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Dios les bendiga siguiendo la secuencia de este tema tan importante sobre el Cuarto

Evangelio me toco hacer un desglose del capítulo 22 y 23 sobre el Espíritu Santo,


teniendo como sub temas el Pneuma (en la religión helenista, en el Antiguo Testamento,
en los Sinópticos, El Espíritu Santo en Juan, el Paracletos y la Escatología.

El evangelio de Juan a diferencia de los sinópticos es un evangelio diferente porque no


va dirigido a los judíos a diferencia del Evangelio de Mateo encontramos una enorme
genealogía que va desde los tiempos de Abraham hasta el mismísimo señor Jesucristo.

Sin embargo, el evangelio de Juan fue escrito 70 años después de la muerte y


resurrección del señor Jesucristo.

Vemos como Juan usó las palabras meticulosamente porque ya a esas alturas había más
gentiles convertidos qué judíos al cristianismo o al Mesías al señor, por lo tanto, el
vocabulario que podemos ver es diferente porque hay términos que quizás para un judío
significan una cosa y para un gentil significan otra o simplemente no significan nada.

La palabra mashía o Mesías prácticamente es una palabra inexistente. en el Evangelio


de Juan es una palabra que no aparece mucho. y Escoge palabras Como por ejemplo
vimos la palabra logos que se mencionó porque el logo para el griego era el que había
hecho el universo, el que le daba orden, el que ponía todo en su sitio el que hacía que
todo funcionara.

Entonces Juan utiliza Esa palabra que era muy conocida en el mundo de la filosofía
griega y la emplea. Y entonces él dice el logos ese que ustedes llaman el logos el
creador, es que usted no tiene ni idea de lo que están hablando Yo voy a hablar de él. Y
presenta ese logos como el creador del universo como encarnado.

La audiencia, los lectores a los cuales iba a llegar el evangelio eran personas que no
tenían mucho conocimiento de la Biblia, son gente que venían de un trasfondo pagano
de idolatría un mundo de mitología griega. Él tenía que ser cuidadoso para presentar un
evangelio convincente, claro, directo y representando a Cristo de una forma adecuada él
tomo en cuenta la cantidad de herejías que ya se habían metido en la iglesia para este
tiempo.

El Pneuma en el Antiguo Testamento.


Con relación al material que analizamos se dice que La pneumatologia es el estudio
detallado, y sistemático respecto a la doctrina del espíritu santo de Dios.

La palabra Espíritu Santo en la terminología hebrea es Ruah Hakodesh y es una


expresión que puede traducirse, como el aliento de Dios, la esencia misma de Dios, el
espíritu de Dios.
Debemos el aliento de vida al Espíritu Creativo de Dios. Moisés reafirmó esta verdad:
cuando dijo “tú eres el Dios que da aliento ruach a todas las criaturas. Podemos
observar que aparece registrado por primera vez la expresión en el libro de Génesis
capítulo 1 versículo 2 para introducir con relación al Espíritu de Dios. Que la tierra
estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu
o sea el Ruah de Dios se movía sobre la faz de las aguas

Nosotros creemos en el espíritu santo, necesitamos el espíritu santo, sin embargo, en la


terminología griega la expresión Espíritu Santo se refiere al Pneuma agios es un término
de origen griego que significa el Espíritu puro el Espíritu Santo de Dios. y ese Pneuma
significa espíritu, el aliento o el soplo divino

Sabemos que todos los que estamos aquí estudiando Teología. Dios es la fuente de todo
lo que está vivo, de toda la vida física. El Espíritu de Dios es el que procede de Dios y
da vida al mundo físico.

Y siempre que se habla del Espíritu Santo y su manifestación aún desde el Antiguo
Testamento podemos observar una serie de teofanía o sea manifestaciones visibles de la
presencia de Dios.

Por ejemplo, en Éxodo capítulo 3 versículo 2 La Biblia dice y se le apareció el ángel


de Jehová en una llama de fuego en medio de una Zarza y él miró Y vio que la salsa
ardía en fuego y La Zarza no se consumía es decir.... cuando el Espíritu Santo como
fuego se manifiesta lo hace para revelarse a los que son suyos….. No es un fuego
destructor, no es un Fuego que viene para destruir sino al contrario un Fuego que viene
para purificarnos
.
En el libro de Éxodo capítulo 13 versículo 21 y 22 dice y Jehová iba delante de ellos de
día era una columna de nube para guiarlos por el camino, y de noche en una columna de
fuego para alumbrarles a fin de que anduviesen de día y de noche nunca se apartó
delante del pueblo. El espíritu de Dios y precisamente La Biblia declara que todo el
monte Sinaí humeaba porque Jehová había descendido sobre él en fuego y el humo
subía como el humo de un horno todo el monte se estremecía en gran manera.

Nos encontramos con diversas opiniones respecto al Pneuma. Al espíritu estaba el


pensamiento estoico, el dualismo griego y el gnosticismo…. Una corriente cristiana
de los primeros siglos que tuvo su influencia en algún evangelio. Estaba formado
pequeños grupos que promovía una religión basada en un intimismo de tipo esotérico.
Entendían que la naturaleza humana de Cristo es sólo una apariencia. En consecuencia,
Jesús no pudo sufrir ni la pasión ni la muerte en la cruz. No redimió a la humanidad a
través de su muerte y resurrección, sino a través de la transmisión de enseñanzas
secretas que permitieron al hombre reintegrar su dimensión divina.
Todo lo que tenía relación con el cuerpo para ellos era despreciable entendían que
Cristo no había podido nacer de una mujer Negaban a la persona histórica Jesús del
Cristo celestial, el Hijo enviado por el Padre. Porque decían que era inconcebible que un
enviado divino pudiera comprometerse con la “carne”

Los gnósticos…… decían también que Dios no pudo crear el mundo porque el mundo,
el cuerpo la materia es malo, por lo tanto un Dios santo, bueno, perfecto, no podía tener
contacto con el hombre bajo ningún concepto, ni con la materia entonces, ellos creían
que había una serie de emanaciones y Jesucristo era una emanación de Dios que
prácticamente no tenía nada que ver con Dios y entonces él sí como no era divino, no
era Santo, no era Dios, no era el creador,…… él sí podía tener contacto con el hombre,
sí podía tener contacto con la materia Porque al fin y al cabo no era Dios Y eso es lo que
algunos gnósticos consideraban

Decían que este mundo era malo, pecaminoso, que el cuerpo era la cárcel del alma,
porque decían que este mundo, la materia, había sido creado por los ángeles caídos que
fueron arrojados de la presencia del Señor, y como ellos eran tan malos al mismo
tiempo eran poderosos, Y por esto se estaba formando un lío dentro de las
congregaciones .

Había otra herejía que se había metido con mucha fuerza y era todo lo contrario era que
el señor Jesucristo simplemente era un hombre que había evolucionado, que tenía
poderes, , que había ido adquiriendo con el paso del tiempo pero no tenía nada que ver
con la divinidad.

Otros creían que Jesús era también como ellos llamaban literalmente un espíritu
descarnado un espíritu que cuando lo veías Parecía un hombre, pero en el fondo no era
un ser humano. Para muchos él no comía, no se cansaba no tenía que dormir no tenía
ningún tipo de sufrimiento. Fíjense ustedes cuantas herejías.

Tuvo que enfrentar el apóstol Juan para poder presentarnos un evangelio convincente,
claro, y directo representar a Cristo al espíritu Santo de una forma adecuada teniendo en
cuenta precisamente la cantidad de opiniones diferentes y las herejías que ya se habían
metido para este tiempo.

Frente a esas corrientes que trataron de negarlo vemos como en Juan capítulo 1:
versículo 14 …. Hace una declaración……. y aquel verbo se hizo carne, y habitó entre
nosotros y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de
verdad.

Afirmó que Dios había asumido en Cristo a toda la realidad humana, incluido el
sufrimiento. Otros textos del NT no tenían necesidad de decir «la palabra se hizo
carne», porque sobre la «carne» de Jesús no había ninguna duda, era un hombre real.
Pero el cuarto evangelio hace énfasis con relación a esto, porque algunos miembros de
la comunidad no lo estaban viendo así y tendían a una gnosis sin carne de Jesús.
El Pneuma en los Sinópticos

Con relación al Pneuma en los Sinópticos. Se dijo anteriormente que los sinópticos son
los primeros tres evangelios, Mateo, Marcos y Lucas porque presentan la misma
perspectiva general de la vida y predicación de Jesús.

Nosotros vemos como el señor Jesús en los sinópticos contaba con el Espíritu Santo
para cumplir con su misión mesiánica, misión incluiría la presencia general del Espíritu
Santo

Dios usó la frase Ruach Yahvé en Su promesa de que el Mesías tendría el poder del
Espíritu Santo: "Y reposaría sobre él el Espíritu del Señor; espíritu de sabiduría y de
inteligencia, y conocimiento. Vemos como esta profecía se cumplió, cuando fue
bautizado en el rio Jordán, y Juan vio al Espíritu de Dios que descendía como
paloma, y venia sobre él.

En el Nuevo Testamento se comenzó a abundar y a darle una serie de apelativos


importantes al espíritu santo de Dios que identifican su obra, el mover de Dios, el actuar
del Espíritu Santo en la vida de cada cristiano.

Por ejemplo, en Lucas 4. 14 podemos ver que Jesús volvió en el poder del Espíritu a
Galilea, y se difundió su fama por toda la tierra de alrededor.

Y decía, pero si yo por el Espíritu de Dios echo fuera los demonios, ciertamente ha
llegado a vosotros el reino de Dios.

El Paracletos.

Uno de ellos es la palabra o el término paracletos... en Juan en el capítulo 14 verso 16


aparece la palabra que se traduce como consolador hablando del Espíritu Santo y esa
palabra es Paracletos, es una palabra de origen griego que se aplica al Espíritu Santo y
significa el que camina a un lado para auxiliar, ayudar, abogar, proteger y fortalecer,
animar o consolar.

En el evangelio de Juan en su capítulo 14 versículos 16 al 17 se muestra que Jesús


mismo es el consolador, él Paracletos. Nosotros vemos como el Señor Jesús afirmó
el espíritu de verdad hablando del Espíritu Santo. En el cual no hay engaño. La Biblia
dice al cual el mundo no puede recibir porque no le ve ni le conoce y dice palabras
reveladoras en Juan 14 : 16 al 17 está Jesús con ellos y él les dice hablando del espíritu
de verdad Pero vosotros le conocéis porque Mora con vosotros y estará con vosotros .
En ese instante vemos como Jesucristo este consolador estaba con ellos pero luego de su
Ascensión y el día de Pentecostés con el derramamiento de su espíritu santo hoy el
Señor Jesús Mora en nosotros por medio de su espíritu santo. La presencia misma del
señor Jesucristo revelada que está con y en nosotros

Jesús hablo de la venida del Espíritu como de otro Paracletos. Y que Jesús ya ha sido un
Paracletos para sus discípulos y que el Espíritu iba a venir a ocupar su lugar para
continuar su ministerio entre los discípulos.

El poder del paracleto habitando en nosotros, nos da la capacidad de andar en el Espíritu


y "no satisfacer los deseos de la carne" (Gálatas 5:16). Así, el Espíritu puede producir
Su fruto en nuestras vidas (Gálatas 5:22-23) para la gloria de Dios Padre.

Naturaleza del Paracletos

En Juan 14:16-17 Jesús les dice a Sus discípulos, Yo rogaré al Padre, y Él les dará otro
Consolador, para que esté con ustedes para siempre: Es decir, el Espíritu de verdad, al
cual el mundo no puede recibir porque no lo ve, ni lo conoce; pero ustedes lo conocen,
porque permanece con ustedes, y estará en ustedes.

Aquel que ha sido llamado a estar a nuestro lado para qué en los momentos difíciles,
sepamos que el Consolador está con nosotros.

Jesús nos da la mejor descripción del Espíritu Santo en Juan 16:13-14, Pero cuando
venga el Espíritu de verdad, Él los guiará a toda la verdad; porque no hablará por su
propia cuenta, sino que hablará todo lo que oiga, y les hará saber las cosas que habrán
de venir. Él me glorificará, porque tomará de lo mío y se lo hará saber.

La Biblia nos enseña que el Espíritu Santo es una Persona, dotada con todas las
cualidades de la personalidad, como las emociones, el intelecto y la voluntad. Él
conoce, Él dispone, Él ama. Él siente afecto, antipatía y compasión. Él piensa, ve, oye y
habla, y Él hace todos los actos que la personalidad es capaz de hacer.

La Misión del Espíritu Santo para los discipulos

Cuando Jesús estaba en el aposento alto con Sus discípulos, Él les dijo muchas cosas
acerca del Espíritu Santo. Sin la ayuda del Espíritu de Dios, no podemos vivir la vida
cristiana, como Dios quiere que la vivamos.
El verdadero consuelo que Él nos da, es la fortaleza para enfrentar la vida con valentía y
seguir adelante. Esto no nos quita nuestra propia responsabilidad, ni nos deja rendirnos
fácilmente.

Mateo capítulo 18 versículo 20 podemos ver que dice porque donde están dos o tres
congregados en mi nombre dice Jesús Allí estoy yo en medio de ellos y cómo está él ? a
través de su esencia, a través de su espíritu, el espíritu de Cristo. El Espíritu Santo.

En Mateo capítulo 28 versículo 20 la Biblia dice enseñándoles que guarden todas las
cosas que os he mandado y He aquí yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del
mundo. El Señor Jesús está con nosotros todos los días. y justamente esas palabras las
menciona en el momento de su Ascensión porque él está con nosotros a través de la
influencia de su espíritu santo en segunda a los Corintios en su capítulo 3 versículo 17
como si quedara alguna duda al respecto la palabra dice. Porque el señor hablando de
Jesús es el espíritu allí y está en mayúscula porque el señor es el espíritu y donde está el
espíritu del señor

Y como “Espíritu de verdad”, el Espíritu Santo se relaciona con Jesús, que es la Verdad,
y con la Palabra de Dios, qué en sí, ¡Es verdad!

- El Espíritu no solo inspiró la Palabra, sino que también “la iluminó” para que
nosotros la entendamos.

- Glorificó a Jesús (en tiempo pasado) enseñando acerca del Señor Jesucristo en
las escrituras.

- Habita en cada creyente y nos sella hasta el día de la redención. El guarda y


garantiza la salvación de los que el habita como lo dicen Efesios 1:13. El
Espíritu Santo ayuda a los creyentes en la oración como lo dice Romanos 8: 26
porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos.

Cuando el Espíritu Santo fue dado en Pentecostés, fue dado al pueblo de Dios para que
estuviera con ellos “para siempre”. Aunque podemos entristecer al Espíritu, ¡Él nunca
nos dejará! El Espíritu escribió la Palabra de Dios. Y de la forma como tratamos la
Biblia, de la misma forma trataremos al Espíritu de Dios y al Hijo de Dios.

Pablo dijo en Primero Tesalonicenses 2:13, Nosotros siempre damos gracias a Dios de
que, cuando ustedes recibieron la palabra de Dios, que nosotros les predicamos, no la
recibieron como mera palabra humana sino como lo que es, como la palabra de Dios, la
cual actúa en ustedes los creyentes.

Cuando el Espíritu Santo escribió las epístolas, por medio de Pedro, Pablo, y otros, las
escribió para cierta gente en particular. Y luego las hizo tan universal, que cada cristiano
que las lee hoy en día, en cualquier parte del mundo, en cualquier idioma o dialecto.
en Lucas 11:13, ¡El Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan! Primero
que nada, presentándole nuestro cuerpo.

Romanos 12:1-2 dice, Hermanos, yo les ruego, por las misericordias de Dios, que se
presenten ustedes mismos como un sacrificio vivo, santo y agradable a Dios.

Y no adopten las costumbres de este mundo, sino transfórmense por medio de la


renovación de su mente, para que comprueben cuál es la voluntad de Dios, lo que es
bueno, agradable y perfecto.

Dios da a Su Espíritu Santo a aquellos que lo obedecen.

En Lucas 11:9-10, Pidan, y se les dará. Busquen, y encontrarán. Llamen, y se les


abrirá. 10 Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, encuentra; y al que llama,
se le abre. Es una orden de Dios. Así que… ¿por qué no pedir? Dios da a Su Espíritu
Santo a aquellos que lo obedecen.

