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PRIMERA PARTE

UNIDAD I:
Historiografía romana características. Época republicana: anales y monografía. Grandes Historiadores.
Otros historiadores de la época imperial.

LA HISTORIOGRAFÍA ROMANA:
Características
Los historiadores romanos no introducen variantes sustanciales a los procedimientos utilizadas por los
helenísticos. Sin embargo, se manifiesta en ellas una mayor preocupación por la exactitud, aunque, por
los mismos motivos que las griegas, tampoco, pudieron alcanzarla cuando quisieran alejarse demasiado
de su propia época. Carentes de técnicas apropiadas para tratar con rigor científico, las fuentes a su
alcance, debieron recurrir, en la mayoría de los casos, a autoridades cuya veracidad no podían
comprobar por falta de medios adecuados. De todos modos, existe una evidente solicitud par reconstruir
el pasado con sobria dignidad y elegancia de formas, especialmente en las grandes historiadores de los
siglos I a. J. C. y I d. J. C.
Esta elegancia en la expresión es una de las características más destacables de la historiografía romana,
que -con el correr del tiempo - ejerció profunda influencia en la historiografía humanística-
renacentista. Se observa también en los historiadores romanos una penetración y una agudeza
superiores en cuanto al análisis e interpretación de los hechos políticos y socia les, para las que sentían
particular inclinación.
Debe tenerse presente, sin embargo, que las virtudes que hemos señalado -preocupación por las fuentes,
agudeza crítica, elegancia de estilo, penetración en el análisis de los fenómenos político-sociales- sólo
se manifiestan con fuerza en las grandes historiadores de los últimos tiempos de la república y del siglo
I d. J. C. Los posteriores, aunque utilizaron en definitiva, los mismos procedimientos, los emplearán
cada vez con menos rigor. Estos últimos no, hacen más que aferrarse al criterio de autoridad y lo
aplican sin el sentido crítico de sus ilustres antecesores. No hay que suponer por ello que las obras de
Livio o de Tácito hayan sido perfectas; ya hemos hablado de las limitaciones a que estaban sujetas.
Pero, salvo raras excepciones, los que se ocupan de la historia después del siglo de Augusto son meros
recopiladores de datos hilvanados, casi siempre, con un propósito excesivamente definido de
edificación moral o partidismo político.
La historia fue un género muy cultivado en Roma, tanto en la época republicana como en la imperial. A
pesar de ello, como hemos señalado al tratar la historiografía griega son relativamente escasas las obras
que hoy poseemos; la gran masa de la producción no pudo resistir el paso de los siglos y las convulsio-
nes que sacudieron Europa como resultado de las invasiones germánicas. Así, se ha perdido la casi
totalidad de las obras menores, algunas de las cuales sólo conocemos escuetamente a través de
fragmentos y en muchos casos apenas tenemos noticia de la existencia del historiador. Pero también, y
esto es mucho más sensible, hay trabajos monumentales que experimentaron irreparables mutilaciones:
de la célebre Ab urbe condita, de Tito Livio, por ejemplo, no poseemos sino aproximadamente un
tercio. Por fortuna, hay excepciones; los libros de Tácito, entre otros pocos, se salvaron casi
íntegramente de ese desastre. Pero, de la nutridísima producción romana lo que hoy conocemos es una
mínima parte.
De todos modos, las obras que se conservan más o menos completas, los fragmentos de las perdidas y
las menciones diversas de autores cuyos trabajos se extraviaron, permiten obtener una idea bastante
exacta de las características y de la verdadera magnitud de la historiografía romana.
Como ya hemos apuntado, y sobre todo con relación a las etapas heurística y crítica, los historiadores
romanos procedieron con criterio muy similar al de sus maestros griegos. Según la oportunidad, unas
veces se valieron de la observación personal, la opinión de testigos presenciales o a consulta directa de
testimonios públicos y privados; otras, utilizaron in extenso la compulsa de autores anteriores (método
de autoridades); y muchas veces se sirvieron alternativamente de las diversas fuentes La influencia que
sobre los historiadores romanos ejercieron Tucídides, Jenofonte, Polibio, Plutarco y algún otro griego es
harto evidente.
Hay, en cambio, marcada particularidad en cuanto al tratamiento dado por los historiadores romanos a
sus obras en las últimas etapas metodológicas (síntesis y exposición). Y esa particularidad confiere a la
historiografía romana una fisonomía propia.
Para comprender la historiografía romana, y por ende para juzgar con acierto la originalidad de su
aporte, hay que tener presente los factores que aparecen en esa época y actúan sobre los historiadores,
sobre todo en el aspecto psicológico. De ellos señalamos tres fundamentales: el orgullo nacional, el
pragmatismo y la preocupación artística. Los dos últimos, en realidad, son consecuencias que emergen
del primero. Los historiadores romanos colocaban siempre a Roma en el centro de todos los acon-
tecimiento Históricos y en la cúspide de la grandeza, porque se sentían indisolublemente unidos a su
gloria, pero no bastaba con rendirle homenaje de admiración, sino que procuraron también servir a
Roma, haciendo de sus trabajos verdaderos instrumentos utilizables en el campo político y en el moral;
y sus obras, por último, debían ser dignas de la gloria romana, para lo cual debían también esforzarse a
fin de que sus composiciones guardaran las más elevadas formas literarias.
Los historiadores romanos fueron, por ello, verdaderos artistas; crearon obras cuya originalidad residía
no tanto en la verdad estricta, y rigurosa, sino en su valor como piezas literarias puestas al servicio de
Roma. Si se daba el caso de que la verdad y la exactitud coincidieran naturalmente con la intención
pragmático-moralizante del historiador, éste las respetaba; en caso contrario, omitía, deformaba o
subvertía los hechos en aras de la mayor gloria de Roma, de la estabilidad de sus instituciones y del
bien de sus conciudadanos. Y a veces, aun, sólo para obtener el efecto estilístico deseado.
No debe extrañar, por consiguiente, que cinco siglos después de Tucídides haya en Roma grandes
historiadores que ocasionalmente exageran cifras, ponen en juego lo fantástico y lo milagroso o
introducen, con rebuscados artificios, argumentos inconsistentes para explicar en forma más o menos
verosímil algunos hechos sobre los cuales no poseen suficientes elementos dé juicio. Estos historiadores
a menudo abultan el número de los ejércitos adversarios, exageran el valor, la fuerza y hasta el tamaño
de los enemigos vencidos, ponen en boca de generales y estadistas discursos imposibles, trasladan al
remoto pasado sucesos recientes. Todo eso ya había sido superado por lo menos desde Tucídides, y su
hallazgo en esta historiografía parece un anacronismo: no es así, sin embargo; esas modalidades son
propias del ambiente que incide en ese momento sobre los historiadores romanos. La búsqueda de
objetivos patrióticos, laudatorios, pragmáticos y literarios se impone al historiador; y así, autores
generosamente dotados, como Suetoni, rodean de presagios y acontecimientos sobrenaturales la vida de
los grandes personajes del pasado romano, o deforman ese pasado, como Catón, atribuyéndole virtudes
exageradas o imaginarias.
También es necesario tener presente la marcada tendencia de los romanos a la actividad política, que se
refleja, naturalmente, en sus obras. Salvo alguna rarísima excepción, como Nepote, es dable observar
que todos los historiadores de la República y del Principado ejercieron funciones públicas y
participaron activamente en las ideas políticas de sus respectivas épocas. Súmese a lo dicho los
intereses de partido, las vinculaciones de familia y las interpretaciones personales, y saltará más a la
vista la necesidad que tenían de destacar el orgullo nacional, de postular fines pragmático-moralizantes
y de cuidar celosamente la elegancia estilística, aunque para lograr esos propósitos fuera menester la
deformación, la subversión o la omisión de testimonios desfavorables, y la transformación de un pasado
ignoto en una tradición edificante.
Ha dicho Bengston que la historia fue para los romanos una continuación de la política con otras
armas. Al margen de los intereses accidentales y circunstanciales de cada historiador, todos ellos
procuraron hacer de la historia un instrumento para servir a la grandeza de Roma, instruir a la
ciudadanos y moralizar los, llenando, al mismo tiempo, una necesidad estética.

