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LA LEGITIMIDAD DE LOS BANū HūD

En LA MARCA SUPERIOR
LEGITIMACY OF THE BANū HūD’S DINASTY IN
aL-Ṯagr aL-aq à

aurora GonZáleZ artIGao


Universidad Autónoma de Madrid

RESUMEn: La época de taifas en al-Andalus supone un cambio determinante


en el estudio de la narrativa de la autoridad. Lo que nos planteamos en este trabajo es
el análisis del ejercicio del poder en un territorio concreto: la Marca Superior (al-Ṯagr
al-aq à), y los problemas de legitimación a los que se enfrenta la dinastía de los Banū
Hūd, que ostentaron el poder en Zaragoza desde 1041 hasta la llegada de los almorá-
vides en 1110. Nuestro estudio gira en torno al papel problemático que desempeña el
califato tras la itna y al difícil equilibrio en el que se movían los emires hūdíes por el
carácter fronterizo de la taifa.
Palabras clave: Taifas, al-Andalus, Banū Hūd, legitimidad.
ABSTRACT: In al-Andalus, after the falling of the caliphate —also known as
itna— there is a territorial breakup that modiies the narratives of power. Our main pur-
pose in the present work is to analyze the exercise of power in the territory called “al-
Ṯagr al-aq à”, the upper frontier of al-Andalus. Also, we are going to establish which
the principal problems of legitimation are for the Banū Hūd. This dynasty of party-
kings ruled the aforementioned taifa from 1041 to the arriving of the Almoravid Empire
in 1110. Our study is focused in the role that plays the institution of caliphate after the
itna and the fragile balance of the hūdí authority because of its frontier position.
Key words: Party-kings, al-Andalus, Banū Hūd, legitimacy.

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FUNCIONARIOS CALIFALES QUE SE HACEN CON EL PODER: TUŷīBÍES


Tras el ascenso al poder de al-Manṣūr (Almanzor), la institución califal pier-
de buena parte de su autoridad, que recae sobre el ḥāŷib1. Esta igura, de “pri-
vado” del soberano, por decirlo de alguna manera, ganará cada vez más impor-
tancia, conforme el califato en sí pierde fuerza y, como veremos, muchos de los
gobernantes de las taifas se autodenominan ḥāŷib, en lugar de māli, lo que im-
plica que no se da una renuncia total a la igura del califa. Puede ser también que
la memoria del propio al-Manṣūr elevase la dignidad de este título y promoviese
su utilización posterior en las taifas, aunque también hubiese una apropiación del
título califal, como en Málaga.
En el caso de la taifa de Zaragoza, el líder que se alza con el poder llevaba
un recorrido de largo alcance y los tuŷībíes habían tenido una importante repre-
sentatividad incluso en la corte califal de Córdoba, como resalta A. Turk y como
describen detalladamente autores como Ibn ayyān y al-‘Udrī2. Siguiendo lo que
nos cuenta esta obra, los tuŷībíes habían sido llamados por el emir Mu ammad
I ante una serie de rebeliones en la Marca Superior “les encargó de combatir a
los Banu qasí, y les puso al frente de sus gentes, dándoles a cada uno un rega-
lo de cien dinares en cada campaña”3. Al parecer, al-Rāzī ya mencionó cómo
‘Abd al-Ra mān b. ‘Abd al-‘Azīz al-Tuŷībī se hizo con Zaragoza en el año 890,
subordinado siempre al poder cordobés. De hecho, consta participación directa
de los tuŷībíes en la campaña califal contra Pamplona, liderada por el califa en
persona, en la que “el Príncipe de los Creyentes pasó, de regreso, por Tudela y
dio a Mu ammad b. Hasim b. Mu ammad el nombramiento de gobernador de
Tudela y sus dependencias… y para demostrar la buena opinión que le merecía”4.
Ya durante el gobierno de facto de Almanzor, otro miembro de esta familia
llamado Munḏir, llegó a ser caíd alrededor del año 1002, tras haber pertenecido
a los ejércitos del hāŷib cordobés. El Bayān al-Mugrib lo describe de la siguien-
te manera: “Era Munḏir b. Ya yà un hombre de la masa de la tropa y ascendió

1 Sabemos que este título se da ya con ‘Abd al-Rahmān I, para los encargados de guardar la puerta
del monarca y no permitir la entrada más que a visitas concertadas, aunque adquirió importancia con emi-
res posteriores. El título de hāŷib fue pronto superior al de wazīr (visir) otorgado a simples consejeros de
diversos orígenes que ayudaban al monarca en las tareas administrativas y gubernamentales. Con el emir
Muhammad I, el hāŷib ejerció de portavoz del emir, cargo que también era compatible con diversas funciones
militares. En el siglo X había ganado un prestigio tal que el califa le asignaba una mensualidad y concesiones
territoriales. Llegó incluso a ejercer el poder de facto, aunque mantuvo siempre su legitimidad justificada
en la figura del monarca. Véase, para más información sobre el tema, VALLVÉ BERMEJO, J., Al-Andalus:
sociedad e instituciones, Madrid, 1999, pp. 225-238.
2 TURK, A., El Reino de Zaragoza en el siglo XI de Cristo (V de la Hégira), Madrid, 1978, pp.
43-49.
3 GRAnJA, F. de la, La Marca Superior en la obra de al-‘Udrí, Zaragoza, 1966, p. 43.
4 Esa campaña se realizó entre los años 924-925 y se refiere al hijo del primer Tuŷībī al que
hacíamos referencia anteriormente, Ibídem, p. 47.