Es una bendición tener al Espíritu Santo en nuestras vidas como nuestro paracleto,
nuestro consolador, como Aquel que nos alienta, nuestro consejero y nuestro abogado

Es de suma importancia el Espíritu Santo en todos los niveles para la salvación misma
del ser humano nosotros requerimos al Espíritu Santo no podemos tener convicción de
pecado, de justicia y de juicio A menos que el espíritu santo lo haya hecho en nosotros,
nos haya convencido.

Los tres evangelios relatan la predicación de Juan el Bautista en Mateo capítulo 3. 11


Cuando dice Yo a la verdad os bautizo con agua para arrepentimiento, pero el que viene
detrás de mí es más poderoso que yo, a quien no soy digno de quitarle las sandalias; El
os bautizará con el Espíritu Santo y con fuego.

Dios el Padre y Dios el Espíritu Santo se manifiestan dando respaldo al ministerio e


identidad de Jesús como Hijo de Dios, el Mesías. De este modo, se hace evidente la
autoridad de Jesús, y nos da ejemplo a nosotros y nosotras como cristianos y cristianas
de ser obedientes a Dios al bautizarnos en agua como El mismo lo hizo.
es que él es espíritu. Y también es conocido en la Biblia como fuego consumidor.

La Misión del Espíritu Santo para los discípulos.

En Juan capítulo 7 versículo 38 al 39 la Biblia dice el que cree en mí como dice la


escritura de su interior correrán Ríos de agua viva Eso dijo del espíritu que habían de
recibir los que creyesen en él pues no había venido el espíritu santo porque Jesús no
había sido aún glorificado el mismo profeta Ezequiel habló de ese río que tipifica
literalmente al espíritu santo de dios un río de aguas vivas

Cuán importante es entender la obra y El poder del espíritu santo debemos comenzar
especificando y a la vez afirmando que Dios en su esencia es espíritu y en su naturaleza
es Santo es decir él es espíritu y es Santo El Espíritu Santo es Dios mismo manifestando
en nosotros su esencia Dios es espíritu es más real que lo que podemos ver o tocar él es
eterno el Espíritu Santo es Dios mismo manifestando en nosotros su naturaleza o sea su
santidad.

Sin el espíritu santo nunca podremos cumplir el propósito y la misión que nos ha sido
encomendada en primera de Corintios en el capítulo 12 versículos 4 al 6 la Biblia dice
algo muy interesante ahora bien Hay diversidad de dones, pero el espíritu es el mismo y
Hay diversidad de ministerios pero el señor es el mismo y Hay diversidad de
operaciones pero Dios que hace todas las cosas en todos es el mismo.

Podemos ver que se habla de dones se habla de ministerios y se habla de operaciones la


palabra de Dios habla de la obra como también El poder del espíritu santo de una
manera magistral en este capítulo 12 de corintios es importante notar estos tres aspectos
se habla de dones de ministerios y de operaciones.

En otras palabras habla de la obra del Espíritu Santo como también del poder del
espíritu santo es un tema amplio dado que existen dones es decir carismas más el
espíritu santo también existen ministerios o diaconías del Espíritu Santo y también
existen operaciones del Espíritu Santo dado que en el mismo capítulo 12 versículo 11 de
primera de Corintios en la Biblia declara Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo
espíritu repartiendo a cada uno en particular como él quiere es decir el Espíritu Santo es
quien hace en nosotros las obras los dones los ministerios y las operaciones de su poder.

El espíritu santo el que nos enseña a dar nuestros primeros pasos en la vida cristiana sin
embargo Dios a través del poder de su espíritu santo nos ayuda a caminar firmemente
sin resbalar en esta vida cristiana es decir en su obra el espíritu santo nos enseña a
aprender a caminar, pero en su poder el espíritu santo nos ayuda a caminar con firmeza
sin resbalar.

Dios a su vez a través de la obra de su espíritu Santo nos introdujo en el trabajo en el


señor………. fue el espíritu santo que nos introdujo a ser parte de este trabajo del cual
la Biblia dice que el trabajo en el señor no es en vano, pero por medio del poder del
espíritu santo nos da herramientas para que podamos hacer el trabajo

pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me
seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la
tierra.

Ese poder ese dunamis es algo muy poderoso , potente . Ese poder consiste en la
capacidad, en la eficacia, en la fuerza, en el valor, en la potencia en La Virtud que le es
concedida de parte de Dios aquel hombre o aquella mujer que recibe ese poder El poder
del espíritu santo es lo que Dios hace a través del hombre.

qué nos sirve la obra del Espíritu Santo no sirve para que podamos ser Genuinos en
nuestro arrepentimiento firmes en nuestra conversión y seguros en nuestra convicción
solamente a través de la obra del Espíritu Santo podemos tener un Genuino
arrepentimiento podemos tener una firmeza en nuestra conversión es decir seremos
transformados realmente.

Hablando de su poder nos sirve para tener capacidad eficacia valor y fuerza que son tan
necesarios para testificar. Ser testigos como dice la escritura y no solo de ello sino que
también a través del poder del espíritu santo podemos tener las evidencias las pruebas,
Maravillas Milagros y las señales de nuestro testimonio.

En Marcos en su capítulo 16 verso del 15 al 16 se habla de una serie de Señales


sobrenaturales sobre el poder de la fe y también del poder del nombre de Cristo pero
estas señales hacen parte de aquellas evidencias, pruebas y maravillas de aquellos que
tienen El poder del espíritu santo. Un ejemplo de esto es que Dios tiene el poder Para
sanar ese sería nuestro testimonio.

Y que por El poder del espíritu santo podamos orar por alguien que está enfermo para
que sea sanado y este sea sanado ese sería la evidencia de nuestro testimonio nosotros
creemos en un Dios que tiene todo poder pero no solamente porque lo mencionamos de
manera verbal sino porque somos testigos esto a través del poder del espíritu santo
somos testigos
¿De que manera opera la obra del Espíritu Santo? Desde la misma creación la obra del
Espíritu Santo se hace evidente desde el mismo libro de génesis en el capítulo 1 verso
12 menciona el Espíritu Santo y opera en la creación no solo del universo y todo lo que
en el hay sino que también opere la creación de un nuevo corazón en la vida del
cristiano en segundo lugar El Espíritu Santo también obra en La redención al punto que
es tan vital la influencia del espíritu santo al hablar de La redención que fue el espíritu
santo quien obró en el nacimiento y glorificación del Redentor es decir sin la
intervención del Espíritu Santo sería imposible .

La redención del hombre nuestro divino Redentor El Mesías nuestro señor Jesucristo
nació porque la Biblia dice que lo que había en el vientre de María del Espíritu Santo
era el Espíritu Santo quien había obrado para que este ser fuera engendrado allí y para
que este ser divino Dios mismo manifestado en carne se manifestará viniese a este
mundo pero no solo eso sino que el mismo Espíritu Santo fue quien obró en la
glorificación del Redentor es decir en la resurrección tanto que la Biblia dice que el
mismo espíritu que levantó de los muertos a Jesús es decir el espíritu santo obra en el
nivel absoluto en La redención del Hombre sin su intervención sería literalmente
imposible que el hombre sea salvado, sea redimido.

En el trabajo también de alcanzar a los perdidos la obra del Espíritu Santo es vital
Porque si la intervención del Espíritu Santo sería imposible que el hombre se convenza
de su condición y mucho menos se acerque y acepte a su Redentor dice la escritura que
es el espíritu santo que nos convence de pecado de justicia y de juicio además de ello el
Espíritu Santo también obra en la guía y revelación que necesitan los Redimidos si la
obra del Espíritu Santo seríamos como ovejas sin pastor es decir seríamos sin guía
cuando alguien es una oveja sin pastor y está perdida No tiene un guía pero el espíritu
santo obra para guiarnos además de ello también obra para traer revelación para quitar
el velo para sacar de nuestra mente toda venda espiritual que no nos permite ver al
punto que que seamos personas sin visión espiritualmente hablando que estemos
espiritualmente ciegos solo el espíritu santo nos da revelación para que podamos ver y
podamos salir de las tinieblas y de la oscuridad.

También en la santificación e intercesión sin la obra del Espíritu Santo no pudiésemos


ser santificados . En romanos capítulo 8 versículo 26 dice

Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir
como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con
gemidos indecibles.

Ese es el espíritu santo Esa es la obra de él obra en crear un nuevo corazón en nuestra
redención en alcanzarnos en convencernos de pecado, de justicia, de juicio, él nos guía,
nos revela lo que necesitamos, nos santifica y además de eso es intercesor.
Produce arrepentimiento verdadero produce firmeza y conversión la virtud de poder
mantenernos firmes en ese arrepentimiento y convertidos totalmente transformados es
decir no solamente reformados sino transformados espiritualmente.

La obra del Espíritu Santo trae consolación pero El poder del espíritu santo trae solución
es decir el espíritu santo a través de su obra nos consuela en medio de las dificultades
pero El poder del espíritu santo trae solución a esas dificultades se recuerdan que los
problemas para Dios no son problemas son oportunidades para mostrar su gloria y para
mostrar su poder.

Nosotros podemos ver una experiencia transformadora del poder y mover del Espíritu
Santo lo podemos ver en la vida de Simón Pedro el apóstol número uno vemos Que este
varón durante su desarrollo experimentó tanto la obra como El poder del espíritu santo.

1- fue llamado para ser pescador de hombres. Y a través de la obra del Espíritu Santo
pero a través del poder fue un pescador de hombres tanto que en uno de sus sermones
dice la Biblia que casi 3000 se arrepintieron.

Y a través de la obra del Espíritu Santo comenzó a tener fe tanto que Jesús en una
ocasión le dijo hombre de poca fe es decir no le dijo hombre que no tienes fe hombre
que no tiene nada de fe él le dijo hombre de poca fe es decir tenía fe pero su fe era poca
sin embargo Pedro a través del Poder del Espíritu Santo en el desarrollo de su vida
cristiana Tuvo una fe preciosa en primera de Pedro en el capítulo 17 habla de esa fe una
que se había desarrollado. Y en escenario de su vida se encuentra con aquel hombre en
aquella puerta del templo llamada la hermosa. Se dirigió hacia este hombre que estaba
allí y le dice Pedro Mira no tengo plata ni oro pero lo que tengo te doy En el nombre de
Jesucristo. Levántate En otras palabras Pedro a través del Poder del Espíritu Santo ya
tenía una fe preciosa.

Él también se levantó para predicar fue un portador y un predicador del mensaje de


fuego tanto que en el libro de los hechos en el capítulo 10 versículo 44 en aquella casa
de aquel hombre importante llamado Cornelio la Biblia dice que mientras Pedro
predicaba el espíritu santo cayó descendió sobre todos los que estaban en Aquel lugar

Dios es espíritu y él Busca adoradores que le adoren En espíritu y en verdad , siempre


ha obrado en el hombre y ha manifestado su poder a través del hombre ese ha sido su
anhelo obrar a favor de todos nosotros y manifestar ese poder a través del hombre en el
principio dice la Biblia el espíritu de Dios se movía sobre las aguas pero ahora hay un
cántico maravilloso que dice que se está moviendo dentro de nuestros corazones. Y
decir que el Señor Jesús es el espíritu la Biblia dice y donde está el espíritu del señor
hablando de Jesús allí hay libertad hay dos razones para ello Y es que cuando el espíritu
santo obra y manifiesta su poder el Espíritu Santo, desata Liberación pudre el yugo de
maldición, y esclavitud e impureza. Levanta al caido, al enfermo no solamente
Físicamente pero el enfermo en su espíritu y alma tiene el poder de echar fuera aún a los
demonios y nos hace hablar en el idioma del cielo. Anhelar cada día más ser llenos del
Espíritu Santo

La escatología

Ha habido discrepancia en cuanto a la estructura escatológica

El problema crítico:

La escatología en el sentido tradicional es el estudio de las últimas cosas: la muerte, el


juicio, el fin del mundo, la venida de Cristo y la consumación del reino de Dios. Desde
esta perspectiva, la escatología es uno de los principales motivos teológicos del cuarto
evangelio que proclama que Jesucristo es Salvador, Santificador, Sanador, Bautizador
con el Espíritu y Rey que pronto vendrá

Para algunos la escatología es el estudio más bien del propósito de Dios con la creación,
con el desarrollo de la historia de la humanidad y hacia dónde se encamina todo es decir
la escatología de alguna forma es parte de dedicar a cada área de la teología porque en
todo Dios tiene un propósito final. Nos llena de esperanza en el futuro esperanza, en las
cosas que van a suceder sé que hay muchas personas, hermanos cristianos, que de
pronto se acercan a libros de profecía o libros de apocalíptica como el Apocalipsis y
muchas veces leen cosas de destrucción, de muerte, de juicios de Dios y en ocasiones
eso puede llenar de temor pero al nosotros entender bien el libro de Apocalipsis que No
necesariamente habla del futuro también puede ser que hable mucho en el futuro pero
ese no es solo el propósito, sino llevarnos un mensaje de Esperanza saber que el
mundo va de mal en peor que tendrá un fin malo aun. Pero aún así Dios sigue teniendo
el control de todo en algún momento e intervendrá en el mundo de forma sobrenatural
para restaurar las cosas, para traer todo a su perfecto orden y en especial esa Esperanza
para aquellos que hemos depositado precisamente nuestra esperanza nuestra fe en Jesús
de que habrá una vida más allá o una vida después de todo esto.

El apóstol Pablo dice en primera de Tesalonicenses 4:13 hermanos no queremos que


ignoren lo que va a pasar con lo que ya han muerto para que no os entristezcáis como
otros que no tienen esperanza… Pablo está hablando aquí que el conocer las cosas que
van a pasar con las personas que han fallecido es importante para no entristecernos
como aquellos que no tienen Esperanza, porque cuando nosotros pensamos en el mundo
en el que vivimos desde una perspectiva materialista desde una perspectiva en donde
todo al final se extinguirá. Todo al final se terminará en muerte si lo vemos desde esa
perspectiva sería un escenario muy triste. Pero al conocer Como dice Pablo el destino de
la humanidad Más allá de esta vida Terrenal es algo que nos llena de esperanza y nos
ayuda a no entristecernos sino precisamente a tener esperanza en el futuro. Para poder
soportar las aflicciones del tiempo presente con la esperanza de que Dios tiene algo
mejor, e intervendrá y restaurará todas las cosas como él solamente lo puede hacer.

El Cuarto Evangelio. Su enseñanza escatológica ha causado muchas discrepancias en


los últimos tiempos, todavía está siendo debatido por varios expertos en apocalíptica
como Charles, Dood, Rudolf Bultmann,y Robinson ellos hicieron una comparación
superficial entre los Sinópticos y Juan.

En Juan se menciona el Reino de Dios sólo dos veces; el mensaje central de Jesús es la
vida eterna, que se ofrece a las personas en el presente. Y muchos entienden que Juan
carece totalmente de la visión apocalíptica de la parusía del Hijo del Hombre en las
nubes del cielo.

Sustituye el discurso del monte de los Olivos y su esquema de los eventos de los
últimos tiempos con el discurso del Aposento Alto y la venida del Espíritu en lugar de
la parusía de Cristo.

Muchos estudiosos concluyen que Juan ha transformó la tradición sinóptica en un


Cristo-misticismo, o de una tradición mística muy diferente de la que están ausentes los
elementos apocalípticos.

La opinión de C.H. Dodd sobre la historia de la escatología del Nuevo Testamento ha


tenido una gran influencia en Inglaterra. Cree que el mensaje de Jesús es la
proclamación de una irrupción de la vida eterna en el mundo. Jesús tenía en mente un
sólo y complejo evento, que incluía su muerte, resurrección, ascensión y parusía, en el
que el Reino de Dios accede a la Historia.

Mientras que Rudolf Bultmann reinterpreta la Escatología aplicando una hermenéutica


existencialista. Él pone de ejemplo La venida del Redentor es un “evento escatológico”,
de acuerdo con los versículos como 3:19 y 9:39. Pero piensa que Juan ignora
completamente el esquema de la Historia redentora y su escatología, y sigue un
dualismo gnóstico. Y que Juan utilizó imágenes simbólicas con el único objetivo de
poner de manifiesto que el creyente se siente buscado y conocido por Dios y que su
propia existencia se pone al descubierto en un encuentro con Aquel que se revela.

Mientras que J.A.T. Robinson piensa que la escatología apocalíptica de Juan se


aproxima más a la enseñanza de Jesús que los Sinópticos. Dodd piensa que Juan es un
correctivo voluntario de la escatología apocalíptica de los Sinópticos.

