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C ON C E P TOS

«Mio amigo es de paz»: alianzas


políticas entre cristianos y
musulmanes en la Edad Media
ibérica
7 SE P TI E M B RE , 2019

El antagonismo esencial que pudiera derivarse de la diferencia religiosa, y que


las ideologías militantes a uno y otro lado de las fronteras se esforzaron en
subrayar, se ve una y otra vez difuminado, hasta desaparecer, por la
prevalencia del pragmatismo político y por el interés militar de cada coyuntura
concreta.

FRANCISCO GARCÍA FITZ


UNIVERSIDAD DE EXTREMADURA

Detalle de una miniatura de las Cantigas de Santa María

En el Cantar de mio Cid aparece un personaje musulmán, Avengalvón, que es


presentado como alcaide de Molina y que a lo largo de la composición se nos
muestra como un amigo fiel de Rodrigo Díaz de Vivar. Esta relación de fidelidad y
amistad entre el héroe castellano y el gobernante andalusí se manifiesta
explícitamente no sólo en el comportamiento leal, amable y solícito con el que
obsequia a la familia y a los vasallos del Cid cuando pasan por las tierras de aquel,
sino también en los epítetos muy positivos con los que a lo largo del texto se
determina la naturaleza de dicha relación: mio amigo natural, amigo sodes sin
falla… En una de las caracterizaciones de Avengalvón, al referirse al camino que
han de seguir la mujer y las hijas del Cid en su desplazamiento a Valencia, Rodrigo
menciona el paso por Molina y dice de su alcaide que mio amigo es de paz.

Respecto a esta última consideración, los especialistas han señalado que con dicha
expresión el poeta alude a la existencia de un pacto o de una alianza política entre
el alcaide musulmán de la localidad y el Cid Campeador, al tiempo que Avengalvón
representaría un buen ejemplo de convivencia entre los cristianos y musulmanes
peninsulares. Más aún, este ejemplo vendría a demostrarle al público del Cantar
que había dirigentes políticos musulmanes cuyo cabal comportamiento
contrastaba con el indigno, desleal y traidor de algunos nobles cristianos, como era
el caso de los infantes de Carrión.

La figura de un dirigente musulmán que mantiene una alianza o un pacto político y


militar con Rodrigo Díaz no es algo que sorprenda a nadie que tenga un cierto
conocimiento de la biografía cidiana: bien conocidas son, por ejemplo, las
estrechas relaciones que el Cid mantuvo con los reyes taifa de Zaragoza durante su
destierro de Castilla entre 1081 y 1086. Como jefe guerrero cuyos servicios habían
sido contratados por los dirigentes andalusíes, Rodrigo tuvo que enfrentarse con
diversos poderes, tanto musulmanes como cristianos, que competían por el
control de la zona: estando al servicio de Yūsuf al-Mu’tamin de Zaragoza, en 1082
derrotó en Almenar al rey taifa de Lérida, al-Munḏir, y a su aliado, el conde de
Barcelona, cuando pretendían conquistar aquel castillo. Dos años más tarde,
volvería a alcanzar otra victoria campal en Morella, una vez más defendiendo los
intereses del gobernante zaragozano, al-Mu’tamin, frente a su rival ilerdense y a su
nuevo socio, el rey de Aragón Sancho Ramírez. Por otra parte, entre 1086 y 1088 el
Cid, ahora en nombre de Alfonso VI de Castilla, se dedicó a proteger militarmente
al rey taifa de Valencia, al-Qādir, lo que le llevaría a chocar tanto con el taifa de
Lérida como con el de Zaragoza, apoyado éste por el conde de Barcelona.
Cantigas de Santa María. Cantiga 63: Ilustración de “cristianos versus musulmanes”

