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Echeverría, F. & Montes, Mª.Y. eds.

2006
Ideología, Estrategias de Definición y Formas de Relación Social en el Mundo Antiguo, 33-44

El Recuerdo Gentilicio
y los Orígenes de la Historiografía Romana
Ana Rodríguez Mayorgas
Universidad Complutense de Madrid

In this paper it will be argued that the origins of Roman historiography have to be
approached from a new perspective. Rather than trace the Greek literary pattern that Ro-
man authors are supposed to have followed, we will focus on Roman oral memory and
especially on aristocratic recollection in order to rethink the first Roman histories.

El desinterés que la investigación manifiesta por los orígenes de la his-


toriografía latina tiene en primer lugar una razone objetiva. Ciertamente es
evidente que la escasez de testimonios directos es alarmante y obliga al
historiador al arduo e inseguro trabajo de interpretar fragmentos. De
hecho las primeras obras completas que conservamos son de mediados del
siglo I. Pero en este momento de fines de la República los romanos tenían
ya una larga experiencia con respecto a la escritura de la historia, que había
comenzado hacia el 200 a.C., posiblemente al final de la Segunda Guerra
Púnica. Pero además existe otra razón de peso que explica el poco interés
que han despertado los orígenes de la historiografía romana: su carácter
secundario. Lo que realmente ha fascinado a los investigadores es eviden-
temente el origen de la historiografía, es decir las razones que llevaron a los
griegos a consignar por escrito los acontecimientos que estaban viviendo
desde una nueva perspectiva en la que no tenían ya cabida los elementos
míticos y fantásticos, sino la objetividad y la búsqueda de las causas1. Estas
son las dos características esenciales de la historiografía griega, que serán
respetadas en mayor o menor medida por los historiadores posteriores, y
que todavía hoy se consideran dos pilares básicos de la disciplina. ¿Qué
interés puede tener entonces la historiografía romana?. Como sucede con
el resto de la literatura y pensamiento antiguos, de los romanos se ha des-
tacado siempre su papel de transmisores y divulgadores de los saberes
griegos. Su mayor éxito consistió en conservar y traducir el pensamiento

1 Ver por ejemplo: Press (1982: 27-31), Fornara (1983: 47-48).


34 El Recuerdo Gentilicio y los Orígenes de la Historiografía Romana

heleno y darle de este modo un “marco internacional” de mayores dimen-


siones como era el del Imperio romano, es decir, en cierto modo hacerlo
universal2. La historiografía no es una excepción a dicha regla.
De este modo, las primeras obras romanas de historia se han interpre-
tado en clave de adaptación y nacionalización de una disciplina de origen
griego, en primer lugar muy posiblemente porque todas ellas están escritas
en griego 3 —hasta los Origenes de Catón, de mediados del siglo II a.C.,
entre el 170 y el 149 a.C., primera obra histórica escrita en latín—. Los
primeros historiadores, Fabio Píctor y Cincio Alimento habrían tomado
como ejemplo para sus obras escritas el modelo de la historiografía helenís-
tica y en especial de autores sicilianos como Timeo de Taormina o Diocles
de Pepáreto, que de alguna forma ya habían prestado atención a Roma en
sus obras escritas4. Por ello se ha destacado que estas obras se interesan
por el origen de la ciudad, lo que los griegos llaman ktisis, porque este es un
tema recurrente en el pensamiento heleno. También se ha señalado que la
información de tipo anticuario que puede encontrarse en los fragmentos de
Fabio o de Cincio se debe igualmente a la influencia griega, dado que la
descripción de ritos y ceremonias, la explicación de costumbres tradiciona-
les, las etimologías o la información autobiográfica estaban presentes en las
obras helenísticas. Por lo tanto, desde el punto de vista de la disciplina de
la historia los romanos simplemente adoptaron un modelo griego y lo apli-
caron a la narración del pasado de su ciudad, de forma que —como sucede
con en el resto de saberes— se sumaron a una tradición que ya tenía siglos
de existencia y en ella trataron de imitar a sus predecesores y de competir
con ellos. Por ello, la pregunta que más ha preocupado a los investigadores
es: ¿de qué fuentes griegas extrajeron sus ideas los autores latinos?5.
Pero además, a nuestro entender existe otro elemento que limita la in-
vestigación, el propio marco literario en el que se mueve, y que toma como
principio prácticamente irrenunciable la idea de historiografía6. Dicho de
otro modo, en realidad la historiografía clásica no es más que una forma

2 Settis (2006: 19-20).


3 Momigliano (1960: 314-315) y (Badian 1966: 3-4).
4 Sobre la relación de Timeo con Roma: Momigliano (1959: 529-556); sobre Diocles:

Walbank (1945: 12-17).