Algunos investigadores consideran la diferencia entre Juan y los Sinópticos como una
cuestión de énfasis teológico, y creen que en realidad Juan comparte los aspectos
esenciales de la Escatología cristiana primitiva.
Según Kümmel, Juan no pretende completar los Sinópticos sino aclarar su verdadero
significado. La gloria de Dios estaba presente en Jesús, pero sólo fue reconocida por
algunos que tenían fe. Lo oculto tanto de Cristo como de la salvación tiene que llegar a
su fin, y por tanto la manifestación plena de la salvación y el triunfo final sobre la
muerte tienen una dimensión futura.

Una de las mejores revisiones de la Escatología juanina es la de W.E. Howard; él


piensa que no hay conflictos entre la Escatología y el Misticismo de Juan y recurre a la
idea de Kümmel, de que la revelación revelada de la gloria de Dios en el Jesús histórico
exige un cumplimiento real y futuro.

C.F.D. Moule, Juan difiere de los Sinópticos en el énfasis que hace de una Escatología
“hecha realidad” más que de una futurista porque se interesa más por el futuro de la
persona que por el del pueblo de Dios. “La única Escatología hecha realidad en el
Cuarto Evangelio tiene que ver con algo individual; lo que se aleja mucho de sustituir
una Escatología futurista”.

La estructura escatológica.

Dodd admite que sólo el cuarto evangelista le ha dado una forma que sin duda alude a
la antítesis judía de los dos siglos.

un texto en particular: “El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este
mundo, para vida eterna la guardará2 (12:25). Esto mismo se menciona en los
Sinópticos, pero sin la expresión “este mundo” y “este siglo”, son intercambiables, así
ocurre en este caso.

No hay ninguna razón para rechazar el significado escatológico del Reino de Dios. “El
que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios”. Este es un equivalente juanino
de un pasaje sinóptico: El que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él
(Mc. 10:15). Aquí el Reino de Dios es una realidad presente que debe recibirse ahora y
que le hace digno a uno para entrar en el Reino de Dios en el futuro. Y en el presente.
Para poder soportar las aflicciones del tiempo presente con la esperanza de que Dios
tiene algo mejor intervendrá y restaurará todas las cosas como él solamente lo puede
hacer.

La venida de Cristo
LA RESURRECCIÓN: LO QUE SIGNIFICA;
CUANDO SE LLEVARÁ A CABO, QUIÉNES
RESUCITARÁN
Para entender este tema, es indispensable comprender y aceptar las verdades
arriba mencionadas, con todo lo que implican. La muerte se revela en la Biblia
como el fin de la vida humana, tanto para buenos como para malos. Sin embargo,
la esperanza de la vida eterna se ofrece a todos, a condición de que crean y
obedezcan al Señor Jesucristo, «el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la
inmortalidad por el evangelio.» ¿Pero cuándo y cómo se conferirá la dádiva?

El Señor mismo nos indica la respuesta en Juan 6:40:


«Y esta es la voluntad del que me ha enviado; que todo aquel que ve al Hijo, y
cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero.»

Esto equivale a decir que aquellos que verdaderamente se hacen discípulos de


Jesús entran a una nueva clase de vida. Han «pasado de muerte a vida» (Juan
5:24), habiendo sido potencialmente libertados de la condenación de Adán y
hechos herederos de la justicia de la fe que está en Cristo. Esta nueva vida en el
espíritu comienza con el bautismo, cuando, según Pablo, «somos sepultados
juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó
de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida
nueva» (Romanos 6:4). La vida que se vive desde entonces en Cristo es una
nueva experiencia, y el objetivo de todo discípulo verdadero es andar en el
espíritu de Jesucristo, entendiendo que la vida antigua fundada sobre principios
carnales conduce sólo a la muerte, mientras que la vida nueva, basada en los
principios espirituales de Jesucristo, conduce finalmente a heredar la naturaleza
de Dios mismo. Porque «si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a
Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará
también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros»
(Romanos 8:11). Esta dádiva prometida de la vida se realizará por medio de «la
resurrección, en el día postrero» (Juan 11.24); es decir, cuando vuelva Cristo, el
cual juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino (2
Timoteo 4:1).
El vocablo «resurrección» es una palabra clave del mensaje cristiano.
Literalmente significa «el acto de ponerse de pie,» y está claro que no puede
referirse a la supuesta migración del alma humana. «Resurrección» significa que
la persona que ha muerto vuelve a vivir en una existencia corporal. En su
significado fundamental, este término no implica ni más ni menos que esto.

En el capítulo 11 del evangelio de Juan, encontramos el relato sencillo pero


memorable de la resurrección de un amigo de Jesús. Lázaro había muerto, y
«Jesús lloró.» Se dolían Marta y María, amigas de Jesús y hermanas del muerto,
pero Jesús las consoló, diciendo: «Tu hermano resucitará.» Y entonces se nos
revela la firme fe de Marta: «Yo sé,» dice ella, «que resucitará en la resurrección,
en el día postrero.» ¡No hay duda de que aquí está el verdadero reflejo de la
enseñanza del Maestro sobre este gran tema! Pero Jesús quería demostrar que él
realmente era «la resurrección y la vida,» al resucitar de los muertos a su amigo
Lázaro. Vendría el día cuando Jesús manifestaría más ampliamente su poder en
la resurrección del día postrero, así como lo creía Marta. Su Padre lo había
nombrado Dador de Vida. Aquellos que creían en él, aunque estuvieran muertos,
volverían a vivir. Y aquellos que estuviesen aún vivos en el momento de su
venida con poder, no morirían jamás (vv. 25 y 26). La gran señal que iba a
realizar sería una anticipación de aquel día y una demostración de su autoridad
divina para levantar a los muertos.

Viniendo, pues, al sepulcro e invocando a su Padre en oración, «clamó a gran


voz: ¡Lázaro, ven fuera! Y el que había muerto salió, atadas las manos y los pies
con vendas» (vv. 43 y 44).

Esta señal extraordinaria nos da una clara idea de lo que implica la resurrección,
«el acto de ponerse de pie o levantarse» del estado inconsciente de la muerte. Y
sin duda el propósito de este milagro era proclamar la promesa de una
resurrección similar para los que estén «dormidos» en él cuando venga a la tierra
con «poder y gran gloria.» Aun en tiempos del Antiguo Testamento, ésta era la
esperanza que se ofrecía a los siervos de Dios, según lo que predijo Daniel en su
profecía de los últimos días: «Y muchos de los que duermen en el polvo de la
tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y
confusión perpetua. Los entendidos resplandecerán como el resplandor del
firmamento; y los que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas a
perpetua eternidad» (Daniel 12:2-3).
En el Nuevo Testamento, se usa la figura de «dormir» para describir la muerte de
aquellos que pertenecen a Dios. Los muertos en el Señor están dormidos. Esta es
la metáfora sencilla de la Escritura que quita a la muerte su aguijón. Aunque
lleven mucho tiempo de estar muertos y sepultados, sin embargo «para él todos
viven»; no han perecido con los que no tienen ninguna esperanza en Cristo, sino
que esperan la venida del Dador de Vida, quien los llamará a una vida más
gloriosa y duradera que la del presente. La salida del «Sol de justicia» introducirá
un nuevo día, y los levantará de sus lechos de muerte para que resplandezcan
«como el sol en el reino de su Padre.» Este es el consuelo que Pablo ofrece a los
creyentes

«acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no
tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también
traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él. Por lo cual os decimos esto en
palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la
venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. Porque el Señor mismo
con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del
cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que
vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en
las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor.
Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras» (1 Tesalonicenses
4:13-18).

En estos versículos el apóstol Pablo contempla únicamente el destino de aquellos


que serán aprobados en el día de Cristo. Está claro que su consuelo se dirige
solamente a ellos. Y el llamamiento de vivos y muertos se efectuará
simultáneamente, de manera que todos recibirán al Maestro al mismo tiempo, y
siendo juntamente glorificados, estarán con él para siempre. Vale la pena notar
que en este pasaje se habla de las dos partes de la iglesia que menciona Jesús en
Juan capítulo 11: aquellos que estarán muertos cuando él venga, y los que aún
estarán vivos. Cuando el Señor venga, los muertos resucitarán y los vivos serán
arrebatados

«juntamente con ellos» en las nubes, para recibir al Señor y estar con él para
siempre, administrando los «cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la
justicia» (2 Pedro 3:13).

La doctrina de la inmortalidad del alma ha anulado la gloriosa esperanza de


participar en la resurrección cuando venga Cristo. Ha desviado la mente de los
hombres de la ansiosa expectativa de su regreso, como enfoque de la esperanza
de inmortalidad, hacia una vaga esperanza de algo que la Biblia nunca promete.
No obstante, aquellos que entienden la verdad acerca de la naturaleza mortal del
hombre, y comprenden el significado de la prometida resurrección de los
muertos, pueden decir con el apóstol Pablo que su vida

«está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste,
entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria» (Colosenses
3:3-4).

Nuestra única esperanza de vida está en Cristo. La vida actual del hombre es
pasajera y fugaz. Realmente es una muerte viviente, porque necesariamente
termina en la muerte. Y puesto que la esperanza cristiana se centra en Cristo, los
cristianos esperan que él se manifieste del cielo para darles verdadera vida.

Referente a su manifestación, el Señor Jesús afirma claramente que la obra de


reunir a su pueblo será realizada por los ángeles. En una maravillosa profecía de
los acontecimientos relacionados con su segundo advenimiento, Jesús describe al

«Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria. Y
enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos, de los
cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro» (Mateo 24:30).

Observamos que no dice que toda la raza humana será juntada, sino «sus
escogidos,» es decir, los llamados por Dios. Algunas personas están fuera del
alcance de la ley de Dios; no duermen en Jesús, sino que perecen en la muerte, y
«su memoria es puesta en olvido» (Eclesiastés 9:5). Tales personas no resucitan,
conforme al principio expuesto en Romanos 2:12:
«Todos los que sin ley han pecado, sin ley también perecerán; y todos los que
bajo la ley han pecado, por la ley serán juzgados.»

Todos aquellos, de todas las generaciones, que han conocido la voluntad de Dios
y han llegado a ser responsables ante él como Juez, resucitarán en el Día de
Cristo. Los hombres santos del Antiguo Testamento, muertos desde hace mucho
tiempo, se pondrán de pie una vez más en la tierra. Abraham, Isaac y Jacob
estarán allí, según afirma el Señor mismo, junto con «todos los profetas.» Todos
los héroes de la fe que están enumerados en Hebreos 11, desde Abel hijo de
Adán, duermen en el polvo de la tierra, esperando la llamada que los despertará a
resurrección. Ninguno ha recibido todavía las bendiciones prometidas, porque
Dios en su misericordia ha estimado conveniente llamar a las generaciones
posteriores a heredar las mismas promesas, para que todos sean glorificados al
mismo tiempo:
«Y todos estos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron
lo prometido; proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros, para que no
fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros» (Hebreos 11:39-40).

Desde el ministerio de Cristo en la tierra y su ascensión al cielo, el evangelio


llama a hombres y mujeres de todas las naciones al servicio de Dios, y ha llegado
a ser la base de la responsabilidad del hombre hacia su Creador. No hay ninguna
sugerencia en la Biblia de que las naciones paganas van a resucitar, ya que la
ignorancia del camino de Dios excluye a los hombres de la vida que él ofrece.
Pero el conocimiento de la «Verdad» (que es el nombre que se da al evangelio en
el Nuevo Testamento), mientras ofrece la posibilidad de la vida eterna, lleva
también responsabilidades y exige nuestra fidelidad:

«Mirad que no desechéis al que habla. Porque si no escaparon aquellos que


desecharon al que los amonestaba en la tierra, mucho menos nosotros, si
desecháramos al que amonesta desde los cielos . . . porque nuestro Dios es fuego
consumidor» (Hebreos 12:25, 29).

La negativa deliberada de obedecer el evangelio no evitará las responsabilidades


resultantes. La resurrección del día postrero levantará de sus sepulcros a todas las
personas de cualquier generación que son responsables ante Dios por haber oído
su palabra y conocido su voluntad. «Ha de haber resurrección de los muertos,»
dice Pablo ante el gobernador romano, «así de justos como de injustos» (Hechos
24:15).
LA RESURRECCIÓN DE CRISTO GARANTIZA LA
DE SUS SEGUIDORES
No es extraño que la doctrina de la resurrección esté tan integrada en la
substancia de la fe cristiana, porque el cristianismo está fundado sobre una tumba
vacía. La resurrección de Cristo al tercer día después de su crucifixión es, en
verdad, la principal piedra del ángulo de nuestra propia esperanza de vida eterna.
Los apóstoles no hablaban tan tímidamente acerca de la resurrección de Cristo
como lo hacen algunos eruditos modernos. Proclamaron vigorosamente que la
tumba de José en la que se había puesto el cuerpo crucificado del Señor, quedó
vacía al tercer día, y nadie se atrevió a contradecirlo. Relatan cómo ellos mismos
se asombraron de lo que había sucedido, y cómo su incredulidad se convirtió en
comprensión gloriosa cuando tuvieron que reconocer que el cadáver de Jesús no
estaba allí porque había resucitado.

«Luego llegó Simón Pedro tras él, y entró en el sepulcro, y vio los lienzos
puestos allí, y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, no puesto
con los lienzos, sino enrollado en un lugar aparte. Entonces entró también el
otro discípulo, que había venido primero al sepulcro: y vio, y creyó» (Juan 20:6-
8).

La certeza de los discípulos de que el Señor había resucitado, no se basaba en lo


que ellos esperaban, sino que se produjo a pesar de su incredulidad inicial. No se
trataba de la realización de la expectación de ellos, porque se nos dice claramente
que «no habían entendido la Escritura, que era necesario que él resucitase de los
muertos.» Cuando más tarde sus ojos fueron abiertos al enorme significado de lo
que había sucedido, llegaron a entender que la resurrección del Mesías había sido
prefigurada y profetizada en el Antiguo Testamento.

Un maravilloso ejemplo de esto se halla en Génesis 22, donde leemos el relato de


Abraham ofreciendo a su hijo Isaac en sacrificio. Sin duda, aquí hay un modelo
de la cruz de Cristo. He aquí el padre se prepara para inmolar a su amado hijo,
expresando la extraordinaria predicción de que «Dios se proveerá de cordero para
el holocausto.» Tan grande fue la fe de Abraham, que estaba a punto de inmolar a
su hijo sobre el altar, «pensando que Dios es poderoso para levantar aun de entre
los muertos, de donde, en sentido figurado, también le volvió a recibir» (Hebreos
11:19). O como lo expresa el Dr. Moffat en su traducción moderna:
«El consideraba que Dios es poderoso para levantar a los hombres de entre los
muertos. De ahí que lo recuperó, por medio de lo que fue una parábola de la
resurrección.»

Cuando vino la verdadera «simiente,» fue crucificada como una ofrenda por el
pecado de una vez por todas. El Padre dio a su Hijo Unigénito para que muriera
por nosotros en la cruz. Y la mano del que le quitaba la vida no fue detenida. No
se proveyó ningún cordero como sustituto; porque el Señor se había provisto de
un cordero para el holocausto, el mismo Hijo de su amor. Así, la parábola de la
crucifixión se desarrolló en forma detallada en la dura realidad del Calvario. Y se
completó con la gloriosa resurrección del Hijo de Dios en la mañana del tercer
día.
Pero la resurrección de Cristo no sólo fue prefigurada de esta manera en las
Escrituras, sino que también fue directamente profetizada. En Salmos 16:8-11,
tenemos una profecía directa acerca del Mesías:
«A Jehová he puesto siempre delante de mí;
Porque está a mi diestra, no seré conmovido.
Se alegró por tanto mi corazón, y se gozó mi alma;
Mi carne también reposará confiadamente;
Porque no dejarás mi alma en el Seol,
Ni permitirás que tu santo vea corrupción.
Me mostrarás la senda de la vida;
En tu presencia hay plenitud de gozo;
Delicias a tu diestra para siempre.»