En realidad, un repaso de la historia de las relaciones políticas y militares entre


poderes cristianos y musulmanes durante la Edad Media ibérica pone de
manifiesto que este tipo de alianzas entre fuerzas que se identifican a sí mismas y
a los demás con etiquetas de carácter confesional —cristianos y musulmanes— en
absoluto suponen una excepción. El antagonismo esencial que pudiera derivarse
de la diferencia religiosa, y que las ideologías militantes a uno y otro lado de las
fronteras se esforzaron en subrayar —nos referimos a todas aquellas ideas
relacionadas con las nociones de guerra santa, guerra justa, irredentismo
reconquistador, cruzada o ŷihād—, se ve una y otra vez difuminado, hasta
desaparecer, por la prevalencia del pragmatismo político y por el interés militar de
cada coyuntura concreta.

Llama la atención —sobre todo si se tiene en cuenta la omnipresencia de los


discursos ideológicos antes mencionados— que en todas las etapas históricas por
las que transcurrieron aquellas relaciones —desde la época del emirato y del
califato omeya hasta los últimos tiempos del sultanato nazarí de Granada—, sea
posible identificar juegos de alianzas interconfesionales en los que poderes
musulmanes aparecen como socios políticos y militares de dirigentes cristianos —o
viceversa— y que en no pocas ocasiones el objetivo de dichas alianzas sea la
confrontación con otros adversarios de la misma religión.

Dado el peso que en tales casos tiene la coyuntura específica o las circunstancias
particulares que los propiciaron, resulta muy difícil establecer un modelo de
explicación único para todos los ejemplos conocidos. Estos responden, más bien, a
un abanico de motivaciones, no siempre claras ni explícitas: en ocasiones, resulta
evidente que el apoyo militar prestado por un monarca cristiano a otro poder
islámico —o al contrario— responde al interés por obtener un beneficio económico
—muchas veces a través de la exigencia de tributos o parias que compensen al
apoyo bélico o político prestado— o por defender una esfera de influencia o de
futura expansión que considera propia frente a otro competidor cristiano o
musulmán. Otras veces, la intención no es sino la de sostener a un poder —
islámico o cristiano, según el caso— frente a otro de la misma confesión para, a
medio o largo plazo, debilitarlos a todos de cara a su neutralización como rivales o
incluso a una próxima anexión. En determinados momentos se llegaron a formular
modelos de integración política en un reino o estado de poderes y comunidades de
distinta religión, aunque siempre bajo el signo de la subordinación, ya fuera
vasallática o de otro tipo, de una de ellas. En otros, únicamente resulta posible
vislumbrar la defensa de intereses comunes frente a terceros. En este marco
general, la incidencia de los posibles lazos de amistad personal, de lealtad o de
afecto entre los dirigentes de uno y otro signo siempre son difíciles de calibrar.
Como quiera que fuese, lo cierto es que la confesionalidad del poder no siempre
representa un obstáculo para la ejecución o puesta en práctica de dicho poder ni
para la defensa de sus intereses políticos, militares, territoriales o estratégicos.
Cantigas de Santa María. Cantiga 181: el emir meriní Ibn Yusuf es derrotado en
Marrakech por los cristianos que portan la enseña de la Virgen María. Ejemplo de
guerra “ideologizada”

No es posible en una aportación limitada en espacio y con carácter divulgador


como ésta realizar un recuento pormenorizado de todos los casos documentados
ni entrar en el análisis en profundidad de cada uno de ellos, por lo que nos
limitaremos a esbozar algunos que, creemos, son suficientemente significativos y
representan modalidades de relación diversas, respetando la secuencia diacrónica
y procurando que todas las grandes fases históricas de las relaciones entre al-
Andalus y sus vecinos del norte encuentren cabida.