Historiografía romana de la época republicana

La historiografía romana nace en la época republicana, pues sólo entonces aparecen las primeras obras
históricas en latín. Hubo antes una etapa durante la cual los historiadores, que más precisamente
podríamos llamar analistas, utilizaron la lengua griega.
La circunstancia de que comienza a utilizarse el latín, como también la aparición de diversos géneros
historiográficos en las postrimerías de la República, nos permite subdividir la historiografía republicana
en dos grupos, sobre la base principal del género historiográfico. Agrupando, así, estas producciones en
“Anales” y “Monografías”.
a) LOS ANALES: Los anales, que dan origen a la historiografía romana, surgen de las primitivas
formas de recordación utilizadas tradicionalmente en Roma con fines religiosos y alternativos 1. El
género analístico aparece hacia el siglo III a. J. C., y subsiste hasta fines de la República. En ese lapso
se produce una sensible evolución interna y externa, que permite establecer tres momentos claramente
reconocibles: a) anales primitivos: desde la aparición de la primera obra analística (Historia de Roma,
de Fabio Pictor) hasta los Orígenes de Catón; b) anales latinos propiamente dichos: desde los Orígenes
de Catón hasta la Historia de Roma de Q. Cuadrigario; c) anales de transición: desde la Historia de
Roma de Q. Cuadrigario hasta Ab urbe condita libri de Tito Livio.