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al mando del gobierno de Ibn Abī ‘ mir [Almanzor] (…) este Munḏir, era un
jinete que tenía dotes caballerescas [furūsiyya], saliéndose [así] de los límites
de la ignorancia”5. Esta obra reprocha “los actos tan vergonzosos que cometió
con Hiš m [II] el depuesto, que fue su benefactor, elevó su rango y lo envió a la
frontera para defenderla (…) lo hizo bajar de su trono y lo entregó a la muerte;
vendió la sangre de sus partidarios, las gentes de Córdoba, a los beréberes (…)”6.
Según M. J. Viguera, este reproche lo retrataba seguramente ya Ibn ayy n en
su obra y se refería a la acción del tuŷībī, que tomó parte a favor de Sulaym n
al-Musta‘īr, intervino activamente en el asedio de Córdoba y en la destitución del
califa omeya, tras lo que Sulaym n volvió a alzarse con el califato en mayo de
10137. Fue precisamente el hecho de luchar en el partido de Sulaym n el que le
facilitó alcanzar el poder en Zaragoza8.
A lo largo de la itna, Munḏir mostró su apoyo a ‘Alī b. ammūd, el que
fuera sucesor —por la fuerza— del califato de Sulaym n9. El lugarteniente en
Lérida de Munḏir era Sulaym n ibn Hūd, que en veinte años aproximadamente
se haría con el poder de la taifa aragonesa, como veremos. El candidato al que
apoyaban en el año 1018, al-Murtaḍà fue asesinado y fue su hermano el que se
alzó con el califato en 1027 como Hiš m III al-Mu‘tadd, considerado el último
califa de al-Andalus10.
Ante una situación tan caótica, con la institución del califato tan denostada
por todos los problemas dinásticos que se habían dado desde la muerte de Al-
manzor, Munḏir se nombró ḥāŷib y tomó otros dos títulos que también habían

5 IBN Iḏ Rī, al-Bayān al-Mugrib, MAÍLLO SALGADO, F. (ed. y traducción), Salamanca, 1993,
p. 151.
6 Ibídem, p. 152.
7 VIGUERA MOLInS, M. J., Aragón musulmán, Zaragoza, 1998, p. 172-173. Véase también
VIGUERA MOLINS, M. J. (coord.), “Los reinos de taifas. Al-Andalus en el siglo XI”, en Historia de España
de Menéndez Pidal, VIII-1, Madrid, 1994.
8 “Sulaym n premió a las tribus beréberes que le habían ayudado otorgándoles tierras en Andalucía,
sobre las que enseguida alzarán sus taifas, y dando (a‘ṭà) Zaragoza a Munḏir”, VIGUERA MOLINS, M. J.,
Aragón musulmán…, p. 173.
9 No vamos a entrar en detalles sobre los ammūdíes porque nos parece que sólo complicaría un
panorama suficientemente oscuro de por sí, pero hay que tener en cuenta que se consideran los herederos de
la dignidad califal con todo lo que ello conlleva. Sobre la relación entre Munḏir y el califato ammūdí véase
ROSADO LLAMAS, M. D., op. cit. y especialmente VIGUERA MOLINS, M. J., Aragón musulmán…, pp.
172-181. De hecho, el Bayān afirma abiertamente que el responsable de la muerte del hijo de Sulaym n fue
el propio Munḏir, para asegurar que el ammūdí llegase al poder. Lo refugió en Zaragoza, aunque luego
cambió su lealtad por ‘Abd al-Ra m n al-Murtaḍà y lo proclamó en el año 1018.
10 Toda esta información se encuentra más ampliada en VIGUERA MOLINS, M. J., Aragón
musulmán…, p. 174. Sobre el reconocimiento de un califa real o ficticio en este período tan complejo y en
aras de estudiar la relación entre ese reconocimiento y la legitimación de cada nuevo gobernante en su taifa,
se recomienda la magnífica aportación de CLÉMENT, F., Pouvoir et Légitimité en Espagne musulmanes à
l’époque des taifas (V/XI siècles), Paris, 1997.