Por mucho que las narraciones cronísticas subrayen el carácter confesional de las
partes enfrentadas —musulmanes versus cristianos—, lo cierto es que desde el
primer momento de la presencia islámica en la Península Ibérica los dirigentes
musulmanes recibieron el apoyo de determinadas fuerzas consignadas como
cristianas. Recuérdese, por ejemplo, que los gobernantes beréberes y árabes que
protagonizaron la conquista de al-Andalus a partir del 711 tuvieron el concurso de
nobles visigodos —y, por tanto, cristianos— desafectos con su monarquía: aunque
los relatos sean tardíos y las versiones presenten diferencias notables, las
alusiones a la traición del conde don Julián o a la de los hijos de Witiza remiten a
unas alianzas, proyectadas para acabar con el rey Rodrigo, entre las fuerzas
musulmanas conquistadoras y una parte de la nobleza visigoda, sin las cuales
previsiblemente el ejercicio efectivo del poder y la ocupación del territorio por
parte de los primeros o no hubiera sido posible o hubiera sido mucho más difícil y
costoso.

Ni siquiera en los momentos en los que el poder político musulmán desarrolló una
intensa campaña de propaganda para legitimar su ejercicio, basada en la
explotación sistemática de la idea de ŷihād, la alianza con los cristianos del norte se
desestimó cuando se consideró conveniente en términos militares o políticos:
recuérdese, por ejemplo, que una de las expediciones bélicas de Almanzor más
ideologizadas y con mayor eco propagandístico, la que en 997 culminó con la
destrucción de la iglesia de Santiago de Compostela, contó con el concurso de
varios condes cristianos que se pusieron al servicio del ḥāŷib cordobés. Se trata de
una confluencia de intereses que en absoluto resulta extraña en este contexto:
década y media antes de los acontecimientos de Santiago, Vermudo II de León
había accedido al poder tras una rebelión contra Ramiro III cuyo éxito dependió, en
buena medida, del apoyo que le prestó Almanzor, quien en contrapartida no solo
recibió tributos, sino que colocó guarniciones musulmanas en determinados
castillos leoneses para reforzar la posición de Vermudo II frente a sus rivales
internos.

Sin duda, la fragmentación política de al-Andalus tras la desintegración del califato


de Córdoba y los enfrentamientos entre los reinos de taifa que surgieron entonces
—a partir de la cuarta década del siglo XI y durante toda esta centuria— fue un
caldo de cultivo especialmente propicio para la proliferación de alianzas
interconfesionales: para hacer frente tanto a la competencia con otros reinos de
taifa como a la creciente presión militar de los núcleos cristianos del norte, los
distintos reyes musulmanes no dudaron en establecer alianzas y buscar el apoyo
militar de algunos de estos últimos a cambio de la entrega de importantes
cantidades de dinero, bien fuera en concepto de pago por servicios militares, bien
en forma de tributos con mayor grado de institucionalización y permanencia —las
parias—: por ejemplo, en 1043 la rivalidad fronteriza entre la taifa de Zaragoza y la
de Toledo supuso la implicación militar del monarca castellano a favor de la
primera y del pamplonés en apoyo de la segunda; una década más tarde, la taifa
de Lérida contaría con el concurso bélico de los condes catalanes frente al
expansionismo de la zaragozana, al tiempo que ésta recurría a la alianza con
Pamplona para frenar la presión aragonesa en sus fronteras y para anexionarse
Lérida. Y en torno a 1059 sería el monarca castellano, Fernando I, quien sustituiría
al pamplonés en la alianza con Zaragoza, un pacto que lógicamente suponía la
activa participación militar de los castellanos en defensa de sus socios andalusíes
frente a otros agresores cristianos. Así ocurrió ante las murallas de Graus, donde
en 1063 perdió la vida el monarca aragonés —Ramiro I— cuando intentaba
arrebatarle la plaza al taifa zaragozano, que en esta ocasión dispuso de
contingentes castellanos al mando del infante Sancho —el futuro rey Sancho II—.
Los ejemplos podrían multiplicarse, así que baste recordar que en 1074 Alfonso VI
de Castilla consiguió imponer parias al rey zirí de Granada gracias a la colaboración
bélica de la taifa sevillana, o que en 1080 al-Qādir de Toledo fue repuesto en su
trono por Alfonso VI de Castilla después de que fuera expulsado del mismo por el
monarca aftasí de Badajoz y que, además, aquel pudo mantenerse durante un
tiempo en el poder frente al descontento interno gracias igualmente al apoyo
militar castellano.