a) Anales primitivos: Contamos con escasos elementos de juicio para valorar las obras de los primeros
analistas romanos, las cuales aparecen cuando Roma, ya segura de su victoria sobre Cartago, se perfila
como la futura dueña de los destinos del Mundo Mediterráneo. Puede inferirse que precisamente esta
fortuna de Roma motivó la necesidad de dar a conocer a las viejas civilizaciones mediterráneas,
especialmente a los pueblos helenísticos, la historia de los orígenes romanos. Así se explica que los
primeros analistas escribieran sus obras en griego y no en latín, pues mientras el griego era conocido en
toda la cuenca del Mediterráneo, con el latín nada podría hacerse, conocer fuera de Italia; además, es
posible que, admirados ante la riqueza estilística de los grandes historiadores griegos, los autores
romanos considerasen que el latín no era enteramente apto para esos menesteres.
Es poco lo que sabemos de estos analistas primitivos, pero lo suficiente para aseverar que no se
apartaron del régimen cronológico de los Annales Maximi, procurando armonizar o conciliar la
tradición romana con los datos que obtenían de los documentos oficiales conservados. Entre los
analistas de este primer momento, cabe recordar los nombres de Fabio Pictor 2, L. Cincio Alimento3,
Aulo Pustumio Albino y C. Acilio4.
b) Anales latinos: A partir de la obra Orígenes de M. Porcio Catón5, recordado como Catón el Censor,
los analistas romanos sólo escribieron en latín. Eso no significa un marcado apartamiento de sus
predecesores; por el contrario, sus escritos mantuvieron, a grandes rasgos, la misma organización y

1
Sobre el debatido problema del origen de los anales, dice Arias: “Menos genérica es la tradición referente a los anales que se
basaban sobre dos órdenes fundamentales de documentos: los calendarios y los fastos. La redacción del calendario
correspondía a los pontífices, quienes redactaban la nómina de dies fasti en los cuales se podían realizar las ceremonias
públicas y procesos (jurídicos) mientras que en los restantes, dies nefastis no era lícito cumplir ningún acto público (...) Los
fastos consulares eran, en cambio, calendarios en los cuales se registraban las listas de cónsules y de los diversos magistrados
de Roma, así como los acontecimientos oficiales más importantes” (Lezioni di Storia Romana, Bibliografía e Fonti, Bolonia,
1952-53, pp. 27 y ss.). Sobre este particular, Servio refiere que el Pontífice Máximo tenía para cada año una tabula dealbata,
cubierta de yeso, en la cual, junto a los nombres de cónsules y magistrados se anotaban las acciones de guerra (terra marique
gesta) y los acontecimientos notables de la vida pública. Tales anotaciones, de carácter cotidiano, fueron luego recogidas en 80
libros y llamadas Annales Maximi a causa de que su redactor era el Pontifex Maximus. De éstos hizo una redacción muy
cuidada desde el punto de vista literario el Pontífice P. Mucio Scevola en el año 123 a. J. C., según testimonio de Ciceron (De
Orat. 11, 12, 52)
2
Considerado el primer analista romano, vivió en el siglo III a. J. C. Escribió en griego una historia de Roma que se iniciaba
con la fundación dela ciudad y llegaba hasta su época (200a. J. C.) Conocemos su obra a través Polibio, quien lo utiliza con
frecuencia (Hist. I, 14 y III, 9) Al parecer un investigador serio y veraz. Su obra parece haber sido particularmente valiosa en
lo referente a la guerra romano-cartaginesa, pues, según dice Polibio, integro el Senado Romano, teniendo así contacto con
testigos presenciales, sin perjuicio de que él mismo haya tomado parte en el desarrollo de algunos sucesos.
3
Lucius Cincius Alimentus, nacido (c. 250 a. J, C.), escribió en lengua griega una historia de Roma (c. 185 a. J. C.). Parece
haber seguido en parte a Fabio Pictor, aunque utiliza también otras fuentes y su experiencia personal. Según Díonisio de
Halicamaso (Arq. Rom., I, 74, I), Alimento fue pretor el año 210, e integraba el Senado Romano. En su carácter de pretor
guerreó contra los cartagineses, cayendo prisionero del mismo Anibal.
4
Poco sabemos en torno de Aulus Postumus Albinus y de Caius Acilius. El primero escribió una historia romana (c. 150 a. J
C.), la cual fue traducida al latín cinco años más tarde por C. Acilio.
5
Marcus Porcius Caton fue un eminente hombre público romano (234-149 a. J. C.) En su dilatada vida (85 años) ocupó
sucesivamente una serie de cargos de gran influencia. Fue cuestor el año 205. edil y pretor en 199, y censor en 184 a. d. C. Su
obra histórica principal que él mismo tituló Orígenes, es una loable tentativa por elevarse sobre el nivel de los analistas
anteriores; está distribuida en siete libros, y en ella relata las empresas llevadas a cabo por el pueblo romano. Catón fue un
observador agudo que poseía agilidad de pluma; hay en su obra coloridas descripciones etnográficas acertadamente ela-
boradas. Como innovaciones remarcables respecto de la historiografía anterior, podemos citar la inclusión de las historias de
las diversas ciudades de Italia que hace en el libro II, después de haber hablado en el I sobre los orígenes de Roma y las
primeras empresas de los romanos. También es característica de Catón su repugnancia por citar nombres propios, como dice
Passerini en su obra Questioni di Storia antica: “En sus narraciones no nombró a ningún general, ni aun a sí mismo: la historia,
según su austera concepción, debía glorificar a la patria, no a los individuos” (Passerini: op. cit.,p. 197)
similar estilo. Sin embargo, a medida que la historiografía se aproxima a la época de las guerras civiles
es dable advertir una mayor propensión hacia las digresiones, a veces marginales, de tipo polí tico y
moralizante.
Además del ya citado Catón, que es el autor más conocido de ese momento, cabe agregar aquí los
nombres de L. Casio Hémina6 ,L. Calpurnio Pisón Frugi7 y Cn. Gaelius8.
c) Anales de transición: Los analistas que escriben en la época de Sila (es decir, cuando Roma se ve
afectada por las luchas civiles que desembocarían en el Principado) manifiestan claramente las
tendencias que, poco a poco, se habían infiltrado en la historiografía romana. Sus principales
representantes se muestran proclives a modificar cifras y subvertir el desarrollo de los acontecimientos
con el fin de lograr sus propósitos. Por una parte, los impulsaba el deseo de cantar loas a Roma magni -
ficando su meteórica carrera; por otra, los movía el interés personal. Había, a la sazón, una fuerte
tensión política; y los historiadores se esforzaban en apuntalar el partido de sus simpatías o la gens de
su conveniencia mediante, victorias imaginadas, cifras falsas y fechas trastornadas. Representantes
característicos de este período son Q. Claudio Cuadrigario9 y, muy especialmente, Valerio Ancias, de
quien Polibio señala varias fallas de gravedad. Pese a ello, la obra de Ancias, compuesta por setenta
libros, fue muy apreciada hasta la aparición del magnífico trabajo de Tito Livio 10. Una excepción entre
estos analistas se da con C. Licinio Macro11.

