Está en la página 1de 6

GLOSARIO – Clase sobre Rasgos transitorios de Carácter en la Pubertad y Adolescencia

Psicopatología Infanto Juvenil – Prof. Lic. Leandro M. Sánchez

CARACTER
El carácter de una persona es esencialmente la manera de funcionamiento de su yo, su manera de
realizar sus acciones específicas o de no hacerlas, sus puntos de fijación, sus mecanismos de defensa más
comunes ante sus pulsiones y ante los peligros del mundo exterior, sus actitudes, sus atributos, en suma, las
características principalmente de su yo. Por lo tanto, el carácter se va formando de la misma manera y a medida
que se va formando el yo de una persona. Freud describe al yo como formándose desde la “superficie” del
individuo (El yo y el ello, 1923), o sea en contacto con la realidad exterior, como produciéndose en el vínculo con
ella. Y, ¿cómo penetra la realidad exterior en el aparato psíquico del individuo? Ciertamente, empieza
penetrando por el polo perceptual (PCc.). Pero, ¿cuándo cómo y por qué una percepción se transforma en el yo
de un individuo? Lo hace porque el aparato psíquico busca la identidad. El yo introduce la realidad en sí mismo
volviéndose igual a ella, idéntica a ella, identificándose con ella. Y ¿cuál es la realidad exterior?
Fundamentalmente aquella de la que provienen las vivencias de placer y dolor, o sea la realidad de los objetos,
la realidad de que éstos son las fuentes deseadas de placer (lo que en forma paulatina se reconoce,
“casualmente” a medida que va formándose el yo). La identificación es “[...] la más temprana exteriorización de
una ligazón afectiva con otra persona” (Psicología de las masas y análisis del yo, 1921, A. E. 18: 99). El nombre
completo de esta identificación, primera en el tiempo, es “identificación primaria” también porque es anterior
al reconocimiento del objeto de placer como ajeno al yo. Los atributos del objeto, aunque no reconocido como
tal, pasan a integrar el yo, pasan a ser sus propios atributos, su manera de manejar la acción. También se incluyen,
como tendencia, los puntos de fijación, los mecanismos defensivos, etcétera. Estas identificaciones primarias se
producen en un aparato psíquico que funciona con la categoría del ser. A medida que se reconocen los objetos
como fuente de placer, se van estableciendo con ellos distintos vínculos. Unos serán “elecciones de objeto” en
los que predominará la categoría del tener. Éstas se van haciendo por apuntalamiento de la pulsión sexual sobre
la pulsión de autoconservación. Con otros objetos habrá identificación, en la que se mantiene la categoría del
ser. La elección de objeto y la identificación con el mismo llegarán a ser opuestos, en especial tras el
reconocimiento definitivo de la diferencia de los sexos. Después del complejo de Edipo declina la atracción por
los objetos que pertenecen a este período (pasan a ser sentidos como incestuosos), gran parte de los atributos
de ellos terminan de pasar al yo “reforzando de ese modo la identificación primaria” (El yo y el ello, 1923, A. E.
19:33) y en especial van a integrar, por identificación secundaria entonces, una parte del yo que se llamará
superyó. En el varón reforzará o dará origen oficial a su masculinidad, a su vez reforzará su carácter; le dará una
modalidad más definitiva en la que se integrarán más firmemente los mecanismos de defensa o represiones
secundarias que si son muy intensos y/o se rigidifican, generarán una “alteración del yo” o de su carácter,
constituyéndose en caracteropatía. El yo es una entidad eminentemente defensiva contra las pulsiones
provenientes del ello, y las características propias de estos métodos defensivos van a constituir también ciertas
particularidades de diferentes tipos de carácter. Una de las principales y más exitosas maneras de defenderse
contra la pulsión es la sublimación, o sea la transformación de la pulsión en una acción aceptada socialmente y
por lo tanto por el yo y el superyó. La transformación de las pulsiones anales en tendencia al orden, al ahorro o
la tenacidad, es uno de los tantos ejemplos. También la de las pulsiones fálico-uretrales en ambición. En estos
casos las sublimaciones no son meros actos satisfactorios, sino que toman el rasgo de una característica yoica,
una manera de hacer, se transforman en rasgos de carácter. En relación a los mecanismos de defensa, el
paradigma de los generadores de rasgos caracterológicos es la formación reactiva, la que consigue la “salud
aparente, pero, en verdad, de la defensa lograda” (Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa,
1896, A. E. 3:170), típica del período de latencia en general y del carácter obsesivo en particular. Los mecanismos
defensivos en la medida en que se rigidifican, incluyendo en ellos la desmentida de la diferencia de sexos
perversa, generan rasgos de carácter más o menos patológicos. En suma, el carácter no es una estructura en sí,
sino los atributos de una estructura que se llama el yo, en la que participa también el superyó, parte especializada
de aquel. Atributos defensivos, entonces, de una estructura yoica contra la pulsión del ello, proveniente desde
la realidad exterior y presionada a su vez por otra estructura que surge en el aparato psíquico después del
complejo de Edipo y que se va a escindir del yo reforzando la constitución del carácter: el superyó. El carácter
GLOSARIO – Clase sobre Rasgos transitorios de Carácter en la Pubertad y Adolescencia
Psicopatología Infanto Juvenil – Prof. Lic. Leandro M. Sánchez

