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PEDAGOGÍA 1 Marcella DiLuca Ingles 1

Philippe Meirieu “recuperar la pedagogía”

Phillippe Meirieu pone la pedagogía en el centro del debate y de la construcción


educativa entendiendo que aquella trabaja sobre el encuentro entre el sujeto y la
cultura.
Sostiene que todo todo alumno es educable, el principio de la educabilidad es una
condición de enseñanza.
El principio de la educabilidad y el principio de la libertad son necesarios y a la vez
contradictorios, ambos constituyen el par fundante de la tarea de enseñar.
Plantea que la educacion se construye en un trabajo progresivo que debe inscribirse en
el acompañamiento del otro.
Su propuesta redefine el alcance del pensamiento pedagógico, recuperando las
preguntas "para qué y por qué" educar.

La Educación para la Libertad


De la abstención educativa a la imputación

El dilema entre y determinismo y libre albedrío.


Dos posturas educativas que remiten a posiciones filosóficas bien identificadas:
"ciencias humanas" y "filosofía clásica" revisitada por una "moral de la responsabilidad.”
Libre Albedrio
Libertad Irreductible a toda influencia que ejerza sobre ese sujeto, considerando que es
siempre capaz de resistirse a ella.
Determinalismo
respectar al niño, comprender su situación y actuar sobre esta, a fin de ofrecerle las
mejores condiciones posibles para su desarrollo.

Formar para la libertad Si, pero ¿cómo?


Niño sujeto

Un niño o un adolescente en formación no es todavía un sujeto autónomo, no es aun


verdaderamente capaz de resistirse a las influencias que recibe.
La tarea del educador es contribuir a que emerja la libertad del otro, ayudar al niño y al
adolescente a atribuirse progresivamente la responsabilidad de sus propias palabras,
conductas y de sus decisiones fundamentales, para poder hacer de sí "su propia obra",
(Pestalozzi)
La escucha atenta le permite enunciar progresivamente lo que siente y lo que desea,
hay que acompañarlos en el camino de la construcción de sí mismos, con el fin de que
escriban su propia historia.

La Escucha

Empatía: permite entrar en el referencial del otro sin perderse en él.


Congruencia: implicar continuar siendo uno mismo y no renunciar a expresarse con el
fin de dejar que otro lo haga.
Consideración Positiva Incondicional: comprender que toda palabra y todo gesto
remiten a una inteligencia que les dio forma, y contienen razones positivas que hay que
comprender, no implica aprobarlas.

Escucha Educativa: Debe ocuparse en el mismo movimiento del sufrimiento de la


persona, de las condiciones sociales de su desarrollo y de las promesas de que es
portadora.
Permite rearticular con miniciosidad un pasado a veces doloroso y un futuro por
construir en un presente siempre complejo, en el seno de un colectivo a menudo frágil.
Tarea difícil, pero si uno está dispuesto a dedicar el tiempo y correr el riesgo de Educar,
no es imposible.
Recuperar la motivación del estudiante

En esta segunda parte del libro Recuperar la pedagogía, el autor, Philippe Meirieu,
enfrenta uno tema espinoso y lleno de deberes ser. Los estudiantes deben hacer esto,
los profesores, por su parte tal cosa, la escuela, otro tanto y la familia, también.
En este capítulo se aborda la problemática de la motivación desde una perspectiva
antropológica, más que psicologizante. El autor nos conduce al problema mismo de la
cultura y de su transmisión. Plantea la centralidad del pensamiento que requiere de
experiencias para preguntar y de tiempos para apropiarse de las problemáticas. Pero,
ante una sociedad que ha hecho del pensar algo banal, exige del docente la capacidad
de alentar proyectos de investigación junto con sus estudiantes, donde él encarne el
placer de pensar y de investigar. Todo un desafío.

La motivación: de la actitud de espera a la exigencia.