b) MONOGRAFÍAS. - El siglo I a. J. C. vio florecer en Roma-un género historiográfico que se


apartaba sensiblemente del analístico. Este género se insinuaba ya en los Orígenes de Catón, y consistía
en reducir el estudio histórico a un período determinado o a un hecho importante. Hasta aquí, hemos
visto que todos los autores romanos comenzaban su obra con los orígenes de Roma; los que veremos
ahora, en cambio, se ocupaban de problemas concretos y bien definidos. Por eso se califican a estas
producciones como Monografías.
Aunque los méritos literarios de estas producciones son superiores a los del género analístico, las
monografías adolecen, en general, de parcialidad y de un exceso de sentido pragmático-moralizante.

6
Lucius Cassius Hémina, compuso una historia romana aproximadamente entre los años 150 a 146 a. J. C., en la que introduce
novedades de consideración. La obra, según parece, constaba de cinco libros: el I, dedicado a la historia má antigua de Roma,
llegaba hasta la fundación de la ciudad por Rómulo; el II abarcaba desde Rómulo hasta la victoria romana sobre Pirro; el III
desde la guerra pírrica hasta la conclusión de la primera guerra púnica; el IV, desde allí hasta el fin de la segunda guerra:
contra Cartago. El libro V, considerado de redacción posterior, se refiere a los acontecimientos comprendidos entre los años
181 y 146 a. J. C. Los cuatro primeros libros se sitúan hacia el año 150; de allí que el V sea considerado posterior.
7
Lucius Calpurnius Piso Frugi se caracteriza por una marcada inquietud moralizante. Participó activamente en la vida pública
y ocupó diversos cargos importantes: tribuno en 149, cónsu1 en 133 y censor en 120. Hacia el año 145 terminó su trabajo
histórico en siete libros, que adolecía, según sus críticos, de ingenuidad en la interpretación de algunos hechos, ligereza en las
cifras y desaprensión para resolver problemas cronológicos; además, parece que había sensibles altibajos en cuanto a la calidad
del conjunto. La obra comenzaba con el relato de la reyecía, concluyendo en el año 146 a. J. C.
8
Cnaeus Gaelius es prácticamente desconocido en cuanto a su personalidad. Escribió una voluminosa historia romana que, al
parecer, estaba integrada por 97 libros.. De los fragmentos conservados y las noticias que dan historiadores posteriores, es
dable suponer que redactó la obra más o menos en los años 150 y 120 a. J. C. La desmesurada extensión del trabajo ha hecho
suponer a algunos tratadistas que Gealius recurrió a ampliaciones arbitrarias.
9
Quintus Claudius Quadrigarius compuso una historia de Roma en 26 libros, cuyo último capítulo alcanzaba hasta los
acontecimientos del ano 60 a. J. C.; según parece, para redactarla echó mano a la obra de C. Acilio. El valor de la historia de
Quadrigario no reside, en la exactitud del relato, sino en el estilo, pues logró imponerle un rico sabor arcaizante.
10
Una de las principales debilidades que desmerecen la obra de Valerio Ancias, está dada por su propósito de dar lustre a la
familia Valeria recurriendo a la falsificación. El trabajo parece haber sido compuesto cerca del año 70, y comprendía desde los
más remotos tiempos de Roma hasta sus días. Cuanto más se aproximaba a su época, el relato se tornaba más denso, al
extremo de que los últimos sesenta años (130 a 70 a. J. C.) ocupan un poco más de dos libros.
11
Caius Licinius Macro fue un dirigente del partido popular y desempeñó cargos políticos de jerarquía: tribuno (13 a. J. C.),
pretor y propretor (post 70 a. J. C.). Es considerado como uno de los autores más dignos de crédito de la época, y a su obra
recurren con cierta frecuencia Tito Livio y Dionisio de Halicarnaso; sin embargo, Macro no escapa totalmente a las
modalidades propias del momento en que le tocó vivir, cometiendo errores graves y aun “reprensibles infidelidades a la
verdad” como apunta el polígrafo Varrón. La obra de Macro estaba dirigida especialmente a los problemas de índole política, y
abarcaba, en 16 libros, los acontecimientos transcurridos entre la fundación de Roma y sus tiempos. Hay referencias de que
Macro tuvo oportunidad de consultar, en el templo de Juno Moneta, una vetusta nómina de magistrados, escrita sobre te la de
lino encerada, que hasta entonces había sido ignorada por los analistas.
De entre los autores de monografías históricas puede mencionarse a L. Celio Antipater 12, L. Cornelia
