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GEORG LUKÁCS

EL ASALTO
A LA RAZON
La trayectoria del irracionalismo
desde Schelling hasta Hitler

Segunda edición

EDICIONES GRIJALBO, S. A.
Barcelona-México, D. F.
1968
título original
DIE ZERSTÖRUNG DER VERNUNFT

Traducido por
W enceslao R oces
de la 1.* edición en alemán di Aufbau-Verla«., Berlín, 1953,
para el Fondo de Cultura Bcotiómica, de México, p . V., que eed
ios derechos a Edicione» Orijalbc. S. A.

© 1959 G eorg L ukacs


© 1967, E diciones G rijalbo , S. A.
Aragón, 386, Barcelona, 9 (Elpafla)

Primera edición, 1959 Fondo de Cultura Económica, México, D-


Segunda edición; 1968

Reservados todos los derechos

I mpreso en E spaña ,
P rinted in S pain

Depósito legal, B e-os»ea-i\i#7 . )


1811, Impreso por Ediciones Errm dr. M uí, /7-19
PRÓLOGO A LA EDICIÓN ESPAÑOLA

EsteÚibro, empezado durante la última Guerra Mundial, fue terminado


a fines de 1952. Esto en nada perjudica la exposición general y no consi­
dero necesario modificar, ni en la form a ni en el contenido, sus afirm a­
ciones históricas y filosóficas. Sin embargo, el caso del "Epilogo" es
diferente. Aquí no podía proponerme una nieta semejante. Se trataba
solamente de fijar, en form a sencilla, ciertos cambios funcionales decisivos
del irrácionalismo de la posguerra. Ya desde entonces declaré que este
"Epilogo” no tenía la pretensión de ser riguroso y exhaustivo en ningún
sentido. Por ello mismo, si hubiera de escribirlo ahora, haría ciertos
cambios al tono de la exposición, aduciría otros ejemplos, etc. Sin em­
bargo, por hallarme entregado a trabajos de índole enteramente diferente,
no me es posible escribir un nuevo "Epílogo”, ni m odificar radicalmente
el ya escrito. A l manifestarlo así d lector, debo hacer notar también que
no he dterado las opiniones que expongo en el "Epilogo” sobre las rela­
ciones d el positivismo y la semántica con e l irraciondismo, e l predominio
de la apologética directa en la época de posguerra, ni mi juicio sobre el
comportamiento de los irraciondistas dem anes después d el conflicto, etc.
Por ello, la posible reelaboración sólo podría afectar d estilo, d anda­
miaje, a jo s ejem plos ilustrdivos, etc.; su ausencia no modifica, en conse­
cuencia, el lincamiento generd d el libro.
G eorg Lukács
Budapest, enero d e 1959

ESTE LIBRO ES PARA EL ESTUDIO


DE MUCHOS, CUÍDELO
LA BIBLIOTECA ES UN LUGAR
TRANQUILO PARA
EL ESTUDIO Y LA INVESTIGACION
NO DE CH a RLAS Y RECREO
INTRODUCCIÓN

Sobre el irracionalismo como fenóm eno internacional


d el periodo imperialista

"rijo preten de este libro, en modo alguno, ser una historia de la filosofía
reaccionaria y, menos aún, un tratado en que se estudie su desarrollo.
El autor sabe perfectamente que el irracionalismo, cuya aparición y cuya
expansión, hasta llegar a convertirse en la corriente dominante de la filo­
sofía burguesa, expone la presente obra, no es sino una de lasjjgadencias
importantes de la .f ilosof ía.burguesa reaccionaria; Y , aunque difícilmente
habrá una filosofía reaccionaria en que no se contenga una cierta dosis
de irracionalismo, no cabe duda que el radio de acción de la filosofía
burguesa reaccionaria es mucho más amplio que el de la filosofía irra-
cionalista, en el sentido propio y estricto de la palabra.
Pero tampoco esta delimitación es suficiente para circunscribir con toda
precisión nuestro tema. Hay que decir, además, que, aun reducido así el
círculo de los problemas que vamos a estudiar, no nos proponemos escri­
bir aquí una historia extensa, amplia y completa del irracionalismo, sino
simplemente destacar la trayectoria fundamental de su desarrollo, anali­
zando sus etapas principales y sus exponentes más típicos. Se trata de es­
clarecer esta trayectoria fundamental de la filosofía a que nos referimos,
como la respuesta más característica y más resonante del pensamiento
reaccionario a los grandes problemas de la época en los últimos ciento
cincuenta años.
La historia de la filosofía, lo mismo que la del arte y la de la litera­
tura no es — como creen los historiadores burgueses— simplemente la
historia de las ideas filosóficas o de las personalidades que las sustentan. /...
Es el desarrollo de las fuerzas productivas, el desarrollo social, el desen­
volvimiento de la lucha de clases, el que plantea los problemas a la
filosofía y señala a ésta los derroteros para su solución. Y los contornos
fundamentales y decisivos de una filosofía, cualquiera que ella sea, no
pueden ponerse de relieve sino a base del conocimiento de estas fuerzas
motrices de orden primario. Quien intente descubrir la trabazón entre los
problemas filosóficos desde el punto de vista de lo que se llama el des­
arrollo inmanente de la filosofía,, caerá necesariamente en una deforma­
ción idealista de las conexiones más importante, aun cuando el historiador
que así proceda disponga de los conocimientos necesarios y ponga, sub­
jetivamente, la mayor voluntad en el empeño por ser objetivo. Y huelga
decir que tampoco representa ningún progreso, en este punto, sino más
3
4 SOBRE EL «RACIONALISM O COMO FEN Ó M EN O IN TERN ACIO N AL

bien, por el contrario, un retroceso, la actitud de las llamadas ciencias


del espíritu, que se mantienen en el mismo punto de partida idealista
deformante, aunque más difuso. Para convencerse de ello, no hay más que
comparar a Dilthey y su escuela con Ja historiografía filosófica de los
hegelianos, digamos con un Erdmann.
Lo que no quiere decir, ni mucho menos, como sostienen los vulgari-
zadores, que se trate de desdeñar los problemas puramente filosóficos.
Antes al contrario. Sólo dentro de esta [trabazón, es posible poner clara­
mente de relieve la diferencia entre los problemas de veras importantes
y de dignificación permanente y las gradaciones de matices .puramente
profesorales. Es precisamente el camino que, partiendo de la vida social,
conduce nuevamente a ella el que da al pensamiento filosófico su verda­
dera envergadura y el que determina.su profundidad, incluso en su Men­
tido estrictamente filosófico. Y , así enfocado el, problema, es cuestión
puramente secundaria el que los distintos pensadores sean o no conscien­
tes de esta su posición, de esta su .función histórico-spcial, y hasta qué
punto lo sean. Tampoco en la filosofía se juzga de las intenciones, sino
de los hechos, ( de la expresión objetivada de los pensamientos, y de su
acción históricamente necesaria. Y cada pensador es,, en este sentido, res­
ponsable ante la historia del contenido objetivo de.su filosofía, indepen-
dientemente de los designios subjetivos que la ,animen.
/■' E l tama que ante nosotros sé presenta es,, pues, éste: señalar el camino
/ segú íd o^or 'Alemania hasta llegar a. Mitler, en el terreno de la filosofía.
Dicho ¡eh otros términos, demostrar cómo esta' trayectoria real se refleja
en la filosofía, y cómo las formulaciones filosóficas, como e l reflejo de la
trayectoria real que ha conducido a Alemania al hitlerismo, han ayudado
a acelerar este proceso histórico. Y el hecho de- que nos limitemos a expo­
ner esta* parte del proceso, la más abstracta de todas, n o . significa, ni
mucho menos, que tratemos de exagerar la importancia de la filosofía
dentro de la agitada totalidad del procesa real. Pero no estará de más,
a nuestro juicio, añadir que sería, por lo menos, igualmente peligroso y no
menos contrario a la realidad el rebajar la importancia de los momentos
' ideológicos, dentro de ese proceso histórico.
Estos puntos de vista determinan, al mismo tiempo, nuestro modo de
abordar y tratar el tema. Damos importancia primaria, en lo que se re­
fiere sobre todo a la selección de la materia, a la génesis y a la función
social. N os proponemos desentrañar, poner de manifiesto, todos los pasos
que en el campo del pensamiento han preparado el terreno a la "ideolo­
gía nacionalsocialista” , por muy distantes que aparentemente se .hallen del
hitlerismo y por mucho que —-subjetivamente:— disten de abrigar seme­
jante intención. Una de las tesis fundamentales dp este libro es la de
; que' op hay ninguna ideología "inocente” . Ñ o la hay en ningún sentido,
pero sobre todo én relación con nuestro problema, y muy en especial
SOBRE E L 1RRAOONALISUO .COMO FENÓM ENO INTERNACIONAX. 5
en Jo que se refiere cabalmente al sentido filosófico: la actitud favorable
o contraria a la razón decide, al mismo tiempo, en cuanto a la esencia de
una filosofía como tal filosofía, en cuanto a la misión que está llamada
a cumplir en el desarrollo social. Entre otras razones, porque la razón
misma no es ni puede, ser algo que flota por encima del desarrollo social,
algo neutral o imparcial, sino que refleja siempre el carácter racional ( o
irracional) concreto de una situación social, de una tendencia del des­
arrollo, dándole claridad conceptual y, por tanto, impulsándola o entor­
peciéndola. Pero, bien entendido que esta determinabilidad social de los
contenidos y la? formas de la razón no entraña, sin embargo, ningún rela­
tivismo histórico. Dentro de la condicionalidad histórico-social de estos
contenidos y formas, el carácter progresivo de cualquier situación o ten­
dencia de desarrollo es siempre algo objetivo, independiente en su acción
'de la conciencia humana. El hecho de que lo que marcha y se mueve hacia
adelante se conciba como la razón o la sinrazón, el que se afirme o se re­
chace esto o aquello, constituye cabalmente un momento esencial y decisivo
de la acción de los partidos, de la lucha de clases en filosofía.
N o cabe duda de que encierra la mayor importancia el descubrir esta
génesis y esta función. Pero, aun siendo así, esto no es por sí solo, ni
mucho menos, suficiente. La objetividad del progreso basta, evidente­
mente, para estigmatizar certeramente como reaccionario un determinado,
fenómeno, una determinada tendencia. Pero una crítica realmente ma'rxista-
léninista de la filosofía reaccionaria no puede contentarse con esto,. Debe,
además, demostrar la falsedad filosófica, la deformación de los problemas
fundamentales de la filosofía, la anulación de las conquistas logradas
por ésta, etc., como otras tantas consecuencias necesarias, filosóficamente
objetivas, de semejantes posiciones, de un modo concreto, a la luz del
mismo material filosófico.
En este sentido, es la crítica inmanente u n fa cto r legítimo y hasta indis­
pensable en la exposición y el desenmascaramiento de las tendencias reac­
cionarias, en la filosofía. Los propios clásicos del marxismo han recurrido
siempre a ella, así, por ejemplo, Engels en el Anti-Diibring o Lenin en el
Empiriocriticismo. El rechazar la crítica inmanente como factor de una
exposición de conjunto que abarque, al mismo tiempo, la génesis y la fun­
ción’ social, la característica de clase, el desenmascaramiento social, etc.,
conduce necesariamente a una actitud sectaria en filosofía: a la creencia
de que todo lo que es evidente por sí mismo para un marxista-leninista
consciente tiene que aparecer también claro, sin necesidad de pruebas,
para sus lectores. Lo que Lenin dijo de la actitud política de los comu­
nistas: "Pero de lo que se trata, precisamente, es de no considerar supe­
rado para la clase, superado para las masas, lo que ló está para nosotros'’,
puede aplicarse también en toda su extensión a la exposición marxista
de la filosofía. Como es natural, la base de nuestro examen y de nuestra
6 SOBRE EL IRRACIONALISIMO COMO FEN ÓM ENO INTERNACIONAL

crítica será el antagonismo de las diversas ideologías burguesas con las


conquistas del materialismo dialéctico e histórico. Pero, si queremos poner
en evidencia de un modo real y concreto el carácter reaccionario de las
diversas ideologías, será indispensable que demostremos también, en el
terreno de los hechos y filosóficamente, su incoherencia interna, su carác­
ter contradictorio, etc.
Y esta verdad general vale, especialmente, para la historia del irracio­
nalismo moderno, el cual ha surgido y se manifiesta, como nuestro libro
trata de demostrar, en lucha constante con el materialismo y el método
dialéctico. En lo cual es también esta disputa filosófica un reflejo de la
lucha de clases. N o es. seguramente, ningún azar el que la-última forma
y la más desarrollada de la dialéctica idealista se desplegara en conexión
con la Revolución francesa y, muy especialmente, con sus consecuencias
sociales. El carácter-histórico de esta dialéctica, cuyos grandes precursores
fueron Vico y Herder, sólo cobró su expresión metodológicamente cons­
ciente y lógicamente desarrollada después de la Revolución francesa, sobre
todo en la dialéctica hegeliana. Lo que se ventila aquí es la necesidad
de una defensa y un desarrollo históricos de la idea del progreso, que va
considerablemente más allá del pensamiento de la Ilustración. (Sin que,
naturalmente, se hayan agotado todavía, ni mucho menos, los motivos
que impulsaron a esta dialéctica idealista: bastará, acerca de esto, con
remitirse a las nuevas tendencias dé las ciencias naturales que Engels
pone dé manifiesto en su Feuerbacb.) El primer período importante deí
i ¿racionalismo moderno surge, congruentemente cpn esto, en lucha contra
é l concepto ideálista, dialéctico-histórico, dél progíeso; es él camino que
ya de Schelling a Kierkegaard y es, al mismo tiempo, él camino'que con­
duce de la reacción feudal provocada por la Revolución francesa a la
hostilidad burguesa contra la idea del progreso.
La situación cambia radicalmente desde lós combates de junio del pro­
letariado parisiense y, principalmente, desde la Comuna de París: a partir
de ahora, será la ideología del proletariado, el materialismo dialéctico e
histórico, el blanco de ataque cuya naturaleza esencial determinará el des­
arrollo ulterior del irracionalismo. Este nuevo período encuentra en Nietz-
sche su primer y más importante exponente.
Ambas etapas del irracionalismo enderezan sus tiros contra el más alto
concepto filosófico del progreso de su tiempo. Pero hay — incluso desde el
punto de vista puramente filosófico— una diferencia cuantitativa entre
el hecho de que el adversario sea una dialéctica, idealista burguesa o la
dialéctica materialista, la concepción del mundo del proletariado, el socia­
lismo. En el primer caso, cabe todavía una crítica relativamente fundada,
basada en el conocimiento de las cosas y encaminada a poner de manifiesto
los defectos y las limitaciones reales de la dialéctica idealista. Pero, en la
segunda etapa nos damos cuenta, por el contrario, de que los filósofos
SOBRE EL IRRACIONAL1SMO COMO FEN ÓM ENO INTERNACIONAL 7
burgue^use muestran ya incapaces de toda crítica y francamente reacios
a estudiar realmente al adversario, incapaces de intentar siquiera refutarlo
seriamente. Así ocurre ya con Nietzsche, y cuanto más resueltamente
afirma sus- posiciones el nuevo adversario — principalmente, desde el G rah
Octubre de 1917-— a más bajo nivel se hallan la voluntad y la capacidad
de luchar con las armas limpias del pensamiento contra el enemigo real y
certeramente reconocido, más de lleno va viéndose la honrada polémica
científica desplazada por la tergiversación, la calumnia y la demagogia.
También en este punto se manifiestan con toda claridad los reflejos
de la agudización de la lucha de clases. V a confirmándose cada vez más
palmariamente de etapa en etapa aquella afirmación de M arx después
de la revolución de 1 8 4 8 : L es capacites d e la bourgeoisie f e n vont.
Y no sólo en la polémica central a que acabamos de referimos, sino en
toda la estructura, en toda la extensión de las diversas filosofías irra­
cionalistas. El veneno apologético emana del problema central a la peri­
feria: la arbitrariedad, el carácter contradictorio, la precariedad de los
fundamentos, las argumentaciones sofísticas, etc., caracterizan de un modo
cada vez más agudo las filosofías irracionalistas posteriores. La baja del
nivel filosófico es, pues, uno de los signos esenciales en el desarrollo
del irracionalismo. Tendencia ésta que se manifiesta con la mayor fuerza
plástica y la mayor evidencia en la "ideología nacional-socialista” .
Pero, sin perder de vista todo esto, es necesario destacar, junto a ello,
la unidad de desarrollo del irracionalismo. La baja del nivel filosófico
por sí sola, como simple comprobación, no basta, ni mucho menos, para
caracterizar la historia del pensamiento irracional. Comprobaciones como
esta pudieron hacerse repetidas veces en la — supuesta— lucha burguesa
contra Hitler. Y su finalidad era, sin embargo* con frecuencia, una fina­
lidad contrarrevolucionaria, e incluso la de una apología del propio fas­
cismo : se abandonaba a Hitler y a Rosenberg para salvar ideológicamente
"la esencia”, la forma más reaccionaria del capitalismo monopolista ale­
mán, el porvenir de un nuevo imperialismo alemán agresivo. El repliegue
de las "bajas” posiciones de Hitler a las "altas” posiciones de Spengler,
Heidegger o Nietzsche es, por tanto, así filosófica como políticamente,
un simple repliegue estratégico, un abandono del enemigo perseguido y
acosado, para reagrupar las filas de la reacción y poder emprender — en
condiciones más favorables— una hueva ofensiva metodológicamente "m e­
jorada” de la reacción más extrema.
Frente a estas tendencias, cuyos orígenes se remontan muy atrás, hay
que señalar dos cosas. En primer lugar que la baja del nivel filosófico r
es un fenómeno .necesario y socialmente condicionado. Lo decisivo no es la
inferioridad de la personalidad filosófica de un Rosenberg, comparado,
digamos, con Nietzsche. Por el contrario: fue precisamente su inferioridad
moral e intelectual lo que pudo hacer de un Rosenberg el ideólogo ade-
8 SOBRE EL IRRACIONALISIMO COMO FENÓM ENO INTERNACIONAL

cuado. del nazismo. Y , caso de que llegara a tomar vuelo en una nueva
ofensiva filosófica aquel repliegue estratégico sobre Nietzsche o sobre
Spengler a que nos hemps referido, no cabe duda de que su protagonista
representará filosóficamente —-por la fuerza de la necesidad histórica—
un nivel todavía más bajo que el de un Rosenberg, sean cuales fueren sus
capacidades personales, sus conocimientos, etc. El nivel filosófico de un
ideólogo depende en última instancia de la_ profundidad con qu.e sepa
penetrar en los problemas de su tiempo, de su capacidad para saber ele­
varlos a la altura suprema de la abstracción filosófica, de la medida en
que las posiciones de la clase cuyo terreno pisa, le permitan ahondar hasta
lo más profundo de estos problemas y llegar hasta el final de ellos. (N o
olvidemos que el cogito de Descartes o el deus sikve natura de Spi-
noza fueron, en su tiempo, planteamientos y respuestas extraordinaria­
mente actuales y que abrazaban audazmente la causa de un partido.) La
"genial” arbitrariedad y superficialidad de un Nietzsche fueron algo , tan
socialmente condicionado, en su inferioridad con respecto a la filosofía
clásica como su superioridad, en comparación con las construcciones mucho
más vacuas y ligeras todavía de un Spengler, para no .hablar de_ la hueca
demagogia de un Rosenberg. Quien reduzca el enjuiciamiento del moderno
írracionalismo al plano de las diferencias de nivel intelectual, aisladas en
abstracto, retrocederá necesariamente ante la naturaleza y los resultados
político-sociales de sus últimas consecuencias. E, independientemente del
carácter político: de cualquier intento de éstos, hay que poner de mani­
fiesto enérgicamente, como algo inseparable de ello mismo, su inevitable
esterilidad, precisamente en el sentido filosófico. (E n el Epílogo a esta
obra, tendremos ocasión de ver cómo se revela concretamente esto, en el
período de la posguerra.) \
Esta aseveración guarda una relación muy estrecha con nuestra segunda
observación. En las páginas de este libro nos esforzaremos por demostrar
que el desarrollo del irracionalismo no revela en ninguna de sus etapas
una cualidad esencial "inmanente”, como si ün planteamiento de los pro­
blemas o una solución trajese necesariamente consigo la otra, por la fuerza
de la dialéctica interior del movimiento filosófico. Pondremos de mani­
fiesto, por el contrarío, cómo las diferentes etapas del Írracionalismo
nacen como otras tantas respuestas reaccionarias a los problemas plan­
teados por la lucha de clases. El contenido, la forma, el método, el tono,
etc., de sus reacciones en contra del progreso social no los determina, por
tanto, aquella dialéctica interna y privativa del pensamiento, sino qué los
dictan, por el contrario, el adversario, las condiciones de la lucha que a la
burguesía reaccionaria le vienen impuestas desde fuera. Conviene 'retener
e^~ a no prindpip fundamental que preside el desarrollo del irracio-
nalismo. Lo que no significa que el Írracionalismo, dentro de este marco
social así determinado, nó muestre una unidad ideal. Antes al contrarió.
SOBRE EL IRRACIONAUSMO COMO FEN OM ENO INTERNACIONAL 9

De ese carácter suyo se desprende, precisamente, el quedos problemas de


contenido y de método por él planteados presentan una fuerte cohesión,
revelan una sorprendente (y estrecha) unidad. El desprecio del entendi-
riiiento y la razón, la glorificación .; lisa- y llana de la intuición, la teoría
aristocrática-del conocimiento, la repulsa del progreso social, la mito-,»'
manía, ete-, son otros tantos motivos que podemos descubrir sin dificultad!
sobre poco más o menos; en todo irracionalista. En determinadas cir
cunstancias y en ciertos representantes personales de esta tendencia dotado^
de talento, puede la reacción filosófica de los exponentes de los vestigioí,
feudales y de la burguesía asumir una forma espiritual y brillante, p e ro /
si se observa la trayectoria en su conjunto se verá que el contenido filo-1**
sófico es de una gran pobreza y monotonía. Y como, según hemos visto
más arriba, el margen espiritual de la polémica, la posibilidad de asimi­
lar en el sistema- del pensamiento, siquiera sea de un modo deformado,
ciertos reflejos de la realidad va reduciéndose constantemente bajo la ac­
ción de la necesidad social, nos encontramos con que el descenso del
nivel filosófico es inevitable, cuando se mantienen en pie determinados
motivos especulativos decisivos.
El aferramiento a estos pensamientos constantes y a los criterios que los
determinan no es sino el reflejo de los fundamentos sociales reaccionarios...
que forman la unidad del irracionalismo, por grandes que sean los cam­
bios cualitativos que puedan y deban advertirse en la trayectoria que va
desde Schelling hasta Hitler. Por tanto, el desemboque de la filosofía
irracionálista alemana en el hitlerismo sólo puede considerarse como algo
necesario en la medida en que las luchas de clases concretas — sin que
a ello sea ajeno, ciertamente, este mismo desarrollo ideológico— • condu­
cen a semejante resultado. Desdé él punto de vista del desarrollo del irra-
cionalismo, debemos ver, por consiguiente, en los resultados dé estas luchas
de clases, hechos inmutables que cobran ^u reflejo filosófico adecuado; y
ante los quóeTirracionalismo reacciona de un modo ó de otro, y asimismo
son hechos inmutables vistos a través de este ángulo. Lo que no quiere
decir, ni mucho menos, que hayan sido — enfocados en un plano histó­
rico objetivo— la obra de una necesidad fatal.
Por . tanto, si queremos comprender certeramente el desarrollo de la
filosofía irratíonalista alemana, debemos tener siempre presentes, en su
interdependencia, estos factores: la supeditación de la trayectoria del irra­
cionalismo las luchaS-de clases decisivas en Alem ania-y-en-el-m undo,
lo q«e *nhr*ñ* nch,rglm<»nip la n*ga<?iA«> de un desarrollo '^inmanente” ; la
unidad de los contenidos y los métodos y la continua reducción del m ar­
gen para mi verdadero desenvolvimiento filosófico, lo que necesariamente
trae consigo la exaltación d e-tas tendencias apologéticas y demagógicas;
y, finalmeftteí T - c o ^ ' Consecüencia obligada de ello, el necesario, cons­
tante y rápido descenso del nivel filosófico. Sólo así podremos comprender
10 SOBRE EL IRRACIONALISMO COMO FENÓMENO INTERNACIONAL

cómo pudo llegarse, bajo Hitler, a la popularización demagógica de todos


los motivos especulativos de la reacción filosófica más descarada, a la
"coronación” ideológica y política del proceso de desarrollo del irracio­
nalismo. La meta que este libro se traza, que no es otra, como vemos, que
la de desentrañar claramente los motivos y las tendencias que han pre­
sidido el desarrollo del irracionalismo en Alemania, determina a su vez
el tipo de exposición seguido en él. N o podemos proponernos aquí otro
empeño que el de esclarecer, mediante un análisis a fondo, los puntos
nodulares más importantes, sin entrar en una historia detallada deKjrra-
cionalismo y, menos, aún, de la filosofía reaccionaria en general, con la
pretensión de estudiar, ni siquiera de enumerar, todas sus formas y ten­
dencias. Nuestra obra renuncia, por tanto, a la aspiración de ser com­
pleta. Así, al hablar del irracionalismo romántico de comienzos del si­
glo xix, procuramos mostrar sus puntos de vista más importantes en la
filosofía del principal representante de esta tendencia, de Schelling, sin­
mencionar en absoluto o sólo de pasada a figuras como Friedrich Schlegel,
Baader, Gorres y otros. Por esta razón, no tratamos tampoco de Schleier-
macher, cuyas tendencias específicas encontrarán más tarde una amplia
significación reaccionaria a través de Kierkegaard. N i nos detendremos
por ello mismo, a estudiar el irracionalismo del segundo período de
Fichte, que habrá de adquirir cierto relieve — -aunque puramente episós.
dico, dentro de la trayectoria general— , gracias a la escuela de Rickert,
principalmente en Lask. Y asimismo se echarán, de menos, aquí, a/W eisse
y al joven Fichte, etc., etc. Ello hace que, en el período imperialista, se
relegue a utj segundo plano, a Husserl, ya que las tendencias irracionalistas
implícitas desde el primer momento en, su método filosófico no cobran
fuerza- explícita sino a través de Scheler y, sobre todo, de Heidegger;
del mismo modo que, al lado de Spengler, se da una importancia secun­
daria a Leopold Ziegler y a Keyserling, como a Theodor Lessing junto
a Klages, a Jaspers junto a Heidegger, y así sucesivamente.
A esto hay que añadir que, concibiendo el irracionalismo cómo la co­
rriente fundamental y decisiva de la filosofía reaccionaria de los siglos x ix
y x x , no teníamos por qué tratar tampoco de aquellos pensadores im­
portantes e influyentes, decididamente reaccionarios, en los que el ifracio­
nalismo no ocupa, sin embargo, el lugar central de su filosofía. Tal, por
ejemplo, el ecléctico Eduard von Hartmann, al lado del resuelto irracio­
nalista Nietzsche, o, en relación también con Nietzsjche, Paul de Lagarde;
y así también, en el período inmediato de preparación del fascismo ale­
mán, un Moeller van den Bruck, etc,, etc. Confiamos que esta reducción
en cuanto a la materia ayudará a destacar más claramente la trayectoria
fundamental del desarrollo..Y dejamos a futuros historiadores de la filo­
sofía alemana el cuidado de complementar y completar esta línea general
de la filosofía reaccionaria alemana aquí trazada por nosotros.
SOBRE EL IRRACIONALISMO COMO FENÓM ENO INTERNACIONAL H

La meta propuesta y la selección de la materia adoptada hacen, a su


vez, que aquella corriente que va desde Schelling hasta Hitler no pueda
destacarse en nuestra exposición con la misma unidad que tuvo en la
realidad social. Los capítulos u a iv intentan esclatecer en un sentida
más -estricto esta trayectoria en el campo de la filosofía irracionalista
Se desarrolla en ellos el programa trazado más arriba: la exposición de la
línea filosófica que lleva de Schelling a Hitler. Pero, con ello sólo no pode­
mos dar por resuelto el problema.
En primer lugar, nos considerábamos obligados, además, a demostraí
a la luz de un ejemplo importante hasta qué punto el ¡nacionalismo,
como la tendencia reaccionaria fundamental de la época, sabe imponerse ;
a toda la filosofía burguesa en su conjunto. A ello se consagra el capí-;
tulo v, en el que se estudia detalladamente el neohegelianismo imperia ­
lista, con breves referencias a los precursores más importantes.
En segundo lugar, el capítulo vi expone, en el campo de la sociología
alemana, la misma trayectoria ya estudiada en los capítulos anteriores
con respecto a la filosofía. Creemos que el hecho de analizar por separada
un aspecto tan importante como éste, en vez de diluirlo y dispersarlo en / ,/
los capítulos sobre la filosofía, ayudará a la claridad y a la visión de con-- V
junto de la obra. \ \
Finalmente, y en tercer lugar, estudiamos en el capítulo vil, también \
por separado, los precursores históricos del racismo. Sólo así podría esclaóí
recerse acertadamente la importancia central que llegó a adquirir para el,'-'u-At"'1'
fascismo alemán un ecléctico tan mediocre como H . St. Chamberlain:
él fue quien "sintetizó" el irracionalismo filosófico del período imperia­
lista, la filosofía de la vida, amalgamándolo con el racismo y con los
resultados del darwinismo social. Y esto hizo de él el precursor directa
de Hitler y Rosenberg, el "clásico” filosófico del nacionalsocialismo. Na
cabe duda de que esta cohesión permite destacar certeramente el trata­
miento compendiado del período de Hitler, sin que para ello deban per­
derse nunca de vista, naturalmente, los resultados a que se ha llegada
én los capítulos iv y vi.
N o desconocemos,' por otra parte, que este tipo de exposición tiene
también sus defectos. Simmel, por ejemplo, aun siendo un sociólogo in­
fluyente, es analizado, esencialmente, en relación con la filosofía impe­
rialista de la vida; entre un Rickert y un M ax Weber, entre un Dilthej
y un Freyer, entre un Heidegger y un C. Schmitt, etc., median íntimas
conexiones y, sin embargo, se trata de unos y otros en capítulos sépara-
dos. Son defectos-inevitables del método de exposición seguido, hacia
los que hemos querido llamar la atención ya desde aquí. Confiamos, sin
embargo, en que la claridad de la línea fundamental compensará estos
inconvenientes.
Hay que d ecir que nuestra obra apenas podía apoyarse en otros tra
12 SOBRE EL «RACIONALISMO COMO FENÓMENO INTERNACIONAL

bajos históricos anteriores. Aún no existe una historia marxista de la


V filosofía, y las obras burguesas resultan perfectamente inutilizables, desde
el punto de vista de nuestro planteamiento del problema. Y es natural
que sea así. Los historiadores burgueses de la filosofía alemana ignoran
totalmente la significación de M arx y del marxismo, o la reducen a las
mínimas proporciones. A ello se debe el que no puedan adoptar una
actitud certera, ni siquiera por aproximación y en lo tocante a los hechos,
ante la gran crisis de la filosofía alemana de la década del treinta y del
cuarenta, ni ante su fase posterior de decadencia. Para los hegelianos,
lo filosofía alemana termina coh Hegel; para los neokantianos culmina
con Kant, y el desconcierto llevado a ella por sus sucesores sólo puede
superarse con el retorno al filósofo de Königsberg. Eduard von Hartmann
trata de llegar a una "síntesis” de Hegel y el irracionalismo (el Schelling
de la última época y Schopenhauer), y así sucesivamente.
Para los historiadores burgueses, la crisis decisiva de la filosofía ale­
mana, la disolución del hegelianismo, cae, en todo caso, fuera de los
marcos de la historia de la filosofía. Los historiadores de la filosofía
del péríodo imperialista establecen ■— a base, esencialmente, de la afir­
mación del irracionalismo— , de una parte, una armonía entre Hegel y los
románticos y, de otra, entre Kant y Hegel, con lo que borran del mundo,
conceptualmente, todas las huellas de las importantes luchas entre
tendencias y trazan el camino unitario y exento de problemas y de con,-
«adic^iones. hacia el irracionalismo — afirmado— del período imperialista.
B f único historiador marxista, Franz Mehring, cuya obra es muy meri­
toria en otros terrenos, conoce demasiádo poco, exceptuado lóint, la
filosofía clásica alemana y, por otra parte, no penetra lo suficiente en los
rasgos específicos del período imperialista para poder trazar valiosas orien­
taciones en cuanto a nuestros problemas.
Hay un libro reciente en que se hace, por lo menos, un intento de
penetrar en la problemática de la trayectoria filosófica alemana: nos
referimos a la documentada obra de K . Löwith titulada Von Hegel zu
/ Nietzsche. En ella se intenta por vez primera, en la historia burguesa
de la filosofía alemana, incorporar orgánicamente a la trayectoria histó­
rica la disolución del hegelianismo y la filosofía,del joven M arx.
Pero el solo hecho de que el autor de este libro naga culminar el pro­
ceso en Nietzsche — y no precisamente para desenmascarar lo que en él
se encierra— demuestra claramente que no comprende los problemas
reales del período estudiado y que, allí donde da de bruces con elfos,
los vuelve decididamente del revés. Empeñado en ver la línea fundamental
del proceso en el camino de abandono de la filosofía hegeliana, pone
en el mismo plano a los críticos de Hegel situados a la derecha y a la
izquierda, principalmente a Kierkegaard y a M arx, y presenta su anta­
gonismo entre todos los problemas como una simple diferencia de temá­
SOBRE EL IRRACIONALISMO COMO FENÓMENO INTERNACIONAL 13

tica dentro de una orientación fundamental coincidente en esencia. En


estas condiciones y manteniendo semejante actitud, de suyo se comprende
que Lówith sólo puede apreciar entre los hegelianos del período de
disolución del hegelianismo (Ruge, B auer), Feuerbach y M arx, simples
diferencias de matiz dentro de una tendencia afín, sin ver en ellos nin­
guna clase de contraposiciones cualitativas. Como quiera que su libro ocupa
en la historiografía burguesa contemporánea de la filosofía una posición
casi única, por lo que al conocimiento de 1a, materia se refiere, citaremos
aquí un pasaje un poco extenso tomado de él, para que el lector pueda
juzgar por sí mismo cómo este método conduce, a la equiparación de
M arx y Kierkegaard y, por este camino, a resultados parecidos a los esta­
blecidos por algunos prefascistas "de izquierda” (p or ejemplo, H . Fischer,
M arx und Nietzsche a h Entdecker und Kritiker d e r D ek a d en z ). Fíe aquí
lo que dice Lówith:
"E n vísperas de la revolución de 1848, M arx y Kierkegaard expresa­
ron la voluntad de que se llegara a una decisión, en palabras que aún
no han perdido su validez, M arx e n .e l Manifiesto Comunista (1 8 4 7 ) y
Kierkegaard en su Mensaje literario ( 1 8 4 6 ) . El primer manifiesto con­
cluye con el grito de '¡Proletarios de todos los países-bunios!’ ; el se­
gundo, con la admonición de que cada cual debe trabajar por 'sí solo en su
propia salvación, pues de otro modo la profecía acerca de la persistencia
del mundo no pasará de ser una broma. Sin embargo, históricamente
considerados, estos dos criterios, contrapuestos no son más que dos aspec­
tos de la misma destrucción del mundo cristiano-burgués. M arx apela
para la revolución del mundo capitalitta-burgaés a la masa del proleta­
riado, mientras que Kierkegaard, en su lucha contra el mundo cristiano-
burgués, lo fía todo del individuo. A ello corresponde el que para Marx
la sociedad burguesa es una sociedad de 'individuos aislados’, en la que el
hombre vive enajenado en su 'esencia genérica’, al paso que 'K ie r­
kegaard ve en la cristiandad un cristianismo difundido en masa, pero
en el que nadie es discípulo de Cristo. Y , como Hegel había conciliado en
esencia estas contradicciones existentes, la sociedad civil con el Estado
y el Estado con el cristianismo, la decisión de M arx como la de Kierke­
gaard tienden a destacar la diferencia y la contradicción que se encierran
precisamente en aquellas mediaciones. M arx se fija en la. autoenajenación
que pata el hombre representa el capitalismo; Kierkegaard, en la que para
el cristiano representa la cristiandad.”
Como se ve, también aquí nos encontramos con una noche en la qüe
todos los gatos son pardos. Con semejantes trabajos preparatorios, poco
puede hacer, evidentemente, la historiografía marxista en el dominio
de esta materia.
Por último, debemos explicar por qué nuestra exposición se limita al
estudio del irracionalismo alemán, con contadas excepciones, como las de
14 SOBRE EL IRRACIONALISMO COMO FENÓMENO INTERNACIONAL

Kierkegaard y Gobineau. En el primer capítulo, intentamos esbozar las


condiciones especiales que hacían de Alemania terreno propicio para
el irracionalismo. Pero ello no obsta para que el irracionalismo sea un
fenómeno internacional, tanto en lo que tiene de lucha contra la idea
burguesa del progreso como en lo que encierra de hostilidad contra el
socialismo. Y no cabe la menor duda de que, en ambos períodos, se han
destacado en los más diversos países señalados representantes de la^reac-
ción social y política. Así, en Inglaterra, ya durante la Revolución fran­
cesa, Burke, y en Francia, posteriormente, Bonald, D e Maistre y otros.
Es cierto que estas figuras combaten la ideología de la Revolución francesa
sin llegar a desarrollar para estos fines, un nuevo método filosófico, como
se hará más tarde en Alemania. Hay alguno que otro intento en este
sentido, como por ejemplo el de Maine de Biran. Pero no cabe duda
de que tales intentos no llegaron ni con mucho a adquirir una repercusión
tan internacional y tan permanente com o un Schelling o un Schopenhauer,
ni los fundamentos del nuevo ¡rracionalismo se destacan tampoco en ellos
con la misma fuerza y en el terreno de los principios, como ocurre con
estos filósofos alemanes.
El auge imperialista del irracionalismo revela de un modo muy pal­
mario el papel dirigente de Alemania en este terreno. Y , al decir esto,
nos referimos, naturalmente, a Nietzsche, que se convirtió en modelo y
guía d e la reacción filosófica irracionalista, tanto en cuanto al contenido
como en cuanto al método, desde los Estados Unidos hasta la Rusia'"
¿arista, habiendo llegado a adquirir una influencia con la que no puede
compararse ni de lejos ningún otro ideólogo de la reacción. Más tarde,
fue Spengler el modelo internacional de las concepciones irracionalistas
en lo tocante a la filosofía de la historia, hasta llegar a Toynbée. Heideg- y
ger, por su parte, es el guía del existencialismo francés, habiendo llegado
a influir decisivamente, ya desde mucho antes, en Ortega y Gasset y
ejerciendo una influencia cada vez más profunda y peligrosa sobre el
pensamiento burgués de América, etc., etc.
Las causas determinantes de esta diferencia sólo podrían estudiarse,
naturalmente, á base de la historia concreta de cada uno de los diferentes
países. Sólo un estudio histórico así podría esclarece^ las tendencias espe­
cíficas que en Alemania cobraron su forma "clásica* llevada consecuen­
temente hasta el final, mientras que en otros países se quedaron a mitad
de camino. Tenemos también, es cierto, el caso Mussolini, con sus fuentes'
filosóficas tomadas de James, Pareto, Sorel y Bergson; pero, jii siquiera
en este caso descubrimos una repercusión’ internacional tan extensa .ni
tan profunda como la que corresponde al período de preparación de la
Alemania fascista y, más todavía, al período de Hitler. Por doquier ob­
servamos la presencia de todos los motivos del irracionalismo, y en este
sentido podemos decir que se trata, efectivamente, de un fenómeno Ínter-
SOBRE EL »RACIONALISM O COMO FENOMENO INTERNACIONAL 15

nacional, sobre todo en el período imperialista. Sin embargo, sólo en


casos extraordinariamente raros, aislados y episódicos se extraen de ellos
todas las consecuencias y se convierte el irracionalismo en una tendencia
tan general y tan dominante como en Alemania; y, en este sentido, la
hegemonía de la trayectoria alemana- sigue de pie. (A cerca de la situa­
ción actual, hablaremos en el Epílogo.)
Esta tendencia puede observarse ya antes de la primera Guerra Mun­
dial. Lo mismo que en Alemania, el irracionalismo adquiere entonces
formas muy desarrolladas en casi todos los países descollantes del período
imperialista. Así, en el pragmatismo de los países anglosajones, con Bou-
troux, Bergson y otros en Francia, y con Croce en Italia. Estas formas
revelan — con una profunda afinidad en cuanto a los fundamentos pre­
dominantes del pensamiento— una diversidad extraordinariamente a b i ­
garrada. Diversidad determinada, primórdialmente, por el carácter, ,/a
altura y la agudización de la lucha dé clases en cada país y, además, por,-',
la herencia filosófica del pasado y por el pensamiento directo del ad veré;
sario. En nuestro análisis pormenorizado de las distintas etapas de Iji
trayectoria alemana, nos esforzamos por derivar ésta, como ya se apunté
aquí, de las condiciones históricas concretas. Sin descubrir los funda- ‘.
mentos reales de la situación histórico-social, no hay análisis científico
posible. Y esto que decimos vale también, naturalmente, para las con- -
sideraciones que siguen. N o pretendemos en ellas; por modo a lg q n e j^
ofrecer hi siquiera un esbozo de una caracterización científica de ciertas
filosofías o corrientes filosóficas. Sólo tratamos de poner de relieve deter­
minados rasgos, los más generales, como emanados de la igualdad — ge- ;
neral— de Ja economía imperialista; emanados, por supuesto, en las
distintas etapas de desarrollo de los diversos países, en el proceso de
desarrollo desigual del imperialismo, el cual, aun siendo iguales los fun­
damentos, provoca al mismo tiempo diferencias concretas.
Aquí, sólo podremos, como es natural, ilustrar esta concepción nuestra
a la luz de unos cuantos ejemplos esbozados muy a la ligera. Necesidades“
ideológicas semejantes, determinadas como tales por 1a- economía impe­
rialista, hacen brotar, en condiciones sociales concretas distintas, variantes
o modalidades del irracionalismo muy diferentes y que, a veces, si se las
contempla superficialmente, parecen incluso contradictorias entre sí. Basta
pensar, por ejemplo, para comprender esto, en Croce y en W . James y en
el pragmatismo. Ambos pensadores se muestran, por lo que á sus pre­
decesores filosóficos inmediatos se refiere, en lucha contra determinadas
tradiciones de la filosofía de Hegel.
La simple posibilidad de esto, en la época imperialista, refleja la dife­
rencia que media entre la trayectoria filosófica alemana y la de otros
países occidentales. La revolución de 1 8 4 8 pone fin en Alemania al pro­
ceso de disolución dél hegelianismo; el irracionalista Schopenhauer se
16 SOBRE EL IRRACIONALISMO COMO FENÓMENO INTERNACIONAL

convierte en el filósofo conductor de la Alemania posrrevolucionaria, del


período de preparación de la instauración del Imperio bisma-rckiano. En
los países anglosajones y en Italia, en cambio, sigue la filosofía de Hegel
ocupando un puesto predominante aun en este período, y hasta cobra una .
influencia redoblada. Ello se debe a qué la idea burguesa del progreso
no ha caído todavía, en estos países, en una crisis abierta y clara, como en.
Alemania; la crisis, aquí, permanece latente y oculta; la idea del progreso
no hace más que achatarse y diluirse de un modo liberal, a tono córalos
acontecimientos del año 1848. En el terreno filosófico, ello trae como
consecuencia el que la dialéctica hegeliana pierda completamente su ca­
rácter de "álgebra de la revolución” (H e rz e n ), el que se tienda a acoplar
cada vez más a Hegel, a Kant y al kantismo. Esto explica por qué un
hegelianismo, de este tipo puede,'principalmente en los países anglosa­
jones, ofrecer un fenómeno paralelo al de los avances de una sociología
que predica también un evolucionismo liberal, como ocurre sobre todo
con la de Herbert Spencer. Digamos de pasada que también en los restos
del hegelianismo alemán se advierte un proceso semejante de retorno a
Kant, pero que, por el desplazamiento general de toda la corriente hege­
liana, no llega a adquirir tanta importancia como en el occidente. A este
propósito, bastaría con remitirse a la trayectoria de Rosenkranz y de
Vispher, quien puede considerarse como jiña avanzada en el camino de la
fijpspfía ,del, imperialismo, por cuanto que su viraje hacia Kant lleva ya
implícita; Ц interpretación irracionalista dé este filósofo.
Croce no ,se ¡ halla directamente, ni mucho menos, bajo la influencia
de Vischer, pero su actitud a p t e l l e g e l ( y ante el Vico por él "descu­
bierto” y propagado) se mueve por los mismos o parecidos derroteros:
los del irracionalismo, En este respqpto, presenta, pues, muchos puntos de
contacto con el hegelianismo alemán posterior, el del período imperia­
lista, aunque con la importantísima diferencia de que éste concibe la s u -.
puesta filosofía hegeliana renovada a modo de ideología aglutinante de la
reacción a la que se trata de agrupar (incluido él naciolasocialismo),
mientras que Croce sigue ateniéndose al liberalismo — abundantemente
salpicado, es cierto, de ideas reaccionarias—■ del período imperialista y
rechaza filosóficamente el fascismo. (E n cambio, el otro dirigente italia­
no del hegelianismo, Gentile, se convierte temporalmente en ideólogo
del "período de consolidación” del fascismo.)
Cuando Croce separa lo que él llama "lo vivo” en Hegel de "lo
muerto”, hay que decir que lo primero es, cabalmente, un irracionalismo
liberalmente moderado, y lo segundo la dialéctica y la objetividad. Y
ambas tendencias tienen como contenido fundamental la repulsa contra
el marxismo. El momento filosóficamente decisivo, en esta actitud, es una
radical subjetivación de, la historia, la radical ,eliminación de ella de tffdo
lo que sean leyes. "U na ley histórica, un concepto histórico —-dice Croce—■
SOBRE EL »RACIONALISM O COMO FENÓM ENO INTERNACIONAL 17

envuelven una verdadera contradictio in adjecto." La historia, dice Croce


en algún otro lugar, es siempre una historia del presente. Lo que no sólo
entraña, manifiestamente, una estrecha afinidad con la tendencia de
Windelband-Rickert en Alemania, con su inicial irraeionalización de la
historia, sino que, además, reduce a un irracionalismo subjetivista el modo
como Croce interpreta el planteamiento de un problema dialéctico y real,
a saber: que el conocimiento del presente (es decir, de la fase hasta hoy
más alta de una línea de desarrollo) nos da la clave para comprender las
fases menos desarrolladas del pasado.. La historia se convierte, por este
camino, en arte, y, como es natural, en un arte concebido a la manera
de Croce, en el que una perfección puramente formalista se empareja
con la intuición, como supuesto órgano exclusivo de creación y de ade­
cuada receptividad. La razón se ve expulsada, así, de todos los dominios
de la actividad social del hombre, con excepción de un campo — que
ocupa en el sistema un lugar subordinado— de la práctica económica
y de otro dominio — que el mismo sistema concibe también como subor­
dinado e independiente de la verdadera realidad— , el de la lógica y las
ciencias naturales. (E n lo cual se advierte también el paralelismo con
Windelband y Rickert.) En una palabra, Croce crea un ‘"sistema” del
irracionalismo apto para el uso decadente burgués del parasitismo en el
período imperialista. Claro está que este irracionalismo fue considerado
como insuficiente por parte de la extrema reacción, ya antes de la primera
Guerra Mundial, como lo demuestra la oposición de derecha contra Croce
por parte de Papini y otros. Y es muy significativo — como contraste con
Alemania— que este irracionalismo liberal-reaccionario de Croce haya
podido mantenerse hasta hoy como una de las ideologías, predominantes
de Italia.
El pragmatismo, entre cuyos representantes sólo nos referiremos aquí
al más destacado, a W . James, es, por su esencia filosófica, bastante más
radical en su irracionalismo, aunque sin que por ello vaya resueltamente
más allá que Croce. Lo que ocurre es que el público a quien James se
propone ofrecer un sustitutivo de la concepción irracionalista del mundo,
es completamente distinto. Cierto es que la situación parece presentar
ciertas analogías, si nos fijamos en el panorama directo de fondo de la
historia de la filosofía y en los predecesores inmediatos con los que
se entronca polémicamente James. En ambos casos se trata, en efecto, de
llamados hegelianos que son, en realidad, idealistas subjetivos francos
o encubiertos, kantianos. Pero la actitud que se adopta ante estos prede­
cesores es diametralmente opuesta, en uno y otro caso. Mientras que
Croce continúa aparentemente las tradiciones de Hegel (y de V ico ), para
encauzarlas en realidad hacia el irracionalismo, James declara una guerra
abierta a estas tradiciones de los países anglosajones.
Esta polémica abierta muestra una gran afinidad con la trayectoria eu-
18 SOBRE EL ¡»RACIONALISMO COMO FENÓMENO INTERNACIONAL

ropea. James procede como Mach y Avenarius, quienes, dirigiendo al pare­


cer sus ataques contra el anticuado idealismo, luchaban decididamente, en
realidad, contra el materialismo filosófico. Y _ se muestra también muy
cerca de ellos en el hecho de que esta combinación de una lucha real
con trad i materialismo con. ataques aparentes contra el- idealismo se arroga
la pretensión de presentar una "nueva*'filosofía, que sesobrepone. por-
fin a la vieja" y falsa contraposición de materialismo e idealismo, descu­
briendo en el campo filosófico una "tercera vía” . Y , como esta afinidad
abarca sobre poco más o menos todos los problemas esenciales de la
filosofía, debe servir de base para enjuiciar el pragmatismo.
Sin embargo, las diferencias, precisamente desde nuestro punto de
vista, son igualmente importantes. Sobre todo, porque el irracionalismo,
implícitamente contenido ya en el machismo y que en él va manifestán­
dose poco a poco, se revela en James de un modo explícito y en todas
sus consecuencias. Esto se expresa, entre otras cosas, en el hecho de que
Mach y Avenarius aspiren, sobre todo, a una fundamentación de las
ciencias naturales exactas en el campo de la teoría del conocimiento y
pretexten adoptar una actitud perfectamente neutral en los problemas refe­
rentes a la concepción del mundo, mientras que James, por su parte,
aduce cabalmente la pretensión de poder dar respuesta a esos problemas
ideológicos por medio de su nueva filosofía. Ésta es.la razón de q u e p o
apele directamente a círculos dé sabios relativamente restringidos, sino
aspire a satisfacer las necesidades ideológicas de la vida cotidiana,
del hombre medio. Sólo en apariencia envuelve una simple diferencia ter­
minológica el. que los machisfas presenten la "economía del pensamiento”
como criterio epistemológico de la verdad, al paso que James equipara
entre sí la verdad y la utilidad (p ara el individuo concreto de que se
trata y en cada ca so ). Con ello, James, de una parte, extiende la validez
de la teoría machista del conocimiento a la vida toda, dándole un acento
resueltamente vitalista, y, de otra parte, le asigna una vigencia más gene­
ral, que trasciende de la técnica de la "economía del pensamiento” .
También en esto se trasluce claramente la actitud fundamental del irra­
cionalismo frente a la dialéctica. Es tesis fundamental del materialismo
dialéctico la de que la práctica constituye el criterio de la verdad teórica.
La exactitud o inexactitud de los reflejos conceptuales de una realidad
objetiva que existe independientemente de nuestra conciencia o, más exac­
tamente, el grado en que nos aproximamos a ella, se comprueba sola­
mente en la práctica y a través de ésta. James, que comprende claramente
las limitaciones, la impotencia del idealismo metafísico y se refiere re­
petidas veces a ellas (diciendo, por ejemplo, que el idealismo concibe
el mundo "como algo acabado y perfecto desde toda eternidad” , mientras
que el pragmatismo trata de comprenderlo en su devenir), aleja tanto
de la teoría como de la práctica toda relación con la realidad objetiva, con­
SOBRE EL IRRACIONALISIMO COMO FEN ÓM ENO INTERNACIONAL 19

virtiendo así la dialéctica en un irracionalismo subjetivista. Y lo reconoce,


además, abiertamente, tratando de satisfacer con ello las necesidades
ideológicas del man in the Street norteamericano. En la vida diaria
de los.negocios hay que estar atentos a la realidad y observarla con toda
precisión, para no exponerse al peligro de una bancarrota (sin perjuicio
de no negar en el plano de la teoría del conocimiento su verdad obje­
tiva, independiente de la conciencia), pero en todos los demás terrenos
campa por sus respetos, sin freno alguno, la arbitrariedad irracionalista.
"E l mundo práctico de ios negocios — dice James— es, a su vez, racional
en el más alto grado para el político, para el militar y para el hombre
dominado por el espíritu de los negocios. . . Pero es irracional para el
temperamento moral’ y artístico.”
Nos encontramos aquí con una nota muy importante del irracionalis-
mo: uno de los servicios más señalados que esta filosofía presenta a la
burguesía reaccionaria consiste precisamente en ofrecer al hombre cierto
"confort” en lo tocante a la concepción del mundo, la ilusión de una
libertad total, la ilusión de lá independencia personal y la dignidad moral
e intelectual, en una conducta que lo vincularen todos y cada uno de sus
actos a la burguesía reaccionaria y lo convierte en servidor incondicio­
nal suyo.
En nuestros análisis detallados ulteriores, veremos cómo este "confort”
sirve de base también al "sublime” ascetismo de la filosofía irradona-
íista, en un Schopenhauer o en un Kierkegaard, por ejemplo. James
expresa esta idea con el cinismo simplista del hombre de negocios norte-A
americano, seguro de su triunfo y consciente de sí mismo, dando satis-'
facción así a las necesidades ideológicas del tipo Babbit. También éste
desea, como Sinclair Lewis, su creador en la novela, expone tan excelen­
temente, ver asegurado su derecho a una intuición eminentemente per­
sonal; también él comprueba en la práctica que, para el auténtico n o rte-(
americano, verdad y utilidad son conceptos sinónimos, en su modo de
conducirse. Claro está que el grado de conciencia y el cinismo de James
ocupan, en el plano del pensamiento, un lugar un poco .más alto que los
del Babbit de Sinclair Lewis. Por ejemplo, James rechaza el idealismo,
pero no se olvida de rendirle una cierta reverencia pragmática, en la
medida en que es útil para el comportamiento cotidiano, puesto que con­
tribuye a elevar el confort filosófico. Por eso dice, refiriéndose a lo que
hay de absoluto en el idealismo: "Garantiza las vacaciones morales. Como
(o hace también toda convicción religiosa.”
Pero este confort sería, intelectualmente, poco eficaz si no llevara con­
sigo una enérgica repulsa del materialismo, una supuesta refutación de la
concepción del mundo basada en fundamentos científicos. Y , en este
punto, James toma también su tarea con una comodidad bastante cínica.
N o se molesta — como pragmático consecuente—- en aducir ni un solo
20 SOBRE EL IRRACIONALISMO COMO FENÓM ENO INTERNACIONAL

argumento real contra el materialismo; se limita a consignar que éste,


en cuanto principio para la interpretación del mundo, no es en modo
alguno "más útil” que la fe en Dios. "P o r llamar a la causa del mundo
la materia — dice— , no le sustraeremos una sola de sus partes integran­
tes, del mismo modo que no aumentaremos su riqueza si llamamos a su
causa D i o s .. . El Dios, cuando lo tengamos, aportará exactamente lo
mismo que los átomos, y merecerá de nosotros la misma gratitud que
éstos, ni más ni menos.” Con lo cual Babbit puede seguir creyendo tran­
quilamente en Dios, en el Dios de cualquier religión o secta, esto es
indiferente, sabiendo que, al hacerlo, no infringe para nada los postulados
que la ciencia plantea a un up to date gentleman.
La mitomanía no se manifiesta nunca en James con uñ contenido
/ tan claro como en un Nietzsche, por ejemplo, quien en su teoría del
conocimiento y en su ética revela, por lo demás, muchos rasgos prag­
máticos, pero el norteamericano sienta una base epistemológica y hasta
proclama un deber moral que permite y obliga a todos los Babbits a
crear o aceptar en todos los órdenes de la vida Ibs mitos que les convengan
para.su uso personal, los que más útiles les parezcan: el pragmatismo
¡se encarga de tranquilizar, en este punto, su conciencia intelectual. Por su
J misma carencia de contenido y su superficialidad, el pragmatismo es una
^ esp ecie de bazar de ideologías, el que necesitaba cabalmente la Norteamé­
rica d tfla anteguerra con su perspectiva de una prosperidad y una segu-
ridadilimitadas.
Huelga decir que, al ponerse éri acción el, pragmatismo en otros paí­
ses, bajo las condiciones de agudización y desarrollo de la lucha de
clases, sus elementos puramente implícitos fueron cobrando rápidamente,
como es natural, una forma explícita. El testimonio más claro de ello lo
tenemos en Bergson. Lo que no quiere decir, en modo alguno, como fácil­
mente se comprende, que el pragmatismo ejerciera una influencia directa
sobre este pensador francés; se trata, por el contrario, también en este
caso,' de tendencias paralelas, paralelismo que venía a realzar, además,
en el plano subjetivo, el hecho de que Bergson y James sintieran una
mutua estimación por sus respectivas doctrinas. Rasgos comunes a am­
bos filósofos son la repulsa de la realidad ót>jetiva y la negación de su
cognoscibilidad racional, la reducción del conocimiento a una utilidad
puramente técnica, la apelación al intuitivismo en la captación de la ver­
dadera realidad, considerada en esencia como irracionalista. Pero, dentro
de esta tendencia fundamental común, se.jnani£iestan entre ambas filoso­
fías diferencias no desdeñables de acento y proporciones, cuyas causas
deben buscarse en las distintas sociedades sobre las que actuaron y, por
consiguiente, en las diferentes tradiciones del pensamiento a las que se
engarzan, afirmándolas o negándolas.
De una parte, Bergson desarrolla el moderno agnosticismo de un modo
SOBRE EL «RACIONALISM O COMO FEN ÓM ENO INTERNACIONAL 21

mucho más audaz, y resuelto que James, hasta convertirlo en una franca
proclamación de mitos; de otra parte, su filosofía se endereza mucho más
exclusivamente, por lo menos durante los años de su decisiva influencia
internacional, a criticar las concepciones de las ciencias naturales, a des­
truir sus títulos de legitimidad para proclamar verdades objetivas, a
suplantar ideológicamente las ciencias naturales por problemas biológi­
cos, erigidos también en problemas de la vida social. Es ya muy tarde
cuando aparece su libro sobre ética y religión, que no llega a alcanzar,
ni con mucho, la repercusión de sus mitos biológicos anteriores. La intui­
ción bergsoniana se proyecta hacia el exterior como la tendencia encami­
nada a destruir la objetividad y la verdad del conocimiento de las ciencias
naturales, y hacia el interior como la introspección del individuo parasi­
tario del período imperialista, aislado y al margen de la vida social. (N o
es una coincidencia casual, ni mucho menos, el que fuese Proust, en lite­
ratura, el autor más influido por Bergson.)
El contraste no sólo con James, sino sobre todo con Bergson, se aprecia
tangiblemente, si nos fijamos en los contemporáneos y admiradores ale­
manes de estos dos pensadores. La "contemplación genial” de Dilthey,
también intuitiva, la intuición de Simmel y Gundolf, la "visión esencial”
de Scheler, etc., van dirigidas desde el primer momento a la sociedad, y del
alcance social de las ideas de Nietzsche y Spengler no hace falta hablar.
La aversión a la objetividad y a la racionalidad se revela aquí en seguida y
directamente como una toma de posición decidida contra el progreso
social. En Bergson, esto sólo se observa indirectamente, y aunque no
cabe duda de que su obra posterior de carácter ético y religioso tiene una
orientación marcadamente mística y reaccionaria, no llega ni con mucho,
en estas aberraciones, a los extremos del irracionalismo alemán por los
años en que vieron la luz aquellos libros del pensador francés. Lo cual
no significa, naturalmente, que no derivase también por estos derroteros la
influencia ejercida en Francia por Bergson; a este propósito, habremos
de referirnos en definitiva con cierto detalle a Sorel. Pero esta influencia se
manifiesta también en otras figuras, desde el viraje de Peguy hacia la reac­
ción católica hasta los inicios del hoy agente degaulista R. Aron.
Insistimos, sin embargo, en que los ataques de la filosofía bergsoniana
s.afi dirigidos, en lo fundamental, contra la objetividad y la cientificidad
del conocimiento en las ciencias naturales. En el terreno epistemológico, la
i.intrn posición abstrarta-y escueta entre la racionalidad- y la intuición.Irra-
cíonalista llega a su apogeo, por lo que a Bergson se refiere, con el im­
perialismo de anteguerra. Lo que en Mach era todavía algo circunscrito
a la teoría del conocimiento, lo que en James se había desarrollado ya
hasta convertirse en una fundamentación general de mitos individuales
subjetivos, cobra en Bergson la forma de una concepción del mundo
coherente, místico-irracional, que viene a contraponer un movido y abí-
22 SOBRE EL IRRACIONALISM0 COMO FENÓM ENO INTERNACIONAL

garrado cuadro metafísico a la imagen del mundo de las ciencias natu­


rales, cuya pretensión de conocimiento objetivo de la realidad rechaza
Bergson tan escuetamente como Mach o James, para concederles, al
igual que éstos, una utilidad puramente teCnicista: al mundo inanimado,
muerto y anquilosado en el espacio contrapone un mundo de movimiento,
de vida, de tiempo y de duración. Lo que en Mach era la apelación
puramente agnóstica a la inmediatividad subjetiva de la percepción se
remonta, en Bergson, a una concepción del universo basada en- la intui­
ción radicalmente irracionalista.
También en esto se revela claramente, el carácter fundamental del irra­
cionalismo moderno. Al fracaso del tratamiento metafísico-mecánico de Ja
dialéctica de la realidad, causa de la crisis general de las ciencias natu­
rales en el período imperialista, no opone Bergson el conocimiento del
movimiento dialéctico real y de sus leyes, pues esto sólo puede hacerlo
el materialismo dialéctico. Por el contrario, la obra de Bergson radica en
haber descubierto una imagen del mundo que, por debajo de la cauti­
vadora apariencia de una movilidad viva, viene a restaurar en realidad
el estatismo reaccionario. Pondremos un ejemplo clave para ilustrar esta
situación. Bergson combate lo que hay de mecánico y de muerto en las
doctrinas evolucionistas del tipo Spencer, pero a la par con ello niega,
en biología, la herencia de los caracteres adquiridos. Por tanto, toma posi-
¡dones contra la teoría real de la evolución precisamente en el problema
j en que se planteaba la necesidad y la posibilidad de desarrollar dialéctica­
mente las doctrinas de Darwin (como más tarde habrían de hacerlo Mit-
churin y Lysenko, a base del m aterialism o'dialéctico). Con lo cual su
filosofía viene a entroncarse, ante todo, con aquel movimiento interna­
cional encaminado a la destrucción de la objetividad de las ciencias natu­
rales iniciado por Mach y Avenarius y que, en el período imperialista,
encontró también representantes muy señalados en Francia; bastará con
citar los nombres de Poincaré y Duhem.
La significación ideológica de estas tendencias fue especialmente gran­
de en Francia, donde las tradiciones de la Ilustración (y, con ellas, las del
materialismo y el ateísmo) tienen raíces mucho más hondas que en Ale­
mania. Como hemos visto, con su creación de mitos decididamente irra­
cionalistas, Bergson salta por encima de esta, orientación, endereza sus
ataques ideológicamente, contra la objetividad y la racionalidad; contra
ios postulados de la razón (otra vieja tradición francesa), y preconiza
una concepción irracionalista del mundo. Con lo cúal da a los críticos de
la vida capitalista en el campo de la derecha, de la reacción, que venían
manteniéndose activos desde hada largos años, una base filosófica, la
apariencia de una consonancia con los más recientes resultados de las cien­
cias naturales. Mientras que la mayoría de los anteriores ideólogos reac­
cionarios de Francia dirigían casi siempre estos tiros en nombre del
SOBRE EL IRRACIONALISMO COMO FENÓMENO INTERNACIONAL 23

realismo y el ultramontanismo, lo que los condenaba de antemano a


influir solamente en los círculos decididamente reaccionarios, la filosofía
bergsoniana apela ahora también a los intelectuales descontentos de la
corrupción capitalista de la Tercera República que comienzan a orientarse
también, en la izquierda, hacia el, socialismo. Como todo importante filó­
sofo irracionalista que abraza la filosofía de la vida, Bergson "profun­
diza” este problema como, algo que gira en torno a la contraposición
ideológica general entre lo muerto y lo vivo, y sin necesidad de que
Bergson lo señalara expresamente, los círculos influidos por él comprenden
fácilmente que lo muerto a que se alude es la democracia capitalista
y que su actitud de oposición contra ella encontraba un punto de apoyo
en la filosofía de Bergson. (A la luz del caso de Sorel procuraremos
ilustrar cómo se manifestó esto de un modo concreto.)
En este sentido, podemos decir que Bergson ejerció en Francia, durante
el período de crisis, a finales del siglo XIX y comienzos del xx (affaire
Dreyfus, e tc .), una influencia semejante a la de Nietzsche en Alemania,,^
por los días de la derogación de la ley contra los socialistas. La diferencia
estriba también aquí en que la filosofía irracionalista de la vida de N ietz­
sche era un llamamiento franco a la actividad antiimperialista reaccionaria,
antidemocrática y antisocialista, mientras que Bergson no proclamaba
abiertamente estas metas, sino que se limitaba a predicarlas bajo una
forma ideológica general, y hasta adoptando una posición neutralista. ,
Pero esta aparente neutralidad política de Bergson no sólo venía a
confundir y extraviar a los intelectuales que pasaban por una crisis ideo­
lógica, sino que los desorientaba y extraviaba precisamente en un sentido
reaccionario. (E l caso que mejor nos permite estudiar esta influencia dé
Bergson es el de Peguy.) He aquí cómo caracteriza, con palabras muy
certeras, la esencia reaccionaria del abstraccionismo bergsoniano el filósofo
francés G . Politzér, combatiente comunista de la resistencia, asesinado
por H itler: "Fundirse con toda la vida, vibrar con la vida toda, significa
permanecer frío e indiferente ante la vida: las auténticas emociones se
esfuman en el medio de la sensibilidad universal. Un pogrom se des­
arrolla en duración (d u ré e ) ni más ni menos que una revolución: tratando
de captar los momentos de la duración en su colorido individual y admi­
rando la dinámica de la confusión de estos momentos, se olvida cabal­
mente que en un caso se trata de un progrom y en el otro de algo muy
distinto, de una revolución.” Palabras que ponen claramente de relieve
lo que une a este importantísimo representante del irracionalismo europeo
occidental, es decir, a Bergson, con la figura central moderna de esta ten­
dencia en Alemania, con Nietzsche y, al mismo tiempo, cuán por debajo
de éste se halla aquél, necesariamente — por la distinta trayectoria de
ambos países— , en cuanto a concreción y decisión, en el desarrollo, de una
concepción del mundo reaccionario e irracional.
24 SOBRE EL IRRACIONALISMO COMO FENÓMENO INTERNACIONAL

Esta diferencia se acusa también en relación con las tradiciones filo­


sóficas. Mientras que en Alemania la ofensiva contra el racionalismo car­
tesiano parte ya del Schelling de la última época, para cobrar en el
período de Hitler, como veremos más adelante, su forma más alta, la de
la repulsa de los filósofos burgueses progresivos, y la de la canoniza­
ción de todos los filósofos rematadamente reaccionarios^ Bergson y el
bergsonismo se mueven en la línea de trastrocar, mediante una interpre­
tación exenta de polémica, el sentido de los filósofos del progreso. Cierto
es que Bergson critica a los positivistas, incluyendo a Kant, y apela a los
místicos franceses por el estilo de Madame Guyon; pero, a pesar de todo,
no puede decirse que ni él ni sus secuaces repudien resueltamente la gran
tradición francesa. Tampoco en el transcurso de Ja evolución posterior.
Así, vemos cómo J. W ahl, pese a sus estrechas concomitancias con el
existencialismo, intenta salvar el entronque interno de Bergson con Des­
cartes hasta el punto de establecer un paralelismo entre su cogitó, ergo
sum y la tesis bergsoniana de Je dure, done je suis. Estamos ante un
trasunto exacto de la posición que, entre los, alemanes, adopta un Simmel
ante Kant o un Dilthey ante Hegel, cuando tratan de trastrocar su sentido,
convirtiéndolos mediante su interpretación en irracionalistas. Y , en Fran­
cia, esta fase no es superada tampoco por la escuela existencialista, que
afirma también su "ortodoxia” cartesiana.
Está concreción del plinto hasta donde llega Bergson por el camino
del irracionalismo no quiere decir, ni mocho menos, que en Francia no
hayá habido una reacción ideológica militante. Por el contrario. Todo
el período imperialista está imbiiido de ella (baste citar los nombres de
Bourget, Barres, Maurras, e tc .). Lo que ocurre es que, en esta reacción
ideológica, el irracionalismo filosófico no llega imperar, ni con mucho,
en el mismo grado que en Alemania. En el terreno de la sociología, en
cambio, la ofensiva reaccionaria abierta es todavía más aguda allí que
entre los alemanes. El tardío desarrollo del capitalismo alemán y la ins­
tauración de la unidad nacional bajo la forma reaccionario-aristocrática
del imperio bismarekiano trajeron, incluso, como consecuencia el que la
sociología, como ciencia típica del período apologético de la burguesía,
sólo pudiera imponerse en Alemania a duras pena¿, después de vencer
los grandes obstáculos interpuestos en su camino por la ideología de los
vestigios feudales. Y , en su lugar oportuno, veremos cómo la sociología
alemana, en su crítica de la democracia, se limita a_ elaborar muchas
veces los resultados de la sociología occidental y a desarrollarlos a tono
con las metas específicas de Alemania.
N o podemos tratar aquí, ni siquiera por encima, como fácilmente se
comprende, de la sociología occidental. Nos limitaremos a decir que los
sociólogos desarrollan sencillamente las ideas introducidas por los fun­
dadores de esta nueva ciencia burguesa: el escrupuloso desgajamiento de
SOBRE EL IRRACIONALISIMO COMO FENÓM ENO INTERNACIONAL 25

los fenómenos- sociales de su base económica, el encuadramíento de los


problemas económicos en otra ciencia, totalmente aparte de la sociología.
Con esto, ya por sí solo, se persigue y se consigue una finalidad apologé­
tica. La deseconomización -de la sociología entraña, al mismo .tiempo, su
deshistorizacién: de. este ...modo, pueden .ios criterios determinantes de la
sociedad capitalista — expuestos bajo una-deformación apologética— pre­
sentarse como categorías "eternas” de toda sociedad en general. Y no
creemos que valga la pena pararse a demostrar que semejante metodología
no persigue otro fin que el de hacer ver, directa o indirectamente, la
imposibilidad del socialismo y de toda revolución.
Entre la muchedumbre temática casi inabarcable de la sociología occi­
dental, destacaremos aquí solamente dos motivos, muy importantes para
el desarrollo filosófico. Uno de ellos determina la aparición de una ciencia
especial, la "psicología de las masas” . Su representante más caracteri­
zado, Le Bon, contrapone, brevemente resumido su pensamiento, la psico­
logía de la masa, como la de lo puramente instintivo y bárbaro de la
racionalidad, al pensamiento civilizado del individuo. Por tanto, cuanto
más influyan las masas en la vida pública, más en peligro se hallarán
los resultados del desarrollo cultural de la humanidad. Y , al paso que
estas doctrinas llaman a la lucha contra la democracia y el socialismo en
nombre de la ciencia, otro destacado sociólogo del período imperialista,
Pareto, entona un himno consolatorio inspirado en la misma sociología.
Si la historia de todos los cambios sociales —diremos, resumiendo tam­
bién muy someramente su pensamiento— no es más que el relevo de una
élite vieja por otra nueva, podemos llegar a la conclusión de que ios
fundamentos "eternos" de la sociedad capitalista están sociológicamente
a salvo y no hay ni que hablar de un tipo fundamentalmente nuevo
de la sociedad, de la sociedad socialista. Son los mismos principios que el
alemán R. Michels, más tarde partidario de Mussolini, quiso aplicar
al movimiento obrero, valiéndose del hecho de la aparición de una buro­
cracia obrera bajo las condiciones del imperialismo, a las que él, natural­
mente, no se refiere para nada, con el fin de.presentar como un fenómeno
sociológico sujeto a leyes el aburguesamiento necesario de todo movi­
miento obrero.
Lina posición especial ocupa en la filosofía y la sociología occidentales
G. Sorel. Lenin le llamó una vez, de pasada, "el conocido confusionista” .
Y con toda razón. En él se mezclan y confunden, en efecto, las premisas y
las conclusiones más burdamente contradictorias entre sí.- Por sus convic­
ciones ideológicas, Sorel es un pensador netamente burgués, un típico
intelectual pequeñoburgués. Acepta, tanto en el terreno económico como
en el filosófico, la revisión, bernsteiniana de M arx. Rechaza, bon Bern-
stein, la dialéctica interna del desarrollo económico, y principalmente la del
capitalismo, como axn proceso que conduce necesariamente a la revolución
SOBRE EJL IRRACIONALISMO COMO FENOMENO INTERNACIONAL

xoletaría; y,-£n consonancia con ello y siguiendo también a Bemstein,


qpudia lad ialéctica como método filosófico, que sustituye por el prag-
atismo de Jám ea y, sobrejodo,. por l» 4 a t« iá ó n bergsoniana. Toma de la
sociología burguesa de su tiempo la idea de la irracionalidad del movi­
miento de masas y, a la par con ella, la coacepción de la élite de
Pareto. Y considera el progreso como una ilusión típicamente burguesa,
empleando para ello, en su mayor parte, las argumentaciones de los
ideólogos de la reacción. \
Y , partiendo de todas estás premisas reaccionarias tomadas del idea­
lismo burgués, dando un ideológico salto mortal auténticamente irra­
cionalista, desarrolla la teoría de la revolución proletaria "pura”, el mito
de la huelga general, el mito del recurso proletario a la violencia. Es la
típica estampa de la rebeldía pequeñoburguesa: Sorel odia y desprecia
la cultura de la burguesía, pero sin acertar a desprenderse en ningún
punto concreto de su influencia, que determina y preside todo su modo
de pensar.
Por eso, cuando su odio y su desprecio pugnan por cobrar expresión,
el resultado no puede ser otro que un salto irracionalista a lo totalmente
desconocido, a la nada pura. Lo que Sorel llama "proletario” no es más
que la negación abstracta de todo lo burgués, sin contenido concreto al­
guno. Tan pronto como se para a pensar, piensa irremediablemente en
contenidos burgueses y en formas burguesas. L a intuición bergsoniana,
el datacionalismo de la durée reelle, cobra en él, por tanto, el acento de
una utopía de la más acabada desesperación. Y esta carencia abstracta
de todk) contenido se expresa, cabalmente, en el mito soreliano. Sorel
rechaza de antemano toda política y adopta Una actitud absolutamente
indiferente ante los objetivos y los medios concretos reales de cada huelga
particular: la intuición irracionalista, el mito sin contenido forjado por él,
se halla totalmente al margen de la realidad social tangible, y no es otra
cosa que un salto estático al reino de la nada.
Y en esto reside precisamente la causa de la fascinación ejercida por
Sorel sobre una determinada capa de la intelectualidad, bajo el impe­
rialismo; esto y no otra cosa es lo que explica por qué este irracionalismo
puede convertir patéticamente el descontento ante la sociedad capitalista
en el apartamiento de toda lucha real en contra de ella. Y si el realismo de
Sorel no fue más que un episodio, no cabe duda de que no puede consi­
derarse ya como algo puramente episódico el que, al producirse la gran
crisis revolucionaria, al final de h primera Guerra Mundial, pudiera
este confusionista entusiasmarse simultáneamente por un Lenin, un Mus-
solini y un Ebert.
El indiferentismo, la falta de orientación, que Politzer reprocha a Berg-
son aparece en Sorel, formalmente, como una actividad patética, pero sin
llegar a superar nunca su verdadera carencia de orientación. Y es evi­
SOBRE EL IRRACIONALISIMO COMO FENÓM ENO INTERNACIONAL 27

dente que no. fue algo puramente casual el hecho de que esta teoría del
mito soreliano, tan absolutamente vacío de contenido,. ofreciera, por lo
menos temporalmente, un punto de apoyo ideológico a Mussolini. Claro
está que el confusionismo espontáneamente irracionalista de Sorel se con­
vierte aquí en una consciente demagogia. Pero semejante transformación
■— y esto es lo importante— pudo llevarse á cabo sin necesidad de una
reestructuración esencial en lo tocante al contenido y al método. El mito
'de Sorel es algo tan exclusivamente emocional y carente de contenido, que
podía convertirse sin esfuerzo alguno en el mito demagógicamente explo­
tado por el fascismo. Cuando Mussolini dice: "Hemos creado nuestro
mito. El mito es una fe, una pasión. N o es necesario que sea una reali­
dad. Lo que le infunde realidad es el hecho de que estimula, da fe e
inculca valor”, estamos oyendo hablar al mismo Sorel, a través del cual
se convierten en vehículo de la ideología fascista el pragmatismo y la
intuición bergsoniana.
En el vehículo de un fascismo, ciertamente, que, a pesar de sus horro­
res, no llegó a alcanzar nunca la significación universal de aquel azote
que el hitlerismo fue para el mundo entero. (E s característico, por ejem­
plo, que el fascismo de Horthy, en Hungría, que tan estrechas concomi­
tancias mantenía con el italiano, tomara su ideología, sin embargo, de la
Alemania que entonces se hallaba todavía en la etapa prefascista.) Y es
cierto que también en este punto el entronque ideológico de Mussolini
con Bergson, James y Sorel fue mucho más tenue y más formal que el
que llegó a fraguarse entre Hitler y el irracionalismo alemán. Pero, hechas :
todas estas reservas, es evidente que este solo hecho ilumina claramente
lo que aquí y en lo sucesivo se trata de demostrar, a saber: que no existen ;
posiciones filosóficas "inocentes". Para los efectos de su responsabilidad
ante la humanidad es de todo punto indiferente el hecho de que la
ética y la filosofía de la historia de Bergson no condujesen directamente.
en él a copsecuencias fascistas, si tenemos en cuenta cómo Mussolini pudo
desarrollar a base de su filosofía, sin necesidad de falsearla ni retorcerla,/
una ideología del fascismo; del mismo modo que no puede alegarse en¡
descargo de Spengler o de Stefan George, como precursores ideológicos',
de Hitler, el que sus doctrinas no correspondiesen enteramente a los gustos;
personales del "nacionalsocialismo” ya instaurado. El simple hecho de los ;
entronques y las conexiones aquí señalados debiera ser un importante
disáte moniti (sabed que estáis advertidos) para todo intelectual honrado
del mundo occidental. Ello demuestra que allí donde levanta cabeza el
irracionalismo, en filosofía, lleva implícita ya, por lo menos, la posibili­
dad de una ideología fascista, agresivamente reaccionaria. Cuándo, dónde
y cómo esta posibilidad — en apariencia inocente— llegue a convertirse
en una pavorosa realidad fascista, no puede decirlo ya la filosofía. Pero la
conciencia de estos entronques, lejos de embotar el sentido de la respon­
28 SOBRE EL «RACIONALISMO COMO FENÓMENO INTERNACIONAL

sabilidad de los pensadores, debiera, por el contrario, avisarlo, hacerlo


más sensible. Sería engañarse peligrosamente a uno mismo, pura hipo­
cresía, lavarse las manos en protesta de inocencia el querer mirar despec­
tivamente por encima del hombro — en nombre de un Croce o de un
James— a la trayectoria seguida por el irracionalismo alemán.
Finalmente, creemos que nuestras consideraciones justifican la con­
clusión de que, pese a la concatenación espiritual que media entre un
Bergson, un Sorel y un Mussolini, el papel dirigente del irracionalismo
alemán sigue en pie, 1intacto. La Alemania de los siglos x ix y x x es el
( país "clásico” del irracionalismo, el terreno propicio para que la filosofía
i irracionalista se desarrollara en sus formas más variadas y más extensas,
razón por la cual el panorama de esta filosofía alemana encierra las mayores
enseñanzas y debe estudiarse a la manera como M arx estudió el capita­
lismo en Inglaterra, para conocerlo en toda su extensión.
Estamos convencidos de que este hecho constituye uno de los lados
más bochornosos de la historia alemana. Y hay que estudiarlo a fondo,
precisamente para que los alemanes se sobrepongan radicalmente a él e
impidan enérgicamente su supervivencia o ‘su reaparición. El pueblo de
i Durero y de Thomas Münzer, de Goethe y de* Carlos M arx tiene tantas
cosas grandes en su pasado y contempla perspectivas tan grandiosas para
su futuro, que no debe asustarse de ajustar implacablemente las cuentas
a un ayer peligroso y a una herencia dañina y amenazadora. En este doble
sentido — ante Alemania y ante el'mundo— pretende ser este libro una
advertencia para todo intelectual honrado;'

Budapest, noviembre, 1952.


C A PÍ T U L O I

Acerca de algunas características del desarrollo


histórico de Alemania

E l destino , la tragedia del pueblo alemán, hablando en términos gene­


rales, consiste en haber llegado demasiado tarde en el proceso de desarro­
llo de la moderna burguesía. Pero esta afirmación, formulada en tér­
minos sobradamente generales, necesita ser concretada históricamente. Los
procesos históricos son extraordinariamente complicados y contradictorios,
y' ñ(T puede decirse que el llegar demasiado pronto sea, de por sí, más
beneficioso que el llegar demasiado tarde, o viceversa. Basta con echar
un rápido vistazo a las revoluciones democrático-burguesas para darse
cuenta de que si, por una parte, el pueblo inglés y el francés le llevaron
una gran delatera al pueblo alemán por haber ventilado sus revoluciones
democrático-burguesas ya en el siglo x v ii, el primero, y a fines del XVIII el
segundo, por otra parte fue precisamente el retraso de su desarrollo capita­
lista lo que permitió al pueblo ruso encauzar su revolución democrático-bur-
guesa por los derroteros de la revolución proletaria, sustrayéndose con
ello a los sufrimientos y a los conflictos que todavía hoy tiene que afron­
tar el pueblo alemán. Hay que tener en cuenta, por tanto, donde quiera
que el problema se plantee, la interdependencia concreta de las tendencias
histórico-sociales; pero, hecha esta salvedad, se llega a la conclusión de
que, en lo tocante a la historia actual — contemporánea— de Alemania,
el factor decisivo reside, efectivamente, en el retraso del desarrollo del
capitalismo, con todas sus consecuencias sociales, políticas e ideológicas.
Los grandes pueblos europeos se constituyeron como naciones a co­
mienzos de la época moderna. Plasmaron su unidad territorial como nacio­
nes, sobreponiéndose a la dispersión feudal. Surgió en ellas una economía
nacional única, que encuadraba a todo el pueblo y a una cultura nacio­
nal única, a pesar de la división en clases. En el desarrollo de la
clase burguesa, en su lucha contra el feudalismo, vemos actuar a la mo­
narquía absoluta por doquier, transitoriamente, como el órgano ejecutivo
de esta unificación.
Alemania siguió, en este período de transición, otro camino, el camino
contrario. Lo que no quiere decir, en modo alguno, que pudiera sustraerse
a todas las necesidades impuestas por el desarrollo general de la Europa
capitalista, para desarrollarse como nación por caminos absolutamente
propios y peculiares, como han sostenido los historiadores reaccionarios
y, a la zaga de ellos, los fascistas. Como con frase tan expresiva dijo el
29
30 EL DESARROLLO HISTÓRICO DE ALEM ANIA

joven M arx, Alemania ''compartió los dolores de este desarrollo, sin lle­
gar a participar de sus beneficios, de su satisfacción parcial’’. Apreciación
a la que añade .la siguiente profética perspectiva: "A sí, pues, Alemania
se hallará una buena mañana al nivel de la decadencia europea, antes de
haberse elevado nunca hasta el nivel de la emancipación de Europa.”
Aunque es cierto que la minería, la industria y las comunicaciones se
desarrollaron considerablemente en la Alemania de fines de la Edad
Media y comienzos de la época moderna, no cabe duda de que su des­
arrollo fue más lento que en Inglaterra, Francia u Holanda. Engels señala
comp uno de los factores esenciales desfavorables del desarrollo de Ale­
mania, en aquella época, el hecho de que los deferentes territorios del
país se hallaran menos aglutinados por intereses económicos comunes que
las partes de los grandes países cultos del occidente de Europa. Así, por
ejemplo, los intereses comerciales de la Hansa en el Mar del Norte y en el
¡ Mar Báltico no guardaban apenas relación con los intefeses de las ciu-
' dades comerciales del sur y el centro de Alemania. Ert estas circuns­
tancias, tenía que resultar, por fuerza, catastrófico el desplazamiento de las
I rutas comerciales como consecuencia del descubrimiento de América y
j del camino marítimo hacia la India, que trajo como resultado la anula­
ción del comercio de tránsito por Alemania. Precisamente por los años
1 en que la Europa occidental, aunque también allí .las luchas de clases se
1 ventilaran bajo consignas religiosas, abrazaba resueltamente el camino del
' capitalismo, de la fundamentación económica y el despliegue ideológico
de la sociedad burguesa, vemos cómo en Alemania se mantiene en pie todo
lo que hay de miserable en las formas de transición de la Edad Media
a la época moderna. Y este carácter retardatario, pantanoso, de la reac­
ción que en Alemania se manifiesta, se acentúa todavía más por virtud
de los elementos que deja tras sí, como poso, el contenido social de esta
transición: como resultado de la transformación de los grandes señoríos
feudales en un absolutismo de miniatura (sin su faceta progresiva,
la de servir de comadrona de la burguesía y ayudar a su fortalecimiento) y
de las formas acentuadas en la explotación de los campesinos, que en Ale­
mania provocan, también una ola de vagabundos, un vasto sector de exis­
tencias socialmente desarraigadas, como en el proceso de la acumulación
originaria de los países del occidente, pero sin que de estos elementos
puedan salir los plebeyos preproletarios por la falta de manufacturas,
lo que hace que fas vidas desarraigadas sigan siendo vidas de lumpenpro-
letarios, es decir, material humano bueno para ser enrolado en la solda­
desca y en el bandolerismo.
Todos estos motivos dan como resultado que las grandes luchas de
clases de comienzos del siglo xvi, en Alemania, tengan un carácter com­
pletamente distinto y, sobre todo, se traduzcan en consecuencias absoluta­
mente diferentes que en los países occidentales. Desde el punto de vista
EL DESARROLLO HISTÓRICO DE ALEMANIA 31

ideológico, esto significa, entre otras cosas, que el movimiento humanista,


en Alemania, contribuye mucho menos que en estos otros países al naci­
miento de una conciencia nacional; y su influencia es también mucho me­
nor en lo qué se refiere al desarrollo de una lengua nacional escrita
común. Lo característico de la situación de Alemania, en la época a que
nos referimos y de un modo general, es el hecho de que la corriente ideo-
lógico-religiosa de la transición de la Edad Media a la época moderna
predomina muy marcadamente sobre el humanismo secular, cobrando
además — y esto es extraordinariamente importante— una forma social
rezagada. La idea de que el movimiento religioso de la Reforma se halla
íntimamente relacionado con el proceso histórico del capitalismo no es, ni
mucho menos, patrimonio exclusivo de los marxistas, sino que constituye
•moneda circulante y hasta un lugar común entre los sociólogos burgueses,
desde M ax W eber y Troeltsch. Sin embargo, la forma occidental, calvi­
nista de la Reforma se convirtió en bandera de las primeras grandes
revoluciones burguesas, las de Holanda e Inglaterra, en la ideología pre­
dominante del primer, período del auge capitalista, al paso que, en Ale­
mania, al imponerse el luferanismo, predicó y transfiguró religiosamente
la sumisión al absolutismo de los pequeños Estados, dando un fondo espiri­
tual, una base moral, al atraso económico, social y cultural de Alemania.
Como es natural, este desarrollo ideológico no es más que el reflejo
espiritual de aquellas luchas de clases que decidieron de la existencia y
la trayectoria del desarrollo de Alemania a lo largo de varios siglos. Nos
referimos a las que culminaron en la guerra de los campesinos de 1525.
La importancia que esta revolución, y particularmente su derrota, habría
de tener para el destino de Alemania contribuye a esclarecer desde otro
ángulo aquella situación económica general a que acabamos de refe­
rirnos. Todas las grandes sublevaciones campesinas de finales de la Edad,
Media son movimientos de doble carácter: de una parte, luchas defensift
vas, batallas de repliegue de los elementos campesinos todavía encuadrados
dentro del feudalismo, que pugnan por recobrar las posiciones de la "edad
de oro” de la transición, irremediablemente perdidas en el terreno eco­
nómico por el desencadenamiento de las fuerzas de producción del capita­
lismo, y, de otra parte, escaramuzas más o menos prematuras en descubierta
de las futuras revoluciones democrático-burguesas.
La especial situación de Alemania, ya descrita, hizo que en la guerra
de los campesinos alemanes se destacasen con más fuerza que eri otros
casos los dos aspectos de todas las revueltas campesinas (para poner de
relieve los factores progresivos, basta con referirse al programa de Wendel
Hippler con respecto a la reforma del Imperio o al movimiento plebeyo
capitaneado por Thomas Münzer) y, a la par con ello, que la derrota
acarrease consecuencias catastróficas irreparables. La revolución campe­
sina pretendió llevar a cabo lo que el Imperio era incapaz de realizar: la
32 EL DESARROLLO HISTÓRICO DE ALEMANIA

unificación de Alemania, la liquidación de las tendencias centrífugas,


absolutistas-feudales, cada vez más acentuadas. Y la derrota de los cam­
pesinos no podía por menos de vigorizar todavía más estas fuerzas. El
particularismo puramente feudal fue sustituido por un feudalismo moder­
nizado: los pequeños príncipes, como vencedores y usufructuarios de las
luchas de clases, fueron los encargados de estabilizar la desmembración
de Alemania. Y así, como consecuencia de la derrota de la primera gran
ola revolucionaria. (de la Reforma y de la guerra de los campesinos), lo
mismo que Italia por otras razones, Alemania se vio convertida en un
impotepte conglomerado de pequeños Estados formalmente independien­
tes y, como tal, en objeto o botín de la política del mundo capitalista
a la sazón naciente, de las grandes monarquías absolutas. Los poderosos
Estados nacionales (España, Francia, Inglaterra), la dinastía de los Habs-
burgos en Austria, de vez en cuando, transitoriamente, algunas grandes po­
tencias incipientes como Suecia y, desde el siglo xvm , la Rusia zarista, dis­
ponen a su antojo acerca de los destinos del pueblo alemán. Y , como Ale­
mania, objetivo de la política de estos países, es, al mismo tiempo, un botín
útil para ellos, procuran mantener la desmembración nacional del país.
Alemania, convertida en campo de batalla y en víctima de los intereses
en pugna de las grandes potencias europeas, se hunde política, económica
y culturalmente. Esta decadencia general no se inanifiesta solamente en el
empobrecimiento general y en la devastación del país, en el rezagamiento
de la producción agrícola e industrial, en el retroceso de las ciudades un
día florecientes, sino también en la fisonomía cultural de todo el pueblo
alemán. Alemania no tomó parte en el gran auge económico y cultural
de los siglos xvi y x v ii ; sus masas, incluyendo las de la naciente intelec­
tualidad burguesa, quedaron muy a la zaga del desarrollo de los, grandes
países civilizados.
Las razones de esto son, sobre todo, de orden material. Pero éstas
determinan también, a su vez, algunas de las características ideológicas
de la trayectoria de Alemania. En primer lugar, la extraordinaria mez­
quindad, la estrechez, la falta de horizontes de la vida en los pequeños
principados alemanes, comparada con la de Inglaterra o Francia. En se­
gundo lugar — y en estrecha relación con ello— la supeditación mucho
mayor y más tangible de los súbditos al monarca y a su aparato burocrático
y el margen objetivo mucho más estrecho que ello deja para una actitud
ideológica de oposición o simplemente crítica. A esto hay que añadir
que el luteranismo (y, más tarde, el pietismo, e tc .), reduce todavía más,
subjetivamente, este margen, convierte la sumisión externa en servilismo
interior e inocula, así, aquella mentalidad de súbditos que Federico Engels
llamaba la actitud "lacayuna” . Estamos, naturalmente, ante una relación
de interdependencia, pero en ella va reduciéndose aquel margen, tanto en
lo objetivo como en lo subjetivo. Esto explica por qué los alemanes no to­
EL DESARROLLO HISTÓRICO DE ALEMANIA 33

m an p arte tam poco en m ovim ientos revolucionarios burgueses llam ados


a sustituir la fo rm a de gobiern o d e la m onarquía absoluta, aún no alcan­
zada para una A lem ania unida, p o r o tra fo rm a de E stado más alta y
a to no con u n d esarrollo m ás progresivo del capitalism o. Los pequeños
Estados, cuya existencia conservan artificialm en te las grandes potencias
rivales, sólo pueden existir com o soldadesca de estas grandes potencias y,
para im itar exteriorm ente a sus grandes m odelos, se nutren de la m ás
despiadada y retardataria explotación d el pueblo trabajad or.
E n un país así no puede surgir, naturalm ente, una burguesía rica,
independiente y poderosa, ni una intelectualidad progresiva y revolucio­
naria, a tono con su desarrollo. B u rg u esía y pequeña burguesía, en A lem a­
nia dependen económ icam ente de las cortes m ucho m ás que en cualquier
otro p aís de la Europa occid ental, y esto hace que se incube en ellas un
servilism o, una m ezquindad, una b ajeza y un carácter m iserable de los que
apenas podríam os encontrar paralelo en la Europa de aquel entonces.
Y el estancam iento , del desarrollo económ ico hace que no lleguen a des­
arrollarse en A lem ania, o sólo de un m odo muy d ébil, aquellos sectores
plebeyos que quedan al m argen de la je rarq u ía feud al de los estam entos
y qué fo rm an las fuerzas propulsoras más im portantes e n las revoluciones
de la naciente época m oderna. T o d av ía e n la guerra de los cam pesinos los
veíam os desem peñar un papel decisivo, b a jo la dirección de T h o m as
M ü n zer; p ero, al lleg ar esta época, fo rm an ya, a llí donde existen , una
capa servil de la sociedad, corrom p id a y hu ndid a en la sim a del lum ­
penproletariado. Es cierto que la revolución burguesa alem ana de com ien­
zos d el sig lo x v i sentó los fu nd am entos .ideológicos p ara la. cu ltu ra
n acio n al, p o r m edio d e la lengu a escrita m oderna, com ún a to d o el país.
P ero hasta la m ism a lengua alem ana d egenera, ^e acartona y barbariza,
e n el períod o dé esta p ro fu n d ísim a degradación nacional.
A lem ania no com ienza a reponerse económ icam ente hasta lle g a r a l si­
g lo x v m , principalm ente e n su segunda m itad . P aralelam ente co n e llo ,
vemos cóm o se produce un fo rtalecim ien to económ ico y cu ltu ral d e la d a se
burguesa. Sin em bargo, la burguesía, aun ahora, dista m ucho d e ser lo bas­
tan te fuerte para b o rrar los obstáculos q u e se in terp on en ante la unidad
nacional, ni siquiera para fo rm u lar po líticam en te, de un m odo serio, esta
aspiración. P ero, con todo, com ienza a sentirse de u n m odo g en eral el
estado de atraso, despierta el sen tim iento nacional, e l an h elo d e la unidad
nacional crece de un m odo incontenible, aunque sin servir d e base, cierta­
m ente, a- la fo rm ad ó n de agrupaciones p o líticas con determ inado p ro ­
gram a, siquiera fuese en un p lan o local.
N o obstante, vemos cóm o en los pequeños Estados absolutistas-feudales
se hace sen tir cada vez con .más fu erza la necesidad económ ica de abur­
guesarse. Com ienza a destacarse aquel com prom iso de clase en tre la nobleza
y la pequeña burguesía, b a jo el pred om inio de la prim era, e n que E n g els
34 EL DESARROLLO HISTÓRICO DE ALEMANIA

veía, todavía p o r los años cuarenta d el siglo x ix , la signatura social del


statu quo en A lem ania. E ste com prom iso reviste la fo rm a de la burocrati-
zación, que se convierte tam bién aqu í, com o e n todos los países de Eu­
ropa, e n una fo rm a tran sitoria de la liqu id ación del feud alism o, de la
lupha d é la burguesía p o r e l poder d el Estado.
C ierto es que tam bién este proceso de la atom ización de A lem ania se
desenvuelve en pequeños Estados casi siem pre im portantes y. b a jo form as
muy m iserables, y la transacción a que se lleg a entre la nobleza y la pequeña
burguesía consiste, susfancialm ente, en que la prim era ocupe lo s altos
puestos^ de, la burocracia y la segunda se conténte con los b ajo s. Pero,
por muy m ezquinas y rezagadas que sean las form as que reviste la vida
social y p o lítica, no cabe duda de que la burguesía alem ana com ienza
a luchar p o r e l poder, por lo m enos en el plano ideológico. Sobrepo­
niéndose al aislam iento en que se hallaba con respecto a, las corrientes
progresivas occidentales, to m a contacto, ahora, con la Ilu stración inglesa
y francesa, se la asim ila e incluso la desarrolla, en ciertos aspectos, por
cuenta propia.
E n estas condiciones, lé toca a A lem ania vivir el períod o de la R evo­
lu ción francesa y el de N a p o le ó n .’ Los grandes acontecim ientos de este
períod o, en el que, desde un punto de Vista p o lítico , el p u eblo alem án
sigue siendo e l palenqu e de las coaliciones de potencias en pugna, del
m oderpo m u n d o b u rg u és que alborea en F rancia y de las potencias abso-
lu ty tasd eu d ales de la E uropa cen tral y oriental coaligadas con tra ese m úñ­
ete y sostenidas por Inglaterra, vienen a acelerar de un m odo extraord i­
nario e l desarrollo y el grado de conciencia de la d a se burguesa y encienden
con m ayor fuerza que nunca el anhelo d e la unidad nacional. P ero, al
m ism o tiem po, se m anifiestan ahora de un m odo m ás acusado aún q u e '
antes las consecuencias p o líticam en te fatales de la desm em bración. En
A lem ania no existe aún - ‘-o bjetiv am en te— úna p o lítica nacional única.
Im portantes sectores de vanguardia d e la intelectualidad burguesa (K a n t,
H erd er, B ü rg er, H eg el, H p ld erlin y o tro s) ad am an con entusiasm o la
R evolución francesa, Y ciertos testim onios de la época, com o por ejem p lo
los relatos d e ( v iaje de un G oethe, dem uestran que este entusiasm o no se-
circunscribía, en m odo alguno, a los representantes m ás destacados y cono­
cidos de la burguesía, sino que sus raíces penetraban en am plios sectores
de estg m ism a clase. P ero, a pesar d e ello, e l m ovim iento dem ocrático
revolucionario no pudo extenderse ni siquiera, a la parte de A lem ania
más desarrollada, o sea al O ccidente. A unque M agu ncia se ad h irió a la
R ep ú blica francesa, se la d e jó com pletam ente aislada, y cayó , en m anos
del ejé rcito austríaco-prusiano, sin que su caíd a despertase el m en or eco
en e l resto de A lem ania. El d irigente d e l,lev an tam ien to d e M agu ncia,
G e o rg Forster, fig u ra im portante com o investigador y hum anista, m urió
en el destierro, e n P arís, í ofyid^dq,^ ,igñpi;a<lq, , . , ,
EL DESARROLLO HISTÓRICO DE ALEMANIA 35

Este desgarram iento vuelve a repetirse, en proporciones todavía m a­


yores, al lleg ar el períod o napoleónico. N ap o leó n lo g ró en con trar p arti­
darios y aliados e n -e l occidente y e l sur de A lem ania, y e n parte tam bién
en la A lem ania central (e n S a jo n ia ). Y se d io cuenta de que esta alianza
— la C onfed eración del R in — sólo p o d ría lle g ar a adquirir cierta v itali­
dad a condición de que se encauzase, p o r lo m enos, la liquid ación del
feudalism o en los Estados adheridos a ella. E sta obra se lleva a cabo,
en efecto, en gran escala, en los territorios del R in , y en proporciones
m ucho m ás m odestas en los demás Estados de la C o nfed eración renana.
H asta un historiador tan reaccionario y chovinista com o T reitsch k e se ve
obligad o a reconocer, hablando de las tierras del R in : " E l v iejo orden
había quedado destruido hasta en sus últim os vestigios, haciendo im po­
sible toda restauración; y no tardó en desaparecer hasta el recuerdo de los
tiem pos de' los pequeños Estados. L a historia que realm ente vive en los co ­
razones de la generación renana que crece y se desarrolla datá de la entrada
de los fran ceses.”
Pero, com o el poder de N ap oleón no bastaba para con v ertir a toda
A lem ania en una dependencia del Im p erio fran cés, lo ú n ico que con ello
se consiguió fu e acentuar y ahondar todavía m ás la desm em bración n acio­
nal. Los extensos sectores del pueblo sen tían , la d om inación napoleónica
com o una h u m illante opresión e xtran jera, contra la que se desató, sobre
todo en Prusia, un m ovim iento popular de carácter nacional, que cu lm inó
en las llam adas guerras de liberación.
A esta desm em bración p o lítica de A lem ania corresponde su desm em ­
bración ideológica. Los ideólogos progresivos m ás descollantes d e la é p o ­
ca, sobre todo un G oethe y un H eg el, n o recatan sus sim patías p o r la
un ificación napoleónica de A lem ania, p o r la liqu id ación de los vestigios
feudales a cargo de Francia. Y a la problem ática in te rio r de sem ejante
concepción responde el hecho de que. e l concepto de n ació n -p alid ezca,
en estos pensadores, hasta convertirse en un concepto puram ente cultural,
com o se revela con mayor claridad que en ningún otro lu g ar e n la Feno­
menología del espíritu.
Y no m enos contradictoria era la id eo lo g ía de los dirigentes p o lítico s
y m ilitares de las guerras de liberación, quienes aspiraban a ver nacer la
nación alem ana p o r la vía del levantam iento de Prusia, sacudiendo ésta
el yugo francés m ediante la alianza con A ustria y Rusia. L os Stein , los .
Scharnhorst y los G neisenau pretend ían introd u cir en Prusia las conquistas
sociales y m ilitares de la R e v o lu ció n . francesa, convencidos de que só lo
podría hacer frente a N ap oleón un ejé rcito organizado sobre tales bases.
P ero n o sólo querían im plantar esas innovaciones sin pasar p o f la revolu­
ción, sin o que aspiraban adem ás a acom odar e l E stado prusiano, reform ad o
por ellos, p o r m edio de un com prom iso d e estam entos, a lo s restos feudales
y a las clases que los representaban, económ ica e l ideológicam ente.
36 EL DESARROLLO HISTÓRICO DE ALEMANIA

J Y esta adaptación al atraso de A lem ania, adaptación fo rzad a y trans­


figu rad a ideológicam ente p o r quienes colaboraban en ella, daba com o re­
b u l t a d o , de una parte, el que el anhelo de liberación nacional y de unidad
nacional se trocase en su espíritu, frecuentem ente, en un estrecho chovi­
nism o, en una ciega y m ezquina fran cofo bia, m ientras, de otro lado, no
hacía g erm in ar ninguna id eología inspirada verdaderam ente p o r la li­
bertad entre las m asas puestas en m ovim iento. E n particular, porque
era in evitable que estas, masas se aliasen tam bién con aquellos sectores del
rom anticism o reaccionario que concebían la lucha contra N ap o leó n com o
la lucha p o r la restauración to tal del orden anterior a la R evolución
francesa. Y estas contradicciones no podrían por m enos de m anifestarse
tam bién, de un m odo natural, en el exponente filo só fico de esta tendencia,
’ , en p F F ic h te de los años posteriores, aunque ju sto es reconocer que, en lo
: político y en lo social, este pensador era bastante más radical que m uchos
de los dirigentes po líticos y m ilitares del m ovim iento nacional.
Pese a la profun da escisión que se advierte en la dirección espiritual
y p o lítica del p u eblo alem án y al extenso desconcierto ideológico que se
percibe en cuanto a las metas y a los m étodos de la lucha p o r la unidad
nacional, vemos que, al lle g ar este período, la unidad nacional se erige
— p o r vez prim era desdé la guerra de los cam pesinos— en o b jetiv o d e las
aspiraciones de un gran m ovim iento de masas, que abarca a im portantes
y extensos sectores d e la nación alem ana. C o n lo cual — para d ecirlo
con.-las palabras con que L en in lo fo rm u ló cla ra m e n te ,'p o r vez prim e-
/ n — »1 prr»hl»»na A* I» unidad nacio n al pasaba a ser e l prob lem a central
j d e la revolución b u r g u e s a ^ s a -A U ^ n ia .
' " ’S T 'ñ o s fija m o s en la h isto ria de A lem ania durante e l sig lo x ix , nos
convencerem os a cad a.p aso de la verdad y U justeza de las palabras de
L en in . L a lucha p o r la unidad nacional preside, e n e fecto , to d o el des­
arrollo p o lítico e ideológico de A lem ania, e n e l sig lo x ix . Y la fo rm a
esp ecial en* que este p roblem a encontró, al cabo, su solución im prim ió
su sello particu lar a todo e l esp íritu alem án, desde la segunda m itad del
sig lo pasado hasta nuestros días.
E n esto reside lo que hay de sustancialm ente peculiar y característico
en e l desarrollo de A lem ania, y no resulta d ifíc il darse cuenta d e q u e
este e je e n to m o a l cu al g ira todo no es o tra cosa q u é una consecuencia
del retraso que A lem ania llev a e n su d esarrollo capitalista. L os otros g ran ­
des pueblos de O ccid ente, especialm ente In g laterra y Francia, h ab ían a l­
canzado ya su unidad nacional b a jo la m onarquía abso lu ta; es decir, la
unidad nacional h ab ía sido, en ellos, u n o de los prim eros resultados
d e las lu d ias de clases en tre la burguesía y e l feudalism o. P o r e l con ­
trario , en A lem ania, la revolución burguesa tien e que com enzar conquis­
tando esta unidad nacional, colocando sus cim ientos. (S ó lo Italia hubo
de pasar p o r uña trayectoria parecida; y tam bién las consecuencias espi-
•EL DESARROLLO HISTÓRICO DE ALEMANIA 37

rituales m uestran, a pesar de la diversidad q u e p o r lo demás m ed ia entre


la historia de uno y otro pu eblo, c ie r t a . a fin id ad , que se h a m an ifes­
tado con especial fuerza, precisam ente, en e l m ás reciente p asad o .) C ir­
cunstancias históricas especiales, que no es po sible analizar aq u í m ás
de cerca, exp lican que tam bién e n R usia se realizara la unidad nacional
b a jo la égid a de la m onarquía absolu ta; y la trayectoria del m ovim iento
revolucionario en Rusia, d e las revoluciones rusas, señala asim ism o todas
las im portantes consecuencias, rad icalm ente distintas de las observadas
en A lem ania, que se desprenden d e esta situación.
E n consonancia con esto, vem os que en lo s p aíses que h ab ían alcan­
zado ya la unidad nacional com o resultado de. las luchas de clases libradas
en u n a etapa anterior, b a jo la m o narqu ía absoluta, la revolución dem o-
crático-burguesa tien e com o m isión, simplemente, e l dar cim a a esta obra,
lim piando el Estado nacional, en m ayor o m en o r m edida, d e los vestigios
feudales y absolutistas-burocráticos tpdavía existentes y haciénd olo apto
así, p ara los fin es de la sociedad burguesa. F u e lo que se hizo e n In g la ­
terra m ediante la reconstrucción grad ual de las antiguas instituciones na­
cionales y en F rancia con la tran sform ación revolucionaria d el carácter
burocrático-feudal de la m aquinaria del Estado, sin que las fuertes recaídas
que se advierten, p o r supuesto, en lo s p eríod os de reacción lleguen a
perturbar o a p oner en p elig ro la unidad nacional ya instaurada. Sobre
esta base, dispuesta p o r largos siglos de luchas de clases, las revoluciones
dem ocrático-burguesas tienen la v en taja de que la coronación de la un i­
dad nacional, su adaptación a las necesidades de la m oderna sociedad
burguesa, puede com binarse, así orgánicam ente, y fecundarse, con la lu­
cha revolucionaria contra las instituciones económ icas y sociales del fe u ­
dalism o (n o en vano el problem a cam pesino ocupa el centro de la revo­
lución burguesa, así en F rancia com o en R u s ia ).
Fácilm ente se com prende que, al plantearse de otro m odo el problem a
central de la revolución dem ocrático-burguesa en A lem ania, ten ía que
traer consigo to d o un cúm ulo de circunstancias desfavorables. L a revo­
lu ción alem ana veíase obligada a arrancar de cu ajo instituciones que en
Francia, p o r e jem p lo , habían ido siendo m inadas y socayadas p o r varios
siglos de luchas de clases; y te n ía qué instaurar de g o lp e, de la noche
a la mañana, órganos e instituciones nacionales que en In g laterra o en
Rusia habían sido producto de un proceso histórico de varios siglos
de duración.
T o d o lo anterior no sólo hace que sea m ás d ifíc il la solución d el p ro ­
blem a o b je tiv o ; el planteam iento revolucionario del problem a central
repercute, además, d esfavorablem ente sobre la posición de las d iferentes
clases ante este problem a y crea constelaciones de fuerzas que vienen a
entorpecer la m archa de la revolución dem ocrático-burguesa por cauces
radicales. N o s lim itarem os a señalar aquí, a títu lo de ilustración, entre
38 EL DESARROLLO HISTÓRICO DE ALEMANIA

IoSmás importante, algunos de estos aspectos. En primer lugar, se borra


en muchos puntos la nítida contraposición entre los restos feudales (la
monarquía y su aparato, y la nobleza) y la burguesía, puesto que cuanto
más vigoroso es el desarrollo capitalista, más viva es también la necesidad
de realizar — en su sentido propio, claro está— la unidad nacional, incluso
por parte de las clases ,interesadas en el mantenimiento de los vestigios del
feudalismo. Basta pensar, a propósito de esto, ante todo, en el papel que
Prusia desempeñó en la creación de la unidad nacional alemana. La exis­
tencia especial de Prusia constituyó siempre, objetivamente, el mayor de
los'obstáculos para la verdadera unidad nacional y, sin embargo, esta uni­
dad se lleva a cabo gracias a las bayonetas prusianas. Y , desde las guerras
de liberación hasta la creación del Imperio alemán, no dejó de torturar
a los revolucionarios burgueses la pregunta desconcertante y desorienta­
dora de si la unidad nacional se alcanzaría con ayuda del poder militar
de Prusia o, por el contrario, mediapte su destrucción. Desde el punto de
vista del desarrollo democrático de Alemania-, no cabe duda de que el
segundo camino habría sido el más favorable. Pero, para ciertos sectores
decisivos de la burguesía alemana, especialmente para la de Prusia, ofre­
cíase el camino más cómodo del compromiso de clases, que permitía sus-
. traerse a las consecuencias plebeyas extremas de la revolución democrático-
; burguesa y les brindaba, por tanto, la posibilidad de alcanzar sus objetivos
I económicos sin necesidad de revolución,, aunque fuese a costa de renunciar
'- a lfi hegemonía política en el,nuevo Estado.
Y esta misma situación desfavorable se revela también dentro del cam­
po de la burguesía. La unidad nacional .como problema central de la
revolución hace de la hegemonía de la gran burguesía, que propende
siempre y donde quiera a las componendas de clases, algo más sencillo
y menos expuesto a peligros que en la-Francia del siglo xviii y en la
Rusia del XIX. La movilización de las masas pequeño-burguesas y plebeyas
contra los manejos capituladores de la gran burguesía- se hace, en Ale­
mania, mucho más difícil. Entre otras razones, porque el postulado de la
unidad nacional como problema central de la revolución burguesa pre­
supone por parte de las masas plebeyas un grad o‘ de conciencia y de
sensibilidad mucho más alto que el problema campesino, por ejemplo,
en el que saltan incomparablemente más a la vista las contradicciones
económicas entre las diversas clases, lo que las coloca de bulto, por así
decirlo, ante los ojos de las masas plebeyas.
La unidad nacional, como problema central, encubre muchas veces, por
su naturaleza puramente política en apariencia, los problemas económicos
directa e indirectamente asequibles, que yacen ocultos detrás de las diver­
sas posibilidades de solución encerradas en aquel principio. La posibilidad
de que el patriotismo revolucionario se trueque en chovinismo contrarre­
volucionario es más factible aquí que en otras transformaciones democrá­
EL DESARROLLO HISTÓRICO DE ALEMANIA 39

tico-burguesas, tanto más cuanto que la tendencia al compromiso de clases


por parte de la gran burguesía y el bonapartismo bismarckiano que surge
después de 1848 sé mueven conscientemente en esa dirección. Ahora bien,
antes de la conquista' de la unidad nacional, a las masas les resulta más
difícil, en esos casos, desenmascarar tales maniobras que en los Estados
en los que estos manejos vienen realizándose como algo evidente desde
hace siglos. Y esta tendencia a encubrir la realidad cobra forma objetiva
en el hecho de que la lucha por la unidad nacional — mientras los Esta­
dos particulares que cubren el territorio de Alemania no desaparecen
en la unidad, lo que, naturalmente, constituye el final y no el comienzo del
proceso— se presenta bajo el ropaje de un problema de política exterior,
tanto en las relaciones entre los diversos Estados particulares como en las
de éstos con las grandes potencias de fuera, las que, en virtud de la tra­
yectoria seguida hasta ahora por Alemania, consideran legítimo inmis­
cuirse en los asuntos interiores del país. Y huelga decir que siempre se
encuentran pretextos plausibles para mantener a las masas, incluso a veces
a las masas de sentimientos democrático-revolucionarios, alejadas de estas
decisiones de "política exterior”, envolviéndolas en las redes de un ciego
chovinismo (francofobia de 1 8 7 0 ) . .

Esta situación presupone, además, una capacidad mucho mayor para


penetrar en las condiciones de la política exterior que cualesquiera otros
problemas centrales de las revoluciones burguesas. Claro está que en toda
revolución democrática existe una trabazón entre la política exterior y la
interior. Pero en la Revolución francesa, por ejemplo, a las masas plebeyas
les era incomparablemente más fácil percatarse dé que las intrigas de la
corte con las potencias feudal-absolutistas extranjeras ponían en peligro la
revolución, que a las masas alemanas, en los días de la revolución de 1848,
darse cuenta eje las verdaderas relaciones existentes entre la unidad na­
cional y la política exterior y comprender, sobre todo, que para conquistar
la unidad nacional habría sido necesario establecer una guerra revolucio­
naria- contra la Rusia zarista, como M arx lo proclamaba con una gran
claridad e incansablemente desde las columnas de la N ueva Gaceta Re-
m na. Y esta dificultad, y con ella la hegemonía de la gran burguesía,
entre otros caminos por el de las componendas de clase, por la senda de
la traición contra la revolución democrática, se ve fortalecida todavía
más por el hecho de que el peligro con que se enfrenta toda revolución
burguesa, a saber, el de que las guerras nacionales de independencia se
truequen en guerras de conquista, se presenta aquí más inminente y pre­
ñado de mayores consecuencias para la política interior que en las revolu­
ciones burguesas de otro tipo.
Todas estas razones hacen que, en Alemania, las masas se hallen ex­
puestas más rápida e intensivamente a la influencia de la propaganda
40 EL DESARROLLO HISTÓRICO DE ALEMANIA

choyinista que en otros países. Y la celeridad con que el legítimo y revo­


lucionario entusiasmo nacional se trueca aquí en un chovinismo reaccio­
nario permite a los junkers aliados a la monarquía y a la gran burguesía
defraudar más fácilmente a las masas en la política interior, a la par que
arrebatar a la revolución democrática sus aliados más importantes. Así
pudo la burguesía alemana, en 1848, explotar en un sentido reaccionario-
chovinista el problema polaco, sin que las masas plebeyas consiguieran
— pese a las oportunas y certeras advertencias de la Nueva Gaceta R e­
nana— poner coto a esas tendencias y convertir a los polacos, de aliados
potenciales de la Alemania revolucionaria, en aliados efectivos suyos en la
guerra contra las potencias de la reacc-íón, dentro de Alemania y en el plano
internacional.
Este con ju n to de circunstancias desfavorables, obra de la dispersión
nacional en que A lem ania se encontraba al ponerse a la orden del d ía
la revolución dem ocrático-burguesa, se m anifiesta, en cuanto al facto r
subjetivo de la revolución, en el hecho de que, tanto la burguesía com o
la pequeña burguesía, las m asas plebeyas y el proletariado, entren sin la
preparación necesaria en la palestra' dé la revolución. L a fragm entación
del país en una tram a de pequeños Estados resultó extraordinariam ente
nociva para la educación revolucionario-dem ocrática de las capas bajas
del pueblo, para el desarrollo de las trad iciones revolucionario-dem ocrá­
tica s en tre las m asas plebeyas. T o d a su experien cia p o lítica se reducía
a la sum inistrada p o r las pequeñas y m ezquinas luchas locales dentro de
los estrechos m arcos de los dim inutos Estados. Los intereses generales
' de la nación flotab an p o r encim a de estas luchas en -el p lan o de lo abs­
tracto, y ello les perm itía trocarse fácilm ente en sim ples frases. Y esta
actitud fraseológica de los ideólogos burgueses que llevaban la batuta,
cuya m anifestación más p alpable y elocuente eran los debates de la D ie ta
N acio n al de Fran cfo rt, po d ía derivarse con harta facilid ad — consciente
o inconscientem ente— p o r lo s derroteros reaccionarios.
A agudizar esta situación contribuía también el hecho de que el centro
del movimiento político y democrático de Alentania, a comienzos del si­
glo x ix , fuesen los pequeños Estados democráticos del sur, lo que hada que
fueran precisamente las tendencias democráticas las que se hallasen más
fuertemente impregnadas de aquellos elementos mezquinos, farisaicos y
fraseológicos. La Renania, la región más adelantada de Alemania tanto
en lo económico como en lo social, aunque formaba parte de Prusia,
constituía una especie de cuerpo extraño dentro de ella, se hallaba lejos
del centro de las decisiones políticas, del Berlín cortesano y pequeño-
burgUés y, habiendo destruido allí la dominación napoleónica los últimos
restos del feudalismo, se movía por intereses inmediatos muy distintos
de los que animaban a las partes rezagadas de la verdadera Prusia, que
següía conservando su estructura marcadamente feudal.
i'.L DESARROLLO HISTÓRICO DE ALEMANIA 41

Y aún vino a acentuar to dav ía m ás estas circunstancias desfavorables


o tra d e orden tá ctico : la de q u e la revolución dem ocrático-burguesa,
debido a la disem inación nacional del p aís, no pudiera contar con un
cen tro desde e l q u e se decidiera todo, como para Francia, p o r ejem p lo, lo
h ab ía sido P arís, en e l s ig lo x v m . L as grandes potencias reaccionarias, Pru-
sia y A u stria contaban con un p o d er burocrático y m ilitar concentrado. Las
fuerzas revolucionarias, p o r e l contrario, se h allaban m ás que disper­
sas. L a A sam blea N acio n al celebraba sus sesiones en F ra n cfo rt, C o lo ­
n ia era e l cen tro de la dem ocracia revolucionaria. Las luchas decisivas
libradas e n B e r lín y en V ie n a seguían u n curso espontáneo, carentes de
una clara dirección ideológica, y después d e las derrotas in flig id as al m o­
vim iento dem ocrático e n las capitales, n o resultó d ifíc il aplastar tam bién,
una p o r una, las acciones q u e surgieron e n D resd e, en el P alatinad o, en
B asilea y e n otros lugares.
T o d o s estos facto res determ inaron la suerte de la revolución dem ocrá­
tica e n A lem ania, no sólo en lo tocante a la unidad nacional, sino en
todos lo s terrenos en que se h acía necesaria la abolición de las supervi­
vencias feudales. N o e n vano L en in señ ala este cam ino com o típ ico desde
el pu nto de vista internacio nal, com o u n cam ino desfavorable para el
nacim iento d e la sociedad burguesa; com o e l cam ino "p ru sian o ”, así
lo llam a él. Y este pronunciam iento d e L en in no debe entenderse referid o
solam ente a la cuestión agraria e n sentido estricto, sin o que se extiende
a to d o e l d esarrollo d el capitalism o y a la supraestructura p o lítica que
presenta e n la m oderna sociedad burguesa de A lem ania.
L as supervivencias feud ales, inclu so en A lem ania, p o d ían entorpecer,
pero n o im ped ir e l d esarrollo espontáneo de la producción capitalista;
( Y a e l bloqu eo con tin en tal de N ap o le ó n h ab ía provocado cierto au g e
capitalista en A le m a n ia .) P ero este desarrollo espontáneo del capitalism o
alem án n o surgió e n e l p erío d o m anufacturero, com o en In g laterra o en
Francia, sino en la época d el verdadero capitalism o, del capitalism o m o­
derno. Y la burocracia feudal-absolutista de los pequ eños Estados ale­
m anes, p rincipalm ente la de Prusia, se ve o b ligad a a intervenir, activa*
m ente y a la cabeza, e n apoyo d el d esarrollo capitalista.
G e r to es q u e esta intervención se lle v ó a cabo, m uchas veces, y p re ci­
sam ente en las cuestiones decisivas, m uy en contra de su voluntad y casi
siem pre sin la m en or visión d el verdadero alcance d e lo q u e estaba suce­
diendo, con su ayuda y b a jo su iniciativa. Esto se ve muy claram ente
en e l m odo com o describe T reitsch k e la im plantación de la U n ió n adua­
nera alem ana, sobre to d o si se tien e en cuenta que la versión de este
historiad or es especialm ente instructiva, ya que tien de siem pre a idealizar
la previsión p o lítica y los designios nacionales del gobiern o de los H oh en-
zollern.
" Y este d esarrollo se pro d u jo , en buena p arte — dice T reitsch k e— , con ­
42 EL DESARROLLO HISTÓRICO DE ALEMANIA

tra la voluntad de la misma Corona prusiana, bajo la aCción de una


fuerza natural interior. Nada más lejos del propósito de Federico Gui­
llermo III que el preparar el terreno para la separación de Austria, por
medio de la Unión aduanera, pues este monarca veía en el dualismo
un sistema beneficioso para la patria; fue la naturaleza misma de las cosas
la que, en definitiva, condujo a este resultado. Y se formó, así, una ver-'
dadera Alemania, unida "por la comunidad de los intereses económicos,
mientras que en Francfort, lo mismo que antes en Regensburgo, no
imperaba más que la teoría. También Federico Guillermo IV era austrófilo,
sentía mayor entusiasmo por Austria que por su propio Estado; y, sin
embargo, bajo su reinadq, siguió inconteniblemente su curso la fusión
de intereses de los Estados alemanes, con excepción de Austria, con Pru-
sia. Aunque después de 1851 los Estados del-centro de Alemania habrían
destruido de buena gana a Prusia, ninguno se atrevió a hacer saltar la Liga
aduanera, pues ya no podían deshacerse de estos lazos.”
Lo más interesante de esta exposición es su irraciorialismo, rayano
en la mística: el desarrollo del capitalismo alemán, el hecho de que éste
haga valer sus intereses más elementales y la incomprensión y la inca­
pacidad de los pequeños Estados monárquicos y de la monarquía prusiana
para estimular este procesó: todo ello es presentado pór el historiador
que acabamos de citar como una especie de tragedia del destino. Este
punto de vista no sería demasiado importante, sin embargo, si sólo carac­
terizara & un historiador como Treitschke. Pero éste no es, aquí, más que
un exponente espiritual bastante fiel de la manera general de pensar de los
alemanes; mientras que las naciones que han conquistado, luchando,
su forma política actual ven en éste el resultado de sus propios esfuerzos,
los alemanes tienden a considerar su existencia nacional como un regajo
misterioso de los altos poderes irracionales.
Pero el "camino prusiano” del desarrollo de Alemania lleva apareja­
das, además, consecuencias directas e inmediatas. En efecto, este modo
de nacer la unidad económica del país hizo que, en amplios sectores capi­
talistas, se manifestara desde el primer momento una actitud de supedita­
ción con respecto al Estado prusiano, la tendencia a pactar constantemente
con la burocracia semifeudal, la perspectiva de que era posible haCer
valer los intereses económicos de la burguesía en pacífica alianza con
la monarquía prusiana. Por eso Engels pudo decir más tarde que en 1848
nada había obligado imperativamente a la burguesía prusiana a resolver
el problema del Poder, dentro del Estado, a la manera revolucionaria.
El hecho de que en Alemania se retrasara este proceso, es decir, de
que no se operara en el período de la manufactura, sino en el del capita­
lismo moderno, encierra además otra consecuencia, esencial: por muy poco
desarrollado que se hallara el capitalismo alemán a mediados del si­
glo x ix , no tenía ya ante sí, como lá burguesíá francesa antes de la gran
EL DESARROLLO HISTÓRICO DE ALEMANIA 43

revolución, m asas socialm ente in form es q u e pudieran —por lo m enos,


provisionalm ente— englobarse con la burguesía b a jo el nom bre com ún
del "te rc e r estado’’, sino un p roletariad o m oderno, aunque todavía in ci­
piente. Para darse m ás claram ente cuenta de la d iferencia, basta pensar
que, en Francia, G raco fia b e u f sólo encabezó una rebelión co n fin e s cons­
cientem ente socialistas varios años después de la ejecu ción de Robespierre,
m ientras que en A lem ania la rebelió n de los tejed ores silesiános estalló
cuatro años antes de la revolución de 1 8 4 8 , y fu e e n vísperas de esta
m ism a revolución cuando vio la luz la prim era exposición acabada de la
id eología d el proletariado revo lu cio n ario : e l M anifiesto comunista.
Y esta situación, nacida del retraso en el d esarrollo capitalista de A le ­
m ania, donde e xistía ya un p roletariad o que actuaba p o r su cuenta, pero
que n o estaba aún en condiciones d e in flu ir decisivam ente en lo s aconte­
cim ientos (co m o e l de R usia en 1 9 1 7 ) , vin o a. com plicarse todav ía más
con la in flu en cia de lo s acontecim ientos internacionales de la lucha de
clase s.. A unque la revolución de F eb rero e n P arís ayudó, de u n a parte,
a desencadenar la revolución e n B e r lín y en V ie n a, de o tra p arte la
enconada lucha de clases que allí se lib raba entre la burguesía y el p ro ­
letariado asustaba a la burguesía alem ana y contribu ía con e llo a acelerar
decididam ente la tendencia a la transacción con lo s "viejos poderes” ,
im pulsada p o r las rabones que acabam os de apuntar. L o s com bates de Ju ­
nio y su derrota fu eron, sobre todo, un acontecim iento decisivo p ara el
d esarrollo de las luchas de clases e n A lem ania. F a ltó aquí, desde el p rim er
m om ento, aquella irresistible unidad d el p u eblo antifeu d al que h ab ía
dado su em pu je a la R evolución fran cesa; y, a l m ism o tiem po, e l p ro leta­
riado alem án era todavía dem asiado d ébil para p oder erigirse, com o m edio
sig lo después el proletariado ruso, e n g u ía de todo e l pu eblo. E sto hizo
que 'se desintegrara m ás rápidam ente q u e e n F rancia, y en un sentido
opuesto, la p rim itiva unidad de fuerzas antifeudales. Podem os decir que
el año de 1 8 4 8 fu e e l 1 7 8 9 d e los alem anes; sin em bargo, la correlación
en tre la burguesía y las clases b ajas de A lem ania correspondía más bien
a las condiciones francesas d e 1 8 3 0 y 1 8 4 8 que a las de 1 7 8 9 .
E sto explica p o r qué ya en 1 8 4 8 se m anifiesta en el d esarrollo de A le ­
m ania un rasgo que habrá de resultar funesto, más tarde, p ara la trans­
form ación dem ocrática del p aís. N o s encontram os, ante todo, con que
las conm ociones dem ocráticas com ienzan, aquí, p o r donde suelen term i­
nar e i n a s r é v o E a M H 3 E i m 3 e l ^ : co n I a h i c t e c o n t r a
el ala radical plebeyo-proletaria. Y no se trata, naturalm ente, de úna
sim ple d iferencia de orden cro nológico. E n la R evolu ción francesa, sobre
todo, asistim os a una trayectoria q u e va hasta los lím ites extremos d e la
pura dem ocracia burguesa ( 1 7 9 3 - 9 4 ) ; la lucha co n tra e l radicalism o
plebeyo de izquierda sig n ifica, p o r tanto, sim plem ente la reacción contra
el intento de llevar la revolución más allá de dichos lím ites. (T e n d en cias
44 E L DESARROLLO HISTÓRICO DE ALEMANIA

sem ejantes a éstas se revelan tam bién en la lucha de C rom w ell contra
los "n ivelad o res” , aunque en u n a escala más b a ja , por supuesto, cóm o
correspond ía a las relaciones entre las clases entonces e x isten tes.) En
A lem ania, p o r e l contrario, y no sólo en 1 8 4 8 , sin o tam bién e n 1 9 1 8 ,
la lu ch a in icial contra el radicalism o d em ocrático-proletario de izquierda
m uestra la tendencia a d eja r en p ie, intacto o co n reform as n o esenciales'
y puram ente externas, todo lo p osible d el v ie jo orden, b a jo las form as
de la dem ocracia engendrada p o r la revolución. A s í, p o r eje m p lo , n in ­
gun a de las revoluciones alem anas lleva a cabo u n a verdadera reform a
agraria; ninguna afecta seriam ente a la dispersión del país en u n cúm ulo
de pequeños Estados; ninguna atenta-seriam ente contra los p rivilegios de
los ju nkers, y así sucesivam ente. .
Sería im posible, naturalm ente, exponer aquí, ni siquiera b a jo una fo r­
m a muy resum ida, la historia alem ana del siglo x ix . N o podemps hacer
otra cosa que señalar, muy concisam ente, los aspectos m ás esenciales en el
desarrollo d e las tendencias de carácter social. L os sectores plebeyos de A le ­
m ania no tuvieron, durante este p eríod o, la fuerza necesaria para im poner
sus intereses p o r la v ía revolucionaria. D e este m odo, los progresos eco­
nóm icos y sociales inevitables se lograron, bien b a jo la p resión de las
condiciones p o líticas exteriores, b ien com o resultado de la transacción
con las clases dom inantes. Las m ism as C onstituciones de los pequeños
Estados d el sur y el ce n tro de A lem ania, p u n to de partida de los movi-
m ientos y partidos dem ocráticos del p aís después del derrocam iento de
N apoleón, no fu eron arrancadas en la ju ch a in terio r de clases, sin o p o r
la necesidad de gob ern ar y adm inistrar con cierta unidad lo s territorios
que se h allaban e h un estado d e dispersión feu d al, que e n lo s tiem pos
de N ap o leó n se hab ían aglutinado hasta cierto p u nto y qué el C o ngreso de
V ien a m antuvo e n una relativa cohesión. A sí, vem os que la población
de W u rtem berg, p o r ejem p lo,.au m en tó en tiem po de N ap o leó n d e 6 0 0 0 0 0
alm as a m illó n y m edio, al sum arse a este Estado nada m enos que 7 8
señoríos territoriales. Las agrupaciones adm inistrativas de esta clase de
territorios, heterogéneos desde todos los puntos d e vista — el ejem p lo
de W u rte m b e rg es típ ico de este período1— fom entaron , naturalm ente, un
m ínim o de instituciones centralizadas, que, b a jo las condiciones del períod o
napoleónico y de las repercusiones de las luchas p o r la independencia,
no podían p o r m enos de contener ciertos elem entos de liquid ación de las
supervivencias m edievales, feudales y absolutistas. Lps pequeños príncipes
alem anes lucharon, ya b a jo la dom inación napoleónica, p o r reducir al
m ínim o estas concesiones; y, después de la d errota de N ap o leó n , este
m ínim o se vio todavía más reducido. Este carácter de tales concesiones
tra jo com o consecuencia el que no tuviesen raíces profun das en el pue­
blo, e l que éste no pudiera consid erar las instituciones q u e así surgían
com o instituciones propias y creadas por él, razón por la cu al era muy
EL DESARROLLO HISTÓRICO DE ALEMANIA 45

fá cil abolirías, tanto an te s'co m o después de 1 8 4 8 . Y , cuando en e l año


4 8 estalló una revolu ción de serias proporciones, las consecuencias del
atraso económ ico y de la dispersión nacional, ya brevem ente señaladas
por nosotros, pu dieron conducir a la d ebilidad de las m asas plebeyas y
a la traición de la burguesía contra su propia revolución, sellando con
e llo e l triu n fo de la reacción feudal y absolutista.
E sta derrota fu e decisiva para todo el desarrollo posterior, p o lítico
e ideológico, de A lem ania. E n la term in ología de la época, el plantea­
m iento del problem a central de la revolución dem ocrática se form ulaba
a s í: "u nid ad por la libertad ” o "u n id ad antes de la libertad ” . O , con
referencia al problem a concreto más im portante de la revolución, e l de la
posición que en el fu tu ro habría de ocupar Prusia dentro de A lem an ia:
"absorción de Prusia en el seno de A lem ania” o "p rusianización de A le ­
m ania” . L a derrota de la revolución de 1 8 4 8 hizo que am bos problem as
se resolvieran en el segundo sentido.
A la reacción triu n fan te le habría gustado volver sencillam ente, al statu
quo anterior al 4 8 . P ero esto no era objetivam ente posible, ni desde el
punto de vista económ ico ni desde el punto de vista social L a m onarquía
prusiana hubo de transform arse, orientándose — com o repetidam ente
ha puesto de relieve E ngels— hacia la creación de una "m o n arq u ía bona-
partista” . Se crea así, aparentem ente, cierto paralelism o entre la trayectoria
de F ran cia y la de A lem ania. P ero, sólo aparentem ente. E n Francia, el
bonapartism o es un retroceso reaccionario, al com ienzo d el cual aparece
la derrota de Ju n io d el pro letariad o fran cés, cuyo ignom inioso descalabro
habrá d e conducir, m ás tarde, a la g lo rio sa C om u na de 1 8 7 1 . Y , co n la
T e rce ra R epública, F ran cia se encam ina de nuevo p o r los derroteros n or­
m ales del desarrollo dem ocrático-burgués. L a A lem ania bism atckiana es,
en m uchos aspectos, com o certeram ente señala E n g els, u n a co p ia d e la
F rancia bonapártista. P ero e l p ro p io E n g els hace constar, a l m ism o tiem ­
po, categóricam ente, que la "m o n arq u ía bonapartista” , e n P ru sia y A le ­
m ania, representó o b jetivam en te u n p ro greso con respecto a la situación
anterior a 1 8 4 8 , puesto que. d entro de lo s m arcos d e aquel régim en, se
veían satisfechas las e xig en cias económ icas de la burguesía, abriéndose
más anchos cauces al desarrollo d e las fuerzas productivas. A h o ra bien ,
estos progresos económ icos se lo g raro n sin que m ediara u n a revolución
burguesa victoriosa, ya que la unidad nacional instaurada consistió sim ­
plem ente en la "p ru sianización” de A lem ania, y en e lla se m antuvieron
en pie celosam ente la burocracia n o b le y todas las institu ciones destinadas
a asegurar la intangibilid ad de su h egem onía p o lítica ( e l régim en d e '
sufragio de las tres clases en P rusia, e t c .) . D a d a la im potencia to tal del
parlam ento, el derecho d e su frag io universal, den tro d el R e ic h , n o pasaba
de ser una sim ple decoración aparentem ente constitu cional, fin g id am en te
dem ocrática. E sto exp lica p o r qué M a rx , en su Crítica d el programa de
46 EL DESARROLLO HISTÓRICO DE ALEMANIA

Gotha definía con razón la Alemania nacionalmente unificada como un


despotismo militar, políticamente salvaguardado, con ribetes de formas
parlamentarias, mezclado con su dosis de feudalismo, influido ya por
la burguesía y burocráticamente ensamblado” .
Hemos visto que una de las más graves debilidades de la revolución
de 1848 residía en la carencia de una experiencia y una tradición demo­
cráticas, en la ausencia de una educación democrática de las masas y de
sus portavoces ideológicos, adquirida como resultado de las grandes luchas
interiores de clases. N o es difícil comprendér que los acontecimientos
producidos después de 1848, las condiciones de la "monarquía bona-
partista”, la creación de la unidad alemana "desde arriba", por obra de
las bayonetas prusianas, no ofrecía ni podía ofrecer tampoco condiciones
propicias para la creación de tradiciones revolucionario-democráticas entre
las masas. El parlamento alemán se hallaba de antemano condenado a la
esterilidad, por su impotencia. Y , como no había un solo partido burgués
que no pisara sobre el terreno de la componenda con la "monarquía bona-
partista”, también las luchas extraparlámentarias de masas estaban conde­
nadas a la esterilidad, en la medida en que realmente existían. Los pocos
verdaderos demócratas que habían quedado del período anterior al 48
permanecían aislados, carentes de influencia, y no podían educar a una
nueva generación democrática. Un ejemplo bien elocuente de la situación
a qué se v eían condenados, en; Alemania, los pocos demócratas burgueses
consecuentes lo tenemos en la suerte de Johann Jacobi, quien, siendo un
demócrata pequeñoburgués convencido, sin él más leve contacto con las
idéas socialistas, se decidió, llevado de su desesperación y como protesta,
a aceptar transitoriamente un mandato electoral socialdemócrata.
U n obstáculo de orden ideológico con que tropezaba la formación dé
tradiciones democráticas en Alemania era el falseamiento, en grandes pro­
porciones y cada vez más acentuado, de la historia alemana. Tampoco en
este punto podemos ni siquiera apuntar los detalles. Tratábase — para
decirlo en pocas palabras— de la idealización y la "germanización” de los
aspectos más retardatarios del desarrollo de Alemania; es decir, de uná
historiografía que se dedicaba a exaltar como lo más glorioso y lo que
mejor cuadraba con "el alma alemana” lo que constituía precisamente
el carácter más retrasado de la trayectoria del país, criticando y repu­
diando como antialemán, como contrario al carácter del "espíritu nacio­
nal” de Alemania todos los principios y los resultados del desarrollo
democrático-burgués y revolucionario eh el Occidente. Los conatos de
movimientos progresivos contenidos en la historia alemana, tales como
la guerra de los campesinos, el jacobinismo de los de Maguncia, deter­
minadas tendencias democráticas de la época de las guerras de la inde­
pendencia o las repercusiones plebeyas de la revolución de Julio en la de
1848, eran totalmente silenciados o se los falseaba de modo que asustaran
EL DESARROLLO HISTÓRICO DÉ ALEMÁNIA 47

a los lectores. E n la term in ología burguesa alem ana, el año revolucio­


nario de 1 8 4 8 es bautizado, a p artir de ahora, com o el "a ñ o lo co ” . En
cam bio, se rodea de una aureola gloriosa a los períod os reaccionarios
de la h istoria alem ana.
P ero, n o se crea que esta tergiversación se lim ita a los hechos histó­
ricos, a su selección y a su m odo de presen tarlos; no, la actitud de fa l­
seam iento a que n os referim os in flu y e tam bién, de u n m odo funesto, sobre
la m etod o logía d e la ciencia h istórica y social y trasciende, incluso, rem on­
tándose muy p o r encim a de esto, a todo el pensam iento social e histó­
rico de A lem ania. Resum iendo la cosa en pocas .palabras, podríam os decir
que, tras los intentos hechos en la época anterior a 1 8 4 8 para lleg ar a
com prender la sociedad y la historia a través de sus leyes racionales (basta
con referirse, en este punto, a H e g e l), se levanta ahora una nueva oleada
d e irracionalism o h istórico-sociológico. Este irracionalism o, ya muy des­
arro llad o en e l rom anticism o y en las ramas derivadas d e este tronco,
acabó im poniéndose com o la corrien te im perante después de la derrota
de la revolución d el 4 8 . P ero , p o r ahora, n o nos interesa tan to la caracte­
rística m etodológica y cie n tífica de esta corriente — ya verem os m ás ade­
lan te cóm o el irracionalism o del p eríod o im perialista, aunque encuentre
aquí num erosos puntos de entronque, representa, sin em bargo, algo esen­
cialm ente nuevo— com o el señalar las raíces que tien e en la vid a social
y p o lítica d e A lem ania.
E l facto r m ás esencial de todos es la p sico lo g ía de súbdito del alem án
m edio, incluso la d el intelectual, p o r lo dem ás tan e n g reíd o ; psicología
que n o hizo crisis, n i m ucho m enos, co n la revolución de 1 8 4 8 . Y a hem os
visto cóm o las grandes conm ociones producidas a com ienzos de la época
m oderna y que echaron, eh el O ccidente, las bases para el desarrollo dem o­
crático, acabaron e n A lem ania con la plasm ación secular d e pequeñas
tiranías y cóm o e l m ovim iento alem án de la R efo rm a sentó lo s funda­
m entos para una actitud de servilism o , ante ellas. N i las luchas de inde­
pendencia contra e l yugó napoleónico, ni siquiera la revolución de 18 4 8 ,
lograron introducir en este punto n in g ú n cam bio esencial.
Y , com o la únidad de la nación alem ana no se instauró p o r la vía
revolucionaria, sino "d esd e arriba” , "p o r la sangre y p o r e l h ierro ” , según
la leyenda histórica, gracias a la "m isió n ” de los H o h en zo llern y al
"g e n io ” de B ism arck, este aspecto de la p sicolo g ía y la m o ral alem anas
se m antuvo casi intacto. Surgieron grand es ciudades donde antes se al­
zaban, m uchas veces, pequeños centros urbanos de corte sem im edieval; la
p o lítica de cam panario d e jó el'p u esto a la p o lítica m undial, pero la actitud
sumisa del pueblo alem án ante la "su perio rid ad ” n o experim entó, en este
proceso, m ás que cam bios muy insignificantes. E l H e sslin g d el Súbdito
de H ein rich M an n sólo se distingue del "h é ro e ” burgués, d e G ustav Fney-
tag por su agresividad fre n te a los de ab ajo , pero no p o r su servilism o
48 EL DESARROLLO HISTÓRICO DE ALEMANIA

ante los de arriba. Y así, la pintura trazada en 1 9 1 9 por H u g o Preuss


es válida — con las naturales variaciones im puestas p o r la h isto ria del
m om ento— para el pueblo alem án en todo el sig lo x i x y en el x x : " E l
pueblo m ás gobernable del m undo son los alem an es. . . , en el sentido
de un pueblo activo y dinám ico, con una h abilid ad y una in teligen cia
superiores en general a lo corriente y con u n a tendencia crítica b a sta n te,
desarrollada para todo lo que sea razonar; pueblo, sin em bargo, que, en lo
tocante a los asuntos públicos, no está habituado, ni tam poco lo quiere,
a obrar espontáneam ente sin las órdenes de la superioridad o en coxitra
de ellas y que, por tanto, se siente perfectam ente ensam blado y casi actúa
b a jó la dirección de la autoridad com o si obrase p o r su propia voluntad
colectiva. Y esta aptitud para d ejarse organizar, unid a a aquellas exce­
lentes cualidades, o frece en realidad un m aterial extraordinariam ente bueno
para cualquier organización, pero sobre todo para la de tip o más puro que
es la m ilita r."
A qu í es donde se halla, la fuente directa, la fu en te subjetiva, del irra­
cionalism o alem án preim perialista. M ientras que los pueblos dem ocráticos
del O ccid ente — vista la cosa en su co n ju n to y a grandes rasgos— con­
sideran e l Estado, la p o lítica de éste, etc., e n gran m edida, com o su
incum bencia propia, exigiend o de ello^ que sean racionales y viendo re fle ­
jad a e n este e sp ejo su propio carácter racional, en A lem ania — tam bién
vista la cosa e n su co n ju n to y a grandes rasgos— esta actitud aparece '
invertida. E l axiom a de la h isto rio g rafía alem an a: " lo s hom bres hacen
la historia” , n o es m ás que e l reverso histérico-m etod ológico de la co n ­
cepción burocrática prusiana de " l a in teligen cia lim itad a del sú b d ito ",
de aquellas palabras de la proclam a lanzada después d e la b atalla de Je n a :
" e l p rim er d eber d el ciudadano es perm anecer q u ie to ". E n am bos casos
es " l a superioridad" y sólo e lla la llam ada a actuar, haciéndolo además
a base de una concepción intuitiva de circunstancias que de hecho son
irracionales; e l sim ple m ortal, e l "h o m b re d el m o n tó n ", el súbdito, es
sim plem ente e l peón m ecánico, el o b jeto o e l em bobado espectador de las
acciones realizadas por los elegidos.
L a "p o lític a realista” y sin principios de B ism arck contribuyó en m u­
ch o, con sus éxitos iniciales (h a sta la fund ación d el Im p e rio ), al des­
arrollo de este irracionalism o; la esterilidad y los fracasos de la p o lítica
bism arckiana de allí en adelante se consideran com o una "tra g e d ia " irra­
c io n a l, cuando no se las convierte por arte de m agia e n otros tantos
éxitos, logrados m ediante el aprovecham iento "g e n ia l” de "co n stelacio ­
nes” irracionales por e l "g e n io " d el "p o lític o realista” . E l período del
im perialism o alem án fran co y descarado del rein ado de G u ille rm o I I es
explicado p o r sus adoradores com o obra de la "g e n ia l personalidad” del
em perador y por sus críticos com o resultado de la d esaparición de B is ­
m arck sin haber d ejado un sucesor d igno de él.
EL DESARROLLO HISTÓRICO DE ALEMANIA , 49
Y estas tendencias muy generalizadas de la h isto rio g rafía alem ana usual
s e ven fo rtalecid as p o r lo s pu blicistas que to m an su inspiración1’'d e los
círcu lo s sociales cuyos intereses se consid eran lesionados p o r la parla-
m en tarizad ón d e A lem ania, lo que les llev a á p recon izar e l “ régim en
p e rso n al" de lo s H o h en zo llern (q u e es e n realidad e l im p erio absoluto
d e la burocracia civ il y m ilita r) com o la ún ica senda saludable para el
pueblo alem án. N o ca b e duda d e q u e e l m odo com o se instauró la u n i­
dad d el Im p erio alem án realzó esencialm ente la posibilid ad de que sem e­
jan tes concepd on es encontrasen tan am plia d ifu sió n .
Intim am ente relacionada co n esta trayectoria se h a lla la lu ch a d e la
h isto rio g rafía y los historiadores alem anes contra la cú n cep d ó n racional
d el progreso. Sabem os que se trata de una lucha d e carácter gen eral, que
brota necesariam ente, com o habrem os d e ver co n to d o d etalle m ás adelante,
sobre e l terreno d el capitalism o decadente y q u e apunta ya, inclu so, e n el
seno d e l capitalism o cuando éste com ienza a verse desgarrado p o r p ro ­
blem as in terio res; se trata, en otros térm inos, de un fen ó m en o in te rn ad o - ,
n al. L o "ú n ico ” que hay de e sp ecífico e n la trayectoria alem ana es q u e í
aq u í esta tend encia aparece m ucho antes y se m an ifiesta con m ucha m ayor %
fuerza que en ningú n otro p aís. E sta peculiaridad d el desarrollo esp iritu al %
de A lem ania, la de haber sum inistrado — sobre to d o e n Schopenhaüer
y en N ietzsche, p ero tam bién e n Sp en gler, H eid eg g er y otros— lo s p en­
sadores que fig u raro n a la cabeza de la actitud radicalm ente reaccionaria
ante la realidad habrá de ser, m ás adelante, investigada a fo n d o p o r
nosotros, en cuanto a sus p rincipios y a sus consecuend as d e ord en filo só ­
fic o ; de m om ento, sólo nos interesan su fu nd am ento prim ario y elem ental,
e n lo q u e a la h isto rio g rafía y a la so cio lo g ía se refiere. Y éste hay que
buscarlo en la curiosa y sim ultánea unidad, e n la realidad indiscernible,
de los m om entos acom odados a su tiem p o y extem poráneos que se dan en
la estructura y en la Orientación histórico-sociales d el d esarrollo d e A le ­
m ania. M ien tras A lem ania fu e, sen d llam en te, u n p aís atrasado, ¿an to
e n lo económ ico com o en lo social, que ib a descollando, sin em bargo, en. lo
espiritual, com o un rival d ign o y, e n ciertos cam pos, com o e l g u ía espi­
ritual d el m undo burgués, b ro tó de esta situ ad ó n la id eo lo g ía precursora
de la revolución dem ocrática en A lem an ia (lo s poetas y pensadores ale­
m anes desde L essing hasta H e in e y desde K a n t hasta H e g el y F e u e rb a c h ).
C ierto es que ya ehtonces n a d ó tam bién — en e l rom anticism o y e n sus
productos accesorios— aquella idealización d el atraso alem án que, para
d efen d er esta posición, se v eía oblig ad a a interpretar d e u n m odo radical­
m ente irracional la m archa d el m undo, com batiendo el concepto d el p ro ­
greso com o una concepción supuestam ente su p erficial, triv ial y errónea.
N ad ie fu e tan allá, en este pu nto, com o Schop enh aüer; y e llo e xp lica la
falta .total d e in flu en cia de este filó s o fo antes d e 1 8 4 8 y la. in flu e n cia
m undial alcanzada p o r él, después d e derrotada d icha rév o lu d ó n .
50 EL DESARROLLO HISTÓRICO DE ALEMANIA