Otro lugar común, para el autor, consiste en la lamentación de los profesores respecto
del fracaso de los estudiantes aduciendo falta de motivación por aprender. Plantea
hacerse la pregunta acerca de la responsabilidad del docente para que el estudiante
alcance los objetivos.
Cita al psiquiatra Philippe Jeammet, quien señala que el constante fracaso de un
adolescente “lo entrena” para la única certeza posible: un nuevo fracaso. Plantea que
en muchas ocasiones el joven asume una actitud deliberada de fracaso, en abierta
provocación con el adulto, para demostrar que en ello logrará destacarse. Asocia este
comportamiento con un trastorno del vínculo, en especial con los adultos. Su aporte es
relevante para reflexionar sobre los dispositivos escolares que provocan el constante
fracaso del estudiante.
Advierte los peligros de construir una pedagogía que hunde a los estudiantes en el
fracaso. Por el contrario, invita a proporcionar instancias para que el estudiante
demuestre sus logros.
Citando al psicoanalista y pedagogo Jacques Lévine, señala que los estudiantes
requieren un mínimo de reconocimiento para aprender. Por tal motivo, el autor,
considera que el trabajo con el estudiante constituye el corazón de la pedagogía. Esto
quiere decir el involucramiento suficiente del profesor para promover el aprendizaje. Se
trata de un movimiento de emancipación en el cual los estudiantes progresan hasta
alejarse de sus profesores. Por otro lado, este sería el sentido de la evaluación:
“permitir a quien ha aprendido “saber que sabe” y proseguir sus propios aprendizajes”
(p.57).
Algunos ejemplos de la historia de educación apuntan en esta línea: Cita a Pestalozzi
quien afirmaba que el aprendiz requiere ayudas necesarias para luego seguir el camino
restante. Menciona, también al psicólogo Jerome Bruner, quien escribió sobre la
“interacción de tutela”, para señalar que el adulto cumple una función mediadora de la
cultura. La intervención positiva y exigente solo podía promover el desarrollo del niño.
Para tal efecto, el autor, destaca que Bruner proponía al estudiante tareas de baja
complejidad, facilitando su esfuerzo y ayudándolo a focalizarse.
Estos aportes llevan al autor a pensar que existen posibilidades para romper con el
círculo del fracaso. Sin embargo, lo anterior no quiere decir que el éxito sea mecánico
ni que esté asegurado. Afirma que
“la relación pedagógica es ajena a toda forma mecánica, siempre es un encuentro entre
sujetos con sus historias singulares; es una cuestión de circunstancias en alto grado
aleatorias y de reacciones con gran frecuencia imprevisibles; es una relación que se da
en un escenario en que los deseos están siempre presentes y donde la racionalidad del
enseñante choca inexorablemente con lo que Célestin Freinet (…) describió en su
célebre metáfora de “la historia del caballo que no tiene sed”: Y así uno siempre se
equivoca cuando pretende hacer beber a alguien que no tiene sed”
A pesar de todos los dispositivos que los pedagogos han inventado, el problema sigue
ahí latente: si el estudiante no quiere aprender, nada se puede hacer. Algunos piensan
que el éxito de algunos puede atraer la motivación de otros, pero el deseo no resulta
fácil crearlo.
El autor nos propone el ejemplo de la escuela de Summerhill en Inglaterra, en la cual
su director, Alexander Sutherland Neil, practica una educación sin reglas, ni
prohibiciones. Su propuesta supone que la natural bondad del niño lo conducirá al
interés por aprender. En los libros que escribió sobre la escuela, muestra cómo los
niños se volcaban espontáneamente por querer conocer.
Sin embargo, el autor, cita a Bruno Bettelheim, quien estudió a fondo el caso de la
escuela comprendiendo que Neil lograba hacer que los niños se comprometieran con el
aprendizaje luego de realizar prácticas que los seducían. Los niños, finalmente, eran
capaces de hacer cualquier cosa con tal de mantener su estima.
Siguiendo con estos argumentos, Meirieu, sostiene que es “imposible limitarse a la
aparición espontánea del deseo de aprender” (p.65), lo cual sería un contrasentido con