Sisena13 y C. Asinio Polión14.Pero el más famoso de todos, sin duda alguna, es Salustio 15, cuyas obras,
Bellum Iugurthinum Historiae y De Coniuratione Catilinae, se leen aún asiduamente. Salustio fue gran
amigo de Julio César y recibió de éste múltiples favores. Esa amistad se refleja en sus obras, en las
cuales, se manifiesta evidentemente favorable a su amigo y benefactor.
También en Salustio se observa marcada proclividad al pragmatismo moralizante característico de los
monografistas. Conocía bien la filosofía política griega, y sobre ella está fundada su tesis metahistórica:
la culpa de todos los males que habían azotado al pueblo romano residía en el amor al lujo, la riqueza y
la corrupción; para concluir con esos males era necesario retornar a las austeras costumbres de los
mayores, cuyas virtudes habían sido las verdaderas creadoras de la grandeza romana. Consecuente con
este planteo, no pierde oportunidad para remarcar el ansia de riqueza y los vicios que carcomen a la
nobleza, oponiendo a esas lacras las virtudes de los caudillos populares como Mario. Y estos planteos,
que sin duda satisfacían a César y lo favorecían, se dan tanto en la Guerra de Yugurta como en la
Conjuración de Catilina.
Fue Salustio un sutil estilista y un profundo conocedor de los autores griegos, que supo aprovechar con
su habilidad y su conocimiento. Disimuló cuidadosamente sus verdaderos propósitos apologéticos,
como eran la defensa de César (al que se acusaba de haber participado en la conjuración de Catilina) y
el encumbramiento del partido popular, para lo cual convenía atacar crudamente a la nobleza romana.
De esta tendencia no se libera tampoco en su obra de mayor aliento, Historiae, que quedó inconclusa a
su muerte: también ésta se halla viciada por los mismos defectos, pues se observa en ella un ataque
sistemático, muchas veces injustificado, a Pompeyo y sus partidarios, disminuyéndoles merecimientos y
haciendo resaltar cuidadosamente sus faltas y errores16.
Hacia el final de la época republicana se escribe una obra monográfica de notable jerarquía: Comentarii
de Bello Gallico. Julio César17, político, militar y orador cuyo nombre informa toda una época redacta
esos Comentarios que, si bien deben considerarse comprendidos en el género memorístico, no es
arbitraria su inclusión como monografías. Los Comentarios sobre la Guerra de la Galia reflejan,
indudablemente, la experiencia personal de César en esa campaña; la estructura general de la obra
denota una directa influencia del Anábasis de Jenofonte, aunque esto no indica identidad absoluta entre
ambos. Es muy probable que César haya, pulido y completado sus Comentarios con relatos de viajeros,
muy especialmente para redondear sus excelentes observaciones etnográficas que tan valiosas resultan
12
Lucius Caelius Antipater escribió una obra en siete libros titulada Bellum Punicum (c. 120 a. J. C.) en la que utiliza fuentes
romanas y cartaginesas. El trabajo comenzaba con la guerra entre romanos y cartagineses en España, y concluía con la batalla
de Zama y el fin de la guerra
13
Lucius Cornelius Sisena, autor de unas Historias en 12 libros. Si bien esta obra trataba escuetamente los orígenes de Roma
en su comienzo, estaba especialmente dedicada a analizar el proceso que culmina con el advenimiento de Sila, de quien era
ferviente admirador. Las Historias de Sisena fueron ampliamente utilizadas por Tito Livio, pues contienen testimonios de gran
valor.
14
Caius Asinius Polión, nacido en el año 76 a. J. C., desarrolló una intensa actividad política: fue tribuna en 47, pretor en 45,
pasó a España como propretor y fue designado cónsul en 40 A. J. C. Le cupo también una desta cada actuación militar, y como
procónsul, venció a los partos el 25 de octubre del año 39. Aunque su obra, Historiae, se ha perdido completamente, sabemos
que fue concebida hacia el año 14 a. J. C., y que abarcaba los sucesos comprendidos entre el año 60 a. J. C. y la derrota de
Brota y Cassio en la batalla de FiIipos (42 a. J. C.)
15
Caius Sallustius Crispus (87 c. 35 a. J. C.), tuvo también importante actuación política fue cuestor en 55 y tribuno en 52;
mezclado en desórdenes públicos, fue expulsado del Senado en el año 50, pero César lo repuso y lo designó pretor en 47. Al
año siguiente le confió la Numidia con el título de procónsul cum imperio, allí amasó una gran fortuna. Luego del asesinato de
su protector se retiró de la vida pública dedicándose a la labor histórica.