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ostentado los ‘āmiríes: al-Manṣūr (“el Victorioso”) y Ḏū l-ri’āsatayn (“el de


doble jefatura”).
El reconocimiento de la soberanía del califato ammūdī había permitido
romper lazos con Córdoba, y de hecho, la legitimidad califal se mantiene cons-
tantemente de un modo simbólico. Ya yà b. Munḏir, hijo y sucesor de Munḏir I,
ejerció el poder como ḥāŷib del califa de Córdoba al-Qasim, luego del de Bagdad
y también del último califa de Córdoba, Hišām III al-Mu‘tadd; aunque el recono-
cimiento era puramente nominal. Su gobierno fue especialmente conlictivo por
las hostilidades a las que tuvo que enfrentarse con Pamplona, que se encontraba
bajo el reinado de Sancho el Mayor. El último califa omeya tras ser destronado,
se refugió durante cinco años en Tudela y Lérida tierras donde Sulaymān Ibn
Hūd era caíd11, donde murió.
Según al-‘Uḏrī, Ya yà murió en el año 103612, aunque su hijo empieza a
aparecer en las monedas ya desde 1029, posiblemente como reconocimiento de
que sucedería a su progenitor. El gobierno de Munḏir II fue muy breve, apenas
dos años hasta que fue asesinado en octubre-noviembre de 1038. Las monedas
aportan información muy interesante para este momento, pues en 1029 nominal-
mente se reconoce al califa de Bagdad ‘Abd Allāh al-Mu’ayyad. Este reconoci-
miento cambia en 1032, cuando Hišām III ya está refugiado con Ibn Hūd y se re-
conoce al califa cordobés (recientemente depuesto). Sin embargo, las emisiones
de 1036 de la ceca de Zaragoza ya no reconocen califa alguno, sólo mencionan al
innominado imām ‘Abd Allāh13. La autora mencionada cree que esa puede ser la
causa del asesinato de Munḏir b. Ya yà. Al parecer, un primo suyo llamado ‘Abd
Allāh b. akīm le apuñaló a traición entre 1038 y 1039 —hay discrepancia res-
pecto a los datos— y posteriormente exhibió en la picota su cabeza. Además, se
le atribuyen las palabras “Este es el galardón a quien se rebela contra el emir de

11 Aunque en obras posteriores —y especialmente si se redactaron fuera de la península Ibérica—


se reflejan estas tierras como parte de un gobierno independiente de Sulaymān Ibn Hūd como vemos a
continuación: “Abū Ayyūb Sulaymān b. Mu ammad b. Hūd b. ‘Abd Allāb. Mūsà, liberto de Abū Hudayfa
al-ŷudāmī, uno de sus ascendientes, se había declarado independiente en las ciudades de Tudela y Lérida,
desde el principio de la guerra civil (fitna)” en AL-QALQAšANDī, Subḥ al-a’ša fi kitābāt al-inšā, SECO
DE LUCENA, L. (traducción) Valencia, 1975, p. 69.
12 “Munḏir b. Ya yà murió en el año 412 (1021-1022). Después de su muerte tuvo el cargo de wālī
su hijo Ya yà b. Munḏir b. Ya yà, durante dieciséis años. Murió en el año 427 (1035-1036)” en GRANJA,
F. de la, op. cit., p. 53.
13 Sobre la cuestión de la moneda y el misterioso imām ‘Abd Allāh, véase ARIZA ARMADA, A.,
“Monedas en los reinos de taifas”, en V Semana de estudios medievales: Nájera, 1 al 15 de agosto de 1994,
Instituto de Estudios Riojanos, 1995, 233-240 y CANTO GARCÍA, A., “Cuestiones económicas y numismá-
tica andalusí”, Aragón en la Edad Media, nº 9, 1991, pp. 429-444. Véase también SÈNAC, P., (ed). Histoire
et archéologie des sociétes de la Vallée de l’Ébre (VII-XI siècles), Toulouse, 2010 y BALAGUER, A. M.,
Del mancús a la dobla. Or i pàries d’Hispània, Barcelona, 1993.

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los creyentes Hiš m y se opone a sus derechos”14. Este episodio nos da un ejem-
plo de hasta qué punto es necesario un reconocimiento determinado a la hora de
legitimar a una persona en el poder, aunque también hay ambiciones individuales
detrás de la muerte de Munḏir b. Ya yà. De hecho, ‘Abd All h b. akīm una vez
que tomó el poder emitió moneda en la que se intitulaba como ḥāŷib, sin mención
alguna a Hiš m ni a ningún otro califa.

CONOCIMIENTO Y PODER EN LA MARCA SUPERIOR: LOS BANū HūD


Relatan las crónicas que ante los acontecimientos, las iguras más notables
de Zaragoza planearon una sublevación contra ‘Abd All h b. akīm y para ello
hicieron un llamamiento a otros líderes andalusíes. Acudieron Ism ‘īl b. Dī-l-
Nūn —tío de Munḏir II— y Sulaym n b. Hūd, como ya hemos mencionado
anteriormente, caíd de Lérida y Tudela y al que ‘Abd All h había reconocido
como señor de forma únicamente nominal15. El asesino de Munḏir escapó al
castillo de Rueda con dos hermanos del tuŷībī perecido, a raíz de lo cual hubo
una situación de muchos disturbios en Zaragoza, tal y como cuenta Ibn Iḏ rī
“la plebe mientras saqueó el alcázar de Zaragoza inmediatamente después de su
salida, hasta arrancar sus mármoles y borrar sus vestigios”16. Finalmente, entre
1039 y 1040 —dependiendo siempre del autor de la crónica, incluso al-‘Udrī lo
sitúa en torno al año 105117— Sulaym n ibn Hūd entró en la ciudad como nuevo
soberano y restaurador del orden18. Al parecer, este personaje había destacado en