La irrupción de los almorávides en el escenario político peninsular y la consiguiente


reunificación de al-Andalus, a finales del siglo XI, vino a acabar con este estado de
cosas, pero la decadencia del poder norteafricano y la agudización de las
diferencias entre la población musulmana peninsular y los gobernantes bereberes,
ya en la tercera década del siglo XII, facilitó que algunos de los dirigentes
andalusíes que lideraron la lucha contra los dominadores almorávides, en
particular Zafadola, recurriesen a la alianza política y militar con el monarca
castellano-leonés —Alfonso VII— para terminar con la presencia bereber en al-
Andalus.

La intensidad del discurso ideológico de las crónicas contemporáneas emanadas


de la corte de Alfonso VII, fuertemente teñidas de la noción de guerra santa contra
el Islam y de cruzadismo, no sólo no fue óbice para que en su práctica bélica
apoyase decididamente las pretensiones de Zafadola de destruir el poder
almorávide y de convertirse en el rey de un al-Andalus unificado, sino que tampoco
dudó en aceptar a este como vasallo suyo, al mismo nivel que otros nobles
castellano-leoneses, confiriéndole de esta forma un estatus político que tenía
vocación de permanencia.

Cantigas de Santa María. Cantiga 185: el alcalde cristiano de Chincoya hace las paces con el
alcalde musulmán de Bélmez. Ejemplo de pacto interconfesional en la frontera

Esta falta de congruencia entre el plano ideológico y el pragmatismo político, que


ya habíamos visto en tiempos de Almanzor y que ahora vemos al otro lado de la
frontera, en la corte de Alfonso VII, se repetirá en no pocas ocasiones: a pesar de la
potencia del argumentario yihadista empleado por el movimiento almohade,
llegado el momento los dirigentes norteafricanos se aliaron con Fernando II de
León para afianzar su dominio sobre el territorio de la actual Extremadura y el
Alentejo portugués, y desde luego al monarca leonés no le tembló el pulso para
emprender en 1169 una operación militar en favor de los almohades contra
Gerardo Sempavor y Alfonso I de Portugal cuando estos intentaron desalojarlos de
Badajoz. En este caso, los proyectos estratégicos leoneses, que pasaban por
asegurar su futura expansión territorial hacia el sur e impedir la interferencia
portuguesa en aquella zona, primaron sobre el hecho de que, a corto plazo,
contribuían a consolidar la presencia almohade y a debilitar a sus correligionarios.
La crisis del imperio almohade, claramente visible a partir de 1224, y la nueva
división política de al-Andalus, en lo que ha venido en denominarse como “las
terceras taifas”, de nuevo propició que los poderes cristianos del norte explotasen
las diferencias entre los musulmanes norteafricanos y los andalusíes, así como los
enfrentamientos internos de estos últimos, fomentando estas querellas,
exigiéndoles grandes sumas de dinero a cambio de paz o de apoyo militar y, desde
luego, aprovechándose de la debilidad de todos para ampliar sus conquistas. La
figura de Fernando III de Castilla-León, cuya imagen de “rey cruzado” y de santidad
se sustentaría, entre otras bases, sobre su actividad armada contra el Islam, es
paradigmática: el relato ideologizado y sacralizador de sus acciones bélicas contra
los musulmanes no es incompatible con el hecho de que apoyase política y
militarmente a un califa almohade y a determinados dirigentes andalusíes, a uno
de los cuales, el primer sultán nazarí, acabaría aceptando como vasallo suyo,
otorgando así, en la práctica, carta de naturaleza y solidez al reino de Granada.