L os fundam entos o b jetiv o s de este p roblem a se com plican co n la fu nd a­


c ió n d el Im p erio, e incluso con e l p eríod o que la precede y la prepara.
A lem ania, de añ o en año, v a d ejand o d e ser un país económ icam ente
rezagado. M ás aún, en e l períod o im perialista, vem os cóm o e l capitalism o
alem án d eja atrás a l in glés, que hasta ahora m archaba a la cabeza en
E uropa; y A lem an ia se convierte — ju n to a los Estados U n id os— en el
p aís capitalista m ás desarrollado y típ ico del m undo. Pero, a la par con
e llo , se afianza, com o hem os visto, su estructura social y p o lítica dem o­
cráticam ente atrasada (rég im en agrario, pseudoparlam entarism o, "g o b ie r­
no personal” del em perador, supervivencias del régim en territorial de los
pequeños Estados, e t c .) .
Se reproduce, con ello, la contradicción de las etapas anteriores, en una
escala a la vez más alta y cualitativam ente nueva. D o s cam inos se abren,
en e í plano de lo abstracto, para poder superar esta contradicción. U n o es
el postulado de que la estructura social y p o lítica de A lem ania se aco­
m ode al desarrollo económ ico del país. Postulado que puede form ularse,
adem ás, en un sentido revolucionario, exigiéndose que en A lem ania se lleva
a cabo, p o r fin , la revolución dem ocrática (q u e es com o plantea el pro ble­
m a Federico E ogels, en su Crítica del programa de Erfurt de la socialdem o-
cracia alem a n a ). P ero, desde el punto de vista de un verdadero im perialis­
m o alem án interiorm ente ajustado a^ u tiem po, cabría aspirar tam bién a que
U estructura p o lítica del p aís (s in to car para nada a la estructura so c ia l) se
|dapta$e a las form as ya probadas y que habrán de seguir dando resultado
j»ém pre — fre n te a A lem ania— : a las fo rm as de la dem ocracia parlam en­
taria occid ental. (P o sició n ésta que era, com o verem os, la que adoptaba
— casi solo-— u n M a x W e b e r y que presen ta mutatis mutandis— cierta
afin id ad con las aspiraciones de Scharnh orst y G neisenau, quienes pug­
naban p o r introd u cir en la v ie ja P rusia "refo rm ad a” las innovaciones
m ilitares de la R evolución fran cesa.)
P ero , com o la relación contradictoria que así se creaba entre la eco­
n om ía y la p o lítica no im pedía e l desarrollo del capitalism o en A lem a­
n ia — y en e llo podem os apercibirnos de u n m odo bien tan g ible de cuál
e r i el "cam in o prusiano” qué se ab ría an te el desarrollo d el capitalism o
alem án— , era inevitable que surgiese u n a id eología basada en la defensa
intelectual de esta contradicción entre la estructura económ ica y la es­
tructura p o lítica de A lem ania com o u n a etapa de desarrollo más alta,
com o una posibilidad de desarrollo superior a la del O ccid ente dem o­
crático.
Y esta defensa ten ía que ir a buscar, una vez más, sus armas filo só ­
ficas al arsenal del irracionalism o. Com o es natural, esto p o d ía engendrar
las concepciones más dispares, que no nos sería dable analizar ni siquiera
apuntar aquí, en el plano histórico y desde el punto de vista filo só fico ,
sin destruir el m arco de nuestras presentes consideraciones. N o s lim ita­
EL DESARROLLO HISTÓRICO DE ALEMANIA 51
rem os, pues, a señ alar algunas d e las . teorías típicas q u e en este terreno
se form u laron.
C abe, b a jo un signo positivo o negativo, con entusiasm o, con repulsa
o co n resignación, con cebir e l capitalism o com o un "d e stin o ” ; para Com­
prenderlo, basta con rem itirse a las palabras de T reitsch k e, m á s 'a rrib a
transcritas, acerca, del nacim iento de la U n ió n aduanera. E l capitalism o
alem án altam ente desarrollado es valorado, así, com o ún "d e stin o " irra­
cional, m ientras el exponente del otro princip io — tam bién irracional,
aunque con distinta valoración— , e l E stado alem án, recibe la m isión de
in fu n d ir un sentido al "d e stin o ” ciego de la econom ía p o r la virtud de las
dotes puram ente personales (e s decir, tam bién irracio n ales) del m onarca.
O bien sé atribuye al Estado (e n la fo rm a alem ana abstracta de la "esta-
talid ad ” ) e l papel de contrapeso saludable — irracional— para eq u ili­
brar aquella insana y m o rtífera racionalidad representada p o r la econom ía
capitalista, etc., etc.
E n todás estas concepciones se encierra, com o se ve, una actitud p o lé ­
m ica frenite al concepto general burgués del progreso propio de las dem o­
cracias occidentales; se rechaza la idea de que el desarrollo d el-E sta d o
y de la sociedad, rom piendo las fo rm as feudales, y su creciente adaptación
a las exigencias del capitalism o (b asta con referirse a la sociología de
H erbert Sp en cer) representa un p rogreso. L e jo s de reconócerla así, se
valora y se ensalza la trayectoria alem ana com o superior, precisam ente
porque la conservación de las fo rm as autoritarias m ás v iejas (n o racio­
n a le s ) le perm iten resolver problem as que tenían que ser necesariam ente
insolubles para la sociedad y el pensam iento social .de lo s Estados occi­
dentales, atenidos a una orientación racional. Y h u elga decir que lo deci­
sivo, en todo esto, era el p o d er com batir eficazm en te el socialism o.
Irracionalism o y enem istad contra el pro greso son inseparables, y am bos
representan, ensam blados así, la d efensa id eológica eficiente, del atraso
social y p o lítico de una A lem ania que va desarrollándose rápidam ente
p o r los derroteros del capitalism o. F á c il es com prender, p o r o tra parte,
que estas prem isas "filo s ó fic a s ” para u n a h isto rio g rafía alem ana que aca­
bam os de psbozar tenían que e je rce r y ejerciero n una in flu en cia decisiva
sobre aquella fabricación de leyendas históricas de que m ás arriba hem os
hablado.
L a endeblez del m ovim iento dem ocrático alem án se m an ifiesta tam bién
en e l hecho de que no fuese capaz de op oner a esta cam paña id eológica de
d eform ación de gran envergadura nada p ropio, una verdadera historia
de A lem ania ni una historia de las luchas p o r la revolución dem ocrática.
N o se sentía tam poco en con d icicn es de com batir eficazm ente los fu n ­
dam entos "filo s ó fic o s ” de estas leyendas históricas. E l carácter p o stulativo
gnoseológico-agnóstico y ético-social del pensam iento neokantiano im pe­
rante en A lem ania se revelaba tan incapaz para e llo com o la sociología
52 EL DESARROLLO HISTÓRICO DE ALEMANIA

q u e d e vez en cuando se im portaba del e xtran jero . T o d a la juventud


alem ana iba form ándose, así, sin una tradición dem ocrática. £1 único
historiad or alem án que lu d ió enérgicam ente con tra esta fabricació n de le-
' yendas fu e F ranz M eh rin g , a qu ien nadie puede negar sus grand es m é­
ritos en esta lucha. Sus esfuerzos, sin em bargo, no llegaron a d ar fm to s
y se vieron cada vez más aislados, a causa del reform ism o im perante e n la
socialdem ocracia alem ana. Las tradiciones dem ocráticas, en A lem ania, iban
quedando cada vez m ás desarraigadas. Los publicistas dem ocráticos que
m ás tard e fu ero n .b ro tan d o aisladam ente tenían, en la m ayor parte de los
casos, tan p o co contacto real co n la historia de A lem ania, que la reacción
se daba frecu entem ente el lu jo de pasarlos p o r alto y d e tratarlos despec­
tivam ente, sin un análisis crítico , recurriendo para e llo a u n a contrapo­
sición artificiosam ente planteada entre e l carácter alem án supuestam ente
autóctono, base de la trayectoria frustrada de su patria, y la dem ocracia,
a la que se tild aba de "m ercan cía occidental de im portación” , re firié n ­
dose a ellos entre signos negativos, com o a partid arios del "O ccid e n te
no g erm án ico ". L o cual v en ía a reforzar todavía m ás, naturalm ente, el
aislam iento ideológico y político de estos autores sueltos, den tro d e A le ­
m ania. 1
Sólo el m ovim iento obrero podía haber creado en A lem ania u n centro
d e resistencia p o lítica e ideológica, com o lo h ab ía hecho e n 1 8 4 8 -4 9 la
Nueva Gaceta Renana, b a jo la dirección de M arx, y com o lo hicieron
e n R usia L en in y los bolcheviques. P ero aquellas tendencias generales del
d esarrollo de A lem ania repercutían tam bién sobre el m ovim iento obrero.
A n tes de la instauración bism ardciana d e la unidad nacional, era natural
que e l problem a central de la revolución dem ocrática se convirtiera en la
causa esencial de la escisión d el m ovim iento obrero que com enzaba a
nacer. D e una parte estaban Lassálle y, después de él, Schw eitzer, quienes
abrazaban el cam ino prusiano-bonapartista. Y las desfavorables cond icio­
nes del d esarrollo de A lem ania cond ujeron aquí a consecuencias fatales.
Lassalle, con quien com enzó el m ovim iento de masas de la clase obrera
alem ana después de la revolución de 1 8 4 8 , se hallaba ganado p o r la
in flu en cia ideológica de la tendencia bonapartista im perante, en un grado
m ucho m ayor que el que registran las historias del m ovim iento obrero
de A lem ania. Su aproxim ación personal y p o lítica a B ism arck, en los
últim os años de su vida, no fu e, ni m ucho m enos, com o se trata de hacer
creer, un extravío casual, sino que fu e más b ien la consecuencia lógica
y necesaria de toda su posición filo só fica y p o lític a . Lassalle h ab ía to ­
m ado de H e g el, sin la m enor reserva crítica, el criterio idealista-reaccio­
nario de la prim acía del Estado sobre la econom ía, para aplicarla m e­
cánicam ente al m ovim iento de liberación del proletariado. Y ello le
llevaba, lógicam ente, a rechazar todas aquellas foranas del m ovim iento
obrero que, asegurando la independencia del proletariado, h abrían podido
EL DESARROLLO HISTÓRICO DE ALEMANIA 53
cond u cir a la lucha p o r la lib ertad dem ocrática de m ovim ientos y a un
choqu e dem ocrático con e l E stad o prusiano, burocrático y bonapartista.
Según é l, lo s obreros d ebían fia r tam bién e n lo económ ico su liberación
a l E stado prusiano, a l Estado de B ism arck . Y la preconización un ilateral
d el su frag io universal com o postulado básico ad qu iría tam bién, así encua­
drado, u n acento bonapartista, tan to m ás cuanto que la organización inter­
na d e la " L ig a g en eral d e obreros alem an es", en la que se com binaba la
dictadura personal de Lassalle co n las votaciones ocasionales en fo rm a
de referendum del "p u e b lo soberano” , revestía tam bién u n carácter bona­
partista m uy m arcado. N o en van o L assalle pudo en v iar a B ism arck una
cop ia de lo s estatutos de su p ro p io "Im p e rio ” , com o é l m ism o lo lla ­
m aba, d iciéndole que ta l vez tuviera, e l C an ciller, m otivos para envidiarle
p o r é l. Y nada tien e de sorprendente que, lanzado ya p o r este cam ino,
avanzara consecuentem ente p o r e l declive, hasta desem bocar en la "m o ­
narquía social” , én el apoyo directo a la p o lítica bism arckiana de unidad.
P ero tam poco G u illerm o L iebk n ech t, aunque reconociera y criticara,
b a jo la in flu en cia de M arx y E n g els, los errores de L assalle y de su
escuela, fu e capaz d e m antener u n a lín e a certera. D e já b a se g an ar con
m ucha frecu encia p o r la in flu en cia ideológica de las tendencias dem ocráti­
cas pequeñoburguesas del sur d e A lem an ia y no o p o n ía a la solución
bism arckiana y a su d efensa p o r L assalle la v ie ja lín e a revolucionaria
de la Nueva Gaceta Renana, sin o u n fed eralism o dem ocrático-pequeño
burgués, antiprusiano, inspirado en las corrientes sudalem anas.
E n e l curso del desarrollo p o sterio r d el m ovim iento obrero alem án,
tam bién h a b ría de m anifestarse en este p ro blem a e l reform ism o cada vez
m ás acentuado. E ngels criticó, en este respecto, con im placable energía,
los errores oportunistas del P rogram a d e E rfu rt, señalando sobre to d o lo
que faltab a en este program a: e l postulado de una lucha resuelta e n to rn o
a la dem ocratización de A lem ania, e n to rn o a la consecución revolucionario-
dem ocrática de la unidad nacional, que co n la solución bism arckiana era
u n a unidad reaccionaria y, p o r tan to , frustrada.
D espués de la m uerte de E n g els, e l reform ism o se acentúa cada vez
m ás y va, con .ello, m ás y m ás a rem olque de la burgu esía lib eral, presta
siem pre a las com ponendas. L a verdadera lu ch a p o r la dem ocratización
rad ical de A lem ania — p o r el apoyo ideológico y p o lítico a lo s m ovim ien­
tos revolucionario-dem ocráticos— encuentra cada vez m enos eco e n la
socialdem ocracia alem ana; a e llo hay que atribu ir, en una m ed id a m uy
considerable, la situación de aislam ien to de u n F ran z M e h rin g , e l ú n ico
d efen so r consecuente de aquellas tradiciones. Y esta d eform ación re fo r­
m ista del m arxism o n o se lim ita, n i m u cho m e n o s, a l ala abiertam ente
oportunista de la derecha, que lle g ab a hasta la p o lítica de apoyo a l im pe­
rialism o colon ial, sino que se extien d e tam bién a l llam ad o "ce n tro m ar-
x ista” , el cual, b a jo e l ro p a je de una vaga fraseo lo g ía revolucionaria, se
54 EL DESARROLLO HISTÓRICO DE ALEMANIA

avenía, de un m odo muy "rea lista ” , con el estado de cosas existente


en A lem ania. A sí las cosas, era natural que el m ovim iento obrero ale­
m án nó pudiese servir de aglutinante, de centro de atracción para las
fuerzas dem ocráticas que se m anifestaban esporádicam ente, no pudiese
educar y gu iar a estas fuerzas. Y , en su lucha de oposición contra las ten ­
dencias oportunistas del reform ism o, grandes Sectores de la oposición de
izquierda caían en una actitud sectaria ante los problem as de la dem o­
cracia burguesa, y en especial ante el p roblem a nacional, lo que im pidió
en buena parte a estos sectores — y m ás tarde, ya en la guerra, a la L iga
espartaquista— • llegar a conquistar una in flu en cia com o la alcanzada en
R usia por los bolcheviques.
E n estas condiciones entra A lem ania en la época im perialista. C om o
es sabido, este tránsito va acom pañado de un gran auge económ ico, de
una concentración extraordinariam ente fu erte del capital, etc.' A lem ania
se erige en el Estado que m archa a la cabeza del im perialism o en Europa
y, al m ism o tiem po, en el Estado im perialista más agresivo, que pre­
siona de un m odo m ás violento p o r el nuevo reparto del m undo. Este
carácter del im perialism o alem án es tam bién una consecuencia del des­
arro llo capitalista de A lem ania, atrasado, pero rapidísim o. A l convertirse
A lem ania en una gran potencia capitalista, el reparto del m undo colonial
tocaba ya a su fin , lo que h acía que la A lem ania im perialista, si quería
lle g a r a ad qu irir un im perio colonial a to no con su pod erío económ ico,
só lo pudiera lograrlo p o r m edio de la agresión, arrebatando a otros sus
colonias. É sto hizo nacer en A lem ania un im perialism o especialm ente
"v oraz” , agresivo, ávido de b ó tfii, que presionaba de un m odo vehem ente
e im placable hacia e l nuevo reparto de las colonias y las esferas de in ­
fluencia.
E sta situación económ ica contrasta de u n m odo muy llam ativ o con
la gran fa lta de m adurez político-d em ocrática del p u eblo alem án, en este
períod o. P ero, esta fa lta de m adurez no sólo eS un hecho p o lítico extra­
ordinariam ente im portante, no sólo da com o resultado e l que la veleidosa
y aventurera p o lítica exterio r de G u illerm o I I pudiera abrirse paso sin
grandes fricciones d entro d el país, sino que encierra, adem ás, im portantes
consecuencias ideológicas para nuestro problem a. N o existen las situa­
ciones estancadas; todas tien en que desarrollarse hacia adelante o hacia
atrás. Y com o, p o r las razones ya señaladas, el p u eblo alem án no se des­
arrolló, al lleg ar el período im p e ria lista , en un sentido progresivo-dem o-
crático, necesariam ente ten ía que producirse un m ovim iento de retroceso.
Y esto guarda relación con una tendencia p o lítico-id eo ló gica com ún al
períod o im perialista, en un p lan o internacional. E n este p eríod o reina,
de una parte, u n a tendencia antidem ocrática general bastante acentuada,
m ientras que, de o tra parte, b a jo las cond iciones d el im perialism o, a llí
donde existe una dem ocracia burguesa, se produce cierto desengaño en las
EL DESARROLLO HISTÓRICO DE ALEMANIA 55

masas y en sus portavoces ideológicos e n cuanto a lá dem ocracia, a l com ­


probar cuán pequeño es, en realidad, el p o d er de que éste dispone fre n te
a los órganos ejecutivos secretos de la burguesía, cuán gran d e es él grado
de corrupción que necesariam ente llev a aparejado, bajo, el capitalism o, y
cóm o, en e l régim en’ capitalista, la dem ocracia burguesa es, p o r fuerza,
inseparable de una serie de fenóm eno s antidem ocráticos (e n el aparato
electoral, e t c .) . N ad a tien e de extraño, p o r ello , que precisam ente en lo s
-países dem ocráticos se desate una olead a dé críticas contra la dem ocracia,
que van desde las corrientes reaccionarias descaradas hasta el m ovim iento
obrero (ta l es, p o r ejem p lo, el caso del sindicalism o en los países la­
tin o s ).
C ierto es que estas críticas revisten, en g eneral, una tendencia rom án­
tico-reaccionaria. N o debe perderse de vista, sin em bargo, que llevan
im plícito, n o pocas veces, un desengaño leg ítim o ante la dem ocracia bu r­
guesa, una experiencia vivid a de desencanto, que a veces envuelve u n a
relativa idea de superación, en lo tocante a las lim itaciones sociales de ese
tipo d e dem ocracia, B aste pensar en la iro n ía de A n ato le Fran ce, cuando
habla de esa igualdad dem ocrática ante la ley que p ro h íbe m ayestática-
m ente a pobres y a ricos, sin d istinción, d orm ir p o r las noches d eb ajo
de los puentes. Y hay que ad vertir que, cuando escrib ía esto, Á n ato le
F ran ce se hallab a to dav ía muy le jo s d el socialism o: p o r eso precisam ente
son sus ingeniosas palabras tan características d e éste estado de ánim o de
los círcu lo s progresivos intelectuales d el O ccid en te y de sus invectivas
contra la dem ocraciá. U n a m ezcla característica d e u n a actitud crítica
certera y tendencias confusas y reaccionarias podem os observarla tam bién
en B ern ard Shaw . P e ro la am algam a m ás com plicad a de estas tend encias
y la m ás influyente, durante algú n tiem p o, la p erso n ifica G . S orel, el
id eólogo del sindicalism o.
Estas tendencias llegaron a e je rce r, sobre todo b a jo sus m atices recrió-
narios, una in flu en cia im portante y p ro fu n d a sobre la intelectualidad ale­
m ana del p erío d o im perialista. S in em bargo, a l p asar a A lem ania, su frie ­
ron u n pro fu n d o cam bio sprial. S i e n lo s países d el O ccid en te e ran la
exp resión d el desengaño ante la dem ocracia burguesa ya conquistada y
vigente, e n A lem an ia convertíanse e n u n obstáculo para su consecución,
en la renuncia a la lucha resuelta y decidida p o r esa dem ocracia. Estas
tendencias se m ezclan en A lem an ia co n la v ie ja propaganda o fic ia l d el
períod o bism arckiano, que ve y p recon iza en el atraso de A lem an ia la
expresión del "esp íritu alem án” , de lo que hay de esp ecíficam ente alem án
en la historia, en la sociología, etc. E n el p eríod o bism arckiano, vem os
cóm o la intelectualidad dem ocrática y, en parte, inclu so la intelectualidad
lib eral, se m anifiesta e n contra de sem ejan te concepción d e la sociedad y
d e la h isto ria (V itc h o w , M om m sen, e t c .) , aunque co n b astan te tibieza
en lo interior, ciertam ente, y co n n in g u n a eficacia, a l exterio r.
56 . EL DESARROLLO HISTÓRICO DE ALEMANIA

A l paso que la crítica de la dem ocracia es acogida, ahora, en A lem ania


com o u n a tend encia progresiva del esp íritu occid ental, se produce, en
últim a instancia, con otros razonam ientos históricos e ideológicos, la capi­
tu lación ante las id eologías que vienen a d eb ilitar la lucha p o r la dem o­
cracia y que m atan la m édula id eológica y p o lítica de esta lucha. B ásta
co n referirse, para p o n er un so lo e je m p lo muy sig n ificativ o, a l m ás im por­
tan te d e los sociólogos e historiadores burgueses del períod o g u illerm in o ,
a M a x W e b e r. M a x W e b e r m anifestábase, p o r razones patrióticas, con­
trario a l sistem a d e G u ille rm o I I , cuyo d iletantism o y cuya incapacidad
para com petir en e l terreno diplom ático con la dem ocracia fran cesa o
inglesa com prendía claram en te; y esto le llevaba a m ostrarse, e n conse­
cuencia, com o un partid ario cada vez m ás resuelto de la dem ocratización
d e A lem ania. P ero , com o su pensam iento se h allab a profundam ente im ­
buido d e aq u ella actitud, crítica occid ental d e desengaño ante la dem o­
cracia, só lo veía en ésta un "m a l m enor” fre n te al sistem a im perante. Y
contradicciones sem ejantes a ésta podem os observar en otros pensadores
y p o lítico s del m ism o períod o, p o r ejem p lo en F . N aum ann, entre otros.
F ácil es com prender que, sobre tales bases ideológicas, m al p o d ía nacer
una radical orientación intelectual dem ocrático-burguesa y, m enos aún,
un p artid o de esas características. (E n N aum ánn, salta a la vista la crisis
d e esta crítica izquierdista, p ara-d esem bo car en unos principios y una
cond u cta práctica de d erech a.).
Entee lo s intelectuales alem anes del períod o gu illerm ino se reproduce,
así, la "m ise ria alem ana” , só lo que en una escala m ás a lta ; en la m ayoría
•d e ellos prevalece, e n ú ltim a instancia, u n filisteism o a je n o a lo s verda­
deros intereses p ú blicos. M ien tras q u e la crítica occid ental de la dem o­
cracia llev a a la m ayor p arte d e la intelectualidad a v e r en la trayectoria
n o dem ocrática de A lem ania alg o aparte, u n a etapa m ás alta co n respecto
a la problem ática dem ocracia no dem ocrática del O ccid ente, va creán­
dose u n esp íritu capitulacionista, d e tend eros y literatos, ante el sistem a
p o lítico im perante e n A lem ania y, no pocas veces, una actitud esnobista
de engreim iento aristocrático, que, criticando duram ente y, en ocasiones,
hasta con rasgos ingeniosos y certeros, la burguesía y la cultura burguesa,
d obla e l espinazo ante la nobleza burocrática y m ilitar del sistem a g u iller­
m ino e idealiza e l aparató antidem ocrático de este sistem a, con sus
vestigios sem ifeudales. (E sta s tendencias se destacan claram ente en el
ingenioso satírico Stem h eim y e n el p o lítico de orientación dem ocrática
R ath en au .)
T am b ié n estas críticas de la dem ocracia burguesa del O ccid ente con­
tienen, com o es natural, ciertos elem entos de verdad. So n ciertos de p o r
sí„ sobre todo, m uchos de lo s hechos que se alegan con tra e l carácter de la s
dem ocracias occidentales, com o expo nente de su negación d e la dem o­
cracia , S in em bargo, lá crítica razonable y certera sólo cabe hacerla, en
EL DESARROLLO HISTÓRICO DE ALEMANIA 57

este punto, desde la izquierda. B a sta co n citar, p a ra com probarlo, a A n a­


to le Fran ce. Y a en sus obras ju v en iles encontram os agudas observaciones
satíricas sobre la dem ocracia d e la T e rce ra R epública. P ero esta crítica
no se convierte en parte orgánica y p ropulsora de su m odo de ver la
sociedad y la h istoria sino a p artir d el m om ento en que, gracias a las expe­
riencias del caso D rey fu s, com ienza e l escrito r a desarrollarse p o r el ca­
m ino del socialism o. •
Y tam bién en T h o m as M an n podem os observar, mutatis mutandis, una
tendencia parecida. E n sus R eflexiones de un apolítico, lo s aspectos le g í­
tim os de esa crítica de la dem ocracia burguesa aparecen todavía encu­
biertos y desfigurados p o r un anticapitálism o rom ántico a la alem ana.
C uando, ya en el p eríod o d e W e im ar, T h o m as M an n se orien ta realm ente
por e l cam ino dem ocrático, vem os cóm o su actitud escéptica ante la de­
m ocracia burguesa occidental com ienza a p rodu cir fru to s sazonados en su
obra, p o r e jem p lo , en la fig u ra d e Settem brin i e n L a montaña mágica,
en la que la crítica irón ica de la típ ica lim itación de horizontes de la
dem ocracia burguesa y de su incapacidad to tal p ara resolver lo s p ro ble­
m as fund am entales d e la sociedad m oderna, se com bina co n la constante
afirm ación del relativo sentido progresivo de Settem brini, e n com paración
con las ideas m istificad oras prefascistas d e N ap h ta y con la in ercia p o lí­
tica de H an s Castorp.
O tra tendencia gen eral de las corrientes antidem ocráticas de la Europa
occid ental es la idealización de la "co m p eten cia” , la "e fic ie n c ia ” , la " im ­
parcialid ad ”, etc., de la burocracia, en contraste con e l "d iletan tism o ”
d e lo s p o lítico s de partid o y del parlam ento. (C o m o e je m p lo d e e llo
citarem os solam ente a F a g u e t.) E n e lla se destaca m uy claram ente el
carácter reaccionario d e esta o rientación. L o s escritores que así se m ani­
fiestan son, conscientem ente a veces, pero en la m ayor p arte d e los
casos, sin duda, inconscientem ente, peones d el capital fin an ciero im peria­
lista, quienes, con sus com ités reducidos y con sus hom bres de confianza,
independientes de las elecciones y los cam bios de g ob iern o , tratan de
im poner, logránd olo no pocas veces, la continuidad de sus intereses es­
p ecífico s. (B a s ta pensar, en las correlaciones internas de p oder de los
m in isterios d e N egocios E xteriores, e n los frecu entes cam bios d e je fe s
parlam entarios y en los secretarios de E stado perm anentes, relatores p rin ­
cipales, etc., de lo s países dem ocrátíco-burgueses, en la E u ro p a-o ccid en tal.)
A l surgir esta tendencia en una A lem an ia todav ía no dem ocrática, Viene a
^reforzar ideológicam ente la victoriosa resistencia de la burocracia civil
y m ilitar im perial y prusiana contra cu alquier ten tativ a de reestructuración
progresiva de las instituciones d el Estado. E l seudoparlam entarism o dege­
nera, así, en u n a to tal im potencia; y esta esterilid ad necesaria y m an ifiesta
del sistem a parlam entario ficticio , le jo s de im pulsar a un d esarrollo dem o­
crático efectivo, conduce, p o r el contrario, a su estancam iento y a su
58 EL DESARROLLO HISTÓRICO DE ALEMANIA

paralización, a la exaltación de esta im potencia. Y h u elga d ecir que el


cap ital fin an ciero im perialista de A lem ania sabe aprovecharse d e : esta
situación', lo m ism o que e l d e la Europa occidental se aprovecha del
parlam entarism o.
S in em bargo, para la trayectoria alem ana, esta constelación de factores
sig n ifica el encauzam iento de las supervivencias d e la “m iseria alem ana”
hacia u n im perialism o especialm ente reaccionario, lib re de to d o control
dem ocrático. Y esta tendencia del desarrollo ,de A lem ania produ ce es­
tragos especiales en este país, p o r la razón de que, con ello , n o sólo
se m antiene en pie, sino que recibe, adem ás, una nueva au reo la eco­
nóm ica e l v ie jo servilism o d el intelectual m ed io e, incluso, de lo s in ­
telectuales descollantes en el p lan o espiritual y m o ral. Los re s to s del
absolutism o, conservados y al m ism o tiem po m odernizados p o r el "b o n a-
partism o” bism arckiano, encuentran u n punto de apoyo especial en el
cu ltivo p o lítico-m oral del espíritu propio del alm a buro crática: el burócrata
pone todo su "o rg u llo de cuerpo” en cum plir las órdenes de la superioridad
de un m odo técnicam ente irreprochable, aunque no esté en e l fo n d o de
acuerdo con ellas. Adem ás, este espíritu, que en los países de v iejas tra­
diciones dem ocráticas se lim ita a la burocracia en el m ás estricto sentido
de la palabra, en A lem ania se extiende m ucho m ás allá de ella. E l plegarse
, incondicionalm ente a las decisiones de los de arriba se considera com o
una virtud esp ecíficam ente alem ana, p o r oposición a la m anera m ás libre
de peflsar de los países dem ocráticos del O ccid ente, y se destaca y glo-
rífick cad a vez m ás com o signo de un nivel social süperior. E l m ism o
Bism arck hubo de criticar alguna que Otra vez la fa lta de “ v alo r civ il”
de los alem anes, olvidándose de que fu e é l qu ien fo m en tó poderosa­
mente, en lo personal y en e l plano d e las instituciones, este encauza­
m iento de la m ezquindad p o lítico-so cial de lo s pequeños Estados a la po­
tente nación u n ificad a, esta perpetuación d e la nulidad d e la op inión
pública. P o r las razones ya indicadas, esta tend encia degenera, a l lleg ar
e l período guillerm ino, en un verdadero bizantinism o de la intelectua­
lidad, en un servilism o exteriorm ente grand ilocuente e in teriorm ente ras­
trero d e las m ás am plias capas m edias de la sociedad.
Es, repetim os, la capitulación esp iritu al, a veces involuntaria, ante la
propaganda falsead ora de la h istoria que g lo rific a e l atraso de A lem a­
nia, proceso iniciado ya en e l períod o bism arckiano, pero que ahora,
b a jo una fo rm a "m á s sutil” , “m ás elev ad a", que a veces constituye una
oposición su bjetiva, perp que es siem pre, objetivam ente, una seudóposi-
ción y siem pre, p o r tanto, una fo rm a que sirve m ás eficazm en te al im ­
perialism o, abarca tam bién a los sectores m ás progresivos y a los más
desarrollados de la intelectualidad burguesa que m archa a la cabeza.
V em o s aquí d e un m odo b ie n p alpable la afinidad social, y con ella
el paralelism o espiritual, entre la id eo lo g ía reaccionaria "su p erio r” y la
EL DESARROLLO HISTÓRICO DE ALEMANIA 59

"usual”. Ocurre en este punto algo parecido a como el quietismo budista


de Schopenhauer discurre paralelamente con la apatía pequeñoburguesa
que sobreviene a la derrota de la revolución de 1848, lo mismo que aquel
postulado de Nietzsche de que las relaciones entre capitalistas y obreros
se acomodaran a las relaciones entre los oficiales y los soldados, dentro del
ejército, se emparejaba con los deseos del período imperialista en el
plano capitalista-militar. Pero, Iá afirmación de este paralelismo no niega
ni pone en duda, en modo alguno, la diferencia de nivel espiritual. Por el
contrario, esta diferencia de nivel sigue ocupando el primer plaño de
nuestro interés. No, sin embargo, por la razón predominante de la altura
intelectual, sino porque ésta hace que aumente el alcance social de las
corrientes reaccionarias, ya que estas corrientes abarcan ahora a capas a
las que no podían llegar con los medios "normales” del espíritu, des­
pectivamente sordas a su voz cotidiana. Sólo en sus últimas consecuencias
sociales —¡-que son las que deciden de la suerte de Alemania también
en lo espiritual— desembocan dichas corrientes en el mismo cauce de la
reacción. Cuando, por ejemplo, a comienzos de la primera Guerra Mundial
imperialista, J. Plenge contraponía las "ideas de 1 9 1 4 ”, como las ideas
superiores y específicamente alemanas, a las ideas de 1 7 8 9 , revelaba con
ello cómo una gran parte de la mejor intelectualidad alemana había
descendido hasta el nivel de la historia de propaganda a lo Treitschke.
Esta ausencia de principios y este descenso del nivel intelectual y m o­
ral, pueden percibirse claramente en los folletos de propaganda de los
primeros tiempos de la guerra; de ello tenemos un ejemplo bien elo­
cuente, para destacar solamente uno, en la contraposición de W em er
Sombart entre los "héroes” (los alemanes) y los "mercaderes” (la demo­
cracia inglesa).
El hundimiento del sistema guillermino én la primera Guerra Mundial
imperialista y la instauración de la república de W eim ar no traen tam­
poco consigo ningún cambio radical en cuanto a la democratización de
Alemania ni én cuanto a la creación de tradiciones democráticas profun­
damente arraigadas en las grandes masas, aun fuera del proletariado con
conciencia de clase. En primer lugar, esta democratización política del
país no se debe tanto a la plenitud interior de las fuerzas del pueblo
como a un descalabro militar; amplios círculos de la burguesía alemana
aceptan la república y la democracia, en parte como algo inevitable y
forzoso, y en parte porque esperan de ellas ventajas de orden político
exterior, condiciones de paz más favorables logradas con ayuda de Wilson,
etc. (L a diferencia con respecto a la república democrática instaurada
en Rusia en 1917, es bien patenté. En Rusia, había grandes masas peque-
ñoburguesas y campesinas que eran resueltamente republicanas y demo­
cráticas desde el primer momento, aunque en el seno de la gran burguesía
se observaran tendencias muy parecidas a las de Alemania y aunque los
60 EL DESARROLLO HISTÓRICO DE ALEMANIA

dirigentes de esta dem ocracia pequeñobürguesa y cam pesina adoptasen


tam bién una actitud de traición ante la dem ocracia. P o r e jem p lo , las divi­
siones existentes entre los socialrrevolúcionarios revelaban claram ente estas
posiciones dem ocráticas de las masas pequeño-burguesas y cam pesin as.)
E n segundo lugar, tam bién en esto repercute el atraso en el desarrollo de
A lem ania. A l estallar la revolución dem ocrático-burguesa, en 1 9 1 8 , aparece
el proletariado com o el p oder social decisivo, pero sin que se h allara a la
altura de los problem as de la renovación de A lem ania, pues se lo im pedían
la gran fuerza del reform ism o y la endeblez orgánica d el ala izquierda
del m ovim iento obrero. E sto h a d a que la dem ocracia burguesa fu era, esen­
cialm ente, com o proféticam ente lo había previsto E n g els ya desde m ucho
antes, una agrupación de todas las fuerzas de la burguesía con tra la ame­
naza de una revo lu d ó n p roletaria. Y las experiencias directam ente vividas
de la revolución rusa de 1 9 1 7 influyeron de un m o d o considerable, en
este punto, n o só lo sobre la m ism a burguesía, sin o tam bién sobre e l ala
reform ista del m ovim iento obrero. H e aquí p o r qué esta ala reform ista
apoyó incondicionalm ente, de hecho, la coalición dem ocrática de todas
las fuerzas burguesas, d irigida contra el proletariado, y no sólo la apoyó,
sino que fue, en realidad, su centró y su fu en te de energías.
D e aquí que la república de W e im a r fuese, en lo esencial, una repú­
b lica sin republicanos, una dem ocracia sin dem ócratas, com o lo h ab ía
sido - ’-c la r o está que en circunstandas históricas com pletam ente dístin-
tas— la repú blica fran cesa entre los años 1 8 4 8 y 1 8 5 1 . L o s partidos
burgueses de izquierda aliados a los reform istas no trab ajab an p o r la im -
plantación de una dem ocracia revolucionaria, sin o que eran, sustancial­
m ente — b a jo las consignas de la república y la dem ocracia— , "p artid o s
de o rd e n ", lo que significaba, prácticam ente, que aspiraban a m o d ificar lo
m enos p osible la estructura social de la A lem ania g u illerm in á (m an ten i­
m ien to de la oficialid ad reclutada entre los ju nkers, de la v ie ja burocracia,
de la mayo'ría de los pequeños Estados, op osición a la reform a agraria, e t c .) .
E n estas circunstancias, nada tien e de extrañ o que las m asas populares,
que, com o hem os visto, no habían recibido nunca u n a educación dem o­
crática y en las que la trad ició n dem ocrática no ten ía la m en o r raíz, se
Sintieran en seguida profun dam ente desengañadas de la dem ocracia y
se apartaran relativam ente p ro n to de ella. Y este proceso se aceleró y ahon­
dó de un m odo especial, porque la dem ocracia de W eim ar- se vio o b li­
gada a aceptar y a llev ar a la práctica la m ás profun da hum illación nacional
sufrid a p o r A lem ania desde los tiem pos napoleónicos, la paz im perialista
de Y ersalles. P ara las m asas populares, no educadas en la dem ocracia, la
república de W e im a r era, pues, el órgano ejecu tiv o d e esta hum illación
nacional, en contraste con lo s tiem pos d e grandeza y expansión nacional,
qué iban unidos para ellas á lo s nom bres de F ederico I I de P rusia, B lü cher
y M o ltk e , es decir, a lo s recuerdos m onárquicos y autocráticos.
EL DESARROLLO HISTÓRICO DE ALEMANIA

D e nuevo podem os observar aquí el gran contraste entre la traye


de A lem an ia y la de F rancia e Inglaterra, en que los períodos revo
nario-dem ocráticos (C ro m w ell, la gran revolución, e t c .) , son período,
m ás alto auge nacional. Las circunstancias en que nació la república
W e im ar venían a corroborar, al parecer, la v ie ja idea del d esarrollo an ti­
dem ocrático "esp ecíficam en te alem án” , el ú n ico en consonancia con el
"a lm a alem an a" y o frecían un pretexto aparentem ente claro a la leyenda
de que la grandeza nacional alem ana sólo po d ía alcanzarse sobre bases anti­
dem ocráticas. La filo so fía , la h isto rio g rafía y la pu blicística de la reacción
se encargaron de exp lotar a sus anchas la situación así creada, y el ala
izquierda de la burguesía y de la intelectualidad burguesa no supo oponer
nada eficaz a tales propagandas.'
B a jo la república de W e im ar, se afianza en am plios sectores de la
burgu esía y de la pequeña burguesía el v ie jo p re ju icio de que la dem o­
cracia es, en A lem ania, "u n a m ercancía occidental de im p o rtació n ", un
nocivo cuerpo extraño, que la nación debe elim inar, si qu iere sentirse
sana. L a falta de tradiciones de m uchos dem ócratas su bjetivam ente co n ­
vencidos se m anifiesta en el hecho de q u e tam bién ello s tom aran com o
base de su propaganda este carácter "o ccid e n tal” , supuestam ente exclu ­
sivo, de la dem ocracia, p o niend o en p rim er p lan o , co n una fa lta absoluta
d e tacto y de táctica, sus sentim ientos antialem anes, su entusiasm o p o r la
dem ocracia occid ental, con lo que, sin q uererlo, daban la m ano a la reac­
ció n en su creación de leyendas antidem ocráticas. (E s ta id eo lo g ía se
destaca co n la m ayor claridad en e l círcu lo de la Weltbühne de aquellos
a ñ o s .) Y a esto hay q u e añad ir la actitud n ih ilista d e am plios círcu lo s
d e la intelectualidad burguesa radical fre n te a la hu m illación nacional (p a ­
cifism o a b stra cto ), nihilism o que, aunque b a jo form as d istintas, se ab ría
paso tam bién en e l m ovim iento ob rero radical de In g laterra. (E s ta te n ­
dencia se destacaba con m ucha fu erza en tre los Ind ep end ientes de la
socialdem ocracia alem ana, pero tam poco e l P artid o com unista de A le ­
m ania, b a jo la in flu en cia de los errores ideológicos de R osa Luxem burg,
se hallaba, a l com ienzo d e su d esarrollo, lib re de este nih ilism o nacional,
que só lo ayudaría a superar el e je m p lo del p artid o com unista de la U n ió n
Sov iética y, muy especialm ente, la te o ría stalinista d el p ro blem a n a cio n a l.)
N o obstante todo esto, es u n hecho que las intentonas descaradas de
restauración de la m onarquía de los H o h en zo llern fracasaron (rev u elta
de K ap p , en 1 9 2 0 ) . E l partido que encabezaba esta restauración del par­
tido "n acion al-alem án ” , no lle g ó a convertirse nunca en un p artid o de
masas verdaderam ente gran d e y decisivo, a pesar d e q u e sus representantes
seguían conservando la m ayoría de sus puestos en la adm inistración civil
y m ilitar, al am paro de las tendencias antiproletarias y antirrevolucionarias
de la república de W e im ar. S ó lo cuando el desengaño de las grandes
masas hubo alcanzado su punto cu lm inante, com o consecuencia de la
62 EL DESARROLLO HISTÓRICO DE ALEMANIA

gran crisis iniciada en 1 9 1 9 , lo g ró la reacción crearse una base de masas


con el "p artid o obrero nacionalsocialista alem án” , con el hitlerofascism o.
Se trata, pues, de esbozar en estas consideraciones prelim inares los
rasgos ideológíco-sociales que h icieron p osible la cruzada triu n fal del fas­
cism o en A lem ania, de un m odo tan vergonzosam ente rápido y m ás ver­
gonzoso todavía p o r lo duradero; de señalar brevem ente cóm o el fascism o
alem án brotó , b a jo la acción de una cierta necesidad, de la trayectoria an­
terio r del país, apuntando a l m ism o tiem po en qué consisten sus cualidades
específicam ente nuevas y por qué, al m ism o tiem p o ,'e sta s características
nuevas no representaban, en realidad, más que una exaltación cualitativa
de tendencias ya existentes con anterioridad.
H em os visto ya cóm o la república de W eim ar, por el m odo com o nació
y por los m edios sociales a que recurrió para su d efensa (co n tra la iz­
q u ie rd a ), para su afianzam iento y su estructuración, era, de una parte,
una república sin republicanos, una dem ocracia sin dem ócratas. E l entu­
siasm o in icial de las masas no tardó en disiparse, al derrum barse las
esperanzas puestas en una paz "w ilso n ian a” para una dem ocracia alem ana
y al verse frustradas las ilusiones que sé cifrab an en la “ socialización”
del país. E n los sectores de ideas revolucionarias, de izquierda, de la clase
obrera, sobre todo, va afianzándose una actitud de hostilidad fren te al
sistem a w eim áriano, que se p la sm a -a l caer asesinados los más grandes
héroes del m ovim iento revolucionario alem án, C arlos L iebkn echt y Rosa
Luxem burg. D e otra parte, los partidarios de la restauración de los H ohen-
zo ilem , de la reacción descarada de los prim eros m om entos, eran, cóm o
tam bién hem os visto, dem asiado débiles para llevar a cabo un derroca­
m iento duradero; y no d eja de ser elocuente e l hecho de que sus secuaces
no llegan a fo rm ar un verdadero m ovim iento de masas. Esto v en ía a po­
ner de m anifiesto que e l g obierno de los H oh en zo llern no se había apo­
yado nunca en una verdadera base de masas. Y se com prende que así
fuera. E l fran co y riguroso carácter "au to ritario ” de la v ie ja fo rm a de la
reacción h abía podido m antener a la m ayoría de la población en una
actitud in terio r de entusiasta lealtad m ientras la dom inación de los H oh en ­
zollern perm aneció o parecía, al m enos, perm anecer inconm ovible. Pero,
después d e la catástrofe, al surgir una nueva "au torid ad ” , m enos popular,
cuando ya la restauración sólo podía llevarse a cabo recurriendo a los
m edios de la insurrección arm ada o por la vía. de una oposición resuelta
y decidida, en su fase de preparación, se puso de m an ifiesto la endeblez
cuantitativa y cualitativa de la base de m asas sobre que descansaba la
vieja reacción. ,
Y así, gracias a la debilidad de sus enem igos de izquierda y de d eíe-
:ha, pudo adquirir la república de W e im a r una posibilidad de existencia
— interiorm ente muy inestable y a costa de constantes concesiones a la
reacción— , apoyada además p o r la presión de la p o lítica exterio r y por
EL DESARROLLO HISTÓRICO DE ALEMANIA 63

lás correspondientes especulaciones de los im perialistas alem anes en este


terreno, m ientras A lem ania no estuvo en cond iciones de denunciar el
tratad o de V ersalles, Para un verdadero derrocam iento d el régim en, tenían
que darse nuevas condiciones.
E n tre estas condiciones, fig u ra, en p rim er lugar, el desplazam iento del
cen tró dé gravedad, en la correlación de clases, d entro del cam po de la
reacció n: desde la pérdida de la guerra, el tim ón de ésta lo em puña el capi­
tal m onopolista. Es e l desenlace de una larga trayectoria, pero u n desenlace
que trae consigo algo cu alitativam ente nuevo. Y a en 1 8 4 8 'h ab ían des­
em peñado los grandes industriales renanos, exponéntes en aquel tiem po
del capitalism o alem án más desarrollado, aunque la m ayoría de ello s eran
liberales y m ilitaban, p o r tanto, eq la op osición, un im portante papel
en la d érrota de la revolución y e n e l nuevo afianzam ien to del régim en
antidem ocrático alem án; con sus "tend encias de •arreglo” , d ieron a las
fuerzas m onárquicas y antidem ocráticas un respiro en e l m om ento de
ascenso de la o la revolucionaria y, con su actitud form alista-parlam entaria,
de "o p o sició n ” , una "o p o sició n ” siem pre leal, contribuyeron a desorga­
nizar el m ovim iento dem ocrático d e d efensa con tra la reacción d e los
H oh en zo llern , que se disponía a descargar e l contragolpe. B a jo Bism arck
y todav ía b a jo G u illerm o I I , crece, en consonancia co n el rápido des­
arro llo del capitalism o alem án, la in flu e n cia de la g ran burguesía en la
lín ea gubernam ental; pero esta in flu e n cia se hace valer, ahora, m ás bien
por la puerta trasera: la dirección p o lítica o fic ia l sigue, salvo raras excep ­
ciones (co m o la D ern bu rg, p o r e je m p lo ), en las v iejas m anos, hace
valer su v ie ja técnica "au to ritaria” ; m ás aún, e l tip o d e go b iern o de
G u illerm o I I se presenta com o un renacim iento im perialista d el estilo
d e F ederico G u illerm o I Y . Y tam bién después de la derrota su frid a en la
guerra m undial sigue actuando frecu entem ente la in flu en cia, ahora deci­
siva, d el capital m onopolista entre bastidores, y e l poder recurre de pre­
ferencia a otros sitios para buscar los órganos legítim os de ejecución
y las figu ras decorativas de la fach ad a (H in d en b u rg , B rü n in g , Schlei-
cher, e tc .) ; se m antiene en pie la alianza con los ju n k ers prusianos, con el
patriciado aristocrático de la burocracia civil y m ilita r; pero, den tro d e esta
alianza, el capital m onopolista em puña las riendas en todos los problem as,
•sin contentarse con hacer valer sus aspiraciones en aquellos com plejo s
económ icos de im portancia vital para sus intereses.
A h ora bien, este proceso se desarrolla en un m edio social en el que los
sentim ientos anticapitalistas de las m asas van constantem ente en ascenso.
L a vanguardia de la clase obrera alem ana sigu ió con entusiasm o los acon­
tecim ientos rusos de 1 9 1 7 , viendo en ello s la perspectiva que necesaria­
m ente se abría tam bién ante la historia d e A lem ania. Las esperanzas que
se habían cifrad o en las prom esas de socialización de 1 9 1 8 , los desengaños
producidos en los años siguientes, cuando se vio que todo aquello se lo
64 EL DESARROLLO HISTÓRICO DE ALEMANIA

llevaba e l viento, e l d ivorcio cada vez m ayor d e las. grand es m asas obreras
co n respecto a la repú blica de W e im a r, a l colocarse ésta, cada vez m ás
ostensiblem ente, b a jo la égid a d el capital m onopolista, la irritació n pro*
ducida p o r el pairo fo rzoso e n m asa, a consecuencia de la crisis d e 1 9 2 9 ,
e tc., engendraron y fo m en taron u n sentim iento anticapitalista cuyo radio
d e acción iba m ucho m ás a llá de la d a se obrera. Y e llo planteaba, al
m ism o tiem po, an te la reacción d el capital m o nop o lista u n nuevo p ro ­
b le m a: e l d e e xp lo tar precisam ente este sentim iento anticapitalista de
las m asas para afianzar su p ro p ia d o m in ad ó n ; e l de instaurar, apoyándose
e n este sentim iento ánticapitalista de las masas, u n régim en reaccionario de
nuevo tip o , en e l que se asegurase de u n m o d o d efin itiv o la d irecd ó n
absoluta d el capital m o nopolista en todos los cam pos de la vid a p o lítica
y social.
N o podem os p ro p on em o s n i siquiera esbozar, aqu í, esta trayectoria
p o lítica d e A lem ania. S i n os hem os creíd o obligad os a p o n er d e relieve
estos aspectos p o lítico s y sod ales, es p ara que las tendencias relacionadas
co n la concepción d el m undo que m ás tard e expondrem os y analizarem os
en d etalle e n nuestras consideraciones filo só ficas, se destaquen certera­
m ente sobre su fo n d o social. A u nque qps lim item os a p lantear e l p roblem a
m ás arriba señalado, e l d e conseguir que las corrientes anticapitalistas de
m asas e incluso los m ovim ientos d e m asas se trocasen en la d om in ad ón
absoluta, pura y sim ple, del capitalism o m o nopolista ( l o q u e llev a estrecha­
m ente aparejado el problem a de lo g rar que la in d ig n ad ó n , de suyo le­
g ítim a y com prensible, de las grandes m asas contra e l d ictatorial tratado
im perialista de V ersalles se trocase en u n chovinism o agresivo-im peria-
lis ta ) , es evidente que sólo una con cep d ón d el m undo radicalm ente irra­
cionalista p odía prestarse para fragu ar la "fu s ió n ” puram ente dem agógica
de tales tendencias contradictorias entre sí. Y asim ism o se com prende sin
d ificu ltad que e l irracionalism o que para esto se necesitaba, e l que venía
gestándose de largo tiem po atrás y que lle g ó a su sazón con la "co n cep ­
ción del m undo nacionalsocialista” , ten ía necesariam ente que distinguirse
de un m odo cualitativo del irracionalism o de la época anterior y posterior
a 1 8 4 8 . C laro está que, dada la especial receptividad d e la burguesía ale­
m ana para todo lo que fuese irracionalism o, en la época que m ed ia entre
las dos guerras m undiales, ten ía que con tribu ir no poco a "ed u carlo ”
en este sentido el irracionalism o tradicional. P ero, si querem os com prender
sócialm ente la d ifu sió n vehem ente y en m asa de la nueva variedad, de la
variedad fascista del irracionalism o, tenem os que fija rn o s e n algunos
nuevos fenóm enos ideológico-sociales.
Y , orientados ya e n esta dirección, nos encontram os, ante todo, con
un cam bio operado en la clase obrera. Es sorprendente, en verdad, que
esta tendencia d irigid a contra la razón prenda en grandes m asas, in clu ­
yendo entre ellas a una parte considerable de la clase obrera, y que
EL DESARROLLO HISTÓRICO DE ALEMANIA 65
encuentren, ahora, los oídos prestos y el ánim o b ien dispuesto, entre
ios obreros, argum entos que antes se estrellaban, sin h ace r en e llo s n in ­
g u n a m ella. P ara las masas, el p ro blem a d e lo racional ó lo irracio n al es,
todav ía en m ayor m edida que p ara lo s intelectuales, un p ro blem a verda­
deram ente v ital, y no un p ro blem a teórico, sim plem ente. L os grandes
p rogresos del m ovim iento obrero, la clara perspectiva que se abre ante
las victoriosas luchas p o r e l m ejo ram ien to de su situación y p o r el derro­
cam iento p rev isib le d el capitalism o, h an llevad o a la clase obrera a v e r
en su p ro p ia vida y en su p ro p io d esarrollo h istórico un proceso racional
y regid o p o r leyes; todas las lu d ia s diarias coronadas p o r e l éxito, to d o /
paso dado para m antener a raya a , la re acd ó n (p o r e je m p lo , en lo s días .f ;
d e la ley con tra lo s so cia lista s), h a n id o fo rtalecien d o en la clase obrera i ‘
esta concepción d el m undo, la h an enseñado a despreciar desde una altura \
superior la propaganda, e n aquel tiem p o burdam ente relig io sa e irracio­
nalista, d el cam po reaccionario.
L a victo ria d el reform ism o y la particip ació n de lo s reform istas e n el
sistem a d e W e im a r viniero n a m o d ificar sustancialm ente esta situ ad ó n .
L a m ism a n o d ó n d e lo nacional cam bió rad icalm ente d e acento. Y a B erri-
stein h ab ía tratado d e re b ajar com o alg o utópico la lu cb a revolucionaria
p o r la sod edad socialista, p o r la "m e ta fin a l” , op oniend o a estas aspira­
ciones la triv ial y filiste a "racio n alid ad realista” d e la tran sad ó n con
la burgu esía lib eral, d e la ad ap tad ó n a la sod edad capitalista. D esd e
q u e la socialdem ocracia se conv ierte e n p artid o gobernante, d om ina en
e lla, e n su propaganda y, sobre to d o , e n sus hechos, esta "rad o n alid ad
realista” . Y , e n lo s prim eros años de la revolución, esta propaganda
se mezcló co n las prom esas dem agógicas d e una pro n ta socialización, d e la
realizad ó n d el socialism o p o r esta v ía "ra cio n a l!’, p o r o p o sid ó n a l aven-
turerism o "irracio n al” , a la "irre a l p o lítica catastró fica” d e lo s com unistas.
L a estabiíizad ó n relativa d io el p o d er ábsoluto a la "ra z ó n ” b em stein ian a
en la te o ría y e n la práctica d el refo rm ism o . Y la lín e a d e esta "racio n a­
lidad re a lista " fu e m antenida e n p ie co n fé rre a en erg ía p o r e l re fo r­
m ism o, en los años de la g ran crisis económ ica m u nd ial. A s í entendida,
la lín e a "ra c io n a l" sig n ifica, p o r tan to, prácticam ente, p a ra las m asas:
som eterse y no declararse e n h u elg a an te las re bajas d e salario s; abstenerse
d e toda m anifestación, de toda pro testa y d e to d a reacción enérgica, ante
la reducción de los subsidios d e p aro fo rzoso o la supresión d el derecho
de subsidio para masas cada vez m ayores d e ob rero s; y, ante las m ás san­
grien tas . provocaciones d el fascism o, ceder, replegarse, n o d efen d er la
fuerza de la clase obrera y su derecho a d om in ar la ca lle ; o , p a ta d ecirlo
con las palabras tan' certeras d e D im itr o ff, d efin ien d o esta p o lítica, reh u ir
e l p elig ro p o r el cam ino d e n o h o stig ar a la bestia.
D e este m odo, la "razó n ” re fo rm ista n o só lo co n v irtió a la clase obrera
en una fuerza prácticam ente incapaz de op onerse e n la lu ch a a l capitalism o
66 EL DESARROLLO HISTÓRICO DE ALEMANIA

im perialista, a l fascism o q u e se preparaba para conquistar e l Pod er, sino


que, adem ás, puso e n evidencia y destruyó la v ie ja convicción del carácter
racional del desarrollo histórico, que, a través de los com bates certeram ente
dirigidos, conduce a l m ejo ram iento de la situación d iaria de la clase
ob rera y, e n ú ltim o resultado, a su to tal y d efin itiva liberación . Y la p ro ­
paganda alentada p o r los reform istas contra la U n ió n Soviética vino a
re fo rzar todavía más este proceso, presentando e l h eroísm o de la clase
o b rera rusa com o in ú til, estéril y contraproducente.
E n e l sen o de la p ropia clase obrera, este proceso tra jo consigo d ife ­
rentes consecuencias. U n a vanguardia relativam ente num erosa se aparta
d el reform ism o, para desarrollar las v iejas tradiciones del m arxism o b ajo
la nueva form a, adecuada a la época del im perialism o, b a jo la fo rm a del
len in ism o. U n g rá h sector d e ella, en cam bio, se m antiene estancada
e n e l n iv el de esta "irracio n alid ad realista” , lo que la incapacita prácti­
cam ente para luchar de un m odo eficaz contra el fascism o. P ero hay,
adem ás, una m asa relativam ente considerable, p rincipalm ente en tre los
obreros jóvenes, cargados de im paciencia ante la situación de guerra
desesperada, en la que este proceso a que nos referim os hace estrem ecerse
la * fe en toda razón, en la racionalidad revolucionaria del desarrollo his- '
tórico, en la trabazón y la cohesión internas de la razón y la revolución.
; Y es precisam ente en este sector de gentes, que han recibido del refor-
m ism o su educación teórica y práctica, donde j a crisis abre la posibilidad

m
/
,,.***
d e q u e se d e je n arrastrar de buena gana, en su concepción del m undo, por
< ¿ * / l a s m odernas tendencias d el antirraciorialism o, del desprecio a la razón
/ y a la ciencia, para entregarse d e lle n o a la m ilag rería d el m ito :
N o quiere esto decir, naturalm ente, q u e estos jó v en es obreros, am ar­
gados y desesperados, se conviertan e n lectores y adm iradores de N ietzsche
o Spengler. P ero , com o e n las m asas la contraposición entre la in teli­
g en cia y e l sentim iento parecía b ro tar de la vid a m ism a, necesariam ente
te n ía que m anifestarse en ellos, tam bién desde el p u nto de vista ideoló­
g ico , la actitud de asim ilación de esta doctrina.
E n cuanto a la intelectualidad y a la pequeña burguesía, trátase de
o tra clase de cam bio, no m enos im portante, sin em bargo, en las conse­
cuencias que acarrea para su receptividad con respecto al irracionalism o
fascista: la desesperación com o estado de ánim o colectivo y, e n estrecha
relación con e llo , la credulidad, la esperanza en el m ilagro salvador.
N o cabe duda de que la d ifu sió n general de la id eo lo g ía de la deses­
peración, en A lem ania, es, ante todo, u n a consecuencia de la derrota
e n la guerra, del tratado de V ersalles, de la pérdida de to d a perspectiva
nacional y p o lítica que e n estos círcu los iba unid a — consciente o incons­
cientem ente— a lá victoria d el im perialism o alem án. C laro expo nente
d e este estado de ánim o fu e e l enorm e éxito alcanzado p o r Sp en g ler y que
rebasó, con m ucho, los círcu los de las gentes interesadas e n los problem as
EL DESARROLLO HISTÓRICO DE ALEMANIA 67
de la filo so fía . Los desengaños d el p e río d o d e la república d e W eim ar,
tanto entre las derechas, que esperaban una restauración, com o entre los
que se orientaban más hacia la izquierda, quienes con fiab an en una re­
novación dem ocrática y hasta socialista de A lem ania, ten ían p o r fuerza
que ven ir a ahondar estos estados de ánim o, cuya cu lm inación se alcanzó
m ás tarde, con la g ran crisis económ ica d e 1 9 2 9 .
L os fundam entos o b jetiv o s de esta crisis son, pues, de carácter eco­
nóm ico, p o lítico y social. P ero, si nos param os a investigar su extensión
tan vehem ente y repentina, que apenas si encontró resistencia, n o podem os
por m enos de descubrir tras e llo la im portancia de la trayectoria id eoló­
gica, seguida hasta la prim era G u erra M u n d ial. Y esto, tanto en un sentido
positivo como en su aspecto negativo. D esd e el punto de vista negativo
ejerció una im portancia extraordinariam ente gran d e aquella id eología so­
cial del desamparo y la sum isión del alem án educado en la atm ósfera del
"E stad o autoritario” . E l alem án m ed io — p o r muy capaz y hasta em inente
que pueda ser en su especialidad (en ten d ien d o p o r tal tam bién la filo so ­
fía , el arte, e t c .) — está acostum brado a esperar todas las decisiones, incluso
las que deciden en cuanto a su propia existencia, de "a rrib a ” , de las
"autoridades com petentes” del ejército , la p o lítica o lá ciencia, sin que
se le ocurra siquiera hacer valer n i p ararse a consid erar sus pro p io s
puntos de vista com o facto r llam ado a in flu ir tam bién e n la vida p o lí­
tica, económ ica, etc., de su país. A sí se exp lica que, al derrum barse el
régim en de los H oh enzollern, cayese en un estado d e desam paro y des­
orientación y se pusiera a esperar e l rem edio a sus m ales, b ien de las
"v ie jas autoridades consagradas” , lo m ism o que antes, b ien de la nueva
"h orn ad a d e je fe s ” , hasta que el fracaso de todos ellos, cada vez m ás
evidente, le sum ió de nuevo en un estado de com pleta desesperación.
E sta desesperación iba unida, sin em bargo, a' la esperanza de ver surgir,
com o el salvador, a un "n u ev o cau d illo” . A lo que no d ejaba m argen
— en la generalidad de los casos— era al firm e p ropósito de pararse
a reflex io n ar p o r cuenta p ropia sobre la situación, de ob rar p o r su cuenta
para salir de ella. Los estados de ánim o que h iciero n po sible e l frau d e
de masas del fascism o viéronse estim ulados de un m odo positivo p o r el
hecho d e que se abrieran paso aq u í las tend encias d e una filo s o fía ag ­
nóstica y pesim ista que m ás tarde habrem os dé analizar. C aracterística
com ún a todas ellas es la de que el pesim ism o y la desesperación co n sti­
tuyen la actitud m oral del hom bre norm al ante los problem as d el presente.
P ero sólo, naturalm ente, en Jo que se re fie re a la élite del e sp íritu ; la
plebe p o d ía seguir creyendo en el progreso, su optim ism o es un o p ti­
m ism o barato y despreciable, "d esalm ad o” , com o lo llam aba ya Schopen-
hauer.
En esa dirección se m ueve, com o verem os, la concepción del m undo
de los alem anes, desde N ietzsche hasta Sp en g ler y, m ás adelante, en e l
68 E L . DESARROLLO HISTÓRICO DE ALEMANIA

p eríod o d e W e im ar, desde Sp en g ler hasta e l fascism o. P o d ría ta l vez


objetarse, a l ver cóm o hacem os hincapié e n estas corrientes ideológicas
preparatorias d e la filo s o fía alem ana d esd e Schopenhauer y N ietzsche,
q u e se trata de doctrinas esotéricas, encerradas den tro de círcu lo s muy
estrechos. N o so tro s creem os/ p o r e l contrario, que n o se puede desdeñar,
e n m odo alguno, la in flu en cia de m asas ind irecta y subterránea de las
ideologías, reaccionarias a la nueva m oda, a que nos hem os venido re fi­
riendo. E sta in flu en cia n o se lim ita a la e je rcid a directam ente p o r lo s
libros de los filó so fo s, aunque n o deba perderse de vista tam poco que
las ediciones de Schopenhauer y N ietzsche alcanzan, seguram ente, cifras
de m uchas decenas de m iles de ejem p lares. P ero, lo im portante es que, a
través de las universidades, las conferencias, la prensa, etc., estas ideolo­
g ías lleg an tam bién a las grandes m asas, b a jo una fo rm a vulgarizada,
ciertam ente, pero e llo sirve m ás b ien para refo rzar que p ara atenuar su
Contenido reaccionario, e l pesim ism o y e l irracionalism o que e n ú ltim a
instancia esconden las tales doctrinas, ya que, así expuestas, las ideas
m edulares ahogan en ellas a la s reservas. D e este m odo, pueden las m asas
verse envenenadas intensivam ente p o r esas ideologías, sin lle g a r a p oner
jam ás la vista encim a a la fu en te d irecta de su envenenam iento. L a bar-
barización nietzscheana de los instintos, su filo s o fía de la vida, su "p e si­
m ism o h e ro ico ", etc., son otros tantos productos necesarios d el períod o
im perialista, y m iles y m iles de personas pu dieron ser víctim as de este
proceso, acelerado por la in flu en cia de N ietzsch e, sin lle g a r a conocer
siguiera su nom bre.
S in ; em bargo, todos estos factores no hacen m ás que acentuar la dis­
posición del ánim o a recibir y asim ilar una concepción d el m undo basada
en la desésperación. Lo que hay dé nuevo en e lla co n respecto a p aread as
tendencias anteriores nace de la situación de A lem ania en tre las dos guerras
m undiales im perialistas. L a d iferencia m ás im portante en tre el p e río d o de
anteguerra y e l de posguerra es, - sin duda alguna, la fu erte conm oción,
prim ero, y más tardé la pérdida casi total del sentim iento de "se g u rid a d ",
en cuanto a la existencia social e individual, p o r parte d e las clases m e­
dias y, principalm ente, entre los intelectuales. Cuando, antes de la p ri­
m era guerra im perialista m undial, se era pesim ista, sobre to d o e n relación
con la cultura, esta actitud te n ía u n carácter de quietud contem plativa, sin
la m en or m ira de una po sible acción; sintiend o el individuo asegurada su
propia existencia, en lo m aterial y en lo social, esp iritu al y hum anam ente,
aquellas actitudes filo só fica s podían m antenerse en e l plano de l o pura­
m ente teórico, sin lleg ar a in flu ir esencialm ente é n la conducta, e n la
p o sició n in terio r de vid a de los interesados. P ero la cosa cam bia al cesar
la sensación de "s e g u rid a d ": el p elig ro constante en que se h allan tanto la
existen cia in terio r com o la exterior, hace q u e este pesim ism o ifrad o n alista
se- trueque en algo práctico. C o n lo cual n o querem os d ecir q u e la con-
EL DESARROLLO HISTÓRICO DE ALEMANIA 69

cepción d el m undo ten ga que pro vocar ahora, necesariam ente, acciones
directas, sino sim plem ente, de una parte, q u e arranca d e la sensación
personal d e p elig ro de la existencia individual d e que se trata (n o sólo
de la contem plación de una situación o b je tiv a d e la cu ltu ra ) y, de otra
parte, q u e la concepción del m undo se ve situada, así, an te exigencias
d e orden práctico, aunque sea b a jo u n a fo rm a en q u e de la estructura del
universo se derive "o n to ló g icam en te" la im posibilid ad de actuar.
E n todo caso, n o cabe duda de que las v ie jas fo rm as del irracionalism o
se revelan inadecuadas p ara resolver estos problem as. Y , en este punto, se
m an ifiesta la necesidad sobre la que habrem os de v o lv er reiteradam ente
e n las páginas posteriores, a saber: lá de que la dem agogia d el fascism o,
p o r m ucho que tom e, fo rm al e intrínsecam ente, de la id eo lo g ía reaccio­
naria de v ie jo tip o , se orien te en cuanto a su m étod o a las m odernas
id eo lo g ías nacidas b a jo el im perialism o, las d esp o je d e to d o lo "ín tim o ”
y "esp iritu alm en te elevado” , para conv ertir lo que queda e n p ie de ellas
en u n a fo rm a tosca y audaz de engaño del pueblo.
H itle r y R osénberg se encargaron de llev ar a la calle, desde la cáte­
dra, e l salón intelectual y el café, todo lo que encontraron de pesim ism o
irracion al en, la trayectoria de la filo s o fía que va desde N ietzsch e y D ilth e y
hasta H eid eg g er y Jaspers. Y hem os de ver cu ánto d e e llo es recogido,
en sus contenidos esenciales, p o r la m etod o log ía especial de este des­
arro llo, a pesar o precisam ente a causa d e su achabacanam iento dem agógico
por o b ra d e la "id e o lo g ía nacionalsocialista” .
Pues bien, el p u nto de partid a d e este proceso, en la p sico lo g ía de las
masas, es precisam ente aquella desesperación a que nos referíam o s, aquella
credulidad y aquella fe en los m ilagros p o r p arte de las masas, sin exclu ir
a los intelectuales m ás calificad os e n e l p lan o de lo espiritual. Q u e la
desesperación fu e, en efecto , el eslabón p sicológico-social de engarce entré
el nacionalism o y las grandes masas lo revela e l hecho de que e l verdadero
auge d él m ovim iento, e l m om ento en que com ienza á p en etrar realm ente
en las m asas, coincida con la crisis económ ica de 1 9 2 9 , es decir, con e l
m om ento en que la actitud de la d esesperadón, que al p rin cip io no pasaba
de ser una actitud filo só fica, p o r d ecirlo así, va cobrando gradualm ente
form as sociales cada vez m ás concretas, trocándose e n una sensación d i­
fusa de que p elig ra la existen cia individual y en que, p o r tanto, aquellas
n iras de acción práctica a que m ás arriba nos referíam o s ad quieren la
posibilidad de p o n er lo que v en ía siendo sim plem ente u n a filo s o fía
de la desesperación al servicio de una p o lítica desesperadam ente aventurera.
Y esta p o lítica, al surgir, se apoya en lo s v ie jo s instintos serviles y
"au toritarios” d e lo s alem anes, que la d em ocrad a de W e im a r h ab ía de­
jad o en pie, casi intactos. Sin em bargo, el m étod o de la sum isión tien e
que ser, ahora, necesariam ente, u n m étod o nuevo, ya que, p o r p rim era
vez en la historia de A lem ania, no se trata de som eterse a un p o d er le g í­
70 .EL DESARROLLO HISTÓRICO DÉ ALEMANIA

tim o heredado, ni de trab ajar p o r la restauración de un p oder de este


tipo, sino de sum arse a una subversión radical, a una "rev o lu ció n ” , com o
gusta de llam arse el nacionalsocialism o, p rincipalm ente en los prim eros
tiem pos, y aun m ás tarde, en los m om entos de crisis. E ste carácter no
leg ítim o , "rev olu cion ario” , del p oder fascista es uno de los m otivos por
los cuales se ve obligad o, m etodológicam ente, a buscar e l enlace con ideo­
logías del tipo de la de N ietzsche, en vez d e apoyarse en la ideología
reaccionaria del v ie jo cuño. C laro está que la dem agogia fascista tiene
muchas caras: a la vez que se jacta de su carácter "rev olu cion ario” , apela
tam bién a todos los instintos posibles e n to rn o a la legitim id ad (re co r­
dem os el papel asignado a H in d en b u rg en e l períod o d e transición, al
aspecto fo rm alm en te legal de la to m a del Pod er, e t c .) .
A h ora bien, la desesperación p o r sí sola n o bastaría, com o n exo de
engarce psicológico-social. N ecesita integrarse, adem ás, com o factores esen­
ciales — precisam ente en sus m iras de acción práctica— con aquella cre­
dulidad y aquella fe m ilagrera de que hem os hablad o. Y esta com binación
existe, realm ente, y no tien e nada de casual. Cuanto más se convierte en
personal la desesperación, cuanto m ás cobra expresión en e lla la sen­
sación de que peligra la existen cia individual, más brotan de este estado
de ánim o, necesariam ente, en la generalidad de lo s casos — y p artiend o de
las condiciones sociales, espirituales y m orales d% desarrollo de A lem ania—
la credulidad y. la fe en los-m ilagros.
. D esd e Schopenhauer, y sobre todo desde N ietzsche, asistim os a un
proceso en que el pesim ism o irracionalista va m inand o y destruyendo
la convicción de que existe un m undo exterior o b jetiv o y de que el cono­
cim iento im parcial y concienzudo de este m undo puede o frecer la solución
a todos los problem as provocados por la desesperación. E l conocimiento
del mundo va convirtiéndose aquí, cada vez m ás m arcadam ente, en una
interpretación del mundo progresivam ente arbitraria. Y esta tendencia f i ­
losófica viene a realzar, naturalm ente, la actitud de esas capas sociales
que todo lo esperan de la "su perio rid ad ” , pues no se trata, para ellas,
tam poco en la vida real, del análisis fr ío y sereno de las concatenaciones
objetivas, sino de una interpretación de decisiones, cuya m otivación per­
m anece por fuerza ignorada. Y es fácil com prender sin necesidad de
grandes razonam ientos que se esconde aquí una dé las fuentes psicológico-
sociales de la fe en los m ilag ro s:' p o r muy desesperada que sea la situa­
ción, ya surgirá — se piensa— un "g e n io ungido p o r la divinidad” (u n
Bism arck, un G u illerm o I I , un H itle r ) que se encargue, co n su "in tu i­
ción creadora” de buscar la solución a todos los problem as. Com o e s 1
evidente, asim ism o, que cuanto m ás en p eligro se h a lle la "segu rid ad ” ,
cuanto m ás directam ente se vea en ju eg o la m ism a existencia individual,
mayor fuerza tien en que cobrar, necesariam ente, esta credulidad y esta
fe m ilagrera, Estam os, pues, ante una v ieja fa lla tradicional de la clase
EL DESARROLLO HISTÓRICO DE ALEMANIA. 71
m edia alem ana, cuyo radio de acción abarca desde la filo s o fía nietzschean*
hasta la p sico lo g ía de la conducta m ed ia d el filiste o bebed or de cerveza.
P o r eso, cuando escucham os con tan ta frecu encia la pregunta llen a
de asom bro de cóm o m asas ta n extensas del p u eblo alem án pudieron dar
o íd os al m ito pu eril de u n H itle r y u n R o sen berg y creer en é l a p ie
/untillas, cabe contestar, históricam ente, c o n %o tra p reg u n ta: ¿cóm o p u ­
d ieron los hom bres m ás cultos y de m ayor ta lla intelectual de A lem ania
lleg ar a creer en la "v o lu n ta d " m ítica d e Schopenhauer, en las p ro fecías
d el Z aratu stra nietzscheano o en lo s m itos históricos de La decadencia
d e Occidente? Y n o se nos d iga q u e el n iv el intelectual y literario d e u n
Schopenhauer y un N ietzsch e es incom parablem ente m ás elevado que la
burda y contrad ictoria dem agogia d e u n H itle r y un R osenberg. ¿A caso
no es, en e l fo n d o , m ucho m ás d ifíc il de e xp licar que p o n g a su fe e n e l
m ito de Zaratustra, en e l m ito d el Sup erh om bre o en el m ito del " R e ­
to rn o del Ig u al” u n hom bre dotaido de una cultura filo s ó fic a y literaria,
capaz de seguir paso a paso, gnoseológicam ente, los m atices de la re fu n ­
d ición de Schopenhauer p o r N ietzsch e y d e valorar co n plen o d om inio
estético y psicológico las sutilezas d e su crítica d e la decadencia, q u e un
o brero jo v en e inculto, que jam ás h a m ilitad o o sólo h a m ilitad o tran si­
toriam ente en una organización d e partid o y que, al term inar su p eríod o
d e aprend izaje se ve lanzado a la calle, sin trab ajo , se d e je llevar, en su
desesperación, de la creencia de q u e H itle r está llam ad o a realizar e l
"so cialism o ” alem án ?
T am b ié n aquí puede aplicarse aqu ello que e n su d ía d ijo M a rx , r e fi­
riéndose a las "cín icas” teorías de la e co n o m ía: que las teorías n o des­
ciend en d e los libros a la realidad, sin o que ascienden de la realidad
a lo s libros. E l hecho d e si, en una d eterm inad a época y en deter­
m inadas capas sociales, rein a la atm ósfera de u n a crítica sana, serena
y o b jetiv a, o el aire viciado de la superstición, la fe en los m ilagros y la
credulidad irracional, no es un p ro blem a de nivel intelectual, sin o de situa­
ción social. C laro está que en e llo desem peñan un papel nada desdeñable
las ideologías precedentes y que h an llegado a conqu istar u n a in flu en cia,
en cuanto que refuerzan o aten ú an las tendencias a la crítica o a la cre­
dulidad. Pero, no debe olvidarse que la eficacia p la in eficacia de una
tendencia del pensam iento asciende tam bién de la realidad a lo s libros,
y n o desciende de éstos a la realidad.
L a historia nos enseña que las épocas en que más se acentúa la cre­
dulidad, la m ilagrería y la superstición no tien en que ser, p o r fuerza,
aquellas en que la civilización d eclina. C o n una de estas tendencias nos
encontram os, por ejem p lo, al fin a l de la A ntigü ed ad , en el m om ento de
apogeo de la civilización grecorrom ana, en el períod o de la m áxim a d ifu ­
sión de la erudición alejand rina. Y vemos cóm o, en este períod o, no son
sim plem ente los esclavos o los pequeños artesanos incultos, los portadores
72 E L DESARROLLO HISTÓRICO DE ALEMANIA

d e la d ifu sió n d el cristianism o, lo s m ás asequibles a la f e e n lo s m ila­


g ro s , sin o que la credulidad y la Superstición hacen m e lla tam bién en
fig u ras m uy in teligen tes y m uy cultas d e sabios y artistas d e la época,
com o u n P lu tarco o un A puleyo, u n P lo tin o o u n P o rfirio ; -claro está
q u e con u n contenid o com pletam ente d istinto, en un p lan o literariam ente
m ás alto , intelectualm ente m as refin ad o, m ás culto. Y — para p o n er un
e je m p lo m ás, b ie n elocuente— e l p u n to a i lm inante d el d elirio con tra las
b ru jas n o e s, n i m ucho m enos, e l p erío d o m ás som brío de la Edad M ed ia,
sin o e l m om ento d e la g ran c ris is q u e m arca ^1 trán sito de la Edad
M e d ia a la época m oderna, e l p eríod o d e G a lile o y d e K e p lero . Y tam ­
b ié n e n é l podem os com probar cóm o m uchos de los esp íritus m ás des­
collan tes d e la época n o estaban exentos de las diversas form as de supers­
tició n entonces rein an tes: basta citar, a este propósito, a Francisco B aco n ,
a Jaco bo B o h m e o a Paracelso.
L a n ota com ún a estas épocas d e d elirio social, de superstición y m ila­
g re ría llevadas al extrem o reside e n que son siem pre épocas de agonía
d el v ie jo orden social, de una cu ltu ra arraigada desde hace siglos, y, al
m ism o tiem po, épocas transidas p o r lo s d olores del alum bram iento de
lo nuevo. E sta inseguridad general de la vid a capitalista adquiere e n los
años de crisis de A lem ania una agudización que representa e l trueque
en algo cualitativam ente nuevo y especial y que da a esta receptividad una
d ifu sió n de m asas hasta entonces desconocida, que e l fascism o se encarga
d e exp lo tar del m odo m ás desaforado.
M á s adelante, expondrem os y analizarem os cuáles son las fo rm as espe­
culativas concretas que adopta esta exp lotación dem agógica d e la desespe­
rada situación en que se ven sum idas las m ás extensas capas del pueblo
alem án. Solam ente entonces, a la luz del análisis concreto, p o d rá verse
e n todo su sentido cóm o la dem agogia y la tira n ía fascistas fu ero n la
cu lm inación extrem a de u n larg o proceso, a l princip io considerado com o
“ inofensiv o” (co m o u n proceso puram ente filo só fic o o , a lo sum o, ideo­
ló g ic o ): e l proceso d e destrucción de la razón.
Este proceso, cuyos orígen es deben buscarse e n la lucha feudal-restau-
radora, reaccionario-rom ántico, contra la R evolu ción fran cesa y cuya cul­
m inación se produce, com o hem os visto, en e l p eríod o im perialista del
capitalism o, no se lim ita, n i m u cho m enos, a A lem ania. T a n to sus o rí­
genes com o su m odalidad h itlerian a y sus supervivencias en lo s tiempos
presentes, tien en raíces internacionales de orden económ ico-social, lo que
h ace que la filo s o fía irraao n alista s e presen te tam bién com o un fenóm eno
internacional. E n la Introd ucción hem os podido ver, sin em bargo, que
esta filo s o fía n o lo g ró ad quirir en ningú n otro p aís aquella fu erza dem o­
n íaca con que se m an ifestó en la A lem ania d e H itle r y que, con raras excep­
ciones, n o alcanzó en parte alguna la hegem onía q u e lle g ó a tener en A le ­
m an ia; h egem onía q u e n o era, p o r cierto, exclusivam ente alemana,- sino
EL DESARROLLO HISTÓRICO DE ALEMANIA 73

que se proyectaba en escala internacio nal. P o r e llo era necesario p o n er de


relieve y an alizar brevem ente en este cap ítu lo las tendencias histórico-
sociales que h iciero n de A lem ania la cuna y e l centro de esta filo s o fía
lanzada a l a s a lta d e la. razón.
D e aquí , que, e n lo sucesivo, nuestra exposición de las corrientes de la
historia de la filo s o fía se lim ite forzosam ente —^con contadas excepciones,
com o las de K ierk eg aard o G obineau— a la trayectoria seguida en A le ­
mania.. S ó lo e lla h a conducido, hasta ahora, a l hitlerism o. P o r eso, según
entendem os, e l h ech o de que nos lim item os a exp o n er la historia del
irracionalism o e n la filo s o fía alem ana, acentúa e l sentido internacional
del presente estudio, e n vez de atenuarlo. Es u n Discite moniti, una se­
vera adm onición d irig id a a los hom bres reflex iv o s de to d o s los pueblos.
Una advertencia de que n o existen filo so fía s "in p fen siv as” o puram ente*
académ icas, de que siem pre y donde quiera está objetivam ente presente ;
el peligro de que cu alq u ier incendiario d el m undo pueda, com o H itler,
prender una h ogu era devoradora aprovechándose d el com bu stible filo ­
sófico d e las "in o ce n te s” conversaciones de saló n, charlas de ca fé o
lecciones de cátedra, de los aparentem ente "in o fen siv o s” ensayos, estu­
dios, fo lleto n es, etc.
D e las nuevas circunstancias co n que nos encontram os en la situación
del m undo de hoy y d e sus consecuencias filo só ficas, nos ocupam os e n el
E p ílo g o a esta obra. Estas circunstancias acusan profun das diferencias
entre la preparación ideológica d e la segunda y la d e la tercera guerra
m undial im perialista. Parece, p o r las razones que en su lugar oportuno
se aducirán, com o si el »racio n alism o pu ro y sim ple no desem peñara
hoy e l pap el cen tral y pred om inante que desem peñó en e l p erío d o de
organización de la segunda con flag ració n m undial. P ero, pondrem os
de m anifiesto, al m ism o tiem po, cóm o e l irracionalism o sigue form ando,
por así decirlo, la atm ósfera filo s ó fic a de la nueva propaganda de guerra
o cum ple, p o r lo m enos, ú n a fu n ció n im portante én ella.
L a advertencia que aquí nos proponem os h acer para que se aprenda
de las lecciones del pasado no h a perdido, pues, su actualidad, ni m ucho
m enos, p o r m ás que hayan cam biado las circunstancias de hoy. T a n to
m enos cuanto que e n la propaganda ideológica de la "g u erra fr ía ” siguen
desem peñando un p ap el im portante, a veces incluso acentuado, toda una
serie de elem entos que fu ero n decisivos e n su d ía, en el irracionalism o
"clásico ” de la época d e H itle r ( e l agnosticism o, e l relativism o, el n ih i­
lism o, la tendencia a la m itom anía, la ausencia d e crítica, la credulidad,
la fe en lo s m ilagros, lo s p reju icios y lo s odios de raza, etc., e t c .) .
T am b ién hoy sigue ventilándose — ideológicam ente— e n to m o a l gran
problem a del d esarrollo ascendente o la destrución de la razón e l debate
entre las fuerzas del pro greso y las d e la reacción, aunque este debate
pueda ventilarse en lo s m om entos actuales con otros contenidos directos
74 EL DESARROLLO HISTÓRICO DE ALEMANIA

y otros métodos que en la época del hitlerism o. Y ello nos m ueve tam bién
a creer que el alcance de una historia de los problem as fundam entales
del irracionalism o va, hoy com o siem pre, más allá de lo puram ente h is­
tórico.
D e la lección que H itle r dio al m undo, todo individuo y todo pueblo,
debe esforzarse p o r aprender alg o para su propia salud. Y esta respon­
sabilidad tien en que sentirla, agudizada, los filó so fo s, obligados a velar
p o r la existencia y el desarrollo de la razón, en la m edida en que ésta
participa realm ente en e l desarrollo social '( s i n necesidad de exagerar
esta participación real e in n e g a b le ). Responsabilidad a la que no han
hecho h o n o r en A lem ania n i fu era de ella. Y si hasta ahora, pese a todo
lo sucedido, no se han hecho realidad en todas partes aquellas palabras de
M e fistó fe les al desesperado F au sto :

Desprecia la ciencia y la razón,


la mayor fuerza en que descansa el h o m b r e .. .
y te tendré por entero a m erced mia,*

ello no constituye — m ientras las cosas no cam bien— , para ningún otro
país de econom ía im perialista, para ninguna otra cu ltu ra filo só fica bur­
guesa puesta b a jo el signo del irracionalism o, la m en or g aran tía de que
no puedan verse arrastrados m añana p o r un nuevo dem onio del fascism o
ju n to a l cüal H itle r no sería, ta l vez, más que un principian te chapucero,.
A l lim itar el análisis a la trayectoria alem ana, a la filo s o fía alem ana, no
hacem os, p o r tanto, más q u e subrayar, y ése es precisam ente nuestro
propósito, aquel Discite mottiti. .

* Verachte nur Vernunft und Wissenschaft, / Des Menschen allerhöchste


Kraft. . . / So hab ich dich schon unbedingt. (Fausto de Goethe, versos 1851-5.)
CAPÍTULO II

La jundumentación del irracionalismo en el periodo


de una a otra revolución (1 7 8 9 - 1 8 4 8 )

I
O bservaciones prelim inares de principio sobre la historia
del irracionalism o m oderno

El irracionalismo contem poráneo se esfuerza, com prensiblem ente, en


buscar antepasados. E n su em peño de reducir toda la h istoria de la filo so ­
fía a un "e te rn o ” fo rc e je o entre e l racionalism o y el irracionalism o, se ye
obligad o a descubrir las hu ellas d e las filo so fía s irracionalistas en el O rien -
. te, en la A n tigüedad, en la Edad M ed ia, etc. N p vale la pena enum e­
rar todas y cada una de las fo rm as — algunas de ellas, grotescas— que
reviste esta arbitraria d eform ación de la historia de la filo s o fía ; cuando
estudiem os las doctrinas neohegelianas, p o r e jem p lo , verem os cóm o se em ­
peñan en p resen tar a l pro pio H e g el com o el m ayor de lo s irracionalistas.
R esultado de ello es una m escolanza ecléctica y sin p rincipios, una insis­
tencia totalm ente caprichosa en destacar tales o cuales nom bres fam osos
o relativam ente célebres, sin ningú n criterio f i jo p ara la selección. P o ­
dríam os decir que sólo los prefascistas inm ediatos o los fascistas aplican
una pauta clara: la afirm ación resuelta de lo reaccionario. A sí, vemos
cóm o B aeu m ler excluye a los prim eros rom ánticos de Je n a de este ilustre
consistorio. Y , p o r la m ism a razón, selecciona R osen berg a Schopenhauer,
R icardo W ag n e r, L agarde y N ietzsche com o los “clásicos” del irraciona­
lism o fascista.
D igam os de pasada que el em pleo de la palabra "irracio n alism o ” para
designar una tendencia filo só fica , una escuela, etc., es relativam ente nueva.
Q u e yo sepa, aparece p o r prim era vez en la obra de K u n o F isch er sobre
F ich te. E n el Tratado de historia de la filosofía de W in d e lb an d , se
estudia ya a S ch ellin g y a Schopenhauer en el capítu lo titulad o " M e t a fí­
sica d e lirra c io n a lism o ” . E sta term in olog ía prevalece de un m odo todavía
más decidido en Lask. Y , aunque este em pleo de la palabra "irra cio n a ­
lism o” con un sentido tan am plio tropieza al p rin cip io con ciertas o b je ­
ciones críticas,1 en e l períod o entre las dos guerras m undiales, principal-

1 Cfr. especialmente F. Kuntze, Die Philosophie Salomon Maimons, Heidelberg,


1912, pp. 510 ss.
75
76 FUNDAMENT ACIÓN DEL IRRACIONALISIMO

m ente; vem os consagrado ya el térm ino de un m odo gen eral com o el


em pleado para designar aquella corriente filo só fica de cuya h istoria nos
ocupam os aquí.
E n la filo s o fía clásica alem ana, H e g el em plea siem pre la palabra "irra ­
cio n al” en u n sentido m atem ático exclusivam ente y, a l criticar las te n ­
dencias filo só ficas a que aquí nos referim os, h abla del "sa b e r inm ediato” .
E l m ism o S c h e llin g 2 em plea e l térm ino d é "irra cio n a l” en un sentido
despectivo, com o sin ónim o de lo " n o absoluto” . H asta lleg ar al F ich te
d e la época p o sterior, no nos encontram os c<an los conatos de la term i­
n o lo g ía actual. E n su intento — frustrado— de polem izar con el idealism o
o b je tiv o cada vez m ás extendido de S ch ellin g y H e g el, escribe Fichte,
en su Teoría de la ciencia, de 1 8 0 4 : " L a proyección absoluta de un ob jeto
acerca de cuyos orígenes no puede decirse nada, en que nos encontra­
m os, p o r tanto, con un intersticio vacío y oscuro entre la proyección y el
proyecto, lo que yo llam aría, ta l vez de un m odo u n poco escolástico,
pero bastante expresivo, a m i m odo de ver, la projectio per hiatum irra-
tionalem . . 3 E ste v iraje de F ich te hacia el irracionalism o, com o en
general toda su te o ría p osterior del conocim iento, no estaba llam ad o a
in flu ir en la trayectoria p o sterior de la filo so fía . Solam ente en Lask nos
encontram os con una h u ella p ro fu n d a del F ich te de la últim a época, aun­
que no fa lte n los fascistas que tratan de inscribir el nom bre de aquel
filó s o fo en su g a lería de antepasados. P o r eso, habrem os de lim itarnos
a este señalam iento de los hechos term inológicos m ás im portantes y, en lo
j sucesivo, sólo estudiarem os a los representantes del irracionalism o filo só-
■ fic o que realm ente h an in flu id o e n la historia.
| C laro está que esta novedad term inológica — relativa— de la expre­
sión no sign ifica, ni m ucho m enos, que e l problem a del irracionalism ó
n o se hubiera presentado ya en la filo s o fía clásica alem ana com o un p ro ­
blem a im portante. M u y al contrario. N uestras páginas siguientes pondrán
de m an ifiesto cóm o las form ulaciones decisivas de éste problem a aparecen
precisam ente en e l'p e río d o que m edia entre la R evolución fran cesa y el
períod o de preparación ideológica de la revolución de 1 8 4 8 .
E l hecho de que H eg el no em plee e l térm ino de "irracio n alism o ” no
sign ifica, en m odo alguno, que no se ocupe d el p roblem a de las relacio­
nes en tre e l irracionalism o y la dialéctica. L o hace, e n efecto, m uy clara­
m ente, y no sólo e n la p olém ica con tra el '" s a b e r inm ediato” d e Fried rich
H ein rich Jaco b i. Y no d eja de ser significativo, aunque sea una pura
coincidencia, el que su debate de princip io en torno a este tem a tenga
por punto de partid a precisam ente la g eom etría y la m atem ática. E n todo
caso, trata de encontrar, e n ’ relación con esto, los lím ites de las notas *

* Schelling, Sámtliché W erke, Stuttgart, 1856 ss., secc. I, t. VI, p. 22.


8 Fichte, W erke, ed. F. Medicus, t. IV, p. 288.
OBSERVACIONES PRELIMINARES 77

determ inantes del entendim iento, su carácter contrad ictorio, el desarrollo


y e l im pulso ascendente d el'm o v im ien to dialéctico que aquí se opera hacia
la razón. D ic e H eg el, refirién d ose a la g eo m etría: " E n su m archa, tro ­
pieza a la postre, sin em bargo, cosa m uy digna d e ser notada, con inco-
mensurabilidades e irracionalidades, que hacen que, p ara segu ir avanzando
en lo determ inante, se vea llevada a trascender sobre el p rin cip io intelec­
tiv o . Y tam bién en este pu nto, com o suele ocu rrir en la term inología, nos
encontram os frecu entem ente con la inversión de que lo que se llam a
lo racional es lo intelectivo y, en cam bio, lo que se d enom ina irracional,
constituye m ás bien el com ienzo y la h u ella de la racionalidad.” *
A u nque esta re flex ió n tenga un punto de partid a especial y H e g el se
h alle muy le jo s de generalizar filo só ficam en te los térm inos aquí em pleados,
toca en estas líneas, sin em bargo, el p ro blem a filo só fico central de toda
la trayectoria u lterio r del irracionalism o, es decir, aquellas cuestiones con
las que el irracionalism o se ha enlazado siem pre, desde el punto de. vista
filo só fico . Son éstos precisam ente, com o verem os en el transcurso de
nuestras consideraciones, los problem as que se derivan de jo s lím ites y
las contradicciones del pensam iento puram ente intelectivo. E l tropezar con
estos lím ites puede ser para el pensam iento hum ano, si ve en e llo un p ro ­
blem a que hay que resolver y, com o dice acertadam ente H e g el, " e l co ­
m ienzo y la h u ella d e la racionalid ad ” , es decir, de un conocim iento
superior, el punto d e p artid a para el d esarrollo u lterio r d el pensam iento,
para la dialéctica. E n cam bio, el irracibnálism o — para adelantarnos, con ­
cisam ente, a cosas que m ás adelante habrem os de exp o ner de u n m odo
concreto y detallado— se detiene precisam ente en este punto, h ace del
p roblem a algo absoluto, conv ierte lo s lím ites d el conocim iento intelectiv o,
petrificánd o lo s, en lím ites del conocim iento en gen eral, e incluso m istifica
el problem a, convertido así, artificiosam en te, en insolu ble, haciendo d e él
una solución "su p erracio n al". L a equiparación d e entendim ien to y co n o ­
cim iento , de los lím ites d el prim ero y lö s d el segundo, del conocim iento en
general, la introducción d e lo "su p erracio n al” (d e la intuición, e t c .) , allí
donde es p o sible y necesario segu ir avanzando hasta un conocim iento ra­
c io n a l: tales son los criterio s m ás generales d el irracionalism o filo só fico .
L o que H eg el esclarece aquí, a la luz de un e je m p lo que encierra una
im portancia d e principio, constituye uno d e los problem as centrales del
m étodo dialéctico. L lam a al "re in o de las leyes” " l a im agen q u ieta del m un­
do existente o m an ifiesto ” . D e 'a h í que — para referirn os de pasada aquí
sólo a lo m ás im portante de su razonam iento— " e l fenóm eno sea, p or'
tanto, fren te a la ley, la totalid ad, pues encierra la ley, pero alg o más
tam bién, a saber: el m om ento d e la fo rm a que se m ueve ¿ sí m ism a” .5*

* Hegel, Enzyklopädie, § 231, Sämtliche W erke, Berlín, 1832 ss., t. VI, p. 404.
5 Ibíd., t. IV, pp. 145 a
78 FUNDAMENTACIÓN DEL IRRACIONALISMO

H e g el destaca aquí los m om entos lógicos más generales que fo rm an la


tendencia más propulsora del m étodo d ialéctico : el carácter aproxim ativo
del conocim iento dialéctico. Y L en in , que descubre este aspecto deci­
sivo del m étodo dialéctico — en él, naturalm ente, el de la dialéctica m a­
terialista, que no tropieza ya con los lím ites idealistas de la dialéctica
hegeliana— -, subraya enérgicam ente la im portancia de aquellas palabras
de H e g el que acabamos de citar: " E s — dice— una excelente determ ina­
ción m aterialista, notablem ente acertada (la de la palabra 'qu ieta’ ) . La
ley tom a lo quieto, y p o r eso la ley, toda ley, es siem pre estrecha, incom ­
pleta, aproxim ativa.” 67
N o podem os entrar aquí m ás en detalle \ n las m anifestaciones cada
vez m ás concretas de H eg el en to rno a las m utuas relaciones dialécticas
en tre la ley ( l a esen cia) y el fenóm eno. D irem o s únicam ente, en pocas
palabras; que H e g el, en el curso de esta concreción, supera los lím ites
del idealism o subjetivo, para el que las determ inaciones generales (la
esencia, e t c .) , no residen en la objetivid ad , en el o b je to m ism o, fu n ­
dam entando filo só ficam en te la o bjetivid ad de la esencia: " L a esencia no
tien e todavía existencia, pero es, y es, adem ás, e n un sentido m ás p ro ­
fundo que el ser” ; " la ley es, p o r tanto, la m anifestación esencial” :1 deter­
m inación ésta cuya im portancia fu nd am ental subraya tam bién enérgica­
m ente L en in en sus citadas glosas m arginales a la Ciencia de la lógica
de H eg el.
E stos esclarecim ientos nos perm iten ya puntualizar un poco más la rela­
ción gen eral, m etodológica, entre e l irracionalism o y la dialéctica. Siendo
la realidad ob jetiv a, p o r principio, más rica, más m u ltifo rm e y m ás com ­
p le ja de lo que puedan lle g ar a ser nunca los conceptos m e jo r desarro­
llados de nuestro pensam iento, de aquí se desprende que son inevitables
las colisiones del tip o que acabam os de señalar entre el pensam iento y
el ser. C on lo cual, e n .lo s m om entos en que avanzan tum ultuosam ente el
desarrollo ob jetiv o de la sociedad y, b a jo la acción de él, el descubri­
m iento de nuevos fenóm enos naturales, existen grandes posibilidades
de que el irracionalism o logre convertir este progreso, p o r m edio de su
m istificación, en un m ovim iento regresivo. U n a situación así se presentó
en e l períod o de tránsito del siglo x v m al x ix , en parte com o consecuen­
cia de la tran sform ación de la sociedad provocada por la R evolu ción fra n ­
cesa y p o r la R evolu ción industrial llevada a cabo en Inglaterra, y en parte
por efecto de las crisis producidas en las ciencias naturales, por el des­
arro llo d e la quím ica, la b iolog ía, etc., a la vista de lo s nuevos descubri­
m ientos geológicos, paleontológicos y de otro orden, realizados a la
sazón. L a dialéctica hegeliana, p o r cuanto intenta captar tam bién históri­

6 Lenin, Aus dem pbilosopbischen Nacblass, Berlín, 1949, p. 70.


7 Hegel, Op. cit., t. IV, pp. 150 y 145.
OBSERVACIONES PRELIMINARES 79

cam ente lo s problem as q u e esto plantea, representa la fase m ás alta de la


filo s o fía burguesa, su em peño m ás enérgico p o r d om inar m entalm ente
estas d ificu ltad es: un m étodo creador que p o d ía garantizar aquella aproxi­
m ación — hasta entonces, com pleta— del pensam iento, de la im agen m en­
tal de la realidad a la realidad m ism a. ( N o tenem os p o r qué referirnos
aquí a las consabidas lim itaciones idealistas de H eg el, a sus m istificaciones
idealistas, a la contraposición entre el m étodo y el sistem a; la crítica de
H eg el p o r los clásicos del m arxism o-leninism o es bien conocida, y la damos
por supuesta.)
Pues bien, el irracionalism o arranca de esta — necesaria e insuperable,
pero siem pre relativa— discrepancia entre Ja im agen m ental y el original
ob jetiv o . E l punto d e partida consiste en que los problem as directam ente
planteados al pensam iento en cada caso, en tanto que son tales problem as
no resueltos, se presentan b a jo una fo rm a en la que parece, a prim era
vista, cóm o si e l pensam iento, los conceptos, fallasen ante la realidad,
com o si la realidad en fren tad a a l pensam iento constituyera un m ás allá
de la razón (d e la racionalidad del sistem a d e categorías, del m étodo con­
ceptual Hasta entonces u tiliz a d o ). Corno hem os visto, H e g el analizó cer­
teram ente esta~sitüacíon. Su dialéctica del fen óm en o y la esencia, de la
existencia y la ley y, sobre todo, su dialéctica de los conceptos intelectivos,
de las determ inaciones de la re flex ió n , del tránsito del entendim iento a la
razón, trazan con toda claridad e l verdadero cam ino para la solución de
estas dificultades.
Pero, ¿qué pasa si el pensam ien to — por causas que m ás adelante h a­
brem os de a n a l iz a r l e . un m odo íx ia eie^ f ^cn-■detalle se detiene y
retrocede ante las d ificu ltad es? ¿S í la necesaria constelación de factores
que aquí s e 'm a n ifie sta (e l hecho, concretam ente, d e quC é sta situación
tenga qué re p e tirse necesariam ente en cada uno de los pasos decisivos de
avance) se convierte en una situación p o r principio insuperable, si la inca­
pacidad de determinados conceptos para captar una determ inada realidad
se hipostasía hasta convertirla en la incapacidad del pensam iento, del co n ­
cepto, del conocim iento racional en gen eral, para d om inar m entalm ente
la esencia de la realid ad ? ¿ Y si, adem ás, haciend o de esta necesidad una
virtud, se ,co n sid e ra la incapacidad para captar m entalm ente el m undo
com o un "co n ocim ien to superior” , b a jo la fo rm a de la fe , la intuición,
etcétera? .
Es evidente que este problem a surge en cada una de las fases del
conocim iento, es decir, cada vez que el desarrollo social y, p o r tanto, la
ciencia y la filo so fía , se ven obligadas a d ar un salto hacia adelante, para
dom inar los problem as reales que se plantean. L o cual indica ya de p o r sí
que la op ción entre la ratio y la irratio no es nunca un p roblem a filo só fic o
"in m an en te” . E n la op ción de u n pensador entre lo nuevo y lo v ie jo n o
deciden, en p rim er p ía n o s la s consideraciones filo só fica s o m entales, sino
80 fundamentAción del irracionausmo

la situación d e clase y la vincu lación a u n a d a se . V is ta la cosa a través


d e la gran perspectiva d e lo s siglos, resulta a veces casi in cre íb le cóm o
im portantes pensadores, e n lo s um brales d e u n p roblem a casi resuelto, se
detienen, dan m edia vuelta y, cuando parece q u e Van a encontrar la solu­
ción, huyen en dirección contraria. So n "en ig m as” que sólo puede aclarar
el carácter de clase de la actitud por ellos adoptada.
E sta cond id onalid ad social del racionalism o y el irrad o n alism o no
debe buscarse solam ente en lo s m andatos y lo s vetos sod ales de masas.
E l gran m aterialista inglés d el sig lo x v n , H obbes, caracteriza certeram ente
su estructura, cuando d ice : " N o dudo que, d e haberse tratado de algo
que atentase co n tra los derechos de propiedad de alguien o , m e jo r dicho,
contra los intereses de los que tien en en sus m anos la propiedad, el prin­
cipio de que los tres ángulos de u n triángulo son iguales a dos rectos,
habría sido controvertido o, p o r lo m enos, h ab ría tratado de ahogarse
quem ando todos los libros de geom etría, hasta que los interesados hu­
b ieran podido h acerlo v aler.” 8 L o que indica que tam poco d ebe desde­
ñarse, n i m ucho m enos, esta posibilid ad de que las nuevas verdades sean
directam ente reprim idas. B asta co n pensar, para darse cuenta de e llo , en
lo s com ienzos d e la filo s o fía m oderna, en la suerte d e pensadores com o
G io rd an o B ru n o , V a n in i o G alileo . Y no cabe duda de que esta , situa­
ción h a pesado m ucho en ciertos m om entos, com o lo dem uestran con
h arta -rlarid ad lo s m uchos equívocos sorprendentes con que nos- en-
contfam os y la "d ip lo m acia” filo só fic a a que e n 's u tiem po hu bieron
de recu rrir lo s G assendi, B ay le, L eibn iz, e tc .; y a e llo se d ebió , asim ism o,
evidentem ente e l silencio q iie L essin g se creyó ob lig ad o a guardar ante
el pú blico acerca d e su spinozism o. Y tam poco d ebe desdeñarse e l sign i­
ficad o filo só fico d e sem ejante "d ip lo m acia” . L a posteridad puede fo r­
m arse, ciertam ente, u n ju icio claro en cuanto a l verdadero punto de vista
de un G assendi o de un B ayle, pero el p ro blem a es ya m ás d ifíc il de
desem brollar tratándose de L eibn iz, y sabido es que el silencio de Lessing
con respecto a Spinoza dio p ie p ara una concepción to talm ente fo se a d a
de aquel pensador.
P ese a todo eso, la determ inación social a q u e nosotros n os referim os
se h alla m ás íntim am ente vinculad a a la personalidad y a la producción.
N o es solam ente la p resión social exterior la que, en filo so fía , y sobre
todo en los problem as decisivos d e ésta, desde D escartes hasta H e g el, crea
tantos equívocos inconscientes y hace a l pensador encender, tantas veces,
el verdadero sentido d e sus pensam ientos. M u ch o más im portante que
esto es e l hecho de que las cond iciones sociales dom inan a los pensadores,
hasta en sus m ás propias y profun das convicciones, en su m odo de pensar,
en su m odo d e plantear los problem as, etc., sin que ellos m ism os lo

' Cit. de F. 'Toenníes, Hobbes, 2 ed., Stuttg^rf, s. a., p. 147.


OBSERVACIONES PRELIMINARES 81
adviertan. Éste es el sentid o de las palabras co n que M a rx rep lica a los
hegelianos radicales que tratán de exp licar los p asajes y frases de doble
sentido en H e g el recurriendo a úna adaptación puram ente m ecánica y
op oniendo al H e g el "e x o té rico ” d e las transacciones el H e g el "eso térico ”
del rad icalism o: " N o hay, pues, ni qúe hablar de acom odar a H eg el para
descubrir en é l conceptos e n contra de la relig ión , d el Estado, etc., ya
que esta m entira es cabalm ente la m en tira de su p ro g reso .” 9
Los filó so fo s aparecen siem pre, en e l fo n d o — consciente o inconscien­
tem ente, queriendo o sin querer— , vinculados a su sociedad, a una deter­
m inada clase de ella, a sus aspiraciones progresivas o regresivas. Y lo
que en su filo s o fía nos parece y es lo realm ente personal, lo realm ente
o rig in al, se h alla nutrido, inform ad o, plasm ado y d irigido precisam ente
por ese suelo (y p o r el destino histórico su y o ). Incluso en aquellos casos
en los que, a p rim era vista, parece p revalecer una p o sició n individual
que lle g a hasta el aislam iento fre n te a la p ro p ia clase, vem os, si calam os
hondo, cóm o esta p o sició n se h alla íntim am ente unid a a la situación
de la clase y a las vicisitudes de la lu ch a de clases. E n el caso d e R icardo,
por ejem p lo, M a rx dem uestra cóm o su vinculación con la producción
capitalista y con el desarrollo de las fuerzas productivas b a jo el capita­
lism o determ ina la p o sición de este econom ista ante las diversas clases:
"S i la concepción de R icardo cuadra en co n ju n to al interés de la burgue­
sía industrial,es pura y sim plem ente porque, y e n la m edida en que, es­
te interés coincide con el d e la producción o el del d esarrollo productivo
del trab ajo hum ano. A llí donde estos intereses, en vez de coincid ir, se
contradicen, R icardo es tan implacable con tra la burgu esía com o lo es,
por lo general, contra el proletariado y la aristocracia.” 10
C u anto m ás auténtico e im portante es un pensador, con m ás fuerza
se revela có m o 'H ijo fie l de sil tiem po, de su p aís y de su clase. Los pro-,
blem as, si su planteam iento es realm ente filo só fico , fecu n d o — aunque
las am biciones del filó s o fo sean tan grandes que nos los presente sub specie
aeternitatis—, se p lan tean siempre d e un m odo con creto; es decir, apa­
recen, p o r su contenid o y p o r su fo rm a, determ inados p o r las angustias
y aspiraciones sociales, cien tíficas, artísticas, etc., de su tiem po y encierran
de por sí — siem pre d en tro de las tendencias concretas que aquí se m ani­
fiestan— una tendencia concreta hacia adelante o hacia atrás, hacia lp
nuevo o hacia lo v iejo. O tra cosa, y una cosa de orden secundario, es que
el filó so fo en cuestión tenga, y hasta qué punto la tenga, conciencia de
esta conexión.
Estas observaciones, que p o r el m om ento ‘se m antienen en un p lan o

9 Marx-Engels, Historisch-kritische Gesamtausgabe (M EGA), secc. I, t. III,


p. 164.
10 Marx, Historia crítica de la teoría de la plusvalía, W . Roces, ed. Fon­
do de Cultura Económica, México, 1945, t. II, p. 248.
82 FUNDAMENTACIÓft DEL IRRACIONALISMO

gen eral, conducen a u n segundo p ro blem a: todo tiem po y, d en tro d e él,


to d a d a s e q u e en su tiem po lucha en e l cam pcTde la filo so fía , se p la n ­
tean b a jo d istin ta fo rm a el p ro blem a que esbozábam os a l p rin d p io y del
que, en determ inadas circunstancias, pu ed e b ro tar e l irracionalism o. L a
tenSiórr T ljid é ctio re n tré lá Torm ación del concepto ra d o n a l y su m aféria
reáT co n stitu y ^ ~ cíerfim éñ te( un hecho gen eral d e la actitud d el conocer
ante la realidad, pero el m odo com o este p roblem a se m an ifiesta e n cada
caso, el. m odo co m o .se lo aborda o, a veces, com o se lo esquiva y se huye
ante él, v aría cualitativam ente co n . arreglo al desarrollo histórico de la
lu d ia J s jd a s e s . "
Estas d iferencias relativas a la estructura de los planteam ientos y las
soluciones de los problem as se m uestran muy claram ente com o diferencias
e n tré l a f i l p s ô ï k y las ciencias especiales. Éstas se hallan , con frecuencia,
é n condiciones de resolver directam ente determ inados problem as que la
vida plantea, n o pocas veces sin preocuparse gran cosa de las consecuen­
cias filo só ficas que* de ello pueden derivarse; basta plensar en el desarrollo
d e las m atem áticas, en el que vem os cóm o se plantean y resuelven certe­
ram ente im portantes problem as dialécticos, sin que los grandes innova­
dores se den cuenta de que h an descubierto nuevos continentes en e l m undo
d e la dialéctica, com o el gen tilh o m bre de M o lière desconocía que h a­
blaba en prosa. L a filo so fía , e n cam bio, se ve obligad a a abordar los
problem as de principio, los que afectan a la concepción del m undo, sean
cuales fu eren sus soluciones.
Рею tam bién esta d iferen cia es puram ente relativa y, por tanto, y al
m ism o tiem po, históricamente relativa. E n determ inadas circunstancias
h istórico-sóciales. puede la proclam ación d e una'V erdad puram ente cientí-
fic a laparecer situada directam ente en el centro de las luchas de clases é n
torno a la concepción d el m undo, sin qué p o r el m om ento se la eleve
a un plano de generalidad filo s ó fic a n i se extraigan de e lla , inm ediata­
m ente, las consecuencias filo só fica s que encierra. A sí ocu rrió en su día
con la te o ría coperniciana, así sucedió m ás tard e con el darw inism o, y tal
es lo que hoy estam os presenciando co n e l d esarrollo d e la te o ría de
D arw in por. M itch u rin y Lysenko. D e o tra parte, h a habido tendencias
filo só fica s llam adas a ad qu irir u n a vida relativam ente larg a y que, por
principio, rehuyeron toda actitud ante una concepción del m undo o un
program a, ante e l punto central d el m étodo. (N o s lim itarem os a señalar,
aquí, que en estas tendencias evasivas va siem pre im p lícita, naturalm ente,
una determ inada tom a de p osición en un sentido id eológico d e clase y,
p o r tanto, u n a parcialidad filo só fica . E s lo .q u é ocu rre, por e jem p lo , con
las que son precisam ente las m anifestaciones m ás características del tipo
a q u e acabam os d e referirnos, a saber: con el neokantism o y co n el posi­
tivism o de la segunda m itad d el sig lo и х . )
N o creem os que sea necesario llev ar m ás adelante este análisis general.
_ OBSERVACIONES PRELIMINARES 83
C o n lo dicho basta para q u e esté suficientem ente claro cóm o aquella form a
esp ecífica de h u ir ante todo p lanteam iento filo só fic o decisivo, ante todos
io s pro blem as m etodológicos y d e concepción d el ¿hundo, actitud que
constituye, según hem os visto, la fo rm a fu n dam ental y gen eral del irra-
cion alismo, tien e necesariam ente que revestir m odalidades cualitativam ente
d istintas en las di versas, fases del d esarrollo social y, a to n o con e llo , del
d esarrollo filo só fico . D e donde se sigue, a l m ism o tiem po, que e l irra­
cionalism o, aunque se le descubra, o alg o sem ejante a él, en las m ás d ife­
rentes épocas d e crisis d e form aciones sociales muy d istintas, no puede
poseer una historia única y coherente, a la m anera com o cabe h ab lar de la
h istoria dei m aterialism o o de la dialéctica. C laro está que tam bién la "sus-
tantivid ad ” de estas otras historias es extraord inariam ente relativa, puesto
q u e toda la h isto ria de la filo so fía , concebida de un m odo cien tífica ­
m ente racional, sólo puede enfocarse y exponerse a base d e la historia
de la vida económ ico-social de la hum anidad. T am b ié n a la h istoria de la
filo s o fía pueden aplicarse, naturalm ente, aquellas palabras d e M a rx en
la Ideología alemana: " N o hay que olvid ar q u e el derecho no tien e una
historia propia, com o n o la tien e tam poco la re lig ió n .” 11
A h o ra bien, el irracionalísim o es alg o m ás <.que eso, y alg o d istinto. Es
una sim ple fo rm a de reacción (em p lean d o aq u í la palabra reacción en el
d oble sentido de lo” secundario y lo retró g rad o ) a l d esarrollo d ialéctico
d el pensam iento hum ano. Su h istoria depende, p o r tanto, del desarrollo
dé la ciencia y de la filo so fía , a cuyos nuevos planteam ientos reacciona de
tál m odo, que convierte el p ro blem a m ism o en solución, proclam ando la
supuesta im posibilidad de p rin cip io de resolver el p ro blem a com o una
fo rm a superior de com prender el m undo. E ste estilizar la pretend id a inso­
lubilidad del p roblem a com o la respuesta a é l y la pretensión de que en
éste rehuir la solución y desviarse de ella, en esta evasión artte una res­
puesta positiva, se con tien e la "v erdad era” consecución de la realidad,
es el rasgo característico decisivo d el irracionalism o. E s cierto que tam bién
e l agnosticism o rehuye la solución a tales problem as; pero el agnóstico se
lim ita a declararlos insolubles, negándose de un m odo m ás o m enos
abierto a contestarlos en nom bre de u n a filo s o fía cie n tífica supuestam ente
exacta. (C o n lo cual nos lim itam os, claro está, a señ alar lo s dos polos
extrem os, pues e n el p lan o real de la filo so fía , sobre todo en la época
del im perialism o, nos encontram os con las m ás variadas transiciones en tre
e l agnosticism o y el irracionalism o, en las que, no pocas veces, e l p ri­
m ero se trueca en e l segundo; y esto, sin ten er en cuenta que, p o r razones
con que habrem os de encontrarnos frecuentem ente, casi todo e l irraciona­
lism o m oderno se apoya, m ás o m enos, en la te o ría del conocim iento
propio del agn osticism o.)

11 Marx-Engels, Die deutsche Ideologie, Berlín, 1953, p. 63.


84 FUNDAMENTACIÓN DEL IRRACIONALISIMO

P o r tanto, toda crisis im portante del pensam iento filo só fico , com o lu ­
ch a socialm ente condicionada que es entre lo que nace y lo que m uere,
provoca del lado de la reacción tendencias que podríam os designar con
el térm ino m oderno de "irracio n alism o ” . Es dudoso, sin em bargo, que el
em pleo de este térm ino con carácter gen éral resulte conveniente, desde
el punto de vista cien tífico . P or una parte, ello p o d ría dar la falsa sen­
sación que el m oderno irracionalism o aspira a c re a r: la de que existe
una trayectoria irracionalista ún ica en la historia de la filo so fía . D e otra
parte, y p o r las razones que en seguida expondrem os, el irracionalism o
m oderno responde a condiciones de existencia tan esp ecíficas, determ i­
nadas p o r las características de la producción capitalista, que un térm ino
g lobal envolvería fácilm en te el p eligro de borrar las d iferencias espe­
cíficas ^ de m odernizar inadm isiblem ente viejas tendencias filo só ficas
qué nada o poco tien en que v er con las del siglo x ix . P o r lo dem ás, esta
últim a inclinación se hallaba bastante extendida ya de p o r sí en la h is­
toria de la filo s o fía de la burguesía decadente: así, N ato rp nos presenta
un P lató n "k an tian o ” , Petzold un Protágoras "m ach ista” , y por ahí ade­
lante. Y las diversas tendencias del m oderno irracionalism o se han en­
cargado de nivelar en la inextricable y oscura m ad eja de la " filo s o fía de
la vida” o del existencialism o toda la historia de la filo so fía , desde H e-
rá d ito y A ristóteles hasta D escartes, V ic o y H egel.
A h o ra b ie n ,, ¿en qué consiste la n o ta-e sp e cífica .del irraciopalism o m o­
d ern o ? C onsiste, ante todo, en que b ro ta sobre la base de lá producción
capitalista y de su lucha de c lis é s é sp ed fiea , p rim ero dentro d el m arco
de la lucha progresiva de la clase burguesa contra el feudalism o en torno
ál P o d er y, m ás tarde, en las condiciones dé su lucha d efensiva y reac-
cionariá en contra del proletariad o. A lo largo de todo este libro, se
pondrá de m an ifiesto de un m odo concreto qué sesgos tan decisivos han
provocado las d iferentes etapas de estas luchas de clases en el desarrolló
del irracionalism o, tanto en cuanto al contenido com o en cuanto a la
form a, y cóm o han ido haciendo cam biar su fisonom ía.
T ratan d o de resum ir ahora la sign ificació n fundam ental que encierra
la producción capitalista para nuestro problem a filo só fico , debem os se­
ñalar, ante todo, la im portante d iferen cia existen te entre el desarrollo
capitalista y el precapitalista: el p roblem a del desarrollo de las fuerzas
productivas. E n las sociedades esclavistas, la contradicción entre las fu er­
zas productivas y las relaciones de producción, en lo que se re fiere al
punto, para nosotros decisivo, de la crisis del sistem a, se m anifiesta en
el hecho de que las fuerzas productivas decaen, retroceden, degeneran
y abren, con ello, un proceso en el que va haciéndose, a la larga, im po­
sib le la subsistencia del régim en esclavista, com o base económ ica y social
de la sociedad. B a jo el feudalism o, esta contrad icción se m an ifiesta ya
b ajo una form a considerablem ente d istin ta: en el seno de la sociedad
OBSERVACIONES PRELIMINARES 85

feudal, va d esarrollando la d ase burguesa, que originariam ente form a


parte de la m ism a fo rm ación feud al, sus fuerzas productivas cada vez
m ás im portantes y cuyo desarrollo sin cesar creciente acaba necesariam ente
dando al traste con el feud alism o. ( N o podem os entrar a estudiar aquí
las d iferentes form as que este proceso reviste en In glaterra, en Francia,
etc., aunque son precisam ente estas d iferencias las que determ inan p ro ­
fundam ente las características de la lucha de clases y, p o r tanto, las particu-
laridadés de la filo s o fía inglesa, francesa, e tc .)
P ero, al aparecer la producción capitalista, el desarrollo d é las fuerzas
productivas se d iferen cia cu alitativam ente d el de cualquiera o tra fo rm a­
ción social anterior. E l m ism o ritm o de su desarrollo presenta una tónica
cualitativam ente nueva. P ero esto guarda tam bién relación con la ín tim a
interdependencia, hasta entonces desconocida, entre el desarollo de la
ciencia y e l crecim iento de las fuerzas productivas. A ello hay que atribuir,
principalm ente, e l inm enso auge que las ciencias naturales registran desde
e l R enacim iento. Y todo esto trae, adem ás, com o consecuencia el que, de
una parte, el d esarrollo reaccionario de la burguesía en el cam po p o lítico,
social y — lo que es especialm ente im portante para nosotros— en el cam po
ideológico, se in icie ya en una fase histórica en que las fuerzas produc­
tivas se m ueven todavía con poderosa fuerza en un sentido ascendente.
C laro está que tam bién b a jo el capitalism o entorpecen las relaciones de
producción el d esarrollo d e las fuerzas productivas. A sí lo h a dem os­
trado convincentem ente L en in con respecto a la época del im perialism o,
y d icho entorpecim iento lo revelaba ya, antes d el p erío d o de los m ono­
polios, cualquiera de las crisis económ icas. S in em bargo, este m ism o hecho
sólo sig n ificaba, en cuanto a l capitalism o, que las fuerzas productivas
no se desarrollaban, d entro de él, en las proporciones que h ab rían corres­
pondido a su organización económ ica, al nivel de la técnica, etc., y que
im portantes fuerzás productivas existentes se h allaban condenadas a quedar
inactivas (co m o ocurre, p o r e jem p lo , en cuanto al em pleo industrial de la
energía atóm ica, b a jo el ca p ita lism o ). P ero , de o tra parte, la acentua­
ción cualitativa de la interdependencia en tre las fuerzas productivas y las
ciencias naturales, b a jo e l capitalism o, trae com o consecuencia el que
la burguesía se vea obligad a — so p en a d e perecer— , aun en su p erío d o de
decadencia, a seguir d esarrollando las ciencias naturales en u n a cierta
m edida; así se lo im pone im perativam ente, p o r lo dem ás, en tre otras
razones, la técnica de la guerra m oderna.
Y este desarrollo económ ico lleva inseparablem ente ap arejad o u n ca­
rácter totalm ente distinto de las luchas de clases. S talin h a subrayado
con toda razón y con una gran fuerza, fre n te a toda la h isto rio g rafía ante­
rior, la im portancia decisiva qué en el proceso de disolución de la econo­
m ía esclavista y el feud alism o tuvieron las sublevaciones d e lo s esclavos
y los siervos. P ero e llo no va en d etrim ento de la d iferen cia cualitativa
86 FUNDAMENTACIÓN DEL IRRACIONALISIMO

existen te entre el proletariad o y las clases explotadas d e épocas anteriores.


Las im portantes consecuencias de esta nueva situación no pueden ser
estudiadas aquí. P ero sí debem os señalar, p o r lo m enos, un facto r llam ado
a ad qu irir una im portancia decisiva en nuestras ulteriores consideraciones:
el proletariado es 'la prim era clase oprim ida de la historia universal capaz de
op oner a la concepción del m undo de los opresores una concepción del
m undo propia, independiente y superior. Com o habrem os de ver, toda
la trayectoria de la filo so fía burguesa está determ inada p o r las luchas de
clases que esto engendra, y tam bién en e l desarrollo del irracionalism o
m oderno verem os cóm o el g iró decisivo d e esta filo s o fía consiste en que
siga m anifestándose en contra de la liquid ación d e las supervivencias,
feud ales apoye ya, en el terreno ideológico, la lucha d efensiva de la
burguesía reaccionaria com o el ala reaccionaria extrem a de la id eología
burguesa, colocándose incluso, ideológicam ente, a la cabeza de esta lucha
defensiva.
E sta tendencia de desarrollo de las fuerzas productivas, tend encia vincu­
lada — tanto m ás estrecham ente cuanto m ás alto $pa su grado— al des­
arro llo de la ciencia, determ ina — tam bién en el períod o de transición—
una actitud’ d e la clase dom inante ante la ciencia, y p rincipalm ente ante
las ciencias naturales, d iferen te d e la adoptada en las sociedades de clases
anteriores. E n éstas, la contradicción existen te entre las fuerzas produc-
tivas y las relaciones de producción im plicaba necesariam ente el estanca-
m ien to o e l retroceso de las ciencias, en prim er térm ino de las naturales; en
cam bio, b a jó el capitalism o estas ciencias m antienen necesariam ente, in-
. cluso en e l period o de transición, una cierta lín ea d e desarrollo, aunque
ésta se vea, p o r supuesto, entorpecida. Gom o es natural, aquellos entor­
pecim ientos de tip o económ ico a que hace poco nos referíam o s siguen
desem peñando aquí im portante papel. L a tend encia' que señalam os se
acusa con m ayor claridad todavía en el entronque en tre la guerra im pe­
rialista y las ciencias naturales. D e una parte, esto provoca un desarrollo
superior y a saltos de determ inados- aspectos técnicos; de o tra parte, las
m ism as tendencias vienen a acentuar la crisis general de la física m o­
derna, m etiendo a ésta, com o ciencia teórica, cada vez más en el ato­
lladero.
E n seguida nos referirem os al problem a, para nosotros decisivo, de las
relaciones entre la ciencia y la concepción del m undo, que es, en la etapa
d e ascenso, u n a relación de fo m en to m utuo y que en la lín e a descen­
dente se traduce en el entorpecim iento de una y o tra. E n to d o caso se
desprende de aquí, en cuanto a la filo s o fía d entro de la sociedad bur­
guesa, con vistas a nuestro problem a, una situación esp ecial: la acien-
tificid ad (o , m ás exactam ente, e l espíritu a n ticie n tífico ) de la filo so fía ,
que e n los m om entos decisivos de crisis se -vuelve abiertam ente en contra
d e la razón. Y e llo crea un m ed io intelectual totalm ente d istinto, pues,
OBSERVACIONES PRELIMINARES 87
paralelam ente co n estas tendencias y en constante relación de interdepen­
dencia co n ellas, discurre continuam ente, aunque co n m ayor lentitud, la
conquista d e la naturaleza p o r las ciencias naturales y la técnica, ya que,
b a jo el capitalism o decadente, el estancam iento y el retroceso d e la s fu e r­
zas productivas, su ocaso y su agonía, no revisten necesariam ente la form a
de un forzoso retorno a m étodos in ferio res de producción. Y la nueva
situación que esto crea para la m oderna sociedad burguésa y que deter­
m ina los rasgos esp ecíficos del irracionalism o m oderno, se ve acentuada
y agudizada, además, al trocarse los conocim ientos sin cesar crecientes
de las ciencias naturales y de la h istoria en una nueva cualidad, por vir­
tud de las indeclinables consecuencias filo só fica s d e este crecim iento y d e la
repercusión de este d esarrollo sobre e l p ro blem a religioso.
T am b ié n desde esté pu nto de vista ocupa e l d esarrollo capitalista una
posición especial en la h istoria anterior. L a crisis q u e el cam bio de
una fo rm ación social p o r o tra lle v a consigo h a sido siem pre acom pañada
d e crisis religiosas. E n estas c r i s is — incluyendo la del nacim iento d el capi­
talism o— vem os cóm o una relig ió n es desplazada p o r otra. E l hecho
d e q u e el nacim iento d el capitalism o se m an ifieste como una crisis in te ­
rio r d el cristianism o n o h ace cam biar e n nada el hecho que señalam os. N o
só lo porque la R e fo rm a introduce en realidad una nueva relig ión , aunque
sea u n a relig ió n tam bién cristiana, sin o porque, adem ás, el d esarrollo del
cristianism o e n la C on trarreform a rep resenta un' cam bio cualitativo con
respecto a la Edad M ed ia.
S in em bargo, y a pesar de que las d iferen tes Ig lesias cobren ahora una
intolerancia y una agresividad jam ás conocidas, la relig ió n se ve em pu­
jad a, ya a p a rtir de este p erío d o , ideológicam ente, a la d efensiva. L as
nuevas ciencias que com ienzan a desarrollarse co n el R enacim iento, p rin ­
cipalm ente las ciencias naturales, se d istinguen de las ciencias de todas
las etapas anteriores, eñ que, adem ás de ad optar una actitud h o stil a la
relig ió n en cuanto a sus fundam entos y a sus consecuencias de orden filo ­
só fico (c o sm o ló g ic o ), com o lo h acía ya la filo s o fía d e la naturaleza d e los
antiguos, socavan en sus investigaciones esp ed ales, p o r los resultados
exactos a que llegan, lo s fundam entos de la relig ión ; incluso en aquellos
casos en que los investigadores^ que lo s establecen abrazan personalm ente
una idea religiosa, sin proponerse, p o r tanto, lle g a r a aquellas conse­
cuencias.
! L a actitud d efensiva de la relig ió n , a que nos referim os, consiste en
q u e no se h alla ya en cond iciones d e crear; com o en tiem p o de T o m ás
'd e A qu ino , u n a im ag en del universo basad a e n p rincip io s religiosos, que,
, a su -v e z ,-p a re z ca y pretenda abarcar y com prender los principios, los
m étodos y los resultados de la ciencia y la filo so fía . Y a e l card enal
B elarm ino se vio obligad o, a ad optar u n a posición aghóstica fre n te a la
teoría coperniciana, es decir, á ad m itir el helipeentrism o cóm o "h ip ó tesis
88 FUNDAMENTACIÓN DEL IRRACIONALISMO

d e trab ajo ” ú til p ara la práctica cien tífica, aunque disputando a la ciencia
la autoridad necesaria p ara po stular alg o acerca d e la verdadera realidad
{ o sea, de la realidad r e lig io s a ). (C ie rto es q u e esta" trayectoria arranca
ya de la E d ad M e d ia co n la filo s o fía del nom inalism o; y su argum enta­
ció n es ú n r e fle jo d el hecho económ ico ya señalado, a saber: e l de que el
d esarrollo de la clase burguesa b a jo e l feudalism o, a l lleg ar a u n a deter­
m inad a fase, actúa com o elem ento de su descom posición in te r io r )
N o podríam os nosotros señ alar n i siquiera apuntar aqu í, p o r n o ser este
lu g ar adecuado, las fases d e esta trayectoria, sus crisis y sus luchas. T e n ­
drem os que lim itam o s, sim plem ente, a .un as cuantas observaciones de
. ord en general. E n p rim er lugar, debem os ind icar que este d esarrollo, com o
f la lucha d e la nueva im agen d el universo, antirreligiosa e n cuanto a su
* tendencia, contra la v ie ja relig ió n , se m an tien e y lle v a ad elante durante
! larg o tiem po — ya b a jo e l nom inalism o— com o u n a lu ch a in tern a entre
diversas religiones. A sí ocurre en las religiones burguesas, e n p arte incluso
en la fran cesa: basta citar el cu lto d el " S e r Suprem o” , institu id o p o r
R obespierre. L a burguesía, kcom o clase vista en su co n ju n to , n o se halty
siquiera en condiciones de acabar radicalm ente con la conciencia religiosa.
C uando sus ideólogos, p rincipalm ente los grand es m aterialistas d e lo s
siglos xvii y xv u i, ten ían la voluntad de hacerlo, el grado de d esarrollo
de las ciencias no era todavía lo suficientem ente avanzado para p oder
redondear realm ente su im agen del universo sobre la base de u n a visión
radical del m ás acá. E ngels dice, refirién d ose a esto : "H o n ra m uchísim o
a la filo s o fía de aquel entonces el que n o se d ejase extraviar p o r la
lim itación de los conocim ientos naturales d e su tiem po, el que — desde
Spinoza hasta los grandes m aterialistas f r a n c e s e s - se obstinase en explicar
el universo p o r si m ism o, d ejand o a cargó de las ciencias naturales del
fu tu ro la ju stificació n en cuanto al d etalle.” u
L a posibilid ad cien tífica de exp licar el universo p o r sí m ism o se agran­
d a cada vez m ás, y en nuestros días se h alla a punto de alcanzar su cús­
pide, al acercarse nuestros conocim ientos a las transiciones concretas en tre
la naturaleza orgánica y la inorgánica. L as hipótesis astronóm icas d e
K ant-L aplace, los descubrim ientos de la g eo lo g ía, é l darw inism o, el aná­
lisis de la sociedad prim itiva por M o rgan, la teo ría establecida p o r E ngels
sobre el papel del trab ajo en la tran sform ación del m ono en hom bre, la
te o ría de Pavlov acerca de los re fle jo s condicionados e incondicionados
y del sistem a secundario de señales, el d esarrollo del d arv in ism o p o r
M itchu rin-L ysenko, las investigaciones sobre el nacim iento de la vida
p o r O parin. y Lepechínskaia, etc., son algunos de los ja lo n e s m ás im portan­
tes que señalan este cam ino. S in em bargo, cuanto m ás avanza el desarrollo
de la ciencia burguesa, cuanto m ás se lim ita la burguesía a d efen d er sus

i® Engels, Dialeklik der Natur, Berlín, p. 13.


OBSERVACIONES PRILIMINARES 89

posiciones de p o d er contra el proletariad o y m ás se convierte en una clase


reaccionaria, m enos se inclinan los sabios y filó so fo s burgueses a extraer
las consecuencias filo só fica s contenidas en la riqueza de hechos ya hoy
superabundante; m ás decididam ente se orien ta la filo s o fía burguesa hacia
las soluciones irracionalistas, a m edida que el d esarrollo se acerca al
punto en que u n paso m ás dado en la exp licación terrenal del universo,
en la interpretación d el m undo p o r el m undo m ism o, po ne a la orden
del d ía la concepción racional de la dialéctica de su p ro p io m ovim iento.
C om o es natural, tales crisis no tien en , ni m ucho m enos, un carácter
puram ente cien tífico . P o r el contrario. L a agudización de una crisis cien ­
tífic a , la inexcusable necesidad de op tar en tre seguir avanzando p o r el
cam ino dialéctico o em prender la fu g a hacia lo irracional, coincid e casi
siem pre — y no de u n m odo casual, p o r cierto — con las grand es crisis
sociales. Pues si e l d esarrollo de las ciencias naturales se h a lla determ i­
nado, ante todo, p o r la producción m aterial, las conclusiones filo só ficas
que se desprenden d e sus nuevos problem as y de sus nuevas soluciones
o intentos de solución dependen en la m ism a m edida de las luchas de
clases d el p erío d o de que se trata. L a decisión acerca de si las síntesis
filo só ficas de las ciencias naturales representan un avance en cuanto al
m étodo y a la concepción del m undo o, p o r e l contrario, entorpecen
la m arch a hacia ad elante y m arcan un retroceso; o , d ich o en otros té r­
m inos, la posición de partido de la filosofía ante este p roblem a, responde
— consciente o inconscientem ente— a la actitud que sus representantes
adopten en las luchas d e clases d el p e río d o en que viven.
Y esto que decim os es aplicable, e n m edida aún m ayor, a las rel^ jT
ciones entre la filo s o fía y las ciencias sociales, sobre todo la eco n o m ilF
y la historia. La con exió n existen te entre la orientación — progresiva ó ■ >
regresiva— de las posiciones filo só fica s y las luchas d e clases d e la época ;
es todavía m ás estrecha, más íntim a. E n ningún pensador se destaca tan ,
claram ente esta vincu lación com o en H e g el. P ero, aunque m uchos filó ­
sofos im portantes se hayan m anifestad o de un m odo m enos directo con
respecto a los problem as económ icos e histórico-sociales de su tiem po,
tam poco resultaría d ifíc il p o n er de relieve en, ellos el n exo en tre los
puntos de vista que adoptan en e l plano de la teo ría del conocim iento
y sus posiciones histórico-sociales y económ icas.
E sta concreción — aunque en líneas todavía muy generales— de nues­
tra concepción, inicialm en te esbozada, acerca de las raíces filo só fica s del
irracionalism o in d ica ya de p o r sí la fa lta de fu ndam ento de esa búsqueda
de antepasados a que tan pom posam ente se dedican los representantes
m odernos de esta co rrien te: la tend encia fu n d a m e n ta r de la filo so fía ,
desde el siglo x v i hasta la prim era m itad d eí x ix , fu e, vista en su co n ­
junto, u n vehem ente em p u je de avance, un enérgico im pulso hacia la
conquista intelectiv a de la realidad toda, tan to de la naturaleza com o
90 l'UNDAMENTACIÓN DEL IKRACIONALISMO

de la sociedad. E llo exp lica p o r qué e l tu rbu lento desarrollo de las cien ­
cias, la am pliación del cam po visual, del panoram a de los fenóm enos,
en am bos campos, plantea sin cesar una. serie de problem as dialécticos.
Y p o r qué, a pesar de este períod o, hasta los um brales m ism os de la
filo s o fía clásica alem ana, debido sobre todo a ese desarrollo cien tífico ,
se h alla dom inado por el pensam iento m etafísico, surgen p o r doquier
pensadores dialécticos de relieve, m uchas veces puram ente espontáneos y
se plantean y resuelven en las ciencias — con frecu encia de u n m odo
filo sóficam en te inconsciente— m ultitud de problem as dialécticos. H asta
pensadores cuya concepción g n osco ló gica es m etafísica, se libran muchas
veces,«en cuestiones concretas, d e estas ataduras, para descubrir e l nuevo
continente de la dialéctica. E ngels traza u n a im agen muy clara de esta
situación: " E n cam bio, la nueva filo so fía , aun teniendo algún q u é otro
brillan te m antenedor de la dialéctica (ta l, p o r e jem p lo , D escartes y Spi-
n o z a ), había ido cayendo cada vez m ás de llen o, in flu id a principalm ente
por los ingleses, en las llam adas especulaciones m etafísicas, de las que
tam poco se libraron en general, a lo m enos en las investigaciones filo só ­
ficas los autores franceses del siglo x v m . Fu era del cam po estricto de lá
filo so fía , tam bién los franceses sabían crear obras m aestras de la d ialéctica;
com o testim onio de ello, no hay m ás que citar El sobrino de Ramean
de D id ero t y el estudio de Rousseau Sobre el origen de la desigualdad
entre los hombres.” 13
T am b ién en este períod o sigue ventilándose el debate filo só fico fu n ­
dam ental entre el m aterialism o y e l idealism o. D espués de haberse ido
gestando ya en la Edad M ed ia ( a veces, b a jo fo rm as m ísticam ente re li­
g io s a s ), el m aterialism o dio al idealism o la prim era b atalla abierta en las
discusiones en torno a las Meditaciones de D escartes, en las que tom aron
partido contra este filó so fo los más destacados pensadores m aterialistas
de la época, G assendi y H obbes. N o hace fa lta pararse a analizar de
cerca la afirm ación de que Spinoza vino a reforzar esta m ism a tendencia.
E l siglo x v m representó, principalm ente en Francia, el más alto flo re ci­
m iento del m aterialism o m etafísico, el períod o de H o lb ach , H elv ecio y
D id erot, sin que deba olvidarse que tam bién en la filo s o fía inglesa había
destacados e influyentes pensadores m aterialistas o inclinados a l m ateria­
lism o, aunque la corriente o ficia l im perante ( l a d e B erkeley y H um e,
conectada con las m ediocridades de L o c k e ) fuese una corriente agnóstica
e idealista, com o consecuencia de la transacción id eológica d e la "g lo rio sa
revolución” . Y los fam osos sím iles e n to rn o a la ilu sión idealista hum ana
del lib re a rb itrio revelan con cuánta fu erza se m anifestaba, inclu so en
pensadores que n o p ro fesaban e l {naterialism o , la convicción d e que la
conciencia se h alla determ inada por e l ser: no sólo la im agen del lanza-

13 Engels, Anti-Dühring, trad. W. Roces, ed. Cénit, Madrid, 1932, pp. 6 s.


OBSERVACIONES PRELIMINARES 91

m ien to de la piedra, em pleada p o r Spinoza, o la de la veleta de Bayle,


sino tam bién la d e los p o lo s m agnéticos, de Leibniz.
C om o es natural, la op osición religiosa reaccionaria suscitada p o r estos
avances del m aterialism o, p o r la tendencia a situar en e l m ás acá la cos­
m o lo gía y la antrop ología, contra la p o sibilid ad de una sociedad que
fu n cio n e sin el m ás allá, sin una m o ral cristiana trascendente ( l a sociedad
d e los ateos de B ayle, el vicio com o base d el progreso social, según M an -
d ev ille, e t c .) , provoca violentas polém icas. Y en estas polém icas se m an i­
fiestan , com o es lógico , ciertas m otivaciones discursivas q u e m ás adelante
desem peñarán tam bién im portante p ap el en el irracionalism o m oderno,
sobre todo a llí donde los pensadores d e que se trata se g u ían , en m ayor
o m enor m edida, p o r e l sentim iento de que los argum entos teológicos
convencionales no bastan ya, p o r lo m enos desde el punto d e vista m eto­
dológico, para cerrar el paso al m aterialism o y de que la im agen concreta
e intrínseca del m undo de la religión cristiana debe d efend erse recu­
rriendo a un m étodo "m ás m oderno” , "m ás filo s ó fic o ” y, p o r tanto, m ás
pegado al irracionalism o.
E n este sentido, podem os consid erar a ciertas figu ras de la etapa de
d esarrollo a que nos referim os, com o la de Pascal en relación con e l Car­
tesianism o o la F. H . Ja co b i con respecto a la Ilu stración y a la filo s o fía
clásica alem ana, com o precursores del m oderno irracionalism o. T a n to en
uno com o en otro observam os claram en te aquella tendencia a retroceder
ante e l progreso social y cie n tífico prescrito p o r e l ritm o de desarrollo
de su época y contra e l que ambos, pero sobre todo Pascal, se rebelan en
una especie de oposición rom ántica, criticando sus resultados desde un pu n­
to de vista derechista.
E n Pascal se advierte claram ente la dóble lín ea d e esta crítica. Pascal
hace una ingeniosa y aguda descripción crítica de la sociedad form ad a
por la nobleza cortesana y de las consecuencias m orales n ih ilistas q u e
necesariam ente se desprenden de los d aro s signos iniciales de descom posi­
ción. Estas páginas de Pascal presentan no pocos puntos de afin id ad con
las de La R ochefoucau ld y L a Bruyère. Pero, m ientras que estos autores
abordan valientem ente los problem as m orales, Pascal sólo los plantea
para crear un estado de espíritu a tono con sil tiem po que le sirva de tram ­
p o lín para dar el salto m o rtal a lo religioso. M ien tras q u e en L a R o ch e­
foucauld y en L a B ruyère, aunque b a jo una fo rm a puram ente afo rística
o descriptiva-razonadora, nos encontram os con una n o table aproxim a­
ción a la dialéctica de la m oral en e l seno de la naciente sociedad capita­
lista, en Pascal estas contradicciones se presentan de antem ano com o
insolubles para la vida hum ana sobre la tierra, com o síntom as del des­
am paro y la soledad desesperados e incurables del hom bre atenido a sí
m ism o en un m undo abandonado p o r D io s. (N o en vano, en la des­
cripción y el análisis del inconsolable y m o rtal hastío, com o la e n fer-
92 FUNDAMENTACIÓN DEL IRRACIONAUSMO

m edad del día de las clases dom inantes, Pascal presenta, con frecuencia,
tantos puntos de afinidad con Schopenhauer.),
Y esta descripción filo só fica del desam paro, que fo rm a el nexo de
entronque más im portante con la filo s o fía irracionalista de tiem pos pos­
teriores, constituye tam bién la base de las reflexio n es de Pascal en torno
a las relaciones del hom bre con la naturaleza. Pascal, m atem ático desco­
llan te y lleno de inventiva, saca de la incipiente consideración "g eo m étri­
ca” de la naturaleza consecuencias diam etralm ente opuestas de aquellas
a que llegan — habida cuenta de todas las demás diferencias— D escartes,
Spinoza y H obbes. Éstos descubrían aquí inagotables posibilidades en
cuanto al dom inio intelectivo y a la conquista práctica de la naturaleza
por e l hom bre. Pascal, en cam bio, v eía, en ello la transform ación del
cosm os hasta entonces poblado por seres antropom orfos, m ítico-religiosos,
en una in fin itu d vacía, extraña al hom bre e inhum ana. E l hom bre se halla
perdido, extraviado, en este pequeño e in sig n ifican te rincón del universo
en que lo han con fin ad o los descubrim ientos de las ciencias naturales; se
siente p erp lejo , desconcertado, ante los enigm as insohibles de los dos
abism os: e l de lo infin itam en te pequeño y el de lo in fin itam en te grande.
Y lo único que puede dar a su vida un sentido y una b rú ju la es la
vivencia religiosa, la verdad del corazón (e s decir, el cristia n ism o ).
Pascal percibe, p o r consiguiente, tanto las consecuencias deshum aniza-
doras del naciente capitalism o — envuelto todavía, entonces, b a jo las
fo rm as del absolutism o feudal— com o los resultados m etod ológicos ne­
cesarios y progresivos de las nuevas ciencias naturales, qúe v ien en a des­
tru ir el antropom orfism o de la im agen anterior d el universo y de la
nueva filo s o fía que brota de su suelo. V e los problem as, p ero da m edia
vuelta ante ellos, precisam ente allí donde sus grandes contem poráneos
avanzan o, p o r lo m enos, aspiran a avanzar en d irección de una dialéctica.
E ste salto atrás, este retroceso ya en las m ism as lind es de los p ro ­
blem as planteados p o r vez prim era es lo que hay d e com ún entre Pascal
y el nuevo irracionalism o. E n cam bio, se distingue d e éste que en é l es
incom parablem ente más fu erte el enlace intrínseco con la re lig ió n p osi­
tiva, dogm ática: el verdadero c o n te n id o .d e su filo s o fía , la m eta que
persigue a l d isolver los conatos de la dialéctica en u n a p arad o ja deses­
perada y p o r p rin cip io insolu ble, que le o b lig a a d ar el salto m o rtal hacia
ío religioso, es precisam ente e l cristianism o dogm ático, aunque sea b a jo
una fo rm a posluterana, la del jan senism o. A sí pues, lo q u e h ace d e Pas­
cal uno de los antepasados d el irracionalism o m oderno no es tan to e l conte­
n id o que afirm a com o su m étodo, la fen o m en o lo g ía afo rística d e la v i­
vencia religiosa de la desesperación. S ó lo en este sentido y en este aspecto
podem os v er en él u n antepasado m ás o m enos leg ítim o de la filo s o fía
irracionalistá. Su fen o m en o lo g ía de la desesperación, en m ás d e u n sentido
"m od ern a” , con su m ira de consecución religiosa, conduce, com o hem os
OBSERVACIONES PRELIMINARES 93

puesto de m anifiesto , a un reconocim iento dogm ático del cristianism o;


pero, precisam ente p o r ello , por reconocer la "racio n alid ad ” de los dog­
mas, sigue Pascal cam inos totalm ente d iferen te de los.-del m oderno irra­
cionalism o. C ierto es — y m uchas veces se h a puesto esto de relieve—
que presenta en ello , a prim era vista, m uchos puntos de estrecha afinidad
con K ierkegaard . P ero, cuando más tarde analicem os el punto de vista
y el m étodo de éste verem os que la distancia histórica de cerca de dos
siglos que m edia entre uno y otro se trueca en una nueva cu alidad : en
K ierkegaard , dom ina hasta tal punto la fen o m en o lo g ía de la desespera­
ción, que la tendencia hacia su consecución y superación religiosas, m odi­
fica decisivam ente, contra la voluntad del p ro p io K ierk eg aard , el o b je to
de la intención relig io sa; es decir, llev a a una d esintegración de los con ­
tenidos religiosos, que convierte las tendencias cristianas, muy m arcada­
m ente, en algo puram ente optativo, postuiativo, acercando toda su filo s o fía
a un ateísm o religioso, a un nihilism o existencialista. D e todo lo cual
existen ya algunos gérm enes en Pascal, ciertam ente, pero sólo e so : g é r­
m enes.
F ried rich H ein rich Ja co b i, el contem poráneo d e la Ilu stración y d e los
clásicos alem anes, es el prim ero en q u ien se m an ifiesta m ucho m ás clara­
m en te la repulsa del m aterialism o y el ateísm o; p ero el contenid o positivo
d e su vivencia religiosa es m ucho m ás vacuo. E n él, casi sólo queda en
p ie el in ten to de salv ar la relig ió n en g en eral y d e un m odo abstracto.
C o n ello, Ja co b i revela, a un tiem po m ism o, su aproxim ación al irracio­
nalism o m oderno y su alejam ien to de é l. L o que lo aproxim a al m oderno
¡rracionalism o es e l hecho de que contrapone,, co n e l m ayor radicalism o,
la intu ición ( é l la llam a el "sa b er inm ediato” ) a l conocim iento concep­
tual, a l pensam iento discursivo, es decir, m etafísico , al que atribuye tan
sólo u n sig n ificad o pragm ático-práctico, reservando la verdadera realidad
a la vivencia religiosa. ( E n ello percibim os ya, aunque de un m odo muy
abstracto, determ inados contornos del irracionalism o m o derno ; es la m is­
m a dualidad con que nos encontrarem os, p o r e jem p lo , b a jo una fo rm a
más desarrollada, en B e rg so n .)
P ero , al m ism o tiem po, Ja co b i se h a lla distante d el irracionalism o m o­
derno, porqu e el contenid o del salto se lim ita, en él, a la idea g en eral y
abstracta d e D io s. Ja co b i se d etiene, así '— en una vacua generalidad ,
ciertam ente— ante la p ro blem ática que, m ás tarde, p o blará e l m oderno
irracionalism o d e m ito s; concretam ente, ante la vivencia cada vez m ás
clara, aunque no pocas veces reconocida sinceram ente, de aquella nada,
con lo que esta vivencia se m an ifiesta com o la vana búsqueda de la ver­
dadera sustancia, desviándose intuitivam ente de la dialéctica. E n el vacío
del "sa b e r inm ediato” de Ja co b i siguen flotan d o , en efecto, las m ism as
ilusiones que po blaban e l teísm o de la Ilu stración alem an a: de una parte,
percibim os el intento de com paginar la concepción d el "p rim e r im pulso” ,
94 FUNDAMENTACIÓN DEL IRRACIONALISIMO
«
profesad a por las cienrjias naturales de aquel tiem po, con un D io s que, por
así decirlo, se encarga de dar cuerda al relo j del universo. Es cierto que
Ja co b i se m an ifiesta en violenta oposición fren te a los representantes
alem anes de estas concepciones (M en d elssoh n , por e je m p lo ); pero sólo
acierta a oponer al D io s v ad o , privado de contenid o e im potente de la
trivial idea intelectiva el D io s igualm ente vacío, privado de contenido,
de la intuición pura. H eg el caracteriza con certeras palabras este aspecto de
la concepción jaco biana del m undo, cuando d ice: "F in alm e n te, el saber
inm ediato de D io s sólo debe versar sobre el hecho de que D io s existe, no
sobre lo que D io s es, pues esto segundo sería ya un conocim iento y nos
llevaría al saber m ediato. C on lo cual D io s, en cuanto o b jeto de la re li­
gión, se lim ita expresam ente al Dios en general, a lo suprasensible ind e­
term inado, y la religión se ve reducida, así, en su contenido, al m ín i­
m o .” M D e o tra parte, Jaco b i com parte con la parte rezagada de la
Ilu stración alem ana la hostilidad filo só fica contra aquellos im portantes
pensadores de los siglos xvii y x v m que aspiraban a trazar una im agen
del universo elevada o en pugna p o r elevarse p o r encim a del nivel de las
ciencias naturales de su tiem po, arm ónica, dotada de m ovim iento d ialéc­
tico, basada en el m ovim iento de las cosas por sí m ism as (Spinoza,
L eibn itz, los m aterialistas fra n ce se s).
Y esto hace que Jaco bi se en fren te, sin com prenderlas, a las tendencias
dialécticas de sus contem poráneos (H am an n , H erd er, G o e th e ), del m is­
m o m odo que repudia a los pensadores seudorracionalistas de la Ilu stra­
ción alem ana, atenidos a la m etafísica de la escuela de W o l f f ; y hace
tam bién que, m ás tarde, critiqu e la filo s o fía clásica alem ana desde el
m ism o punto de vista en que se sitúa para rechazar a las grandes figuras
de los siglos xvii y x v n i; que no sea siquiera capaz de saludar la tend en­
cia irracionalista m anifestada en S ch ellin g com o la doctrina de un aliado
y que se vuelva en contra de ella con los m ism os argum entos de su p olé­
m ica contra Spinoza.
Es decir que, a pesar de todos los rasgos com unes que le unen a él,
no puede sostenerse que tam poco Jaco bi sea un verdadero representante
del irracionalism o m oderno. Sólo en un doble aspecto puede decirse que
se h alla m ás cerca de é l que cu alquier otro pensador de su época. En p ri­
m er lugar, p o rqu e proclam a la intuición, en toda su desnudez y en todo
su carácter abstracto, com o único m étodo de la verdadera filo so fía , y lo
hace, adem ás con una franqueza y una honradez muy superiores a los de
los irracionalistas que vendrán m ás tarde. D ice , en efecto , entre otras
cosas, que la argum entación de Spinoza, p o r e jem p lo , es inim pugnable,
pero que, en su inim pugnabilidad, conduce al ateism o. E n su fam osa
pláctica con L essing, a firm a : "N a d a se puede reprochar a Spinoza; pero,

14 Hegel, Enzyklopädie, § 73, t. VI, p. 141.


OBSERVACIONES PRELIMINARES 95

hay que reconocer que la. salvación q u e nos o frece es bien p o b r e / '15 N o
cabe duda de que esta p o sició n d e Ja co b i establece cierta afin id ad entre
él y e l irracionalism o m oderno. C uanto m ás s e agudizan las contradicciones
sociales y m ás en p e lig ro se ve la concepción religiosa del m undo, con
m ayor energía niegan lo s irracionalistas que sea p o sible lleg ar a concebir
racionalm ente la realidad. E s la lín ea q u e arranca ya de Schopenhauer.
D e ahí que Ja co b i busque e l cam ino hacia e l "sa b e r inm ediato” . H e
aquí lo que acerca d e é l d ice, en la citada p lá tic a ; " S u m eta fin a l es la
que no puede exp licarse: lo insolu ble, lo inm ediato, lo sim p le.” 16 C on lo
cual toda la m etod o logía d el conocim iento filo só fic o se encarrila, evi-
dentem ente, p o r los cauces puram ente su bjetivistas. N o es la investigación
del m undo o b jetiv o , n i la esencia in terio r d e lo s o b je to s m ism os, lo que
según Jaco b i determ ina el m étodo d e la filo so fía , sin o que el o b je to
verdadero o fa lso de ésta brota, sen cillam ente, a to n o co n la actitud sub­
je tiv a d el pensador (in fe re n c ia conceptual o conocim iento inm ediato, in­
tu ic ió n ). P o r eso H e g el, ya en lo s escritos polém icos d e su juventud,
parangona la filo s o fía de Ja co b i con el idealism o su bjetivo de K a n t y de
F ich te. P ero, m ientras que estos pensadores se esfuerzan p o r lleg ar, par­
tien do de su p u nto de vista subjetivo, a u n m étodo filo só ficam en te o b je ­
tivo d e conocim iento, Ja co b i p ro fesa abiertam ente, sin recato, el su b jeti­
vism o extrem o.
Y no solam ente en el cam po de la te o ría d el conocim iento, sino tam ­
bién en e l de la ética. Ja co b i expresa este punto d e vista fre n te a F ich te
con u n a gran fu erza p lástica. Su co n fesió n reza a s í: " S í, yo soy el ateo
y el im pío, que da el m entís, m entirosam ente, a la voluntad que nada
quiere, com o Desdémona m en tía al m o rir; q u e se em peña en m e n tir y
engañar, com o Pilades, haciéndose pasar p o r O restes; que quiere m atar,
com o Tim oleón; que quiere violar la ley y el juram ento, com o Epami-
nondas, com o Ju a n de W it t ; que decide suicidarse, com o Otón; robar
sacrilegam ente el tem plo, com o D avid; más aún, arrancar las m ieses en
sábado, sencillam ente porqu e tengo hambre y porque la ley ha sido hecha
para el hombre, y no el hombre para la ley. Y o soy el im pío, y me
burlo de la filo so fía , que en castigo de ello m e acusa de im piedad,
m e burlo de ella y de su ser suprem o, pues sé, con la m ás sagrada de las
certezas que habla en m í, que el privilegium aggratiandi para esos c rí­
m enes com etidos contra la letra pura de la ley absolutam ente general
de la razón es el verdadero derecho mayestático del hom bre, la im pronta de
su dignidad, de su divina natu raleza.” 17

15 Jacobi, Ueber die Lehre des Spinoza in Briefen an den Herrn Moses Men
delssohn, Munich, 1912, p. 66.
16 Ibid., p. 78.
17 Publicado en Die Schriften zu Fichtes Atheismusstreit, Munich, 1912, pá­
gina 179.
96 FUNDAMENTACIÓN DEL «RACIONALISM O

N o estará de m ás señalar aquí, para m ayor concreción histórica, que


Jaco b i se refiere certeram ente, de una parte, a ciertas fallas centrales del
idealism o subjetivo de Fichte, a esa "v olu n tad que nada quiere” o a la
generalidad abstracta de su ética, m ientras que, por o tra parte, sus propios
postulados éticos sólo entrañan una autod eificación sin p rincipios, una
o rg ía su bjetivista del individuo burgués, su em peño en ser u n a "e x ce p ­
ció n ” . N o trata, p o r tanto, de ab o lir la ley gen eral, sino sencillam ente
de asegurar al individuo burgués el derecho a ocupar un puesto de excep­
ción (privilegium aggratiandi) : es el privilegio aristocrático del intelec­
tual burgués de colocarse al m argen de la ley gen eral; p o r lo m enos en su
im aginación, pues a Jaco bi no se le pasa p o r las m ientes, naturalm ente,
com eter en realidad los hechos que señala.
Com o se ve, Ja co b i convierte los problem as gnoseológicos y éticos
en problem as psicológicos subjetivos. Y , com o el em peño p o r borrar
los linderos entre la teoría del conocim iento y la p sicolo gía fig u ra entre las
notas características esenciales del m oderno irracionalism o (so b re todo
entre las de la llam ada fe n o m e n o lo g ía ), no d eja de tener interés señalar
que esta tendencia se m an ifiesta todavía, en Jaco b i, sin el m en or recato,
y no es otro el punto de vista desde el cual critica H eg el esta m odalidad
del conocer inm ediato: " E n este respecto — dice H eg el— , hay que señalar
que fig u ra entre las'exp erien cias m ás corrientes el que verdades de las que
se sabe perfectam ente que son resultado de las consideraciones m ediatas
m ás altas y m ás com plicadas se presenten de un m odo inmediato a la
conciencia de aquellos para quienes ese conocim iento es u su a l. . . E l do­
m inio corriente que llegam os a ad qu irir en un cam po cualquiera del saber,
incluso en e l arte o en la destreza técnica, consiste precisam ente en que
esos conocim ientos o esas actividades, en el caso de que se trata, si se
dan inmediatamente en nuestra conciencia y hasta, cuando se trata de
actividades externas, en nuestras m anos; pero, en todos estos casos, la
inm ediatividad del saber no sólo no excluye su m ediación, sino que, ade­
más, aparecen entrelazados de tal m odo, que el saber inm ediato es, incluso,
aquí, producto y resultado del saber m ed iato.” lá C om o se ve, H e g el des­
carta, con su cordura característica, la ilusión de que por el cam ino de la
inm ediatividad, se pueda lleg ar a descubrir nada nuevo e inm ediato, y
su crítica no recae solam ente sobre Jaco bi, sino tam bién sobre todas las
teorías de la intuición que más tarde aparecerán.
E l otro punto de vista im portante es que, en Ja co b i, e l "sa b er inm e­
d iato” no surge sólo com o cam ino de salvación contra las consecuencias
ateístas de los grandes pensadores de los siglos xvii y xvni, sino, y en
estrecha relación con ello, com o d efensa contra e l m aterialism o. E n la ya
citada y extraordinariam ente interesante plática de Jaco b i con Lessing,

Hegel, Enzyklopädie, § 66, t. VI, p. 134.