5 El caso típico es el de los tratados filosóficos de Cicerón. Para una revisión de esta tradi-

cional perspectiva ver Moatti (1997: 19-21) y López Barja (en prensa, introducción). Para una
crítica general a la visión helenocéntrica del nacimiento de la literatura en Roma ver Habi-
nek (1998: 34).
6 En este caso, creemos que hay que ir más allá de la crítica que Marincola ha hecho a la

idea de género literario en la historiografía antigua, sobre todo para el caso romano (1999:
288-290).
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posible de memoria; no fue la única, ni probablemente la más importante


en términos cuantitativos dado que en su mayor parte las sociedades griega
y romana eran ágrafas. Lo que creemos necesario es, en resumidas cuentas,
ampliar el marco teórico de la investigación para incluir el fenómeno de la
historiografía —o mejor dicho de la escritura de la historia— dentro de la
cuestión más general de la transmisión de la memoria en la cual el uso de la
escritura es una variable y no una condición sine qua non.
Desde esta perspectiva, consideramos que es posible repensar las histo-
rias romanas, es posible integrarlas en otra línea interpretativa que esta-
blezca como prioridad la comprensión de la cultura romana republicana, y
no los avatares de un género literario occidental. Este ha sido precisamente
el objetivo de nuestra tesis doctoral7. Pero en esta ocasión, vamos a con-
formarnos con poner un ejemplo de lo que supone este nuevo enfoque
teórico para que se pueda apreciar hasta qué punto puede cambiar nuestra
visión de las primeras obras históricas romanas. Vamos a centrarnos, en
concreto, en lo que se ha considerado el carácter gentilicio de la narración
histórica en Roma8.

1. Aristocracia e Historia
Teniendo en cuenta el referente griego, los investigadores han destaca-
do, como veíamos, la fuerte dependencia, formal y de contenido, de estas
primeras obras respecto al modelo griego. Sin embargo, esta misma
comparación les ha llevado también a señalar en numerosas ocasiones lo
que a sus ojos supone un elemento de distanciamiento entre las dos
tradiciones: la finalidad política de la historiografía romana y su carácter
claramente gentilicio. En efecto, una característica que se ha considerado
siempre fundacional de esta historiografía es el hecho de que sus autores
pertenezcan a la aristocracia; Fabio Pictor era miembro de la gens Fabia,
había luchado contra los ligures en el 233, contra los galos en el 225 y, ya
como senador, había participado activamente en la Segunda Guerra Púnica.
Después de la derrota de Cannae fue enviado a Delfos para consultar el
oráculo. Cincio Alimento tenía igualmente un origen noble —la gens Cincia
era una familia plebeya— y participó también en la guerra contra Aníbal,
sobre todo en Sicilia hasta que fue hecho prisionero9. Lo mismo podría-
mos decir de la mayoría de historiadores republicanos —Catón, Salustio,
7 Rodríguez Mayorgas (2005). Ver también García Fernández & Rodriguez Mayorgas (2005).
8 Para el caso de Fabio y Cincio, ver Pinsent (1964: 18-29) y D’Ippolito (1998: 142-150).
9 Sobre la vida de estos dos personajes, ver Mattingly (1976: 3) y Verbrugghe (1980: 2165-

66) para Fabio, y Chassignet (2003: lxxiii-iv) para Cincio.


