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PORTADA

Pedagogía:
el deber de resistir
Philippe Meirieu
CDD: 370.1

UNIVERSIDAD NACIONAL DE EDUCACIÓN DEL


ECUADOR - UNAE

Rector
PhD. Freddy Álvarez

Comisión Gestora
Mgtr. Aldo Alfredo Maino Isaías
PhD. Magdalena Herdoiza
Mgtr. Juan Samaniego
PhD. María Nelsy Rodríguez
PhD. Stefos Efstathios
Mgtr. Susana Beatríz Araujo Fiallos
Dra. Verónica Moreno García

Título original: Pédagogie: le devoir de résister


Autor: PhD. Philippe Meirieu
Traducción: Miguel David Tillero

Director Editorial / Cuidado del libro: Mgtr. Sebastián Endara


Diseño y diagramación: Dis. Pedro Molina
Ilustración: Lic. Antonio Bermeo
Asistente Editorial: Ing. Andrea Terreros

ISBN: 978-9942-783-36-3
Primera Reimpresión: UNAE EP
Tiraje: 250 ejemplares
Enero, 2020
Azogues - Ecuador

Universidad Nacional de Educación del Ecuador- UNAE,


Parroquia Javier Loyola (Chuquipata), Azogues - Ecuador
Teléfonos: (593) (7) 3701200
Correo: editorial@unae.edu.ec
www.unae.edu.ec
Índice
7 Presentación

11 Prólogo

Introducción
17 Sobre todo, no te rindas

Capítulo 1
45 ¿Deberíamos terminar con el pedagogismo?

Capítulo 2
61 Educar: una vieja historia

Capítulo 3
73 La emergencia educativa

Capítulo 4
81 La pedagogía en el corazón de la modernidad

Capítulo 5
89 Ve más allá de las paradojas educativas

Capítulo 6
97 Apoyar el surgimiento de la libertad

Capítulo 7
105 Los fundamentos de la pedagogía

Capítulo 8
111 Reconstruir autoridad

Capítulo 9
125 Instituir al alumno-sujeto

Capítulo 10
137 Abre las posibilidades

Capítulo 11
149 Construyendo la Escuela

Conclusión
157 Resiste todos los días

159 Anexo
PRÓLOGO
¿Por qué leer una y otra vez a Philippe
Meirieu?
Alejandra Birgin1

Los libros, las conversaciones, las conferencias de Philippe


Meirieu contienen, siempre, una creencia y una convicción imbatible,
incansable, argumentada, en la escuela pública y su potencia en este
tiempo. Esa argumentación tiene, en su base, la defensa del papel de la
pedagogía como saber clave para abordar las complejidades y contra-
dicciones que nos plantea pensar la escuela en la contemporaneidad.
Por alguna curiosa razón, Pedagogía: el deber de resistir (que
tuvo múltiples ediciones en diferentes lenguas) no estaba traducido
al español. Esta edición es una versión revisada y actualizada por
Philippe 10 años después de su primera edición. Se trata de un libro
de defensa de la escuela y de la pedagogía. En sus textos en general y en
este en particular, esa defensa se enmarca en un debate francés, entre
pedagogos y antipedagogos que no vamos a reseñar aquí. Trataremos,
en cambio, de plantear algunos acercamientos que nos ayuden a
pensar, en el contexto latinoamericano, lo que aporta esta perspectiva.
Philippe Meirieu afirma que educar es, a la vez, emancipar. Es hacer
posible el surgimiento de otro, también si ese otro rebate a su educador/a
y rechaza lo que éste/a le propuso. Así, cada educador/a está obligado/a
a un doble juego: su misión es transmitir saberes, instrumentos, pero
solo puede hacerlo si promueve, a la vez, la emancipación sin la cual
esa transmisión pierde todo valor. Transmitir y emancipar a la vez. La
tarea es equipar al otro en la perspectiva de su liberación, aceptando

1 Alejandra Birgin es maestra, licenciada en Educación (UBA) y magister con orientación en


Educación y Sociedad (FLACSO).Trabaja como investigadora y profesora en la Cátedra Formación
Docente en la UBA. En la UNIPE dirige la Maestría en Políticas Públicas en Educación. Coordina
equipos de investigación que indagan las políticas de formación y trabajo docente en perspectiva
comparada en América Latina. Sobre esos temas ha publicado libros y artículos en Argentina
y en el exterior. Ha sido Subsecretaria de Educación de la Argentina (2005-2007). Es parte del
colectivo pedagógico Conversaciones Necesarias y de la RED ESTRADO.