OBSERVACIONES PRELIMINARES 97
en la que se contiene, en rigor, toda su filo so fía , expresa Jaco b i abierta­
m ente este p elig ro , en contraste tam bién con m uchos irracionalista¡
posteriores e n 'lo s que vem os cóm o el p roblem a aparece oscurecido
tantem ente p o r sus fintas seudom aterialistas, p o r los intentos de em
una "terce ra v ía ” filo só fica m ás allá de la insuperable contra: ‘
entre m aterialism o e idealism o. E n la m encionada plática, dice
caracterizando el m aterialism o: " E l pensam iento no es la fu en te d e " *
tancia, sino la sustancia la fu en te del pensam iento. P o r tanto, h
ad m itir antes del pensam iento, com o lo prim ario, algo no pensante!'
P o r eso Leibniz, con bastante honradez, llam a a las alm as aütomates
spirítuales.” 19 Y lo que dice de L eibn iz vale tam bién, naturálm énte,
aunque en m edida todavía mayor, para Spinoza.
E l irracionalism o de Jaco b i aparece, pues, en vísperas de aquella gran
crisis ideológica que hace brotar las form as m odernas del. irracionalism o
y, en cierto m odo, com o el balance reaccionario de las luchas espirituales
de los siglos xvii y x v iii : com o el reconocim iento fran co de la banca­
rro ta del idealism o, com o la con fesión de que tam poco e l renegar de la
razón, el h u ir a los espacios de lo absurdo y lo vacío, a la p arad o ja carente
d e todo contenido, el hundirse en un n ih ilism o con ribetes religiosos, puede
o frece r m ás que una apariencia de d ique contra la filo s o fía m aterialista.
E sta tendencia al nihilism o la reconocieron ya algunos contem poráneos
de Jaco b i. E n la plática redactada p o r el p ro p io Ja co b i, vem os a Lessing
decir abiertam ente que considera a aquel pensador com o u n "p e rfe cto
escéptico” que, en su filo so fía , se v e obligad o a "v o lv e r la espalda a
toda filo s o fía ” .20 Y el jo v e n F ried rich Sch leg el, en su p erío d o rep u bli­
cano radical, no sólo critica la filo s o fía jaco bian a p o rqu e tien e que
desem bocar necesariam ente " e n la fa lta de fe y e n la desesperación o
en la superstición y en e l fan atism o ” ,*1 sin o que la acusa de inm oral.
H e aq u í lo que dice de las obras de Ja c o b i: "V iv e , respira y flo re ce en
ellas u n esp íritu seductor entregado a la o rg ía m ás com pleta del alm a,
a u n a fa lta inm ensa de m oderación, en la que, a pesar d e su n o b le
orig en , se anulan en absoluto todas las leyes de la ju sticia y la m o ral.
Los o b je to s cam bian; lo ú n ico perm anente es la id o latría. T o d o lu jo d e­
g en era e n esclavitud, aunque se convierta en lo m ás sagrado el lu jo
en e l g o ce del am or m ás pu ro. A sí ocu rre tam bién a q u í; ¿y qué servi­
dum bre puede ser m ás h o rrib le que la m ística ?” ®2 E l h ech o de que el
pro pio S ch leg el acabase tam bién e n irracionalista m ístico n o q u ita nada
a la justeza de esta crítica.
L o m ás perd urable de la actuación d e Ja co b i es su denuncia de ateísm o

19 Jacobi, Ueber die Lehre des Spinoza, ed. dt., pp. 74 s.


™ I b id .,p .7 7 .
21 Friedrich Schlegels prosaische Jugendschriften, Viena, 1906, t. II, p. 85.
6 22 Ibid* p. 88.
98 FUNDAMENTACIÓN DEL IRRACIONALISMO

co n tra Spinoza (y , con él, con tra Lessing y, m ás tarde, con tra la filo so ­
f í a alem ana c lá s ic a ). C o n e llo pone, com o es natural, directam ente, un
arm a en m anos d e la reacción. N o cabe duda de que esta filo so fía ,
en su lín e a fundam ental, com o un desarrollo de la dialéctica, es, nece­
sariam ente, una espina clavada en el ojo de la reacción. L a acusación
d e ateísm o p o d ía constituir, por^ tanto, un recurso eficaz para reprim ir
esta filo s o fía . ( Y es el hecho que F ich te hu bo de abandonar su cátedra
en Je n a ante la denuncia de ateísm o, aunque no form u lad a directam ente
p o r Ja c o b i.) S in em bargo, desde el p u nto d e vista de la historia de Ja
filo s o fía , esta d efin ició n tan tajan te de Jaco b i encierra, p o r lo m enos,
el sign ificad o im portante de p o n er de relieve la incom patibilidad d e
principio entre u n a filo s o fía consecuentem ente sostenida y la religión,
poniendo enérgicam ente sobre e l tapete esta incom patibilidad. Y de tal
m odo, además, que, ahora, a la filo s o fía p rogresiva declarada necesaria­
m ente atea, no se contrapone ya la filo s o fía cristiana o, p o r lo m enos,
la filo s o fía reaccionaria respetuosa del cristianism o, sin o un intuicionism o
escueto, un irracionalism o pu ro y sim ple, la negación d el pensam iento
filo sófico-co n cep tu al, es decir, del pensam iento racional en bloque.
C laro está que las consecuencias de esta brusca alternativa no se
pfóducen inm ediatam ente. H erd er y G oethe, quienes en la p olém ica en tre
JaCobi y Spinoza se ponen del lado de éste (y de L e s s in g ), siguen ate­
niéndose al panteísm o y rechazan las conclusiones a que lle g a Ja co b i en
q ia n to al ateísm o. Y tam bién la filo s o fía de la naturaleza d el joven
S cb ellin g y de quienes le siguen, la filo s o fía de H e g el — p o r m uchas
veces que protesten en contra de f i l o y p o r m ucho que el p ro p io Jaco b i
acuse a S ch ellin g de ateísm o, com o m ás tarde acusará tam bién a H egel
la reacción rom ántica— , n o pasan, en este problem a, de su p ro p ia inter­
pretación de Spinoza, e incluso retroceden algunos pasos co n respecto
a éste. Y no se crea que se trata sim plem ente de u n a actitud de prudencia
''d ip lo m ática” , im puesta por la fu erza del cristianism o occid ental en
aquellos días. C laro está que tam bién esta m otivación desem peña, con
harta frecu encia, u n papel im portante en la filo s o fía alem ana clásica.
Pero, e l problem a fundam ental estriba en que e l carácter necesariam ente
incom pleto e inconsecuente de la dialéctica idealista no p o d ía lleg ar a
superar nunca, en realidad, las supervivencias teológicas d e esta filo so fía .
P o r eso Feuerbach pudo decir, con razó n: " E l panteísm o es e l ateísmo
teológico, él materialismo teológico, la negación de la teología, pero
desde el punto de vista de la teología misma, pues convierte la m ateria,
la negación de D io s, en úñ predicado o atributo de la esencia divina.”23
Y , en relación co n esto, establece un paralelo^ en tre H e g e l y Spinoza:
" L a filo s o fía de la* identidad no se distingue de la filo s o fía spínozista

23 L. Feuerbach, Sámtlicbe W erke, Leipzig, 1846 ss. t. II, p. 289-


OBSERVACIONES PRELIMINARES 99

e n que anim e la m ateria m uerta, flem ática, de la sustancia co n el esp íritu


d el idealism o. V em o s cóm o H e g el, e n particu lar, conv ierte la propia
actividad, la p ro p ia fu erza d e d iferenciació n, la autecoociencia, en atri­
buto d e la sustancia. L a paradógica tesis d e H e g el según la cu al 'la con­
cien cia d e D io s es la aufoconciencia de D io s’ descansa sobre e l mismo
, fundamento que la paradógica tesis de Sp in o za cuando afirm a q u e 'la
extensión o m ateria es un atributo d e la sustancia’ y su sentid o n o es
otro que el de esta afirm ació n : 'la autoconciencia es u n atribu to d e la sus­
tancia o de D io s, y D io s es Y o .’ ” 84 D e donde nace, p o r tan to, u n doble
sentid o o b jetiv o, filo sófico-m eto d oló g ico , q u e alcanza su p u n to cu lm i­
nante e n la filo s o fía de H eg el. Y Feuerbach dice con razón, refirién d ose
a la filo s o fía especulativa, que es " a un tiem po m ism o teísm o y ateísm o” .25
E sta m odalidad esencial de la trayectoria filo só fic a de A lem ania, con
la que, p o r lo dem ás, nos encontram os en m uchos de los pensadores más
im portantes desde D escartes hasta H e g el — c ie r to es que co n grandes va­
riantes y con num erosos altib ajo s y alternativas— debe ser destacada,
en tre otras razones porqu e es precisam ente en estos puntos débiles donde
el irracionalism o m oderno busca y cree encontrar e l entronqu e p ara poner
a posteriori la im pronta dé irracionalistas y alin ear en la g a lería de los
antepasados del irracionalism o, fo rm ad a a su an to jo , a grandes pensadores
del pasado que, si nos fija m o s en la lín e a esencial de su pensam iento,
representaron estrictam ente lo contrario de la filo s o fía irracionalista. ( Y a
verem os, en el cap ítu lo dedicado al neohegelianism o, com o ni siquiera
H e g el escapa a esta su erte.) L a n ítid a com probación de la dualidad con
que nos encontram os en las obras d e lo s idealistas destacados, de la que,
naturalm ente* sólo p o d ían exim irse lo s m aterialistas de m ayor relieve, nos
o b lig a a no indagar el problem a de la afirm ación o la negación de la
razón sobre una base puram ente term in ológica y, sobre todo, a no p artir
d e m anifestaciones aisladas, que, vistas a l m argen del contexto gene­
ral, de los propósitos perseguidos p o r la filo s o fía de que se trata en su
co n ju n to , podrían tal vez tener ciertas resonancias irracionalistas, sino
a fo ja rn o s p o r encim a de to d o en la trayectoria fu nd am ental de este
pensam iento filo só fico .
L o que decim os tien e su im portancia, p o rqu e se h an h ech o y se hacen,
los mayores esfuerzos para conv ertir e n irracionalistas, p o r e jem p lo , a un
V ico y un H am ann, un Rousseau o un H erd er. Y ¿s cierto que, contem ­
plados desde e l punto de vista de una "h isto ria del esp íritu ” construida
a la m anera idealista, no sería d ifíc il situar a estos pensadores m uy cerca
del irracionalism o. N o en vano adoptaban, com enzando p o r la polém ica
de V ic o contra D escartes, la m ás abierta hostilidad contra aquellas ten ­
dencias filo só ficas de su tiem p o q u e suelen llam arse (au n q u e de una
m anera extraordinariam ente abstracta y su p e rficia l) racionalistas. Cons-
24 Ibid., p. 245. 25 Ibid., p. 285,
100 FUNDAMENTAC1ÓN DEL »RACIONALISM O

traíd o el dilem a de lo racional o lo irracional de este m odo superficial,


fo rm al y abstracto, podríam os decir que estos pensadores a que nos
referim os caen "p o r sí m ism os” del lado del irracionalism o, com o desde
hace m ucho tiem po, ya antes de que el irracionalism o se pusiera tan
en boga, ocu rría principalm ente con Rousseau y H am ann. (R ousseau,
visto com o “ rom ántico irracionalísta” es un pro d u cto de la polém ica
con tra la R evolución fran cesa.)
E n cam bio, si — com o aquí intentam os hacer— , situando el irraciona­
lism o, d e un m odo concreto, d entro d e las luchas ideológicas d e la
época de que se trata, vem os en él u n a m anifestación y una to m a d e par­
tid o en el fo rc e je o continuo, engendrado constantem ente p o r las luchas
de clases, entre lo nuevo y lo v ie jo , en tre lo que, en una situación h is­
tórica concreta, m archa hacia adelante y lo que pu gna p o r m over las cosas
hacia atrás, tien e que surgir, n o m enos necesariam ente, u n a im agen, una
concepción muy distinta y m ás cercana a la verdad. Planteadas así las
cosas, se ve cómo estos pensadores a q u e nos referim os, en una época,
cuya tend encia dom inante era la preocupación p o r lle g a r a dom inar en el
pensam iento los fenóm enos m ecánicos de la naturaleza y e n la que im pe­
raba, a to n o con esta preocupación, e l pensam iento m etafísico, se esfor­
zaban precisam ente p o r afirm ar, fre n te a esta tendencia, e l derecho del
pensam iento filo só fico e im ponerse a un m undo h istórico sin cesar cam ­
bian te, en constan te desarrollo. B ie n entendido q u e, al h ab lar de lo
histórico, e l lecto r n o debe d ejar que cierre su horizonte esa teoría
burguesa decadente que se em peña en lim itar de antem ano lo histórico,
concibiénd olo sim plem ente com o lo "ú n ico ” , lo que sólo sucede “una
vez” , es decir, com o lo opuesto a toda ley y; p o r tanto, com o algo que es,
en cierto m odo, p o r naturaleza, irracional. P ronto habrem os de v er que
esta construcción de lo histórico surgió com o una oposición reaccionaria-
legitim ista fre n te a la R evolución francesa y fu e asim ilada p o r la teoría
y la práctica de la ciencia burguesa (R a n k e , R ic k e r t ), a m edida que la
propia burguesía .iba deslizándose m ás y más hacia la reacción.
Los pensadores a que nos estam os refirien d o n a d a -tie n en de com ún
con tales tendencias. P o r m ucho que d ifieran entre sí en cuanto a su
m odo de con cebir el m undo y a sus dotes y talentos (s i b ien G oeth e,
cuando cono ció en Ita lia a V ico , recordó involuntariam ente al sugeridor
alem án de sus ideas juveniles, a H a m a n n ), a todos ellos era com ún
la preocupación de escrutar la su jeción a leyes del proceso, histórico, del
progreso histórico-social, de descubrir y reducir a conceptos la razón
en la historia y, sobre todo, la razón inm anente a la historia hum ana, la
razón im p lícita e n el p ro p io m ovim iento de la historia en su co n ju n to .
E sta preocupación im pulsó a los pensadores d e que hablam os a los pro­
blem as dialécticos, en u n a época en la q u e n o se hab ían investigado aún
lo s fundam entos reales de aquellas leyes (p ién sese en la situación d e la
OBSERVACIONES PRELIM INARES 101

prehistoria, en aquel en to n ces) n i las tend encias pred om inantes d el p en­


sam iento m ostraban siquiera la volu ntad d e m o n tar e l aparato con ­
ceptual y la m etod o logía necesarios p ara lle g a r a dom inar estos p ro b le ­
m as; m ás aún, en u n tiem po en q u e las m ism as tendencias gnoseológicas
im perantes ( l a geom etría, com o m odelo d e la teo ría d el con o cim ien to )
no p o d ían hacer o tra cosa que entorpecer el desarrollo d e las cosas en
aquella dirección.
L a búsqueda de la razón inm anente del p ro p io m ovim iento de la so­
ciedad y de la historia se mueve, pues, necesariam ente, contra la corriente
d e la teo ría d el conocim iento im perante, es, p o r d ecirlo así, un adelan­
tarse — de u n m o d o gnoseológicam ente m uy vago y u n a búsqueda llena,
no pocas veces, d e vislum bres m etafó rico s— a las categorías dialécticas
capaces d e expresar en térm inos adecuados las leyes d e d esarrollo d e la
sociedad y de la historia. A sí, p o r eje m p lo , la aversión que el jo v e n
G o e th e sen tía p o r la filo s o fía "racio n alista” de su tiem po — y es curioso,
aunque no ten ga nada de casual, que excluya siem pre d e e lla a Spi-
noza— obedece precisam ente a su preocupación durante m ucho tiem po
puram ente instintiva, es cierto, p o r descubrir las categorías dialécticas
e n el desarrollo d e lo s seres vivos, la concepción h istórica d e la natu­
raleza. Y en eso se apoyan, durante todo e l p erío d o im perialista, los
representantes d e la filo s o fía irracionalista d e la vida, p ara reclam arlo
y fe ste ja rlo com o u n antepasado suyo, siendo así que, en realidad, ya
desde lo s prim eros tanteos m etodológicos de su juventu d, G o eth e, sobre­
poniéndose a un em pirism o rad ical, fu e desarrollándose hasta convertirse
en u n partidario lib re de la filo s o fía alem ana clásica, y especialm ente d e su
dialéctica. A lo cual hay q u e añad ir que las reservas de G o e th e fre n te
a sus contem poráneos filo só fico s más im portantes respondían, dé una
parte, a que se in d in a b a m ucho más que éstos a l m aterialism o filo só fico
(sien d o ind iferente, en este respecto, el que denom inase hilo zoísm o o de
otro m odo a su m aterialism o, nunca enteram ente consecu ente) y, d é otra
parte, a que jam ás se avino a que los resultados de suS pro pias investi­
gaciones se con fin asen dentro de los lim ites de Un sistem a idealista.
E ste ejem p lo de G o eth e dem uestra con to d a claridad qué es lo que
aquí in teresa: debem os ver en é l al adversario de que el sistem a de
L in n eo se eleve al plano de lo absoluto, al partid ario y com pañero d e lu ­
chas de G e o ffro y de S ain t-H ilaire con tra C uvier, al precursor de D arw in ,
y no estas o las otras m anifestaciones aisladas, y hasta estudios enteros,
de’ lo s que pueda desprenderse o en los que pueda deslizarse — en uña
interpretación antihistórica, desde el p u nto de vista de las "cien cias del
e sp íritu "— algo irracionalista.
Y e l hecho d e que en G o e th e ocupe el p lan o p rin cip al del interés
la h istoria de la naturaleza, y en V ic o , Rousseau o H e rd er la historicidad
de todos los acaecim ientos sociales, n o representa, desde este pu nto de
102 FUNDAMENTACIÓN DEL »RACIONALISMO

vista, d iferen cia esencial alguna, com o tam poco e l hecho d e que en la
im agen del universo de la m ayoría d e estos pensadores desem peñe D io s
un papel m ucho m ás positivo que en G oeth e. Recordem os, a títu lo de
e jem p lo solam ente, la fu nció n histórica de la "P ro v id en cia” e n V ico .
V ico d efin e la Providencia com o e l espíritu "q u e d e las pasiones d e los
hom bres (aten to s todos ellos solam ente a su interés personal y que, por
tanto, vivirían com o las bestias salvajes en el d esierto ) saca e l orden
civil, gracias al cual pueden vivir en sociedades hum anas” .2« Y casi
creem os estar oyendo a H e g el cuando V ico , al fin a l de su obra, resum e
claram ente este p ensam iento: "P u es sólo los hom bres m ism os h an creado
este m undo de los pueblos — tal es el prim er princip io incontrovertido
de esta ciencia— , p ero no cabe duda de que h a brotado de un espíritu
que se aparta, no pocas veces, de los fin e s particulares de lo s hom ­
bres, que a veces se opone a ellos y que está siem pre p o r encim a d e ello s;
que p one aquellos fin es lim itad os a l servicio de los suyos superiores y
sabe em plearlos siem pre para m antener el género hum ano sobre la
tierra.” 27
Com o m ás tarde en la "astu cia de la razón” de H eg el, es verdad que
se trata de una expresión m istificad a, pero detrás de ella se h a lla la
m anifestación de un vislum bre g en ial y bien elocuente, aunque no llegue,
ni m ucho m enos, a lo pro fu n d o d e la concatenación del universo, des­
cubriendo un nuevo continente dialéctico y, al m ism o tiem po, m istifi­
cando d e un m odo idealista esta concatenación. Q u ien lea a V ic o sin
preju icios, se apercibe claram ente de que este pensador se re fiere a una
historia hecha p o r los hom bres m ism os, p ro p ia de ellos y, p o r tanto,
a una historia racional y co g n o scib le y de que, aunque V ic o introduzca
el térm ino m istificad or d e la "P ro v id en cia”, lo determ ina en sus m ani­
festaciones concretas de tal m odo, que sus notas determ inantes excluyen
la presencia de toda fuerza trascendente de la concatenación dialéctica
de la historia, concatenación racional, aunque ante el entendim iento
aparezca com o algo contradictorio y hasta paradógico. Y , a la vista de
esta tendencia fundam ental, n o puede extrañarnos que V ico — enem igo
declarado de la teo ría del conocim iento de D escartes— se acerque muy
directam ente a Spinoza en los problem as decisivos de princip io d e su
teo ría de las categorías. L a afirm ación de V ico cuando d ice: " E l orden
de las ideas tien e necesariam ente que progresar hacia el orden de los
o b jeto s” ,128 sólo se distingue de Spinoza en que V ico , de acuerdo con
sus aspiraciones históricas, se representa esta concepción m aterialista de
las categorías, d e un m odo m ás m ovido, m ás dinám ico q u e Spinoza
y en que, a tono con ello, m o d ifica y desarrolla la filo s o fía de éste en 20*

20 Vico, Ciencia nueva, Munich, 1924, p. 77


n Ibíd., p. 424. 28 Ibíd., p. 100.
LA INTUICIÓN IN TELECTUAL DE SCHELLING 103
d icha dirección, com o h abrá d e h acerlo tam bién la filo s o fía dialéctica
idealista d e lo s alem anes, prin cip alm en te la d é H e g el. •
N o podem os nosotros p ro p o n em o s aq u í trazar n i siquiera u n esbozo
de la filo s o fía d e V ic o y, m enos aún, an alizar e l pensam iento d e H erd er,
H am ann o Rousseau. L o que nos interesa es, únicam ente, destacar la
te n d ea d a d ialéctica fundam ental, q u é e n todos ellos va d irig id a a des­
arro llar la historia de los hom bres, d e las sociedades hum anas, a b ase ,
d e su p ro p io m ovim iento, d e lo s hechos y lo s su frim ien tos de lo s m ism os
hom bres, esforzándose p o r captar la razón, es d ecir, la su jeció n a leyes
del m ovim iento que aquí se produ ce. T a n to da q u e se trate d e los o r í­
genes hum anos d el len g u aje, q u e H e rd er presenta com o u n d esarrollo
de la razón, com o producto d e las p o tencias hum anas d el alm a ( e n su
p olém ica contra la exp licación teo ló g ica de lo s orígen es d el le n g u a je )
o d el n acim ien to d e la sociedad, co n sus desigualdades preñadas d e revo­
lución, partiend o d e la propiedad privada, según la te o ría d e Rousseau.
N i interesa tam poco prim o rd ialm en te p ara nuestras consideraciones el
si algunos de estos conocim ientos y d e las categorías e n q u e se plasm an
conceptualm ente resisten, en m ayor o m en o r m ed id a, a l d esarrollo pos­
terio r d e la ciencia. L o im portante es, sim plem ente, esclarecer la tendencia
fu nd am ental d el pensam iento que, desde V ic o hasta H erd er, se d espliega
en la d ialéctica histórica. C iertos detalles, •que, desconectados de la cer­
tera con exió n h istórica de co n ju n to , p o d rían interpretarse, ta l vez, com o
irracionalistas, no pasan de ser, a lo sum o, veleidades accesorias, vagos
vislum bres m ísticos, fo rm u laciones m istificad as de situaciones o catego­
rías, q u e a la sazón no se trad u cían aún e n u n a clara concepción d ia­
léctica. L a trayectoria que v a d e V ic o a H erd er es u n a trayectoria de
d esarrollo, enriquecim iento y afianzam ien to d e la razón, n i m ás n i m enos
que la q u e arranca d e D escartes o B aco n . E s cierto que se presentan
aquí d iferencias m uy im portantes, y hasta contraposiciones, p ero son
todos ello s contrastes dentro d el m ism o cam po, en que asistim os a la
lucha p o r una filo s o fía basada en la racionalidad d el m u n d o; p e ro sin
que nunca se nos présente, aqu í, la antítesis abstracta entre racionalism o
e irracionalism o.

II

L a intuición intelectual d e S ch e llm g , com o p rim era m an ifestació n


d el irracionalism o

El » racionalismo m o d ern o , nace d e la gran crisis económ ico-social, po­


lític a e ideológica q ue m arca e l p aso d el sig lo x v m a l x ix . E l aconteci­
m ien to decisivo en to rn o al cual g iran los aspectos fu nd am entales d e
esta crisis es, naturalm ente, la R evolución francesa. S e trata, sobre to d o ,
104 FUNDAMENTACIÓN DEL «RACIONALISMO

d e u n acontecim iento m undial en un sentido totalm ente distinto en que lo


habían sid o las grandes revoluciones anteriores ( l a de los P aíses B a jo s
o la d e In g la te r ra ). Éstas sólo p ro d u jero n cam bios en una escala nacio­
n a l y tuvieron repercusiones internacionales — e n cuanto tendencias de
desplazam iento- d e la sociedad y, p o r tanto, de la id eología, incom para­
b lem ente m enores. L a R evolücjpn fran cesa fu e la prim era q u e reper­
c u tió d e u n m odo im portante sobre la estructura social de m uchos países
d e Europa, y tra jo consigo la liquid ación d el feudalism o e n R enania,
en el N o rte de Ita lia, etc., aunque no, p o r supuesto, en las m ism as pro­
porciones de 1 7 9 3 . A u n a llí donde n o ocurre esto, vem os que no d eja
de h allarse ya a la orden del d ía la necesidad d e u n reaju ste de la sociedad
feudal absolutista. Y ello provoca en todas partes un proceso de ferm en­
tación ideológica, incluso en países que, com o Inglaterra, h an pasado
ya p o r la revolución burguesa, pues, al proyectarse sobre ella el resplan­
d or de los acontecim ientos de Francia, se po ne en evidencia la liquidación
extraordinariam ente defectuosa del feudalism o inglés.
L o nuevo irrum pe con fuerza tan avasalladora, que no es po sible ya
seguir d efend iénd olo ni atacándolo a la m anera de antes. N o en vano
e l m oderno historicism o b ro ta de estas luchas: la concepción dialéctica
de la historia en la filo s o fía clásica alem ana, e l brusco ascenso de la
h isto rio g rafía en los historiadores franceses del períod o de la R estaura­
ción, el espíritu histórico in fu n d id o a la literatura con W a lte r Scott,
M anzoni y Pushkin. Y aunque no pase de ser u n a leyenda reaccionaria
e l que la Ilu stración encerrase u n sentido antihistórico, n o cabe duda de
q iie lo que ahora surge va m ucho m ás allá de las sugestiones de H erder,
Y se revela, asim ism o, que tam poco es p o sib le segu ir d efend iend o ya lo
antiguo com o hasta entonces se v en ía haciendo. A u nque B u rk e n o tuviera
nada dé rom ántico, de é l arranca, indudablem ente, el seudohistoricism o
ro m án tico: la dem olición d el d esarrollo histórico, del progreso h istó­
rico, en nom bre de u n a concepción supuestam ente m ás profun da, irra­
cionalizada, d e la historicidad.
P ero, al m ism o tiem po, la R evolución fran cesa apunta m ás a llá de los
horizontes burgueses. L o hace d e u n m odo p o lítico directo con la insu-
rreción de. G raco B ab e u f. ( Y , en este punto, es tam bién ostensible la
d iferen cia con respecto a épocas anteriores, ya que este m ovim iento tuvo
una resonancia internacional muy distinta de la que en su tiem po habían
tenido Thom as M ü nzer y los "N iv elad o res” in g le se s.) Y aún vem os más
claram ente esto en el caso de los grandes socialistas utópicos, cuyos
sistem as y m étodos no pueden separarse tam poco de la conm oción u n i­
versal provocada p o r la R evolución francesa. L a crisis ideológica general,
cuya tendencia m ás clara, la que apunta hacia el porvenir, aparece re­
presentada p o r los utopistas, nace de las contradicciones de la propia
R evolución fran cesa y engendra algo esencialm ente nuevo incluso allí
LA INTUICIÓN IN TELECTU AL DE SCHELLING 105

donde la trayectoria fu ndam ental sigue siendo todavía puram ente bur­
guesa.
E ngels fo rm u la d e un m odo muy expresivo el punto central de esta
últim a crisis. L a Ilu stración, la preparación id eológica de la revolución,
aspiraba a conquistar p o r m ed io de e lla y en e lla " e l rein o de la razón” .
L a revolución triu n fó y se realizó co n e lla el reino de la razón a que se
aspiraba, pero "h oy, sabem os ya — dice E ngels— que ese reino de la
razón n o era m ás que el rein o idealizado de la burgu esía” .29 L o que
sig n ifica, dicho en otras palabras, que las contradicciones internas de la
sociedad burguesa, las cuales se vislum braban en la crítica cargada de
presentim ientos de más de un representante o contem poráneo de la Ilu s­
tración ■— desde M an d ev ille y Ferguson hasta L in gu et y Rousseau— , pa­
san a ocupar ahora el centro del interés, ante el em p u je de los hechos
reales.
Y el peso de estas experiencias se vio todavía realzado ante los re­
sultados de la R evolución Ind u strial en In glaterra, si bien las prim eras
grandes crisis económ icas en las que m ás claram ente h abrían de tom ar
cuerpo las contradicciones del capitalism o, no .estallarían hasta la se­
gunda década del siglo x ix . D esd e el punto de vista del d esarrollo ideo­
lógico, todos estos hechos encierran, ante todo, un sen tid o: el de que el
carácter contrad ictorio de la sociedad burguesa, que antes apenas se vis­
lum braba, salte ahora a la vista de todos com o el p roblem a central y
general de esta sociedad. Y esto hace que la filo s o fía de la sociedad
se torne, a p artir de ahora, en una filo s o fía histórica y dialéctica, en un
sentido muy distinto que el de ninguna o tra época anterior. L o que hasta
entonces sólo po d ía entreverse se convierte, de ahora en adelante, en un
program a consciente cada vez m ás vigoro so: la dialéctica histórica pasa
a ser el problem a central de la filo so fía .
E n esto precisam ente estriba la im portancia de la filo s o fía hegeliana.
E l p roblem a de la concepción histórica de la revolución desem peña un
papel decisivo en su m etod ología, y la solución de sus tareas en e l plano
del pensam iento adquiere una im portancia que rebasa con m ucho esta
cuestión concreta (e l trueque de la cantidad en cualidad, la nueva con ­
cepción de las relaciones entre el individuo y la especie, e t c .) . P ero
tam bién la crítica de derecha se ve obligad a a desplazarse a un nuevo
terreno, a la luz de los nuevos hechos. D esd e el rom anticism o y desde
la "E scu ela histórica” hasta Carlyle, vemos surgir una trayectoria to tal­
m ente nueva de defensa de lo antiguo, de la época prerrevolucionaria
hasta muy atrás, hasta la Edad M ed ia, trayectoria inseparable de la irra­
cionalización general de la historia.
E s claro que la gran crisis operada en el pensam iento de las ciencias

29 Engels, Anti-Dühring, ed. cit., p. 4.


106 FU N D A M EN TA aÓ N DEL IRRACIONÁLISMO

naturales n o discurre paralelam ente a la d el pensam iento social. C o n el


descubrim iento de una serie d e nuevos fenóm enos, p rincipalm ente en los
cam pos de la qu ím ica y la b io lo g ía, va pasando cada vez más resuelta­
m ente a p rim er p lan o la crítica del pensam iento m ecánico-m etafísico;
se tien e la sensación cada vez m ás clara d e que e l pensam iento basado
solam ente en la geo m etría y la m ecánica y al que debieron sus triu n fo s
la fís ic a y la astronom ía de lo s siglos x v n y x v m , debe fa lla r necesaria­
m ente ante lo s nuevos problem as, ante la exig en cia de captar la totalidad
d e lo s fenóm enos de la naturaleza. P ero esta crisis de crecim iento de la
filo s o fía de la naturaleza n o se lim ita a los problem as d e la sim ple
fo rm ación de conceptos. T a m b ié n en e lla com ienza a abrirse paso el
punto d e vista histórico. B asta pensar en las teorías astronóm icas d e K a n t'
y Laplace, en lo s descubrim ientos llevados a cabo en los cam pos de la
g e o lo g ía y l a p aleo n tología, e n lo s com ienzos d e la te o ría de la evolu­
ció n , en la p o sició n in icial co n tra lo s grandes sistem atizadores m ecani-
cistas com o L in n eo .y Cuvier, en u n G o eth e, un G e o ffro y de S ain t-H ilaire,
un L am arck, etc.
D en tro de este m arco es com o podem os com prender la sig n ificació n
de la filo s o fía alem ana d e la naturaleza y, sobre todo, la d el jo v e n Schél-
lin g . S e trata, en efecto , de la prim era tentativa encam inada a resum ir
estas tend encias en una unidad m etod ológica, filo só fica. Y , al m ism o
tiem po, d e no rechazar ya o "su perar“ desde el p u nto d e vista de la
lóg ica fo rm al las contradicciones dialécticas que .van m anifestánd ose con
claridad cada viez m ayor en e l inm enso m aterial de hechos acum ulado
y sin cesar láréciehte, sino de co lo ca t en e l centro d el nuevo m étodo, del
m étodo dialéctico, precisam ente estas contradicciones y Su d ialéctica supe­
ración, sú síntesis, etc. E n g els se niega a en ju iciar estas teorías y estos
m étodos de la filo s o fía de la naturaleza exclusivam ente desde e l punto
de vista de sus resultados, n o jx x a s veces absurdos, com o con pocas excep­
ciones, lo h ab ían hecho lo s n atu ralistas de la segunda m itad del si­
g lo x ix . 0 pro pio E n g els resum e así su ju ic io : "L o s filó so fo s de la natu­
raleza v ien en a ocupar respecto a las ciencias naturales conscientem ente
dialécticas la m ism a posición q u e lo s utopistas respecto a l com unism o
m oderno.” 30
M ien tras que lo s ..grandes sistem as d el sig lo x v n recapitulaban filo só ­
ficam ente lo s nuevps resultados de la investigación, tom and o com o base
los grandes descubrim ientos d e esta época, valiéndose d e u n m étod o esen­
cialm ente estático-geom étrico, surge ahora el in ten to d e co n ceb ir el
m undo an terio r a la aparición d el hom bre y e l m undo d e la sociedad
hum ana com o un proceso histórico un itario. E l "E sp íritu ” , la fig u ra
central idealista de este proceso, es concebible, al m ism o tiem po, com o

30 Ib íd ., p. x x ii , nota.
LA INTUICIÓN INTELECTUAL DE SCHELLING 107

el resultado de él. D e aquí q u e S ch ellin g hable del nacim iento de la


filo s o fía com o una "O d ise a del E sp íritu ”, 81 en la que el espíritu, que
hasta ahora venía trabajand o inconscientem ente p o r cobrar conciencia
propia, conquista ahora de un m odo consciente su p aíria, la realidad.
E n esta lín ea de la aspiración a dom inar filo só ficam e n te los pro ble­
m as fund am entales del progreso cie n tífico después de la R evolución fra n ­
cesa, en el p erío d o de conm oción de las ciencias naturales, surge el
m étodo dialéctico de S ch ellin g . In ten ta dar soluciones filo só fica s a este
inm enso círcu lo d e problem as y elevar la filo s o fía a la altura de las
exigen cias de su tiem po. P ero e l atraso social de A lem ania hace, nece­
sariam ente, que este enérgico v ira je hacia la dialéctica, com o hacia el
problem a central del m étodo filo só fico , sólo pueda operarse e n el p lan o
idealista. N i es tam poco una coincidencia casual el que esta trayectoria
se desarrolle p referentem ente en A lem ania, com o en el sig lo x v in había
sido F rancia el p aís que fig u raba a l fre n te de la filo s o fía burguesa y
com o de 1 8 4 0 en adelante se tran sfirió esta hegem on ía a R usia. L o que
in fu n d e al pensam iento burgués e l entusiasm o y la decisión necesarios
para p lantear esta clase d e problem as y buscarles soluciones es, sen ci­
llam ente, el hecho social d e que ese pensam iento actúe, en e l períod o
d e preparación de la revolución dem ocrática, com o el adelantado id eoló­
g ico d e esta revolución.
A h o ra bien, al convertirse la dialéctica idealista, orientad a histórica­
m ente, en e l m étodo filo só fico del progreso, la reacción filo só fica , p o r
su parte, vióse obligad a tam bién a recurrir a otras arm as. E l em pirism o
inglés de B u rk e acabó decepcionando tam bién, a la larga, a sus p a rti­
darios alem anes; h ízose necesario rem ontarse filo só ficam en te p o r sobre
B u rke, "p ro fu n d izar” irracionalistam ente en sus teo rías; y lo m ism o o
algo muy parecido ocurre tam bién co n los filó so fo s o ficiales de la R es­
tauración, en Francia. E l m ovim iento hacia la d ialéctica d icta el ritm o
de toda la filo so fía , determ ina los problem as planteados p o r ésta, im ­
pone a la reacción la d eform ación de los nuevos princip io s filo só fic o s:
y es así com o, en el palen qu e de la lucha p o r la nueva d ialéctica y
queriendo darle la batalla surge, precisam ente en A lem ania, la fu nd a-
m entación filo só fica del irracionalism o m oderno.
C ierto es que, en los prim eros m om entos, esta relación de hostilidad
entre la dialéctica y el irracionalism o aparece extraord inariam ente com ­
plicada. E n tre otras razones, porque, tanto en la naturaleza com o en la
sociedad, se hacen valer tendencias que, aun siendo en ú ltim a instancia
coherentes, no son, sin em bargo, totalm ente idénticas y pueden, por
tanto, distinguirse entre sí, en el plano del pensam iento. E l jo v en S ch el­
lin g se preocupó p referentem ente del proceso de la naturaleza, aunque 31

31 Schelling, Op. cit., secc. I, t. III, p. 628.


108 FUNDAMENTACIÓN DEL IRRACIONALISMO

al princip ió pudiera parecer que, arrancando de aquí, se proponía crear/


una teoría general de la dialéctica. E l punto de partida de H e g el es
em inentem ente social, y en lo social hace fundam ental hincapié su dia­
léctica, aunque en su sistem a desarrollado este filó so fo m arque, al m isipo
tiem po, el apogeo filo só fico del m étodo dialéctico en la filo s o fía de la
naturaleza. P o r lo demás, nos encontram os en este períod o con los más
paradógicos entrelazam ientos, fin O k en , p o r e jem p lo , tenem os a uno
d e lo s exponentes m ás coricretos del carácter progresivo de este p e­
ríod o, p o r lo que a la d ialéctica de su filo s o fía d e la naturaleza se refiere,
y es tam bién u n pensador rad ical desde el punto de vista social, p o lítico y
filo só fico . P ero B aad er, e n cam bio, p ara c ita r otro e jem p lo , es una
d e las figu ras principales d e la Restauración y de la reacción en e l
cam po d e la filo s o fía y en e l de la historia, p e ro e llo no es óbice para
que sim patice co n la concepción d ialéctica de la naturaleza. Y co n situa­
ciones parecidas a ésta nos encontram os frecuentem ente, b a jo l a influ encia
de Schellin g.
E l centro de esta dualidad es el jo v en Sch ellin g m ism o. Y la fu en te
principal de e lla hay que buscarla en su carácter. A llá p o r los cuarenta,
escribía M a rx a Feuerbach, habland o de é l: " E l sincero pensamiento
juvenil de Sch ellin g — hay que creer en lo bueno de nuestros enem i­
gos— , pero para cuya realización no ten ía o tra m adera que la im agina­
ción, m ás en erg ía que la vanidad, m ás acicate que el opio, m ás órgano
que la irritabilid ad de una sensibilidad receptiva verdaderam ente fem e­
J n in a . . . ” ** E sta sem blanza trazada aquí p o r M a rx sólo es paradógica
f en apariencia: fu ero n precisam ente estas cualidades de su carácter la s que
predestinaron a S ch ellin g com o e l iniciad or — u n iniciad or equ iv oco, de
doble sen tid o— d el idealism o o b je tiv o . Y vem os cóm o aborda esta tarea
d e u n m odo sem iinconsciente. A u n q u e en .sus afir» m ozos se’ h ab ía entu­
siasm ado p o r la R evolución fran cesa en u n ió n d e H e g e l y H iRderlini
n o lle g a a fo rm arse una conciencia com pletam ente d a ra acerca d el alcance
filo s ó fic o d e aquella conm oción social. Y cuando, m ás tard e, conver­
tid o e n la fig u ra pú blica cen tral de la nueva escuela d el idealism o o b ­
je tiv o , incorpora la sociedad y la historia a su sistem a, vem os q u e ejerce
ya sobre é l consid erable in flu en cia la R estauración, la reacción poster-
m idoriana.
O rigin ariam en te, e l interés filo só fic o d e S ch e llin g s e concentra en la
nueva situación im perante en la filo s o fía d e la naturaleza. S e d eja
subyugar p o r e lla y se asim ila, sen cillam ente, de u n m odo candoroso
y sin la m en o r reserva, la fo rm a d e la d ialéctica a la sazón m ás desarro­
llad a : la d e F ich te . C ree, transitoriam ente, q u e se1 lim ita a aplicarla, que
n o hace o tra cosa q u e com plem entarla en e l cam po d e la filo s o fía d e la

** Marx, MEGA, secc. I, t. I, p. 316.


LA INTUICIÓN INTELECTUAL DE SCHELLING 109

naturaleza; opina que la d ialéctica o b je tiv a de una filo s o fía de la natu­


raleza es com patible con lo s p rin cip io s de la "te o ría de la ciencia” . N o
se da cuenta, p o r el m om ento, de que el sim ple hecho de una d ialéctica en
ía naturaleza im plica ya un p rin cip io de o b jetiv id ad y es, p o r tanto, sus­
tan cialm en te incom patible con la d ialéctica su b jetiv a de F ich te. É ste, en
cam bio , advierte en seguida que lo s dos cam inos se b ifu rcan aquí, y surge
de este m odo una polém ica ep isto lar en tre F ich te y S ch e llin g . F u e H eg el,
sin em bargo, quien im pulsó a S ch e llin g a segu ir m archando hacia ade­
lante, quien le em p u jó a rom per co n e l idealism o su b jetiv o y quien, en
esta discusión, fo rm u ló filo só ficam e n te los princip io s de la ru ptura; H eg el
hizo q u e Sch ellin g — en la m ed id a e n que e llo era p o sible— cobrara
con cien cia filo só fica de sus propios descubrim ientos.
P ero nunca una conciencia com pleta. T am p o co durante la colaboración
con H e g el en Je n a lleg ó nunca S ch e llin g a tener una conciencia clara
y real del nuevo m étodo d ialéctico. P ero es precisam ente este m odo de
ser g en ial de S ch ellin g , que encierra ya, en germ en, algunos d e los
elem entos dél po rvenir y que, sin ten er conciencia de ello , da algunos
pasos hacia e l futuro, el que puede asegurarse el lugar cen tral y el p ri­
m ero en la nueva filo so fía , haciend o de sus inicios el cen tro del que
irradian hacia la izquierda figu ras com o G oeth e, O k en y T reviranu s y
hacia la derecha otras com o B aad er y G órres. (M e d ia n te u n a ingeniosa
construcción, deriva E rd m ann de S ch e llin g tan to a O k e n . com o a
B a a d e r.)
P ero , d etengám onos a exam in ar un poco m ás d e cerca los com ienzos f i ­
lo sóficos de S ch ellin g . A l paso que F ich te a lejab a el idealism o trascenden­
tal de la cosa en sí d e K a n t, S ch e llin g con v ertía d e u n m o d o d irectam ente
gnoseológico su filo s o fía e n u n idealism o su bjetivo d el tip o d e B erk eley ;
com etía, p o r tanto, lo que K a n t h a llam ad o u n "escán d alo filo s ó fic o ” .
S in em bargo, en cuanto q u e la "te o ría d e la ciencia” n o estatuía com o
p rin cip io m e tafísico ú ltim o , detrás del m undo fen o m én ico su bjetivam ente
concebido, un D io s cristian o o una "v o lu n tad ” sum am ente acristiana, com o
B erk eley o, más tarde, Schop enhauer detrás d el "v e lo d e la M aya” , sino
q u e trata d e d erivar todo e l cosm os d el con o cim ien to d e un m odo tan
cerrado, m oviéndose y creand o inm anentem ente, p o r sí m ism o, d e la d ia­
léctica d el Y o y e l N o -Y o , a la m anera com o Spinoza d eriv a su universo
d el pensam iento y la extensión, tam bién e l Y o fich te an o adqu iere una
nueva fu n ció n m etod o lógica y sistem ática. Y n o p o rqu e F ich te n o qu iera
id en tificar este Y o con la co n cien cia individual, pues d e lo q u e trata es
más b ie n d e d erivar d ialécticam ente ésta d e aq u él, sin o p o rqu e este Y o
■— independ ientem ente d el p ro p ósito consciente p ersegu ido p o r F ic h te y
hasta p o r oposición a é l— , p o r virtud d e la necesidad in te rio r de su sis­
tem a a q u e aludíam os m ás arriba, te n ía q u e reco g er la fu n ció n q u e en
Spinoza desem peñaba la su stancia y q u e m ás tard e h ab rá d e asum ir en H eg el
110 FUNDAMENTACIÓN DEL IRRACIONALISMO

e l E sp íritu universal. P o r la brech a que esta discrepancia interio r abre en el


sistem a d e F ich te, cuyos antagonism os ocultos no se revelarán abierta­
m ente hasta m ás tarde, al m anifestarse la crisis de su pensam iento, pudo
penetrar al principio , sin violencia alguna, la filo s o fía de la naturaleza
del jo v en Sch e llin g : éste pudo considerarse com o un d iscípu lo y continua­
d or consecuente de Fichte, cuando, unilateralm ente, tom aba este elem ento
spinozista contenido en la filo s o fía fich tean a com o p ilar único y exclu­
sivo de sus pensam ientos, aunque con ello hiciera saltar, h echa añicos,
objetivam ente, toda la artificio sa y fatigosa síntesis de la "te o ría de la
ciencia” .
P ero, con ello se da, e n la trayectoria d e la filo so fía , un g ran paso hacia
adelante, y a p artir de ahora p u ed e ya com enzar e l verdadero flo re cim ie n ­
to d el idealism o o b je tiv o , de la d ialéctica idealista o b jetiv a. S in em bargo,
la dualidad fich tean a sólo se supera a costa d e una dualidad de orden su­
p e rio r. E l Y o de la "te o ría d e la ciencia” flu ctú a constantem ente entre
un com portam iento puram ente gn oseológico (y , adem ás, su b je tiv ista) y un
princip io de la realidad ob jetiv a, en tre la "co n cien cia e n g en eral” d e K a n t
y aquel dem iurgo de la naturaleza y la historia que m ás tard e represen­
tará el E spíritu universal de H eg el. *
Sch ellin g se decide en fav o r del segundo significad o. Y , co n ello , incor­
pora a los fundam entos de su sistem a algo llam ado a e xistir de u n m odo
o b je tiv o , es decir, independientem ente de la existencia hum ana, pero que, al
m ia ñ o tiem po y de o tra parte, debe constituir algo sem ejante a la con­
ciencia. A si, nos encontram os ya e n e l jo v e n S ch ellin g , con toda la
tornasolada m u ltifo rm idad d e sentidos y significad os d el id ealism o o b je ­
tiv o. P o r u n lado, éste d eberá deslindarse nítid am en te del idealism o
subjetivo, tratando d e resolver lo s problem as que p ara éste son insolubles
( e l de la realidad o b jetiv a, e l d e la incognoscibilid ad de la cosa en sí,
e t c .) , aunque recayendo continuam ente, désde e l punto de vista d e la teo ­
ría del conocim iento, en las fallas g enerales del idealism o su b jetiv o ; y esto
últim o se v e con especial claridad en S ch ellin g , q u ien n o lle g a a tener
plen a conciencia filo só ficó -m eto d o ló g ica de su ruptura con F ich te . P o r
otro lado, el p rin cip io suprem o de esta filo s o fía tien e que envolver tam ­
bién, necesariam ente, una dualidad, fluctuar entre una aproxim ación al
m aterialism o filo só fico (ind ep end encia de la co n cien cia) y una concepción
idealista-panteísta de D io s, que, al concretarse m ed iante la aplicación
a la vida natural e histórica, tien e q u e trascender d e la sublim e generalidad
abstracta d e Spinoza, para acercarse a las ideas teístas de D io s.
Y a nos hem os referid o en sus rasgos m ás generales a esta dualidad de
sign ificad o del idealism o o b je tiv o . D eb em o s exam inar ahora la m odali­
dad schellingiana de esta filo so fía , y especialm ente los m atices que pre­
sente e l joven Sch ellin g. D estacando, sobre todo, las rápidas fluctuaciones
entre la concepción m aterialista y atea de esta sustancia spinozista viva,
LA INTUICIÓN IN TELECTU A L DE SCHELLING 111
dotada d e m ovim iento y de h istoria de d esarrollo, y su interpretación
m ístico-m itológica.
L o q u e interesa aquí es esta trayectoria gen eral, y n o sus m an ifestacio ­
nes especiales y concretas. E l H einz W iderporst revela u n a versión m a­
terialista extrem a de la filo s o fía d e la naturaleza d el jo v e n S ch e llin g y, al
m ism o tiem po, e l m o m en to en que la m ística de Ja c o b o B ö h m e , cada vez
m ás de m oda b a jo el rom anticism o, comienza a ejercer sobre Schelling
una acusada in flu e n cia .33 C ierto es q u e en la filo s o fía de la escuela
rom ántica pred om inan estas téndencias m ísticas. P ero un o de los ragos
esp ecíficos del jo v en S ch ellin g es el p red om inio que en é l alcanzan las
tendencias m aterialistas. P ro n to verem os cóm o va la tend encia m ística co lo ­
cándose e n e l cen tro m ism o de la filo s o fía schellingiana. D e b e señalarse,
sin em bargo, que, a l fin a l d el p e río d o d e Je n a — aunque, p o r razones que
en seguida verem os y para fu nd am entar gnoseológicam ente la co g n o scib ili­
dad d e las cosas en sí, se vea ob lig ad o a atenerse cada vez m ás d e llen o
a la te o ría p lató n ica de las ideas, lo que n o h ace sin o d esarrollar la dua­
lidad d e su pensam iento— , S ch e llin g sigu e consid erando a G io rd an o B ru ­
no com o e l santo patrono de su filo s o fía . E s cierto q u e esta aproxim ación
a la te o ría p lató n ica de las ideas lle v a e n su seno tam b ién la típ ica dua­
lid ad del idealism o o b je tiv o d e S ch e llin g en su p e río d o d e Je n a . D e una
parte, en abierto contraste con K a n t y F i c h t e ,- introd u ce la te o ría del
r e fle jo en la filo s o fía trascend ental, m ien tras que, d e o tra parte, da a la
teoría d el r e fle jo u n g iro extraord in ariam ente idealista, rayano ya en
la m ística. E l'p e r ío d o je n en se d e S ch e llin g se caracteriza, pues, p o r esta
s u p o sició n interm edia y vacilante en tre las tend encias progresivas y las
tendencias reaccionarias d el idealism o o b je tiv o . S ch e llin g , en este p eríod o,
en contacto ín tim o co n am bas tend encias, ocupa una p o sició n interm edia
en tre la filo s o fía d e la naturaleza d e G o e th e y el "id ealism o m ág ico”
d e N o v alis.
E l "sin ce ro pensam iento ju v e n il” d e S ch e llin g se concentra en e l des­
cu brim iento y e n la fo rm u lación filo s ó fic a d e la d ialéctica e n e l proceso
de d esarrollo de la naturaleza. Y a hem os visto que la necesidad de captar
dialécticam ente el conocim iento de la naturaleza, rem ontándose así sobre
el m étodo m ecánico-m etafísico de lo s siglos x v n y x v m , era una de las
tendencias generales de este p eríod o. N ecesid ad que reviste su fo rm a más
influ yente para la filo s o fía alem ana en la Crítica del juicio d e K a n t. E ste
filó s o fo trata d e afro n tar filo só ficam en te, e n e sta obra, lo s problem as
de la v id a y tropieza, e n este cam ino, co n la d ialéctica d e la posibilid ad y
la realidad, d el todo y la parte, d e lo g en eral y lo particu lar. E l p ro blem a
d e rem ontarse dialécticam ente sobre e l pensam iento m e tafísico aparece, en

33 Esta doble tendencia equívoca se contiene ya en Böhme. Cfr. acerca de esto


Marx-Engels, Die heilige Familie und andere philosophische Frühschriften, Berlin,
112 FUNDAMENTACIÓN DEL »RACIONALISMO

K ant, b ajo una fo rm a extraord inariam ente d esfigu rada; y estas d eform a­
c io n e s ejercen una in flu en cia tan decisiva sobre determ inados problem as
del naciente irracionalism o m oderno, especialm ente en el jo v en S ch ellih g ,
q u e n o tenem os m ás rem edio q u e señalarlos brevem ente aquí.
L o más im portante de todo es que K a n t id en tifica e l pensam iento — él
habla de "n u estro ” pensam iento, del pensam iento hum ano— con las fo r­
mas del pensar de la m etafísica d e los siglos x v n y x v m . D e donde se
desprende, p o r ejem p lo e n el caso de la dialéctica d e lo gen eral y lo p ar­
ticular, la siguiente d eterm inación: "N u estro entendim iento lleva, pues,
consigo, en lo tocante al ju icio , que en su conocim iento lo gen eral no
determ ina lo particular, ni esto puede, p o r consiguiente, derivarse de
aq u ello; no obstante, este alg o particu lar debe hallarse, dentro de la va­
riedad de la naturaleza, en consonancia con lo gen eral (p o r m edio de con ­
ceptos y de leyes) y encuadrarse dentro de esto, consonancia que, en
ciertas circunstancias, será necesariam ente muy casual y no entrañará n in ­
gún princip io determ inado en cuanto al ju icio ” . 84
P ero, K a n t no se lim ita a id en tificar el pensam iento m e tafísico con el
pensam iento "h u m an o ” en gen eral, sino que, además, designa éste com o
un pensam iento "d iscu rsivo” , en ríg id o contraste con la contem plación
intuitiva. Y , en estas condiciones, sólo puede encontrar la solución en
el hecho de postular un "en ten d im ien to intuitivo", "q u e no proced e de lo
general a lo particu lar y a lo concreto (p o r m edio de con cep tos) y al que
no se le revela aquel carácter fo rtu ito de la consonancia en tre los p ro ­
ductos de la naturaleza y e l entendim ien to con arreglo a leyes especiales,
que h ace tan d ifíc il al nuestro e l lle g a r a cono cer toda la variedad de
aquélla” . . , 35 P or donde el pensam iento se convierte, según K a n t, en esta
"id e a ” de un intellectus archetypus, de un entendim iento intuitivo, idea
que n o encierra, a su m odo de ver, ninguna contradicción in terio r, pero
que no pasa d e ser, para el ju icio del hom bre, una sim ple idea.
N o es d ifíc il poner de relieve las fallas subjetivo-idealistas del plan­
team iento kantiano del problem a, sobre todo la que lleva consigo la equi­
paración de dialéctica e intuición, especialm ente en la trabazón, para él
insoluble, con sus consecuencias agnosticistas. N o es sólo la "id e a ” la que
ahora resulta abandoríada, no dada,' y p o r tanto inasequible, para el p en ­
sam iento hum ano, sino qué, adem ás, estos o b jeto s aparecen sustraídos a
las posibilidades de investigación p o r parte de las ciencias naturales.
K a n t pone esto expresam ente de relieve en lo tocante a la cognoscibilidad
de la evolución en la naturaleza: " E s absurdo p ara e l hom bre pensar
o esperar q u e pueda surgir un d ía un N ew to n que pueda hacer com ­
prensible el nacim iento de un ta llo de h ierb a cón arreglo á leyes natu­
rales no ordenadas p o r ninguna ih t e n c ió n .. . ” 86

34 Kant, Crítica del juicio, § 77. ™ Ibid. s« Ibíd., § 75.


LA INTUICIÓN INTELECTUAL DE SCHELLING Í1 3

H ay que reconocer, sin em bargo, q u e e l sim p le h ech o d e haber e x ­


presado esta p regun ta vin o a im p rim ir un fu erte im pulso a la fo rm u la­
ción teórica y práctica de lo s problem as dialécticos. E s b ien característico
e l m odo com o G o e th e reacciona a este p lanteam iento del p roblem a p o r
K a n t. -Su sabiduría p ráctica se revela e n el hecho de que d e je tácita­
m ente a u n lado tan to la orientación un ilateral hacia e l pensam iento
intuitivo com o las consecuencias agnóstico-pesim istas extraídas p o r K a n t
en cuanto a la perspectiva del cono cim iento de la naturaleza hum ana.
G o eth e só lo ve en esto un nuevo p roblem a y un problem a, además,
susceptible de solución. R efirién d o se directam ente a esta teo ría de K a n t,
dice, con relación a su p ro p ia experien cia p ráctica: " S i hubiese hecho
hincapié, incansablem ente, el p rin cip io de un m odo inconsciente y lle ­
vado del im pulso interior, en aquel algo típ ico y p ro totíp ico, y si hubiese
lograd o, incluso, lle g ar a construir una exposición de acuerdo con la
naturaleza, nada m e im pediría ahora hacer fre n te valerosam ente a la aven­
tura de la razón, com o , la llam a el v iejo d e K ö n ig sb erg .” 87 T a n to la
filo s o fía de la naturaleza com o la estética de G o eth e están llenas de
problem as y soluciones concretos en los que cobra expresión práctica
la dialéctica aquí postulada, sino h acer e l m en o r h in cap ié en la contra­
posición kantiana entre lo discursivo y lo intuitivo.
M u y o tra cosa ocurre co n el jo v e n S ch ellin g . P ara éste, lo s fam osos
p árrafos d e la Crítica del juicio n o son, sencillam ente, com o p ara G oeth e,
una sugestión q u e le ayuda a segu ir m archando consecuentem ente p o r
el cam ino ya em prendido, sino e l verdadero pu nto de p artid a filo só fic o
en la lucha p o r la sim ultánea superación del idealism o su bjetiv o de
F ich te y del pensam iento m ecánico-m etafísico de toda la filo s o fía de la
naturaleza anterior. A ello se debe, precisam ente, el que la' contraposición
en tre lo discursivo y lo intu itivo ten ga una sig n ificació n cabalm ente deci­
siva en la filo s o fía schellingiana. Su filo s o fía de la naturaleza, cuyo p ro ­
blem a fundam ental estriba en rem ontarse sobre la intu ición m ecánico-
m etafísica de la naturaleza, intenta op erar e l v iraje hacia la dialéctica
b ajo la fo rm a de una brusca repulsa de las sim ples categorías intelectivas
d«; la Ilu stración ; y esto la o bliga, p o r tanto, a buscar un "o rg a n o n ” del
conocim iento filo só fico que garantice, p o r su m odo de ser, una actitud
d ialéctica distinta, cualitativam ente superior, ante la realidad. E n e l e je
m ism o de la te o ría del conocim iento d el jo v en Sch ellin g se coloca, p o r
tanto, la contraposición en tre lo discursivo y lo intuitivo, su antítesis
todavía m ás brusca, aunque acentuada de otro m odo que en K a n t, y ad­
quiere una fiso n o m ía llam ad a a ser eficaz durante larg o tiem po, b a jo
form a de la "in tu ició n in telectu al” .37

37 En el estudio de Goethe sobre el juicio contemplativo (Anscbauende


teils kraft).
i 14 FUNDAMENTACIÓN DEL »RACIONALISMO

Pued e ser sorprendente, p e ro n o d eja de ser característico p ara Schel­


lin g , e l h e d ió d e q u e esta categoría cen tral d e su sistem a ju v en il sea in tro ­
ducida y aplicada p o r é l sin <1 m enor razonam iento. P recisam ente lo que
suscitaba en K a n t las dudas acerca d e la realidad hum ana y la realizabilidad
d el intellectus archetypus, o sea e l hecho de rem ontarse p o r sobre lo s lím i­
tes d el pensam iento discursivo (e s d etir, del pensam iento m etafísico-inte-
le c tiv o ), es lo q u e p ara F ich te és la evidencia de la intuición intelectual.
£1 p ro blem a d e la dialéctica, en la A lem ania de aquel tiem po, flotaba
e n e l aire, p o r d ed rlo así. L a filo s o fía trascendental, desde K a n t hasta
F ich te, estaba ya lle n a d e conatos dialécticos, y todo intento p o r seguir
avanzando cien tíficam en te en lo s-g ran d es problem as actuales de la época
planteaba necesariam ente u n a serie de problem as dialécticos y p o n ía d e
relieve las barreras del pensam iento m ecánico-m etafísico. £1 m e jo r de los
aspectos, el aspecto m ás positivo d el jo v e n S ch ellin g , era e l d e que tro ­
pezaba siem pre, constantem ente, con este carácter contrad ictorio de los
fenóm enos naturales y, al m ism o tiem po, co n la ob jetiv id ad y la unidad
del proceso d e la naturaleza, expresando co n g ran e n erg ía y de u n m odo
im placable y sin recato estos nuevos puntos de vista, aun cuando haya
que reconocer que n o . los h acía descansar todavía sobre bases cien tíficas
suficientem ente sólidas.
T o d o ésto iba apartándolo tan to de la filo so fía de la Ilu stración com o
d el pensam iento de K a n t y F ich te. D e la p rim era le separa la necesidad de
u n a form ación de conceptos radicalm ente nueva, capaz precisam ente de ex­
p re sa r filo só ficam en te el carácter contradictorio, com o fu nd am ento de los
fenóm eno s naturales. N o s rem itirem os en este punto, solam ente a títu lo
de ejem p lo , al p roblem a de l a .vida: "L a vida b ro ta p o r una contradic­
ció n de la naturaleza, y se e xtin g u iría p o r si m ism a si la naturaleza no
luchase en contra de e l l a . . . S i las influencias de fu era contrarias a la
vida sirven precisam ente para sostener ésta, n o cabe duda d e que, a su
vez, lo que parece ser más favorable a la vida, tien e que ser lo m ás con­
trario a ella, el fu ndam ento de su extinción, pues así es de paradógica
la m anifestación de la vida en el m o m en to m ism o de la m u erte. E l p ro ­
ducto, m ientras sea u n producto orgánico, jam ás puede hundirse eñ la
in d ife r e n c ia .. . L a m uerte es e l re to m o a la in d iferen cia g e n e r a l.. . Las
partes integrantes sustraídas al organism o g en eral retornan ahora a él, y
com o la vida no es sin o el estado exaltado de las fuerzas com unes de la
naturaleza, e l producto, a l desaparecer este estado, cae de nuevo en poder
de estas fuerzas. L as m ism as fuerzas que h an sostenido la vid a durante
algún tiem po, son las que p o r ú ltim o la destruyen; y así, la vid a no es
algo dotado de existen cia propia, sin o sencillam ente el fen óm en o de
la tran sición de ciertas fuerzas de aquel estado exaltado al estado norm al
d e lo gen eral.” 38
88 Schelling, Op. cit., secc. I, t. III, pp. 89 s.
l a in t u ic ió n in t e l e c t u a l d e s c h e l l in g 115

Se ve claram ente aquí lo que distingue a la filo s o fía schellingiana de la


naturaleza del pensam iento m etafísico y, al m ism o tiem po, lo que separa
su dialéctica de la de K a n t y F ich te. E n éstos, las contradicciones dialéc­
ticas brotan siem pre, exclusivam ente, de la relación en tre las categorías
-^ su bjetiv as— del entendim iento y la realidad o b je tiv a (presupuesta com o
in cognoscible o subjetivada en el N o - Y o ) . E n el jo v en S ch ellin g , p o r el
contrario, la contradicción dialéctica, que presenta, adem ás, una m arcada
afinidad con el m aterialism o, constituye una cualidad in h eren te decisiva,
una categoría de la m ism a realidad o b jetiv a. P o r tan to, la captación filo ­
só fica de la dialéctica no parte prim ariam ente del su jeto del conocim iento,
sino que tien e necesariam ente que cobrar expresión en el sujeto, com o
el lado subjetivo de la conexió n to tal, com o la cohesión dialéctica, p re­
cisam ente porque la esencia de la realidad o b je tiv a es p o r sí m ism a dia­
léctica.
C laro está que esta objetividad de la dialéctica es, en S ch ellin g , com o
sabem os, una objetividad idealista. T ie n e p o r fu nd am ento la teoría d e la
identidad de su jeto -o bjeto , com o el ú ltim o princip io fundam ental de
la realidad y, p o r tanto, de la filo so fía . A q u ella "O d ise a del E sp íritu ”
de que hablábam os m ás arriba es, cabalm ente, el proceso en el que — para
expresarlo con la term in ología del pro pio S ch ellin g — la productividad
inconsciente de la naturaleza cobra conciencia y autoconciencia en el
hom bre, una autoconciencia radical, en el sen tid o d e que el conocim iento
filo só fico adecuado del m undo expresa cabalm ente su o b je to precisa­
m ente porqu e no es o tra cosa que la elevación a conciencia de lo p ro ­
ducido inconscientem ente p o r los procesos o b jetiv o s de la naturaleza,
sencillam ente porque esta autoconciencia es de p o r sí el m ás alto producto
del m ism o proceso natural.
V em o s cóm o, lo que ya había aspirado a log rar V ico , la te o ría del
conocim iento de Spinoza, según la cual " e l ord en y el entronqu e de las
ideas no es otra cosa que el orden y la cohesión de los o b je to s’’, 39 vuelve
a presentarse b a jo una fo rm a dinám ico-dialéctica, en e l plano d el des­
arro llo histórico. C laro está que esta elevación de la dialéctica se logra
a costa de una dualidad idealista d e sign ificad o. Es cierto que tam poco
en Spinoza aparece plenam ente explicada la relación gnoseológica e n ­
tre los atributos de una sustancia, en tre la extensión y e l pensam ien­
to ; y, en el idealism o o b jetiv o de S ch e llin g y H eg el, todo esclarecim ien­
to gnoseológico aparece sustituido p o r el m ito de la identidad sujeto-
o b je to .
L a intuición intelectual de Sch ellin g es la prim era versión — dual—
de esta dialética del idealism o o b je tiv o . Es, com o decim os, dual, o sea
tanto dialéctica com o irracionalista, lo que hace que en e lla se revele

39 Spinoza, É tica, parte II, proposición 7.


116 FUNDAMENTAaÓN DEL »RACIONALISMO
claram ente la p o sició n d iialística del jo v en S ch e llin g en la historia
d e la filo s o fía , d e un m odo provisional, condenada d e antem ano a su
superación (ta n to hacia la derecha com o hacia la izq u ie rd a ). P osi­
ción dual, en e fe c to : de u n a parte, un rem ontarse dialéctico sobre las
contradicciones m anifiestas d é la realidad o b jetiv a inm ediatam ente dada,
un cam ino hacia e l conocim iento de la esencia de las cosas en si y,
por tanto, u n rem ontarse gnoseológico sobre aquella fija c ió n y plasm ación
d e esta m anifiesta cputradictoriedad en las categorías del entendim iento
puro, del pensam iento m etafísico de la Ilu stración y d el de K a n t y F ich te ;
y, de o tra parte, esta m ism a intuición intelectual lleva consigo un retro­
ceder irracionalista ante las inm ensas perspectivas y dificu ltad es lógicas
que lleva inseparablem ente aparejadas el rem ontarse p o r sobre e l sim ple
pensar intelectiv o ante la razón, ante la dialéctica consecuente.
E n m i lib ro sobre el jo v en H e g el,40 he analizado e n d etalle — con­
tem plado desde é l punto de vista del desarrollo hegeliano— el antago­
nism o con que aquí nos encontram os, en cuanto a l m étodo filo só fico ,
entre Sch ellin g y H eg el, p artiend o ambos, com o parten, en sus sistemas
y en sus m étodos, de la identidad su jeto-o bjeto . N o s lim itarem os a reca­
pitular aquí los aspectos filo só fico s fundam entales.
E n H eg el, e l tránsito del entendim iento a la razón es una superación,
en su trip le sentido esp ecífico de destruir, conservar y elevar a un plano,
superior. E n tre e l entendim iento y la razón m edia una contradicción
dialéctica que se m anifiesta a lo larg o d e to d o el sistem a hegeliano y
que constituye, especialm ente, e l m eo llo de la ló g ica del ser. H e aquí
p o r q u é la lógica pasa y tieh e necesariam ente que pasar a ser, en H egel,*
la tie n d a fundam ental d e la hueva filo so fía , de la filo s o fía dialéctica.
S ch ellin g , p o r el contrario, establece un rígido an tag o n ism o .en tre la
in teligen cia y la razón. A q u í, n o encontram os ninguna clase de transi­
ciones n i m ediaciones dialécticas; el tránsito es, aquí, un salto que, al
darse, destruye y d eja atrás las categorías intelectivas, desde el punto
de vista de la filo s o fía lograda p o r m edio de este salto. Y Sch ellin g
expresa este antagonism o, reiteradam ente, con toda la brusquedad posible.
Para él, la intuición intelectual es alg o que está p o r encim a de toda
posible duda: " E s aquello que se presupone pura y sim plem ente y sin
ninguna d a se de requisitos, sin qtte en este sentido pueda representar
siquiera u n postulado de la filo s o fía .” 41 Y no és: tam poco, p o r ello
m ism o, susceptible de ser enseñada: "F ácilm en te se com prende que no es
algo que pueda enseñarse; p o r eso, resultan totalm ente inútiles cuantos
intentos se han hecho en la filo s o fía cien tífica p o r enseñarla, y no deben
buscarse en la ciencia rigurosa ninguna clase de guías que conduzcan

40 Der ¡unge H egel und die Próbleme der kapitaltstiscben Gesellschaft, Aufbau-
Verlag, Berlín, 1954.
41 Schelling, Op. cit., secc. I, t. IV, p. 3<Sl.
LA INTUICIÓN INTELECTUAL DE SCHELLING 117 ;

a ella, puesto que, de existir, en trañ arían necesariam ente u n a introduc­


ción anterior a la filo so fía , una exposición p revia y otras cosas p o r e l
estilo .” 42 ,
A poyándose en esto, escribe S ch e llin g sobre lo contrapuesto a la in te­
lig e n cia : " Y no puede tam poco com prenderse p o r qué la filo s o fía h a de
verse obligad a a guardar una consideración especial a la incapacidad. L o
indicado parece, m ás bien, cortar tajan tem en te todo acceso a e lla y ais­
larla p o r todas partes del saber usual, de ta l m odo que n in g ú n cam ino
o n in g ú n sendero pueda cond u cir de éste a ella. A q u í com ienza la filo ­
so fía , y qu ien no se h alle ya aquí o sienta tem o r ante esto, lo m e jo r que
pu ed e h acer es alejarse o retroced er.” 48 Y , consecuente co n su pensa­
m iento, contrasta S ch e llin g la intu ición intelectual co n todo lo que sean
conceptos, determ inándola com o sig u e: "E s te saber d eb e ser un saber
absolutam ente lib re, precisam ente p o rqu e cu alquier o tro saber es na libre,
es d ecir, un saber al que no se lleg a p o r ninguna clase de pruebas, deduc­
ciones n i m ediaciones de conceptos en g e n eral; d icho en otros térm inos
y de un m odo general, una in t u ic ió n .. . ” 44
V em o s aquí, co n la claridad de u n e je m p lo de cátedra,, cóm o el irra­
cionalism o b ro ta de la evasión filo s ó fic a an te u n p ro blem a d ialéctico cla­
ram ente planteado p o r la época. E l p ro blem a que se p lan tea p o r ig u al
a la filo s o fía de la naturaleza y a la filo s o fía de la sociedad es e l de
d erribar, cie n tífica y filo só ficam en te, las barreras d el pensam iento m éta-
físico (d e l pensam iento discursivo o in telectiv o, p ara em p lear la term i­
n o lo g ía de aquel tie m p o ), obteniend o de este m odo u n instrum ento
filo sófico-co n cep tu al, cien tíficam en te apto y p rogresivo, p ara la solución
de los grandes problem as de la época.
C om o veíam os, el p ro p io S ch e llin g lle g ó a dar pasos im portantes en
esta d irección : se rem ontó, aunque de un m odo vacilante y sin plen a
conciencia filo só fica de lo que hacía, p o r sobre el subjetivism o filo só fico
de K a n t y de F ich te ; lle g ó a situarse, p o r lo m enos vislu m bránd olo en
sus rasgos abstractos m ás generales, en el punto de vista de la dialéctica
o b jetiv a, fre n te a una serie de problem as esenciales de la filo s o fía de la
naturaleza; y reconoció y postuló la necesidad de una fo rm ació n de con ­
ceptos filo só fico s superiores a los de las categorías intelectivas. P ero
luego, el pensador huye y retrocede para refu giarse en el irracionalism o,
haciénd olo, cierto es, co n la m ism a fa lta de clara conciencia con que
antes se había sobrepuesto al su bjetivism o de la "te o ría de la cien cia” .
Y se evade ahora, cabalm ente, en el p u nto decisivo, en lo tocante al
p roblem a del tip o esencial de la nueva ciencia d e la dialéctica, d e su
relación filo só fica con el carácter contrad ictorio de los criterios in te­
lectivos.

48 Ibid. 48 Ibid., p. 362. 44 Ibid., secc. I, t. III, p. 369-


118 FUNDAMENTACIÓN DEL IRRACIONALISMO

E ste punto decisivo a que nos referim os es la concepción m ism a de la


dialéctica. Com o es natural, S ch ellin g se percata con relativa claridad de
la d iferen cia y el antagonism o entre la lógica fo rm al y la ló g ica dialéc­
tica, entre el pensam iento m etafísico y el pensam iento dialéctico. D ice ,
refirién d ose a la p rim era: "E s , p o r tanto, una doctrina totalm ente em ­
pírica, que se representa com o absolutas las leyes del entendim iento com ún
y corriente, p o r ejem p lo la d? que de dos conceptos contrapuestos entre
sí com o contradictorios sólo puede corresponder uno a cada ser, lo que es
perfectam ente cierto en la esfera de lo fin ito , pero no en e l plano de la
especulación, que arranca siem pre de la equiparación de los térm inos
contrapuestos.” 45
P o r tanto, la lógica m ism a es, para él, ,en su fo rm a anterior, algo
puram ente em pírico. P ercibe, sin em bargo — evidentem ente, b a jo la pasa­
je ra in flu en cia de H egel, con quien todavía m antenía una ín tim a co la­
boración en la época en que escribía estas reflexio n es— , una cierta
posibilidad de cohesión entre la lóg ica dialéctica y la verdadera filo so fía ,
sobre la base de la intuición intelectual. D e aquí que diga, refiriénd ose
a la lógica, en el razonam iento que antecede inm ediatam ente al pasaje
que acabamos de citar: "P a ra que ésta pudiera ser la ciencia de la form a,
algo así com o la teoría pura del arte del filo so far, ten d ría que ser lo que
más arriba d efiníam os b a jo el nom bre de dialéctica. P ero, sem ejante
ló g ica no existe. Para que fu era la exposición pura de las form as de lo
fin ito en su relación con lo absoluto, debería ser un escepticism o cien tí­
fic o ; y p o r tal no puede tenerse n i siquiera la lóg ica trascendental d e
K a n t.” m P o r tanto, lo m ás q u e Sch ellin g concede a esta lógica, com o
fu n ció n filo só fica, es la posibilid ad de preparar, m ed iante la disolúción
de las categorías intelectivas y la dem ostración del carácter contrad ictorio
inm anente a ellas, e l terreno para la intuición intelectual, p ara el salto
a la verdadera filo so fía , es decir, a la filo s o fía intuitiva.
A h ora bien, la filo s o fía m ism a tien e p oco que ver con. esta ciencia
preparatoria. D esd e este pu nto de vista, Sch ellin g es, o b jetivam en te
— com o m ás tarde veremos— , el precursor directo d e la concepción k ier-
kegaardiana de la dialéctica o, m e jo r dicho, de la negación kierkegaardiana
de la diáléctica, com o instrum ento para el conocim iento d e la rea­
lidad.
V em o s, pues, cóm o ya en e l jo v e n Sch ellin g aquel tip o de conoci­
m ien to que estaba precisam ente llam ado a ab rir el cam ino hacia la d ialéc­
tica ciérra las puertas de la dialéctica cien tífica, de la d ialéctica racional,
de la lóg ica dialéctica, del conocim iento ajustado a la razón, abriendo ai
m ism o tiem po todos los cam inos que llevan a l irracionalism o. Y en nada
contribuye esencialm ente a h acer cam biar este hecho fu nd am ental la cir-

45 íbíd., secc. I, t. V. p. 269. 48 Ibid.


LA INTUICIÓN IN TELECTUAL DE SCHELLING 119

constan cia de que el jo v en S ch e llin g no se propusiera ser todavía, ni


m ucho m enos, un irracionalista e n él sentido .actual de la palabra, ni
siquiera a la m anera de Schopenhauer o de K ierk eg aard . Pues el m undo
que la intu ición intelectual quiere ab rir ante nosotros no es, según la
concepción schellingiana de aquellos días, b a jo ningún concepto, un m un­
do enem igo de la razón, ni siquiera m etarracional. P o r el co n trario : es
precisam ente aquí donde h a de revelarse el verdadero avance y el verda­
dero desarrollo del universo en toda su racionalidad.
C laro está que, al abandonar S ch e llin g , a la entrada de su verdadero
santuario, el cam ino que p o d ía cond u cirle a sus descubrim ientos y a su
exp o sición racionales, e l cam ino de la ló g ica dialéctica, sólo te n ía ya a
su disposición las herram ientas de la ló g ica fo rm al, que — y n o de un m odo
casual, n i m ucho m enos— , m ed iante un tratam iento subjetivista y arb i­
trario de los problem as, suscitaban en él la apariencia d e este p oder g e ­
n ial de la intuición. Y n o d e ja d e s e r sig n ificativ o el im portante papel
que la an alog ía desem peña, en e l d esarrollo p ráctico de la "L ó g ic a d e la
filo s o fía ” del jo v e n S ch ellin g . Y esto es precisam ente lo q u e hace de esta
prim era fase d el irracionalism o, to d av ía muy indecisa, el p ro totip o m eto ­
d ológico de todas las etapas p o sterio res: la ló g ica fo rm al constituye siem ­
pre e l com plem ento in terio r, e l p rin cip io d e ordenación fo rm al d e los.
m ateriales' para to d o irracionalism o, el cual m uestra pretensiones supe­
riores a la d e co n v ertir toda la im agen del universo en un in fo rm e flu ir,
captado p o r una intuición p u ram ente intuitiva. Y así, este m étod o schel-
lin g ian o h abrá de determ inar el planteam iento del p roblem a ya en
Schopenhauer, com o m ás tard e en N ietzsch e y, después de él, el» cam ino
que llev ará a la "p sico lo g ía d escriptiva” d e D ilth e y , a la "co n tem p lació n
de la esencia” de la fen o m en o lo g ía, a la o n to lo g ía del existen cialism o,
etcétera.
Y esta desviación irracionalista d e Ja d ialéctica ya en lo s m ism os um ­
brales d e sus verdaderos d om inios, obedece en S ch ellin g , adem ás, a otro
m otivo q u e habrá de conservar su sig n ificad o perm anente para e l des­
arro llo d el irracion alism o : al carácter aristocrático de su te o ría del con o­
cim iento .
P ara cu alquier racionalism o filo só fic o , y esp ecialm ente para el de
la Ilu stración, que se sen tía m ás o m enos conscientem ente com o la
id e o lo g ía preparatoria de ú n a tran sform ación dem ocrática, es evidente
q u e e l conocim iento de la verdad es, p o r p rin cip io , alg o asequ ible a
cualquiera que posea las prem isas intrínsecas p ara e llo (co n o cim ien to s,
etc ) . H e g el, com o e l continu ad or d e las grand es trad icio nes cien tífica s
de la filo so fía , te n ía por no m enos evidente, a l fu n d am en tar la filo s o fía
dialéctica, la lógica dialéctica, que ésta p o d ía ser alcanzada, en p rin cip io ,
por cu alquier persona. C ierto q u e e l pensam iento d ialéctico se representa
siem pre al "sa n o sentido com ún” com o u n a p arad o ja, com o un m u nd o
120 FUNDAMENTACIÓN DEL IRRACIONALISMO
invertido, pero precisam ente p o r ello , en ten d ía H eg el, era u n deber evi­
d en te d e la nueva filo s o fía dialéctica, incluso desde el punto de vista
subjetivo, desde el punto de vista pedagógico, trazar y hacer asequible,
filo só ficam en te, e l cam ino que a e lla conduce. Y es generalm ente sabido
que era ésta, entre otras, la m eta que se pro p onía, y n o en ú ltim o tér­
m ino, la'.gran obra que p o n e rem ate al p eríod o de su juventud, la Feno­
menología del espíritu. •
■ P recisam ente p o r eso' es la Fenomenología una obra d irigid a esencial­
m ente contra Sch ellin g. Y , d e una m anera bastante destacada; contra el
aristocratism o de su teo ría del conocim iento. Sch ellin g reconoce, es cierto,
q u e " lo que en rig o r no puede aprenderse de la filo so fía , p e to sí puede
ejercitarse p o r m edio de la enseñanza, es lo que esta ciencia tien e de
arte, o lo que propiam ente se llam a d ialé ctica".47 P ero, ya sabem os que
la dialéctica, para S ch ellin g , puede representar, en el m e jo r de los casos,
una propedéutica p ara la verdadera filo so fía . S in em bargo, p o r existir
esta conexió n, aunque sólo sea negativa, queda dem ostrado p ara Schel­
lin g "q u e tam bién la dialéctica tien e un aspecto en el que no puede apren-,
derse y que descansa en la capacidad creadora, n i m ás ni m enos que lo
que, atendiendo al sign ificad o originario de la palabra, podríam os llam ar
la poesía de la filo s o fía ” .^8 _
P or tanto, en aquello que la dialéctica tien e de realm ente filo só fico
(e n lo que va m ás allá de K a n t ) , d e ja de ser susceptible de ser "ap ren ­
did a” y asequible a todos. Y h u elga decir que esta im posibilidad del cono-
ciaú cn to esencial p ara todos lo s hom bres, esta lim itación a los "e leg id o s”
p o r k gracia del nacim iento, vale en m edida todavía m ayor para la m ism a
intuición intelectual.
A l nuevo irracionalism o se incorpora, así, un m otivo gnoseológico
tom ado de la m ayoría de las concepciones religiosas d el m undo, b ajo
una fo rm a burguesa „y laica: e l conocim iento d e la divinidad se halla
reservado a los elegidos p o r D io s. E sta concepción tien e sus orígenes
en la m agia prehistórica, com o un p riv ileg io de la casta sacerdotal, d o ­
m ina en las religiones orientales, sobre todo la del brahm anism o, e im pera
tam bién, con ciertas m odificaciones, en la Edad M ed ia. C laro está que la
fu erte in flu en cia de la sociedad burguesa sobre esta corriente, desde
e l R enacim iento y la R eform a, se caracteriza p o r el hecho de que este
m otivo a que nos referim os pasa ya casi a últim o plano con Pascal, y el
propio Jaco b i, a pesar de su individualism o aristocrático, no considera
necesario hacer resaltar especialm ente el carácter aristocrático d e su intui-
cionism o, d e su "sab er inm ediato” . E s a l aparecer la filo s o fía seudo-
histórica, seudodialéctica', del períod o de la Restauración, con la réplica
reaccionaria a la filo s o fía de la Ilu stración com o concepción d el m undo

47 Ibíd., p. 267. 48 Ibid


LA INTUICIÓN INTELECTUAL DE SCHELLING 121

de la R evolución francesa, cuando el aristocratism o de la filo s o fía del


conocim iento vuelve a ocupar, filo sóficam en te, un lugar central.
E n A lem ania, esta tendencia aparece representada, ^del m odo más deci­
dido, p o r Franz von B aader. Y , en él, el carácter de la id eología de la
Restauración se acusa todavía m ás claram ente que en Sch ellin g, Baader
declara la guerra a toda la filo s o fía desde D escartes b a jo la divisa de
que es un contrasentido "em peñarse en conocer a D io s sin D io s” .49 E l co­
nocer contra la voluntad de aquel a quien se conoce es, según él, nece­
sariam ente, un conocim iento im perfecto. D e donde B aad er saca la conse­
cuencia de que el com enzar a filo s o fa r sin D io s equivale a negar a éste. La
conclusión es clara: sólo el elegido p o r D io s puede conocerle. E l conoci­
m iento filo só fico es, pues, para B aader, privilegio de la aristocracia de la
salvación, elegida p o r D io s.
E l aristocratism o del jo v en S ch e llin g no va, naturalm ente, tan allá, ni
m ucho m enos. V erem os, sin em bargo, cóm o la lóg ica inexorable de su
trayectoria le em pu ja cada vez más cerca de B aader. D esd e e l punto
de vista p o lítico y social, tam poco es todavía, en su períod o de Jen a, un
partidario fran co y abierto de la R estauración; pero hem os de ver, asi­
m ism o, cóm o la ló g ica m ism a de su desarrollo, al lle g ar a los años cua­
renta, b ajo Federico G u illerm o IV , le convierte en inspirador filo só fico
de la filo s o fía del derecho de Stah l y en el cam peón filo só fico de la
reacción rom ántica. P ero hay que d ecir que ya en Je n a se h allan sus te n ­
dencias filo só ficas aristocráticas, dirigidas contra la Ilu stración, ín tim a­
m ente entrelazadas con las corrientes p o líticas reaccionarias. Su polém ica
contra la filo s o fía intelectiva de la Ilu stración es abiertam ente antidem o­
crática, va claram ente d irigida contra esta filo s o fía en cuanto precursora
de la revolución. " E l erig ir a la in telig en cia en árbitro de la razón con ­
duce necesariam ente a la oclocracia e n el cam po de las ciencias y, con
ella, fard e o tem prano, a la rebelió n gen eral de la p leb e.” 50 L a filo so fía
debe levantar su veto aristocrático contra este p elig ro. " S i algo puede
op on er u n dique al río que am enaza con desbordarse y que confund e
cada vez m ás v isiblem ente lo m ás alto con lo más b a jo , desde que tam ­
bién la p leb e com ienza a escribir y cu alquier plebeyo se arroga el derecho
a fig u rar en el rango de lo s enju iciad ores, es la filo s o fía , q u e tien e por
divisa natural la frase del clásico : Odi profanum vulgus et arceo.” 31 Los
fundam entos de este sesgo absolutam ente reaccionario se encuentran ya,
p o r tanto, en el jo v en S ch ellin g . •
Y estas tendencias de la filo s o fía schellingiana de la p rim era época
aparecen exaltadas todavía más p o r el m odo com o este pensador — p o r
oposición a G oeth e— ancla filo só ficam e n te en el sistem a y en el m étodo

49 Cit. de J. E. Erdmahn, Versuch e'mer wissenschafllicben Darstellung der Ge-


schichte der neueren Philosqphie, Stuttgart, 1831-32, secc. III, t. III, pp. 298 s. y 304.
50 Schelling, Op. cit., secc. I, t. V, p. 259- 51 Ibíd., p. 261.
122 FUNDAMENTACIÓN DEL IRRACIONALISMO

el criterio de la intuición intelectual. E l carácter declarativo de la filo ­


so fía de S ch ellin g y el m odo brusco y a saltos com o se aparta d e todo lo
que sean conceptos, no perm ite hablar de una fundam entación filo sófica,
en este autor. G o eth e con cebía el p roblem a planteado p o r la Crítica del
juicio, el problem a de la nueva articulación de lo general y lo particular
por sobre lo puram ente intelectivo, com o una tarea práctica de la inves­
tigación de la m ateria filo só ficam en te esclarecida. G o eth e estableció

— com o dialéctico espontáneo que era—- una serie de conexiones de la rea­
lidad de este tipo, o com enzó, por lo m enos, a tantearlas, a base de vislum ­
bres, en sus investigaciones sobre la naturaleza. Y ello le p erm itió lan ­
zarse con la conciencia tran qu ila a la "av en tu ra de la razón” . P ara H egel,
se derivaban de la dialéctica de las categorías del entendim iento, que él
llam a determ inaciones de la re flex ió n , aquellas transiciones lógicas con­
cretas que p o d ían conducir a la solución de este problem a. Y , en este
punto, es im portante hacer notar que, en G o eth e espontáneam ente y en
H egel con plena conciencia de ello , las contradicciones dialécticas que
así surgen nada tien en que v *r ya con la contraposición kantiana entre el
conocim iento discursivo y el conocim iento intuitivo, expresiones que ya
no desem peñan papel alguno en la term in olog ía h egelian a de la época
de la m adurez de este filó so fo .
N o así en Sch ellin g. Éste acepta sin. ninguna clase de crítica la con ­
traposición kantiana de lo "d iscu rsiv o” y lo "in tu itiv o ” y sólo va m ás allá
de K a n t, en este punto, por cuanto que afirm a, p o r lo m enos para los
elegidos, para los genios filo só fico s, la posibilid ad d e que la conciencia
hum ana realice el conocim iento intuitivo. Y , desde esta p osición, se ve
obligad o a o frecer una dem ostración cualquiera d e la posibilid ad de rea-
'liz a r la intuición intelectual para la conciencia hum ana. E sta dem ostra­
ción consiste, esencialm ente, en p o n er de m an ifiesto un com portam iento
hum ano que incuestionablem ente existe y fu n cio n a creadoram ente, en el
que se da, sustraído supuestam ente a toda duda, ese conocim iento intu i­
tivo. E ste com portam iento es, según S ch ellin g , e l com portam iento esté­
tico. L a capacidad que aquí se revela y la estructura fu je to -o b je to que
aquí se pone d e m an ifiesto sum inistran, según él, la prueba d e que el
su jeto hum ano puede poseer realm éhte las cualidades necesarias para
la razón intuitiva.
E n cuanto a K a n t, éste no recurre a la estética para la solución de las
nuevas dificu ltad es planteadas p o r la teo ría d el cono cim iento ; la Crítica
del juicio h a d ejad o ya m uy atrás to d a la esfera de lo estético, a l surgir
este problem a, y K a n t no piensa tam poco en ap elar retrospectivam ente
e l com portam iento estético para la solución de tal problem a. Y
este retrai­
m iento de K a n t nace, evidentem ente, de que n o ve en el com portam iento
estético del hom bre el cam ino p ara e l conocim iento de la realidad o b je ­
tiva, al paso que Sch ellin g puede convertir esta actitud en "o rg a n o n ” del
LA IN TU ICIÓN INTELECTUAL DE SCHELLING 123

conocim iento del universo porque, para él, la esencia del arte es la cap­
tación y la revelación del cosm os de las cosas en sí y porque, p o r consi­
guiente, en su m odo de ver — aunque b a jo una fo rm a idealizada y m is­
tificad a— , el arte es concebido com o el re fle jo de" la realidad ob jetiv a
del m undo de las cosas, tal y com o éstas son.
F ich te, en cam bio, se re fiere ya de pasada a esta conexió n. E n e l Sis­
tema de la teoría de ¡as costumbres, habla de las relaciones en tre la
concepción trascendental y la concepción estética d el m undo, que deter­
m ina en el sentido de que el arte "rep resen ta e l pu nto de vista trascen­
dental con respecto al usual y corriente. L o que al filó s o fo le cuesta
esfuerzo adquirir, lo posee el esp íritu dotado del sentido de la b e l le z a .. .
sin necesidad de pararse a pensar en e llo ” .52 N o sabemos si Sch ellin g se
vería estim ulado o no p o r esta fo rm u lación de F ich te, escrita todavía
en la época de la íntim a colaboración entre am bos; lo cierto .es que, en lo
tocante a la conexión entre la estética y la filo s o fía — basada en la in tu i­
ción intelectual— lleg a bastante m ás allá que F ich te. E n el Sistema del
idealismo trascendental encontram os com o títu lo del ú ltim o capítu lo de la
obra éste: "D ed u cció n de un órgano de la filo s o fía ” , que es precisam ente
lo que a S ch ellin g le interesa, aquí, dem ostrar. D ed u cció n que Sch ellin g
fo rm u la, consisam ente, en los siguientes térm inos: "T o d a la filo s o fía
parte y tiene necesariam ente que p artir de un princip io que, siendo el
principio absoluto, es tam bién, al m ism o tiem po, e l p rin cip io sen cilla­
m ente idéntico. Y lo absolutam ente sim ple e idéntico n o puede concebirse
o com unicarse p o r m edio de la descripción ni, en gen eral, p o r m edio
de conceptos. Sólo puede sencillam ente, intuirse. Y esta in tu ición es el
órgano de toda la filo so fía . P ero esta intuición, q u e n o es una intuición
sensible, sino intelectual y que no tien e p o r o b je to lo o b je tiv o o lo subjetivo,
sin o lo absolutam ente idéntico, que n o es de p o r sí n i alg o su bjetivo ni
algo o b jetiv o, es de p o r sí una intuición in terio r, que sólo puede lle g a r a
ser ob jetiv a, no p o r sí m ism a, sino a través de una segunda intuición.
E sta segunda intuición es la intu ición estética.” 53 D eterm in ación que
viene a esclarecer e l p rin cip io gen eral de S ch e llin g : "E s ta objetividad
general de la intuición intelectual, generalm ente reconocida y que no
puede descartarse por m ed io de ninguna negación, es el arte m ism o. Pues
la intuición estética es, cabalm ente, la intuición intelectual o b jetiv ad a.” 54
D e este m odo, se conv ierte el arte, e l m odo de com portarse del g en io
creador, en el "o rg a n o n ” de la filo s o fía : la estética es el centro del m étodo
filo só fico , la descubridora de los verdaderos secretos del cosm os, del m un­
do de las cosas en sí. " S i la intuición estética sólo es la intu ición intelectual
o b jetivad a, se com prende de p o r sí que el arte es el órgano y el docu­

52 Fichte, Op. cit., t. II, p. 747. Fichte emplea la palabra "usual” (gemein)
en el sentido de "general”.
53 Schelling, Op. cit., secc. I, t. III, p. 625. 54 lbid. - ■
124 FUNDAMENTACIÓN DEL IRRACIONAUSMO

m entó único, verdadero y a l m ism o tiem po eterno de la filo so fía , que


nos dice siem pre y constantem ente, úna y otra vez, lo que la filo s o fía no
puede lle g ar a exponer exteriorm ente, es decir, lo que hay de inconsciente
en la conducta y en la creación y su originaria identidad con lo consciente.
E l arte es lo más alto para el filó so fo , porque abre, ante sus o jo s, por
así decirlo, el sagrario en el que arde, fu nd id o com o una llam a perenne
y originaria, lo que vive p o r séparado en la naturaleza y en la historia,
lo que eternam ente se esfum ará en la vida y en la conducta. L a idea
que el filó so fo se fo rm a artificialm en te de la naturaleza es, para el arte,
la idea originaria y natu ral.” 65
Fácilm en te se com prende que este entronque, más aún, esta id e n tifi­
cación de la intuición estética y la intelectual tien e necesariam ente que
reforzar las tendencias ya expuestas de S ch ellin g hacia el aristocratism o,
en punto a la teo ría del conocim iento. Y estas posiciones aristocráticas
aparecen todavía más acusadas y cobran un carácter m ás abiertam ente reac­
cionario en la filo s o fía de Schopenhauer que en la del jo v e n Schelling.
M ás adelante, verem os cóm o esta tendencia se acentúa todav ía m ás en
N ietzsche y en los filó so fo s del períod o im perialista que se h allan b a jo
su in flu en cia. C laro está que, para com prender íntegram ente la posición
de S ch ellin g — que, por aquel entonces, aún no hallaba adscrito de lleno al
cam po de la reacción— , no debem os perder de vista que en su estética
se contiene tam bién cierta tend encia al objetivism o, uña variante m isti­
ficad a y m istificad ora de la concepción del arte com o r e fle jo de la realidad
o b jetiv a y, p o r consiguiente, d e la tendencia a arm onizar la verdad y la
b elleza: aspiraciones éstas que d istinguen nítid am en te la lín ea fu nd a­
m ental de su estética de la de Schopenhauer, y no digam os de la que h a de
prevalecer en el períod o im perialista.
P o r muy m ística que sea esta fundam entación schellingiana de la o b je ­
tividad del arte — y ya hem os dicho cóm o, en este p eríod o, y especial­
m ente en la estética, se rem ite constantem ente a la teo ría p latón ica de las
ideas— , p o r m ucho que apele a D io s y deduzca en su nom bre la o b je ­
tividad del arte, la identidad de la verdad y la belleza, se percibe en
ella, sin em bargo, la tendencia hacia la te o ría del r e fle jo , y n o sólo
se percibe, sino que esta tend encia ocupa, incluso, el centro d e su fu n ­
dam entación de la estética, y e llo h ace que Sch ellin g se rem onte en este
punto, realm ente, p o r sobre el idealism o subjetivo de K a n t y Fichte.
H e aquí lo que d ice S ch e llin g : "La verdadera construcción d el arte es la
exposición d e sus formas como formas d e las cosas tal y como éstas son
en sí o en lo absoluto . . . D e aq u í que las fo rm as del arte, p o r ser las
form as de cosas b ellas, sean las fo rm as de las cosas tal y com o éstas son
en D io s o en sí m ism as, y com o to d a construcción es la exposición d e las *

*5 lbid., pp. 627 s.


LA IN TU ICIÓN IN TELECTU AL DE SCHELLING 125

cosas en lo absoluto, la construcción del arte es, en particu lar, la exposición


de sus form as com o las form as de las cosas en lo a b so lu to . . . C o n está
proposición, se p erfeccio n a la construcción de la idea g e n e r a l del arte. E l
arte es, e n .é fe c tó , la representación real de las form as de las cosas tal y
com o éstas son en sí, es decir, de las form as de las im ágenes p rim i­
g en ias.” 56
E sta concepción m ístico-p lató n ica del r e fle jo en el arte de las cosas en
sí h abrá de ten'er, ciertam ente, consecuencias en extrem o im portantes para
toda la filo s o fía del jo v en S ch ellin g . N o es p o sible e lim in ar de ella
la m istificació n , p ara penetrar en el m eollo racion al; la trabazón entre la
m ística y la tendencia al conocim iento real es m ás estrecha aquí que
en la Lógica de H e g el. Y , sobre, todo, de la tesis con la que S ch ellin g
cree h ab er descubierto, p o r fin , e l "o rg a n o n ” de la filo s o fía , se deriva
para él, según vem os en sus propias palabras, el "m éto d o ” de la "c o n s­
tru cció n” d el universo, es decir, e l m étodo de la trabazón arbitraria de
fenóm enos heterogéneos p o r-m ed io de sim ples analogías. C ierto que este
m étodo se advierte en S ch e llin g ya desde el prim er m om en to, p ero el
descubrim iento del arte com o "o rg a n o n ” de la filo s o fía lle v a a la exal­
tación, a la generalización de este m étodo y a su to tal an quilosam iento.
T am b ié n en esto es Sch ellin g n n precu rsor d el irracionalism o po sterior. L a
intuición, en cuanto "o rg a n o n ” d e la filo s o fía , só lo pu ed e fu n cio n ar y
proyectar ante nosotros una seudoim agen in trín seca d el universo siem pre
y cuando que la arbitrariedad e n la trabazón d e lo s o b je to s adquiera, en
ella, e l rango de u n a base "m eto d o ló g ica” .
L a construcción m etod ológica, aquí esbozada, d e la filo s o fía , a base de
este "o rg a n o n ” , com o fu nd am ento y g aran tía d e la in stitu ción intelectual,
h ab ría d e ser fa ta l p ara la trayectoria d e S ch ellin g . M ien tras este "o rg a ­
n on ” fu ese la estética, p o d ría m antenerse e n p ie d e algú n m odo aquella
dualidad g en eral d e su idealism o o b je tiv o , aquellas vacilacion es y o scila­
cion es en tre u n panteísm o, que trasluce inclu so rasgos m aterialistas, y
un m isticism o im pregnado d e D io s ; y e l m ism o nom bre de D io s p o d ía
oscilar, tornasoladam ente, en tre e l sen tid o q u e le dan Un G io rd an o B ru n o
o u n Spinoza y e l q u e -tie n e p a ta la re lig ió n y la m ística. A l fin y a l f
cabo, e l arte versa, n i m ás n i m enos q u e la filo s o fía d e la natu raleza,?
en to m o a los o b je to s y la ob jetiv id ad d el m u nd o real, y aunque su co n ­
cepció n filo só fica o estética d egenere co n frecu en cia e n construcciones
arbitrarias, no cabe duda d e q u e la o rien tación se proyectaba — p o r lo
m enos, parcialm en te— hacia la m ism a realidad o b jetiv a.

®* iota., secc. l, t. V, pp. 386 s.


126 FUNDAMENTACIÓN DEL IRRACIONALISIMO

III

La filosofía posterior de Schelling

P ero esta dualidad de sentido, que necesariamente lleva en su entraña


todo idealismo objetivo, termina inmediatamente tan pronto como sé
produce un desplazamiento en la concepción del "organon” . Y con ella
desaparecen también todas las tendencias relativa y deformadamente pro­
gresivas de Schelling, todos los rastros de su "sincero pensamiento ju­
venil.”
Y esto, ocurrió casi jnmediatamente después de su marcha de Jena y de
su traslado a Würzburgo ( 1 8 0 3 ) , al perder Schelling el contacto directo
de su trato con Goethe y Hegel y cuando comenzaron a influir directa­
mente en él sus discípulos y.partidarios, abiertamente reaccionarios en su
mayoría. Poco después, veía la luz su obra titulada Filosofía y religión
( 1 8 0 4 ) , que marca el cambio <de rumbo manifiesto de su carrera de pen­
sador y abre su segundo' período, inequívocamente reaccionario. El nuevo
sesgo consiste "sencillamente” en que, a partir de ahora, el "organon”
de la filosofía no es ya el arte, sino la religión.
El motivo inmediato de este cambio fue puramente externo, y hasta
podríamos decir que de orden subalterno. Un discípulo de Schelling de
segundo rango, llamado C. A. Eschenmayer, escribió un Iibrito que de«por
sí carecía de toda importancia ( La filosofía y su tránsito a la no-filosofía,
era su títu lo), en el que exponía con un gran respeto los problemas de la
dualidad’ contenida en la filosofía juvenil del maestro, pero criticándolos
resueltamente, desde el punto de vista derechista. Eschenmayer acepta ín­
tegramente el esquema del conocimiento trazado por Schelling, el camino
hacia la intuición intelectual, como resultado de la dialéctica de las de­
terminaciones intelectivas. Sus dudas, sus reparos críticos, comienzan allí
donde aparece el campo de la realidad que ha de conquistarse por medio
de la intuición intelectual. La dualidad de Schelling reside, como hemos
visto, en que, de una parte, pretende "depurar” el "organon” de la
filosofía dé’ toda conceptualidad, de todo rastro de reflexión, de enten­
dimiento, mientras que, de otra parte, trata de estatuir este campo como
un campo del conocimiento.. Eschenmayer lleva consecuentemente hasta el
final, simplista radicalismo, el método de Hegel. "H asta donde lle­
ga el conocimiento — dice— llega también, por tanto, la especulación,
y el conocimiento sólo acaba en lo absoluto, allí donde se identifica
con lo conocido, y éste es también, al mismo tiempo, el punto en que
culmina la especulación. Por consiguiente, lo que cae más allá de este
punto no puede ser ya un conocimiento, sino una intuición o una plegaria.
Lo que se halla por encima de todas las representaciones, de todos los
LA FILOSOFÍA POSTERIOR DE SCHELLING 127

conceptos, de todas las ideas, más allá de toda especulación, es precisa­


mente lo que retiene la plegaria, a saber: la divinidad, y esta potencia
es lo santo, que se halla infinitamente por encima de lo eterno.” 57
Por muy primitivo que sea el razonamiento de Eschenmayer, no cabe
duda de que saca todas las consecuencias contenidas en la extraconceptuali-
dad de la especulación schellingiana: si la especulación, la dialéctica, no
es otra cosa que el preludio, el punto de partida para la intuición inte­
lectual y Se acaba en ella, es evidente que el conocimiento se cancela aquí
a sí mismo, se quita de en medio, para pasar al reino del más allá, de la
fe, de la plegaria, de la oración: la filosofía sólo es, por tanto, el tránsito
a la "no-filosofía” . Y con ello se rompen todos los enlaces de la especula­
ción con los sistemas inmanentes del universo del tipo de Giordano Bru­
no o de Spinoza: la intuición intelectual deja de ser el modo de conocer
del más acá — por muy mistificado que se presente— , para convertirse
en un salto hacia el más allá.
Más adelante, dice Eschenmayer: "Si es verdad que todas las antí­
tesis de la esfera del conocimiento se superan en la identidad absoluta, no
es menos cierto que no cabe sobreponerse a la antítesis fundamental entre
el más acá y el más allá. . . El más acá es la fuerza de atracción de la
voluntad, encadenada.en el conocimiento a lo f in ito .. . El más allá, por
el contrario, encierra la libertad de todas las tendencias y la vida genial
de la inmortalidad.” 58 N o importa que el discípulo se esfuerce por
retener la terminología filosófica de la primera época del maestro: el
criterio formulado aquí por él es el de la capitulación incondicional del
pensamiento ante la religión.
En el terreno polémico, no tropieza Schelling con dificultades para re­
futar las simplistas y primitivas argumentaciones de Eschenmayer y de­
fender — externamente— sus primeras posiciones. Pero esta pirotecnia
polémica no alcanza a encubrir, en modo alguno, en cuanto a la esencia
filosófica del problema, la realidad de que se bate completamente en
retirada/
Aunque asegure una y otra vez que se limita a defender contra
falsas interpretaciones sus puntos de vista anteriores, lo cierto es que,
en los problemas esenciales de la filosofía, adopta posiciones nuevas o
cambia el acento y el sentido de las cosas de tal modo, que desaparece en
él la tornasolada dualidad de su filosofía juvenil de la naturaleza y el
idealismo objetivo contenido en ella, para dejar paso al repliegue sobre
la filosofía reaciónaria franca y abierta de la Restauración.
Y esta trayectoria seguida por Schelling es tan característica de él, y
tan importante para su evolución posterior el cambio de rumbo aquí ope­

57 C. A. Eschenmayer, Die Philosophie in ihrem Uebergang zur Nichtphiloso­


phie, Erlangen, 1803, p. 25. 6S Ibid., p. 54.
128 FUNDAMENTACIÓN DEL IRRACIONALISIMO

rado — como más adelante veremos, en esta" obrilla se contienen ya, por lo
menos en .germen, casi todos los aspectos esenciales de su "filosofía po­
sitiva” de una época posterior— , que merece la pena detenerse algo más
en detalle en el examen de los problemas planteados aquí.
Por lo que se refiere al modo como se opera la trayectoria de Schelling
ya hemos indicado que, tanto al desprenderse del idealismo subjetivo dé
Fichte como al pasar al idealismo objetivo, lo hace de un modo parecido,
sin conciencia de ello. Hegel caracteriza este modo de ser peculiar de la
trayectoria schellingiana cuando dice que Schelling "se ha desarrollado
filosóficamente ante el público” y que su obra "no contiene una serie
de las partes elaboradas de la filosofía, unas tras otras, sino una suce­
sión de sus fases de»desarrollo” .59 Pero, aunque ésta es una descripción
plástica del modo como aparecieron las obras de Schelling, no se contiene
en élla, a pesar de la condena tácitamente encerrada de la descripción,
uña crítica real en cuanto a la modalidad de la trayectoria de este
filósofo.
Modalidad que no consiste Solamente en el cambio espontáneo, no pocás
veces inconsciente, de las concepciones, sino en el hecho de que Schelling
siga empeñándose en sostener la unidad — puramente imaginaria y ficti­
cia— • de su filosofía, aun después de haber abandonado de largo tiempo
atrás sus concepciones anteriores, y hasta de haberlas invertido. Y si, en
su juventud, al pasar del idealismo subjetivo al objetivo, todavía podía
concedérsele cierta bono, fides, a partir de ahora esta "falta de concien­
cia” de ló que hace se convierte ya en una vana demagogia.
Detengámonos, ante todo, a examinar los problemas dé fondo más im­
portantes que ^chelling estudia en su obra Filosofía y religión. N os encon­
tramos aquí, ante todo, por debajo de todas las manifestaciones polémi­
cas contra las ''falsas interpretaciones” de su pensamiento por parte de
Eschenmayer, con un claro desdoblamiento de la filosofía de Schelling,
en el que se dibujan ya nítidamente los primeros trazos de la que más
tarde habrá de ser su división entre la filosofía negativa y la positiva. Par­
tiendo de lo absoluto y dé su tipo adecuado de conocimiento, llega a la
siguiente conclusión: "D e aquí también que el propósito de la filosofía,
en lo tocante al hombre, no consista tanto en darle algo como en apar­
tarle con la mayor pureza posible de todos los elementos fortuitos de que
le rodean el cuerpo, el mundo de los fenómenos y la vida de los sentidos,
para hacerlo remontarse de nuevo a lo originario. Y de aquí, asimismo,
que toda inducción a la filosofía, anterior a aquel conocimiento, sólo pue­
da ser negativa, en cuanto que pone de manifiesto la nulidad de todas las-
antítesis finitas, llevando al alma, indirectamente, a la intuición de lo
infinito. Y , entonces, al llegar a ésta, ella misma se encarga de abandonar50

50 Hegel, Op. cit., t. XV, p. <547.


LA FILOSOFÍA POSTERIOR DE SCHELLING 129

aquellas andaderas dé la descripción puram ente negativa d e lo absoluto*


desprendiéndose de ellas, tan p ro n to com o ya no las necesita.” ®*
C ualquiera puede ver hasta qué p u nto esta concepción d el conocim iento
•— a pesar de la peculiaridad, ya m ás arriba analizada, de la dialéctica
schellingiana, de su desviación hacia lo irracional en el punto decisivo—
se a le ja de la de su períod o ju v en il y cuán cerca se h alla y del desdobla­
m ien to preconizado p o r su d iscípu lo Eschenm ayer entre filo s o fía y no-
filo so fía , y com o aquí se em plea, incluso, e l térm ino de lo negativo para
designar la fase in fe rio r del conocim iento. C ierto es que entre Eschenm a-
yer y Sch ellin g subsiste, a pesar de todo, la d iferencia de que éste sigue
insistiendo — e insistirá hasta el fin a l d e su pensam iento— en concebir
su " filo s o fía positiva” com o conocim iento, lo q u e qüiere decir qufe no lléga
a negar n u n ca ,. en su gnoseología, fo rm alm ente, el carácter d e con o ci­
m iento de esta esfera positiva. Y ya verem os cóm o es precisam ente aquí
donde se encuentran las notas , de . transición de todo el irracionalism o
schellingiano, que explican p o r qué estaba, llam ada a ser tan fu gaz la in ­
fluencia de su períod o posterior.
Esta n ítid a y tajan te división trae com o consecuencia, ante todo, e l que
S ch ellin g , en estricta contraposición con su p eríod o d e juventud, n o con­
ciba ya lo absoluto, el o b je to de la in tu ición intelectual, com o e l cosm os
d e las cosas en sí, aunque tam bién éste fu ese considerado p o r él, entonces,
com o el m undo platónico de las ideas, sino com o' alg o que sólo p odía
captarse de un m odo inm ediato, com o alg o puram ente sim ple. D e aquí
que rechace, para e ste m undo, toda p o sib ilid a d .d e exp licación o descrip­
ción, y d ig a: "S ó lo lo com p lejo es susceptible de ser conocid o p o r m ed io
de la descripción; lo sim ple, en cam bio, tien e que ser intuid o.” 61 Y , ¿n
otro lugar, niega tam bién a este cono cim iento la con exió n d e lo gen eral
co n lo particular, es decir, precisam ente la p o sibilid ad d el p roblem a para
cuya solución se h ab ía descubierto en su día, com o hem os visto, la intu i­
ció n intelectual. H e aquí lo que ahora dice acerca de e sto : " E l universo
absoluto en su totalidad, con todas las gradaciones de los seres, se reduce
a la unidad absoluta de D io s y, p o r tanto, en aquél no existe nada verda­
deram ente particu lar.” 02 D e este m odo, e l conocim iento del m undo, que
originariam en te ten ía un carácter filo só fico -n atu ral, va deslizándose ahora
hacia un conocim iento d e D io s puram ente m ístico.
Se consum a, así, la ruptura de S ch e llin g con el panteísm o, siem pre un
tanto dualista, ciertam ente, del períod o de su juventud. M ien tras que an ­
tes se esforzaba p o r interp retar de un m odo dinám ico-dialéctico, en un
sentido histórico, e l princip io spinozista del Deus sive natura, ahora
estatuye entre lo absoluto y lo real, entre D io s y el m undo, una brusca e

00 Schelling, Op. cit., secc. I, t. VI, pp. 26 s.


C1 Ibíd., p. 26. 82 Ibid., p. 35.
130 FUNDAMENTACIÓN DEL IRRACIONALISIMO

insalvable dualidad, que sólo puede superarse por medio de un salto: "En
una palabra, entre lo absoluto y lo real no existe ninguna transición cons­
tante; el origen del mundo de los sentidos sólo puede concebirse como una
completa ruptura con lo absoluto, a través de un salto.” 63 Muy signifi­
cativamente, vemos cómo la especulación schellingiana cae aquí, inmedia­
tamente, en los derroteros de lo totalmente místico, el representarse él ori­
gen del mundo de los sentidos, no ya como un proceso de desarrollo, ni
siquiera como una creación, sino como una "ruptura” con Dios. De por
sí, esto podría ser para nosotros tan indiferente como para Lenin lo era
la diferencia entre un diablo rojo y otro amarillo, si esta concepción de
Schelling no envolviera, al mismo tiempo, una brusca ruptura con la idea
dél desarrollo de 1* filosofía de la naturaleza. A l final de este estudio a
que nos estamos refiriendo, niega el autor el desarrollo del hombre desde
la animalidad hasta la humanidad, el gran vislumbre dialéctico de Goethe
y de Hegel, que había desempeñado un papel decisivo en los comienzos
de la filosofía de la naturaleza, en la "Odisea del Espíritu” . Así como el
mundo todo nace, según él *—en una concepción místico-grotesca— de la
"ruptura” con Dios, vemos que, ahora, según Schelling, "los más remotos
y oscuros confines de la historia conocida revelan ya una cultura que ha
descendido de su altura anterior, los restos ya desfigurados de una cien­
cia pasada, símbolos cuyo sentido parece perdido de largo tiempo atrás” .01
Y ?1 mito de la edad de oro se exhibe como una prueba de esta línea
descendente, antievolucionista, de la historia de la humanidad.
Veamos, pues, en qué problemas filosóficos tan decisivos rompe Schel­
ling con el período de su juventud y cuán enérgicamente lo que al prin­
cipio sólo era, en cierto modo, el irracionalismo puramente metodológico
de la intuición intelectual va convirtiéndose en la concepción intrínseca
del universo de la mística irracionalista. Y este cambio de rumbo se ma­
nifiesta también en el hecho de que, mientras que en el período de Jena
y el anterior a él, la filosofía de la naturaleza ocupaba el lugar central
del pensamiento de Schelling y todos los demás campos de la filosofía,
con excepción de la estética, se trataban — por así decirlo— como com­
plementos sistemáticos; el estudio de los problemas de la naturaleza que-
dgi totalmente relegado ahora a último plano, reduciéndose también los
problemas estéticos á un .lugar puramente episódico y convirtiéndose
la interpretación irracionalista del mito y la religión en centro de todo el
pensamiento schellingiano.
Habrán- de pasar, sin embargo, casi treinta años antes de que Schelling
presente, por lo menos en. sus cursos universitarios, toda su nueva filoso­
fía, ;-la filosofía positiva, como la filosofía oficial de la reacción prusiana
romantizante agrupada en torno, a la figura de Federico Guillermo IV, an­

i 'b'd.. pp. 58 i-. - 01 Ibíd., p: 58.


LA FILOSOFÍA POSTERIOR DE SCHELLING 131

tes de que se considere a este filósofo como el San Jorge llamado a abatir
al dragón de la filosofía hegeliana, principalmente la de su ala izquierda
radical.
Y si nos detenemos a recapitular, por lo menos en sus rasgos funda­
mentales, esta etapa de treinta años, en una breve consideración intermedia,
no lo hacemos tanto porque nos interesen las fases de la trayectoria inte­
rior seguida por la misma filosofía schellingiana como con vistas al cam­
bio operado en la situación objetiva de Alemania y al consiguiente cambio
operado en los frentes de lucha entre las diferentes tendencias filosóficas.
D e una parte, ya exponíamos hace poco cómo el cambio de rumbo deci­
sivo en cuanto a la meta, el contenido y el método de la filosofía de
Schelling se operó ya en 1804, razón por la cual tanto los principios
fundamentales permanentes como los cambios socialmente condicionados
pueden comprenderse sin esfuerzo a base de la mudanza histórica de los
tiempos, sin necesidad de entrar a analizar las etapas intermedias. Y , de
otra parte, el Schelling de la época posterior, que había desaparecido total­
mente durante décadas enteras, sin desempeñar apenas ningún papel en el
desarrollo de la filosofía alemana, debe el lugar central que llega a ocupar
en las luchas filosóficas — aunque sólo de un modo episódico y transito­
rio, cierto es— precisamente al cambio producido en el desarrollo social
objetivo de Alemania.
La obra de Schelling que lleva por título Filosofía y religión vio la luz
antes de que Hegel terminase de escribir su Fenomenología d el espíritu.
Y no cabe duda de que los ataques que en este libro se dirigen a la
intuición intelectual se refieren también a esta nueva fase de ella, prin­
cipalmente a la conexión de lo "simple” con el concepto de lo absoluto,
aunque fundamentalmente, claro está, a la concepción general de la
intuición intelectual y al método de la construcción basado en la analogía,
derivado de ella. Hegel se manifiesta con mucha fuerza, aquí, contra "la
monotonía y la generalidad abstracta” de lo absoluto, contra "el abismo
del vacío que — en Schelling— se ahre ante la indagación especulativa” ; es
ésta — dice— "la n o c h e .. . en q u e .. . todos los gatos son pardos” . Y
reprocha a Schelling, principalmente, el que, según su modo de concebir,
"el sentirse descontento en ella {e s decir, en esta monotonía de lo abso­
luto, G. L .} revela la incapacidad para situarse en el punto de vista ab­
soluto y mantenerse en él” .C5
Se ve claramente aquí que la lucha de Hegel contra Schelling era la
lucha entre el desarrollo de la dialéctica y la evasión de ella, la huida
hacia el irracionalismo. Hegel plantea este problema, además, bajo una
forma histórica. La Fenomenología del espíritu parte del hecho de que
el .»hundo ha entrado en un nuevo período. En mi libro sobre Hegel, he65

65 Hegel, Op. cit., t. II, p. 13 r.


132 FUNDAMENTACIÓN DEL IRRACIONALISMO

puesto de relieve que lo nuevo, para él, residía en la R evolución fran ce­
sa y en los, cam bios producidos en Europa por las guerras napoleónicas, en
la liquid ación de las supervivencias feudales, sobre to d o en A lem an ia. Se­
g ú n e l m odo de H eg el, este alg o nuevo se m an ifiesta necesariam ente, de
m om ento, en un p lan o abstracto. Y , vista la cosa así, " l a p rim era m an i­
festación d el m undo nuevo es, al p rin cip io , la d e la totalid ad envuelta
e n su sencillez, o su fu nd am ento gen eral” . D e aquí q u e parezca, á l p rin ­
cip io , "co m o si fu era p atrim onio esotérico de unos cuantos individuos so­
lam en te’’. S in em bargo, es incum bencia histórica d e la filosofía el lle g a r
a cono cer lo nuevo e n su p ro p ia m ovilidad, en su determ inabilidad b a jo
todos los aspectos, es decir, d e una m anera concretam ente d ialéctica:
"S ó lo lo p erfectam en te, determ inado es, al m ism o tiem po, esotérico, com ­
prensible y susceptible de lleg ar a ser aprendido y de conv ertirse en p atri­
m o nio d e todos. L a fo rm a com prensible de la ciencia es el cam ino hacia
ella o frecid o a todos e igual p ara todos, y el lleg ar p o r m edio d el enten­
d im iento al saber racional constituye el postulado ju sto de la conciencia
que se sitúa ante la ciencia.” et L a po lém ica de H e g el contra la teoría ,
aristocrática del conocim iento de Sch ellin g — íntim am ente vinculadas con
su cam bio de rum bo hacia el irracionalism o— es, p o r tanto, algo tan in ­
separable d el p roblem a del m étod o concreto y cie n tífico o del m étodo
abstracto e irracionalista com o de la antítesis entre la perspectiva histórico-
social de am bos pensadores en la g ran crisis social de su época, del pro­
blema' de si, en esta crisis, se o rien tan hacia adelante, hacia la liqu id ación
d e la* supervivencias feud ales o , p o r e l contrario, h acia atrás, h a d a la
restauración.
H a b ía sonado,, pues, la h o ra d e la p rim era g ran b atalla en tre la d ialéc­
tica idealista o b je tiv a y e l irracionalism o. Y e n e lla salió derrotada la fo r ­
m a sch ellin gian a d el irracionalism o, tan to l a prim era, dualista todav ía y
enlazad a co n e l m étodo d el d esarrollo histórico en la filo s o fía d e la na­
turaleza, com o la & gu nd a, ya abiertam ente religiosa y m ística: la fo rm a
h egelian a de la dialéctica com ienza ah ora a ocupar su p o sición pred om i­
nante. S ó lo d e un m o d o gradual, ciertam ente, y n o sin su frir m o d ifica­
ciones harto esenciales. A q u ella enérgica perspectiva d e avance del jo v en
H eg el, q u e apuntaba hacia el fu tu ro y v e ía e n e l presen te e l alborear de
un nuevo períod o de la historia hum ana, cae tam bién e n crisis co n e l de­
rrocam iento de N ap o leó n y co n la instauración de la Santa A lian za. L a
filo s o fía de la h istoria d el H e g el d el p erío d o p o sterio r es u n a filo s o fía
resignada, m ucho m ás propensa a las com ponendas, que lo h a b ía sido
la de la Fenomenología del espíritu.*1 E l presen te ya n o es considerado
com o un com ienzo, sino com o e l fin a l d e un gran períod o de d esarrollo;

68 Ibíd., pp. 11 s.
67 Cfr. acerca de esto, G. Lukács. Der junge Hegel, Berlín, 1954, pp. 520«.
LA FILOSOFÍA POSTERIOR . DE SCHELLING 133

iá filosofía ya no mira hacia adelante, sino hacia atrás, hacia el pasado; el


futuro deja de determinar, para ella, el presente y su concepción filo­
sófica. La filosofía no tiene ya el deber de "saludar .y reconocer” la nueva
oclusión del espíritu, sino que aparece ya como "el buho d e. Minerva” ,
que sólo puede airar el vuelo en las primeras sombras de la noche.*8
En estas páginas, dedicadas a investigar la historia del irrácionalismo,
no es posible detenerse a exponer las consecuencias de este cambio de
frente para la filosofía hegeliana. N os limitaremos a señalar que la filo­
sofía de Hegel, pese a este cambio de rumbo, llevó a cabo lógicamente
el programa de la Fenomenología, la exposición científica de las catego­
rías objetivas de la dialéctica, en la medida en que era posible hacerlo
dentro de los límites del idealismo; que su método, siempre dentro de
estos límites, se mantiene fiel a la. idea del desarrollo y. procura aplicarla
de un modo concreto en los diferentes campos; y que su concepción de la
sociedad se orienta hacia una monarquía constitucional, lo que quiere
decir que, aunque de un modo extraordinariamente vacilante, se remonta
por sobre las condiciones políticas a la sazón imperantes en Alemania, po­
lemizando por ello, continuamente, contra los representantes ideológicos
de la reacción romántica (H aller. Savigny y o tro s).
Esta forma de la filosofía hegeliana llegó a ser la predominante en
Alemania, principalmente en Prusia. Cierto es que este predominio sólo
llega hasta los días de la revolución de Julio. A l estallar en Francia la
revolución de Julio,, Alemania entra en una nueva etapa de la lucha de
clases, cuyo reflejo filosófico tenía necesariamente que hacer estremecerse,
primero el sistema de Hegel y„ después, su método dialéctico idealista. Este
proceso de desintegración, del hegelianismo se inicia ya en vida del propio
filósofo, en la controversia mantenida por Hegel. acerca de la revolución
de Julio, con Eduard Gans, que hasta entonces había venido siendo su
discípulo fiel. Heine,. David Eriedrich Strauss, los Halltsche Jahrbücher,
los '-Libres” de Berlín, Feuerbach, etc., señalan las etapas, que no pode­
mos desarrollar aquí en detalle, de esta desintegración, la cual se pro­
duce inmediatamente antes de la revolución de 1848, de cuya preparación
ideológica forman parte todos estos combates librados en el campo del
espíritu, hasta el momento en que M arx, y Engels crean el materialismo
dialéctico e histórico, superando con ello definitivamente todas las formas
de la dialéctica idealista.
El problema filosófico central de este período de transición es la lu­
cha contra la dualidad de^la dialéctica idealista, cuyas raíces se hallan en
la propia esencia de ésta. El haber desentrañado y desenmascarado sus
tendencias retrógradas, que derivaban hacia la teología, fue uno de los

®8 Rosenkranz, Hegels Leben, Berlín, 1844, pp. .214 s; Hegel, Op. cit,, t. VIII,
página. 21.
134 FUNDAMENTACIÓN DEL IRRACIONAUSMO

grandes méritos de Ludwig Fuerbach en la etapa de preparación del gran


viraje — del gran salto— hacia el tipo más alto de dialéctica: hada la
dialéctica materialista.
Por consiguiente, la lucha en torno a la parte filosófico-religiosa de la
filosofía hegeliana sólo en parte puede considerarse basada en el atraso
político de Alemania, que obligaba a los pensadores más importantes, des­
de Reimarus y Lessing y aun desde Leibniz en adelante, a librar Ijs gran­
des controversias filosóficas bajo formas teológicas o semiteológicas, sino
que es, en esta fase, una tarea previa necesaria encaminada a la superación
del idealismo filosófico en su forma más alta, la de la dialéctica hegelia­
na. N o había más remedio que desentrañar y criticar abiertamente su dua­
lidad ante este problema, aquellas vacilaciones ya señaladas de la dialéc­
tica idealista entre un panteísmo rayano a veces en el ateísmo y una teo­
logía cristiana oficial, para poder despejar el camino hacia la superación
del idealismo. Y el haberse remontado sobre Hegel, en este respecto, aun­
que al hacerlo, cómo observamos en Feuerbach, se perdieran transitoria­
mente ciertos aspectos valiosos de la dialéctica, cuyas intuiciones progre­
sivas serán elevadas más tarde a un nivel científico por el materialismo
dialéctico, guarda íntima relación con la necesidad social de sobreponerse
políticamente a la filosofía hegeliana del derecho, de la sociedad, etc.
Y así, y pese a todas las limitaciones burguesas y a todos los confusio­
nismos y deformaciones de los neohegelianos que marchan a la cabeza,
la desintegración del hegelianismo sienta en Alemania, en vísperas de la
revolución democrática, una base ideológica para la lucha de la extrema
izquierda de la democracia burguesa. Y lá necesidad de luchar contra H e­
gel y el hegelianismo así concebidos movió a la reacción prusiana, encabe­
zada por Federico Guillermo IV , a nombrar a Scheljing para ocupar una
cátedra en la universidad de Berlín.
Pero nada interesa saber, en este respecto, hasta qué punto tenía el
propio Schelling clara conciencia de esta situación, hasta qué punto se
proponía él luchar exclusivamente contra Hegel, contra el hombre- que
había relegado a segundo plano su propia filosofía. Lo importante son
las necesidades ideológicas que su actuación venía a llenar. Y , desde este
punto de vista y en un sentido social, conviene tener en cuenta lo si­
guiente.
La ideología de la Restauración aspira a la vuelta al antiguo régimen
prerrevolucionario y algunos de sus portavoces sueñan, incluso, con un
retorno a la Edad Media. Nadie expresa con tanta claridad esta tendencia
como Novalis, en un ensayo titulado Europa y la cristiandad. Sin em­
bargo, cuanto más clara y resuelta se muestre esta fórmula, más confusa
tiene que resultar por su contenido, más infranqueable será el abismo entre
la ideología y la realidad social. La dominación de las supervivencias feu­
dales en la Francia de antes de la Revolución se hallaba tan minada en lo
LA FILOSOFÍA POSTERIOR DE SCHELLING 135

interior, que la sociedad francesa, hacia 1789, distaba mucho de vivir bajo
un auténtico feudalismo, y menos aún bajo un feudalismo idealizado a la
manera de Novalis. Y si lías supervivencias feudales imponen la necesidad
de la revolución, al mismo tiempo, su descomposición'" y el continuo des­
arrollo de los elementos capitalistas hacen que sea objetivamente imposible
el retorno a lo viejo. Pese a los desesperados esfuerzos de la Santa Alian­
za por restaurar o mantener en pie las condiciones políticas anteriores a
la revolución, el proceso del capitalismo en Europa, con todas sus conse­
cuencias ideológicas y políticas, sigue su marcha rápida e incontenible, ca­
yendo en contradicciones constantes y cada vez más agudas, aun durante el
régimen de la Restauración, con la política y la ideología oficiales de
éste. Balzac es, en Francia, el gran historiador de este proceso, en el que
el poder del dinero triunfa y se entroniza sobre todas las fachadas de la
nobleza y los individuos aislados que se empeñan en tomar personalmente
en serio la ideología de la Restauración se ven convertidos en tragicómi­
cos "Caballeros de la Triste Figura” .
Pues bien, estas contradicciones determinan igualmente la filosofía de
la Restauración en Alemania, aunque en este país el proceso del capitalis­
mo discurre más lentamente que en Francia, lo que hace qué en Alemania
puedan moverse más desembarazadamente y hacer más ruido figuras de
reacionaxios mezquinos y fanáticos o de aventureros venales e inconscientes
como Gorres o Adam Müller. Las típicas son, sin embargo, aquellas que
tratan de compaginar Ja ideología de la Restauración con las nuevas ten­
dencias de la ciencia y la filosofía, esforzándose por cambiar el sentido de
éstas de tal modo, que en ellas encaje la concepción oficial del mundo,
la ideología reaccionario-clerical. Esta clase de tentativas hemos podido
observarlas ya en Schelling; pero, en este punto, la figura más importante
de la filosofía alemana de este período es Franz von Baader.
Lo que da relieve, sobre todo, a esta figura, desde nuestro punto de
vista, es el hecho de que desenmascare la dualidad del idealismo objetivo
en lo tocante a la religión, de que saque a luz por doquier las tendencias
de ateísmo latentes en esta filosofía; es decir, formas de denuncia como
las que hemos podido percibir ya en un Jacobi. Pero Jacobi no opone
al ateísmo filosófico ninguna religión concreta, sino solamente su saber
inmediato, vacuo y abstracto; y ello hace que — bajo las condiciones de
la Restauración— le sea tan fácil a Schelling rechazar sus ataques. Baader,
en cambio, ofrece siempre, como contrapartida, una religiosidad concre­
ta; la esencia de su filosofía consiste, como ya hemos apuntado, en agru­
par los resultados de la trayectoria que va desde Kant hasta Hegel de tal
modo que resulten eliminados sus elementos ateos y revolucionarios, ade­
rezando así una filosofía aceptable por igual para las gentes cultas y los
reacionarios ortodoxos.
Franz von Baader acusa a Fichte, por ejemplo, de ateísmo, por procla­
136 FUNDÁMENTACIÓN DEL »RACIONALISM O

mar la autonomía de su Y o , o denuncia como materialismo la concepción


hegeliana de la materia como enajenación del espíritu (d e Dios).®8 Y ,
en este punto, reviste especial importancia el hecho de que Baader vea éri
ciertos fenómenos naturales recién descubiertos por aquel entonces como
el galvanismo, el magnetismo animal, etc., fuerzas que vienen a ases­
tar, "en cierto modo, el tiro de gracia” a la concepción mecanista de la
naturaleza, imperante desde Descartes. Y , como su principal polémica
va dirigida contra la psicología,' la moral y la teoría del Estado de la
Ilustración, vemos que resume su doctrina, en este punto, en términos
tales, que nos parece estar escuchando a un Jeans o un Eddington, en
nuestros días: " Y a se creía haber dado cima a la desespíritualización del
propio ánimo y encontrar en la naturaleza exterior, mantenida ya sin ello
totalmente al margen del espíritu (dél ánimo y de Dios)', la prueba y la
garantía objetivas de esta desespiritúalización, cuando la naturaleza misma
se encargó de revelarnos con más claridad que nunca lo que- encierra de
animado y espiritual, aunque nunca hubiera dejado de hablarnos en su
lenguaje cifrado y misterioso.” ^®
Vemos aquí mucho más claramente que en el joven Schelling cómo
el carácter contradictorio de la concepción mecanicista de la naturaleza,
qüe, al revelarse, empuja a los representantes progresivos de la filosofía
alemana de la naturaleza (p o r ejemplo, a un O k en ), cada vez más mar­
cadamente, por el camino haicia la dialéctica, se va trocando en un irra­
cionalismo reaccionario. El fracaso de la formación mecanicista de concep­
tos y los niievos problemas que se plantean y que resultan insolubles para
elfos, se truecan, en intefés de una concepción del mundo reaccionaria,
en revelaciones de úna extraterrenalídad de la razón incluso en lo tocante
a los fenómenos de lá naturaleza, para poder luego, sobre está base, com­
batir todo progreso social, haciendo del diablo "el primer revolucionario” 71
y difamando toda tendencia a la libertad y a la igualdad.
Ahora bien, en medio de toda esta mística desaforadamente irraciona­
lista, en cuyos detalles no hay para qué entrar aquí, lo característico de
aquella modalidad de la Restauración que más arriba esbozábamos, es que
Baader no sólo trata de apoyarse en la nueva filosofía de la naturaleza,
sino que — al igual que Schelling— pugna porque no se le confunda con
el irracionálismo más extrem o. Aunque toda su filosofía tiende a asegurar
el predominio ideológico y político-social de la religión sobre la vida toda,
presenta a la rejigión, sin perjuicio de condensar en ella todos los ele­
mentos irracionalistas de la evasión ante la dialéctica, como la supuesta
razón Superior y no como la negación de la razón, de toda racionalidad.

68 F. von Baader, Philosophische Schriften und Aufsätze, Munster, 1831, t. II,


pp. 70 r. Friedrich Schlegel calificó la filosofía hegeliana pura, y sencillamente
de satanismo: Philosophische Vorlesungen, Bonn, 1837, t. II, ó. 497.
70 F: von Baader, Op. eit., t. I, p. 160. 71 Ih'td., t. II, p. 86.
LA FILOSOFÍA POSTERIOR DE SCHELLING 137

E sta tend encia sólo a m edias se apoya e n la v ie ja teo lo g ía de los tiem pos
anteriores a la 'c ris is ideológica, q u e se arrogaba tam bién pretensiones se­
m ejan tes: a m edias, es asim ism o u n a concesión h echá a l proceso in icial del
capitalism o, a los com ienzos del proceso de aburguesam iento del períod o
de la Restauración, aunque e n e lla se m antenga, p o r supuesto, la supre­
m acía de los elem entos telógico-aristocráticos. D e aquí que B aader p ro ­
teste enérgicam ente contra la filo s o fía alem ana clásica, que, a su ju icio,
fundam enta todavía m ás a fo n d o que los franceses y los ingleses " la dua­
lidad entre la relig ió n y la ciencia” y aspira a "in o cu la r ya a la querida
juventud eí error radical de que la religión es p o r esencia irracional y la
razón, e n cam bio, esencialm ente irrelig io sa” .72
L a agudización de la lucha de clases en A lem ania no. repercute sola­
m en te, com o es natural; sobre el m ovim iento radical de desintegración,
sobre e l h egelianism o d e izquierda; sino tam bién sobre las tendencias f i ­
losóficas d e la reacción. C uando, e l v ie jo S ch ellin g , diez años después
d e m o rir H eg el, es llam ado p o r la reacción rom antizante a B e rlín , para
aju star cuentas a llí a las tendencias ideológicas precursoras de la revolución,
en tra en un m undo en el q u e e l rom anticism o pu ro es todavía, a conse­
cuencia del d esarrollo del capitalism o, m u cho m ás absurdo que en tiem pos
d e la Santa A lianza. Y si en F ran cia fu e el g ran escrito r B a lz a c qu ien
m ás claro vio esto en tre todos sus contem poráneos, en la A lem an ia de
lo s años cuarenta esta m ism a claridad de visión la encontram os — aparte,
naturalm ente, d e M a rx y E ngels— en e l m ás gran d e p o eta de la época,
e n E n riqu e H ein e. E n su cuento d e invierno titulad o Alemania, relata una
conversación sostenida en sueños con e l em perador B arb arro ja, en la que
expresa Sus ideas certeras y cortantem ente irónicas sobre las aspiraciones
perseguidas p o r F ederico G u illerm o I V y los que le rodean. H e aquí lo que
dice en, su alocución a esta fig u ra ideal de la restauración rom ántica:

Restaúranos, Señor, en toda su plenitud,


nuestro Viejo Sacro Romano Imperio,
sácanos del desván los trastos apelillados,
con todo su boato sempiterno.
Devuélvenos> ¡oh, Señor!, cueste lo que costare,
nuestra querida y verdadera Edad Media,
la necesitamos, y. queremos que la salves
de los embates de esta feroz tormenta..
De esos tristes caballeros de polainas
de ese repugnante conglomerado
de gótica locura y de mentira moderna,
que n o es carne ni es tampoco pescado.
72 Ibíd., t. II, p. 1 1 9 .
138 FUNDAMENTACIÓN DEL IRRACIONALISMO

Arroja a palos, Señor, a esos comediantes


y clausura la escena d el teatro
en que tan mal parodian las épocas pasadas. . .