36 El Recuerdo Gentilicio y los Orígenes de la Historiografía Romana

mayoría de historiadores republicanos —Catón, Salustio, Varrón— y tam-


bién imperiales —como demuestra el ejemplo clásico de Tácito10—. Se ha
considerado siempre que este hecho confiere un estatus diferente a la his-
toriografía romana respecto al caso griego. Los autores helenos, a pesar de
haber participado en el gobierno de una ciudad, trataban de elaborar una
narración independiente, nacida de la reflexión de aquel que se ha alejado
de los asuntos políticos y ve la situación, por ello, con mayor agudeza y
también ecuanimidad11. En el caso romano, por el contrario, el hecho de
que el historiador pertenezca a la aristocracia de la ciudad ha llevado a
pensar que irremediablemente política e historiografía estaban estrecha-
mente imbricadas en Roma. Como consecuencia de ello, se han señalado
dos rasgos de la historiografía romana que están ausentes en las obras his-
tóricas griegas: las razones políticas que están en su origen y la manipula-
ción de las historias en beneficio del prestigio gentilicio.
En el primer caso, se suele afirmar que tanto Fabio como Cincio —
ambos escribieron en los últimos años de la guerra o una vez finalizada—
eligieron la lengua griega y un formato conocido para sus obras con la
finalidad de que de ese modo pudieran alcanzar a un número mayor de
lectores del mundo helenizado, a los que iban dirigidas. Su intención era
utilizar la historiografía para ofrecer una imagen de su ciudad favorable a
sus intereses. Con frecuencia se suele destacar también como argumento
determinante la existencia de una historiografía pro-cartaginesa, cuya figura
más representativa era Filino de Agrigento, como sabemos por el Polibio
(1.14.1-3)12.
Por otro lado, la segunda consecuencia inevitable de este estrecho vín-
culo entre historiografía y poder es que los autores romanos supieron
aprovechar la oportunidad que ofrecía la escritura para glorificar su propio
linaje. En realidad los fragmentos que conservamos difícilmente pueden
sustentar esta idea, aunque parece evidente que autores como Fabio y Cin-
cio utilizaron como testimonio su propia experiencia personal en la guerra
contra Aníbal del mismo modo que más tarde Catón incluirá sus discursos
políticos. Algunos testimonios de fines de la República apuntan en esta
misma dirección. Cicerón, por ejemplo, afirma que los discursos fúnebres
que conservan las familias nobles han hecho que la historia romna esté

10 Syme (1958: 187-201).


11 Fornara (1983: 50) y Momigliano (1978: 60-61).
12 Sobre Filino ver Walbank (1945: 1-11). Sobre la finalidad política de la historia en Roma

ver Gentili & Cerri (1979), Musti (1989: 181-182), Gabba (1993: 14-15). Recientemente
Pina Polo ha destacado también el uso político que la aristocracia hacía de la historia escrita
como instrumento ideológico (2004: 157-163).
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llena de errores (Brut. 16.62). Y, según Plutarco, un tal Claudio —muy


posiblemente Claudio Cuadrigario— escribió una obra sobre cronología en
la que afirmaba que los antiguos archivos de Roma desaparecieron en el
saqueo de los galos y que los existentes en aquel momento estaban altera-
dos por aquellos que habían tratado de hacerse entroncar con las familias
más importantes (Numa 1.2)13. En ambos casos se acusa a los nobles de
haber falsificado su historia familiar y los archivos de la ciudad, inventando
falsos consulados y otros honores para otorgar más prestigio a sus familias,
lo que ha llevado a pensar que estos errores pasaban posteriormente a las
narraciones históricas; y que igualmente los propios historiadores eran
proclives a cometerlos en sus obras. De este modo, la primera historiogra-
fía romana se concibe como un fenómeno intrínsecamente aristocrático, y
como un elemento más de prestigio en manos de la nobleza.

2. La Memoria Oral, el Recuerdo Gentilicio y el Comienzo de la


Historiografía
Es posible, sin embargo, enfocar la cuestión desde otro punto de vista.
Si se evalúa el tipo de memoria que existía con anterioridad a que el pasado
fuera consignado por escrito podemos obtener una visión diferente del
significado de estas primeras historias. Posiblemente las historias de Fabio
Píctor y Cincio Alimento fueron la primera reflexión escrita sobre el pasa-
do de la ciudad que hicieron los propios romanos, sin embargo, de ningún
modo eran la primera forma de memoria que tuvieron. Aunque nuestros
testimonios son escasos y en muchas ocasiones de fines de la República o
del Imperio, es posible afirmar que existía en Roma una memoria oral muy
anterior fines del siglo III a.C. Las fiestas religiosas y la propia topografía
de la ciudad eran elementos centrales en el recuerdo colectivo del pasado,
como podemos apreciar por la importancia que en ellos tenía la figura de
Rómulo: en los Lupercalia, por ejemplo, que tenían lugar cada 15 de febre-
ro, un número escogido de jóvenes romanos, llamados luperci, sacrificaba
cabras en el Lupercal, cueva situada en la zona suroeste del Palatino y a
continuación corrían desnudos por las calles de la ciudad14. Ya el historia-
dor Acilio, en la primera mitad del siglo II a.C., pensaba que los jóvenes
que llevaban a cabo el ritual corrían desnudos imitando a Rómulo, a Remo
y a sus compañeros pastores cuando tenían que recuperar el ganado que