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que un día inevitablemente escapará a la voluntad de quien lo/la educa.
Porque como lo afirma Hassoun (1996), en realidad eso es lo que
buscamos: “una transmisión lograda es aquella que ofrece -al sujeto-
un espacio de libertad y una base que le permite abandonar (el pasado)
para (mejor) reencontrarlo” (p. 17).
De allí el principio de la libertad (nadie puede aprender en el lugar
de nadie) y el de la educabilidad (todas/os pueden aprender). Nos
dice Meirieu: Hay pedagogía cuando se piensa esa contradicción y se
inventan herramientas, propuestas, dispositivos para dar cuenta de
ella. Agrega: nadie puede obligar a nadie a aprender. Pero si alguien
no aprende, una y otra vez debemos hacernos la pregunta como
enseñantes acerca de qué más podemos ensayar para que el aprendizaje
tenga lugar. Y agregamos desde aquí: Meirieu hace pedagogía porque
no para de inventar, ensayar, bocetar cómo la libertad y la educabilidad,
en la escuela, pueden (y deben) ir de la mano.
Quienes vivimos en América Latina, el continente más desigual del
planeta, hemos discutido muchas veces sobre la escuela, su calidad,
su aporte a la disminución de las desigualdades y a la liberación de
los pueblos. Sin duda, el panorama regional es muy diverso. Circulan
discursos (llamativamente homogéneos) que ponen en cuestión a la
escuela describiéndola como un espacio que repele la creatividad, que
somete voluntades, que ha quedado desfasada del tiempo que vivimos.
Frente a ello encontramos diversas respuestas: las perspectivas
restaurativas, nostálgicas, para las que “todo tiempo pasado fue
mejor”, que no solo idealizan la escuela de hace más de un siglo sino
que no consideran que era, básicamente, una escuela para pocos (es
decir, una escuela que no ejercía el principio de educabilidad). Otras
posiciones entienden que la solución esta de la mano de la aplicación
eficaz de métodos probados, para lo cual lo que hace falta es diseñar
con expertos buenos materiales “a prueba de docentes”. También
otros van a sostener que en esta cultura digital en expansión lo más
eficaz es pensar la educación desde las nuevas tecnologías, que ya no
requiere una escuela-casa que aloje a un colectivo sino de un sólido
equipamiento tecnológico individual en los hogares. En fin, hay
diversas posiciones (muchas más) que buscan dar respuesta al debate
sobre la escuela en estos días.

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¿Qué nos dice Philippe Meirieu? En primer lugar que la escuela
es necesaria, que es condición de posibilidad de una sociedad
democrática. No hay democracia si no hay una escuela que, a la vez,
emancipe e instruya. No hay democracia sin la transmisión a todos del
conocimiento que hace posible entender el mundo (y transformarlo).
Es decir, una perspectiva de derechos: a los conocimientos, a las
culturas, a formar parte de colectivos. En América Latina, entonces,
la mayor deuda ya no sería solo que todos vayan a la escuela sino
que allí haya confianza en que todas/os pueden aprender y que se
busquen de manera incansable los modos para que ello suceda. Así,
la escuela es el espacio social responsable de la transmisión de las
culturas para la construcción de lo común, de aquello que nos une y,
también, la institución que le hace lugar a las diferencias (porque no
hay lo común sin ellas). En el fondo, de lo que se trata es de poner el
foco en la “pedagogía”, como clave para avanzar en las contradicciones
que nos plantea la época. Ninguna de las propuestas más audibles hoy
(enumeradas más arriba) la incluye.
Philippe Meirieu no ahorra palabras ni argumentos para discutir
con la nueva doxa educativa, aquella que pregona desde la neurope-
dagogía hasta las evaluaciones estandarizadas. Y propone, una y otra
vez, herramientas para el hacer cotidiano escolar: otras gramáticas
escolares, otros modos de organizar la cronología y los regímenes
académicos escolares, la construcción de proyectos colectivos, etc. La
escuela y la pedagogía, así, se constituyen en lugares privilegiados para
resistir y cambiar el mundo.
Quisiera ahora contarle a Usted lector, lectora, que el libro que está
por leer es, para mí, un clásico. Porque como dice Ítalo Calvino, un
clásico es un libro que no puede serte indiferente. Porque los clásicos
atraen cuando entre ellos y el lector se establece una relación personal
basada en el amor. En este caso, diría, en el amor por nuestros pueblos
y por lo que la educación y la pedagogía pueden aportar para construir
sociedades más felices y más justas. Leer, amasar, discutir, compartir
Pedagogía: el deber de resistir, nos convoca a ello.

