Está en la página 1de 39

Califato de Córdoba

estado musulmán andalusí (929-1031)

Alcázar de Medina Azahara.


Estandarte real usado durante el mandato de
Abderramán III.

El Califato Omeya de Córdoba o Califato


de Occidente fue un estado musulmán
andalusí con capital en Córdoba,
proclamado por Abderramán III en 929.
El Califato puso fin al emirato
independiente instaurado por
Abderramán I en 756 y perduró
oficialmente hasta el año 1031, en que
fue abolido, dando lugar a la
fragmentación del estado omeya en
multitud de reinos conocidos como
taifas. Por otro lado, la del Califato de
Córdoba fue la época de máximo
‫ﺧﻼﻓﺔ ﻗﺮﻃﺒﺔ‬
Ḫilāfat Qurṭuba
Califato de Córdoba
← 929-1031 →

Califato de Córdoba hacia el año 1000.

Capital Córdoba
37°53′N 4°46′O /
37.883, -4.767

Idiomas Árabe andalusí,[a]


mozárabe,[b] hebreo
Religión Islam, cristianismo,
judaísmo

Gobierno Monarquía absoluta

Califa
 • 929-961 Abderramán III
 • 961-976 Alhaken II
 • 976-1013 Hisham II
 • 1027-1036 Hisham III
Período histórico Edad Media
 • Establecimiento 16 de enero de 929
 • Reinado de
961-976
Alhaken II
 • Muerte de
1002
Almanzor
 • Estallido de la
1009
guerra civil
 • Fitna 1031
 • Fitna de al- 1036
Ándalus
Superficie
 • 1000 500,000 km²
Moneda Dinar

Notas
1. El árabe era la lengua principal.
2. El mozárabe era la lengua hablada por la
población cristiana.

esplendor político, cultural y comercial


de Al-Ándalus, aunque también fue
intenso en unos de los reinos de taifas.
Historia

Apogeo del Califato …

Los reinados de Abderramán III (929-


961) y su hijo Alhaken II (961-976)
constituyen el periodo de apogeo del
Califato omeya, en el cual se consolida el
aparato estatal cordobés.

Para afianzar la organización


administrativamente de un territorio
bastante extenso y de población
heterogénea mayoritariamente no árabe,
los soberanos recurrieron a oficiales
fieles a la dinastía omeya, lo cual
configuró una aristocracia palatina de
fata'ls (esclavos y libertos de origen
europeo), que fue progresivamente
aumentando su poder civil y militar,
suplantando así a la aristocracia de
origen árabe. De esta manera
tremendamente eficaz, se gestionó
fiscalmente y de forma centralizada el
cobro de los impuestos, diezmos, peajes,
tasas aduaneras, derechos sobre
mercados y joyas, sometiendo a la
contribución del Califato incluso a los
cortesanos.[1]

En el ejército se incrementó
especialmente la presencia de
contingentes bereberes, debido a la
intensa política califal en el Magreb.
Abderramán III sometió a los señores
feudales, los cuales pagaban tributos o
servían en el ejército, contribuyendo al
control fiscal del Califato, realizando con
éxito una redistribución de la riqueza, tal
como señala el geógrafo Ibn Hawqal.

Las empresas militares consolidaron el


prestigio de los omeyas fuera de Al-
Ándalus y estaban orientadas a
garantizar la seguridad de las rutas
comerciales. La política exterior se
canalizó en tres direcciones: los reinos
cristianos del norte peninsular, el norte
de África y el Mediterráneo.

La fitna …

La fitna, guerra civil, comenzó en 1009


con un golpe de Estado que supuso el
asesinato de Abderramán Sanchuelo, hijo
de Almanzor, la deposición de Hisham II
y el ascenso al poder de Muhámmad ibn
Hisham ibn Abd al-Yabbar, bisnieto de
Abderramán III. En el trasfondo se
hallaban también problemas como la
agobiante presión fiscal necesaria para
financiar el coste de los esfuerzos
bélicos.

A lo largo del conflicto, los diversos


contendientes llamaron en su ayuda a
los reinos cristianos. Córdoba y sus
arrabales fueron saqueados repetidas
veces, y sus monumentos, entre ellos el
Alcázar andalusí y Medina Azahara,
destruidos. La capital llegó a trasladarse
temporalmente a Málaga. En poco más
de veinte años se sucedieron 10 califas
distintos (entre ellos Hisham II
restaurado), pertenecientes tres de ellos
a una dinastía distinta de la omeya, la
hammudí.
En medio de un desorden total, se
independizaron paulatinamente las taifas
de Almería, Murcia, Alpuente, Arcos,
Badajoz, Carmona, Denia, Granada,
Huelva, Morón, Silves, Toledo, Tortosa,
Valencia, Albarracín y Zaragoza. El último
califa, Hisham III, fue depuesto en 1031,
y se proclamó una taifa en Córdoba. Para
entonces todas las coras (provincias) de
Al-Ándalus que aún no se habían
independizado se proclamaron
independientes, bajo la regencia de
clanes árabes, bereberes o eslavos. La
caída del Califato supuso para Córdoba
la pérdida definitiva de la hegemonía de
Al-Ándalus y su ruina como metrópoli.