Como es natural, M arx y Engels penetraron con su sagaz mirada en las


realidades de esta situación mucho más claramente de lo que podía ha­
cerlo Heine. Ellos fueron quienes, en este período de transición, dieron,
teórica y prácticamente, los pasos más enérgicos encaminados a agrupar en
la sociedad alemana todas las fuerzas que sentían las supervivencias ab­
solutistas y feudales como trabas para su propio desarrollo y que estaban
dispuestas a renovar democráticamente el país. Esta finalidad perseguía
ya la labor del joven M arx como redactor de la Gaceta Renana; y su crí­
tica de la filosofía del derecho de Hegel no se proponía otra cosa que
demostrar hasta qué punto se hallaba históricamente superada y sólo po­
día crear desconcierto en todos los órdenes la orientación hegeliana hacia
la monarquía constitucional. N o ?s éste lugar oportuno para poner de
manifiesto cómo estas posiciones suyas condujeron al postulado de la
hegemonía del proletariado en la revolución democrática, a la clara com­
prensión de las perspectivas de la revolución socialista y a la fundación
del materialismo dialéctico e histórico; sobre todo, si tenemos en cuenta
que este proceso de esclarecimiento aún no había culminado totalmente
en la conciencia de M arx y Engels, cuando Schelling pasó a ocupar su
cátedra en la universidad de Berlín.
Sí es importante, efl cambio, poner de manifiesto cuán claramente su­
pieron penetrar y descubrir, en seguida, la mendacidad demagógica con­
tenida en la llamada "filosofía positiva” de Schelling. En aquella carta
a Feuerbach que más arriba citábamos, escribe M arx: "A los románticos y
místicos franceses les grita [Schelling, G. L . ] : 'Y o, la asociación de la
filosofía y la teología’; a los materialistas franceses: 'Y o, la fusión de
la carne y la idea’; a los escépticos franceses: 'Y o, el destructor de la
.dogmática, en una palabra: Y o . . . Schelling’.’’ 73 Y , por su parte, Engels
’formula esta misma opinión acerca de la actuación berlinesa del filósofo,
en su folleto contra Schelling, publicado por aquel entonces, bajo el seu­
dónimo de Oswald, con las palabras siguientes: "Toda la filosofía se
- había propuesto, hasta ahora, la tarea de comprender el mundo como ra­
cional. Lo racional es, al mismo tiempo, indudablemente, necesario, lo
-’ que tiene que ser o llegar a ser real. Tal es el puente hacia los grandes
resultados prácticos de la moderna filosofía. Y si Schelling no reconoce
* estos resultados, habría sido consecuente al negar también el carácter ra­
cional del mundo. N o se ha atrevido, sin embargo, a proclamarlo así
abiertamente, sino que ha preferido negar el carácter racional de la filo­

73 Marx, MEGA. secc. I, t. I, 2, p. 316.


LA FILOSOFÍA POSTERIOR DE SCHELLING 139

so fía. Y así, va deslizándose en tre la razón y la sinrazón p o r el m ás to r­


tuoso d e lo s cam inos, llam a lo racional a lo com prensible a priori y lo
irracional a lo com prensible a posteriori, asignando lo prim ero a la 'cien ­
cia pura d e la razón o filo s o fía negativa’ y lo segundo a la 'filo s o fía p o ­
sitiv a’, que es necesario fu nd ar com o una cien cia nueva. A q u í se abre el
prim er g ran abism o en tre S ch e llin g y todos los dem ás filó s o fo s; nos en­
contram os aquí con e l p rim er intento encam inado a m eter d e contrabando
e n la ciencia lib re del pensam iento la fe en la autoridad, la m ística del
sentim iento, las fantasías gnósticas.” 74
Y E n g els hace resaltar, asim ism o, cóm o los ataques de S ch ellin g
contra H e g el guardan la m ás ín tim a relación co n la d isolu ción d el hege­
lianism o: " E s m uy sig n ificativ o que éste [e s decir, H eg el, G. L . ] se vea
atacado precisam ente ahora p o r dos lados, p o r su pred ecesor S ch e llin g y su
últim o continuador, Feu erbach .” 75 Y u n p oco antes habla, d e la dualidad
d e la filo s o fía h egelian a de la relig ió n y vuelve a subrayar la conexió n,
intrínsecam ente cond icionad a p o r su tiem po, en tre la crítica derechista d e
Sch ellin g y la crítica izquierdista de lo s neohegelianos rad icales: " E l aspec­
to del sistem a de H e g el que se refiere a la filo s o fía d e la relig ió n le da
— [ a S ch ellin g , G. £ ,.] — p ie p ara p o n er de m an ifiesto las contradicciones
entre las prem isas y las conclusiones, que la escuela heohegeliána h ab ía
descubierto y reconocido desde h acía ya largo tiem po. Y así, dice, co n toda
razó n : está filo s o fía pretend e, entre otras cosas, ser cristiana, sin q u e na­
d a la ob lig u e a e llo ; si se hu biera detenido en la p rim era fase d e la cien ­
cia d e la razón, en cerraría la verdad en sí m ism a.” 76
A la luz de to d o esto, n o es d ifíc il d eterm inar la situación histórica, el
contenid o de clase y el contenid o filo só fic o d e la d octrina d e S ch ellin g , en
su época posterior. Y a no se v en tila en e lla la fu n d am eñ tad ó n d e una
dialéctica o b je tiv a en gen eral, en la que el jo v e n S ch e llin g , com o hem os
visto, se h ab ía atrevido a d ar audaces pasos d e avance, an te cuestiones
concretas, en e l sentido de u n a d ialéctica natural, p ero deteniéndose, m e­
todológicam ente, co n su intu ición intelectual, en lo s um brales d e la d ia­
léctica y creando la prim era fo rm a del irracionalism o m oderno. Y asi­
m ism o hem os señalado ya cóm o esta p o sición filo só fic a de S ch e llin g guarda
estrecha relación con sus posiciones p o líticas ante lo s problem as de
la revolución y la restauración. A com ienzos d é la d écad a.d el cuarenta, la
situación histórica es ya m u cho m ás m adura y m ás te n sa: la reacción ro-
m antizante d e F ederico G u ille rm o I V y sus secuaces, aunque detrás d e
e lla esté e l Estado prusiano, tien e ya características m ucho m ás acusadas
de ser u n com bate de retaguardia q u e la reacció n '1rom ántica prim era, a
raíz de la R evolu ción francesa, en el p eríod o d e la R estauración. E l p ro ­

74 Engels, MEGA, secc. I, t. II, p. 188. 78 Ibid., p. 225.


78 lbid., pp. 204 s.
140 FUNDAMENTACIÓN DEL IRRACIONALISMO

ceso de Alemania hacia el capitalismo ha avanzado considerablemente,


durante estos decenios. N o sólo comienza a pesar cada vez más fuerte
la presión de la burguesía sobre el sistema absolutista-feudal, sino que se
manifiestan con fuerza cada vez mayor, además, las agudas contradiccio­
nes entre burguesía y proletariado, signo seguro de los enérgicos avan­
ces del capitalismo; pocos años después de la actuación .de Schelling, es­
talla la gran insurrección de los tejedores silesianos ( 1 8 4 4 ) ;
Y ello trae como consecuencia, en el campo ideológico, no sólo el que
la filosofía hegeliana tenga ya que aparecer sobrepasada, como expre­
sión que era de las incipientes contradicciones de clases antes de. la revo­
lución de Julio, sino, además, el que sus adversarios se viesen obligados
a buscar un repliegue espiritual más a tono con los tiempos que el que. les
brindaba la reacción romántica del período de la Restauración. Y ésta y
no otra es la .pretensión con que Schelling aparece. Esta vez, ya como
enemigo franco de la dialéctica hegeliana, no sólo con la intención de
destruir críticamente esta filosofía, poniendo fin con ello, al mismo tiem­
po, . a. las tendencias radicales manifestadas entre ciertos hegelianos,. sin'o
además con el designio de sustituir aquella filosofía por otra nueva, que
satisfaga, de una .parte, las exigencias religiosas cada vez mayores de la
reacción romantizante; pero que, de otra parte, no desgarre el mantel de
la mesa común entre esta reacción y aquéllos círculos burgueses que se
avienen- a marchar con ella. Esta dualidad de las aspiraciones de Schelling
se ponía de manifiesto en aquellas palabras de Engels citadas más ^arriba,
en las que se dice cómo la cúspide de la nueva filosofía schellingiana,
perdida en las nubes de la mística teológica, es puro irracionalismo, algo
totalmente contrario a la razón, pero como, por otra parte,, Schelling no
abraza abierta y. resueltamente el irracionalismo, sino que sigue "caminos
tortuosos”, y procura esquivar las últimas consecuencias.
Pero esto, por sí- solo, no establece una verdadera peculiaridad, dentro
de la trayectoria burguesa. Y a decíamos que toda filosofía burguesa — por.
muy radicalmente irracionalista que ella sea, como lo es la del período
imperialista—- tiene necesariamente que conceder el margen de inteligen­
cia y de razón incondicionalmente necesario para que se desarrolle la
ciencia indispensable a la producción capitalista. Sin embargo, las exigencias
de la época impulsaron a Schelling a ir, en este respecto, en parte, de­
masiado lejos y a quedarse, en parte, demasiado'corto. Y ello explica
la fuerte influencia de su primera actuación y., el rápido declinar de esta
influencia y su eclipse total después de 1848, al cambiar la estructura de
clases de la reacción. '
En. hecho de que Schelling, en su proclamación del irracionalismo, no
llegue bastante lejos para la burguesía reaccionaria guarda relación, de
una parte, con su adhesión a la religiosidad ortodoxa, que en aquel tiempo
aún tenía la pretensión de ser una racionalidad superior y no un .craso
LA FILOSOFÍA POSTERIOR DE SCHELLING 141

irracionalism o.77 Y , de o tra parte, tenem os la circunstancia de que el con­


cep to d e l a ' cien tificid ad d é la década d el cuarenta se d istingu ía del que
com enzó a prevalecer después d e 1 8 4 8 . A n tes d e esta, fech a, la burgue­
sía pensante hallábase in flu id a p o r la filo s o fía alem ana clásica y p o r sus
tend encias hacia e l pensam iento d ialéctico. E llo h acía q u e la concesión
burguesa general del irracionalism o a la cien tificid ad tuviera que exten ­
d erse necesariam ente a la d ialéctica; e l irracionalism o n o p o d ía adoptar
todavía, en aquel entonces, una po sició n agnosticista radical. P o r eso, el
q u e Sch ellin g siguiera aferránd ose — -sim plem ente d e palabra, com o ve­
rem os— a l a dialéctica de la filo s o fía de la naturaleza d e suS añps ju v e ­
niles, aunque directam ente, desde el p u nto d e vista biográfico -p sicólógico ,
pudiera explicarse p o r la vanidad d e n o apartarse d e la p ro p ia o b ra de
su vida, respondía tam bién, en ú ltim a instancia, a la tend encia o b je tiv a­
m ente d om inante de su tiem po. A sí lo revela, entré otras cosas, e l hecho
d e que adversarios derechistas resueltos de H ég el, com o e l jo v en F ich te
y, sobre todo, W e isse, en sus tendencias teístas y antipanteístas, se vieran
obligados a seguir haciendo grandes concesiones a la d ialéctica; y algo
parecido podem os observar tam bién, incluso, en B aad er, F ried rich Schle-
g e l y otros. E s después d e la d errota d e 1 8 4 8 cuando se im pone la radical
tend encia antidialéctica d e Schopenhauer. ( D e la crítica d e T ren d elen bu rg
contra H e g el hablarem os m ás e n d etalle en relación co n K ie rk e g a a rd .)
P ero , a l m ism o tiem po, e l irracionalism o d e la ú ltim á época d é Sch el­
lin g va m ás allá que el desarrollo d e las cosas después d e 1 8 4 8 . Y tam bién
esto guarda relación co n la situación h istó rica de su filo s o fía . C óm o to ­
dos los filó so fo s de la Restauración, S ch e llin g trataba, con su irraciona­
lism o, de salvar en el pensam iento la relig ió n ortodoxa. Y a hem os te n i­
do ocasión de referirnos a las consecuencias dé esta posición, en lo tocante
al m étodo. D esd é el punto de vista del contenido, e llo trae com o con­
secuencia el qué S ch ellin g se vea obligad o a exp o ner y "fu n d am en tar”
filo sóficam ente, com o e l verdadero contenid o de su «racio n alism o , la
relig ió n cristiana en su conju n to, con todos sus dogm as y m itos. E llo le
sitúa todavía en el p rim er p eríod o del irracionalism o, en e l period o de
la restauración sem ifeudal. E l «racio n alism o decididam ente burgués nues­
tra, p o r el contrario, la tendencia a separarse cada vez m ás claram ente de
las religiones positivas, para estatuir .«racio n alistam en te, tan sólo, un
contenid o religioso en g en eral; desde Schopenhauer y N ietzsche, su ten ­
dencia dom inante y cada vez más acusada es la de un "a te ísm o relig ioso” .
P ero incluso pensadores com o Schleierm acher y K ierkegaard , en los que,

77 Es característico de esta tendencia el hecho dé que .Baader no se limite a


polemizar contra el ateísmo de Fichte y de Hegel, sino que se manifieste también
en contra de' la devoción irracionalista de los pietistas, basada puramente en el
sentimiento, y contra la filosofía abstracta de la intuición de Jacobi. Op. cit.,
t. II, pp. 71, 116, 126, etc.
142 FUNDAMENTACIÓN DEL »RACIONALISMO

sobre todo en el segundo, se manifiesta en la superficie una vinculación


religiosa tal vez mayor todavía que en el Schelling de la última época,
propenden más fuertemente aún, en cuanto a su método, en cuanto a la
acentuación de su contenido esencial?, no sólo a la religiosidad abstracta
en general, sino al mismo ateísmo religioso. Y esta tendencia es una
razón importante para explicar por qué Schelling va cayendo cada vez
más en olvido después de la revolución de 1848 y por qué Kierkegaard
sigue influyendo sobre los existencialistas ateos de nuestros días.
Así, pues, Schelling sigute siendo en sus últimos años, con otra filoso­
fía, un simple fenómeno de transición, ni más ni menos que en su ju­
ventud. Claro está que, en su primera época, su filosofía marcaba la
transición de la dialéctica incipiente a los comiénzos, a la fundamenta-
ción del moderno irracionalismo, mientras que ahora, en la época de la
crisis de la dialéctica idealista objetiva, aparece transitoriamente como
la figura central de la oposición irracionalista y reaccionaria contra esta
dialéctica, con el designio de impedir qué salga de esta crisis una fase
más alta de la dialéctica.
De esta situación se deriva, naturalmente, el que Schelling dirija su ata­
que fundamental contra la filosofía hegeliana. Ataque que, ahora, se halla
encuadrado dentro de una trabazón mucho más amplia que las aspira:
ciones análogas de sus años de juventud. En aquella temprana fase, su
odio , y su despreció recaían solamente sobre la Ilustración, arrancando
de Locke, sobre poco más o menos. Ahora, anatematiza como un gran
extravío toda la trayectoria de la filosofía burguesa moderna desde Des­
cartes hasta Hegel, considerando á Hegel como la culminación de esta
falsa tendencia. Con ello, Schelling abraza una orientación que habrá dé
imponerse como la dominante en la interpretación de la historia de la filo­
sofía, al llegar el período del desarrollo del irracionalismo entre los
prefascistas inmediatos y entre los fascistas. Pero, al mismo tiempo, y en
ello se manifiesta aquel carácter de transición, aquel quedarse a medio
camino, de que acabamos de hablar, no trata de rechazar por entero su
propia filosofía de los años de juventud, que, objetivamente, constituye
una parte no accidental de la trayectoria del pensamiento repudiada por él'.
La construcción que Schelling utiliza para ello e s — con modificaciones
esenciales, claro está— el esquema general del irracionalismo: la filosofía
racional, la llamada filosofía negativa, es también un conocimiento, e
incluso un conocimiento inexcusable, en su conjunto; pero no es la única
posible, como venían sosteniendo los filósofos desde Descartes hasta He­
gel, ni tampoco, en modo alguno, la filosofía que puede captar la ver­
dadera realidad. T al es la línea general del irracionalismo, a partir de
Schopenhauer; la teoría agnosticista del conocimiento rechaza todas las
pretensiones de cognoscibilidad de la realidad objetiva, sostenidas tanto
por el materialismo filosófico como por el idealismo objetivo, y sólo
LA FILOSOFÍA POSTERIOR DE SCHELLING 143

reconoce acceso a esta esfera a la intuición irracionalista. La posición


más que confusa del Schelling de la última época, desde el punto de vista
de la teoría del conocimiento, se acusa, de una parte, en que, en punto al
primer problema, su agnosticismo, no se decide a ser suficientemente ra­
dical (aunque, objetivamente, las conclusiones a que llega se acercan
extraordinariamente a este punto de vista) y, de otra parte, en que, en la
culminación de su nuevo sistema, trata de evitar, con su filosofía positiva,
la proclamación de una repulsa decidida y rotunda de la razón (si bien
sus conclusiones, llevadas hasta el final, envuelven un puro ’irraciona­
lism o).
La verdadera filosofía negativa representa, según nos dice, su obra
propia de juventud, por oposición a la filosofía de Hegel. Y a anterior­
mente, nos asegura, “ha declarado que la verdadera filosofía negativa,
que, consciente de sí misma, se mantiene y corona dentro de sus límites,
en noble retraimiento, representa el mayor de los beneficios que, al
principio al menos, podía conferirse al espíritu humano, ya que, gracias
a esta filosofía, la razón se instala en el reino íntegro que le corresponde,
aquel en el que se trata de comprender y de establecer la esencia, el en sí
de las cosas” .78 Y , en contraste con esto, subraya: "L a filosofía expuesta
por Hegel es una filosofía negativa llevada hasta más allá de sus límites,
que no excluye lo positivo, sino que, a su modo de ver, lo incluye y lo
somete a ella.” 79
Si nos detenemos aquí a echar un rápido vistazo a la exposición con­
creta de la filosofía negativa en el Schelling de la última época y a sus
contraposiciones fundamentales con respecto a la de su período de juven­
tud, no lo hacemos para indagar, desde el punto de vista filológico, si
Schelling se engañaba a sí mismo cuando creía (o afirmaba, por lo menos)
encuadrar su primera filosofía dentro de la posterior, sino para que se vea
claramente la incompatibilidad de principio existente entre todos los
contenidos y tendencias progresivos del joven Schelling con la posición
irracionalista por él adoptada en las posiciones de principio de la filoso­
fía, en su época posterior, y para que se revele, también en este caso, el
carácter sustancialmente reaccionario de todo irracionalismo; de algunas
de estas cuestiones hemos hablado ya, por lo demás, en relación con la
obra de Schelling titulada Filosofía y religión.
Y a n&s-hemos referido a aquella expresión metafórica, "la Odisea del
Espíritu”, empleada por el joven Schelling, como el contenido funda­
mental condensado de su filosofía de la naturaleza, y hemos señalado
que en ella se contiene la fórmula — idealista—- de una trayectoria uni­
taria de la naturaleza, desde abajo hacia arriba; que en esta idea se
concibe al hombre y á la conciencia humana como producto del desarrollo

78 Schelling, Op. cit.. secc. II, t. III, p. 81. 7á Ibíd., p. 80.


144 FUNDAMENTACIÓN DEL IRRACIONALISIMO

de la náturaleza (aunque bajo la forma de la. identidad sujeto-objeto);


y que de ahí se desprende la capacidad de la conciencia humana de captar
adecuadamente el proceso de la naturaleza, cuya parte integrante y cuyo
resultado es la conciencia misma. * -
En su época posterior, Schelling rompe, sobre todo, de un modo radi­
cal, con esta concepción de la unidad, aunque idealistamente entendida,
de hombre y naturaleza: "Pues nuestra autoconciencia no es, en modo
alguno, la conciencia de aquella naturaleza que ha pasado por todo, sino
que es solamente eso, nuestra Conciencia, y no encierra, en modo alguno,
una ciencia de todo devenir; este devenir general es, para nosotros, algo
tan ajeno y tan impenetrable como si no guardara la menor relación con
nosotros.” 80 El proceso de la naturaleza, en la medida en que se le puede
llegar a conocer con arreglo a la concepción actual de Schelling, no ilu­
mina, por tanto, el saber del hombre en ningún sentido, lo mismo que
su práctica.no puede tampoco contribuir a la comprensión de la realidad:
"Por consiguiente, lejos de que el hombre y su conducta hagan com­
prensible el mundo, él mismo es lo más incomprensible. . . ” 81
Y el desgarram iento de estos nexos lleva consigo, a su vez, una clara
posición antievolucionista. S ch ellin g habla, ahora, irónicam ente de la idea
de un progreso ilim itado, que sólo puede ser, para él, un "p ro g reso sin
sentido” . "E s e m archar hacia adelante sin interrupción y dando com ienzo
a algo verdaderam ente nuevo y distinto, fig u ra entre los artículos de fe
de la sabiduría actu al.” 82 Y ésta repulsa de la idea del progreso lleva
a: S ch ellin g a rechazar tam bién lá evolución desde lo in fe rio r a lo superior;
desde lo prim itivo hasta lo m is alto. T am b ién eri este p u nto se enfrenta
enérgicam ente S ch e llin g a la teo ría histórica de la evolución, que en A le ­
m ania había ido fortaleciéndose, principalm ente bajo la in flu en cia de las
tendencias dialécticas: "U n o de estos axiom as es e l de que toda la ciencia,
el arte y la cultura del hom bre tuvieron que p artir necesariam ente de los
com ienzos más rudim entarios:” 83 Y , com o el d esarrollo n o procede de
ab ajo hacia arriba, no puede ser tam poco, para S ch ellin g , e l producto
inm anente de sus propias fuerzas, ni. la evolución d el hom bre e l resultado
de sus propias acciones. D e aquí que S ch e llin g considere, asim ism o, erró­
nea " la op inión predom inante t de . que el hom bre y la hum anidad se
hallaban, en sus com ienzos, confiad os exclusivam ente a sí m ism os, d e que
vivían, al principio, ciegos, stne num'tne, abandonados a l m ás tosco azar,
teniendo que buscar su cam ino com o p o r tanteos” .84
E l Sch ellin g de la últim a época niega, en ú ltim a instancia, toda evolu- 8

88 Ibíd., p. 6.
81 Ibíd., p. 7. Schelling maneja aquí, adelantándose a ellos, lo que habrá de
ser una idea favorita del existencialismo moderno de Heidegger y Jaspers, la idea
de la incognoscibilidad fundamental del hombre.
88 Ibíd., secc. II, t. I, p. 230. 83 Ibíd., p. 2J8. 84 Ibíd., p. 239.
LA FILOSOFÍA POSTERIOR DE SCHELLINC 145

ción. Mientras que en su juventud había contribuido — en alianza con


Goethe— a inaugurar filosóficamente aquel evolucionismo que se volvía
bruscamente en contra de la concepción estática de la'naturaleza (o de su
estatismo interrumpido por catástrofes) de Linneo y Cuvier, ahora apela
precisamente a Cuvier en contra de aquella idea de la evolución y niega,
por principio, ésta, apoyándose para ello en el naturalista francés. Y dice,
pata reducir ad absurdum la idea de la evolución, qué "quien créa en un
curso histórico real, necesariaménte tiene que aceptar también varias Crea­
ciones reales y sucesivas’’.85 Y es lógico, pues si los' acontecimientos no
son, ni en la naturaleza ni en la historia, resultado de las fuerzas que en
ellos participan, el nacimiento de algo cualitativamente nuevo tiene que
ser, por necesidad, la resultante de una "Creación” , no siendo difícil
comprender por qué esta ingerencia de un poder trascendental, operáda
una sola vez, tiene que resultar, científicamente, más verosímil que en una
sucesión reiterada de casos. La demagógia de Schélling consiste en que,
según las situaciones y sus necesidades, argumenta unas veces, seudocien-
tíficamente, contra la dialéctica, mientras que, otras, invoca contra toda
cientificidad los "argumentos” irraciónalistas dé la teología.
Las siguientes manifestaciones de Schélling acerca de la historia, aun­
que se hallan en estricta contraposición con el "sincero pensamiento ju­
venil” de sus comienzos, nó sólo son, por su contenido, otras tajitas reite­
raciones de la filosofía romántico-reaccionaria de la Restauración, sino
que son,: al mismo tiempo, la prolongación de los ekméntos reaccionarios
de su primer período, señalados ya por nosotros aquí. Refiriéndose a la
historia de la hümanidad, subraya Schélling, en efecto: "Pués no vemos
el género humano, ni mucho menos, como un todo único, sino escin­
dido én dos grandes masas, de tal modo que lo humano sólo parece
hallarse en urto de los lados.” 84 Las diferencias de principio, cualitativas,
que se observan en el seno de la especie humana forman, según él,-parte
de su esencia, son incanéelables: "Diferencias como las que existen entre
cafres, abism os y egipcios se remontan hasta el mundo de las ideas.” D e
donde se sigue, consecuentemente, una apología, retorcida en cuanto a
las palabras, pero muy clara en cuanto al sentido, de la esclavitud de los
negros en el Á frica87 (d e esto a Gobineau y al racismo, no hay más qüe
un p a so ).
Como es natural, también la nueva filosofía schellingiana del Estado
tiene como base la razón "objetiva, inherente a las cosas mismas” , que,
por ejemplo, "redam a la desigualdad natural” , "la diferencia entre domi­
nadores y dominados, derivada del mundo de las ideas” .88 N o vale la
pena seguir en detalle y analizar estas concepciones, qué tienen como

85 ' ib id ., p. 498. 80 Ibíd., p. 500. 87 Ibid., p. 513.


88 Ib id ., pp. 537 y 540.
146 FUNDAMENTACIÓN DEL IRRACIONALISIMO

fundamento filosófico la "facticidad” de los románticos, es decir, el


irracionalismo de la vida de la sociedad y del Estado, con su conclusión,
extraída por Haller y Savigny, de que Ips órdenes jurídicos, las Constitu­
ciones, no pueden "hacerse” . Baste señalar de pasada, en relación con
esto, que, según Schelling, el derrocamiento del Estado, "cuando se per­
sigue, constituye un crimen al que ningún otro podría equipararse y
que sólo podríamos comparar al parricidio” ,89 para que podamos for­
marnos una imagen bastante clara de por qué la filosofía de Schelling
era, en realidad, la ideología adecuada para la reacción prusiana bajo
Federico Guillermo IV. ■ . ■ '
Por lo que queda expuesto, se ve también claramente por qué la punta
de lanza de la polémica schellingiana tenía necesariamente que ir diri­
gida contra la filosofía de H egel: pese a su carácter conservador, a sus
vacilaciones y a sus concesiones hacia la derecha y a sus equívocos ideoló-
gico-teológicos, no cabe duda de que la esencia del método dialéctico hege-
liano se halla en el automovimiento del concepto, en la cohesión interior y
regida por leyes de las determinaciones terrenales, del más acá, que no
dejan margen para nada trascendental, ni en la naturaleza ni en la histo­
ria. Y de aquí la gran acusación formulada por Schelling de que, en
Hegel, la filosofía negativa tiene la pretensión de proclamar por sí sola
la verdad, sin necesitar del complemento de ninguna filosofía positiva.
Pero la crítica de esta tendencia de Hegel, crítica dirigida contra lo
que hay de verdaderamente progresivo en su filosofía, contra el método
dialéctico, no se contenta con poner de relieve en Hegel el camino hacia
el ateísmo, sino que llega, además, a la afilada conclusión de que el rea­
lismo político y el ateísmo de los hegelianos de izquierda, que ya por
aquel entonces se manifestaban claramente, representaban la consecuencia
lógica necesaria de la filosofía hegeliana. El pecado original de Hegel
consiste en considerar "como la trayectoria del devenir real” lo que se
contiene sólo de un modo potencial en la certera filosofía, en- la filoso­
fía negativa. "Presupuesto esto, y como, en la indiferencia, Dios sólo
era, por lo demás, una potentia con respecto al ser propio o aislado y el
movimiento no se cifraba en Dios, sino en el ser, no podía evitarse la idea
de un proceso en el que Dios se realiza eternamente, extrayéndose de él o
añadiéndose a él todo lo mal informado y concebido, tal vez, no en bene­
ficio del hombr e . . 90
Y , en otro pasaje, Schelling acusa también a Hegel de confundir la
filosofía negativa con la positiva: "E n ello reside, como se ha dicho,
el fundamento del extravío y del caos en el que se cae al tratar de con­
cebir y de presentar a Dios dentro de un proceso necesario, para refu­
giarse luego, en vista de que no es posible seguir por este camino, en un

99 Ibid., p. 547. 90 Ibid., p. 374.


LA FILOSOFÍA POSTERIOR DE SCHELLING 147

verdadero ateísm o. Y este e xtrav ío im pide, incluso, lle g a r sim plem ente
a com prender aq u ella d ifere n cia" [e s decir, la q u e m ed ia en tre la filo ­
s o fía negativa y la positiva, G. L : ] . 91 Y , a l m ism o tiem po, S ch e llin g se
cuida d e señalar q u e las ideas d e H e g el, "d espués de h ab er perd id o ya
vigencia ¿ n las capas cultas altas [ e n la burocracia p ru sia n a ], h an des­
cendido á las capas b a ja s y siguen m anteniéndose en e lla s ".92
E sta denuncia d e la dialéctica, en la fo rm a m ás alta que hasta entonces
había alcanzado, com o una filo s o fía atea, revolucionaría y plebeya, estaba
llam ada a ten er una im portancia especial p o r e l h ech o d e que arrancaba
precisam ente d e S ch ellin g , d el com pañero de la juventud d e H e g el y
enfundados d e la d ialéctica idealista o b je tiv a, cuya filo s o fía anterior ( l a
que é l llam a ahora filo s o fía n e g a tiv a ) h ab ía sido, según e l pro pio H e g el,
e l ‘pu nto de entronque histórico directo p ara la construcción d el m étodo
d ialéctico h egeliano. S ch ellin g en ten d ía q u e la dem ostración d e q u e la dia­
léctica hegeliana n o era m ás q u e u n a fa lsa concepción de la filo s o fía
n egativa representaba un g o lp e d em oled or para los partidarios d e H e g el
y atraería a éstos — co n excepción de lo s hegelian os ya irrem ediablem ente
radicalizados, es decir, de los lib erales m ás o m enos decididos— al cam po
reaccionario de F ederico G u illerm o IV .
P ero la sign ificació n d e la po lém ica de S ch e llin g contra H e g el n o se
reduce' a esta explotación d e la autoridad ya h istórica d e su filo s o fía
ju v en il. E s cierto que su ataque p rin cip al va d irigido contra e l lado p ro ­
gresivo d e la dialéctica hegeliana. P ero , en e l cu rso 'd e la p olém ica m ism a
aflo ra n ciertos m otivos que p o n en tam bién de m an ifiesto , muy h áb il­
m ente, lo s lados endebles de H e g el. Y a verem os cóm o esta polém ica es,
por su m étodo, una p olém ica dem agógica y, p o r la fin alid ad perseguida,
un oscurantism o. N o d eja de ser instructivo, sin em bargo, observar q u e en
ella Se apuntan, com o decim os, ciertas debilidades reales, y m uy esenciales
además, de la dialéctica idealista o b jetiva, cuyo descubrim iento filo só ­
ficam ente certero podría muy bien conducir a* un desarrollo m ás alto de la
dialéctica. Y , en este punto, se revela cóm o las fases de evolución del irra­
cionalism o no brotan de las propias tendencias de su desarrollo, sino que
el contenido y el m étodo de toda m odalidad del irracionalism o vienen
determ inados más bien por la problem ática concreta d el progreso de l a :
vida social y, por tanto, de la ideología, en cada época. E n la década del
cuarenta, el problem a puesto a la orden del d ía era el del paso de la d ia­
léctica idealista a la m aterialista. D e aquí que, en el p lan o m etod ológico,
ocupara la crítica del idealism o o b je tiv o desde el cam po de la derecha
el cen tro de las tendencias irracionalistas y, con ayuda de esta crítica, el
esfuerzo por desviar la trayectoria de estas consecuencias, para encauzarla
hacia la m ística irracionalista, Y ya hem os puesto de m an ifiesto cóm o

91 Ibíd., secc. II, t. III, p. 80. 92 lb'id., secc. I, t. X, p. 161.


148 FUNDAMENTACIÓN DEL IRRACIONALISMO

estas tendencias desempeñaron un papel decisivo, durante la época de la


desintegración del hegelianismo, en la polémica de Schelling contra Hegel.
El problema decisivo planteado por 4a desintegración del hegelianismo
es, ante todo, el que lleva consigo el viejo principio del deslindé en el
campo de la filosofía: idealismo o materialismo, prioridad del Ser o de
la conciencia. El idealismo objetivo encontró aquí, Con su teoría de la iden­
tidad sujeto-objeto, una aparente solución, tratando de erigir sobre estos
podridos cimientos el erguido edificio de un sistema dialéctico.1La agu­
dización de las luchas de clases en' la Alemania posterior a la revolución
de Julio trajo consigo necesariamente, en todos los campos dé la filoso­
fía, el derrumbamiento de esta aparente solución, interiormente falsa.
Y asimismo hemos señalado cómo este movimiento culmina, dentro de la
filosofía burguesa, én la figura de Ludwig Feuerbach, coincidiendo aproxi­
madamente con los años en qué* Schelling aparece en Berlín.
Ahora bien, está cuestión tiene una importancia decisiva en la crítica
gnoseológica de Hegel por Schelling. El análisis dé aquella ilusión en
qde Schelling incurría al creer qtíe su filosofía negativa era idéntica a las
concepciones de su juventud, dé tal modo que, sin transformarlas, pudiera
limitarse a complementarlas con una filosofía positiva, puso de mani­
fiesto ánte nosotros que lo que Schelling hacía, en realidad; era abandonar
el punto de vista de la identidad sujeto-objeto. Y , al criticar ahora la
filosofía hegeliana, se ve obligado á plantear el problema de la priori­
dad dél ser o lk conciencia, Y lo hace así, reiteradamente —-directa y
aparentemente— , con gran claridad-y decisión. Habla, por ejemplo, de la
suma contraposición y dé la suprema unidad en la filosofía, para llégar
a esta conclusión: "A hora bien, en „está unidad, la prioridad no corres­
ponde al pensamiento; el ser es lo primero, el pensamiento lo segundo
o lo derivado.” 93 Y con iftayor claridad todavía en este otro pasaje:
"Pues no existe el ser porque exista el pensamiénto, sino que, por el
contrario, el pensamiento debe su existenda al ser.” 94
A dónde conducen estos razonamientos de Schelling, lo veremos en­
seguida. Pero antes, debemos completar este planteamiento, ahora visible,
dé un problema de principio, cort otro que, si bien emerge constante­
mente en la desintegración del hegelianismo, no se acerca nunca a úna
solución real, que sólo es capaz dé llegar a darle el materialismo his­
tórico: nos referimos al problema de la teoría y la práctica. El sistema
hegeliano culmina en. una perfecta contemplación, en una evocación cons­
ciente de la theoria de Aristóteles,' a pesar de que el método de Hegel
había planteado anteriormente toda una serie de problemas importantes
acerca de la interdependencia entre la teoría y la práctica, sobre todo
en lo tocante a las relaciones entre el trabajo (las herramientas, etc.) y la

Ibid., sect. II, t. I, p. 587. '» Ibid., secc. II, t. Ill, p. 161 ».
LA FILOSOFÍA POSTERIOR DE SCHELLING 149

teleo lo g ía. S in em bargo, e l p eríod o d e la d esintegración d el hegelian ism o


se ínueve, aquí, entre dos extérnaos fa ls o s : lo s in ten tos idealistas d e supe-
rad ó n d e la cúspide contem plativa e n e l sistem a h eg elian o llev an d e
nuevo, casi siem pre, id idealism o su b jetiv o , p o r e je m p lo a l d e F ic h te
(B ru n o Bauer, M ó ses H ess, e t c .) ; F e u e rb ad i, en cam bio, im pulsad o p o r
la tend encia a sobreponerse radicalm ente a l su bjetivism o y a la te o lo g ía d e
H egel, cae en un "m aterialism o contem p lativo” . P o r tan to , aunque este
problem a ocupara el centro d el interés filo s ó fic o , n o p o d ía en con trar
una solución ni siquiera aproxim adam ente satisfactoria antes de que apa­
reciera él m aterialism o dialéctico.
D ad a su grande y constante sagacidad para todo lo relacionad o con la
actuálidad, nada tien e de extraño que tam bién en lo to can te a l p ro blem a
de la teo ría y la práctica d irigiese S ch e llin g un ataque co n tra la filo s o fía
hegeliana de la razón. C laro está que, en este pu nto, vem os ya en su
form u lación m ás general lo que e l p lanteam iento del p ro blem a p o r S ch e l­
lin g sé propone. Estudiando la d ife re n d a entre la filo s o fía negativa y la
positiva, en la que señala la "crisis de la ciencia de la natu raleza” ■— q u e
realm ente existía en aquel tiem po— , pasa a hablar, e n actitud crítica
contra H eg el, d é la contraposición entre teo ría y práctica, y d ice : " L a
d en cia d e la razón se rem onta realm ente, p o r tanto, sobre sí m ism a y
em pu ja a lo contrario; pero tam poco ésta puede p a rtir d el p ensam iento.
N ecesita, p ara ello , m ás b ien d e u n im pulso d e ord en p ráctico ; ahora
bien , e n e l pensam iento n o hay nada p ráctico ; e l concepto es alg o p u ra­
m ente contem plativo, q u e só lo guarda relación con lo necesario, m ien tras
que aq u í se trata d e alg o que reside fu éra d e lo necesario, d e alg o que
tien e que ver con la volu ntad .”
S i tom am os estas form u laciones en su sim p le generalid ad abstracta, n o
cabe duda d e que S ch e llin g m uestra, en ellos, cierto vislu m bre d e la v er­
dadera crisis filo s ó fic a de su tiem p o. P e rd b e vagam ente q u e es e n la
prioridad del ser sobre e l pensam iento, en la p ráctica com o crite rio d e
la teo ría, donde s e h a lla la clave p ara lá solu ción d e sus problem as. S in
em bargo — y esto es característico d el n acim ien to d e to d a filo s o fía irra­
cionalista llam ada a in flu ir históricam ente— .S c h e ll in g só lo trae a d ebate
estas m anifestaciones, dotadas d e actualidad en su g en eralid ad abstracta
y que dan certeram ente en el b lan co d e los verdaderos fla co s id e alistas
de la filo s o fía hegeliana, para, con ayuda de ellas, desviar la trayecto­
ria de aquel paso hacia adelante que la filo s o fía de su tiem po se d isponía,
a dar, para fru strar los esfuerzos de la época en to rno a u n nuevo contenido-
social y al nacim iento de una filo s o fía d ialécticá capaz de e x p re sa rlo
adecuadam ente, para conseguir que estos fo rceje o s desem bocasen en una:
m ística irrad o n alista a to n o con las m iras sociales y p o líticas d e la reacció n
y que se hallara, adem ás, en conso nancia con las exigen cias d e su
tiem po.
150 FUND AM ENT ACIÓN DEL IRRACIONAUSMO

Para comprender claramente esto que decimos, basta con echar una
rápida mirada a la concreción de las concepciones de Schelling a que
acabamos de referirnos. Al tratar de determinar de un modo más concreto
la característica esencial del ser independiente del pensamiento y que
condiciona éste, pasa a hablar, de un modo natural, de la cosa en sí de
Kant. Su crítica de la filosofía kantiana y de su posición a medio camino
no es, naturalmente, tan de principio como la de Hegel, a pesar de sus
limitaciones idealistas. Schelling dice, a este propósito: "Pues esta cosa
en sí o es una cosa, es decir, un ser, en cuyo caso es también algo
necesariamente cognoscible y, por tanto, no en sí — en sentido kantiano— ,
ya que por el 'en sí’ entiende Kant precisamente lo que cae fuera de
todas las determinaciones del entendimiento; o bien esta cosa en sí es real­
mente en sí, es decir, algo incognoscible, no representable, y entonces
no es una cosa." 95 *
Sin embargo, cuando va más allá en la concreción, en la aclaración de
sus propias concepciones, llega a aquella dualidad del agnosticismo idea­
lista subjetivo en el mundo del fenómeno y el puro irracionalismo en él
mundo del "noúmeno” que constituye la esencia de la filosofía schopen-
haueriana. (Como el propio Schopenhauer se hallaba muy influido por
Schelling, en este problema, destacamos esta afinidad solamente como
característica de la tendencia irracionalista, no como conexión histórica
entré el Schelling de la última época y Schopenhauer, conexión que
apenas si llegó a existir.) Conclusión de Schelling: "Nosotros decimos:
existe, indudablemente, un algo primario, de por sí incognoscible, el ser
en sí. carente de medida y determinación, pero no existe una cosa en sí;
cuanto es objeto para nosotros es ya algo afectado en sí mismo por
lá objetividad, es decir, algo estatuido ya, en parte, como subjetivo.” 99
Ahora bien, este deslizarse hacia abajo, hacia un idealismo subjetivo y,
al mismo tiempo, hacia un irracionálismo que flota en el vacío, no es
más que la consecuencia necesaria del método de Schelling, y no el resul-
| tado de su propósito consciente. Por el contrario, Schelling no pretende,
7. como hemos visto, borrar las tendencias del método dialéctico, que por
aquel .entonces atravesaba por una crisis de crecimiento, mediante un
irracionalismo radical, sino mediante la "razón superior” de la llamada
filosofía positiva, mediante un resuelto viraje hacia la teología, filosófi-
' camente fundamentado, al parecer. Por tanto, al indagar el paso concreto
de la filosofía negativa a la positiva, se esfuma la prioridad del ser sobre el
pensamiento, que antes se formulara de un modo tan categórico; o, mejor
dicho, el ser que allí se proclamaba de un modo vago y abstracto se con­
vierte de improviso, sip^ la menor fundamentación ni ^mediación, en el
Dios situado más allá de la razón y sobrepuesto a ésta. "E s cierto — dice

95 Ibid., secc. I, t. X , p. 239. 96 Ibid., p. 240.


LA FILOSOFIA POSTERIOR DE SCHELLING 151
Schelling— que-en todo el" desarrollo anterior he demostrado que, si
existe o para que pueda existir un ser racional, necesito presuponer aquel
espíritu. Pero ello no establece todavía ningún fundamento en Cuanto al
ser de este espíritu. Este fundamento sólo lo daría la •tazón, si el ser racio­
nal y la razón misma hubieran de estatuirse incondicionalmente. Pero
no es esto lo que ocurre. Pues, hablando en términos absolutos, tan posi­
ble es que no existan ninguna razón y ningún ser racional como que
existan. Por tanto,, el fundamento, o, más exactamente, la causa de la
razón se da más bien, primeramente, en aquel espíritu perfecto. N o
es la razón la causa del espíritu perfecto, sino que es la existencia de é $ 0
la que hace posible que exista una razón. Con lo cual se viene por tierra el »■
■Gff-
fundamento de todo racionalismo filosófico, es decir, de todo sistema qu<?\
eleve a principio la razón. Sólo es una razón quien sea un espíritu pej-g ík s . -í» *;■

fecto. Y éste carece de por sí de fundamento; es, pura y sencillamente/3 "2


tv * 1
porque Es.” 97 . ■<- ■
Y este "E s”, es decir, el Ser del Schelling de la última época, debe
aceptarse, según el filósofo nos asegura, como el fundamento de la razón;
debe, incluso, garantizar el imperio de la razón en el campo que a éste
se le asigna: "L a filosofía positiva arranca de lo que se halla, sencilla­
mente, al margen de la razón, pero la razón sólo se somete a esto para
recobrar de nuevo, directamente, sus derechos.” 9S Es decir, que, según
las afirmaciones de Schelling, se trata simplemente de una "apariencia” ,
"como si [la filosofía positiva, G. L .} fuese una ciencia contrapuesta
a la razón”. Pero ya su misma termfhología delata su inconsecuencia, su
dualidad demagógica: la absurda expresión de "ciencia irracional” revela
claramente hasta qué punto Schelling pretende aunar en su filosofía posi­
tiva lo que es por principio incompatible, aspira a resucitar, con el apa­
rato altamente desarrollado del pensamiento de la dialéctica idealista, las
irreductibles contradicciones internas de una teología escolástica.
Y este irreductible antagonismo interno se manifiesta plásticamente
en las ideas metodológicas fundamentales de su filosofía posterior: toda la
famosa separación entre la filosofía negativa y la positiva descansa sobre
la premisa de que Schelling distingue brusca y metafísicamente la esen­
cia de las cosas (lo que éstas son) de su existencia (del hecho de que
so n ). "Es algo completamente distinto — dice— el saber lo que un ser
es, quid sit, y el saber que es, quod sit. Aquello, la respuesta a la pre­
gunta de qué es, me permite penetrar en la esencia de la cosa o hace que
pueda comprender la cosa, formarme una noción o un concepto de ella o
poseerla a ella misma en el concepto. En cambio, lo otro, el saber que es,
no me da el simple concepto, sino algo que trasciende por sobre él y
que es ya la existencia.” 99

97 Ibid., secc. II, t. III, p. 247 s. 93 Ibid., p. 171. 99 Ibid., pp. 57 s.


152 F U N D A M E N T A R O N DEL »R A C IO N A L ISM O

E s claro que, al subrayar que la existencia no puede derivarse del con­


cepto, S ch ellin g po ne de relieve otro de los lados flacos del idealism o
absoluto de H egel, aunque enfocán dola desde un punto de vista derechista
y criticándola, p o r ello , con deform aciones reaccionarias. T am b ién en este
punto resulta tentad or— para aquella capa de la burguesía a quien ate­
m orizaba la filo s o fía de H eg el. (y la de la prim era época de S c h e llin g ),
por su apriorism o y su desprecio de todo lo em pírico— el que Schellin g,
ahora, contraponga a las conclusiones apriorísticas derivadas de la razón
pura en la filo so fía negativa la filo s o fía positiva, com o la filo s o fía de la
experiencia. Y el hecho d e que Sch ellin g m an eje aquí un concepto tan
d eform ado de la experiencia, hasta el punto de presentar la R evelación
com o el verdadero o b je to de ella, hace de él, tam bién en este aspecto,
e l precursor del. m oderno irracionalism o, en el que, desde M ach , pasando
p o r el pragm atism o y hasta lleg ar a las corrientes hoy predom inántes,
encontram os el m ism o abuso del ««término "ex p erien cia” .
P ero, precisam ente esta crítica de H e g el a que acabamos de referir-/
nos, p o r enfocarse desde un punto de vista derechista, se trueca en seguida
en un com pleto absurdo, al separar la razón, el concepto, etc., de toda
realidad. Sch ellin g llega, incluso, a com batir a H eg el sobre la siguiente
lín ea. Establece, que, según H eg el, la razón, se ocupa del E n sí de j a s
cosas. A h o ra bien, se pregunta, ¿qué es este E n s í? ¿Es, acaso, el que
existan, su ser?, " E n m odo alguno, pues el E n sí, la esencia, el concepto,
la naturaleza del hom bre, p o r ejem p lo, segu iría siendo la m ism a aunque no
existiera hom bre alguno en el m undo, lo m ism o que el E n sí de una
fig u ra geom étrica se ría el m ism o, e x istie ra o no esta fig u r a ." 100
, L a invocación j e la independ encia de la fig u ra geom étrica con res­
pecto a su existencia es un pu ro sofism a, ya que tales figuras son siempre
im ágenes m entales de conexiones esenciales dentro del espacio, ni más
ni m enos que lo es el concepto del hom bre. Y la "filo s o fía de Ja expe­
riencia” de Sch ellin g se vería colocada ante un problem a in solu ble si
tuviera que form arse un concepto del hom bre "in d ep en d ien te” d e la exis­
tencia d e éste. L a endeblez del idealism o hegeliano está en que, *aun
reconociendo constantem ente esta con exió n en e l p lan o práctico-m etodo­
lógico, se com porta sistem áticam ente com o si el pro pio m ovim iento del
concepto hiciera brotar p o r sí m ism o, autom áticam ente, todas las deter­
m inaciones concretas. L a crítica derechista de S ch ellin g , en vez de estable­
c e r aquí, com o la crítica izquierdista de Feuerbach, la exacta conexión
gnoseológica entre la realidad y k im agen del p ensam iento, n ieg a toda
objetividad , toda fundam entación d el concepto, de la esencia, en la rea­
lid ad , convierte el idealism o o b je tiv ó en una caricatura, a le ja d e él toda
relación con la realidad o b jetiv a, que existe, a pesar de que n o se tenga

">0 IbiJ., p. 59.


LA FILOSOFÍA POSTERIOR DE SCHELLING 153
co n cien cia d e e lla y n o se la v ea consecuentem ente ( l a esencia, com o
d eterm in ació n d el ser, e n H e g e l ) . L a sin g u lar p o sició n d e S ch e llin g la
rev ela e l h ech o d e q u e su filo s o fía negativa, aun qu e q u iera revestirse
co n la aparien cia d e u n o b je tiv ism o id ealista, es u n a -filo s o fía puram ente
su b je tiv ista y pragm ática, e n la q u e n o se in te n ta siq u iera fu n d am en tar
desde e l p u n tó d e v ista d el su jeto las categ o rías a sí o b ten id as, vaciadas
d e to d a o b je tiv id ad , co m o lo h a b ía n h ech o lo s representantes filo s ó fic o s del
id ealism o su b jetiv o . Y d e (Ara p arte, s e p reten d e d esp o jar p recisam ente
a la existen cia sch e llin g ian a ( e l q u e las cosas s o n ) d e to d o co n ten id o , d e
to d a racio n alid ad : esta existen cia es, e n cu anto a su esencia, e l v acío
d e la nada, presen tad o una vez m ás co n la arro g an te y g ran d ilo cu en te
p reten sió n d e u n a racionalid ad su p erio r, d iv ina.
E n la estructura fu n d am en tal d e e ste sistem a s k m a n ifiesta cabalm ente,
co m o vem os, la actitud insegu ra d e S ch e llin g , s u 'te n d e n c ia a co n c ilia r
lo in co n ciliab le , com o la actitud típ ic a d el h o m bre q u e flu ctú a e n tre dos
épocas, e n la d irecció n id eológ ica de u n .m ovim iento co n fu so d esd e el
p u n tó d e vista d e cla se : el estrecho co n tacto co n e l c írcu lo d e la nobleza
fe u d al, rom antizante y absolu tista, d e F ed erico G u ille rm o I V , determ ina
aq u e llo s "rasg o s constructivos” con scien tes d e su sistem a, q u e h acen d e él
una co n tin u ació n y u n a coron ación d e la filo s o fía d e la R estauración,
d e las tend encias de u n B a a d e r; y , d e o tra p arte, lo s elem en tos burgueses
que se d an en la reacción p ru siana h acen b ro tar, p o r e l co n trario , aqu ellas
su bcorrientes rad icalm ente irracion alistas y su b jetiv o-id ealistas q u e hacen
d e su filo s o fía , rápid am ente anticuad a — e n su c o n ju n to — , u n p recu rsor
bastante im p ortan te d el irracio n alism o m o d ern o .
Y la m ism a d ualid ad se ad vierte e n la co n creció n sch e llin g ian a d e la
p ráctica. Y a hem os visto hasta <¡ué p u n to critica S ch e llin g , au n qu e desde
u n p u n to d e vista d ered iista, co n cie rta razón, e l carácter con tem p lativ o
d e l sistem a d e H e g e l. S in em bargo, y a p esar d e la razón d e . ser co n d i­
cio n ad a q u e la asiste com o sim p le Crítica, la p o sició n q u e e n este p u n to
m a n ifie sta S ch e llin g rep resenta u n m arcad o retro ceso reaccio n ario con
respecto a la filo s o fía alem an a clásica. T a m b ié n ésta h a b ía in ten tad o,
d en tro d e sus lim itacio n es idealistas, desentrañar, e n lo económ ico , e n lo
h istó rico y e n lo so cial, la o b je tiv id a d d e la p ráctica hu m ana. E l p ap el
d ecisivo q u e la especie hu m ana desem peña e n la filo s o fía d e H e g e l es,
indu d ablem ente, d e u n a p arte, sig n o d e q u e e ste filó s o fo n o lle g ó a
co m p ren d er la estructura real d e clases d e la sociedad burguesa, d e q u e
m istifica b a esta sociedad y su d esarro llo com o si s e tratara d e lo s d e la
esp ecie h u m ana; p ero , a l m ism o tiem p o y d e o tra p arte, se ad v ierte clara­
m e n te e n é l la tend encia a co n ceb ir filo só fica m e n te la sociabilid ad o b je tiv a
co m o u n rasgo esencial insep arable d e la v id a d el h o m bre, d e la p ráctica
hum ana.
Y e l carácter an tagó n ico irred u ctible, a que acabam os ae te fe -
154 FU N DAM EN TACIÓN DEL IRRACIONALISMO

rirnos, de las tendencias fundam entales en el Schelling de la últim a


época se revela, asim ism o, en el hecho de que su filo s o fía abriga, p o r un
lado, el propósito de sentar los fundam entos filo só fico s para u n conser­
vadurism o reaccionario, ab so lu tista-feu d íl. (N a d a tien e de casual el que
el filó so fo del derecho y p o lítico Stahl, nacido de la filo s o fía schellin-
giana, llegara a convertirse, en esta etapa, en el p rin cip al id eólogo del
conservadurism o p ru sian o .)
P ero tam poco es casual, p o r o tro lado, el q u e el concepto d e la prác­
tica contenid o en la filo s o fía po sitiva de Sch ellin g sea un concepto radi­
calm ente antisocial, en e l que se fu nd am enta un individualism o ta n ex­
trem o com o el que, andando e l tiem po, encontrarem os en K ierkegaard
y, más tarde, ya en la época im perialista, en el existencialism o. " S e ha
puesto, pues, de m anifiesto — dice Sch ellin g— cóm o ante el Y o surge
de un m odo absolutam ente práctico la necesidad de poseer a D io s fu era de
la razón (n o sim plem ente en él pensam iento o en su id e a ). Y esta
voluntad no es nada fortu ito, sino que es la voluntad del espíritu, el cual
no puede, p o r razón de la necesidad interio r y llevado del afán de su
propia liberación, encerrarse y detenerse en el puro pensam iento. Y com o
esta exigen cia no puede p artir del pensam iento, no es tam poco postulado
de la razón práctica. N o es ésta, com o pretende K a n t, sino que es sola­
m ente el individuo quien conduce a D io s. Pues lo que apetece la beatitud,
en el hom bre, no es lo general, sino el individuo. Y cuando el hom bre se
ve m ovido (p o r la conciencia o p.or la razón p ráctica) a aju star su con­
ducta para, con los otros individuos a lo que era en el m undo de las ideas,
esto sólo puede satisfacer en él a lo general, a la razón, y no a él mismo,
al individuo. E l individuo de por sí no puede apetecer o tra cosa que la
beatitu d.” 101
T am b ié n aquí se expresa claram ente aquel carácter antagónico central
de las ideas fundam entales de la época p o sterior de S ch ellin g , a que
más arriba nos referíam os, y se trasluce la base social de este antagonism o,
que no es otra que la dualidad de su fundam ento de clase. Y , con ello ,
podem os dar p o r term inada la caracterización d el irracionalism o del se­
gundo períod o de Sch ellin g, sin que valga la pena entrar con detalle
en los aspectos concretos de su construcción de la m ito lo g ía y de la
Revelación. V ista en su totalidad, com o tipo de sistem a, esta filo so fía
no lle g ó a eje rce r m ás que una in flu en cia muy transitoria en el desarrollo
d el irracionalism o. E n cam bio, hem os podido observar hasta aquí cóm o
algunos de sus m otivos sueltos llegarán a convertirse, m ás tard e — directa
o indirectam ente, a través de m ú ltiples vehículos— , en p arte integrante
im portante del irracionalism o posterior. P o r eso consideram os necesario,
antes de seguir adelante, señalar brevem ente algunos de estos m otivos,

101 Ib íd., secc. II, t. I, p. 569-


LA FILOSOFIA POSTERIOR DE SCHELLING 155

sin en trar a exam inar dem asiado d etalladam ente el lu gar que ocupan en el
sistem a de la filo s o fía schellingiana.
B astará con apuntar de nuevo, muy brevem ente, que S ch ellin g , en con ­
tra de to d o aqu ello que asegura, vuelve la espalda, e n todos los problem as
esenciales, a las tendencias progresivas de su juventud y hasta las vuelve
d el revés y, en cam bio, donde qu iera que antes h ab ía abrazado ya una
ten d en cia reaccionaria, se m antiene fie l a e lla y la desarrolla. T a l, sobre
to d o , co n respecto a su po sició n aristocrática ante la te o ría del con o ci­
m ien to . A ntes, el fu nd am ento aparente sobre que descansaba este aristo-
cratism o era la genialid ad del artista; ahora, pasa a ser la R evelación cris­
tian a el "o rg a n o n ” de la selección de los elegidos, con lo que esta teo ría
retorna abiertam ente al m undo mágico que, históricam ente, había sido
su pu nto de partida. L a R evelación, dice S ch ellin g , "n o es ni una relación
originaria, ni una relación general, extensiva a todos los hom bres, ni es
tampoco una relación permanente y eterna".™*
Y aún apunta más llam ativam en te hacia el irracionalism o p o sterior la
con cep ción del tiem po sostenida p o r S ch e llin g . Y a hem os tratado de la ten ­
d en cia reaccionaria g en eral d e su teo ría de la h istoria y nos hem os re fe ­
rido, sobre todo, al abandono to tal de la idea d el d esarrollo m antenida
p o r él en su juventud. Para d ar a este v ira je una base en la te o ría del
conocim iento, n ieg a la o b jetiv id ad del tiem po, su b jetiv án d olo totalm ente
e id e n tificán d o lo con la vivencia del tiem po. Y , en este pu nto, se hace de
nuevo necesario d e ja r sentado que en tre los m om entos progresivos m ás im ­
portantes de la trayectoria que va de K a n t a H e g e l (in clu y en d o en ella,
por lo m enos en parte, la filo s o fía del jo v en S c h e llin g ) fig ü ra el haber
desentrañado la o b jetiv id ad del espacio y el tiem po, aunque claro está que
d en tro de los lím ites en que p o d ía hacerlo el idealism o.
A h o ra bien, cuando S ch ellin g , en sus obras posteriores, vuelve a sub-
je tiv ar el tiem po, conv iene destacar en ello dos cosas. E n p rim er lugar,
que esta subjetividad del tiem po no es, en m odo alguno, el sim ple re­
to rn o al apriori de K a n t, sin o que representa, en cuanto a su tendencia
fu nd am ental — S ch e llin g elabora este p roblem a m ucho m enos que Scho-
penhauer, antes de él, y después de él K ierkegaard — , la desaparición
de to d a objetivid ad del tiem po en su vivencia su bjetiva. Y , en segundo
lugar, que S ch ellin g , p o r op osición a Schopenhauer, su b jetiv a p o r igual
el tiem p o y el espacio, con lo que salta hacia atrás de K a n t a B erkeley,
tratando de asegurar al tiem po un lugar p rivilegiad o en el sistem a del
cono cim iento filo só fico .
Y esta tend encia debe subrayarse de un m odo especial, porqu e co n ello
vuelve a aparecer S ch e llin g com o precursor del irracion al,sm o posterior.
E n e fecto , fo rm a parte de la esencia del irracionalism o el que la intuición,

Ib id ., secc. II, t. III, p. 185.


156 FUNDAMENTACIÓN DEL IRRACIONALISMO

com o "o rg an o n ” d e la captación de la verdadera realidad, e xalte hasta el


plano d e la esencia de esta realidad su p ro p ia capacidad de vivencia y,
p o r tanto, el tiem po vivido. Y la tendencia del irracionalism o im peria­
lista representada p o r la filo s o fía de la tid a hace todavía m ayor hincapié
en la dirección de concebir el espacio com o e l p rin cip io de lo que no
vive, de lo m uerto y lo anquilosado, y e l tiem po vivido com o principio
de vida, contraponiend o uno a otro am bos principios..
E n S ch ellin g , estos m otivos de la filo s o fía d e la vida sólo aparecen
sueltos, aquí y allá, com o es natu ral; en una ocasión dice, p o r ejem p lo,
d e pasada, que la filo s o fía negativa " s e m antendrá, preferentem ente, com o
una filo s o fía para la escuela, m ientras que la filo s o fía positiva quédará
com o la filo s o fía p ara la vida”.103 P ero m anifestaciones com o éstas son,
en é l, puram ente episódicas. E n cam bio, tien e g ran im portancia la posi­
ción p referen te que asigna al tiem po vivido y su bjetivad o p ara la sub-
jetivización de la historia, para l a negación de la objetivid ad del des­
arro llo histórico. Citarem os las palabras de S ch e llin g : "C o m o n o cono­
cem os m ás tiem po real que el estatuido con el m undo d e a h o ra . . . , e l .
m odo m ás seguro de sustraernos al absurdo es d ecir: en la realidad,
es el tiem po ú ltim o el prim ero que se establece, a l que lu e g o . . . siguen
los anteriores, p o r cuanto que en a q u é l . . . aparecen solam ente com o
tiem pos pasados, cada uno en la m edida en que lo p r e c e d e .. . ” 104
Se tirata con c:11q, directam ente, de p riv ar de su valor esencial a toda
la trayectoria an terior a la existencia hum ana, d e d esp o jarla d e o b je tiv i­
dad. Sus acontecim ientos, dice S ch ellin g , "carecen de sentido y de fin a ­
lidad, cuando no guardan relación alguna con el hom bre” .105* Y esta
concepción del tiem po im prim e su se llo a toda su construcción de la
historia. Sch ellin g concibe la historia com o un "sistem a de los tiem p os",
form ad o p o r " e l tiem po absolutam ente prehistórico, el relativam ente pre­
histórico y e l h istó rico ". Estas épocas se distinguen unas de otras, según
Sch ellin g, p o r criterios cualitativos y, más concretam ente, con arreglo al
estado de elaboración o de nacim iento en que se h alla en ellas la m itolo­
g ía. D e l tiem po de la prim era época dice S ch ellin g que "n o es una ver­
dadera sucesión de tiem pos” , que es " e l tiem po sencillam ente idéntico
y’ por tanto, en el fo nd o , un tiem po al margen del tiempo”. D e donde
se sigue, según este filó s o fo : "C o n él se delim ita, p o r tanto, no sólo un
tiem po, sino el tiempo en general, pues es lo ú ltim o a que podem os re­
m ontarnos en el tiem po. P o r encim a de él no cabe dar ya m ás paso que
el paso a lo suprahistórico-, es un tiem po, pero un tiem po que no lo es ya
com o en si mismo, sino solam ente en relación con el que le sigue; no

103 Ibíd., p. 155. 104 Ibíd., secc. II, t. I, p. 497.;


105 Ibíd., p. 499. Esta relación entre la conciencia inmediata actual y la reali­
dad anterior al hombre reaparece en el machismo. Cfr. acerca de esto, Lenin,
Materialismo y empiriocriticismo. Ed. en Lenguas extranjeras, Moscú, 1948, p. 96
LA FILOSOFÍA POSTERIOR DE SCHELLING 157

lo es en sí mismo, porqu e n o se da en é l un verdadero antes y después,


ya que es una especie d e e t e r n i d a d . . 106
E sta desenfrenada m ística, consecuencia lóg ica d e 'la fanática negación
de la id ea del desarrollo e n la h isto ria d e la naturaleza y de la hum anidad,
nos sitú a e n e l centro m ism o d e la construcción schellingiana d el u n i ­
verso. E l punto culm inante del sistem a n o pretend e ser otro, en efecto,
que la "p ru eba” filo só fica de la R evelación. N o s referíam o s hace poco
a su carácter aristocrático. S ch ellin g , quien, com o reiteradam ente hem os
dem ostrado, trata de apuntalar siem pre sus decretos irracionalistas con
árgum éntos seudorracionales ó supuestam ente "aju stad o s a la exp erien­
cia” , d eclara a llí que la R evelación necesita probarse p o r m ed io de un
hecho independiente de ella. " Y este hecho independiente de la R eve­
lación n o es otro, cabalm ente, que la aparición de l a m ito lo g ía .” 107 V em os,
pues, q u e " e l tiem po al m argen d el tiem po” d el nacim iento de la m ito ­
lo g ía aporta la "p ru eba” de la verdad d e la R evelación cristiana.
E sta construcción m ística n o o frece g ran interés p ara la historia d e la
filo s o fía ; apenas d eja ninguna h u ella n i desem peña p ap el alguno, después
d é 1 8 4 8 . Y si nos hem os creíd o obligad os a esbozarla áqu í, no h a sido
tanto p ara redondear la caracterización de la filo s o fía d e S ch e llin g com o
porqu e esta fundam entación que se da a la construcción dé lo s m itos del
presente, recurriendo p ara ello a las creaciones "an cestrales” d e u n tiem po
‘ absolutainente prehistórico” habrá d e convertirse e n u n elem ento im por­
tante d el irrarionalism ó en é l p eríod o inm ediatam ente an terio r a l fascism o
(K la g e s, H e id e g g er) y d el m ism o irracionaiism o fascista (B a e u m le r ).
H asta q u é punto pesaron en e llo las influ encias — directas o indirectas—
de S ch ellin g , es cuestión secundaria. L o im portante es ver cóm o estos
m itos y lo s filo sofem as co n q u e se trata d e "fu n d am en tarlo s” tien en que
brotar p o r lóg ica necesidad en el suelo de la radical negación d e la
idea del desarrollo, cóm o la destrucción de la razón actuante en la historia
arrastra necesariam enté a l pensam iento a la nada de una m ística que flo ta
en el vacío. Y asim ism o es im portante ver con clarid ad que ninguna
cultura especulativa o estética, ningún saber dotado de existen cia real,
puede o frece r un punto de apoyo crítico para no caer en esta sim a del
absurdo, cuando la lucha de clases em pu ja a una determ inada capa
de la sociedad, a sus ideólogos y a su pú blico, a negar, a discutir los
hechos más im portantes de la readidad social.

i « lbid., pp. 234 t. 107 lbid., seec. II, t, III, p. 185.


158 FUNDAMENT ACIÓN DEI, IRRACIONALISMO

IV

Schopenhauer

D e Schelling a Schopenhauer retrocede el camino, en apariencia. Desde


el punto de vista cronológico, no cabe la menor duda de que es así, ya
que la obra principal de Schopenhauer, El mundo como voluntad y repre­
sentación ( 1 8 1 8 ) , apareció mucho antes de la época final de Schelling,
de que hemos venido hablando. Pero, desde el punto de vista histórico, la
filosofía de Schopenhauer — vista en su conjunto— representa, en la tra­
yectoria del irracionalismo, una etapa superior y más desarrollada que
la de Schelling. Esta afirmación encontrará su punto de apoyo y su justi­
ficación en nuestras posteriores consideraciones.
¿P or qué la filo s o fía de Schopenhauer representa una etapa más des­
arrollada del irracionalism o que la de S ch e llin g ? D ich o en pocas p ala­
bras, porqu e con Schopenhauer aparece p o r prim era vez — y no sólo'
dentro de la filo s o fía alem ana, sino en el plano internacional— la variante
puram ente burguesa del irracionalism o. E n Sch ellin g, hem os podido se­
ñalar toda una serie de m otivos especulativos llam ados a ad qu irir una
gran im portancia para la p osterior trayectoria del irracionalism o. Sin
em bargo, si nos fija m o s en la totalidad de su sistem a filo só fico , vemos
q u e su in flu en cia histórica directa nó fu e, en m odo alguno, decisiva en
cuanto a los rum bos seguidos p o r el irracionalism o del períod o im pe­
rialista. Las repercusiones de su últim a época de filó so fo desaparecen
después de 1 8 4 8 ; sólo Eduard von H artm ann y su escuela llevan ade­
lante, con profundas m odificaciones, una parte de la obra iniciada por
Schellin g. Y , al lleg ar el períod o im perialista y surgir un "ren acim ien to ”
reaccionario de la filo s o fía alem ana clásica, vem os que la in flu en cia del
H eg el de los irracionalistas, interpretado y d eform ado a su gusto por
ellos, opaca la de Sch ellin g. E l jo v en Sch ellin g sólo influ ye en cuanto
proporciona los m edios espirituales necesarios para acercar a H eg el a
los rom ánticos. Y cuando, en e l prefascism o y en el fascism o, pasa a ser
la herencia m ás im portante e l rom anticism o, b a jo su fo rm a m ás reaccio­
naria, S ch ellin g es relegado a un lugar muy secundario, ju n to a un
G orres y un A dam M ü lle r.108
M uy o tra cosa ocurre con la in flu en cia de Schopenhauer. M ien tras la
filo so fía reaccionaria alem ana se m ueve p o r los derroteros de la R estau­
ración, aunque en la década del cuarenta sufra n o pocos cam bios y m uta­
ciones, Schopenhauer aparece totalm ente al m argen, sin resonancia alguna.

108 Esto se ve claramente, sobre todo, en Baeumler. Cfr. su introducción a


Bachofen, Der Mythus von Orient und Okzident, Munich, pp. C LX X I s.
SCHOPBNHAUER 159
Р е ю , d e p ro nto, a l crearse en A lem ania, tam bién en lo ideológico, una
situación esencialm ente nueva, después d e la derrota d e lá revolución
de 1 8 4 8 , lo. vem os ad qu irir celebridad y d e sp la z a rla Feuerbach com o
g u ia id eológ ico de la burguesía; basta fijarse, para com prenderlo, en la
trayectoria, extraordinariam ente típ ica d e lo que decim os, seguida p o r
R icardo W a g n e r antes y después d el 4 8 .
E n diversas obras d e E n g els se con tien e una descripción exacta de los
cam bios producidos en A lem ania com o consecuencia de la derrota del año
4 8 . E n u n a de ellas, d ice:
" L a m onarquía que v en ía descom poniéndose lentam en te desde 1 8 4 0
h ab ía tenido com o cond ición fu nd am ental la 1иф а en tre la nobleza
y la burguesía, que le p erm itía, m an ten er e l e qu ilib rio ; desde e l m o­
m ento en que ya n o se trataba de apoyar a la nobleza contra los avan­
ces d e la burguesía, sino de am parar a todas las clases poseedoras
con tra la p resión d e la clase obrera, la v ie ja m o narqu ía absoluta ten ía
p o r fu erza que verse totalm ente desplazada p o r la fo rm a de gobiern o
creada precisam ente con este f in : p o r la monarquía bonapartista. Y a he
tenido ocasión de estudiar en o tro lu gar este paso d e P rusia a l bona­
p artism o . . . L o que n o subrayé a llí y encierra esencial im portancia para
las conclusiones a que ahora querem os llegar, es que este paso represen­
taba el mayor de los progresos log rad o p o r P rusia en 1 8 4 8 : hasta tal
punto h a b ía quedado P rusia rezagada del d esarrollo m oderno. Prusia se­
g u ía siendo un Estado sem ifeudal, y el bonapartism o es, a pesar de todo,
una fo rm a de gobiern o m oderna, q u e tien e com o prem isa la elim inación
d el feudalism o. Prusia no tuvo, pues, m ás rem edio que barrer sus num e­
rosas supervivencias feud ales y sacrificar a los junkers com o clase. Esto
se hizo, naturalm ente, b a jo las fo rm as más suaves y siem pre a to no con la
v ie ja can tin e la: ¡despacito y buena l e t r a ! . . . Las cosas seguían igual, aun­
que traducidas del dialecto feud al al len g u aje b u r g u é s .. . D e este m odo,
pasa Prusia p o r la p eregrin a suerte de v e r coronada, a fin e s de siglo, b a jo
la agrad able fo rm a del bonapartism o,. su revolución burguesa, iniciad a en
1 8 0 8 -1 8 1 3 y que h ab ía avanzado un trecho en 1 8 4 8 . . . L a abolición
del feudalism o sig n ifica, en térm inos positivos, la instauración del ré­
g im en burgués. A m edida que caen los privilegios, se aburguesa la
legislación. Y aquí, dam os con la m éd ula de las relaciones entre la bur­
guesía alem ana y el gobierno . H em os visto que e l go b iern o se vio obligado
a introd u cir estas reform as, lentas y m ezquinas. P ero a la burguesía le
presenta cada una de estas pequeñas concesiones com o un sacrificio que
hace al burgués, com o una concesión arrancada a la C o rona a duras penas
y p o r la fuerza y a cam bio de la cu al e l burgués debe, a su vez, conceder
algo al g o b ie r n o .. . L a burguesía p ag a su em ancipación social, grad ual­
m ente concedida, con la renuncia to tal a su pro pio poder p o lítico . Y , na­
turalm ente, el m otivo fu nd am ental que im pulsa a la burgu esía a aceptar
160 FUNDAMENTACIÓN DEl. IRRACIONALISIMO

sem ejante convenio no es el m iedo al gobierno , sin o- el m iedo al p ro le­


tariad o.” ios» -
D e éste m odo caracteriza E ngels, n o sólo el aburguesam iento' de A le ­
m ania después de 1 8 4 8 , sino, además, los rasgos esp ecíficos decisivos
de este aburguesam iento: la renuncia de la burguesía alem ana a valerse del
proceso de capitalización d e A lem ania, de la prepotencia cada vez m ajtor
de la producción capitalista en él país, para conquistar su pro p io poder
p o lítico . P roducción capitalista y fo rm as de vida burguesas en un país
que sigue gobernado p o r los H oh en zo llern y los junkers: tal es lá qu in ­
taesencia de los cam bios operados en A lem ania com o consecuencia d e la
d errota de la revolución dem ocrática. Y no es extraño que fu eran y tuvie­
ran necesariam ente que ser muy profun das las consecuencias idéblógicas
de éstos cam bios, ya que este cam ino abrazado p o r la burguésía fu e seguido
tam bién — con pocas excepcioneí*y podríam os decir que cada vez m enos—
por la intelectualidad burguesa.
E l cam bio de las tendencias en la litérátu ra alem ana ha sido estudiado
por m í, detalladam ente, en o tra o b ra.109110 E ste cam bio responde, si se
analiza desde el puntó de vista filo só fico , a la hegem onía que la filo so ­
fía de Schopenhauer conquista ahora entre los inteléctuales burgueses de
A lem ania, especialm ente entre la m in o ría escogida. H eg em o n ía que, en
parte, le disputan los representantes vulgarizadores del v ie jo m aterialism o
(B ü ch ñ er, M o lesch ott, e tc .) y én parte, más tarde, el neokántism o. V a n
cayendo cada vez m ás en el olvid o las tendencias filo só fica s decisivas del
períod o prefrevolucionario, tales com o el hégéliariism o, Feuerbach y — en
la déreCha— S ch éllin g . '
E l auge de Schopenhauer tien e, p o r o tra parte, cáda véz m ás m arcadam en­
te, u n carácter internacional. Y tam bién esto responde a razones sociales.
P o r muy d istinta qué fuese la trayectoria de los Estados europeos más
im portantes con respecto a la de A lem ania, todos ellos presentan en este p e­
ríodo, y precisam ente desde el punto de vista que nos interesa, rasgos afin es
de cierta im portancia. N o en vano ca lifica E ngels esta etapa d e la trayecto­
ria de Prusia con el nom bre de bonapartista: la p o sición de la burguesía
francesa y de los intelectuales burgueses después de los com bates de Ju n io
de 1 8 4 8 , su capitulación ante N ap o leó n I I I , crea una situación que,
dentro de las d iferencias que naturalm ente existen , tien e m ucho de a fín .
(C ie rto es que la capitulación de los intelectuales franceses an te N ap o ­

109 Engels, Der deutsche Bauemkrieg, Berlín, 1951, pp. 21 s. La alusión con­
tenida en el texto se refiere a la obra de Engels, Zur Wohnungsfrage, Berlín,
1948, p. 45. Las razones sociales dé la influencia que Schopenhauer llegó a ad­
quirir han sido certeramente estudiadas y expuestas por Franz Mehring, Werke,-
Berlín, 1929, t. VI, pp. 163 s.
110 Cfr. G. Lukács. Ski'zze e'tner Geschichte der neueren deutschen Uteratur.
Áufbau-Verlag. Berlín, 1953.
SCHOPENHAUER 161

león I I I n o llegó a ser, ni m ucho m enos, tan incond icional com ó la de los
alem anes ante los H ó h en zo llem y revela casos m ucho m ás im portantes
d e una oposición, p o r lo m enos, id e o ló g ica .) L a instauración de la un i­
dad nacional italiana, tam bién “ desde arriba” (ten ien d o en cuenta, asi­
m ism o, las m ú ltiples d ife re n c ia s), las fo rm as del aburguesam iento que
se dan e n la m onarquía austro-húngara y hasta el "p erío d o Victoriano” en
Inglaterra, com o consecuencia de la d errota del cartism o: todo ello indica
que la trayectoria seguida p o r A lem ania después de 1 8 4 8 , pese a sus
características nacionales esp ecíficas, no era sin o una m an ifestació n extre­
m a d entro del cuadro general d e la trayectoria d e la sociedad burguesa
europea, en aquel tiem po. Y el p ro p io E ngels llam a la atención acerca
de estos rasgos com unes, al analizar la p o sición de la burguesía ante el
problem a del poder que se le planteaba al Estado ante la am enaza de
la clase o brera.111
Y esto sienta la base social necesaria para la in flu en cia internacional
de la filo s o fía de Schopenhauer: la base social para un irracionalism o
erigid o sobre e l ser social de la burguesía. L a filo s o fía alem ana asume,
en esta segunda gran crisis d e la sociedad burguesa, la dirección in te r­
nacional, com o lo había hecho ya en la prim era crisis, con m otivo de la
R evolución francesa y a raíz de ella. P ero, con una d iferen cia muy im por­
tante. E n la prim era crisis, la filo s o fía alem ana, p rincipalm ente p o r boca
d e H eg el, había form u lad o lo s pro blem as dialécticos de la época que
m arcaban e l cam inó hacia adelante. P arte in tegrán te de e llo era tam bién,
naturalm ente, com o hem os visto, la congruente reacción irracioñalista
de Sch éllin g, B aader y los rom ánticos. Y tam bién en este punto podem os
decir que la filo s o fía alem ana de aquel entohces llevaba, asim ism o, la voz
cantante en el terreno reaccionario, al plasm ar especulativam ente deter­
m inados elem entos fundam entales del irracionalism o posterior, m ientras
que la m ayoría d e los ideólogos fran ceses e ingleses d e la contrarrevolu­
ció n , d esde B u rk e hasta B o n ald y d e M aistre, seguían expresando, sus­
tancialm ente, e n las fo rm as especulativas tradicionales e l contenid o leg i-
tim ista-reaccionario. (S in p erd er d e vista, ciertam ente, q u e tam bién a llí
h ab ía algú n q u e otro precursor del irracionalism o,, p o r e jem p lo , e n F ran ­
cia, un M a in e de B ira n y en In g laterra u n C o le rid g e .) S in em bargo, l a
filo s o fía alem ana d e esta época d ebió sq in flu en cia verdaderam ente in ter­
nacional a sus tendencias dialécticas progresivas, a la teo ría del d esarrollo;
y no andaba descam inado C uvier cuando reprochaba a sus adversarios
evolucionistas la tend encia a introd u cir en la ciencia las corrientes “m ís­
ticas” de la filo s o fía alem ana dé la naturaleza.
L a segunda crisis, la que surge en to m o al año 4 8 y después d e é l,
tien e yá u n carácter esencialm ente d istinto . C ierto q u e es precisam ente

111 Engels, Der deutsche Bauernkrieg, ed. eit;, p. 13.


162 FUNDAMENTACIÓN DEL IRRACIONAUSMO

entonces cuando alcanza su pu nto culm inante e l pensam iento alem án, con
el m aterialism o dialéctico e histórico de M arx y E ngels. P ero , con ello, el
pensam iento abandona ya el terreno burgués; se cierra así, al m ism o tiem ­
po, definitivam ente, la época progresiva del pensam iento de la burguesía,
e l p lanteam iento y la elaboración de los problem as del m aterialism o
m ecanicista y de la dialéctica idealista. E l fo rceje o de la filo s o fía burguesa
co n e l nuevo pensam iento llam ado a ser su enterrador, sus esfuerzos por
crear tipos de irracionalism o aún m ás reaccionarios sobre estas nuevas
báses d e existencia, en la nueva situación ideológica, corresponden ya
a un p erío d o posterior. E s verdad que la filo s o fía de la ú ltim a época
d e S ch e llin g y, m ás aún, com o verem os, la d e K ierkegaard , guardan una
ín tim a relación co n la d esintegración d el h egelian ism o ; sin em bargo, la
in flu en cia internacional d e este ú ltim o fen ó m en o cae ya tam bién dentro
d el períod o del im perialism o. E s , a l igual q u e la in flu en cia internacio­
nal de Schopenhauer y N ietzsche, u n a especie d e anticip o d e las tendencias
decádentistas q u e m ás tardo habrán d e generalizarse. Y digam os ya desde
ahora, aunque sea ad elantam os a lo q u e m ás adelante se expondrá, que
co n N ietzsch e com ienza la verdadera lucha d efensiva del irracionalism o
burgués contra las ideas socialistas.
Schopenhauer escribió sus obras m ás im portantes cuando aún estaba
en su apogeo la filo s o fía hegeliaha. L o q u e Schopenhauer representa e n la
historia d el irracionalism o se adelanta a los acontecim ientos, p o r cuanto
q u e e n su obra se expresan aquellas tendencias que, com o consecuencia
d e la situación h istó rico -so d al q u e acabam os d e esbozar, sólo habrán de
im ponerse de u n m odo g en eral después d e la derrota d e la revolución
de 1 8 4 8 . E n consecuencia co n Schopenhauer com ienza la filo s o fía alem ana
a desem peñar su funesto papel de g u ia id eológico de la más extrem a
reacción.
C onio es natural, esta capacidad de anticiparse a su tiem po revela cierto
rango en el plano del pensam iento. Y no puede dudarse q u e tanto Scho­
penhauer com o K ierkegaard y N ietzsch e poseen considerables dotes filo ­
sóficas : una alta capacidad de abstracción, y no én u n sentido puram ente
form alista, sino com o la capacidad para reducir a conceptos lo s fenóm enos
de la vida, para tend er un puente especulativo entre la vid a directa y el
pensam iento m ás abstracto, para dar relieve filo só fico a los fenóm enos
del ser« q ue en su tiem po no existían m ás que com o gérm enes, com o
tendencias que apenas apuntaban y que sólo décadas m ás tard e habrían
de convertirse en síntom as generales de un period o. E s verdad — y ello
distingue a los Schopenhauer, K ierk eg aard y N ietzsche d e los filó so fo s
realm ente grandes— que aquella corriente de la vida de que se nutrían
sus especulaciones y a cuya fu tura fu erza arrollad ora se ad elan taban 'co n su
pensam iento, era el ascenso de la reacción burguesa. P ero n o cabe duda
d e que d ieron pruebas de una notable sagacidad, de una gran viveza de
SCHOPENHAUER 16*

oíd o especulativo y de una fo rm id able capacidad de abstracción antici-


padora para captar la aparición y el crecim iento de dicha corriente y sus
síntom as decisivos.
H abiend o señalado a Schopenhauer com o el p rim er irracionalista que
se m ueve sobre bases puram ente burguesas, no es d ifíc il encuadrar den­
tro de su ser social los rasgos personales que esto lleva consigo. E l curso
de su vida le distingue nítid am ente de todos sus predecesores y coetáneos
alem anes. Es un gran burgués, p o r oposición a la condición pequeño-
burguesa de éstos, que en un F ich te desciende casi hasta la situación
sem iproletaria. Esto hace que Schopenhauer no se vea obligad o a recorrer
el acostum brado cam ino de sufrim ientos del intelectual alem án ( a g a ­
narse la vida com o preceptor, e t c .) , sino que pase gran parte de su
juventud viajan d o p o r toda Europa. Y , tras un breve p eríod o de m e ri­
torio de com erciante, lleva una tran qu ila vida de rentista, en la q u e sus
relaciones con la universidad — desem peño de una cátedra en B e r lín —
no tien en tam poco más que una im portancia puram ente episódica.
Schopenhauer es, en A lem ania, el p rim er caso n otable de escrito r ren­
tista, tip o que ya desde m ucho antes se h ab ía d efin id o co n im portante
relieve en la literatu ra burguesa de los países capitalistam ente desarrolla­
dos. ( Y no d eja de ser sig n ificativ o el hecho de que tam bién K ierkegaard
y N ietzsch e gozaran, en m uchos aspectos, de una independencia d e ren­
tistas sem ejante a la de Sch op en h au er.) E sta situación de desahogo que lo
e x im ía de todas las preocupaciones de la vida m aterial sienta la base para
la independencia de este filó so fo , n o sólo con respecto a las condiciones
sem ifeudales de vida, condicionadas p o r el Estado (carrera universitaria,
e t c .) , sino tam bién con respecto a las corrientes espirituales vinculadas
a ellas. E sto le perm ite adoptar ante todos los problem as — sin correr
ningún riesgo n i som eterse a ningú n sacrificio— una obstinada posición
personal. Se convirtió, con ello , en p ro totip o del intelectual burgués
"reb eld e” de A lem ania en un períod o posterior. N ietzsch e dice d e él,
en un verso: " L o que enseñó se ha extinguido, / Sigue en p ie lo que
vivió. / V ed le b ie n : / A nadie se som etió.”
E sta pretendida independencia es, naturalm ente una ilusión, una típ ica
ilusión burguesa de rentista. C om o hom bre educado en la escuela de la
burguesía y de sentido muy práctico, Schopenhauer tenía la clara co n ­
ciencia de que su existencia espiritual dependía de la intangibilid ad y el
i.ccrem ento de sus rentas, y se pasó toda la vida luchando tenaz y sabia­
m ente por ello con su fam ilia, con los adm inistradores de sus bienes,
etc. E n estos rasgos "p ráctico s” de su carácter y de su vida presenta cierta
afinidad con algunas figuras relevantes de la época de la Ilu stración (c o n
un V o ltaire, p o r e je m p lo ), afinidad en la que nos detendrem os algunos:
m om entos, ya que — com o habrem os de ver— se extiende tam bién a l o
espiritual y es característica del m odo de pensar de Schopenhauer.
164 FUNDAMENfACIÓN DEL IRRACIONALISIMO

T am b ié n V o lta ire luchó tenazm ente p o r asegurarse una posición to tal­


m ente independiente fre n te a las potencias que en su tiem po eran los
m ecenas cortesano-feudales. P ero é l no lo h acía solam ente con vistas a su
o b ra individual, sino para estar en condiciones de p oder actuar com o
una po tencia espiritual propia, en todos los problem as im portantes de su
época, fren te al absolutism o feud al (caso Calas, e t c .) . E n Schopenhauer,
p o r el contrario, no encontram os ni rastro de sem ejante actitud ante la
vida pú blica de su tiem po. Su "ind ep end encia” es la del tip o original,
testarudo y caprichoso, egoísta redom ado, que se vale de su posición
independiente para retraerse p o r com pleto de la vida pública, para lib e­
rarse p o r sí m ism o de todos los deberes que sobre él pudieran pesar. Por
tanto, los afanes de independencia de un Schopenhauer sólo en lo form al
se asem ejan a los de un V o ltaire, con los que en realidad y en el fo nd o
nada tien en de com ún. Y no digam os ya con la heroica lucha que un
D id ero t o un Lessing hubieron de lib rar p o r salvaguardar su indepen­
dencia de espíritu, para estar en condiciones de batallar al servicio del
progreso social con las potencias reaccionarias de su tiem po.
E ra necesario señalar, siquiera fuese brevem ente, estos rasgos biográ­
ficos, pues nos sitúan en seguida en el centro m ism o del carácter esp ecífico
burgués de Schopenhauer. Y él m ism o se encarga, p o r otra parte, de
d ecim os con la m ayor claridad posible lo que entendía p o r independencia:
" M i lem a es dar gracias a D io s todas las m añanas p o r no tener que velar
por e l Sacro R om ano Im p erio ” , escribe, hablando de paso sardónicam ente
d e la id o latría hegeliana del Estado com o d el peor de los filisteísm os, en el
que e l hom bre desaparece al servicio- de la colectividad estatal. " E l fu n cio­
nario y el hom bre era, para esa m entalidad — d ice— uno y lo m ism o.
E ra la verdadera apoteosis d el filiste ísm o .” 112
N o cabe duda de que esta burlesca crítica da e n e l blanco de los
lados realm ente m ás débiles de la filo s o fía del derecho y la ética hege-
liabas. C om o el ideal progresivo del ciudadano, tal com o lo v eía H eg el,
ten ía que en cam ar en la m ísera realidad alem ana y com o, en virtud d e la
estructura de su sistem a, esta en cam ación no p o d ía p o r m enos de repre­
sentar una adaptación fie l a las m iserables condiciones de la sociedad
prusiana de aquel tiem po, es indudable que esta equiparación d el ciuda­
dano y el fu ncio nario del Estado equ ivalía, en efecto , al filisteísm o del
que, según las palabras d e E n g els, no llegaron a librarse n i los más
grandes alem anes, ni u n G o eth e ni un H egel.
H asta aquí, podem os, pues, afirm ar que esta crítica de Schopenhauer
con respecto a H e g el es acertada. A h o ra bien, ¿en qué consistía la inde­
pendencia del p ro p io Schopenhauer, ajen a según él a to d o filiste ísm o ?
D igam os de pasada que la cita del Fausto que el filó so fo hace en su

112 Schopenhauer, Sümtliche W erke, ed. Reclam, Leipzig, t. IV, pp. 173 s.
' SCHOPENHAUER 165

p ro fesió n de fe p o lítica quiere Ser, eri la plum a de G oeth e, una m áxim a


característica precisam ente d el filiste o . M ás im portante que esto es el
hecho de que, en la vida de Schopenhauer, aq u el altanero retraim iento
d e todo lo relacionado con el Estado re flejab a, sencillam ente, la actitud de
épocas norm ales, en las que el aparato de coacción del E stado protege,
d e u n m odo evidente y s i a que nadie se lo pida, los intereses y los
ingresos del rentista contra todo p o sible ataque. P ero hay épocas — y Sch o­
penhauer h ab ía vivido una de ellas, en 1 8 4 8 — en las que esta natural y
evidente protección de lo s patrim onios privados se p o n e o, p o r lo m enos
— com o ocurrió en la A lem ania de aquel entonces— parece ponerse en
te la de ju icio. E n m om entos tales, cae p o r tierra la augusta "ind ep end en­
cia” scHopenhaueriana, y nuestro altanero filó so fo se apresura, entonces,
a alargar a un o ficia l del e jército prusiano sus gem elos de teatro para que
el guerrero pueda disparar m ás certeram ente contra e l p u eblo sublevado.
F u e seguram ente el recuerdo de aquellos m om entos de g ran pánico d e su
vida e l que le m ovió a otorgar testam ento nom brando heredero universal
a l "fo n d o creado en B e r lín p ara au x iliar a los soldados prusianos que
h an quedado inválidos e n lo s com bates contra lo s levantiscos y suble­
vados d e los años 1 8 4 8 y 1 8 4 9 , en d efensa y restauración d el ord en legal
d e A lem an ia y d e lo s deudos de lo s caldos en aquellas luchas” .11* T h o m as
M an n , que. fu e desde jo v e n u n g ran adm irador de Schopenhauer, dice,
refirién d ose a aquel lem a d el filó s o fo q u e m ás arriba citábam os, que eran
"la s palabras d e un verdadero filiste o y em baucador, u n a divisa que
parece m entira que pu iera ser desplegada p o r u n luchad or espiritual com o
Schopenhauer” .114
A q u í, T h o m as M a n n se equivoca. A u nque esta actitud se m an ifieste
e n Schopenhauer, ciertam ente, com o u n a fo rm a grotesca y escurridiza es,
p o r-su contenido social, la actitud típ ica d el intelectual burgués, y hasta
podríam os d ecir que se h ace m ás y m ás típ ica a m ed id a q u e va desarro­
llán d o se, e l capitalism o. É l p ro p io T h o m as M a n n ca lifica esta actitud
— hablando d el R icard o W a g n e r d e la ú ltim a época, sobre e l q u e e je rc ió
una in flu en cia decisiva Schopenhauer— com o u n a "in terio rid ad abroque­
lad a p o r e l p o d er” .118 C o n estas p alabras caracteriza certeram ente la nueva
fo rm a decadente d el individualism o burgués, p o r ojposidón a l individua­
lism o económ ico, p o lítico y cu ltu ral d el p eríod o ascendente, que, a to n o
co n la estructura , de la sociedad burguesa d e entonces, era la concepción
d e l m undo d e aquel com erció personal que, e n ú ltim a instancia y p re­
cisam ente p o r virtud d e su m ism o carácter personal, te n ía q u e estim ular
lo s ob jetiv o s y lo s fin e s sociales d e la clase burguesa.

11* Ihid., t. V I, p.
114 Thomas Mann, Aátl dts Geistes, Estocóla», 1945, pp. 379 s.
118 IbUt., p. 463.
1 66 FUNDAMENTACIÓN DEL IRRACIONALISIMO

D esd e M aquiavelo y R abelais, pasando p o r las teorías económ icas de


A d am S m ith y R icardo, hasta la "astu cia de la razón” de H e g el, vemos
cóm o lo s sistem as del pensam iento burgués expresan todos este m ism o
individualism o b a jo distintas fo rm as, históricam ente condicionadas. P ero
sólo a l lle g a r a Schopenhauer se in fla a l individuo para conv ertirlo en un
fin en sí m ism o absoluto. L as actividades del individuo aparecen desli­
gadas d e su base social y vueltas pura y exclusivam ente hacia dentro,
cultivándose las propias peculiaridades y veleidades privadas com o valores
absolutos. C ierto es que, com o el pro pio Schopenhauer nos lo revela con
una evidencia aplastante, esta independencia sólo existe en la im aginación
del individuo burgués decadente. E l hecho de q u e la individualidad su­
puestam ente erigid a sobre sí m ism a se in fle y se exalte convirtiéndose
e n . fin p ro p io absoluto no m o d ifica, ni m ucho m enos anula, uno solo de
los vínculos sociales, y en los m om entos graves, com o, p o r e je m p lo el
que le tocó vivir a Schopenhauer en 1 8 4 8 , se pone de m an ifiesto que esta
m ayestática soberanía de la personalidad privada n o es sin o u n a variante
decadentem ente exaltada del egoísm o capitalista norm al. C u alqu ier capi­
talista, cualquier rentista habría obrado com o $chopenhauer, sin necesidad
de construir un sistem a filo só fico refinad am en te especulativo para escla­
recer y ju stifica r ante si m ism o esta d efensa de su pro pio capital.
L o que acabamos de decir n o im plica, sin em bargo, en m o d o alguno,
que el sistem a construido p o r Schopenhauer — aun desde el p u n to d e vista
s o c i a l - sea in d iferen te. P o r e l contrario. Cuanto m ás avanzan las ten ­
dencias decadentistas de la burguesía, cuanto m enos lucha ésta contra
las supervivencias feudales y más fuertem ente se alía a lo s poderes reác-
cionarios, m ayor im portancia cobran filó so fo s del tip o de Schopenhauer
para la cultura de la decadencia burguesa, aun cuando o, m e jo r dicho,
precisam ente cuando la burguesía m ism a sólo tien e de com ún con las
doctrinas de tales filó so fo s aquella razón de ser a que más arriba nos
referíam o s; cabalm ente cuando la intelectualidad burguesa — den tro del
m argen ideológico de esta razón de ser— adopta una m arcada actitud
critica en contra de lo existente. Y es que las tendencias decadentistas
traen com o consecuencia necesaria el que com ience a vacilar la fe del
séquito de la burguesía, e incluso de no pocos integrantes de la m ism a
clase burguesa, en su propio sistem a social. L a filo s o fía (co m o la lite ­
ratura, e tc .) tienen, entonces, el com etido de clase, objétivam ente social,
d e tapar las brechas q ue se abren, e incluso de tend er un puente ideo­
ló g ico sobre e l abism o que se pone de m an ifiesto con claridad cada vez
mayor. T a l es la m isión de aquellos publicistas a quienes M arx llam a los
apologistas del capitalism o.118 Y estas tendencias van predom inando, en

118 M a rx, El Capital, trad, esp añola de W . R oces, ed. Fon do de C u ltu ra E co ­
nóm ica, M é x ic o , 1 9 3 8 , t. I, p. X I X .
SCHOPENHAUER 1Ó7

general, después d é la revolución d e 1 8 4 8 , en A lem ania, aunque, com o


es natural, com enzaran ya a apuntar desde antes. Su carácter fundam en­
tal se m an ifiesta en el hecho d e q u e pu gnen p o r elim inar especulativa­
m ente las contradicciones cada vez m ás acusadas del sistem a capitalista,
tratando de presentar todo lo que hay e n e l capitalism o de contradictorio, d e
dudoso o de atroz com o una sim p le apariencia o com o u n a anom alía
superficial, tran sitoria y rem ediable.
L a originalid ad de Schopenhauer consiste en que, en una época en que
aún no h a llegad o a desplegarse enteram ente esta fo rm a ordinaria de la
apologética, ni m ucho m enos a convertirse en la orientación d om inante ;
d el pensam iento burgués, aquél descubre ya la fo rm a p o sterior y m ás
alta de la apologética del cap italism o: la apologética indirecta.
¿Cómo p o d ría d efin irse co n la m ayor concisión la esencia d e esta clase :
de ap o logética? M ien tras que la apologética d irecta se esfuerza en em bu-
rronar y refu tar sofísticam ente las contradicciones d el sistem a capitalista,
e n hacerlas desaparecer, la apo logética indirecta p arte precisam ente d e i
estas contradicciones y reconoce com o u n hecho su existen cia e fe c tiv a '
y su irrebatibilid ad , p ero procura exp licarlas de ta l m odo que resulten, a
pesar d e todo, favorables para la existen cia d el capitalism o. M ien tras que
e l ap ologista directo trata de p resen tar el capitalism o com o e l m e jo r de
lo s órdenes concebibles, c o m o 'l a cu lm inación d efin itiv a e insuperable
de la trayectoria d e Iá hum anidad, e l apologista indirecto señala tosca­
m ente lo s lados negativos d el capitalism o, sus atrocidades, p ero presen­
tándolos, n o com o propiedades d el capitalism o, sin o com o cualidades
inherentes a la existen cia hum ana e n gen eral, a la v id a m ism a, sin m ás.
D e donde se sigue» necesariam ente, q u e la lucha con tra estas atrocidades no
sólo- se h alla condenada de antem ano a l frácaso, sin o que carece d e todo
sentido, pues equivale, según está interpretación, a que e l h om bre quiera
ab olir su p ropia naturaleza.
L legam os, con esto, a lo q u e constituye el centro filo só fic o de la filo ­
so fía schopenhaueriana, a l pesim ism o. E s e l pesim ism o, cabalm ente, el
q u e hace de Schopenhauer el filó s o fo g u ía de la segunda m itad d el si­
g lo x ix . Y e llo le p erm ite fu nd ar, justam ente, e l nuevo tip o d e apolo­
gética. Fundar, sim plem ente, pues ya verem os m ás adelante, p rincipalm ente
a l tratar de N ietzsche, q u e la fo rm a schopenhaueriana d e la apologética
indirecta n o es m ás que la fase in icial de este g én ero filo só fic o . E n tre
otras razones y sobre todo, p o rqu e la consecuencia q u e entraña esta
filo so fía , la de. q u e el hom bre d ebe abstenerse d e to d a actuación social
— q u e se n os presenta com o alg o caren te de sentido— y muy especialm ente
d e to d o intento de cam biar la sociedad, sólo alcanza a colm ar las nece­
sidades d e la burguesía d el p erío d o p reim p erialista; de u n a época e n la
que, d entro d el auge económ ico gen eral, esta aversión a las actividades
políticas correspondía a l estado d e las luchas d e clases y a las necesidades
168 FUNDAMENTACIÓN DEL »RACIONALISMO

de la clase dom inante. E n el period o im perialista, aunque tam poco en él


desaparezca d e l to d o , ni m ucho m enos, esta tendencia, el com etido social
de la filo s o fía reaccionaria va ya más allá, pues ahora se le encom ienda la
m isión de m ovilizar a los espíritus en el apoyo directo al im perialism o.
E n esta dirección, N ietzsch e supera a Schopenhauer, aunque siga siendo,
m etodológicam ente, com o apologista indirecto de una fase ya más des­
arrollada, su discípulo y continuador.
P o r tanto, pesim ism o quiere decir, ante to d o : ju stificació n filo só fica
de la carencia de sentido d e toda actuación p o lítica. T a l es, en efecto, la
fu nció n social de esta fase dé la apologética indirecta. Para lleg ar a esta
conclusión, lo prim ero es desvalorizar filo só ficam en te la sociedad y la
historia. Si en la naturaleza existe un proceso de desarrollo y este proceso
culm ina en e l hom bre y en su cultura (e s decir, en la so cied a d ), habrá
que llegar obligadam ente a la consecuencia lóg ica de que el sentido de
£oda conducta, aun de la m ás individual, del m odo m ás individual de regir
vida, guarda u n a relación necesaria, la que sea, co n este proceso de
lesarro llo del g én ero hum ano. P o r muy idealistam ente que se d eform en
as nexos y p o r m ucho que se concentren en una actividad puram ente
id eológica ( e l pensam iento, el arte, e t c .) , es evidente que las actividades
n e l hom bre, asi concebido e l problem a, para que tengan un sentido, son
inseparables de su sociabilidad y de su historicidad (y , asim ism o, com o
consecuencia de e llo ,.d e una cierta concepción d el p ro g re so ). N o im porta
el entronqué se encuentre, digam os, en la filo s o fía del arte de un

£ ler, y ya verem os cóm o la alta valoración d e l a actitud estética y


filo só fica en Sd iopen hauer es diam etralm ente Opuesta a la de S ch iller
y G oeth e.
P o r tanto, p ara p oder desvalorizar la conducta hum ana hay que cons­
tru ir una concepción del m undo en la que toda historicidad (y con ella,
todo progreso, todo d esarro llo ) se re b aje al plano de las puras apariencias,
de lo engañoso; e n la que se presente lo social com o alg o puram ente
superficial, com o una sim ple apariencia (e n e l sentid o d e engaño, no
m eram ente de fe n ó m en o ) que viene a p ertu rbar la naturaleza humana
y a enturbiar su conocim iento, en vez de expresarlo. Solam ente si el
nuevo irracionalism o lo g ra llev ar a cabo esta obra de destrucción, puede
su pesim ism o lle g a r a ser eficaz, cu m plir aquella m isión social que se
encom ienda a l servicio de la burguesía y que, en efecto , lle v ó a cabo
la filo s o fía sChopenhaueriana en la segunda m itad d el sig lo XDC.
P ero, la fu n ció n d el pesim ism o de Schopenhauer n o sé reduce a lo que
queda dicho. E n gen eral, lo s conceptos de optim ism o y pesim ism o fig u ­
ran entre lo s m ás confusos de la term in o lo g ía filo só fica trad icio nal, y no es
posible analizarlos d e u n m odo concreto sin p o n er de m an ifiesto el fo n d o
d e clase sobre e l que se proyecta la afirm ació n o la negación de u n deter­
minado proceso d e d esarrollo (e n ciertos casos — cóm o e n Schopenhauer.
SCHOPENHAUER 169

concretam ente— , con una acusada m istificación c ó sm ic a ). Si no concreta­


mos en esta dirección, nos exponem os a ver en el optim ism o sim plem ente
una pintu ra am able y en él pesim ism o el descubrim iento im placable de los
lados negativos y oscuros de la realidad, com o con tanta frecu encia se
viene haciendo en la h isto rio g rafía burguesa desde Schopenhauer; a la m a­
nera com o, p o r e jem p lo , el historiad or francés de las doctrinas económ icas
C h. G id e califica de pesim ista al clásico de la econom ía p o lítica burguesa
R icardo, sim plem ente p o r el hecho de que investiga sin ninguna clase
de preju icios, entre otros, los lados negativos del capitalism o, a pesar de
que en la perspectiva ricardiana no se descubre ni el m enor rastro de pesi­
m ism o o a la m anera com o el propio Schopenhauer ve en V o lta ire a un
aliado suyo, p o r el hecho de que el pensador fran cés ridiculiza con dem o­
ledora iro n ía la am able concepción leibniziana del "m e jo r de los m undos
posibles” , sin pararse a pensar e n que la perspectiva d el desarrollo social
que V o lta ire traza no tien e nada de pesim ista, sin o todo lo contrario.
N o cabe duda de que e l pesim ism o schopenhaueriano es un re fle jo
ideológico d el p erío d o de la R estauración. H ab lan pasado los tiem pos
de la R evolución fran cesa y la época de N ap o leó n y de las guerras de
independencia; el m undo entero h ab ía asistido a décadas de constante
transform ación y, en fin de cuentas, todo segu ía estando com o antes,
p o r lo m enos en la su p erficie que se o fre cía directam ente a la vista. L a bur­
g u esía alem ana segu ía viviendo, durante estos grand es acontecim ientos y
después de ellos, en la m ism a im potencia de d a s e que antes. Q u ien no
tuviera una perspectiva de desarrollo d e la hum anidad — form ad a al m ar­
g en d e aquellas m íseras condiciones— • p o d ía lleg ar fácilm en te a l conven­
cim ien to d e que todas las aspiraciones históricas eran vanas, sobre todo
si abordaba este p ro blem a desde el punto de vista del individualism o
burgués, si colocaba en e l centro de todo Ja pregun ta de ¿en qué contribuye
todo esto a cam biar m i vida p erso n al? Y , m ientras que durante la R evo­
lu ción fran cesa el punto de vista internacional p o d ía dar una perspectiva
que apuntara m ucho m ás allá de las m iserias de A lem ania, la esterilidad
de los afanes de tran sform ación histórica d e la vid a del hom bre se revela
ahora com o un destino g en eral; m ientras que, p o r tanto, hom bres com o
H erd er y Förster, H ö ld erlin y H e g el, situándose en el p u n to de vista
internacional, pudieron lle g a r a encontrar un h ilo cond uctor ---e n ciertos
casos condenatorio, pero que, a pesar de todo, m arcaba p e r s p e c tiv a s -
para en ju iciar la situación de A lem ania, el h orizo nte cosm opolita de
Schopenhauer cond u cía a una generalización filo s ó fic a de la m ise ria -a le ­
m ana: su proyección sobre lo cósm ico es p arte in teg ran te esencial de su
pesim ism o. ( Y n o creem os in cu rrir en u n a m odernización exagerada
si vem os en Schopenhauer, p o r op osición a los ciudadanos progresivos del
m undo del clasicism o alem án, e l p rim er precursor d el cosm opolitism o
d ecad en te.)
170 FUNDAMENÍACIÓN DEL IR.RACIONALISMO

L a o tra parte integrante del pesim ism o, cuyas raíces personales de clase
hem os puesto de relieve ya, es e l egoísm o individualista-burgués. E s algo
evidente y generalm ente sabidtí que no ppede e xistir una id eo lo g ía bur­
guesa en la que este egoísm o no desem peñe im portante papel. S in em bar­
go, m ientras la burguesía sigue luchando, com o d a s e revolucionaria, contra
e l feud alism o y la m o narqu ía absoluta, este egoísm o m uestra siem pre
una estrecha, aunque problem ática, vinculación co n las m etas progresivas
de renovación de la sociedad abrazadas p o r la clase burguesa. A n te todos’
los ideólogos burgueses se plantea el p roblem a de saber cóm o puede
com paginarse con la sociabilidad, con el progreso de toda la sociedad,
este egoísm o, que ellos conciben sen cillam ente com o una cualidad antro­
po lógica del hom bre, incapaces com o son de penetrar en el carácter h is­
tórico tran sitorio de la sociedad burguesa. N o podem os detenernos a
exam inar aquí, ni siquiera a esbozarlas, las diversas concepciones con que
e n este punto nos encontram os, desde la crítica irónica de la sociedad
p o r un M an d ev ille hasta el dualism o de la econom ía y la ética en A d am
Sm ith, hasta el "e g o ísm o ra c io n a r’ de los pensadores de la Ilu stración,
hasta la "so ciabilid ad in so cial" de K a n t o la "astu cia de la razón” de
H egel. Creem os que bastá con llam ar la atención hacia este entronque
general.
E s cierto que, en In glaterra, com ienza a operarse un cierto v iraje, a
p artir d e la llam ad a "g lo rio sa revolu ción” d e 1 6 8 8 : los teóricos de esta
ép oca com ienzan ya a desarrollar u n a ética para e l burgués victorioso,
p ata el sefio t de la sociedad burguesa; com ienzan a g lo rific a r las form as
burguesas d e vid a desde el punto d e vista de su estabilización. Y , com o
esto, dado el carácter d e la "g lo rio sa revolución” , n o pasa d e ser una
transación con las supervivencias feud ales, se produce u n d ebilitam iento
del im pulso revolucionario de otros días, de la im placable crítica ante­
rio r de la sociedad, en la m ed id a en que la tó n ica v a desplazándose de la
sociabilidad de la conducta hacia la satisfacción de las propias necesi­
dades, hacia la autarquía del individuo burgués cóm o particular.
Y nada tien e d e extrañ o que Schopenhauer encontrara aquí ciertos
puntos de contacto. V a le la pena h acer n otar desde e l p u nto d e vista
de la h isto ria de la filo s o fía y es una prueba d el carácter esencial
puram ente burgués d e su filo s o fía e l h ech o d e que, p o r oposición a los
rom ánticos del períod o de la R estauración, que se situaban todos sin
excepción en un p lan o de lucha ta ja n te contra la Ilu stración en su con­
junto, Schopenhauer sim patice, en gen eral, con los pensadores d e este
período. A p arentem ente, se trata de una lín ea p aralela a la d el clasicism o
alem án, que o frece e n G o eth e y en H e g el una continuación, u n desarroUp
dialéctico de las tendencias de la Ilu stración. P ero sólo en apariencia. £ a
realidad es que Schopenhauer no se propone desarrollar la s tendencias
progresivas de la Ilu stración, es decir, continuar, b a jo las nuevas cond i­
SCHOPENHAUER 171

ciones del períod o p o srrev o lu cio n ario ,. la lucha de aquella corriente del
pensam iento p o r la liquid ación de las supervivencias feud ales, sino que
trata, sim plem ente, de encontrar en los pensadores d§ la Ilu stración un
punto de apoyo para su fo rm u lación filo só fic a extrem adam ente radical
de la autarquía del individuo burgués. A sí pues, cuando m uestra ciertos
puntos aparentes d e contacto con determ inadas tendencias de la Ilu stración
y destaca y elo gia a algunos de sus representantes, oponiénd olos a los
pensadores del rom anticism o, lo que hace en realidad es tergiversar en un
sentido reaccionario las tendencias de la Ilu stración, al igual que las ten­
dencias de la filo s o fía inglesa del siglo xv m , a que nos referíam os.
Es la m ism a tergiversación con que nos encontrarem os m ás tarde en N ietz-
sche b a jo la fo rm a d e cierta sim patía con los m oralistas franceses com o
L a R ochefo ucau ld e incluso V o lta ire y en la que se expresa, asim ism o,
aunque e n un p lan o reaccionario ya m ás desarrollado, el falseam iento
de las verdaderas tendencias de estos pensadores de la Ilustración.
E s cierto — y tam bién en e llo se revela la apologética indirecta de
Schopenhauer— q u e éste presenta el egoísm o burgués h abitu al com o un
fen óm en o m oralm ente negativo, aunque no com o socialm ente negativo,
es decir, n o com o u n a cualidad y una tendencia que d eban m o d ificarse en el
terren o d e la m o ral so cial; el egoísm o burgués habitu al es, en Schopen­
hauer, u n a cualidad inm utable, cósm ica, " d e l” hom bre en g e n eral; más
aún, la cualidad cósm ica in m u ta b le de toda existencia. Schopenhauer
deriva de su teo ría del conocim iento y de su concepción del m undo, de
cuyos fundam entos pasarem os a ocuparnos en seguida, en el p lan o de los
p rincipios, la necesidad cósm ica de un egoísm o im placable de tip o capi­
talista. H e aquí su razonam iento:
" D e aquí que cada cual lo quiera todo para sí, quiera poseerlo todo,
o por lo m enos dom inarlo todo, deseando destruir cuanto a e llo se op on­
ga. Y a ello hay que añadir, en el ser de conocim iento, que el individuo
es el portad or del sujeto, cognoscitivo, y éste el portad or del universo; es
decir, que toda la naturaleza, fuera de él, y, por tanto, los dem ás individuos,
sólo existen en su representación, es decir, sólo cobran conciencia de un
m odo m ediato y com o algo dependiente de su propia esencia y existencia,
puesto que, con su conciencia, desaparece tam bién, necesariam ente, para
él, el m undo, o, lo que es lo m ism o, el ser o el no ser de éste son, para él,
sinónim os e in d ife re n cia b les. . . Y la m ism a naturaleza siem pre y donde
quiera verdadera le infun de, ya de un m odo origin ario e independiente
de toda reflex ió n , este conocim iento, com o algo sim ple e inm ediatam ente
cierto. A h ora bien, partiend o de aquellos dos criterios necesarios, se
exp lica que todo individuo, aunque desaparezca totalm ente dentro del
m undo in fin ito y se em pequeñezca hasta la nada, se considere, sin em bar­
go, cóm o centro del universo, anteponga su propia existen cia y su b ie n ­
estar al de todos los demás y hasta, del m odo más natural del m undo, esté
172 FUNDAMENTACIÓN DEL »RACIONALISM O

dispuesto a sacrificar a ello todo lo dem ás, a destruir el universo sim ple­
m ente para alargar u n poco la vida de su propio yo, de esta g o ta perdida
en el océano. Este m odo de pensar y d e sen tir es e l egoísmo, esencial e
inherente a todas las cosas de la naturaleza.” 117
L a m oral schopenhaueriana es, en apariencia, la elevación sobre este
egoísm o, su negación. P ero la repulsa del egoísm o burgués usual, cós­
m icam ente in flad o , se opera tam bién, en él, en el individuo m entalm ente
aislado de la sociedad y entraña, incluso, una exaltación de este aisla­
m iento. D esd e el goce estético hasta la estética de la santidad, vem os cóm o
en la aparente superación schopenhaueriana del egoísm o se g lo rific a m ás
y m ás la pura autarquía del individuo com o la‘ ú n ica actitud m oral arque-
tipica. C ierto es que este egoísm o "su b lim e” trata de hacerse pasar p o r
el reverso tajan te d el egoísm o usual, p o r la repulsa de las apariencias, del
"v e lo de M aya” (e s decir, de la vida so cial) en que se h alla envuelto
el egoísm o usual, com o la com pasión con toda criatura, gracias a la co n ­
ciencia de que la individuación e s una apariencia nada m ás y de que detrás
de esta apariencia se esconde la unidad de cuanto existe.
E sta contraposición schopenhaueriana entre dos tipos de egoísm o f i ­
gura entre los rasgos m ás refinad os de su apologética indirecta. E n . p rim er
lugar, el filó s o fo rodea esta actitud de la aureola del aristocratism o dé los
iniciados fre n te a la ceguera de la p lebe, que la llev a a entregarse al m undo
dé las apariencias. Y , en segundo lugar, esta elevación p o r encim a del
eg o ísm o usual no o b lig a a nada, precisam ente en virtu d d e su "su b lim e ”
generalidad cósm ico-m ística: d ifam a las obligaciones sociales y coloca
en su lu gar las sim ples efu sion es sentim entales, que, lleg ad o e l caso,
son perfectam ente com patibles con lo s m ás grandes crím enes contra la
sociedad. E n la m a g n ífica p e lícu la soviética Cbapaiev, la fig u ra del ge-:
neral contrarrevolucionario, hom bre zoológicam ente cruel, m im a y acaricia
a u n canario, al que se considera cósm icam ente un id o — a l m odo autén­
ticam ente schopenhaueriano— , y se sienta a l p ian o, e n sus horas de ocio,
a to car sonatas d e B eethoven, cu m pliend o p o r tan to con todos lo s "su b li­
m es” postulados d e la m o ral d e Schopenhauer. Y e l pro pio filó s o fo , com o
hem os visto, era en lo personal u n eje m p lo e lo q ien te d e esta m o ral pre­
dicada p o r él.
E s verdad q u e Schop enhauer se p o n e d e antem ano a salvo de todo
reproche q u e en este sentido p u diera hacérsele. E s tam bién u n renovador
muy m oderno de la ética en cu anto q u e declara n o considerarse obligad o
e n lo m ás m ín im o a ajustarse a la m o ral preconizada y fundam entada
p o r su filo s o fía . " E n gen eral, resulta u n a extraña e xig en cia p ed ir a A n
m oralista que só lo aconseje las virtudes acreditadas p o r é l m ism o. 118
C o n e llo , s e g arantiza a l intelectual d e la burgu esía decadente e l m ás alto

117 Schopenhauer, ed. d t ., t. I , p . 4 2 9 . 118 Ib'td., p. 492.


SCHOPENHAUER 173

co n fo rt m oral y esp iritu al: se le po ne en posesión de una m oral que lo


exim e de todos los deberes sociales y lo coloca en un plano de augusta
superioridad p o r encim a de la ceguera y la inconsciencia de la plebe
y cuyos preceptos se le absuelve de acatar (a llí donde fe resulten d ifíciles
o sim plem ente in có m o d o s). Y hay que decir que Schopenhauer — muy
consecuente con su doctrina— p ro a iró organizar toda su vida a tono
con este con fort.
Se traza con ello un im portante prototipo, un m odelo que habrá de
in flu ir durante largo tiem po sobre la ética burguesa del períod o de la
decadencia. L o que Schopenhauer inicia todavía b ajo esta fo rm a dualista
y que a nada o bliga, será desarrollado m ás tarde p o r sus continuadores,
sobre todo p o r N ietzsche, en esta d irección : liberar p o r m edio de la
ética todos los instintos negativos, antisociales y antihum anos del hom bre,
darles una sanción m oral, presentarlos, si no siem pre com o preceptos,
por lo m enos com o el “destino” para " e l ” hom bre, es decir, para el
burgués, para el intelectual burgués del períod o im perialista.
Resaltan claram ente, aquí, lo que hay de coincidente y de divergente
entre Schopenhauer y la filo s o fía irracionalista del períod o de la R estau­
ración. U n o y otra tratan de educar a sus partidarios en la pasividad social.
P ero p o r distintos cam inos. L a segunda, g lo rifican d o com o obra d e D io s
e l "crecim ien to o rg án ico ” de la sociedad, es decir, proclam ando la leg i­
tim idad exclusiva d el ord en absolutista-feudal y condenando com o satá­
nica, com o inorgánica, cóm o fru to d el "a r tific io ” , to d a tran sform ación
revolucionaria, m ientras que en aquél, en Schopenhauer, e l irracionalism o
d e la sociedad y de la historia aparece com o un escueto y pu ro absurdo
y la aspiración a to m ar p arte en la vida social, y no digam os el em peño
de tran sform arla, se revela com o una ausencia tal d e visión de lo que es el
m undo, que raya ya en lo crim inal. C om o verem os, Schopenhauer d efiend e
lo existen te de u n m odo tan decidido com o el irracionalism o feud al o
sem ifeudal la R estauración, pero con u n m étod o to talm ente opuesto, con
el m étodo de la apo logética burguesa indirecta. L os ideólogos de la
Restauración d efen d ían e l orden social concreto de su tiem po, e l orden
feudal-absolutista, a l paso q u e la filo s o fía de Schopenhauer representa
la defensa ideológica d e todo orden social existen te, capaz de m antener en
pie contra todos los p elig ro s la propiedad privada burguesa.
L a actitud burguesa d e Schopenhauer se m an ifiesta, p o r tanto, pre­
cisam ente en e l hecho d e que, para é l — siem pre y cuando que se p ro te ja
eficazm en te la propiedad privada— , es in d iferen te e l carácter p o lítico
q u e adopte e l sistem a d e la d om inación. E n las glosas que escribe en sus
Parerga y paralipómena a su o b ra fu nd am ental expresa Schopenhauer
este punto de vista d e u n m odo to dav ía m ás claro q u e a llí: "S ie m p re y
d ond e qu iera h an produ cido m ucho descontento lo s gobiern o s, las leyes
y las instituciones p ú blicas; pero e llo se debe, en g ran parte, a l h ech o de
174 FUNDAMENTACIÓN DEL IRRACIONALISMO
que siem pre se tiende a cargar a éstas la m iseria que es inseparable por
sí m ism a d e la existencia hum ana, que es, para decirlo en térm inos m íti­
cos, la m ald ición pronunciada sobre A d án y sobre toda su especie. P ero
nunca h a sido expresado este fa lso esp ejism o d e un m odo m ás m entiroso
e in solente que p o r los dem agogos d e la ‘terrenalid ad ’. fistos son, com o
enem igos del cristianism o, op tim istas: él m undo es, para ellos, un 'fin
e n s í’ y, p o r tanto, se h alla p o r sí m ism o, es d ecir, en cuanto a su cons­
titu ció n natural, perfectam ente organizado y es la verdadera m orada
de la felicid ad . L os gigantescos m ales del m undo que clam an en contra de
eso se los atribuyen p o r en tero a los g o b iern o s: si éstos cu m plieran con su
d eber descendería e l cielo sobre la tierra, es decir, todo e l m undo podría,
sin e l m en or esfuerzo, com er y beb er hasta hartarse, propagarse y re­
ventar, pues n o es o tra la p aráfrasis d e su ófin « n s í’ y la m eta del
'progreso in fin ito d e la hum anidad’, q u e ellos n o se cansan d e propagar
en pom posas frases.” 119
D e estas palabras se desprende claram ente en qué residen e l sign ificad o
y la fu n ció n social del pesim ism o schopenhaueriano y p o r qué, en su’
o b ra central, fu stig a e l optim ism o com o u n a in fam ia m o ral y espiritual.
H e aquí sus p alabras: " P o r lo dem ás, n o puedo p o r m enos de declarar
aquí que, para m í, e l optimismo, cuando es alg o m ás que la vacua expre­
sión de quienes n o albergan b a jo sus obtusas fren tes m ás q u e sim ples
palabras, n o sólo constituye un m odo de pensar disparatado, sino tam bién
alg o verdaderam ente injame, una m anera insultante de burlarse de los
indecibles sufrim ientos de la hum anidad.” 120
L a coincidencia y la d ivergencia — d e clase— que aquí se po ne de
m an ifiesto en tre Schopenhauer y la filo s o fía irracionalista de la R estaura­
ción, se m an ifiesta con la m ayor claridad en la actitud que uno y otra
adoptan ante el problem a de la relig ión . Y a al tratar de Sch ellin g hem os
tenido ocasión de exam inar este problem a. H em os visto cóm o el debate
filo só fico general librad o en A lem ania no era el debate entre el ateísm o
m aterialista y la religión, sino que la tendencia muy vacilante e indecisa
hacia la elim inación de los elem entos religiosos de la concepción filo ­
só fica d el universo se concentraba en to rn o al p roblem a del panteísm o.
D e una parte, esta filo so fía , en virtud de sus fundam entos idealistas, no
po d ía lle g ar a sobreponerse nunca, verdaderam ente, al m odo religioso
de ver e l m undo y, de otra parte, su tendencia a exp licar el mund® p o r sí
m ism o provocaba, com o hem os visto tam bién, la resistencia de la reac­
ción filo só fica y era denunciada, una y otra vez, com o ateísm o. Y fu e
al desintegrarse el hegelianism o, según hem os podido asim ism o com ­
probar, cuando apareció Feuerbach con su crítica izquierdista del panteís­

119 lbid., t. Y , pp. 2 66 s. Cfr., tam bién el p asaje en qu e hab la de los "ob rero s
fab riles corrom pidos” y de los neohegeliano s, t. I I , pp. 5 4 4 ss.
129 lbid., t. I , p . 4 2 2 ,
SCHOPENHAUER 175

mo, en la que analizaba desde e l punto de vista del m aterialism o ateísta


los p reju icios religiosoteístas de la filo s o fía alem ana clásica.
Schopenhauer tien e una conciencia muy clara de Ja p osición a m edias
y la inconsecuencia de todo p an teísm o : " L o que yo ten g o que objetar,
p rincipalm ente, al panteísm o es que no dice nada. L lam ar al U niverso
D io s n o es exp licar nada, sin o sen cillam ente enriquecer el len g u aje con
un sin ónim o su perflu o d e la p alabra U n iv erso . T a n to da d ecir que el
U n iv erso es D io s’ com o d ecir que 'e l U n iv erso es e l U n iv erso ’ .” P ero
ve tam bién el otro aspecto d e la cuestión, e l entronqu e del p an teís­
m o co n la relig ió n teísta. Y , en este sen tid o, sigue diciendo, después
de la cita an terio r: "P u e s só lo partiend o de un D io s, es decir, te ­
niénd olo ya de antem ano y hallánd on os fam iliarizad os con él, podem os
acabar id en tificán d olo con el U n iv erso , en realidad para elim in arlo de
un m odo decente.” 121
A l parecer, Schopenhauer se acerca aquí a la crítica feuerbachianá de
Sp inoza y de la filo s o fía clásica alem ana. P ero só lo e n apariencia. En
esta filo s o fía — sobre todo, en la d e Spinoza— el panteísm o no era,
en realidad, si nos fija m o s e n su tend encia fu nd am ental, sin o un "a te ís ­
m o cortés” . E s cierto que Schop enh auer p ro fe sa tam bién el ateísm o, pero
?ste ad qu iere d e nuevo en é l u n acento p ecu liar: n o es la destrucción
le la re lig ió n y la religiosidad, com o en lo s grand es m aterialistas de los
ig lo s x v n y x v m , n i revela siquiera u n a tend encia inconsciente en esta
lirección, com o en lo s panteístas idealistas progresivos, sin o que trata
le presentarse, p o r el contrario, com o el sustitutivo d e la relig ión , com o
m a nueva religión — ateísta— para quienes hayan p erd id o la v ie ja fe
eligiosa, com o consecuencia del desarrollo d e la sociedad y de lo s p ro ­
gresos d e las ciencias naturales.
C onsiguientem ente, el ateísm o schopenhaueriano no sólo no guarda la
m enor relación con el m aterialism o, sino que envuelve, p o r el contrario,
la m ás aguda lucha en contra de éste, viene a desviar del ateísm o m ater
rialista a las corrientes antirreligiosas incipientes, para encauzarlas hacia
tina religiosidad sin D io s, hacia un ateísm o religioso. Schopenhauer dice,
acerca de esto: "P e ro , ¿acaso saben esos señores qué es lo que está suce­
diendo en nuestros d ías? L os tiem pos de largo tiem po atrás profetizados
han com enzado ya: la Ig lesia vacila, se estrem ece con tanta fuerza, que
cabe preguntarse si volverá a encontrar el centro de gravedad, pues la fe
se ha p e r d id o .. . E l núm ero de aquellos a quienes un cierto grado y volu­
m en de conocim ientos incapacita para ten er fe h a creicido de un m odo
alarm ante. A sí lo atestigua la d ifu sió n general d el obtu so racionalism o,
que m uestra cada vez m ás ancha su cara de bu íld o g. S e dispone a m edir
tranquilam ente con su vara de sastre lo s pro fun d o s m isterios del cristia­

121 Ibid., t. V, p. 112.


176 FUNDAMENTACIÓN DEL »RACIONALISMO
nism o, sobre los que han cavilado y disputado los siglos, y se cree, al
ob rar así, portentosam ente in telig en te. Las cabezas chatas racionalistas
han convertido en una brom a buena p ara niños, sobre todo, e l dogm a
cardinal d el cristianism o, la d octrina d el «pecado o rig in al, pues se les an­
to ja que nada hay tan claro n i tan cierto com o q u e la existen cia d e cada
cual arranca de su nacim iento, razón p o r la cual n o puede v en ir a l m undo
cargado de culpas. ¡Q u é su tileza! Y , así com o al g an ar terreno la pobreza
y el abandono, aparecen e n la aldea lo s lobos, en las circunstancias ac­
tuales com ienza a alzar cabeza el m aterialism o, siem pre al acecho, y se
abre paso, co n su secuela, el bestialism o ( a l que ciertas g en tes llam an
h u m an ism o ).” 122
L o interesante de estas reflex io n es, en un sentido negativo, es que
aceptan com o un hecho la crisis de la religiosid ad , pero d irigiend o, a l
m ism o tiem po, su punta p olém ica exclusivam ente contra e l "o b tu so racio­
n alism o " y contra el m aterialism o; y, en u n sentido negativo, debe p a -,
rarse la atención en que Schopenhauer, aq u í com o en m uchos otros p asajes
decisivos de su filo so fía , tom a partido en fav o r del dogm a cristian o del
pecado o rig in al. A sí pues, es bastante consecuente cuando destaca reite­
radam ente y en el plano de los p rincipios la novedad y la actualidad de su
ateísm o religioso. H e aquí cóm o caracteriza la situación an terio r a K a n t:
"H a sta lleg ar a Kant, existía u n verdadero dilem a en tre el m aterialism o
y el teísm o, es decir, en tre la .hipótesis de que el universo es la o b ra del
ciego azar o ha sido creado p o r una inteligencia ordenadora, desde fu era,
con arreglo a fin e s y a conceptos, ñeque debatur terttum . D e donde
ateísm o y m aterialism o eran una y la m ism a cosa.” H e aquí, ahora, las m a­
nifestaciones sugeridas p o r K a n t: "A h o ra bien, la validez de aq u ella pro­
posición disyuntiva, de aquel dilem a entre el m aterialism o y e l teísm o
se basa en la hipótesis de que el m undo que tenem os ante nosotros es el
m undo de las cosas en sí y de que, p o r consiguiente, no existe m ás orden
de las cosas que el e m p írico . . . P o r tanto, al p rivar al ateísm o d e base
m ediante su im portante distinción entre el fenóm eno y la cosa en sí, K a n t
abrió, adem ás, el cam ino h acia explicaciones com pletam ente distintas y m ás
profundas d e la existen cia.” 123 Es, pues, com o vem os, K a n t qu ien abre el
cam ino de salida a este dilem a, el cam ino hacia el ateísm o religioso de
Schopenhauer, cuya punta d é lanza va d irigid a contra e l m aterialism o
y que tom a tantas cosas de la ética cristiana, rem odelando su fundam en-
tación.
Y a por lo expuesto se ve claram ente en qué reside lo esencial d el ateís­
m o religioso de Schopenhauer: es una especie de sustitutivo de la re li­
gión para quienes ya no están en condiciones de seguir creyendo en las
religion es dogm áticas: el filó so fo les o frece úna concepción d el m undo

«* Ibíd., t. I I I , p. 1 3 9 . 123 Ibíd., t. I , p p. 6 5 0 s,


SCHOPENHAUER 177
ajustada, de una parte, a las exigen cias cien tíficas y, de o tra parte, a tono
con sus necesidades "m etafísicas” , pero cuidando de no h e rir los sen ti­
m ientos arraigados en los p reju icio s religiosos o sem irreligiosos que aún
puedan abrigar. M ien tras que el p anteísm o, aunque sea una concepción
idealistam ente confusa, con su inm anencia del universo y — en la filo so ­
fía clásica alem ana— su teoría d el d esarrollo, desvía a las m entes, o b je ­
tivam ente, de la concepción religiosa d el m undo, la filo s o fía de Schopen-
hauer, q u e p ro fesa ser ateísta, abre d e nuevo el cam ino hacia una relig ió n
que no o b lig a a nada. H e aquí p o r q u é Schopenhauer in siste reiterada­
m ente sobre el carácter ateísta del b u d ism o ;124 p o r eso tam bién recalca
que la ética que se desprende de su filo s o fía ateísta, en lo tocante al p ro ­
blem a decisivo del pecado o rig in al, y "au n q u e pueda parecer nueva e
inaudita a quienes sólo se fije n en las palabras, no tien e en e l fo n d o
nada de eso, sino que coincide enteram ente co n lo s verdaderos dogm as
c r is tia n o s .. . ” ;123 p o r eso denuncia a H e g el com o "u n m al cristiano, en
rig o r” , 126 etc. Y surge así, tam bién com o m odelo y p ro totip o para la
trayectoria de decadencia que m ás tard e h abrá de presentarse, aquel ateís­
m o religioso que hace, para una g ran parte de los intelectuales burgueses,
las veces de una relig ió n que ya no p o d ía cotizarse en este sector social.
T a m b ié n en este terreno es Schopenhauer, naturalm ente, sólo el pen­
sador que abre nuevos cam inos, no e l realizador. Su p u n to social de
partida d entro del p eríod o de la R estauración determ ina e l que su ateísm o
— al igual que la relig ió n d e su tiem po— eduque al h om bre en una
actitud d e pasividad social, en la sim ple repulsa de las actividades relacio­
nadas con la sociedad; m ás tarde, sus continuadores, -y sobre to d o N ietz-
sche y, después de é l, el fascism o, se encargarán de d esarrollar estos puntos
de vista, en e l p lan o m oral, en el sen tid o de un apoyo activo y m ilitan te
a la reacción im perialista, paralelam ente al m odo de proced er de las Ig le ­
sias en las guerras m undiales im perialistas y en las guerras civiles. ( L a
com p leja tram a de las capas y los sectores de la sociedad capitalista y los
bruscos cam bios operados en el proceso de la lucha de clases del períod o
im perialista llevan aparejado necesariam ente el hecho de que el ateísm o
religioso de esta época — sin rem ontarse incond icionalm ente y en lín ea
directa a Schopenhauer— pueda engendrar tam bién variantes quietistas,
com o ocurre, por ejem p lo, en e l existen cialism o h eid eg g erian o .)
D o n d e , más claram ente se m an ifiesta cuán m arcado es este paralelism o
entre la fu nció n social del ateísm o schopenhaueriano y el de la reacción
p o lítica y las religiones positivas y las Iglesias correspondientes, es en el
diálogo de Schopenhauer sobre la relig ió n . N o s o frece en él, p o r veZ
prim era, una aguda crítica del papel histórico de las religiones y, sobre
124 Ib/d., t. III, p. 143. Se equivoca, pues, Mehring al considerar a Schopen­
hauer como un "librepensador”. Ver Mehring. Werke, t. VI, p. 166.
123 Schopenhauer, ed. cit., t. III, p. 522. 126 Ibid., t. II, p. 521.

12
178 FUNDAMENTACIÓN DEL »RACIONALISM O

todo, d e la in toleran cia d e la relig ió n m onoteísta. H e aquí las considera­


ciones fin a le s:
"Filedetes: otro cariz presenta la cosa, naturalm ente, si nos fija m o s en
la u tilid ad d e la s relig io n es com o puntilles d e la C orona, pues cuando
ésta es co n ferid a p o r la g ra d a de D io s, n o cabe duda d e que m edia una
estrecha afin id ad entre e l a lta r y e l trono. P o r o tra p arte, todos los p rín ­
cipes prudentes y am antes de su tro n o y d e su fa m ilia procurarán m archar
siem pre a la cabeza d e sus pu eblo s, com o verdaderos m odelos d e r e li-'
giosid ad , y e l m ism o M aquiavelo, en e l cap ítu lo x v in d e su lib ro , acon­
se ja calurosam ente a l p rín cip e q u e d é pruebas de esp íritu religioso. A cerca
d e esto, podríam os d e d r, ta l vez, que las religiones reveladas son a la
filo s o fía exactam ente lo que los soberanos p o r la g racia de D io s a la so b a
ran ía del pueblo, razón p o r la cual lo s dos prim eros térm inos d e esta
ecuación sellan entre sí una alianza natural. D em ófeles: ¡O h , p o r favor,
n o em plees ese to n o ! P iensa que, co n e llo , podrías sonar e l cuerno d e la
o clocracia y la anarquía, enem igo ju rad o de todo orden leg al, d e toda
civilización y de toda hum anidad. Filatétes: T ien e s razón. N o eran m i s ,
que so fism a s. . . L os retiro .” m
Q uedan bien delineados, ah í, los contornos de la fu n ció n social que la
filo s o fía d e Schopenhauer v en ía a cu m plir y cum plió. Y esta fu nción
determ ina tam bién sus problem as filo só fico s, en sentido estricto. Su sig­
n ificad o m etod ológico y sistem ático se com prende claram ente cuando se
sabe cu ál es, en verdad, la naturaleza de su social terminas ad quem.
Pues adió asi podem os lle g a r a determ inar la actitud de Schopenhauer
an te lá h istoria d e la filo s o fía clásica alem ana y la p o sición que en ella
ocupa, e l verdadero carácter filo só fic o de aquel irracionalism o de que
fu e e l fundador.
E s generalm ente sabido que K a n t adopta en todos los problem as deci­
sivos de la filo s o fía una p o sición vacilan te y dual. L en in caracteriza con
insuperable claridad la fluctuante p o sición de K a n t entre e l m aterialism o
y el id ealism o: " E l rasgo fu nd am ental d e la filo s o fía de K a n t es que
co n cib a e l m aterialism o con e l idealism o, sella u n com prom iso entre éste
y aquél, com pagina en un sistem a ú n ico direcciones filo só ficas heterogé­
neas. C uando K a n t adm ite que a nuestras representaciones corresponde
alg o existen te fu era de nosotros, u n a cierta cosa en s í, entonces K a n t es
m aterialista. C uando declara a esta cosa e n s í incognoscible, trascendente,
ultraterrenal, K a n t h ab la com o idealista. R e co n o cien d o 'co m o ú n ico origen
d e nuestros conocim ientos la experien cia, las sensaciones, K a n t orien ta su
filo s o fía p o r la lin e a d el sensualism o y, a través d el sensualism o, b a jo
ciertas condiciones, p o r la lín e a d el m aterialism o: R econociendo la aprio-
ricid ad d el esp ad o , d el tiem po, d e la causalidad, e tc., o rie n ta K a n t su

« T IbU., t. V , pp. 3 7 6*.


SCHOPENHAUER 179

filo s o fía hacia e l idealism o.” 128 D esd e este p u nto de vista decisivo, toda
la filo s o fía clásica alem ana representa u n gran paso de retroceso, con
respecto a K a n t. Y a el m ism o F ich te procura, p ara em plear e l térm ino
d e L en in , "lim p ia r” la filo s o fía kantiana d e sus vacilaciones m aterialistas,
creand o u n idealism o puram ente su bjetivo. E n esta m ism a dirección se
m ueve p o r entero la te o ría d el conocim iento de Schopenhauer. T am b ié n
e lla vuelve a encauzar, com o verem os en seguida, las vacilaciones kantia­
nas, h acia el idealism o su b jetiv o consecuente d e B erkeley.
P ero la p o sición de K a n t no es vacilante y tran sitoria solam ente en
cu anto a este problem a, sen cillam ente decisivo para la filo s o fía ; lo es tam ­
b ién en lo tocante a l p ro blem a de la d ialéctica. L as contradicciones que se
m an ifestaron al fin a l d el sig lo x v m e n e l cam po del pensam iento m ecani-
d sta-m etafísico (b asta pensar en D id e ro t, Rousseau, H erd er, e tc .) alcan­
zan su pu nto cu lm inante e n K a n t. E n toda la o b ra d e su vid a encon­
tram os com o tendencia — no llevada nunca hasta e l fin a l, no desarrollada
consecuentem ente— el p rin cip io d e la contrad icción com o pu nto d e p ar­
tid a y com o base de la ló g ica y la teo ría d el conocim iento. E s cierto que
todos estos conatos term inan, p ara é l, en la restauración d el pensam iento
m etafísico , en u n agnosticism o filo só fic o . S in em bargo, a la luz d el e je m ­
p lo d el jo v e n S ch ellin g , hem os p odid o v e r cuán im portantes fu ero n tam ­
bién, com o puntos de partid a, estos conatos inconsecuentes p ara el des­
arro llo de la dialéctica e n A lem ania.
Conocem os ya cu ál era la actitud d e Schopenhauer an te e l m aterialis­
m o. A q u í, sólo nos interesa p o n er d e m an ifiesto q u e la actitud d e Scho­
penhauer al "lim p ia r” a K a n t d e sus vacilaciones m aterialistas y a l llev ar
de nuevo la te o ría k an tian a d el con o cim ien to hacia lo s carriles de B e r ­
keley, no envuelve solam ente la fu nd am entación de un idealism o su b jetiv o
consecuente, sin o q u e entraña, adem ás, la tend encia a am putar d é la filo ­
s o fía kan tian a todos lo s elem entos d ialécticos, p ara p o n er en su lu g ar un
írtacion alism o basad o e n la intu ición, una m ística irracionalista. A s í pues,
Aunque exista una to tal congruencia en tre las tend encias d e Schopenhauer
y d e F ich te desde e l p u n to d e vista d el pro blem a decisivo d e la teo ría
d el ¡conocimiento, d el d ivorcio entire e l id ealism o y e l m aterialism o, m edia
tam bién en tre e llas u n a contraposición no m enos gran d e e n lo tocante
a l p ro blem a d e la d ialéctica. E n este respecto, n o cab e duda d e q u e la
concepción idealista su b jetiv a d e F ich te acerca de la relación en tre e l Y o
y e l Ñ o -Y o es u n in ten to encam inado a d esarrollar m ás consecuentem ente
las tendencias dialécticas d e K a n t. D e aq u í el im p ortante p ap el q u e F ich te
desem peña en e l nacim iento d e la d ialéctica idealista o b je tiv a d el jo v en
S ch e llin g ; y d e aq u í tam bién la actitud d e brusca repulsa d e Schoften-

128 Lenin, M aterialism o y em piriocriticism o, Ediciones en Lenguas extranje­


ras, Moscú, 1948, pp. 222 s.
180 FUNDAMENTACIÓN DEL 1RRACIONALISMO

hauer ante las tendencias dialécticas d e toda la filo s o fía alem ana clásica*
aunque su sistem a presen te ciertos puntos de contacto con las tendencias
irracionalistas latentes siem pre en S ch e llin g y aunque tom e de éste — sin
confesarlo, naturalm ente— n o pocas, en relación con eso.
E n su crítica de la filo s o fía kantiana, entra Schopenhauer con gran
decisión en el p roblem a central del idealism o subjetivo consecuente. R e ­
procha a K an t, sobre todo, el que " n o derive la existencia puram ente
relativa del fenóm eno de la verdad innegable, tan sim ple y tan evidente,
de que 'no hay objeto sin sujeto’, para de este m odo presentar ya en su
raíz el o b je to , puesto que éste no puede e xistir nunca, en absoluto, m ás
que en relación con el sujeto, com o dependiente de él, condicionado p o r
él y, por tanto, com o sim ple fenóm eno incapaz de poseer una existencia
propia, sustantiva e incond icion al” .121’ Es el m ism o pensam iento que
form ula, con m ayor rotundidad todavía, si cabe, en su obra prim eriza,
Sobre la cuádruple raíz del principio de la razón suficiente, en los
siguientes térm inos: "A s í com o con el sujeto se predica tam bién inm e­
diatam ente el o b je to (p u esto que ni la m ism a palabra ten d ría sentido1
de otro m o d o ), y del m ism o m odo con el o b je to el sujeto, razón por la
cual el ser sujeto equivale exactam ente a tener un o b je to , y el ser o b je to
a ser reconocido p o r un sujeto, así al predicar un o b je to determinado del
modo que sea, se predica tam bién inm ediatam ente el Sujeto como cognos-
dente exactamente del mismo modo. E n este sentido, tanto da que yo
diga que los o b jeto s encierran tales o cuales determ inaciones peculiares
e inherentes a ellos com o que afirm e que el su jeto conoce de tales o
cuales m odos; lo m ism o da decir que los o b jeto s se dividen en ta­
les o cuales clases com o afirm ar que al su jeto le son inherentes estas o las
otras capacidades distintas del cono cim iento .” 130
C om o vem os, Schopenhauer, en este respecto, retorna resueltam ente
a las posiciones de B erkeley y d efiend e a éste en contra de K a n t. É l
m ism o lo dice, con palabras inequív ocas: "A q u e lla im portante tesis había
sido convertida ya en piedra angular de su filo so fía p o r B erkeley, a cuyos
m éritos no hace ju sticia K a n t, conquistándose con ello un nom bre in­
m ortal, aunque él m ism o no acertara a sacar las consecuencias adecuadas
de su tesis, bien porqu e no las com prendiera o porque no prestara la
su ficiente atención en ellas.” 131
H e aquí p o r qué Schopenhauer rechaza la segunda edición reelabora­
da de la Critica de la razón pura com o una falsificació n de las verdaderas
tendencias de K a n t, ateniéndose siem pre, en su interpretación, a la p ri­
m era. E sta n ítid a contraposición schopenhaueriana entre la prim era y la
segunda edición de la obra fu ndam ental de K a n t lle g ó a desem peñar im - 139

139 Schopenhauer, ed. cit., t. 1, pp. 554 /.


130 Ibid., t. III, pp. 159/. 131 Ibid., t. I , p . 5 5 ) .
SCHOPENHAUER 181

portante papel e n la filo lo g ía kantiana.1*2 P ero lo ¡que aquí interesa y


lo decisivo no es e l p roblem a filo ló g ico -h istórico, sino el filo só fico . Y a
hem os visto cóm o concibe Schopenhauer la actitud 'de K a n t ante B e r ­
keley. E n el p ró lo go a la segunda edición de la Crítica de la razón pura,
dice K a n t que h a añadido a su obra una "refu tació n del idealism o”
(d irig id a contra B e r k e le y ), razonando así esta ad ició n : " P o r muy in o ­
cente q u e se considere a l idealism o con respecto, a los fin es esenciales de
la m etafísica (y no lo es, e n re a lid a d ), no d eja de ser u n escándalo para la
filo s o fía y para la razón hum ana en general el tener que aceptar la exis­
tencia de las cosas fu era d e nosotros (d e las cuales recibim os toda la
m ateria para el conocim iento, aun el in te rn o ) sim plem ente com o creen­
cia, sin que podam os o frece r prueba alguna satisfactoria de e llo a quien
lo p o n g a en duda.” 133 A s í, pues, lo que Schopenhauer considera com o la
gran hazaña filo só fica de K a n t, aunque éste la desarrolle inconsecuente­
m ente, es lo que el p ro p io K a n t reputa com o un "escánd alo d é la f i ­
lo so fía ” .
Y a p o r sí solo, este decisivo v ira je de Schopenhauer hacia los carriles
del idealism o subjetivo berkeleyano aseguraría a Schopenhauer un puesto .
im portante entre los precursores de la filo s o fía burguesa reaccionaria.
N o cabe duda de que la restauración de la teoría, del conocim iento de
Berkeley por , M ach y A venarius, restauración com pleta, y cabal en cuanto
a la esencia, por m ucho que se la d isfrace en cuanto a las palabras y a la
form a, presupone la trayectoria schopenhaueriana. Y el propio L en in pone
de relieve esta afinidad , al hacer la crítica de M a ch : "E stam o s no sola­
m ente p o r encim a del m aterialism o, sin o tam bién del idealism o de W
H egel, ¡pero esto no nos im pide andar coqueteando con el idealism o
a lo Schopenhauer !” 134
A h ora bien, Schopenhauer ya más allá de estos sucesores suyos, en dos
sentidos.. D e una parte, abraza sin la m enor reserva e l subjetivism o y
el idealism o solipsistas de B erk eley ; todavía está muy le jo s de su m ente el
enm ascarar su idealism o com o la "terce ra v ía” en tre el idealism o y el m a­
terialism o, com o la "su p eració n” de esta antítesis. Y , de Otra parte, no se
contenta, com o M ach y A venarius, con un sim ple agnosticism o, sino que
desarrolla abiertam ente hasta lleg ar a las últim as consecuencias im plícitas
en él el m isticism o y e l irracionalism o que —^consciente o inconsciente-

i32. Señalaremos aquí, de pasada, que esta interpretación de la nueva edición


refundida de la Crítica de la razón pura llegó a impresionar hasta a un maixjsta
cómo Mehring. Éste llega — falsamente—, partiendo del análisis de Schopenhauer,
a la conclusión de que las tendencias propiamente idealistas de Kant se mani­
fiestan precisamente en la segunda edición. Cfr. Mehring, W erke, t. II, p. 232 j .
De este modo, se vuelve nuevamente del revés el problema kantiano, tal como
Lenin lo esclarece. ■”
133 Kant, Kritik der reinen Vernunft, ed. Reclam, p. 31.
134 Lenin, Materialismo y empiriocriticismo, ed. cit., p. 216.
182 FUNDAMENTACIÓN DEL »RACIONALISMO
m ente— llev a e n sí todo idealism o consecuente. C o n lo cual se acerca
tam bién m ás a B erk eley q u e sus sucesores. C o n la im portante d iferencia
histórica, d a ro está, de que su desarrollo d el idealism o subjetivo no
desem boca en la relig ió n cristiana, com o e l d e B erkeley, sino, ya lo hem os
visto, en u n ateísm o religioso.
P ara d a r a éste una fundam entación gnoseológica, Schopenhauer n o
niega la existen cia de las cosas en sí d e u n m odo gen eral, sin o que se lim i­
ta a d ar a éstas una interpretación m ístico-irrad on alista, equiparando la
cosa en sí a la voluntad irracionalistam ente in fla d a y m istificad a. H e aquí
sus p alabras: "F e n ó m en o q u iere d ecir representación, y solam ente e sto :
to d a representación, d e cu alquier clase que e lla sea, todo objeto, es un
fenómeno.. L a cosa en sí es solam ente la voluntad: en cu anto tal, ésta
no tien e absolutam ente nada d e representación, sin o que se distingue de
e lla toto genere: es la m anifestación, la proyección visible, la objetividad
de to d a representación, d e to d o o b je to . E s lo m ás ín tim o , e l m eollo de
todo lo p articu lar y de lo to ta l: se m an ifiesta en toda fu erza ciega de la
naturaleza, y se m anifiesta, asim ism o, en los actos reflexiv o s del hom bre,'
sin' que la gran d iferencia en tre una y otras resida e n la esencia m ism a
de los fenóm enos, sino solam ente en el grad o de éstos.” 135
E n Schopenhauer tenem os, pues, com o ya antes en Sch ellin g, dos m odos
diam etralm ente opuestos de concebir la realid ad : un o, n o esencial ( e l
de la realid ad .o b jetiv a realm ente d a d a ); otro, auténtico y esencial ( e l del
irraáq n alism o m ís tic o ). P ero, m ientras que el jo v e n S ch ellin g , com o
hem os visto, con esta dualidad sólo trataba / le rechazar e l conocim iento
conceptual (d iscu rsiv o ) de la realidad y aspiraba con sú intuición in te­
lectual, a captar, siquiera fu ese de un m odo m ísticam ente confuso, la
esencia d e la m ism a realidad, las fuerzas m otrices de la evolución com o
principio general de toda realidad, Schopenhauer d ifam a de antem ano
todo conocim iento cien tífico , ahonda de p o r sí el abism o entre e l cono­
cim iento del m undo de los fenóm enos y el de la cosa en si m ucho m ás
de lo que hiciera Sch ellin g inclu so en su últim a época, con su contra­
posición entre la filo s o fía positiva y la negativa; pues aquí se trata, en
rigor, de dos tipos distintos de realidad o, m e jo r dicho, de una realidad
y una no-realidad, a cada una de las cuales corresponde, cabalm ente, una
de aquellas dos clases de conocim iento.
Esto, en parte, guarda relación con la diversidad de la teoría d el cono­
cim iento de cada uno de estos dos pensadores. S ch ellin g es un idealista
o b jetiv o , Schopenhauer un idealista subjetivo. E sto quiere decir que para
e l p rim ero existe, pese a todo, la objetividad de la realidad, aunque sea
b a jo u n a fo rm a cada vez m ás tergiversada a través del prism a m ístico-^
irracionalista; la concepción schellingiana ju v en il de la identidad d el

135 Schopenhauer, ed. cit., t. I, p. 163.


SCHOPENHAUER 183

su jeto -o bjeto , sobre todo, es una fo rm a m istificad a de expresar la intui­


ció n de que e l hom bre, la conciencia hum ana, es, de u n a parte, el resul­
tado d el d esarrollo dentro de la naturaleza y de que, p o r o tra parte, la
consecución de esta identidad en la intu ición intelectual entraña u n cono­
cim iento , una elevación de este proceso o b je tiv o d e la naturaleza a l p lan o
de la autoconciencia. E n cam bio, en Schopenhauer, e l entronqu e en tre el
su jeto y el o b je to aparece enfocad o desde el prim er m om ento d e u n m odo
d istinto. Y a hem os citad o las m anifestaciones d e Schopenhauer relacio­
nadas con esto y que cu lm inan e n la afirm ación d e q u e n o puede haber
o b je to sin sujeto, d e q u e lo q u e llam am os realidad ( e l m undo de lo s
fe n ó m en o s) se id en tifica con nuestras representaciones; es, p o r tanto,
id éntico al esse est percipt de B erkeley.
S e sigue de aquí que, para Schopenhauer — lo m ism o que, m ás tarde,
p ara M ach , A venarius, Poincaré, etc.— , e l m undo exterio r n o puede
poseer una ob jetiv id ad real, independiente d e la conciencia in d ivid u al;
d e que e l conocim iento — coincidiendo tam bién en esto con e l m achis-
m o— sólo tien e u n sig n ificad o puram ente práctico en lá "lu c h a p o r la
existen cia” , e n la conservación d el individ uo y d e la especie. " E l cono­
cim ien to en gen eral — dice Schopenhauer— , lo m ism o el racional q u e el
puram ente intuitivo, b ro ta p o r tanto, originariam en te, de la m ism a volu n­
tad , fo rm a parte de la esencia d e las fases m ás altas d e su ob jetiv ación ,
com o u n a m era (iq ^ a v fj, com o u n m ed io para la conservación d el in d i­
viduo y d e la especie, n i m ás n i m enos que cu alquier órgano del cuerpo. P o r
consiguiente, e l conocim iento, originariam en te determ inado a l servicio
d e la voluntad p ara la consecución de sus fin es, perm anece totalm ente a su
servicio casi e n todos lo s casos: asi sucede en todos lo s anim ales y, sobre
poco m ás o m enos, e n todos lo s hom bres.’’ 138
P artiend o de esta actitud gnoseológica, puede Schopenhauer lle g a r sin
m ás a la conclusión d e que d ich o m o d o d e captar lo s fen óm en o s n o
puede d ecim o s, e n p rin cip io , nada acerca d e su esencia. E l conocim iento
d el m und o exterio r se divide, según é l, e n m o rfo lo g ía y e tio lo g ía. D e la
prim era, d ice : " É s t a . . . h ace d esfilar an te nosotros innum erables fo r­
m as, in fin itam en te variadas y en tre las que, sin em bargo, existen in negables
parecidos fam iliares; p ara nosotros, representaciones q u e p o r este cam ino
nos perm anecen extrañas y q u e, vistas sim plem ente así, aparecen ante
nosotros com o je ro g lífic o s sin d escifrar.” L a segunda "n o s enseña que,
co n arreglo a la ley d e causa a efe cto , u n determ inado estado d e la
m ateria trae consigo otro, co n lo cu al lo e xp lica y cu m p le co n su m i­
sió n ” .
A h o ra bien, co n lo an terio r n o avanzam os u n so lo paso e n e l con o­
cim iento d e la realidad o b je tiv a. Schopenhauer resum e así su te o ría del

«« Ibíd., p. 214.
184 FUNDAMENTACIÓN DEL IRRACIONALISMO
con o cim ien to : "P e ro con ello n o averiguam os n i lo más m ín im o acerca
de la esencia in terio r de cualesquiera fenóm enos. Esta esencia se llama
fuerza natural y cae fu era del cam po d e t la explicación etiológica, que la
constancia inm utable de la m an ifestació n de esa fuerza cuando se dan
fas condiciones necesarias para eso y d e e lla conocidas, llam a ley natu­
ral. E sta ley natural, estas cond iciones y la m anifestación de esta fuerza
en determ inados lugares y en determ inados tiem pos, es todo lo que la
etio lo g ía sabe y puede saber. L a fuerza m ism a que se m anifiesta, la esen­
cia in terio r de los fenóm enos que se producen co n arreglo a aquellas
leyes, es y seguirá siendo eternam ente u n m isterio, alg o extraño y desco­
n o cid o , tanto en el fenóm eno m ás sim ple com o en e l más c o m p le jo .. .
P o r donde aun la -más p erfecta explicación etio ló gica de la naturaleza
en su co n ju n to no pasaría de ser, en rigor, u n catálogo de las fuerzas
inexplicables y una indicación segura de las reglas con form e a las cuales
se presentan las m anifestaciones d e esas fuerzas en el tiem po y en el
espacio, se suceden y sustituyen las unas a las otras, pero sin que pueda
nunca explicarnos m ás allá de su m anifestación y d el orden en que p ro ­
cede, la esencia in terio r de las fuerzas que se m an ifiestan , ya que la ley
p o r la que se rige no apunta nunca en esta d irección.’' 1ST
Podem os ver claram ente aquí tanto el carácter puram ente burgués d e la
teo ría schopenhaueriana del conocim iento com o la energía con q u e se ade­
lan ta a la trayectoria posterior de la filo s o fía irracionalista. L a m arcada
afin id ad de Schopenhauer con los filó so fo s ingleses del sig lo X vm , con
un B erk eley y un H um e, descansa, sobre todo, en el h e ch o d e que éstos
trataban de dar satisfacción a las necesidades ideológicas d e una burgue­
sía que ten ia ya en sus m anos el p oder económ ico, p ó r virtud d e una
transacción co n la ‘cla se terraten ien te y con la$ concepciones religiosas de
los poderes del pasado, y de buscar, p o r esta razón, una te o ría d el cono­
cim iento que, de una parte, no entorpeciera el lib re desarrollo de las cien­
cias naturales, indispensable para la producción capitalista (co m o solían
hacerlo, por ejem p lo, las concepciones religiosas de la filo s o fía feud al o
sem ifeudal que afectaban a la ciencia m ism a ), pero q u e , de o tra parte,
rechazara todas aquellas consecuencias ideológicas del desarrollo de las
ciencias que pudieran prestarse a im ped ir la transacción de la burguesía,
inclinada en su m ayoría a la reacción, con las potencias dom inantes del
"an tig u o régim en” .
E l carácter puram ente burgués d e esta actitud lo revela el que el ar­
gum ento decisivo para m antener alejadas tales consecuencias ideológicas
sea tam bién u n argum ento indirecto. N o se las rechaza, en efecto, p o r­
que sean incom patibles con los dogm as de la relig ió n cristiana (co m o
lo hacia la filo s o fía feud al o s e m ife u d a l), sino p o r razón d e su "acien -

m * lbid^ pp. 147 s.


