicas profundas y duraderas al poner fin
al orden económico internacional existente desde la segunda mitad del siglo xix. Supuso un
descenso demográfico directo e indirecto de alrededor del 10 % de la población europea y de un
3.5 % del capital existente.[7] ​Desde el punto de vista financiero, el conflicto bélico conllevó un
gasto público descomunal en Europa financiado por deuda pública tanto interna como externa
que supuso la multiplicación por seis de la deuda ya existente; también generó la creación de
dinero, lo que supuso una fuerte presión inflacionista.

En el transcurso de la guerra, diversas naciones no participantes en el conflicto como Estados


Unidos y Japón se apoderaron de algunos mercados internacionales, tradicionalmente
dominados por los europeos, que en ese momento centraban sus esfuerzos industriales en la
producción militar. En el sector agrícola, la demanda exterior de productos alimenticios de los
países participantes creció durante la guerra, lo que estimuló la producción agrícola de los
países neutrales, que al acabar la guerra y volver a la situación anterior vieron cómo contaban
con una oferta excesiva de productos agrícolas, lo que forzó una reducción de los precios en
este sector, que sufrió grandes pérdidas.

La guerra también estableció un nuevo mapa político de Europa con nuevas fronteras que
trastocó la estructura económica y comercial del continente, al romper mercados y perder
eficiencia económica, con lo que fueron necesarias nuevas inversiones.

Las reparaciones económicas impuestas por los vencedores de la guerra a los derrotados
fueron astronómicas. La cantidad fijada para Alemania por el Comité de Reparaciones, en 1921,
fue de 132 000 millones de marcos oro,[8] ​lo que significaba, en su momento inicial, el pago
anual del 6% del producto interno bruto (PIB) de ese país. Los acreedores cobraron solo una
pequeña parte de las deudas, a costa de que la economía internacional perdiese oportunidades
de fortalecimiento y crecimiento.[7] ​
Véanse también: Ocupación del Ruhr, Plan Dawes, Plan Young e Hiperinflación en la República de Weimar.

Crecimiento de Estados Unidos

Tras el final de la Primera Guerra Mundial, Estados Unidos experimentó un fuerte crecimiento
económico, y desplazó al Reino Unido del liderazgo económico mundial. Durante los años
previos a la Gran Depresión se incrementó en aquel país la producción y la demanda de sus
productos, con una profunda transformación productiva dominada por la innovación
tecnológica. Del optimismo y de la bonanza económica también participó la Bolsa, que vivió un
prolongado incremento de las cotizaciones, lo que permitió la formación de una burbuja
especulativa, financiada por el crédito. Desde antes del verano de 1929, varios indicadores
macroeconómicos habían empezado a sufrir un suave descenso, sin que los economistas de la
época lo detectaran y se tomaran las medidas preventivas adecuadas.

Causas

En 1926, la economía mundial se hallaba bastante equilibrada: la producción había vuelto al


nivel de anterior a la I Guerra Mundial, la cotización de las materias primas parecía estabilizada
y los países que atravesaban un periodo de alta coyuntura eran numerosos. Sin embargo, no era
un retorno a la Belle Époque.

Una serie de equilibrios tradicionales quedaban alterados: la producción y el bienestar


progresaban de manera espectacular en unas partes (Estados Unidos, Japón), mientras que en
otras (en particular, en Gran Bretaña), la prosperidad vivida antes de la guerra había
desaparecido, mientras que la población vivía abrumada por el desempleo y las crisis
endémicas.[cita requerida]

Al mismo tiempo, los estadounidenses complicaban de singular manera la posición de los


europeos. La deuda internacional no podía pagarse sino con oro o mercancías, y los
estadounidenses frenaban sus importaciones de Europa con los nuevos derechos de aduana,
cada vez más elevados, al tiempo que utilizaban su superioridad para imponer sus
exportaciones a Europa.

Plan Dawes y Plan Young

Por otra parte, los Estados Unidos disponían de las mayores reservas de oro del mundo y, para
mantener el patrón oro, hubo de conceder cuantiosos préstamos a Europa. Tal fue el origen de
los planes Dawes y Young.

En 1927, la economía estadounidense vivía en plena era de prosperidad, y la guerra europea la


acrecentó: durante tres años sucesivos, los Estados Unidos fueron los proveedores de un
mercado casi ilimitado, mientras las potencias europeas se aniquilaban entre sí. La capacidad
industrial de los Estados Unidos también había aumentado considerablemente, y su agricultura
progresaba a idéntico ritmo.