13 Sobre el pasaje de Cicerón y la falsificación de las acta triumphorum, ver Ridley (1983: 377).
Sobre la referencia de Plutarco, ver Frier (1979: 121-123).
14 Ov. Fast. 2.431-4; Plut. Rom. 21.3.
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había desaparecido15. El propio nombre que recibía esta fecha del calenda-
rio, Lupercalia, estaba cargado de significado, lo que nos lleva a la segunda
categoría, la topografía de la memoria en la que la leyenda de Rómulo tiene
nuevamente un puesto especial; el Lupercal era una cueva al pie del Palatino
que dominaba el río Tiber, la ficus Ruminalis, marcaba el punto en el que
habían sido rescatados por la loba después de su trayecto por el río, tam-
bién se conservaba la casa de Rómulo a los pies del monte palatino, en el
Cermalo, etcétera16.
Pero además había un tercer elemento significativo en la memoria oral
que estaba estrechamente relacionado con el pasado más reciente de la
ciudad y que se articulaba estrictamente a través de las familias aristocráti-
cas. En efecto, la memoria de los grandes personajes, de su virtus y su ser-
vicio a la comunidad, ambas cosas reflejadas en los honores que habían
recibido, era objeto de celebración y ostentación pública. A este respecto
cabe destacar dos elementos de especial relevancia a los que sólo tenían
acceso los ciudadanos romanos que habían tenido importantes cargos: la
imago o máscara funeraria que representaba el rostro del difunto, y la lauda-
tio funebris que un familiar cercano al fallecido, generalmente un hijo, pro-
nunciaba ante los participantes de la ceremonia en el foro y en la que se
especificaban las virtudes y hazañas que formaban parte de la imagen pú-
blica que se había labrado dicho personaje17. El significado y trascendencia
de estos elementos dentro del desarrollo de los funerales romanos puede
deducirse de la descripción que de ellos nos ha dejado Polibio (6.53-54),
quien se vio impresionado por la espectacularidad y atención que recibían
estas ceremonias en Roma.
De este modo, del pasado más reciente, por oposición al pasado funda-
cional que estaba vinculado a las fiestas religiosas del calendario, se recor-
daba exclusivamente el valor y el prestigio de las familias más destacadas a
las que Roma les debía su grandeza. Y cuando, además, la virtus de estos
nobles romanos había contribuido a una victoria de especial relevancia,
desde finales del siglo IV a.C. se hacía perdurar en el tiempo mediante su

15 Fr. 2P. = fr. 3Ch. Otro ejemplo son los Parilia, el dies natalis de la ciudad que se celebraba
el 21 de abril (Ov. Fast. 4.721-806 y Plut. Rom. 12.1-2). Sobre estas fiestas del calendario
romano ver Scullard (1981: 103-5 y 76-78).
16 Var. L.L. 5.54.1; Dion.Hal. 1.79.11; Plut. Rom. 20.4. Sobre la relación entre topografía y

memoria en Roma, ver Edwards (1996: 17-30).


17 Sobre el significado de las imagines en la cultura romana y su comparación con la estatuaria

honorífica griega, ver Dupont (1987: 167-170); toda la información que tenemos de estas
máscaras se encuentra en una reciente monografía de H. Flower (1999). En cuanto a las
laudationes, ver Arce (2000).
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monumentalización, principalmente en el foro. El botín de guerra, que en