SCHOPENHAUER 185
tificid ad ” , porqu e traspasan las fro n teras que la teo ría del conocim iento
consid era infranqu eables p ara la captación discursiva del m undo de los
fenóm enos. Y el carácter anticipado, la "genialidad-” d e Schopenhauer
se m an ifiesta en el hecho de que el filó so fo supiera descubrir esta te n ­
dencia d e la evolución burguesa en la atrasada A lem ania de com ienzos
del sig lo x n c; en que vislum brara claram ente en la im potencia p o lítica de-
la burguesía alem ana de aquel tiem po — cuya naturaleza social era toda­
v ía muy distinta— aquellas tendencias llam adas a im ponerse después de la
derrota de la revolución de 1 8 4 8 -4 9 , en A lem an ia y en todo el con ti­
nente, y elevarlas a un alto p lan o de generalización.
A este conocim iento del m undo de los fenóm enos, que según Sch o­
penhauer, ya lo hem os visto, sólo puede tener un sig n ificad o práctico-
pragm ático, contrapone el filó so fo la captación de la esencia de las cosas
en sí, d e lo que él llam a la voluntad. E l m isticism o irracionalista d e su
filo s o fía resalta aquí con toda su claridad. Schopenhauer subraya el papel
descollante de la intu ición ya en lo tocante al m odo de conocer el m undo
de los fenóm enos. H ace d e la intu ición intelectu al de S ch ellin g , que
éste circunscribía, com o hem os visto, a l m odo de conocim iento de las
cosas en sí exclusivam ente, en m arcada contraposición con el de los fe n ó ­
m enos, un p rin cip io g en eral de to d o conocim iento. " P o r tanto — dice— ,
nuestra intuición empírica, cotidiana, es una intuición intelectual, y a ella
corresponde este predicado, que los fan farro n es filo só fico s de A lem ania
ven ían atribuyendo a una supuesta intuición de m undos soñados, en la
q u e el absolutism o p red ilecto de tales filó so fo s se adelantaba a sus evo­
lu cion es.” 138
C o m o es natural, este princip io irracionalista de la intu ición aparece
todávía m ás exaltado en e l conocim iento de la cosa en sí, de la voluntad.
L a captación de esta voluntad, en lo que se re fiere a cada hom bre en
cuanto individuo, procede de un m odo puram ente intuitivo, puram ente
inm ediato, " a saber, com o aquel algo conocido de cada individuo y que
expresa la palabra voluntad” .139 Y sólo de u n m odo puram ente sofista,
echando m ano de los recursos de la filo s o fía schellingiana, p o r lo demás
tan rudam ente com batida p o r él, recurriendo a las analogías, puede S ch o ­
penhauer argum entar que p o r este cam ino n o se arriba a un com pleto
solipsism o, a la negación de la realidad de los sem ejantes y del m undo
exterior en g e n eral: juzgam os, dice Schopenhauer, d e la existen cia de
nuestros sem ejantes "p recisam en te p o r m edio de la an alog ía de aquel
Cuerpo” ,140 es decir, del nuestro, d istinguiendo a llí com o aquí la repre­
sentación ( e l fe n ó m en o ) y la voluntad ( l a cosa en s i ) .
Y co n ayuda del m ism o m étod o se proyecta, por analogía, la voluntad
sobre todo el m undo de los fenóm enos com o sobre el. ser e n sí q u e le

138 Ibid., t.I II , p. 67. 189 Ibid., t. i, p. 151. 140 Ibid., p. 157.
186 FUNDAMENTACIÓN DEL «RACIONALISMO
sirve de base. Schopenhauer extiende asi esta analogía, esta proyección
de la voluntad hum ana sobre todo e l cosm os: " D e b e tenerse e n cuenta,
sin em bargo, q u e aquí sólo em pleam os, ciertam ente, u n a denommatio a
potiori,que precisam ente p o r e llo da a l concepto d e voluntad una exten*
sión m ayor de la que hasta ahora ten ía. E l conocim iento d e lo idéntico
en fenóm enos distintos y d e lo d istin to en lo sem ejan te constituye cabal*
m ente, com o con tanta frecu encia hace notar P lató n , la cond ición de la
filo so fía . A h ora bien , hasta ahora no se h ab ía reconocido la identidad
de la esencia d e toda fu erza pu gnante y activa de la naturaleza con la
voluntad, lo que h acía que no se viera en los m ú ltiples fenóm enos lo que
realm ente son, d iferentes especies del m ism o género, sin o fenóm enos
heterogéneos, razón p o r la cu al n o se acertaba a encontrar tam poco la
palabra adecuada p ara designar este género. H e aquí p o r qué yo designo
e l género con el nom bre de la esp ecie m ás im portante d e todas y cuyo
conocim iento inm ediato y m ás asequ ible n os llev a al conocim iento m e­
d iato de todas las d e m á s ." 141
Y este conocim iento analógico se obtiene, a su vez, evidentem ente, p o r
la vía intuitiva, a base de un saber in m ed iato : "A h o ra bien , él térm ino
voluntad, que pretende revelarnos, com o una palabra m ágica, la esencia
m ás intim a de cada cosa en la naturaleza, no d esigna en m odo alguno
una incógnita, alg o a que pueda llegarse p o r m ed io de deducciones,
sin o un alg o conocido de u n m odo absolutam ente directo, y hasta tal
punto conocido, que sabem os y com prendem os lo q u e es la voluntad
m acho m e jo r q u e cualquiera o tra cosa, sea la q u e fu ere. H asta ahota,
se encuadraba e l concepto d e voluntad den tro d el concepto d e fuerza; yo
hago exactam ente lo con trario, y trato d e q u e toda fu erza d e la natura­
leza sea concebida como voluntad ." 142 Como se ve, Schopenhauer antro­
p o lo g ía toda la naturaleza co n ayuda d e u n a sim p le analogía, que él
proclam a soberanam ente com o u n m ito y, p o r tan to, com o la verdad.
N o podem os n i querem os analizar aq u í en to d o s sus d etalles e l sistem a
filo só fico que así surge. N o s lim itarem os a p o n er d é reliev e aquellos
aspectos decisivos e n que cobra expresión e l nuevo irracionalism o sebo-
penhaueriano, tan extraord inariam ente preñad o d e consecuencias para la
filo s o fía d el sig lo x r x .
D e l retorno de Schopenhauer a B erkeley, ya señalado más arriba, se
deduce obligad am ente que, para él, el espacio, e l tiem po y la causalidad
son form as puram ente subjetivas del m undo de lo s .fenóm enos, que en
m odo alguno pueden aplicarse a las cosas en sí, a lo q u e Schopenhauer
entiend e p o r voluntad. L a p o sició n vacilante d e K a n t estribaba e n que,
aunque aspirase tam bién en este pu nto a u n a tajan te dualidad, en e l
curso de sus m anifestaciones cada vez m ás concretas pugnaba p o r librar*

*« Ibid., p. 164. i« Ibid., p. 1 6 5 .


SC H O PE N H A U E R 187

se, una y o tra vez, de la cárcel de este dualism o m etafísico . Pues bien,
Schopenhauer liqu id a radicalm ente estos conatos, casi siem pre oscilantes
y equívocos, d e la concepción d ialéctica kantiana d el-fen ó m en o y la esen­
cia (realid ad o b je tiv a y cosa en s í ) , valiéndose de un dualism o más
consecuentem ente m etafísico y antidialéctico para irracionalizar totalm ente
el m undo de las cosas en sí.
Pongam os un ejem p lo im portante, tom ado de la filo s o fía de la natu­
raleza. " L a fuerza m ism a — dice Schopenhauer— se h alla totalm ente al
m argen de la cadena de las causas y los efectos que tien en com o prem isa
e l tiem po, puesto q u e sólo tien e sentido en relación co n éste, m ientras
que aquélla se da tam bién fu era del tiem po. L os cam bios concretos tien en
siem pre com o causa, d e la que son m anifestación, otros cam bios igual­
m ente concretos, pero no una fuerza. Pues lo que presta su virtud a una
causa, constantem ente, cuantas veces pueda actuar, es siem pre una fuerza
natural, q u e en cuanto tal carece d e fu nd am ento, es decir, se h alla com ­
pletam ente al m argen de la cadena causal y es, p o r tanto, en general,
ajena al cam po de acción del p rin cip io del fu ndam ento, siendo conocida
filo só ficam en te com o la objetivid ad inm ediata de la voluntad, que es el
en sí de la naturaleza to d a.” 143
T o d a la naturaleza se convierte, así, en un m isterio, a pesar de que los
cam bios concretos necesarios para el capitalism o pueden ser captados en
su totalidad desde el punto de vista de las leyes causales y em pleados
para la producción. P ero, filo só ficam en te, todo es in exp licab le, irracio n al:
"P a ra nosotros, es alg o tan in ex p licab le el que u n a p ied ra caiga a l su elo .?’’' ...
com o e l que un anim al s e m ueva.” 144 Y , siguiendo consecuentem ente 'r'¿ > *
este pensam iento, Schopenhauer lle g a a resultados q u e se acercan m o d » / ¿ fir '
a la m ística reaccionaria de la filo s o fía im perialista d e la naturaleza y sé\¿ ^
adelantan m etodológicam ente a ella. R ecordem os aquellas m anifestacio nes ¿ \
determ inistas d e Spinoza cuando d ecía que una p ied ra cruzando e l a ir e \ J
se im aginaría, si tuviera conciencia, q u e recorría su trayectoria p o r propia
voluntad; es una im agen plástica co n que el filó so fo se p ro p onía ilu strar * ' " '* * " '
(a ilu sión del lib re arbitrio y cuyas analogías se encuentran tam bién, com o ’
hem os visto, en B ayle y L eibn iz. T am b ié n Schopenhauer se re fiere a este
sím il de Spinoza, pero invirtiend o totalm ente su sig n ificad o filo só fico ,
al añadir "q u e la p ied ra ten d ría tazó n. E l im pulso es para e lla lo que
para m í el m óvil, y lo que en e lla aparece, en el estado del que h ip o ­
téticam ente se parte, com o cohesión, gravedad y perm anencia, no es sino
lo que yo reconozco en m í com o voluntad y lo que tam bién ella, la
piedra, reconocería com o tal, si adem ás poseyera e l dón del conocim ien­
to ” .145 Es claro que Schopenhauer no p o d ía conocer, en la época en que
vivió, la física atóm ica burguesa de nuestros días, p ero podem os estar

143 lbid., p. 188. 144 Ibid., p. 181. 145 Ibid., pp. 182 s.
188 F U N D A M E N T A C IÓ N D E L IR R A C IO N A L IS M O

seguros de que, de haberla conocido, habría asentido con e l m ayor entu­


siasm o, p o r lo m enos m etodológicam ente, a los m ovim ientos acausales de
los electrones, a la "lib r e volu ntad ” en* el m ovim iento de las partículas.
Y las consecuencias de >este desgarram iento m etafísico-irracionalista
producido entre el fenóm eno y la esencia sé revelan todavía con mayor
claridad en el m undo hum ano. Com o la voluntad schopenhaueriana se
h alla más allá de la zona de vigencia del espacio, el tiem po y la causali­
dad y, p o r tanto, no rige para Schopenhauer el princip io de la individua­
ción, tenem os que toda voluntad es, según él, idéntica a la voluntad
m ism a. L o cual acarrea consecuencias muy im portantes para los hom bres
(p ara la é t i c a ) : "S ó lo los sucesos interiores, cuando afectan a la volun­
tad, tien en verdadera realidad y son acaecim ientos reales, ya que la vo­
luntad es la única cosa en s í. T o d o m icrocosm o llev a en sí el m acrocosm o
íntegro, el cual no contiene ni m ás ni m enos que aquél. Ea m ultiplicidad
es un fenóm eno, y los acaecim ientos exteriores son sim ples con fig u ra­
ciones del m undo de los. fenóm enos, lo que vale tanto com o decir que
carecen, directam ente, de realidad y de significad o propios y sólo los
poseen indirectam ente, p o r la relación que guardan con la voluntad del
individuo.” 146
P o r tanto, Schopenhauer no se lim ita a decir, aquí, que lo que im porta,
en toda acción, sea exclusivam ente lo íntim o. E ste pensam iento se con­
ten ía ya en el "im perativo categórico” de K a n t, con una d iferen cia im ­
portante, ciertam ente, y es que K a n t aspiraba siem pre a dar un contenido
social a su ética d e las intenciones y, para lograrlo, n o retroced ía ni
siquiera ante lo s razonam ientos so fístico s ni ante un abandono incons­
ciente de su propio punto de partid a m etod ológico. E n Schopenhauer, por
el contrario, se trata de la interioridad pura y sim ple, de la desvaloriza­
ción filo só fica, ética, de toda conducta, de to d o hecho real. P ero, además,
el p asaje que acabam os de citar postula, com o hem os visto, la identidad del
m acrocosm o y del m icrocosm o, de la esencia del universo y de la pura
identidad del individuo. E l cam ino que a ello conduce es, ciertam ente,
e l del ascetism o, e l de volverse de espaldas a todos los horrores de la
existencia, e l de penetrar en la identidad interior de todas las esencias,
sobreponiéndose, p o r tanto, al egoísm o habitual. A cerca de todo ello
habla Schopenhauer p ro lijam en te, de u n m odo pintoresco y, n o pocas
veces, ingenioso. P ero no debem os olvid ar que — m ostrando tam bién
en este p u nto una contraposición tajan te con K a n t y hasta con todos los
auténticos m oralistas del pasado— , considera su propia ética com o no
obligatoria para el m ism o filó s o fo que la proclam a y la fundam enta.
¿P o r qué h a de serlo, entonces, p ara sus lectores y partid arios? Y así, lo
único que de esta "su b lim e ” ética queda en p ie es la in flació n del indi-

i«® lbíd., t. I I , p . 5 2 0 .
SC H O PEN H A U ER 189

viduo com o potencia cósm ica y la sanción filo só fica del augusto desprecio
con que se contem pla toda actividad social.
Y este aspecto de la filo s o fía schopenhaeuriana se ye reforzado todavía
más p o r lo que constituye la parte m ás popular de su sistem a, por la esté­
tica. T am b ién en este punto vemos cóm o la h isto rio g rafía burguesa p ro ­
cura b orrar el rastro, viendo eii la estética de Schopenhauer, sencillam ente,
la continuación de la de los clásicos alem anes. E xactam ente lo contrario
•de la verdad. La estética de G o eth e y de S ch iller, com o la del jo v en
Sch ellin g y la de H eg el en su períod o dé madurez, consideran el arte y
el conocim iento com o dos form as im portantes y coordinadas entre sí de la
captación del universo. G oeth e d ice: " L o b ello es una m anifestación desde
las leyes com unes de la naturaleza, que sin e lla perm anecerían eterna­
m ente ocultas a nuestros o jo s .” 117 A p arentem ente, la estética schopenhaue-
riaria, con su entronque de las ideas platónicas y la consideración estética,
con su concepción de la m úsica com o una "im ag en de la voluntad
m ism a” , 147148 se acerca m ucho a esta m ism a concepción. P ero no olvidem os
que en los clásicos alem anes el conocim iento y el arte se enderezaban
hacia la mism a realidad y que en am bos buscaban soluciones distintas,
pero convergentes, para la m ism a dialéctica del fen óm en o y la esencia,
m ientras que Schopenhauer, p o r su parte, d efin e el arte precisam ente
como el modo de considerar las cosas independientemente d el principio
del fundamento.140 P o r tanto, para Schopenhauer, p o r op osición a la filo ­
so fía alem ana clásica, conocim iento y contem plación estética son dos p olos
diam etralm ente antagónicos.
Y la m ism a tajan te contraposición m edia, p o r d eb ajo de una sem ejanza
su p erficial y engañosa, en lo que se refiere a la estética, desde e l punto
de vista de la práctica. N o hay para qué pararse a exp o ner en d etalle el
que, desde el "s in interés” de K a n t hasta la "ed u cación estética” d e S ch il­
ler se contiene en la estética clásica un m arcado elem ento de aislam iento
del arte, de evasión de la realidad y la práctica social. P ero solam ente
esto, u n elem ento. L a m ism a "ed u cación estética” se concibe, o rig in aria­
m ente, com o una fase preparatoria, com o una etapa educativa de la
hum anidad para la conducta social. Es a l lleg ar Schopenhauer (y ya antes
de él, en los rom ánticos alem an es) cuando esta evasión se convierte e n el
problem a central d e la estética. T a m b ié n en esto es Schopenhauer u n im ­
portante precursor del p o sterior decadentism o europeo. N o cabe duda de
que esta to tal evasión de la conducta social lleva necesariam ente aparejad a
la d eform ación d el hom bre p o r esa clase de actitud estética. M ien tras
que e l ideal estético , de los clásicos alem anes era el hom bre norm al, Scho­
penhauer estatuye una relación esencial e íntim a en tre la p ato lo g ía y la

147 Goethe, Spräche in Prosa, secc. II.


148 Schopenhauer, <d. cit., t. I, p. 340. 14B Ibid., p. 252.
190 f u n d a m e n t a c ió n d el » r a c io n a l is m o

genialid ad d el artista. E l g en io , según él, no es ya " e l fav orito de la natu­


raleza” , com o en K a n t,150 s in o .u n monstrum per excessum.151*
E ncontram os aqu í, cultivado en estaco puro, el anticipo d e lo q u e
más tard e será e l irracionalism o reaccionario de la trayectoria burguesa, p ero
este anticip o se e xalta hasta lo grotesco si nos fija m o s brevem ente en la
actitud d el Schopenhauer "a teístico ” suite los problem as que m ás tarde,
al lle g a r la decadencia de la burguesía, se popularizarán b a jo las m ás
diversas fo rm as d e la "p sico lo g ía de lo p ro fu n d o ” , el ocultism o, etc.
T h o m as M an n apunta sagazm ente hacia la relación entre Schopenhauer y
F reu d .158 P ero, aún es m ás im portante el p u nto d e vista adoptado por
Schopenhauer ante el co m p le jo de lo visionario, la f e en lo s espectros,
etc. D ed ica a estos asuntos, tan im portantes tam bién para lo s rom ánticos
reaccionarios, un d etallado estudio especial, en e l que, naturalm ente, no
podem os entrar aquí. Sólo nos interesa señalar que la te o ría idealista
su bjetiva del conocim iento de Schopenhauer, que, de una parte, quiete
educar al hom bre, com o hem os visto, en una actitud de escepticism o
gen eral ante el v alo r filo só fico de los resultados de la investigación de l a '
naturaleza, trata de sentar, en este punto, los "fu n d am en to s” filo só fico s
de toda superstición. A sí, refiriénd ose a los visionarios, d ice que este
dón "p ierd e, p o r lo m enos, su absoluta inverosim ilitud, si se tien e en
cuenta debidam ente que, com o con tanta frecu encia he dicho yo, el m undo
o b je tiv o n o es o tra cosa que un fenóm eno cerebral, pues en los visiona­
rios sonámbulos se descartan, hasta cierto punto, el ord en y las leyes de
ese fenómeno com o fu nciones cerebrales” .158
Y , después de una breve recapitulación de su te o ría de la subjetividad
d el tiem po, sigue diciendo Schop enh auer: "P u es, si e l tiem po no es un
criterio de la verdadera esencia de las cosas, n o cabe duda d e q u e, con
relación a esto carece de sentido el antes y el después: p o r tanto, lo-m ism o
podem os conocer un acaecim iento antes de suceder que después. T o d a
m ántica, ya sea p o r m edio del sueño, en estado sonám bulo, en e l segundo
rostro o de cualquier otro m odo, consiste sim plem ente en descubrir el
cam ino que conduce a lib erar al conocim iento de la cond ición del tiem ­
p o .” L o que trae consigo, com o consecuencia necesaria, " l a posibilidad
de que los m uertos influyan realm ente sobre e l m undo de lo s vivos” ,
etcétera.184
E sta doble tend encia: dé una parte, el agnosticism o (o , m e jo r dicho,
un tosco em p irism o , que retrocede ante toda generalización real de los
h e ch o s) fre n te a lo s fenóm enos reales de la naturaleza y a las leyes de

150 Kant, Critica del juicio, § 4 1 .


151 Schopenhauer, ed. cit., t. II, p. 443. Véase también t. I, p. 238.
188 Thomas Mann, op. cit., p. 394. Esta línea de interpretación se remonta
a través de Mann, hasta Nietzsche.
158 Schopenhauer, ed. cit., t. IV, pp. 299 t. Ibid., p. 348.
SCHOPENHAUER 191

ésta y, d e otra parte, una ciega credulidad en e l en ju iciam ien to de los


"fen ó m e n o s ocultos” , sólo llegará a presentarse com o una id eo lo g ía muy
exten d id a en la segunda m itad del sig lo m . E n g els, a„ fin e s de la década
d el setenta y com ienzos de la del ochentá, critica estas tendencias en los
naturalistas ingleses rigurosam ente em píricos, resum iendo su ju icio en
estas p alabras: " S e ve aq u í de un m odo tan g ible cuál es el cam ino m ás
seguro que lleva' de las ciencias naturales al m isticism o. N o es e l de la
exagerad a teoría de la filo s o fía de la naturaleza, sino el del em pirism o
b a jo su fo rm a m ás vacua, q u e desprecia toda te o ría y d esco n fía de todo
pensam iento.” 155* Y , cóm o Schop enhauer lleg a m ucho m ás a llá que los
em piristas ingleses en el d estronam iento de la razón, será en e l períod o
im perialista cuando, e n este terreno se revelen sus verdaderos herederos
d irectos. E sta doble ten d en cia gnoseológica se m anifestará claram ente, p o r
ejem p lo , en un Sim m el y desem peñará m ás tard e un im portante papel
m etod o lógico en e l flo recim ien to de los mitos', hasta lleg ar al racism o
fascista. .
Y esta inoculación de una m egalom anía irracionalista en la intelectua­
lidad burguesa se acentúa todav ía m ás p o r e l hecho de q u e Schopenhauer
no se lim ita a recoger el aristocratism o de la teo ría d el conocim iento de
S ch ellin g , sino que lo d esarrolla radicalm ente. T a m b ié n é l entiend e que
e l conocim iento discursivo usual p o r m ed io de conceptos es "aseq u ib le y
com prensible para todo ser dotado de razón” . P ero n o acontece lo m ism o
con la captación del m undo tal y com o realm ente es y com o se o b jetiv a
en . e l arte, e l cual "s ó lo es asequible al g e n io y a quien, incitad o en la
m ayoría d e los casos p o r las obras del genio , es capaz de exaltar su capa­
cidad pura de conocim iento hasta un estado d e esp íritu g e n ia l". Las obras
de arte en las q u e aparece e s té ser en sí son de tal naturaleza, que "p e r­
m anecen p o r fuerza com o libros eternam ente cerrados ante la rom a m ayoría
d é lo s hom bres e inasequibles para .ellos, separados de ellos p o r un p ro ­
fu n d o abism o, com o e l q u e se abre entre el trato de los prín cip es y el
populacho” .150
H em os esbozado brevem ente cóm o d e aquel retorno de las , vacilacio­
n e s d e K a n t al solipsism o de B erk eley b ro ta consecuentem ente e l irra­
cionalism o de Schopenhauer. H em os de v er ahora, a la luz de algunos
problem as filo só ficam en te decisivos, cóm o este irracionalism o es la reac­
ció n al d esarrollo de la dialéctica y cóm o, e n este respecto, la filo s o fía
d e Schopenhauer se h alla p len a de esp íritu consciente d e lu ch a contra el
pensam iento dialéctico, cóm o trata de suplantar los avances del conoci:^ ^
m ien to dialéctico p o r u n irracionalism o m etafísico-m ístico.
Q u ien haya leíd o cu alquier historia de la filo s o fía sabe hasta qué punto

155 Engels, D tdektik der Natur, Berlín, 1952, p. 51.


150 Schopenhauer, ed. cit., t. I, p. 311.
192 FUND AMENTACIÓN DEL IRRACIONALISMO

era Schopenhauer un consciente y enconado enem igo de F ich te, de Schel-


lin g y, sobre todo, de H e g el. P ero , apenas si se h a destacado nunca,
e n sus rasgos concretos, la ta ja n te contraposición teórica en tre el pensa­
m ien to dialéctico y e l m etafísico que en» realidad separa a estos dos grupos
d e filó so fo s. Y es esto precisam ente lo que m ayor im portancia encierra
para la trayectoria del irracionalism o. N o sólo porque, com o reiterada­
m ente hem os expuesto ya, toda etapa im portante del irracionalism o nace
de la oposición a una fase de d esarrollo de la dialéctica, sin o tam bién
porque (y en Schopenhauer resalta esto co n una fu erza muy acu sad a), por­
que todo* irracionalism o requiere, com o com plem ento lógico-gnoseológico,
com o fundam entación del pensam iento m etafísico, la apelación a un fo r­
m alism o lógico.
S in habernos referid o hasta ahora,, expresam ente, a los problem as de la
dialéctica, nos hem os visto obligados, sin em bargo, a tocar de pasada, in ­
trínsecam ente, algunos de los problem as dialécticos m ás im portantes,
B asta recordar los referentes a las relaciones entre el fenóm eno y la
esencia, lo interio r y lo exterior, la te o ría y la práctica. Q uien se f i je
un poco de cerca en la trayectoria de la dialéctica desde K a n t hasta
H eg el, se da cuenta en seguida del ta ja n te contraste. M ientras que en H eg el
la relativación dialéctica del fenóm eno y la esencia conduce a la acertada
solución del pro blem a de la cosa en SÍ, al conocim iento dé la cosa por
el conocim iento de sus cualidades y a la consecuente conversión de las
cosas en si en cosas para nosotros, en el proceso de una aproxim ación
d ialéctica in fin ita a los o b jetos, en Schopenhauer no existe absolutam ente
ninguna m ediación entre e l fen óm en o y la cosa e n s i: se trata d e dos
m undos radicalm ente distintos. M ien tras que e n H e g el lo in terio r y lo
exterio r se truecan ininterrum pidam ente lo uno e n lo otro, e n Schopen­
hauer se h allan separados p o r u n abism o m etafísico . ( A l tratar d e K ie r-
kegaard, tendrem os ocasión de exam inar el sig n ificad o irracionalista-anti-
dialéctico de este p ro b lem a.) M ien tras que H e g el exp o n e la te o ría y la
práctica, en cuanto e llo es p o sible p ara una filo s o fía idealista, e n íntim a
interdependencia dialéctica, de tal m odo que problem as teóricos d e las
categorías com o el de la teleolog ía, p o r e jem p lo , se explican directam ente
com o em anaciones del trab ajo hum ano, del em pleo de las herram ientas,157
en Schopenhauer m edia una contraposición tan resuelta entre la teo ría y la
práctica, que la actitud ante la práctica se presenta cabalm ente com o una
degradación de la teoría, com o un síntom a im portante de su inferio rid ad ,
del hecho de que, según Schopenhauer, su carácter no afecta para nada

157 Cfr. también las tesis sobre Feuerbach de Marx, en Marx-Engels, THá
deutscbe Ideología, Berlín, 1933, pp. 593 ss. [C. Marx y F. Engels, Obras esto*
gidas, Ed. ft i lenguas extranjeras, Moscú, 1952, t. II, pp. 376 rr.} y Lenin, PbU
losopbischer N aeblass, especialmente ed. cit., p. 133. Éste problema aparece
tratado en un capítulo especial de mi obra D er junga H egel, ed. cit., pp. 389 ss.
SCHOPENHAUER 193

a la esencia y d e que la verdadera teo ría, la verdadera filo s o fía n o puede


ser m ás que una pura contem plación, n ítid am en te aislada de to d a práctica.
Y este contraste resalta, si cabe, con m ayor claridad to dav ía si nos
fija m o s en la categ oría de la causalidad. Y a nos hem os referid o a este
>roblema en relación con el solipsism o berkeleyano de Schopenhauer, seña-

Íando en aquella ocasión, adem ás, su extrem o su bjetivism o, aun en com ­


paración con un K a n t. E ste aspecto del p ro blem a tien e im portancia para
el d esarrollo posterior, porqu e la radical acentuación schopenhaueriana
de la causalidad, com o la ún ica categoría del m undo de los fenóm enos
— ju n to a las de espacio y tiem po— ,’ se halla, aparentem ente en op osi­
ción con las tendencias que com ienzan a m anifestarse en el p eríod o im ­
perialista, desde la negación de la causalidad p o r M ach y A venarius,
pasando p o r su relativación y atenuación en autores posteriores (p o r
e jem p lo , en S im m e l), hasta su suplantación p o r el cálculo de las p ro ba­
bilidades en algunos actuales filó so fo s de la naturaleza, a saber: en los
representantes del idealism o físico . P ero, en realidad, estam os an te una
lín ea ún ica y consecuente de d estrucción d e la ob jetiv id ad y de las leyes
o b jetiv as del m undo exterio r, q u e existe in d epend ientem ente de nuestra
conciencia. D e lo que se trata, en to d o s estos intentos, es d e retro traer
a l su jeto los nexos del m undo exterio r, d e d esp o jarlos de todo carácter de
O bjetividad. E n este respecto, Schop enh auer es, com o ya hem os d icho,
Un im portante precu rsor y adelantado d el agnosticism o y el irracion a­
lism o d el períod o im p erialista; prin cip alm en te, p o rqu e su concepto d e la
Causalidad, precisam ente en razón a la exclusividad m ecanicista-m etafísica
d e sü determ inism o fatalista en el m u nd o de lo s fenóm eno s, sólo sirve d e
tram p o lín para saltar a u n in d eterm inism o plen am en te irracion al, a la to tal
neg ació n de cu alquier clase d e o b jetiv id ad y de ley en e l cam po de las
cosas en sí. Y nada tien e d e casual, sin o que es, p o r el con trario, u n a
consecuencia necesaria de la concep ción schopenhaueriana de la causalidad,
el que urto de lo s pocos filó so fo s anteriores a é l que realm ente venera <
Schopenhauer sea M alebran ch e, e l fu n d ad o r d el ocasionalism o.
D esd e el punto de vista d el d esarrollo d ialéctico o m e tafísico d e la ló ­
gica a com ienzos d el sig lo x ix , tie n e una im portancia extrao rd in aria la
actitud q u e Schopenhauer adopta ante K a n t e n el p ro blem a d e la causa­
lidad. Sab id o es que K a n t estableció u n cuadro d e categorías en el q u e la
causalidad, aun desem peñando la fu n ció n d ecisiva en sus m anifestacio nes
concretas, no pasa de ser una d e las doce categorías d e las relaciones
entre los o b je to s que él enum era. C o n tra este cuadro k an tian o d e las cate­
g orías presentaron ob jecio n es críticas todos los sucesores d ialécticos de
K a n t, inspiradas sobre todo" en el criterio de que sus contenidos y su agru­
pación respondían sim plem ente a la ló g ica fo rm al, sin que se intentara
Siquiera, seriam ente, argum entar sus entronques desde el p u nto de vista
filo só fico . E n su historia de la filo s o fía , H eg el, aun elo giand o " e l gran

13
194 FUNDAMENTACIÓN DEL IRRACIONALISIMO

instinto del concepto” en K a n t, al buscar la triplicidad de la ordenación


( l o positivo, lo negativo y la sín tesis) censura, sin em bargo, el hecho de
que K a n t "n o d erive” estas categorías, sino que se lim ite a tom arlas de la
experiencia, "ta l y com o han sido aderezadas por la lóg ica” [e s decir, por
la ló g ica fo rm al, G. L . ] . 188 E l elo gio y la censura de H eg el se refieren,
por tanto, al desarrollo de la lógica fo rm al en el sentido de la lógica
dialéctica, viendo en K an t, evidentem ente, un precursor, aunque todavía
oscuro y vacilante, del m étodo dialéctico.
T am b ié n Schopenhauer critica la derivación kantiana de las categorías,
pero en un sentido com pletam ente opuesto al de H e g el; su crítica va
d irigid a a destruir totalm ente los conatos de dialéctica que se advierten
en K a n t. M ientras que ve en la "estética trascendental” de K a n t una fo r­
m idable conquistá, a saber: la concepción puram ente subjetivista del espacio
y el tiem po, considera la "a n a lítica trascendental” , la derivación de las
Categorías,' com o algo com pletam ente "oscuro, confuso, vago, vacilante
e inseguro” ; en ella se contienen, según Schopenhauer, "sim p les afirm a­
ciones” de que "a sí es y así tiene que ser” . Y Schopenhauer pone fin a suá
consideraciones con las siguientes palabras: "D eb em o s observar, además,
que K an t, cuantas veces trata de p o n er un ejem p lo para precisar su pen­
sam iento, elige casi siem pre la categoría de la causalidad, poniendo así
las cosas en su punto, ya que la ley de la causalidad es la form a real,
pero tam bién la fo rm a exclusiva del entendim iento, y las otras once cate­
g orías ventanas ciegas solam ente.” 188
Y añade, m anteniéndose perfectam ente fie l a esta lín ea de razonam ien­
to, acerca del nexo causal: "E s ta fu nció n real y exclusiva del entendi­
m ien to .” 180 Y esta hegem onía éxd u siv a de la causalidad va tan lejo s, en
Schopenhauer, que rechaza radicalm ente la posibilidad de extend erla m ás
allá de la sim ple cadena m ecánica de causa a efecto. D ice , p o r ejem p lo,
"q u e el concepto de la acción mutua es, en rigor, un concepto nulo” ,1®1
que " e l efecto no puede ser nunca causa de su causa y que, por tanto, no
puede adm itirse, en un sentido riguroso, el concepto de la acción m utua” .102
Es muy interesante contraponer a esta negación de la acción m utua las
m anifestaciones de H eg el, que, de una parte, ponen de relieve en detalle
la realidad o b jetiv a y la eficacia de la acción m utua, m ientras que, de
o tra parte, ven en e lla sim plem ente una fo rm a relativam ente baja del
entronque dialéctico om nilateral de todos lo s objetos, en la que, por tanto,
no debe detenerse la lógica dialéctica. " L a acció n mutua — dice H egel—
encierra, evidentem ente, la verdad inm ediata de las relaciones entre causa 158

158 Hegel, Lecciones sobre la historia de la filosofía, trad. española de W. Ro­


ces, Fondo de Cultura Económica, México, 1955, t. III, pp. 429 s.
188 Schopenhauer, gd. cit., t. I, pp. 569 s.
100 Íbíd,, p. 571. 101 lbid., t. III, p. 55. 102 Ibid., p. 170.
SCHOPENHAUER 1
y e fecto y se halla, p o r así decirlo, en los um brales m ism o del concepto,
pero precisam ente p o r ello no debem os contentarnos con aplicar
relación, cuando se trata de lleg ar a un conocim iento com prensivo. S i^
nos lim itam os a considerar un contenid o dado desde e l punto de vista de la
acción m utua, no cabe duda de que adoptarem os una actitud absolutam ente
carente d e concepto,” 183
N o podem os entrar aquí en io s interesantísim os detalles de este com ­
p le jo de problem as, pues sólo nos interesa, en este m om ento, destacar
la contraposición entre la ló g ica dialéctica y la ló g ica m etafísico-irraciona-
lista. Bastará, a m anera de resum en, co n citar algunas observaciones de
L en in acerca de la dialéctica y la causalidad en H eg el, señalando que lo
que L en in dice acerca de la causalidad entre los neokantianos es tam bién
perfectam ente ap licable a Schopenhauer. D ic e L e n in : "C uand o leem os
lo que H egel dice acerca de la causalidad, nos sorprende a prim era vista
por qué se detiene relativam ente poco en este tem a, tan p red ilecto de los
kantianos. ¿P o r q u é? Sencillam ente, porqu e la causalidad sólo es, para
él, uno de los criterios del entronque universal, que ya antes, en toda su
exposición, ha concebido de un m odo m ucho m ás p rofun do y en todos
sus aspectos, subrayando siempre, desde el p rim er m om ento, este en tro n ­
que, los tránsitos mutuos, etc., etc. Sería muy instructivo com parar los
'dolores del parto’ del neoem pirism o ( o bien, respectivam ente, del 'id ea­
lism o fís ic o ’) con las soluciones o, m e jo r dicho, co n el m étodo dialéctico
de H e g e l.” 164
Y no m enos tajan te es el contraste que se advierte en cuanto a l p ro ­
blem a del espacio y e l tiem po. C ierto que, en este pu nto, es m ayor la
coincidencia entre K a n t y Schopenhauer q u e en lo tocante a l p roblem a
de las categorías del entendim iento. Sencillam ente, porqu e K a n t se m ues­
tra, ante este problem a, m ucho m enos dialéctico que lo que era ante aquel
otro, p o r lo m enos intencionalm ente. N o sólo considera el espacio y el
tiem po, al igual que Schopenhauer, com o prem isas apriorísticas generales
de toda objetividad y, p o r tanto, com o p rincipios filo só ficam en te indepen­
d ientes de toda objetivid ad y que deben captarse antes de ésta, sin o que
subraya, además, la independencia del uno con respecto al otro. Schop en­
hauer, p o r su parte, destaca con m ayor fu erza todavía este dualism o m eta-
físico del espacio y el tiem p o : "V e m o s, pues — dice— , que las dos fo rm as
de las representaciones em píricas, aun teniend o de com ún, com o es sabid o ,
su in fin ita divisibilidad y su in fin ita extensión, son, sin em bargo, radi­
calm en te distintas la una de la otra, en cuanto que lo que es esencial
para la una no sig n ifica absolutam ente nada para la otra; el coexistir no
sig n ifica nada para el tiem po, com o el ser sucesivo no sig n ifica nada para 1034

103 Hegel, Enzyklopädie, § 156, adición, ed. cit., t. VI, p. 308.


104 Lenin, Philosophischer Nachlass, ed. cit., pp. 82 s.
196 FUNDAMENTACIÓN DEL IRRACIONALISIMO

el e sp ad o .” 165 Y si esp ado y tiem po paracen asociados ante el conocer


intelectivo práctico, el p rin cip io de esta asociación no reside, según Sch o­
penhauer, en ellos m ism os, sino exclusivam ente en el entendim iento, en la
subjetividad.
Y a e l jo v en H e g el se h ab ía m anifestad o en contra d el dualism o m eta-
físico kantiano en cuanto al problem a del espacio y el tiem po, p o r ejem p lo
en su Lógica de Jena ( 1 8 0 1 - 1 8 0 2 ) . L o que aquí llam a la atención, sobre
todo, es que H e g el no trate d el espacio y e l tiem po en la parte referen te
a la ló g ica y a la teo ría del conocim iento, sin o e n la p arte de su obra
que versa sobre la filo s o fía d e la naturaleza, y concretam ente en el cap í­
tu lo dedicado a l concepto d el m ovim iento, sin q u e tam poco aquí se trate
este p roblem a aparte y desde e l p u nto d e vista gnoseológico, sin o en
re la d ó n co n e l p ro blem a d el éter. A h o ra bien , en lo que se re fiere al
tratam iento m ism o, hay q u e destacar que el espacio y el tiem po se exp o­
nen, de una parte, com o m om entos de la unidad concreta de la naturaleza
y, de o tra parte, cóm o corolario d ialéctico de e llo , en cuanto m om entos
que se truecan el un o en e l o tro : " L o sen cillam ente idéntico a sí m ism d,
e l espacio, com o alg o aparte, es un m o m en to; pero, com o alg o que se
realiza, com o algo que es, com o lo que es en sí, es lo contrario de sí m is­
m o, es e l tiem p o; y, a la inversa, lo in fin ito com o el m om ento del tiem po
se realiza o és en cuanto m om ento, es decir, superándose com o lo
q u e es, es su contrario a sí m ism o, el e s p a c io .. . ” 144
En el Hegel de la época madura nos encontramos con diferentes cam­
bio«, en este respecto, pero los principios dialécticos permanecen inva­
riables. También en la Enciclopedia vanos que los conceptos de espacio
y tiempo se desarrollan, no en la parte de la lógica, sino en la de la
filosofía de la naturaleza; aquí, cierto es, como introducción a la mecá­
nica. Y, aunque Hegel, como idealista, no acierta tampoco ahora a en­
contrar la verdadera dialéctica del tiempo y el espacio (ya que ello requie­
re poseer una teoría dialéctica del reflejo de la realidad objetiva), para él es
evidente, a pesar de todo, el entronque intimo y el trueque mutuo e inin­
terrumpido del uno en el otro. Dice, por ejemplo, en un pasaje (sin que
podamos aquí, como es natural, ofrecer un análisis detallado de sus con­
cepciones, sino limitarnos simplemente a unos cuantos ejemplos, carac­
terísticos de su método): "La verdad del espacio es el tiempo, con lo
que el primero se convierte en el segundo; y no somos nosotros los que
pasarnos asi, subjetivamente, del espacio al tiempo, sino que es el espacio
mismo el que pasa. E n la representación, el espacio y el tiempo se hallan
muy separados el uno del otro, existe un espacio y existe también un
tiempo; peto la filosofía combate éste también.” 147
1,5 Schopenhauer, ed. cit., t. III, p. 42.
166 Hegel, Jenenser Logik, Leipzig, 1923, p. 202.
147 Hegel, Enzyklopädie, § 237, adición, ed. cit., t. VII, parte I, p. 53.
SCHOPENHAUER 197

P ara el d ialéctico H e g el, el dualism o k an tian o de espacio y tiem po (lo


m ism o que el schopenhaueriano, aunque él no llegara a le e r a Schopen-
h au er) representa, pues, el detenerse en el nivel de la m era representación,
el no rem ontarse al p u nto de vista filo só fico . A dem ás, H e g el subraya
constantem ente la im posibilid ad de separar en el plano de los Conceptos
el espacio y el tiem po de la m ovilidad real del m undo o b je tiv o . T iem p o y
espacio no son nunca, p ara él, recip ientes vacíos — m eram ente su b je ti­
vos— , d entro de cuyos m arcos se d esarrollen la ob jetiv id ad y el m o v i­
m iento, sin o que Son, p o r el con trario, en sí m ism os, m om entos del m undo
de la o b jetiv id ad que se m ueve, de la d ialéctica o b je tiv a de la realidad.
A sí, p o r e jem p lo , dice H e g el acerca d el tiem p o : "P e ro n o nace y perece
todo en el tiem po, sin o que el tiem p o mismo es este devenir, este nacer
y este p erecer.” 168
Y estos pro blem as sólo en apariencia tien en un carácter abstracto dentro
d e la te o ría del con o cim ien to ; en realidad, el m odo cóm o se co n cib e el
éspacio y el tiem po presen ta u n carácter decisivo p ara la construcción
d e to d a filo s o fía . S ó lo señalarem os de pasada que la escueta separación
m e tafísica de tiem po y espacio, que en el p ro p io Schopenhauer sólo es
iluia equ iparación m ecánica, constituye la prem isa gn oseológica para la co n ­
trap o sició n de espacio y tiem p o en la filo s o fía irracion alista de la época
del im perialism o (B e rg so n , Sp en g ler, K lag es, H eid eg g er, e t c .) . T am b ié n
en este punto podem os con sid erar a Schop enh auer como im p ortante in i­
ciad o r de la trayectoria p o sterior del irracionalisipo. P ero, en esto com o
Cn todo, solam ente com o un iniciad or. Se h alla to dav ía fu era de su h o ri­
zonte el g iro tan característico de los irracionalistas posteriores que co n ­
siste en contraponer al espacio m ecanicista-fatalista, "m u e rto ” , al espacio
racional y "o b je tiv o ” , el tiem po irracionalista vivo, el tiem po verdadera­
m ente subjetivo.
Y esto es así, p o r razones histórico-so ciales, y no por otra cosa. Será
*1 agudizarse las luchas de clases en el p eríod o im perialista cuando esta
concepción del tiem po se im pond rá a la filo s o fía burguesa reaccionaria,
com o base filo só fica para una seudohistoria plagada de m itos, que p re­
tenderá hacerse valer fre n te a lo s avances cada vez m ás victoriosos del
m aterialism o histórico. N ietzsche, en vísperas del p eríod o im perialista, es
tam bién en este punto una fig u ra de transición, aunque ya, ciertam ente,
en un terreno de lucha de clases m ás agudizada: su m ito es ya una
seudohistoria, pero todavía sin una teo ría p ropia del tiem po en el sentido
m ás arriba indicado, m ientrás que el m ito de Schopenhauer estribaba
en una negación aún m ás radical de toda historicidad.
T a m b ié n esto se exp lica p o r el estado de la lucha de clases y los co n ­
sigu ientes antagonism os ideológicos del tiem po de Schopenhauer. Y a hem os 108

108 Ibid., § 258, p. 54.


198 FUNDAMENTACIÓN DEL IRRACIONALISMO

señalado en otros lugares que, en el p eríod o de la actuación de Schopen-


hauer, los frentes ideológicos contrapuestos eran los del historicism o y
el seudohistoricism o: el uno como la dqfensa histórica del progreso, des­
d e el punto de vista progresivo burgués, a base de las experiencias de la
R evolu ción fran cesa; el otro, como la teoría sem ifeu dal-legitim ista dd
d esarrollo "o rg án ico ” , teoría q u e envolvía, en realidad, b a jo el engañoso
ro p a je de la historicidad, la aspiración de volver a lo s tiem pos anteriores
a la revolución y q u e entrañaba, por tanto, la defensa id eológica de la
reacción feu d al-legitim ista. L a p o sición m antenida p o r Schopenhauer ante
este dilem a es, vista superficialm ente, la de un peculiar tertium datur,
a saber: la repulsa del sig n ificad o de toda historicidad para la esencia
de la realidad. P ero, ya hem os visto que esto sólo se contrapone a la filo ­
so fía rom ántico-reaccionaria p o r la argum entación y en cuanto a deter­
m inados contenidos concretos; en realidad, Schopenhauer es tam bién un
enem igo fu rioso de todo progreso social; lo que ocurre es que, para- él,
que no sim patizaba para sus adentros con la m onarquía absoluta ni con
la nobleza que le servía de pu ntal, era ind iferente cuál fuese el régim en'
"fu e rte ” que defend iera la propiedad de la burguesía contra las masa*
explotadas, con tal que lo d efend iera eficazm ente. (O tra razón más de la
popularidad que este filó so fo lleg ó a alcanzar en el períod o del bonapar-
tism o .)
Solam ente partiendo de aquí se com prende claram ente el verdadero
sentido filo só fico de los problem as de las categorías a que nos hem os
venido refirien d o. E l v iraje que la filo s o fía alem ana clásica representa
para el pensam iento hum ano despansa en una m edida bastante considerable
sobre el hecho de que, en el idealism o o b jetiv o , so b ré todo en el de
H eg el, la dialéctica tras algunos grandes arranques en los siglos x v ii
y x v n i, se convierte en el m étodo histórico para el conocim iento de la
naturaleza y de la historia. (C la ro es(á que con todas las lim itaciones
p ro p ias del idealism o filo só fico y que los dialécticos burgueses no podían
lleg ar a su p erar.) L a concepción subjetivista del espacio, el tiem po y la
causalidad, la lim itación de su vigencia al m undo de los fenóm enos,
la hegem onía de la causalidad com o categoría de enlace entre los o b je ­
tos y la separación estrictam ente m etafísica del espacio y el tiem p o: todo
ello conduce, en p rim er lugar, a negar radicalm ente toda historicidad
tanto de la naturaleza com o del m undo hum ano.
Schopenhauer traza una im agen del universo en e l que ni el cosmos
de los fenóm enos ni el de las cosas en sí conocen el cam bio, el desarro­
llo , la historia. A q u él se h alla form ad o p o r un cam bio ininterrum pido, por
un aparente nacer y perecer, som etido, además, a una necesidad fatalista.
Pero este nacer y perecer es, sin em bargo, p o r su esencia, algo estático:
un caleidoscopio en el que las cam biantes com binaciones de los m ism os
elem entos producen en quien lo contem pla, sin estar iniciad o en el se-
SCHOPENHAUER 199

creto, la ilusión de un cam bio constante. Q u ien posee una verdadera visión
filo só fica tien e que reconocer, sin em bargo, que, detrás d el abigarrado
velo d e los fenóm eno s y de los constantes cam bios q u e se m an ifiestan
en su superficie, se ocu lta u n m undo sin espacio, sin tiem p o y sin causa­
lidad, con respecto al cual carecería d e sentido h ab lar de historia, de
d esarrollo y, m enos aún, de p rogreso. E l pensador iniciad o, dice Scho-
penhauer, " n o creerá com o la g e n te que e l tiem po produzca alg o real­
m ente nuevo e im portante, que a través d e é l o en é l llegu e a cobrar
existen cia algo sen cillam ente r e a l . . . ” 149
A q u í están las raíces o b jetiv as del od io enconado que Schopenhauer
abriga contra H e g el. D espués de h aber tran sform ad o la filo s o fía kan­
tiana en un radical antihistoricism o, hubo de v er cóm o el historicism o
d ialéctico de H eg el, no m enos decidido, se llevaba la palm a de la v ic­
toria. H e aquí por qué casi siem pre fo rm u la en inju rio sas y furiosas
m anifestaciones polém icas contra H e g el esta doctrina suya: "F in a lm e n te,
por lo que se refiere a la tend encia a concebir la historia universal com o
una totalidad sujeta a un plan, tendencia que se debe, sobre todo, a esa
disparatada filo s o fía hegeliana que p o r todas partes ha venido a corrom ­
per el espíritu y a e m bru tecerlo . . . , direm os que esta tend encia descansa,
en rigor, sobre un tosco y rom o realism o, que reputa el fenómeno com o la
cosa en sí del universo, entendiend o que todo depende de él, de sus
fo rm as y sus acaecim ien tos. . . ” 1,0
D e esta concepción se sigue necesariam ente que Schopenhauer niega,
en la naturaleza, toda evolución. P o r oposición, a G o eth e, con e l q u e
parece m ostrarse de acuerdo en todos lo s. problem as, es, en el cam po de
las ciencias naturales, un adm irador de L in n eo y d e C u vier y n o se da p o r
enterad o de los intentos de sus grandes coetáneos de descubrir u n des­
arro llo histórico en la naturaleza. C la ro está que tam poco é l puede pasar
por alto las gradaciones de la naturaleza (n atu raleza orgánica e in o r­
gánica, seres vivos, esp ícies, e t c .) . P ero ve en ellas, sim plem ente, eternas
fo rm as de ob jetiv ación de la volu ntad , "fases de objetivación de la vo­
luntad, que no son o tra cosa q u e las ideas platónicas".171 E stos arquetipos
perennes de to d a fo rm a o m anifestació n individual son, para é l, "a lg o
f i jo e inm utable, eternam ente existen te y n o devenido” . Y tam bién en
este respecto se advierte. claram ente cuán carentes de b ase y fru to de la ter-
giversad ó n d e las conexio nes reales eran aquellas concepciones de la h isto­
rio g ra fía burguesa que v eían en Schopenhauer e l continu ad or d e la
trad ición goetheana. E n todo lo que h a b ía e n G o e th e de decisivo desde
e l p u nto de vista filo só fic o (e n lo tocante a la filo s o fía de la natura­
le z a ), en lo que guardaba relación co n la actitud de op osición de aquél

149 Schopenhauer, ed. eit., t. I, p. 249.


170 n ¡d., t. II, p. 519. Ibíd., t. I, p. 186.
200 FUNDAMENTACIÓN DEL IRRACIONALISMO

fre n te al m ecanicism o ahistórico de un L inn eo y un Cuvier, Schopenhauer


es el adversario de G oeth e, le jo s de ser su continuador.
T am p o co en Schopenhauer existe, p o r tanto, una historia. "P u es somos
de o p in ión — dice— que se h a lla tan lejdS com o la tierra del cielo de un
conocim iento filo só fico del universo quien crea que puede captar la esen­
cia del m ism o desde cu alquier pu nto de vista histórico, p o r muy sutilm ente'
envu elto que se presente, com o lo hacen cuantos, en su concepción de la
esencia en sí del universo no atribuyen ni la m ás m ín im a sig n ificació n a
cu alquier devenir, h ab er devenido o lle g a r a devenir, a cu alquier antes
o d e s p u é s .. . Sem ejan te filo s o fía histórica, p o r m ucho que se pavonee,
tom a el tiempo p o r una determ inación de las cosas en sí, com o si K a n t
no hu biera existido, y se detiene, p o r tanto, en lo que K a n t . . . l l a m a ..-.
e l fen óm en o p o r op osición a la cosa en s í; es, p o r tanto, un conocim iento
co n fiad o a l p rin cip io del fundam ento, con el que jam ás po d rá pene­
trarse en la esencia in terio r de las cosas, sino sim plem ente seguir hasta
el in fin ito las huellas de los fenóm enos, m oviéndose sin térm ino y sin
m e t a . . . ” 172 La historia, dice Schopenhauer, n o puede ser nunca, por
principio , o b je to de una ciencia, pues es siem pre "m en tiro sa, n o sólo
p o r el m odo de estar escrita, sino p o r su m ism a esencia” .173 D e aquí
que, según él, en la 'h isto ria no exista d iferencia alguna entre lo im por­
tante y lo secundario, entre lo grand e y lo pequ eño; lo único real es el
in d ivid u o : el g énero hum ano no es más que una vacua abstracción.
Q ueda en pie, p o r tanto, solam ente el individuo, aislado en m edio
d e un m undo sin sentido, com o producto fatal del p rin cip io de la ind i­
viduación (esp ecie, tiem po, cau salid ad ). U n individuo, claro está, que,
en virtud de la identidad ya señalada p o r nosotros, entre el m icrocosm o
y el m acrocosm o, en el universo de las cosas en sí, es idéntico a la esencia
d el universo. S in em bargo, esta esencia, situada m ás allá de la vigencia del
espacio, el tiem po y la causalidad, es, consecuentem ente, la nada. A sí se
e xp lica que la obra fundam ental de Schopenhauer term ine, de un m odo
bastante consecuente, con estas p alabras: "L ib re m e n te reconocem os qué
lo que queda en pie, después de la to tal abolición de la voluntad, para
cuantos se h allan todavía p ictóricos de voluntad, es, ciertam ente, la nada.
P ero tam bién, y a la inversa, para aquellos en quienes la voluntad se ha
vuelto y se ha negado, este nuestro m und o tan real, con todos sus soles
y todas sus V ía s Lácteas, no es o tra cosa que la nad a.” 174
Y , al lleg ar a este punto, después de haber echado un vistazo a los
problem as m ás im portantes de la filo s o fía schopenhaueriana, volvem os a
encontrarnos con la p reg u n ta: ¿qué m and ato social vin o a cu m plir esta
filo s o fía ? O , dicho en otros térm inos, ya que en esta segunda pregunta
sólo se destaca otro aspecto d e lo m ism o : ¿a qué se debe su extensa y

172 I b i i ., pp. 3 5 7 s. i” Ibíd., t. I I , p . 5 2 1 . 174 Ibid., t. I , p . 5 2 7 .


SC H O PE N H A U E R 201

duradera in flu en cia? S i d ijéram os que al pesim ism o, no daríam os una


respuesta satisfactoria, pues el pro pio pesim ism o necesitaría ser concretado
más, com o ya hem os apuntado arriba. L a filo so fía , de Schopenhauer
repudia la vida b a jo todas sus fo rm as y le opone, com o perspectiva filo ­
sófica, la nada. P ero, ¿es p o sible v iv ir sem ejante v id a? (D ig a m o s, entre
paréntesis, que Schopenhauer — co n fo rm e tam bién en esto con el cristia­
nism o, lo m ism o que en el p ro blem a del pecado original— rechaza el
suicidio com o solución a la carencia de sentido de la e x iste n cia .) Si e n fo ­
cam os la filo s o fía schopenhaueriana en su co n ju n to , tendrem os que con ­
testar afirm ativam ente. Pues la carencia de sentido de la vida sign ifica,
ante todo, la liberación del individuo de todos los deberes sociales, de toda
responsabilidad ante el d esarrollo progresivo de la hum anidad, que, a los
o jo s de Schopenhauer, no existe en absoluto. L a nada, com o perspectiva
del pesim ism o, com o horizonte de vida, no puede im ped ir en m odo a l­
guno a l individuo, según la ética schopenhaueriana, ya expuesta, llevar
una vid a contem plativa placentera, n i siquiera estorbarle a que lo haga.
P o r el contrario. E l abism o de la nada, e l fo n d o som brío de la carencia
de sentido de la existencia, es com o e l cond im ento picante que da sabor y
encanto a este go ce de la vida. G o ce que aún se realza y cond im enta por
e l h ech o de que e l sentido aristocrático fu ertem ente m arcado de la filo ­
so fía schopenhaueriana a que aludíam os eleva a sus partid arios — en su
im aginación— muy p o r encim a de aquella chusm a m iserable cuya lim i­
tada in telig en cia la lleva a luchar y a su frir p o r el m ejo ram ien to de la
situación social. Y así, el sistem a de la filo s o fía de Schop enhauer — sis­
tem a ingenioso y arm ónicam ente construido, desde e l p u nto de vista d e la
arquitectónica fo rm al— se levanta com o u n b ello h o tel m oderno, dotado
de todo co n fo rt, a l bord e d el abism o, de la nada, de la carencia de todo
sentido. Y la d iaria contem plación d el abism o, en tre espléndidas com idas,
placenteram ente gustadas, o entre exquisitas obras de arte, sólo puede
servir para realzar aún m ás e l go ce de este co n fo rt refinad o.
E l irracionalism o schopenhaueriano cum ple, así, su m isió n : la de hacer
que un sector descontento de la intelectualidad se abstenga de d irig ir su
descontento con lo "e x iste n te ” , es d ecir, con el ord en social im perante,
concretam ente, contra e l sistem a capitalista vigente en aq u ella situación
dada. C o n lo cual, este irracionalism o alcanza la m eta central que se
propone — tuviera o no e l pro p io Schopenhauer con cien cia de ello—
y que no es otra que o frece r una ap o logía indirecta del orden social del
capitalism o.
202 FUNDAMENTACIÓN DEL IRRACIONALISMO

K ierkegaard
I-A filosofía de K ierkegaard , com o la de Schopenhauer y la de N ietz-
sche, tardó en ad qu irir resonancia m undial. N o se puso de m oda hasta
lleg ar al períod o del im perialism o o, m ás exactam ente, entre la prim era
G u erra M u n d ial y la segunda. C ierto es que K ierk eg aard no era, en su
patria y durante su actuación com o escritor, una fig u ra tan ignorada,
n i m ucho m enos, com o la de Schopenhauer e n la A lem ania de antes de
1 8 4 8 . Sus prim eras obras im portantes, las únicas decisivas desde el punto
d e vista filo só fico , las obras publicadas b a jo seudónim o, p ro d u jero n
en seguida cierta conm oción, y tam poco careció de ciertos elem entos sen­
sacionales su actitud fran ca y abierta p o sterior en contra d e la Ig lesia
protestante o ficia l. A lgunas décadas m ás tarde, lle g ó a ser, incluso, tem ­
poralm ente, decisiva su in flu en cia en los p aíses escandinavos. N o sólo
tenem os un e jem p lo de e llo en el poem a dram ático d e Ibsen titulado
Brand, sino que su in flu en cia se p ercibe tam bién en la literatu ra escan­
dinava posterior. (B a sta rá con citar, en apoyo de ello , la novela de
Pontoppidan, La tierra prometida.)
Sin em bargo, y aunque ya antes viesen la luz en el extran je ro traduc­
ciones de sus obras y ensayos sueltos sobre él, es lo cierto que K ierk e ­
gaard n o aparece com o una potencia espiritual dom inante, de in flu en cia
decisiva sobre la reacción filo só fica europea (y n o rteam erican a), hasta el
período que m edia entre las dos guerras m undiales, en vísperas del as­
censo de H itle r al poder, posición que sigue afirm and o hasta los tiem pos
actuales.
E n térm inos generales, este anticipo discursivo de la trayectoria posterior
de K ierkegaard nos parece tan poco m isterioso com o el de un Schopen-
liauer o un N ietzsche. A h ora bien, para concretarlo sería necesario conocer
las relaciones y luchas de clases en la D in am arca del segundo cuarto del
siglo x i x más de cerca de lo que puede hacerlo el autor de la presente
obra. P referim o s, pues, d ejar en blanco el análisis concreto de este p ro ­
blem a en vez de proyectar sobre él una falsa luz, con generalizaciones
basadas en una argum entación insuficiente. L o cual nos o b lig a a enfocar
a K ierkegaard , desde el prim er m om ento, sim plem ente com o una figura
dentro de la trayectoria filo só fic a europea en g eneral, sin entrar en los
fundam entos sociales concretos de la doctrina co n que se adelanta en el
pensam iento a tendencias irracionalistas y reaccionarias muy posteriores
y que sin duda ten ían su razón de ser en la sociedad danesa de aquel
tiem po.
E s c i e r t o q u e e s t e m o d o d e t r a t a r e l p r o b l e m a t i e n e t a m b ié n c ie r t o s
K IE R K E G A A R D 203

puntos de apoyo en la trayectoria espiritual de D inam arca. Y a G eorg


B ran d es h a expuesto detalladam ente la p ro fu n d a in flu en cia que la filo s o fía
y la p o esía alem anas lleg aro n a e jercer en D inam arca, en la prim era
m itad d el sig lo x i x .175 Y esto es ap licable tam bién a K ierkegaard . Su
g ra n lucha filo só fica va d irigida contra H e g el, que tam bién en la D in a ­
m arca de aquel tiem po representaba la corriente dom inante en filo so fía ,
y en estrecha relación co n ello com bate tam bién K ierkegaard , constante­
m ente, a G oeth e. Su pensam iento presenta m uchos puntos de afinidad
co n lo s rom ánticos alem anes, con Schleierm acher y con B aad er, se traslada
e x p ro fe so a B e r lín para seguir las lecciones del v ie jo S ch ellin g y, aunque
le producen un p ro fu n d o desengaño después de la prim era sensación arro­
llad o ra de entusiasm o, no d ejan de im p rim ir una h on da h u ella en su
m und o d e pensam ientos la nueva p o sición filosófica de S ch e llin g y su m o­
do d e criticar a H e g el. K ierkegaard estudia tam bién a fo n d o a los autores
de la oposición izquierdista contra H eg el, especialm ente a Feuerbach.
T ren d elen b u rg in flu y e decisivam ente, com o verem os, en su argum entación
an tih eg elian a; después de h aber elaborado sus propias posiciones, leyó
tam bién a Schopenhauer, p o r qu ien sen tía una gran estim ación, etc., etc.
C o m o es natural, todo esto no basta, n i m ucho m enos, para suplir aquella
im portante laguna de nuestra exp o sición a que nos referíam o s. S ó lo sirve
para in d icar una cosa, y es que esta exposición no tien e p o r qué flo ta r
to talm ente en el vacío, n i siquiera en cuanto al p roblem a señalado.
L a filo s o fía de K ierkegaard , pese a todos sus puntos de contacto con
la de Schopenhauer, que m ás tard e hem os de señalar, se distingue h istó ­
ricam ente de ésta en que guarda u n a relación ín tim a con el proceso de
d esintegración del hegelianism o. E n la época de la R estauración, pudo
Schopenhauer com batir la dialéctica h egelian a acusándola de ser un co m ­
p leto absurdo y op in ién d o le la filo s o fía de un K a n t "d ep u rad o” a través
de B erkeley, es decir, un idealism o subjetivo m etafísico y abiertam ente
antidialéctico. E n cam bio, en el períod o de la más p ro fu n d a crisis d e l ;
pensam iento dialéctico idealista, en que surgió la fo rm a m ás alta de la
dialéctica, con la com pleta superación de sus lim itaciones idealistas, la dia­
léctica m aterialista de M a rx y E ngels, K ierkegaard , para poder com batir
a H e g el en nom bre de un nuevo y ya más desarrollado irracionalism o,
necesitaba envolver éste b a jo la fo rm a de una dialéctica supuestam ente
superior, la de la llam ada dialéctica "cu alitativ a” . C om o m ás adelante
veremos, se trata de un intento típ ico en la historia del irracionalism o
por fru strar el desarrollo u lterior de la dialéctica m ediante una tergiver­
sación del verdadero problem a que en cada períod o señala el cam ino
hacia adelante, por desviarla hacia falsos derroteros y presentar el plan-

175 Cfr. especialmente el estudio de Brandes, "Goethe und Dänemark”, en


Menschen und Werke, Frankfort, 1894.
204 FUNDAMENTACIÓN DEL IRRACIONAUSMO

team iento del p roblem a así tergiversado, b a jo una fo rm a m ítico-m istifica-


dora, com o la respuesta al p roblem a real. K ierkegaard , que era sin duda
u n pensador agudo, ingenioso y subjetivam ente honrado, entrevé a veces
alg o d e este co m p lejo discursivo. E n 1 8 3 6 , escribe en su d iario : " L a
m ito lo g ía es una afirm ación hipotética form u lad a en m odo indicativo.” 17s
Y la incapacidad d e la h isto rio g rafía burguesa para determ inar la posi­
ció n que K ierkegaard ocupa en esta trayectoria del pensam iento se revela
tam bién en el hecho de que se m uestre incapaz y reacia para com prender
la verdadera sig n ificació n de la dialéctica m aterialista, lo que le im pide
com prender, asim ism o, todo e l proceso de desintegración del hegelianism o
en los años cuarenta.177
L a im portancia de H e g el en la historia de la dialéctica reside, p rin ­
cipalm ente, en que reduce a conceptos las determ inaciones y conexiones
dialécticas m ás im portantes de la realidad. Precisam ente en e l m ism o
p asaje en q u e M a rx dice de su m étod o dialéctico que es " e n todo y por
todo, el reverso” del de H eg el, destaca al m ism o tiem po, un poco más
adelante, la grandeza y las lim itaciones del m étod o h e g elia n o : " E l h ech o '
de que la dialéctica sufra en m anos de H e g el una m istificación , n o obsta
para que este filó so fo fuese el prim ero que supo exponer de u n m odo
am plio y consciente sus form as generales de m ovim iento. L o que ocurre
es *ju e en él la dialéctica aparece invertida, vuelta d el revés. N o hay más
que darle la vuelta, m e jo r d icho enderezarla y en seguida se descubre
b a jo la corteza m ística la sem illa racio n al.” 178
Estas palabras esclarecen, al m ism o tiem po, la in flu en cia de la dialéctica
hegeliana. Su m étodo, com o resultado de la gran crisis revolucionaria
planteada a fin es del siglo x v m y com ienzos del x i x en la sociedad y en
las ciencias naturales^ se convierte en un im portante órgano de preparación
ideologica de la revolución dem ocrática, sobre todo en A lem an ia; la sis­
tem atización de los resultados de la filo s o fía hegeliana, su sistem a, en- 570

570 Cit. por J. Wahl, Etudes Kierkegaardieunes, París, s. a., p. 623.


177 Ldwith, quien, desde ei punto de vista de los materiales, se ha ocupado
a fondo del problema del hegelianismo radical y de Marx, sin caer, por tanto,
por lo menos en este sentido, en el error, tan frecuente en los historiadores bur­
gueses de la filosofía, de ignorar a Marx abierta o embozadamente, no alcanza
a ver, sin embargo, la significación del problema central, que es el del viraje
materialista hacia la realidad objetiva independiente de nuestra conciencia y hacia
su dialéctica objetiva; y esto le lleva a establecer una especie de equiparación
entre la realidad objetiva y la seudorrealidad irracionalista-mitológica, entre Kier­
kegaard, Feuerbach y Marx, e incluso Ruge, a ver en todos ellos por igual un
ataque contra el orden existente, etc. Con ello, se embrollan y confunden todos
los problemas filosóficos decisivos, cosa que, por lo demás, nada tiene de extraño,
si de lo que se trata es de poner de manifiesto una trayectoria que va, según
este autor, desde Hegel hasta Nietzsche. K. Lówith, Von Hegel zu Nietzsche,
Zurich-Nueva York, 1941, pp. 201, 217 ss. etc.
178 Marx, El Capital, ed. cit., t. I, p. X X IV .
K IE R K E G A A R D 205

traña, p o r el contrario, e l reconocim iento del Estado prusiano del períod o


de la R estauración y tom a, p o r tanto, un sesgo conservador, m ás aún, reac­
cionario. E l conglom erado in orgán ico de estas dos tendencias divergentes
sólo pudo m antenerse en pie' m ientras lo s antagonism os d e clases, en
A lem ania, no se h ab ían desarrollado todavía o se hallaban, p o r lo m enos,
latentes. C o n la revolu ción de Ju lio , se in ició necesariam ente la d esinte­
gración del h egelianism o, com enzaron a salir a la luz lo s antagonism os
ocultos entre e l sistem a y el m étodo y se abrió paso, m ás tarde, la trans­
fo rm ació n del m étod o m ism o. Y esta lucha a rro ja u n a d iferenciación
cada vez más clara en tre los cam pos, en tre lo s partid os e n el terreno d e la
filo s o fía . A continu ación de aqúellas palabras antes citadas, M a rx
d ice, refiriénd ose a la d ialéctica: "R ed u cid a a su fo rm a racional, provoca
la cólera y es e l azote de la burguesía y d e sus portavoces doctrinarios,
porqu e en la in telig en cia y en la exp licación positiva de. lo q u e existe
abriga a la p ar la in telig en cia d e su negación, de su m uerte fo rzosa;
porque, crítica y revolu cionaria p o r esencia, en fo ca todas las fo rm as actua­
les en p len o m ovim iento, sin om itir, p o r tanto, lo que tien e d e perecedero
y sin asustarse p o r nada.” 179
N ad a tien e de extrañ o que uno de lo s p rincipales puntos litigio sos en
la disolución del h egelianism o fuese precisam ente e l p ro blem a de las rela­
ciones en tre la d ialéctica y la realidad. E n la m istificació n hegeliana de la
verdadera dialéctica, desem peñó e l p ap el fu nd am ental su idealism o o b je ­
tivo, la te o ría de la identidad del .su jeto-o bjeto . Y m ientras n o explotasen
los antagonism os en la vida m ism a, y p o r tan to en la filo so fía , po d ía
seguir envuelto e l p aisaje con esta luz crepuscular: u n a realidad o b jetiva,
estatuida independientem ente de la conciencia individual, y que era, sin
em bargo, la realidad de u n esp íritu m istificad o (d e l E sp íritu U niversal,
de D io s ) . L a agudización de los antagonism os sociales o b lig ó a la filo ­
so fía a tom ar resueltam ente p artid o : h ab ía que desentrañar claram ente
lo que cada pensador entend ía por realidad.
¿Es, p o r tanto, la dialéctica, la fo rm a o b jetiv a de m ovim iento de la rea­
lidad m ism a? Y , si lo es, ¿cóm o se com porta con respecto a e lla la con ­
cien cia? Sabem os que la dialéctica m aterialista contesta a la segunda de
estas dos preguntas afirm and o que la dialéctica su bjetiva es cabalm ente,
en el conocim iento hum ano, el r e fle jo de la d ialéctica o b je tiv a de la
realidad y que, en virtud de la estructura de la realidad o b jetiv a, este
proceso de r e fle jo se opera tam bién dialécticam ente, y no de un m odo
m ecánico, com o creía el v ie jo m aterialism o. C o n lo cual queda contestada
de un m odo claro, inequívoco, c ien tífico , la pregunta fundam ental.
A h o ra bien, ¿cóm o se sitúan los pensadores burgueses ante esta p re­
gu n ta? Su situación de clase les im pide seguir avanzando por este ca-

179 Ibíd.
206 FUNDAMENTACIÓN DEL »RACIONALISMO

m ino hasta la d ialéctica m aterialista, hasta la teoría m aterialista del re ­


fle jo . P o r tanto, cuando se destacan en prim er p lan o los problem as de la
ob jetiv id ad de las categorías d ia lé c tic a s^ de sus m odos de conocer, aque­
llo s pensadores pueden — en el m e jo r de los casos — d esintegrar crítica­
m ente la falsa síntesis hegeliana, pero se ven obligados a negar casi en
redondo la dialéctica (co m o F eu erb ach ) o a reducirla a una dialéctica
puram ente su b jetiv a (q u e es e l caso de B ru n o B a u e r ). D e entre la copiosa
literatu ra de esta época, sólo nos referirem os, p o r v ía de ejem p lo, a un
autor, a la crítica contra H e g el de A d o lf T ren d elen bu rg. N o sólo porque
este autor presenta, relativam ente, con la m ayor claridad la situación del
problem a para nosotros, aquí, central, sino, adem ás, porque T re n d ele n ­
burg lle g ó a ejercer, com o éste m ism o reconoce, una gran in flu en cia sobre
K ierk eg aard .180
L a crítica de T ren d elen bu rg a la .filo so fía hegeliana parte de un p ro ­
blem a leg ítim o e im portante. L a lógica de H e g el sé basa — com o corres­
ponde a la teoría de la identidad su jeto-o bjeto— en el principio del propio
m ovim iento de las categorías lógicas. Si concebim os éstas com o re flejo s
que responden a una abstracción certera del m ovim iento de la realidad
o b jetiv a, que es lo que hace la dialéctica m aterialista, aquel m ovim iento
propio se sitúa sobre sus pies. E n cam bio, si la investigación de este pro­
blem a se aborda desde un pu nto de vista idealista, cabe preguntarse
— pregunta ju stificad a con respecto a H eg el— : ¿con qué derecho in tro­
duce este filó so fo en la lógica el m ovim iento, com o p rin cip io funda­
m en tal?
T ren d elen bu rg po ne en duda este derecho, investiga en seguida el p ri­
m er tránsito fu ndam ental de la lógica hegeliana, el tránsito del ser y el
no ser al devenir, y llega al resultado de que la dialéctica que aquí parece
derivarse lógicam ente "presupone sin discusión la dialéctica que no quiere
presuponer nada” . Su razonam iento es el sigu iente: " E l ser puro, igual
a sí m ism o, es la quietud ; la nada — lo igual a sí mismo— es tam bién la
quietud. ¿Cóm o de la unidad de dos representaciones quietas puede surgir
el m ovim iento del d even ir? N ad a se h alla preform ado en las fases p reli­
m inares del m ovim iento, sin lo que el devenir sería solam ente un s e r . . .
P ero si el pensam iento engendra algo distinto partiendo de aquella uni­
dad, añade m anifiestam ente este otro y desliza tácitam ente p o r d ebajo el
m ovim iento, para poner en el flu jo del devenir el ser y el no ser.
D e otro m odo, nunca se convertirían el ser y el no ser, estos conceptos
quietos, en la concepción de por sí m óvil y siem pre viva del devenir.
E l devenir no p o d ría en m odo alguno devenir del ser y el no ser, si

180 Cfr. acerca de esto, Kierkegaard. Gesammelte W erke, Jena, 1910 s., t. VI,
pp. 194 x.; véase también Hoffding, Kierkegaard ais Philosoph, Stuttgart, 1912,
p. 63, etc.
K IE R K E G A A R D 207

la representación del devenir n o los precediese. D e l ser pu ro, que es una


abstracción concedida, y de la nada, una abstracción concedida tam bién,
no puede nacer de repente, originariam en te, el devenir, esta concepción
concreta, que d om ina la vida y la m u erte.” 181 Y , a continuación, añade
que el m ovim iento de H e g el "s ó lo es som etido a investigación en la filo ­
s o fía de la naturaleza” .
Se p o n e de m an ifiesto aquí, co n bastante sagacidad, e l p roblem a deci­
sivo d el sistem a h eg elian o en lo to can te a la teo ría d el conocim iento, des­
cu brién dose claram ente su endeblez idealista central. C ierto es que T r e n ­
d elenbu rg no pu ed e ir nunca m ás allá de la rep etición y la variación de
esta crítica, de p o r sí acertada. A u nque apunta hacia e l m o vim iento en la
realidad o b jetiv a, lo concibe tam bién de u n m odo idealista, lo que le im pi­
de descubrir en é l m ovim iento real de la naturaleza y la sociedad el p ro ­
totipo o b je tiv o , re fle ja d o con arreglo a la conciencia y lógicam ente gen era­
lizado, del m o vim ien to de las categorías en la lógica.
A sí pues, T re n d ele n b u rg señala la endeblez idealista central de la dia­
léctica h egelian a, pero com o un d efecto in co rreg ible desde su punto de
vista. Pues la solución de las d ificu ltad es insuperables para H e g el sólo
es p o sib le cuando, llevand o a cabo la inversión m etod o lógica de la d ia­
léctica, com o lo hace el m arxism o, p o r m ed io de esta inversión m etod o­
lógica, en cuanto a la te o ría de la ciencia, se acierta a descubrir, concreta­
m ente, en las categorías reales de la realidad o b je tiv a lo s m odelos que
en la ló g ica se re fle ja n por la v ía de la abstracción.
E n su artícu lo sobre la o b ra de M arx, Contribución a la crítica de la
economía política, plantea E ngels la cuestión de si el tratam iento m eto­
d ológico de estos problem as es el h istórico o el lóg ico . Se decide, coin ci­
d iendo co n M a rx , p o r la segunda solución y determ ina la esencia de
ésta en consideraciones que ilu m in an claram ente nuestro p ro blem a: "P o r
tanto, el ú n ico m étod o indicado era e l lóg ico . P ero éste no es, e n realidad,
más que el m étod o histórico, d espojad o únicam ente de su fo rm a histórica
y de las contingencias perturbadoras. A llí donde com ienza esta historia
debe com enzar tam bién el proceso discursivo, y el d esarrollo u lterio r de
éste no será m ás que la im agen re fle ja , en fo rm a abstracta y teóricam ente
Consecuente, de la trayectoria h istó rica; una im agen r e fle ja corregida,
pero corregid a con arreglo a las, leyes que brin d a la p ro p ia trayectoria
histórica; y así, cada facto r puede estudiarse en el pu nto de d esarrollo de su
plena m adurez, ,en su fo rm a clásica.” 182
S ó lo p o r este cam ino pueden lleg ar a superarse los verdaderos d efectos
(de la lógica h eg elian a: m ediante la captación cie n tífica de aquel m o vi­

181 A. Trendelenburg, Logische Untersuchungen, 2’ ed., Leipzig, 1862, t. I,


pp. 38 s.
182 Marx-Engels, Obras escogidas, ed. cit., t. I, p. 343.
208 F U N D A M E N T A C IÓ N D E L » R A C IO N A L IS M O

m ien to real, cuyo re fle jo es el m ovim iento lóg ico . P o r tanto, el m o­


vim iento de la lógica hegeliana puede criticarse con razón com o un m ovi­
m ien to m istificad o, pero la crítica sólo acertará a llevar el d esarrollo más
a llá de la fase de H eg el siem pre y cuando que se establezca la relación
certera en lo re flejad o y la im agen re fle ja . Y esto es im posible hacerlo m an­
teniénd ose en el terreno del idealism o. T ren d elen b u rg , al igual que otros
autores, po ne de m anifiesto , a veces sagazm ente, y otras veces, con fre ­
cuencia, cayendo en la m ezquindad,183 los defectos dialécticos concretos
de la dialéctica hegeliana, pero el resultado de sus críticas sólo puede
conducir a una repudiación gen eral de la dialéctica o a la construcción
de una seudodialéctica subjetivista.
L a sig n ificació n de K ierkegaard en la historia del irracionalism o consiste
en h ab er llevado radicalm ente hasta e l fin a l esta segunda tendencia de tal
m odo que, al lleg ar el m om ento de su renovación en el períod o im peria­
lista, ya quedaba muy poco nuevo que añadir a lo expuesto p o r él. Su
aju ste de cuentas con la d ialéctica hegeliana y su liquid ación de la d ia­
léctica es, intrínsecam ente, tan com pleta com o la de Schopenhauer, con la
d iferen cia de que éste ca lifica la dialéctica, en bloqu e, com o una "c h a r­
latanería” , m ientras que K ierkegaard le opone, aparentem ente, o tra que
se presenta con la arrogante p retensió n de ser una d ialéctica m ás alta, la
llam ada dialéctica "cu alitativ a” , pero de la que se ha procurado extirpar
radicalm ente todos los criterios decisivos que form an el m étodo d ia­
léctico.
D ialéctica "cu alitativ a” quiere decir, pues, ante todo, la negación del
trueque de la cantidad en cualidad. K ierkegaard no cree que valga la
pena siquiera entablar una polém ica en torno a este puhto y se lim ita
a señalar lo absurda que es, según él, esta teo ría h eg elian a: "E s , por
tanto, una superstición creer, com o se hace en la Lógica, que una deter­
m inación cuantitativa continuada pueda hacer nacer una nueva cualidad;
y se recurre a un ilícito paliativo cuando, aun sin silen ciar que no ocurre
totalm ente así, se ocultan, sin em bargo, las consecuencias para toda la
inm anencia lógica, al incorporarlo a l m o v im ie n to .ló g ico , com o lo hace
H egel. L a nueva cualidad aparece con lo prim ero, con el salto, con el
carácter súbito de lo m isterioso.” 184
Las anteriores consideraciones no encierran dem asiado contenid o, son 18

189 Trendelenburg cita, por ejemplo, el juicio de Chalybiius, quien llama a los
tránsitos dialécticos de Hegel "las enfermedades de los miembros” de su sistema,
ed. cit., t. I, p. 56 n. Engels califica esta clase de crítica de "simple ejercicio
escolar”; afirma que ''los tránsitos, de una categoría o una antítesis a la siguiente
son casi siempre arbitrarios”, pero añade que "sería perder el tiempo el urdir
sutilezas en torno a eso”. Carta a C. Schmidt, de 1, II, 1891, en Marx-Engels,
Ausgewahlte Briefe, Berlín, 1953, p. 525.
184 Kierkegaard, W erke, ed. cit., t. V, pp. 24 s.
K IE R K E G A A R D 209

m eram ente declarativas y no prueban nada, pero, a cam bio de ello , carac­
terizan bastante bien la posición que K ierkegaard adopta ante los p ro b le­
mas de la dialéctica. R epite, ante todo, la crítica de T ren d elen bu rg de que
el error de H eg el consiste en tratar este pro blem a en la lógica y, espe­
cialm ente, com o un p roblem a del m ovim iento, y en una observación aña­
dida a la anterior crítica trata de esclarecer la historia de este problem a.
Com o ya hiciera T ren d elen bu rg antes de él, K ierkegaard se esfuerza
aquí, al igual que en otros lugares, en presen tar la dialéctica espontánea
de los griegos com o único m odelo, valedero tam bién y decisivo para el
presente, lo que equivale a tratar de anular históricam ente todos los p ro ­
gresos logrados p o r la dialéctica en la filo s o fía clásica alem ana, y p rin ­
cipalm ente en H eg el. Se re fiere a la tendencia de Sch ellin g de exp licar
las diferencias cuantitativam ente, y concluye, acerca de H e g e l: " L a des­
gracia d e H egel consiste, precisam ente, en que quiere y no quiere, al
m ism o tiem po, hacer valer la nueva cualidad, em peñándose en hacerlo
en la Lógica. P ero, tan p ro n to com o ello se reconoce, ésta tien e necesa­
riam ente que ad quirir una nueva conciencia de sí m ism a y de su sig n i­
ficació n .” 183
K ierkegaard no dice claram ente, aquí, ni p o d ría dem ostrarse, si se p er­
cata de que no sólo com bate un princip io decisivam ente orig in al y
que coloca el desarrollo de la dialéctica muy p o r encim a d e la fase a que
había llegado la A ntigüedad, sino que rechaza precisam ente el principio
m ism o, que era para H e g el — nacido en el debate espiritual con la
R evolución fran cesa — -el m edio discursivo con que trataba de com pren­
der la revolución, com o m om ento necesario de la historia. Y no debe
considerarse, ni m ucho m enos, com o casual el que el criterio del trueque
de la cantidad en cualidad surgiese precisam ente en relación con este
problem a, ya en e l p eríod o hegeliano de B e rn a : " A las grandes revolu­
ciones que saltan a la vista tien e que preceder necesariam ente una revo­
lución callada y ocu lta operada en e l esp íritu de la época y que no todo
o jo p e r c i b e .. . Y es la ignorancia d e estas revoluciones producidas en el
m undo de los espíritus lo que nos hace asom brarnos luego ante el resul­
tado.” J -a Este entro nqu e del p roblem a de la cantidad y la cualidad con
lia captación discursiva de la revolución se m anifiesta tam bién en la trayec­
toria u lterio r de H e g el y encuentra en la L ógica la fo rm u lación gen eral
del salto, com o m om ento necesario del cam bio, del crecim iento y del
m orir, en la naturaleza y en la historia.
Cuando conozcam os m ás de cerca el m undo de pensam ientos de K ie r ­
kegaard, veremos que la negación de este m om ento, el m ás im portante

1,8 Sobre el problema de las determinaciones cuantitativas en Schelling y


Hegel, cfr. mi obra Der junge Hegel, Berlín, 1954, pp. 497 ss.
is* Hegel, Theologische Jugendschriften, ed. por H. Nohl, Tubinga, 1907,
p. 220.

14
210 F U N D A M E N T A C IÓ N D E L » R A C I O N A L IS M O

d el d esarrollo, ocupaba, en su filo s o fía el rango de un p ro blem a tan cen ­


tra l com o p ara H e g el su fundam entación;- que la lucha con tra la revolu­
ció n se h alla en el centro m ism o de su concepción d e l m undo, ni m ás n|
m enos que para H e g el la derivación del presente, partiendo de ella. E l
p asaje de la o b ra kierkegaard iana citado p o r nosotros sólo m uestra las
consecuencias extrem as, p ero n o todo el alcance d e esta p osición. L o que
a él le interesa, sobre todo, es d eslind ar escuetam ente la zona de lo re li­
gioso-m oral, y en e lla el salto ( e l nacim iento de la nueva cu a lid a d ), del
proceso de lo gradual, de lo cu an tificable. P o r eso subraya en .el salto
cu alitativo " e l carácter, súbito de lo m isterio so ", es decir, el carácter de lo
irracional. A l separar el salto d el trán sito de la cantidad a la cualidad,
es decir, d el proceso, surge necesariam ente su carácter irracional.
P o r tan to, ya aqu í, en que aparentem ente sólo se trata de un pequeño
frag m en to desgajado, de un p ro blem a concreto de la concepción k ierk e­
gaardiana del m undo, se ve con clarid ad de qué m odo tan rigurosam ente
necesario la negación de los p rincip io s dialécticos (d e l m ovim iento y de
sus leyes, del trueque de la cantidad en cu alid ad ) conduce a l irracion^-
lism o, cuando esta negación se lleva consecuentem ente hasta e l fin a l y
no se la em bota eclécticam ente, com o hace T ren d elen bu rg . H e aquí
porqué, com o h ab rem o s, de ver cada vez más claram ente en nuestras
consideraciones, la dialéctica cualitativa de K ierkegaard n o es, en reali­
dad, otra dialéctica, una d ialéctica nueva que se op onga a la de H egel
sin o la negación de la dialéctica. Y com o, en K ierkegaard , que polem iza
con tra la fo rm a de la dialéctica más desarrollada d e,su tiem po, esta nega­
ción reviste, y no casualm ente, las fo rm as, las categorías y la term in o lo g ía
de la dialéctica m ism a, lo que surge es una seudodialéctica, una serie de
form as seudodialécticas que envuelven, en realidad, un irracionalism o.
T a l es el paso más im portante, preñado de consecuencias para la h is­
to ria u lterior del irracionalism o, que dio K ierkegaard más allá de Schel-
lin g y Schopenhauer. En éste, la d ialéctica aparece com o un puro contra­
sentido : de ahí el éxito m undial alcanzado por Schopenhauer en el períod o
del positivism o. N ietzsche, p o r su parte, op one a la fo rm a en aquel en­
tonces más desarrollada de la dialéctica otra m ás p rim itiva, y aun ésta
b a ja una fo rm a tergiversada. Se explica, pues, que la catástro fe del hege­
lianism o arrastrase al abism o con é l a este enem igo suyo. L a dom inación
del positivism o im pidió tam bién, naturalm ente, durante varias décadas,
que K ierkegaard alcanzase una in flu en cia internacional y gen eral. Fue al
"d esp ertar” H e g el en el períod o im perialista, transform ándose con ello
su dialéctica en una pseudodialéctica irracionalista, al ponerse a la orden
del día, com o el o b je tiv o central de la filo s o fía burguesa, la lucha contra
la fo rm a real y m ás alta de la dialéctica, el desplazam iento y la difam ación
del m arxism o-leninism o, cuando K ierkegaard reapareció en la escena in­
ternacional, com o el dialéctico "d e la época” . Y no d eja de ser sig n ifi­
K IE R K E G A A R D 211

cativo, a este propósito, q u e fu era perdiendo cada vez más su sign ificació n
e l p roblem a filo só fico cen tral que el propio K ierkegaard se planteaba,’ el
d e la lucha contra H e g el. U n o y otro pensador aparecen, ahora, em pare­
jad o s en un p lan o cada vez m ás conciliad or y fratern al; m ás aún, los
intérpretes "m od ern os” de H e g el deslizan en sus doctrinas, cada vez
e n m ayores dosis, elem entos tom ados de la filo s o fía existenciaíista-irracio-
n alista de K ierk eg aard .187
Y , a l hablar aquí de seudodialéctica, lo hacem os porque todo irracio­
nalism o, cuando se ocupa de los problem as de la ló g ica — y, en u n grado
m ín im o p o r lo m enos, se ve obligad o a hacerlo— , recurre siem pre a la
ló g ica fo rm al fren te a la dialéctica. Schopenhauer p ro ced ía así abierta­
m ente. E l sesgo p letórico de consecuencias que K ierkegaard im prim e a
su filo s o fía consiste precisam ente en que enm ascara este retorno a la
ló g ica fo rm al, a l pensam iento m etafísico, b a jo el ro p aje de la dialéctica
cualitativa, de la seudodialéctica.
E ste m ovim iento de retroceso orientad o hacia la ló g ica fo rm al m ás el
irracionalism o y disfrazado d e seudodialéctica, para im ped ir que el p e n ­
sam iento se rem onte p o r s o b re -la d ialéctica hegeliana, tien e que ir d iri­
g id o , en prim erísim o térm ino, contra aquellos aspectos de H eg el en que
con sistía, en su tiem po, el carácter progresivo, idealistam ente inconsecuen­
te, de e ste filó s o fo : contra la historicidad y la sociedalidad d el m étodo d ia­
léctico. D e aquí que sea característico de K ierkegaard (y en ello no hace
tam poco más que seguir el cam ino trazado p o r T re n d e le n b u rg ) el hecho
de no criticar las form as abstractas de la dialéctica, las de la filo s o fía
griega, principalm ente las de H e rá d ito y A ristó teles, aspirando p o r el
contrario a encontrar en su afirm ación un arm a contra H e g el. M ientras
que M a rx y L en in descubrieron y desarrollaron los conatos de dialéctica
contenidos en A ristóteles, T ren d elen bu rg y K ierkegaard se esfuerzan por
encuadrarlos de nuevo dentro de los m arcos de la lógica fo rm al, para
b orrar del m undo las conquistas hegelianas de la dialéctica. Y m ientras
que el propio H eg el destaca nítid am ente las tendencias claram ente d ia­
lécticas de H e rá d ito , con la m ira de desentrañar ya aquí el esqueleto abs­
tracto de un m étodo dialéctico, y M arx y E ngels, por su parte, subrayan

is? No es casual el hecho.de que se trate, actualmente, de encontrar las ma­


yores analogías posibles entre Kierkegaard y Hegel, si tenemos en cuenta qu$ el
irracionalizar a Hegel constituye uno de los objetivos fundamentales que esta ten­
dencia se propone. Destacado representante de esta aproximación de Hegel a
Kierkegaard es J. Wahl, quien considera como la clave para comprender todo
el mundo discursivo de Hegel el capitulo de la Fenom enología del espíritu sobre
"la concienoia desgraciada", que él descoyunta de todo su entronque, interpre­
tándolo como si en él terminase o culminase la fenomenología; hasta el punto
de que el lector podría, incluso, fácilmente, sospechar que el intérprete no ha
pasado, en su lectura de la fenomenología, más allá de dicho capitulo. J. Wahl,
L e m alheur de la conscience dans la pbilosophíe de H egel, Paris, 1929-
212 F U N D A M E N T A C IÓ N D E L » R A C IO N A L IS M O

enérgicam ente las tendencias m aterialistas que se m an ifiestan en e l antiguo


pensador griego, K ierk eg aard pugna p o r introd u cir en la abstracta g en e­
ralidad, históricam ente condicionadá, de la d ialéctica de H eráclito , md-
diante su p ropia interpretación, aquella fo rm a "au tén tica” , para conv ertirla
en la refu tació n de la "fa ls a ” d ialéctica hegeliana.
Y lo q u e K ierkegaard encuentra de " fa ls o ” en H e g el es, precisam ente,
la historicidad y la socialidad de su dialéctica. Y a veíam os cóm o e l paso
hacia adelante dado p o r H e g el consistía cabalm ente en elevar a conciencia
y a m étod o la historicidad y la socialidad de la dialéctica. E n cuanto al
fo n d o del problem a, tuvo en este cam ino m uchos predecesores. B aste con
señalar los nom bres de V ico , Rousseau y H erd er. S in em bargo, antes de H e ­
g e l, en tre los griegos, en un N ico lá s de Cusa y en e l R enacim iento, el m é­
todo dialéctico, com o tal, aún n o p arecía entroncado con la estructu­
ra o b jetiv a, co n las leyes o b jetiv as del m ovim iento d e la h istoria y lia
sociedad. E ste entronque constituye una parte esencial del progreso m arcado
p o r H e g e l; su lim itación consiste en q u e — com o idealista que era— H eg el
no p o d ía aplicar consecuentem ente los p rincipios p o r él postulados.
L a desintegración d el hegelianism o, antes de que M a rx diera e l paso
decisivo hacia la inversión m aterialista de la dialéctica hegeliana, m uestra
la particularidad de que los in ten tos hechos para sobreponerse a la lim i­
tación de H e g el engendraron, en estos problem as, objetivam ente un m o­
vim iento de retroceso. E n su em peño p o r desarrollar revolucionariam ente
la d ialéctica hegeliana, B ru n o B au er cae en el idealism o su bjetivista ex­
trem o de una " filo s o fía de la autoconciencia” . Y , a ! caricaturizar así, com o
ya p o r entonces hizo notar e l jo v en M arx, los aspectos subjetivistas de la
Fenomenología del espíritu y retornar de H e g el a F ich te, a le ja de la dia­
léctica los m otivos sociales e históricos, dándoles un carácter m ás abstracto
del que ya tenían en el m ism o H e g e l; deshistorifica y desocializa, por
tanto, la dialéctica. Y esta tend encia lle g a a su p u n to culm inante, llevado
hasta el absurdo y lo paradógico, con S tim e r. E n el cam po de en fren te,
e l v ira je hacia el m aterialism o, representado p o r Feuerbach, a l n o ser el
v ira je hacia el m aterialism o dialéctico, sino, p o r e l contrario, la renuncia
a la dialéctica, trae tam bién consigo, en gen eral, e l sesgo hacia la des­
socialización y la deshistorificación del su jeto y el o b je to en la filo so fía .
D e aquí que M arx diga, con razón, refirién d ose a Feu erbach : " E n cuan­
to es m aterialista, Feuerbach no tien e en cuenta la historia, y en cuanto
tom a la historia en consideración, no es m aterialista.” 188 Y , algunas dé­
cadas m ás tarde, E ngels señala que el hom bre, el sujeto de la filo so fía
feuerbachiana, n o vive, p o r tanto, " e n un m undo real, históricam ente
nacido e históricam ente determ inado” .189

188 Marx-Engels, D ie deutsche Ideologie, Berlín, 1953, p. 43.


lso Marx-Engels, Obras escogidas, ed. cit., t. II, p. 355.
KIERKEGAARD 213

K ierkegaard se enlaza con aquellas tendencias de la desintegración del


hegelianism o m ás arriba señaladas; cierto es que e l o b je tiv o fundam ental
de su polém ica es la m ism a filo s o fía de H e g el. S in em bargo, la tendencia
y el m étodo de esta p olém ica se h allan determ inados en gran m edida p o r
esta trayectoria d el pensam iento, y p odríam os d ecir a m anera de resumen
anticipado que K ierkegaard llev a rad icalm ente hasta el fin todos lo s ar­
gum entos filo só fico s que tien d en a d esh istorificar y desocializar la dia­
léctica hegeliana. L o que a llí era sim ple produ cto d e u n proceso de
d esintegración se p e trifica en é l en u n irracionalism o radical. Y esta cone­
x ió n m uestra, a l m ism o tiem po, hasta qué punto tien e razón de s e r 190
el estudiar a K ierkegaard y a M a rx d entro de u n entronque h istó rico :
en cuanto que e llo revela claram ente cóm o M a rx da el paso decisivo
hacia la elevación d e la d ialéctica a l p lan o de un m étod o realm ente cien ­
tífic o y se establece, al m ism o tiem po, cóm o aquel m étodo de la disolución
d e la dialéctica idealista, que M a rx , al superar a H e g el, puede descartar
pura y sim plem ente, se convierte para K ierk eg aard en la p ied ra angular
d e u n a filo s o fía irracionalista llevada p o r él, e n su tiem po, a la fo rm a
m ás alta d e desarrollo.
E ste escueto contraste p o d ría expresarse a sí: M a rx dice, en su crítica
d e Feuerbach, "q u e la verdadera riqueza espiritual del individ uo depende
enteram ente de la riqueza de sus relaciones re a le s . . . ” 191 E n la nueva
dialéctica, en la dialéctica cien tífica, el hom bre es concebido, esencial­
m ente, com o un ser histórico y social, con la clara conciencia, además,
de que todo lo que sea hacer caso om iso de este su m odo esencial de ser
convierte el concepto del hom bre en una abstracción d eform ada. Por
oposición a esto, el irracionalism o kierkegaardiano, su dialéctica cualita­
tiva, descansa sobre la aceptación d e esta abstracción d eform ada com o la
única verdadera realidad, com o la ún ica existencia auténtica del hom bre.
H e aquí p o r qué la filo s o fía de K ierkegaard anula la historia y la socie­
dad, para d ejar m argen, así, a esta existencia del individuo artificialm en te
aislado, la única que según esta filo s o fía cob ra verdadero relieve.
D etengám onos ante todo a considerar la lucha m antenid a p o r K ierk e ­
gaard contra el historicism o de la dialéctica hegeliana. K ierk eg aard se da
cuenta, en prim er lugar, de que la concepción hegeliana d e la historia,
cualquiera que fuese el m odo de pensar de H e g el acerca de ello , es, en
cuanto a su m eollo objetivo,, una concepción ateísta. E sto lo h ab ía m ani­
festad o ya claram ente, antes de él, B ru n o B au er, en su Trompeta del
Juicio final (au nqu e dándole su propio sentido, con la tend encia a sub-
je tiv a r la filo s o fía h e g e lia n a ): " E l E sp íritu U n iv ersal sólo cobra realidad
en e l espíritu hum ano o no es más que el 'concepto del esp íritu’, que se

190 En radical contraposición a la concepción de Lowith.


191 Marx-Engels, Die deutsche Ideologic, Berlín, 1953, p. 34.
214 FUNDAMENTACIÓN DEL »RACIONALISM O

d esarrolla y realiza en el esp íritu histórico y en su autoconciencia. C arece


d e un rein o pro pio , de un m undo propio, de un cielo p r o p io .. . La auto-
conciencia es la única p o ten cia del universo y de la historia, y ésta no
tien e m ás sentido que el del devenir y el desarrollo de la autoconcien­
cia .” 192
Podem os afirm ar, sin in cu rrir en exageración, que la gran obra po­
lém ica d e K ierkegaard con tra H e g el n o es sin o un trompetazo en el
q u e se invierte e l signo de la valoración. K ierkegaard repudia la filo so ­
fía hegeliana de la h istoria por razón de su ateísm o: " E n el proceso de la
historia universal, tal com o lo ven los hom bres, no es, pues, D io s e l que
actúa com o s e ñ o r. . . , pues si no se le ve actuar así, es. que no se le v e . . .
E n el proceso de la historia universal, se em bute a D io s, m etafísica-
m ente, en un convencional corsé sem im etafísico, sem iestético-dram ático,
que es la inm anencia. P o r este cam ino, se da al traste con D io s .” 193
K ierkegaard se apercibe certeram ente d e que en una historia universal
concebida com o un proceso u n itario regid o p o r leyes propias n o queda ya
ningún m argen para D io s y de que, p o r tanto, la filo s o fía heg elian a'
de la historia, p o r m ucho que en e lla se h ab le d el E sp íritu U n iv ersal, de
D io s, etc., no puede ser sino una fo rm a cortés de ateísm o. C ierto que
con ello no alcanza a penetrar, ev id en tem en te,,en todo su alcance, en la
m ás im portante de las ideas progresivas d e la concepción hegeliana de
la h isto ria: la de que el hom bre lleg a a serlo gracias a su trab ajo , la de que
so n -lo s m ism os hom bres quienes hacen su historia, aunque los resultados
conseguidos sean, a veces, algo com pletam ente d istinto de lo q u e ellos se
propusieron. Sólo ve la necesidad o b je tiv a del curso de la h isto ria expuesto
por H eg el, independiente de la conciencia individual y de la voluntad d el
individuo, y contra e llo pro testa en nom bre de D io s : " E l entrelazam iento
con la idea del Estado y de la socialidad, de la sociedad y de lo colectivo h a­
ce que ya D io s no pueda go b ern ar al individuo. P o r grand e que sea la cólera
divina, la pena que h a de recaer sobre e l cu lp able debe trasplantarse a través
de todas las instancias; y, de este m odo, se expu lsa prácticam ente a D io s,
e n lo s térm inos filo só fico s m ás am ables y más corteses.” 194 L a desapari­
ción d e toda dialéctica de la im agen del universo, la tran sform ación de la
lóg ica dialéctica en una lóg ica fo rm al (co m o base com plem entaria del
irracio n alism o ), se m anifiesta en el hecho de que de la im agen de la
historia de K ierk eg aard desaparece toda actividad hum ana, de que la o b je ­
tividad de la historia se trae ca en u n puro fatalism o. Y es natural que
K ierkegaard considere com o un insulto contra D io s esta concepción hege­
liana de la historia, que é l m ism o interpreta d e un m odo d eform ad o : 593

593 B. Bauer, Die Posaune des jüngsten Gerichtes über Hegel, den Atheisten
und Antichristen, Leipzig, 1841, pp. 69 s.
193 Kierkegaard, ed. eit-, t. VI,. p. 234. Ibid., t. VII, p. 227.
K IE R K E G A A R D 215

" E l dram a de la historia universal se desarrolla con una lentitud in fin ita :
¿p o r qué D io s no se apresura, si quiere h acerlo? ¡Q u é lentitud tan
poco dram ática o, m e jo r dicho, qué prosaica y fastid iosa len titu d ! Y si
realm ente quiere que sea así, ¡qu é espantosa tiran ía la suya, al despil­
farrar m iríadas de vidas h u m an as!’’ 193
E sto lleva, en el fo n d o , a una to tal negación d e la h istoricid ad : K ierk e-
gaard se h alla, en este respecto, m uy cerca de Schopenhauer. S in em bargo,
y p o r virtud de las circunstancias en que desarrolla su teo ría de negación
de la historicidad, luchando contra el historicism o de H eg el, la concep­
ción de co n ju n to adquiere, aquí, una tónica d istin ta: existe una historia,
pero n o para el h om bre com o p artícip e de ella, sin o exclusivam ente para
D io s, com o único espectador que puede atalayar el proceso histórico en su
totalid ad. E l peculiar y com plicado problem a d el conocim iento histórico,
e l de que, a la p ar que somos los creadores activos de la historia, podam os
conocerla en cuanto a sus leyes objetivas, es decir, el de que aparezcan
íntim am ente entrelazadas la acción y la consideración históricas — p roblem a
q u e H eg el, es cierto, encauzó y entrevio m etodológicam ente, sin que pueda
decirse que en realidad lo resolviera— lo desarrolla K ierk eg aard hacia
atrás, regresivam ente, estableciendo una separación rigurosa en tre la ac­
ción y la consideración, de tal m odo que el h om bre que actúa en un sector
concreto d e la historia y, p o r tanto, necesariam ente, m ás o m enos redu­
cido, no puede, por principio, lleg ar a form arse una visió n de co n ju n to
acerca de ella. E l conocim iento de la h isto ria en su totalidad se h alla
reservada e xclu siv am en te-a D io s. JTCierkegaard d ice : "P erm itid m e p o n er
ahora de relieve, plásticam ente, p o r m edio de una im agen, la d iferen cia
en tre la ética y la historia universal, entre la actitud ética del individuo ante
D io s y la actitud ante D io s de la historia u n iv ersal. . . D iríam o s, p u es,
q u e el desarrollo ético del individuo es com o el pequeño teatro privado
e n q u e el espectador es D io s, pero tam bién, a veces, el hom bre individual,
aunque el papel de éste consiste, esencialm ente, en ser a c to r. . . L a historia
universal, en cam bio, es e l teatro real de D io s, en el que éste, y no -por
casualidad, sino esencialm ente, contem pla el espectáculo com o único es­
pectador, p o r ser e l único que puede hacerlo. A este teatro n o tien e
acceso ningún esp íritu existente. Y si éste se im agina ser espectador en él,
es sencillam ente porqu e olvid a que su m isió n consiste en m overse en la
escena com o actor, incluso en aquel pequeño teatro de que hablábam os,
d ejan d o que el regio espectador y dram aturgo lo utilice en el dram a
r e g i o . . . com o m e jo r le parezca.” 190
C om o vem os, la d iferen cia entre Schopenhauer y K ierk eg aard se reduce,
e n este punto, a que el'se g u n d o no proclam a la clara carencia de sentido
del proceso histórico, lo que necesariam ente le llev aría tam bién a conclu-

i»3 lb'/d., t. VI, p. 236. 108 Ibíd., p. 235.


216 F U N D A M E N T A C IÓ N D E L » R A C IO N A L IS M O

siones ateístas, sino que trata de salvar a la religión y a D io s p o r m edio


de un consecuente agnosticism o histórico. A l parecer, K ierkegaard se
vuelve de este m odo hacia las teodiceas de los siglos xvii y xviii , que tra­
taban de dom inar discursivam ente las contradicciones y las contrariedades
de la historia m an ifiesta apelando a la. totalidad de ésta, vista desde la
atalaya de la om nipotencia divina. L a d iferen cia consiste en que tam ­
bién éstas co n ferían al conocim iento hum ano un saber aproxim ativo o,
p o r lo m enos, un vislum bre de las verdaderas conexiones totales de la
historia es, en apariencia al m enos, puram ente gradual con respecto al radi­
cal agnosticism o kierkegaardiano. Se expresa en e lla la d iferen cia cualita­
tiva entre dos períod os de la evolución: la gradual retirada, que se acentúa
sobre todo en el siglo x ix , de la pretensión de poder interpretar re lig io ­
sam ente los fenóm enos concretos de la historia ante los avances cada vez
m ás enérgicos de la cien tificid ad del universo. L a relig ió n se ve obligad a
a ceder a la investigación cie n tífica o b jetiv a zonas cada vez m ás extensas
del m undo de los' fenóm enos, para replegarse cada vez m ás a la vida in te­
rior del hom bre. Y este repliegue aparece tam bién claram ente p ercep tible'
en K ierk eg aard : " E l religioso o b je tiv o en la m asa hum ana o b je tiv a nó
tem e a D io s ; no le escucha en el trueno, pues el trueno es la ley natural,
y tal vez tenga razón, ni lo ve tam poco en los acaecim ientos, pues en ellos
habla la necesidad de la inm anencia de causa' y efecto, y tal vez tenga
tam bién razón al pensar a s í. . . 197 E l agnosticism o histórico de K ie r­
kegaard es, p o r tanto, un intento, com o ya antes de él el de Schleierm a-
cher, p o r abandonar a la ciencia todos los puestos de la explicación del
universo que no pueden ya defend erse y encontrar en la pura vid a in te­
rior del hom bre el terreno en que to dav ía es posible, a su m odo de ver,
salvar y restaurar la religión.
Y no cabe duda de que este m o vim iento d e repliegue tien e que orien­
tarse p o r lo s derroteros del irracionalism o, pues e l abandono d el carácter
racional d el m undo exterio r (d e la h is to ria ) se trueca tam bién, necesaria­
m ente, en irracionalism o con respecto a los problem as de la vid a in terio r
d el hom bre. P o r tanto, la analogía en tre las posiciones respectivas de
Schopenhauer y K ierkegaard se m an ifiesta tam bién en el hecho d e que
la negación de la historia o, p o r lo m enos, d e su cognoscibilid ad entraña
en am bos u n pro fu n d o pesim ism o: al hacer re flu ir todo cuanto acaece
sobre el individuo m entalm ente aislado de la historia y d e toda com unidad
hum ana, la vida de éste n o sólo se to rn a irracion al en térm inos generales
( l o cual podría, p o r lo dem ás, visto el p ro blem a en abstracto, adoptar la
fo rm a de un optim ism o m ís tic o ), sin o en cuanto que carece totalm ente
d e sentido y se trueca en el absurdo. D e aquí que, en am bos, lo m ism o en
Schopenhauer que én K ierk eg aard — aunque con acento muy d istinto,

197 lbíd., t. V I I , p . 2 2 7 .
K IE R K E G A A R D 217

ciertam ente— se eleve la desesperación a categoría fu ndam ental de toda


conducta humana.
La d iferencia entre ellos — d iferencia im portante gara el desarrollo del
irracionalism o— radica en que en K ierkegaard nos encontram os, junto
a su dialéctica cualitativa, con una seudohistoria m istificad a, en vez de la
antihistoria abiertam ente antid ialéctica de Schopenhauer. Es cierto que
el m om ento histórico, en K ierkegaard , no es sino un abism o irraciona­
lista que parte toda la historia en d os: la aparición de C risto en la historia.
Y , a tono con ello, vemos que su historicidad es contradictoriam ente
parad ójica. D e una parte, cam bia con ello el sentido, el contenido, la
form a, etc., de todo com portam iento hum ano. (B a s ta citar la contraposi­
ción entre Sócrates y C risto, com o maestros, en las Migajas filosóficas de
K ierk eg aard .) La d iferen cia y hasta el carácter antitético de los períodos
históricos trata de derivarse aquí, por tanto, del cam bio de estructura de
los tipos espirituales decisivos, del com portam iento ético, etc., com o lo
harán más tarde D ilth ey y otros representantes de la "cien cia del esp íritu ” .
Y , de o tra parte, por este cam ino no se obtiene una verdadera periodiza-
ción del proceso histórico real. Se produce un salto súbito, cualitativo, en
m edio de una "h isto ria ’’ que perm anece, p o r lo dem ás, paralizada. E l
m eollo filo só fico de las Migajas consiste precisam ente en que, p o r lo que
se refiere a la actitud de la vida in terio r del hom bre ante C risto, es decir,
a la que según K ierkegaard es la actitud hum ana esencial, los dos m ilenios
transcurridos con anterioridad no sig n ifican nada ni pueden o frece r m edia­
ció n alguna a los que nazcan después. " N o existen discípulos de segunda
m ano — dice K ierkegaard — . Si nos atenem os a lo esencial, igual es el
prim ero que el últim o, lo que ocu rre es que la generación p osterior en­
cuentra e l m otivo e n las enseñanzas de lo s contem poráneos, m ientras
que los contem poráneos lo encuentran en su contem poraneidad inm ediata,
y en este sentido nada deben a ninguna generación. P ero esta contem po­
raneidad inm ediata es un sim ple m o t iv o .. . ” 198 C o n clu sió n : en cuanto a
lo ú n ico que es esencial en la historia, según K ierkegaard , es decir, en
cuanto a la salvación del alm a del hom bre individual p o r la aparición de
C risto, no existe historia.
N o cabe duda de que esta anulación dialéctico-cualitativa de la h isto ri­
cidad tien e una im portancia extraord in aria para la esencia filo só fica del
pensam iento kierkegaardiano. M ien tras que, en Schopenhauer, la vivencia
intuitiva de la verdadera realidad es directam ente la nada, un m ás a llá del
espacio, el tiem po y la causalidad, .uñ m ás a llá del p rincipio de la in d ivi­
duación, en K ierkegaard sólo es, precisam ente, la subjetividad del ind i­
viduo desplegada hasta el extrem o, la que puede rem ontarse a la única
fase auténtica de la realidad, a la parad oja. Y de su esencia no puede des-

198 Ibtd., t. VI, p. 95.


'2 1 8 FUNDAMENTACIÓN DEL IRRACIONALISMO

prenderse, cabalm ente, esta seudohistoricidad dialéctico-cualitativa. "L a


verdad eterna ha nacido en el tiem p o : en esto consiste la p arad oja” , dice
K ierk eg aard .199
Y , en este punto, K ierkegaard d istin g u e ,. cosa muy im portante para la
trayectoria ulterior del irracionalism o, el "sim p le hecho histórico” tanto
del "h ech o absoluto” , que debe ser tam bién histórico, sólo que en un
sentido com pletam ente distinto, com o del "h ech o eterno” , que queda com ­
pletam ente al m argen del proceso histórico. C on lo cual se sienta el m o­
delo m etodológico para todas las distinciones irracionalistas posteriores,
com enzando p o r la distinción entre el tiem po abstracto y la duración real
de B ergso n y term inando con la contraposición heideggeriana de la "v e r­
dadera” historicidad y la historicidad "v u lg a r", bien entendido que, desde
K ierkegaard , todos los irracionalistas posteriores consideran com o el tiem po
"su p erio r” o "v erdad ero” , o bien com o la "su p erio r” y "verdad era” h is­
toria, la subjetiva, la sim plem ente vivida, por oposición a la o b je ­
tiva. E l único acceso que, según K ierkegaard , tenem os al hecho absoluto
es el de que sólo puede lleg ar a ser discípulo de C risto "q u ie n reciba de<
D io s m ism o esa cond ición” .200 E n cam bio, el sim ple hecho histórico ad­
m ite, com o posible y necesario, un conocim iento "ap roxim ativ o” .
Esta distinción tien e m ucha im portancia para el carácter de la dialéctica
cualitativa kierkegaardiana. Sin em bargo, para poder valorarla en su in te­
gridad, debem os ante todo fija rn o s un poco en e l m edio histórico en que
esta filo s o fía surgió. Es la época de las obras de D . F . Strauss, B runo
B au er y Feuerbach; es decir — sobre todo en lo que se refiere a las dos
prim eras— , la época de la d esintegración cien tífico -h istó rica de las trad i­
ciones evangélicas. K ierkegaard se da clara cuenta de que ya no es posible
defend er la historicidad real de C risto, según la tradición de los Evange­
lios, situándose en el plano de un exam en m ás o m enos cie n tífico de la
historia. P o r eso no se lanza a polem izar directam ente contra las teorías
de Strauss o Bauer, para salvar de ellas esta historicidad m ism a, en el sen­
tido de una objetividad cien tífica, sino que procura desarrollar su m eto­
d olog ía filo só fica para desprestigiar y d ifam ar en cuanto a su valor filo só ­
fico de conocim iento todo aquel tipo de conocim iento histórico que
conduce a sem ejantes resultados. Se da clara cuenta de que, en el terreno
de una discusión cien tífica, se d isolvería totalm ente la realidad histórica de
la im agen de C risto d ibujada p o r los Evangelios. P o r eso endereza exclu­
sivam ente los tiros de su polém ica a negar la com petencia de la investiga­
ción histórica en cuanto a los problem as que afectan a la "verdad era”
realidad, a la "ex isten cia”
.. Y a nos hem os referid o a ia repudiación general de la cognoscibilidad

199 Ibíd.,..p. 283.


soo ibíd., pp. 90 s. Se advierte claramente, aquí, la afinidad cotí Baader.
K IE R K E G A A R D 219

d el pro ceso h istórico en su totalid ad. P ero debem os record ar nuevam ente,
aq u í, que la d ialéctica cualitativa d e K ierkegaard rechaza p o r princip io el
tránsito de la cantidad a la cualidad, es decir, el salto,, racionalm ente deri­
vado p o r la v ía dialéctica y, p o r tanto, cien tíficam en te explicado. La
' 'fund am entación gnoseológica” de esta actitud de K ierkegaard ante la his­
to ria se expone — enderezada, fundam entalm ente, hacia el problem a de la
cognoscibilid ad de la m anifestació n histórica de Cristo— en una extensa
polém ica contra el valor de todo saber basado en la aproxim ación. Y tam ­
b ién aquí se revela de qué m odo tan radical desm onta esta dialéctica
cu alitativa todos los m om entos esenciales de la dialéctica real.
U n a de las grandes conquistas de la dialéctica hegeliana fu e el haber
intentado fund am entar cien tíficam en te la interdependencia concreta entre
los facto res absolutos y relativos del conocim iento. L a tiran ía del carácter
aproxim ativo de nuestro conocim iento es la consecuencia necesaria de estas
aspiraciones: aproxim ación sig n ifica, en este contexto, que la presencia
in evitable del facto r relativo no cancela el carácter o b jetiv o , el carácter
absoluto de un conocim iento certero, sino que señala sim plem ente hasta
qué fase h a llegado, en el estadio de que se trata, nuestro conocim iento,
dentro de un proceso de aproxim ación progresiva. La base o b je tiv a de la
aproxim ación se h alla en que el o b je to que se m an ifiesta es siem pre
más rico, más p letórico de contenido que las leyes con ayuda de las cuales
tratam os de conocerlo. P o r tanto, la concepción h eg elian a de la ap ro xi­
m ación que de aquí se sigue no llev a aparejad o el m enor relativism o; y
no lo lleva, sobre todo, en el d esarrollo m aterialista de este concepto a
través d e M arx, E ngels, L en in y S talin , en que e l r e fle jo de la realidad
o b jetiv a garantiza el carácter absoluto del conocim iento.
H e g el n o p u do lleg ar a ad qu irir una claridad d efin itiv a acerca de esto
p o r estorbárselo su p u nto de partid a idealistam ente m istifica d o : la id en ti­
dad del su jeto -o b jeto . P ero, si com param os su versión de la aproxim ación
dialéctica con la idea kantiana dél progreso in fin ito de nuestro conoci­
m iento, advertim os el extraord in ario avance que m edia entre una y otra.
Según K a n t, la incognoscibilid ad d e la cosa en sí hace que nos esté eter­
nam ente vedado e l cam po de la verdadera realidad (in d ep en d ien te de
nuestra c o n c ie n c ia ); e l progreso in fin ito se mueve, aqu í, exclusivam ente
en el p lan o del m undo de los fenóm enos, separado de esta verdadera o b ­
jetivid ad. Y , pese a todos los esfuerzos que K a n t hace p o r introducir
en esta esfera el facto r del conocim iento o b jetiv o , la tendencia inm anente
hacia el subjetivism o y el relativism o es desarraigable, para la filo s o fía
de K an t, puesto au e la naturaleza (a p rio rístic a ) del su jeto del conoci­
m iento sólo pu ed e b rind ar una g aran tía extrem adam ente problem ática
en cuanto a su objetividad :
E l cam ino que tam bién en este punto sigue K ierkegaard p ara com batir
a H e g el es el d e desgarrar la unidad d ialéctica viva dé- los m om entos
220 F U N D A M E N T A C IÓ N DEL IR R A C IO N A L IS M O

contradictorios, para erig ir estos m om entos, rígidam ente aislados, en p rin ­


cipios m etafísicos independientes. D e este m odo, el facto r aproxim ación
se convierte aquí en el p rin cip io del relativism o puro. D ice K ierk eg a a rd :
" E l saber histórico es una ilu sión de nuestros sentidos, pues es un saber
puram ente ap ro xim ativo .” 1201 Y sus argum entos dem uestran hasta qué
punto e l filó so fo danés te n ía en cuenta, al decir esto, exclusivam ente la
"in fin itu d m ala” d e Una achatada ciencia histórica filo ló g ica, hasta qué
p u nto h ab ía elim inado previam ente d e esta aproxim ación todo elem ento
d e objetivid ad . " L a m ateria d e la historia universal — dice— es in fin ita ,
p o r lo cual toda d elim itación de ella tien e que responder necesariam ente
a cu alquier d esignio caprichoso. A u nque la historia universal es siem pre
algo pasado, com o m ateria sobre la que ha de proyectarse el conocim iento
n o está, sin em bargo, acabada, sino que va surgiendo constantem ente por
obra de las nuevas observaciones e indagaciones, que se encargan de des­
cu brir cosas nuevas o de re ctifica r las ya descubiertas. L o m ism o que en
las ciencias naturales aum enta el núm ero de descubrim ientos al p erfeccio ­
narse e l instrum ental, así tam bién ocurrirá con la m ateria de la historia!
universal, cuando se agudice la crítica de la observación.” 202
Com o se ve, K ierkegaard convierte la aproxim ación a la realidad o b je ­
tiva en un pu ro relativism o, m ediante el g iro discursivo de que el pro­
greso cie n tífico que representa toda nueva aproxim ación a la realidad
o b jetiv a es, en rigor, la m archa hacia la nada, ya que p o r este cam ino
nunca po d rá llegarse, seg ú n -é l, a u n cono cim iento realm ente o b je tiv o y
e l princip io de la selección, d é la d elim itación está gobernad o, a su ju icio ,
p o r la m era arbitrariedad.
E sta actitud n ih ilista ante el conocim iento de la realidad o b je tiv a obe­
dece a que K ierk eg aárd , n o adm ite, en gen eral, la p osibilid ad de que
nuestro com portam iento en e l conocer sea in flu id o de un m odo efectiv o
p o r la realidad, existen te al m argen de nuestra conciencia e independiente­
m ente de ella. L a su bjetividad , según él, lo d ecid e'to d o . Y lo ú n ico que
im porta es saber si esta subjetividad es auténtica o falsa, pasionalm ente
interesada, íntim am ente fu nd id a con la existen cia del ser pensante, o su­
perficialm en te desinteresada. Y ei reproche que en este punto tien e que
op oner K ierkegaard a H e g el, p o r su concepción del conocim iento cie n tífico
de la h istoria (d e la realidad o b jetiv a, en g e n e r a l), es que a esté conoci­
m ien to le fa lta el " in fin ito interesarse” , la pasión, el pathos, razón p o r la
cual degenera en una curiosidad ociosa, en una erudición p ro feso ral, en. un
conocer p o r e l cono cer m ism o. E l ataque va d irigido, pues, contra el carác­
ter puram ente contem plativo d el conocim iento de la filo s o fía alem ana clá-1
sica, cuya objetividad — según K ierkegaard , aparente— responde precisa­
m ente a esta ausencia de un com portam iento subjetivo.

201 Ibíd., p. 163. 2°2 Ibid., p. 228.


K IE R K E G A A R D 221

N o es ésta Ja prim era vez en que nos encontram os con que la crítica
de las fallas centrales y efectivas de la d ialéctica idealista son e l punto de
partida para un m ovim iento de regresión hacia el irracionalism o. Y , en este
punto, hay que decir que no está del todo desprovista de fu ndam ento la
crítica que se hace al v ie jo carácter contem plativo de la filo s o fía hege-
liana de la historia, aunque no es m enos cierto que K ierkegaard deform a
siem pre caricaturescam ente los puntos de vista de H e g el y borra p o r com ­
pleto las oscuras alusiones de su filo s o fía de la historia a la práctica.
A h ora bien, de esta crítica — relativam ente fundada— que hace de la
m era contem plación de la h is to ria ,. de una historia que nada tien e que
ver con los problem as decisivos de la vida de los hom bres, tom a pie
K ierkegaard para fundam entar su negación esp ecíficam ente irracionalista
de toda historicidad real.
En p rim er lugar, se en fren ta a la actitud contem plativa relativista, ca­
rente de valor, el carácter absoluto de la "e x iste n cia” , de la "p ráctica” ,
del "in teresarse” ; carácter absoluto que tien e la pretensión de no encerrar
ni un solo elem ento de relatividad, de aproxim ación. L o absoluto y lo
relativo, la contem plación y la acción se convierten, así, en potencias m eta­
físicas n ítid am en te separadas, escuetam ente contrapuestas: " E s cristiano
quien abraza la doctrina del cristianism o. A h o ra bien , si e l qué de esta
doctrina h a de decidir, en últim a instancia, s i es o no cristiano, la aten­
ción se vuelve inm ediatam ente hacia el exterior, para averiguar qué es
hasta en sus m enores detalles la doctrina cristiana, puesto que ese qué
no ha de d ecidir lo que es e l cristianism o, sino si yo soy o no cristiano.,
Y en el m ism o instante com ienza la erudita, la preocupada, la angustiosa
com plicación del aproxim arse. Podem os alegar la aproxim ación cuanto
queram os y acabarem os olvidando a la postre, llevados de ella, la deci­
sión acerca de si e l individuo es o no cristian o .” 1203
E n segundo lugar, no debem os fija rn o s solam ente, ante el p asaje que
acabam os de citar, en lo referen te a la m etod ología. E s cierto que ésta
encierra u n a im portancia decisiva en cuanto a la trayectoria del irracio­
nalism o, pues in d ica cóm o, a cada paso que se da p o r el cam ino d e con­
cretar la dialéctica cualitativa, se van elim inand o todas las categorías y
todos los entronques dialécticos, para volver de nuevo la dialéctica a los
carriles de la m etafísica (irracio n alism o más lóg ica fo r m á l). Este es el
m odelo m etod o lógico para m uchas de las corrientes del períod o im peria­
lista, principalm ente p ara e l existencialism o, cuya filo s o fía se apoya cons­
cientem ente en K ierkegaard . L a contraposición que aquí se señala entre
lo absoluto y lo relativo pasará a ser un fragm ento m edular de la filo s o fía
heideggeriana, aunque sin ninguna tendencia m an ifiestam en te teológica,
antes bien , dándose aires de ateísm o. S in em bargo, rem ontándose por

203 Ib/d., t, VII, p. 285.


222 F U N D A M E N T A C IÓ N D EL IR R A C IO N A LISIM O

sobre esta m etod ología abstracta, aunque en íntim a relación con ella,
aparece la contraposición kierkegaardiana concreta: la que m edia entre la
única subjetividad "e x iste n te ” , la única subjetividad individual absoluta,
y la generalidad abstracta de la vida histórico-social, que se hunde y se
pierde necesariam ente en la nada del relativism o.
E sto abre un abism o de separación absoluta en tre la dialéctica cuantita­
tiva de la sim ple aproxim ación en el conocim iento de la historia y la
dialéctica cualitativa del com portam iento hum ano esencial, "e x iste n cia l” ,
infin itam en te interesado. Es el abism o kierkegaardiano entre la teo ría
y la práctica, antagonism o que en nuestro caso lleva im p lícito el que
m edia entre la historia y la ética. K ierkegaard va tan allá en ia deter­
m inación paradógica de esta contraposición, que llega a declarar: " E l
trato, constante con la historia universal nos incapacita para la acción.” f- 04
Para K ierkegaard , la acción sig n ifica un entusiasm o ético, en el que
no cabe pensar "s i con ello se consigue o no alg o ” . Y este antagonism o
conduce a una situación en la que lo -ético es absolutam ente incom patible
con toda tendencia del hon jbre a orientar su acción hacia la realidad his­
tórica, hacia el progreso histórico, que, p ar lo dem ás, según Kierlcegaard,
no existe. Lo ético se desenvuelve en un m edio puram ente individual,
vuelto totalm ente hacia lo in te rio r;‘ toda referencia dé" la conducta a la
realidad h is tó r ic a — vista p o r la dialéctica cuantitativa— tiene, por tanto,
necesariam ente, que desviar al hom bre, alejarle de lo ético, destruir lo
que hay de ético en él. L a actitud ante la historia neutraliza " la distinción
ética absoluta entre el bien y el m al, convirtiénd ola en el criterio estético-
m etafísico de 'lo g ran d e’ o en el de 'lo im portante’ en el plano estético-his-
tóricouniversal” .-0-"’
Es ni más ni m enos que una im pugnación, " la im pugnación de soslayar
demasiadas cosas con la historia universal y que un día puede conducir
a que, puesto el hom bre a obrar, quiera que sus acciones entren en los
marcos de lo histórico-universal. Cuando uno se ocupa constantem ente de
aquel algo fo rtu ito y accesorio que da su relieve histórico-universal a las
figuras de esta historia, se siente fácilm ente la tentación de confund irla
con la ética y de andar coqueteando m alsana y cobardem ente con lo fo r­
tuito y azacanándose por ello, en vez de preocuparse incansablem ente de lo
ético, en su propia existen cia” . D e aquí que K ierkegaard pueda escribir,
resum iendo su pensam iento: "L a inm anencia histórico-universal es siem ­
pre desconcertante para la ética, y, sin em bargo, el punto de vista histórico-
universal reside precisam ente en la inm anencia. Cuando el individuo ve
algo ético, es que la ética se halla dentro de él m i s m o .. . N o sería
exacto conclu ir que cuanto m ás éticam ente desarrollado se h alla un ind i­
viduo más tien e que ver lo ético en la historia universal, sino exactam ente

204 Ibíd., t. VI, p. 215. 205 Ibid., p. 214.


K IE R K E G A A R D 223

lo con trario: cuanto más se desarrolle éticam ente, m enos se preocupará


de la historia u n iv ersal.” 200
H em os llegado así al problem a central de la filo s o fía kierkegaardiana,
al fu ndam ento real a que responden sus ataques contra la dialéctica de
H egel. U n o de los m otivos más im portantes que con d u jeron a la desinte­
gración d el hegelianism o fu e precisam ente su in satisfactoria historicidad,
que n o apuntaba hacia el futuro. L a lucha contra este falso concepto de la
historicidad es el lazo espiritual que une a todos los hegelianos de izquier­
da, pese a la con fu sión y a la oscuridad discursivas reinantes entre ellos.
Y de esta crisis surgió una concepción de la historia no sólo cu alitati­
vamente superior, sino la única cien tífica y que p o r prim era vez ilum ina
con real claridad el pasado, el presente y el fu tu ro : la concepción del
m aterialism o histórico. Sin lleg ar siquiera a vislum brar este desenlace
decisivo que ten d ria la crisis filo só fica de su tiem po, pero polem izando
conscientem ente contra el neohegelianism o radical, brota en K ierkegaard
esta fo rm a nueva del irracionalism o, la más desarrollada hasta ahora: la
negación seudodialéctica de la historia, el intento de desencuadrar al hom ­
b re actuante — y precisam ente en nom bre de su actuación— de todos sus
entronques históricos.
N o es otro el sentido del escueto antagonism o entre la ética y la h is­
toria, de la contraposición entre una práctica concebida de un m odo pura­
m ente subjetivo, puram ente individual, y la inm anencia engañosa, la en­
gañosa o bjetivid ad de la historia.
E l siguiente paso hacia la u lterior concreción de la filo s o fía kierkegaar­
diana debe consistir en esclarecer lo que haya de entenderse p o r aquella
ética. Y a por nuestras anteriores consideraciones se ve claram ente que
la ética de K ierkegaard consiste en la deshistorización del hom bre y, a la
par con ello y p o r m odo inseparable, en su desocialización.
Es cierto que K ierkegaard no saca esta consecuencia de su doctrina
inm ediatam ente y de un m odo com pleto y radical. M ás aún, su posición
es, en este respecto, más contradictoria que en lo referente al problem a de la
historia. Y a hem os observado que se vio obligado a contraponer una ética
a la concepción hegeliana de la historia, y constantem ente hace a la filo ­
so fía de H egel el reproche de que carece de una ética. Parece, pues, com o
si la ética fuese la po tencia que K ierkegaard opone a la pretensión hege­
liana de inm anencia o b jetiv a de la historia, el asidero m etod ológico de que
se vale el pensador danés para sentar la subjetividad com o fundam ento de
la verdad.
A h ora bien, ¿cabe la posibilid ad de una ética, si no se considera al h om ­
bre com o un ser so cial? N o querem os hablar aquí de A ristóteles y de
H eg el, para quienes esto es la evidencia m ism a. T am p o co la ética de las

200 Ibíd., p. 235.


224' FU N D A M EN TA C 1Ó N D E L * IR R A C IO N A LISIM O

intenciones de un K a n t, la ética basada en el Y o de un F ich te, e incluso


la de un Schleierm acher, pueden renunciar por entero a la sociabilidad,
que ni siquiera en e l pensam iento es p asible separár de la esencia del
hom bre. N o podem os analizar aquí, p o r supuesto, las contradicciones in ­
ternas a que eso arrastra a estas d iferentes doctrinas. N o s lim itarem os a
señalar brevem ente q ue estas contradicciones no respondían precisam ente
a las lim itaciones individuales que se daban en el pensam iento de los
d iferentes filó so fo s, sino que eran, en realidad, otros tantos intentos para
debatirse discursivam ente con las contradicciones objetivas de la sociedad
burguesa, puestas de m an ifiesto p o r la D eclaración de los D erecho s del
H om bre proclam ada en las revoluciones de los Estados U nidos y Francia.
P olem izando contra B ru n o B au er, M a rx fo rm u la su base social, en los
Anales franco-alemanes, del m odo siguiente:
" L a revolución política disuelve la vida burguesa en sus partes inte­
grantes, pero sin lleg ar a revolucionar éstas ni som eterlas a crítica. M an ­
tiene ante la sociedad burguesa, ante el m undo de las necesidades, ante
el trabajo , los intereses particulares y el derecho privado, la actitud de
considerarlas com o el fundamento de su existencia, com o una premisa
que no es necesario detenerse a razonar y, por tanto, com o su base natu­
ral. Finalm ente, se tiene al hom bre, en cuanto m iem bro de la sociedad
burguesa, p o r el hom bre sin más, p o r el homm e a distinción del citoyen,
sencillam ente p o rqu e se trata del hom bre en su inmediata existen cia sen­
sible, individual, m ientras que el hom bre político es solam ente el hom bre
abstracto, artificial, el h o m bre en cuanto persona alegórica, moral. E l
hom bre real y e fectiv o só lo tom a cuerpo y es reconocid o b a jo la fo rm a
del individuo egoísta; e l h om bre verdadero, b a jo la d el citoyen abs­
tracto." 507
Estas contradicciones entre e l hom bre " r e a l” y e l hom bre "v erd ad ero” ,
que se m anifiestan a lo largo y a. través de toda la vida social, se revelan
en la filo s o fía burguesa b a jo fo rm as m uy contradictorias. U n as veces, los
pensadores — sin lleg ar a penetrar con su m irada los verdaderos entro n­
ques— intentan construir, partiend o de la sociedad burguesa, un sistema
discursivo de las actividades hum anas, com o hace H e g el, en cuyo caso
brota, com o contradicción no com prendida, el antagonism o entre el in d i­
viduo "h istórico -m u n d ial” y el individuo "co nservad or” (p ro b lem a que
form u la tam bién, en térm inos muy parecidos a éstos, B a lz a c ). O tras veces,
aspiran a penetrar en los problem as de la práctica social partiend o de la
ética individual, com o vemos sobre todo en K a n t y en F ich te o en la es­
cuela inglesa de A dam Sm ith y B en th am . S in entrar aquí en las variantes
muy m atizadas de estos re fle jo s, no pocas veces deform ados, del anta-

207 M arx-E n gels, Die heilige Fam/lie and andere philosopbische Frühschrif-
leu, Berlín, 1953, p. 56.
K IE R K E Ó A A R D 225

gonism o fu ndam ental que lleva en su entraña la m ism a sociedad burguesa,


sí podem os señalar de pasada que la dualidad y la unidad entre el "c iu ­
dadano” .y el "b u rgu és” , que brotan de la realidad- m ism a de la vida,
determ inan la estructura, la construcción, la problem ática, etc., de toda
la ética burguesa. Y el sesgo hacia e l irracionalism o reaccionario se m ani­
fiesta, ya b a jo el rom anticism o alem án, com o el intento encam inado a
atenuar, esfum ar y hasta b orrar el m om ento de la ciudadanía en el hom bre.
Tam po co K ierkegaard lo g ra sustraerse, sobre todo en sus com ienzos,
a esta problem ática burguesa general. E n su prim era obra grand e, O lo
uno o lo otro,no sólo ocupa un lu gar im portante la ética, sino que la fu n ­
ción d el com portam iento ético consiste aquí, p o r op osición al desesperado
solipsism o del estadio estético, en realizar lo general (e s decir, en cu m plir
Jos deberes de ciudadano del E s ta d o ). V isto e l p roblem a en un p lan o
fo rm al abstracto, y en cierto m odo desde el punto de vista de la construc­
ció n d el sistem a kierkegaardíano, este lugar y esta fu n ció n asignados
a la ética se m antienen intactos, com o n exo de engarce en tre la estética y
la religión. Pero, en realidad, al desplegarse de un m o d o concreto la con ­
cepció n del m undo y el m étod o filo só fic o d e K ierkegaard , e l carácter
social de la ética, su realización de lo general, se to rna cada vez m ás
problem ático, cada vez m ás Contradictorio, con lo que — vista la cosa
intrínsecam ente— va reduciéndose cada vez m ás a la nada.
C ierto es que tam poco en e l K ierkegaard de una época an terior se
puede exagerar el carácter social d e la ética. E n vano buscaríam os aquí
aq u ella riqueza d e relaciones sociales entre los hom bres que en H e g el
caracterizan la ética ( y q u e desaparece tam bién en Feuerbach, aunque p o r
tazones contrarias a las de K ie rk e g a a rd ). L a suya es, esencialm ente, la
é tica d el hom bre privad o,' d el particu lar, sólo q u e K ierk eg aard n o puede
cerrar, aquí, todavía, los o jo s a la evidencia d e que' e l particu lar — tam ­
b ién en cuanto particu lar— vive en e l seno d e una sociedad. E l repre­
sen tante d e la concepción ética de la vida dice, a este p ro p ó sito : "S u e lo
presentarm e com o hom bre casad o . . . p o rqu e es ésa, re a lm e n te . . . , m i
posición m ás im portante en la vid a .” 1208 Y las categorías éticas aparecen
precisam ente y p o r m odo necesario en la p olém ica contra la inmediat'ividad
consciente, contra la su bjetividad solipsista del estadio estético, com o las
categorías de lo general, de la vida (p riv a d a ) consciente del h om bre
d en tro d e la sociedad. " E l m atrim onio — hace K ierkegaard decir a" su
representante de la ética todavía en la obra p o sterior Etapas en el camino
de la vida—209 es el fundam ento de la vida c iv il: p o r m ed io de él se
vinculan los que se unen p o r el am or al Estado, a la p atria y a los in tere­
ses p ú blicos com unes.” S in em bargo, la esfera ética es, com o corresponde
a toda la concepción kierkegaardiana, "so lam en te una esfera de transi- 208

208 Kierkegaard, ed. cit., t. II, p. 142. 209 Ibid., t. IV, p. 101.

15
226 F U N D A M E N T A C IÓ N D E L « R A C IO N A L IS M O

ció n ” ,210 el paso a la verdadera realidad, que es la realidad de la única


su bjetividad existen te: el com portam iento religioso. D ebem os, p o r tanto,
exam inar brevem ente cóm o este carácter de transición de la ética (c o n
su restringidísim a so cia lid a d ), en vez de superarse en sentido hegeliano, es
decir, conservándose al m ism o tiem po que se eleva a una fase superior,
se desintegra y destruye, p o r el contrario, com pletam ente.
N o podem os, naturalm ente, entrar a estudiar sistem áticam ente aquí la
ética kierkegaardiana y, m enos aún, exponer de un m odo cabal y com pleto
su génesis histórica; lo que aquí nos interesa es, sim plem ente, p oner de
relieve los m otivos filo só fico s decisivos que determ inan necesariam ente
esta desintegración in terio r de la ética.- E n tre ellos se destaca sobre todo,
com o m otivo extraordinariam ente im portante e n la filo s o fía de K ie r­
kegaard, la p olém ica contra la id en tificació n hegeliana de lo interio r y lo
exterior. Id en tificació n que, en H eg el, va, en el plano de la teoría del
conocim iento, hasta refu tar la separación idealista-subjetiva, del fenóm eno
y la esencia, poniendo de m an ifiesto en el principio de la contradicción
su inseparable con exió n d ialéctica: " L o exterio r — dice H egel— presenta,
p o r tanto, primordialmente, e l mismo contenido que lo interio r. L o in te­
rior existe tam bién exteriorm ente, y a la inversa; el fenóm eno no revela
nada q u e n o se h a lle ya en la esencia, n i en ésta hay nada que no se
m an ifieste.” 21121 L o que sig n ifica, para la ética — saltando necesariam ente,
aquí, p o r sobre todas las determ inaciones interm edias— , "q u e deba d e ­
cirse : el hom bre es lo que h a c e ..
-K ierkegaard ve en esta p o sición m antenida p o r H eg el su tendencia a
aplicar a la ética y a la relig ió n la categoría de lo estético-m etafísica.
S in em bargo, razona así: " L o ético postula ya una especie de contrapo­
sición entre lo exterior y lo interio r, p o r cuanto que sitúa lo exterior
,!en el plano de la in d iferen cia; lo exterior com o el m aterial de los actos
es, en efecto, in d iferen te, pues el acento ético recae sobre las intenciones,
y el resultado, el lado exterior de los actos, no interesa para estos efec­
tos . . . L o religioso postula la contraposición entre lo exterior y lo interior,
determ inada com o tal contraposición: en ello radica precisam ente el
padecer com o categoría existencial de lo religioso, y en ello radica tam ­
bién, a i m ism o tiem po, la in fin itu d interior, orientada hacia adentro, de la
interiorid ad .” 1212
N o h ace fa lta pararse a dem ostrar que la concepción según la cual toda
la vida "e x terio r” es enteram ente in d iferen te para la ética viene a desinte­
grar tam bién la construcción ético-privada d é lo s estadios kierkegaardianos.
Pues, ¿cóm o puede el m atrim onio — para detenernos en esta m ism a con-

210 Ibíd., p. 442.


211 Hegel, Eniytíopadie, § 139, § 140, adición, ed. cit., t. VI, pp. 275 y 279t
212 Kierkegaard, ed. cit., t. VI, p. 367 n.
K IE r.K E G A A R D 227

cepción, muy estrecha, del propio K ierkegaard sobre la realización de lo


general— concebirse com o esfera de la ética, com o una fase superior y
no sim plem ente inm ediata del am or, si se entiend e .que en cada uno de
quienes lo contraen sólo adquieren relevancia ética las determ inaciones
que se m antienen en el cam po de la pura interioridad, de la pura su b je­
tividad, si hem os de considerar que las consecuencias de estas intenciones,
de estos hechos, etc., de uno de los contrayentes son totalm ente in d ife ­
rentes para la vida del o tro ? En este caso, el m atrim onio, en K ierkegaard ,
no se d istingu iría en lo m ás m ínim o — gnoseológicam ente— del solipsism o
estéticam ente inm ediato de la erótica, en que los am antes pertenecen a dos
m undos com pletam ente aparte el uno del otro, sin lle g ar a com ulgar hu­
m anam ente entre sí para nada.
E s cierto que K ierkegaard se esfuerza p o r superar éticam ente la inm e-
diatividad estético-sensorial del am or. P ero, para que esta tendencia pueda
conducir a un resultado hace fa lta que el m atrim onio pueda crear, en él,
una com unidad hum ana real entre hom bre y m u jer. Y el propio K ie rk e ­
gaard intenta, con sus descripciones, sobre todo en su obra O lo uno o lo
otro, abraza este cam ino. P ero, tan p ro n to com o com ienza a d e ja r que
se desplieguen los fundam entos d e su filo s o fía en lo tocante a la teoría
del conocim iento y a la concepción d el m undo, se dem uestra hasta qué
punto es incom patible co n estos fundam entos aquel m ism o círcu lo, extra­
ordinariam ente restringido, de las relaciones hum anas que su ética adm ite.
E n K ierkegaard se revela, en efecto , con la m ayor claridad, que una
"é tica de las intenciones” , llevada consecuentem ente hasta el fin a l, sólo
puede estatuir un solipsism o m oral.
Sin em bargo, esta tendencia o b jetiv a a la autodisolución de la ética no
es, en K ierkegaard , vista a través de la ló g ica de su sistem a, el único
m otivo decisivo de que se vean relegadas cada vez m ás m arcadam ente a un
últim o plano la ética y el m argen de socialidad, extraordinariam ente m o­
desto, que a ésta sé le d eja. L o decisivo es la concepción fundam ental
de lo religioso que K ierkegaard pro fesa. Y a hem os visto cóm o en su
polém ica contra la "inm anencia” de la concepción dialéctica de la historia
en H eg el desem peñaba im portante papel el reproche de que esa "in m a ­
nencia” expulsaba necesariam ente a D io s d e la historia y brindaba, así,
,una fundam entación histórica para el ateísm o. E n la p rim era obra en que
K ierkegaard expone concreta y abiertam ente su te o ría d e la re lig ió n (e n
Temor y temblor) vem os aparecer e l m ism o problem a, referid o ahora
a la ética. N o b a jo una fo rm a polém ica tan violen ta com o e n lo tocante a.
la historia, es verdad, pero con no m enos en ergía en cuanto a l fo n d o .
A qu í, K ierkegaard d efin e la ética com o " lo general, Ib que vale para:
todos ” .215 Es algo inm anente, lleva en sí m ism a su fin y no trascien d e