Podríamos preguntar: «¿De quién dice el profeta esto; de sí mismo, o de algún


otro?» Y no quedamos en duda en cuanto a la respuesta, porque se da claramente
en el discurso de Pedro en el día de Pentecostés (Hechos 2:30-32). El apóstol
dice que David, el autor del salmo, «murió y fue sepultado, y su sepulcro está con
nosotros hasta el día de hoy.» Pero siendo David un profeta inspirado por Dios,
predijo la resurrección de Cristo. Fue éste quien no sería dejado en el sepulcro.
Fue la carne de él la que no vería corrupción. Fue al Cristo al que Dios resucitaría
para que se sentara en el trono de David. Y esto ya se había cumplido:
«A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos somos testigos» (Hechos 2:32).

Los apóstoles gozaron del privilegio de tener la compañía de Jesús durante


cuarenta días después de su resurrección, y podían citar esta experiencia personal
como evidencia de la verdad de su mensaje. Jesús se había presentado «vivo con
muchas pruebas indubitables» (Hechos 1:3). Algunas de estas pruebas fueron
descritas en los evangelios para generaciones posteriores. Parece claro que el
Señor estaba deseoso de demostrarles que su resurrección fue una experiencia
corporal.
«Mirad mis manos y mis pies,» dijo al confundido grupo reunido en el aposento
alto, «que yo mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni
huesos, como veis que yo tengo. Y diciendo esto, les mostró las manos y los pies.
Y como todavía ellos, de gozo, no lo creían, y estaban maravillados, les dijo:
¿Tenéis aquí algo que comer? Entonces le dieron parte de un pez asado, y un
panal de miel. Y él lo tomó, y comió delante de ellos» (Lucas 24:39-43).

La naturaleza física de Jesús había sido transformada. Era el mismo Jesús, pero
su cuerpo resucitado había sido glorificado. Comió y bebió delante de ellos,
quienes pudieron ver sus manos y sus pies, y palpar las señales de la crucifixión;
sin embargo, apareció «estando las puertas cerradas» y «se desapareció de su
vista.» Aquí no se trataba de un «fantasma,» sino de un cuerpo glorificado que no
podía más morir, siendo igual a los ángeles (Lucas 20:36). Y fue en Jesucristo
que se cumplió por primera vez la Escritura que dice:
«Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se
haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita:
Sorbida es la muerte en victoria» (1 Corintios 15:54).

El propósito declarado de Dios es que la tierra sea «llena del conocimiento de la


gloria de Jehová» (Habacuc 2:14), cuando el pecado y la muerte sean finalmente
erradicados para siempre. «Destruirá a la muerte para siempre,» declara el
profeta de aquella época (Isaías 25:8). Y cuando Jesucristo se levantó de la tumba
al tercer día para heredar la vida eterna, él fue la garantía para los hombres de
que Dios cumpliría su promesa. De manera que la promesa se cumplió en
Jesucristo como señal de que en el futuro se cumplirá en todos los que
verdaderamente le siguen.
La totalidad de 1 Corintios 15 merece ser estudiada atentamente en relación con
la importancia fundamental de la resurrección de Cristo, pero aquí sólo podemos
considerarlo brevemente.
Los versículos 1 al 11 exponen la evidencia de la resurrección del Señor y de
sus apariciones ante diversos discípulos, incluyendo a «más de quinientos
hermanos a la vez.» Pablo demuestra que la creencia en el Señor resucitado, es
el centro del evangelio «que os he predicado, el cual también recibisteis.»
Versículos 12 al 19: A menos que Cristo haya resucitado, no puede haber
resurrección de los creyentes, y, por consiguiente, no puede haber esperanza
para ninguno de nosotros. Es importante que entendamos esta verdad. ¡Es la
resurrección o nada! «Si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en
vuestros pecados. Entonces también los que durmieron en Cristo perecieron»
(vv. 17-18).
Versículos 20 al 23: «Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias
de los que durmieron es hecho.» Puesto que Cristo venció la muerte, él es el
segundo Adán, la cabeza y el primogénito de una nueva creación. «Porque así
como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados.» En este
respecto, Cristo es semejante a la primera gavilla de la siega que era presentada
ante el Señor como una anticipación de la siega futura. Esta siega es «el fin del
siglo (la era actual); y los segadores son los ángeles» (Mateo 13:39). Pablo dice
que hay un debido orden, como en el modelo de la ley de Moisés: «Cristo, las
primicias; luego los que son de Cristo, en su venida.»

Fortalecidos en su fe de este modo por su propia experiencia del Señor


resucitado, los apóstoles salieron al mundo y anunciaron en Jesús la resurrección
de entre los muertos (Hechos 4:2). Como él había resucitado, había esperanza
para quienes creyesen en él. Su resurrección es el modelo y la promesa de la
naturaleza gloriosa que recibirán sus seguidores en su venida. La inmortalidad no
es una existencia sin cuerpo. La promesa es que «seremos semejantes a él» (1
Juan 3:2). Pablo dice que ser bautizados «en la semejanza de su muerte» significa
que «también lo seremos en la de su resurrección» (Romanos 6:5). Ahora, Jesús
fue muerto por los sufrimientos de la cruz y fue enterrado en un sepulcro muy
sólido. Pero al tercer día resucitó a una vida nueva en un cuerpo espiritual
glorificado. Su naturaleza mortal fue transformada en inmortalidad; su vida
corruptible fue envuelta en una naturaleza incorruptible de espíritu, la naturaleza
misma del Padre. Y así será con los creyentes. Volvamos a 1 Corintios 15:
Versículos 35 al 49: La vida actual es terrenal, corruptible, mortal. La nueva
vida será precisamente el contrario de todo esto: espiritual, incorruptible,
inmortal. A menos que los hombres se sometan a semejante cambio, no podrán
heredar el eterno reino de Dios.
Versículos 50-53: «Pero esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no
pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción» (v.
50). Por lo tanto, dice Pablo, todos aquellos que han de heredar el reino deben
ser «transformados»; ya sea que estén vivos y permanezcan así hasta la venida
del Señor, o que estén dormidos en la muerte y tengan que ser despertados otra
vez a la vida. «He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos
seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final
trompeta» (v. 51).

Este cambio de naturaleza será la victoria final sobre el pecado y la muerte para
todos los que tienen por la gracia de Dios el privilegio de participar de él.

Versículos 54 al 57: «Y cuando esto corruptible se haya vestido de


incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se
cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde
está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? ya que el aguijón
de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley. Mas gracias sean dadas
a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo.»
EL TRIBUNAL DE CRISTO: LA SEPARACIÓN DE
JUSTOS E INJUSTOS
No todos los que resuciten en la venida del Señor serán transformados de la
manera ya descrita, porque el Nuevo Testamento dice claramente que en la
resurrección se levantarán dos clases de personas: los aprobados y los
rechazados; y el tribunal de Cristo mismo determinará a cuál clase pertenece cada
uno de nosotros.

Pablo se basa sobre este hecho para suplicar a los romanos que no se entreguen a
la práctica de menospreciar y juzgar a otros:

«Pero tú, ¿por qué juzgas a tu hermano? O tú también, ¿por qué menosprecias a
tu hermano? Porque todos compareceremos ante el tribunal de Cristo. Porque
escrito está: Vivo yo, dice el Señor, que ante mí se doblará toda rodilla, y toda
lengua confesará a Dios. De manera que cada uno de nosotros dará a Dios
cuenta de sí» (Romanos 14:10-12).

Una vez más, Pablo se refiere al tribunal de Cristo al explicar el objetivo de su


vida y sus labores en Cristo. «Procuramos también,» dice, «o ausentes o
presentes, serle agradables.» Y continúa diciendo:

«Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de


Cristo, para que cada una reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el
cuerpo, sea bueno o sea malo» (2 Corintios 5:9-10).

Hay quienes se oponen a esta idea de un tribunal, basándose en ideas humanas de


lo que es adecuado o no. Insisten en que Dios conoce el veredicto de nuestra vida
antes que vivamos, y que por lo tanto un día de juicio es innecesario. Mantienen
también que aquellos que son «salvos» por la obra redentora de Jesucristo nunca
pueden perder su derecho a la salvación, porque la salvación es al fin y al cabo
totalmente independiente de lo que hagan los hombres. Sin embargo, a pesar de
las objeciones humanas, no cabe ninguna duda de que en la Biblia se enseña que
habrá un día de juicio en el cual

«Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres» (Romanos 2:16).

Desde luego, él podría juzgar a todos nosotros en el momento de nuestra muerte.


Podría recompensarnos o castigarnos, de acuerdo con su eterna sabiduría, sin que
nos diéramos cuenta del proceso. Pero no es así como Dios obra, según él se ha
revelado en la Biblia. Y el juicio encomendado al Señor Jesús no solamente será
justo, sino que también se verá que es justo. Será una

«revelación del justo juicio de Dios, el cual pagará a cada uno conforme a sus
obras: vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra
e inmortalidad, pero ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la
verdad, sino que obedecen a la injusticia» (Romanos 2:5-8).

En cuanto a la forma precisa que tomará el juicio, sabemos muy poco. En el


Nuevo Testamento se utiliza la misma palabra «tribunal» para describir el lugar
de juicio en la administración romana, como por ejemplo cuando Pablo eligió ser
juzgado por César, reclamando su derecho de ciudadano romano de comparecer
«ante el tribunal de César» (Hechos 25:10). Recordamos también que nuestro
Señor compareció ante el tribunal de Poncio Pilato (Juan 19:13). Y la Sagrada
Escritura dice que «es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el
tribunal de Cristo.» La idea es la misma. No significa que el tribunal ante el cual
comparecerán los santos se parezca en todos los detalles al tribunal romano, pero
sin duda implica que el gran juez de los hombres pronunciará su veredicto. ¡Qué
perspectiva más saludable y seria es esta! ¡Cómo debiera hacernos meditar y
considerar nuestros caminos! «Cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí»
(Romanos 14:12). Esta será la gran época de separación entre los justos y los
impíos. Los que sean rechazados por Cristo serán destruidos para siempre en la
«muerte segunda,» que según la vigorosa metáfora del Apocalipsis es semejante
a un lago de fuego (Apocalipsis 20:14). Por otra parte, aquellos que sean «tenidos
por dignos» de ello recibirán la transformación de su naturaleza a la
inmortalidad, y serán benditos con una herencia eterna en el reino de Dios.
La idea del tribunal es tanto implícita como explícita en la narración de la
enseñanza de Jesucristo en los evangelios. Por ejemplo, Jesús dice explícitamente
en Mateo 12:36: «Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los
hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio.» Por otra parte, está implícita
en muchas de sus parábolas. Se debe permitir que la cizaña crezca junto con el
trigo «hasta la siega.» Entonces «en el fin de este siglo» (es decir, en el día de su
regreso para establecer su reino), se separarán a los buenos de los malos.
«Enviará el Hijo del Hombre a sus ángeles, y recogerán de su reino a todos los
que sirven de tropiezo, y a los que hacen iniquidad, y los echarán en el horno de
fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes. Entonces los justos resplandecerán
como el sol en el reino del Padre. El que tiene oídos para oír, oiga» (Mateo
13:41).

En forma similar, en otras muchas parábolas se insiste en la misma lección. A los


siervos que laboran en la casa de su amo «hasta que él venga,» se les deja usar
sus talentos o sus minas con la intención de satisfacer a su señor ausente. Pero el
día de la venida del señor revela la crisis del juicio. Los siervos fieles que han
conocido y seguido la voluntad del Señor reciben su recompensa, y entran en el
gozo de su señor. Pero los desleales y perezosos son echados fuera y castigados;
«allí será el lloro y el crujir de dientes.» La lección es clara. Habrá para los
siervos de Dios un día de rendir cuentas. El Señor volverá «después de mucho
tiempo» (Mateo 25:19), para pronunciar su juicio sobre el comportamiento de los
de su casa durante su ausencia en el cielo. De este modo, el Señor nos da
en Mateo 25, inmediatamente después de la parábola de los talentos, una
ilustración muy descriptiva de su tribunal:
«Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con
él, entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él
todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las
ovejas de los cabritos» (Mateo 25:31).

Esta es una clara alusión al juicio que se efectuará cuando vuelva el Señor,
puesto que él lo describe expresamente como el momento de su glorificación y el
establecimiento de su trono en la tierra. La parábola continúa describiendo otra
vez la separación entre las dos clases, siendo las ovejas aquellos que han seguido
con amor y fe al Cordero, y los cabritos aquellos que no lo han hecho. Ahora, el
juez ya conoce en cada momento la vida de sus siervos. Conoce a aquellos que
procuran imitar sus obras de amor y compasión hacia «uno de estos mis
hermanos más pequeños»; y sabe cuando se descuidan estos actos de caridad y
misericordia. El tribunal de Cristo no es un juzgado ante el cual se discutirá la
sentencia, sino un tribunal que simplemente pronunciará el veredicto de esa
infalible sabiduría que «discierne los pensamientos y las intenciones del
corazón.» Aquellos que sean tenidos por indignos de recibir la gracia de Dios
serán expulsados de la presencia del Rey.

«Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego


eterno preparado para el diablo y sus ángeles» (Mateo 25:41).

El fuego eterno es la destrucción total del pecado y de todos los «siervos del
pecado.» Esto se llama «castigo eterno» (v. 46) porque no queda más esperanza
de remisión, siendo la condena final e irrevocable. La extinción en el «fuego
eterno» es una expresión figurada. Habiendo vivido en el mundo y muerto en el
pecado, habiendo sido resucitados y juzgados indignos de recibir la inmortalidad,
ahora son despedidos al olvido de la segunda muerte, con la angustia de saber
que están excluidos para siempre de la «gloria, honra e inmortalidad» de los
santos aceptados.

Pero la Biblia no está interesada principalmente en los fracasos. La resurrección


de entre los muertos es la entrada a la vida eterna para todos aquellos que están
verdaderamente «en Jesucristo.» Es por esta razón que los verdaderos creyentes
de todas las generaciones han esperado ansiosamente el regreso de su Señor.
«Ven, Señor Jesús» ha sido su petición universal. Y aunque en su debida
oportunidad la muerte los ha reclamado, sin embargo han muerto en fe, sabiendo
que su liberación personal de la muerte vendrá con la venida del Dador de Vida.

«El Señor resucitó, ¡Aleluya!


Muerte y tumba ya venció, ¡Aleluya!
Con su fuerza y su virtud, ¡Aleluya!
Cautivó la esclavitud. ¡Aleluya!

(Himno No. 109, himnario cristadelfiano)

El tribunal de Cristo es parte del proceso de transformación de la muerte a la


vida. Así que las «ovejas» a la derecha del Rey, habiendo recibido su aprobación,
son invitadas a tomar parte de la gloria de la edad venidera.

«Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad


el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo» (Mateo 25:34).

Y mientras los rechazados son exiliados a la vergüenza y remordimiento de la


muerte final, «irán los justos a la vida eterna» (v. 46).

¡Qué perspectiva más bendita se abre, pues, ante aquellos que oyen y hacen la
palabra de Dios! ¡Qué valor más trascendente habrá tenido la vida para ellos!
Oirán la voz grata del Redentor mismo quien les pedirá entrar en el reino; serán
librados para siempre de «este cuerpo de muerte»; sentirán que surge por su
cuerpo el poder glorioso de la vida espiritual, de tal manera que «levantarán alas
como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán.» En
resumen, llegarán a ser «participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de
la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia» (2 Pedro 1:4).
¡He aquí verdadera salvación!
En cierta ocasión, Jesús fue interrogado por los saduceos acerca de su enseñanza
sobre la resurrección, en la cual ellos no creían. Citaron el caso hipotético de una
mujer que se casó sucesivamente con siete hermanos; y preguntaron en tono
triunfante: «En la resurrección, pues, ¿de cuál de ellos será mujer?» (Lucas
20:33). Pero el Maestro echó a un lado su ridícula polémica, condenando
duramente su ignorancia de las promesas de Dios. «¿No erráis por esto,» dijo,
«porque ignoráis las Escrituras, y el poder de Dios?» Ellos deberían haber
reconocido la verdad de la resurrección aun por el título de Dios, quien se llama
«el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob.» Estos habían muerto conforme a la fe
y todavía estaban muertos, pero «Dios no es Dios de muertos, sino de vivos.» Por
lo tanto, Abraham, Isaac y Jacob han de resucitar; y desde el punto de vista de
Dios, efectivamente ya viven, porque «todos viven en él.» Sin embargo, dice
Jesús, en lo que se refiere a la pregunta sobre la viuda, el problema no existe
porque «los que fueren tenidos por dignos de alcanzar aquel siglo y la
resurrección de entre los muertos, ni se casan, ni se dan en casamiento. Porque no
pueden ya más morir, pues son iguales a los ángeles, y son Hijos de Dios, al ser
hijos de la resurrección.»
Esta transformación de la naturaleza humana mortal a la igualdad con los ángeles
es el cumplimiento de una obra de la cual la resurrección de entre los muertos es
una parte esencial. Está escrito:

«Así también es la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción,


resucitará en incorrupción. Se siembra en deshonra, resucitará en gloria; se
siembra en debilidad, resucitará en poder. Se siembra cuerpo animal, resucitará
cuerpo espiritual» (1 Corintios 15:42-44).