la pedagogía misma. Sin embargo, el caso de la escuela nombrada aparece como otro
lugar común de la educación, que despierta la atención de algunos que sueñan con un
lugar en donde la sola curiosidad del niño logre los resultados.
El autor señala, además, que hay que hacer una gran distinción entre “los deseos de
saber” con “los de aprender”. En el primero, en efecto se requiere curiosidad y una
espera lo menos tardía para conocer las respuestas. Para el segundo, es necesario un
método y un esfuerzo, para lo cual está la escuela.
A continuación, Meirieu, desnuda una de las estrategias más usadas por los
pedagogos para hacer posible que surja el interés por aprender de los estudiantes. La
construcción de analogías consiste en presentar al niño algún objeto de su interés para
desviarlo posteriormente hacia el que debiera ser propiamente “su interés”. En Chile,
los jesuitas repiten “entrar con la de ellos, para salir con la mía”
Esta artimaña es otro de los lugares comunes de la pedagogía. En su origen se
encuentra un docente preocupado por hacer que los estudiantes se interesen por los
contenidos escolares. Recuerda a Charles Fourier quien usaba la frase “estimulantes
de la intriga” para designar las analogías a las que debía someter al escolar para abrir
el camino del deseo de aprender.
Revela en todo caso que la práctica corre el riesgo de ser descubierta por los
estudiantes, provocando un retroceso. También, ocurre que no siempre resulta fácil y
oportuno encontrar analogías para todos los contenidos. Dewey, advertía que sustituir
un interés por otro no conduce a nada. Para este educador, la clave está en que se
disocia el interés de los saberes, como una relación exterior para lo cual hay que
obligarlos a ir hacia ellos. El autor retoma a Dewey para señalar la necesaria
continuidad entre el yo y el mundo, es decir, hacer posible que el aprendizaje sea una
articulación entre “el deseo de aprender con las experiencias del niño, es decir, con sus
actividades concretas y, a la vez, con su vida psíquica”
Aborda a continuación uno de los puntos esenciales de su pedagogía al instalar la
motivación dentro de un enfoque antropológico antes que psicológico. Desde esta
perspectiva, se abre a la noción de cultura considerando a esta como el conjunto de
producciones de los seres humanos que les permiten pensar el mundo. Se habla de
una construcción de saberes por medio de la razón, lo cual permite una emancipación
respecto de otras formas menos razonables. Esta perspectiva se entronca con la
experiencia vital del ser humano de formularse preguntas fundamentales que le han
permitido construir la vida en sociedad. Esta es labor de la cultura y por tanto de la
escuela misma.
De esta forma, declara, que la labor de la escuela es permitir el diálogo constante entre
el sujeto y la cultura. La tarea, entonces, consiste permitir el encuentro de ambos, en
un mismo continuo experimental.
“Es por ello que, entre el sujeto y la cultura, es necesario recorrer incansablemente la
cadena en los dos sentidos: partir del sujeto tal como es para articular en él saberes
que respondan a sus deseos, a sus necesidades, a sus problemas, y proponer saberes
nuevos, poniendo toda la energía y la inventiva de que es capaz el pedagogo para que
los sujetos perciban el movimiento mismo de su elaboración y entren así en resonancia
con su propia historia”
A partir de algunos ejemplos, el autor, señala que la escuela activa hizo lo necesario
para conectar al niño con la cultura, por medio de actividades muy lúdicas e
interesantes. Sin embargo, los problemas surgen cuando los conocimientos que se
quieren transmitir alcanzan un nivel alto de abstracción que no responde a ningún
problema concreto. Allí, entonces propone realizar el camino en sentido contrario.
Propone una serie de actividades para los niños cuyas finalidades son “encontrar
placer en los juegos del espíritu”, ya sea por medio del arte, la lectura, la manipulación
de objetos fascinantes que le permitan comprender su funcionamiento y proceso de