termina siendo, por lo tanto, la manera de ser de una persona; precipitado de su historia, sus hechos traumáticos,
sus fijaciones, sus compulsiones repetitivas, sus vínculos y elecciones de objeto, sus mecanismos defensivos,
todos éstos a su vez íntimamente vinculados con sus distintos tipos de identificaciones. El carácter de una
persona ayuda a mantener su “normalidad”, no es necesariamente patológico. Tomará este rumbo cuando se
torne rígido, con pocas variables para enfrentar las frustraciones de la realidad. Se constituirá así en
caracteropatía, la que puede resultar basamento de posteriores neurosis o cualquier otro cuadro patológico. El
psicoanálisis puede producir cambios en el carácter, profundizando en el análisis del yo, de sus defensas;
reconstruyendo también la historia de ellas que es en gran parte la historia de la formación del yo. Historias que
vuelven a ser presente, en forma vívida, en el fenómeno de la transferencia. El carácter es un triunfo del yo sobre
la pulsión, pulsión que pasa a estar integrada en él. En tanto hay carácter no hay retorno de lo reprimido, no hay
síntomas, no hay neurosis. Uno podría hasta decir que no hay conflicto psíquico. Ocurre que la pulsión está
sofocada, lo que da el aspecto de falta de conflicto. Así y todo, cualquier aumento en la cantidad de excitación
fácilmente genera descompensaciones, con lo que retorna lo reprimido y reaparece la neurosis con su conflicto
subyacente. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

IDENTIFICACIÓN
Primitiva forma de funcionamiento mental y de vínculo objeta) (incluso previa al reconocimiento de la existencia
de éste corno tal), que en principio consiste en la acción de volverse idéntico. Idéntico a un atributo del objeto o
a muchos. El o los atributos del objeto pasan, entonces, a constituir características del yo, el que así se va
desarrollando.
La identificación es un proceso inconsciente, no una simple imitación (aunque tenga puntos de contacto con
ella), sino una apropiación, expresa un «igual que» y se refiere a algo en común que permanece en lo
inconsciente.
«Dijimos que la identificación es la forma primera., y la más originaria, del lazo afectivo» (Psicología de las masas
y análisis del yo, 1921, A.E. T.XVIII, pág. 100).
En la primitiva etapa, cuando predomina la lógica del yo placer purificado, cuando no hay una distinción entre
yo y objeto (o, mejor dicho, es reconocido como yo lo que en el futuro será aceptado como el objeto,
especialmente si el vínculo con éste le produjo placer), podemos decir que yo y objeto son idénticos: el yo se ha
identificado con el objeto. No lo considera algo ajeno a sí, sino que es él. No existe la categoría del tener, todo
es ser. Probablemente ésta sea la forma de vínculo predominante entre el bebé y su madre (vínculo simbiótico,
según la terminología de M. Mahler). Este tipo de identificación entre bebé y madre se la puede considerar
primaria, pues es previa al reconocimiento del objeto como fuente del placer. Predomina entonces la zona
erógena oral y el vínculo que prevalezca se establecerá apuntalado en la incorporación del alimento y el placer
del chupeteo. El modelo incorporativo marca el rumbo a la identificación. La preponderancia de la zona eró gena
oral presta su modelo para que esto suceda. Los atributos del objeto se hacen propios del yo, y el yo comenzará
a moverse, a hacer las cosas, como otrora las hiciera el objeto con él.
Dentro del concepto de identificación primaria también se agrega el tipo de vínculo que tiene al principio el niño
con su padre. Al «Hombre de los lobos», de niño, «cuando le preguntaban qué quería ser de grande solía
responder: "Un señor como mi padre"» (De la historia de una neurosis infantil, 1914-18, A.E. T.XVII, pág. 26). Sin
distinguir todavía la diferencia sexual y por lo tanto la verdadera función del padre en la familia, pero ya con una
incipiente discriminación de objeto.
De todas maneras, a diferencia de la identificación producida con la madre preedípica esta identificación con el
padre no está vinculada con el hecho de que éste sea su objeto de placer. Es previa a la ulterior rivalidad edípica
y posterior al yo placer purificado, por eso todavía es primaria, pese a que ya haya en ella una cierta
discriminación entre el yo y el objeto de placer. Sucede que el padre no es todavía ni el rival (Edipo positivo), ni
el objeto de placer (Edipo negativo).
GLOSARIO – Clase sobre Rasgos transitorios de Carácter en la Pubertad y Adolescencia
Psicopatología Infanto Juvenil – Prof. Lic. Leandro M. Sánchez