« * I t íd ., t. III, p. 51.
228 F U N D A M E N T A C IÓ N D E L IR R A C IO N A L IS M O

fu era de s í: " L o ético es, com o tal, lo general, lo valedero para todos;
o, vista la cosa desde otro aspecto: lo que vale en cualquier m om ento. D es­
cansa de un m odo inm anente sobre sí nftsmo y no hay fu era de ello nada
que pueda considerarse com o su t é t a ? , sino que ello m ism o es el réXo? dé
todo lo que cae fuera de s í; una vez que se asim ila esto, ya no va m ás allá.”
Y pone fin a estas consideraciones con las siguientes significativas palabras:
" S i esto es lo más alto que se puede predicar del hom bre y de su existencia,
lo ético encerrará la m ism a sig n ificació n que la eterna bienaventuranza del
hom bre, que- es en toda la eternidad y en cualquier instante el T& 0 5 del
hom bre. Pues sería una contrad icción pensar q u e la eterna bienaventuran­
za pudiera abandonarse, es decir, condicionarse teleológicam ente, ya que
el cond icionarla equivaldría, sencillam ente, a tom arla a c h a c o ta ..
P o r tanto, una ética que no trascendiera de lo general (y es evidente
que lo general no es, aquí, más que un sinónim o idealistam ente d efo r­
m ado Me lo so cial) sería, para K ierkegaard , una ética ateísta. P o r dónde
viene a corroborar, en su m anera individualista e irracionalista extrem a, el,
v iejo problem a, frecuentem ente discutido en la ética burguesa desde B ayle,
de si puede adm itirse la posibilidad, de una sociedad de hom bres ateos,
posibilidad ética que K ierkegaard afirm a, aunque rechazándola escueta­
m ente en su ju icio valorativo. Y aún añade — con palabras tam bién
características— que si la cosa fu era así, H e g el ten d ría razón cuando de­
term in a com o lo hace las relaciones en tre e l individuo y lo gen eral, en tre
e l individuo y la sociedad.
P o r consiguiente, para K ierk eg aard la salvación de lo religioso, de la
fe , "só lo puede con sistir en que e l individ uó com o tal individ uo se h a lle
por encim a de lo g en eral ” .514 Se cuida d e añadir reiteradam ente, es cierto,
que su individuo n o p arte d e lo inm ediato y que, antes de elevarse a aquella
altura, debe pasar p o r la realización d e lo gen eral en la ética. P ero esto
n o pasa de ser una afirm ación vacua, que carece, en cuanto a la ética, de
toda sig n ificació n m etodológica. E n efecto, esta superación de lo ético
en lo religioso no d eja tras sí hu ella alguna: desde e l pu nto de vista del
individuo, del "cab alle ro de la fe ” , que vive en el plano de lo paradógico
— eternam ente inasequible para el pensam iento— , es de todo punto ind i­
feren te el que haya pasado realm ente o no por la fase del predom inio
de lo general sobre lo individual. E n la m edida en que pueda establecerse
aquí alguna conexión, ésta descansa en el hecho de que la fase kierke-
gaardiana de la ética es ya m ucho m enos racional y social de lo que
parece indicarlo esta rígid a contrastación entre la ética, de una parte, y
de otra la religión.
Y a m ás'arrib a hem os señ alad o'qu e la ética kierkegaardiana no reconoce
tam poco ningún nexo com ún, ninguna com unidad real entre los hom bres,

* 14 I b íd ., p . 5 3 .
KIERKEGAARD 229

que los hom bres que en e lla actúan — con relación a lo éticam ente esen­
cial, a la vida interio r, escuetam ente separada de la exterior— viven tam ­
bién en un incógnito insuperable. E l aum ento cuantitativo que así nace
entre la ética y la relig ió n y que luego se trueca en cualidad (consecuencia
ésta harto grotesca, para la dialéctica cu alitativ a) sólo parece descansar
en el hecho de que el solipsism o, e l in có g n ito en la ética, se h alla en
contrad icción con aquellas categorías trad icionales con ayuda de las cuales
fo rm u la K ierkegaard su ética y m uestra, p o r tanto, u n carácter vacilante
y relativo, m ientras que su sentim iento v ital encuentra en la fe , en la
parad oja, en el in cógn ito absoluto, e l m ed io adecuado. A sí pues, la fase
religiosa es, de una parte, una exaltación aristocrática de la ética, e n la
que, p o r virtud del predom inio de lo general, e l princip io aristocrático
de los individuos elegid os no puede m anifestarse de un m odo tan ade­
cuado com o en el com portam iento religioso. Y , de o tra parte, la reali­
zación d e lo general viene a ser, para el hom bre religioso de K ierkegaard ,
una especie de m áscara irónica, un com portam iento encubridor, externa­
m ente filiste o , b a jo el que eternam ente se envuelve y oculta el pathos
del individuo religioso, del "cab alle ro de la fe ” .
Y si K ierkegaard se ve envuelto en esta m araña de contradicciones,
ello no se debe, evidentem ente, a la construcción arquitectónica tripartita
de su sistem a, al esquem a sistem ático de los tres "estad io s” , sino a ra­
zones de orden social y relacionadas con su concepción del m undo. K ie r­
kegaard estaba constantem ente em peñado en com batir a l tip o rom ántico-
ético de su tiem po, porqu e se daba cuenta d e que su p ro p ia fo rm a
esp iritu al era m uy profun dam ente a fín a la de éste. P ero esta áctitud
d efensiva es, en realidad, en el caso de que se trata, m ucho m ás que una
actitud sim plem ente p sicológica y de orden b io g ráfico . Se trata de algo
m ás real, m ás im p ortan te: de una p ro fu n d a afin id ad , socialm ente con d i­
cionada, entre su concepción de la estética y su concepción de la religión.
P rin cipalm ente y sobre todo, desde el pu nto de vista m etod ológico.
S i no ha de concebirse la relig ió n com o algo o b je tiv o , com o una doc­
trina — y ya verem os cuán apasionadam ente rechaza K ierkegaard cualquier
m étodo en este sentido— , no cabrá otro cam ino que e l intento de sal­
varla partiendo de la subjetividad d el hom bre individual, d e la vivencia
religiosa, lo que hace ya de p o r sí inev itable una g ran aproxim ación a la
estética. E n am bos casos se trata, en efecto , de una parte, de una im agen
del universo em papada de fan tasía y cuya verdad y realidad sólo pueden
dem ostrarse a base de la pura subjetividad y, de otra parte, de un m odo
extrem adam ente su bjetivista de com portarse, cuya colisión con lo general
(e s decir, con lo ético, con lo so cia l) sólo podía resolverse, asim ism o, en el
plano d e la evidencia puram ente subjetiva.
Feuerbach, a quien K ierkegaard estudió muy a fo n d o y a quien tenía
en alta estim a, ve ya con toda claridad — aunque, naturalm ente, desde un
230 F U N D A M E N T A C IÓ N D E L IR R A C IO N A U S M O

punto de vista d iam étralm ente opuesto, con intenciones y consecuencias


antagónicas— esta afinidad entre la estética y la religión, con respecto a
la objetividad de lo re fleja d o en ellas. Y» se resiste contra la conclusión de
que su disolución de la relig ión , p o r efecto de la dem ostración de su ca­
rácter puram ente subjetivo, deba llevar necesariam ente aparejada una
disolución de la poesía. " T a n no es verdad — dice— que yo suprim a él
arte, la poesía, la fantasía, que, en rigor, sólo disuelvo la poesía en cuanto
que no es poesía, sino prosa usu al.” 215 Feuerbach no niega que la religión
pueda ser tam bién poesía; sin em bargo, la poesía no pretende hacer pasar
sus criaturas p o r otra cosa de lo que son, al paso* que " la relig ió n trata de
presentar sus seres im aginarios com o seres reales” .
H u elga decir q u é en Feuerbach y K ierkegaard no sólo es antagónica
la tendencia filo só fica fundam ental, sino tam bién, y com o consecuencia de
ello , la relación entre la estética- y la religión. E n Feuerbach, el descubri­
m iento del carácter subjetivo de la religión lleva aparejada la disolución
de ésta, y la estética queda en p ie com o una parte im portante de la vida
terrenal del hom bre. E l contacto entre una a otra, a que más arriba nos
referíam os, sólo tien e validez dentro de esta prem isa. K ierkegaard , por el
contrario, pretende que la subjetivación extrem adam ente consecuente de
lo religioso brind e el fu ndam ento filo só fico para la relig ió n m ism a, que la
sustantividacf y la validez absoluta de ésta encuentren su fundam entación
en la dialéctica cualitativa. N o cabe duda de que, en estas condiciones, el
deslindé en tre la relig ió n y la esfera de lo estético era para K ierkegaard
un p roblem a filo só fico de vida o m uerte, L a inexistencia de sus o b jeto s en
la realidad o b jetiv a — cuya existencia s e 'e m p e ñ a b a en afirm ar la re li­
gión— facilitab a a Feuerbach el claro deslinde entre am bos cam pos. Para
K ierkegaard , en cam bio, este p roblem a resultaba m ucho m ás com plicado
y am enazaba dar al traste con todo e l ed ificio de su sistema.
N o sólo porque, para salvar filo só ficam en te la religión, debía y quería
d em ostrar incluso com o la única realidad absoluta la existencia de lo
religioso, negada p o r Feuerbach, sino tam bién y sobre todo porqu e la esfe­
ra estética representaba para é l algo m ucho m ás am plio que p ara Feu er­
bach, ya que abarcaba, según su m odo de ver, no sólo las obras d el arte, su
creación y su en fo q u e estético, sino tam bién, e incluso prim ordialm ente,
una actitud estética ante la v id a; no en vano lo erótico desem peña un papel
tal decisivo en la estética de K ierkegaard .
Y en esto se percibe, pese a todas las divagaciones polém icas d e K ie r­
kegaard, un eco y una herencia viva del rom anticism o. E n este problem a
fundam ental de su filo so fía , K ierkegaard presenta puntos muy íntim os
de contacto m etodológico con el filó so fo m oral del tem prano rom anti­
cism o, con el Schleierm acher de los Discursos sobre la religión y las

215 Feuerbach, W erke, t. V III, p. 233.


KIERKEGAARD 231

Cartas confidenciales sobre la Lucinda de Friedrich Schlegel. L a afinidad en


cuanto al planteam iento del p roblem a se lim ita, ciertam ente, a la idea de que
dada la orientación de la estética rom ántica hacia un. "a rte v ital’’ estéti­
cam ente determ inado, de una parte, y de otra, la existencia de una relig ió n
basada puram ente en vivencias subjetivas, am bos cam pos tien en que tro ­
carse ininterrum pidam ente el uno en el otro. Y no otra era, en efecto, la
intención del jo v en Schleierm acher: a lo que él aspiraba era, precisa­
m ente, a hacer que su generación retom ase p o r este cam ino, a la religión,
encam inada p o r la senda rom ántico-estética, a en carrilar la estética y el
arte vital de los rom ánticos p o r lo s cauces de la religiosidad. Y si la a fi­
nidad, la aproxim ación estructural entre am bas esferas era una v en taja
para la argum entación de Schleierm acher, ello op onía, en cam bio, las
mayores dificultades discursivas a la filo s o fía de K ierkegaard .
Esta aproxim ación, esta afinidad , esta tran sición lisa y llan a de un cam po
al otro se dan tanto en la época del tem prano rom anticism o com o en
K ierkegaard y pueden ponerse de m an ifiesto fácilm en te en uno y otro
caso. E legirem os aquí, para ilustrar esta afin id ad , solam ente un p asaje
tom ado del Diario de K ierkegaard , en el que se expresa tam bién clara­
m en te Ja op osición aristocrática com ún a am bas tendencias fre n te a la
m ayoría de los hom bres, form ad a p o r g en tes vulgares. E n 1 8 5 4 , es decir,
ya no en su p erío d o ju v en il rom antizante, sino en la época en que luchaba
abiertam ente p o r restaurar la relig ión , escribía K ierkegaard .
" E l talen to se hace valer en pro porción al m odo en que despierta sen­
sación; el genio , en proporción al m odo en que provoca resistencia ( e l
carácter religioso, en proporción a l m odo en que suscita e sc á n d a lo ).” 416
N o resulta dem asiado d ifíc il trazar aq jií la lín ea divisoria en tre el talen to
y el g en io (lo cual se h alla, después de todo, plenam ente en la lín ea d e la
concepción aristocrática del m undo de K ierkegaard , d entro tam bién de
la esfera e s té tic a ); pero hace falta una dosis muy alta de so fística teológico­
irracional para querer deslindar siquiera sea aparentem ente en tre sí los
cam pos de la resistencia y el escándalo (d e l genio y del carácter r e lig io s o ).
T a n to más cuanto que en ésta contraposición vuelve a revelarse muy enér­
gicam ente la actitud aristocrática, com ún al rom anticism o y a K ierk eg aard .
E l filó so fo danés es> en este respecto, un consecuente continu ad or del
rom anticism o (y de S c h o p e n h a u e r): para él, es la evidencia m ism a que
sólo los "e leg id o s” tien en acceso a cualquiera de las esferas que considera
esenciales. Y el hecho de qué e l estadio estético aparezca determ inado,
en él, de un m odo tan contrad ictorio consigo m ism o, obedece tam bién,
aparte de los m otivos ya indicados, al carácter necesariam ente no aristo­
crático de una ética en la que h a de realizarse lo gen eral; tan p ro n to com o 216

216 Kierkegaard, D ie Tagebücher, ed. de Th. Häcker, Innsbruck, 192}, t. II,


t>. 341.
232 FUNDAMENTACIÓN DEL IRRACIONALISMO

la ética trasciende a lo paradógicam ente religioso, K ierk eg aard vuelve a


situarse — aunque en contradicción, cierto es, con sus prem isas iniciales—
e n el terreno fam iliar d el aristocratism o. Y así, las fro nteras en tre la esté­
tica y la relig ió n flu ctú an e n é l, lo m isino que, e n e l p erío d o de Jen a,
flu ctu aban p ara un F ried rich S ch leg el o un T ie ck , com o flu ctu aban en
N ov alis y en Schleierm acher.
P ero, m ientras que p ara los rom ánticos d e Je n a este flu ctu ar de las
fro n teras era precisam ente la m eta que se trataba d e alcanzar, para la filo ­
so fía de K ierkegaard esto representa, p o r e l contrario, u n p elig ro que hay
q u e superar, que jam ás lle g a a superarse realm ente y q u e am enaza con
d isolver todo el sistem a. E ste carácter antagónico d el p lanteam iento del
problem a filo só fico , com binado con una p ro fu n d a afin id ad en tre las p re­
m isas decisivas de la concepción d el m undo, se h alla determ inado m ás
p o r los cam bios de los tiem pos, p o r el desplazam iento d e las relaciones
y la lucha de clases que p o r la personalidad d e los m ism os pensadores.
A q u ella tran sición sin co n flicto s de la estética rom ántica a la relig ió n
guardaba una relación estrechísim a co n lo s estados de ánim o te rm id o -.
ríanos de la intelectualidad alem ana posrrevolucionaria; co n la esperanza
d e p o d er fund am entar un "a rte v ital” arm ónico, capaz de sobreponerse
arm ónicam ente a las contradicciones de la crisis y basado en el go ce de
las nuevas posibilidades que se abrían en la sociedad, después de la revo­
lución. K ierkegaard com parte con lo s rom ánticos el fundam ento d e vida
propio de una intelectualidad reaccionario-parasitaria, cuya conducta, en el
sen o de la sociedad capitalista en form ación, pugna p o r u n "a rte vital”
subjetivista. P ero, com o le h a tocado vivir en una época de crisis pro-
fund am ente agitada, no tien e m ás rem edio que esforzarse p o r salvar a la
religión de su estrecha afinidad con la estética y, sobre todo, con el arte
vital estético-parasitario. E n este respecto, podem os decir, pues, que K ie r­
kegaard representa el m iércoles de ceniza del carnaval rom ántico, a la
m anera com o H eid egger, en un períod o posterior* según verem os, habrá
de representar el m iércoles de ceniza del parasitism o im perialista de la
crisis general del capitalism o, después de la prim era G u erra M u nd ial,
fre n te al antruejo de anteguerra de un Sim m el o un B ergso n.
Y así, K ierkegaard , se h alla, aparentem ente — y tam bién desde el pun­
to de vista de sus sentim ientos subjetivos— , tan distante de la estética
com o de la relig ió n del tem prano rom anticism o. Es cierto que acabam os
de poner de relieve la afinidad entre la estructura de am bas esferas (la
estética, estrecham ente vinculada con el "a rte v ital” , y la relig ión , com o
vivencia puram ente su b je tiv a ). Y la diferencia, p o r no d ecir contraposi­
ción, entre la tónica del sentim iento pred om inante en una y otra no hace
más que acentuar este entrelazam iento — que K ierkegaard , le jo s de pro­
ponérselo, com bate— . En efecto, la atm ósfera del estadio estético kierke-
gaardiano se halla determ inada p o r el sentim iento de la desesperación. Las
KIERKEGAARD 233

afo rísticas con fesion es d el "e sté tico ” en O lo uno o lo otro com ienzan
así: "¿ Q u é es un p o eta? U n hom bre desdichado en cuyo corazón se alber­
gan encendidos dolores que a los o íd os de otros suenan com o una m úsica
llena de belleza. L e sucede com o a aquellos desgraciados m artirizados a
fuego len to en el in terio r d el toro de bronce de F alaris y cuyos gritos
de d olor no p o d ían lle g a r hasta lo s o íd os d el tirano para am edrentarlo,
sino que eran para él una dulce m úsica.” 217 Y en la contrapartid a kierke-
gaardiana del Simposio de P lató n , en que se reúnen toda una serie de
representantes d el estadio estético para elucubrar acerca de sus actitudes
respectivas ante la erótica (a n te el p ro blem a central d el "a rte de la vida” ) ,
Ju an e l Seductor prorrum pe, después de h ab er escuchado todos los ale­
gatos, e n los siguientes reproches contra sus cam aradas: "V e n erab les
com ilitones, ¿tenéis acaso el dem onio en el cu erp o? H ab láis com o los que
invitan a u n en tierro ; vuestros o jo s están en rojecid os d e llorar, y no del
vin o .” 218 T o d as las consideraciones estéticas de K ierk eg aard aparecen
inform ad as p o r diversos m atices de este estado de desesperación.
L a actitud relig io sa presenta, fre n te a esto, una exaltación cualitativa,
pero, al m ism o tiem po, u n estado d e desesperación aún m ás profundo,
una acentuación to dav ía m ayor del solipsism o y de la irracionalidad en el
su jeto atenido puram ente a sí m ism o. Pues, p ara, to m ar el caso paradig­
m ático de K ierkegaard , lo que en el sacrificio de Isaac p o r A braham d ife ­
rencia a A braham d el héroe trágico (e s decir, d el héroe estético o é tic o )
reside precisam ente en la inconm ensurabilidad absoluta y de princip io
d e lo s m óviles d e su conducta, en la im posibilid ad sustancial de com u­
nicar a nadie sus verdaderas y decisivas vivencias. L o que expresa, en
rigor, una to tal e xtin ció n (y no u n a su p eración ) d e lo gen eral de la ética
en la esfera religiosa. Y , cuando com para el sacrificio de A braham con el
co n flicto , exteriorm ente parecido, pero, visto en lo interio r, puram ente
trágico de A gam enón, cuando se le p id e el sacrificio de Ifig e n ia , dice
K ierk eg aard : "T a m b ié n el héroe trágico concentra lo ético, sobre lo que
se rem onta id eo ló g icam en te, en un m o m en to; pero, al hacerlo, se apoya
en lo gen eral. E n cam bio, el caballero de la fe se atien e ú n ica y exclu­
sivam ente a sí m ism o, y esto es lo espantoso.” 219 E l A braham de K ierk e ­
gaard nada tien e de com ún con un héroe trág ico ; es "a lg o com pletam ente
d istin to : o un asesino o un creyente. L o que separa al uno d el o tro y
salva a l héroe trág ico no es aplicable a A braham ” .220
C om o vemos, lo q u e en K ierkegaard caracteriza tanto lo estético com o lo
religioso es la desesperación com o fu nd am ento aním ico, la irracionalid ad
com o contenid o y, en relación co n esto, la im posibilid ad p o r p rin cip io
de una com unión aním ica entre los hom bres, e l in có g n ito absoluto. P ara

217 Kierkegaard, Entweder-Oder, Dresde-Leipzig, s. a., p. 15.


2,8 Kierkegaard, W'erke, t. IV, p. 61.
219 Ibid., t. III, p. 75. 220 Ibid., p. 54.
234 F U N D A M E N T A C IÓ N D E L IR R A C IO N A LISIM O

que pueda surgir aquí, por lo m enos en apariencia y com o m ínim o, una
polaridad entre tendencias coherentes, y no una com pleta identidad, K ier-
kegaard, en su afán de poseer, a pesar dp todo, algo que sirva de separa­
ción, se ve obligad o a ácentuar en la estética lo antiético y en la religión
el paso necesario a través de lo ético, a pesar de que esto no d eja tras sí
ninguna clase de huellas y es, p o r tanto, de todo punto irrelevante para
el tratam iento concreto de los problem as; a pesar de que lo trágico, pre­
cisam ente en la exposición kierkegaardiana, crea una relación m ás íntim a
entre la estética y la ética de la que nunca ha existido, según él, entre
la ética y la religión. Pues, com o hem os visto, el héroe trágico busca y
encuentra su ju stificació n en lo general (e s decir, según K ierkegaard , en la
é tic a ) ; y K ierkegaard jam ás alcanza a encontrar entre la ética y la reli­
gión un enlace intrínseco tan m arcado. T a n to más íntim o es, en cam bio, el
que m edia, según él, en tre la religión y la estética. Y el propio K ierkegaard
lo reconoce así, en su Diario. B a jo el e p íg rafe de "S o b re m i obra, vista en
su co n ju n to ” , leem os aq u í: "E n cierto sentido, se trata para nuestro
tiem po de una op ción ; hay que optar entre elevar lo estético a pensa-'
m iento to tal, explicándolo de este m odo, o tom ar lo religioso.” 221
Esta desesperada posición filo só fica de su filo s o fía de la desesperación
es la que, a nuestro ju icio, o b lig a a K ierkegaard a proclam ar de un
m odo vacuo una relación, que jam ás existe en él, entre la ética y la reli­
gión. N o ten ía m ás rem edio que proceder a esta declaración carente de
todo contenido, a m enos de querer confesar la verdad o b je tiv a de que
su religión no era o tra cosa que un asilo para estetas decadentes salvados
del n au fragio. Y , com o K ierkegaard , gracias al período en que vivía, no
era todavía ningún H uysm ans, y no digam os un Cam us, capaces de encon­
trar en la desesperación m ism a una vana y coqueta autosatisfacción, no
ten ía otro cam ino que recurrir a aquellas huecas construcciones, recono­
ciendo con ello, inconscientem ente y de m ala gana, que la desocialÍ 2 ación
conceptual del hom bre entraña, al m ism o tiem po, la anulación de toda
ética.
C ierto es que en la obra de K ierkegaard encontram os, además, otro
m otivo aún más im portante, de naturaleza totalm ente distinta en lo e x ­
terno, pero que, visto objetivam ente, guarda, sin em bargo, una estrecha
relación con éste: la fu nció n social que pretend ía asignar a la religión,
al cristianism o. K ierkegaard ve cóm o va m adurando la crisis de su época
— no olvidem os que era un anticapitalista rom ántico— , y los aconteci­
m ientos de 1 8 4 8 vienen a "estim u lar” su desarrollo (co m o "estim u lan ” el
de C arlyle, aunque la orientación social de éste fuese, originariam ente,
muy distinta de la suya, haciendo flo re ce r todos los gérm enes de la reac­
ción que en él se albergaban. Y a en 1 8 4 9 , escribe en su Diario: " S i la

221 Kierkegaard, D ie Tagebücher, t. II, p. 108.


K IE R K E G A A R D 235

providencia envía al m undo nuevos pro fetas y nuevos jueces, será única
y exclusivam ente para ayudar al g o b iern o .” 222 A ñ os más tarde, dice, sin
andarse ya por las ram as: "T o d a m i obra es la d efensa d el orden exis­
ten te.” 223 Y , p o r últim o, en 1 8 5 4 , cuando cree q u e la revolución “puede
llegar a estallar en cualquier m om ento” , ve la causa del desastre en el
hecho de que "s e ha abandonado el cristianism o com o el contrapeso regu­
lad o r” .224 E l cristianism o kierkegaardiano debe eje rce r este papel de "c o n ­
trapeso” , al encerrar al individuo, com o tal individuo, en su incógnito, al
declarar com o absolutam ente carente de valor para él todo el m undo
Social que lo circunda, para concentrar su energía única y exclusivam ente
en la salvación de su alm a. " Y este contrapeso estaba calculado para
regular la tem poralid ad.”
Esta fu n ció n social del su jeto solitario, el in cógn ito com o pu nto de
apoyo d el orden existen te y del retroceso al pasado, no representa nada
radicalm ente nuevo en la historia del irracionalism o; ya en Schopenhauer
se encuentran conexiones muy análogas a éstas. L o único que K ierk e-
gaard añade com o pro pio y o rig in al es e l m atiz de la desesperación in d i­
vidual, de la desesperación com o afirm ación exaltad a y signo de la
verdadera individualidad (p o r oposición al pesim ism o general abstracto,
genérico, de S ch o p en h au er), exaltando el pathos de su subjetividad y de
la nada enfrentad a a él com o o b je to adecuado hasta una altura ante cuya
sublim idad tien en que p alid ecer todas las "m ezqu in as” disputas de la
vida social. Y tam bién aquí resaltan claram ente sus afinidad es y d iferen ­
cias con respecto a Schopenhauer. E n am bos se presenta la nada b a jo una
fo rm a de m ito y m istificad a. P ero, m ientras que en Schopenhauer la nada
yes el contenido real de su m ito budista, en K ierkegaard , la nada, al irrum ­
pir y hacerse valer necesariam ente, refu ta y disuelve el m ito cristiano.
K ierkegaard se convierte, así, en el adelantado de una actitud reaccionaria
cuyas irradiaciones se perciben todavía hoy en las filo so fía s de H eid egger,
Cam us y otros.
H em os hablado de la nada com o del o b je to adecuado de la subjetividad
kierkegaardiana, pero ¿acaso no contradice esta afirm ación a la realidad
de los hechos ? ¿N o proyectarem os retrospectivam ente sobre K ierkegaard , de
un m odo injusto, al afirm ar esto, los resultados de los continuadores
im perialistas de su filo so fía , en una época po sterior? ¿N o era K ie rk e ­
gaard, en realidad, un cristiano creyente, un protestante o rto d o x o ? Si
hemos d e dar créd ito a sus palabras — sin entrar aquí en el problem a p si­
cológico de hasta qué punto sean esas palabras to talm ente sinceras o
en qué m edida é l m ism o se engañe a sí m ism o, etc.— , no sólo tendrem os
que reconocer en él a un cristiano creyente y ortodoxo, sino incluso a un
hom bre preocupado por restaurar la perdida pureza del cristianism o.

2 22 íb/d., p. 2 2 . lb:d.. p. 2 42. 2;i4 lbid.. pp. 3 “>7 v.


236 FUNDAMENTACIÓN DEL IRRACIONALISMO

P ero lo que a nosotros nos interesa es d escifrar e l contenido real y o b je ­


tivo de sus palabras.
Y , ante todo, para K ierkegaard el cristianism o no es úna doctrina. .Es
cierto que en fren ta a esta negación, com o posición, la realización ep la
práctica, la im itación de C risto . L o cual, es decir, el colocar enérgica­
m ente esta im itación en el centro m ism o del problem a, no constitu iría,
propiam ente, ninguna novedad sorprendente en la historia de la relig ión .
Pero n o debe perderse de vista una d iferencia im portante, y es que en las
fo rm as anteriores en que se acentuaba la idea de la im itación no se estatuía
contraposición alguna con una doctrina ob jetiv a, cualquiera que fuese el
tip o de esta doctrina revelada. -La im itación se presentaba com o el cam bio
del individuo hacia la bienaventuranza, pero a cond ición de que sus con­
vicciones y sus actos estuviesen en p erfecta consonancia con la doctrina
revelada. K ierkegaard , en cam bio, da a esta coqtraposición un sentido
absoluto. E l cristianism o no es, para él, ninguna clase de doctrina, pues
si lo fu era quedaría degradada, p o r ese solo hecho, objetivam ente, a un
sistem a o parte de él. K ierkegaard d ice: " L a f e o b je tiv a suena a algo,
así com o si e l cristianism o se p roclam ara tam bién a la m anera de un
pequeño sistem a com o el de H eg él, aunque no tan b u en o .” 1225 D esd e
el punto de vista subjetivo, la asim ilación de esa doctrina — com o toda
relación co n la objetividad — sería sim plem ente una aproxim ación, algo
relativo, pero no lo absoluto, no D io s. C om o se ve, tam bién aquí se co n ­
traponen com o los dos térm inos d e una antinom ia la te o ría y la práctica,
la subjetividad y la objetivid ad . "O b je tiv am e n te , se hace hincapié en lo
que se d ice; subjetivam ente, en cóm o se d ice” , escribe K ierkegaard , y es,
una vez más, altam ente característico de lo cerca que en su sistem a se h allan
la estética y la religión, el que añad a: " Y esta distinción se da ya en el
cam po de la estética.” 228
A h ora bien, esta escueta distinción lleva aparejadas consecuen­
cias decisivas p ara toda la concepción religiosa de K ierk eg aard . H e
aquí cóm o se desarrolla hasta el fin a l aquel pensam iento q u e acaba de
aguzar afo rísticam en te: "C u an d o preguntam os objetivam ente p o r la ver­
dad, reflexionam os objetivam ente sobre la verdad com o sobre un o b je to
ante el que se com porta el su jeto cognosciente. N o reflexio nam o s sobre
la actitud, sino sobre el hecho de que é l se com porta con respecto a la
verdad, a lo verdadero. Cuando aquello ante lo que se com porta es sola­
m ente la verdad, lo verdadero, e l su jeto se h alla e n la verdad. A l p re­
guntar subjetivam ente por la verdad, reflexio nam o s subjetivam ente sobre
a actitud del in d iv id u o . . . 827
Y K ierkegaard se apresura a sacar todas las consecuencias de esto,25*

225 Kierkegaard, W erke, t. VI, p. 289. 228 Ibid., p. 277.


227 Ib'td., p. 274.
K IE R K E G A A R D 237

diciendo, en las consideraciones que siguen d irectam ente a las palabras ci­
tadas: "C o n tal de que el cóm o de esta actitud se h a lle en la verdad, se
hallará en la verdad el individuo, aunque se com porte tam bién d el m is­
m o m odo con respecto a la ausencia d e verdad.” L o q u e revela claram ente
hasta qué punto era K ierkegaard m ás sincero que sus continuadores del
período im perialista. U n o y otros re flex io n aban sobre el acto subjetivo,
y no sobre el o b je to . P ero , m ientras que K ierkegaard saca d e e llo la
única consecuencia po sible de que p o r este cam ino no es p osible lleg ar
a ninguna clase de conocim iento, lo s existencialistas posteriores suprim en
los "p arén tesis” entre lo s que — de un m odo real o im aginario— co lo ­
caban el m undo o b jetiv o, sigu iend o el m étod o d e la fen om en o lo g ía
husserliana, al re flex io n a r sobre la subjetividad d el acto, y aseguran lleg ar
de este m odo a una "o n to lo g ía ” , a una verdadera objetivid ad . K ie rk e ­
gaard, p o r e l contrario, expresa con una gran claridad y b a jo una fó rm u la
teológica concreta lo que ya se con ten ía en sus reflexio n es filo só fica s
generales an teriores: "U n o s rezan en verdad a D io s, aunque eleven sus
plegarias a u n íd o lo , m ientras que otros, elevan sus p legarias en verdad
a un íd o lo , al rezar m entirosam ente al D io s verdadero.” 228
P o r tanto, K ierk eg aard tom a en serio su teoría, d irigid a contra H eg el
y contra todo cono cim iento o b je tiv o en g e n era l: " L a subjetividad — dice—
es la verdad.” A h o ra bien, ¿qué se hace en esta — supuesta— fundam en-
tación d e la existen cia d e la subjetividad religiosa, d e la relig ió n m ism a,
de D io s ? E n sus reflex io n es e n to m o a este problem a, K ierk eg aard vuelve
a h ab lar del carácter puram ente aproxim ativo de la captación d e toda
objetivid ad p o r el su jeto, es decir, d e todo conocim iento, y p o n e de relieve
la situación in sosten ible q u e de esto se deriva para e l existen te relig io so :
"P u es quiere usar a D io s en el m ism o instante y se h alla p erd id o durante
todo e l tiem po en q u e n o posee a D io s .” 229 Y , en n ota a estas palabras,
añad e: " D e este m odo, no cabe duda de que se convierte a Dios en un
postulado {subrayad o p o r m í, G. L . J , pero no en e l sentido ocioso que
suele darse a esta palabra. L e jo s de e llo , se ve claram ente que e l ú n ico
m odo en que u n existente en tra en relaciones con D io s es aquel en e l que
la contrad icción d ialéctica conv ierte la pasión en desesperación y en
que la 'categoría de la desesperación” ( l a f e ) le ayuda a captar a D io s.
P o r donde el postulado no es en m odo alguno lo arbitrario , sino cabal­
m en te una legítima defensa, d e tal m odo que D io s no es un postulado,
sin o q u e es u n a necesidad e l q u e e l existen te postule a D io s ” .230 C om o
vemos, K ierkegaard se esfuerza aquí en em botar la p u n ta de sus propias
consecuentes conclusiones, atenuando el carácter de su D io s com o postu­
lado, p ara conv ertirlo sim plem ente e n una característica, siq u iera.sea nece­
saria, d el com portam iento subjetivo.

ms lbíd., p. 276. 229 lbíd., p. 275. 230 lbíd., p. 275 n.


238 F U N D A M E N T A C IÓ N D E L IR R A C IO N A LISIM O

P ero, sem ejantes intentos no hacen cam biar para nada la situación de
hecho que se deriva necesariam ente de sus prem isas, y K ierkegaard es dem a­
siado h ijo de su tiem po, dem asiado "m o d ern o ” , para entregarse seria­
m ente y de un m odo concreto a la tarea de alterar nada sustancial en
estas conclusiones, intentand o dem ostrar, por ejem p lo, la realización e fe c­
tiva de su postulado de D io s. K ierkegaard , com o pensador que vive en
los tiem pos de la desintegración del hegelianism o, tiene una conciencia
clara de lo que sig n ifica la crítica de la religión llevada a cabo por
Feuerbach, y hasta se siente fascinado por el m odo cóm o éste reduce la
relig ió n a la subjetividad hum ana, aunque se trate con ello, en realidad,
de desm ontar la religión. A F euerbach -alu d en estas palabras suyas: "P o r
otra parte, vemos a un espíritu satírico atacar a la religión y, al m ism o
tiem po, exponerla de m odo tan excelente, que constituye un placer leerle,
y quien se h alla en p erplejid ad de verla expuesta de un m odo concreto,
casi necesita recurrir a é l.” 2,1
Y esta sim patía por el pensador ateísta de su tiem po no tien e nada
de casual. N o sólo porque K ierkegaard ha llegado a com prender con la-
m ism a claridad que el propio Feuerbach la insostenibilidad de una defensa
cien tífica ob jetiv a de Ja religión, sino adem ás p o r que las condiciones
especiales que se dan en el re fle jo ideológico de la crisis p o lítico-social
de los años cuarenta determ inan una considerable aproxim ación en cuanto
al pensam iento de uno y otro. Y a hem os puesto de relieve reiteradas
veces, hasta qué punto la conm oción del idealism o o b jetiv o ocupaba el
centro m ism o de esta crisis y cóm o — m ientras no se llevase a cabo la su­
peración dialéctico-m aterialista de H eg el— todo intento burgués de rem on­
tarse revolucionariam ente sobre H egel ten ía que trocarse necesariam ente
en un subjetivism o filo só fico . A sí se revela, en efecto, abiertam ente, en los
casos de B ru n o B au er y M ax Stirner. Y tam bién en las fallas del antro-
pologism o de Feuerbach se contienen estos elem entos de subjetivación.
Feuerbach no tiene más rem edio que atenuar con frecuencia -— p o r falta
de una teoría dialéctica del r e fle jo — una teoría m aterialista consecuente, la
independencia del principio entre el o b jeto y el sujeto. Es cierto que,
personalm ente, Feuerbach se esfuerza siem pre p o r llevar adelante con
todo rigor esta lín ea m aterialista, pero sólo lo leg ra en la teoría del cono­
cim iento en sentido estricto, pues e n ’todos los demás aspectos se advierten
en él, con m ayor o m enor claridad, com o han puesto de m an ifiesto M arx,
Engels y Lenin, las inconsecuencias de su antropologism o. En este sentido
subraya Stalin que e l m aterialism o filo só fico de M arx y E ngels no es
id én tico 'al de Feuerbach, exactam ente lo m ism o que la dialéctica m arxista
no debe confund irse con la dialéctica hegeliana.

2:11 lbíd., t. VII, p. 291. Y asimismo en las Etapas, acerca de Borne, Heine
y Feuerbach: "Saben con frecuencia muy bien lo que traen entre manos, cuando
pablan de relición.” t. IV, pp. 418 ir.
K IE R K E G A A R D 239

Los elem entos de la subjetivación hacen que las consecuencias ateístas


de esa critica m aterialista de la relig ió n caigan tam bién en un tornasolado
claroscuro, en el que el ateísm o se revela com o una fo rm a nueva de la
religión. E sto que decim os puede observarse muy claram ente en H ein e.
Dero tam bién en Feuerbach se echan de ver las inconsecuencias de querer
eternizar la religión b a jo form as de ateísm o, y E ngels, al criticar estas
fallas, recuerda cuán extendidas se hallaban, de un m odo general, en
aquel período. C ita, com o e jem p lo de ello , la frase dé lo s partidarios
de Louis B lanc, quienes solían, d ecir: "D o n e I’athéism e e ’est votre re­
lig io n !” 1232
D e K ierkegaard no puede decirse, naturalm ente, q u e p ro fese de un m odo
abierto el ateísm o religioso en ninguna p arte; se trata m ás bien d e un
producto inconsciente y no querido de su concepción. A l querer liberar
la relig ió n del falso ob jetiv ism o idealista de H eg el, cae en la corriente de
aquel subjetivism o que quiere red ucir toda clase de ob jetiv id ad al sujeto
y hacerla brotar exclusivam ente de é l. Precisam ente p o r e llo tien e que
desaparecer necesariam ente todo o b je to (y , con e llo , todo rastro de D io s )
en sus reflexio n es, digam os gnoseológicas, en to rn o a l su jeto religioso.
P ero esta m etod o logía es, al m ism o tiem po, u n a expresión exacta de su
sentim iento espontáneo del universo y determ ina con e llo e l m undo
en to rno y el m undo de los sem ejantes, típicam ente encontrados por él, de
su com portam iento e x isten cia l: es, sencillam ente, la nada. K ierkegaard
exig e de su hom bre religiosam ente existente que retenga " la incerteza ob­
jetiv a” , el hecho ” de que existo en la incerteza o b jetiv a, 'soy agua en los
setenta m il h ilo s’ y, sin em bargo, creo ” .233
C reer, ¿en q u é? La doctrina ha desaparecido, pues toda d octrina "e s
o una hipótesis o una aproxim ación, porque toda decisión eterna radica
precisam ente en la su bjetividad ” .234 Y ha desaparecido tam bién la com u­
nidad de los creyentes, pues todo hom bre religioso vive en el incógnito
absolu to: "P e ro en la pasión absoluta, que es lo m ás extrem o de la sub­
jetividad, y en el cóm o in terio r de esta pasión es donde precisam ente
más se aleja el individuo de este tercero .” 235 K ierkegaard sigue diciendo
que si dos hom bres religiosos hablaran entre sí, "u n o de ellos le pare­
cería al otro algo cóm ico . . . , pues ninguno de am bos p o d ría expresar
directam ente su escondida interiorid ad ” .236 ¿ Y la im itación de C risto ?
Si no existe doctrina alguna, puesto que, según la concepción de K ie rk e ­
gaard, consecuentem ente, el paso del m ism o C risto' p o r la tierra constituye
e l punto culm inante del incógnito, ¿p o r dónde va a saber la subjetividad
religiosa a quién y en qué actos o intenciones debe prestar acatam iento?
L o ú n ico que puede servirle de pau ta es lo que encuentra en su propia

232 Marx-Engels, Obras escogidas, ed. cit., t. II, p. 353.


238 Kierkegaard, W erke, ed. cit., t. VI, p. 279.
234 Ibid., p. 269. 233 Ibid., t. VII, p. 194. 286 Ibid., p. 196.
240 FUNDAMENTACIÓN DEL IRRACIONALISIMO

subjetividad, y esto, en K ierkegaard , no es o tra cosa que la desesperación


y el nihilism o.
Y , fie l a. sus m ás íntim os sentim ientos, K ierkegaard afirm a este delgado
aire de la soledad m ás com pleta, ésta atm ósfera de la nada, precisam ente
desde el punto de vista del m áxim o despliegue de lo subjetivo. N o en
vano escribe en su D ia rio ( 1 8 4 8 ) : " E l d iscípu lo llev a en cierto m odo
una existen cia raquítica, m ientras vive con él e l m aestro. Pod ríam os decir
qüe, en cierto sentido, n o lleg a a ser él m ism o.” 237 Y el D io s del D iario
de K ierkegaard presenta la m ism a fiso n o m ía del intelectual burgués deses­
peradam ente excéntrico (e n estos p asajes; K ierkegaard se nos revela com o
un feuerbachian o inconsciente e inconsecuente, que caricaturiza sin sa­
b erlo a F e u e rb a ch ). E n un asiento de su D iario , correspondiente al año
1 8 4 8 , leem o s: " . . . D i o s es, evidentem ente, una persona, pero el que
quiera serlo o no fre n te al individuo depende de que a D io s le com plazca.
E s la gracia de D io s la que le lleva a ser una persona, en relación co n tig o ;
y si no haces h o n o r a su g ra cia , te castiga objetivánd ose ante ti. Y , en este '
sentido, puede afirm arse que el m undo (a pesar de todas las p ru e b a s)
no tien e un D io s p erson al.” 238
Y cuando, precisam ente en el ú ltim o períod o de su vida, en quq lucha
fran ca y abiertam ente por la restauración de la pureza d el cristianism o,
declara que en los tiem pos m odernos el cristianism o n o existe e n absoluto,
se m uestra plenam ente de acuerdo con esta p ro fu n d ísim a actitud suya
interio r, con este su solipsism o aristocrático: "Ja m á s he encontrado un
solo hom bre cuya vida, según la im presión recibida p o r m í de e lla (p res­
cindiend o de sus ’afirm aciones’, sobre las o ía le s hay qde pasar una tacha-
. d u ra ), pueda asegurar ni de le jo s q u e h ab ía m uerto para convertirse
en espíritu (co m o tam poco p o d ría asegurarlo de m í m is m o ). ¿Cóm o
explicarse, pues, que todos los Estados y países d el m undo enteros elijan
profesar el cristianism o y que haya entre nosotros, com o hom bres, tantos
m illones de Cristianos?” 239 Y tam poco las afirm aciones acerca del cris­
tianism o éri el pasado resistirían, seguram ente, a su .crítica, si se hubiera
decidido a aplicársela.
Los dós m ovim ientos revelan tendencias directam ente contrapuestas,
pero que se rem ontan, socialm ente, a las m ism as causas. L a orientación
religiosa del ateísm o en pensadores que adoptan, p o r lo dem ás, una
actitud progresiva es; ante todo, la vacilación y el tem or ante las últim as

237 Kierkegaárd, Die Tagebücher, t. il, p. 80.. 238 Ibíd., p. 392.


289 Kierkegaard, lVerke, ed. cit., t. X I, p. 121, Situándonos en el puntó de
vista de Kierkegaard, deberíamos preguntar: ¿de dónde Sabe, él que ninguno de los
hombres de su época es cristiano? Con arreglo* al incógnito absoluto que él mismo
estatuye, lo mismo podría decirse que lo son todos. No cabe duda de que su teoría
del conocimiento no suministra a Kierkegaard criterio alguno para resolver este
problema.
KIERKEGAARD 241

consecuencias d e su p ro p io p u nto de vista, p ero con la decadencia d e la


burguesía y d e la id eo lo g ía burguesa va degenerando cada vea m ás e n
un abandono d e to d o pu nto de vista crítico en lo s problem as que afectan
a la concepción d el m undo. E s el m ism o proceso seguido p o r e l agnosti­
cism o d e lo s naturalistas filo so fan tes, que fu e durante algún tiem po un
‘'m aterialism o vergonzante” ( E n g e ls ) , p ara trocarse cada vez m ás abier­
tam ente, al lle g a r e l p eríod o im perialista, en e l idealism o reaccionario
y la m itom anía. L a orientación ateísta d e la actitud religiosa es, p o r el
contrario, vista directam ente, un proceso espontáneo d e d isolu ción d e las
concepciones religiosas d el m undo. S in em bargo, la elástica táctica d efen ­
siva de la burguesía reaccionaria se las arregla p ara con v ertirla en un
nuevo m ed io de d efen sa, p o r cuanto que, co n ayuda d e esta d isolución,
es p o sible captar aquella crisis d e la intelectualidad burguesa, q u e d e otro
m odo acarrearía el abandono d e to d a relig ión , p ara en carrilarla hacia
la protección relig io sa d el orden existen te. E s así com o — en e l p eríod o
im perialista— van conflu yendo poco a poco las dos corrientes, haciéndose
.d ifícil, a veces, d istinguirlas la una d e la otra.
H em os hablad o d e una táctica d e la burgu esía reaccionaria. P ero la
exactitu d de esta afirm ación resultaría d eform ad a si quisiéram os im putar
esta táctica a un K ierkegaard . R epetim os que e l filó s o fo danés era, sub­
jetivam ente, un pensador honradam ente convencido, cuyas contradicciones
nacen d el hecho de que responden a corrientes sociales de cuya esencia
n o sabía é l absolutam ente náda o sólo ten ía una n oción muy defectuosa.
(Q u e n o carecía de toda conciencia acerca de su p o sición político-so cial
lo revela su cóncepción, ya conocid a de nosotros, acerca d e la relig ió n
com o una potehcia conserv ad o ra.) S e trata, en él, d e la expresión espon­
tánea del m odo d e sen tir de un sector intelectual burgués desarraigado
y ya parasitario. Y que no estam os ante un p roblem a puram ente personal
de K ierkegaard n i ante un p roblem a danés esp ecífico lo dem uestra, n o
sólo la repercusión internacional que este pensam iento habría de ad qu irir
m ás tarde, sino tam bién e l hecho de que versiones parecidas a lá suya
del ateísm o religioso nazcan e influyan por todas partes, sin la m en or
relación con él.
N o podem os aquí esbozar siquiera esta cuéstión. N o s rem itirem os sim ­
plem ente, de pasada, a D ostoyevski quien, en condiciones sociales con ­
cretas com pletam ente distintas y persiguiendo fin e s y em pleando m edios
totalm ente d iferentes, adopta a veces una posición muy parecida en cuanto
a la conflu en cia de relig ió n y ateísm o. N o cabe duda de que sería in te­
resante e instructivo- un estudio de las analogías y las divergencias exis­
tentes entre ambos autores. N o s lim itarem os a señalar que, en los "san to s”
de Dostoyevsky, el ateísm o se m anifiesta, cabalm ente, com o " la penúltim a
fase hacia la fe com pleta” . Es cierto que D ostoyevski, én m arcada con ­
traposición a K ierkegaard , intenta tam bién exp o ner esta fe com pleta y
242 FUNDAMENTACIÓN DEL «RACIONALISM O

acabada en su realización hum ana práctica. P ero siem pre, y e llo es lo


característico, de tal m odo que, si b ien ésta trata de significar, de una
parte, la ruptura del incógnito kierkeg%ardiano del hom bre en sus rela­
ciones con los demás, de otra parte expresa siem pre la ín tim a afinidad
de esta "b on d ad visionaria” co n el m ás pro fu n d o escepticism o con res­
pecto al hom bre, co n el desprecio n ih ilista ante éste .240
L a form a del ateísm o religioso con que nos encontram os en K ierkegaard
es, pues, m ás desarrollada que la que veíam os en Schopenhauer. Y la
contradictoriedad’ que encierra y a la que acabamos de referirnos podría
enriquecerse todavía exam inánd ola en uif nuevo aspecto: en sus relaciones
con la práctica. E l irracionalism o pesim ista de Schopenhauer culm ina
en una aversión totalm ente ascética p o r toda actuación práctica. K ie rk e ­
gaard , p o r el contrario, subraya decididam ente e l papel de la actividad,
de la acción, para la subjetividad existen te y hasta polem iza, no sin cierta
razón, contra lo que se encierra de fantástico en la pura contem plación
d el idealism o alem án, califican d o m uy certeram ente de fantasm ogórica,
la identidad schellingiana y hegeliana de su jeto -o bjeto .
Esta contraposición entre Schopenhauer y K ierkegaard es, asim ism o, una
consecuencia del desarrollo histórico, de la crisis cada vez m ás aguda
que se m an ifiesta en e l ser social de la clase burguesa. L o que en e l pe­
ríod o em pantanado de la R estauración era la fo rm a típ ica de la repulsa
reaccionaria ante toda intervención en la práctica social y, p o r tanto, la
focm a típ ica de la "n eu tralización ” reaccionaria de la intelectualidad
y lo q u e de nuevo se h ab ía convertido e n la fo rm a típ ica gen eral des­
pués de la derrota de la revolu ción de 1 8 4 8 , no p o d ía bastar y a -e n la
época de crisis de la década del cuarenta. V ista la cosa ‘ objetivam ente,
K ierkegaard lleva a cabo una "n eu tralización ” reaccionaria, un aparta­
m iento reaccionario de la práctica social, a l igual que Schopenhauer. P ero
ya no opone a la práctica social la fo rm a pura de la aversión contem pla­
tiva a la vida, sino- un obrar "p ro p io ” , "e x iste n cia l” , aunque cuidadosa­
m ente "d epurado” , com o hem os visto, de todos los criterios sociales y
qué sólo es, por tanto, en realidad, un obrar aparente y ficticio . U n obrar,
sin em bargo, dotado de los atributos "in te rio re s” del obrar y cuya des­
cripción conceptual contiene los más diversos actos aním icos del obrar
y, que parece ofrecernos, por ello, un trasunto engañoso del obrar mis-

240 De entre la copiosa bibliografía en torno al ateísmo religioso, traeremo:


aquí solamente una cita bastante significativa en apoyo de la generalidad de esta
tendencia. En su obra Dialecttque existentielle du d'tria et de l’humain, París,-
1947, p. 26, dice Berdiaeff: "L ’atheisme n'est qu'une des expériences dont se
compose la vie de l’homme, un moment dialectique de la connaissance de Dieu.
Le passage par le stade de l’atheisme peut signifier l’épuration de l’idée de Dieu,
la délivrance de fhomme du mauvais sociomorphisme.” La última expresión indica
que también este autor ve en la desocialización el principal ''mérito” del ateísmo
religioso.
K IE R K E G A A R D 243

m o, a pesar de que se h a procurado borrar de él todo lo que hace del


obrar un obrar real y verdadero.
E l m ism o K ierkegaard parece darse, vagam ente, cuenta, en determ ina­
dos m om entos autocríticos, de que este elem ento central de su obra no
pasa de ser, en el fo nd o , una caricatura del obrar. H e aquí lo que escribe
en su D ia rio ( 1 8 4 8 ) : "¿C a b e im aginarse nada más rid ícu lo que querer
em plear una m áquina-palanca para levantar una a g u ja .” 241 Fue, sin em ­
bargo, esta esencia aparente y deform ada — p o r virtud de la pura in terio ­
ridad— la que hizo que la filo s o fía kierkegaardiana llegara a adquirir
cierta influ encia en el períod o de crisis de la década del cuarenta y una
in flu en cia más extensa todavía y que aún perdura hasta hoy, en la gran
crisis del períod o interm edio entre las dos guerras m undiales im peria­
listas.
Y es que la m utilación de los criterios sociales de la práctica facilita
siem pre, de una parte, la decisión en fav or del orden existente, m ientras
que la apariencia de la práctica da, p o r otra p arte, una tónica reaccionaria
m ás activa y m ás decidida a la neutralización irracionalista de la in telec­
tualidad que la que se contenía en la contem plación schopenhaueriana.
Y esta tónica se acentúa todavía más en la in flu en cia im perialista p o sterior
de K ierkegaard , ya que el m oderno existencialism o — gracias a l m étodo
fe n o m en o lo g ía) de H usserl— dispone de m étodos más refinad os de los
que m anejaba en su día el pro pio K ierkegaard , para am putar los criterios
sociales concretos. Los sucesores m odernos de K ierkegaard borran de la
práctica .todo lo concreto, todo lo realm ente histórico y social, aunque
procurando conservar un esqueleto d eform ado de lo uno y lo o tro b ajo
la fo rm a de una pretendida objetividad ontológica. (P ién sese en el "u n o ”
de H e id e g g er.) Por tanto, la práctica existencialista no contrapone ya,
com o hacía K ierkegaard , la vacua, ociosa y antiética actividad de la " h is ­
toria universal” al puro preocuparse in terio r p o r la salvación d e la propia
alm a, sino que trata de dar a entender, falsam ente, que es en la "v erd a­
dera” realidad, ontológicam ente depurada, en la "situ a ció n ", donde el
hom bre puede .elegir librem ente, llevar a cabo sus "p royectos” (S a r t r e ).
La am putación existencialista de los contenidos, de las tendencias del des­
arrollo, etc., que los criterios sociales llevan consigo ha perm itido, por
e jem p lo , que, puesto ante la "lib e rta d de eleg ir” , H eid eg g er optase
por H itle r.
E sta concepción de la aparente actividad constituye el paso decisivo que
K ierkegaard da por encim a de Schopenhauer, en la historia del irracio­
nalism o. N ietzsche se encargaría luego de dar un paso m ás en esta direc­
ción, hacia una reacción todavía m ás resuelta, m ás m ilitan te. Sin em bargo,
los contrastes que aquí se m an ifiestan no deben llevarnos a perde

241 Kierkegaard, Die Tagebticher, t. II, p. 383.


244 FUNDAMENTACIÓN DEL IRRACIONALISMO

vista la íntim a afin id ad existen te entre Schopenhauer y K ierkegaard , sobre


todo en los problem as de la ética. C uando, en la década d el cincuenta,
leyó a Schopenhauer, el p ensador danés acogió su filo s o fía co n gran
calor. Pero, com o pensador sagaz, no taíd ó en atisbar e l pu nto m ás d ébil,
la fa lla fundam ental de la ética schopenhaueriana, diciendo "q u e es
siem pre precario predicar una 'ética que no ejerce ningún poder sobre
el m a e stro . . . ” .242* E n otro pasaje, com enta desabridam ente com o una
"ch áchara p ro feso ral’’ la pretensión de Schopenhauer de haber sido é l " e l
prim ero en conceder un sitio al ascetism o en el sistem a” .248 Y , partiendo
de aquí, investiga la posición de Schopenhauer con respecto a la filo so fía
universitaria, p o r la que am bos sentían igual desprecio: "P e ro , ¿qué es lo
que distingue a Schopenhauer del p ro feso r? S ó lo u n a cosa, en rig o r:
el ser un hom bre rico .” Para lleg ar a la conclusión — en sentido socrático,
lo que quiere decir m ucho para K ierkegaard , quien entiende p o r ello la
form a no cristiana de la "e x iste n cia”— de que Schopenhauer no se halla
totalm ente lib re de ser un m ero sofista.
A h ora bien, ¿cóm o sale parado el propio K ierkegaard de esta prueba*
en la que, com o vem os, no queda Schopenhauer muy airoso? T ie n e que
reconocer, ante todo, que tam bién en él es facto r decisivo, ni m ás ni
m enos que en Schopenhauer, el sign ificad o "e x iste n cia l” d e la ind ep en­
dencia m aterial. Y es lo suficientem ente honrado para confesarlo abierta-
m ente, p o r lo m enos en su D ia r io : " S i m e h e hecho escritor, ello se
debe, principalm ente, a m i m elan colía y a m i d in ero .” 244 Y , en ofcnj
p a sa je : "P e ro , aun cuando considero m i existen cia com o escritor to tal­
m ente al m argen del resto de m i vida, siem pre quedaría en p ie el in con ­
veniente de h aber sido favorecid o por la suerte, al poder vivir con
independencia. A sí lo reconozco sin reservas, y en este sentido m e siento
muy pequeño, al com pararm e con tantos hom bres que han sabido conquis­
tarse una verdadera existencia espiritual en m edio de la pobreza m ate­
ria l.” 245* E n este punto, K ierkegaard nada tien e, pues, que echarle en cara
a Schopenhauer: la filo s o fía d e am bos culm ina en una existencia pura­
m en te interio r "in d ep en d ien te” fre n te a los afanes del m undo social co ti­
diano, que les p e rm itía m irar de arriba ab ajo , con desprecio, a los
artesanos de la filo s o fía ( a los profesores y, p rincipalm ente a H e g e l),
desde una platafo rm a de independencia que no se basaba, según se ve,

242 Ibid., pp. 345 s. 248 lbid ., pp. 368 s. 244 Ibíd., t. I, p. 373.
245 lbid., p. 384. Podríamos multiplicar cuanto quisiéramos las citas de pasa­
jes de este tenor. Remitimos a los lectores que se interesen especialmente por esté
i aspecto biográfico de Kierkgaard a su conversación con Emil Boesen, sostenida
poco antes de morir el pensador danés, Tagebücher, t. II, p. 407, así como a los
recuerdos de su sobrina Henriette Lund, ibid., p. 413. Lo que a nosotros nos inte-
resan, aquí, no son los detalles biográficos, sino simplemente poner de relieve el
enlace entre una ética "sublime” y metasocial y la base financiera sobre que gene-
raímente descansa.
KIERKEGAARD 245

precisam ente en la sublim idad de su ética, sino concretam ente en el des­


ahogo fin an ciero de los dos pensadores. T ie n e su interés histórico señalar
esto, p o rqu e la lín ea ascendente de la filo s o fía burguesa p ro d u jo pensa­
dores que supieron llev ar a cabo en una vida llen a de sacrificios esta
actitud ante el " o fic io ” — ciertam ente que no p artiend o de prem isas
irracionalistam ente reaccionarias y p ara lle g ar a conclusiones del m ism o ca­
rácter: baste citar los nom bres de Spinoza, de D id e ro t y Lessing.
P ero, más im portante aún es que tam bién con respecto a la realización
"e x iste n cial” de su ética se acerca m ucho K ierkegaard a la solución scho-
penhaueriana, aunque b a jo una form a m ás em bozada y m enos cínica.
Recordem os una vez m ás, a este propósito, el p asaje en que K ierkegaard
niega a sus contem poráneos el derecho a llam arse cristianos y en el que
figu ra, entre paréntesis, esta fra se : "C o m o tam poco p o d ría asegurarlo
dé m í m ism o.” E n las reflexio n es con que pone fin a este libro, leem os:
"P e ro si, p o r e l contrario, np hay en nuestro tiem po nadie que se a tre w
a asur. ir la m isión y el carácter de reform ador, deberá seguir existiendo y
m anteniéndose en vigor lo existente, siem pre y cuando que nos atenga­
m os a la coxfesió n , conform e a la verdad, de que eso no es, cristianam ente
considerado, más que una tenue aproxim ación al cristianism o.” 214
¿Q ué sig n ifica esto, expresado en otras palabras, sino la actitud de
Schopenhauer ante el ascetism o, en la teo ría y en la p ráctica? S i en las
palabras en que K ierkegaard com enta esta p o sición de Schopenhauer,
se sustituye la palabra ascetism o p o r la palabra cristianism o, e llo no sig*-
n ifica sim plem ente una autocrítica inconsciente, y p o r tan to m ás dem o­
ledora, d e K ierkegaard , sin o que nos o frece con e llo un argum ento m ás
en apoyo de la tesis de que el quid d e su filo s o fía n o reside tanto en una
renovación del cristianism o com o en una nueva m odalidad d el ateísm o
religioso irraciqnalista. H e aquí lo que dice K ierk eg aard : " E l hecho de
q u e el ascetism o encuentre acogida y sitio en su sistem a, ¿no es u n signo
indirecto de que ya su época h a p asad o? H u bo un tiem po en que se era
asceta en el carácter. V in o luego otro en que se relegó al pasado todo
lo referen te al ascetism o. Y he aquí que adviene uno que se ja cta de
ser el prim ero que le ha asignado un lugar en el sistem a. Pero, précisa-
r.íente esto, el ocuparse del ascetism o de este m odo, dem uestra que no
existe p ara él, en el verdadero s e n t id o .. . M u y le jo s de ser propiam ente
un pesim ista, Schopenhauer representa en grad o sum o lo interesante;
hace interesante en cierto m odo el ascetism o, lo m ás peligroso que pueda
haber para una época ávida de goces, a la que puede dañar m ás que nada
e l d estilar goce incluso del ascetism o, es decir, e l considerar el ascetism o
sin carácter alguno, asignándole un sitio en el sistem a.” 247

240 Kierkegaard, Werke, t. XI, p. 188.


247 Kierkegaard, Die Tagebücher, t. II, pp. 368 s.
246 F U N D A M E N T A C IÓ N ' D E L IR R A C IO N A L IS M O

E sta crítica inconsciente es tanto más certera cuanto que K ierkegaard


hace aquí, en p rim er Jugar -— tam bién sin proponérselo— la confesión
de que el cristianism o pertenece ya al pasado y de que la prueba de ello
está precisam ente en el tratam iento dialéctico cualitativo, en el lugar que
la relig ió n ocupa en los "estad io s” (su sitio en el s is te m a ); y, sobre todo,
porque, com o acabam os de p o n er de m anifiesto , el carácter puram ente
ético, práctico-subjetivo, de la religión es una ilusión de K ierkegaard ,
ya que él — al igual que H e g el o Schopenhauer— sólo ha creado un
sistema. Y , en segundo lugar y muy principalm ente, K ierkegaard señala
aquí con gran energía cuán frív o lo e inadecuado es, en problem as d ecid i­
dam ente éticos, el em peño de Schopenhauer p o r "h acer interesante” la
ética y hasta qué punto este pensador sale aquí al paso de las tendencias
ávidas de goces de un m undo decadente entregado a esta avidez. Pues
bien, exactam ente lo m ism o le ocurre a K ierkegaard . Y no p o r casuali­
dad: postulados com o los del ascetism o budista o los del cristianism o
"p arad ó g ico ” serían — si se los tom ara al p ie de la letra— , en el p erío ­
do del capitalism o y, más aún, en e l del im perialism o, absurdos ana*
crónicos, y sus sostenedores puros excéntricos, que no interesarían a
nadie.
Si un Schopenhauer y un K ierkegaard pudieron ad qu irir resonancia
m undial, la razón de ello hay que buscarla precisam ente en la m odalidad
esencial d e sus sistem as, que acabam os d e analizar a q u í; es propio de la
naturaleza m ism a del capitalism o el que to d a ética burguesa tenga, nece­
sariam ente, un carácter contrad ictorio. A i burgués usual y corriente le son
aplicables estas palabras de M a r x : " E l burgués adopta ante las instituciones
de su régim en la m ism a actitud q u e el ju d ío ante la L ey; las v io la
cuantas veces puede, com o é ste la Ley, p ero quiere que todos lo s dem ás
las acaten.” 248
E s la m ism a situación de hecho que se re fle ja , aunque de un m odo
más com plicado, en la intelectualidad burguesa. E n la época del auge de
la clase, d e las ilusiones, ju stificad as p o r la historia universal, acerca d el
ser de la propia clase, surgieron intentos encam inados a resolver discur­
sivam ente las contradicciones sobre la base d e la m isión histórico-social
de la burguesía. L a relación en tre e l burgués y el ciudadano es uno de los
problem as m ás im portantes de este co m p lejo , un intento honrado de captar
en conceptos las contradicciones o b jetiv as del ser burgués.
C on la agudización cada vez m ayor de las contradicciones del capita­
lism o, al cesar la lucha en to rn o a la to tal liquid ación de las supervi­
vencias del feudalism o* al erigirse el fre n te defensivo de la burguesía
contra el proletariado com o ú n ico y exclusivo terreno de su lucha seria,
tam bién la ética entra, naturalm ente, en el períod o de la apologética. Su

248 Marx-Engels, Die deutsche Ideologie, Berlín, 1953, p. 182.


K IE R K E G A A R D 247

fo rm a vulgar sanciona d irectam ente todas las hipocresías que esta te n ­


dencia de desarrollo de la sociedad engendra en el burgués m edio. Las
form as indirectas obtienen la sanción m oral de la sociedad burguesa
por m ed io de rodeos más com plicados. La apologética indirecta tiende,
de un m odo gen eral, a rechazar tam bién de ese m odo la realidad en su
co n ju n to ( l a sociedad en su c o n ju n to ), a negar que la consecuencia
últim a de esta negación conduzca a la afirm ación d el capitalism o o , por
lo m enos, a su benevolente tolerancia. E n el terreno de la m oral, la
apologética indirecta difam a, sobre todo, la actuación social en su con­
ju n to y, muy especialm ente, toda tend encia encam inada a tran sform ar la
sociedad. Y consigue lo que se p ro pone m ediante el aislam iento del in d i­
viduo y la proclam ación de ideales éticos tan altos, que ante su sublim idad
parece palidecer y esfum arse en la nada la m ezquindad de todas las
aspiraciones sociales.
A h ora bien, para que esta clase de ética llegue a ad quirir una in flu e n ­
cia real, extensa y profunda, no basta con que proclam e ese ideal sublim e,
sino que es necesario, además, que dispense a los hom bres del d eber de
abrazarlo (recu rriend o tam bién, para ello , a la ayuda de argum entos
éticos su b lim e s). Pues, de otro m odo, la realización de aquel ideal podría
colocar al individuo burgués decadente ante u n a m isió n que se le anto­
ja ra , personalm ente, tan d ifíc il com o la m ism a actuación social. Y esto
con v ertiría en problem ática la in flu e n cia de la fu n ció n desviadora d e la
apo logética indirecta. E l burgués decadente, y sobre to d o el intelectual
decadente, necesita que se le p red ique una elevación aristocrática m oral
q u e n o le obligu e a nada y quiere, adem ás — al tiem po que d isfruta, de
hecho, de todos los privilegios d el ser burgués— , pára realzar este goce,
experim entar el sentim iento halagado r de la excepción y hasta d e la
rebeld ía, de la excepción " n o co n fo rm ista” . R eproduce co n e llo , en la e sfe ­
ra de la "p u ra espiritualidad” , e l egoísm o del burgués ord in ario que
sólo se p r e o c u p a r e sí m ism o y siente, al m ism o tiem po, e l g o ce esp iri­
tual de estar in fin itam en te p o r encim a de éste, de hallarse e n radical op o­
sición con la m o ral ordinaria de la burguesía.
S ó lo así, p o r m edio de este d o b le postular y superar, puede la ap o lo­
gética indirecta cu m plir plen am en te, en el terreno de la m oral, la fu n ció n
social que tien e asignad a: crear un com plicado sistem a de m odos d e com ­
portarse, sustraído a las necesidades de la práctica d iaria y acom odado a
las exigencias y necesidades espirituales de la intelectualidad, pero cuya
m édula interio r m ás p ro fú n d a — b a jo una fo rm a celestificad a, in flad a
y d eform ada— sigue siendo aquella fo rm a fu n d am en tar del ser social
burgués y de su correspondiente ética, cuya d efin ició n acabam os de escu­
ch ar de labios de M arx.
L a apologética indirecta, en el cam po de la m oral, tien e com o m isión
llevar de nuevo a los carriles d el desarrollo reaccionario d e la burguesía
248 F U N D A M E N T A C IÓ N D E L » R A C IO N A L IS M O

a la intelectualidad en parte rebelde, satisfaciendo todas sus pretensiones


intelectuales y éticas con respecto a su com odidad en este mundo.
E n la invención de tales m étodos, rom pieron la m archa y abrieron el
cam ino Schopenhauer y K ierkegaard . Sus epígonos (e n tre los que no se
cuenta, naturalm ente, N ietzsche, que fu e, com o verem os en seguida, un p ro ­
p u lsor eñ el cam ino hacia la reacción m ilita n te ) n o inventaron ya, esen­
cialm ente, nada nu evo; n o h iciero n m ás que adaptar estos m étodos a las
necesidades cada vez m ás reaccionarias de la burguesía im perialista, des­
p o ján d o se más y m ás abiertam ente de aquellos restos d e esp íritu conse­
cu ente y d e buena fe que, en parte, todav ía conservaban /Un Schopexhauer
y u n K ierkegaard , p ara convertirse en puros y sim ples ; apologistas de la
decadencia burguesa sans phrase.
C A P Í T U L O III

Nietzsche, fundador d el irracionalism'o d el período


imperialista

Cabe decir, en gen eral, que el desenlace de la revolución de \1843 deter-


fciinó el p erío d o de decadencia d e la id eo lo g ía burguesa. E s cierto que
quedan aún — sobre to d o en la literatu ra y en el arte— ciertos represen­
tantes rezagados de la época de ascenso, cuya obra n o puede atribuirse,
en m odo alguno, a esta fase. (Señ alam o s, a t o d o de ejeoipl® , sim ple-
F.tente los so m b res d e D ick en s y G o ttfrie d K e lle r, y lo s de C o u rb e t y
D au n sier.) A dem ás, el p erío d o com psendido en tre 1 8 4 8 y 187*3 aparece
lle n o de im portantes fig u ras de tran sición, cuya obra, a co q u e revele ya
signos de declive, no p ertenece todavía, en m odo alguno, si nos fija m o s
jen su contenid o m e d ita r, al p erío d o de la decadencia (.Flaubert y B au -
d elaire, p o r ejem .p k j).
E n e l cam po de las ciencias teóricas, p rincipalm ente d e la econom ía
y la filo so fía , la decadencia se inicia, ciertam ente, ya des»'e m uc'co antes;
desde la disolución, de la escuela ricardiana (■en la década del v e in te )
jp desde la d esintegración del h egelianism o (e n la década del tr e in ta ), la
econom ía y la filo so fía burguesas no producen ya nada o rig in al y pro-
jpulsor. A m bos cam po s.pasan a ser dom inados enteram ente por la a p o lo ­
gética del capitalism o. A lg o sem ejante acontece en el terreno de las
p e n d a s históricas. Y el hecho de que las ciencias naturales acusen tam bién
en este período de que hablam os gigantescos progresos — pues la gran
'obra de D arw in vio la luz entre los aTos 4 8 y 7-3— no hace cam biar para
nada el cuadro de la situación. D escu brim ientos progresivos se realizan,
en este cam po, hasta nuestros días. P ero ello no im pide que se produzca
juna cierta degeneración de la m etod o logía gen eral, un proceso de. cre­
cien te reaccionarism o en la filo s o fía burguesa de las Ciencias naturales,
q u e vaya en constante aum ento al em peño con que los resultados de las
ciencias naturales se em pleen en propagar las concepciones reaccionarias.
j(Y, al decir esto, d ejam os a un 'lado la trayectoria ideológica seguida en
R usia, donde la revolución dé 1 9 0 5 corresponde a la de 18'48 en el O cci­
d en te, hasta llegar, doce años m ás tarde, a la victoria de la revolución
■socialista.)
249
250 N IE T Z S C H E , F U N D A D O R D E L » R A C IO N A L IS M O

Solam ente dentro del contexto de todos estos hechos tenem os derecho
a afirm ar — sin d eform ar las verdaderas proporciones— que tam bién los
años de 1 8 7 0 -7 1 m arcan un p u nto de v jra je en la trayectoria ideológica.
E n prim er lugar, porque e n ellos se encierra la historia de los orígenes
de los grandes Estados nacionales del centro de Europa, con lo que se
realizan m uchos de los o b jetiv o s m ás im portantes de las revoluciones bu r­
guesas; en todo caso, fin aliza con e llo el p eríod o de estas revoluciones
en la Europa occidental y central. Y si en A lem ania y e n Ita lia (y no
digam os en A ustria y en H u n g ría ) quedan todavía aspectos muy esen­
ciales de la verdadera tran sform ación revolucionario-burguesa por realizar
y siguen en pie m uchísim as supervivencias absolutistas-feudales, ya sólo es
posible pensar en su liquidación cuando llegue el m om ento de la revolu­
ción acaudillada p o r el proletariado.
La revolución proletaria, p o r su parte, m uestra ya en estos años su
clara fisonom ía, con la C om una de P arís. Los com bates de Ju n io fueron
el punto crítico de la revolución de 1 8 4 8 , y no sólo en Francia, sino, en
todo el panoram a europeo: su explosión vino a consolidar la alianza de la
burguesía con las clases reaccionarias y su derrota selló la suerte de toda
revolución dem ocrática durante estos años. La ilu sión de que estas victorias
de la burguesía habían restablecido d efinitivam ente el "o rd e n " , no tard ó en
derrum barse. T ras una breve pausa — breve, desde el punto de vista
histórico— , se reanim aron los m ovim ientos de masas de 'la clase obrera;
en 1 8 6 4 se fu nd aba la P rim era Internacional y en 1 8 7 1_ lograba el p ro le­
tariado tom ar el Pod er, aunque sólo por un períod o relativam ente corto
y en una capital solam en te: surgía la Com una de P arís, la prim era
dictadura del proletariado.
Las consecuencias ideológicas de estos acontecim ientos tien en un a l­
cance enorm e. Los tiros polém icos de la ciencia y la filo so fía burguesas
se d irigen más claram ente cada vez contra el nuevo adversario, contra el
socialism o. M ientras, que, en el períod o de su ascenso, la ideología bur­
guesa había luchado contra el sistem a feudal-absolutista y las discrepancias
en cuanto a su orientación respondían al d iferen te m odo de concebir este
antagonism o, el enem igo principal es, ahora, la concepción del m undo
del proletariado. Y esto hace cam biar el o b je to y la fo rm a de expresión de
toda filo s o fía reaccionaria. E n el períod o de la lín ea ascerisiónal de la bu r­
guesía, la filo s o fía reaccionaria d efen d ía el absolutism o feud al y, m ás tarde,
las supervivencias feudales, la R estauración. L a posición esp ecífica de
Schopenhauer se basa, com o hem os visto, en haber, sido el prim ero que
reclam ó una concepción del m undo m anifiestam ente reaccionario-burgue­
sa. P ero sigue pisando, a pesar de todo, e l m ism o terreno que el reaccio­
nario feudal Sch ellin g, en cuánto que am bos consideran com o el adversario
fu ndam ental las tendencias progresivas de la filo s o fía burguesa: el m a­
terialism o y el m étodo dialéctico.
N IE T Z S C H E , FU N D A D O R D E L IR R A C IO N A L IS M O 251

C o n los com bates de Ju n io y, especialm ente, con la Com una de P arís,


cam bia de un m odo radical la tend encia de la p olém ica reaccionaria:
de una parte, ya no existe una filo s o fía burguesa pro gresiva a la que
co m batir; en la m edida en que aún se producen disputas ideológicas
de este tip o — y estas disputas siguen ocupando un lu g ar im p ortante en la
su p erficie— , se trata, ante todo, d e discrepancias tácticas de op inión
acerca del m odo más eficaz de tener a raya al socialism o, de d iferencias
en tre los diversos sectores d e la burguesía reaccionaria. Y , de otra parte,
el adversario p rincip al ha aparecido ya tam bién en la palestra teórica.
Pese a todos los esfuerzos de la cien cia burguesa, cada vez es m enos
po sible m atar al m arxism o p o r el sile n cio ; los ideólogos m ás descollantes
del cam po de la burguesía se dan cuenta cada vez más claram ente de que
es aquí donde se alza su lín ea decisiva de d efensa, en la que deben
concentrar sus fuerzas m ás poderosas. S in em bargo, el carácter defensivo
de la filo s o fía burguesa que e llo llev a aparejad o se m an ifiesta todavía de
-un m odo lento y contrad ictorio. Sig u e dom inando durante largo tiem po la
táctica de ahogar al enem igo en el silen cio ; d e vez en cuando, surgen
intentos encam inados a sacar del m aterialism o h istórico lo que hay en él
de "ap ro v ech ab le” , para incorp o rarlo, con las obligad as deform aciones,
a la id eología burguesa; esta tend encia sólo cobra u n a fiso n o m ía clara y
decidida después de la prim era G u erra M u n d ial im perialista, después del
triu n fo de la G ra n R evolución Socialista d e O ctu b re en R usia. Pero,
el carácter defensivo a que nos referim os se m an ifiesta ya desde el prim er
m om ento en el hecho de que la filo s o fía burguesa se vea em pu jad a a p ro ­
blem as y a debates m etodológicos q u e n o nacen de sus propias necesidades,
sino que les vienen im puestos p o r la existen cia del adversario. Y . l a s
soluciones responden, com o no puede ser por m enos, a los intereses de
clase d e la burguesía en cada m om ento.
C laro está que N ietzsch e nos sitúa solam ente en la fase in icial d e esta
trayectoria. P ero ya en esta fase podem os apreciar algunos cam bios im ­
portantes. E llo se expresa, sobre todo, en el hecho de que los irracionalistas
anteriores, 'tales com o S ch ellin g y K ierk eg aard , en su lucha co n tra la
d ialéctica idealista de H eg el, estaban a veces en cond iciones de señ alar
algunos de sus d efectos reales. Y , aunque de esta crítica, en ocasiones
certera, sacasen siem pre conclusiones que apuntaban hacia atrás, la sig ­
n ifica ció n de sus observaciones críticas, en lo q u e ellas tien en d e acertadas,
se m antiene en p ie en la h istoria d e la filo s o fía , pdro la cosa cam bia
radicalm ente tan p ro n to com o el adversario al que se trata de com batir
pasa a ser e l m aterialism o d ialéctico e h istórico. A p a rtir de este m o ­
m ento, la filo s o fía burguesa no se h a lla ya en cond iciones de e je rce r una
verdadera crítica, n i siquiera de com prender certeram ente e l o b je to de su
p o lém ica; sólo puede hacer una de dos cosas: o p o lem izar — al p rin cip io
abiertam ente, y después de un m odo cada vez m ás encubierto— cop tra
252 NIETZSCHE, FUNDADOR DEL IRRACIONAL1SMO

la dialéctica y el m aterialism o en general, o intentar op oner — dem agó­


gicam ente— una seudodialéctica a la dialéctica real y verdadera.
A esto hay que añadir que, al cesar las grandes luchas de tendencias
*en torno a p rincipios ■en el seno de la burguesía, va decayendo y cesa
tam bién el conocim iento de la m ateria p o r parte de los filó so fo s burgue­
ses. Schellin g, K ierkegaard o T ren d elen bu rg conocían todavía a l d edillo
la filo s o fía hegeliana. Schopenhauer, en cam bio, tam bién en esto un p re ­
cursor de la decadencia burguesa, critica a H eg el sin conocerlo siquiera
de un m odo superficial. T o d o parece lícito fren te al enem igo de clase;
toda m oral cien tífica cesa, al llegar aquí. H asta investigadores que en
otros cam pos se com portan concienzudam ente y no se atreven a :oan i-
festarse sino después de haberse asim ilado a fo n d o la m ateria, se p er­
m iten en este punto las más ligeras afirm aciones, que tem an de otras
m anifestaciones de op inión igualm ente infundadas, sin que se les ocúrra
siquiera ir a beber a las verdaderas fuentes, p o r lo m enos cuando se trata
de com probar los hechos. Y ésta es otra de las razones de que la lucha
ideológica contra el m arxism o se h alle a un nivel incom parablem ente más
b a jo que en su d ía la crítica reaccionario-irracioxalista contra la dialéctica
hegeliana.
E n estas circunstancias, ¿con qué derecho podem os afirm ar que toda
la obra de N ietzsche es una polém ica constante contra el prarxism o, co n ­
tra el socialism o, cuando es claro y evidente que no lle g ó a leer nunca una
sola lin ea de M a rx o de E n g els? N o s creem os, sin ém bargo, autorizados
a hacer aquella afirm ación, p o r la sen cilla razón de que toda filo s o fía
está determ inada, en cuanto a su con ten id a y a su m étodo, p o r las luchas
de clases de su tiem po. Y , aunque los filó so fo s — lo m isixo que los sabios
y los artistas y otros ideólogos— ignoren en in a y o r o m enor m edida esta
circunstancia y no tengan, a veces, la m enor conciencia de ella, este cri­
terio determ inante de su actitud entre los llam ados "p roblem as fin ales” ,
se im pone, a pesar de todo. L o que E ngels dice de los ju ristas es ap licable
i en grado todavía mayor a la filo s o fía : " E l r e fle jo de las condiciones eco­
nóm icas en form a de principios ju ríd ic o s . . . se opera sin que los sujetos
agentes tengan conciencia de e llo ; el ju rista cree m an ejar norm as aprio-
rísticas, sin darse cuenta de que estas norm as e o so » más que sim ples
re fle jo s e c o n ó m ic o s .. . D e aquí que toda id eología se enlace consciente­
m ente a 'un determ inado m aterial de pensam ientos, que no le h a sido
trasm itido p o r sus predecesores.” 1 L o que no im pide, ni m ucho m enos,
que la selección de estas tradiciones, la actitud adoptada ante ellas, el
m étodo de su elaboración, las consecuencias extraídas de su crítica, etc.,
vengan determ inadas, en últim a instancia, p o r las condiciones económ icas

1 Carta de Engels a Conrad Schmidt, 27-X-189®. Marx-Engels, Ausgewáhñe


Briefe, Berlín, 195}, pp. 508 ss. [Marx-Engels, Obras escogidaj[, trad. esp., ed. cit.,
t. II, pp. 464 ss.]
NIETZSCHE, FUNDADOR DEL »RACIONALISM O 253

y p o r las luchas de clases que surgen sobre esta base. L os filó so fo s saben
instintivar.cente lo que tien en que d efen d er y dónde está el enem igo.
S e percatan instintivam en te de las tendencias "p elig ro sa s” de su tiem po, e
intentan darles la batalla en el terreno de la filo sofía^ , .
E n los capítulos anteriores, hem os descubierto esta actitud d efensiva
de la reacción m oderna contra el progreso de la filo s o fía , contra el m é­
todo dialéctico, y de este tip o de reacciones precisam ente hem os derivado
la esencia y la m etod o logía del irracionalism o m oderno. Y asim ism o h e­
mos intentad o esbozar, en nuestras consid eraciones anteriores, p o r qué
razones sociales cam bió rad icalm ente la fiso n o m ía del enem igo y cóm o
se m an ifiesta filo só ficam e n te este cam bio.
A h ora bien, al exam inar. la época en que se desarrolla la actividad de \
N ietzsche, se ve claram ente la im presión tan p ro fu n d a que producen '
en él la Com una de París, el d esarrollo de los partid os socialistas de
masas, prin cip alm en te en A lem ania, y los m odos y el é xito de la. lucha
de la burgu esía en contra de ellos. E n los d etalles de esto y en su docu­
m entación a la luz de las obras y d e la vid a d e N ietzsch e, entrarem os
más adelante. A q u í sólo se trata de p o n er de m an ifiesto , p o r el m om ento,
la posibilid ad g en eral de que tam bién para é l, com o p ara otros filó ­
sofo s d e esta m ism a época, se con v irtiera e l socialism o, com o m ovim iento
y com o concepción d el m undo, en el enem igo p rin cip al y d e q u e sólo
p artiend o de este sesgo d el fre n te social y d e sus consecuencias filo s ó ­
ficas resulta p o sible exp o ner en su verdadero en tro n qu e la concepción
niezscheana del m undo.
L a p o sició n especial que N ietzsch e ocupa en esta trayecto ria d el irra­
cionalism o m oderno se debe, en parte, a la situación h istó rica existen te
en la época en que actuó y, en parte, a sus extraord in arias dotes perso­
nales. E n cuanto a l p rim e r facto r, ya hem os alud id o b rev em ente a los
m ás im portantes acontecim ientos sociales producidos durante este p eríod o.
A ñádase a esto — com o hecho esp ecial con que las circunstancias favorecen
su desarrollo— que las actividades de N ietzsch e fin alizan p recisam ente en
vísperas d el p eríod o im perialista. E s d ecir que m ientras, p o r u n lado,
en la época bism arckiana, vive todas las perspectivas d e las luchas fu turas c
y es contem poráneo de la fu n d ació n d el Im p erio y de las esperanzas y los i
desengaños q u e trae consigo, de la caíd a de B ism arck y de la inauguración
del im perialism o abiertam ente agresivo p o r G u ille rm o I I , le toca tam bién
vivir los tiem pos de la C om una de P arís, del nacim iento d el gran partid o
de .'masas del proletariad o, de la ley contra los socialistas y de la heroica
lucha q u e los obreros libran en con tra de e lla ; pero, al m ism o tiem pq,
y por o tra parte, no lleg a ya a alcanzar, personalm ente, el p erío d o im p e­
rialista. T o d o lo cual le brin d a la fav o rab le ocasión de p oder abord ar y
resolver b a jo una fo rm a m ítica — en e l sentid o de la burgu esía reacciona­
ria— los problem as fund am entales de la época siguiente. Y esta form a
254 NIETZSCHE, FUNDADOR DEL IRRACIONALISMO

m ítica no sólo auspicia la influ encia adquirida por N ietzsche por ser la
form a de expresión filo só fica que va im poniéndose con fuerza cada vez
mayor en el período im perialista, sino, además, porque perm ite a aquél
plantear los problem as culturales, étiío s, etc., del im perialism o de un
m odo tan general, que puede m antenerse constantem ente com o el filó so fo
guía de la burguesía reaccionaria, a pesar de todas las vacilaciones de la
situación y, a tono con ellas, de la táctica de la reacción burguesa. Lo era
ya antes de Ja prim era G u erra M undial im perialista, y lo siguió siendo
tam bién después de la segunda.
Pero esta in flu en cia tan sostenida, cuya posibilidad ob jetiv a acabam os
de esbozar, jam ás habría llegado a convertirse en realidad, de no haber
contribuido a ello los rasgos específicos del talen to nada desdeñable de
N ietzsche. N o cabe duda de que éste poseía un sentido muy sutil para
anticiparse a los acontecim ientos, una sensibilidad especial, en el cam po
de la problem ática, para p ercibir aquello que Ja intelectualidad parasi­
taria necesitaba en el períod o im perialista, lo que la agitaba e inquietaba,
el tipo de soluciones que más podían satisfacerla. E llo le perm itió abarcar
cam pos muy am plios de la cultura, ilum inar sus problem as candentes con
ingeniosos aforism os, satisfacer los instintos de descontento, y a veces
hasta de rebeldía, de estos círculos intelectuales parasitarios con gestos
aparentem ente hiperrevolucionarios y fascinadores, a la par que daba a
todos estos problemas, o por lo menos Ja sugería, una solución atenta
a todos los m atices y sutilezas del contenido robusto-reaccionario de clase
de la burguesía im perialista.
Este carácter de clase responde desde tres puntos de vista al ser social
y, por tanto, al m undo de los pensam ientos y los sentim ientos de este
sector. En p rim er lugar, la vacilación entre el más fin o sentido del m atiz,
la escogida supersensibilidad y los arranques súbitos y, no pocas veces,
histéricos de la brutalidad, es el signo característico esencial de toda
decadencia. Y , en estrecha relación con esto, se halla, en segundo lugar,
un profun do descontento con la cultura del presénte, ese "desasosiego de
la cultura” de que habla Freud, la rebeldía en contra de ella, pero una
rebeldía en que el "reb eld e ” no quiere en m odo alguno que se toque
a los propios privilegios parasitarios ni a su base social, y acoge, por
tanto, con entusiasm o el que el carácter revolucionario de este descontento
reciba una sanción filo só fica, aunque convirtiéndose al m ism o tiem po,
en cuanto a su contenido social, en una defensa contra la dem ocracia y el
socialism o. Finalm ente, y en tercer lugar, es cabalm ente en la época
de la influ encia de N ietzsche cuando el declive de la clase, la decadencia,
alcanza un grado tal, que tam bién su valoración subjetiva dentro de la
clase burguesa su fre un cam bio im portante: m ientras que, durante largo
tiem po, sólo los críticos de la oposición progresiva descubren y fustigan
los síntom as de la decadencia y la gran m ayoría de los intelectuales bu r­
NIETZSCHE, FUNDADOR DEL IRRACIONALISMO 255

gueses se aferra a la ilusión de seguir viviendo en el "m e jo r de los


m undos” y d efiend e la ilusoria "recied u m bre” de su ideología, su carácter ,
progresivo, la visión de la decadencia, la conciencia del decadentism o,
va convirtiéndose, ahora, cada vez m ás, en el centro del conocim iento
que de sí m ism a tiene esta intelectualidad. Y este cam bio se m anifiesta,
ante todo, en un relativism o, un pesim ism o, un nihilism o, etc., que parece
com placerse consigo m ism o, en que se re fle ja su propia m entalidad, que
ju eg a ligeram ente con las cosas, pero que, no pocas veces — en los in te­
lectuales honrados— , se trueca en un sincero estado de desesperación
y, com o consecuencia de ello, en una tónica de rebeld ía (m esianism o,
e tcé te ra ).
Pues bien, N ietzsche, com o p sicólo go de la cultura, estético y m ora­
lista, es tal vez el más ingenioso y m u ltifacético exponente de este estado
de esp íritu consciente de sí m ism o, de la decadencia. P ero su sig n ifica­
ción va todavía m ás allá, pues al m ism o tiem po que reconoce la decadencia
com o el fenóm eno fundam ental de la trayectoria burguesa de su tiem po,
se propone señalar el cam ino p ara salir de ella. E n tre los intelectuales
m ás vivos y más despiertos que caen b a jo la in flu en cia de una concep­
ción decadente del m undo, surge tam bién, necesariam ente, el anhelo de
sobreponerse a ella. Y este anhelo hace que se sientan extraordinariam ente
atraídos p o r las luchas de la nueva clase ascendente, del pro letariad o:
ven en ellas, sobre todo en lo tocante a la m anera de conducirse en la
vida y a la m oral, los signos de un po sible saneam iento de la sociedad
y, en relación con esto — y siem pre, naturalm ente, en prim er lugar— de
un p o sib le saneam iento de sí m ism os. A l pensar y sen tir así, la mayo­
ría de estos intelectuales no tien en, p o r supuesto, n i el m enor vislum bre
del alcance económ ico y social de una verdadera revolución socialista,
enfocan ésta desde un pu nto de vista puram ente id eológico, sin tener,
por tanto, una idea clara de hasta qué punto y cuán profun dam ente una
decisión en este sentido entraña la ruptura radical con su propia clase,
la cual tiene necesariam ente que repercutir sobre la propia vida del intelec­
tual que da ese paso. Pero, p o r muy confuso que este m ovim iento pueda
ser, no cabe duda de que abarca a extensos círcu los de la intelectualidad
burguesa más avanzada y se m anifiesta, naturalm ente, con una vehem encia
especial en los períodos de crisis. (B a s ta pensar, para com prender esto,
en la época de la derogación de la ley contra los socialistas y en la
suerte del naturalism o; en la prim era G uerra M u nd ial y en el m ovim iento
alem án del expresionism o; en el boulangerism o y en la cam paña en torno
a D reyfus, en Francia, e tc .)
E l "en carg o social” que la filo s o fía de N ietzsche viene a cum plir con ­
siste en "salv ar” , en "rescatar” a este tipo de intelectual burgués, en
señalarle un cam ino que haga innecesaria su ruptura y hasta todo co n flicto
serio co n la burguesía; cam ino en el que pueda seguir abrigando, e in-
236 NIETZSCHE, FUNDADOR DEL »RACIONALISM O

' d u so se acentúe en él, el agradable sentim iento d é ser un rebelde, a l


contraponerse, tentadoram ente, a la revolución social ''su p e rficial” y "p u ra­
m ente e xte rn a" o tra rey o íu d ó n "m ás p ro fu n d a” , de carácter "cósm ico-
b io ló g ico ". U n a "re v o lu ció n ", además, que d eja en p ie, Integros, los
privilegios de la burguesía y que defiende, sobre to d o , apasionadam ente,
la situación de p riv ileg io de la intelectualidad burguesa, im perialista y
parasitaria, una "rev o lu ció n " d irigida contra las m asas y que da al m iedo
que los privilegiados económ icos y culturales tien en a p erd er sus p rivi­
legios una expresión patético-agresiva en que se disfraza su tem or y su
egoísm o.
Este cam ino, que N ietzsche traza, no se aparta nunca d é la decadencia,
profundam ente entrelazada con la vida de los pensam ientos y los senti­
m ientos de esta capa social, pero el nuevo conocim iento io:rosp ectivo
proyecta ahora sobre esta decadencia una nueva lu z: es precisam ente en la
decadencia donde alientan lo s auténticos gérm enes, preñados d e futuro,
de una verdadera y sustancial renovación de la hum anidad.
Y este "en carg o social” fo rm a, p o r asi decirlo, una arm onía preesta­
blecida con las dotes, con las íntim as tendencias discursivas y con e l
í saber de N ietzsche. Com o a los círculos sociales a quienes va d irigida
la in flu en cia de N ietzsche, lo que ante todo preocupa a éste son los
i problem as de la cultura, y entre ellos, prim ordialm ente, lo s d el arte y
] los de la ética individual. L a p o lítica aparece ante é l com o un horizonte
! cada vez m ás desdibujado, m ás abstracto y m ás envuelto en el m ito, y en
¡ m ateria de econom ía la ignorancia d e N ietzsch e es tan supina cotao la del
I intelectual m edio d e su tiem po. M e h rin g tien e razón cuando h ace notar
que los argum entos de N ietzsch e con tra el socialism o n o rebasan nunca
el nivel de un L eo, d e u n T reitsch k e, etc.*
P ero es precisam ente esta m ezcla d e un antisocialism o soez y ord i­
nario y d e una refin ad a, ingeniosa y, a veces, incluso certera crítica d e la
cultura y del arte (b asta pensar en su crítica de W a g n e r, d el naturalism o,
e t c .) , lo q u e hace q u e sus pénsam ientos y su m odo de exp o nerlo s ejerzan
un efecto tan seductor sobre la intelectualidad im perialista. C uán grande
es e l p o d er de esta seducción, podem os com probarlo a lo larg o d e toda la
época d el im perialism o. E sta in flu en cia va desde G e o rg B rand es y Strin d ­
b erg y la generación de G e rh art H auptm ann hasta G id e f M alrau x.
Y no se lim ita, ni m ucho m enos, a los representantes reaccionarios de la
intelectualidad. Escritores decididam ente progresivos, si nos fija m o s en
el co n ju n to de si/ obra, com o T h o m as y H ein rich M a n n o B ern ard Shaw ,
se d ejaron tam bién in flu ir p o r N ietzsche. Y hasta lleg ó a producir pro­
funda im presión en algunos intelectuales m arxistas. In clu so un M e h rin g
pudo ju zg arlo — transitoriam ente— con palabras com o éstas: "Y m ás

2 M eh rin g , Werke, B e rlín , 1 9 2 9 , t. V I , p. 1 9 1 .


NIETZSCHE, FUNDADOR DEL «RACIONALISM O 257

beneficio so aún es en otro respecto el nietzscheanism o. N o cabe duda de


que los lib ro s de N ietzsche ejercen un e fecto seductor sobre lo s contados
jóvenes d e d escollante talento literario que pueden surgir todavía en los
m edios burgueses y que se h allan aún cautivos de lo s p reju icio s d e clase
de la burguesía. Pues bien, para ellos, N ietzsche n o es sin o e l pu nto de
transición hacia el socialism o." 3
M as con lo dicho no se exp lica m ás que e l fu nd am ento d e clase y la
intensidad de la in flu en cia de N ietzsche, pero no su duración. É sta radica
en su indudable talen to filo só fico . M ien tras que lo s p an fletistas vulgares y
corrientes de la reacción, desde L an gbeh n , e l "R em b ran d t alem án” , hasta
K o estler y Burnham , en nuestros días, se lim itan a satisfacer co n una
dem agogia m ás ó m enos h áb il las necesidades tácticas actuales d e la
burguesía im perialista, N ietzsche sabe captar y fo rm u lar en sus obras,
Como en d etalle habrem os d e ver m ás adelante, algunos de lo s rasgos
permanentes m ás im portantes de la conducta reaccionaria durante el p e ­
ríod o d el im perialism o, en la época d e las guerras m undiales y las revolu­
ciones. P ara darnos cuenta de su talla, en este pu nto, no tenem os m ás que
com pararlo con su coetáneo Eduard v o n H artm ann. C om o filó so fo , éste
se lim ita a com pendiar los p reju icio s reaccionario-burgueses usuales y
corrientes de la época p o sterior a 1 8 7 0 , lo s p reju icios del burgués "sa n o ”
( e s decir, h a r t o ). E sto exp lica p o r qué, a l prin cip io , tuvo m u d io m ás
é xito que N ietzsche, pero tam bién p o r q u é cayó en u n com pleto olvid o,
a l lle g ar el p erío d o im perialista.
C ierto es q u e todo esto aparece envuelto, en N ietzsche, com ó ya hem os
dicho, b a jo la fo rm a d el m ito. S ó lo ésta hizo p o sib le la captación y la
determ inación de las tendencias d e su época p ara u n h om bre com o N ietz -
sehe, que n o en ten d ía absolutam ente nada de lva econom ía d el capitalism o
y sólo p o d ía ser capaz, p o r tanto, d e observar, d escribir y exp resar lo s
síntom as d e la supraestructura. P ero la fo rm a d el m ito proviene, a d e m á s,:
d el h ech o de que N ietzsche, e l filó s o fo m ás d escollante de la reacción
im perialista, no lle g ó a v iv ir personalm ente él im perialism o. A ctu ó — lo
m ism o q u e Schopenhauer cóm o filó s o fo de la reacción burguesa después de
1 8 4 8 — en una época en que sólo apuntaban los brotes y los conatos
dél fu turo. Y , para u n pensador com o é l, incapaz de descubrir las verda­
deras fuerzas propulsoras, estos gérm enes sólo p o d ían representarse b a jo
una fo rm a utópico-m ítica.
La sig n ificació n filo só fica de N ietzsch e descansa sobre e l hecho de que,
a pesar d e todo, supo retener determ inados rasgos d e carácter perm anente.
N o cabe duda, ciertam ente, de que a e llo contribuyeron tam bién tan to el
tip o de expresión del m ito com o su fo rm a afo rística, q u e e n seguida

3 Mehring, Crítica de la "Psychopatia spiritualis’V de Kurt Eisner, en N eue


Zeil, año X , t. II, pp. 668 ss.

n
258 NIETZSCHE, FUNDADOR DEL »RACIONALISMO

tratarem os de caracterizar, p o r cuanto que estos m itos y estos aforism os


p o d ían agruparse e interpretarse d e m odos m uy distintos y hasta opuestos,
según lo s intereses m om entáneos de la burguesía y las aspiraciones d e sus
ideólogos. S in em bargo/ se recurría» constantem ente a N ietzsche, cada
vez a un "n u ev o ” N ietzsche, lo q u e dem uestra q u e p o r d eb ajo de estos
cam bios había, a pesar d e to d o ,'u n a cierta continu id ad : la continuidad
d e lo s problem as fundam entales del im perialism o com o un p erío d o com­
pleto desde el pu nto d e vista de los intereses permanentes de la burguesía
reaccionaria, enfocad os e interpretados a través del esp íritu d e las nece­
sidades permanentes de la intelectualidad burguesa parasitaria.
N o cabe duda de que este talen to para anticiparse discursivam ente a
las cosas revelaba unas dotes de observación p oco com unes, una gran
sensibilidad para percibir los problem as- y una n otable capacidad de abs­
tracción. E n este respecto, podem os decir que N ietzsche ocupa una
posición histórica análoga a la de Schopenhauer. E n tre am bos pensadores
m edia, además, una an alogía muy estrecha en cuanto a la tend encia fu n ­
dam ental de su filo so fía . N o es cosa de p lantear aquí cuestiones d e orden
filo ló g ico -h istó rico , relacionados con la in flu en cia, etc. L os intentos q u e
actualm ente se hácen para separar a N ietzsche del irracionalism o de Scho­
penhauer, enlazándolo, en cam bio, con la Ilu stración y co n H e g el, deben
reputarse com o pueriles o, m e jo r dicho, com o la expresión d el m ás b a jo
nivel a que hasta ahora h a llegado el em borronam iento d e la historia,
e n interés del im perialism o norteam ericano. E n tre Schop enhauer y N ietz ­
sche existen , naturalm ente, d iferencias, que van ahondándose cada vez
m ás en e l curso d el desarrollo del segundo, con e l esclarecim iento d e sus
propias tendencias. P ero estas d iferencias deben situarse, sobre todo, en el
tiem p o : son d iferencias en cuanto a los m edios de lucha en co n tra del p ro ­
greso social.
S in em bargo, no cabe duda de que N ietzsch e tom a d e Schopenhauer,
para aplicarlo a su propia construcción discursiva; el p rin cip io de la cohe­
sión m etodológica, princip io que luego m o d ifica y d esarrolla a to n o con la
época y con el enem igo al que se trata de co m batir: es el p rin cip io que
en el capítu lo n llam ábam os la apologética indirecta d el capitalism o.
C om o es natural, este princip io fu nd am ental va cobrando, parcialm ente,
nuevas form as concretas, en virtud d e las condiciones d e la lucha d e clases,
a m edida que ésta se desarrolla y se agudiza. L a lu ch a de Schopenhauer
contra la idea del progreso im perante en su tiem po p o d ía resum irse toda­
vía diciendo que este filó s o fo d ifam a com o algo in fe rio r en e l plano
de los valores espirituales y m orales, to d o lo que sea acción. N ietzsche,
por el contrario, llam a a la lucha activa en p ro de la reacción y del
im perialism o. D e donde se sigue, sin ir m ás allá, q u e N ietzsch e se ve
ob lig ad o a descartar todo el dualism o schopenhaueriano entre la volu n­
tad y la representación y a sustituir el m ito budista d e la voluntad p o r el
NIETZSCHE, FUNDADOR DEL IRRACIONAUSMO 259

ttiito <le la voluntad d e poder. G im o se sigue tam bién d e aquí e l que


N ietzsche no sepa tam poco qué h acer con la repudiación general-abstracta
de la historia en Schopenhauer. C laro está q u e tam poco p ara N ietzsche
existe, com o no existe para Schopenhauer, u n a historia real. S in em bargo,
su apologética del im perialism o- agresivo adopta la fo rm a d e una historia
envu elta en la fo rm a del m ito . Fin alm en te, y lim itánd onos a destacar
aquí m uy concisam ente los rasgos m ás esenciales, aunque la apologética
de Schopenhauer sea, en cuanto a su fo rm a, una apologética indirecta,
este pensador expresa de un m odo fran co y abierto y hasta retadoram ente
cín ico sus sim patías reaccionarias en el cam po d e la p o lítica social. E n
N ietzsche, p o r el contrario, vem os que el p rin cip io de la ap o lo g ía in d i­
recta se re fle ja tam bién en e l tip o de exp o sició n : su p osición reaccionaria
agresiva en fav o r d el im perialism o se expresa b a jo la fo rm a d el gesto
hiperrevolucionario. L a lucha contra la dem ocracia y el im perialism o, el
m ito del im perialism o y el llam am iento a una acción bárbara se presentan
b a jo el ro p aje de una tran sform ación nunca vista, de la -’'transm utación
de todos los valores” , del "o caso de lo s íd olos” : es la apologética in d i­
recta d el im perialism o, d isfrazada con el m anto d em agógico m uy eficaz
de la seudorrevolución.
Y e l contenido y el m étodo d e la filo s o fía nietzscheana guardan la
m ás ín tim a relación con el m odo de expresión lite raria: con el estilo a fo ­
rístico. E sta fo rm a literaria hace posible, ante todo, lo s cam bios operados
a lo larg o de la in flu en cia perm anente d e N ietzsche. S i las circunstancias
sociales hacen necesario u n v ira je en la interpretación — co m o ocurrió,
p o r ejem p lo, en el p eríod o d e preparación inm ediata d el h itlerism o y
ocurre en la actualidad, después del derrocam iento d e H itle r— -, la reela­
boración del contenid o perm anente n o tropieza aquí co n obstáculos com o
los que ofrecen otros pensadores, preocupados de exp o ner en fo rm a siste­
m ática la cohesión de sus pensam ientos. (A u n q u e es cierto que la suerte
que en la época im perialista h an corrid o u n D escartes, u n K a n t y un
H e g el revela que la reacción se las arregla p ara saltar tam bién p o r sobre
esta clase de o b stácu los.) S in em bargo, en e l caso de N ietzsch e éste pro­
blem a es m ucho m ás fá cil de resolver: basta con destacar en prim er plano,
relacionándolos entre sí, aquellos aforism os q u e m e jo r correspondan a las
necesidades m om entáneas de cada etapa.
Y a esto hay que añadir otro fa cto r im portante: p o r m ucho que la s
finalid ad es fundam entales perseguidas se hallen en consonancia con la ac­
titud ideológica de la intelectualidad parasitaria, su p roclam ación siste­
m ática y brutalm ente sincera no repugna tam poco a u n sector social extenso
y bastante im portante. N ad a tien e, pues, de extraño que la interpretación
de N ietzsch e se aferre sobre, todo, con contadas excepciones (so b re to d o
entre los precursores directos del fascism o h itle ria n o ) a su crítica d e la
cultura, a su p sicolo gía de la m oral, etc., tratando de presentar a N ietzsch e
260 NIETZSCHE, FUNDADOR DEL »RACIONALISMO

com o un pensador "in o fe n siv o ” , que sólo se preocupa de los problem as


espirituales de una élite intelectual y m oral. A sí lo ven, p o r ejem p lo ,
B rand es y Sim m el y, m ás 4arde, B ertra jn y Jasp ers, com o sigue v ién d o lo
hoy K au fm an h . Y , m irada la cosa desde un p u n to de vista de clase, tienen
razón, ya que la inm ensa m ayoría de las gentes cuyas sim patías p o r N ieto -
sche h an sido captadas de este m odo h a de m ostrarse tam bién dispuesta
m ás tard e a d ar lo s pasos prácticos a to n o con esa actitud. E scritores com o
T h o m as y H ein rich M an n constituyen la excepción.
P e r a esto n o es sin o el resultado del estilo afo rístico de N ietzsch e.
E xam iném oslo com o tal. S o n m uchos los profesores de filo s o fía que
reprochan a este pensador e l no haber llegado a construir un sistema^
razón p o r la cual se niegan a inclu irlo entre los filó so fo s. N ietzsche, p o r
su parte, se declara resueltam ente contrario a todo lo que sea sistem a;
"D e s c o n fío de todos los sistem áticos y procuro quitárm elos de encim a.
La voluntad sistem ática es siem pre una fa lta d e hon rad ez.” 4 E s la m ism a
tendencia que pudim os observar ya en K ierkegaard , y que no tien e nada
de fortu ito. L ¿ c r i s i s filo só fica de la burguesía, que se revela en la des­
integración del hegelianism o, era m ucho más que la conciencia de la
fragilid ad de un determ inado sistem a; era la crisis del pensam iento siste­
m ático im perante a lo largo de m iles de años. C on el sistem a h egeliano,
se^dérrum ba la aspiración a ordenar en unidad y a com prender arm ó­
nicam ente la totalidad del universo y las leyes de su desarrollo" p artiend o
de p rincipios idealistas, es decir, d e los m om entos d e la conciencia h u ­
m ana. N o podem os entrar a esbozar siquiera aq u í lo s cam bios fu nd am en­
tales q u e esta d efin itiv a d isolu ción d el sistem a d el pensam iento idealista
lleva aparejados. Sabem os que, aún después d e H e g el, surgieron sistem as
filo só fico s académ icos (ta le s com o lo s de W u n d t, C ohén, R ick ert y o t r o s ),
pero sabem os tam bién que estos sistem as no influ yeron p ara nada sobre
el desarrollo d e la filo so fía . Y sabem os, asim ism o, que este ocaso del
sistem a abrió paso, en el pensam iento burgués, a un insondable relativism o
y agnosticism o, com o si la renuncia a la sistem atización idealista, im ­
puesta p o r 'l a necesidad, llevara consigo, a l m ism o tiem po, la renuncia
a la objetividad del conocim iento, a la real concatenación de la realidad
mism a y a su cognoscibilidad. P ero sabem os, a la p ar con ello , que la
inhum ación d efin itiv a del sistem a idealista tra jo consigo, al m ism o tiem ­
po, el descubrim iento de las conexiones reales de la realidad o b je tiv a : el
. m aterialism o dialéctico. P olem izando contra Eugen D ü h rin g , contem po­
ráneo de N ietzsche, E ngels fo rm u la así la nueva situación filo só fic a : " L a
unidad real del m undo consiste en su m aterialid ad . . . ” 56 E sta unidad

4 Nietzsche, Werke, t. VIII, p. 64. Nuestras citas de Nietzsche se refieren siem­


pre a la edición de las Obras completas de este autor, en 16 volúmenes, ed. Kroner,
Leipzig, con indicación de tomo y número de página.
6 Engels, Anli-Dühring, trad. W . Roces, ed. Cénit, Madrid, 1932.
NIETZSCHE, FUNDADOR DEL »RACIONALISM O 261

tratan de re fle ja rla y de captarla discursivam ente (c o n aproxim ación cada


vez m ay o r) las ciencias especiales; lo s p rincipios y las leyes de ese cono­
cim iento , lo s com pendia la filo s o fía . N o h a desaparecido, pues, ni m ucho
m enos, e l entro nqu e sistem ático. L o q u e ocu rre es q u e ya n o se m anifiesta
b a jo la fo rm a d e "en tid ad es” idealistas, sin o sim plem ente com o un re fle jo
ap roxim ativo de aquella unidad, d e aquella concatenación y d e aquella
su jeció n a leyes que, objetivam ente — independientem ente de nuestra con­
cien cia— existen y actúan en la realidad m ism a.
L a aversión de N ietzsche p o r todo lo que sea sistem a responde a las
tendencias relativistas y agnosticistas de su tiem po. Fu e él, com o más tarde
analizarem os, el prim ero y el más influ yente de los pensadores que tro ­
caro n el agnosticism o en m ito. Y , aunque n o cabe duda de que con esta
actitud guarda m uy in tim a relación su m anera afo rística de expresarse,
interviene tam bién en ello otro m otivo de orden superior. E s un hecho
generalm ente observado en la historia de las id eologías el que lo s pensa­
dores que no alcanzan a p ercibir un desarrollo social sino en sus g é r­
m enes, pero viendo ya en ellos lo nuevo, lo que nace y esforzándose, ante
todo, p o r captarlo m ediante conceptos en el cam po de la m o ral, recurren
a las form as ensayísticas y afo rísticas, porque estas fo rm as b rind an la
exp resión m ás adecuada a la m ezcla de lo que es la sim ple intuición
d e u n a trayectoria futura y de la aguda observación y valoración de sus
síntom as. U n a prueba de e llo la tenem os en M o n taig n e y en M aiid ev ille
y en los m oralistas franceses, desde L a R ochefo ucau ld hasta V auvenar-
gues y C h am fort.
N ietzsch e m uestra una gran pred ilección estilística p o r la m ayoría de
estos escritores. Pred ilección fo rm al q u e se ve com plem entada, adem ás,
en cuanto al contenido, p o r la contraposición co n respecto a las tend en­
cias fundam entales. Los m oralistas m ás destacados critican ya — p ro g re­
sivam ente, en su m ayoría— la m o ral d el capitalism o d entro de una
sociedad absolutista-feudal. E n cam bio, N ietzsche se adelanta al porvenir
al orientarse afirm ativam ente hacia una reacción fu tura, cualitativam ente
exaltada, hacia la reacción del p e río d o im perialista. L a afin id ad en cuan­
to a la fo rm a se h alla determ inada sim plem ente p o r e l hecho abstracto
de este adelantarse al futuro.
A h o ra bien, cabe pregun tarse: ¿tenem os derecho a h ab lar de un sis­
tem a, en N ietzsch e? ¿T enem os derecho a interp retar sus ju icio s afo rístico s
sueltos engarzándolos d entro de u n a cohesión sistem ática? C reem os que
la cohesión sistem ática de los pensam ientos de u n filó s o fo es u n fe n ó ­
m eno anterior a los sistem as idealistas y que h abrá de sobrevivir tam bién
al derrum bam iento de éstos. T a n to da que esta cohesión sistem ática sea un
re fle jó aproxim adam ente fie l de la realidad o un re fle jo d eform ado por
los intereses de clase, p o r la visión idealista, e tc.: com o quiera que sea, lo
encontrarem os siem pre en todo filó s o fo acreedor a este nom bre. N o co in ­
262 NIETZSCHE, FUNDADOR DEL »RACIONALISMO

cide, claro está, co n la estructura que cada filó so fo pretende dar a su


obra. M a rx señala la necesidad d e esta reconstrucción d e la cohesión real,
refirién d ose a lo s fragm entos d e H erá^lito y E p k u ro , p ero añ ad e: " I n ­
cluso en aquellos filó s o fo s q u e dan a sus trabajo s una fo rm a sistem ática,
p o r eje m p lo en Spinoza, vem os que la verdadera estructura in tern a de su
sistem a d ifie re to talm ente d e la fo rm a en que conscientem ente la exp o ­
n e n .” * V erem o s, e n las páginas siguientes, cóm o p o r d eb ajo d e los
pensam ientos d e N ietzsche, expresados b a jo una fo rm a afo rística, puede
descubrirse tam bién, en efecto , una cohesión sistem ática.

II

T a l c o m o nosotros lo vemos, lo q u e sirve d e cen tro d e unidad — que va


cristalizando poco a poco, cierto es— a la cohesión de los pensam ientos
dé N ietzsche es la repulsa del socialism o y la lucha p o r la creación d e una
A lem ania im perialista. H ay m uchos testim onios q u e acreditan e l in fla ­
m ado patriotism o prusiano de N ietzsche en sus años de juventud. Y esta
sim patía constituye uno de los factores determ inantes y m ás destacados
de su filo s o fía ju ven il. N o podem os considerar, evidentem ente com o un
sim ple azar o un sentim iento intrascendente de m ocedad el h ech o de que
quisiera a todo trance p articip ar en la guerra de 1 8 7 0 -7 1 y que, al no
poder vestir el u n ifo rm e de soldado, p o r ser p ro fe so r de B asilea, se alis­
tase, p o r lo m enos, com o sanitario voluntario. Y es, desde luego, muy
característico el que su herm ana (au n q u e todas las m anifestaciones de ésta
deban considerarse co n m ucho esp íritu c r ític o ) registre e l siguiente re ­
cuerdo d e lo s tiem pos de aq u ella g u e rra: "F u e entonces cuando sintió
del m odo m ás p ro fu n d o q u e la m ás vigorosa y m ás alta voluntad de
vivir no se expresa en la m ezquina lucha p o r la existencia, sin o com o
volüntad d e lucha, com o voluntad d e p o d er y p rep o ten cia.” 67 E n todo
caso, este talan te filo só fico , nacido de un entusiasm o p o r la gu erra extra­
ordinariam ente pm siano, en nada contradice a las dem ás concepciones
del jo v e n N ietzsche. E ntre sus apuntes del año 1 8 7 3 , encontram os, por
ejem p lo, este asiento: " M i punto de vista es el del soldado p ru sian o :
he aquí una verdadera convención, h e aquí la fuerza, la seriedad y la
disciplina, en lo tocante tam bién a la fo rm a.” 8
Y co n la m ism a claridad que de aquí se desprende aquello p o r lo que
se entusiasm a N ietzsche, se d ib u ja tam bién la fiso n o m ía del que consi­
dera su enem igo fu nd am ental. Inm ediatam ente después de la caída de la

6 Carta de Marx a Lasalie, 31-V-I858, en Ferdinand Lassalles nachgelassene


B riefe und Schriften, ed. por G. Mayer, Berlin, 1922, t. III, p. 123.
7 Elisabeth Förster-Nietzsche, D er einsame N ietzsche, Leipzig, 1914, pp. 433 s.
8 T. X, p. 279.
NIETZSCHE, FUNDADOR DEL »RACIONALISM O 263

Comuna de P arís, escribe a su am igo, el barón de G e rs d o rff: "P od em os


recobrar la confianza. N o , nuestra m isión alemana no h a term inado. M e
siento m ás anim oso q u e nunca, pues no todo ha sucum bido b a jo el adoce-
nam iento y la 'elegancia’ fran co -ju d ío s y en tre lo s codiciosos m an ejo s del
'presente'. Sigue habiend o, a pesar d e todo, una valen tía, la v alen tía
alem ana, que es, interiorm ente, algo muy distinto d el élan de nuestros
vecinos, dignos de lástim a. P o r encim a de las luchas entre las naciones,
nos h a b ía atem orizado aquella cabeza de la hidra internacional, que de
pronto com enzó a agitarse de u n m odo tan espantoso, com o el signo
de las luchas d el futuro, tan d iferen tes.” 9
Y , algunos m eses antes, en e l proyecto d e una carta-dedicatoria de
El origen de la tragedia a R icardo W a g n e r, h ab ía d efin id o ya e l co n ­
tenido d e esta lucha, enderezada' d irectam ente y en p rim er térm in o con tra
aquella tendencia que se in terp on ía en e l cam ino d el d espliegue com pleto
de su id eología. E n ella parte tam bién de la victo ria prusiana. Y lleg a
a Jas siguientes conclu siones: " . . . P u e s t o q u e contra esa potencia se
estrellará lo que odiam os com o el verdadero enem igo d e to d a p ro fu n d a
filo s o fía y estética, com o el estado en ferm izo d el q u e viene sufriend o
la esencia de lo alem án, p rincip alm ente desde la g ran revolución francesa
y que, com o en reiterados ataques d e gota, h a hecho padecer incluso a las
m ejo res naturalezas alem anas, y n o digam os a la gran m asa, q u e da a esa
enferm ed ad, pro fanand o v ilm en te u n a palabra b ien intencionada, el nom ­
b re d e liberalism o.” 10 •
E l entronqu e de la lucha contra el liberalism o co n la lucha contra el
socialism o, no tardará en revelarse. E l fo lle to sobre Strauss va d irigido
contra e l "filis te o lib eral d e la cultura” , y lo hace co n tan to b río y tanto
espíritu, que hasta un m arxista com o M e h rin g pudo engañarse con res­
pecto a su verdadero co n ten id o : según é l, N ietzsch e d efien d e aqu í, " i n ­
discutiblem ente, las trad iciones m ás gloriosas d e la cultura alem ana’’.11
P ero veam os lo q u e e l p ro p io N ietzsch e escribe, en sus apuntes para
las con feren cias Sobre el porvenir de nuestros establecimientos de ense­
ñanza ( 1 8 7 1 - 7 3 ) : " L a fo rm ació n m ás g eneral, es decir, la b arbarie: h e
ah í la prem isa d el co m u n ism o. . . L a cultura gen eral se to rn a e n od io
contra la verdadera c u lt u r a .. . N o te n e r necesidades es, para el pu eblo,
la m ayor desgracia, h a dicho en u n a ocasión L assalle. D e aquí las asocia­
ciones de cultura obrera, cuya tend encia m e h an d icho en repetidas oca­
siones es la de crear n e c e s id a d e s .. . P o r tanto, el im pulso p o r generalizar
todo lo posible la cultura tien e su fu en te en la m ás com pleta seculariza­
ción, en la supeditación de la cultura com o m edio al lucro, a la dicha
terrenal, entendida de un m odo to sco .” -12 C om o vem os, el pensam iento

9 Carta de Nietzsche al barón de Gersdorff, 21-VI-1871. 10 T. IX , p. 142.


11 Mehring, op. cit., t. VI, p. 182. 12 T. IX , p. -425.
264 NIETZSCHE, FUNDADOR DEL »RACIONALISMO

filo só fic o de N ietzsche va dirigido desde el prim er m om ento contra la


i dem ocracia y el socialism o.
Esta posición y estas perspectivas de N ietzsche sirven tam bién de fu n ­
dam ento a su concepción del m undo frie g o . Se percibe claram ente aquí
el contraste entre su punto de vista y las tradiciones revolucionarias de lat
trayectoria burguesa. Y , al decir esto, no nos referim os prim ordialm ente
al princip io de lo dionisíaco, que hizo fam osa la obra prim eriza de N ie tz ­
sche; este p rincipio es, en la obra a que nos referim os; para decirlo con
las propias p alabras suyas, todavía un elem ento de su "m etafísica del
artista” ; cuando cobra su verdadera sig n ificació n es al convertirse la supe­
ración de la decadencia en el problem a central del N ietzsche de la m a­
durez. D estacarem os aquí, ante todo, aquellos factores en que N ietzsche
se basa para trazar su nueva im agen de los griegos. A la cabeza de ellos
fig u ra la idea de que la esclavitud es algo necesario para toda verdadera
cultura.
Si N ietzsche se lim itara a colocar en p rim er plano, históricam ente, lo
que la esclavitud representó para la cultura griega, no sería tan signh
ficativa esta afirm ación, de suyo exacta; él m ism o se rem ite a F r. A . W o lf,
qu ien ya hubo de expresar este punto de vista antes que é l.1* Esta
conciencia histórica no sólo h ab ría de generalizarse cada vez m ás al des-
. arrollarse la ciencia histórica, sino tam bién al aju star cuentas con las " ilu ­
siones heroicas” de la R evolución francesa, cuyos ideólogos hab ían hecho
caso om iso de la esclavitud, para p oder así convertir la dem ocracia de la
p o lis e n el m odelo 4 c una dem ocracia revolucionaria m oderna (tam bién
la im agen alem ana de los griegos, en el p eríod o que va de W in ck elm an n
a H eg el, se halla fu ertem ente in flu id a por estas co n c ep cio n e s). N o , lo
nuevo en N ietzsche es el utilizar la esclavitud com o vehícu lo p ara su c rí­
t ic a de la cultura del presente: " Y si fuese cierto q u e lo s griego s sucum­
b ieron a causa de su esclavitud, no lo es m enos que la falta de esclavitud
será lo que nos haga sucum bir a n o so tro s." 14
P or tanto, cuando N ietzsche, en un p lan o de cierta afin id ad m etodoló­
g ica con el anticapitalism o d e los rom ánticos, contrapon e al presente ca­
pitalista, que critica, un gran p erío d o d el pasado, no o frece com o contraste
a Jo s tiem pos presentes e l trá fico sim ple de m ercancías, exentos de crisis,
por op osición a la crisis y a l paro forzoso en m asa, a la m anera de Sis-
m ondi, n i el trab ajo artesanal ordenado y lle n o de sentido de la Edad
M ed ia, fre n te a la división capitalista del trab ajo y a la anarquía, al m odo
d el jo v en C arlyle, sino la dictadura griega de una élite claram ente cons­
cien te de qué " e l trab ajo es una ign om in ia” y que se vale d e sus ocios
para crear obras de arte in m ortales: " E n los tiem pos m odernos, no es el
hom bre ávido d e arte, sino el esclavo el que determ ina las ideas generales.

13 Ibíd., p. 268. 14 Ibíd., p. 153.


NIETZSCHE, FUNDADOR DEL IRRACIONALISIMO

■. \cs
Fantasm as com o io s de la dignidad del hom bre y la dignidad del
son lo s fru tos m ezquinos de una esclavitud que se esconde de sí
¡D esventurados tiem pos, éstos e n los que el esclavo em plea tales?,cqp-
ceptos, en que se le acicatea a m ed itar acerca d e sí m ism o y p o r e n q m á
de é l ! ¡D esdichad os seductores, estos que han echado a p erd er el estadov^e j
inocencia del esclavo con los fru to s del árbol del co n o cim ie n to !” 15
¿Q u é clase de élite es ésta, cuya restauración, m ediante el renacer de la
esclavitud, despierta en el jo v en N ietzsch e la esperanza utópico-m ística
de u n renacim iento de la cu ltu ra? E l hecho de que brota de un estado de
barbarie podría todavía.consid erarse com o la consignación de ciertos hechos
históricos. N ietzsch e la p in ta con los m ás vivos colores en su Torneo de
Homero ( 1 8 7 1 - 7 2 ) . P ero para p o d er com prender la cultura g rieg a — dice
N ietzsche, en su polém ica contra los ó rfico s, según lo s cuales "u n a vida
que ten ga com o raíz sem ejante im pulso no vale la pena de ser vivida—
debem os p artir de que e l g en io g rieg o d ejaba actuar y reconocía com o
legitimo este im pulso real, un d ía tan espantoso” .1* N o se trata, pues de la
superación, de la civilización y hum anización de lo s im pulsos bárbaros,
sino d e construir sobre ello s la. g ran cultura, encauzándolos p o r los c *- ,
nales adecuados. S ó lo en {e lació n con esto, y no desde el pu nto d e vista / y
de cu alquier "m eta física del artista” , es posible com prender y. valorar cer-/
teram ente el p rin cip io de lo dionisíaco. Y el p ro p io N icjtzsche dice con
razón, refiriénd ose a lo d ionisíaco, en un proyecto p o sterior de prólogo
a su o b ra prim eriza: " ¡Q u é d esafortunada tim idez, esta de te n e r que h ab lar
com o erudito de una cosa de la que habría podido hablar com o de alg o .
'vivid o’ !” 17
E l órgano de utilización social de los im pulsos bárbaros es, para el
jo v en N ietzsche, el torneo ( e l agón), que n o es, com o en seguida vere­
m os p o r las m anifestaciones del p ro p io N ietzsche, sino la conversión en
m ito d e la com petencia capitalista. C ita, a este propósito, basándose en el
texto de Pausanias, el pasaje de H esíod o sobre las dos deidades de la E ris:
" L a E ris buena acicatea a l trab ajo hasta a l hom bre to rp e ; y cuando el
que carece de bienes ve al que es rico, tam bién él se apresura a sem brar
y p lan tar del m ism o m odo y a cu id ar b ien de su casa; el vecino rivaliza
con el vecino que labora por su bienestar. E sta E ris es b en é fica para el
hom bre. T am b ién el alfarero g ru ñ e al alfarero y e l carpintero a l carpintero,
el m end igo envidia al m end igo y el bardo a l b ard o .” 18 Y e n fre n ta a este
estado d e cosas la d egeneración actu al: "A q u í se tem e a la cod icia com o al
'm al e n s í’ ” , m ientras que "p a ra los a n tig u o s .. . la m eta de la educación
agonal es la prosperidad de todos, d e la sociedad organizada en el E s­
tad o” .19 j
E l hecho d e que, desde esta atalaya, se contem ple la esclavitud retros-

18 Ibíd., p. 149. 10 Ibíd., p. 276. 17 T. X IV , p. 368.


18 T. IX , p. 277. '* Ibíd., p. 280.
266 NIETZSCHE, FUNDADOR DEL IRRACIONALISIMO

pectivam ente com o supuesto fundam ento de toda auténtica cultura, indica
cuánto se adelanta a las ideas posteriores de su autor esta obra prim eriza,
aunque sea de u n m o penhauer
y W ag n e r, trazadas relación
con esto com o pretextos m itizados para expresar b a jo una fo rm a sem i-
poética, sem idiscursiva algo que todavía no ha m adurado p o r com pleto.
La autocrítica p o sterior de sus prim eras obras — especialm ente la del
Ecce H om o— se m ueve p o r entero en esta d irección : "Q u e lo que en
aquellos años o í a W a g n e r acerca de la m úsica no tiene absolutam ente
nada que ver co'n ésta; que, al describir la m úsica dionisíaca, d escribía lo
que yo h ab ía realm ente oíd o y que necesariam ente ten ía que traducir y,
tran sfigu rar de un m odo instintivo, dentro del nuevo espíritu, todo lo que
se albergaba en m í. L a prueba de ello, con toda la fuerza que una prueba
puede tener, son m is páginas tituladas W agner en Bayreutb: en todos
los pasajes que en este escrito tienen un valor psicoló gico decisivo se habla
solam ente de m í, y donde quiera que en el texto aparece el nom bre de
W a g n e r puede ponerse, sin preocupación, el m ío o el de "Z aratu stra” . .
Y el pro p io W a g n e r se dio cuenta de ello, pues no se reconoció en el
retrato .” 20 Y , aunque no con tanta fuerza, lo m ism o podríam os decir
de la im agen que se da de Schopenhauer en la obra ju v en il de N ietz-
sche. O tra cosa acontece con el tercer retrato — tam bién transfigurado
m itológicam ente— , el de Sócrates. Y a en la obra prim eriza de N ietzsche
se fo rm u la así la g ran contrap osició n: " L o socrático y lo d io n isíaco.” 21
C ontraposición qué — en el jo v en N ietzsche, prim ordialm en te y en p ri­
m er lugar, desde el punto de vista estético— se am plía hasta convertirse
en la antítesis del in stin to y la razón. E n e l Ecce Hom o, los prim eros
atisbos se desarrollan ya hasta el fin a l: el descubrim iento de que S ó ­
crates es un "d ecad en te” y de que " la m ism a m o ral” debe reputarse
"co m o un síntom a de decadencia” , es considerado p o r el jo v en N ie tz ­
sche com o "u n a innovación, una originalid ad de p rim er rango, en la
historia del conocim iento” .22
Se suele hacer hincapié, com o lo fundam ental, en el desengaño cau­
sado en él p o r W a g n e r, cuando se estudian en general las razones deter­
m inantes del desarrollo u lterior de N ietzsche. P ero los puntos de vista
más arriba apuntados acerca de la actitud de N ietzsch e ante W a g n e r
indican que se trata m ás bien de un síntom a de su cam bio de posición
que de la verdadera causa. N ietzsche com bate en W a g n e r — y con fuerza
cada vez m ayor— e l arte del presen te alem án en nom bre del fu tu ro im ­
perialista. D esd e la p rim era G u erra M u n d ial sobre todo, se puso de m oda
el com batir la id eo lo g ía del siglo x i x (d e la "e ra de la seguridad” ) en
nom bre del x x ; pues bien, la repulsa de N ietzsche ante W a g n e r y su polé-

20 T. XV, p. 66. 21 T. I, p. 86. 22 T. X V , p. 63.


NIETZSCHE, FUNDADOR DEL IRRACIONALISMO 267

m ica p o sterior contra él, es e l "m o d elo ” m etod ológico de esa lucha. E l
hecho de que los portavoces ideológicos del hitlerism o, continuadores
de esta tradición, la con ju garan con la d eificació n de W a g n e r, n o prueba
nada. Su aversión contra la "seg u rid ad ” va un id a tam bién a la g lo rific a ­
ción de BiSm arck, a quien N ietzsche, en su ú ltim o períod o, parangona
casi siem pre con W ag n e r, para com batir a los dos. P ara e l N ietzsche
de una época posterior, W a g n e r es la m ás im portante expresión artística de
aquella decadencia que tien e, según él, su representante p o lítico más
d estacad o-en B ism arck. Y el m ism o cam ino sigue N ietzsche, al rem on­
tarse p o r sobre la filo s o fía schopenhaueriana. N o olvidem os que ya el
jo v en N ietzsche distaba m ucho de ser un verdadero segu id or ortod oxo
de Schopenhauer, en lo tocante a su radical antihístoricism o. F lo ta ante él,
desde e l prim er m om ento, en vez d e la ahistoricidad to tal de su m aes­
tro, la tend encia a m itifica r la historia. E sta tend encia se m an ifiesta ya en
El origen de la tragedia y se acentúa en la segunda d e las Conside­
raciones extemporáneas. Y a esto hay que añadir la sig n ificació n cada
vez m ás m arcada que en N ietzsch e adquiere el activism o — an tu revolu ­
cionario— . D e este m odo, Schopenhauer va entrand o cada vez m ás — al
lado d e W a g n e r y de B ism arck— en el cam po de la decadencia que es
necesario superar. L o que n o im pide, naturalm ente, que, com o tam bién
habrem os de ver, N ietzsche se m antenga hasta el fin a l en e l terreno
d e la te o ría berkeleyana-schopenhaueriana d el conocim iento, aunque tra­
tando d e acom odarla, ciertam ente, a sus fin es particulares.
A h o ra bien, ¿dónde deben buscarse lo s verdaderos fu nd am entos d e la
trayectoria u lterior de N ietzsche, lo s rasgos fu nd am entales del que suele
llam arse su segundo p erío d o ? D eb e n buscarse, a nuestro ju icio , en la agu­
dización de aquellos antagonism os p olítico-sociales que dom inaban la
segunda m itad de la década del setenta ( e l Kulturkampf y, sobre todo,
la lucha contra los so cialistas). Y a hem os visto cuán vigorosam ente esta­
ban las prim eras obras de N ietzsche in flu id as por la guerra de 1 8 7 0 -7 1
y p o r las esperanzas de una renovación general de la cu ltu ra; y hem os
podido ver, asim ism o, cuán confusas eran estas esperanzas del jo v en
N ietzsche y cuán apolíticas sus perspectivas, pese a su actitud gen eral en
fav or de la esclavitud, desde el punto de vista social y en el plano de la
filo s o fía de la historia. Pues bien, esto cam bia bastante radicalm ente al lle ­
gar la segunda m itad de los años setenta. N o querem os decir con ello , ni
m ucho m enos, que N ietzsche adquiriera, de pronto, ideas claras acerca
de la p o lítica y, sobre todo, acerca de la econom ía, que le sirve de base.
P ronto habrem os de com probar cuán sim plista era su ignorancia en cues­
tiones de econom ía. P ero, pese a lo desfavorables que son los hechos y a
la con fu sión de las ideas, las reflex io n es nietzscheanas en e l cam po de la
filo s o fía de la cultura y de la historia tom an ahora un rum bo orientad o
de un m odo concreto hacia e l presenté y hacia el futuro.
268 NIETZSCHE, FUNDADOR DEL »RACIONALISMO

P ara decir en pocas palabras y p o r adelantado lo que acerca de esto


habrem os de exp o n er: la nüeva posición p o lítica de N ietzsche se con­
centra, ahora, en to m o a la idea de relegar a segundo plano y hacer inocuo
e l socialism o, en el que ve, invariablem ente, el enem igo fundam ental.
Y téngase en cuenta que, ál pensar así, N ietzsche considera a la A lem ania
bism arckiana com o una dem ocracia; sus esperanzas de encontrar aquí el
rem edio contra el socialism o van, pues, íntim am ente unidas a la p o lítica
de B ism arck, independientem ente de la conciencia m ás o m enos clara
que N ietzsche tenga de ello . N o es p osible aceptar com o una coincidencia
casual el hecho de que la p rim era obra de este períod o nietzscheano, H u ­
mano, demasiado humano, aparaciera aproxim adam ente m ed io año antes
de la prom ulgación de la ley contra los socialistas. C ierto es que vio
tam bién la luz coincidiendo con el centenario de la m uerte de V o ltaire.
Y asim ism o se han sacado, a veces, muy am plias deducciones de la dedi­
catoria que N ietzsch e puso, con este m otivo, a la prim era edición de su
obra. Sólo muy en parte con fundam ento. Leyendo la interpretación nietz-
scheana de V o ltaire, se ve que tam bién aquí se ventila la m ism a lucha
que hem os d efin id o com o la más esencial de su vida, claro está que con
la diferencia, muy característica de este períod o, de que N ietzsche en ­
tiende ahora que la evolución, cuyo representante ve y celebra en V o ltaire ,
es el m edio m ás seguro de hacer fren te a la revolución (a l so cia lism o ).
E n este sentido, traza el p aralelo entre V o lta ire y Rousseau (e l a fo ­
rism o lleva este títu lo , característico del N ietzsche de aquel tiem p o : "U n a
quim era en la doctrina de la subversión” ) : " N o fu e el m esurado tem pe­
ram ento de Voltaire, inclinad o al orden, a la lim pieza y a la reconstruc­
ción, sino que fu eron las pasionales necedades y m entiras a m edias de
Rousseau, las que d esp ertaron 'el espíritu optim ista de lá revolución contra
el que yo clam o : Écrasez l’infâm e! É l fu e el que hizo retroceder por
m ucho tiem po el espíritu de la Ilustración y de la evolución progresiva." 23
Y N ietzsche seguirá, aferránd ose a esta concepción de V o ltaire m ucho
tiem po después de haberse sobrepuesto a las ilusiones de su obra Humano,
demasiado humano. M ás aún, a tono con su radicalism o posterior, verá
ahora la sign ificació n de V o lta ire para la historia universal exclusivam ente
en esta actitud asum ida p o r él contra Rousseau y contra la revolución.
A sí, leem os én su obra Voluntad de poder: "S ó lo a partir de entonces se
convierte V o ltaire en el hom bre de su siglo, en el filó so fo y el repre­
sentante de la tolerancia y el descreim iento (h asta entonces, no había sido
más que un bel esprit)." 24
A sí pues, N ietzsche se hace, en la segunda m itad de la década del
setenta, "d em ócrata” , "lib e ra l” , evolucionista, sencillam ente porque cree
que esto es el cam ino más eficaz para contrarrestar el socialism o. Pero

23 -T. II, p. 341. 24 T. XV, p. 215.


NIETZSCHE, FUNDADOR DEL »RACIONALISM O 269
su entusiasm o p o r esta etapa de tran sición, considerada p o r él, entonces,
com o inev itable, es m uy m oderad o; hay que "p leg arse” — nos dice—
" a las nuevas condiciones, com o se resigna uno cuando u n terrem oto
viene a echar p o r tierra las v iejas fro n teras y los v ie jo s contornos de la
faz de la tierra” .25* P ero es posible, añade en la segunda parte d e la m ism a
obra, " q u e la posterioridad se ría u n d ía de nuestras angustias” y afirm e
este p erío d o dem ocrático de transición, " A l parecer — sigue diciendo— ,
la dem ocratización de Europa, es u n eslabón en la cadena d e aquellas
trem endas medidas profilácticas q u e son la idea de la nueva época y
co n las q u e nos destacam os sobre la Edad M ed ia. ¡H a llegado , p o r fin ,
la era d e las construcciones cicló p eas! ¡Podem os, p o r fin , sentar los
cim ientos firm es y seguros para que todo e l p o rv en ir construya sobre
ellos sin p e lig ro ! E n lo sucesivo, será im posible ya q u e los fé rtile s cam ­
pos de la cultura se vean inundados y arrasados, de la noch e a la m añana,
por las aguas salvajes desbordadas desde la m ontaña. ¡D iq u e s y m urallas
protectoras contra lo s bárbaros, contra las pestes, contra la esclavización
m aterial y e sp iritu a l!” 25 Y N ietzsch e va tan a llá p o r este cam ino, que
lleg a inclu so a condenar la exp lotación com o algo estúpido y e stéril: "La
explotación d el obrero era, ahora nos dam os cuenta de e llo , u n a estu­
pidez, u n cultivo desfalcad or a costa d el futuro, un p elig ro para la socie­
dad. Y a casi estam os en guerra, y n o cabe duda de q u e las costas para
salvar la p az, concertar tratados y g anar la con fian za tend rán que ser muy
grandes, porque la necedad de los explotadores fu e tam bién muy grande
y duró dem asiado tiem p o.” 27 L a nueva fo rm a de go b iern o — dice, r e fi­
riéndose expresam ente a Bism arck— representa u n arreglo, ahistórico en
verdad, pero ú til y ju icioso, con e l pu eblo, gracias al cual irán tran sfo r­
m ándose, p o co a poco, todas las relaciones hum anas.
E l v alo r positivo de esta "e v o lu ció n dem ocrática” estriba, según N ie tz ­
sche, en plena consonancia con estas ideas suyas, en que puede conducir
a la creación de una nueva élite. C om o se ve, a l p o n er rum bo hacia una
"d em ocracia” de tip o bism arckiáno, N ietzsche n o sacrifica n i en un ápice t
las convicciones aristocráticas de su juventud. Sigu e viendo e l cam ino
para la salvación de la cultura exclusivam ente en la concesión decidida y
resuelta d e privilegios a una m in o ría, cuyos ocios descansen sobre e l duro
trab ajo físico de la m ayoría, de la m asa. "U n a cu ltu ra superior — escribe—
sólo puede surgir allí dondé haya dos castas distintas e n el seno de la
sociedad: la de los trabajadores y la d e los ociosos, capacitados para
d isfru tar verdaderam ente de su o cio ; o, para d ecirlo co n palabras más
fuertes, la casta del trab ajo fo rzad o y la del trab ajo lib re .” 28 Y su ap ro xi­
m ación al liberalism o es tan grande, que hasta se apropia e l concepto

25 T. II, p. 325. 28 T. III, p. 338. 27 Ibíd., pp. 349 s.


28 T. II, p. 327.
270 NIETZSCHE, FUNDADOR DEL IRRACIONALISMO

lib eral del Estado. M uchas vpces se h a citado su fam osa fra s e : " L a m o­
derna dem ocracia es la fo rm a histórica del ocaso del Estado” P ero rara
vez se transcriben las p alabras con las# que sigue devanando este pensa­
m ien to : " S in em bargo, la perspectiva que este seguro ocaso lleva consigo,
dista m ucho de ser una perspectiva de desventura en todos los órdenes.
E n tre todas las cualidades del hom bre, las m e jo r desarrolladas son la
astucia y el egoísm o; y cuando el E stado d e je d e acom odarse a ellas,
n o se producirá, n i m ucho m enos, el caos, sin o que triu n fará sobre ei
Estado una invención m ás e ficaz todavía de lo que éste h a sid o.” 29
Estas palabras indican b ien claram ente p o r qué N ietzsche abraza tales
ideas. Y a no considera e l socialism o, a la m anera de antes, com o un aliado
d el liberalism o y de la dem ocracia, com o el radical ejecu to r y la culm ina­
ción d e éstos, com batiéndolos conjun tam ente, según antes hiciera. A h ora,
el socialism o es " e l fan tástico herm ano m en or del caduco despotism o” .30
Y p o n e fin a este afo rism o con palabras que hacen proyectarse ante
nosotros con toda claridad su posición d e otro tiem po con respecto al
E stad o : " E l socialism o puede ayudarnos a com prender de un m odo brutal
y acuciante el p elig ro de todo lo que sea acum ular poderes en el Estado e
infun dirnos, así, la desconfianza ante éste. Su áspera voz prorrum pe en
e l g rito de com bate: "¡La mayor cantidad posible de Estado!” P ero, aun­
que al princip io este g rito parezca aturdir nuestros oídos, p ro n to resuena
con redoblada fuerza el g rito co n trario : "¡La menor cantidad posible de
Estado!” 31
N o vale la pena entrar a exponer en detalle el concepto concreto que
N ietzsche se fo rm a de esta dem ocracia. Estos detalles no hacen más
que evidenciar su sim pleza p o lítica y su ignorancia económ ica. Citarem os,
para poner punto fin a l a estas consideraciones, un pasaje de sus obras,
que revela ambas cosas a la vez y, a la par con ello, el constante leit motiv
de todas las etapas de la trayectoria del pensam iento nietzscheano: la lucha
contra e l socialism o, com o el gran enem igo. E n la segunda parte de Hu­
mano, demasiado humano, dice N ietzsche que la dem ocracia será, de todos
los partidos, el que más se aproveche del m iedo general al socialism o,
para llegar a esta conclu sión: " E l pueblo es el que más alejad o se halla
del socialism o, com o doctrina d é la tran sform ación del régim en de la
propiedad; y, si alguna vez llega a tener en sus m anos el torniqu ete de los
impuestos, gracias a las grandes m ayorías de sus parlam entos, procurará
irles a la m ano, con el im puesto progresivo sobre las rentas, a los capita­
listas, los com erciantes y los príncipes de la bolsa, para crear en realidad
una clase m edia a la que le será dado ya olvidarse del socialism o com o
de una enferm edad superada.” 32 Palabras en las que se condensa el

29 Ib'td., p. 349. 30 íbid., p. 350. 31 Ibid., p. 351.


32 T. III, p. 352.
NIETZSCHE, FUNDADOR DEL »RACIONALISM O 2.71

Sueño utópico de N ietzsehe, en el períod o de que h ablam o s: alcanzar


un estado de la sociedad en que pueda olvidarse el socialism o com o "u n a
enferm ed ad superada” . Y , llevad o de este sueño, asum e una actitud de
J—reservada— benevolencia ante la "d em ocracia” bism arckiana: la "d em o ­
cracia” d e la ley contra lo s socialistas y de la supuesta p o lítica social, la
"d em ocracia” .d e l "lá tig o y el terró n de azúcar” .
H asta qué pu nto se entrelazan estas ideas con las ilusiones reaccionarias
en to rn o a la ley contra los socialistas lo revela e l sesgo p o sterior y fin al
que tom an las tales ideas y q u e discurre tam bién paralelam ente al des­
engaño sufrid o p o r la burguesía en este punto, com o consecuencia de la
crecien te y cada vez m ás victoriosa resistencia d e la clase obrera alem ana.
Este nuevo sesgo asum e fo rm as cada vez m ás pasionales y alcanza su punto
cu lm inante en las últim as obras de N ietzsehe. N o tenem os, naturalm ente,
p o r q u é séguirlas aquí paso a p aso ; lo q u e nos interesa, es la sustancia
|de sus contenidos sociales y, fu ndam entalm ente, el d ejar sentado que, p o r
d eb ajo de todos lo s cam bios, el verdadero e je , el verdadero centro en to rno
¡al cu al g ira todo, es siem pre el m ism o : la lucha contra e l socialism o.
L a repulsa d e las ilusiones "d em ocráticas” del p erío d o de transición
cobra ya u n a fo rm a m uy clara en La gaya ciencia ( 1 8 8 2 ) . E n un p asaje
m uy citad o p o r los fascistas con u n entusiasm o fácilm en te com prensible,
aboga N ietzsehe p o r la suprem acía y la subordinación m ilitares, p o r la
je ra rq u ía d e o ficiale s y soldados, que op one a la fa lta de d istinción y
d e sen tid o . aristocrático de la exp lotación capitalista. E sta ausencia de fo r ­
mas aristocráticas es, incluso, según él, la razón d e que el socialism o
p ro sp ere: " S i ellos [e s decir, los capitalistas, G. L . ] tuviesen en su m irada
y en sus gestos la d istinción d e la nobleza d e la sangre, ta l vez las
masas n o se d ejarían arrastrar a l socialism o.” 33 E l to n o se vuelve m ás
crudo y la pasión se recrudece, sen cillam ente p o rqu e ahora N ietzsehe
se siente cada vez más escéptico ante la p osibilid ad d e aplastar a los
obreros co n los m étodos que vienen em pleándose, porqu e abrig a — p o r lo
m enos, de m om ento— un gran tem or al triu n fo de la clase obrera. H e aquí
lo que escribe,- p o r ejem p lo , en la Genealogía de la moral ( 1 8 8 7 ) :
"A ten gám on o s a los hechos: h a vencido el pu eblo, o 'los esclavos’, o 'la
chusm a’, o 'la, horda’, o com o queráis lla m a rlo . . . 'L os señores’ están
liquid ados; la m o ral del hom bre com ún y corriente h a t r iu n fa d o .. . La
‘red ención’ del g énero hum ano (e s decir, de 'los señores’ ) va p o r el m e jo r
de los cam inos; todo se ju d aíza o se cristianiza o se aplebeya (¡q u é im ­
portan las p a la b ra s !) a o jo s vistas. Y el proceso de esta intoxicación
a lo larg o de todo e l cuerpo de la hum anidad parece i n c o n t e n i b l e . . 34
T a l vez resulte interesante, a este propósito, echar un vistazo al p ara­
lelism o divergente que encontram os en tre las trayectorias de dos hom bres

T V, p. 77. 34 T, VII, pp. 315 i.