Política interior
El apogeo del califato cordobés queda de
manifiesto por su capacidad de
centralización fiscal, que gestionaba las
contribuciones y rentas del país:
impuestos territoriales, diezmos,
arrendamientos, peajes, impuestos de
capitación, tasas aduaneras sobre
mercancías, así como los derechos
percibidos en los mercados sobre joyas,
aparejos de navíos, piezas de orfebrería,
etc. Asimismo, los cortesanos estaban
sometidos a contribución.
Administrativamente, el califato dividió
su territorio en demarcaciones
administrativas y militares, denominadas
coras, siguiendo a grandes rasgos la
anterior división administrativa del
Emirato.

Durante el Califato de Córdoba el


nombramiento funcionarial máximo era
el de visir, el acceso a una alta
magistratura permitía la promoción y
ascenso de hijos y parientes próximos, lo
mismo que el cese los arrastraba. El
háyib o canciller ejercía todas las
acciones que el califa delegaba en él,
dirigía las aceifas y organizaba la política
administrativa de las provincias. Era el
primero de los visires y responsable de la
gestión de estos. También fue muy
destacado el puesto de zalmedina de
Córdoba, con rango de visir. Su misión
era la aplicación de la ley en asuntos de
extrema gravedad, la regencia del reino
en ausencia del califa, la jefatura por
delegación de la Casa Real, la facultad
de recibir la adhesión del pueblo en la
Mezquita Mayor durante la coronación
de los emires o califas y la recaudación
de los impuestos extraordinarios.
Subordinados suyos eran el jefe de
policía y el Juez de Mercado. La
importancia de este cargo quedó
reflejado en la propia evolución política
de Almanzor.[2]

La administración de la justicia
descansaba en los cadíes, estos ejercían
sus funciones de acuerdo con el Corán y
la tradición ortodoxa de la escuela malikí.
El primer magistrado tenía su residencia
en Córdoba y luego cada provincia tenía
su juez con plena jurisdicción. Los cadíes
también administraban los bienes de la
comunidad y dirigían la oración en las
mezquitas. En el Califato de Córdoba
surgieron dos magistraturas
extraordinarias: comes injustitiarum y el
comes redditornum, el primero era un
nombramiento del califa con poderes
especiales para juzgar casos de especial
importancia y el segundo juzgaba las
denuncias contra los altos
funcionarios.[2]

La opulencia del califato durante estos


años queda reflejada en las palabras del
geógrafo Ibn Hawqal:

La abundancia y el
desahogo dominan
todos los aspectos de
la vida; el disfrute de
los bienes y los medios
para adquirir la
opulencia son
comunes a los grandes
y a los pequeños, pues
estos beneficios llegan
incluso hasta los
obreros y los
artesanos, gracias a
las imposiciones
ligeras, a la condición
excelente del país y a
la riqueza del
soberano; además,
este príncipe no hace
sentir lo gravoso de
las prestaciones y de
los tributos.

Para realzar su dignidad y a imitación de


otros califas anteriores, Abderramán III
edificó su propia ciudad palatina: Medina
Azahara. Esta etapa de la presencia
islámica en la península ibérica de mayor
esplendor, aunque de corta duración
pues en la práctica terminó en el 1009
con la fitna o guerra civil que se
desencadenó por el trono entre los
partidarios del último califa legítimo,
Hisham II, y los sucesores de su primer
ministro o háyib Almanzor. No obstante,
el Califato siguió existiendo oficialmente
hasta el año 1031, en que fue abolido,
dando lugar a la fragmentación del
Estado omeya en multitud de reinos
conocidos como taifas.

Política exterior

Relaciones con los reinos


cristianos

Árbol genealógico de la familia Omeya. En azul
figura el califa Utmán, uno de los 4 califas
ortodoxos. En verde, los califas omeyas de
Damasco. En amarillo, los emires omeyas de
Córdoba. En naranja, los califas omeyas de
Córdoba (nota: Abderramán III fue emir hasta el año
929, en que se proclamó califa). Se incluye el
parentesco de los omeyas con el profeta Mahoma,
señalado en mayúsculas.
Un tercer objetivo de la actividad bélica y
diplomática del Califato estuvo orientada
al Mediterráneo. Durante los primeros
años del Califato, la alianza del rey
leonés Ramiro II con Navarra y el conde
Fernán González ocasionaron el desastre
del ejército califal en la batalla de
Simancas. Pero a la muerte de Ramiro II,
Córdoba pudo desarrollar una política de
intervención y arbitraje en las querellas
internas de leoneses, castellanos y
navarros, enviando frecuentemente
contingentes armados para hostigar a
los reinos cristianos. La influencia del
Califato sobre los reinos cristianos del
norte llegó a ser tal que entre 951 y 961,
los reinos de León y Navarra, y los
condados de Castilla y el Barcelona le
rendían tributo.