En el período fálico la identificación primaria toma un matiz hostil. Luego se instala el complejo paterno, que
culminará con la instauración del superyó merced a una identificación secundaria básicamente con el padre. Se
refuerza así la identificación primaria (El yo y el ello, 1923) y con ella la masculinidad (en el complejo edípico
positivo).
A partir de ese momento el mecanismo inconsciente de la identificación deberá ser secundario, sirviendo además
ahora para reforzar transferencialmente las identificaciones previas con las figuras paternas de la sexualidad
infantil, gracias a la comunidad de ciertos atributos por los cuales se obtienen rasgos de carácter del yo,
modalidades de acción de éste e incluso síntomas, pues lo reprimido también puede retornar a través de
identificaciones secundarias.
Cuando existieron severas alteraciones en el vínculo prima­ rio, el aparato psíquico, ante nuevas frustraciones,
puede volver a usar aquellos mecanismos por los que no se distinguían las representaciones del yo de las del
objeto, ya que le es casi imposible establecer vínculos en los que el objeto deseado sea reconocido como tal. Se
reinstala así esta primera forma de amar: transformación en el objeto o ser el objeto, como otrora lo hiciera el
bebé. Esto es típico de las afecciones narcisistas, específicamente de los pacientes fronterizos y de la melancolía;
aunque se da también, como identificación con un rasgo vinculado con un deseo erótico reprimido, en la histeria
de conversión. En las ocasiones en que sí se ha conseguido establecer por identificación primaria las
características de un yo y por la secundaria las del superyó, puede aparecer la identificación como mecanismo
inconsciente en los sueños, en los síntomas y, como forma de vínculo entre los miembros de la masa, a través de
la comunidad de deseos.
En el síntoma histérico, la identificación es parcial, se establece con un único atributo de la persona objeto
(persona amada u odiada. A esta última Anna Freud le dio el nombre de «identificación con el agresor»).
La identificación por otro lado puede prescindir de la relación de objeto con la persona copiada, y hacerse sobre
la base de poder o querer ponerse en la misma situación únicamente. A esto
Freud lo llamó «infección psíquica» y está presente en la formación de la masa, incluso en la empatía ante una
obra de arte. Llegándose a sentir como el artista, «siendo él».