14 Todo esto está recogido en M. J. VIGUERA MOLINS, Aragón musulmán…, pp. 182-183. El
episodio está relatado también en al-Bayān al-Mugrib: “Estaba [Munḏir b. Ya yà] sumido en la lectura de
un libro, entonces [‘Abd All h b. akīm] lo hirió con un cuchillo que llevaba preparado y le cortó con él
las yugulares sin que [nadie] lo impidiera (…) Al punto sacó la cabeza de Munḏir del alcázar en lo alto del
palo y gritó “Este es el galardón a quien se rebela contra el emir de los creyentes Hiš m y se opone a sus
derechos” refiriéndose con eso al hombre exaltado [al califato] en Sevilla [y] al que se invocaba entonces
en ella, adhiriéndose este revoltoso a su gobierno y confirmando su proclamación, (…) Sobrevino entonces
en Zaragoza una gran perturbación, y sus gentes estuvieron al borde de una violenta revuelta. Aspiraron a
[valerse de] ellos muchos de aquellos que les hablaban; más se sometieron a este árabe que los asaltó y que
temieron hasta el punto de que los dominó…”, IBN Iḏ Rī, op. cit., pp. 154-155.
15 “Envió buscar al momento al cadí de la ciudad y a los jeques, que se presentaron ante él, estando
sentado en el trono del asesinado, mientras [el cuerpo de] Munḏir [permanecía]al lado del trono, bañado
en sangre y cubierto con sus ropas; entonces les explicó que él marcharía por la senda de su prosperidad
y [procedería] al fortalecimiento de su autoridad, e hizo ver que reconocía primeramente a Ibn Hūd” IBn
Iḏ Rī, Op. cit., p. 154
16 Ibídem. p. 155.
17 “Sulaym n ibn Hūd al-Musta‘īn entró en Zaragoza en safar del año 443 (junio-julio 1051)…”,
GRAnJA, F. de la, Op. cit., p. 54
18 Aunque no hay mucha información al respecto, las crónicas árabes relatan que los Banū Hūd
proceden del linaje árabe de ŷuḏ m, originario del Yemen, y que llegaron a al-Andalus seguramente en los
primeros de la conquista con los ŷund de Palestina y Jordania. Al parecer se instalaron en Sidonia, Algeciras,
Tudmīr y Sevilla. Esta información aparece de forma más detallada en VIGUERA MOLINS, M. J., Aragón
musulmán…, p. 185.

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el ejército de la Marca Superior “hasta el momento de ocurrir la itna general;


entonces se apoderó de la ciudad de Lérida y de todas sus dependencias (…)
hasta que ocurrió el suceso de Zaragoza”19. Tomó el título de al-Musta‘īn —el
Encomendado de Dios— y, como sus antecesores, el rango de ḥāŷib y, para evitar
sublevaciones, puso a sus hijos al frente de las principales ciudades. ya incluso
antes de hacerse con el poder en la capital de la Marca Superior, había gozado
de especial autoridad entre sus contemporáneos, como ilustra el hecho de que
‘Abd All h b. akīm lo reconociese como señor —aunque no fuese de facto—
tras asesinar a Munḏir II. Sulaym n hizo frente a varios conlictos fuera de las
fronteras de la Marca Superior. En primer lugar, una serie de hostilidades con
Toledo que se desarrollaron entre 1043 y 1044 por un asunto de fronteras20. En
este conlicto tomó parte Fernando I de Castilla, respondiendo por el que ya era
su aliado, el gobernante hūdí, al entrar armado en la taifa de Toledo. Incursión
que por otra parte, no le vino nada mal a Castilla, pues al irmar la paz con Ya yà
ibn ḏī-l-Nūn recibió una buena suma de dinero. Sulaym n Ibn Hūd murió en
torno a 1046-1047 y repartió sus tierras a entre los hijos que actuaban de cadíes
en cada una de las regiones, que se alzaron con el poder hasta que el sucesor en
Zaragoza volvió a reuniicarlas.
Abū ŷa‘far A mad al-Muqtadir bi-ll h fue el hijo de Sulaym n que se hizo
más visible en la Marca Superior, en palabras de P. Guichard fue “uno de los más
destacados soberanos de la época de las taifas”21. no lo tuvo nada fácil, lo cierto
es que su progenitor partía de cierta base de autoridad y reconocimiento cuando
entró en Zaragoza, pero A mad tuvo que ganarse la sumisión de sus hermanos
a través de las armas. El primer enfrentamiento tuvo lugar contra el gobernador
de Huesca, llamado Lubb —el único del que no nos ha llegado testimonio nu-
mismático22— aunque el más costoso de sitiar fue Yūsuf, que ganó el apoyo de
los territorios cercanos y además compró la protección de los condes catalanes
y del rey de Pamplona. Las parias desempeñaron un papel fundamental en este
momento, pues tanto Fernando I de Castilla como Ramiro I de Aragón, García
de Pamplona o Ramón Berenguer I, se beneiciaron enormemente de la rivalidad
entre hermanos. En noviembre de 1058, cuando la situación parece que no se
podía sostener demasiado, se entrevistaron al-Muqtadir y al-Muẓaffar. Cuenta
Ibn ayy n que Yūsuf fue atacado por un caballero navarro que al parecer servía