Estos sucesos maravillosos—la resurrección y la transformación a la


inmortalidad—todavía no se han realizado, porque serán la obra del Señor Jesús
en su venida. Pero se acerca el tiempo en que se tocará la gran trompeta que los
inaugurará, como se describe en la visión simbólica del último libro de la Biblia.
Se trata de un tiempo en que

«se airaron las naciones, y tu ira ha venido, y el tiempo de juzgar a los muertos,
y de dar el galardón a tus siervos los profetas, a los santos, y a los que temen tu
nombre, a los pequeños y a los grandes, y de destruir a los que destruyen la
tierra» (Apocalipsis 11:18).

De esto aprendemos que la resurrección y el juicio de los siervos de Dios,


ocurren al mismo tiempo que el establecimiento del reino de Dios y los otros
acontecimientos relacionados con el día de la revelación de Cristo con poder. Y
como la palabra de Dios se relaciona principalmente con la gloria que se promete
a los creyentes fieles, toda la obra se resume en la descripción sencilla que hace
Pablo:

«Porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y


nosotros seremos transformados» (1 Corintios 15:52).

Cuando la muerte haya sido «sorbida en victoria,» y los siervos fieles y


aprobados de todas las edades, «así pequeños como grandes,» hayan heredado la
tierra con su Salvador y Rey, entonces los sufrimientos y los esfuerzos de la vida
actual se verán en su perspectiva verdadera, como escalones que conducen a la
gloria. Este es el estímulo para hacer buenas obras y seguir fielmente a Jesús;
este es el consuelo del evangelio para todos los que sufren pacientemente las
aflicciones y pruebas de la vida mortal. «Te será recompensado,» dice el Señor,
«en la resurrección de los justos» (Lucas 14:14). Y su gran embajador a los
gentiles, que sufrió en la causa de Cristo tantas penurias y persecución, nos
exhorta con la visión del futuro día de recompensa, diciendo:
«Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son
comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. Porque
el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de
Dios . . . Y no sólo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las
primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos,
esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo» (Romanos 8:18-23).

Una vez más, en Filipenses 3:20-21, Pablo contempla el mismo momento de


liberación:
«Nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al
Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación
nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el
cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas.»

ESTAS DOCTRINAS SON LA BASE DE LA VIDA


CRISTIANA
La enseñanza bíblica sobre la resurrección y juicio, expuesta en estas páginas, no
es simplemente un frío estudio teológico. Estas ideas divinas tienen por objeto
ser el fundamento sobre el cual se viva la vida cristiana y se edifique el carácter
cristiano. Son, en verdad, los postulados de la filosofía cristiana de la vida. Según
el mensaje de la Biblia, la vida es corta y la muerte es real. El Predicador
describe la historia natural de la vida de cada hombre como «vanidad y aflicción
de espíritu.» Toda ganancia del tiempo presente se transforma en pérdida cuando
interviene la muerte. Aparte de la gracia divina, no hay para el hombre ninguna
manera de escaparse de lo inevitable. No existen excepciones. «Como algunos de
vuestros propios poetas también han dicho:»

«La jactancia de los nobles, la pompa del poder,


Todo lo que confieren la belleza y las riquezas,
Aguardan de la misma manera la hora inevitable:
Las sendas de la gloria llevan sólo al sepulcro.»
~ Thomas Gray, poeta inglés

O como el Nuevo Testamento lo expresa más sucintamente: «La muerte pasó a


todos los hombres, por cuanto todos pecaron» (Romanos 5:12). Nos hallamos, en
verdad, en nuestra condición natural, es decir, muertos en delitos y pecados
(Efesios 2:1), y sin la obra de Dios en Jesucristo no habría ningún porvenir para
ninguno de los hijos de Adán.
No obstante, el glorioso mensaje del evangelio es que la vida eterna y la alegría
del reino de Dios se ofrecen a los hombres por medio de su Hijo, a condición de
que crean en su palabra y la obedezcan. Todos los que oyen la voz del Hijo de
Dios y se bautizan en su nombre, experimentan un nuevo nacimiento y entran en
una nueva vida. Se trata de un despertar espiritual que describe el Señor en Juan
5:25:
«De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos
oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán.»

Pero esto no es más que el comienzo de la obra que Dios realizará en ellos. Si
permanecen en él y producen el fruto del espíritu, experimentarán cambios aún
mayores:

«Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el
tener vida en sí mismo; y también le dio autoridad de hacer juicio, por cuanto es
el Hijo del Hombre. No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos
los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán
a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de
condenación» (Juan 5:26-29).

El camino de la sabiduría para cada uno de nosotros consiste en «oír su voz»


ahora. Nos llama por medio de las páginas de las Sagradas Escrituras: «Si oyereis
hoy su voz, no endurezcáis vuestro corazón,» dice en los Salmos el Espíritu de
Dios. «He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación,»
dice el apóstol en el Nuevo Testamento. La voz del Señor Jesucristo nos llama a
seguirle. Nos pide que recibamos sus enseñanzas con corazón fiel, que creamos
sus promesas con completa confianza, y que imitemos el modelo de su propia
vida de amor y sacrificio. El futuro pertenece a los que respondan a su llamado.
Ni la muerte misma puede separarlos del amor de su Señor, porque el aguijón de
ella ha sido quitado. Al relatar como el gran mártir Esteban murió al ser
apedreado por sus agresores, la Escritura declara con un lenguaje majestuoso por
su sencillez que «habiendo dicho esto, durmió.» Su cuerpo destrozado fue
llevado y sepultado. Sus enemigos se regocijaron de su muerte, pero el Espíritu
de Dios dijo: «no está muerto, sino que duerme.» Innumerables millares de
creyentes han muerto desde entonces en la misma fe. Muchos han muerto por la
fe, martirizados como Esteban. Pero no han perecido, sino que «duermen en el
polvo de la tierra,» según profetizó Daniel. Porque en el tiempo determinado,
vendrá el Señor para restituirles sus vidas y conferirles la naturaleza inmortal y
gloriosa de Dios mismo. La vida nueva que empezó con el bautismo se
consumará en la naturaleza nueva que se conferirá en el tribunal de Cristo.

«Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin
de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también
nosotros andemos en vida nueva. Porque si fuimos plantados juntamente con él
en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su
resurrección . . . Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con
él» (Romanos 6:4-8).

Esta es la esperanza cristiana que da a la vida su verdadero significado y su única


satisfacción duradera. Es responsabilidad de cada uno buscar a Dios y esforzarse
por hacer su voluntad «porque esto es el todo del hombre» (Eclesiastés 12:13). El
Señor ha prometido una recompensa céntupla a quienes hagan esto, tanto con la
felicidad y paz que les da en el presente, como con la vida eterna de la edad
venidera. La venida del Señor será para ellos el día de salvación; y con fe en la
expiación efectuada por su Señor, podrán enfrentar la muerte sin temor,
esperando una resurrección en la cual recibirán del Señor una vida de honor, de
gloria y de inmortalidad, sabiendo que
«de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y
después de esto el juicio, así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar
los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el
pecado, para salvar a los que le esperan» (Hebreos 9:27-28).

~ L. W. Richardson

La venida de Cristo

Aceptamos que la idea juanina de la “venida” de Jesús es mucho más compleja que en
los Sinópticos. Jesús habla de su partida y de su regreso después de la resurrección
(16:16), aunque Jesús no utiliza el lenguaje de ir y venir, esta idea está presente.

Más aún, hemos concluido que Jesús habla de venir de nuevo en la venida del
Paracletos (14:18). Algunos estudiosos han pensado que esta promesa se refiere a la
parusía, y que resulta más fácil de entender como una referencia a la venida de Jesús en
el Espíritu.

Con referencia a (14:3) muchos intérpretes insisten en que se trata de la misma venida
de Jesús en el Espíritu que se menciona en 14:28. Sin embargo, no se puede determinar
que Jesús pretendiera reemplazar la parusía con el Paracletos.

Dodd admite que en14:3 “tenemos el enfoque más próximo al lenguaje tradicional de la
Escatología de la Iglesia”. Dodd compara este pasaje con las palabras de Pablo en 1
Tesalonicenses 4:13-18, las cuales representan la creencia de la época sobre el retorno
de Cristo y la reunión de sus discípulos con él.
Es difícil que Juan concibiera el suceso redentor como un solo evento complejo que
abarcaba la muerte, la resurrección, la ascensión y la parusía (espiritual), como
sostienen estudiosos como Dodd y Robinson.

Juan presenta un aspecto diferente de la ascensión al concebirla como algo separado de


la resurrección.

La palabra de Jesús sobre la venida en el Paracletos y su venida escatológica reflejan


una tensión entre una escatología presente y una futurista.

Resurrección

La enseñanza de la resurrección en Cuarto Evangelio tiene que ver tanto con un evento
escatológico futuro como una realidad espiritual presente. Hay un énfasis reiterado en la
resurrección corporal en el último día cuando los muertos serán resucitados en plenitud
de vida eterna; pero también encontramos que la vida que pertenece a la resurrección ha
irrumpido en este siglo y está a disposición de las personas en el ámbito espiritual. Este
disfrute anticipado de la resurrección es gracias a Cristo que es la
resurrección y la vida.

La vida resucitada, tanto futura como presente, está en Cristo; el que cree en él aunque
haya muerto físicamente, vivirá de nuevo; y quienquiera que disfrute de la bendición de
la vida espiritual en el presente por medio de la fe en él algún día entrará en una
existencia inmortal.

La realidad de la vida resucitada en el presenta se expresa vivamente en 5:25; en este


sentido la hora que viene ya está aquí y las personas espiritualmente muertas pueden
volver a la vida si responden a la voz del Hijo de Dios. Esta enseñanza del goce presente
de una realidad futura es otra ilustración de la estructura escatológica básica que se
encuentra en todo el Nuevo Testamento.

Dodd dice que la resurrección de Lázaro es una ilustración de que la vida eterna por
medio de Cristo es algo que se posee en el presente “y no una esperanza para el último
día”. La resurrección, según el Cuarto Evangelio, es tanto algo para su disfrute subjetivo
aquí y ahora como una realidad objetiva en la consumación escatológica.

Esta previsión de la resurrección corporal futura aparece en varias ocasiones. “Y esta es


la voluntad de mi Padre, el que me envió: que de todo lo que me diere, no pierda yo
nada, sino que lo resucite en el día postrero”.

Esta resurrección escatológica se describe con gran intensidad en el mismo pasaje en el


que Jesús habla de la resurrección como una realidad espiritual presente. Después de
afirmar que ha llegado la hora de que los que oigan la voz del Hijo de Dios entren en la
vida, dice: “No os maravilléis de esto; porque vendrá la hora cuando todos los que están
en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación
(5:28,29).

Algunos investigadores sugieren que este pasaje contiene una difícil combinación de
dos escatologías: la escatología del evangelista y la popular que el autor no podía
ignorar totalmente a pesar de estar en desacuerdo. Incluir pasajes como éste produjo la
combinación de dos escatologías diferentes, una espiritual y otra realista. Sin embargo,
no hay ningún conflicto entre ellas: sólo hay una tensión entre la Escatología hecha
realidad y futurista.

La única interpretación que valora de forma adecuada estas palabras es la que reconoce
que habrá en el Siglo Venidero, diferente de la vida de este siglo. Desde esta
perspectiva, la Escatología del Cuarto Evangelio está muy adecuada con la de los
Sinópticos y la del resto del Nuevo Testamento.

La vida debe experimentarse en dos etapas: el presente en ámbito espiritual, y en el


futuro, en la resurrección del cuerpo.

La vida eterna puede disfrutarse aquí y ahora respondiendo a la palabra de Cristo, y ese
mismo poder que garantiza la vida eterna a los creyentes durante su existencia terrenal
les resucitará después de la muerte para entrar en una existencia renovada en un mundo
más allá.

La importancia en el pensamiento de Juan queda reflejada por su insistencia en la


resurrección corporal de Jesús. No cabe duda que la resurrección corporal tuvo un papel
muy importante en el pensamiento de Juan.

El juicio

Así como la vida eterna y la resurrección implican tanto un presente como un futuro, el
juicio también se concibe como una separación futura que se llevará a cabo en el último
día y como una separación espiritual presente entre las personas dependiendo de su
relación con Cristo. El juicio escatológico futuro se afirma en 12:48: “El que me
rechaza, y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he hablado, ella
le juzgará en el día postrero”.

Este lenguaje escatológico dirigido hacia un día último en el que los seres humanos
serán juzgados. En este caso la norma de este juicio serán las palabras de Jesús. El
pensamiento de separación entre buenos y malos también está dicho de la resurrección
de vida, y los que han obrado mal a la de juicio (Jn. 5:28,29). Los justos serán
resucitados para disfrutar de la plenitud de la vida eterna; pero los malos
experimentarán una resurrección para ser juzgados por sus malas obras.

Este juicio futuro tiene un efecto retroactivo en el presente en la persona de Cristo; y


será en esencia la ejecución de la sentencia de la condenación que ya se ha decidido de
acuerdo con la respuesta de las personas a la persona de Cristo aquí y ahora. “El que en
él cree, no es condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios.

La condenación futura ya está determinada porque las personas no han querido creer en
Cristo. Aunque los Sinópticos no enfatizan el elemento de la fe en la persona de Jesús,
si encontramos, sin embargo, el mismo pensamiento de que destino futuro de las
personas se basa en su reacción actual a la persona y misión de Jesús.

Hemos descubierto en nuestro estudio de los Evangelios Sinópticos que el Reino se hizo
presente en el mundo en la persona de Cristo, y en él los seres humanos se ven
interpelados por el Reino de Dios, lo cual les exige una decisión. En la medida que ellos
responden afirmativamente con fe al Reino futuro en el momento de su venida
escatológica. Este es en esencia el pensamiento expresado aquí, en el Cuarto Evangelio,
aunque de una forma diferente.

“El que cree en Jesús en cierto sentido ya ha superado el juicio; y es como si estuviera
más allá de él habiendo pasado de muerte a vida”.

Este reconocimiento del juicio como una realidad espiritual presente no nos permite de
ningún modo ignorar el contenido del juicio escatológico. El juicio escatológico futuro
no se convierte en uno espiritual presente, sino que permanece.

Más bien tenemos de nuevo un ejemplo de la estructura escatológica básica de la


Teología del Nuevo Testamento en la que los dos siglos no están divididos por la
parusía, sino que por medio de la encarnación se han superpuesto de tal forma que las
experiencias escatológicas asociadas con el Siglo Venidero han entrado en el presente
siglo y han ocurrido ya en esencia en la realidad espiritual.

Así pues el juicio como la resurrección es todavía una experiencia escatológica futura;
pero también es una realidad espiritual presente por la respuesta favorable o
desfavorable de las personas, de fe o de incredulidad en la persona de Jesús.