un principio se depositaba en el interior de los templos, sirvió de forma
ejemplar como memoria de los éxitos militares18. Con dicha finalidad se
decoró la tribuna de los oradores en el foro con una parte del botín arreba-
tado a los volscos anziatos tras su derrota en el 338 a.C. Algunas de las
proas de las naves logradas por el cónsul Gayo Menio sirvieron para deco-
rar dicha tribuna de ahí que se conociera a partir de entonces como los
Rostra19. Esta novedad, que promueve la exposición pública de los símbo-
los de la victoria, se volvió a repetir en el foro cuando Lucio Papirio Cur-
sor, tras su victoria del 310 a.C. sobre los samnitas hizo colgar de las taber-
nae Maenianae los escudos dorados que había obtenido como botín (Liv.
9.40.16). La victoria militar era también el mensaje de las columnae rostratae
como la erigida en honor de C. Duilio en el año 260 a.C. y que estaba de-
corada con el retrato del vencedor y con las proas arrebatadas a los cartagi-
neses cerca de Melazzo (Plin. H.N. 34.20). También era frecuente en Roma
la erección de estatuas honoríficas a personajes relevantes.
Así pues, si Fabio Pictor y Cincio Alimento no hubieran escrito sus his-
torias, el recuerdo de la Segunda Guerra Púnica estaría vinculado exclusi-
vamente a las victorias de los generales, a sus laudationes, imagines y monu-
mentos conmemorativos. Sin embargo, la narración del pasado de Roma
que ellos hicieron es mucho más que eso; es decir, es mucho más que el
elogio a las grandes familias. Incluso si admitimos la existencia de propa-
ganda gentilicia en las primeras obras de los historiadores romanos, lo que
es evidente y debe ser considerado en primer lugar como algo destacado es
que los historiadores, de Fabio Pictor en adelante, escribieron la historia de
la ciudad, desde sus orígenes a la actualidad. Este es un hecho que no ha
sido valorado en su justa medida, a mi entender. Lo que pretendían era
narrar aquellos acontecimientos de los cuales había sido Roma la protago-
nista y, por lo tanto, era ella el sujeto de sus historias y no una familia en
concreto. Es muy probable que las narraciones de Pictor y Alimento tuvie-
ran como título original en griego algo así como `Ρωμαικ£, Περ… τÁς
`ΡωμÁς o `Ρωμα…ων πρ£ξεις, siguiendo la costumbre helena20. De hecho,
este último título es el que utiliza Dionisio de Halicarnaso para referirse a

18 Según Rawson, tradicionalmente las armas enemigas solían destruirse en el campo de


batalla, pero a partir del siglo III a.C. comenzaron a exponerse públicamente en las casas de
los vencedores (1990: 161).
19 Liv. 8.14.8-12; Plin. H.N. 34.20.
20 Balsdon (1953: 161). No obstante, es cierto como afirma Zehnacker que en muchos

casos estas referencias no eran realmente los títulos originales de las obras sino un modo de
denominarlas por el contenido (1997: 216). En cualquier caso, esta segunda posibilidad
sigue indicando que la protagonista era la ciudad o los “asuntos romanos”.
40 El Recuerdo Gentilicio y los Orígenes de la Historiografía Romana

la obra de Fabio (A.R. 7.5.45). Es evidente, además, por los fragmentos


conservados que todos ellos tenían como objetivo escribir sobre el devenir
de Roma; la ciudad se convertía así en objeto de la historia por encima de
los individuos que la componían. Por ello todas las obras comienzan na-
rrando el origen lejano de Roma, la llegada de Eneas a Italia y la fundación
de Rómulo, pero continúan hasta el presente, es decir hasta la Segunda
Guerra Púnica, sin que sepamos con total seguridad cuánto espacio dedi-
caban a cada período.
En esta misma dirección creemos que habría que interpretar ciertos da-
tos que tenemos sobre los Orígenes de Catón, que generalmente se conside-
ran un rasgo específico del pensamiento de este autor; así, por ejemplo, es
significativa su decisión de no dar el nombre de los generales a lo largo de
su obra (4, fr. 11Ch.) 21, o su alabanza al valor de los soldados anónimos
que podemos ver en dos fragmentos (4, fr. 7a y b Ch.). En el primero des-
taca el acto heroico de un tribuno militar, Q. Cedicio, durante la Primera
Guerra Púnica y en el segundo, transmitido por Cicerón (Cato. 75), se afir-
maba que las legiones romanas partían a menudo con el espíritu alegre y
resuelto hacia lugares de los que pensaban que nunca iban a regresar. Da la
sensación, por tanto, de que el protagonista de la historia para Catón era el
ejército romano en su conjunto, desde el más humilde de los soldados
hasta el cónsul. Eran los romanos, en plural, los protagonistas de la narra-
ción, y no un personaje o una familia específica como había sucedido en
las vías tradicionales de transmisión del recuerdo. De este modo, mientras
que en la ciudad los generales seguían siendo protagonistas de los triunfos
y de otros reconocimientos especiales a su preeminencia por encima del
resto de la población, en la escritura era Roma la que se convertía en sujeto
histórico, no sólo en el momento de su fundación, sino también en los
hechos que ocupaban los tiempos más recientes.
Habría que afirmar, por lo tanto, que la preocupación y orgullo gentili-
cios no estaban entre los intereses principales a la hora de escribir historia
en Roma. Resulta cuando menos interesante comprobar que esa competi-
ción por destacar entre los iguales y por dejar una huella imperecedera que
parece atestiguar el aumento de estatuas y otros monumentos erigidos en la
ciudad desde finales del siglo IV a.C. y durante todo el siglo III a.C. se
mantuvo en sus cauces tradicionales y no se sirvió de la escritura como
21Kienast considera que se trata de una crítica personal a los grandes general romanos y al
individualismo de corte helenístico como el de Escipión Africano (1979: 57), mientras que
Timpe ve en ello la concepción del pasado como una obra anónima de los maiores (1970-71:
23-24). Sin embargo, como hemos visto, la memoria oral romana se basa siempre en el
recuerdo de individuos concretos.
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medio de competición en un principio. Por ello, al contrario de lo que