IDENTIFICACIÓN PRIMARIA
Freud llama así a aquella identificación que se origina principalmente en los primeros períodos de la vida, antes
de la investidura libidinal de objeto o reconocimiento de éste como fuente de placer. Una identificación sin previa
elección de objeto.
También las llama «identificaciones directas», porque no están mediadas por el reconocimiento del objeto con
el que se produce la identificación, como: a) fuente principal del placer; b) obstáculo principal (rival) de la
satisfacción del deseo.
Estas identificaciones se hacen con ciertos atributos (mane­ ras de realizar acciones) de los objetos primarios -
pese a que el yo placer purificado predominante no los reconoce al principio como tales- y van configurando
profundas características estructurales del yo.
El tipo inmediatamente posterior (fines de la etapa oral, principio de la anal) de vínculo del hijo varón (y la niña
quizá también) con su padre, previo al complejo de Edipo, es de identificación.
A diferencia de la madre, que resulta para el niño el objeto de placer (y por eso la madre va recibiendo investidura
de objeto a medida que el niño empieza a reconocerla como tal, como la fuente de placer que es ajena al yo),
objeto que el niño desearía tener , la figura del padre es eso que el niño quisiera ser (fuerte, omnipotente,
omnisapiente, etcétera, como todo niño y niña pequeños sienten a su padre, características que todavía no
tienen relación con el reconocimiento de la diferencia de los sexos). Por eso el padre es objeto de identificación,
esta identificación es primaria, mantiene la categoría del ser y va a constituir parte del yo, por lo que también es
narcisista y desde luego preedípica.
En Conclusiones, ideas, problemas (1938-41) y Pulsiones y destinos de pulsión (1915) se expone la idea de un yo
que se confunde con el objeto en la medida en que éste sea placentero. Un yo placer purificado que en los
GLOSARIO – Clase sobre Rasgos transitorios de Carácter en la Pubertad y Adolescencia
Psicopatología Infanto Juvenil – Prof. Lic. Leandro M. Sánchez

albores de la vida funcionaría con la categoría del ser, respecto de la satisfacción sexual, previa al tener. Yo soy
el objeto de placer o yo soy el pecho, sería el leitmotiv de este tipo de yo. Ésta es la principal característica que
define a una identificación directa anterior a todo reconocimiento de objeto de placer, por lo menos desde la
pulsión sexual. En ese sentido ésta también es identificación primaria, pese a tenerse un vínculo amoroso con el
no reconocido objeto, justamente por eso, porque no se lo reconoce, se tiene con él «[...] la forma primera, y la
más originaria, del lazo afectivo» (A.E. T.XVIII, pág. 100).
Pero el yo realidad inicial también funciona desde los albo­ res de la vida y ese yo distingue entre yo y no-yo,
principalmente delimitando los límites corporales. En términos generales corresponde a la pulsión de
autoconservación.
Tenemos, pues, dos tipos de identificaciones primarias directas: aquella de «yo soy el pecho» (todavía no existe
la categoría de tener), y la que se realiza con el padre antes del reconocimiento de la diferencia de los sexos sin
que el padre configure un objeto de placer cabalmente considerado (en esta segunda forma de la identificación
primaria ya se distingue el ser del tener, y al padre no se lo quiere tener), «queriendo ser como él».
En cambio, la identificación primaria toma un matiz hostil en la etapa fálica cuando se reconoce la diferencia de
los sexos. El querer ser como el padre se transforma en querer ocupar su lugar, propio del complejo de Edipo (el
positivo), con el reconocimiento definitivo del objeto (la madre) como lugar del placer y el padre como obstáculo
(rival) para ello, por lo que el tipo de identificación va pasando a ser secundaria, secundaria al reconocimiento
del objeto como principal fuente de placer y como rival, además a constituir principalmente al superyó como
refuerzo del yo, en su tarea de sofocar a la pulsión.
Aquel ser el objeto sería un tipo de identificación primaria constitutiva del yo, previa a toda investidura libidinal
de objeto (en un caso el objeto de placer -la madre-, y en un lugar intermedio, aquellas que no lo son en relación
al placer -la con el padre-), por lo tanto, perteneciente al narcisismo primario. En tanto «se ha sido el objeto» las
características de éste habrán dejado huellas. Éstas irán constituyendo modalidades propias del yo en ciernes
(regidas por la categoría del ser). Otras huellas devendrán representaciones de objeto o representaciones de
deseo del objeto (regidas por la categoría del tener), cuando luego se las invista con libido.
Se advertirá que la identificación primaria es un concepto complejo y dinámico, propio de determinado momento
evolutivo, al ir teniendo cambios la característica de los vínculos, junto al paulatino reconocimiento de la
realidad, la del propio cuerpo y el propio yo además de la del objeto deseado y la aparición del rival. Todo esto
hace que se produzca otro tipo de identificación (ahora secundaria por haber ya sido reconocido el objeto de
placer como ajeno al yo, y el rival como opuesto a la posibilidad de obtener el placer con aquel), que reforzará la
identificación primaria y constituirá en parte al mismo yo, además de una parte especial del yo llamada
«superyó».