Para los que creen el juicio ya ha tenido lugar, se les ha declarado inocentes o se les ha
llamado justos. Para los que no creen, su condenación ya está definida, su juicio es
seguro, porque han visto la luz y la han rechazado. Por lo tanto, el juicio en realidad es
la ejecución de una sentencia que ya ha sido pronunciada. “El juicio escatológico en el
día postrero es una manifestación última del juicio que se celebra aquí y ahora de
acuerdo con la respuesta humana al llamamiento divino”.
La venida de Cristo

Sermón 4: ¿Por
qué vendrá Jesús
otra vez? (Juan
14:1-6)
TEXTO: “… voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y
si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os
tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy vosotros
también estéis” (Jn 14:2,3)
LECTURA BÍBLICA: Juan 14:1-6
ORACIÓN POR LA OFRENDA: En este día en que
celebramos el nacimiento del niño Jesús venimos a
ofrecerte, Padre nuestro, la profunda gratitud de
nuestros corazones y las alabanzas de nuestros labios.
Venimos a adorarte con nuestras dádivas, fruto de
nuestro trabajo. Te agradecemos por la capacidad de
trabajar, ganar y ahorrar, y de poseer y de compartir con
otros. Agrega tus bendiciones a estas dádivas a fin de
que las buenas nuevas de tu amor se puedan conocer en
esta comunidad (ciudad, barrio, etc.) y hasta el último
rincón de la tierra. Te lo suplicamos en el nombre amado
de Jesucristo. Amén.
INTRODUCCIÓN: La historia de la Navidad no está
completa sin la segunda venida de Cristo. El cristianismo
tuvo una encarnación histórica, y tendrá también una
consumación en la historia. La salvación, el motivo de la
primera venida de Cristo, estaría incompleta si el Señor
no viniera otra vez. La segunda venida de Cristo es el
hecho glorioso que hará fructificar todos los beneficios y
bendiciones de la salvación y del evangelio.
¿Por qué vendrá Cristo otra vez? Busquemos las
respuestas a esta gran pregunta.
1. JESÚS VIENE OTRA VEZ PARA BUSCAR A LOS SUYOS
Jesús dijo: “…voy, pues, a preparar lugar para vosotros.
Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os
tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy vosotros
también estéis” (Jn 14:2,3).
(xx)
Cristo volvió de la tierra al cielo para allí preparar un
hogar para su pueblo. Los suyos serán reunidos con él.
(xx)
Cuando venga resucitará a los muertos justos: “Y los
muertos en Cristo resucitarán primero” (1 Ts 4:16).
(xx)
2. JESUCRISTO VIENE OTRA VEZ PARA HACER JUICIO
La Biblia pone muy en claro que Cristo vendrá para
juzgar. Su venida será la gloria para el creyente pero el
desastre para el que no es salvado.
(xx)
Y a vosotros que sois atribulados, daros reposo con
nosotros, cuando se manifieste el Señor Jesús desde el
cielo con los ángeles de su poder, en llama de fuego,
para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni
obedecen el evangelio de nuestro Señor Jesucristo; los
cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la
presencia del Señor y de la gloria de su poder” (2 Ts 1:7-
9).
(xx)
Oíd al Señor Jesús hablar de este tiempo de juicio: “He
aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para
recompensar a cada uno según sea su obra” (Ap 22:12).
(xx)
Oigamos al apóstol Pablo: “Te encarezco delante de Dios
y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los
muertos en su manifestación y en su reino” (2 Ti 4:1).
(xx)
Habrá una hora de rendir cuentas, y será cuando el
Señor venga otra vez.
(xx)
3. JESÚS VIENE OTRA VEZ PARA RECOMPENSAR A LOS
JUSTOS
Cuando Cristo venga por segunda vez, los justos serán
recompensados por su fidelidad. Enviará a sus ángeles y
reunirán a los elegidos. Los redimidos serán preparados
para la eternidad; se colocarán coronas en las frentes
dignas y, vestidos de blanco, los redimidos entrarán al
reino del Señor, donde nada podrá jamás molestar ni
atemorizar, ni afear ni causar tristeza.
(xx)
Será al aparecer el príncipe de los pastores que su
pueblo recibirá la corona de gloria que jamás se
marchitará (1 P 5:4).
(xx)
4. CRISTO JESÚS VIENE OTRA VEZ PARA RECHAZAR AL
PERDIDO, AL INCRÉDULO
La segunda venida de Cristo será trágica para el
incrédulo, el perdido, la persona que rechaza a Cristo
como Salvador y Señor. Será un tiempo espantoso para
aquellos que no son redimidos, que no son
salvos.Oigamos lo que dice el Señor Jesús: “Apartaos de
mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y
sus ángeles… e irán estos al castigo eterno, y los justos
a la vida eterna”(Mt 25:41,46).Pablo dice que Cristo viene
“en llama de fuego, para dar retribución a los que no
conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro
Señor Jesucristo” (2 Ts 1:8)
(xx)
Aquellos que han rechazado la misericordia de Cristo
han dado la espalda a su verdad, han pisoteado su ley,
han descuidado su iglesia, han perseguido a su pueblo y
han despreciado su gracia, se precipitarán a su destino
eterno cuando Cristo venga otra vez.
(xx)
5. CRISTO VIENE PARA HACER CAMBIOS COSMICOS EN LA
TIERRA
Hay pasajes de la Biblia que atribuyen consecuencias
cósmicas a la segunda venida de Cristo (Ro 8:19-23).
(xx)
Simón Pedro dijo: “… Esperando y apresurándoos para la
venida de Dios, en el cual los cielos, encendiéndose,
serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se
fundirán. Pero nosotros esperamos, según sus promesas,
cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la
justicia”(2 P 3:12,13).
(xx)
La tierra fue maldecida después que Adán y Eva pecaron
en el Jardín de Edén. La armonía y la hermosura serán
restauradas. El segundo Adán anulará completamente
todo lo hecho por el primer Adán.
(xx)
Habrá un cielo nuevo y una tierra nueva.
(xx)
6. JESUCRISTO VIENE OTRA VEZ PARA INTRODUCIR EL
REINO ETERNO DE DIOS
En su segunda venida Cristo completará la obra de la
redención. Luego devolverá el reino a Dios el Padre.
(xx)
Pablo dijo: “Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios
y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda
autoridad y potencia” (1 Co 15:24).
(xx)
7. CRISTO VIENE OTRA VEZ PARA MANIFESTAR SU
GLORIA
Pablo dijo: “Te mando delante de Dios, que da vida a
todas las cosas, y de Jesucristo, que dio testimonio de la
buena profesión delante de Poncio Pilato, que guardes el
mandamiento sin mácula ni reprensión, hasta la
aparición de nuestro Señor Jesucristo, la cual a su
tiempo mostrará el bienaventurado y sólo Soberano, Rey
de reyes, y Señor de señores, el único que tiene
inmortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien
ninguno de los hombres ha visto ni puede ver, al cual sea
la honra y el imperio sempiterno. Amén” (1 Ti 6:13-16).
(xx)
Cristo tiene gloria y ha entrado en su gloria ahora.
Cuando venga la segunda vez, será para manifestar su
gloria actual.
(xx)
Cristo ha sido glorificado con la gloria que tuvo con el
Padre “antes que el mundo fuese” Jn 17:5).
Cristo fue glorificado en su muerte (Jn 12:23; 13:31).
Pedro declaró a los judíos que en la resurrección de
Cristo “el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios
de nuestros padres ha glorificado a su Hijo Jesús” (Hch
3:13; 1 P 1:21).
Cristo ahora tiene un cuerpo glorificado (Fil 3:21).
A Cristo le glorifica el Espíritu Santo (Jn 16:14).
Cristo se glorifica en sus redimidos (Jn 17:10).
Cristo es glorificado en los sufrimientos de los suyos (1
Pe 4:14).
Cristo es glorificado en el evangelio (2 Co 8:19).
Cristo es glorificado como el gran Sumo Sacerdote (He
5:5).
El mismo evangelio que se predica ahora es “el
evangelio de la gloria de Cristo” (2 Co 4:4) y “el glorioso
evangelio del Dios bendito” (1 Ti 1:11).
Jesús viene otra vez para manifestar su gloria, toda su
gloria.
8. JESÚS VIENE OTRA VEZ PARA REINAR PARA TODA LA
ETERNIDAD
Sí, Jesús vendrá como Rey de reyes y Señor de señores
para reinar durante siglos sin fin.
(xx)
Oigamos al apóstol Juan: “Entonces vi el cielo abierto; y
he aquí un caballo blanco, y el que lo montaba se
llamaba Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y pelea… y
en su vestidura yen su muslo tiene escrito este nombre:
REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES” (Ap 19:11,16).
(xx)
El reino sobre el cual reinará nuestro Señor es un reino
eterno. El ángel Gabriel le dijo a María, la madre de
Jesús: “y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y
su reino no tendrá fin” (Lc 1:33).
(xx)
El profeta Daniel dijo: “Yen los días de estos reyes el
Dios del cielo levantará un reino que no será jamás
destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo;
desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él
permanecerá para siempre” (Dn 2:44)
CONCLUSIÓN.
La primera venida de Cristo trajo esperanza. Su segunda
venida es la bendita esperanza del creyente. Al pensar
que él vendrá otra vez, nuestros corazones exclaman
con el apóstol Juan: “Amén; sí, ven, Señor Jesús” (Ap
22:20).

Resurrección y juicio

Cuando la Biblia afirma que el hombre fue creado «a imagen de Dios,» debemos
entender no solamente que era en forma semejante a los ángeles, sino también
que recibió una naturaleza moral capaz de reflejar la imagen divina. Es, en
verdad, esta característica moral la que más distingue al hombre de los otros seres
creados por Dios, y que le hace superior a los animales. Los hombres que carecen
de este sentido moral se vuelven «como animales irracionales, nacidos para presa
y destrucción» (2 Pedro 2:12). La tragedia de la historia humana relatada en los
primeros capítulos de Génesis es que la imagen divina en el hombre fue
envilecida por el pecado, conduciendo inevitablemente a la introducción del
sufrimiento y la muerte; de manera que con respecto a la muerte, y considerado
en su estado no redimido, no «tiene más el hombre que la bestia . . . todo es
hecho del polvo, y todo volverá al mismo polvo» (Eclesiastés 3:19-20). Esta fue
la condenación divina del pecado: que la naturaleza humana envilecida
encontrara su fin en la muerte. El hombre sigue siendo un ser moral, capaz de
apreciar las cosas divinas y responder hasta cierto punto a la voluntad de Dios,
pero está separado de la naturaleza divina y ajeno de la vida de Dios por la
ignorancia que en él hay (Efesios 4:18).
Por lo tanto, si Dios no hubiera intervenido, no habría esperanza para ninguno de
nosotros. La inmortalidad sería una vana fantasía, y nosotros, hallando obstruido
e intransitable el camino que conduce al árbol de la vida, estaríamos condenados
a pasar la vida contemplando melancólicamente nuestra extinción por la muerte.
Es muy necesario reconocer que éste es nuestro estado natural. Sólo entonces
podremos entender verdaderamente el significado maravilloso del evangelio.

«Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito,
para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» (Juan
3:16).

La vida eterna no es la herencia natural del hombre, pues su fin natural es la


muerte. Los hijos del hombre no tienen la inmortalidad por derecho, sino que la
obtienen solamente por la gracia de Dios. Es, en verdad, una dádiva de Dios
hecha posible por la vida y la muerte expiatoria de su Hijo Jesucristo. Esta dádiva
se promete únicamente a quienes aceptan el camino hacia Dios que fue revelado
por el Cristo. El apóstol Pablo, al escribir a tales creyentes bajo la inspiración
divina, les recuerda que fueron liberados del pecado como de la esclavitud:

«¿Pero qué fruto teníais de aquellas cosas de las cuales ahora os avergonzáis?
Porque el fin de ellas es muerte. Mas ahora que habéis sido libertados del
pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y
como fin, la vida eterna. Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de
Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro» (Romanos 6:21-23).

LA RESURRECCIÓN: LO QUE SIGNIFICA;


CUANDO SE LLEVARÁ A CABO, QUIÉNES
RESUCITARÁN
Para entender este tema, es indispensable comprender y aceptar las verdades
arriba mencionadas, con todo lo que implican. La muerte se revela en la Biblia
como el fin de la vida humana, tanto para buenos como para malos. Sin embargo,
la esperanza de la vida eterna se ofrece a todos, a condición de que crean y
obedezcan al Señor Jesucristo, «el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la
inmortalidad por el evangelio.» ¿Pero cuándo y cómo se conferirá la dádiva?

El Señor mismo nos indica la respuesta en Juan 6:40:


«Y esta es la voluntad del que me ha enviado; que todo aquel que ve al Hijo, y
cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero.»

Esto equivale a decir que aquellos que verdaderamente se hacen discípulos de


Jesús entran a una nueva clase de vida. Han «pasado de muerte a vida» (Juan
5:24), habiendo sido potencialmente libertados de la condenación de Adán y
hechos herederos de la justicia de la fe que está en Cristo. Esta nueva vida en el
espíritu comienza con el bautismo, cuando, según Pablo, «somos sepultados
juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó
de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida
nueva» (Romanos 6:4). La vida que se vive desde entonces en Cristo es una
nueva experiencia, y el objetivo de todo discípulo verdadero es andar en el
espíritu de Jesucristo, entendiendo que la vida antigua fundada sobre principios
carnales conduce sólo a la muerte, mientras que la vida nueva, basada en los
principios espirituales de Jesucristo, conduce finalmente a heredar la naturaleza
de Dios mismo. Porque «si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a
Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará
también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros»
(Romanos 8:11). Esta dádiva prometida de la vida se realizará por medio de «la
resurrección, en el día postrero» (Juan 11.24); es decir, cuando vuelva Cristo, el
cual juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino (2
Timoteo 4:1).
El vocablo «resurrección» es una palabra clave del mensaje cristiano.
Literalmente significa «el acto de ponerse de pie,» y está claro que no puede
referirse a la supuesta migración del alma humana. «Resurrección» significa que
la persona que ha muerto vuelve a vivir en una existencia corporal. En su
significado fundamental, este término no implica ni más ni menos que esto.

En el capítulo 11 del evangelio de Juan, encontramos el relato sencillo pero


memorable de la resurrección de un amigo de Jesús. Lázaro había muerto, y
«Jesús lloró.» Se dolían Marta y María, amigas de Jesús y hermanas del muerto,
pero Jesús las consoló, diciendo: «Tu hermano resucitará.» Y entonces se nos
revela la firme fe de Marta: «Yo sé,» dice ella, «que resucitará en la resurrección,
en el día postrero.» ¡No hay duda de que aquí está el verdadero reflejo de la
enseñanza del Maestro sobre este gran tema! Pero Jesús quería demostrar que él
realmente era «la resurrección y la vida,» al resucitar de los muertos a su amigo
Lázaro. Vendría el día cuando Jesús manifestaría más ampliamente su poder en
la resurrección del día postrero, así como lo creía Marta. Su Padre lo había
nombrado Dador de Vida. Aquellos que creían en él, aunque estuvieran muertos,
volverían a vivir. Y aquellos que estuviesen aún vivos en el momento de su
venida con poder, no morirían jamás (vv. 25 y 26). La gran señal que iba a
realizar sería una anticipación de aquel día y una demostración de su autoridad
divina para levantar a los muertos.

Viniendo, pues, al sepulcro e invocando a su Padre en oración, «clamó a gran


voz: ¡Lázaro, ven fuera! Y el que había muerto salió, atadas las manos y los pies
con vendas» (vv. 43 y 44).

Esta señal extraordinaria nos da una clara idea de lo que implica la resurrección,
«el acto de ponerse de pie o levantarse» del estado inconsciente de la muerte. Y
sin duda el propósito de este milagro era proclamar la promesa de una
resurrección similar para los que estén «dormidos» en él cuando venga a la tierra
con «poder y gran gloria.» Aun en tiempos del Antiguo Testamento, ésta era la
esperanza que se ofrecía a los siervos de Dios, según lo que predijo Daniel en su
profecía de los últimos días: «Y muchos de los que duermen en el polvo de la
tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y
confusión perpetua. Los entendidos resplandecerán como el resplandor del
firmamento; y los que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas a
perpetua eternidad» (Daniel 12:2-3).
En el Nuevo Testamento, se usa la figura de «dormir» para describir la muerte de
aquellos que pertenecen a Dios. Los muertos en el Señor están dormidos. Esta es
la metáfora sencilla de la Escritura que quita a la muerte su aguijón. Aunque
lleven mucho tiempo de estar muertos y sepultados, sin embargo «para él todos
viven»; no han perecido con los que no tienen ninguna esperanza en Cristo, sino
que esperan la venida del Dador de Vida, quien los llamará a una vida más
gloriosa y duradera que la del presente. La salida del «Sol de justicia» introducirá
un nuevo día, y los levantará de sus lechos de muerte para que resplandezcan
«como el sol en el reino de su Padre.» Este es el consuelo que Pablo ofrece a los
creyentes

«acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no
tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también
traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él. Por lo cual os decimos esto en
palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la
venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. Porque el Señor mismo
con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del
cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que
vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en
las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor.
Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras» (1 Tesalonicenses
4:13-18).