16
Las Historiae fueron escritas con el objeto de continuar la obra de L. Cornelio Sisena. Esta monografía comienza en el año
78 a. J. C., pero Salustio no pudo avanzar mucho más acá del 70 a. J. C., pues murió cuando escribía el libro V; de este trabajo
sólo se conservan breves fragmentos.
17
Caius Iulius Caesar (100-44 a. J. C.), además de sus extraordinarias condiciones militares y políticas, poseía también no
menos notables dotes como escritor y orador que ensayó ya en su juventud, dejando algunos poemas que más tarde fueron
prohibidos por Augusto. Lo más sólido de su producción literaria, sin duda alguna, son los Comentarii de Bello Gallico,
compuestos de ocho libros; los siete primeros son íntegramente suyos, pero el octavo fue compuesto por Aulo Hircio; uno de
sus generales, sobre la base de notas dejadas por César. También se atribuyen a César unos Comentarri de bello civile aunque
su análisis estilístico revela que son obra de una pluma inferior. No a faltado también quien atribuya a César otros Comentarii,
como los de las guerras de Alejandría que otros atribuyen a Hircio, de España y de África. de autores desconocidos.
para el conocimiento de los habitantes de la Galia y de los germanos en general. De allí que se
considera a éstas memorias de César entre los principales escritos historiográficos de la época, pueden
quedar también incluidas entré las monografías del periodo republicano.

Historiografía romana del principado y el imperio

El panorama historiográfico de la época correspondiente al principado y el imperio es sumamente