Desde 1925, la actividad de la Bolsa de Nueva York había evolucionado tan vertiginosamente
como la producción industrial del país. La cotización de las acciones subía regularmente de año
en año, y fueron numerosos los estadounidenses que hallaron en la especulación de la bolsa la
fuente de una rápida fortuna: la fiebre de operar a la bolsa tentaba a todos los estratos de la
población de modo irresistible, tanto rentistas y jubilados como aprendices, que ignoraban todo
lo relativo a la industria, a la economía y a la misma bolsa. Todo el mundo consideraba que la
economía del país se encaminaba hacia niveles insospechados, y todos estaban persuadidos
con que las "mejores acciones" podían conseguirse con muy poco dinero, pensando que debía
aprovecharse de aquella buena suerte antes de que pudiera terminarse.

La continua demanda hizo subir las acciones a alturas increíbles, y pronto la cotización en la
bolsa fue pura especulación, que nada tenía de común con la auténtica solvencia de la
sociedad.

Mientras solo se trató, para el ciudadano medio, de invertir sus economías, la especulación
siguió dentro de ciertos límites más o menos razonables, pero transcurrió el tiempo y los
estadounidenses empezaron a operar en la bolsa con dinero prestado.

Una acción de cien dólares nominales podía obtenerse solo por diez, mientras el resto, llamado
"excedente" -o sea, noventa dólares-, se pagaba a crédito. Si la acción seguía subiendo, todo iba
perfectamente: un alza del 10 por ciento, esto es, que pasara de 100 a 110 dólares
proporcionando al accionista un beneficio neto del 100 por ciento sobre los 10 dólares que en
realidad había desembolsado. En cambio, si la acción bajaba en un 5 o en un 10 por ciento, el
corredor bursátil exigía nuevo pago al contado, y si el cliente no podía hacer frente al mismo, se
veía obligado a vender con pérdidas, con el fin de cubrirse él y cubrir a otros posibles
acreedores.

Entre los pequeños especuladores -decenas de millares de ciudadanos-, eran muy pocos los que
poseían reservas de liquidez apreciable.
Desarrollo de la crisis

El crac bursátil

La crisis se originó en los Estados Unidos, a partir de la caída de la bolsa de Wall Street de 1929
(conocido como Martes Negro, aunque cinco días antes, el 24 de octubre, ya se había producido
el Jueves Negro), y rápidamente se extendió a casi todos los países del mundo.

Multitud reunida en la intersección de Wall Street con Broad Street, al enterarse de la quiebra de la bolsa en 1929.

La coyuntura del alza, denominada allí Big Bull Market, descansaba así sobre una base
sumamente frágil. Todo el sistema se derrumbó en octubre de 1929, y en pocos días —en
cuestión de horas, incluso— las cotizaciones perdieron todo cuanto habían ganado durante
meses o, mejor dicho, durante años. Los pequeños especuladores quedaron arruinados y
tuvieron que vender con enormes pérdidas, y al cundir el pánico los grandes capitalistas se
encontraron también con dificultades.
El 23 de octubre de 1929 las cotizaciones registraron una pérdida media de 18 a 20 puntos, y
pasaron de mano en mano unos seis millones de títulos; al día siguiente, nueva caída de las
cotizaciones, entre 20 y 30 puntos, e incluso de 30 a 40 para las grandes empresas.

En tan crítico momento, los primeros bancos del país y los corredores de bolsa más destacados
intentaron salvar los negocios y reunieron 240 millones de dólares para sostener las
cotizaciones mediante compras masivas, y en aquella sola jornada cambiaron de mano trece
millones de acciones.

Tan desesperada tentativa produjo solo resultados de carácter momentáneo; el lunes 28 de


octubre, se produjo un nuevo descenso de 30 a 50 puntos, y al día siguiente -que pasó a la
historia con el nombre de "Martes Negro"- fue la jornada más sombría de Wall Street. El pánico
fue absoluto: en pocas horas, dieciséis millones y medio de acciones se vendieron con pérdidas
a un promedio del 40 %.

Más tarde, en noviembre, cuando se habían calmado un poco los ánimos, las cotizaciones
habían descendido a la mitad desde el comienzo de la crisis de la bolsa, y no menos de 50 000
millones de dólares se habían desvanecido, con lo que quedaron en evidencia la inseguridad y
fragilidad de los sistemas financieros.

La quiebra de la Bolsa de Nueva York fue el momento más dramático de una crisis sin
precedentes; de todos modos, el derrumbamiento de Wall Street no fue el prólogo ni la causa de
la crisis económica mundial: fue solo su más espectacular síntoma.