19 IBN Iḏ Rī, op. cit., p. 185.


20 No nos vamos a detener en estos detalles que, por otra parte, se encuentran ampliados y bien
explicados en VIGUERA MOLInS, M. J., Aragón musulmán…, p. 187.
21 GUICHARD, P., al-Andalus frente a la conquista cristiana, Madrid-Valencia, 2001, p. 61.
22 Las hay de Mu ammad, en Calatayud, hasta 1048-1049, con el sobrenombre de ‘aḍūd al-Dawla
(“Soporte de la Dinastía”) y de Munḏir en Tudela hasta 1050-1051, intitulado al- āfir (“El Triunfador”)
y Yūsuf, en Lérida, con el título de al-Mu affar (“El Victorioso”). VIGUERA MOLINS, M. J., Aragón
musulmán…, pp. 188-189.

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a su hermano —aunque éste luego lo negase y diese muerte al atacante— por lo


que las hostilidades no cesaron. A pesar de todo, al-Muqtadir logró expandir su
control por Tortosa —de forma pacíica— y Denia, incluso en 1076 “compró”
los derechos que Alfonso VI pretendía tener sobre Valencia. Sobre el caso de
Valencia, P. Guichard cree que la lealtad de la taifa pudo oscilar entre Toledo
y Zaragoza desde 1077-78 a 1084-85, aunque reconocieron la soberanía hūdí
tras la boda de un hijo de al-Muqtadir y la hija del wazīr Abū Bakr b. ‘Abd al-
‘Azīz. Unida a la expansión territorial, una de las claves de la legitimación de
al-Muqtadir fue, sin duda alguna, cierta revitalización del ŷihād en al-Andalus.
Tras el éxito cristiano de lo que se conoce como la “proto-cruzada” de Bar-
bastro23 hubo un cierto pesimismo en el pensamiento andalusí relacionado con la
incapacidad de los gobernantes de taifas de hacer frente al impulso cristiano. Un
fragmento del Bayan al-Mugrib que a su vez toma las palabras de Ibn Ḥayy n es
especialmente representativo al respecto y pone de relieve el cuestionamiento de
la autoridad, que discutiremos más adelante:
“El portador de las lúgubres noticias [sobre Barbastro] llegó con ellas a Cór-
doba en el mes de ramadán [17 de agosto a 15 de septiembre de 1064] y [éstas]
hirieron los oídos, se quedaron suspensos los corazones y tembló la tierra de todo
al-Andalus (…) No se apartaban en esto de su costumbre, de considerar alejado
el temor, de engañarse con la esperanza y de confiar en los erráticos emires de la
separación —que oscilaban entre la cobardía y la incapacidad— que los apartaban
del camino derecho y les hacían confuso lo claro [de la buena guía] del adalid.
El daño de los hombres no ha cesado [de estar] desde que fueron creados, en dos
categorías de ellos, que son como su sal: los emires y los alfaquíes (…) Los emi-
res injustos los han desviado [o sea, a los hombres] del camino recto, alejándose
de la comunidad [unida] y dirigiéndose hacia la división. Los alfaquíes, que son
sus guías [han mantenido] silencio sobre ellos. Pero ¿qué [se puede] decir acerca
de una tierra en la que ha estropeado su sal, que es la que hace buenos todos sus
alimentos y ha venido a ser mientras su veneno mortal? ¿Acaso ella no está cerca
de su perdición y de su exterminio? El estupor llenó a estos emires que no tuvie-
ron para esta desgracia atroz, [acaecida] en Barbastro, más que el recurrir a cavar
fosos, elevar murallas (…) descubriendo al enemigo de ellos su mala disposición
de ánimo, por arrojarse entonces en sus manos”24.

23 Las crónicas se refieren a este acontecimiento con las siguientes palabras “En el [mismo año]
el enemigo se apoderó también de la ciudad de Barbastro que es una de las capitales de la frontera, notable
por la fortaleza y las defensas. La sitiaron los cristianos aproximadamente unos cuarenta días hasta uqe
la conquistaron por asalto, como se expuso anteriormente. Dice al-Bakrī: (…) mataron a toda su gente y
cautivaron a las mujeres de los muslimes y a los niños que en ella había, en incontable cantidad.”, IBn
Iḏ Rī, op. cit., pp. 210-211.
24 Ibídem. pp. 211-212. Sobre la percepción de los andalusíes de ese momento véase KASSIS, H.
E., “Muslim Revival in Spain in the fifth/eleventh Century. Causes and Ramifications”, Der Islam, nº 67,
vol. 1, 1990, pp. 78-110.