En estos versículos el apóstol Pablo contempla únicamente el destino de aquellos


que serán aprobados en el día de Cristo. Está claro que su consuelo se dirige
solamente a ellos. Y el llamamiento de vivos y muertos se efectuará
simultáneamente, de manera que todos recibirán al Maestro al mismo tiempo, y
siendo juntamente glorificados, estarán con él para siempre. Vale la pena notar
que en este pasaje se habla de las dos partes de la iglesia que menciona Jesús en
Juan capítulo 11: aquellos que estarán muertos cuando él venga, y los que aún
estarán vivos. Cuando el Señor venga, los muertos resucitarán y los vivos serán
arrebatados

«juntamente con ellos» en las nubes, para recibir al Señor y estar con él para
siempre, administrando los «cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la
justicia» (2 Pedro 3:13).

La doctrina de la inmortalidad del alma ha anulado la gloriosa esperanza de


participar en la resurrección cuando venga Cristo. Ha desviado la mente de los
hombres de la ansiosa expectativa de su regreso, como enfoque de la esperanza
de inmortalidad, hacia una vaga esperanza de algo que la Biblia nunca promete.
No obstante, aquellos que entienden la verdad acerca de la naturaleza mortal del
hombre, y comprenden el significado de la prometida resurrección de los
muertos, pueden decir con el apóstol Pablo que su vida

«está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste,
entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria» (Colosenses
3:3-4).

Nuestra única esperanza de vida está en Cristo. La vida actual del hombre es
pasajera y fugaz. Realmente es una muerte viviente, porque necesariamente
termina en la muerte. Y puesto que la esperanza cristiana se centra en Cristo, los
cristianos esperan que él se manifieste del cielo para darles verdadera vida.

Referente a su manifestación, el Señor Jesús afirma claramente que la obra de


reunir a su pueblo será realizada por los ángeles. En una maravillosa profecía de
los acontecimientos relacionados con su segundo advenimiento, Jesús describe al

«Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria. Y
enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos, de los
cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro» (Mateo 24:30).

Observamos que no dice que toda la raza humana será juntada, sino «sus
escogidos,» es decir, los llamados por Dios. Algunas personas están fuera del
alcance de la ley de Dios; no duermen en Jesús, sino que perecen en la muerte, y
«su memoria es puesta en olvido» (Eclesiastés 9:5). Tales personas no resucitan,
conforme al principio expuesto en Romanos 2:12:
«Todos los que sin ley han pecado, sin ley también perecerán; y todos los que
bajo la ley han pecado, por la ley serán juzgados.»
Todos aquellos, de todas las generaciones, que han conocido la voluntad de Dios
y han llegado a ser responsables ante él como Juez, resucitarán en el Día de
Cristo. Los hombres santos del Antiguo Testamento, muertos desde hace mucho
tiempo, se pondrán de pie una vez más en la tierra. Abraham, Isaac y Jacob
estarán allí, según afirma el Señor mismo, junto con «todos los profetas.» Todos
los héroes de la fe que están enumerados en Hebreos 11, desde Abel hijo de
Adán, duermen en el polvo de la tierra, esperando la llamada que los despertará a
resurrección. Ninguno ha recibido todavía las bendiciones prometidas, porque
Dios en su misericordia ha estimado conveniente llamar a las generaciones
posteriores a heredar las mismas promesas, para que todos sean glorificados al
mismo tiempo:
«Y todos estos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron
lo prometido; proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros, para que no
fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros» (Hebreos 11:39-40).

Desde el ministerio de Cristo en la tierra y su ascensión al cielo, el evangelio


llama a hombres y mujeres de todas las naciones al servicio de Dios, y ha llegado
a ser la base de la responsabilidad del hombre hacia su Creador. No hay ninguna
sugerencia en la Biblia de que las naciones paganas van a resucitar, ya que la
ignorancia del camino de Dios excluye a los hombres de la vida que él ofrece.
Pero el conocimiento de la «Verdad» (que es el nombre que se da al evangelio en
el Nuevo Testamento), mientras ofrece la posibilidad de la vida eterna, lleva
también responsabilidades y exige nuestra fidelidad:

«Mirad que no desechéis al que habla. Porque si no escaparon aquellos que


desecharon al que los amonestaba en la tierra, mucho menos nosotros, si
desecháramos al que amonesta desde los cielos . . . porque nuestro Dios es fuego
consumidor» (Hebreos 12:25, 29).

La negativa deliberada de obedecer el evangelio no evitará las responsabilidades


resultantes. La resurrección del día postrero levantará de sus sepulcros a todas las
personas de cualquier generación que son responsables ante Dios por haber oído
su palabra y conocido su voluntad. «Ha de haber resurrección de los muertos,»
dice Pablo ante el gobernador romano, «así de justos como de injustos» (Hechos
24:15).
LA RESURRECCIÓN DE CRISTO GARANTIZA LA
DE SUS SEGUIDORES
No es extraño que la doctrina de la resurrección esté tan integrada en la
substancia de la fe cristiana, porque el cristianismo está fundado sobre una tumba
vacía. La resurrección de Cristo al tercer día después de su crucifixión es, en
verdad, la principal piedra del ángulo de nuestra propia esperanza de vida eterna.
Los apóstoles no hablaban tan tímidamente acerca de la resurrección de Cristo
como lo hacen algunos eruditos modernos. Proclamaron vigorosamente que la
tumba de José en la que se había puesto el cuerpo crucificado del Señor, quedó
vacía al tercer día, y nadie se atrevió a contradecirlo. Relatan cómo ellos mismos
se asombraron de lo que había sucedido, y cómo su incredulidad se convirtió en
comprensión gloriosa cuando tuvieron que reconocer que el cadáver de Jesús no
estaba allí porque había resucitado.

«Luego llegó Simón Pedro tras él, y entró en el sepulcro, y vio los lienzos
puestos allí, y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, no puesto
con los lienzos, sino enrollado en un lugar aparte. Entonces entró también el
otro discípulo, que había venido primero al sepulcro: y vio, y creyó» (Juan 20:6-
8).

La certeza de los discípulos de que el Señor había resucitado, no se basaba en lo


que ellos esperaban, sino que se produjo a pesar de su incredulidad inicial. No se
trataba de la realización de la expectación de ellos, porque se nos dice claramente
que «no habían entendido la Escritura, que era necesario que él resucitase de los
muertos.» Cuando más tarde sus ojos fueron abiertos al enorme significado de lo
que había sucedido, llegaron a entender que la resurrección del Mesías había sido
prefigurada y profetizada en el Antiguo Testamento.

Un maravilloso ejemplo de esto se halla en Génesis 22, donde leemos el relato de


Abraham ofreciendo a su hijo Isaac en sacrificio. Sin duda, aquí hay un modelo
de la cruz de Cristo. He aquí el padre se prepara para inmolar a su amado hijo,
expresando la extraordinaria predicción de que «Dios se proveerá de cordero para
el holocausto.» Tan grande fue la fe de Abraham, que estaba a punto de inmolar a
su hijo sobre el altar, «pensando que Dios es poderoso para levantar aun de entre
los muertos, de donde, en sentido figurado, también le volvió a recibir» (Hebreos
11:19). O como lo expresa el Dr. Moffat en su traducción moderna:
«El consideraba que Dios es poderoso para levantar a los hombres de entre los
muertos. De ahí que lo recuperó, por medio de lo que fue una parábola de la
resurrección.»
Cuando vino la verdadera «simiente,» fue crucificada como una ofrenda por el
pecado de una vez por todas. El Padre dio a su Hijo Unigénito para que muriera
por nosotros en la cruz. Y la mano del que le quitaba la vida no fue detenida. No
se proveyó ningún cordero como sustituto; porque el Señor se había provisto de
un cordero para el holocausto, el mismo Hijo de su amor. Así, la parábola de la
crucifixión se desarrolló en forma detallada en la dura realidad del Calvario. Y se
completó con la gloriosa resurrección del Hijo de Dios en la mañana del tercer
día.

Pero la resurrección de Cristo no sólo fue prefigurada de esta manera en las


Escrituras, sino que también fue directamente profetizada. En Salmos 16:8-11,
tenemos una profecía directa acerca del Mesías:
«A Jehová he puesto siempre delante de mí;
Porque está a mi diestra, no seré conmovido.
Se alegró por tanto mi corazón, y se gozó mi alma;
Mi carne también reposará confiadamente;
Porque no dejarás mi alma en el Seol,
Ni permitirás que tu santo vea corrupción.
Me mostrarás la senda de la vida;
En tu presencia hay plenitud de gozo;
Delicias a tu diestra para siempre.»

Podríamos preguntar: «¿De quién dice el profeta esto; de sí mismo, o de algún


otro?» Y no quedamos en duda en cuanto a la respuesta, porque se da claramente
en el discurso de Pedro en el día de Pentecostés (Hechos 2:30-32). El apóstol
dice que David, el autor del salmo, «murió y fue sepultado, y su sepulcro está con
nosotros hasta el día de hoy.» Pero siendo David un profeta inspirado por Dios,
predijo la resurrección de Cristo. Fue éste quien no sería dejado en el sepulcro.
Fue la carne de él la que no vería corrupción. Fue al Cristo al que Dios resucitaría
para que se sentara en el trono de David. Y esto ya se había cumplido:
«A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos somos testigos» (Hechos 2:32).

Los apóstoles gozaron del privilegio de tener la compañía de Jesús durante


cuarenta días después de su resurrección, y podían citar esta experiencia personal
como evidencia de la verdad de su mensaje. Jesús se había presentado «vivo con
muchas pruebas indubitables» (Hechos 1:3). Algunas de estas pruebas fueron
descritas en los evangelios para generaciones posteriores. Parece claro que el
Señor estaba deseoso de demostrarles que su resurrección fue una experiencia
corporal.
«Mirad mis manos y mis pies,» dijo al confundido grupo reunido en el aposento
alto, «que yo mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni
huesos, como veis que yo tengo. Y diciendo esto, les mostró las manos y los pies.
Y como todavía ellos, de gozo, no lo creían, y estaban maravillados, les dijo:
¿Tenéis aquí algo que comer? Entonces le dieron parte de un pez asado, y un
panal de miel. Y él lo tomó, y comió delante de ellos» (Lucas 24:39-43).

La naturaleza física de Jesús había sido transformada. Era el mismo Jesús, pero
su cuerpo resucitado había sido glorificado. Comió y bebió delante de ellos,
quienes pudieron ver sus manos y sus pies, y palpar las señales de la crucifixión;
sin embargo, apareció «estando las puertas cerradas» y «se desapareció de su
vista.» Aquí no se trataba de un «fantasma,» sino de un cuerpo glorificado que no
podía más morir, siendo igual a los ángeles (Lucas 20:36). Y fue en Jesucristo
que se cumplió por primera vez la Escritura que dice:
«Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se
haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita:
Sorbida es la muerte en victoria» (1 Corintios 15:54).

El propósito declarado de Dios es que la tierra sea «llena del conocimiento de la


gloria de Jehová» (Habacuc 2:14), cuando el pecado y la muerte sean finalmente
erradicados para siempre. «Destruirá a la muerte para siempre,» declara el
profeta de aquella época (Isaías 25:8). Y cuando Jesucristo se levantó de la tumba
al tercer día para heredar la vida eterna, él fue la garantía para los hombres de
que Dios cumpliría su promesa. De manera que la promesa se cumplió en
Jesucristo como señal de que en el futuro se cumplirá en todos los que
verdaderamente le siguen.
La totalidad de 1 Corintios 15 merece ser estudiada atentamente en relación con
la importancia fundamental de la resurrección de Cristo, pero aquí sólo podemos
considerarlo brevemente.
Los versículos 1 al 11 exponen la evidencia de la resurrección del Señor y de
sus apariciones ante diversos discípulos, incluyendo a «más de quinientos
hermanos a la vez.» Pablo demuestra que la creencia en el Señor resucitado, es
el centro del evangelio «que os he predicado, el cual también recibisteis.»
Versículos 12 al 19: A menos que Cristo haya resucitado, no puede haber
resurrección de los creyentes, y, por consiguiente, no puede haber esperanza
para ninguno de nosotros. Es importante que entendamos esta verdad. ¡Es la
resurrección o nada! «Si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en
vuestros pecados. Entonces también los que durmieron en Cristo perecieron»
(vv. 17-18).
Versículos 20 al 23: «Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias
de los que durmieron es hecho.» Puesto que Cristo venció la muerte, él es el
segundo Adán, la cabeza y el primogénito de una nueva creación. «Porque así
como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados.» En este
respecto, Cristo es semejante a la primera gavilla de la siega que era presentada
ante el Señor como una anticipación de la siega futura. Esta siega es «el fin del
siglo (la era actual); y los segadores son los ángeles» (Mateo 13:39). Pablo dice
que hay un debido orden, como en el modelo de la ley de Moisés: «Cristo, las
primicias; luego los que son de Cristo, en su venida.»

Fortalecidos en su fe de este modo por su propia experiencia del Señor


resucitado, los apóstoles salieron al mundo y anunciaron en Jesús la resurrección
de entre los muertos (Hechos 4:2). Como él había resucitado, había esperanza
para quienes creyesen en él. Su resurrección es el modelo y la promesa de la
naturaleza gloriosa que recibirán sus seguidores en su venida. La inmortalidad no
es una existencia sin cuerpo. La promesa es que «seremos semejantes a él» (1
Juan 3:2). Pablo dice que ser bautizados «en la semejanza de su muerte» significa
que «también lo seremos en la de su resurrección» (Romanos 6:5). Ahora, Jesús
fue muerto por los sufrimientos de la cruz y fue enterrado en un sepulcro muy
sólido. Pero al tercer día resucitó a una vida nueva en un cuerpo espiritual
glorificado. Su naturaleza mortal fue transformada en inmortalidad; su vida
corruptible fue envuelta en una naturaleza incorruptible de espíritu, la naturaleza
misma del Padre. Y así será con los creyentes. Volvamos a 1 Corintios 15:
Versículos 35 al 49: La vida actual es terrenal, corruptible, mortal. La nueva
vida será precisamente el contrario de todo esto: espiritual, incorruptible,
inmortal. A menos que los hombres se sometan a semejante cambio, no podrán
heredar el eterno reino de Dios.
Versículos 50-53: «Pero esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no
pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción» (v.
50). Por lo tanto, dice Pablo, todos aquellos que han de heredar el reino deben
ser «transformados»; ya sea que estén vivos y permanezcan así hasta la venida
del Señor, o que estén dormidos en la muerte y tengan que ser despertados otra
vez a la vida. «He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos
seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final
trompeta» (v. 51).

Este cambio de naturaleza será la victoria final sobre el pecado y la muerte para
todos los que tienen por la gracia de Dios el privilegio de participar de él.

Versículos 54 al 57: «Y cuando esto corruptible se haya vestido de


incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se
cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde
está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? ya que el aguijón
de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley. Mas gracias sean dadas
a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo.»

EL TRIBUNAL DE CRISTO: LA SEPARACIÓN DE


JUSTOS E INJUSTOS
No todos los que resuciten en la venida del Señor serán transformados de la
manera ya descrita, porque el Nuevo Testamento dice claramente que en la
resurrección se levantarán dos clases de personas: los aprobados y los
rechazados; y el tribunal de Cristo mismo determinará a cuál clase pertenece cada
uno de nosotros.

Pablo se basa sobre este hecho para suplicar a los romanos que no se entreguen a
la práctica de menospreciar y juzgar a otros:

«Pero tú, ¿por qué juzgas a tu hermano? O tú también, ¿por qué menosprecias a
tu hermano? Porque todos compareceremos ante el tribunal de Cristo. Porque
escrito está: Vivo yo, dice el Señor, que ante mí se doblará toda rodilla, y toda
lengua confesará a Dios. De manera que cada uno de nosotros dará a Dios
cuenta de sí» (Romanos 14:10-12).

Una vez más, Pablo se refiere al tribunal de Cristo al explicar el objetivo de su


vida y sus labores en Cristo. «Procuramos también,» dice, «o ausentes o
presentes, serle agradables.» Y continúa diciendo:

«Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de


Cristo, para que cada una reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el
cuerpo, sea bueno o sea malo» (2 Corintios 5:9-10).
Hay quienes se oponen a esta idea de un tribunal, basándose en ideas humanas de
lo que es adecuado o no. Insisten en que Dios conoce el veredicto de nuestra vida
antes que vivamos, y que por lo tanto un día de juicio es innecesario. Mantienen
también que aquellos que son «salvos» por la obra redentora de Jesucristo nunca
pueden perder su derecho a la salvación, porque la salvación es al fin y al cabo
totalmente independiente de lo que hagan los hombres. Sin embargo, a pesar de
las objeciones humanas, no cabe ninguna duda de que en la Biblia se enseña que
habrá un día de juicio en el cual

«Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres» (Romanos 2:16).