Las relaciones diplomáticas fueron


intensas. A Córdoba llegaron
embajadores del conde de Barcelona
Borrell, de Sancho Garcés II de Navarra,
de Elvira Ramírez de León, de García
Fernández de Castilla y el conde
Fernando Ansúrez entre otros. Estas
relaciones no estuvieron faltas de
enfrentamientos bélicos, como el cerco
de Gormaz de 975, donde un ejército de
cristianos se enfrentó al general Gálib.
Relaciones con el Magreb …

La política cordobesa en el Magreb fue


igualmente intensa, particularmente
durante el reinado de Alhaken II. En
África, los omeyas se enfrentaron a los
fatimíes, que controlaban ciudades como
Tahart y Siyilmasa, puntos
fundamentales de las rutas comerciales
entre el África subsahariana y el
Mediterráneo, si bien este
enfrentamiento no fue directo entre
ambas dinastías. Los omeyas se
apoyaron en los zenata y los idrisíes y el
Califato fatimí, en los ziríes sinhaya.
Eventos importantes fueron la ocupación
de Melilla, Tánger y Ceuta, punto desde el
cual se podía evitar el desembarco fatimí
en la península. Tras la toma de Melilla
en 927 a mediados del siglo X, los
Omeyas controlaron el triángulo formado
por Argel, Siyilmasa y el océano Atlántico
y promovieron revueltas que llegaron a
poner en peligro la estabilidad de califato
fatimí. Sin embargo, la situación cambió
tras el ascenso de al-Muizz al Califato
fatimí. Almería fue saqueada y los
territorios africanos bajo autoridad
omeya pasaron a ser controlados por los
fatimíes, reteniendo los cordobeses sólo
Tánger y Ceuta. La entrega del gobierno
de Ifriqiya a Ibn Manad provocó el
enfrentamiento directo que se había
intentado evitar anteriormente, si bien
Ya'far ibn Ali al-Andalusi logró detener al
zirí Ibn Manad.

En el 972 estalló una nueva guerra en el


norte de África, provocada en esta
ocasión por Ibn Guennun, señor de Arcila,
que fue vencido por el general Gálib. Esta
guerra tuvo como consecuencia el envío
de grandes cantidades de dinero y tropas
al Magreb y la continua inmigración de
bereberes a Al-Ándalus.
Política en el Mediterráneo …

El Califato mantuvo relaciones con el


Imperio bizantino de Constantino VII y
emisarios cordobeses estuvieron
presentes en Constantinopla. El poder
del Califato se extendía también hacia el
norte, y hacia el 950 el Sacro Imperio
Romano Germánico intercambiaba
embajadores con Córdoba, de lo que
queda constancia de las protestas por la
piratería musulmana practicada desde
Fraxinetum y las islas orientales de al-
Ándalus. Igualmente, algunos años
antes, Hugo de Arlés solicitaba
salvoconductos para que sus barcos
mercantes pudieran navegar por el
Mediterráneo, dando idea por lo tanto del
poder marítimo que ostentaba Córdoba.

A partir del 942 se establecieron


relaciones mercantiles con la República
amalfitana y en el mismo año se recibió
una embajada de Cerdeña.

Economía y población
Jarritas de asa para agua del siglo X de época
califal con decoración pintada. Museo Antiquarium,
Sevilla.

La economía del Califato se basó en una


considerable capacidad económica —
fundamentada en un comercio muy
importante—, una industria artesana muy
desarrollada y técnicas agrícolas mucho
más desarrolladas que en cualquier otra
parte de Europa. Basaba su economía en
la moneda, cuya acuñación tuvo un papel
fundamental en su esplendor financiero.
La moneda de oro cordobesa se
convirtió en la más importante de la
época, que fue probablemente imitada
por el Imperio carolingio. Así, el Califato
fue la primera economía comercial y
urbana de Europa tras la desaparición del
Imperio romano.

A la cabeza de la red urbana estaba la


capital, Córdoba, la ciudad más
importante del Califato, que superaba los
250 000 habitantes en 935 y rebasó los
400 000 en 1000, con lo que fue durante
el siglo X una de las mayores ciudades
del mundo y un centro financiero,
cultural, artístico y comercial de primer
orden. La segunda ciudad de Europa tras
Constantinopla.