complejo. Resulta por ello difícil realizar una clasificación estricta de las obras aparecidas en ese lapso.
Nos limitaremos, pues, a señalar nada más que las obras realmente significativas.
Dijimos ya que, desde el punto de vista historiográfico, esta etapa se inicia con la aparición de Ab urbe
condita, obra monumental de Tito Livio18. Debemos considerar que éste autor empleó como fuente a
otros autores latinos, helénicos y griegos en la composición de su historia romana; y esa sola mención,
indudablemente, basta para jerarquizarlo como autor: tanta es la importancia que, para la historiografía
romana, tiene Ab urbe condita. Hoy sólo conservamos 35 libros (I-XXI-XIV) de los 142 que
componían la obra; éstos se hallaban agrupados de diez en diez, y ello motiva que también se denomine
Décadas a una parte de esta composición. Realizó Livio una cuidada a selección de fuentes, y escribió
la historia de Roma “desde la fundación de la ciudad”. Su historia difiere fundamentalmente de los
Anales, tanto por la calidad de la información como por el estilo claro y majestuoso que lo caracteriza y
por el notable sentido crítico y selectivo que pone de manifiesto. Pero no por ello, queda excluido de la
tendencia pragmático-moralizante propia de la historiografía romana: “Lo principal y más saludable en
el conocimiento de la historia -dice en el prefacio-, es poner ante la vista, en luminoso monumento,
enseñanzas de todo género, que parecen decirnos: esto debes hacer en provecho tuyo o en el de la
república; esto debes evitar porque es vergonzoso pensarlo y vergonzoso hacerlo”. Y él se encarga de
orientar a sus lectores para que, inconscientemente, hagan y eviten todo aquello que él considera que el
buen ciudadano debe hacer y evitar. Siente por Roma una patriótica pasión y en su obra exalta las
glorias romanas procurando “perpetuar la memoria de las grandes cosas llevadas a cabo por el pueblo
más grande de la tierra”.
El análisis detallado de la obra de Livio, requeriría la apertura de, por los menos, una cátedra anual
excediendo, desde luego, los límites de la que estamos desarrollando.
Sin negar a Tito Livio, podemos considerar como la figura cumbre de la época está representada por
Tácito19. Observado desde el punto de vista metodológico, no hay duda de que Tácito resulta el más
notable de los historiadores romanos.
Aunque escribió varios trabajos de gran mérito, como Germania y Agricola20, sus obras más
representativas son las Historias y los Anales, en las cuales alcanza la cúspide de su estilo. Las
Historias son anteriores: en ellas se ocupó de los asuntos comprendidos entre los principados de Nerón
y Domiciano. Pero, al observar que su trabajo quedaba incompleto, compuso Ab excessu divi Augusti
Annalium libri que atiende a la época imperial anterior (muerte de Augusto hasta Nerón) La producción
de Tácito se halla, sin duda, en excesiva dependencia del testimonio oral; pero él superó esa limitación
mediante un análisis critico de extraordinaria madurez para la época. A través de sus trabajos se perfila
más o menos un estoico, y una de sus características peculiares reside en escribir sine ira et studio. No
cabe duda de que sus preferencias políticas se oponían al sistema de gobierno denominado principado;
sin embargo, hay en sus libros pasajes hasta ahora insuperados por la objetividad como por ejemplo, la
descripción de Tiberio y su época: sobre ello, muy poco han podido agregar los investi gadores
modernos. Su objetividad es consecuencia de una profunda sinceridad, no calla los aciertos ni los
errores que comprueba.
18
Titus Livius Patavinus (59 a. J. C.-17 A. D.), oriundo de Padua (Patavium) vivió en Roma en la época de Augusto y fue
amigo del Emperador. Muy escasos son los datos concretos que se tienen de su actuación. Es un historiador solemne que
quiere mostrar la misión predestinada de Roma; su obra destila “romanía”, es decir, un marcado sentimiento de orgullo y
superioridad respecto de lo no romano; para él, el destino de Roma es el destino de la sociedad. Son notables sus discursos
(más de 400 en su obra), sobre todo el de Paulo Emilio (IV, 44, 22)

19
Publius Cornelius Tacitus (c.55-l20 A. D.) vivió en una época de despotismo ilustrado, bajo los Flavios y los Antoninos. Era
abogado; estaba casado con la hija de Agrícola, el conquistador de Bretanía. Pertenecía a una clase media acomodada que se
desenvolvía, a la sazón, entre una sociedad corrupta, y lamentaba la quietud de la época en que le tocó vivir. El medio en que
desenvolvía sus actividades explica que tuviese muy pocos conocimientos sobre los cristianos y los judíos.
20
De origine et situ Germaniae y De vita et moribus Juli Agrocolae
Es oportuno transcribir una párrafo de su obra (Annales, III, 65) donde pone de manifiesto su intención
metahistórica, en la que, por cierto también se descubre la tendencia pragmático- moralizante que, en el
caso de Tácito, tiene especial significación, pues, al destacar objetivamente los vicios y las virtudes de
los emperadores, enfrenta a los responsables ante la historia, que él considera “tribunal inapelable”

No he tomado por asunto al referir los pareceres de todos, sino de los excelentes por su honestidad, o
los más notables por su infamia: cuidado y ocupación precisa de quien se encarga de escribir anales,
para que no pasen en silencio los actos virtuosos, y sea temida por los venideros la deshonra de los
hechos y dichos infames.