272 NIETZSCHE, FUNDADOR DEL «¿RACIONALISMO

com o N ietzsche y Franz M eh rin g , para com prender más claram ente toda­
v ía lo que la ley contra lo¿ socialistas y la resistencia del proletariado
alem án representaron para la crisis de la id eología burguesa. A m bos
pasaron — aunque partiendo ya entonces, ciertam ente, de puntos de vista
diam etralm ente opuestos y de razonam ientos n o m enos distintos— p o r un
período de perspectivas ilu so rias: M e h rin g escribe un fo lle to contra la
socialdem ocracia; N ietzsche entra en su p erío d o "d em ocrático” . L a cre­
ciente y cada véz más victoriosa resistencia de los obreros provoca en
am bos pensadores una crisis, crisis que lleva a M e h rin g al cam po del
socialism o, m ientras que en N ietzsche, p o r el contrario, exalta hasta
el paroxism o el odio al socialism o y conduce a la definitiva, plasm a-
ción de su id eo lo g ía m ítica, con la que se adelanta a la barbarie im peria­
lista. "¿Q u ién es son — dice N ietzsche en el Anticristo— aquellos a quienes
más odio, entre la canalla de hoy? L a canalla socialista, los apóstoles
chandalas, que m inan el instinto, el goce, el sentim iento de hartura del
obrero, que 1¿ hacen envidioso, que le inculcan la v e n g a n z a , . . L a in ju s­
ticia no reside nunca en la desigualdad de derechos, sino en la pretensión
do derechos ig u ales.. 35 Y es muy característico que, en su períod o
fin a l, en El ocaso de los idolos, N ietzsche vuelva expresam ente a aquella
sentencia que citábam os m ás arriba, según la cuál la dem ocracia es la
fo rm a del ocaso del E stado; pero, ahora, en u n sentido resueltam ente
con d en ato rio .36
Resum iendo, transcribirem os aquí lo que en El ocaso de los ¡dolos
dice N ietzsch e acerca de su p o sición ante el p ro blem a o b rero : " L a estu­
pidez y, en e l fo n d o , la degeneración de los instintos, que es hoy la causa
de todas las estupideces, radica en que haya una cuestión obrera. H ay
ciertas cosas acerca de las cuales no se pregunta: p rim er im perativo del
instipto. N o alcanzo a com prender qué es lo que se quiere hacer del obre­
ro europeo, después de h aberlo convertido en una cuestión. Su situación es
dem asiado buena para no ir preguntando cada vez m ás, paso a paso y cada
vez co n m ayor soberbia. T ie n e a su fav or, después de todo, la fuerza
del núm ero. H ay que renunciar com pletam ente a la esperanza de que
llegue a form arse aquí, com o clase, u n tip o de hom bre m odesto y contento
de sí m ism o, una especie de chino, y esto sí habría tenido razón de ser, sí
habría sido cabalm ente una necesidad. P ero, ¿qué se h a h e ch o ? Se ha
hecho todo lo po sible p o r ahogar en germ en hasta la m ism a posibilid ad
de e llo ; se h an aniquilado hasta en su raíz, p o r la m ás irresponsable
fa lta de re flex ió n , los instintos gracias a los cuales es p o sible e l obrero
com o clase, se hace p osible a si mismo. Se h a im puesto a l o brero el deber
m ilitar, se le h a concedido e l derecho d e coalición y el derecho p o lítico
de sufragio :, ¿qué tien e, pues, d e extrafio q u e e l obrero de h oy sienta ya su

« T . V I I I , pp. 3 0 3 s. 36 Ib'id., p. 1 5 1 .
NIETZSCHE, FUNDADOR DEL »RACIONALISM O 273

existencia como una carga (y, hablando en términos morales, como una
injusticia)} ¿Qué es lo que se quiere?, volvemos a preguntar. Quien
(Quiere el fin tiene que querer también los medios. Y quien desee tener
esclavos es un necio si los educa paja señores.’’ 37 -
Dos puntos de vista hay que destacan, especialmente, en estas conside­
raciones de Nietzsche. En primer lugar, el de que considera toda la
’'cuestión obrera” como una incumbencia puramente ideológica: según
é|l, depende de los ideólogos de la clase dominante el que la actitud de los
Obreros se desarrolle y oriente en una u otra dirección; a Nietzsche no se
la pasa siquiera por las mientes que este problema descansa sobre bases
Económicamente objetivas. Para él, lo decisivo es la actitud que adopten
|os "señores”; si éstos muestran la decisión necesaria, conseguirán lo que
desean. (En esta manera de pensar, Nietzsche es un precursor directo
de H itler.) En segundo lugar, el pasaje citado contiene, sin proponérselo,
«na síntesis histórica de la continuidad y los cambios con que nos encon­
tramos en las ideas de Nietzsche ante este problema central. Se ve clara­
mente que su ideal social constante es la "incubación” de un tipo de
esclavo a tono con las condiciones modernas y que su odio va dirigido
Contra quienes se interponen ante esta marcha de las cosas, es decir, contra
los socialistas. Pero, a la par con esto, vemos también con toda claridad el
Cambio operado: cuando Nietzsche critica tan duramente a sus cofrades
de clase, se critica también a sí mismo, se autocrítica y supera las ilu­
siones de su período de lo Humano, demasiado humano.
Después del derrumbamiento de sus ilusiones "democráticas”, Nietzsche
prevé, desde luego, una época de grandes guerras, revoluciones y con­
trarrevoluciones, de cuyos caos emergerá su ideal: el imperio absoluto
de los "señores de la tierra” sobre la "horda” convertida ya en dócil
rebaño, sobre los esclavos suficientemente amaestrados. Y a en sus apuntes
de la época de la Genealogía de la moral, leemos: "E l problema de
¿hada dónde marchamos? Será necesario un nuevo terrorismo.” 83 Y en los
materiales preparatorios para su obra Voluntad de poder, dice, refirién­
dose a los "nuevos bárbaros”, a los futuros "señores de la tierra” : "N o
cabe duda de que sólo se harán visibles y se consolidarán después de tre­
mendas crisis socialistas.” 83 En los gérmenes del futuro (del imperia­
lism o), así percibidos, se cifran las perspectivas optimistas del Nietzsche
de la última época: "La contemplación del europeo de hoy me infunde
mucha esperanza: se está formando aquí una raza intrépida y dominante
sobre la anchura de una masa-horda extraordinariamente inteligente.” **
Y , al soñar en esta meta y en el camino que a ella conduce, surgen en su
mente, de vez en cuando, estampas del futuro que entrañan un anticipo

87 1Ш ., p. 153. 8788 T. X IV , p. 334. »» T. X V I, p. 288.


« IbU.. o. 336.

18
274 NIETZSCHE, FUNDADOR DEL »RACIONALISM O

d irecto de la leyenda h itle rian a: "L o s estam entos dom inantes podridos
h an echado a p erd er la im agen del dom inador. E l 'E stad o’ com o juez
es una cobardía, pues fa lta Migran hombre que sirva de pauta para m edir.
Peto, a la postre, será tan grand e la in seg u rid ad , que los hom bres sé
hu m illarán en el p olvo ante cualquier energía de la voluntad ordena*
d ora.” 41
P ara lleg ar a tener com pleta claridad acerca de la lín ea político-so cial
d e N ietzsche, queda sólo por esclarecer su posición ante B ism arck. Es ésta
cu estión que no carece de im portancia. E n realidad, la actitud de N ietz­
sche ante la p o lítica bism arckiana ocupa un lugar central tanto en lo que
se re fiere a la in flu en cia de este pensador sobre círcu los de o p in ión en el
fo n d o izquierdistas com o en lo tocante a la im portancia que N ietzsche
h ab ría de adquirir para la id eología del fascism o.
* E l problem a, para el prim er grupo de personas, se planteaba a s í: N ietz­
sche critica acerbam ente a Bism arck, luego no puede ser un reaccio­
nario. Y com o d e lo que aquí se trata es de la falsa id en tificació n de una
crítica de derecha con una crítica de izquierda, nuestro m odo concreto de
tratar las relaciones B ism arck-N ietzsche contestará a esta cuestión en el
sentid o de que N ietzsche criticaba siem pre a B ism arck desde el punto
d e vista derechista, p o r considerar que su p o lítica no era suficientem ente
' im perialista y reaccionaria.
T am b ié n los ideólogos del fascism o parten de los antagonism os e n tre
N ietzsch e y B ism arck. S in em bargo, el "T e r c e r R e ich ” necesitaba d e una
(intesis dp todas las corrientes reaccionarias de la h istoria alem ana y, en
este sentido, po d ía perm itirse d lujo de considerarse a sí m ism o com o
una co n ju n ció n de N ietzsch e j B ism arck e n u n p lan o superior , (e s decir,
m ás re a ccio n a rio ). E n este sen tid o h ab la, p o r e jem p lo , FranZ Schauw ecker
d e la necesidad de reconciliar a N ietzsch e y a B ism arck en el "T e rc e r
R eich ” : "S e rá éste el im perio ( e l 'R e ich ’ ) que garantice el ord en d e fin i­
tiv o del m undo. E l Im p erio e n que serán un o y lo m ism o F ed erico el
Prusiano y G o e th e e l A lem án. E l abrazo im posible, im pedido, entre B is ­
m arck y N ietzsche será, entonces, u n h ech o consum ado, contra e l que
se estrellará cualquier ataque de las potencias enem igas.” 42 Y e l id eólogo
filo só fic o o ficia l de H itle r, A lfre d B aeu m ler, se vale, a su vez, de la
crítica nietzscheana de B ism arck para d em ostrar— fie l en u n todo al sen­
tid o del Mein Kam pf— la superioridad d el " T e r c e r R eich ” sobre e l Im ­
perio bism arckiano-guillerm ino. O lvid ánd ose de todas las m utaciones de
criterio y vacilad& nes d e N ietzsche, resum e su Opinión e n estas palabras:
" L a h isto ria del R eich se con v irtió en la historia de la d errota espiritual
d e B ism arck. E ste proceso se op eró ante lo s o jo s abiertos p o r e l espanto del
« lbid., p. 194.
4” fRtnz Schauwecker, "Ein Dichter und die Zukunft”, en Des deutschen Dtcb-
ters ¡sendung in der Gegenwart, Leipzig, 1933, p. 227.
NIETZSCHE, FUNDADOR DEL IRRACIONALISMO 275

Otro gran realista [e s decir, de N ietzsche, G. L .]... E l R eich floreció,


pero fu e un florecim iento ficticio , y la filo s o fía que lo acom pañó [ e l 'id ea­
lism o m o ral’] era una filo s o fía aparente. E l ostentoso ed ificio liberal-
rom ántico se derrum bó en la guerra m undial, y en aquel m ism o instante i
áje divisaron las figu ras de los dos grandes adversarios del pasado.” 43
Echem os ahora un vistazo a la crítica nietzscheana de Bism arck. A m bos
son reaccionarios "fie le s a su tiem p o” , com o se les llam a, que, ju n to a las
armas habituales de la opresión del pueblo, del terror brutal, arm a p re­
dilecta de uno y otro, gustan de esgrim ir tam bién armas m ás "m od ernas” ,
Sobre todo m edidas e instituciones "d em ocráticas” contra el gran enem igo,
contra el proletariad o (e n B ism arck, el su fragio universal, e t c .) . B ism arck
Cs, en el fondo, un diplom ático del períod o bonapartista, que sólo por
breve tiem po lleva el m ovim iento de la unidad alem ana más allá de las
estrechas m iras de la p o lítica reaccionaria prusiana. N o alcanza, sin em bar­
go, a com prender las aspiraciones im perialistas de la burguesía alem ana,
que van surgiendo con fuerza cada vez m ayor sobre la base de la fund ación
(reaccionaria del Im perio. N ietzsche, p o r el contrario, es cabalm ente el
ideólogo, el "p ro fe ta ” de esta tend encia. D e aquí sus críticas, a veces
am argam ente irónicas y despectivas, con tra B ism arck ; de aquí tam bién,
e n lo s últim os años- de su vida, antes d e p erd er la razón, su to m a de
p osición en fav o r de G u illerm o I I y e n con tra del C an ciller. A fin es
ide octubre dé 1 8 8 8 , escribe a su h erm an a: "N u e stro nuevo em perador m e
gusta cada vez m á s . . . C om prende ya lo que es, com o prin cip io , la volu n­
tad d e p o d er.” 44 Esta com prensión la echa de m enos en B ism arck ; p o r eso
dice d e él que n o sabe d e filo s o fía m ás que "u n patán o cu alquier estu­
d iante d e corporación” .45
P ero esto no pasa de ser una invectiva polém ica. L os ataques de N ietz ­
sche co n tra B ism arck giran , sustancialm ente, en to rno a dos co m p le jo s:
en e l cam po de la p o lítica in terio r, N ietzsch e exig e de B ism arck la rup-,
tura resuelta hasta co n toda apariencia d e dem ocracia, hasta co n aquella
fo rm a d e veleidad dem agógica con la dem ocracia q u e es parlam entarism o
a la m anera bism arekiana. P ara N ietzsch e, el p ro blem a capital, decisivo e s:
" E l crecien te ascenso del hom bre dem ocrático y, com o resultado d e ello ,,
el entontecim iento d e E uropa y e l empequeñecimiento d el h om bre euro­
p eo” ; d e donde se deduce, consecuentem ente, e l im perativo d e "ro m p e r
con e l princip io inglés d e la representación p o p u lar: lo q u e nosotros
necesitam os es la representación d e lo s grandes intereses” .4® C o n estas
palabras, se adelanta N ietzsch e a l "E sta d o corporativo” d el fascism o.
E l segundo co m p lejo se re fiere a la p o lítica m u nd ial. En Más allá del

48 A. Baeumler, Nietzsche, der Philosoph und Politiker, Leipzig, s. a., p. 135.


44 Carta de Nietzsche a su hermana, fines de octubre de 1888, cit. en Elisabeth
Förster-Nietzsche, op. cit., p. 512.
45 T . VII, p. 205. 48 T . X III, p. 352.
276 NIETZSCHE, FUNDADOR DEL »RACIONALISMO

bien y del mal, declara Nietzsche, muy significativamente y en oposi­


ción a la política entonces fnantenida por Bismarck, bajo la forma de
la exigencia de una coalición europea en contra de Rusia: "Los tiem­
pos de la política menuda, han pasldo: el siglo venidero traerá ya
consigo la lucha por la dominación sobre la tierra, la coacción de la gran
política.” 47 Esta era, que Bismarck no comprende, según Nietzsche,
es la de las grandes guerras. Nietzsche se expresa así acerca de ella, en el'
Ecce Homo: "Habrá guerras como jamás se han conocido en el mundo.
Sólo a partir de mí ha habido sobre la, tierra una política grande." 48 He
aquí por qué Bismarck no es, para Nietzsche, bastante militarista. La sal­
vación de Alemania se cifra — plenamente en el sentido hitleriano— en
renovar, conforme a las exigencias de la ¿poca, las tradiciones del mili­
tarismo prusiano: "El mantenimiento ‘d el Estado militar es el último y
supremo recurso para asumir o mantener la gran tradición con vistas al
tipo superior de hombre, al tipo de hombre 'fuerte." 48
Creemos que basta con los pasajes citados para demostrar con toda la
claridad deseable hasta qué punto la crítica nietzscheana de Bismarck des­
cansaba sobre el hecho de que el canciller no comprendía, según Nietz­
sche, los problemas de la época imperialista que se avecinaba y no sabía
abordarlos y resolverlos en el sentido de una política agresiva. Era, por
tanto, como hemos dicho, una crítica formulada desde el punto de vista
de la derecha. .

III

SÓLO partiendo de aquí podemos comprender tanto la unidad de la filo­


sofía nietzscheana como sus cambios y vicisitudes: esta filosofía es la
concepción del mundo de la lucha a la ofensiva contra el enemigo funda-
mentid, contra la clase obrera, contra el socialismo: una filosofía que
brota en el curso de la agudización de la ludia de clases, del derrumba­
miento de muchas ilusiones, como anticipo intuitivo en el campo del
pensamiento del periodo imperialista de la trayectoria del capitalismo.
Sólo en un Estado resueltamente agresivo-reacciónario de la burguesía
imperialista considera Nietzsche que puede levantarse un dique suficien­
temente fuerte contra el peligro sodalista; sólo la erección de un poder así
despierta en él la esperanza de poder dar la batalla definitiva a la dase
obrera. Su encono contra la Alemania de su tiempo obedece, sencilla­
mente, a que no adopta estas medidas, a que vacila en adoptarlas.
Donde más claramente se destacan estas tendencias de Nietzsche es en su
ética. Por la razón de que, en virtud de su situación de clase, de su igno­
rancia económica y del hecho de haber influido en el período anterior
al imperialismo, no podía, naturalmente, anticiparse en el pensamiento a
47 T . V I Í , p . 1 5 6 . 48 T . X V , p . 1 1 7 . 48 T . X V I , p . 1 8 0 .
NIETZSCHE, FUNDADOR DEL IRRACIONALISIMO 277

éste, desde el punto de vista económ ico-social. E n cam bio, e n su obra


tesaita con tanta m ayor claridad la esencia de la consecuente m o ral im pe­
rialista de la burguesía. E n este punto, N ietzsche so-an ticipa en el plano
del pensam iento a la trayectoria que habrá de seguir la realidad. L a m ayo­
ría de sus d efinicio nes m orales habrán de cobrar una espantosa realidad
b a jo el régim en de H itle r y siguen conservando todavía hoy su actualidad
Como exponente de la m oral del "s ig lo norteam ericano” .
C on frecuencia se relaciona a N ietzsche con el rom anticism o. A lg o hay
de exacto en ello , |>or cuanto que en sü pensam iento desem peñan un papel
nada desdeñable ciertos m otivos del anticapitalism o rom ántico, com o, por
eje m p lo , la lucha contra la división capitalista del trab ajo y contra las
consecuencias que e lla acarrea para la cultura y la m oral de la burguesía.
Y a l arsenal de pensam ientos del anticapitalism o rom ántico pertenece,
asim ism o, la proclam ación de un períod o p retérito com o ideal apetecible
para el presente.
N ietzsche, sin em bargo, actúa ya en el períod o p osterior a la prim era
tom a d el P od er p o r el proletariad o, a la Com una de P arís. L a crisis y la
d isolu ción d el rom anticism o, la evolución d el anticapitalism ó rom ántico
hacia la apologética capitalista, las vicisitudes de C arlyle durante la revolu­
ció n d el C uarenta y ocho y después d e ella, quedan ya muy atrás de
N ietzsch e, com o u n pasado envejecid o . P o r eso, m ientras el jo v en C arlyle
ensalzaba todavía la Edad M ed ia com o la época d e la felicid ad d e los
trabajad ores, contrapon iénd ola a la crueldad inhum ana d el capitalism o,
N ietzsche com ienza ya, com o hem os visto, exaltand o la esclavitud antigua
com o m odelo y com o ideal. D e aquí que la u to p ía reaccionaria del
C arly le p o sterior al año 1 8 4 8 sea para él alg o sim plista, desde hace m ucho
tiem po superado. 1
E s cierto q u e e n am bos pensadores presenta e l aristocratism o ciertos
rasgos afin es, e n cuanto a sus fu nd am entos sociales: en el in ten to d e ase­
g u ra r la hegem onía social de la intelectualidad burguesa, de fu nd am en­
tarla filo só ficam en te. P ero la diversidad de las circunstancias en que se
d esarrolla su in flu en cia da a este aristocratism o, e n N ietzsch e, un conte­
n id o sustancialm ente d istinto, un co lo r totalm ente d ifere n te a l d el anti­
capitalism o rom ántico. V erd ad es q u e en e l jo v en N ietzsch e se perciben
todavía ciertos vestigios rom ánticos (in sp irad o s e n Schopenhauer y en
R icardo W a g n e r ), pero su trayectoria Va encam inada a superarlos, aunque
— en lo tocante a l m étodo decisivo d e la apologética indirecta— siga
siendo siem pre u n d iscípu lo d e Schopenhauer y m antenga en p ie la con­
cepción irracionalista d e lo d ionisíaco (e n con tra d e la razón y a fav o r
d el in s tin to ), com o p ensam iento fu nd am ental, si bien, com o vérem os,
con m o d ific a c ió n » bastantes sustanciales. P o r eso, en e l curso d el des­
arro llo d e N ietzschd, observam os u n d eslind e cad a vez m ás en érgico con
respecto a l rom anticism o; lo rom ántico aparece id en tificad o cada v ez
278 NIETZSCHE, FUNDADOR DEL »RACIONALISMO

más pasionalmente con la decadencia (m ala) y lo dionisíaco se convierte


cada vez más en el anticoncepto del romanticismo, en lo paralelo a la
superación de la decadencia, en símbolo «de la decadencia "buena”, positiva.
Con respecto a la filosofía del comportamiento humano (en Nietzsche,
confluyen constantemente la ética, la psicología y la filosofía de la socie­
dad) nos vemos llevados, por tanto, a remontarnos al período de prepa­
ración del ascenso de la burguesía, al Renacimiento, al clasicismo francés
y a la Ilustración. Y estas simpatías de Nietzsche tienen su importancia,
porque en ellas se contienen los puntos de apoyo tanto para sus admira­
dores del campo de la izquierda burguesa como para su actualización
con vistas a la preparación ideológica de la tercera Guerra Mundial imper
rialista. Asi, por ejemplo, Kaufmann trata a Nietzsche como el punto d4
culminación de la gran filosofía desde Descartes (y hasta desde Aristó­
teles), e incluso querría presentarlo como el continuador de las tradiciones
de la Ilustración.“* Y , como si no lo hubiera comprometido ya bastante la
propaganda de los hitleristas, el imperialismo norteamericano trata ahora,
de utilizar a Nietzsche para sus fines, después de "desnazificarlo” conve
nientemente, lo mismo que se hace con un Hjalmar Schacht y con un
general Guderian.
Por los pasajes más arriba citados acerca de Voltaire y Rousseau podrá
el lector darse cuenta de cuál es el valor científico de semejantes intentos.
Voltaire, cuya Obra fue, en su día, un gran centro energético para la
movilización de todas las fuerzas del progreso, pretende ser convertido
ahora por Nietzsche en la cabeza espiritual para cerrar el paso a toda
revolución. Y es extraordinariamente' característico para este llamado em­
palme de Nietzsche con la Ilustración el hedió de que, buscando una
analogía con la conducta de Voltaire y su modo de vivir, la encuentre
precisamente en la vida de Schopenhauer; éste fue, dice de él Nietzsche,
"puro como ningún otro filósofo alemán antes de él, y vivió y murió
’como un volteriano' ”.51 Es decir, que un Voltaire, que se valió de su
fama universal para combatir eficazmente al podrido absolutismo feudal
de su tiempo y que expuso su vida por salvar a las victimas inocentes de la
reacción absolutista-clerical (o , por lo menos, su memoria), llevó, según
Nietzsche, una vida semejante a la de Schopenhauer, que no sostuvo a lo
largo de toda su vida más combate que una disputa familiar en tomo
a su herencia, que en 1848 puso sus gemelos de teatro a disposición de los
oficiales cootrarnevohicionarios para que pudieran disparar más certera­
mente comía las barricadas, que legó a los inválidos de la contrarrevolución
úna paite de su fortuna, etc.
No creemos que valga la pena detenerse, aunque sería harto fácil, a
ttustrar en términos parecidos a éstos todos los pretendidos entronques

*o W . À . K a u fm a n n , Nittztcke, P rin ceton . 1 9 3 0 51 T . V , p. 1 3 0 .


NIETZSCHE, FUJMDADOR DEL IRRACIONALISMO 279

de Nietzsche coa las viejas tradiciones progresivas. Bastará con! citar, para
poner fin a este punto, las palabras del propio Nietzsche sobre la relación
existente entre su "nueva Ilustración”, contó él la llama, y la "vieja”, pues
—en contraste con sus hipócritas intérpretes imperialistas— pone de mani­
fiesto sus ideas con una franqueza que no deja, ciertamente, nada que
desear. He aquí sus propias palabras: "La nueva Ilustración — la vieja
era, a tono con el sentido de la horda democrática: la igualación de
todos. La nueva pretende mostrar el camino a las naturalezas dominan­
tes, por cuanto que a éstas (como al Estado) les está permitido todo, para
lo que la horda no es libre.” 52
Muy al contrario de lo que entienden aquellos intérpretes de Nietzsche
que se empeñan en acercarlo a la Ilustración, su verdadera posición
—tras el breve episodio de una relativa aproximación, durante el "periodo
democrático” ya analizado por nosotros— es la de la más enconada lucha
contra los epígonos de la Ilustración, contra los M ili, los Guyau, etc.
Lucha en la que se expresa el desarrollo contradictorio que va implícito
en el periodo de decadencia de la ideología burguesa. La Ilustración,
llevada de la ilusión de instaurar el reino de la razón, había combatido
a la teología y al irracionalismo de las tradiciones feudales. El triunfo
de la burguesía en la gran Revolución francesa vino a realizar estos ideales,
pero, al hacerlo, resultó, como no podía ser menos, según dice Engels,*8
que el reino de la razón se revelaba como el reino idealizado de la bur­
guesía, con todas sus insolubles contradicciones. Dice Marx certeramente,
refiriéndose a las diferencias entre Helvetius y Bentham: "Este se limita
a copiar sin pizca de ingenio lo que Helvetius y otros franceses del si­
glo xvih habían dicho ingeniosamente.” 54 Pero el contraste entre el
ingenio y la falta de él no refleja, en este caso, simplemente, la diferencia
entre el talento de Bentham y el de Helvetius, sino que responde, sobre
todo, a dos fases distintas en la trayectoria del capitalismo y, por consi-
guiente, en la de la ideología burguesa. Helvetius podía ser ingenioso,
porque ponía alas a su pensamiento un odio visionario contra la podrida
sociedad absolutista-feudal, contra el oscurantismo de la Iglesia y la
religión y contra la hipocresía de las capas dominantes. Bentham, en cam­
bio, no podía dar muestras de ingenio, porque defendía a todo trance
el capitalismo ya victorioso, y sólo podía hacerlo pasando por alto los
fenómenos más importantes de la sociedad o desfigurando bajo bellos
colores su esencia real. Y , en los epígonos del epígono Bentham, en los
positivistas M ili y Spencer, Comte y Guyau, al avanzar la decadencia de
(a burguesía, no podían por menos de acentuarse estas tendencias al.ado-
cenamiento y a la falta de ingenio. Y si Nietzsche pudo volver a ser2

22 T. X IV , p. 321. 53 Engels, op. cit., p. 453, trad. esp.


83 Marx, El Capital, trad. esp., t. I, p. 514 ».
280 NIETZSCHE, FUNDADOR DEL »RACIONALISMO

ingenioso fu e porqu e, gracias a su m étodo de la apologética indirecta,


contaba, sobre todo en el cam po de la cultura, con un am plio m argep
p ara proceder a una critica despiadada. J D e la m anera artística de ser d(e
esta critica nace su p red ilección estética p o r algunos pensadores de la ilus­
tración, principalm ente por los m oralistas 'franceses. P ero esta inclinación
literario -fo rm al no debe encubrir la contraposición ideológica en tre sus
tendencias fundam entales. A veces, N ietzsch e expresa estos antagonism os
co n toda franqueza, cuando — ya incluso en el períod o de su obra Humano,
demasiado humano— descubre, p o r e jem p lo , e n - l a crítica m o ral de La
R ochefoucau ld un aliado del cristianism o.-'5
E l punto de enlace entre la ética de N ietzsche y la de la Ilustración,
los m oralistas franceses, etc., estriba en que todos ellos ven en el egoísm o
d el individuó "cap italista” e l fenóm eno básico de la vida social. P ero el
d esarrollo histórico de la lucha de clases se encarga de aportar en los dis­
tintos p eríod os de actuación de estos pensadores d iferencias cualitativas
de contenido y hasta antagonism os de orientación y valoración.
C om o ideólogos progresivos del p erío d o de preparación de lá revolu­
ció n dem ocrático-burguesa, los pensadores de la Ilu stración tenían nece­
sariam ente que idealizar la sociedad burguesa y, en prim er térm ino, la
fu n ció n social del egoísm o. S in conocer en su m ayor parte la econom ía
clásica inglesa, y hasta, m uchas veces, antes incluso de que ésta surgiera,
expresan en su ética la fu nd am ental tesis económ ica de A d am Sm ith
según la cu al la conducta económ icam ente e g o ísta del individuo es el p rin ­
cip al vehícu lo p ara e l d esarrollo de las fuerzas productivas y conduce
necesariam ente, en ú ltim a instancia, a la arm onía de lo s intereses g lobales
d e Ja sociedad. ( N o podem os señ alar aquí, n i siquiera en esbozo, las
com plicadas contradicciones a que conduce, en los grandes representantes
de la Ilu stración, la "te o ría de la utilid ad ” establecida sobre estas bases, la
m oral del "e g o ísm o razonable” , e tc .) Es claro, sin em bargo, que, al estre­
llarse la teo ría sm ithiana de la arm onía contra los hechos del pro pio capi­
talism o, sólo p o d ía m antenerse en p ie, en la econom ía, b a jo la form a
de econom ía vu lgar ( a p artir de S a y ), y . e n la ética y la sociología solai-
m ente b a jo la fo rm a de la apologética d irecta del capitalism o (d esd é
B e n th a m ). L a fa lta de ingenio y el eclecticism o d e los positivistas sé
m anifiestan tam bién, entre otras cosas, en que estos pensadores son inca«-
paces de adoptar una posición clara y unívoca ante el p roblem a del egoís­
m o. Su posición es la de una m escolanza que to d o lo em borrona y con­
funde. A h ora bien, cuando N ietzsche, com o representante de la apologética
indirecta, aborda de nuevo el problem a de la afirm ación d el egoísm o
-^ te n d e n cia que, com o verem os, desem peña ya im portante papel en su
juventud, en la actualización m itific a d o » d el "a g ó n ” , d e la "E ri$

55 T . X I , p. 34.
NIETZSCHE, FUNDADOR DEL IRRACIONALISMO 281

buena” — , no se trata ya, en él, de idealizar la naciente sociedad burguesa,


todavía progresiva y hasta revolucionaria, sino, p o r el contrario, de idea­
lizar aquellas tendencias egoístas de la burguesía ya en declive que se
desplegaban en el períod o de su actuación y que h ab rían de cobrar una
d ifu sió n real y general en el period o d el im perialism o: es decir, del egoís­
m o de una clase condenada p o r la historia a perecer y que, en su lucha
desesperada contra su enterrador, contra el proletariado, m ovilizaba todos
los instintos bárbaros soterrados en el hom bre y cifrab a e n ellos su "é tic a ” .
Es sabido que N ietzsche, en su llam ado períod o volteriano, m antuvo
estrecha amistad durante breve tiem po con un ep íg o n o positivista de la.
m oral d e la Ilustración, con Paul R ée, y hasta lle g ó a d ejarse in flu ir por
él, pasajeram ente. Para los efectos de nuestro problem a, son muy in te­
resantes, p o r tanto, los m otivos de su ruptura, de su ajuste critico de
cuentas con este pensador. E l propio N ietzsche se encarga de puntuali­
zarlos con inequívoca clarid ad : " Y o com bato — nos dice— la idea de
que el egoísm o sea nocivo y perju d icial y m e propongo tranqu ilizar la con­
ciencia de los egoístas.” M
E n su período de madurez, N ietzsche se p ro pone com o tarea fu nd a­
m ental construir y desarrollar la ética ( l a p sico lo g ía y — según N ie tz ­
sche— tam bién la fis io lo g ía ) de este nuevo egoísm o. E n sus proyectos
de continuación del Zaratustra establece tal vez e l program a m ás fran co y
sin cero de este tta b a jo , partiendo para e llo , muy significativam ente, d e su
d efin ició n , ya citada p o r nosotros, de la- "n u ev a Ilu stración ” : "N a d a
es verdad, todo es lícito .” Z aratu stra: " O s exim o de todo, d e D io s y del
deber, pero tenéis que aportar la prueba máxima de u n a acción noble.
Pues aquí se abre el cam ino de lo s desalm ados, ¡fija o s b ie n ! L a pugna
por e l poder, al fin a l d e la Cual la horda será m ás h ord a y el tiran o m ás
tirano que nunca. ¡N ad a d e ligas secretas! Las consecuencias de vuestra
d octrina causarán espantosos estragos y harán perecer a un sinnúmero de
gentes. ¡Probemos una vez con la verdad! T a l vez la hum anidad perezca
en la prueba. ¡Q u é le vam os a hacer !” 57
P ara llevar a cabo esta conm oción, esta "sú bv erción de todos lo s valo­
re s ", hacen fa lta nuevos hom bres. L a ética nietzscheana se encargará de
seleccionarlos, de educarlos y d isciplinarlos. M as para e llo hace falta, ante
todo, liberar a los instintos. N ietzsch e entiend e que, hasta ahora, toda
religión, toda filo so fía , to d a m o ral, etc., se asignaban com o m isió n con ­
trarrestar la liberación de lo s instintos, reprim irlos, hacerlos decaer, d efo r­
m arlos. La obra liberadora com ienza co n su p ro p ia é tica : " T o d a m oral
sana está dom inada por un in stin to de v i d a . . : L a m o ral antinatural, es
decir, casi toda la m oral profesad a, venerada y predicada hasta ahora, 50

50 T. X III, p. 111. A continuación, viene una crítica de Guyau, ihid., p. 112.


87 T. X II, p. 410.
282 NIETZSCHE, FUNDADOR DEL IRRACIONALISIMO

se vuelve, p o r el contrario, precisam ente en contra de los instintos vita­


les, es una condenación, ya encubierta, ya fra n ca y descarada, de estos
in stin to s.” 38
N ietzsche se p resen ta aquí com o incisivo crítico de la m o ral presen te
y pasada, no sólo d e la teológico-cristiana, sino tam bién de la filo só fica ,
sobre todo de la kantiana. C onsiderada la cosa desde un pu nto de vista
puram ente fo rm al, p o d ría pensarse a p rim era vista y superficialm ente que
se p ro pone apoyarse en las grand es concepciones m orales anteriores, p o r
e jem p lo en la te o ría de lo s afecto s de Spinoza. P ero, tan p ro n to com o exa­
m inam os de un m odo concreto la tend encia y e l contenid o de sus pro p ósi­
tos, vem os que se trata de una apariencia engañosa. E n Spinoza, la d ia ­
léctica de la autosuperación de los afectos im p lica la tend encia a estatuir
el ideal de un hom bre social arm ónico, hu m anístico y capaz d e dom inarse
a sí m ism o, superando lo p u ram ente in stin tiv o (y n o sen cillam ente re p ri­
m ién dolo, com o en K a n t ) . E n N ietzsch e, nos encontram os realm ente, p o r
el contrario, com o ya hem os visto y aún hem os d e v er m ás en detalle,
con la concepción de un desencadenam iento de lo s in stin to s: la burguesíá
en declive debe desencadenar todo lo que hay de m alo y de bestial en el
hom bre, con el fin de contar con activistas para salvar su dom inación.
D e aquí la im portancia tan grand e que tien e para N ietzsch e el reco­
nocim iento del tip o crim inoso. T am b ié n en este punto existe en apariencia
cierta afinidad con algunas tendencias que se m an ifiestan en la literatu ra
d el p erío d o ascensional de la burgu esía (lo s bandidos del jo v en S ch iller,
e l M ich ael K ó h lh aas de K le ist, el D ubrow sky de P ushkin, los V a u trin de
B alzac, e t c ,) , pero con un contenid o igualm ente antitético. E n el períod o
ascensional de la burguesía, las in ju sticias de la sociedad absolutista-feudal
em p u jaban a la d elincuencia a hom bres de un gran tem ple m o ral; y el
análisis de sus delitos era un ataque d irigid o contra aquella sociedad.
E l ataque existe tam bién en N ietzsch e, ciertam ente. P ero la tó n ica con­
siste, ahora, en sostener que un determ inado tip o hum ano deform ad o
tien e que convertirse m oralm ente en un d elincuente. Y lo que a N ie tz ­
sche le interesa es tran qu ilizar la conciencia del delincuente y superar de
este m odo su d eform ación , conv irtiénd olo en parte in teg ran te de la nueva
élite. A sí, en El ocaso de los ídolos, leem o s: " E l tip o d el d elincuente es
el tip o del hom bre fu erte situado en cond iciones desfavorables, u n hom bre
fu erte convertido e n un en ferm o . L e fa lta e l salv ajism o, cierta fo rm a m ás
lib re y m ás p eligrosa de la naturaleza y d e la existen cia e n la q u e actúa
legítimamente cuanto en e l in stin to d el h om bre fu erte es arm a y defensa.
Sus virtudes h an sid o proscritas p o r la sociedad; sus m ás vivos instintos,
con los q u e h a venido a l m undo, degeneran e n seguida co n lo s afecto s
agobiantes, con lo s sen tim ien tos de la sospecha, e l t e n o r y e l des­

38 T. VIII, p. 88.
NIETZSCHE, FUNDADOR DEL »RACIONALISM O 283

h o n o r.” 59 Y en la Voluntad de poder expresa luego claram ente la nece­


saria trabazón orgánica en tre la grandeza, tal com o N ietzsche la concibe, y
la delincuencia (e s decir, la pertenencia a l tip o d el ^ d elin cu en te): " E n
nuestro m undo civilizado, casi só lo conocem os al delincuente degenerado,
abrum ado b a jo la m ald ición y e l desprecio de la sociedad, que d esco nfía
d e sí m ism o y que, en la generalidad de los casos, em pequeñece sus
hazañas y reniega de ellas, e l tipo frustrado de delincuente; y nos resis­
tim os a creer que todos, los grandes hombres fueron delincuentes (au n q u e
de g ra n envergadura, y no e n e l sentido m ás d ep lorable de la p a la b ra ),
que el d elito es inseparable de la g r a n d e z a . . . ” 60
S e plan tea y se resuelve ya claram ente, aquí, e l p ro blem a de la "sa lu d ”
y la "en ferm ed ad ” , que ocupa un lu gar tan p rim ordial en la filo s o fía del
N ietzsche m aduro. Y si com plem entam os los ju icio s anteriores con otro
tom ado d e sus trabajo s preparatorios p ara sus últim as obras, no lo hacem ós
por el a fá n d e ser com pletos, pues con citas d e éstas po d rían llenarse
abundantes páginas, sin o p o rqu e m uchos intérpretes de N ietzsch e se a fa ­
nan, precisam ente en estos ú ltim os tiem pos, p o r atenuar y hasta p o r e li­
m in ar d e sus obras todas sus tendencias al renacim iento d e la barbarie, a la
g lo rifica ció n d el terro r b lan co y a la afirm ación m o ral d e la crueldad
y la bestialid ad ; leyendo a estos intérpretes, lle g a uno a tener, incluso, la
sensación d e que e l concepto de la "b e stia rubia” , p o r eje m p lo , n o pasa
de ser una m etáfo ra inofensiv a, perd id a en tre las refinad as elucubracio­
nes de la crítica de la cultura. F re n te a. deform aciones com o éstas, n o hay
más rem edio que rem itirse constantem ente al p ro p io N ietzsche, qu ien ante
problem as de esta clase — y, en este sentido, hay q u e d ecir q u e es un
pensador honrado, y no u n hip ó crita o un fariseo— , se expresa con
una franqueza verdaderam ente cín ica. H e aquí lo q u e dice, en el pasaje
a que nos referim o s: "L a s bestias de presa y la selva virg en dem uestran
q u e la maldad puede ser muy sana y desarrollar m aravillosam ente el orga­
nism o. Si la bestia de presa se sin tiera atorm entada p o r los rem ordim ientos
interiores, hace ya m ucho tiem po que habría decaído y degenerado. E l
perro (q u e tanto plañe y m enea la c o la ) es una bestia d e presa d egene­
rada, y lo m ism o e l gato. Y sinnúm ero d e personas bondadosas y cohibidas
revelan q u e la bondad lle v a necesariam ente aparejada una decadencia de
las e n erg ías: las sensaciones d el m ied o predominan y pesan sobre e l o rg a­
nism o.” U1 Y e l len g u aje b io ló g ico se h alla, com o hem os d e ver, en plen a
consonancia co n las tendencias filo só ficas, fundam entales del N ietzsch e de
la época d e m adurez, aunque no pasa d e ser u n len g u a je encam inado a
servir d e envoltura a l m ito , pues h u elga d ecir q u e esa pretend id a "m a l­
dad” d e la bestia d e presa es, sencillam ente, e l m ito detrás d el cu al se
ocu lta la g lo rificació n im perialista d e los peores instintos.

59 Ibid., p. 157. 99 T. X V I, pp. 184 s. 01 T. X IV , p. 82.


284 NIETZSCHE, FUNDADOR DEL IRRACIONALISMO

T o d o e llo entraña, sin duda alguna, la p ro fe sió n ab ierta de fe de


q ue es necesario renovar la barbarie com o cam ino hacia la salvación
de la hum anidad. ( E l hecho de que, erwsus obras ju veniles, y a veces en las
posteriores, h ab le tam bién de la barbarie e n sentido peyorativo, nada
tien e q u e ver con este problem a, ya que en tales expresiones quiere re fe ­
rirse al "filiste ísm o de la cultura” , al filisteísm o en general, e tc .) E n
aquellos m ism os trabajo s preparatorios de que tom ábam os la anterior cita,
dice N ie tz s c h e 'q u e “estam os, hoy, cansados ya de tanta civilizació n” .02*
C laro está q u e esto, a los o jo s de N ietzsche, sería sencillam ente un caos, un
estado de decadencia. P ero, es interesante observar cóm o va aum entando
su optim ism o, a su m anera, con vistas al futuro. ¿C óm o salir de este
caos? T am b ién a esta pregunta da N ietzsche una respuesta inequívocam ente
clara: la era de la "g ra n p o lítica” , de las guerras y las revoluciones, o b li­
gará a la hum anidad (e s decir, a la clase d om in an te) a virar en redondo,
y k s características decisivas de este saludable cam bio de rum bo, de esta
superación de la decadencia, se m anifiestan precisam ente com o e l rena­
cim iento de la barbarie. Y ya en el apartado anterior hem os tenido ocasión
de citar algunas im portantes m anifestaciones de N ietzsche en torno a este
problem a.
Para los adm iradores del N ietzsche “ refin ad o ” , no resulta d ifíc il resol­
ver la d ificu ltad que im plica el com paginar esta afirm ación d e la barbarie
co n su crítica de la cultura, no pocas veces refin ad a y sutil. E n p rim er lugar,
porque esta co n ju n ció n d el refin am ien to y la brutalidad n o es, ni m ucho
m enos, una particularidad personal de N ietzsche que haga fa lta exp licar psi­
cológicam ente, sino una característica gen eral, aním ico-m oral, de la deca­
dencia im perialista. E n otros lugares, hem os tenid o ya ocasión d e poner
de m an ifiesto en un pensador todavía m ucho m ás refin ad o com o R ilk e
la cohesión de estos criterios contradictorios.08 Y , en segundo lugar, el
propio N ietzsche nos o frece , en la Genealogía de la moral u n a excelente
descripción de su tip o pred ilecto, que no sólo pone al descubierto, com o
los pasajes anteriorm ente citados, la p sico lo g ía y la m o ral de este tipo
de hom bre, sin o que, al m ism o tiem po, derram a una d iáfana luz sobre
e l fo n d o de clase en esta dualidad y unidad antagónicas. E n la des­
cripción a q u e nos referim os, investiga N ietzsch e lo s térm inos antagó­
nicos m o rales: la contraposición elegan te en tre lo bueno y lo m alo o
los conceptos d el b ien y el m al dictados p o r e l resentimierCo plebeyo, y
contesta co n las siguientes palabras a la pregunta de cóm o h a nacido el
ú ltim o concepto ético m encionad o:
“ Es precisamente, para contestar co n to d o rigor, lo 'bueno’ de la otra

02 Ibid., pp. 207 t.


08 Cfr. mis libros, Kart Marx und Friedrich Engels ais Uteraturhistoriker, ed.
Aufbau, Berlín, 1952, pp. 31 s-, y Siizze e'tner Geschiehte der neueren deutscben
Literatur, ed. Áuíbau, Berlín, 1953,' pp. 1 1 5 « . .
NIETZSCHE, FUNDADOR DEL IRRACIONALISMO 285
¿noral, de la m oral del h om bre distinguid o, del poderoso, del dom inador,
ió lo q u e trastrocado y vu elto del revés, visto a la inversa por el o jo
Venenoso del resentim iento. Y , a este propósito, querem os negar, por
Jo m enos, una co sa: quien sólo ve en aquellos hom bres 'buenos’ los
¿nem igos, no conoce m ás que enemigo} malignos, y los m ism os hom ­
bres m antenidos a raya p o r la m oral, la adm iración, la costum bre y la
gratitu d, y m ás todavía p o r la vigilancia m utua, p o r el recelo ínter pares,

(<que, p o r otra parte, dem uestran ser, los unos para con los otros, tan
nventivos en sus m iram ientos, su capacidad para dom inarse a sí m ism os,
su ternura, su lealtad, su am istad y su orgullo, al exterior, a llí donde
Comienza lo extraño, los extraños, no son m ejo res que las bestias de
presa sin el m enor freno . A q u í, se sienten libres de toda coacción social,
se resarcen, en el salvajism o, de la tensión en que han vivido b a jo el
largo encierro y e l largo apaciguam iento, en la paz de lá com unidad;
reinciden en la inocencia de su conciencia de bestias de presa, com o
m onstruos retozones, que salen tal vez de una sucesión de asesinatos,
’ ncendios, torm entos y violaciones con una a leg ría y un equ ilib rio de

Í espíritu com o si no hubiesen com etid o m ás q u e una travesura d e estu­


diantes, convencidos de que, p o r fin , han dado d e nuevo a lo s poetas
a lg o q u e cantar y que ensalzar. E n la base de todas estas razas distinguidas
n o se pu ed e p o r m enos de ver lá bestia de presa, la espléndida bestia %
rubia, ávida d e b o tín y de v ic to ria . . . Las razas distinguidas son las
q u e h a n d ejad o tras sí el concepto d e 'bárbaro’ en todos lo s rastros de
los sitios p o r donde h an pasado; y todavía de sus culturas m ás altas
trascienden la conciencia y el o rg u llo de e llo .” 01
P o r tanto, en el sen o d e la d a s e d om inante refin am ien to estético,
m oral y Cultural; fre n te a " l o extrañ o ” , es d ecir, fren te a lo s oprim idos,
y fre n te a los que se trata d e op rim ir, brutalidad, crueldad y barbarie.
Com o se ve, e l entusiasm o q u e el jo v en N ietzsch e sen tía p o r la esclavitud
antigua sigue siendo un m o tiv o constan te — y constantem ente acentuado—
d e su filo s o fía . C ierto es que e llo introduce un elem ento ro m ántico en
su an ticip o "p ro fé tic o ” d el fu tu ro im perialista. E l arquetipo nietzschea-
no — digam os el esclavista y refin ad o hom bre de la cultura d e P erid es—
se com pagina muy m al con los H itle r y los G o e rin g , los M acC arthy y
los Ridgw ay. E l desconocim iento de las d iferencias económ ico-sociales entre
dos épocas conduce necesariam ente — aun prescindiendo de los designios
apologéticos— a este idealism o rom ántico. Si N ietzsche se d ejaba llevar,
en este punto, p o r la ensoñación rom ántica no es, ciertam ente, p o r pura
coind d encia. Se trata, en rig o r, d el p roblem a fu ndam ental de su filo so fía .
N o cabe duda de que la preocupación p o r la cultura es, e"n-Nietzsche, algo
más q u e un señuelo para atraer a la decadente in telectualidad ; esta pre­
ocupación ocupó siem pre un lu gar central en su vida, en sus sentim ientos

«* T. VII, pp. 321 /.


286 NIETZSCHE, FUNDADOR DEL IRRACIONALISMO

y en su m odo de p en sar: cuando N ietzsch e lucha con tra la decadencia


cultural y trata de preparar e l terreno p ara e l auge del fu tu ro, n o debe­
m os dudar de que es su bjetivam ente sincero, aunque se coloque e n e l
punto de vista de una p o sición de clase extraordinariam ente reaccionaria.
Y , visto así, adquiere una tó n ica pecu liar el sueño rom ántico d e u n a capa
de dom inadores altam ente desarrollada en e l aspecto cultural y que, al
m ism o tiem po, represente la barbarie reconocida com o necesaria. P reci­
sam ente la sinceridad su bjetiva de esta falsa m isió n p ro fé tica constituye
una im portante fu en te de la in flu en cia fascinante que N ietzsch e lle g a a
e je rce r sobre la intelectualidad parasitaria del p eríod o im p erialista: con
su ayuda, p o d ía ésta ocultar tras la m áscara de la "p reo cu p ación p o r la
cultura” su cobardía, su adaptación a las m ás repugnantes fo rm as del
im perialism o, su m iedo zoológico a la revolu ción proletaria.
P ero no es sólo esto, sino algo todavía m ás im portante, lo que indica
que nos hallam os realm ente aquí en el m ism o centro d e la filo s o fía
nietzscheana. L a interpretación su perficial h a q uerido v er en su "su p er­
hom bre” un desarrollo b iológ ico superior del ser hum ano, interpreta­
ción que no d eja de tener, ciertam ente, algunos puntos de apoyo en el
Zarotustra. P ero en el Anticristo desm iente N ietzsch e rotundam ente Se­
m ejan te concep ción: " E l problem a que con esto p lanteo ( — el hom bre
es un fin — ) no es precisam ente el de saber qué debe sustituir al hom bre
en la sucesión de los seres, sino qué tip o de hom bre se debe incubar, se
debe querer, com o el m ás valioso, el más vital y el m ás seguro de su
porvenir. E ste tip o superior de hom bre se ha dado ya con frecu encia, pero
sólo a la ventura y, com o excepción, nunca com o un resultado q u erid o .” 6*
L o que quiere decir que e l "su p erh om bre” no es n i m ás ni m enos que
aquellos "señ o res de la tierra” , aq u ella "b e stia rubia” , cuya m oral bárbara
acabamos de analizar. N ietzsche indica aquí, inequívocam ente, que este
tipo siem pre h a existid o de un m odo aislad o; de lo que se trata es de
situar conscientem ente su incubación en el centro m ism o de la voluntad
social de la clase dom inante.
C on esta construcción, N ietzsch e se anticipa lo m ás concretam ente p o­
sible tanto al h itlerofascism o com o a la id eología m oral del "s ig lo n or­
team ericano” . Y que la barbarie y la bestialidad fo rm an parte de la
esencia m ás ín tim a de este "su p erh om b re” lo declara N ietzsche, con cla ­
ridad no m enos inequívoca, en la Voluntad de poder: " E l hom bre es el
monstruo animal y la superbestia; el hom bre superior es el m onstruo
hum ano y el superhom bre: ambas cosas se com paginan. A l crecer el h om ­
b re en m agnitud y en altura, crece tam bién hacia lo p ro fu n d o y lo
espantoso: no es posible querer lo uno rechazando lo o tro ; o , m ejo r
dicho, cuanto más a fo n d o se quiera lo uno, m ás concienzudam ente se''
logra tam bién lo o tro .” 66

65 T. VIII, p. 218. 66 T. XVI, p. 377.


NIETZSCHE, FUNDADOR DEL IRRACIONALISMO 287

L o q u e aquí o fre ce N ietzsch e es u n a ética p ara la belico sa burguesía


y la intelectualidad burguesa d el im perialism o. Y tam bién en este punto
es la suya una p o sición histórica peculiar. C om o es natural, una ética de
la lucha de clases existió en la id eo lo g ía burguesa —^en un p lan o subje-
tivo-sociál— desde el p rim er m om ento. P ero , en el p erío d o de la lucha
con tra e l absolutism o feud al, esta ética te n ía aún un carácter general-
hum ano, un carácter hu m anitario gen eral. Era, p o r tanto, gracias a esta
ten d en cia fu nd am ental, u n a ética pro gresiva e n cu anto a su orientación
central, y esta generalización abstracta — que, en realidad, deform aba con
frecu en cia los problem as— te n ía tam bién su razón social de ser, puesto
q u e era un r e fle jo d e las relaciones reales de clase, aunque no se elevara
nunca a una conciencia certera. D e una parte, po rqu e la burguesía era
realm ente, en este períod o, la que acaudillaba a todas las clases en lucha
contra las supervivencias feudales, con tra el absolutism o, razón p o r la
cu al p o d ía, co n ciertos títu lo s d e legitim id ad , id en tificar sus propios in ­
tereses d e clase con los del d esarrollo social en su co n ju n to . C laro está
que esto sólo es cierto en una m ed id a relativa, pues las luchas en tre las
varias tendencias m antenidas, p o r e jem p lo , en e l seno de la Ilu stración
revelan claram ente que el proceso d e d iferen ciació n d en tro del "te rce r
estado” com enzó ya, p o r lo m enos ideológicam ente, antes d e la R evolu­
ción "francesa, a u n q u e — cosa característica en cuanto a esta situación so­
cial— cada una d e estas tendencias de p o r sí (H o lb a ch , H elv ecio, D i-
derot, R ou sseau ) se arrogase la representación d el interés general d e la
sociedad. Y , p o r o tra parte, aquellos ideólogos que eran los portavoces
d e los intereses capitalistas en su co n ju n to (co m o R icard o y los m oralis­
tas, p o r e jem p lo un M an d ev ille o u n F e rg u s o n ), p o d ían tam bién m an i­
festarse con cierto patetism o su bjetivam ente sincero, y relativam ente le g í­
tim o en p ro d e esta generalidad, que id en tificaban , asim ism o, con la
sociedad, y en con tra de las aspiraciones particulares de los distintos
capitalistas o de algunas aisladas d el capitalism o.
E sta relativa legitim id ad y el patetism o su bjetivam ente sentid o que la
expresaba, cesan en el siglo x ix . E s cierto que los ideólogos d el capitalism o
siguen habland o en voz cada vez m ás alta de los intereses g enerales de
la sociedad y de los principios generales del progreso y del hum anism o,
pero sus palabras cobran un sentido cada vez m ás apolegético, se vuelven
cada vez más hipócritas, se ven obligad os a silen ciar cada vez más los
hechos reales de la vida social y sus contradicciones inm anentes, a des­
d ibujarlo s y a falsearlos. D e estas exposiciones desaparece, sobre todo,
la contraposición antagónica entre los intereses de clase de la burguesía
y el proletariado, y desaparece, adem ás, exactam ente, a m edida que la
realidad ob jetiv a va colocándola m ás y m ás en e l centro m ism o de los
hechos sociales.
L a ética nietzscheana, aquí esbozada en sus rasgos generales, encierra
288 NIETZSCHE, FUNDADOR DEL »RACIONALISM O

e l sig n ificad o histórico de ser exclusivam ente u n a ética d e la ciase do­


m inante, opresora y explotad ora, cuyo contenid o y cuyo m étod o se ha­
llan determ inados p o r esta p o sición m an ifiesta d e lucha. S e concreta
aq u í, en e l cam po d e la ética, el d esarrollo u lterio r de la apo logética in ­
d irecta p o r N ietzsche. Y , desde este punto de vista, deben destacarse
especialm ente dos aspectos. E l p rim ero es q u e N ietzsche abraza tam bién,
aqu í, la d efensa del capitalism o desde el p u nto de vista de la apo logía
de sus "lad o s m a lo s". M ien tras que sus contem poráneos apologético-vul-
gares ponen en p rim er p lan o la idealización d el hom bre cap italista y se
esfuerzan p o r esfum ar todos sus lados som bríos, todas las contradicciones
del capitalism o, N ietzsche coloca en el centro m ism o de sus considera­
ciones precisam ente la p roblem ática d e la sociedad capitalista, cuanto
éste tien e de m alo. T a m b ié n é l idealiza, p o r supuesto; pero, co n su
crítica irónica y su pathos poetizante destaca cabalm ente lo que hay en
el hom bre capitalista de egoísta, d e bárbaro y de bestial, com o cualidades
características del tip o al que m oralm ente debe aspirarse, si se qu iere
salvar la hum anidad (e s decir, el ca p ita lism o ). P o r consiguiente, tam ­
bién N ietzsche h ab la de los intereses de la hum anidad, id en tifican d o a
éste con el régim en capitalista.
S in e m b a r g o — y éste es el segundo aspecto q u e conviene recalcar— ,
N ietzsche no trata en m odo alguno, com o los neokantianos, los po siti­
vistas, etc., de fund am entar una ética valedera para todos los hom bres.
P o r d contrario, su ética es sólo, expresa y conscientem ente, p ara la clase
d om inante: ju n to a e lla y p o r d eb ajo d e ella, hay otra m o ral cualita­
tivam ente distinta, la de lo s oprim idos, que N ietzsch e niega y com bate
apasionadam ente. Y la lucha entre estos dos sistem as m orales, que aunque
cam bien según las circunstancias históricas son, en esencia, los dos tipos
eternos de la m oral, determ ina, según N ietzsche, todos lo s problem as
m edulares de la historia. C on ello , la ética nietzscheana reconoce, en cier­
to m odo y a su m anera, e l hecho de la lucha de clases, de nuevo en
fran ca oposición con la apologética directa, que trata de borrarlo discur­
sivam ente del m undo o, p o r lo m enos, de p aliarlo m oralm ente con el
arm a de una ética igual p ara todos los hom bres y dotada d e vigencia
eterna. N ietzsche no quiere saber tam poco nada de esta atenuación; su
critica del presente va tam bién d irigida contra el hecho de que la de­
m ocracia em bote dem asiado la lu ch a entre los señores y la p lebe, de
que ,1a m o ral señorial haga dem asiadas concesiones a la m o ral de los
esclavos. P or tanto, en la lucha contra el socialism o com o el gran ene­
m igo, N ietzsche lleg a hasta cierto punto a reconocer la realidad de la
lucha de clases com o el fundam ento del carácter y los cam bios de toda
m oral.
Lo cual no sign ifica, ciertam ente, ni m ucho m enos, que tenga ideas
m ás o m enos claras acerca de las clases y de la lucha de clases. N ad a de
NIETZSCHE, FUNDADOR DEL IRRACIONAUSMO 289

¡eso: la lu ch a d e clases se convierte, en N ie tz s c h e ,'e n la lucha en tre las


razas superiores y la s in ferio res. Form u lació n que, p o r sí sola, apunta
ya, naturalm ente, hacia* la fascización d e la id eo lo g ía burguesa. A h o ra
bien , cuantos se em peñan en absolver a N ietzsch e de sus entronques con
H itle r se aferran a la afirm ación d e q u e su concepto d e raza es totalm ente
idistinto d el de G obineau -C ham berlain-R osen berg. Y es cierto que existe
en tre am bos u n a d iferen cia no .desdeñable: aunque tam bién N ietzsch e
fu nd am ente "b io ló g icam en te” sus categorías sociales; aunque tam bién su
é tica p arta d e la desigualdad supuestam ente radical y eterna en tre los
hom bres y trate d e dem ostrala; aunque, p o r tanto, coincidan fund am en­
talm en te, en sus consecuencias m ó tales y sociales, la te o ría racial de
¡N ietzsche y la de G obineau , existe, p o r lo m enos, entre u n a y o tra, la
d iferen cia de q u e N ietzsch e n o h ace el m e n o r h in cap ié en la suprem acía
de la raza "a r ia ” , d e que h ab la en térm inos g enerales y m íticos, sin re­
conocer otros criterios que los d e carácter m o ral-so cial n i, consecuente
con e llo , otras razas q u e la d e lo s señores y la d e los esclavos. E n este
sentido, podem os, pues, d ecir q u e es m ás b ie n un precu rsor d e Spengler
que d e R osenberg.87
S in em bargo, e l acentuar esta d ifere n cia no es, hoy, m ás q u e u n m ed io
em plead o para “ desnazificar” a N ietzsch e. Y a hem os visto q u e d e su
teoría d e la raza saca éste las m ism as consecuencias bárbaro-im perialistas
q u e R o sen berg d e la d e C h am berlain, lo q u e q u ie te d ecir q u e n o m edia
entre un o y otro m ás d iferen cia q u e la q u e puede h ab er ■— p ara cita r las
palabras de L cn ih — entre un d iablo ro jo y o tro am arillo. A lo cual hay
que añad ir que e l oscurecim iento y la tergiversación de la so cio lo g ía en
el p e río d o im perialista sigu ió precisam ente el cam ino de la te o ría racista
(raza en vez d e cla se ) y tam bién ante este p ro blem a nos encontram os en
N ietzsch e con el m ism o irracionalism o oscurantista q u e en u n G ob in eau
o e n u n Cham berlain.
L a ética nietzscheana se distingue tam bién de la de los epígonos d el
idealism o y el positivism o en q u e aquél plantea siem pre lo s problem as
individuales inseparablem ente entrelazados con los sociales; en N ietzsche,
jam ás se presentan problem as com o el de la legalid ad y la m oralidad, q u e
en el n?okantism o, p o r ejem p lo, desem peñan un papel decisivo. C laro
está qué no se trata, ni m ucho m enos de que N ietzsch e d erive realm ente
la m o ral individual de los criterios sociales concretos, sin o de un engarce
intuitivo-irracionálista de problem as psicológico-m orales d e u n individua­
lism o extrem o co n una sociedad y u n a historia convertidas e n m ito . P ero
precisam ente esta exposición d e la filo s o fía de N ietzsche, presentada
b a jo u n a fo rm a arbitrariam ente ingeniosa y q u e p o r su contenid o sirve
a los intereses perm anentes d el capitalismo m onopolistas m ás reaccionario,
constituye una de las razones más importantes de su sostenida in flu en cia

87 Ibíd., pp. 305 s.


290 NIETZSCHE, FUNDADOR DEL IRRACIONALISIMO

en el períod o im perialista. E l neokantism o (y tam bién e l neohegelianis-


m o ) tien den dem asiado a derivar sus problem as del p eríod o de la "s e ­
gurid ad ” y aspiran dem asiado abiertam ente a un capitalism o consolidado,
para que puedan p restarle-serv icios realm ente útiles a la burguesía reac­
cionaria en los grandes v irajes de la crisis m undial y la revolución
m undial. P o r otra parte, las corrientes intelectuales decadentes en muchos
aspectos afin es a N ietzsch e y, con frecuencia, m ás o m enos in flu id as por
él ( l a action gratuite de G id e, el existencialism o, e t c .) , p arten dem asiado
exclusivista y un ilateralm ente de las necesidades ideológicas d e la bu r­
guesía individualista, parasitaria. Expresan, cierto es, un nihilism o se­
m ejan te al de N ietzsche, aunque ya en una etapa m ás alta de desintegración
interior, pero son, en su m odo de p lantear y de resolver el problem a,
m ucho m ás estrechas y particulares que éste. Se prestan m ás b ien para
una filo so fía de la "terce ra v ía ” que para la de la vanguardia de la reac­
c ió n , Y es precisam ente la unidad d el individualism o ingeniosam ente
decadente con la socialidad im perialista reaccionaria, que hasta ahora
hem os venido describiendo, unidad rica en tensiones y parad ojas, la que
ha determ inado la duración de la in flu en cia d e N ietzsch e en el períod o
im perialista, perm itiénd ole sobrevivir a las d iferencias particulares.
Y , p o r razones sem ejantes, ha prevalecido la in flu en cia de N ietzsche
sobre la de los reaccionarios no m enos categóricos que él, pero que m a­
nejaban. m étodos más directos (p o r ejem p lo , la de los pangerm anistas,
reaccionarios del tipo de T re its c h k e ). Estos p artían del tip o d el filiste o
"n o rm a l” ; N ietzsche, en cam bio, del de el intelectual decadente. L a des­
com posición m oral del burgués y del pequeño burgués, cada vez más
acentuada a m edida que se iban desarrollando la econom ía y la p o lítica
im perialistas, se encargó de con firm ar la "p ró fé tic a ” previsión de la ética
nietzscheana. Y su in flu en cia tari duradera no d eja de guardar relación,
y no ú ltim o lugar*- con el hecho de' que este pensador salga en gran m edida
al paso de las necesidades ideológicas de la decadencia, de que plantee
problem as«tom ados de su círcu lo de intereses y los resuelva en un sentido
conveniente para ellos y, sobre todo, de que afirm e y propicie sus in stin ­
tos decadentes, con la pretensión de que es éste, precisam ente, el cam ino
para salir de la decadencia. P or tanto, la "d ialé ctica” de N ietzsche co n ­
siste tam bién en este punto en afirm ar y negar al m ism o tiem po la
decadencia y en p o n er el resultado de este proceso al servicio d e la reac­
ció n rhilitante. N ietzsche, p o r su parte, afirm a esta "d ialé ctica” ; leamos
lo que dice en el Anticristo: "D a n d o p o r supuesto, naturalm ente, que
soy un decadente, soy tam bién todo lo con trario.” 68
Este todo lo contrario es aquella época de la barbarie que hem os des­
crito m ás arriba. Y N ietzsch e invierte resueltam ente todo el problem a

«s T. XV, p. 11.
NIETZSCHE, FUNDADOR DEL IRRACIONALISMO 291

d e la decadencia cuando dice, tratando de d eterm inar su característica


esencial m ás im portante: "N o s h an am argado e l egoísm o.” 69 E l p red o­
m in io d e las tendencias egoístas individualistas sobre las sociales cons­
tituye precisam ente uno de los rasgos esenciales m ás im portantes de la
decadencia. A h ora bien, N ietzsch e cree p oder "cu ra r” al. hom bre deca­
dente, es decir, llev arle a una incond icion al afirm ación de sí m ism o, sin
¿Iterar para nada, en el fo n d o , la estructura p sicológico-m oral, y tran ­
qu ilizar su conciencia, sugiriéndoles que, le jo s d e ser dem asiado egoísta,
es, p o r el contrario, m enos de lo que debiera, q u e debe ser — con la
Conciencia tran qu ila— m ás egoísta todav ía de lo q u e es.
Se trasluce claram ente aqu í, adem ás, aquel "e n ca rg o social” de que
hablábam os al principio , el encargo d e desviar d el socialism o a los in te­
lectuales descontentos del presente, para echarlos e n m an o s de la reacción
extrem a: el socialism o requiere, en efecto , una tran sform ación tanto ex­
terio r com o in terio r del hom bre (ru p tu ra con la p ro p ia clase y cam bio
de la actitud s u b je tiv a ), m ientras que p ara sobreponerse a la decadencia,
a la m anera com o preconiza N ietzsche, n o hace fa lta cam biar p ara nada
d e ru m bo : se sigue siendo el que se era (c o n m enos inhibicion es y con
la conciencia m ás tran q u ila) y se tien e, adem ás, la conciencia d e ser
m u cho m ás revolucionario que lo s socialistas. Y a esto hay q u e añadir
e l carácter histórico-social de las respuestas contenidas en la ética nietz-
slcheana. N ietzsche se da cuenta, muy certeram ente, de cuál es el signo
p rin cip al en que se m anifiesta la decadencia: "¿ Q u é sig n ifica e l n ih ilis-
m o ? La desvalorización de las verdades supremas. D esaparecen la m eta
y la respuesta al ¿por q u é ? ” 70 Y , en este punto, son precisam ente el
"su perhom bre” , lo s "señ ores de la tierra” , etc., quienes dan al intelectual
decadente del período im perialista la perspectiva necesaria, de que hasta
¿h ora carecían.
C reem os que bastará con estos pocos ejem p los para esclarecer la m e­
to d o lo g ía de N ietzsche en lo que se refiere a su actitud ante la intelectua­
lidad, un o de los fundam entos más im portantes de su duradera in flu en cia;
podríam os seguir acum ulando lo s ejem p lo s a voluntad, p ero no conse­
guiríam os añadir con ello nada fund am entalm ente nuevo, en el servicio
activo a la reacción im perialista m ás extrem a (a l h itle rism o ) se "su p era”
y "sa n e a ” la decadencia, sin laborar para nada sobre sí m ism a, sin hacer
o tra cosa que desencadenar sus peores instintos, hasta entonces to talm en te
reprim idos o reprim idos a medias.

«o Ibid., p. 147. 70 Ibid., p. 145.


292 NIETZSCHE, FUNDADOR DEL «RACIONALISMO

iv
SÓLO partiend o de su éticá podem os com prender la posición m antenida
p o r N ietzsch e ante los llam ados "p roblem as ú ltim os” de la filo so fía ,
ante la fe en D io s o el ateísm o. C om o es bien sabido, N ietzsche pro fesa
apasionadam ente el ateísm o y com bate, n o m enos apasionadam ente, toda
relig ión , y principalm ente el cristianism o. E sta actitud suya contribuyó
de un m odo muy im portante a su in flu e n cia entre la intelectualidad, g ran ­
des sectores de la cual van desentendiéndose cada vez más abiertam ente
d e las v iejas religiones.
S in em bargo, com o ya veíam os al estudiar a Schopenhauer, el m ovi­
m ien to que así nace tom a rum bos com pletam ente distintos los unos de
los otros. D e una parte, el d el ^teísm o realm ente m aterialista, basado
principalm ente en el d esarrollo d e las ciencias naturales. E sta corriente
encuentra, de m om ento, un fu erte im pulso gracias a la teo ría darw inista
( E . H a e c k e l), pero su incapacidad para exp licar desde el punto de vista
m aterialista los fenóm enos sociales (y , p o r tanto, los. m orales, los p o lí­
ticos, e t c .) , revela sus grandes fa lla s; incapaz de ver más allá del estrecho
horizonte burgués, oscila casi siem pre, sin base, ante estos problem as,
entre el pesim ism o y la apologética. N o hay ni qué hablar de una am plia
d ifu sió n del m aterialism o dialéctico e histórico entre la burguesía, pues
h a * t * en Ida partid os obreros — con excepción de Rusia— se vio cons-
tantem ente bastardeado, durante el períod o im perialista, p o r el revisionis­
m o filo só fico . Y , de o tra parte, se refuerza constantem ente el "ateísm o
re lig io so ’’. L a fu n ció n d e estas corrientes del p e n sam ien td .n o .es otra que
la de satisfacer las necesidades religiosas de las capas de la sociedad
que han roto con las religiones positivas, adoptando para ello la fo rm a
de una polém ica muy violen ta a veces contra éstas, lo que da a sus sos­
tenedores la apariencia de una actitud "in d ep en d ien te” , " n o con fo rm ista”
y hasta "rev olu cion aria” , pero m anteniendo al m ism o tiem po e se 'e sp íritu
de religiosidad que tan im portante es p ara, la existencia de la sociedad
capitalista. E l "ateísm o re lig io so ” es, p o r tanto, una fo rm a o m anifestación
m ás d e la apologética indirecta.
N ietzsche adopta ante esta trayectoria una actitud especial y lleva e l
ateísm o religioso hasta m ucho m ás a llá de la fase schopenhaueriana. E sto
s e revela, ante todo, desde el p u nto d e vista negativo, en *el hecho de que
convierta la fundam entación d e su ateísm o en un m ito, m ás m arcada­
m en te todavía que Schopenhauer co n su budism o, de que se d esentienda
to dav ía m ás abiertam ente que. éste de todo entronqu e co n las ciencias
naturales y se jen fren te al ateísm o "v u lg a r” (e s decir, al ateísm o m ate­
rialista y basado en la ciencia de la natu raleza) de un m odo aún m ás
señ alad ó y m ás consciente. U n fam ^ -« pasaje de La gaya ciencia d ice
NIETZSCHE, FUNDADOR DEL IRRACIONALISIMO 293

que D io s h a m uerto, asesiriado p o r los hom bres.71 L o que vale tanto


com o afirm ar que alguna vez hubo un D io s, p ero que h a d ejad o de
existir. S e sostiene, pues, expresam ente, que e l ateísm o n o e l resultado
de la incom patibilid ad de nuestra im agen del universo, cien tíficam en te
adquirida, co n la idea de D io s (e n este caso, el conocim iento nuevam ente
ad qu irid o obraría tam bién retroactivam ente sobre el p a sa d o ), sino, p o r
e l contrario, que el m odo m oral de com portarse del hom bre en nuestro
tiem p o excluye la existencia de D io s, q u e hasta ahora se com paginaba
b ie n con él e incluso encontraba en esta idea un pu ntal, con lo que N ietz-
sche .quiere referirse, p o r supuesto, a la larga vigencia de la m o ral de los
esclavos (q u e era e l cristia n ism o ). C o m o vem os, e l ateísm o nietzscheano
tien de m anifiestam ente a fu nd arse sólo sobre la ética, q u e en N ietzsche
es, a l m ism o tiem po, com o hem os visto, la filo s o fía de la h istoria y de
la sociedad. Y este pensam iento cob ra en él, a veces, u n a expresión per­
fectam ente clara: " L a refutación de D io s : en rigor, s ó l o s e refu ta e l D io s
moral." 72
E n esta concepción se advierten, evidentem ente, las hu ellas de Feuer-
bach. S in em bargo, los antagonism os en tre uno y o tro pensador pesan
m ucho m ás que las afinidades. E l m aterialista Feuerbach deriva causal­
m en te la idea de D io s (y D io s n o es nunca, para, él, m ás q u e una repre­
sentación hu m an a) del ser real d el hom bre. P ara N ietzsch e, p o r e l
contrario, sólo se estatuye una interdependencia in can celable entre deter­
m inados m odos m orales d e com portarse los hom bres y sus dioses; si estos
dioses existen independientem ente de las representaciones de los hom bres
o son sim plem ente condensaciones, proyecciones de éstas es alg o que
perm anece en la som bra, com o corresponde a la esencia del m étodo nietz­
scheano, a su m itom anía. C ierto es que estos h ilo s de engarce no se
lim itan a una sim ple existencia concreta, que N ietzsche no explica. N ie tz ­
sche tom a de Feuerbach el lado m ás endeble, m ás id eológico, de su filo ­
so fía, la concepción que ve en los cam bios operados en las ideas religiosas
de los hom bres la parte m ás im portante, decisiva, de la historia. Y claro
está que tam bién en este punto m ed ia en tre am bos una im portante d ife -‘
ren d a, pues m ientras que para Feuerbach la relación en tre e l hom bre y
D io s, aunque b rote d e la vida m ism a, es, sin em bargo, p o r su carácter,
un producto del pensam iento, d e la contem plación, para N ietzsch e el
fa cto r esencial y determ inante d e esta relación debe buscarse en la co n ­
ducta social de los hom bres, en su m oral.
N u estras anteriores y detalladas consideraciones en to rn o a la ética
nietzscheana h an dem ostrado q u e este pensador enlaza e l ateísm o — es
Z aratu stra quien arrebata D io s a lo s hom bres— a la nueva é tica d el "to d o
es lic ito ” . E l m atar a D io s n o es m ás q u e u n o d e lo s m ed io s p ara lib erar
al h om bre de las inhibicion es inculcadas e n é l desde h ace m ile s d e años,

71 T . V , pp. 1 6 3 ss. 72 T . X I I I , p . 7 5 .
294 NIETZSCHE, FUNDADOR DEL IRRACIONAUSMO

para hacer del hom bre aquel inm oralista llam ado a convertirse en la capa
tiránicam ente dom inadora del futuro, fren te a la horda.
Cuando, de vez en cuando, resuena en N ietzsche el m otivo del "re to r­
no a la naturaleza” , inm ediatam ente subraya su oposición con respecto a
Rousseau. Para N ietzsche, sólo en un caso puede representar esto algo
dotado de sen tid o: " L a naturaleza; es decir, atraverse a ser inm orales
com o e lla lo es.” 73 Y , asim ism o, sería falso querer parangonar estos pa­
sajes nietzscheanos con el estado de naturaleza de H o b b es: para éste se
trata del punto de partid a de la evolución hum ana, de un "¿d e d ó n d e ?” ;
para N ietzsche, p o r el contrario, de la m eta que ha de alcanzarse, de un
"¿h acia d ó n d e?”
T am b ié n en este punto se destaca, pues, claram ente la contraposición
que m edia entre N ietzsche y la Ilu stración, a la que algunos intérpretes pre­
tenden asim ilarlo, apoyándose precisam ente en su ateísm o. Los pensadores
de la Ilu stración trataban de p oner de relieve que la fe en D io s no podía
representar ninguna clase de acicate m oral para la hum anidad, que en
una sociedad de ateos los postulados m orales fu n cio n arían exactam ente lo
m ism o que en otra tutelada p o r D io s ( B a y l e ) . N ietzsche se propone de-1
m ostrar, p o r el contrario, que la abolición de la idea de D io s ( l a m uerte
de D io s ) traería consigo un renacim iento m oral, tal com o lo entiende,
según h a sido expuesto más arriba. P o r tanto, e independientem ente del
restante antagonism o que m edia entre la ética de la "v ie ja ” y la de la
"n u eva Ilu stración ” , acerca del cual conocem os ya tam bién la op inión de
N ietzsche, nos encontram os tam bién aquí con una contraposición con
respecto a la fu n ció n d e la relig ió n en el terreno de la m oral social. La
"v ie ja ” Ilu stración consideraba, la idea religiosa in d iferen te en cuanto a
la m oral, la conducta, las intenciones, etc., del hom bre, las cuales se
hallaban suficientem ente determ inadas, en realidad, en parte p o r la so­
cied ad y en parte p o r la razón. N ietzsche, por el contrario — dando quince
y raya, en este punto, a todas las fallas de Feuerbach en cuanto a su
idealism o en el terreno de la filo s o fía de la historia— , considera el
rum bo hacia el ateísm o com o un v ira je decisivo para la m oral. (D ig a m o s
entre paréntesis que, en este aspecto, la concepción nietzscheana del m un­
do tien e estrechos puntos de contacto con determ inadas tendencias de
D ostoyevski; no sé si, aparte de las Memorias de la casa de los muertos,
N ietzsche lle g aría a conocer otras obras del novelista ruso, pero cuanto
menos conociera en su co n ju n to la obra de D ostoyevski m ás sorprendente
resulta el paralelism o entre am bos, en lo tocante al ateísm o religioso y a
la m o ra l.)
D eb e destacarse este carácter idealista-su bjetivo extrem o del ateísm o de
N ietzsche, entre otras razones, porque su actitud constante e influyente,
ante los problem as m ás im portantes de la filo so fía , es la de un adversario

73 T. XV, p. 228.
NIETZSCHE, FUNDADOR DEL »RACIONALISMO 295
del idealism o. M á s adelante, •cuando estudiem os la estrecha afin id ad de
su te o ría del conocim iento con la de M ach y A venarius, verem os que
N ietzsche, al igual que é s k s , procuraba envolver su lucha fu nd am ental
contra el m aterialism o en aparentes y apasionados asaques antiidealistas,
esforzándose siem pre p o r alim entar la apariencia de que su filo s o fía re­
presentaba algo nuevo, alg o así com o un "te rce r térm in o ” tanto fre n te
al idealism o com o fren te al m aterialism o. E n estas con d icio n es, conside­
ramos necesario señalar el sorprendente paralelism o que se advierte tam ­
b ién en cuanto al p roblem a de D io s entre N ietzsche y el m achism o.
E n N ietzsche observam os la m ism a tend encia que se m anifiesta, p o r
ejem p lo, entre los m achistas rusos (L u n atch arski y o tr o s ), encam inada a
interpretar el ateísm o religioso en el sentido de la básquMh d e u n "n u ev o
D io s” , d é una construcción de D io s, sacando d e la m uerte nietzscheana
de D io s la consecuencia de su po sible resurrección b a jo u n a nueva fo rm a.
Su p o sició n es tam bién en este pu nto contrad ictoria y am bigua. D e una
parte, leem os en sus apuntes p ara el Zaratustra: " L o llam áis la autocrea-
ción de D io s, pero no es m ás q u e su m uda: D io s m uda d e p ie l m o ral.
Y p ro n to volvereis a verle, situado m ás allá d el b ien y d el m a l.” 74 Y
más tarde, en la Voluntad de poder: "D ig á m o slo u n a vez m á s: ¡cuántos
y cuántos dioses nuevos son to d av ía p o sib le s!” N o cab e duda de que
N ietzsche expresa aquí, en nom bre de Z aratustra, sus propias dudas p er­
son ales: es — nos dice— "sim p lem en te un v ie jo ateo, q u e no cree n i en
los v ie jo s dioses n i en otros nuevos” . P ero , p o n e f in a este razonam iento
con las siguientes p alabras: " E l tip o de D io s calcado sobre el tip o de los
esp íritus creadores de los 'grandes h om bres’.” 75 O bservaciones q u e ya
de p o r sí revelan claram ente to d a la naturaleza esencial y la p o sición
h istórica del ateísm o nietzscheano. S in em bargo, y, p o r o tra parte, adver­
tim os que, en sus últim as obras, e l reverso discursivo d el cristianism o y
del cru cificad o n o es el universo lib re d e to d o D io s, n o es e l ateísm o o ,
por lo m enos, n o es solamente éste, sino tam bién, com o verem os en
d etalle m ás adelante, el nuevo D io s, D io n iso s.
V em o s, pu$s, que este ateísm o tan "ra d ica l” b o rra p o r d oquier las
fro nteras ante la relig ió n y abre — dentro de ciertos lím ites, de lo s que
en seguida hablarem os— las puertas a las más d istintas tendencias relig io ­
sas. Y de nuevo se m an ifiesta aquí la característica p ecu liar d e la acción
de N ietzsche, consistente en crear u n a id eo lo g ía aglu tinad ora p ara todas
las tendencias decididam ente reaccionarias del p erío d o im perialista. Su
m ito es totalm ente unívoco en lo sócial y tam bién, p o r tanto, en lo ético,
pero en todos los demás aspectos com pletam ente confuso y equívoco, sus­
cep tible de cuantas interpretaciones se le quiera d ar; pero sin que esta
vaguedad conceptual anule la fu erza sensible de sugestión d e los sím bolos
nietzscheanos. D e aquí que sea igualm ente p o sible descubrir en N ietzsch e

74 T. XII, p. 329. 7®T. XVI, p. 381.


296 NIETZSCHE, FUNDADOR DEL IRRACIONALISIMO

lo m ism o un punto de apoyo del mito- "p ro p io ” (d e l m ito fa scista ) frente


al m ito "a je n o ” (a l c ris tia n o ), com o verem os en B aeu m ler,7“ que coloca
su ateísm o "ra d ica l” en am istosa arm onía con el m ism o cristianism o. A sí
/'intentó hacerlo desde el p rim er m om qpto, con los más burdos medios
intelectuales del pangerm anism o, la herm ana de N ietzsch e; otros autores
han sabido encontrar, más tarde, recursos estilistas más refinad os para
expresar la m ism a tendencia. H e aquí, p o r ejem p lo, lo que dice Jaspers
acerca de la actitud de N ietzsche ante el cristianism o: "H a y quienes re­
prochan a N ietzsche su ateísm o y apuntan a su Anticristo, pero el ateísm o
de N ietzsche no es la- negación burda y unívoca de D io s, ni tam poco la
in d iferen cia de un alejam ien to con respecto a D io s para la que éste no
existe, puesto que no se le busca. Y a el m odo com o N ietzsche consigna
para su tiem po que 'D io s está m u erto’, expresa -su co n m o ció n . . . Y áun-
q u e . . . s u . . . honradez se exalte hasta la negación radical de toda fe
en D io s, N ietzsche sigue estando asom brosam ente cerca del cristianism o.
N o en vano d ice: 'Es, desde luego, el m e jo r fragm en to de vida ideal
que jam ás he cono cid o: desde niño, h e andado husm eando p o r muchos
rincones, pero no creo haber atentado nunca contra él en el fo n d o dé
m i corazón’ (carta a G ast, 2 1 - V I I - 8 1 ) ” .77 Y en un norteam ericano de hoy
com o K au fm an n , las coincidencias de N ietzsche con el cristianism o pesan
m is que sus divergencias.
T o d o s los antagonism os que, vistos así, po d rían parecer tajantes e
irreductibles, se esfum an tan p ro n to com o nos fija m o s más de cerca en el
contenid o ético-social de la po lém ica de N ietzsch e contra el cristianism o.
’ P ero tam poco en este punto debem os to m ar com o criterio el to no y el
estilo. D e otro m odo, podríam os fácilm en te lle g ar a la m ism a conclusión
/que B aeu m ler: "C o m p ren d ía con ta ja n te claridad que su p ropia posición
$ e n in fin itam en te más arriesgada y m ás p eligrosa que la del más audaz
| racionalista anticlerical del sig lo x v m .” 78 E l contraste entre am bas p osi­
ciones no es d ifíc il de señalar. L a lucha de la Ilu stración en contra del
cristianism o iba d irigida, sobre todo — incluso en V o ltaire, que no era
ateo— , contra el puntal efectiv o del absolutism o feu d al; de ahí que su
contenid o se extienda a todos los cam pos de la vida y el pensam iento
hum anos, desde los problem as más generales d e la concepción del m undo
y la teoría del conocim iento hasta la ética y la estética. La p olém ica nietz-
scheana, en cam bio, vuelca sus fu rias exclusivam ente sobre los supuestos
precursores ideológicos de la dem ocracia y el socialism o, sobre los soste­
nedores de la m oral de los esclavos.
A p arte de que esto da a toda la lucha contra el cristianism o un carácter
muy estrecho y resueltam ente reaccionario, hace que pierda, además, su

78 Baeumler, op. cit., p. 99.


77 Karl Jaspers, Nietzsche, Berlín, 1947, pp. 431 s.
78 Baeumler, op. cit., p. 103.
NIETZSCHE, FUNDADOR DEL »RACIONALISM O 297

realidad social. Los pensadores de la Ilu stración com batían el que entonces
era el puntal ideológico fu nd am ental de la m o narqu ía absoluta; N ie tz ­
sche, en cam bio, lanza sus invectivas contra id eologías e instituciones
que son, en rigor, sus más seguros aliados en su lucha fundam ental, en la
■ lucha contra el socialism o y la dem ocracia.
, N o cabe duda de que en la d octrina cristiana se contienen elem entos y
en la trayectoria del cristianism o tendencias tran sitorias en que cobra acu­
sada expresión la idea de la igualdad de todos los hom bres, tan odiada
i por N ietzsche. P ero la evolución de las Iglesias y la de la religiosidad im ­
perante m archa en o tra dirección, en la de hacer com pletam ente inocua,
desde e l punto de vista social, esa ¡dea igualitaria, dándole una interpre­
tación que la to m a adecuada cabalm ente para to d o lo contrario, para servir
■ d e p u n to de apoyo al sistem a de opresión y exp lotación vigente en cada
m om ento. E n esto reside la base social d e p o r qué tan to E lisabeth F ö r­
ster-N ietzsche com o Jaspers o K au fm an n se esfuerzan tan celosam ente en
• descubir los puntos de contacto en tre N ietzsch e y e l cristianism o, la Ig le ­
sia cristiana. L o cual es de todo pu nto leg ítim o, desde e l p u n to de vista
‘ social, ya que entre la ética d e N ietzsch e, aq u í esbozada, y la p o lítica
* práctica m antenida p o r el Papa, e l cardenal Spellm ann, etc., n o inedia
I ninguna d iferen cia sustancial; y el hecho d e que las m anifestaciones ético-
( teóricas que acom pañan a esta práctica repugnen el to n o fran co hasta el
cinism o de las d e N ietzsche, representa en realidad una cuestión secun­
d a r ia , com parada con aquella coincid encia esencial. L a propaganda h itle-
rista, en cam bio, p o d ía apoyarse de un m odo directo precisam ente en
este aspecto d e la crítica nietzscheana d el cristianism o.
N o s lim itarem os ahora, después de lo d icho, a tran scrib ir brevem ente
i algunas citas decisivas tom adas de las obras de N ietzsche, en las que se
, contiene el claro testim onio d e que el m otivo señalado p o r nosotros no
es uno escogido entre otros igualm en te im portantes, sin o el punto m edu-
, lar del anticristianism o nietzscheano. Com enzarem os citand o algunas de las
frases fin ales del Ecce Homo. M uy significativam ente, sólo viene des­
pués, en el texto, la antítesis tan decisiva para N ietzsch e, a l térm in o de
‘ sus actividades: "D io n iso s contra el C ru cificad o .” Y no es m enos carac­
terístico el que el p asaje que vam os a citar en seguida term ine con la
fam osa frase de V o lta ire : "É crasez l ’in fá m e !” N ad a p o d ría aclarar más
de b u lto que el em pleo de esta frase el antagonism o extrem o entre lo que
según V o lta ire debe destruirse en e l cristianism o y lo que hay que destruir
en él según N ietzsche. H e aquí lo que escribe éste:
" E l descubrimiento de la m oral cristiana es un acontecim iento sin para­
lelo, u n a verdadera c a tá s tr o fe .. . E l concepto de 'D io s ’ ha sido inventado
, com o e l concepto antagónico de la v id a: en él se condensa en una unidad
espantosa toda la m ortal hostilidad contra ésta, todo lo dañino, lo vene-
1 noso, lo calum nioso. E l concepto d el ’más a llá ’, del 'm undo verdadero’
298 NIETZSCHE, FUNDADOR DEL »RACIONALISM O

se ha inventado p ara desvalorizar el único m undo que existe, para que


nuestra realidad terrenal p ierda toda m eta, toda razón, toda m isió n. É l
concepto de alm a’, de 'esp íritu ’ y, p o r últim o, incluso el del 'alm a in m or­
ta l’, se ha inventado para d esp retiar el cuerpo, para enferm arlo o 'san ti­
fic a rlo ’ . . . E l concepto de 'pecado’ se ha inventado, ju ntam ente co n ese
instrum ento de tortura que va ap arejad o a él y que es el concepto del
'lib re arb itrio ’, para con fu n d ir y trastornar los instintos, para conv ertir
la desconfianza contra ellos en una segunda naturaleza. E l concepto de la
'abnegación’, del 'renegar de sí m ism o’, que es el verdadero signo de la de­
cadencia, el dejarse tentar p o r lo dañino, el no saber encontrar e l interés
propio, la autodestrucción elevada al más alto valor, al 'd eber’, a la
santidad’, a lo 'd ivin o’ en el h o m bre. . . Fin alm en te — lo m ás espantoso
de todo— , en el concepto del hom bre bueno se abraza el partid o de
todo lo que hay en el hom bre de débil, de enferm izo, de fracasado, de pa­
decer de sí m ism o, todo lo que debe perecer, se cru cifica la ley de la selec­
ción y se hace un ideal de la lucha contra el hom bre orgulloso y exce­
lente, contra el hom bre positivo, seguro de su porvenir y garantía de él, a
quien ahora se llam a el hom bre m alo . . . Y todo esto se cree y se profesa'
com o moral. 'Écrasez l ’in fâ m e !’ ” 79
La obra de N ietzsche, E l Anticristo, publicada tam bién en este período,
sum inistra los com plem entos intrínsecos, ético-sociales e históricos necesa­
rios a este desahogo lírico , cargado de odio, del N ietzsche de la últim a
época. Q ue en e lla trata el autor de ridiculizar y destruir p o r doquier,
discursivam ente, la idea de la igualdad entre los hom bres, es b ien sabido
y no necesita de docum entarse p o r m ed io de citas especiales, pues cons­
tituye, en rigor, la idea central de toda su carrera de escritor. N o s lim ita­
rem os a reiterar, una vez m ás, que N ietzsch e n o rechaza nunca la igual­
dad, evidentem ente, p o r razones éticas de ord en general, sin o que esta
actitud suya responde precisam ente a su p o sición ante la dem ocracia, la
revolución y el socialism o, los cuales son, se^ún la concepción nietzschea-
na, fru tos necesarios de la dom inación d el cristianism o. N ietzsch e escribe
aq u í: " Y n o desdeñem os la fatalidad que desde e l cristianism o se ha
deslizado hasta en la p o lítica. H oy, ya nadie se atreve a reclam ar p riv i­
legios y derechos de señ orío, a afirm ar un sentim iento de reverencia ante
sí m ism o y ante sus iguales, a sostener el pathos d e la distancia. . . N u es­
tra p o lítica está enferm a p o r esta fa lta de valentía. E l aristocratism o de las
intenciones se ve m inad o en lo m ás p ro fu n d o p o r la m entira de la igual- 70

70 T. XV, pp. 125 s. En vista de que intérpretes como Kaufmann (por ejem­
plo, op. cit., p. 329) relacionan el anticristianismo de Nietzsche con el de Heine,
señalaremos aquí, de pasada, que la meta y el contenido de la polémica de
Heine contra el cristianismo son totalmente inversos a los de Nietzsche. La seme­
janza que Kaufmann pone de manifiesto es puramente externa, de carácter esti­
lístico. Acerca de la concepción del mundo de Heine, cfr. mi estudio en Deutsche
Réalisten des 19■ Jahrhunderts, ed. Aufbau, Berlín, 1951, pp. 39 ss.
NIETZSCHE, FUNDADOR DEL 1RRACIONAUSMO 299

dad d e las alm as; y si es cierto q u e la fe en 'e l p riv ileg io de los m ás’
hace y seguirá haciend o las revoluciones, n o cabe duda de que es el cris­
tianism o, de que son los ju icio s valorativos cristianos lo s que llevan la
revolu ción a la sangre y a l crim en. E l cristianism o es 4 a rebelión de todo
lo que se arrastra pegado al suelo con tra lo que descuella en las alturas; el
evangelio de los 'v iles’ envilece . . . " 80 Y , com o queriendo o frece r un com ­
p lem ento h istórico-tipo ló gico a esta doctrina, añade, u n poco m ás ad elante:
“ L a cond icionalid ad p ato ló gica d e su óp tica hace del convencido un
fan ático — un Savonarola, un Lutero, u n Rousseau, u n R obespierre,
un Sain t-Sim on — , e l tip o antagónico del esp íritu fu erte y liberado. Y la
g ran actitud d e estos espíritus enfermos, d e estos epilépticos del concepto,
in flu y e sobre la g ran m asa; los fanático s son pintorescos, y a la hum anidad
le gusta m ás recrearse en los gestos que detenerse a escuchar razones. . . ” 81
L a id ea cen tral no puede ser m ás clara: del cristianism o nació la R ev o ­
lución francesa, de ésta la dem ocracia y de la dem ocracia el socialism o.
P o r consiguiente, cuando N ietzsch e se presenta com o el A n ticristo, a lo
q u e en realidad a lo q u e aspira es a destruir el socialismo.

E n la polémica con tra e l cristianism o, com o e n g en eral en todas las


consideraciones sociales y m o rales de N ietzsch e, se suscita en el lecto r
sim plista la apariencia de q u e todos estos fenóm enos deben ser en ju icia­
dos desde el p u nto d e vista d el cuerpo m aterial y realm ente existen te, de
las necesidades y . leyes b iológicas. P ero esto n o pasa de ser u n a ilu sió n ;
una ilu sió n d el lecto r y tam bién, m uy probablem ente, d el pro pio N ie tz ­
sche. Exceptu and o ciertos capítu los d e la filo lo g ía clásica, lo s conoci­
m ientos d e N ietzsche, aunque m uy extensos y m anejad os con viveza y
co lo rid o , son siem pre bastante su p erficiales y adquiridos d e segunda o te r­
cera m ano . Jaspers lleg a a reconocer esto incluso co n respecto a los clásicos
de la filo s o fía , co n los que N ietzsch e se d ebatió violentam ente a lo
largo d e to d a su vid a.82 P ero se trata,, en realidad, de alg o m ucho m ás
im portante que d e una sim p le su p erficialid ad de conocim ientos. L a b io ­
lo g ía es uno d e los m edios a que N ietzsch e recurre para fu nd am entar y
concretar seu d ocientíficam ente u n o d e lo s aspectos esenciales d e su m eto­
d o lo g ía. C om o es natural, e l m étod o m ism o h ab ía surgido m u cho antes
de que existiera N ietzsch e. E n todas las teorías biológicas reaccionarias de
la sociedad ( y n o es casual, n i m u cho m enos, q u e am bas cosas coincidan,
por lo re g u la r), aparece siem pre la "le y b io ló g ica” — lo "o rg á n ico ” , en la
filo s o fía d e la R estauración, la "lu ch a p o r la existen cia” e n e l darw inism o
social— com o la base d e la q u e se d eriv an -las m ás diversas conclusiones

S» T. VIII, p. 273. 81 Ibid., p. 295 . 82 Jaspers, op. cit., p. 36.


300 N IE T Z S C H E , F U N D A D O R D E L » R A C IO N A L IS M O

retrógradas en los campos de la sociedad, de la m oral, etc. Pero, en reali­


dad, las cosas suceden a la inversa. Es de la necesidad que la Restauración
siente de trazar un concepto de la sociedad que excluya a prtori — lógica;
y ontológicam ente— toda revólución de donde nace aquella concepción
de lo "o rg án ico ” que esta filo s o fía convierte luego en fu ndam ento suyo,
sin quebrarse m ucho la cabeza acerca de la posibilidad y sostenibilidad
cien tíficas de tal analogía. T o d a an alo g ía es buena, co n tal que de ella
— desde A dam M ü lle r hasta O th m ar Spann— puedan extraerse, con cierta
apariencia plausible, las consecuencias reaccionarias apetecidas. C ie n tífi-.
cam ente, hay que decir que esta m etod ología no ha progresado m ucho
desde la fam osa fáb u la de M en en ió A gripa.
E n tiem po de N ietzsche apareció el darw inism o social, com o la ideo­
lo g ía que aspiraba a o frece r un fundam ento a la exposición reaccionaria
de los fenóm enos de la sociedad. Y la calificació n de ideología "rea c­
cion aria” se acom oda a la realidad, incluso en aquellos casos en que los
pensadores que la sostenían, com o un F . A . L ange en A lem ania, p o r
ejem p lo, se m ostraran subjetivam ente partidarios del progreso. P o r la sen­
cilla razón de que estos pensadores elegían un m étod o que, le jo s de con­
ducir a la investigación concreta de los fenóm enos sociales, los desviaba,
por el contrario, de este conocim iento concreto, ya que la "le y g en eral”
de la "lu ch a p o r la existen cia” , al "e x p lic a r" del m ism o m odo cualquier
acontecim iento de cualquier períod o, n o ’ exp lica en realidad nada, p o r lo
que esta m etod o logía viene, sencillam ente, a apoyar la tendencia del libe-
ralism o decadente, tratando de suplantar la lucha de clases p o r d iferentes
form as de las "leyes de la dinám ica social” , inventadas a gusto de cada
cu al.88
E n la literatura sobre N ietzsche se h a discutido, a veces violentam ente,
si y hasta qué punto p o d ía considerarse a N ietzsche com o darw inista.
E sta discusión es, para nosotros, ociosa. E n prim er lugar, porque N ie tz ­
sche nunca fu e o tra cosa que un darw inista social, en el sentido que más
arriba hem os explicado. Y , en segundo lugar, porqu e es precisam ente la
actitud de N ietzsche ante el darw inism o la que m ás claram ente dem uestra
que no fu eron los descubrim ientos de las ciencias naturales ni ninguna
clase de conocim ientos los que encarrilaron p o r ciertos derroteros e l p en ­
sam iento de este autor y le sugirieron ciertos problem as, sino que todas
sus posiciones seu d ocientííicas respondían, por el contrario, al desarrollo
de su lucha contra el socialism o. N ietzsche sólo se distingue de otros
contem poráneos suyos orientados en la m ism a dirección en que en él la
arbitrariedad jd e princip io de una fundam entación tom ada de las "ciencias 83

83 Marx critica con aplastante dureza el darwinismo social en carta a Kugel-


mann, 27-VI-1870; y Engels más detalladamente en carta a Lawrow, 12 a 17-XI-
1875. Engels señala que los darwinistas sociales deben ser criticados, ante todo,
como malos economistas, y sólo en segundo lugar como malos naturalistas.
NIETZSCHE, FUNDADOR DEL IRRACIONALISMO 301

naturales” se m an ifiesta con una fran qu eza verdaderam ente cínica, sin
tratar de d isfrazarse de objetivid ad , b ajo un aparato seu d ocientífico.
S i el lecto r recuerda lo que m ás arriba exponíam os acerca d e la in te r­
pretación de la sociedad antigua p o r N ietzsche, se percatará en seguida
de que concepciones com o las del agón, la Eris, y otras se h allan consi­
derablem ente influ id as p o r las ideas del darw inism o social. Y , a tono
con e llo , vem os que N ietzsche destaca, en este períod o, d e un m odo
afirm ativo , las doctrinas de D arw in . R eprocha, por e jem p lo , a D . F . Strauss
el que, aun elogiand o el darw inism o, no ten ga el v alo r de aplicarlo co n ­
secuentem ente a los problem as m orales, sino que se refu gie, con respecto
a éstos, en el idealism o.84 Y , de vez en cuando y com o la cosa más natural
del m undo, aplica a la explicación de determ inados fenóm enos ciertas
im ágenes tom adas del d arw inism o: " E l darw inism o tien e tam bién razón
en cuanto al pensam iento por m edio de im ágenes: la im agen más vigorosa
devora a las más d éb iles.” 85
E n e l p eríod o d e Humano, demasiado humano, e l darw inism o desem ­
peña u n papel m ucho m enos im portante en e l pensam iento nietzscheano.
N o p olem iza con tra él, pero lo invoca cada vez m enos en sus exp lica­
ciones. E sta relegación a segundo p lan o se com prenderá m ás fácilm en te
si se tien en en cuenta las tendencias evolucionistas d e este p eriod o de tran­
sición, que m ás arriba señalábam os. A l sobreponerse a estas ilusiones,
N ietzsch e adopta una actitud de repulsa cada vez m ás d ecidida fre n te a
D arw in y el darw inism o. E n La gaya ciencia ironiza ya en to rn o a l dar­
w inism o, echándole en cara su plebeyez: "S o b re to d o el darw inism o inglés
flo ta alg o asi com o el aire viciado de la superpoblación d e In g laterra,
com o el o lo r a hacinam iento y a m iseria que se respira en las casas d e los
p o bres.” A rgum ento ad hominem que sólo sirve para d ar paso a esta
repulsa de p rin cip io : " L a lucha p o r la existen cia es solam ente una excep­
ción, una restricción tem poral de la voluntad d e v iv ir; la grand e y la
pequeña lucha g ira siem pre en to rn o a la suprem acía, a l crecim iento y a
la expansión, al poder, con form e a la voluntad d e poder, que n o es
sino la voluntad de vid a.” se
Sin em bargo, el verdadero contenid o de este g iro sólo puede estudiarse
en las m anifestaciones más detalladas d e las ú ltim as obras y notas del
autor, en las que N ietzsche expone co n su fran qu eza característica lo s m o ­
tivos reales que lo inspiran. E n El ocaso de los Idolos y en la Voluntad
de poder se m anifiesta claram ente e l m otivo decisivo d e su — nuevo—
antidarw inism o. T am b ié n aquí se révelan con bastante claridad la afinidad
y la d ivergencia de N ietzsche co n respecto a lo s "d a rv in is ta s sociales”
corrientes. C oinciden en que n in g u n o d e ello s se f i ja propiam ente en
los hechos de la evolución natural m ism a, sino que se lim itan a em p lear
" la frase de la lucha por la existen cia” (M a r x ) desde e l pu nto de vista

84 T I, pp. 220 r. 85 T. X , p. 137. 88 T V r 'WS.


302 NIETZSCHE, FUNDADOR DEL »RACIONALISM O

de su apreciación de aquella perspectiva que ante ellos se ofrece, para


el presente y el futuro, en cuanto a la lucha de clases entre burguesía y
proletariado. Los apologistas "darwinistas” corrientes del capitalismo par­
ten de las experiencias del período posterior a 1860, generalizándolas
superficialmente, y opinan que, dejando que la "lucha por la existencia”
se desarrolle libremente en la sociedad, tiene que conducir inexorable­
mente a la victoria del "fuerte” (es decir, del capitalista).
E s de aquí precisam ente de donde arranca la crítica escéptico-pesim ista
de N ietzsche. Las condiciones "n o rm ales” de la "lu ch a p o r la existen cia”
en el seno de la sociedad conducen inevitablem ente — nos dice-— a la
dom inación del "d é b il” (d e los o b re ro s,.d e las masas, del so cia lism o ).
Para evitarlo, es necesario recurrir a m edidas muy especiales. En este
punto, N ietzsche no es solam ente, com o en su ética, un "p ro fe ta ” de la bar­
barie im perialista, sino que se preocupa, además, de indagar aquellas
form as de dom inación de nuevo tipo que puedan im pedir el ascenso del
proletariado. Y subrayamos la palabra "n u e v o ” , pues N ietzsch e es, com o
hem os visto, muy escéptico con respecto a los intentos de opresión llev a­
dos a cabo en su tiem po (n o olvidem os que vivió los días del fracaso de
la ley contra los so cia lista s); no cree que los capitalistas cotem poráneos
y los p o lítico s conservadores, por muy allá que lleguen, posean la capa­
cidad necesaria p ara realizar sem ejante obra. Los llam ados a ejecutarla
son precisam ente aquellos "señ ores de la tierra” q ue la ética nietzscheana
se p ro pone incubar conscientem ente, pues n o o tra es su idea central.
(V em o s, pues, que N ietzsch e no se adelanta tan sólo, discursivam ente,
al im perialism o, sino tam bién al fascism o; anticip o que no p odía, na­
turalm ente, cobrar una fo rm a ni siquiera relativam ente concreta, sin o
solam ente una generalidad m ític a .)
D espués de señalar, así, la n ítid a antítesis entre N ietzsche y los apo­
logistas directos y corrientes del capitalism o, debem os p o n er de relieve
ahora', en pocas palabras, lo que hay de com ún en sus m étodos, en }o que
al darw inism o se re fie re : un o y otros parten, n o d el análisis de la exac­
titud. o b je tiv a del darw inism o y de la p o sibilid ad de aplicarlo a los
fenóm enos sociales, sino de sus propias m etas y perspectivas po líticas.
Es, pues, e l suyo — en últim a instancia— , el m ism o m étodo, y tanto da
que los apologistas usuales, llevados de u n optim ism o m iope con respecto
al desarrollo capitalista, afirm en el darw inism o com o que N ietzsche, m o­
vido p o r aquel escepticism o de que hablábam os, lo niegue y lo com bata.
E l darw inism o no pasa de ser, en am bos casos, un pretexto convertido en
m ito p ara la lucha id eológica contra e l proletariad o.
E l sen tid o de A tas consideraciones es el q u e inspira el reproche que
N ietzsche d irig e a D arw in e n su Ocaso de los ¡dolos: "D a rw in se ha
olvidado d el esp íritu ( l o cu al es muy in g lé s ); los débiles poseen más
espíritu . . . Para re cib ir el esp íritu hay que necesitarlo, y se pierde cuando
N IE T Z S C H E , F U N D A D O R D E L IR R A C IO N A L IS M O 303

ya no se necesita. Q uien se siente fu erte da de lado al esp íritu ( 'D ejem o s


las cosas ir’, se piensa hoy en A lem ania, 'nadie nos quitará el Impe­
rio’ .. P o r esp íritu entiendo yo, com o se ve, la previsión, la paciencia,
la astucia, la sim ulación, él gran dom inio de sí m ism o y todo lo que es
mimicry (e n tre la cual se cuenta buena parte de lo que suele llam arse vir­
t u d ) .” E n las precedentes consideraciones, N ietzsche niega, ya lo vemos, la
lucha p o r la existencia com o fen óm en o gen eral; el fenóm eno general, según
él, es la voluntad de poder y aquélla solam ente un caso excepcional. L o que
lleva consigo la repudiación por princip io d el darw inism o social de sus
contem poráneos, que él considera, naturalm ente, com o el darwinism o
m ism o: "P e ro , aun suponiendo que existiera tal lucha — que, en efecto,
se da a veces— , se desarrolla, p o r desgracia, a la inversa de cóm o la
escuela de D arw in lo desea y de com o tal vez debiéramos desear con e lla :
en p e rju icio del fuerte, del privilegiado de las excepciones afortunadas.
Las especies no brotan com o algo p e rfe cto : los d ébiles triu n fan siem pre
sobre lo s fuertes, porque son los m ás y son, adem ás, los más inteli­
gentes. . . ” 87
E ste p roblem a aparece d etalladam ente tratado e n la Voluntad de poder.
Para evitar repeticiones, nos lim itarem os a destacar lo s m otivos com ple­
m entarios de estas consideraciones, q u e habrán d e cobrar, ciertam ente,
g ran im portancia p ara el d esarrollo de la concepción reaccionaria m ili­
tan te d e l m undo, e n e l períod o im perialista. N ietzsch e resum e su op osición
con tra D arw in en lo s tres puntos sigu ientes: "Primera tesis: el hom bre,
com o especie, no progresa. S e alcanzan, posiblem ente, tip os superiores,
pero n o se sostienen. E l nivel de la especie no se eleva.” 88 L a derivación
d e esta tesis d e las consideraciones sociales que anteceden es perfectam ente
cla ra : puesto que la lucha d e clases ( l a lucha p o r la e x isten cia ) no hace
surgir autom áticam ente el tip o superior de h om bre apetecido p o r N ie tz ­
sche, es im posible que sea la ley g en eral del d esarrollo de la naturaleza
y de la sociedad. P ero esta tesis nietzscheana m ira al fu tu ro reaccionario,
adem ás, en un sentido todavía m ás trascend ente: v ien e a sostener q u e los
productos superiores de la hum anidad tien en todos e l m ism o v alo r y la
d inám ica espontánea de la sociedad sólo puede echarlos a p erd er y arrui-
n árlos; d e lo que se trata es d e crear instituciones co n ayuda de las cuales
se pueda, n o só lo conservar, sin o incubar sistem áticam ente estos productos
culm inantes de la naturaleza. Estam os, pues, ante e l "m o d e lo ” m etod o­
ló g ico d e la te o ría racial del fascism o y, sobre todo, d e su aplicación
práctica, sin que lo que la id eo lo g ía nietzscheana representa p ara la co n ­
cepción h itlerian a d el m undo su fra m erm a n i m enoscabo p o r e l hecho
d e q u e esta concepción se rem on te a la te o ría racista de C h am berlain, y no
& la d e N ietzsch e; la d iferen cia existen te entre am bas ya h a sid o señalada
por nosotros. •

•T T. V III, p. 128. 88 T. X V Í, p. 147.


304 N IE T Z S C H E , F U N D A D O R D E L » R A C I O N A L IS M O

L a siguiente tesis, partiend o de las m ism as reflexio n es acerca de la fra ­


g ilid ad y delicadeza de los tipos superiores, niega en redondo toda evo­
lución, tanto en la naturaleza com o en la historia. " E l hom bre en cuanto
especie — dice N ietzsche— n o representa ningú n p ro greso co n respecto
a n in gu n a o tra especie anim al. E l m undo zoológico y vegetal n o se des­
arro lla, en su co n ju n to , de lo in fe rio r a lo s u p e r io r .. . Se d esarrolla todo
al m ism o tiem po, de un m odo superpuesto, entrelazado y e n fren tad o .” 89
T a m b ié n esta tesis, aunque no se rem onte, p o r su contenid o sobre la
más vu lgar argum entación antidarw inista, está llam ad a a adquirir, asi­
m ism o, una sig n ificació n bastante consid erable en e l d esarrollo d e las
concepciones reaccionarias del m undo d el p erío d o im perialista. Y a hem os
visto que, para rem ontarse sobre Schopenhauer en el p lan o d e la ap o lo­
gética indirecta, N ietzsche se basa, fu ndam entalm ente, en la historizacióq
de ésta. Y hem os señalado, asim ism o, la causa de este cam bio producido eq
cuanto al m étodo de la apologética indirecta, determ inado p o r la consi­
deración de que el enem igo fundam ental, ahora, no es la idea burgués^
de progreso (co n tra la cual podía esgrim irse com o arm a la negación
schopenhaueriana de toda h isto ricid a d ), sino la idea de progreso del so­
cialism o, que se*orien ta hacia más allá de la sociedad capitalista. E l irra­
cionalism o debía contraponer a esta concepción dialéctica de la historia
si q u ería m antenerse a to no con las exigencias de su tiem po y ser reac-j
cionariam ente eficien te, otra exp licación de la realidad, pero que se má<{
n ifestara tam bién com o exp licación histórica. P ero, al m ism o tiem po, e]
contenid o reaccionario y la d efensa apo logética de la sociedad capitalista,
com o la cúspide insuperable y la m eta fin a l del desarrollo hum ano d ebían
conducir, al m ism o tiem po, a la neg ació n de la historia, del desarrollo
y del progreso. L a aportación discursiva característica y más esencial del
irracionalista N ietzsche consiste precisam ente en eso : en m archar apa­
rentem ente — desviándose de la realidad o b je tiv a — al paso con las nece­
sidades de la época, convirtiendo asi en m ito la historia, en la naturaleza
y e n la sociedad, de tal m odo que en ellas, no sólo se revelen otros co n ­
tenidos y otras m etas del desarrollo reaccionario, sin o que el d esarrollo
m ism o se esfum e en la exposición m ítica.
L a tercera tesis no contiene, p ara nosotros, nada especialm ente nuevo.
En ella, N ietzsche se vuelve, sobre todo, contra los intérpretes liberales
del darw inísm o social, por ejem p lo, contra Spencer, que ven en lo que
N ietzsche llam a da "d om esticación” del hom bre y de sus instintos bár­
baros un im portante cam po de aplicación de la teoría darw inista al des­
arrollo de la sociedad. "L a dom esticación ( l a 'cu ltura’) d el hom bre
— dice N ietzsche— no cala muy h o n d o .... . Y cuando cala h on do, produce
inm ediatam ente un proceso de degeneración (tip o : C r is to ). E l hom bre
'salv aje’ (o , expresado en térm inos m orales, el hom bre malo ) es el 8

88 L. c.
N IE T Z S C H E , F U N D A D O R D E L » R A C I O N A L IS M O 305

retorno a la naturaleza y, en cierto sentido, su restauración, su curación


de la 'cultura’ . . . ” 90 E n esto, N ietzsch e tien e razón en contra de los
apologistas liberales de la cultura, p o r cuanto que la hum anización de
los instintos, b a jo e l capitalism o, no puede nunca calar realm ente muy
hondo, p ero aquí precisam ente se ve con toda clarid ad de qué m anera
tan exclusiva tanto Spencer com o N ietzsche proyectan sus ideales sociales
sobre el darw inism o, en vez de extraer conocim ientos de éste. P o r o tra
parte, volvem os a ver aquí hasta qué punto tenem os en N ietzsch e — pese
a su fo rm a afo rística— una cohesión sistem ática de pensam ientos, aunque
sus ram ificaciones, a veces, sólo puedan verse, ciertam ente, situándose en
el verdadero centro social.
E l m étodo señalado aquí p o r nosotros puede seguirse con precisión en
todas las m anifestaciones de su filo s o fía de la naturaleza. Estas ideas
nietzscheanas habrán d e tener u n a sig n ificació n nada desdeñable en cuan­
to a la filo s o fía del períod o im perialista, p o r cuanto que su audacia y
su esp íritu consecuente llevado hasta el cinism o harán tam bién de él, en
este terreno, el precursor de m étodos y teorías que no se m anifestarán
abiertam ente hasta m ucho m ás tard e. Y a hem os dicho, y lo com probare­
m os en d etalle m ás adelante, q u e la te o ría nietzscheana del conocim iento
es m uy a fín a la del m achism o. S in em bargo, lo s m achistas se daban, al
p rin cip io , aires de una "n eu tralid ad ” agnosticista ante la solución con­
creta de los problem as concretos, aunque p o r d eb ajo de e lla se ocultaba|
com o es natural, una tom a de actitud a fav o r del idealism o su b jetiv o ;
Esta "n eu tralid ad ” se m anifestaba ya en el períod o a n te rio r-a la G u erra
M u n d ial im perialista en el hecho d e que para D u h em , p o r e jem p lo , fu ese
el m ism o el valor de verdad de la teo ría de T o lo m eo y el de la de
C opérnico o de que Sim m el colocase en el m ism o plano, vistos en una
"p erspectiva de fu tu ro ” , los grandes resultados d e las ciencias naturales
en él siglo x ix y la creencia en las b ru jas. L a abierta m itificació n de
las ciencias naturales producida de este m odo — baste pensar en la teo ría
del lib re arbitrio atribuido a las partículas atóm icas— no es sin o el p ro ­
ducto de una descom posición irracionalista m ucho m ás avanzada dél
pensam iento en el cam po de las ciencias naturales. L a posición peculiar
de N ietzsche se caracteriza tam bién aquí, pues, p o r e l hecho d e que ya
en la década del ochenta abordase resueltam ente la m itificació n de todas
las categorías de las ciencias naturales, proyectando resueltam ente los p rin ­
cipios de su filo s o fía de la sociedad sobre los fenóm enos d e la naturaleza
y desentrañándolos luego de ésta, después de haberlos incorporado en ella,
para dar a sus construcciones un fo rm id ab le fo n d o "có sm ico ” , com o
m anifestaciones o m odalidades de una ley gen eral d el universo.
Citarem os com o paradigm a de este m étod o e l cono cid o p asaje d e Más
allá del bien y del mal en el que N ietzsch e trata de p ro bar la inev itabi-
90 Ibid., p. 148.
306 N IE T Z S C H E , F U N D A D O R D E L IR R A C IO N A L IS M O

lidad, la inocencia y el carácter positivo de la explotación viendo en ella


la ley general y fu nd am ental, inevitable, de toda vida y, p o r tanto,
naturalm ente, de todo ser social, con arreglo al m étodo esbozado más
arriba. " E n este punto — dice— , hay que pensar concienzudam ente y
hasta el fo nd o , desprendiéndose de toda d ébil susceptibilidad: la vida
m ism a es, esencialmente, apropiación, transgresión, avasallam iento del
extraño y el más d ébil, opresión, crueldad, im posición de Jas form as p ro ­
pias, incorporación y, por lo m enos y en el m ás suave de los casos,
e x p lo t a c ió n ... L a 'exp lo tació n ’ no es propia de una sociedad corrom ­
pida o im perfecta y prim itiva, sino que form a parte de la esencia m ism a
de lo vivo, com o fu nció n orgánica fu nd am ental; es una consecuencia
de la verdadera voluntad de poder, que no es sino la voluntad de v id a.” 01
Y , una vez descubierto este m étodo, surge com o una gran facilid ad,
com o jugando, aquella im agen del universo en la que todo, lo anim ado
y lo inanim ado, es una m anifestación de la voluntad de poder, lo m ism o
que en Schopenhauer lo era de la voluntad de vida. L a concreción m ítica
del p rin cip io fu ndam ental trae consigo, con idéntica arbitrariedad en cuan­
to a la aplicación, las consiguientes concreciones, de que ya hem os h a­
blado, A sí, vemos que el cuerpo es, de p o r sí, naturalm ente, una " f o r ­
m ación señ orial” 82 'y ,la s "supuestas 'leyes naturales’ sim plem ente las
fórm ulas de las relaciones de p oder” ,93 y que la voluntad de poder señorea
toda la físic a : " M i concepción es que todo cuerpo esp ecífico aspira a
im ponerse com o señor sobre todo el espacio y a expandir su fu erza (su
voluntad de p o d e r), repeliendo cuanto se op one a su expan sión. P ero,
co m o choca continuam ente con la m ism a tendencia d e otros cuerpos,
acaba arreglándose ('en ten d ién d o se’ ) con los q u e le son lo bastante
afines para e llo , y lodos ellos conspiran conjuntamente por el poder. Y
el proceso sigue su c u r s o . . . ” ,94 etc., etc. E n Más allá del bien y del
mal, form u la N ietzsche — con algunas reservas en cuanto a la posibilidad
d e probarlo, que desaparecerán totalm ente en apuntes posteriores— su
program a de la filo s o fía de la naturaleza: " E l m undo, visto p o r dentro,
d efin id o y descrito en cuanto a su 'carácter in te lig ib le ’, sería cabalm ente
eso, la 'voluntad d e p oder’, y nada m ás.” 95
T o d as estas tend encias se centran en to rno a lo que es lo m edular de
la filo s o fía nietzscheana: l a ' teo ría del "e te rn o re to m o ” . E sta teoría,
en la que la seudocientificidad se m ezcla con la fan tasía desbocada, causa
no pocos quebraderos de cabeza a m uchos intérpretes de N ietzsche. B aeum -
1er pretende, incluso, desglosarla del sistem a nietzscheano "au ténticam en­
te” fascista.96 Y co n toda razón, desde este punto de vista, ya que la
"co n cep ció n nacional-socialista del m u nd o” cuenta con un sustitutivo p le­
nam ente valioso para rechazar lo que, según la idea de N ietzsche, cons-

91 T. VII, pp. 237 s. 92 T. XVI, p. 126. 93 T. XIII, p. 82.


94 T. XVI, p. 114. 95 T. VII, p. 58. 90 Baeumler, op. cit., p. 79.
N IE T Z S C H E , F U N D A D O R D E L » R A C I O N A L IS M O 307

tituye la fu n ció n social decisiva d el eterno retorno, es decir, e l criterio


d e q u e la h istoria puede crear alg o en p rin cip io nuevo ( e l socialism o,
después de la sociedad d e c la s e s ), y este sustitutivQ. es la te o ría d e la
inm utabilidad d e la raza, según la cual el 'T e r c e r R eich ” n o es m ás
q u e la renovación conscientem ente lograda d e estas fuerzas prim igenias
n o susceptibles d e cam bio. P ero, lo s dem ás intérpretes burgueses tropiezan
to n u n a d ificu ltad casi insuperable para con v ertir e l re to m o en un in o ­
cen te asunto puram ente intelectual. K au fm ap n , p o r e jem p lo , v e en él
(a g lo rifica ció n d el instante (establecien d o, incluso, un paralelism o co n la
fig u ra d e F a u sto ) o un m ed io p ara la incubación, sin d ecir nunca, natu­
ralm ente, qué es lo que N ietzsch e pretend e incubar.97
E n N ietzsche, e l eterno retorno es e l concepto decisivo para nivelar
e l del devenir. Y la necesidad d e esta nivelación se c ifra en el h ech o de
que el d evenir n o puede engen drar nada nuevo (fr e n te a la sociedad
c a p ita lista ), a m enos que traicion e a la fu n ció n que desem peña en el sis­
tem a nietzscheano. Y a hem os ten id o ocasión d e señalar la tendencia a
Convertir el devenir en un aparente m ovim iento, asignán dole sim plem ente
e l papel de crear variaciones den tro de la ley "có sm ica e te rn a ", que es
la voluntad de poder. E l eterno retorno circunscribe to d av ía m ás estos
lím ite s: el nacim iento de alg o nuevo es "có sm icam ente” i m p o s i b l e ...
" E l ciclo — escribe N ietzsche ya e n lo s días d e La gaya ciencia— no
e s alg o devenido, sin o que es la ley p rim igen ia, d el m ism o m odo que es
ley p rim igen ia, q u e n o adm ite excep ción n i transgresión, la cantidad
de energía. T o d o d evenir se da den tro d el ciclo y d e la cantidad de
en erg ía” .98
U n o d e los pasajes m ás extensos d e las obras posteriores traza una
im agen clara de esto. L o que m enos nos interesan son los supuestos ra­
zonam ientos basados en las ciencias naturales, que N ietzsch e da en apoyo
d e e llo ;99 estos argum entos tien en tan p o co v alo r com o las dem ás d ig re­
siones nietzscheanas en este cam po. L o im portante son las consecuencias;
N ietzsche considera com o teólogos a cuantos reconocen la posibilid ad de
q u e nazca algo nuevo en e l m u n d o : " E n esta quim era — la de q u e el
m undo rebuya intencionalm ente u n a m eta y sepa, incluso, precaverse
artificio sam en te con tra la tend encia a caer en un círcu lo— tien en que
in cu rrir necesariam ente todos aquellos q u e q u errían im poner a l m undo
p o r d ecreto la capacidad de eternas innovaciones, es decir, atribu ir a una
fu erza in fin ita , determ inada, eternam ente igual e inm utable, com o es el
"m u n d o ” , la m aravillosa capacidad d e u n a infinita nueva con form ación
de sus fo rm as y situaciones. S e q u iere q u e e l m undo, aun n o siendo ya

97 Kaufmann, op. cit., pp. 282, 286 ss. 98 T. X II, p. 61.


99 "Nos abstenemos de usar el concepto de fuerza infinita, como incompatible
con el concepto de 'fuerzd. El mundo carece, asimismo, de la capacidad de innovar
eternamente”, t. X V I, p. 397.
308 N IE T Z S C H E , F U N D A D O R D E L IR R A C IO N A L ISIM O

un D io s, revele, sin em bargo, la capacidad del cread or divino, de una


fuerza in fin ita de tran sfo rm ació n ; que sea capaz de resistirse volu ntaria­
m en te a rein cid ir en sus. v iejas, fo rm as; que disponga, no solam ente de
la intenció n, sin o tam bién de lo s medios necesarios para defenderse p o r
sí m ism o Contra to d a rep etición .100
A l tratar d e la ética nietzscheana, hem os hecho hincapié, y creem os
que co n razón, en la id ea del "d e v e n ir” , pues, en e lla reside la funda-
m entación directa de esta ética y, en particu lar, de sus gestos revolucio­
narios, p o r ejem p lo de la subversión de todos los valores. Para echar
p o r tierra las v iejas "ta b la s” m orales en las que se registran lo s "p o stu ­
lados eternos” de la m oral, N ietzsch e se vale com o ariete filo só fico de
la idea del "d e v e n ir” , en relación con la cual invoca frecu entem ente a
H e ráclito ; la "in o ce n cia d el d ev en ir" es la prem isa d irecta del activism o,
del reaccionafism o m ilitan te d e N ietzsche, de su superación de la pasividad
schopenhaueriana. D e aquí que e l devenir nietzscheano tenga que tras­
cender necesariam ente de la m ovilidad com pletam ente absurda y a todas
luces puram ente aparente "d e l m undo com o m anifestació n” de Schopen-
hauer. P ero, en la más p ro fu n d a esencia de la filo s o fía nietzscheana va
im p lícito e l quw todo esto no pasa de ser un sim ple p relu d io ; no hay
más que recordar, para com prenderlo así, la estructura del Zaratrusta,
en cuya prim era parte la idea del devenir lo dom ina todo, por ejem p lo, en
el llam am iento a la obra de creación del superhom bre, pero en que apa­
rece com o Corona y rem ate de todo, en la "C an ció n em briagada” , el re­
to m o de lo igual. (S in que cam bie para nada esta construcción fu nd a­
m ental p o r el hecho de que la idea del retorno aparezca ya, episódicam ente,
en algunos m om entos an terio res.)
B aeu m ler p ien sa de un m odo muy su perficial y antinietzscheano, al atis-
bar en esto una contradicción con la voluntad de poder. N ietzsch e revela,
aquí, una clara Conciencia de la verdadera jerarq u ía de su sistem a. E n la
Voluntad de poder, leem os: " L a suprema voluntad de poder consiste
en imprimir al devenir el carácter del s e r . . . E l retorno de todo es la
m ás extrém a aproximación del inundo del devenir al del ser, la cúspide
la consideración.” 101 E sto, incluso prescindiendo de que, para N ietzsche,
la voluntad de poder, aun siendo é l princip io m otor de to d o devenir, es
de por sí — lo m ism o que la voluntad de Schopenhauer— algo no deve­
n id o : " N o es po sible descubrir p o r la v ía de la investigación en to rn o
al desarrollo lo que es la causa de que exista un d esarrollo” ; n o se lo
puede com prender com o algo "q u e deviene” , y m enos aún com o alg o ya
d e v e n id o ... L a "v olu n tad d e p oder” no puede ser el resultado de un
devenir.102 A la vista de esto, se com prende claram ente cuán su perficial
es, en N ietzsche, to d o devenir, todo lo h istó rico : es, sim plem ente, la
m anera com o se m an ifiestan los p rincipios "e tern o s”

100 T. XVI, pp. 396 s. 101 Ibíd., p. 101. U>2 Ibid., p. 155.
N IJB T Z S C H E , F U N D A D O R D E L » R A C I O N A L IS M O 309

E sta je ra rq u ía es, naturalm ente — si la consideram os desde e l puntó


d e vista lógico— , toscam ente contrad ictoria en s í; p ero es, adem ás, al
m ism o tiem po, la expresión filo só fic a del h ech o de que, desde la victoria
del idealism o su bjetivo y el irracionalism o sobre H e g el, la filo s o fía bur­
guesa se revela ya incapaz d e encontrar e l entronqu e d ialéctico entre el
d evenir y el ser, en tre Ja libertad y la necesidad y d e q u e sólo puede ver
en la m utua relación en tre estos térm inos un antagonism o irreductible,
cuando n o los com pagina de un m odo ecléctico.
Y tam poco N ietzsche alcanza a rem ontarse, n i desde e l pu nto de vista
puram ente ló g ico n i en el p lan o filo só fico gen eral, sobre estos lím ite s
del irracionalism o; podríam os d ecir que en su m ito del eterno retorno
com o suprem a realización de la voluntad de p o d er se herm anan e l tajan te
antagonism o y un eclecticism o pintorescam ente fa lto de contornos. P ero
am bos extrem os vienen a cu m plir, desde el p u nto d e vista d e su po si­
ció n cen tral de lucha, de la lucha contra el socialism o, la m ism a fu nció n
al servicio de la barbarie im p erialista: la de d erribar todos lo s obstáculos
m orales, para p o d er llevar a térm ino, im placablem ente, esta lucha social.
La ilim itad a libertad de N ietzsche estatuye para los "señ o res de la tie ­
rra”, com o hem os visto, el p rin cip io de que "to d o es líc ito ” ,, y a la
m ism a consecuencia lleva tam bién, en él, la necesidad fatalista.
E n El ocaso de los ídolos, se pregunta N ietzsche, con toda clarid ad :
"¿C u á l pu ed e ser nuestra única doctrina? L a de que n ad ie infunde al
hom bre sus cualidades, ni D io s, n i la sociedad,' ni sus padres o antepa­
sados, ni él mismo. . . N ad ie es responsable d e que e l hom bre exista
y de q u e sea tal y com o es, de q u e viva b a jo tales circunstancias y ro ­
deado de tal m edio. La fatalidad d e su naturaleza no puede desligarse
d e la fatalidad d e todo lo que h a sido y s e r á . . . S e es necesariam ente,
se es un fragm ento de lo fatal, se fo rm a p arte del todo, se es en el
todo; no hay nada que pueda en ju iciar, m edir, com parar o condenar
nuestro ser, pues e llo equ ivald ría a en ju iciar, m edir, com parar y co n ­
denar el t o d o . . . Y fuera del todo no existe n ad a... Y así, y solam ente
así, se restaura la inocencia del d e v e n i r . . 1#a
Y exactam ente la m ism a es la fu n ció n indirectam ente apologética,
m oral, del eterno retorno. E n efecto , la proclam ación decisiva del eterno
retorno se abre paso, en e l Zaratustra, en aquel p asaje en q u e el "h o m b re
más d etestable” expresa de pronto, com o un ilum inado, la sabiduría nietz-
scheana: "¿ E ra eso la v id a?, le diré a la m uerte. ¡P u es bien, volvam os a
com en zar!” 104
V istas desde la atalaya de este m otivo central de la filo s o fía nietzschea-
na, todas las series — lógicam ente incom patibles— de pensam ientos se
enlazan, pues, en una unidad in trín seca: en la "in o ce n cia d el devenir”
brota la seudorrevolución de N ietzsche, e l tránsito d e la burgu esía del

103 L. c. y t. VIII, pp. 100 x. 194 T. VI, p. 462.


310 NIETZSCHE, FUNDADOR DEL IRRACIONALISMO

p eríod o liberal d e la "seg u rid ad ” a l p e río d o d e la "g ra n p o lítica” , d e


la lu ch a p o r el señ orío de la tierra. P ero , pese a to d a la tensión del pate­
tism o de la "su bv ersión de lo s valores” , este trastrueque no es, en rea­
lidad, m ás que u n a seudorrevolución, u n a sim p le exaltación de los con ­
tenidos reaccionarios del capitalism o, adornada con gestos revolu cio­
narios.
Y el eterno retorno tien e p o r fu nció n, cabalm ente, proclam ar e l sen tid o
fin a l d e este m ito : el orden social bárbaro-tiránico así instaurado será
un orden d efinitivo, la realización consciente de aquello a que hasta ahora
se venía aspirando siem pre en la historia, para fracasar la m ayoría d e
las veces o lograrse sólo de vez en cuando y de un m odo parcial.
A h ora bien, si nos fija m o s en la estructura m etod ológica de este sistem a
discursivo, vemos que cuadra perfectam ente con el h itlerian o, aunque
H itle r engarzase en el suyo, com o nuevo elem ento com plem entario, la
teoría racista de Cham berlain, en vez de la idea del eterno retorno. P o r
tanto, la afinidad de pensam iento que existe entre N ietzsche y el h itle ­
rism o no puede borrarse del m undo de la realidad m ediante la refu ta­
ción p o r Baeu m ler o R osenberg de las falsas afirm aciones, las tergiversa­
ciones, e tc .: e st/ a fin id a d es, vista objetivam ente, m ayor aún de lo q u e
los tales intérpretes pudieron nunca lle g a r a im aginarse.

VI

Quizá algunos lectores se sorprendan al v e r que tratam os a l fin a l d e


nuestras consideraciones la te o ría níetzscheana d el conocim iento. Creem os,
sin em bargo, qüe, haciénd olo así, podem os reproducir adecuadam ente
la verdadera trabazón d el sistem a de pensam ientos d e este autor. E n el
períod o d e los oríg en es del irracionalism o m oderno, los problem as d e la
teo ría d el conocim iento ten ían u n papel decisivo en cuanto a la concepción
d el m undo. E n la lucha en to rno a la "in tu ició n intelectual” , en to rn o a
la " filo s o fía po sitiva” de S ch ellin g , p o r e jem p lo , las colisiones decisivas
en tre la dialéctica idealista y el irracionalism o se lib raron precisam ente
en e l cam po de la te o ría d el conocim iento, y la solución dada a estos
problem as determ inó — filo só ficam en te— los problem as concretos rela­
cionados con la filo s o fía de la historia, etc. E n N ietzsche, este problem a
se plantea com pletam ente a la inversa. Su filo s o fía tien e que habérselas
con un adversario hasta entonces com pletam ente desconocido — incluso en
el cam po de la te o ría filo só fica — : con la concepción del m undo y el m é­
todo filo só fico del socialism o. N ietzsch e no tien e la m enor idea de los
problem as filo só fico s planteados p o r e l m aterialism o dialéctico e h is­
tórico.
C om bate el socialism o a llí donde cree poder descargar sus golpes contra
com o enem igo vivo y que b u lle : en el cam po d e la sociedad, de la
N IE T Z S C H E , F U N D A D O R D E L « R A C I O N A L IS M O 311

historia y de la m o ral. E l contenid o concreto de estos cam pos de la filo ­


s o fía es, p o r tanto, p ara su sistem a, lo p rim ario. L a te o ría d el conoci­
m ien to no pasa de ser, a sus o jo s, sim plem ente e l instrum ento cuyo
carácter y m odo de ser determ inan los o b jetiv o s a que él sirve.
Y tam bién esta nueva situación es característica, no sólo de N ietzsche,
sino d e toda la filo s o fía burguesa d el p eríod o de la decadencia. E l p eríod o
ascensional, cuyo contenid o se h a lla determ inado p o r la lucha con tra la
id eo lo g ía feud al y p o r las luchas d e tendencias en el sen o de la id eo lo g ía
burguesa, m uestra, p o r tan to, una gran variedad de cam bios en cuanto
a las corrientes d e la teo ría del con o cim ien to ; luchan en tre sí p o r la
suprem acía, en este cam po, el idealism o y e l m aterialism o, e l idealism o
subjetivo y el o b jetiv o , la m e tafísica y la dialéctica. A l term inar este
período, va extinguiéndose cada vez m ás rápidam ente el idealism o o b je ­
tivo, cuya variante burguesa se h ab ía nu trido esencialm ente de las " ilu ­
siones heroicas” de la revolución dem ocrática. E l m aterialism o m ecanicista
pierde su anterior universalidad después d e la R evolu ción fran cesa; ya el
horizonte visual de Feuerbach es m u cho m ás restringid o que e l de sus
antecesores de lo s siglos x v n y x v n i. (L a trayectoria rusa ocupa, en este
punto, una p o sición excepcional, p ero no lle g a a ser conocid a de las
gentes d e su tiem po, fu era de R u s ia .) T ra s un breve p eríod o de p red o­
m inio e n la filo s o fía de las ciencias naturales, el m aterialism o m ecanicista
pierde tam bién aquí su posición d e g u ía ; a pesar de que, com o h a seña­
lado L en in , la práctica de to d o auténtico investigad or d e la naturaleza
es espontáneam ente m aterialista, lo s grandes resultados de las ciencias
naturales se ven, ahora, falsead os y deform ad os p o r el idealism o filo ­
sófico.
Y así, debido precisam ente a la h egem onía casi indisputada q u e e l idea­
lism o subjetivo e je rce en la filo s o fía burguesa d e este períod o, asistim os
a u n pro fu n d o declive de la te o ría del conocim iento. C ierto que ésta se
ve m ás dom inada que nunca p o r e l contenid o y el m étod o filo só fico s, y
hasta parece com o si la filo s o fía se red u jese casi exclusivam ente a e lla ;
pero, e n realidad, lo q u e surge es una escolástica académ ica; las grandes
luchas de tendencias entre las diversas concepciones del m undo d ejan el
puesto a m ezquinas disputas de pro feso res en to rn o a m atices y nim iedades
carentes de toda significación.
E l períod o preim perialista se encarga de preparar e n érg icam en te-este
d eclive. Y aquí podem os ver tam bién- claram ente cuál es la razón social
de la hegem onía exclusiva que el idealism o subjetivo ostenta en la filo ­
s o fía burguesa: ese idealism o y e l agnosticism o, inseparable d e él, per­
m iten a los ideólogos burgueses to m ar del p ro greso d e las ciencias, sobre
todo en e l cam po d e las ciencias naturales, cuanto sirve a los intereses
de los capitalistas, pero esquivando a l m ism o tiem po to d a to m a filo s ó fic a d e
p o sición ante la nueva im agen d el universo q u e com o consecuencia
312 N IE T Z S C H E , FU N D A D O R D EL IR R A C IO N A LISIM O

de ello surge. P o r eso E ngels, con entera razón, llam a al agnosticism o de


este p eríod o un "m aterialism o vergonzante” .103
E n el períod o im perialista y ya en su etapa de preparación inm ediata,
cam bian las necesidades ideológicas de la burguesía. Y a no basta con
"ab sten erse de votar” en los problem as relacionados con la concepción del
m u nd o; la filo s o fía tien e q u e tom ar una actitud, sobre todo en contra
d el m aterialism o: el "m aterialism o vergonzante” de los agnósticos p o siti­
vistas cobra un acento antim aterialista cada vez más claro. E l neokantism o
y el m achism o son las corrientes fundam entales en este nuevo m m bo filo ­
só fico , q u e se d esarrolla paralelam ente a las actividades de N ietzsch e.10li
S in em bargo, la p o sición ideológica de la burguesía cada vez consiente
m enos u n a posición clara y sincera ante los problem as decisivos relacio­
nados con la concepción del m undo. L en in h a señalado n ítid am en te la
antítesis entre la lucha fran ca de B erk eley contra e l m aterialism o y
la de los m achistas, d isfrazada de antiidealism o. E l solo hecho de que la
filo s o fía burguesa se vea obligad a a abrazar — en d efensa del idealism o
contra e l m aterialism o— una "terce ra v ía ” , es decir, d e darse aires d e
criticar y rechazar desde una "atalaya superior” tanto el idealism o com o
el m aterialism o, fe v e la que esta filo s o fía se ve ya forzad a — en una
dim ensión h istérico-m un dial— a colocarse a la defensiva, que los pro ble­
m a s p o r e lla planteados, sus m étodos, etc., tien en más de recursos d efen ­
sivos que de m edios para interpretar en su propio sentido la realidad
o b jetiv a. C om o es natural, este carácter defensivo de la filo s o fía burguesa
d e los tiem pos de la decadencia, así determ inado y d elim itado, no excluye
los m ás violentos ataques contra sus adversarios, la d efensa apasionada
de los intereses de clases de la burguesía, etc. Estas actitudes se agudizan,
incluso, al entrar en el períod o im perialista, en el que precisam ente la
m anifestación cada vez más acusada de la "necesidad de una concepción
del m undo” caracteriza la antítesis con el períod o descrito por E ngels.
Sin em bargo, las "co ncepcio nes del m undo” que así nacen se distinguen

105 Engels, "Ludwig Feuerbach’’, en Marx-Engels, Obras escogidas, trad. esp.


ed. cit., t. II, p. 346.
106 Avenarius publicó sus Prolegom ena ya en 1876, y en 1888-90 su K ritik
d er reinen Erfahrung; es cierto que las obras filosóficas más importantes de Mach
vieron la luz algo más tarde, pero también él se reveló como teórico en las dé­
cadas del setenta y del ochenta, a] igual que Schuppe, el guía de la llamada “filo­
sofía de la inmanencia’’; Vaihinger, el más cercano a esta corriente entre los
kantianos, publicó su P hilosophie des Ais ob un poco más tarde, ciertamente, pero
ía escribió, en lo esencial, ya entre los años 1876 y 1878. El que toda esta co­
rriente de pensadores reivindique más tarde a Nietzsche como uno de los suyos
—comenzando por Vaihinger— no quiere decir que traten de poner de manifiesto
su influencia directa sobre él (pues es notorio que Nietzsche ni siquiera llegó
a tomar en las manos la mayoría de estas obras), sino simplemente una afinidad
esencial de tendencias en lo tocante a la teoría del conocimiento, provocada por
las nuevas necesidades ideológicas de la burguesía.
N IE T Z S C H E , F U N D A D O R D E L IR R A C IO N A L IS M O 313

cualitativam ente de las del períod o de la ascensión ideológica. E n este


período, la concepción del m undo — aunque se m anifestase b a jo una
fo rm a m ás o m enos idealistam ente deform ada— h ab ía sido concebida
com o un re fle jo del ser de la realidad o b jetiva. A h ora, en cam bio, cada
una de estas "co n cep cio n es del m u nd o” se basa en u n a te o ría agnosticista
del conocim iento, en la negación d e la cognoscibilid ad d el m undo o b je ti­
vam ente re al; sólo puede ser, p o r tanto, u n m ito : alg o subjetivam ente
cavilado, que se presenta co n la p retensió n d e u n a ob jetiv id ad — no sus­
cep tible d e fundam entarse gndseológicam ente— y, que sólo puede basarse
en fundam entos subjetivistas extrem os, en la intuición, etc., y que no pasa
ni puede pasar de ser, p o r tanto, m ás que una seud oobjetividad . E n esta
creciente necesidád de m itos, p o r otra parte, cada vez m ás exen ta de
crítica, se expresa claram ente el p erío d o de decadencia de la burgu esía;
al d esarrollo real d e las cosas se op onen los sueños hechos de deseos
de la burguesía, b a jo la fo rm a seudoobjetiva del m ito, m ientras que los
sistem as basados en una concepción del m undo, durante e l períod o as­
censional, trataban precisam ente de apelar, fre n te a las leyendas feudales,
a las tendencias reales d el d esarrollo, en la naturaleza y en la historia.
Pues bien, la p o sición especial de N ietzsch e se h alla determ inada p o r
el hecho de que, co n ju n ta y sim ultáneam ente con el m achism o, introduce
en la te o ría del conocim iento el nuevo m étodo agnosticista, pero yendo,
al m ism o tiem po, p o r este cam ino, m ucho m ás a llá que sus contem po­
ráneos: se anticipa al m om ento en que el agnosticism o se trocará en el
mito y da pruebas, al hacerlo, de un desahogo tan audaz en la creación
de m itos, que la trayectoria general de la burguesía sólo alcanzará un
extrem o un poco parecido al fin a l de la prim era G u erra M u n d ial im pe­
rialista, por e jem p lo en los m itos de un Spengler.
A sí, pues, tam poco en lo tocante a la teo ría del conocim iento es N ietz ­
sche, ni m ucho m enos, un pensador o rig in al; sus m anifestaciones acerca
de algunos problem as se m ueven totalm ente en el' nivel m edio del m a­
chism o. A unque es cierto tam bién que da su nota propia y esp ecífica
en la decisión con que sabe llevar hasta sus últim as consecuencias en el
cam po del pensam iento las tendencias reaccionario-burguesas, expresando
sus consecuencias b a jo una fo rm a crudam ente paradógica. L o cual guarda
relación, a su vez, con aquella actitud de N ietzsche en que veíam os el
e je coordinador de su sistem a filo s ó fic o : con su lucha abierta, incesante
y pasional contra el p eligro del socialism o; a las necesidades de esta- lucha
supedita N ietzsche todos los contenidos fundam entales de su pensam iento,
que se h allan siem pre determ inados p o r dichas exigencias.
D e aquí que su te o ría ,d e l conocim iento, p o r m ucho que en general se
acerque a la del m achism o, vaya tam bién, en su m odo cínicam ente fran co
de sacar las consecuencias, m ucho m ás allá que la de sus contem poráneos
y aliados. A finid ades y d iferencias que pueden p onerse de m an ifiesto
314 NIETZSCHE, F U N D A D O R DEL 1RRACIONAUSMO

claram ente a la luz de un e jem p lo bien elocuente. N ietzsch e coincide


plenam ente con lo s m achistas en lo tocante a la "in m an en cia” de la filo ­
so fía , a la negación p o r p rin cip io de toda "transcend encia” . A h o ra bien,
¿qué entienden p o r tal, uno y o tro s? “Inm anencia” sig n ifica el m u nd o de
nuestras concepciones y representaciones; "tran scen d e n cia", todo lo que
en la realidad va m ás allá de éstas, es decir, la realidad o b je tiv a m ism a,
que existe independientem ente de la conciencia. Y la coincidencia entre
N ietzsch e y los m achistas se acredita tam bién en cuanto que éstos y aquél
polem izan — en apariencia— contra las supuestas pretensiones del idea­
lism o dé poder lleg ar a conocer la realidad o b je tiv a ; la repudiación del
m aterialism o se presenta, p o r tanto, aquí, b a jo la ficció n de una polém ica
contra el idealism o. P ero N ietzsche, e n este punto, v a todavía m ás allá,
puesto que engarza la lucha contra la "transcend encia” , con tra el más
allá, con sus ideas anticristianas y e llo le perm ite, a veces, induéir a
engaño a quienes no ven que en su concepto del m ás a llá se sintetizan
m íticam ente el cielo cristiano y la concepción m aterialista d e la realidad
o b jetiv a. (P o r lo dem ás, ‘ tam bién los m achistas critican el m aterialism o
com o te o ría "m e ta física ” . ) P ero, m ientras que los m achistas se contentan,
por lo g eneral, cfcn exponer esta "in m an en cia” d el m undo d e las repre­
sentaciones com o la ún ica base cien tífica de la concepción d el m undo,
N ietzsche fo rm u la esta teoría, con nih ilista franqueza, en audaces parado­
jas. E n El ocaso de los ídolos, endereza su cáustica polém ica contra la
concepción del "verdad ero m und o” (d e la realidad o b je tiv a ), y su ra­
zonam iento culm ina en las frases que proclam an el " f in a l del e rro r durante
tan largo tiem po m antenid o” , el "ap o g eo de la hu m anidad " H em os
suprim ido el verdadero m u nd o: ¿qué m undo queda, ahora, en p ie ? ¿ T a l
vez el m undo a p a r e n t e ? .. . ¡N o ! Con el mundo verdadero, hemos supri­
mido también el aparente.” 107
P ero N ietzsche no se lim ita a sim ples aseveraciones gnoseológicas. T o d a
su teo ría del conocim iento es, para él, sim plem ente un arm a e n la lucha
fundam ental contra el socialism o. P o r eso, consecuentem ente, da en la
m ism a obra una d efin ició n socialm ente- concreta de lo que entiende p o r
"in m a n e n cia ", a saber: no sólo — gnoseológicam ente— el m undo de las
representaciones, sino, com o algo inseparable de él, en térm inos filo só ­
fico s generales, el estado social vigente; o, d icho de un m odo concreto,
el capitalism o. T o d o el que vaya m ás allá d e esta "in m an en cia” es, a sus
o jo s, filo só ficam en te, un d etestable reaccionario. Y , com o es natural,
tam bién aquí, según hem os visto en los apartados anteriores, se m ete en el
m ism o saco a cristianos y socialistas, com o representantes de la "tran scen ­
dencia” y, p o r tanto, com o reaccionarios, despreciables tanto desde el pun­
to de vista filo só fico com o desde el punto de vista m oral. "P e ro tam bién
— dice N ietzsche— cuando el cristiano condena, calum nia y cubre de

jo? -f. vill, p. 83.