sucede en los inicios de la historiografía griega, las genealogías están ausen-
tes de la primera literatura republicana. Este tipo de narración, que comen-
zó hacia el siglo V a.C. en Grecia, tenía como finalidad dejar constancia de
la ascendencia de las familias nobles a las que se hacía descendientes de
personajes míticos, y sus responsables eran escritores profesionales como
Hecateo de Mileto, Helánico de Lesbos o Ferécides22.
Sin embargo, las familias nobles romanas no se sirvieron de ningún es-
critor para que dejara constancia escrita de su estirpe. Tampoco pareció
apreciarse en un primer momento el potencial que podía encerrar la vincu-
lación de Eneas con Roma. Las posibles raíces troyanas de algunas gentes
sólo se descubrieron con el paso del tiempo y alcanzaron su mayor éxito
en el último siglo de la República con la familia de los Iulii23. El primer
paso lo dio César en el 68 a.C. cuando reivindicó la filiación divina en el
discurso fúnebre de su tía Julia (Suet. Iul. 6.1). Se aceptaba así que la gens
Iulia descendía de Eneas, hijo del troyano Anquises y de Venus. Y de la
misma forma, sólo en el siglo I a.C. comienzan a aparecer las primeras
obras de carácter gentilicio como el De familiis Troianis de Varrón (Serv. Aen.
5.704), las genealogías que Ático hizo para familias como los Junios, los
Marcelos, los Cornelios Escipiones, los Fabios o los Emilios (Nep. Att.
18.3), las Familias Troyanas de Higinio (fr. 14P.) o el De familiis romanis de
Valerio Mesala Rufo (fr. 1-2P.). Todas pertenecen al siglo I a.C. o a la épo-
ca augustea, momento en el que parece existir una necesidad por parte de
la aristocracia tradicional romana, que había tenido un papel predominante
durante la República, de recuperar y glorificar sus orígenes. Sin duda, la
causa debió de ser la aparición de una nueva nobleza que medró social-
mente con Cesar y con su heredero político, Augusto, y que va a apoyar la
instauración del Imperio24.
Por lo tanto, y ya para concluir, habría que reconsiderar seriamente la
idea, hasta ahora indiscutida, de que el origen aristocrático de los historia-
dores en la Roma republicana tenga que desembocar obligatoriamente en
una escritura de la historia como instrumento exclusivamente de promo-
ción gentilicia, por oposición al modelo griego. Sería más interesante con-

22 Hartog (1990: 177-188).


23 Los ejemplos que recoge Wiseman (1974: 153-160) se basa, la mayoría, en testimonios de
fines de la República, lo que hace suponer que es en ese momento cuando comienza a
explotarse la vinculación de ciertas familias nobles con héroes griegos. A este respecto es
significativo que, como apunta Blösel (2003: 56), este tipo de genealogías no tuviera cabida
en los tradicionales funerales de miembros de la élite hasta época de César.
24 Syme 1989: 112-134 y 439-463.
42 El Recuerdo Gentilicio y los Orígenes de la Historiografía Romana

siderar el hecho de que, mientras que la memoria oral reciente de la ciudad


había incidido de forma tradicional en la gloria individual a través de mo-
numentos y ceremonias —y así seguiría por mucho tiempo—, de forma
paralela la escritura de la historia elige como objeto de su narración a Roma.
Este hecho, posiblemente por ser tan evidente para todos, no ha sido to-
mado suficientemente en cuenta, pero habría que recordar que en ningún
caso se trata de algo necesario o previsible. Por el contrario, ha de conside-
rarse una decisión propia de los historiadores romanos para la cual no vale,
esta vez, invocar imperativos historiográficos griegos.

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