Los primeros indicios de recesión se dejaban sentir ya en los países productores de materias
primas, mientras Wall Street vivía aún en plena euforia, primer síntoma de la falta de vigilancia y
prevención de las situaciones cambiantes, por exceso de confianza. La depresión tenía causas
múltiples: tras un periodo de fuerte expansión, sobrevino una crisis de coyuntura y adaptación,
que podría decirse "normal", pero que estalló con violencia inaudita. De todas formas aquella
crisis "normal" hasta cierto punto, era asimismo estructural, resultado de la guerra y sus
funestas consecuencias, tales como la presión fiscal, las deudas de guerra y las reparaciones
alemanas.[cita requerida]

La racionalización y las nuevas técnicas industriales y agrícolas contribuían igualmente a la


crisis. El aumento de producción por hora trabajada, sin aumentar la mano de obra, es
beneficioso para la industria, pero no en todas las circunstancias. Un ritmo de expansión
demasiado rápido acarrea dificultades de transición y adaptación. La racionalización del trabajo
suprime empleos, y los trabajos disponibles para otros sectores de la producción, al haber
desempleo, no pueden adaptarse siempre con suficiente rapidez; por tanto, este problema de
readaptación provoca, en la mayoría de los países, un bache importante apenas transcurre el
periodo de alta coyuntura. Aparte de ello, las dificultades internas y la inestabilidad de la política
mundial impedían entonces la elaboración de cualquier planificación a largo plazo.

La quiebra estadounidense no fue en sus comienzos sino una quiebra de índole bolsística, el
brusco estallido y desmoronamiento de un mito creado por los especuladores; no obstante, sus
consecuencias fueron hondas y duraderas. Las personas arruinadas a causa del
derrumbamiento de la bolsa de valores limitaron sus gastos, los afortunados que todavía
disponían de algún capital quedaron atemorizados y se negaban a invertirlo de nuevo, y las
fuentes de crédito se agotaron. Las consecuencias de todo ello fueron fatales en general para
Europa y en particular para la economía alemana, que dependía casi por entero de los
préstamos de los Estados Unidos a corto plazo.

La quiebra del sistema bancario

La inexistencia en los Estados Unidos de un sector bancario fuerte de ámbito nacional y la


quiebra inicial de algunos bancos hizo que la crisis bancaria se extendiera por todo el país, lo
que multiplicó los efectos de la crisis. La Reserva Federal era la única que podía haber evitado
una caída en cadena de los bancos mediante concesión de liquidez de forma masiva a los
bancos, pero los gestores de la Reserva Federal, muy al contrario, redujeron la oferta monetaria
y subieron los tipos de interés, y provocaron una oleada masiva de quiebras bancarias. Esta
reducción de la oferta monetaria también provocó el inicio de un proceso deflacionario y la
reducción drástica del consumo y el comienzo de una intensa depresión.

Efectos de la crisis

PIB estadounidense en el período 1910–1960. La franja rosa resalta los años de la Gran Depresión (1929–1939).
Desempleo en los Estados Unidos en el período 1910–1960. La franja rosa resalta los años de la Gran Depresión (1929–
1939).

La depresión subsiguiente fue la peor de la historia estadounidense. Durante al menos tres años
y medio todos los indicadores sociales y económicos reflejaron un progresivo deterioro de la
situación. En 1932 el producto interno bruto (PIB) había disminuido un 27 %, y la producción
industrial, un 50 %. La inversión ni siquiera alcanzaba para el mantenimiento de las instalaciones
existentes. Bajo estas presiones, el sistema bancario acabó por derrumbarse. En 1933, el
desempleo llegó al 25 %. Solo en 1940 se recobró el nivel de producción previo a 1929, y esto se
debió al estallido de la II Guerra Mundial. Durante los primeros años de la depresión, entre 1929
y 1932, el índice general de precios en los Estados Unidos disminuyó el 35.6 %.[9] ​Muchos
economistas piensan que este proceso de deflación fue responsable de la profundidad y
duración de la depresión, y también parece probable que esta prolongada deflación solo fue
posible por la política del Sistema de Reserva Federal de disminuir la oferta monetaria.[10] ​

Reducción del PIB en Estados Unidos durante la depresión


Año Reducción del PIB (%)

1930 9.9

1931 7.7

1932 14.9

Instituto Universitario de Análisis Económico y Social. Universidad de Alcalá[11] ​