IDENTIFICACIÓN SECUNDARIA
Tipo de identificación que se produce después de reconocer­ se el objeto como fuente de placer y el rival como
fuente de hostilidad, pues se opone a la obtención del placer con el objeto. Participa de la constitución definitiva
del aparato psíquico al ser el mecanismo de la formación del superyó, reforzando la identificación primaria, pero
se agrega un matiz hostil que aquella no había mostrado. Matiz hostil que nace del complejo paterno.
En adelante, los procesos identificatorios son secundarios y de los más diversos tipos. Unos irán engrosando las
filas del yo, como agregados a las identificaciones primarias básicas, y otros las del superyó. Algunos constituirán
simplemente síntomas, como los histéricos, que no forman parte del yo (a menos que originen rasgos de carácter
como en la neurosis obsesiva, incluso en la histeria). En la melancolía, en cambio, no sólo integrarán el yo, sino
que lo monopolizarán. También pasan a constituir parte del yo las identificaciones con rasgos del objeto perdido
que se producen en todo duelo.
Ni las identificaciones histéricas (la tos de «Dora», 1901- 1905), ni las obsesivas (el hacer ejercicios
compulsivamente para eliminar a Dick-gordura- del «Hombre de las ratas» 1909), ni las melancólicas siquiera
son constitutivas del yo, sino visitantes fugaces. Duran lo que dura el síntoma o el ataque melancólico, aunque
GLOSARIO – Clase sobre Rasgos transitorios de Carácter en la Pubertad y Adolescencia
Psicopatología Infanto Juvenil – Prof. Lic. Leandro M. Sánchez

unas vayan al yo y otras sean rechazadas por él. También son secundarias las identificaciones que se generan
entre los miembros de la masa entre sí y con el líder a través de objetivos comunes, y la que se produce con el
artista y su obra.
Además, son fugaces, pues dependen de la permanencia en la masa o de la presencia ante la obra de arte.

BISEXUALIDAD
Disposición originaria y universal de la sexualidad humana. Su base es biológica y fue esbozada por W. Fliess
desde el punto de vista psicológico. Según Fliess, en el hombre y la mujer están los dos sexos en potencia. Uno
va reprimiendo al otro hasta ser el predominante. Una persona del sexo masculino tendría reprimido todo lo
relacionado con lo femenino y viceversa. En cambio, según A. Adler, todo individuo se resiste a permanecer en
la línea femenina de desarrollo, inferior, y se esfuerza hacia la masculina, la única satisfactoria, en este caso lo
reprimido es siempre lo femenino en ambos sexos. (De ahí la adleriana «protesta masculina».)
La versión de Freud es distinta. Casi toda la sexualidad infantil es reprimida cuando llega el complejo de Edipo y
las pulsiones sexuales chocan con los ideales (entre otras cosas). La sexualidad es en su totalidad reprimida (las
representaciones de los sucesos de la sexualidad infantil constituirán el inconsciente reprimido primariamente y
los retoños posteriores serán reprimidos secundariamente), tanto la masculina como la femenina.
¿Hay desvalorización de lo femenino? Sólo en el período fálico, cuando por analogía se confunde el genital
femenino con una castración y entonces en realidad no habría represión de lo femenino sino de la pulsión sexual
infantil, pues ésta puede ocasionar el peligro de la castración.
En El yo y el ello (1923) considera importantísima a la bisexualidad en tanto responsable del tipo de salida y
desenlace del complejo de Edipo, el que normalmente sería en todo sujeto de dos tipos: positivo (haciendo
alusión al predominio de su propio sexo, identificándose con el padre del mismo sexo) o negativo (lo contrario).
La bisexualidad sería parte causal de la ambivalencia en la relación con los padres (Edipo positivo y negativo), lo
que complejiza la existencia de la rivalidad de la etapa fálica hasta ahora expuesta en su obra. La rivalidad con el
padre de sexo opuesto que aparece en la etapa fálica y/o genital, ahora pasaría a ser exponente del complejo de
Edipo positivo única­ mente. En el complejo de Edipo negativo el niño se identifica con la madre y quiere tener
un coito pasivo con el padre, como una manera de desmentir la castración, pero este mecanismo falla pues en
la misma concepción de un coito pasivo se está aceptan­ do, como premisa, una diferenciación sexual y en este
momento la diferencia radica en fálico-castrado, por lo tanto, también se siente angustia de castración. El
ejecutor de esta castración es el padre. Ante esta conflictiva insoluble se reprime o sepulta el complejo de Edipo
y se instala el superyó, como «monumento conmemorativo» de aquel. La conflictiva resurge, con las marcas de
su historia, en la adolescencia.