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Resulta llamativo ante este acontecimiento cómo las Memorias de ‘Abd


All h de Granada no se hacen ningún eco de la noticia, en cambio sí relejan el
miedo ante el avance de al-Muqtadir hacia Denia25 lo que da buena cuenta de
esos intereses divididos que tanto critica Ibn Ḥayy n.
Un aspecto fundamental a tener en cuenta a la hora de estudiar las dinastías
de taifas es el simbólico, como resalta M. Acién: “lo simbólico en la época de
taifas tiene una importancia bastante mayor de la que se le ha concedido hasta el
momento (…)”26. Podemos airmar, partiendo de esta idea, que el valor simbólico
de los Banū Hūd fue superior al de sus predecesores, en parte por la expansión te-
rritorial y especialmente por la recuperación de Barbastro por parte de al-Muqta-
dir el 19 de abril de 1065. De hecho, fue a raíz de este hecho, y no antes, cuando
comenzó a titularse al-Muqtadir bi-llāh. Por otra parte facilitó la concordia entre
hermanos hūdíes, que dejaron atrás sus hostilidades y se unieron por la defensa
de la fe27. El triunfo en la recuperación de Barbastro concedió seguramente mu-
cho prestigio a al-Muqtadir, pero este seguía atado al pago de parias, primero a
Castilla y, tras una serie de acuerdos irmados entre 1069 y 1073, al rey pamplo-
nés para garantizarse mutua defensa frente al Reino de Aragón. Como señala M.
J. Viguera, en un momento de tanto pesimismo y desconianza hacia los emires,
el sistema de parias —efectivo para contener los ataques cristianos— era muy
impopular entre la población, que veía como sus impuestos no hacían más que
aumentar28. A pesar de todo, esa tímida revitalización del discurso de ŷihād, la
expansión territorial por Denia y la creación de un ambiente cultural propicio29
en Zaragoza, contribuyeron notablemente a la legitimación de al-Muqtadir como
uno de los grandes emires andalusíes de ese momento y así se nos ha transmitido
a través de las fuentes. Las alabanzas a este personaje incluyen también elogios

25 “(…) Lo que le ocurrió a Ibn Hūd con Denia fue lo mismo que le pasó a Ibn ḏī-l-Nūn con
Córdoba: al apoderarse de la plaza, todo al-Andalus se conmovió y todos los príncipes, al ver que la había
entrado sin combatir y en un abrir y cerrar de ojos, se alarmaron y comenzaron a hacer preparativos para
precaverse de su maldad, hasta que Dios los libró de él, haciéndolo morir en plena guerra y a punto de lograr
sus esperanzas”, ‘ABD ALL H AL-BULUGGīN, El siglo XI en primera persona. Las “Memorias” de ‘Abd
allāh, último rey Zīí de granada, destronado por los almorávides (1090), LÉVI-PROVEnÇAL, E. (ob.
1956) y GARCÍA GÓMEZ, E. (traductores), 2010 (1ª edición 1980), pp. 189-190.
26 ACIÉn ALMAnSA, M., op. cit., p. 47
27 Al-Muẓaffar de Lérida recurrió a su hermano por medio de una carta redactada por su secretario,
Ibn ‘Abd al-Barr —que pretendía dirigirse a todo al-Andalus en nombre de los barbastrinos— que apela a
solidaridad entre musulmanes: “a todos los gobernantes musulmanes y guerreros creyentes, guardianes de
la Fe, autoridades y súbditos ¿qué pensáis al ver las mezquitas y alminares donde antes se recitaba el Corán
y daba gozo la llamada a la oración, ahora clausurados por el politeísmo y la infamia, llenos de campanas y
cruces, en lugar de los fieles de All h?”, VIGUERA MOLINS, M. J., Aragón musulmán… p. 194.
28 Ibídem, p. 204
29 AnDú RESAnO, F., El esplendor de la poesía en la taifa de Zaragoza (409 de la hégira/ 1018
D.C. -503 de la hégira / 1110 D.C.), Zaragoza, 2007; véase también LOMBA FUENTES, J., “El Islam en
el Valle del Ebro: la cultura filosófica y científica”, en V Semana de estudios medievales: Nájera, 1 al 15 de
agosto de 1994, 1995, pp. 175-189.