La tradición de Tácito sólo encuentra un continuador en el siglo IV con Ammianus Marcellinus, autor
de una obra titulada Rerum gestarum a fine Corneli Taciti. Marcelino relata allí la historia de Roma en
el periodo que va desde la muerte de Domiciano (año 96), momento en que terminan las Historias de
Tácito, hasta sus días (año 378) Pese a sus esfuerzos, Marcelino no logra emular a su modelo en calidad
y jerarquía, pero, de todos modos es un historiador imparcial y digno de crédito, pese a que su
conformación de los fenómenos políticos de la época no es del todo satisfactoria.
Finalmente, debe hacerse mención de las biografías. El género biográfico nació, es cierto, en la época
republicana, con las Imágenes de Varrón21 y con la obra De viris Ilustribus; de Nepote22. Pero en la
época imperial adquirió verdadera jerarquía con la obra de Suetonió 23 titulada De vita Caesarum, más
conocida vulgarmente por Los doce Césares. .
Suetonio se esforzó por realizar una tarea de verdadera erudición, y para ello recurrió a cuantos
materiales tuvo a su alcance para reconstruir las vidas de sus personajes. Su estilo es ágil e incisivo. Su
obra destila antipatía respecto del régimen imperial de gobierno; salvo este apasionamiento, es
destacable en Suetonio su sentido crítico. La característica peculiar de su obra está dada por su afición
por destacar lo obsceno, con minuciosidad no exenta, quizá, de malevolencia, relata detalladamente los
pormenores de innumerables sucesos escandalosos, y en su búsqueda anecdótica no vacila en develar
hasta los más recónditos secretos de alcoba. Esta modalidad, más o menos corrientes en otros géneros
literarios, fue introducida por Suetonio en la historiografía y, por cierto, contribuyó a su fama y dejó
una larga secuela de imitadores.
Otros autores de biografías dignos de mención, son Aurelio 24 y Eutropio25; también se conoce una
Historia Augusta escrita por varios autores. De cualquier manera, ninguno de los trabajos posteriores
puede competir ni mucho menos, con las biografías de Suetonio, dignas sucesoras latinas de las Vidas
paralelas de Plutarco.

Resumen: Lic. Fabián Leguiza

21
Marcus Terentius Vano (116-27 a. J. C), escritor polígrafo que tuvo destacada actuación pública; aunque peleó a favor de
Pompeyo, César le encargó la organización de una biblioteca (47 a. J - C.) En Imagines recogió a través de 15 libros, más de
700 retratos literarios de personajes griegos y romanos. También escribió sobre los primeros habitantes de Roma, Y compuso
diversos trabajos literarios.
22
Cornelius Nepos (99-c. 24 a- J.C.), oriundo de la Galia Cisalpina, residió en Roma al margen de las luchas políticas.
Escribió, en 16 libros, De viris Ilustribus, de la que sólo se conserva la parte titulada De excellentibus ducibus exterarum
gentium y algunas biografías de la sección De Latinis Historicis. Entre sus obras perdidas, se cuenta una Chrónica en tres
libros; también compuso un anecdotario, Exempla, en el que aporta datos interesantes, aunque el estilo es deficiente.
23
Caius Suetonius Tranquillus (c. 75-160 A. D., según testimonio de Frontón) Fue funcionario imperial ( Magister) en la corte
de Adriano, y tuvo por ello, oportunidad de llegar a muchas fuentes de información; caído en desgracia poor cuestiones
palaciegas, se dedicó a las letras. Su obra más famosa, De vita Caesarum, comprende las biografías de Julio César, Augusto,
Tiberio, Calígula, Claudio, Nerón, Galba, Otón; Vitelio; Vespasiano; tito y Domiciano y fue dedicada por el autor a Adriano.
De todas ellas la mejor es la de Tito. Tambieon escribió biografías de algunos pensadores, políticos y poetas como Terencio,
Horacio, Plinio el antiguo y otros, las que tituló De viris ilustribus. Escribe con veracidad clínica y muestra un gran
conocimiento enciclopédico.
24
Sextus Aurelius Victor, desigfnado por Juliano gobernador de Roma en 389 A. D., y acompañó a Velentiniano en el
consulado en tiempos de Teodosio. Hacia el 360 escribió Caesares, conjunto de biografías imperiales hasta Constantino
25
Eutropius fue también, un protegido de Juliano. En tiempos de Valente compuso su obra en 10 libros titulada
Breviarium at urbe condita
Fuente: CASSANI, José L. y PEREZ AMUCHÁSTEGUI, A. J. Del “Epos” a la historia científica. Una visión de
la historiografía a través del método. Ábaco de Rodolfo Depalma. Buenos Aires, 1982

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