Desde luego, él podría juzgar a todos nosotros en el momento de nuestra muerte.


Podría recompensarnos o castigarnos, de acuerdo con su eterna sabiduría, sin que
nos diéramos cuenta del proceso. Pero no es así como Dios obra, según él se ha
revelado en la Biblia. Y el juicio encomendado al Señor Jesús no solamente será
justo, sino que también se verá que es justo. Será una

«revelación del justo juicio de Dios, el cual pagará a cada uno conforme a sus
obras: vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra
e inmortalidad, pero ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la
verdad, sino que obedecen a la injusticia» (Romanos 2:5-8).

En cuanto a la forma precisa que tomará el juicio, sabemos muy poco. En el


Nuevo Testamento se utiliza la misma palabra «tribunal» para describir el lugar
de juicio en la administración romana, como por ejemplo cuando Pablo eligió ser
juzgado por César, reclamando su derecho de ciudadano romano de comparecer
«ante el tribunal de César» (Hechos 25:10). Recordamos también que nuestro
Señor compareció ante el tribunal de Poncio Pilato (Juan 19:13). Y la Sagrada
Escritura dice que «es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el
tribunal de Cristo.» La idea es la misma. No significa que el tribunal ante el cual
comparecerán los santos se parezca en todos los detalles al tribunal romano, pero
sin duda implica que el gran juez de los hombres pronunciará su veredicto. ¡Qué
perspectiva más saludable y seria es esta! ¡Cómo debiera hacernos meditar y
considerar nuestros caminos! «Cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí»
(Romanos 14:12). Esta será la gran época de separación entre los justos y los
impíos. Los que sean rechazados por Cristo serán destruidos para siempre en la
«muerte segunda,» que según la vigorosa metáfora del Apocalipsis es semejante
a un lago de fuego (Apocalipsis 20:14). Por otra parte, aquellos que sean «tenidos
por dignos» de ello recibirán la transformación de su naturaleza a la
inmortalidad, y serán benditos con una herencia eterna en el reino de Dios.
La idea del tribunal es tanto implícita como explícita en la narración de la
enseñanza de Jesucristo en los evangelios. Por ejemplo, Jesús dice explícitamente
en Mateo 12:36: «Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los
hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio.» Por otra parte, está implícita
en muchas de sus parábolas. Se debe permitir que la cizaña crezca junto con el
trigo «hasta la siega.» Entonces «en el fin de este siglo» (es decir, en el día de su
regreso para establecer su reino), se separarán a los buenos de los malos.
«Enviará el Hijo del Hombre a sus ángeles, y recogerán de su reino a todos los
que sirven de tropiezo, y a los que hacen iniquidad, y los echarán en el horno de
fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes. Entonces los justos resplandecerán
como el sol en el reino del Padre. El que tiene oídos para oír, oiga» (Mateo
13:41).

En forma similar, en otras muchas parábolas se insiste en la misma lección. A los


siervos que laboran en la casa de su amo «hasta que él venga,» se les deja usar
sus talentos o sus minas con la intención de satisfacer a su señor ausente. Pero el
día de la venida del señor revela la crisis del juicio. Los siervos fieles que han
conocido y seguido la voluntad del Señor reciben su recompensa, y entran en el
gozo de su señor. Pero los desleales y perezosos son echados fuera y castigados;
«allí será el lloro y el crujir de dientes.» La lección es clara. Habrá para los
siervos de Dios un día de rendir cuentas. El Señor volverá «después de mucho
tiempo» (Mateo 25:19), para pronunciar su juicio sobre el comportamiento de los
de su casa durante su ausencia en el cielo. De este modo, el Señor nos da
en Mateo 25, inmediatamente después de la parábola de los talentos, una
ilustración muy descriptiva de su tribunal:
«Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con
él, entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él
todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las
ovejas de los cabritos» (Mateo 25:31).

Esta es una clara alusión al juicio que se efectuará cuando vuelva el Señor,
puesto que él lo describe expresamente como el momento de su glorificación y el
establecimiento de su trono en la tierra. La parábola continúa describiendo otra
vez la separación entre las dos clases, siendo las ovejas aquellos que han seguido
con amor y fe al Cordero, y los cabritos aquellos que no lo han hecho. Ahora, el
juez ya conoce en cada momento la vida de sus siervos. Conoce a aquellos que
procuran imitar sus obras de amor y compasión hacia «uno de estos mis
hermanos más pequeños»; y sabe cuando se descuidan estos actos de caridad y
misericordia. El tribunal de Cristo no es un juzgado ante el cual se discutirá la
sentencia, sino un tribunal que simplemente pronunciará el veredicto de esa
infalible sabiduría que «discierne los pensamientos y las intenciones del
corazón.» Aquellos que sean tenidos por indignos de recibir la gracia de Dios
serán expulsados de la presencia del Rey.

«Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego


eterno preparado para el diablo y sus ángeles» (Mateo 25:41).

El fuego eterno es la destrucción total del pecado y de todos los «siervos del
pecado.» Esto se llama «castigo eterno» (v. 46) porque no queda más esperanza
de remisión, siendo la condena final e irrevocable. La extinción en el «fuego
eterno» es una expresión figurada. Habiendo vivido en el mundo y muerto en el
pecado, habiendo sido resucitados y juzgados indignos de recibir la inmortalidad,
ahora son despedidos al olvido de la segunda muerte, con la angustia de saber
que están excluidos para siempre de la «gloria, honra e inmortalidad» de los
santos aceptados.

Pero la Biblia no está interesada principalmente en los fracasos. La resurrección


de entre los muertos es la entrada a la vida eterna para todos aquellos que están
verdaderamente «en Jesucristo.» Es por esta razón que los verdaderos creyentes
de todas las generaciones han esperado ansiosamente el regreso de su Señor.
«Ven, Señor Jesús» ha sido su petición universal. Y aunque en su debida
oportunidad la muerte los ha reclamado, sin embargo han muerto en fe, sabiendo
que su liberación personal de la muerte vendrá con la venida del Dador de Vida.

«El Señor resucitó, ¡Aleluya!


Muerte y tumba ya venció, ¡Aleluya!
Con su fuerza y su virtud, ¡Aleluya!
Cautivó la esclavitud. ¡Aleluya!

(Himno No. 109, himnario cristadelfiano)

El tribunal de Cristo es parte del proceso de transformación de la muerte a la


vida. Así que las «ovejas» a la derecha del Rey, habiendo recibido su aprobación,
son invitadas a tomar parte de la gloria de la edad venidera.
«Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad
el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo» (Mateo 25:34).

Y mientras los rechazados son exiliados a la vergüenza y remordimiento de la


muerte final, «irán los justos a la vida eterna» (v. 46).

¡Qué perspectiva más bendita se abre, pues, ante aquellos que oyen y hacen la
palabra de Dios! ¡Qué valor más trascendente habrá tenido la vida para ellos!
Oirán la voz grata del Redentor mismo quien les pedirá entrar en el reino; serán
librados para siempre de «este cuerpo de muerte»; sentirán que surge por su
cuerpo el poder glorioso de la vida espiritual, de tal manera que «levantarán alas
como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán.» En
resumen, llegarán a ser «participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de
la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia» (2 Pedro 1:4).
¡He aquí verdadera salvación!
En cierta ocasión, Jesús fue interrogado por los saduceos acerca de su enseñanza
sobre la resurrección, en la cual ellos no creían. Citaron el caso hipotético de una
mujer que se casó sucesivamente con siete hermanos; y preguntaron en tono
triunfante: «En la resurrección, pues, ¿de cuál de ellos será mujer?» (Lucas
20:33). Pero el Maestro echó a un lado su ridícula polémica, condenando
duramente su ignorancia de las promesas de Dios. «¿No erráis por esto,» dijo,
«porque ignoráis las Escrituras, y el poder de Dios?» Ellos deberían haber
reconocido la verdad de la resurrección aun por el título de Dios, quien se llama
«el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob.» Estos habían muerto conforme a la fe
y todavía estaban muertos, pero «Dios no es Dios de muertos, sino de vivos.» Por
lo tanto, Abraham, Isaac y Jacob han de resucitar; y desde el punto de vista de
Dios, efectivamente ya viven, porque «todos viven en él.» Sin embargo, dice
Jesús, en lo que se refiere a la pregunta sobre la viuda, el problema no existe
porque «los que fueren tenidos por dignos de alcanzar aquel siglo y la
resurrección de entre los muertos, ni se casan, ni se dan en casamiento. Porque no
pueden ya más morir, pues son iguales a los ángeles, y son Hijos de Dios, al ser
hijos de la resurrección.»
Esta transformación de la naturaleza humana mortal a la igualdad con los ángeles
es el cumplimiento de una obra de la cual la resurrección de entre los muertos es
una parte esencial. Está escrito:
«Así también es la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción,
resucitará en incorrupción. Se siembra en deshonra, resucitará en gloria; se
siembra en debilidad, resucitará en poder. Se siembra cuerpo animal, resucitará
cuerpo espiritual» (1 Corintios 15:42-44).

Estos sucesos maravillosos—la resurrección y la transformación a la


inmortalidad—todavía no se han realizado, porque serán la obra del Señor Jesús
en su venida. Pero se acerca el tiempo en que se tocará la gran trompeta que los
inaugurará, como se describe en la visión simbólica del último libro de la Biblia.
Se trata de un tiempo en que

«se airaron las naciones, y tu ira ha venido, y el tiempo de juzgar a los muertos,
y de dar el galardón a tus siervos los profetas, a los santos, y a los que temen tu
nombre, a los pequeños y a los grandes, y de destruir a los que destruyen la
tierra» (Apocalipsis 11:18).

De esto aprendemos que la resurrección y el juicio de los siervos de Dios,


ocurren al mismo tiempo que el establecimiento del reino de Dios y los otros
acontecimientos relacionados con el día de la revelación de Cristo con poder. Y
como la palabra de Dios se relaciona principalmente con la gloria que se promete
a los creyentes fieles, toda la obra se resume en la descripción sencilla que hace
Pablo:

«Porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y


nosotros seremos transformados» (1 Corintios 15:52).

Cuando la muerte haya sido «sorbida en victoria,» y los siervos fieles y


aprobados de todas las edades, «así pequeños como grandes,» hayan heredado la
tierra con su Salvador y Rey, entonces los sufrimientos y los esfuerzos de la vida
actual se verán en su perspectiva verdadera, como escalones que conducen a la
gloria. Este es el estímulo para hacer buenas obras y seguir fielmente a Jesús;
este es el consuelo del evangelio para todos los que sufren pacientemente las
aflicciones y pruebas de la vida mortal. «Te será recompensado,» dice el Señor,
«en la resurrección de los justos» (Lucas 14:14). Y su gran embajador a los
gentiles, que sufrió en la causa de Cristo tantas penurias y persecución, nos
exhorta con la visión del futuro día de recompensa, diciendo:
«Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son
comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. Porque
el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de
Dios . . . Y no sólo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las
primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos,
esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo» (Romanos 8:18-23).

Una vez más, en Filipenses 3:20-21, Pablo contempla el mismo momento de


liberación:
«Nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al
Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación
nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el
cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas.»

ESTAS DOCTRINAS SON LA BASE DE LA VIDA


CRISTIANA
La enseñanza bíblica sobre la resurrección y juicio, expuesta en estas páginas, no
es simplemente un frío estudio teológico. Estas ideas divinas tienen por objeto
ser el fundamento sobre el cual se viva la vida cristiana y se edifique el carácter
cristiano. Son, en verdad, los postulados de la filosofía cristiana de la vida. Según
el mensaje de la Biblia, la vida es corta y la muerte es real. El Predicador
describe la historia natural de la vida de cada hombre como «vanidad y aflicción
de espíritu.» Toda ganancia del tiempo presente se transforma en pérdida cuando
interviene la muerte. Aparte de la gracia divina, no hay para el hombre ninguna
manera de escaparse de lo inevitable. No existen excepciones. «Como algunos de
vuestros propios poetas también han dicho:»

«La jactancia de los nobles, la pompa del poder,


Todo lo que confieren la belleza y las riquezas,
Aguardan de la misma manera la hora inevitable:
Las sendas de la gloria llevan sólo al sepulcro.»
~ Thomas Gray, poeta inglés

O como el Nuevo Testamento lo expresa más sucintamente: «La muerte pasó a


todos los hombres, por cuanto todos pecaron» (Romanos 5:12). Nos hallamos, en
verdad, en nuestra condición natural, es decir, muertos en delitos y pecados
(Efesios 2:1), y sin la obra de Dios en Jesucristo no habría ningún porvenir para
ninguno de los hijos de Adán.
No obstante, el glorioso mensaje del evangelio es que la vida eterna y la alegría
del reino de Dios se ofrecen a los hombres por medio de su Hijo, a condición de
que crean en su palabra y la obedezcan. Todos los que oyen la voz del Hijo de
Dios y se bautizan en su nombre, experimentan un nuevo nacimiento y entran en
una nueva vida. Se trata de un despertar espiritual que describe el Señor en Juan
5:25:
«De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos
oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán.»

Pero esto no es más que el comienzo de la obra que Dios realizará en ellos. Si
permanecen en él y producen el fruto del espíritu, experimentarán cambios aún
mayores:

«Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el
tener vida en sí mismo; y también le dio autoridad de hacer juicio, por cuanto es
el Hijo del Hombre. No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos
los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán
a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de
condenación» (Juan 5:26-29).

El camino de la sabiduría para cada uno de nosotros consiste en «oír su voz»


ahora. Nos llama por medio de las páginas de las Sagradas Escrituras: «Si oyereis
hoy su voz, no endurezcáis vuestro corazón,» dice en los Salmos el Espíritu de
Dios. «He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación,»
dice el apóstol en el Nuevo Testamento. La voz del Señor Jesucristo nos llama a
seguirle. Nos pide que recibamos sus enseñanzas con corazón fiel, que creamos
sus promesas con completa confianza, y que imitemos el modelo de su propia
vida de amor y sacrificio. El futuro pertenece a los que respondan a su llamado.
Ni la muerte misma puede separarlos del amor de su Señor, porque el aguijón de
ella ha sido quitado. Al relatar como el gran mártir Esteban murió al ser
apedreado por sus agresores, la Escritura declara con un lenguaje majestuoso por
su sencillez que «habiendo dicho esto, durmió.» Su cuerpo destrozado fue
llevado y sepultado. Sus enemigos se regocijaron de su muerte, pero el Espíritu
de Dios dijo: «no está muerto, sino que duerme.» Innumerables millares de
creyentes han muerto desde entonces en la misma fe. Muchos han muerto por la
fe, martirizados como Esteban. Pero no han perecido, sino que «duermen en el
polvo de la tierra,» según profetizó Daniel. Porque en el tiempo determinado,
vendrá el Señor para restituirles sus vidas y conferirles la naturaleza inmortal y
gloriosa de Dios mismo. La vida nueva que empezó con el bautismo se
consumará en la naturaleza nueva que se conferirá en el tribunal de Cristo.
«Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin
de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también
nosotros andemos en vida nueva. Porque si fuimos plantados juntamente con él
en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su
resurrección . . . Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con
él» (Romanos 6:4-8).

Esta es la esperanza cristiana que da a la vida su verdadero significado y su única


satisfacción duradera. Es responsabilidad de cada uno buscar a Dios y esforzarse
por hacer su voluntad «porque esto es el todo del hombre» (Eclesiastés 12:13). El
Señor ha prometido una recompensa céntupla a quienes hagan esto, tanto con la
felicidad y paz que les da en el presente, como con la vida eterna de la edad
venidera. La venida del Señor será para ellos el día de salvación; y con fe en la
expiación efectuada por su Señor, podrán enfrentar la muerte sin temor,
esperando una resurrección en la cual recibirán del Señor una vida de honor, de
gloria y de inmortalidad, sabiendo que
«de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y
después de esto el juicio, así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar
los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el
pecado, para salvar a los que le esperan» (Hebreos 9:27-28).

~ L. W. Richardson

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