En fin, los dos últimos siglos del medievo hispano, cuando el único estado islámico
en la Península era el sultanato nazarí, tampoco fueron ajenos a estas alianzas
interconfesionales: recuérdese, por ejemplo, que los tres reyes de taifa más
importantes de mediados del siglo XIII —Ibn Maḥfūẓ de Niebla, Muḥammad I de
Granada e Ibn Hūd de Murcia— fueron vasallos de Alfonso X y, como tales
suscribieron sus diplomas, con todo lo que ello implicaba de sumisión, pero
también de reconocimiento político. O que a partir de 1282 este mismo monarca
castellano-leonés contó con el sustento militar del emir meriní durante la guerra
civil que le enfrentó a su hijo, el futuro Sancho IV, quien a su vez se alió con el rey
de Granada para hacer frente a su padre. Y no deja de ser significativo que el
último ataque que Córdoba sufrió a manos musulmanas, el asedio de 1368, tuviese
lugar en el marco de la guerra civil castellana, de forma que cuando las tropas
nazaríes de Muḥammad V cercaban a esta ciudad, en realidad luchaban a favor de
un rey cristiano, Pedro I, y en contra de un aspirante al trono de Castilla-León,
Enrique II. Se entiende, pues, que al apoyar los Reyes Católicos las pretensiones de
Boabdil al trono de la Alhambra, no hacían sino continuar con una tradición política
bien aquilatada.
Privilegio de Alfonso X en el que aparecen confirmando los reyes musulmanes de Niebla, Granada y Murcia en su condición
de vasallos del monarca castellano-leonés

Detalle de la confirmación (pulse para agrandar)

A la vista de este somero repaso de circunstancias concretas, no parece que la


confesionalidad del poder político llegara a representar una barrera infranqueable
para el establecimiento de alianzas políticas y militares. Desde luego, esto no
quiere decir que cuando los historiadores planteamos los conflictos entre los
núcleos políticos del norte peninsular y al-Andalus en términos de “cristianos
contra musulmanes”, estemos “inventando” una realidad, puesto que en tales
términos fueron presentados por los contemporáneos. Y, por otra parte, es
evidente que los proyectos políticos implícita o explícitamente recogidos en los
relatos ideológicos de carácter cruzadista, reconquistador o yihadista, proyectos
que pasaban en unos casos por el desmantelamiento de los poderes musulmanes
en la Península y en otro por la defensa del Islam andalusí, dieron sentido último a
sus respectivas actuaciones políticas y militares. Lo que se quiere decir es que las
justificaciones religiosas o jurídicas sobre las que estas se sustentaron fueron
muchas veces matizadas o contradichas por el pragmatismo político y que tales
circunstancias deben tenerse en cuenta si no se quiere ofrecer una visión simplista
y distorsionada de aquella colisión.

PARA AMPLIAR:

• García Fitz, F. (2002): Relaciones políticas y guerra. La experiencia castellano-leonesa


frente al Islam. Siglos XI-XIII, Universidad de Sevilla, Sevilla.
• Ladero Quesada, M. Á. (2002): Las guerras de Granada en el siglo XV, Ariel,
Barcelona.
• Manzano Moreno, E. (2006): Conquistadores, emires y califas. Los omeyas y la
formación de al-Andalus, Crítica, Barcelona.

Alianzas Convivencia Guerra Santa Relaciones culturales

Relaciones interconfesionales

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hace 8 horas

"El antagonismo esencial que pudiera


derivarse de la diferencia religiosa, y que las
ideologías militantes a uno y otro lado de las
fronteras se esforzaron en subrayar, se ve
una y otra vez difuminado, hasta
desaparecer, por la prevalencia del
pragmatismo político y por el interés militar
de cada coyuntura concreta". Francisco
García Fitz (Catedrático de Historia
Medieval, Universidad de Extremadura) nos
trae este fascinante artículo en el que nos
habla de las alianzas políticas entre
cristianos y musulmanes en la península
Ibérica Medieval.
http://www.alandalusylahistoria.com/?p=1410

E N T R A DA S
R E C IE N T E S

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alianzas
políticas
entre
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en la Edad
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