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CAPÍTULO 7
Los fundamentos de la pedagogía
Porque la pedagogía, si sabemos mirar de cerca sus discursos y
prácticas, ofrece la clave de nuestro problema educativo. De hecho,
da lugar a dos afirmaciones que son esenciales y, sin embargo, muy
difíciles de conciliar: por un lado, todos pueden aprender y acceder a
la libertad y, por otro lado, nadie puede obligar a nadie a aprender e
implementar su libertad... Y lo que hace que la originalidad del enfoque
pedagógico es que trata estas dos declaraciones juntas.
De hecho, uno puede oponerse a estas dos afirmaciones y doblegarse
en una de ellas descartando la otra. Esto dará en un caso: «Todos
los estudiantes pueden aprender y todos los medios son buenos para
lograr... ¡Busquemos las soluciones más efectivas independientemente de
cualquier criterio ético o educativo!” O, simétricamente: «Nadie puede
obligar a un alumno a aprender y es muy malo para aquellos que no
tienen éxito o no quieren... ¡Después de todo, no podemos trabajar en
el lugar de alguien!». También se puede oscilar de una posición a otra:
voluntarismo, acompañado voluntariamente de una brutal represión
de refractario, fatalismo, justificado por el hecho de que uno no puede
decidir «su bien» en lugar de otros. La pedagogía, asume la tensión:
está convencida de la necesidad del compromiso de cada uno en sus
aprendizajes, pero persiste, sin embargo, sin darse por vencido, para
ayudar a todos a tener éxito. Está decidida a la educación de todos,
pero se niega a usar cualquier medio para lograrlo.
Como la pedagogía afirma, al mismo tiempo, que cualquier materia
se puede aprender, pero se debe poder hacerlo libremente, al mismo
tiempo excluye el voluntarismo mecanicista y la espontaneidad
libertaria. Va más allá de lo que podría parecer una contradicción
al inventar «dispositivos pedagógicos»: dispositivos desarrollados a
partir de objetivos asumidos por el adulto; arreglos organizados de
tal manera que promuevan la movilización personal de los alumnos;
dispositivos estructurados para incluir las limitaciones y los recursos
necesarios para el aprendizaje; dispositivos diseñados para que quienes
estén involucrados puedan comprender los problemas y separarse
cuando los hayan usado.

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A partir de ahí, y en referencia a la historia de las doctrinas


pedagógicas y las tensiones que revela, la pedagogía se reconoce por
el hecho de que lidia con la contradicción entre educación y libertad,
y trabaja para superarla. Por ello:

1. Todos pueden aprender y nadie puede decidir, para una persona


determinada, que el aprendizaje es definitivamente imposible:
es el principio de la educación.
2. 2. El aprendizaje no se decreta... y no hay nada que lo imponga
a nadie. Todo el aprendizaje se realiza para todos por iniciativa
propia y requiere un compromiso personal de ellos: este es el
principio de libertad.
3. Estos dos principios, unidos, estructuran la pedagogía:
apegarse al primero es cambiar al fatalismo, a pegarse al
segundo, a cambiar a la doma. Mantener los dos juntos es
inventar constantemente situaciones que le permitan al alumno
comprometer su libertad. Mantener los dos juntos es persistir
en proponer mediaciones, en nombre de la educación de todos,
y buscar crear un compromiso personal, en nombre del respeto
a la libertad de cada uno.
4. Estos dos principios, tomados en conjunto, nos llevan a trabajar
en la temporalidad y a pensar constantemente en la cuestión
de la transición: transición entre heteronomía y autonomía,
entre el interés del alumno y lo que está «en su interés», entre la
restricción y la libertad, entre lo que tiene sentido y lo que hace
posible adquirir mecanismos.
5. Para esto, la pedagogía rechaza la oposición entre trabajo y
motivación, así como se niega a imponer ejercicios mecánicos
antes de invertir en un proyecto. Al mismo tiempo, se esfuerza
por movilizar a los estudiantes a través de la presentación de
los conocimientos elaborados y hacerles descubrir la necesidad
de capacitaciones sistemáticas cuando los involucra en una
dinámica de movilización. En todos los casos, toma el obstáculo
como una palanca: es necesario desarrollar proyectos para el
conocimiento apropiado, ya que es necesario llevar a cabo un
aprendizaje técnico para poder llevar a cabo proyectos.