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hacia su erudición, aspecto que superaría su hijo al-Mu’tamin. Sin duda, intelec-
tuales y poetas de fama encontraron en Zaragoza un espacio de producción ar-
tística y cultural cuya plasmación material se ilustra en el palacio de la Aljafería
(al-Ŷa‘fariyya).
Antes de hablar de la sucesión de al-Muqtadir, vamos a detenernos en el
papel que desempeñan los ‘ulamā’ en la taifa hūdí. Este colectivo es fundamental
para la legitimidad de los gobernantes musulmanes, especialmente a partir de
inales del siglo VIII y comienzos del IX, cuando las escuelas de jurispruden-
cia islámica ya se han consolidado30. El fragmento anteriormente citado de Ibn
ayyān es especialmente ilustrativo sobre la simbiosis entre emires y ‘ulamā’
para guiar los corazones de los súbditos andalusíes y cómo el desprestigio de la
autoridad implica a ambos grupos de poder.
Realmente, la posición de los ‘ulamā’ comenzó a fortalecerse a partir del
califato de ‘Ab al-Ra mān III al-Nāṣir (912-961)31. El creciente protagonismo
que les brindaba el califa desembocó en un incremento de la inluencia política
de estos ‘ulamā’, algo que en el siglo XI era más que evidente, como expondre-
mos en el siguiente párrafo. Como señala D. Urvoy32, la itna supuso poner en
juego un cierto número de fuerzas tanto a nivel político como cultural, que va a
llevar a situar Córdoba como una región más en la producción de conocimiento,
perdiendo así su dignidad de “capital cultural” en tanto que capital califal. Lo
cierto es que, en general, la fragmentación del territorio permitió la diversiica-
ción de los centros culturales y muchos gobernantes empezaron a actuar como
mecenas —y algunos como al-Mu‘tamid de Sevilla se autorreconocieron como
poetas— de manera que la creación intelectual se vio estrechamente entreverada
con el poder33.
La Marca Superior, así como el Levante son objeto de una cierta subes-
timación por parte de Ibn Baškuwāl a juicio de D. Urvoy34, pues sitúa este te-
rritorio por debajo de Toledo en cuanto a sus relaciones con Córdoba. Urvoy
deiende que tanto Zaragoza como el Levante estaban al mismo nivel de Toledo

30 Una obra muy ilustrativa sobre el desarrollo de la figura de los ‘ulamā’ es SCHACHT, J., The
Origins of Muhammadan Jurisprudence, New York, 1959.
31 Fue entonces cuando situó a un ‘ālim a la cabeza de los ‘ulamā’ y le concedió el título de
Šayj al-‘aṣr y además creó una especie de consejo para éste, conocido como al-Fuqahā’ al-Mušawarūn,
MALCZYCKI, W. M., reaching a new understanding of the andalusí ‘ulamā’ of the taifa kings era (1013-
1086), Master of Arts thesis from the Department of Laguages and Literature, University of Utah, 2001, pp.
98-99.
32 URVOy, D., El mundo de los ulemas andaluces del siglo V/XI al VII/XIII. Estudio sociológico,
Madrid, 1983, pp. 33-34.
33 Un artículo muy ilustrativo sobre este tema es CHAFIC DAMAJ, A., “Relación entre el poeta el
poder político en la época de taifas: de la concordancia a la discrepancia”, MEAH, sección árabe-islam, nº
53, 2004, pp. 3-38.
34 D. URVOY, op.cit., pp. 74-79.

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en ese ámbito y que la independencia, tras el primer contragolpe de la itna, se


prueba favorable para Zaragoza, pues supo conservar un núcleo cultural sólido
“sin extraer los hombres de ciencia del exterior y casi sin estudiantes”35. De he-
cho, deiende que la situación geográica tan delicada y las amenazas exteriores
prácticamente constantes tienden a reforzar la vida intelectual y que esa eterna
frontera que rodea a la taifa debió ser también la fuente de numerosos contac-
tos e intercambios intelectuales. Además, fue un foco receptor de estudiantes y
estudiosos de ciudades vecinas, especialmente del sur peninsular. En palabras
de Urvoy “es cierto que la Marca Superior se ha impuesto ella misma, y cara a
los cristianos, por una cultura superior”36, es decir, que buena parte de la legi-
timación de la autoridad parte del prestigio intelectual, más que de una igura
gobernante realmente visible o fuerte. Es especialmente conocido el papel de los
poetas y sus composiciones panegíricas, exaltando las virtudes y excelencias de
los gobernantes que buscaban un in propagandístico, informativo e incluso que
reairmase su legitimidad y que gratiicaban sobradamente al autor si les parecía
que la obra así lo merecía37.
Además de lo mencionado por D. Urvoy, nos basamos especialmente en los
estudios de M. Fierro sobre esta cuestión, que es la gran estudiosa de la intelec-
tualidad andalusí y su relación con la política. La importancia de los ‘ulamā’ se
explica además por la concentración poblacional y la consolidación de tramas
urbanas, un fenómeno que nos viene explicado tanto por la numismática como
a través de las fuentes escritas38. Este hecho está directamente en relación con el
célebre lorecimiento de la actividad cultural en las taifas, al que hemos hecho
referencia anteriormente. Hemos mencionado al hijo de al-Muqtadir, que fue uno
de los matemáticos más reconocidos de su tiempo. Accedió al poder desde 1082
que su padre estaba enfermo. Éste había dividido sus dominios entre él y su her-
mano Munḏir, gobernador en Denia39. Es bajo el gobierno de Yūsuf al-Mu’tamin
(1081/82-1085) cuando se recoge las noticias de las acciones del Cid Campea-
dor, sobre el que tanta tinta se ha derramado. También fue este el momento de
consolidación de una alianza con su suegro Abū Bakr, el gobernante de Valencia,
que ijase de forma deinitiva la soberanía hūdí en el Šarq al-Andalus, pero ésta