ACTIVO-PASIVO
Puede hablarse de varias polaridades en .la vida anímica: sujeto (yo)-objeto (mundo exterior), placer-displacer
Activo-Pasivo es una de ellas.
La actividad es una característica universal de las pulsiones que tiene que ver con el esfuerzo (Drang) o sea su
factor motor,
la suma de fuerza o la medida de la exigencia de trabaj9 que representa. Toda pulsión, en ese sentido, es un
fragmento de actividad.
Pero, ¿hay pulsiones pasivas?
Una pulsión es activa en cuanto a su esfuerzo, su perentoriedad, su factor motor, pero puede ser activa o pasiva
en cuanto a su meta.
GLOSARIO – Clase sobre Rasgos transitorios de Carácter en la Pubertad y Adolescencia
Psicopatología Infanto Juvenil – Prof. Lic. Leandro M. Sánchez

A esto último aluden los destinos de pulsión anteriores a la represión, como la vuelta contra la persona misma y
vuelta de la actividad a la pasividad. Los ejemplos más claros son los pares sadismo-masoquismo y el mirar-ser
mirado, en los que de la meta activa (sadismo, mirar) se pasa a la pasiva (masoquismo, ser mirado).
Pueden ocurrir en la vida del sujeto, en su prehistoria infantil, sobre todo, situaciones traumáticas que fijen a la
pulsión o a su meta, transformándola de activa en pasiva y derivar luego esto en rasgo de carácter
En el análisis del “Hombre de los lobos”, Freud mostró cómo en la pulsión inicialmente ambivalente (activa y
pasiva) predominaba al principio la tendencia activa. Después de un hecho traumático (ser seducido por la
hermana), precedido por una amenaza de castración, la pulsión regresó de su incipiente y adelantada
genitalidad, a la fase sádico-anal con meta pasiva, lo que hizo que cambiara su carácter de bondadoso a díscolo,
buscando masoquistamente el castigo paterno. Esta pasividad quedó fijada y derivó en un rasgo de carácter
distintivo del “Hombre de los lobos” adulto. También apareció en uno de sus síntomas histéricos más rebeldes,
como la constipación.
En el pequeño Hans aparecen algunos ejemplos de la dupla mirar-ser mirado como alternativamente cambiantes,
los que a posteriori son reprimidos y transformados en ese dique pulsional que es la vergüenza
Las pulsiones, de meta activa o pasiva, se presentan tanto en el niño como en la niña. Lo más común es que las
pasivas predominen en la niña y las activas en el varón. A lo que por supuesto contribuyen de hecho las
costumbres culturales.
Después de la pubertad, prácticamente tomarán el carácter de masculinas (activas) o femeninas (pasivas).
La pulsión de meta pasiva retiene el objeto narcisista (el yo), a diferencia de la activa, cuya meta está en el objeto.
De aquí podrán derivarse las diferencias que posteriormente existirán entre las maneras del enamoramiento
masculino (el deseo activo de amar al objeto) y el amor femenino (el deseo pasivo de ser amada por el objeto),
como características masculinas y femeninas en general.
Las pulsiones sexuales son, entonces y en cuanto a su meta, activas o pasivas (aunque pueda haber variaciones
de acuerdo a los hechos traumáticos que sucedan al sujeto) desde un principio. Con el advenimiento de la etapa
fálica, se les suma la diferenciación fálico-castrado, la que llega a masculino-femenino en el momento del
desarrollo puberal.

También podría gustarte