Los sectores más gravemente afectados por la depresión fueron la agricultura, la producción de
bienes de consumo y la industria pesada. Esto provocó que ciudades como Detroit y Chicago,
que dependían de la industria pesada, sufrieran la crisis con más intensidad. A su vez, hubo
ciudades dependientes de una sola industria que terminaron totalmente arruinadas. En 1932, el
nivel de actividad al que estaba funcionando la industria era tan bajo que incluso una eventual
demanda del mercado podía ser satisfecha sin necesidad de inversión y sin recurrir a más mano
de obra. De modo semejante, el sector de la vivienda estaba también saturado de casas vacías
cuyos propietarios no habían podido hacer frente a las hipotecas. Sin embargo, lo que más se
resintió fue la confianza de los empresarios, quienes tenían grandes dudas sobre la utilidad de
nuevas inversiones. El hundimiento de la bolsa fue además una causa directa de la reducción de
los beneficios empresariales y destruyó el incentivo individual al ahorro, y se redujo así el
volumen de los recursos destinados a la inversión. El nivel extraordinariamente bajo de los
ingresos agrícolas fue decisivo y retardó considerablemente la recuperación. La agricultura fue
el sector más deprimido de la economía, y los productores habían disminuido sus ingresos en
un 70 %. Gran parte de las cosechas no se vendían, y comenzaron a disminuir la producción
demasiado tarde. A su vez, como la gran mayoría de los pequeños agricultores estaban
endeudados, se veían forzados a vender sus productos o a perder sus propiedades.

El funcionamiento del sistema bancario estadounidense fue el factor individual que mayor
influencia tuvo sobre la profundidad alcanzada por la depresión. Los bancos se apoyaban en
unas pocas industrias locales y eran muy susceptibles a las retiradas de fondos. Al producirse
una corrida bancaria masiva, los ahorros se tornaron menores que los ingresos y los bancos no
podían prestar dinero. A su vez, las garantías, como las casas, contra las cuales se habían
vendido los préstamos eran invendibles. A pesar de la debilidad del sistema bancario, su
derrumbamiento pudo haberse evitado, pero el gobierno no hizo nada para rescatar a los
bancos. Es más, lo que se pensaba en ese entonces era que la depresión suponía una purga que
desembarazaría a la economía de sus aspectos menos eficientes, y que las bancarrotas y los
despidos eran parte necesaria de este proceso de retorno al equilibrio.

La difusión de la crisis

La depresión estadounidense de la actividad económica fue acompañada por una reducción


adicional del préstamo hacia el extranjero y una fuerte contracción de la demanda de
importaciones. Esto produjo una gran reducción del flujo de dólares hacia Europa y el resto del
mundo. Dada la importancia de Estados Unidos en la economía mundial, el impacto de su crisis
sobre el resto del mundo fue fuerte; por eso se dice que Estados Unidos exportó su crisis.
Prácticamente todos los países padecieron declives tanto en la producción industrial como en el
PIB, y la URSS fue la principal excepción al estar aislada del capitalismo moderno. El siguiente
cuadro muestra la caída de la renta y la producción industrial entre el comienzo de la crisis en
1929 y 1932, año que marcó el momento de mayor profundidad en el descenso de los
indicadores económicos.

Producción industrial 1932


País PIB 1932 (1929 =100)
(1929=100%)

Austria 80 62

Francia 86 74

Alemania 77 61

Japón 101 -

Reino Unido 95 89

Italia 98 86

Países Bajos 93
84
España 97

Estados Unidos 73 62

Fuente:[12] ​

A principios de 1931, si bien persistía la deflación y la desocupación era alta, los países más
afectados eran los exportadores de materias primas, y varios de ellos debieron abandonar el
patrón oro. Sin embargo, con la quiebra del Credit Anstalt, el principal banco de Austria, se
produjo una fuga de capitales en Alemania, Gran Bretaña y en los Estados Unidos, quien decidió
terminar con el patrón oro. Hacia finales de 1932, casi todos los países del mundo lo habían
hecho.