Las ciudades más importantes que junto


con la capital cordobesa fomentaron el
esplendor del califato fueron Toledo
como punto estratégico y cultural;
Pechina o Sevilla, como los principales
puertos comerciales de Al-Ándalus;
Zaragoza, Tudela, Lérida y Calatayud,
situadas en el estratégico valle del Ebro.
Otras ciudades importantes fueron
Mérida, Málaga, Granada o Valencia.[3]
Cultura

Interior de la Gran Mezquita de Córdoba,


transformada en templo cristiano desde su
conquista en 1236. Uno de los mejores ejemplos de
arquitectura islámica iniciada por la dinastía de los
omeyas.

Abderramán III, octavo soberano Omeya


de la España musulmana y primero de
ellos que tomó el título de califa, no solo
hizo de Córdoba el centro neurálgico de
un nuevo imperio musulmán en
Occidente, sino que la convirtió en la
principal ciudad de Europa Occidental,
rivalizando en poder, prestigio, esplendor
y cultura durante un siglo con Bagdad y
Constantinopla, las capitales del Califato
Abasí y el Imperio bizantino,
respectivamente. Según fuentes árabes,
bajo su gobierno, la ciudad alcanzó el
millón de habitantes, que disponían de
mil seiscientas mezquitas, trescientas
mil viviendas, ochenta mil tiendas e
innumerables baños públicos.

El califa omeya fue también un gran


impulsor de la cultura: dotó a Córdoba
con cerca de setenta bibliotecas, fundó
una universidad, una escuela de
medicina y otra de traductores del griego
y del hebreo al árabe. Hizo ampliar la
Mezquita de Córdoba, reconstruyendo el
alminar, y ordenó construir la
extraordinaria ciudad palatina de
Madínat al-Zahra, de la que hizo su
residencia hasta su muerte.

Los aspectos de desarrollo cultural no


son menos relevantes tras la llegada al
poder del califa Alhaken II a quien se
atribuye la fundación de una biblioteca
que habría alcanzado los 400 000
volúmenes. Quizás eso provocó la
asunción de postulados de la filosofía
clásica —tanto griega como latina— por
parte de intelectuales de la época como
fueron Ibn Masarra, Ibn Tufail, Averroes y
el judío Maimónides, aunque los
pensadores destacaron, sobre todo, en
medicina, matemáticas y astronomía.

Califas de Córdoba
Abderramán III (929-961).
Alhakén II (961-976).
Hisham II (976-1009 y 1010-1013).
Muhámmad II (1009 y 1010).
Sulaimán al-Mustaín (1009 y 1013-
1016).
Alí ben Hamud al-Násir (1016-1018).
Abderramán IV (1018).
Al-Cásim al-Mamún (1018-1021 y
1023).
Yahya al-Muhtal (1021-1023 y 1025-
1026).
Abderramán V (1023-1024).
Muhammad III (1024-1025).
Hisham III (1027-1031).

Véase también
Historia de al-Ándalus
Fitna de al-Ándalus
Dinastía Omeya
La Reconquista
Almanzor

Enlaces externos
Wikimedia Commons alberga una
categoría multimedia sobre Califato de
Córdoba.

Referencias
1. Historia de Córdoba en el califato
omeya. Antonio Arjona Castro.
Páginas: 272. Encuadernación:
cartoné. ISBN 978-84-92924-17-2
2. VALLVÉ, Joaquín (1992). «La
organización político-
administrativa». El Califato de
Córdoba. Madrid: Mapfre. pp. 69-96.
ISBN 84-7100-405-4.
3. J.A. García de Cortázar (1974);
Historia de España Alfaguara II. La
época medieval, pág. 79

Bibliografía
Levi-Provençal, E., España musulmana
hasta la caída del califato de Córdoba
(711-1031), Madrid 1957.
Sánchez Albornoz, C., La España
musulmana según los autores islamitas
y cristianos medievales, Barcelona
1946.
Torres Balbás, L., Ciudades
hispanomusulmanas, Madrid.
Vernet, J., La cultura hispanoárabe en
Oriente y Occidente, Barcelona 1978.
Guichard, Pierre: La España
musulmana, Al-Andalus Omeya (siglos
VIII - XI) en Historia de España de
Historia 16, Vol. VII, Madrid, Temas de
Hoy, 1995.
Vallvé, Joaquín: El califato de Córdoba,
Madrid, Mapfre, 1992.

Datos: Q171740
Multimedia: Caliphate of Córdoba
Obtenido de
«https://es.wikipedia.org/w/index.php?
title=Califato_de_Córdoba&oldid=124342476»

Última edición hace 1 día por SeroBOT

El contenido está disponible bajo la licencia CC


BY-SA 3.0 , salvo que se indique lo contrario.

También podría gustarte