35 Ibídem, p. 76.
36 Ibídem, p. 77.
37 CHAFIC DAMAJ, A., Op. cit., pp. 13-27 En estas páginas hay numerosos ejemplos de poemas
laudatorios y de lo contrario, en el caso de que perdiesen el favor del gobernante. Algunos poetas cargaron su
cálamo de forma voraz contra figuras en el poder, como es el caso de al-Mu‘tamid de Sevilla e Ibn al-Abbār.
38 Véase PRIETO y VIVES, A., Los reyes de taifas, Madrid, 1926 y un artículo sobre Ibn Ḥazm y la
moneda de los reinos de taifas, BARCELÓ, M., “’Rodes que giren dins el foc de l’infern’ o per a què servia
la moneda dels taifes?”, Rubartayr = Gaceta Numismática, nº 105-106, 1992, pp. 15-23.
39 Este territorio fue bastante problemático para el emir zaragozano, para más detalle al respecto
véase VIGUERA MOLInS, M. J., Aragón musulmán…p. 207.

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resultó efímera por la muerte de ambos gobernantes. En el año 1085 falleció el


emir de la taifa de Zaragoza, al que se le describe en las fuentes más como eru-
dito y mecenas que como buen gobernante. Dice de él ‘Abd All h de Granada:
Era al-Mu’tamin hombre sabio, que había leído muchos libros, y junto con
ello se interesaba en la adivinación del porvenir, gracias a lo cual pudo saber que su
muerte estaba próxima. No le desvanecía ser rey y, en la mayor parte de las cosas
mundanas, era un verdadero asceta (…)40.

COnCLUSIOnES
En primer lugar, hemos visto que el califato se mantiene como legitimador
durante el siglo XI, al menos en la primera mitad, incluso para ciertos actos
que responden a intereses individuales como es el asesinato del último tūŷībī.
D. Wasserstein airma que la tradición califal se mantiene y actúa como fuente
legitimadora, incluso cuando la institución en sí está desacreditada y sin repre-
sentantes políticos de altura41. De esta forma, la dignidad califal se mantiene de
forma simbólica, aunque ya no esté revestida de la autoridad de facto que se le
concedía antaño. Por otra parte, apreciamos una continuidad entre las élites loca-
les de la Marca Superior durante la época ‘ mirí y aquellos que se hicieron con el
control de la taifa durante la itna en los primeros años de emirato de Munḏir42. El
problema de legitimación surge con el cambio de dinastía. Sulaym n aún repre-
senta la continuidad en algún aspecto, por haber gobernado en los territorios de
Tudela y Lérida a lo largo del período tūŷībī. Además su papel como paciicador
y restaurador del orden le otorga autoridad y reconocimiento a su soberanía. El
problema lo tiene su hijo, que debe mantener el poder de la dinastía a través de la
serie de mecanismos que hemos analizado en este trabajo.
El momento de mayor esplendor de la Marca Superior se dio con al-Mu-
qtadir, también el que más factores de legitimación necesitaba, pues sus hijos
ya tenían una posición consolidada en el trono y su autoridad no parece tan dis-
cutida. De ahí que nos hayamos centrado más en su igura, cuya legitimidad se
sostiene sobre los mismos mecanismos que sostenían el poder califal —la guerra,
la expansión territorial y el lorecimiento cultural— pero carece del principio le-
gitimador de jilāfa, una vez que el califato Omeya ha caído. Su hijo, en cambio,
reproduce un modelo completamente distinto de gobernante, el de “soberano

40 ‘ABD ALL H AL-BULUGGīN, op. cit., p. 190


41 WASSERSTEIN, D., The Rise and Fall of the Party-Kings. Politics and Society in Islamic Spain,
1002-1086, New Jersey, 1985, pp. 68-69.
42 Wasserstein considera que el caso de Zaragoza es especialmente representativo de este fenómeno.
Ibídem, p. 101.

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sabio” que descuida la política en pos del estudio y la religiosidad. A la muerte


de al-Mu’tamin accedió al poder su hijo Aḥmad al-Musta‘īn, que salió malpa-
rado de la mayor parte de campañas que emprendió contra Alfonso VI y contra
el Reino de Aragón, y tuvo que hacer frente a la llegada de los almorávides y la
pérdida total de su soberanía. Con él, fue el in de la dinastía de los Banū Hūd en
la Marca Superior.

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