elaboración. Lo importante es el placer de comprender y el gozo del pensamiento.
Entre los elementos que permiten a los niños comenzar a bucear en el pensamiento
recomienda el uso de las historias de los descubrimientos. Hablando de esto hace
referencia a Jerome Bruner, quien insistió “en la función educativa del relato como
puerta de “entrada en la cultura”. Por medio del relato, explica, el niño aprende a
estructurar el mundo; se desprende del caos de las sensaciones que se entrechocan
para transformar los hechos en acontecimientos. Además, el relato obedece a reglas
canónicas y está abierto a diferentes interpretaciones. Por último, siempre hay un
problema-obstáculo que es el eje del relato, que estimula la curiosidad, enseña a
afrontar lo desconocido y a lanzarse a la búsqueda de soluciones.”
Enfatiza en los procesos que condujeron a la humanidad al desarrollo del pensamiento
para promover soluciones. Esto quiere decir, un fuerte impulso que lleve al niño por el
interés del desarrollo del conocimiento. No habla de la información, como se puede
apreciar, sino que desde el campo del intelecto.
La pregunta será siempre la misma para los pedagogos, pero ¿cómo? Tres elementos
esenciales deben producirse: una pregunta, la exigencia intelectual y la motivación y
credibilidad del adulto.
a) Sobre la pregunta: todo comienza por una apropiación de la pregunta. Para saber
realizar buenas preguntas se requiere un conocimiento disciplinar, dirá el autor, ya que
así se podrán presentar situaciones problemáticas que pongan al estudiante en
camino.
b) Sobre la exigencia intelectual: ella va de la mano con el tiempo que se le debe
conceder al estudiante pueda comprender la problemática y la haga suya. El docente
debe proporcionar un método y recursos para que avance, al mismo tiempo que el rigor
necesario para construir sus ideas con precisión. Ilustra lo anterior con el testimonio de
Pestalozzi y su experiencia con los niños de Stans, quienes conocieron los horrores de
la guerra. Dice el autor que lo que salvará al pedagogo será su exigencia tanto en los
comportamientos como en la adquisición de los conocimientos.
c) Sobre la motivación y credibilidad del adulto: constata con nostalgia los tiempos
en los cuales un docente decía al estudiante que su esfuerzo lo llevaría a alcanzar
logros. El estudiante, atraído por una idea merocrática lograba motivarse. Esta realidad
hoy día resulta una verdadera ficción. La evidencia se encuentra en que a mayor nivel
académico no se alcanza un mejor vivir o sencillamente, el desempleo es lo único
cierto.
Al autor entra en un terreno complejo pero que se ha transformado en el derrotero de
los profesores en todas partes. Hacer despertar deseos donde la realidad se muestra
dura y cruel. La promesa de una mejor posición social se ha vuelto una quimera para
muchos jóvenes que encuentran más atractivo y lucrativo el negocio del fútbol o del
emprendimiento fácil.
Se interroga acerca del desafío educativo en este ambiente social revuelto. No declina
su motivación por hacer que los estudiantes puedan encontrar placer en el aprendizaje
y en el pensar. Sobre este punto, reflexiona acerca sobre el papel del cuerpo en la
escena pública como único lugar de placer posible, en detrimento de la satisfacción del
pensar.
Finalmente, concluye que para realizar el ideario que la escuela propone los docentes
deberían encarnar el placer de investigar y la alegría de conocer. Para ello propone a
Freire, quien señala que el profesor debe ser un docente-investigador, al mismo
tiempo. Para el pedagogo brasileño, el docente cumple una labor emancipatoria
permitiendo al estudiante hacerse cargo de su realidad, por medio de una toma de
conciencia respecto de lo que lo oprime. Más que inventar artificios entre cuatro
paredes, los docentes deben inventar trabajos de investigación que permitan una
inmersión cultural en la ciudad y sus problemáticas.
Con esta propuesta señala que la formación de profesores debe cambiar puesto que la
actual los ha instrumentalizado para alcanzar

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