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Pedagogía: el deber de resistir

6. La pedagogía reconoce que la investigación en psicología


y didáctica puede, al observar las condiciones óptimas de
aprendizaje, ayudar a inventar dispositivos educativos.
Pero estos dispositivos no son en modo alguno deducibles
mecánicamente de lo que las ciencias permiten observar;
requieren un trabajo creativo específico. Son útiles para aliviar
la aleatoriedad de las situaciones de aprendizaje personales
y sociales, pero nunca pueden sustituir la determinación del
sujeto que está aprendiendo.
7. La pedagogía considera que todos aprenden con una estrategia
propia pero que, por todo eso, no es fija; él puede modificarlo
y enriquecerlo de acuerdo con sus experiencias. El descubri-
miento gradual de las estrategias de aprendizaje es una forma
de acceder a la autonomía.
8. Para la pedagogía, es imposible separar el método y el
contenido: no hay ningún método que funcione vacío, ni hay
contenido que pueda ser aprehendido sin método. Para usar
una oposición comúnmente aceptada, no hay educación sin
educación, ya que la forma de enseñar es siempre la portadora
de un proyecto educativo, incluso si no se conoce, y que toda
educación es una transmisión de conocimiento y valores indi-
solublemente unidos.
9. Para la pedagogía, es imposible separar lo cognitivo y lo
afectivo: aprender presupone un trabajo de autoimagen y
cualquier adquisición de conocimiento implica necesaria-
mente una reorganización de la persona. Uno puede hacer la
elección metodológica para trabajar en la mediación cognitiva,
incluso es particularmente aconsejable cuando uno es maestro,
no se puede abolir por decreto lo que no se tiene en cuenta por
método.
10. Para la pedagogía, es imposible separar al individuo de lo
social: nadie puede aprender absolutamente solo, y la forma
de aprender siempre revela una concepción de la socialidad,
de las relaciones con el conocimiento y el poder. No hay

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conocimiento que se pueda adquirir fuera de una relación


social y esta relación puede mantener la subyugación o, por el
contrario, permitir la emancipación.
11. Para la pedagogía, el aprendizaje es enriquecerse y progresar,
siempre va más allá de lo dado y subvierte un orden social
donde todos tienen un lugar definitivamente atribuido. A
este respecto, la pedagogía no puede aceptar ningún tipo de
confinamiento, ya sea cultural, social o genético; funciona, por
el contrario, para que todos y cada uno puedan «hacerse un
trabajo de sí mismos», según la fórmula de Pestalozzi.
12. Finalmente, para la pedagogía, aprender es construir la
humanidad en el hombre, acceder a una cultura que conecta
lo íntimo con lo universal. La universalidad no existe en este
movimiento y se construye en el proceso de transmisión en sí.
Comienza cuando el hombre se niega a someter al Otro, pero
decide someterse, con el Otro, a un intercambio sin violencia.
En este contexto, la enseñanza tiene como objetivo conectar a
los humanos entre sí a través de obras: obras del pasado y del
presente donde los que llegan pueden descubrir su humanidad
y encontrar el coraje para extender el mundo...

Así definida, la pedagogía, estrictamente hablando, no constituye


un cuerpo doctrinal homogéneo. Es más bien un paradigma en el
que se inscriben obras, acciones y proyectos de diferentes naturalezas.
Lejos de bloquear el invento y silenciar a los actores, estas afirmaciones
ofrecen una infinidad de posibles variaciones, dependiendo de los
contextos y los tiempos. Permiten pensar fenómenos tan diferentes
como el tratamiento del «fracaso escolar» o la «crisis de autoridad».

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