Alemania, logró una moratoria en el pago de las reparaciones de la deuda pero igual decidió
aumentar las tasas de interés. Esto provocó una profundización en la caída de la actividad
económica y un incremento de la desocupación. La devaluación del marco fue descartada por
temor a la inflación. La alta desocupación creó un clima de conflictividad social y política que
allanó el camino a la llegada de Hitler al poder. Gran Bretaña, por su parte, abandonó el sistema
monetario tradicional dejando flotar la libra, esto produjo su depreciación. Esto fue la
demostración del liderazgo británico y permitió que la economía británica se recuperara de
forma razonable librada de las condiciones impuestas por una moneda sobrevaluada y altas
tasas de interés.
En poco tiempo se produjo la desorganización y la destrucción parcial de la maquinaria que
movía la economía internacional. Los países buscaron una salida individual a la crisis al
desaparecer la cooperación financiera. Esto produjo un deterioro de los términos de intercambio
y significó el descenso de los precios de las materias primas respecto a los productos
manufacturados. En un contexto de escasez de crédito, el resultado para los países periféricos
fue la pérdida de reservas y la depreciación del tipo de cambio. Los países periféricos adoptaron
dos tipos de políticas: las pasivas y las activas. La pasividad fue el mantenimiento de la
ortodoxia monetaria y cambiaría con respecto a los países centrales, y fue realizado por países
pequeños con alta dependencia del mercado como Haití, Honduras y Panamá. Las políticas
activas fueron modificar el tipo de cambio, controlar las importaciones, intervencionismo estatal
e industrialización por sustitución de importación. Estos fueron el caso de Argentina, Brasil y
Uruguay.

El hundimiento del comercio internacional

Unos de los factores de propagación de la crisis fue el hundimiento brutal del comercio
internacional; que llegó a perder dos terceras partes del valor alcanzado en 1929. Este
descalabro del comercio trasladó los efectos de la crisis hasta aquellos países que tenían sus
economías abiertas al exterior.

El hundimiento del comercio internacional se prolongó durante mucho tiempo. En 1938 el valor
del comercio mundial se situaba todavía por debajo de la mitad del nivel del año 1929. La razón
del mantenimiento de la caída fue la adopción generalizada de políticas comerciales
proteccionistas encabezadas por Estados Unidos y Gran Bretaña que desencadenaron una
guerra comercial que junto con la bajada de la demanda por la propia depresión redujo el
comercio mundial.[13] ​Durante la década se tomaron diversas medidas:

Control de cambios: diferentes formas de restricciones oficiales sobre las transacciones


privadas de divisas extranjeras. Los gobiernos exigieron de los exportadores las divisas
recibidas por sus ventas entregándoselas a los importadores como pago de sus compras, en
ambas operaciones el precio era fijado por el gobierno. Esto produjo aislamiento y favoreció el
desarrollo de las industrias internas al limitar la entrada de mercaderías.
Acuerdos bilaterales: buscaban el equilibrio entre las cuentas mutuas de dos países que
querían mantener alto el nivel de comercio sin movilizar oro ni divisas. Un ejemplo son los
acuerdos de compensación que consistía en una forma moderna de trueque en los cuales no
era necesario ningún tipo de movimiento monetario. Otro tipo de acuerdo bilateral era el
clearing, que consistía en abrir una cuenta en cada país a través de los cuales se efectuaban
los pagos por exportación e importación. Alemania fue uno de los que utilizó estos dos tipos
de acuerdos. Finalmente, los acuerdos de pagos, que se establecían entre países con tipo de
cambio fijo y países con controles de cambio, buscaban resolver los problemas de deudas
congeladas e intereses impagos de los últimos países. Fueron utilizados preferentemente por
Gran Bretaña.
Aranceles al comercio: las tarifas fueron el mayor obstáculo para el intercambio internacional
de bienes. Incluso Gran Bretaña, país con fuerte tradición liberal, aprobó una ley de derechos
de importación que imponía una tasa del 10% sobre todas las importaciones fuera de la
Commonwealth.

El colapso en el que se encontraba la economía en 1932 fue extendiendo la idea de que era
necesaria la colaboración internacional para combatir la crisis comercial y financiera. Por esta
razón, se convocó a la Conferencia económica mundial en 1933. Pero como Estados Unidos
salió del patrón oro convirtiendo al dólar en una moneda fluctuante, la reunión se clausuró sin
ningún éxito.

Tres años más tarde, con el dólar estabilizado, se produjeron nuevos intentos de cooperación
internacional como el acuerdo tripartito entre Francia, Gran Bretaña y los Estados Unidos, con el
objetivo de regular los tipos de cambio. Varios países hicieron acuerdos regionales como el de
la Cuenca del Danubio en el cual Hungría, Rumania, Bulgaria y Yugoslavia concedieron
preferencias arancelarias a sus productos. Pero el pacto más famoso fue el realizado por los
países de la Commonwealth en la Conferencia de Ottawa celebrada en 1932, donde se acordó
un sistema de preferencias mutuas para las importaciones provenientes de los miembros de la
comunidad.

Repercusiones en México

El proteccionismo y la Gran Depresión

La recuperación en los Estados Unidos

La recuperación europea

La recuperación mexicana
p

Véase también

Referencias

Bibliografía recomendada

Enlaces externos

Obtenido de
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