NIETZSCHE, FUNDADOR DEL »RACIONALISM O 315

lodo el ‘m undo’, lo hace obedeciendo a l m ism o in stin to que llev a a l


ob rero socialista a condenar, calum niar y cu brir d e lo d o la sociedad: el
m ism o 'Ju ic io F in a l’ le co n fiere, adem ás, e l d ulce consu elo de la ven­
g an za: es la revolución, ta l y com o e l o brero socialista la espera, sólo
q u e u n p oco para m ás l a r g o . . . Y el m ism o ‘m ás a l l á ' , . . ¿P ara qué
un m ás allá, sino com o u n m ed io p ara en lo d ar la vid a t e r r e n a l ? .. . ” 108
E n fin d e cuentas, toda "in m an en cia” de la filo s o fía burguesa del im pe­
rialism o persigue esta m eta: lleg ar, p o r la te o ría d el conocim iento, a la
conclu sión de la "etern id ad ” de la sociedad capitalista. L o esp ecífico de
N ietzsch e estriba, sencillam ente, en p roclam ar abiertam ente, en sugestivas
paradojas, este pensam iento com ún a la filo s o fía im perialista, lo q u e hace
de é l, tam bién en lo tocante a la te o ría del conocim iento, el ideólogo
guía d e la reacción m ilitante.
D e p o r sí, las m anifestaciones gnoseológicas sueltas de N ietzsche tien en
poco d e interesante. A llí donde n o penetran, com o en e l p asaje ante­
riorm ente citado, en lo abiertam ente social, se m ueven en la conocida
lín ea g en eral del m achism o. C om baten la cognoscibilid ad de la realidad
o b je tiv a y toda objetivid ad d el conocim iento en g en eral (d e aquí que
N ietzsche se m an ifieste tam bién e n con tra d el aspecto m aterialista qué en­
cierra la cosa en sí de K a n t ) . C onsid eran la causalidad, la su jeció n a
leyes, etc., com o categorías d el idealism o, ya d efin itiv am en te superado.
S ó lo querem os detenernos, aqu í, brevem ente, ¡en aquellos aspectos en
que se expresa la peculiaridad histórica esp ecífica de N ietzsche. U n o de
estos aspectos es que N ietzsche basa su m oderno idealism o subjetivo y
su agnosticism o im perialistas — adaptados, claro está, a B erk eley y Scho-
penhauer— en H eráclito . Y esto da a su agnosticism o u n carácter de
"co n cep ció n del m undo” que se rem onta sobre la escueta cien tificid ad y
le fa cilita , con ello , el trueque del agnosticism o en m itom anía. (N a d a
tien e d e extraño q ue sus secuaces fascistas, com o B aeu m ler, hagan tanto
hincapié en su entronque con H e ráclito ; e llo p erm ite sep ararlo más fá c il­
m ente d e la gran corriente de la filo s o fía burguesa, a que pertenece, y
conv ertirlo en un precursor "so lita rio ” de H itle r .)
P ero m ás interesante aún que esto es, p o r otra parte, el que las in ter­
pretaciones nietzscheanas de H eráclito nos o frecen un e jem p lo verdade­
ram ente arquetípico de cóm o en m anos de los reaccionarios los problem as
de la dialéctica se convierten en m itos irracionalistas. E n sus apuntes sobre
filosofía en la época trágica de los griegos ( 1 8 7 2 - 7 3 ) , h ab la N ie tz ­
sche de aquella tesis, central d e la dialéctica heracliteana según la cual
"to d o llev a en sí, en todo m om ento, lo antitético” y de la p olém ica de
A ristóteles en contra de ella. Su com entario no puede ser más sig n ificativ o.
"H e rá clito — dice— posee com o regio dón la suprem a fuerza de la
representación intuitiva, m ostrándose en cam bio insensible, fr ío y hasta

108 It íi., p. 142.


316 NIETZSCHE, FUNDADOR DEL «RACIONALISM O

h ostil ante aquel otro tip o de representaciones que se opera p o r m ed io


de conceptos y com binaciones lógicas, y parece sen tir un placer en pode*
contrad ecirlo con una verdad intuitivam ente descubierta” .109 C om o se ve¿
para N ietzsch e la crítica del entendim iento por su propio carácter contra­
dictorio — el gran descubrim iento dialéctico de H eráclito— es, pura y
sim plem ente, algo idéntico a la soberana suprem acía de la intuición fren te
a la razón.1101
En su exposición ulterior, Nietzsche, siguiendo consecuentemente pof
este camino, entronca la dialéctica de Heráclito con el irracionalismo cons­
cientemente antidialéctico de Schopenhauer, que enlaza también, de este
modo, con Berkeley y el machismo. Y en el mismo sentido exactamente
interpreta Nietzsche el devenir heracliteano. En los estudios del período
de El origen de la tragedia ( 1 8 7 0 - 7 1 ), leemos acerca de esto: "E n
el devenir se revela la naturaleza representativa de las cosas: no hay nada,
nada es, sino que todo deviene, es decir, todo es representación.” 111 Y
no se crea que se trata simplemente de una concepción del período ju­
venil de Nietzsche, influido por Schopenhauer. En realidad, esta concepr
ción del ser y el devenir preside toda la teoría del conocimiento a lo
largo de la obra «de la vida de Nietzsche. Cuando al final de su carrera
en El ocaso de los ídolos, vuelve a hablar de Heráclito, destaca exacta­
mente la misma idea: "Pero Heráclito tendrá eternamente razón cuando
sostiene que el ser es una vacua ficción. El mundo aparente’ es el único
mundo; el 'mundo verdadero’ es una pura cavilación. . . ” 112 En Nietz­
sche, vemos cómo va constantemente en aumento la aiidaz despreocupación
por los hechos de la historia de la filosofía. En los trabajos preparatorios
para la Voluntad de poder, se obliga incluso al materialista Demócrito a
servir de testigo en favor del irracionalismo nietzscheano, y toda esta
trayectoria culmina — lo que es también muy característico— en el santo
patrono de los machistas, en Protágoras, de quien Nietzsche nos asegura
que "aúna en sí los dos fragmentos Heráclito y Demócrito” .113
Partiendo de estos resultados a que llega en el campo de la teoría del
conocimiento y volviendo la vista atrás, pocjemos ahora valorar certe­
ramente la teoría del eterno retorno de Nietzsche como el triunfo del
ser sobre el devenir. N o resulta difícil ver que el concepto del ser que
aquí se emplea nada tiene de común con el ser real (el que existe inde-

109 T. X , p. 32.
110 Que Nietzsche no tiene la menor idea de la diferencia entre entendimiento
y razón y emplea ambos términos como sinónimos, lo demuestra, no solamente su
ignorancia de los filósofos más importantes, que reconofe incluso Jáspers, sino
también, lo que tiene mucha más importancia, la ignorancia todavía más tosca
del irracionalismo imperialista, que desciende a un bajísimo nivel en cuanto a la
cultura del pensamiento. Kierkegaard, por ejemplo, combatía a Hegel con un apa­
rato discursivo mucho más sutil.
111 T . IX, p. 197. 112 T. VIII, p. 77. 113 T. XV, p. 456.
NIETZSCHE, FUNDADOR DEL »RACIONALISM O 317

pendientemente de la conciencia) y que, en realidad, tiene precisamente


como misión, por el contrario, el prestar al mito — puramente intuitivo y
que sólo puede captarse por los "iluminados”— una apariencia de obje­
tividad. El concepto nietzscheano del devenir, como liemos podido com­
probarlo en sus interpretaciones de Heráclito, va encaminado, fundamen­
talmente, a destruir toda objetividad, toda posibilidad de llegar a conocer
la realidad. He aquí lo que Nietzsche escribe en la Voluntad de poder: "E l
Carácter del mundo en proceso de devenir como informulable, 'falso’ y
contradictorio consigo mismo’. Conocimiento y devenir se excluyen.”
Y esta misma consideración determina, de un modo totalmente consecuen­
te para Nietzsche, el carácter puramente ficticio del ser: "L a hipótesis
del ser es necesaria para poder pensar y deducir: la lógica maneja sola­
mente las fórmulas de lo permanente. Dicha hipótesis carecería, por
tanto, de fuerza probatoria para la realidad: lo 'que es’ forma parte de
nuestra óptica.” 115 Ahora bien, si el ser es una simple ficción, ¿cómo
puede en el eterno retorno surgir un ser superior al devenir real — real,
por lo menos, en cuanto a la representación?
Vemos muy claramente aquí cómo Nietzsche desarrolla el irraciona-
lismo, llevándolo más allá que Schopenhauer y Kierkegaard. Estos dos
pensadores, al combatir la dialéctica idealista como la forma más alta de
la concepción burguesa del progreso, no tenían más remedio que oponerse
igualmente al automovimiento dialéctico del Ser, recurriendo frente a él
a un ser místico, captable solamente por medio de la intuición. Pero,
como su polémica contra la dialéctica hegeliana no pasaba de ser una
pugna de tendencias dentro de los marcos de la filosofía burguesa, podían
contentarse con circunscribir y tergiversar la dialéctica dentro de límites
reaccionario-irracionalistas. (L a distinción de la filosofía "negativa” y
la "positiva”, en Schelling, los "estadios” de Kierkegaard.) Es cierto que
las distinciones que como consecuencia de ello surgen entre las modali­
dades "inferiores” y "superiores” del ser muestran una naturaleza y una
jerarquía irracionalistamente anticientíficas, pero siguen manteniéndose,
a pesar de ello, formalmente, por lo menos hasta el "salto” , en el campo
de una cierta ordenación lógica. Podría decirse que los fragmentos de
la dialéctica tomados de Hegel bajo una forma desgarrada y tergiversada,
salvan todavía, en Schelling y en Kierkegaard, la apariencia de un mínimo
de conexiones racionales. •
Nietzsche, en cambio, rompe desde el primer momento todos estos’
engarces, en su teoría del conocimiento, acomodada a Berkeley, Schopen­
hauer y Mach. Y , en la medida en que todavía podemos hablar con respecto
a él de una ordenación lógico-filosófica, su sentido sólo puede ser éste:
cuanto más ficticio y de origen más puramente subjetivista es un con­
cepto, más elevado se halla y más "verdadero” es, en la jerarquía mítica.

»•* T. XVI, p. 31. 115 lbid., pp. 30/.


318 NIETZSCHE, FUNDADOR DEL IRRACIONALISMO

E l ser, p o r muy tenues que sean las hu ellas de su relación con una reali­
dad independiente d e nuestra conciencia, debe ser desplazado p o r el
devenir (ig u a l a la re p re sen tació n ). P ero el ser, lib re de esta escoria, co n ­
cebid o puram ente com o ficció n , com o producto dé la voluntad de poder,
puede ser ya, p ara N ietzsche, a l m ism o tiem po, u n a categ oría superior
a la d el d ev en ir: la expresión d e la seud oobjetividad intuitiva d el m ito.
L a fu n ció n esp ecífica de esta determ inación del devenir y e l ser tien de,
en N ietzsche, a m antener en p ie la seudohistoricidad indispensable para
su apologética indirecta y, al m ism o tiem po, a destruirla, m ed iante la
co n firm ació n filo só fic a de que e l d evenir de la historia n o puede llegar
a crear nada nuevo, nada que vaya m ás allá del capitalism o.
S in em bargo, la sig n ificació n de la te o ría nietzscheana d el cono cim ien­
to, com o instrum ento para construir la cohesión sistem ática de sus p en ­
sam ientos, trasciende de este caso concreto, aunque central, y se extien d e
a la totalidad de su m undo. D estacarem os aquí, com o com plem ento, o tro
ejem p lo im portante. P or op osición al neokantism o y al positivism o d e
aquel tiem po, cuya actitud fundam ental era la de un determ inado o b je ­
tivism o, la abstención de toda tom a de posición, de toda relación con la
práctica, actitud que se proclam aba com o la ún ica cien tífica, vem os que
N ietzsche coloca el entronque de la teo ría con la práctica, enérgicam ente,
en el centro m ism o de toda la teo ría del conocim iento.
T am b ién en este punto se adelanta N ietzsch e a sus contem poráneos,
sacando antes que ellos y de un m odo m ás radical todas las consecuencias
del agnosticism o y del consiguiente relativ ism o : rechaza todo otro criterio
d e la verdad que no sea el de la utilid ad para la supervivencia biológica
d el individuo (y de la e sp e c ie ), lo que hace de é l u n im portante precur­
sor del pragm atism o del p eríod o im perialista. " S e h a olvidado siem pre
— afirm a— lo fu nd am ental, a saber: ¿por qué trata el filó so fo de cono­
cer? ¿P o r qué coloca la 'verdad’ p o r encim a de la apariencia? Esta
valoración es anterior a todo cogito, ergo sum: aun partiend o de la p re­
misa del proceso lógico, hay en nosotros algo que lo afirma y niega lo
contrario a él. ¿D ó n d e está la v e n ta ja ? T o d o s los filó so fo s se han o l­
vidado de exp licar por qué aprecian lo verdadero y lo bueno y nadie ha
tratado de intentar lo contrario. Respuesta: lo verdadero es más útil (m ás
beneficioso para el o rg a n ism o ), aunque no más agradable de por si. En
una palabra, ya desde el p rim er m om ento nos encontram os con el orga­
nism o com o un todo, dotado de 'fin e s’, hablando y, p o r tanto, v alo­
rand o.” 116 Y , com o es natural, todo esto se re fiere en m edida todavía
superior a las verdades de la m o ral: "T o d o s los m oralistas em iten censu­
ras com unes acerca de lo bueno y lo m alo, a tono con los im pulsos
sim páticos y egoístas. Consideram os bueno lo que sirve a un fin , pero
hablar de un 'fin b ueno’ sería absurdo. 'B u en o ’ sig n ifica siem pre algo

118 T. XIV, pp. 12 s.


NIETZSCHE, FUNDADOR DEL »RACION A LISM O 319

¿bueno, p ara q u é ? ’ E l adjetivo' ’b ueno’ ca lifica siem pre a un medio. Un


f i n bueno’ es un m ed io bueno para u n fin .” 117 Y en la Voluntad de po­
der, resum e esta te o ría con rasgos m uy preciso s: " Verdad es el tipo de
inentira sin la que u n a determ inada clase de seres vivos n o p o d ría vivir.
L o que en ultim a instancia decide siem pre es e l v alo r para la vida.” 118
S in em bargo, N ietzsch e n o se con ten ta co n red ucir lo verdadero y lo
bueno a lo s intereses biológicos vitales, despojánd olos co n e llo de todo
lo absoluto y o b je tiv o ; tam poco la sim p le referen cia gen eral a la utilid ad
b io ló g ica p ara la especie, y n o sim plem ente para el individuo, bastaría
para circunscribir la m eta de sus aspiraciones. E n p rim er lugar, la vida
de la especie — y con ello nos vem os envueltos de nuevo en el círcu lo del
devenir— es un proceso h istó rico ; y, en segundo lugar, com o contenid o
de la historia, lleva consigo la lu ch a ininterrum p id a entre dos tipos de
hom bres, en tre dos razas: la de lo s señores y la d e -lo s esclavos. E n la
Genealogía de la moral, N ietzsch e subraya expresam ente que su punto
d e partid a es el etim o ló g ico : la id ea de que lo m oralm ente positivo es
idéntico a lo socialm ente superior y lo negativo a lo in fe rio r en el
plano so cial.119 P ero este estado "n a tu ra l” se desintegra en el curso de
la historia, y surge así una fu riosa lucha entre e l hom bre señorial y el
hom bre d e la horda, cuyas consecuencias m orales, d e concepción del
m undo, etc., y cuyas perspectivas para N ietzsche hem os tenid o ya ocasión
d e exam inar detalladam ente en otro apartado de este capítu lo. Y el valor de
verdad de todas estas categorías lo determ ina la fu n ció n que asum en
en esta lucha. D ich o en térm inos m ás exacto s: lo determ ina la utilid ad que
pueden reportar a la raza señorial en la consecución o la consolid ación de
su d efin itiv o señorío. Y , para no repetir aquí lo que ya ha sido expuesto,
sino rem itirnos concisam ente a ello , nos lim itarem os a citar esta frase,
tom ad a tam bién de la Genealogía: " E l egoísm o y una especie de segunda
inocencia, se com plem entan m u tuam ente.” 120
L ogrado esto, se "tran qu iliza la conciencia” del egoísm o m ás extrem o
del hom bre señorial, de toda crueldad y de toda b arbarie: la "inocencia
del d ev en ir” , y así y solam ente así, recibe ésta su con firm ació n m ítica
¡final y su liberación del princip io del eterno retorno. T a n sólo, p o r su­
puesto, para los "señ ores de la tierra” , pero es a éstos y solam ente a
■éstos a quienes N ietzsche pretende o frece r una concepción del m undo
com bativa. P o r eso dice, habland o del reto rn o : " T a l es la gran idea in­
cubadora: las razas que no la soporten, están condenadas: las que la
sientan com o el m ayor de los b en eficio s, son las escogidas para dom i­
nar.” 121 Y a esta concepción corresponde enteram ente el que, según
N ietzsche, el eterno retorno constituya p o r fuerza un veneno m ortal para
la horda. Y a hem os visto cóm o, al d efin ir la "in m an en cia” en la teo ría

117 T. X I, p. 251. 118 T. XVI, p. 19. 119 T. V II, pp. 306 s.


120 lbíd., p. 388. 121 T . X V I, p. 393.
320 N IE T Z S C H E , F U N D A D O R D E L » R A C IO N A L IS M O

del conocim iento, descarga un violento ataque contra toda "trascen d en ­


cia” , id entificand o la fe cristiana en el más allá con las perspectivas
revolucionarias del p o rv en ir del socialism o. E l eterno retorno, tal com o
N ietzsche lo concibe, se encarga de destruir toda trascendencia y, con ello ,
e l fu ndam ento m ism o de toda m oral cristiana (y so c ia lista ). A sí, leem os
en la Voluntad de poder: " L a m oral precave a los malos y descarriados del
nihilism o, atribuyendo a cada cual un v alo r in fin ito , un valor m etafísico,
y engarzándolo en una ordenación que no concuerda con el poder y la
jerarq u ía del m undo, predicando la sum isión, la hum ildad, etc. Suponien­
do que perezca la f e en esta moral, los m alos y descarriados no tendrán
ya ningún consuelo, y se hundirán.” J--
L os "señ ores de la tierra” , son, naturalm ente, los parásitos decadentes
del im perialism o. E sta determ inación del decadente com o la fig u ra central
de la trayectoria del futuro, la determ inación de la decadencia com o el
tram polín para saltar al estado futuro de los elegidos, distingue tam bién
a N ietzsche de los otros filó so fo s reaccionarios. Éstos tra ta n .d e salvar a
la sociedad capitalista partiend o del hom bre "n o rm a l” (d e l burgués y del
pequeño b u rgu és) y caen, con el tiem po, en una contrad icción cada vez
más abierta con#la realidad capitalista y con su progresiva, y a la postre
total, deform ación del hom bre. N ietzsche, en cam bio, parte resueltam ente
de esta m ism a deform ación , que en su tiem po se revela b a jo las form as
del hastío de la vida, el pesim ism o, el nihilism o, la autodesintegración,
la falta de fe en sí m ism o, la carencia de toda perspectiva, etc. E l pensa­
d or se reconoce a sí m ism o en este hom bre decadente', ve en él a su
herm ano. P ero entiende que son precisam ente estas cualidades de la de­
cadencia las que sum inistran el m aterial adecuado para fo rja r a los nuevos
"señ ores de la tierra” . Se considera, según hem os visto ya, al m ism o tiem ­
po com o un decadente y com o todo lo contrario. Esta con fesión no es
más que una síntesis epigram ática de la parte fin a l del Zaratustra — una
g alería de los m ás diversos tipos de la decadencia, pintada con la p sico­
lo g ía del verdadero conocedor— , y a ella se refiere la proclam ación pro-
fética del superhom bre y del eterno retorno. La m eta que N ietzsche
persigue no es una superación o autosuperación de la decadencia. Cuando
ensalza los m éritos de su eterno retorno en el plano de la concepción del
m undo, hay que destacar en prim er plano su carácter nihilista, relativista
y falto de perspectiva: " S i desarrollam os este pensam iento hasta el fin y
b ajo su form a más espantosa, vem os la existencia tal y com o ella es,
sin sentido y sin m eta, pero inevitablem ente reiterada, sin un fin a l en la
nada: 'el eterno retorno’. T a l es la fo rm a más extrem a del nihilism o. ¡L a
nada (lo carente de sentido’ \ e tern am en te!” 123 N o se trata, pues, de
acabar, p o r m edio de este nuevo conocim iento, con el nihilism o decaden­
te, sino p o r el contrario, de afianzarlo. Lo que N ietzsche se propone, so-

122 T . X V . p. 184. “ 3 ibid., p. 182.


NIETZSCHE, FUNDADOR DEL IRRACIONALISMO 321

b re esta base, es d e cam biar el rum bo, m anteniendo en p ie l a ‘esencia, de


invertir las cosas, con v in ien d o todas las cualidades propias de la deca­
d en cia e n los instrum entos de u n a d efensa m ilita n te -d e l capitalism o, h a­
ciend o d e los decadentes los activistas del im perialism o bárbaro y agresivo,
así e n el in terio r com o en e l exterior.
E l sím bolo m ítico de esta inversión en la clase dom inante, es D io n iso s.
E l engarce de esta figura fin a l del m ito nietzscheano — "D io n iso s contra
e l C ru cificad o” , son las palabras con que term ina e l Ecce H om o — c on
$u prim era concepción ju v en il no es m u y .firm e , pero los une, sin em bar­
go, un m otivo m uy esencial: el im p erio de los instintos sobre e l entend i­
m iento y la razón (p o r eso, en la o b ra prim eriza de N ietzsche es Sócrates
la co n trafigu ra d e D io n is o s ). A h o ra bien, en e l N ietzsche de una época
p o sterior la liberación de los instintos plantea un p roblem a m ucho más
am p lio — m oral y social— que e l esbozo ju v en il, de orientación p red o­
m inantem ente artística, de la fig u ra de D io n iso s. Y , al fin a l de su ca­
rrera, vem os que este co m p lejo vuelve a plasm arse y articu larse en la
fig u ra proteica, tantas veces transform ada, del m ito.
A h ora, la decadencia es, para N ietzsche, u n p ro blem a universal, y la
fig u ra d e D io n iso s aparece com o el sím bolo de la decadencia afirm ativa
y preñada de fu tu ro, de la decadencia d el fu erte, p o r op osición al p esi­
m ism o paralizador y facto r de im potencia (S ch o p e n h au e r) y a la lib era­
ció n d e lo s instintos con acentos plebeyos ( W a g n e r ) . D ic e N ietzsche, re­
firién d o se a este pesim ism o del fu e rte : " E l hom bre, ahora, no necesita
ya 'ju stific a r el m al’, e incluso aborrece toda 'ju stifica ció n ’ : se gbza en
el m al pura y s im p le m e n te .. . y el m al carente d e sentido es lo m ás
interesante para él. . . A sí las cosas, es precisam ente el bien lo que nece­
sita. de ’ju stificació n ’, es decir, necesita tener una base m ala y p eligrosa
o llevar consigo una gran estupidez, y entonces, todavía agrada. L a a n i­
m alidad ya no causa, ahora, horror; una ingeniosa y fe liz altan ería a fa ­
vor de lo que hay de anim al en el hom bre es, en estos tiem pos, la form a
más triu n fal de la espiritualidad.” 125 ".Ello requiere — dice, algo m ás
ad elante— el com prender no sólo com o necesarios, sino incluso com o ape­
tecibles, los aspectos que hasta ahora se negaban en la existen cia; y no
sólo com o apetecibles con respecto a los lados que hasta ahora se a fir ­
m aban (a lg o así com o su com plem ento o su cond ición p re v ia ), sino en
gracia a ellos m ism os, com o los aspectos más poderosos, m ás fecundos y
más verdaderos de la existencia, en los que se expresa claram ente su
vo lu ntad .” 120 E l dios de esta decadencia "red im id a” para ,1a actividad
es D io n iso s, que tien e com o características la "sensualid ad y la crueldad” .127
D io n iso s es el nuevo d ios: "D io s , concebido com o la liberación de la
m o ral, que condensa en sí toda la plen itu d de los antagonism os de la vida,

124 lbíd., p. 127. 125 T. X V I, p. 371. 12« Ibíd., p. 383.


127 lbíd., p. 386.
2|1
322 N IE T Z S C H E , FUN D AD O R D E L » R A C IO N A L IS M O

redimiéndolos y justificándolos en divino to rm en to: D io s, com o el más


allá, com o lo qufe está p o r encim a de la triste m o ral de ganzúa del 'bien
y el m al’. ” 12S '
N o creem os que sea necesario entrar en más detalles acerca de la teoría
nietzscheana del conocim iento y d e.su s aplicaciones, para lleg ar a la con­
clusión de que N ietzsche crea, aquí, el "m o d elo ” m etod ológico para lá
apologética indirecta del capitalism o y señala el cam ino para desarrollar,
partiendo de una teo ría del conocim iento radicalm ente agnosticista, de
una te o ría del nihilism o extrem o, e l'fa s c in a n te reino de los sím bolos del
m ito im perialista1, b rillan te en colorid o. Y conste que no hem os querido
detenernos en- las clam orosas contradicciones de sus estructuras m íticas.
S i intentásem os exam inar a través del prism a ló g ico -filo só fico estas, m a­
n ifestaciones de N ietzsché, veríam os alzarse ante nosotros un desolado
caos de las más burdas y arbitrarias afirm aciones, tajantem en te contradic­
torias las unas con las otras.
N o creem os, sin em bargo, que esta aseveración contrad iga para nada
a la idea, desarrollada al p rin cip io p o r nosotros, de que N ietzsche lleg ó a
desarrollar un sistem a conscuente. Lo coherente y lo sistem ático radica
precisam ente en el contenido social de su p ensam iento: en la lucha contra
e l socialism o. Si consideram os desde este punto de vista los abigarrados
y m u ltiform es m itos nietzscheanos, contradictorios entre sí, descubrim os
en seguida su unidad ideal, su intrínseca concatenación : todos ellos son
m itos de la burguesía im perialista encam inados a m ovilizar todas las fu er­
zas contra su enem igo fu nd am ental. N o resulta d ifíc il d escifrar que la
lucha en tre los señores y la horda, en tre los hom bres superiores y lo s
esclavos, es sim plem ente la co n trafig u ra m íticam ente caricaturesca de la
lucha de clases. Y asim ism o hem os puesto de relieve cóm o la lucha de
N ietzsche contra D arw in n o es tam poco o tra cosa que un m ito, nacido
del m ied o ju stificad o a que la m archa norm al de la historia conduzca
necesariam ente al socialism o. Y tam bién cóm o detrás del eterno retorno
se esconde el decreto m ítico , que envuelve un consuelo de sí m ism o, d e
que el d esarrollo histórico n o puede aportar nada nuevo en princip io
(n in g u n a clase de so cia lism o ). N i resulta tam poco dem asiado d ifíc il per­
catarse de que e l superhom bre tien e com o m isión volver de nuevo a lo s
carriles del capitalism o el anhelo que brota espontáneam ente de la p ro ble­
m ática del ser capitalista, de su d eform ación y am putación del hom bre,
etc., etc. L a parte "p o sitiv a” de los m itos nietzscheanos no es . o tra cosa
cosa que la m ovilización de todos lo s instintos decadentes y bárbaros q u e
anidan en e l hom bre corrom pido p o r e l capitalism o, en el intento de
salvar v iolentam ente este paraíso del parasitism o; tam bién en esto es la
filo s o fía nietzscheana el m ito im perialista de signo contrario al hum anism o
socialista.

«S Ibíd., p. 379.
N IE T Z S C H E , F U N D A D O R D E L IR R A C IO N A LISIM O 323

Es p o sible que esto nos ayude a ver todavía co n m ayor claridad lo que
m ás arriba decíam os cuando afirm ábam os que la id eo lo g ía de la deca­
dencia burgu esa.se ve obligada a colocarse a la defensiva. Es pro p io de la
naturaleza del pensam iento burgués el no poder salir del paso sin ilu sio­
nes. A h o ra bien, cuando desde el R enacim iento hasta la R evolución fra n ­
cesa se trazaba com o el ideal que h ab ía que esforzarse en realizar la
im agen ideal, rica en ilusiones, de la po lis griega, form aban el m eo llo de
esta im agen ideal, ilusoria, una serie de corrientes reales de desarrollo, las
tendencias del desarrollo real de la naciente sociedad burguesa y, p o r
tanto, los elem entos del pro pio ser social y las perspectivas del propio
fu turo real. E n N ietzsche, p o r e l contrario, todo contenid o brota del
m iedo •— plasm ado en m itos— a la desaparición de la propia clase, de
la im potencia para m edir sus arm as, en el p lan o realm ente discursivo, con
el ad versario: son, todos ellos, contenidos tom ados del "te rre n o enem igo” ,
problem as y planteam ientos im puestos p o r el adversario de clase y que
determ inan en últim a instancia el contenid o de la filo s o fía nietzscheana.
Y la agresividad del tono, la aparente actuación a la o fen siv a en cada
caso concreto sólo alcanza a encubrir su perficialm ente esta estructura fu n ­
dam ental del pensam iento de N ietzsche. L a apelación gnoseológica al
irracionalism o m ás extrem o, a la negación to tal de la cognoscibilid ad del
m undo, d e toda razón; la apelación m o ral a todos los instintos bárbaros
y bestiales del hom bre, es la co n fesió n — inconsciente— de esta realidad.
Las dotes nada com unes de N ietzsch e se revelan en el hecho de que, en
los um brales del períod o im perialista, fu ese capaz de fo r ja r este m ito de
signo contrario, llam ado a in flu ir durante décadas enteras, Su estilo a fo ­
rístico se m anifiesta, visto así, com o la fo rm a adecuada de esta situación
h istórico-so cial: la podredum bre, la vaciedad y la falacia interiores de
todo el sistem a se envuelven en estos and rajo s de pensam ientos, b rilla n ­
tem ente tornasolados, q u e niegan fo rm alm ente toda cohesión.
C A P Í T U L O IV

La filosofía de la vida en la Alemania imperialista

Esencia y fu nció n de la filo s o fía de la vida

L a filosofía de la vida es, en A lem ania, la ideología predom inante de


todo el períod o im perialista. Sin em bargo, si querem os poder valorar
certeram ente la extensión y la profundidad de su influencia, debem os
com prender con claridad que esta filo so fía , más que una escuela o, sim*
plem ente, una corriente claram ente delim itada, com o p o r ejem p lo, d i­
gam os, el neokantism o o la fenom eno lo gía, es una tendencia general que
se in filtra en casi todas las escuelas o que, por lo m enos, las influye. Y
esta in flu en cia éa, además, en constante aum ento. A ntes de la guerra,
por ejem p lo, el único neokantiano decidido partidario de la filo s o fía de
la vida era Sim m el; en cam bio, después de la guerra, tanto el neohegelia-
nism o com o la trayectoria u lterior de la escuela husserliana caen totalm ente
b a jo la dirección d e la filo s o fía d e la vida.
P ara trazar de un m odo com pleto los contornos de la órbita de in flu e n ­
cia de lo s filó so fo s de esta tendencia, hay que rem ontarse p o r encim a del
cam po d é la filo s o fía en sentido estricto. L a in flu en cia de la filo s o fía
d e la vida se extiend e a todas las ciencias sociales, desde la p sico lo g ía
hasta la sociología, y muy especialm ente a la h isto rio g rafía y a la h isto­
ria de la literatu ra y del arte. Y , adem ás, esta in flu en cia va hasta m ucho
más aHá d e los lím ites en que se m ueve la filo s o fía universitaria; así, la
pu blicística filo só fica libre, que tanto influ ye precisam ente en los g ran ­
des círcu los sigue resueltam ente, ya desde m uy pronto, los rum bos de
la filo s o fía de la vida. L o cual se debe, no sólo a la in flu en cia sin cesai
creciente que N ietzsche ejerce sobre am plios círculos de escritores, sino
tam bién a la repercusión relativam ente tem prana que D ilthey, p o r e je m ­
plo, lo g ra sobre W e in ig e r, Sim m el sobre R athenau y am bos sobre la
escuela poética de S tefan G eorg e. Podem os afirm ar que, en el períod o
de posguerra, virtualm ente, toda la literatura burguesa leíd a por los gran ­
des círculos y relacionada con los problem as de la conciencia del m undo
se m ueve p o r los carriles de la filo s o fía d e la vida.
L a causa de esta vigencia universal d e la tend encia filo só fic a de que
hablam os sólo puede residir en la situación social e id eológica de la A le ­
m ania im perialista. L a filo s o fía de la vida es, naturalm ente, u n producto
324
E S E N C IA Y F U N C IÓ N DE LA F IL O S O F ÍA DE L A VID A 325

general del período im perialista, que cuenta con destacados represen­


tantes en los diversos países (B e rg so n en Francia, el pragm atism o en los
países anglosajones, e t c .) . Pero, en este caso com o „en los demás, nos
lim itarem os a señalar los rasgos esp ecíficos de la trayectoria del pensa­
m iento alem án.
La filo s o fía de la vida, tal y com o surge y se despliega en el período
im perialista, com o tendencia filo só fica , es un producto esp ecífico de esta
é p o ca: el intento de resolver filo só ficam en te desde el punto de vista de
la burguesía im perialista y de su intelectualidad parasitaria los problem as
planteados p o r el desarrollo social, p o r las nuevas form as de la lucha de
clases. D e suyo se com prende que, p ara ello , los filó so fo s se apoyan en los
resultados y en el m étodo de los pensadores del períod o inm ediatam ente
an terio r y de una época más rem ota que h an expresado en la m ism a direc­
ción hacia la que p o r su parte tien d en pensam ientos considerados por
aquéllos com o esenciales. T an to s más cuanto que las condiciones sociales
b a jo las que surgen los planteam ientos de los problem as y los m étodos
filo só fico s presentan, a pesar de todos los cam bios — no pocas veces,
cualitativos— , una cierta continuidad, la cual tien e que re fle ja rse tam ­
bién, com o es natural, en el p lan o ideológico. E n nuestro caso, esta
continuidad está determ inada p o r la hostilidad reaccionaria que desde la
R evolución francesa, las clases d om inantes m uestran al progreso. E n los ca­
pítu lo s anteriores, hem os intentad o d em ostrar d etalladam ente cóm o los
problem as m etodológicos e intrínsecos esp ecíficos del irracionalism o nacie­
ron del em peño de apuntalar filo só ficam e n te la dom inación cada vez
m ás carcom ida de estas clases. E n la m edida en que estos m edios y estas
m etas m uestran una continuidad, existe tam bién é sta , en el cam po de
la filo s o fía . T o d o períod o recurre al pasado, a determ inadas fases de la
trayectoria anterior, en la m edida en que busca y encuentra en ellas
.analogías con sus necesidades del presente.
T o d o lo cual indica ya que esta continuidad no puede ten er más que
«m carácter puram ente relativo. L a tendencia conservadora de las clases
d om inantes, d irigida contra el asalto de lo nuevo, se ve su jeta a un
constan te cam bio social. H em os visto cóm o las prim eras m anifestaciones
d e la filo s o fía irracionalista, a com ienzos del sig lo x ix , brotaron de la
resistencia de los usufructuarios del absolutism o feudal contra el m ovi­
m ien to general de progreso de las clases burguesas, que la R evolución
burguesa había desatado. L a tend encia m an ifiestam en te burguesa de esta
g ó m en te reaccionariá aparece con Schopenhauer, y fu e h istóricam ente ne­
cesario, com o en su lugar oportuno pusim os de m an ifiesto , que su filo so ­
fía sólo cobrara validez gen eral después de derrotada la revolución
de 1 8 4 8 . L a época que va de 1 7 8 9 a 1 8 4 8 es, en A lem ania, un p eríod o de
avance y concentración de fuerzas de la revolución dem ocrático-burguesa.
L as fu erzas dirigentes de clase de la reacción se enderezan todavía, en
326 LA FILOSOFÍA DE LA VEDA

^ este período/ contra las tendencias ascensionales de la dem ocracia bu r­


guesa. E l cam bio de rum bo se produce después de la derrota de la revo­
lución del cuarenta y o ch o : a p artir de ahora, asistim os al despliegue del
irracionalism o burgués, de una reacción filo só fica extrem a aju stad a al
punto de vista de clase de la burguesía y al servicio de sus intereses espe­
c ífico s de clase. Y a ello y no a otra cosa se debe la popularidad de la
filo s o fía schopenhaueriana, de 1 8 4 8 en adelante.
L os com bates de Ju n io m ostraron ya, en la palestra de la lucha ar­
mada, al nuevo enem igo, al adversario real de la burguesía, al p roletaria­
do, em pujando a aquélla, consecuentem ente, a desertar de su propia revo­
lución y a tracionarla. La aparición del Manifiesto Comunista revela a
este adversario pertrechado con todo su b ag aje id eo ló g ico : a p artir de
ahora, la filo s o fía burguesa ya no lucha contra las supervivencias del
feudalism o y p o r la instauración de una sociedad burguesa depurada de
ellas, sino que se alía a todas las fuerzas reaccionarias para m antener a
raya a la clase obrera revolucionaria. Com o es natural, este proceso, l le ­
vado al cam po ideológico, se desarrolla de un m odo gradual y co n tra­
dictorio. Es despjiés de la segunda gran b atalla histórico-universal librad a
en tre la burguesía y el proletariado, después de la Com una de P arís, que
esboza ya en sus contornos generales la tran sform ación que la sociedad
habrá de su frir al triu n far el proletariad o, cuando surge co n N ietzsche
la fo rm a desarrollada del nuevo irracionalism o burgués, en el que se e x ­
presan claram ente todas las tendencias de este v iraje. A l p oner esto de
m an ifiesto en el análisis de N ietzsche, hem os esclarecido, al m ism o tiem ­
po, desde e l punto de vista de la h isto ria de la filo so fía , su relación con
Schopenhauer: la raíz com ún de clase de que b ro ta el carácter esp ecífica­
m ente burgués del irracionalism o de am bos y la necesidad co n que se
encontró N ietzsche — aun siendo com unes a uno y otro los fundam entos
generales de clase— de rem ontarse filo só ficam en te p o r sobre las concep­
ciones schopenhauerianas. (E s to explica, entre otras cosas, p o r qué después
de 1 8 4 8 va cayendo cada vez m ás e n el olvid o el irracionalism o schellin-
giano, aun b a jo su fo rm a p o sterior; cuando sea necesario y en la m edida
en que lo sea, explicarem os p o r qué la filo s o fía im perialista recurre más
tarde, de nuevo, a S ch e jlin g , y m ás aún a K ierk eg a a rd .)
A h o ra bien, la filo s o fía d el p erío d o im perialista n o em palm a directa
e inm ediatam ente co n los fundadores y los "clásico s” del irraciónalism o.
Y tam bién esto tien e sus razones histórico-sociales. L a prim era y la más
im portante de todas es que la g ran crisis social producida al entrar en
el períod o im perialista y cuya expresión fu ero n la caíd a de Bism arck
y la derogación de la ley con tra los socialistas, se esfum ó rápidam ente y
que, hasta la prim era G u erra M u n d ial, el desarrollo del im perialism o ale­
m án discurrió — visto exterio r y superficialm ente— b a jo el signo de una
prosperidad sin crisis sociales profundas. C laro está que esto no pasa de
ESENCIA Y FUNCIÓN DE LA FILOSOFÍA DE LA VIDA 327

ser u n a apariencia superficial. P ero la burgu esía im perialista se h a lla in te­


resada en hacer pasar y pro p agar la apariencia com o realidad. Y , p o r su
parte, la intelectualidad parasitaria d el im perialism o en tre la que se
reclutaban los creadores y los lectores de la filo s o fía de la vid a p o d ía
cum plir este encargo social tanto m ás fácilm en te cuanto q u e la situación
que ocupaba d en tro de la sociedad la dotaba de una ’'b en eficio sa” cegue­
ra p ara los cam bios sociales que se preparaban y las crisis q u e se estaban
gestan d o ; no pocas veces, dicho encargo social p o d ía cu m plirse y se cum ­
p lía espontáneam ente y de buena fe .
C o m o es natural, el estado de crisis de la situación, vista en su co n ju n ­
to, n o p o d ía p o r m enos de traslucirse, com o se traslucía, d e diversos m o­
dos. S in em bargo, com o su fo rm a de m anifestarse — e n virtud d e la si­
tu ación social d e los pensadores q u e daban la pauta— era la de u n a
crisis d e la cultura, y adem ás " d e la ” cultura pura y sim plem ente ( a pesar
d e q u e sus factores reales y efectiv os, re fleja d o s b a jo u n a fo rm a d esfig u ­
rada, se h allaban encuadrados necesariam ente en e l capitalism o im peria­
lis t a ) , la burguesía p o d ía p erfectam en te aprovecharse para sus pro p io s
o b je tiv o s de clase de este m ovim iento espiritual, producido casi siem pre
espontáneam ente; en parte, com o derivativo del carácter económ ico-social
d e la m ism a crisis o b jetiv a y, e n parte, com o elem ento d e la h ostilid ad
con tra e l progreso en gen eral, com o elem ento de aq u ella tend encia ya
tratada y d e la q u e aún habrem os d e tratar en m ás d e una ocasión, q u e
g lo rific a el atraso social y p o lítico de A lém ania com o u n a fo rm a estatal
y cu ltu ral "su p erio r” . Y en relación con todo esto se h a lla tam bién e l
hecho d e que, en lá trayectoria de la filo s o fía d e la vida anterior a la
prim era G u erra M u nd ial, aunque las sugestiones em anadas de N ietzsch e
desem peñaran im portante papel, su in flu en cia fu e sobre todo, en este
terren o, la del "filó s o fo de la cu ltu ra” ; sus problem as y soluciones llev a­
dos a l reaccionarism o m ás extrem o no com enzaron a abrirse paso y ad qui­
rir predicam ento hasta lleg ar a la crisis del sistem a im perialista p o sterio r
a la prim era G u erra M u n d ial, ya clara y m an ifiesta a los o jo s de todos.
E sta latencia de la crisis es el n exo de engarce en tre la filo s o fía d e l a ;
vida d el períod o de anteguerra y sus antecesores d irectos, lo s filó s o fo s “
posteriores a la derrota de la revolu ción de 1 8 4 8 , y determ ina, a l m ism o
tiem po, las diferencias im portantes q u e en tre unos y otros existen . E l
períod o posterior a 1 8 4 8 trae consigo el enterram iento d e casi to d a la
filo s o fía neohegeliana; la m ayor p arte de lo s supervivientes em prend e
— m ás te m p ran o ‘o más tarde, de un m odo resuelto o con vacilaciones—
e l cam ino de retorno de H e g el a K a n t (V isc h e r, R osenkranz, e t c .) . L a
burguesía se im agina haber entrado en un p erío d o de auge ilim itad o del
capitalism o, en una verdadera época de "seg u rid ad ” , e n la que nada
podrá hacer estrem ecerse la estabilid ad d e la sociedad burguesa. E ste
períod o es, al m ism o tiem po, ciertam ente, el d e la capitulación incond i­
328 LA FILOSOFÍA DE LA VIDA

cio n al de la burguesía alem ana ante la "m on arq u ía bonapartista” de Bis-


m arck.
, T o d o s los anteriores m otivos determ inan el que, ju n to al ascenso de
Schopenhauer y a la d ifusión de un m aterialism o m ecanicista en el cam ­
po de las ciencias naturales y de un m aterialism o liberal-oportunista en
e l cam po de la sociedad (B ü ch n er, M o lesch ott, e t c .) , se im ponga com o
filo s o fía dom inante un neokantism o positivista y agnóstico. L a seguridad
social de .la burguesía, su con fian za inquebrantable en la "p erennid ad ”
d el auge capitalista, conduce a la repulsa y elim inación de los problem as
relacionados con la concepción del m u n d o: la filo s o fía se circunscribe a
la lógica, a la teoría del conocim iento y, cuando más, a la psicología. Se
expresa con ello s, de una parte, la fe en que e l desarrollo de la econom ía
y de la técnica se encargará de resolver "p o r sí m ism o” todos los pro ble­
m as de la vida (p a ra ello , bastaba con que se contase, desde e l punto
de vista "é tic o ” , a lo sum o, con el Estado p ru sian o ) ; por o tra parte, el
predom inio de la teo ría del conocim iento p o n d ría un dique a extravíos y
excesos fantásticos, "a cie n tífico s” com o los que la burguesía alem ana se.
h ab ía visto obligad a a vivir en e l "a ñ o lo co ” ( 1 8 4 8 ) . L a punta de lanza
d e esta d efensa iba d irigida, ante todo, contra las consecuencias de la
filo s o fía hegeliana (y , p o r tanto, contra el m ovim iento dem ocrático ante­
rior al 4 8 ) , pero, p o co á p o co, a m edida que v a fo rtalecién do se la d a se
obrera alem ana y creciendo su grad o d e organización y d e conciencia, el
blan co va siendo cáda vez m ás la concepción del m undo del proletariado.
Aqui> tien e sus raíces sociales cada vez más profundas la enconada lucha
^—m antenida en nom bre del agnosticism o neokantiano— en contra de
la "acie n tificid ad ” de una "m e ta física ” m aterialista. P o r el m om ento, la
pretensión se lim ita, sin em bargo, á d esalojar de la filo s o fía los p ro ble­
mas que tocan a la concepción del m undo. H asta que, al presentarse la
crisis laten te en e l períod o del im perialism o, surge la necesidad de poseer
una concepción del m undo, y la m isión prim ordial de la filo s o fía de
la vida, que ahora nace, no es otra, en efecto , que la de satisfacer esta
necesidad.
Esta necesidad determ ina, al m ism o tiem po, la d iferen cia de la filo so ­
fía de la vida con respecto a sus antecesores directos. Y a m ás arriba hem os
señalado una d iferencia de carácter extern a de cierta im portancia: m ientras
que la filo s o fía alem ana anterior al im perialism o había sido, p referen te­
m ente, una ciencia de cátedra, muy alejad a de todo intento de una am plia
d ifu sió n (y la po sició n m arg in al de pensadores com o Eduard von H art-
m ann, N ietzsch e o Lagarde n o hace m ás que subrayar este rasgo esen­
c i a l) , la ó rbita de in flu en cia de la filo s o fía d e la vid a — en tre la in te­
lectualidad— rebasa ahora m uy considerablem ente estos m arcos y lleva
aparejad o, a la p ar com o prem isa y com o consecuencia, un cam bio en
cuanto a l estilo y al m odo de exp o n er los p ro blem as: u n exponente
E S E N C IA Y F U N C IÓ N DE L A F IL O S O F IA DE L A V ID A 329
de e llo es el reconocim iento y la consagración cada vez más señalados de
N ietzsch e com o filó s o fo en toda la extensión de la palabra, y no sim ­
plem ente com o "p o e ta ” . Pero, a la p ar con todo esto, según habrem os de
ver en d etalle m ás adelante, sigue en pie, intacto, e l fu nd am ento agnóstico
y gnoseológico de la filo so fía .
A h o ra bien, ¿cóm o se re fle ja este cam bio — perm aneciendo invariable
la base gn oseológica— en la actitud de la filo s o fía de la vida ante p ro ­
blem as com p lejo s tan decisivos com o los de la dialéctica y el m ateria­
lism o ?
Sabid o es que la filo so fía alem ana de cátedra preim perialista adoptaba
una actitud de to tal repulsa ante la dialéctica. E n esto, m archaban al u n í­
sono la filo s o fía ya muy influyente de Schopenhauer y la del neokantism o
positivista: la dialéctica era, según am bas, un absurdo y debía rechazar­
se p o r princip io com o a cien tífica ; el cam ino seguido p o r la filo s o fía ale­
m ana desde K a n t hasta H e g el era u n gran extravío, u n ato lladero c ie n tífi­
co. ¡V u e lta a K a n t !: he ahí la divisa de la filo so fía . (L ieb m an n , Kant
y los epígonos, 1 8 6 5 .)
E n tre los filó so fo s m arginales se d ibu jan, ciertam ente, otras tend encias:
Eduard von H artm ann, p o r e jem p lo , trata de lleg ar a una sín tesis ecléctica
del S ch e llin g de la últim a época, Schopenhauer y H e g e l; y tam bién el
N ietzsch e de los últim os años habla, a veces, de la in ju stificad a hegelo-
fo b ia de Schopenhauer, etc. P ero estas tendencias no pasan de ser pura­
m ente episódicas, tanto m ás ciianto que en aquella concepción ecléctica
de H artm ann anidan todavía no pocos restos del p eríod o anterior a 1 8 4 8 ,
que, al m ism o tiem po y en cierto sentido, se adelanta tam bién a ciertos
pensam ientos y posiciones de la que más tard e será la filo s o fía de la
vida del im perialism o. Se expresan en ellos, y muy m arcadam ente en
N ietzsche, los cam bios decisivos operados en la situación social y sus
re fle jo s en el plano del pensam iento. E n e l períod o de "seg u rid ad ” , los
neokantianos se habían hecho la ilu sión de p oder ahogar en el silen cio al
nuevo enem igo, al socialism o (a l m aterialism o d ialéctico e h is tó ric o ).
C reían que el agnosticism o kantiano, com o único m étodo filo só fico
"c ie n tífic o ” , com binado con el postulado ético categórico de la sum isión
incond icional al sistem a de los H oh en zo llern , bastaría para elim inar sa­
tisfactoriam ente todos los peligros ideológicos. A sí pues, en los casos
en que se m anifiesta en el ala lib eral de los neokantianos la idea del
progreso, se trata de una idea puram ente positivista y evolutiva; es decir,
se concibe el progseso com o en cajad o dentro del sistem a capitalista, sin la
m enor m o d ificació n de estructura ni de contenido. H acía ya m ucho tiem po
que la victoria y la consolid ación del capitalism o hab ían im puesto este
evolucionism o positivista com o tend encia dom inante, en los países del
O ccid en te; la "segu rid ad ” , vista a través de los colores prusianos, se en­
carga d e darle, ahora, su m atización especial alem ana. D e todos m odos,
330 LA F IL O S O F ÍA DE L A VIDA

contem plado a través de este prism a, todo m ovim iento histórico hecho
de contradicciones y antítesis, se revela com o un puro absurdo acien tífico ,
que debe, sencillam ente, rechazarse com o rid icu la utopía, sobre todo si se
tien e en cuenta que esta te o ría dialéctica del desarrollo se m anifiesta
com o la teoría del m ovim iento obrero revolucionario.
Y a hem os podido observar, a l tratar de N ietzsche, cóm o la experiencia
vivida del estrem ecim iento de este estado de "segurid ad ” repercutió sobre
el pensam iento filo só fico burgués e hizo cam biar radicalm ente todos sus
puntos de vista m etodológicos, en relación con esto. N ietzsche descubrió
claram ente al nuevo enem igo, a la clase obrera, y ello hizo que la dia­
léctica no fuese ya, para él, ni m ucho m enos, un problem a teórico acadé­
m icam ente liquid ado de largo tiem po atrás, com o lo era para otros- filó ­
sofos de su tiem po, quienes no veían en este adversario un enem igo tan
peligroso, hasta el punto de que su aplastam iento conceptual pudiera
lle g ar a ser la m isió n fundam ental de su vida y que, p o r tanto, se hacían
la ilu sión de p oder p rescin dir arrogantem ente de las form as de la d ialéc­
tica (h e g e lia n a ) ya superadas p o r la m archa real de la historia, descono­
ciendo con ello, al m ism o tiem po, ciertam ente, la sig n ificació n histórica
e intrínseca de lá dialéctica de H e g el. Y asim ism o hem os puesto de m a­
n ifiesto más arriba cóm o N ietzsche no hizo m ás que percatarse d el p elig ro
(sin tién d o lo y viviéndolo más bien que penetrando conscientem ente en é l )
y descubrir al adversario, pero sin llegar, a estudiar realm ente su teo ría y
su práctica. P o r eso no se detiene a polem izar conscientem ente con la d ia­
léctica, a la m anera com o lo nacen un Sch ellin g o un K ierkegaard . Se
lim ita a oponer a la dialéctica m aterialista y al m aterialism o histórico,
com o concepción contraria, un m ito irracionalista. P ero la estructura deci­
siva de esta contraposición corresponde, evidentem ente, a la d e los ante­
riores m ovim ientos irracionalistas de op osición contra la dialéctica. Y es
tam bién, com o ya hem os visto, fundam entalm ente an ticien tífica, intuitiva
e irracionalista, en lo tocante a su m étodo.
Com o el filó so fo que se adelanta discursivam ente a la crisis de la so­
ciedad capitalista b ajo el im perialism o, N ietzsche sólo log ró encontrar
lectores y seguidores reales después de la revelación social y general de esta
crisis: después de la prim era G u erra M u nd ial y de la im plantación, en
Rusia, de la p rim era dictadura del proletariad o del m undo. L a historia
de la filo s o fía de la vida en sus relaciones con la dialéctica es la trayec­
toria ideológica que va desde la crisis laten te a la crisis aguda. E llo explica
por qué este proceso, antes de la p rim era G u erra M u nd ial, se desarrolla
lentam ente, aunque a veces a saltos, y por eso tam bién la trayectoria a
que nos referim os discurre paralelam ente a d iferentes debates sociológicos
con el m arxism o, que en parte y p o r encim a de todo se proponen aplastar
"cie n tíficam e n te ” estas doctrinas, pero en parte tratan tam bién de in cor­
porar a la concepción burguesa de la historia algunos de sus elem entos
E S E N C IA Y F U N C IÓ N DE LA F IL O S O F ÍA DE L A VIDA 331

"ú tile s” y convenientem ente "d epurados” (e n interdependencia con el


m ovim iento revisionista operado en el seno de la so ciald e m o cracia); por
eso, asim ism o, la filo s o fía burguesa echa nuevam ente m ano del rom an­
ticism o, de los sucesores de K a n t, se rem onta incluso hasta H egel, etc.
T o d as estas tendencias son re fle jo s discursivos — muy deform ados, cier­
tam ente— del hecho de que las contradicciones del desarrollo social se
m anifiestan ya de un m odo tan ostensible, incluso en el períod o de lo que
se llam a su latencia, que ya no es p osible seguir ignoránd olos com o antes,
en un silencio elegantem ente académ ico. Com ienza el aju ste dé cuentas,
aunque al p rin cip io de un m odo muy vacilante. N ad ie quiere rom per
con los antecesores, y la pretensión se lim ita, por el m om ento, a pretender
d esarrollar la filo s o fía a tono co n las nuevas necesidades ideológicas que
nacen p o r las razones expuestas.
Y , en este pu nto, se descubre — cada vez más— que pueden en con -.
trarse valiosos aliados para la b atalla planteada en la filo s o fía m arcada­
m ente reaccionaria e irracionalista del períod o anterior a 1 8 4 8 y en las
fallas reaccionarias de la p ro p ia d ialéctica idealista. L a filo s o fía salta,
así, sobre el neokantism o p ositivista, para encarrilarse p o r derroteros reac­
cionarios, aunque conservando la teo ría neokantiana d el conocim iento.
S e trata, tam bién en este punto, de revocar en un sentido irracionalista el
progreso o b jetiv o , cuyo r e fle jo discursivo es la d ialéctica y su d esarrollo;
y se trata, m ás concretam ente, ahora — en cuanto a la esencia, no en
cuanto a la fo rm a externa d e la m ayoría de los debates filo só fico s—
de aplastar filo só ficam en te, de este m odo, al m aterialism o dialéctico e
histórico. Cóm o y p o r qué cam inos se desarrolla este proceso y cuáles
son sus principales e ta p a s,. las cuales dependen, fu ndam entalm ente, del
crecim iento y de la actividad del adversarid, es lo que nos proponem os
analizar detalladam ente en este cap ítu lo y en los que le siguen.
E n segundo lugar, tam bién la trayectoria filo só fic a del im perialism o
se h a lla dom inada p o r la lucha con tra el m aterialism o. N o puede des­
prenderse, p o r tan to, de la teo ría del conocim iento del idealism o su b je ­
tivo. T a n to da que esta teo ría se orien te preferentem ente, com o en A le ­
m ania, hacia K a n t o hacia H u m e y B erk eley : el axiom a im p lícito en
toda filo s o fía de esta época es la incognoscibilid ad y hasta la in existen ­
cia, la im pensabilidad de una realidad o b jetiv a independiente de la con ­
ciencia.
Es evidente que la "necesidad de una concepción del m undo” sentida
por este períod o cae, aquí, en oposición con la prem isa gnoseológica del
propio pensam iento. Y , com o intento de solución de este dilem a, aparece
la filo s o fía de la vida. F ilo so fía que puede, muy fácilm ente, engarzarse
con las form as im perantes en el m oderno agnosticism o: puesto que el
problem a fundam ental clásico de la teoría del conocim iento, el de las
relaciones entre la conciencia y el ser, va deform ándose y adelgazán­
332 LA FILOSOFÍA DE LA VIDA

dose p oco a poco b a jo la fó rm u la de entendim iento (y de razón equiparada


al entendim iento, reducida a lo in te le ctiv o ) contra ser com prendido, p o d ía
procederse a una crítica del entendim iento, a l intento de traspasar las
fronteras del intelecto sin necesidad de atentar p o r ello contra los fu nd a­
m entos del idealism o subjetivo. Y la clave para resolver todas estas d ifi­
cultades po d ía encontrarse en e l concepto de "v id a ” , sobre todo si se lo
id entificaba, com o la filo s o fía de la vida lo hace siem pre, con el de "v i­
vencia” . La vivencia y su "o rg a n o n ” , la intuición, y lo irracional com o
su o b je to "n atu ral” , podían hacer brotar com o por encanto todos los
elem entos necesarios de la "co ncep ció n del m undo” , sin tener que renun­
ciar p o r ello de jacto y no declarativam ente al agnosticism o de la filo s o fía
idealista subjetiva, a la negación de una realidad independiente de la
conciencia, irrenunciable com o defensa contra el m aterialism o. La apela­
ción a la plétora de la vida, de la vivencia, fren te a la seca pobreza
del entendim iento, perm ite a la filo so fía , de una parte, hablar en nom ­
bre de una ciencia natural, de la b io lo g ía, en contra de las conclusiones
m aterialistas basadas en el desarrollo de la sociedad y de las ciencias
naturales. (H em o s de ver, sin em bargo, que las relaciones entre la filo s o fía
de la vida y la b io lo g ía son harto inconexas y tienen más de m etafísico
que de real, sin entrar nunca en una valoración filo só fica de los verda­
deros problem as planteados p o r las ciencias b io ló g icas.) Y , de otra parte,
se consigue así una p latafo rm a de seudoobjetivism o, un aparente sobre­
ponerse a la contraposición entre idealism o y m aterialism o.
E sta tendencia a elevarse p o r sobre el dilem a supuestam ente falso de
idealism o o m aterialism o constituye una aspiración filo só fica general de la
época im perialista. A m bas corrientes son consideradas p o r la conciencia
burguesa com o com prom etidas en diversos aspectos: el idealism o, p o r
razón del academ icism o estéril de sus representantes (e n virtud del des­
calabro de los grandes sistemas id e a lis ta s ); el m aterialism o, sobre todo,
por su vinculación con el m ovim iento obrero, si bien vale la pena señalar
que el nuevo m aterialism o, el m aterialism o dialéctico, rara vez aparece
en estas discusiones; el m aterialism o m arxista se id en tifica sen cillam ente
con el v ie jo m aterialism o (M o lesch o tt, B üchner, e tc .) y su incapacidad
discursiva para captar en conceptos las nuevas conquistas de la física se le
Carga en cuenta al m arxism o, com o fracaso de éste.
Y así, surge en vísperas del períod o im perialista, casi sim ultáneam ente
en M ach, A venarius y N ietzsche, una "tercera v ía ” filo só fica. Se trata en
realidad, sencillam ente, de una renovación del idealism o, pues siem pre
que se estatuye la mutua inseparabilidad del ser y la conciencia, se afirm a
necesariam ente la supeditación gn oseológica del prim ero a la segunda,
es decir, el idealism o. P o r tanto, m ientras esta "tercera v ía ” filo só fica se
m antiene en el terreno de la pura teo ría del conocim iento, no se distingue
en nada o en muy poco del v iejo idealism o subjetivo (M ach-A venariu s
E S E N C IA Y F U N C IÓ N DE L A F IL O S O F ÍA D E L A VID A 333

con respecto a B e rk e le y ). Solam ente cuanto esta filo s o fía trasciende de


lo puram ente gnoseológico, surge el verdadero problem a de la seudo-
objetividad .
L a necesidad que la época siente de una concepción del m undo reclam a,
en efecto, una im agen concreta del universo, una im agen de la natura­
leza, de la historia y del hom bre. Es cierto que los o b jeto s aquí postu­
lados, con arreglo a la teoría del conocim iento im perante, sólo pueden
ser creados por el sujeto, pero, al m ism o tiem po, para que la necesidad
de una concepción del m undo quede satisfecha, tienen que aparecer ante
nosotros com o objeto s del ser o b jetiv o . Y la posición central que en el
m étodo de esta filo so fía ocupa la "v id a ” , sobre todo b a jo la form a
esp ecífica en que la vida aparece siem pre subjetivada com o la "v iv en cia”
y la vivencia objetivad a com o "v id a ” , consciente ese ju ego tornasolado
entre la subjetividad y la objetividad , que, naturalm ente no puede pre­
valecer ante una verdadera crítica del conocim iento.
Y esta tendencia se acentúa todavía más cuando, por vez prim era, N ietz-
sche introduce decididam ente en el m undo de los conceptos filo sóficos
Ja idea del m ito. N o cabe la. m enor duda de que la objetividad m ítica es
una creación del sujeto. A dem ás, la larga vida histórica de los m itos y
su indiscutida vigencia general despierta en extensos círculos de gentes
cultas la ilusión exenta de crítica de que, a pesar de este origen subjetivo
y de la vinculación subjetiva de su validez (y q u e su "s e r” depende
exclusivam ente de la fe que en ellos se te n g a ), los m itos representan
un tipo especial de objetividad . Y aún contribuye a acentuar esta ilusión
y a darles una tó n ica m ás adecuada a la época el nuevo concepto central
de la m itología, precisam ente en virtud de aquel claroscuro de que hablá­
bamos entre la subjetividad y la objetivid ad (e n tré la vivencia y la v i d a ) :
tal parece com o si precisam ente esta época estuviese llam ada a sacar de la
"v iv en cia” , de la "v id a” , el m undo, asolado y privado de D io s p o r la in te­
ligencia, haciendo que recobre su cohesión, sus perspectivas y su sentido,
al p o blarlo con las nuevas fo rm as de un nuevo m ito.
D ich o en pocas palabras: la esencia de la filo s o fía de la vida consiste
en hacer que el agnosticism o se trueque en m isticism o, que e l idealism o
subjetivo se convierta en la seudoobjetividad del m ito.
E ste, "o b jetiv ism o ” m ítico, que encubre siem pre una teo ría subjetivista-
agnosticista del conocim iento, responde exactam ente a las necesidades ideo­
lógicas de la reacción im perialista. S e tien e la sensación gen eral de que
se avecina un períod o d e grandes decisiones históricas interio res y exte­
riores (N ietzsch e es el prim ero que proclam a abiertam ente esta sensa­
c ió n ) . L o que hace nacer la necesidad de postular alg o intrínseco y
positivo a ce ita del desarrollo social, d e la historia y de la sociedad; es
decir, de ir más allá del fo rm alism o d e los neokantianos.
Se percibe entre la intelectualidad un constante increm en to de la tónica
334 LA F IL O S O F ÍA DE L A VIDA

anticapítalista. P o r los días de la últim a crisis bism arckiana, de la deroga­


ción de la ley contra los socialistas, cuando se desarrolla la ferm entación
naturalista en la literatura alem ana, la inm ensa m ayoría de los intelec­
tuales jóvenes de talento, p o r e jem p lo , m ilitaba, aunque fu era p o r poco
tiem po y con ideas no pocas veces harto confusas, en el cam po de la
socialdem ocracia. E ra, pues, necesario d ar entrada a estas tendencias en
la concepción filo só fica del m undo, p ara p oder de este m odo com batir las
tendencias socialistas entre los intelectuales m ás eficazm ente de lo que
puede hacerlo la id eología de la reacción corriente. L a concepción del
m undo de la filo s o fía de la vida, con su contraste entre lo vivo y lo anqui­
losado, lo m ecánico, asume la m isión de "p ro fu n d izar’* todos los p ro ble­
mas reales en la m edida necesaria p a ra ' alejarlo s de estas consecuencias
sociales evidentes.
P ero, la tónica alem ana p eligrosa para la reacción no se lim itaba, ni
m ucho m enos, a las sim patías con e l socialism o. Y a en vísperas del períod o
im perialista se veía agrietarse p o r todas partes la com ponenda bism arckia­
na a que se había llegado en la estructura d el Im p erio alem án. S e sentía
con carácter general, tanto en la derecha com o en la izquierda, la nece­
sidad de una reestructuración. L a h isto rio g rafía y la sociología de la
reacción esforzábanse todo lo posible, con gran éxito en extensos círcu los
de la intelectualidad, p o r presentar la atrasada estructura p o lítica del
segundo Im perio com o algo históricam ente esp ecífico, históricam ente nue­
vo, fre n te a las instituciones del O ccid ente dem ocrático.
L a filo s o fía de la vida vino, filo só ficam en te, en ayuda de estos es­
fuerzos. Su relativism o socavaba filo só ficam en te la fe en el progreso
histórico y, p o r tanto, en la posibilid ad y en el valor de una dem ocrati­
zación radical de A lem ania. E l "fen ó m e n o p rim igen io” p o lar de la filo ­
so fía de la vida, la contraposición entre lo vivo y lo anquilosado, podía
aplicarse tam bién sin esfuerzo a este co m p lejo de problem as, com prom e­
tiendo filo só ficam en te a la dem ocrocia com o algo m ecánico y anquilosado.
P o r el m om ento, nos lim itarem os a apuntar de pasada esta im portante
concatenación. E l papel histórico de la sociología, la filo s o fía del dere­
cho, la h isto rio g rafía alem anas, etc., será estudiado m ás adelante, en
cuanto guarda relación con nuestros problem as.
A ñádase a esto que la posición central asignada a la vivencia en la
teoría del conocim iento de la filo s o fía de la vida inculca necesariam ente
una actitud ,aristocrática. U n a filo s o fía de la vivencia sólo puede ser in ­
tuitiva, y la capacidad de intuición es, al parecer, patrim onio de los
elegidos, denlos m iem bros de una nueva aristocracia. A ndando el tiem po,
a m edida que se agudicen todavía m ás las contradicciones sociales, se
proclam ará abiertam ente que las categorías del entendim iento y la razón
son las que corresponden a la chusm a dem ocrática y que los hom bres
realm ente escogidos y superiores sólo se asim ilan el m undo a base de la
ESENCIA Y FUNCIÓN DE LA FILOSOFÍA DE LA VIDA 335

intuición. L a filo s o fía de la vida pro fesa, p o r principio, una te o ría aris­
tocrática del conocim iento.
T o d o s estos m otivos, en tre los cuales sólo hem os "enum erado los más
im portantes, contribuyen a asignar a la filo s o fía de la vida u n pap el p re­
d om inante y a e xaltar su relativism o agnosticista hasta e l plano de
una nueva concepción d el m u nd o. A l p rin cip io , la filo s o fía o ficia l d e la
cátedra y las autoridades d el Estado adoptan ante estas tendencias
una actitud de escepticism o. P ero, poco a poco, la filo s o fía d e la vid a va
abriéndose paso e in filtrán d o se e n todo el pensam iento de la A lem ania
im perialista. E l m ás im portante precursor y fu nd ador de la filo s o fía im pe­
rialista d e la vida, W ilh e lm D ilth ey , se expresa a veces en térm inos m ar­
cadam ente program áticos acerca d e esta situación. Señ ala la g ran m isión
que la concepción filo só fica d el m undo h a cum plido en las luchas
p olítico-sociales d el pasado. Y añ ad e: " ¡G r a n enseñanza para el p o lític o !
P o r m u cho que quiera darse aires distinguidos la aversión d e lo s fu n cio ­
narios actuales y d e nuestra burgu esía p o r las ideas y su expresión filo só ­
fica , no es precisam ente u n signo d el sentido de la realidad, sino d e la
pobreza d e e sp íritu : n o son solam ente los sentim ientos naturales, sino
tam bién u n sistem a cerrado d e pensam ientos, los q u e aseguran la superio­
ridad de la sodaldem ocracia y d el ultram ontanism o sobre las dem ás fuerzas
p olíticas de nuestro tiem p o.” 1
E n las páginas siguientes, nos proponem os estudiar en sus etapas fu n ­
dam entales la trayectoria q u e p arte d e aquí y que conduce, llevad a a sus
últim as consecuencias, a la "co n cep ció n nacionalsocialista d el m u nd o” .
L a 'l ín e a p o r nosotros esbozada n o q u iere d ecir, naturalm ente, que el
fascism o alem án haya abrevado exclusivam ente e n esta fu en te. M uy al con ­
trario. L a llam ada filo s o fía del fascism o tien e com o base fundam ental
la doctrina del racism o, sobre to d o b a jo la fo rm a que hu bo de darle
H . S t. C ham berlain, quien, p o r lo dem ás, n o d ejó de p o n er a contribución
para ello los resultados d e la filo s o fía d e la vida. P ero , p ara q u e una
"co n cep ció n del m undo” tan precaria en sus fu nd am entos y tan poco
coherente, tan profundam ente acien tífica y llen a d e u n diletantism o tan
tosco, pudiera lleg ar a im ponerse com o la predom inante, necesitaba de
una determ inada atm ósfera filo só fica, de una corrosión de la confianza
en la razón y el entendim iento, de la destrucción de la fe en el p ro ­
greso, de una actitud crédula ante el irracionalism o, el m ito y la m ística.
D e crear esta atm ósfera filo só fica se encargó ju sto la filo s o fía de la vida.
N o de un m odo consciente, p o r supuesto. T a n to m enos cuanto m ás nos
alejam os en el tiem po del hitlerism o. Sería rid ícu lo em peñarse en ver
en un D ilth ey o en un Sim m el los precursores conscientes del fascism o,
pues no lleg áro n la serlo ni siquiera en el sentido en que podem os llam ar
sus antecesores a un N ietzsche o un Lagarde. P ero no se trata, aquí, de un
1 D ilth ey , Gesammelte Schriften, L eip z ig -B erlín , 1 9 1 4 , t. I I , p . 9 1 .
33 6 LA FILOSOFÍA DE LA VIDA

análisis psicoló gico de las intenciones, sin o de la dialéctica o b je tiv a del


d esarrollo m ism o. Y , en un sentido o b jetiv o , no cabe duda d e que cada
uno de los pensadores d e que vam os a ocupam os contribuyó a crear
aquella atm ósfera filo só fica a que acabam os de referim o s.

II

D ilth ey , fu nd ador d e la filo s o fía de la vida d el im perialism o

D il t h Ey fu e, con N ietzsche y después de él, el m ás im portante y el más


influ yente precursor d e la filo s o fía de la vida del im perialism o. P ero,
m ientras q u e N ietzsch e llev ó a cabo el v ira je decisivo hacia la filo so fía
im perialista d e la vida, volviendo su pu nta d e lanza contra e l nuevo
portador del progreso histórico, con tra el proletariado, desencadenando
con ello, desde muy pronto, el ataque abierto contra toda cientificidad ,
D ilth ey es un precursor, u n a fig u ra de transición, en un sentido m ucho
más estricto. Su punto de partid a es el neokantism o positivista de los
años sesenta y » setenta. Esta filo s o fía es la que él se propone re­
construir poco a poco, hasta convertirla en una nueva concepción del
m undo. Y , al hacerlo, perm anece subjetivam ente fie l al punto de vista
de la ciencia, sin lle g ar a rom per nunca abiertam ente con el kantism o ni,
sobre todo, con las ciencias especiales. S in em bargo, objetivam ente, va soca­
vando poco a poco y de un m odo muy consecuente la cien tificid ad de la
filo so fía , labo r de zapa que, a la larga, no cabe duda de que lle g a a ser
tan eficaz com o lo s ataques directos de un N ietzsche.
D ilth ey arranca de un punto de partida psicológico e histórico. La obra
a que se p ro p onía consagrar su vida era, en rigor, una "C rític a de la
razón histórica” ; aspiraba a acom odar la doctrina de K a n t a las necesidades
del presente y a desarrollar la filo s o fía kantiana de tal m odo que pudiera
servir de fundam entación a las ciencias del espíritu y, muy esencialm ente,
a la historia (co ncebid a, evidentem ente a la m anera de un R anke o de un
Jakob' B urckhardt, y no com o la historia del períod o progresivo dé la bur­
g u e s ía ). D e ja en pie, para ello, los rasgos característicos fundam entales
de la filo so fía de K an t, positivistam ente concebid a: el agnosticism o y el
fenom enalism o. D ilth ey , al igual que todos los kantianos m odernos, liquida
de raíz las vacilaciones del m aestro ante el m aterialism o en la teo ría de la
"co sa en s í” . P ero, a pesar de esta "o rto d o x ia” kantiana de D ilth ey ,
su filo s o fía representa un im portante paso atrás, co n respecto a l neokan-
tísm o, por el cam ino hacia e l irracionalism o de la filo s o fía de la vida.
N o sólo estim ula la irrupción de la verdadera filo s o fía de la vida, sino
que fo m enta tam bién, y en estrecha relación con esto, e l renacim iento
de las filo so fía s poskantianas (d e l neorrom anticism o y e l neohegelia-
n is m o ); y es, al m ism o tiem po, una corriente paralela a la escuela fen o -
D IL T H E Y 337

m enológica, a cuyo u lterior d esarrollo en la filo s o fía de la vid a se adelanta


precisam ente D ilth e y , influyendo en é l; y, a la p ar con e llo , un fenóm eno
paralelo, dentro de la filo s o fía alem ana, a las doctrinas de B erg so n y del
pragm atism o. C la ro está que, e n D ilth ey , estas tendencias no cobran
clarid ad de repente y desde el p rim er m om ento, sirio poco a poco. Sus
prim eros pasos se h allan to d av ía muy cerca del neokantism o positivista,
aunque ya en lo s gérm enes se contenga, visiblem ente, lo nuevo. N o s
lim itarem os aquí a o frece r u n obreve resum en de sus concepciones esen­
ciales, sin entrar en su desarrollo.
L a fu nd am entación gnoseológica diltheyana de la filo s o fía de la vida
parte d e la idea d e que la vivencia del m undo es e l fu nd am ento ú ltim o
d el conocim iento. " L a vida m ism a, la vitalidad, m ás a llá de la cual ya no
puedo ir, contiene concatenaciones, a la luz de las cuales cobra luego
expresión e xp lícita toda experien cia y todo pensam iento. Y es aquí pre­
cisamente donde reside el punto decisivo para toda posibilidad del co­
nocer. S i existe un conocim iento d e la realidad, es solam ente po rqu e en la
vida y en la experien cia se con tien e toda la concatenación que se m an i­
fiesta en las fo rm as, lo s princip io s y las categorías d el pensam iento, sola­
m ente po rqu e esa concatenación puede m ostrarse analíticam ente en la
exp erien cia y en la vid a.” '2 A p rim era vista, estas palabras parecen com o
un in ten to de fund am entar gnoseológicam ente un idealism o o b je tiv o . Si
todas las categorías se contienen en la realidad o b je tiv a y nuestro con o ci­
m ien to no haqe o tra cosa que extrem arlas de ella, habrem os superado,
evidentem ente, la estrechez su b jetiv a del id ealism o neokantiano y su
incapacidad para trazar u n a im agen real del un iv erso .-
Y esta apariencia se acentúa to dav ía más a m edida que vam os copo-
ciendo m ás de cerca la posición de D ilth ey . Éste tien e la sensación expida ,,
de que la solución gnoseológica de la relación entre el hom bre y el m uodp
exterio r ob jetiv o sólo puede esclarecerse p o r la v ía d e la práctica. " S i
pudiéram os concebir un hom bre to d o percepción e inteligencia, es po sible
que este aparato intelectual contuviese todos los m edios im aginables para
la proyección de im ágenes; pero todo esto jam ás h aría p o sible distinguir
entre e l .Y o y los objeto s reales, pues el m eollo d e esta d istinción reside
más b ien en las relaciones entre el im pulso y el obstáculo con que tro -'
pieza la intención, entre la voluntad y la resistencia con que se encuen­
tra . . . ” ("R e a lid a d del m undo exterio r” ) .
P ero, si seguim os leyendo en D ilth e y , vem os que no se h ab la para nada
aquí, de la realidad o b jetiv a m ism a. E l im pulso, etc., no son, para D ilth ey ,
órganos, m edios para lleg ar a captar una realidad q ue existe independiente­
m ente de la conciencia e ir d om inándola paso a paso, sin o que form an, "p o r
así d ecirlo, el lado in terio r de la cohesión de nuestras percepciones, repre­
sentaciones y procesos discursivos. E l im pulso, la presión, la resistencia

2 Ibíd., t. V, p. 83.

22
338 LA F IL O S O F ÍA DE L A VIDA

son, en cierto m odo, las partes fija s que com unican su solidez a todos
los o b jeto s exteriores. L a voluntad, la lucha, el trab ajo , la necesidad, la
satisfacción, los elem entos m edulares, constantem ente reiterados, que fo r­
m an el andam iaje del acaecer espiritual” ("R e a lid a d del m undo ex­
te rio r” ) .
E l m undo representado p o r la teo ría diltheyana del conocim iento se
h alla tan puram ente determ inado p o r J a conciencia com o el de los neo-
kantianos, pues todas las categorías "p rácticas” que D ilth ey trae a colación
son otros tantos elem entos dei m undo del sujeto, ni más ni m enos que
aquellas categorías "p uram ente intelectuales” contra las que él polem iza
y que aspira a superar. L a suerte que corre este conato, m ovido por una
conciencia y dotado de una decisión realm ente raras para su época, de
captación de la objetividad de lo real, cuyo punto de partida es la intui­
ció n de un entronque entre la práctica y la captación de la realidad o b je ­
tiva, revela precisam ente cuán exacta es nuestra concepción de q ije la
teo ría del conocim iento de la filo s o fía de la vida no se rem onta nunca,
por principio, sobre el idealism o subjetivo del p eríod o anterior.
P ero, cabalm ente en este punto, es necesario p o n er de relieve lo que
hay de d istintivo, de nuevo, en el planteam iento del problem a por la filo so ­
fía de la vida. D jjth e y pone fin a este razonam iento suyo con las siguientes
paíabras: "A q u í está la vida m ism a. Y ésta es constantem ente su propia
pru eba.” 3
Y , en otro lugar, añade que de este m odo se resuelven p o r sí m is­
m os todos los problem as de la trascendencia que iban im plícitos en la
cosa en Sí de K a n t; "D e sd e el punto de vista dé la vida, no cabe la prueba
d e algo trascend ente en que se rebase lo que se contiene en la con­
ciencia. N o s lim itarem os a analizar sobre qué descansa, en la vida m ism a,
la fe en e l ’ m undo exterior. Las premisas fundamentales del conoci­
miento se dan en la vida, y el pensamiento no puede ir más allá de
ellas. Lo único que puede hacer es probarlas, contrastarlas, en cuanto a su
valor y a su alcance en la ciencia. P ero esto no quiere decir que sean
sim ples hipótesis, sino principios que brotan de la vida o prem isas que
entran en la ciencia com o los m edios a que aquéllos se h allan vinculados.
Si pudiéram os concebir una razón sin voluntad ni estados de ánim o, este
cosm os intelectual que sería una conciencia acusaría, probablem ente, d ife ­
rencias en cuanto a la dependencia en el m odo de m anifestarse y des­
arro llar a través de ellas la regularidad que correspondería a la represen­
tación causal y a la d iferencia entre el yo y los objetos, pero a la postre
y al cabo, la m ism a d iferen cia entre sujeto y o b je tó va adherida a las
funciones y, por tanto, a las actividades y a la im agen. Adem ás, el v alor
de conocim iento de la co n trap o sició n , que m edia entre el yo y el o b jeto
no es el de un hecho trascendente, pues el yo y el otro o lo exterior no

3 lbid., pp. 1 3 0 s.
DILTHEY 339

son, cabalm ente, o tra cosa que lo que se contiene, y se da en las exp e­
riencias de la vida m ism a. Esto es toda realidad.” 4 .
T en em o s aquí, ante nosotros, en su estado puro, com o en un cultivo,
todo el fu nd am ento gnoseológico de la filo s o fía d e la vida. G raciás a la
id en tificació n — inconsciente— d e la vida y la vivencia, obtenem os ese
tornasolado claroscuro entre la objetivid ad — aparente— y la subjetividad
— real— que fo rm a la esencia m ism a de la seudoobjetividad de esta
filo so fía . Si D ilth e y lleváse hasta el fin , de u n m odo consecuente, su
propósito inicial de objetividad , te n d ría que percatarse e n seguida d e que
la "resisten cia” con que dice que tropiezan sus im pulsos, etc., es algo
más am plio y más vasto, alg o m uy d istinto que el sim ple lad o "o b je tiv ó ”
de la v id a; la vivencia se proyecta aquí sobre la realidad o b jetiv a, d e la
que la vida no es m ás que una parte, a m enos que — lo que D ilth ey
dista m ucho de hacer— se conciba toda la realidad o b je tiv a com o vida,
a la m anera de lo s hilozoístas. P ero e l p lanteam iento diltheyano d el p ro ­
blem a se atiene — aunque no llegu e a pensarla hasta e l fin a l, a analizarla
realm ente— a la unidad d e vivencia y vida. D ilth e y n o tom a en cuenta
para nada la realidad ob jetiv a, independ iente d e la conciencia.
Estam os ante una rem ota an alo g ía con la p ro blem ática d e la filo so fía
alem ana clásica, que indagaba tam bién y que d ecía h aber encontrado una
identidad su jeto -o b jeto parecida a ésta ( e l su jeto y la sustancia, e n la
Fenomenología del espíritu). S in em bargo, las d iferen cia son m ucho
m ás elocuentes, en este p u nto precisam ente, que las analogías. E n prim er
lugar, H e g el se rem onta consciente y decididam ente sobre e l sujetivism o
de la te o ría kantiana del conocim iento, m ientras que D ilth e y arriba a sus
corolarios neokantianos, aún m ás resueltam ente su bjetivistas. E n segundo
lugar, en la filo s o fía alem ana clásica, el lado o b je tiv o d e la identidad
pensante su jeto -o bjeto abarca toda la realidad, al paso que e l su jeto -o b jeto
diltheyano es, sim plem ente, la equiparación de vivencia y vida, con una
m arcada preponderancia de la p rim era sobre la segunda. E n aquélla, nos
encontram os, pues, con una especie de objetivid ad , aunque llev e consigo
toda la problem ática propia de la m ism a esencia del idealism o o b jetiv o,
m ientras que la de D ilth ey no pasa de ser, necesariam ente, una seudo­
objetivid ad . E n tercer lugar, la solución dada p o r la filo s o fía alem ana
clásica consiente y hasta postula un conocim iento dialéctico-racional del
m undo; al convertir la sustancia en su jeto , H eg el descubre, al m ism o
tiem po, la acción om nicom prensiva de la razón en la realidad, llegand o
a todas^las profundidades; en cam bio, la fu sión inaclarada de la vivencia y
la vida p o r D ilth ey postula necesariam ente la esencia de la realidad así
captada com o algo por p rincipio irracional.
E l g ran descubrim iento de D ilth e y reside, p o r tanto, en sostener que
nuestra fe en la realidad del m undo exterior brota de la vivencia de la

Ibtd., pp. 136 s.


340 LA FILOSOFÍA DE LA VIDA

resistencia y d e Jos obstáculos con que tropezam os en nuestras relaciones


volitivas con las personas y las cosas del m undo exterior. L a filo s o fía
de la vid a renueva, así, la "a fe c c ió n ” kantiana del su jeto por la cosa e n sí
( l a p ied ra de escándalo p ara todos sus secuaces, desde M aim ó n hasta la
escuela d e.M a rb u rg o y la de H e id e lb e r g ), pero, precisam ente al hacerlo,
la d esp o ja d e su o rig in ario regusto m aterialista. V eam os cóm o expone
D ilth e y sus concepciones: " L a cosa y su fó rm u la conceptual, la sustan-
*ia. . . , n o es una creación del entendim iento, sino de la totalidad de las
potencias del alm a.” 5 P o r tanto, el m undo exterio r no es independiente
de la conciencia hum ana, si b ien su "cread o r” no es el entendim iento o la
razón, sino la totalidad del esp íritu hum ano, tal com o lo entiend e la filo ­
so fía de la vida. Y esta aparente am pliación de los problem as gnoseoló-
gicos fundam entales llev aría aparejada, en o p in ión de D ilth ey , si se la
concibiera de un m odo intelectual, un concepto irreductiblem ente contra­
dictorio de lo trascendente de la conciencia. A h ora bien, sigue razonando
D ilth ey , el fu ndam ento de estas categorías "resid e en las experiencias
de nuestra voluntad y de los sentim ientos enlazados a ella. T od as las sen­
saciones y todos los procesos discursivos no hacen más que envolver en su
ro p aje, por así jjecirlo , estas experiencias” . A m edida que van sum ándose
las experiencias, "au m en ta el carácter de realidad que estas im ágenes tien en
para nosotros, hasta convertirse en una p otencia que nos envuelve por
e n te ro . . . A q u í está la vida m ism a. Y ésta es constantem ente su propia
prueba” .
H em os querido tran scribir un poco p o r extenso el razonam iento de
D ilth ey, para que el lecto r se dé clara cu enta de cuán poco se rem onta,
en realidad, sobre .el carácter agnosticista-solipsista del neokantism o, en el
problem a central de la teo ría d el conocim iento, pese a su "d escu brim iento”
y a su nueva term in olog ía. S in em bargo, com o todos los idealistas m o ­
dernos, D ilth e y se resiste tam bién contra estas consecuencias que leg ítim a­
m ente se extraen d e su teo ría del conocim iento y contra las que, apoyándose
en esto, lo sitúan, con razón, en el cam po del idealism o sujetiv o y del
agnosticism o. Y , cuanto m ás va alejándose, en sus disquisiciones concre­
tas, del problem a inicial de la teo ría del conocim iento, m ás em peño pone
en tratar de convencernos de que reconoce un m undo exterio r indepen­
d iente de la conciencia. Y , así, p o r ejem p lo, nos dice, ocasionalm ente,
que las leyes de las ciencias naturales y los hechos que les sirven de
premisa, refu tan todo escepticism o. " L o cual nos revela claram ente que
existe un orden o b je tiv o de los fenóm enos independiente de nosotros y
su jeto a leyes. Y ello es la expresión de una gran realidad, que existe
independientem ente de nosotros m ism os.” A unque se cuida de añadir, a
renglón seguido: "C ie rto es que nunca llegam os a contem plarla” , 6 pues
lo único que vem os son los sím bolos, los signos de ella, etc.

5 Ibid., p. 125. 6 Ibid., t. V III, p. 255.


. D IL T H E Y 341
E s te sesgo que la filo s o fía de la vid a da al p ro blem a fundam ental de la
teo ría kantiana d el conocim iento sitúa necesariam ente en el centro del
interés filo só fico la p sicología. Y esto es, a su vez,-- o tro rasgo general
de la renovación positivista de la filo s o fía kantiana, de las tendencias
iniciales de D ilth ey . Pero, con la m aduración de sus concepciones espe­
ciales, surge aquí algo cu alitativam ente nu evo: e l program a de una psi­
co lo g ía d e tip o especial. Se trata de lo opuesto a la an terior p sicolo gía
"e x p licativ a” (cau sal, indagadora d e l e y e s ) : de una p sico lo g ía "d escrip ­
tiva” o "co m p rensiva”. C iencia nueva q u e deberá servir d e fundam ento
a todas las "cien cias del esp íritu” (té rm in o em pleado p o r D ilth e y para
d esignar las ciencias so ciales) y, principalm ente, a la historia.
E n to m o a este problem a se concreta la h istoria gen eral de la génesis
de la filo s o fía d e la vida. U n a cierta razón relativa de ser de este p lan ­
team iento del p roblem a la o frece la crítica de los p reju icio s y las lim ita­
ciones del positivism o, que p reten d ía p oder descubrir el curso d e la
historia, e incluso su conexión con ayuda de unas cuantas categorías psi­
cológicas abstractas. P ero, com o este descontento no recae sobre las verda­
deras causas de la conexió n histórica, es decir, sobre la estructura eco­
nóm ica de la sociedad y sus cam bios, se lleg a a una solución falsa, al
propugnar la necesidad de una nueva p sicolo gía, cualitativam ente to tal
y viva.
Solución falsa, decim os, pues esta nueva p sico lo g ía es, fre n te a l curso
d e la historia, alg o tan abstracto y tan secundario com o la v ie ja . C o m o la
base o b je tiv a d e la historia es m ás extensa, m ás am plia y m ás profun da
q u e cu alquier conciencia individual, cosa que, en o tro lugar, se verá o b li­
gado a reconocer, com o señalarem os, el pro pio D ilth e y , tenem os que toda
p sicología, considerada com o m étod o fundam ental d e la historia, resulta
necesariam ente abstracta y pasa d e largo p o r d elante de los problem as
históricos decisivos. N o puede h ab er una psicolo gía, com o ciencia fu nd a­
m ental de la historia, pues la p sico lo g ía de los hom bres que actúan h is­
tóricam ente no puede captarse m ás que partiendo de las bases m ateriales
de su ser y de su actividad y, sobre todo, d e su tra b a jo y d e las cond i­
ciones o bjetivas d e éste. C laro está que tam bién aquí n os encontram os
con com plicadas interdependencias, p ero la base m aterial es siem pre lo
prim ario, lo que decide "e n ú ltim a instancia” ( E n g e ls ) . E l intento de
D ilth e y de reestructurar la p sico lo g ía de m odo que sirva d e fu nd am ento
a las "cien cias del espíritu” invierte, pues, sus relaciones con la realidad
histórico-social, n i más n i m enos que el positivism o al que com bate. E l
g iro diltheyano consiste, sim plem ente, en sustituir la falsa abstracción
de lo puram ente intelectivo por la supuesta totalidad irracional de la vida
vivida. L a d iferen cia estriba solam ente — y este "so lam en te” expresa con
toda precisión el tránsito al nuevo períod o de la filo s o fía de la vida—
en que la p sicolo gía de los positivistas era un triv ial racionalism o m eca-
342 LA F IL O S O F ÍA DE L A VIDA

nacista, m ientras que D ilth ey, aun intuyendo un p roblem a dialéctico real,
lo plantea y resuelve desde el p rim er m om ento de un m odo irracionalista
haciendo desaparecer su carácter dialéctico.
D ilth e y echa en cara, sobre todo, a la v ie ja p sicolo gía "e x p licativ a”
su incapacidad para resolver el problem a de las relaciones entre el m undo
aním ico y el m undo físico , el que una em brollada tram a de hipótesis
igualm ente im posibles de dem ostrar, bloquee en e lla el cam ino hacia la
realidad. T am b ién en este punto tiene una razón de ser relativa el descon­
tento con la p sicolo gía positivista, que no se aviene a reconocer la depen­
dencia m aterialista de los fenóm enos aním icos con respecto a los fe n ó ­
m enos físico-m ateriales, aunque procurando esquivar, por otra parte, una
actitud abiertam ente idealista. Sin em bargo, la solución propuesta p o r la
filo s o fía de la vida consiste, sencillam ente, en descartar, irracionalista-
m ente, el problem a real. Se nos dice que la vida debe m antener la unidad
de cuerpo y alma, pero com o la vida, para D ilth ey , según sabemos, sig­
n ifica, en rigor, la vivencia, la solución radicalm ente subjetivista del
problem a se envuelve en una term in ología seudoobjetiva y la dualidad
de cuerpo y alm# se "su p era” haciendo que todos los o b jeto s de la p si­
cología aparezcan proyectados sobre el plano de la "v iv en cialid ad ” . S e
pretende sustituir las hipótesis de la psicolo gía anterior p o r la sim ple des­
cripción de los estados de hecho psíquicos, con lo que, al m ism o tiem po,
se relega a ú ltim o plano, en este terreno, todo conocim iento causal con
arreg lo a leyes y se abre un nuevo cam po al irracionalism o.
C on su planteam iento del problem a, D ilth ey se propone dar una nueva
fund am entación m etod ológica a las ciencias históricas. B a jo el p o sitivis­
m o, estas ciencias habían ido degenerando poco a poco, en el sentido de
que la verdadera realidad de la historia iba quedando cada vez m ás rele­
gada a ú ltim o plano ante Jos debates academ icistas con las ideas de lo s
eruditos en to rn o a las m anifestaciones de la historia, de la literatu ra
y del arte, de la filo so fía , etc. A la vista de este alejandrinism o, no d eja
de ten er cierta razón d e ser y estará tam bién llam ada a in flu ir bastante, en
lo porvenir, la oposición de D ilth ey , su "cam bio de rum bo hacia la cosa
m ism a” , que ya antes había m anifestad o en su concepto de la "p ra x is”
y que ahora fo rm u la sobre bases teóricas-m etodológicas. ( Y de fuentes
análogas bro ta la acción fecundadora del m étodo fen o m en o ló g ico .) E sto
convierte a D ilth e y en el fundador del "m éto d o de las ciencias del espí­
ritu” . P ero, aun reconociendo la relativa legitim idad de su crítica del
positivism o academ icista, debem os subrayar una vez m ás, a este propósito*
que la "co sa m ism a” que D ilth e y y los fenom enólogos colocan en e}
centro de sus preocupaciones no es, ni m ucho m enos, la totalidad y
objetividad de la s m ism as cosas. N o es to tal, pues las verdaderas co n exio ­
nes y determ inaciones sociales desaparecen en ella ju n to a la "sin g u lari­
d ad ” de los o b jeto s aislados, y cuando éstos aparecen entrelazados es co n
D IL T H E Y 343

ayuda de abstracciones y analogías de carácter m ítico. Y no es tam poco


o b jetiv a, porqu e la vivencia com o órgano del conocim iento crea una atm ós­
fe ra de arbitrariedad subjetivista en cuanto a la selección, e l acento, el
criterio , etc. Y si en D ilth ey se advierte todavía cierta tendencia a la o b je ­
tividad, ya en G u n d o lf vemos cóm o la arbitrariedad su bjetivista pasa
claram ente a p rim er plano, com o m étodo consciente.
E s cierto que, en D ilth ey (co m o , m ás tarde, en los neokantianos R ick ert
y W in d e lb a n d ) esta lucha d e la "p sico lo g ía descriptiva” contra la ley y la
causalidad se refiere solam ente a las ciencias del esp íritu. E n ellas, lo s o b ­
jeto s se m an ifiestan " d e den tro afu era, originariam en te, com o realidad
y com o cohesión viva” , m ientras que las ciencias naturales tien en p o r
o b je to "h ech o s q u e se revelan ante la conciencia desde fu era, com o fe n ó ­
m enos y que vienen dados de u n m odo concreto” . C o n clu sió n : " L a natu­
raleza, la explicam os; la vid a aním ica, la com prendem os.” 7
S in em bargo, este reconocim iento d e la ob jetiv id ad co n fo rm e a leyes
(au n q u e en un plano fen o m en alista) d e la naturaleza adolece de in con ­
secuente, desde el punto d e vista de la te o ría diltheyana d el conocim iento.
E n efecto , si la. cosa en sí de K a n t se sustituye p o r la vida m istificad a, no
se ve p o r qué h a d e ser una excep ción la naturaleza. E s esto precisa­
m en te lo q u é in d ica cuán instintivam ente id e n tifica D ilth e y la vida y la
vivencia, pues desde el punto de vista d e las vivencias esta dualidad resul­
ta consecuente, au n qu e.tenga un carácter puram ente subjetivista. N o tien e,
pues, nada de extraño que, en su trayectoria p osterior, D ilth e y tienda
a co rreg ir esta inconsecuencia, e n e l sentido d e in clu ir tam bién la natura­
leza en la equiparación su bjetivista-irracionalista d e vivencia y vida.
C o n lo cual pasa el irracionalism o a ocupar e l cen tro d e la teo ría d e la
cin cia d e D ilth ey , p o r lo m enos e n cuanto a ésta recae sobre las ciencias
d el esp íritu; ahora bien, éstas llen an , prácticam ente, toda la obra d e la
vid a d e este filó so fo . H e aquí cóm o d efin e D ilth e y la esencia del "c o m ­
prend er” : "T o d o com prender entraña alg o irracional, com o lo es la vida
m ism a; alg o que no puede representarse co n ninguna clase de fórm u las
d e orden lógico. L a seguridad últim a, aunque to talm en te su bjetiva, que
lleva consigo esta vivencia recreada, n o es susceptible d e ser sustituida
p o r n in g ú n exam en del valor d e conocim iento de las deducciones en que
cabe exponer e l proceso de la com prensión. S o n éstos los lím ites m arcados
al tratam iento ló g ico del com prender p o r su p ro p ia naturaleza.” 8 Y , en el
curso de sus m anifestaciones posteriores, resum e su pensam iento en trazos
to dav ía m ás enérgico s: " L a v id a n o puede ser citada an te el fo r o .d e la
razón.”
D e donde sé sigue, necesariam ente, u n a te o ría aristocrática del con o­
cim iento . T am b ié n en este p u n to lle g a D ilth e y , consecuentem ente, hasta
e l fin a l. H abland o de la herm enéutica, d e la aplicación sistem ática del

7 Ibíd., t. V pp. 143 8 Ibíd., t. VII, pp. 213 y 261.


344 LA F IL O S O F ÍA DÉ L A V ID A

"co m p ren d er” , que tien e "u n carácter adivinatorio, sin lle g ar nunca a
una certeza dem ostrativa” . Y , en otros pasajes, destaca que la interpre­
tación, "co m o un Comprender recreador según las reglas del arte, entraña
siem pre, necesariam ente, algo g en ial” .® P o r tanto, la nueva psicología
co n stitu y e. de antem ano, según D ilth ey, un p riv ilegio, la doctrina secreta
de una determ inada aristocracia espiritual, estético-historicista.
E l lu gar m etod ológico central asignado en e lla a la intuición se des­
prende necesariam ente del planteam iento diltheyano del problem a, el cual
expresa, com o hem os visto, una necesidad id eológica profundam ente sen­
tida p o r la intelectualidad burguesa del p eriod o im perialista. Y , com o
ocu rre siem pre en la historia de la filo s o fía , cuando se busca una de
estas salidás desesperadas a una situación sin escape y se cree haberla
encontrado p o r m edio de un salto m ortal, no se entra a investigar las
verdaderas prem isas gnoseológicas y m etodológicas de sem ejante "so lu ­
ció n ” , y los que la propugnan n o descubren la tosca con fu sión m etodo­
ló g ica que entfaña, sencillam ente porque la necesidad de sem ejante "s o ­
lu ción” se siente Con tanta fuerza, que todos los posibles reparos tí
ob jecio n es se esfum an ante ella.
E sta nueva "o b jetiv id ad ” presupone un nuevo órgano de conocim iento.
U n o de los problem as centrales de la filo s o fía im perialista consiste en
op on er a l pensam ientp conceptual, racional, esta nueva actitud d el cono­
cim iento, esté nuevo órgano del conocer, que es la intuición. E n realidad,
la in tu ició n constituye un elem ento p sicoló gico d é todo m étod o cie n tífic o
á r tfftbkjo. Sup erficialm en te considerada la cosa, se tien e la im presión
d irecta d e q u e la intu ición constituye u n m étod o m ás concreto y m ás sin­
tético q u e e l pensam iento discursivo abstracto, q u e op era p o r m ed io d e
conceptos. P e r o 'e s to n o pasa d e ser una apariencia, pues, psicológica­
m ente, la intu ición n o es, en realidad, o tra cosa que la súbita revelación
an te la conciencia d e un proceso d e pensam iento q u e hasta entonces v en ía
desarrollándose, en parte, inconscientem ente. N o puede deslindarse, p o r
tan to, intrínsecam ente, del proceso dé trab ajo en su m ayor parte cons­
cien te. Y , para u n pensam iento cie n tífico concienzudo, es un deber im ­
portante e irrenunciable, a la vista d e estos resultados logrados " i n t u i- .
tivam ente” , indagar, en prim er lugar, hasta qué p u nto pueden tam bién
m antenerse en p ie cien tíficam en te y, en segundo lugar, encuadrarlos o r­
gánicam ente d entro del sistem a de los conceptos racionales, de tal m odo
que ya después no sea po sible d istinguir qué es lo descubierto p o r la
capacidad de razonam iento (co n scien tem en te) y qué p o r m ed io de. la intui­
ció n (e n los um brales de la conciencia y llevado a ésta solam ente más
ta rd e ).
P o r tanto, en realidad, la intuición, situad a en el lu gar que le co­
rresponde, com o m om ento p sicológico del proceso de trab ajo , es, de una,

® I b í d - , t. V, p. 278.
D1LTHEY 345

parte, el com plem ento del pensam iento conceptual, y no su antítesis; y,


de o tra parte, el descubrim iento intu itivo de una con exió n no constituye
nunca un criterio de verdad.
En una observación cien tífica su p erficial d el proceso d e trab ajo , se p ro ­
duce la ilusión de que la intuición es un órgano independ iente del pensa­
m iento abstracto p o r m edio del cual pueden captarse articulaciones su­
periores. Esta ilu sión, es decir, la co n fu sió n del m étodo su bjetiv o de
trab ajo con el m étodo o b je tiv o de la ciencia, apoyándose en e l su b jeti­
vism o general de la filo s o fía im perialista, se conv ierte en la base del
intuitivism o m oderno. Y la relación existen te entre el proceso que así se
produce y el conocim iento d ialéctico contribuye a realzar todavía más
esta ilu sió n : vista la cosa en una perspectiva su bjetivista, se siente uno
muy tentado a suponer que la contrad icción d ialéctica surge p o r la vía
conceptual, m ientras que su solución sintética, su superación en una unidad,
superior, se debe a la intuición. P ero esto n o pasa de ser, naturalm ente,
una ilusión, ya que la verdadera d ialéctica expresa toda síntesis, a su vez,
p o r la v ía conceptual, sin lleg ar a reconocer ninguna síntesis com o algo
d efin itiv am en te dado. E l auténtico pensam iento dialéctico cie n tífico con tie­
n e siem pre, precisam ente porqu e es el r e fle jo exacto d e los objetos del
m undo real, el entronque conceptual, e l análisis conceptual d e lo s pensa­
m ientos correspondientes. L a in tu ición n o es, p o r tan to, un órgano de
conocim iento, un elem ento del m étod o cien tífico . T o d o esto fu e clara­
m ente expuesto, com o hem os visto, p o r H e g el, saliendo al paso de
S ch ellin g , en la introducción a la Fenomenología.
E n la filo s o fía d e l períod o im perialista, la intu ición es elevada, por el
con trario, al lugar central de la m etod o logía o b jetiv a. Su rge la necesidad
inm ediata de h acerlo así, porqu e los pensadores, a l lleg ar esta época, se
apartan del form alism o gnoseológico del períod o precedente. Y no tienen
más rem edio qúe apartarse, pues la búsqueda de una concepción del m undo
entraña ya un planteam iento del p roblem a orientad o hacia el contenido,
y no hacia la fo n fta. A h ora bien, la te o ría del conocim iento del idealism o
su bjetivo representa, necesariam ente, un análisis puram ente fo rm al, y no
d ialéctico ; no envuelve una fo rm u lación discursiva del contenid o d e los
conceptos. A l tratar de superar estos lím ites, el pensam iento, em peñado
en lleg ar a conocer filo só ficam en te los contenidos reales, no tien e más
rem edio que apoyarse, de una parte, en la teoría de los re fle jo s del m ate­
rialism o y, de otra parte, en una cohesión del universo dialécticam ente
com prendida, cohesión que, adem ás, no puede concebirse sim plem ente
com o una cohesión estática de objetividad es y estructuras, sino com o la
cohesión dinám ica del desarrollo (d e l m ovim iento ascen sional) y, por
tanto, de la historia racional. L a intuición es el asidero que p erm ite a la
filo s o fía im perialista (ap aren tem en te) volverse de espaldas al form alism o
de la te o ría d el conocim iento, y con él al idealism o subjetivo y al agrios-
346 L A F IL O S O F ÍA D E L A VID A

ticism o, pero sin atentar en lo m ás m ín im o contra lo s fundam entos sobre


q u e descansa.
P o r tanto, esta filo s o fía sostendrá siem pre la pretensión de que aquel
contenid o al que tien de, aquella realidad de la concepción d el m undo
q u e aspira a alcanzar, debe valorarse com o una realidad cualitativam ente
d istinta y m ás alta que la que puede captarse p o r m ed io de conceptos.
Y , vistos d entro d e este m arco, lo s hechos subjetivistam ente interpre­
tados de la intu ición parecen ser el signo de un esclarecim iento en la
captación de este m undo superior. E n este punto, es cuestión v ital para
la nueva filo s o fía rechazar a toda costa la crítica que em ana del lado del
análisis conceptual. E ste recurso de la intuición en defensa p ropia lo
encontram os ya, en la lín ea de la te o ría aristocrática del conocim iento,
en las v iejas filo so fía s análogas a ésta (y a en una p arte del v ie jo m isti­
cism o re lig io s o ). Su punto de vista es que la captación intuitiva de la
realidad superior no es asequ ible a cualquiera. Q u ien , p o r tanto, indague
los criterios conceptuales de una visión intuitiva no hace más q u e dem os­
trar con ello que carece de toda capacidad para la captación intuitiva de la
realidad superior» Su crítica no hará, pues, sino evidenciar su propia natu­
raleza in ferio r, com o aquel hom bre del cuento de A ndersen que no era
puro, porqu e no acertaba a ver los herm osos vestidos nuevos que cubrían
el cuerpo desnudo del em perador. Y esta "te o ría del conocim iento” ba­
sada en la intu ición es necesaria, además, entre otras cosas, porque, p o r la
naturaleza m ism a de la cosa, toda "realid ad ” así captada es arbitraria
e incontrolable. L a intuición, com o órgano de un conocim iento superior,
es, al m ism o tiem po, una ju stificació n de esta arbitrariedad.
E sta proclam ación, que en el propio D ilth e y es todavía, vista en su
aspecto fo rm al, una proclam ación bastante sobria del irracionalism o de los
entronques de la vida y de la intuición adivinatoria com o su órgano
de conocim iento, fu e lo que sirvió de base a la gran in flu en cia alcan­
zada p o r D ilth ey ya en el períod o anterior a la guerra. B aste con re fe ­
rirse, en apoyo de esto, a las actividades de la escuela de Stefan. G eorge,
enfocadas sobre todo al cam po de la historia de la literatu ra y de la
estética. Para el g u ía espiritual de esta escuela, G u n d o lf, ya no basta con
la separación entre el exp licar y el com prender. G u n d o lf distingue, ade­
más, dentro de la vivencia, entre lo que él llam a la "v iv en cia p rim igen ia”
y la "v iv en cia cu ltu ral” , con lo que expresa el carácter antihistórico y
antisocial del intuicionism o m ucho más resueltam ente que D ilth e y o que
el m ism o Sim m el. E n efecto, si nos fija m o s un poco de cerca en el con ­
tenido y la m etod o logía de esta d istinción g u n d o lfian a, vem os que el
criterio de la vivencia verdaderam ente aunténtica, de la "v iv en cia p ri­
m igenia” , reside precisam ente en que ésta aparece desgajada de toda
trabazón co n el m undo social e n to rn o susceptible de ser captado p o r la
vía intelectivo-racional, en que su contenid o inm ediato salta p o r encim a
D IL T H E Y 347

de sus propias determ inaciones, en que su contenid o filo só fico se ha


convertido en algo puram ente irracionalista (m e ta rra c io n a l). "E n tien d o
p o r vivencia prim igen ia — dice G u n d o lf— , p o r e je m p lo la vivencia re li­
giosa, la titánica o la erótica, y p o r vivencias culturales de un G oethe,
digam os, su vivencia del m undo prehistórico alem án, de Shakespeare, de
la antigüedad clásica, de Italia, del O riente, e incluso su vivencia de la
sociedad alem ana.” íu
C ierto que D ilth ey no es aún un irracionalista, al m odo com o lo serán
los irracionalistas del im perialism o de posguerra. A sí lo revela ya el
hecho de que su m étodo se lim ite a las ciencias del esp íritu. Pero, tam ­
bién en este punto podem os d ecir que el irracionalism o es, a pesar de
todo,- la consecuencia fin a l de su m étodo, por m ucho que él se enfu erce
p o r sobreponerse a ella, encarrilánd ola regresivam ente hacía los cauces
de una cuasi cientificidad . Pues D ilth e y no cree todavía en la irreconci­
liab le contraposición entre la razón y la vida, en tre la ciencia y la in tu i­
ción. E ntiend e más bien que es p osible desentrañar de la vivencia toda
la riqueza del m undo subjetivo y o b jetiv o , rem ontándose p o r m edio de la
interpretación m etódica de la herm enéutica a un concepto superior y más
am plio de la cientificidad , p o r la com prensión, la sistem atización de este
com prender de lo vivido. Y é l m ism o, que era, en realidad, v isto en su
co n ju n to , hom bre de extraordinarios conocim ientos y de auténtica erudi­
ción, se da cuenta, con frecuencia, de que sus. dos tendencias fundam entales
son incom patibles entre sí y expresa sin recato las antinom ias que de
ello nacen, aunque haciendo constantem ente esfuerzos — bald íos— por
superarlas.
Y a p o r nuestras anteriores consideraciones ve que, desde su punto de
vista y con su m étodo, estas antinom ias son necesariam ente insolubles.
É l m ism o dice, p o r ejem plo, habland o del círcu lo vicioso que se abre
ante la fundam entación de la ciencia de la historia por la filo s o fía de la
vida: "Q u é sea la vida, nos lo tien e que decir la historia. Y ésta ha de ate­
nerse, para ello, a la vid a.” 11 Este círcu lo vicioso se alza, pues, ya en los
um brales m ism os del m étodo. N o es otro que el de la seudoobjetividad
y tiene p o r base la versión diltheyana de la identidad su jeto -o b je to : vida
igual a vivencia. Para un m étodo realm ente o b jetiv o (au n q u e sea el del
idealism o o b je tiv o ), es evidente que las categorías, por lo m enos en su
ser en sí, se contienen en la realidad ob jetiv a, lim itánd ose el sujeto cognos-
cien te a "d escifrarlas” . E l dilem a diltheyano encierra, pues, el tornasolado
carácter fundam ental, la dualidad gn oseológica inherente a su punto de
partid a filo só fico .
Pero, más im portante aún, por ser más concreta y más intrínseca, es la
im posibilidad de encontrar un cam ino que conduzca desde la vivencia
hasta la fundam entación de las ciencias históricas. D ilth e y se hace, cierta-

10 Gundolf, G oethe, Berlín, 1920, p. 27. 11 Ibíd., t. V II, p. 262.


348 LA FILOSOFÍA DE LA VIDA

m ente, la ilu sión de que en la .vivencia se contienen todas las categorías


de la realidad o b jetiv a y que sólo hace fa lta encontrar el m étodo certero (la
p sicolo gía com prensiva, la h erm en éu tica) p ara desarrollarlas. N o se da
cuenta de que la vivencia — gnoseológicam ente— presupone estas cate­
g o rías com o fo rm as d e la realidad o b je tiv a ; se h alla determ inada p o r
éstas, pero éstas no la determ inan. Y , a l d ecir esto, prescindim os d e
q u e sem ejante punto de vista prescribe de antem ano una actitud p o r p rin ­
cip io exenta de crítica ante las vivencias que sirven de base al m étodo.
S in em bargo, todo el co m p lejo históricam ente decisivo, a saber: el que la
conciencia (la s v iv en cias) de los hom bres que actúan en la historia no
o frece, necesariam ente, la clave para la adecuada causación de las co n exio ­
nes históricas, problem a planteado ya p o r H e g el y resuelto p o r el m arxism o
m ediante la teoría de la "fa ls a con cien cia” , queda al m argen del cam po
de acción del m étodo diltheyano.
L o que D ilth ey no ve desde el punto de vista gnoseológico se lo pone
d elante su saber histórico, su propia m etod o logía de la historia, aunque
no de un m odo adecuado y com pleto, claro está. La reducción de todos los
fenóm enos históricos a vivencias, es decir, a hechos su bjetivos de concien­
cia, necesariam ente tien e que encontrar tam bién en ellas su lím ite en el
"e sp íritu o b je tiv o ” , que el propio D ilth e y concibe com o la categoría
central de la historia. L a d ificu ltad , la antinom ia, él m ism o la ve com ­
pletam en te clara. H e aquí lo que dice, p o r ejem p lo , refirién d ose al
esp íritu o b je tiv o : "A h o ra bien, surge el p roblem a de saber cóm o puede
form arse en el historiad or una trabazón que no surge com o tal en la
cabeza de u n a persona y que, p o r tanto, no ha sido vivido d irecta ni in d i­
rectam ente, ni puede atribu irse a la vivencia d e nadie, a base de sus
m anifestaciones y testim onios acerca de ella. E sto presupondría la nece­
sidad de ad m itir la existencia de sujetos lógicos que no fu eran sujetos
p s ic o ló g ic o s .. . Buscam os a l m a s .. . , pero ¿por qué cam ino podem os en­
contrar alm as donde no hay un alm a in d iv id u al?” 12 D ilth e y ve, pues,
muy claram ente la d ificu ltad , aunque no se percate de sus raíces gnoseo-
lógicas. P o r eso no com prende que, para p o d er resolverla, ten d ría que
renunciar a toda su ciencia nueva de la psicolo gía, a toda su nueva funda-
m entación de la historia.
Y a esto hay q u e añadir que los dos puntos de vista diltheyanos del
relativism o m oderno, el punto de vista p sicoló gico -antropológico y el
punto de vista histórico, fo rm an entre sí u n a antinom ia, caen en una con­
trad icción irred u ctible el uno fre n te al otro. L a fu nd am entación psicoló-
g ico-antropológica de las ciencias del esp íritu p o r D ilth e y tien de, natu­
ralm ente, a asum ir com o constantes, com o suprahistóricos, lo s hechos
fu nd am entales p o r é l descubiertos. L e parece evidente que e l hom bre,
a p artir del m om ento en que lo es, n o pu ed e ya su frir, antrqpológica-

12 Ib íd ., p. 282.
DILTHEY 349

m ente, ninguna clase de cam bios decisivos, pues los cam bios que podem os
registrar en los pensam ientos, en los sentim ientos, etc., de los hom bres
son ya de carácter histórico-social. Para una teo ría o b je tiv a de la historia
— com o lo es el m aterialism o h istórico— , esto n o encierra ninguna an ti­
nom ia, sino sim plem ente el com plem ento dialéctico m utuo de am bos
puntos de vista; y puede, incluso, sum inistrar o valorizar puntos de vista
antropológicos muy fecundos para el conocim iento histórico, y viceversa.
S in em bargo, en la teoría diltheyana de la vivencia estos dos puntos de
vista tien en necesariam ente que polarizarse en una antinom ia: el punto
d e vista antropológico conduce al carácter suprahistórico del hom bre y el
punto de vista histórico lleva a un ilim itad o relativism o, ante el que
no prevalece nada general.
Y , para D ilth ey , no hay tam poco salida posible a esta antinom ia: no
puede op tar p o r uno de estos dos puntos de vista, rechazando el otro.
Los necesita a los dos. E n parte, por la com prensible sensación del h isto­
riador de que am bos principios se entrelazan inextricablem ente en la
realidad m ism a y, en parte, p o r las necesidades propias de la concepción
del m undo del im perialism o, para la que son igualm ente im prescindibles la
suprahistoricidad antropológica y el relativism o histórico. Y así, D ilth e y
no acierta a escapar de la antinom ia, aunque se percate de e l l a . . . (A u n ­
que este punto de vista no es, n i m ucho m enos, exclusivo de D ilth ey,
pues lo encontram os en casi todos los historiadores del períod o im peria­
lista. A sí, vem os que toda la te o ría racial d el p erío d o im perialista descansa
sobre la — inventada— perm anencia d e la esencia d e la raza, que, aunque
pueda degenerar, no es p o r p rin cip io capaz d e d esarrollarse hacia otra
raza cualitativam ente d istin ta.)
D ilth e y tropieza constantem ente con este problem a, y trata d e d arle
las más varias y contradictorias soluciones. D ice , p o r e jem p lo , en una
p arte: " L a naturaleza del hom bre es siem pre la m ism a.” 13 Y , en otro
pasaje, analizando el "sistem a natu ral” de los siglos x v u y xviii, es decir,
polem izando contra la concepción de la historia de la Ilu stración, a firm a :
" E l tipo de hom bres se diluye y deshace en el proceso de la h isto ria.” 14 Y
sabe que este problem a es, para él, insoluble. M an ifiesta, en efecto, "q u e
el p ro blem a d e si los hom bres pueden considerarse, d en tro d e ciertos l í ­
m ites, com o los m ism os, en d iferentes épocas, en cuanto a la intensidad
de sus m óviles, es un problem a al que no podem os, por el m om ento, dar
solución” .15 C on lo cual se to rna problem ático el v alo r de toda la funda-
m entación p sicológico-antropológica d e las ciencias del esp íritu. Y , com o
la interpretación de todos los fenóm eno s históricos sociales partiend o de la
vivencia fo rm a la m édula d e la filo s o fía d iltheyana, con e llo se viene
a tierra com o ilusoria toda su concepción fundam ental.
T o d o lo que consigue D ilth ey es desacreditar y d esintegrar la p sico lo ­

13 Ibíd., t. V , p . 4 2 5 . 14 Ib'td., p. x a . 15 lbíd., p. 6 2 .


350 LA FILOSOFÍA DE LA VIDA

g ía causal del positivism o, que sustituye p o r una "m o rfo lo g ía ” acausal'


y hasta anticausal de los fenóm enos aním icos, que habrá de dar la pauta
para el relativism o de la filo s o fía de la vida en toda la trayectoria poste­
rior. Es cierto que la "p sico lo g ía descriptiva” y su m étodo intuitivo son,
com o hem os visto, algo extraordinariam ente confuso y contradictorio, pero
a este carácter deben precisam ente la sostenida influ encia que llegaron a
ejercer. Surge, de esta m anera, una tendencia m o rfológica en la que el
sentido originario de la m o rfo lo g ía va esfum ándose cada vez m ás y en
la que tiene rnás de tópico tornasolado que de auténtico y característico
m étodo.
P ero, com o las necesidades generales de una concepción del m undo
en el períod o im perialista, nacidas de la agudización cada vez m ayor d e
los conflictos externos e internos, em pujan a la filo so fía , cada vez m ás,
por encim a del form alism o abstracto y pobre en contenido de los neo-
kantianos estrictos, acuciándola a un tratam iento intrínseco y concreto
de los problem as, y com o, por otra parte, p o r razones de clase, y por tanto,
m etodológicam ente, le es im posible abordar estos problem as intrínsecos
concretos con un m étodo concreto, tenem os que este "m éto d o ” m ultívoco
constituye la expresión m ás adecuada de las exigencias retrógradas del
día. D e la m ism a fu en te histórica que la p sicolo gía "d escrip tiv a” de
D ilth ey brota tam bién, paralela pero independientem ente, la fen o m en o ­
lo g ía de H usserl, que tantos puntos de afinidad muestra con ella. D ilth ey
la saluda inm ediatam ente com o algo que “hace época” .10 H usserl, por su
parte, se lim ita p o r el m om ento al tratam iento descriptivo de problem as
qúe se m antienen en el terreno de la lógica fo rm al. Pero sus discípulos
más influyentes (S ch e le r y H e id e g g er) se rem ontan ya por encim a de
estos problem as, b a jo la in flu en cia de D ilth ey , com o pondrem os de m an i­
fiesto más adelante, y aspiran, lo m ism o que D ilth ey , a establecer sobre
esta base un m étodo filo só fico universal.
T o d o el pensam iento de D ilth ey se halla determ inado por la necesidad
de una concepción del m undo concreta y llen a de contenido, capaz de
ejercer sobre los acontecim ientos de la época una in flu en cia sem ejante
a la que e je rció la filo so fía en sus grandes tiem pos del pasado. ( Y a citá­
bamos algunos ju icios program áticos suyos orientados en ese sen tid o .)
D ilth ey se da cuenta, por otra parte, de que las v iejas filo so fía s d ifíc il­
m ente podrán cum plir su m isión, al presente, si no se despojan de su
form a prim itiva. Sus trabajo s para una historia de la filo so fía , en rela­
ción con una historia general de la cultura, aunque llene, en cuanto a
extensión, la mayor parte de la obra de su vida, no constituye para él, sin
em bargo, un fin en sí m ism o. A sí com o el desarrollo de la vivencia por el
cam ino del com prender y de la herm enéutica ha de desem bocar en un a'
concepción del m undo, así tam bién el tratam iento histórico de los proble-

10 Ib'td., t. VII, p. 14.


DILTHEY 351

mas de la filo s o fía p o r D ilth e y se p ro pone ser solam ente el preludio


para la exposición d e una concepción del m undo m oderno.
L os trab ajo s históricos de D ilth e y son im portantes y lleg an a ejercer
una g ran in flu en cia. D ilth e y fu e — co n N ietzsch e y,. Eduard vo n H art­
m ann— uno de lo s prim eros en rom per e l fu eg o contra la gran filo s o fía
ijacionalista orientad a hacia las ciencias naturales y que arranca de D escar­
tes. C o n su b io g ra fía de Schleierm acher y sus trab ajo s sobre N ov alis,
H ö ld erlin y otros, fu e uno de los iniciadores del renacim iento del rom an­
ticism o, en el p eríod o im perialista. Su descubrim iento de lo s m anuscritos
Inéditos d el jo v en H e g el y sus com entarios en to m o a ellos fu eron deci-
iiv o s p ara la interpretación de la doctrina hegeliana en e l períod o d e la
posguerra, a tono co n la filo s o fía de la vida. Su estudio sobre G o eth e en­
carriló, asim ism o, la interpretación del g ran p o eta y pensador alem án por
los derroteros de la filo s o fía de la vida, que m ás tard e llevarían a cabo
desde Sim m el y G u n d o lf hasta K lag es. Y así sucesivam ente.
C om o vem os, e l punto de p artid a es harto consid erable y encierra gran
Im portancia histórica. P ero los resultados en cuanto a la concepción del
inundo, n o pueden ser más pobres. Y sólo en cuanto se h allan a l servicio
d e la fu nd am entación de su concepción del m undo, basada en la filo ­
so fía d e la vida, nos interesan aq u í las investigaciones de D ilth e y en
,tom o a la historia de la literatu ra y de la filo s o fía . Su fu n ció n , desde
este pu nto de vista, consiste en d em ostrar que es im p osible p o r princip io
una m etafísica (u n a filo s o fía sobre el ser en s í ) , razón p o r la cual tanto
el sistem a teológico de la Edad M e d ia com o el "sistem a natu ral’’ de las
ciencias en los siglos x v n y x v m y e l intento de lo s grand es continuadores
de K a n t p o r in fu n d ir nueva vida a la m etafísica, estaban necesariam ente
condenados a l fracaso.
S in em bargo, e n este p u nto vu elve a m anifestarse la p ro fu n d a cöntra-
dictoriedad del intuicionism o. D ic e D ilth e y : "L a s concepciones del m undo
no son productos del pensam iento. N o surgen sim plem ente de la vo lu n­
tad d e conocer. L a concepción de la realidad es u n m om ento im portante
de su plasm ación, pero solam ente u n o.” 17 A h o ra bien , este auténtico
problem a, con el que D ilth ey aspira a sobreponerse a la estrechez del p o si­
tivism o, a l preguntarse p o r los fundam entos m ás am plios del nacim iento
d e las concepciones del m undo, nacidos del ser social d el hom bre y que
trascienden de los estrechos m arcos de la filo s o fía , es desviado inm edia­
tam ente p o r D ilth ey , com o ocu rre siem pre en la h isto ria d el irraciona­
lism o, h acia los cauces de un fa lso subjetivism o, a l con v ertir las contra­
dicciones o b jetiv as que se desprenden de la dialéctica del ser y la conciencia
en la cuestión puram ente su b jetiv a del antagonism o en tre la in tu ición y la
razón. "T o d a auténtica concepción del m undo — d ice— es u n a intuición,
que nace del adelantarse en la vid a.” 18 L a rica vida h istórica real y o b jetiv a

17 I b id ., t. V III, p. 36. 18 Ib íd ., p. 99.


352 LA FILOSOFÍA DE LA VIDA

vuelve a convertirse, com o se ve, sim plem ente, en fu en te de vivencias


subjetivas. Y con ello d ejan inm ediatam ente de e xistir la cien tificid ad
de la concepción del m u nd o y el valor m etod ológico de su fundam enta-
ción cien tífica. Poy tanto, el papel de la cien tificid ad en la filo s o fía d ilthe-
yana se lim ita a conducir hasta los um brales de la concepción del m undo,
para destruirse y desaparecer a llí m ism o. C o n lo que D ilth e y se convierte
— en parte, sin q u ererlo y en contra d e sus propósitos— en uno d e los
fundadores de la arbitrariedad irracionalista en cuanto a los problem as
de la concepción del m undo.
L a solución q u e el pro pio D ilth e y encuentra se basa en su relativism o.
Y , en este respecto y p o r el m om ento, hay que reconocer que tien e bastante
éxito. P o r lo anteriorm ente expuesto, se ve claram ente que D ilth e y no
puede decidirse en pro de una concepción del m undo claram ente esbozada
en cuanto al contenido y en cuanto al m étodo. Sus aspiraciones van enca­
m inadas solam ente a trazar una tip o lo g ía de las concepciones del m undo,
establecida sobre bases psicológicas e históricas. 'C om ienza, con ello , esa
trayectoria que, com o verem os, dom ina la filo s o fía de todo e l p eríod o
im perialista y que tien e com o exp o n en té la tip o lo g ía com o expresión
del relativism o »h istórico. L a im posibilidad de descubrir, partiendo de
estas prem isas, los verdaderos entronques de la historia y la negación
cada vez más clara de las leyes de la historia y, sobre todo, de u n progreso
histórico apreciable, llevan a D ilth ey a la idea de expresar los entronques
espirituales históricos (y los sociales, en g e n e ra l) p o r m ed io de una
tip o lo g ía d e las p o sibles actitudes. E n ello se m anifiesta, ante todo,
un puro relativism o: la tip o lo g ía o frece siem pre la posibilid ad dé una
abstención encubierta de todo ju icio , que viene a estatuir com o igual­
m ente valederas actitudes d istintas y, a veces, incluso contradictorias.
S in em bargo, las necesidades d el p erío d o im perialista en cuanto a una
concepción del m undo no tardaron en rem ontarse sobre esta fase de la
tipología. D e una parte, la abstención de todo ju icio que fo rm alm ente
se expresa en la tip o lo g ía va haciéndose cada vez m ás fo rm al, es decir, va
adoptándose, de hecho, una posición, principalm ente en co n tra d el m ate­
rialism o, aunque casi siem pre sin renunciar, cierto es, a las ventajas rela­
tivistas de la tip o lo g ía. Y , de otra parte, la fu n d ición antropológica de los
tipos se condensa muy p ro n to en una m ítica "su stancialidad ” , en una
"fig u ra ” . Las figu ras de la tip o lo g ía aparecen com o los protagonistas
de la historia. A sí ocu rría ya, am pliam ente, en N ietzsche. N o en vano
éste fu e un puesto avanzado en. el proceso de lo s m itos irracionalistas,
considerándosele durante largo tiem po, p o r ello , com o al m argen de la
ciencia. C o n Spengler, se reanudará vigorosam ente la fu n ció n de la tip o lo ­
g ía com o creadora fran ca y abierta de m itos, para alcanzar su punto
culm inante en los tipos d e la antrop ología fascista. Y es fá cil com prender
que reaparece aquí, b a jo form as m ás concretas, el dilem a de antropología
. DILTHEY 353

e h istoria p o r nosotros analizado e insolu ble para el idealism o. D ilem a


que, en el transcurso del d esarrollo del irracionalism o, d eterm inará una
antihistoricidad de hecho, la creación d e u n a seudohistoria basada en
e l m ito.
P o r lo que se re fiere a la tip o lo g ía de la historia d e la filo so fía , D ilth ey
encuentra en Iá h istoria tres grand es tipos fu nd am entales: e l naturalism o
(té rm in o con e l q u e D ilth e y q u iere designar e l m aterialism o, con su,
según su criterio — totalm ente equivocado— , históricam ente necesaria tra n ­
sición al p o sitiv ism o ), el idealism o de la libertad ( e l idealism o su je tiv o ) y
e l id ealism o o b je tiv o . D esd e el pu nto d e vista p sicológico, estos tres
tipos se reducen, respectivam ente, a l entendim ien to, a la voluntad y al
Sentim iento. E n sus disquisiciones m etodológicas e históricas, D ilth e y
pone d e m an ifiesto la necesaria u n ilateralid ad y las inevitables lim ita­
ciones d e cada tip o .1® E ntiend e, sin em bargo, que estas lim itaciones se
desprenden de la trayectoria intelectiv a q u e hasta ahora v en ía im perando f
en la filo s o fía : "L a s contradicciones nacen, pues, de la sustantivación d e l í
las im ágenes o b jetiv as del universo en la conciencia c ien tífica . E sta su sf w
tantivación es la que convierte u n sistem a en m etafísica.” D ilth e y se h a ce 'e U- J
la ilu sión de que las contradicciones se superarían si se pusiera coto a esta ’ ^
tendencia al d esarrollo sistem ático, a la m etafísica. H e aquí sus palabras: '
"C a d a u n a de estas concepciones del m undo entraña, en la esfera d e la
concepción o b jetiv a, una com binación d e conocim iento d el universo, v alo­
ración d e la vid a y principios de cond ucta.” 20
T am b ié n aquí parte D ilth e y d e u n p ro blem a planteado, e n realidad,
p o r la vida m ism a. E l que, en el curso d e la historia, se em prenden desde
d iferentes puntos de vista los re fle jo s discursivos de la realidad y las sín ­
tesis conceptuales de sus elem entos, es un h ech o d e que nos habla la
h istoria d e la filo so fía . C om o es o tro hecho d ign o d e in vestigación el que
■— en determ inadas condiciones históricas— d istintos p u ntos d e vista pue­
d en ayudarnos a com prender aspectos esenciales d e la . realidad o b jetiv a.
Pero D ilth e y d eform a tam bién aq u í la realidad a través d e su prism a
su bjetivista-in tuicionista, com o lo h acía ya en cuanto al aspecto del naci­
m ien to d e la concepción del m undo, que rebasa e l p ro blem a estrictam ente
filo só fico . E s evidente que todas las cuestiones que fo rm an este co m p le jo
d e problem as só lo pueden p lantearse y resolverse acertadam ente p ar­
tien do de la estructura o b je tiv a d e la sociedad d e sus tendencias d e des­
arrollo, d e las lu d ias d e clases concretas que en su seno se lib ran . L a
historia d e la filo s o fía escrita p o r lo s neokantianos ig n o ra sistem ática­
m ente esta d a se d e problem as. Su necesidad de una concepción del m undo
em pu ja a D ilth ey , en cam bio, en. esta dirección. L a im portancia que el
problem a tien e para él, al igual que la d eform ación idealista su bjetiva
que. en é l se produce inm ediatam ente revelan con cuánta fu erza la nece-

10 lbid-, p. 7. 20 Ibíd., t. V, p. 404.


23
354 LA FILOSOFÍA DE LA VIDA

sidad de una concepción d el m undo sentida p o r el períod o im perialista,


en vez de la desdeñosa ignorancia del p e río d o anterior, auspicia la
polém ica constante contra el m aterialism o histórico, en la que se m an­
tiene, además, la pretensión de resolver en un sentido "m ás p ro fu n d o ” los
problem as suscitados p o r éste. En D ilthey, esto se m an ifiesta todavía
b a jo una form a más o m enos espontánea e inconsciente; aspira a oponer
a la concepción m aterialista general de la historia algo filo só ficam en te
"m ás elevado” . A l lleg ar a Sim m el, esta polém ica se torna ya plenam ente
consciente, para adquirir un tono cada vez más vigoroso, hasta M annheim
y Freyer.
Se hace valer aquí la antinom ia, ya señalada p o r nosotros, entre el
punto de vista antropológico y el histórico. C on esta tip ología, D jlth e y
pretende sobreponerse a lo histórico (equ ivalen te, en él, al relativism o
h istó rico ) y encontrar en el princip io antropológico una base para su
tip ología, y especialm ente para la síntesis filo só fica de sus tipos. P ero
este intento fracasa ya, y tien e necesariam ente que fracasar, al establecer
la tip ología, por la sencilla razón de que los grandes fenóm enos h istóri­
cos no pueden reducirse nunca a tan pobres principios psicológico-antro-
pológicos, ni en especial, a "p otencias del alm a” tan artificio sam en te ais­
ladas com o el entendim iento, la voluntad o el sentim iento. (S e g ú n k
tip o lo g ía diltheyana, debería buscarse en el sentim iento la base antropo­
lóg ica de un A ristóteles o de un H e g e l.)
U n a tip o lo g ía cien tíficam en te u tilizab le sólo p o d ría construirse a base
de la historia m ism a, partiend o de e lla y de las posibles posiciones histó­
ricam ente condicionadas d e lo s hom bres ante la realidad o b jetiv a, para
condensar en una tip o lo g ía lo s m om entos esenciales recorrid os en este
proceso. P ero, en este caso, lo decisivo ya no serían las cualidades antro-
pológico-psicológicas, sino lo s tipos esenciales de las posiciones filo s ó fi­
cas (p o r ejem p lo, la división de m aterialism o e idealism o según que,
partiendo de una concepción del m undo, se adjudique al ser la prim acía
sobre la conciencia o, por el contrario se reconozca a ésta la p rim acía so­
bre a q u é l). Y , a veces, el propio D ilth ey parece entrever confusam ente
esto, com o cuando d ice: "D e b e n d esarrollarse teóricam ente las gran d es
relaciones un ifo rm es que existen entre los individuos y las circunstan­
cias.” 21 P ero su m etod ología no posee órgano alguno para captar estas
relaciones mutuas, por la sen cilla razón de que esta m etod ología ha sido
creada precisam ente para eludir y oscurecer irracionalm ente sem ejantes
problem as.
Y aún es más evidente el fracaso de D ilth ey cuando, p o r m edio de
una síntesis de los tipos, trata de sobreponerse al relativism o antropoló­
gico. H abiend o reducido los tipos que radican en la psicología al enten­
dim iento, el sentim iento y la voluntad, D ilth ey sueña con una arm onía

-1 I b i d ... p. 272.
DILTHEY 355

sem ejan te de los tipos filo só fico s, a la m anera com o en el hom bre pueden
arm onizarse estas potencias físicas. P ero esto no pasa de ser un sueño,
entre otras razones, objetivam ente, porqu e esa fa lta de arm onía b a jo la
que su fre D ilth e y no responde prim ariam ente, ni m ucho m enos, a razones
de orden psicológico o antropológico, sino a la división social del tra­
b a jo im perante b a jo el capitalism o, lo que sig n ifica que no puede llegar
a superarse, ni p sicológica ni filo só ficam en te, m ientras el capitalism o
siga en pie.
C om o tantas otras veces en D ilth ey , nos encontram os aquí con la d efo r
m ación idealista subjetiva de un p ro blem a que brota de la vida. Y n o cabe
duda de que su conciencia no se siente muy tranqu ila, intelectualm ente,
ante la m istificación que para e llo se ve obligad o a perpetrar. L o cierto
es que, al concretar este problem a, no procede ya, partiendo de su tip o ­
lo g ía, a una síntesis filo só fica, sino que é l m ism o se encarga de destruir
los fundam entos antropológicos abstractos d e su p ro p ia tip o lo g ía : con ­
fiesa que toda verdadera filo s o fía nace necesariam ente de la unidad de
entendim iento, sentim iento y voluntad. D esd e este m om ento, debería
consid erar com o m onstruos fo silizad os en la unilateralidad a todos los
filó so fo s anteriores a él o rechazar en b lo q u e su p ro p ia tip o lo g ía, repu­
diación que, p o r o tra parte, partiend o de sus propias prem isas, n o habría
podido tam poco señalar el. cam ino hacia una concepción del m undo asen­
tada sobre bases cien tíficas y filo só ficas.
C om o es natural, no encontram os en él ninguna de estas dos posiciones
extrem as. P ero sí percibim os claram ente la im posibilidad d e resolver este
problem a y, p o r ende, la precariedad y la endeblez de los fundam entos
sobre los que descansa su p ro p ia filo so fía .
L a exposición de esta concepción del m undo se lim ita, en la obra de
D ilth ey , a unas cuantas oscuras alusiones. Y es natural que sea así, pues
después de elevar el e n te n d im ien to ,. e l sentim iento y la voluntad, p o r
m edio de la hipóstasis, al rango de entidades independientes, h istórica­
m ente eficientes, a los que corresponden tipos de concepción del m und o
que se contradicen escuetam ente y se excluyen los unos a lo s otros, no
se les puede convertir de nuevo en factores puram ente psíquicos sin echar
por tierra toda la construcción; n o es posible, sobre todo, p rivar de su
existen cia independiente a las tendencias que las concepciones del m undo
llevan consigo, para alcanzar la soñada arm onía.
C om o historiador de la filo s o fía , D ilth e y sólo acierta a registrar cien tí­
ficam ente un com pleto relativism o, la lucha ininterrum p id a de unas co n ­
cepciones del m undo con otras, entré las que cabe establecer una deter­
m inada selección, pero no adoptar una d ecisió n: "S u s grandes tipos [ l o s
de la filo so fía , G. L .] se levantan unos al lado de otros, cada uno con
su propia fuerza, indem ostrables e indestru ctibles.” 22 Y , alguna que otra:

22 íb íd ., t. V I I , pp. 8 6 s.
356 LA FILOSOFÍA DE LA VIDA

vez, D ilth e y lleg a incluso a negar p o r p rin cip io la posibilid ad de llev ar


a cabo la síntesis p o r él soñad a: "N o s está vedada la posibilid ad de leer
conjun tam ente todas estas páginas. S ó lo en sus rayos refractados de d i­
versos m odos podem os contem plar la luz pura de la verdad.” 23
E l acorde fin a l de la obra que llen a la vida de D ilth e y es, pues, e l d e
la resignación y la desesperación. A l fin a l de su vida, nos dice con toda
fran qu eza que adm ira, a veces, p ro fu n d am ente a personalidades com o
Rousseau o C arlyle, que se atreven a m anifestar abiertam ente sus convic­
ciones, sin detenerse ante ninguna clase de escrúpulos cien tífico s. Este
d ilem a de la ciencia y la concepción del m undo es, además, altam ente
característico de la bancarrota d é 'la s aspiraciones filo só ficas diltheyanas.
Partiendo del m ism o dilem a, el neokantism o ■elim ina todo problem a re­
feren te a la concepción del m undo del cam po de la filo so fía , de una
filo s o fía supuestam ente cien tífica. P o r su parte, los filó so fo s posteriores
de la vida rechazarán, en nom bre del irracionalism o, la ciencia y la filo ­
so fía cien tífica. D ilth e y es la fig u ra de transición entre estos dos extrem os
de la filo s o fía burguesa preim perialista. N o en vano form u la, recordando
a su am igo, el conde de Y o rck , esta am arga re fle x ió n : "C om p arad o con
una vida así, ¿nb será m i pro pio punto de vista histórico el de un estéril
escepticism o ?" A pesar de lo cual sigue p ro fesan d o tam bién aquí e l
punto de vista de la cien tificid ad , im potente ante sus tendencias de con ­
cepción del m u nd o: " Y entonces, se alzó en m í la voluntad de rechazar
incluso la bienaventuranza, si a e lla h ab ía que ir p o r e l cam ino de una
f e que n o pudiera prevalecer an te el p ensam iento.” 24
D esd e este p u nto d e vista, D ilth e y se distingue, pues, nítid am ente de
lo s pensadores que m ás tard e habrán d e d esarrollar y llev ar adelante sus
tendencias. C ierto es que tam poco en D ilth e y sé h alla esta resignación
exenta de ilu siones: " L a cu ch illa d el relativism o histórico, que desgarra
toda m etafísica y to d a relig ió n , se encargará tam bién de cu tam o s. D e b e ­
m os ir al fo n d o d el p roblem a y consid erar com o o b je to d e la filo s o fía la
filo s o fía m ism a.” 25
E sta ilu sión diltheyana n o lo es solam ente desde el punto de vista
m etodológico, sino tam bién en lo tocante a la realidad h istó rica: el seguir
m archando p o r estos cam inos no h a conducido a ninguna concepción del
m undo, asentada sobre fundam entos cien tífico s nuevos, á to n o co n lo que
é l soñara. Su gran in flu en cia, tan to p o r lo extensa com o p o r lo p ro ­
funda, no h a hecho, p o r una parte, más que seguir d esarrollando
el relativism o psicológico e histórico y seguir acercando todavía más el
escepticism o nih ilista, m ientras p o r o tra parte ayudaba a en carrilar la
filo s o fía p o r los derroteros de la loca fan tasía y de una arbitraria m ito-
m anía, b a jo la acción de un intuicionism o y un irracionalism o cada vez
m ás desenfrenados.

23 Ibid., p. 222. 24 n,íd.t p. 231. 25 ibid., p. 232.


EL PERÍODO DE ANTEGUERRA (SIM M E L ) 35/

L a trayectoria u lterior se encargará de d esgajar de la o b ra de D ilthey,


para d ejarlos a u n lado, todos los intentos de fundam entación cien tífica
contenidos en ella. R ecogerá sus sugestiones, p ero solam ente para u tili­
zarlas en contra del espíritu de la cientificidad , para luchar contra él.
Y la posibilidad o b jetiv a de esto, por m ucho que ello contradiga a los
propósitos subjetivos de D ilth ey , es precisam ente lo que sirve de fu n d a­
m ento a su in flu en cia y lo que da a ésta su sentido reaccionario. A un
siendo verdad que D ilthey, ni p o r su contenido ni p o r la m etodología
que se propone aplicar, tien e nada de com ún con el fascism o, no es m enos
cierto que las repercusiones — nada fortu itas, ni m ucho m enos— de su
filo s o fía hacen de él, objetivam ente, un precursor, siquiera sea incons­
cien te e indirecto, de la lucha abierta que más tarde se desatará con ­
tra la razón, del oscurecim iento de la conciencia filo s ó fic a en A le ­
m ania.

III

La filo s o fía de la vida, en e l períod o de anteguerra


(S im m e l)

D i l t h e y era, p o r toda su m entalidad y form ación, una criatura del p erío ­


do p reim perialista; sólo que p resin tió con m ucha fu erza los problem as
de este períod o y se adentró m ás tarde en este círcu lo d e problem as. E n
Sim m el, veinticinco años más jo v e n que él, se concentran ya con una
fuerza incom parablem ente m ayor y de un m odo directo las tendencias es­
pirituales del im perialism o de anteguerra: Sim m el es, realm ente, h ijo y
representante de este nuevo períod o.
C ierto es que tam bién en él, cóm o en D ilth ey , siguen siendo K a n t y
el positivism o el punto de partid a filo só fico . P ero el positivism o d e que
arranca Sim m el es e l de una época más avanzada, y ya no e l d e un Com te,
un T a in e o un B uckle, com o en D ilth ey . Sim m el se h alla muy m arcada­
m ente in flu id o p o r N ietzsch e; se ha form ad o en la lucha contra las
consecuencias filo só ficas y sociales d el m aterialism o histórico, y su pen­
sam iento presenta desde el prim er m om ento un paralelism o espontáneo
con el pragm atism o inglés y norteam ericano y m archa hacia una estrecha
afinidad con las tendencias bergsonianas. Y tam bién su kantism o m uestra
un m atiz distinto, más im perialista; su filo so fía es resueltam ente subjeti-
vista; la realidad objetiva del m undo exterior ya no constituye, para Sim ­
m el, problem a alguno.
P o r el con trario: la tendencia fu ndam ental de su teo ría del conoci­
m ien to es la de una enérgica lucha contra toda clase de re fle jo , contra toda
suerte de reproducción discursiva de la realidad, en su m odo real de ser.
A sí d ice, hablando del conocim iento histórico, que éste "n o es una sim -
358 la f il o s o f ía de la v id a

pie reproducción, sino una actividad espiritual, que convierte su m ate­


r i a . . . en algo que aún no era de por s í” .2,1
E n Sim m el, vem os claram ente cóm o la crítica hecha desde el punte
de vista derechista contra la teoría lim itadam ente m ecánica del re fle jo ,
partiendo de una actitud idealista fundam ental, del im perio de la lógica
fo rm al,:co n d u ce necesariam ente al subjetivism o de la filo s o fía d e la vida.
Sim m el com prende, com o m uchos idealistas m odernos, que la teo ría m e­
cánica del r e fle jo del v ie jo idealism o es incapaz para resolver de un
m odo satisfactorio los com plicados problem as de la objetividad . Y , tam­
b ién com o en m uchos idealistas m odernos, de esta conciencia nace en
é l la negación d e la cognoscibilidad y hasta de la m ism a existen cia de la
realidad o b jetiva.
P ero, en esta negación, Sim m el adopta una actitud m ucho m ás resuelta
que la m ayoría de sus predecesores o contem poráneos. Y la adopta, com o
consecuencia de su filo s o fía de la vida, que le perm ite negar radicalm ente
toda realidad o b jetiv a independiente del sujeto y, sin em bargo, op oner
al hom bre un m undo exterior seudoobjetivo, ya que la vid a le ofrece,
gracias a esa filo so fía , el nexo real de m ed iación: " L a vida parece ser la
m á s . extrem a objetividad a que podem os lleg ar com o sujetos aním icos,
la m ás am plia y m ás firm e o bjetivación del sujeto. La vida nos sitúa
en la posición interm edia entre el yo y la ¡dea, entre el sujeto y el o b jeto ,
en tre la persona y el cosm os.” 2627
Y e llo le lle v a ,. en consecuencia, a rechazar el único p lanteam iento
claro y certero del p roblem a gn oseológico, q u e es el d e la prioridad del
ser o de la conciencia, en nom bre de una "terce ra v ía ” : la de la filo s o fía
d e la vida. E l problem a, según él, debe m odificarse en los siguientes
térm in os: "¿D e p e n d e la conciencia de la vida o, p o r el contrario, la vida
de la con cien cia? Pues la vida es, en efecto , el ser que se interpone entre
la conciencia y el ser en g e n e r a l.. . L a vida es el concepto superior
y la superior facticidad que se h alla sobre la conciencia; y ésta es, en
todo caso, v id a ." 28 A l convertir la "v id a ” en un tercer térm ino fren te
al ser y a la conciencia, aunque desde el punto de vista de la teo ría del
conocim iento la vida fo rm a parte del ser y la vivencia de la conciencia, se
crea aquel irracionalista reino interm edio seudoobjetivo, que no sólo p er­
m ite, sino que aun postula la ilim itada preponderancia de la subjetividad.
A sí surge la estructura de la im agen sim m eliana del universo. Sim m el
n o reconoce ya, en rigor, un m undo objetivo, sino tan sólo d iferentes
form as de com portam iento vivo ante la realidad (e l conocim iento, el arte,
la religión, la erótica, e t c .) , cada una de las cuales hace brotar su m undo
propio de o b je to s: " L a acción efectiv a de ciertos im pulsos y fuerzas aní-

26 Simmel, Probleme der Gescbicbtsphilosophie, 3* ed., Munich-Leipzig, 1922,


P 55.
27 Simmel, Fragmente und Aufsätze, Munich, 1923, p. 6. 28 Ibid., p. 263.
EL PERÍODO DE ANTEGUERRA (S IM M E L ) 359

m icas intelectuales sign ifica que se crean un o b je to . L a sig n ificació n del


o b je to de estas funciones del am or, del arte, de la religiosid ad , etc., no
es o tra que la de las funciones m ism as. Cada una de éstas encuadra su
o b je to en su pro pio m undo, creánd olo así com o su o b je to propio. Y , para
estos efectos, es de todo punto in d iferen te el q u e los contenidos que se
ágrupan b a jo esta form a especial existan ya por o tra parte, o n o .” 29 E ste
punto de vista gnoseológico de Sim m el presenta un paralelism o sorp ren­
dente con la argum entación estética em pleada para com batir al naturalis­
m o, en el períod o im perialista de anteguerra; es evidente que su te o ría
del conocim iento se orienta m arcadam ente hacia la estética d e su tiem po.
Y de esta p o sición de Sim m el se desprende un relativism o todavía m ás
radical que el de D ilth ey . Es frecu en te escuchar a quienes exponen su
filo s o fía : la trayectoria de Sim m el va del positivism o a la m etafísica, es
decir, a una superación del relativism o. P ero esta concepción es fa lsa :
aunque en Sim m el se advierta una evolución, p o r cuanto que va colocando
en el centro m ism o de su pensam iento, de un m odo cada vez más cons­
ciente, las tendencias de la filo s o fía de la vida, siem pre latentes en él,
el relativism o, le jo s de batirse en retirada, en este proceso evolutivo, va
ganando trreno. T én gase en cuenta, además, que una de las característi­
cas de la filo s o fía de Ja vida, com o la tendencia filo só fica fu ndam ental
del p e río d o im perialista, es que, en cuanto a su contenid o central, los
razonam ientos relativistas entrañan siem pre una depreciación de la cien-
tificid ad , abren un m argen a la fe , a la religiosid ad su bjetiva sin ningún
o b je to determ inado y que em plea com o arm a precisam ente este escep­
ticism o relativista. Transcribirem os, a este propósito, una larga cita to­
m ada de una d e las últim as obras de Sim m el, para p o n er de m an ifiesto
co n cuánta fuerza se acusa esta tend encia relativista extrem a en la últim a
época del pensador que estam os estudiando:
"F re n te a quienes hacen h in cap ié en los progresos cada vez más ex­
tensos e inabarcables de nuestro saber, no debiera perderse de vista que,
en el otro extrem o, por decirlo así, m ucho de lo que veníam os consid e­
rando com o u n saber 'seguro’ s e hunde en la inseguridad y en el error
ya dem ostrado. Para nosotros, es alg o com pletam ente descartado o, por
lo m enos, perfectam ente dudoso, m ucho de lo que e l hom bre m edieval
creía 'saber’ o de lo que 'sab ían ' los pensadores de la Hustración en
el sig lo x v n i o los investigadores m aterialistas d e la naturaleza, en el
siglo x ix . ¡ Y cuántas cosas que hoy nos parecen ’conocim ientos’ incues­
tionables sufrirán, más tem prano o más tarde, la m ism a su erte! Y es
que toda la actitud aním ica y práctica del hom bre hace que sólo sé aper­
ciba, en el m undo que le rodea — dicho cuín grano salís y en cuanto a
lo fu ndam ental— de aquello que responde a sus propias convicciones,
pasando sencillam ente de largo p o r d elante de lo que va en contra de

29 Simmel, Die Religión, Francfort d. M., 1906, p. 32.


360 LA FILOSOFÍA DE LA VIDA

ellas, p o r muy evidente que sea, y m ostrando su to tal incom prensión para
los tiem pos que vendrán después. E n apoyo de la astrología y las cu ra­
ciones m ilagrosas, de las b ru jerías y la eficacia de las oraciones se
ad u jero n en su tiem po pruebas no m enos 'efectivas’ y ’convincentes’
que las que hoy se invocan en pro' de la vigencia de las leyes generales
de la naturaleza, y no doy p o r descartada, ni m ucho m enos, la po sibi­
lidad de que, a la vuelta de los siglos o de los m ilenios, cuando se reco­
nozca com o el m eo llo y la esencia de todo fen óm en o concreto su in d i­
vidualidad insolu blem ente unitaria y no reductible en m odo alguno a
‘leyes gen erales’, lleguen a considerarse tales generalidades com o una
superstición, ni m ás ni m enos que hoy hacem os nosotros con aquellas
creencias consideradas en otro tiem po com o artícu lo de fe . Si un d ía se
renuncia a la idea d e la verdad absoluta’, que no es tam poco, en rigor,
: más que una creación histórica, se podrá dar en la idea paradógica de
que, en el proceso continuo del conocer, la cantidad de verdades corres­
ponde exactam ente a la cantidad de errores despejados; de que, com o en
un sube y b a ja incesante, son tantos los conocim ientos ’verdaderos’ que
suben p o r la escalera delantera com o los ’errores’ arrojados a patadas'
p o r la escalera de atrás.” 30
H em os citado fan p o r extenso estas palabras de Sim m el, para que se
vea con toda claridad la actitud de parcialidad del relativism o de la filo ­
s o fía de la vida. N o se trata, aquí, de uno de esos escepticism os extrem os
que pueden, en ciertas circunstancias, en la tendencia a la disolución de
una cultura ya reaccionariam ente estancada, ten er una fu n ció n progresiva
(co m o ocu rría, p o r ejem p lo, con e l nom inalism o m edieval o co n e l es­
cepticism o d e lo s M o n taig n e, lo s B ayle, e t c .) . N o ; el escepticism o rela­
tivista m oderno viene precisam ente a m in ar e l conocim iento cie n tífic o
-o b jetiv o , abriendo paso, qu iéran lo o n o sus iniciadores, al m ás d esenfre­
nado oscurantism o reaccionario, a la m ística n ih ilista de la decadencia
im perialista. Y este proceso se d esarrolla con tanta rapidez, que, para
el lecto r de hoy, la perspectiva trazada aquí por Sim m el — la d e que,
a la vuelta de los siglos o los m ilenios, las leyes generales de la naturaleza
llegarán, tal vez, a ser consideradas co m o una superstición— tien e algo
d e cóm ico. Pues este lecto r sabe que, no ya a la vuelta de los siglos, sino
en e l m ism o año en, que m urió Sim m el, vio la luz el lib ro de Spengler, en
el que la filo s o fía de la vida abordaba ya d irecta y abiertam ente la
em presa de realizar aquella perspectiva, considerada com o una posibilidad
tan rem ota. E ste relativism o desintegrador no es, en rigor, sino la auto­
d efensa d e la filo s o fía im perialista contra el m aterialism o d ialéctico ; y
esta tendencia, que e n Spengler se revelará de u n m odo claro y franco,
com o verem os, se contiene ya im p lícita en la filo s o fía d e Sim m el.
E l problem a de la fe , de la religiosidad y la religión, h ab ía preocupado

30 Simmel, Lebensanschauung. Munich-Leipzig, 1918, pp. 104 ss.


EL PERÍODO DE ANTEGUERRA (SIM M E L ) 361

ya considerablem ente a DiltHey. T am b ién este pensador ve en la religión


un tipo eterno de la actitud hum ana ante la realidad; pero, al m ism o
tiem po, se da cuenta de que las religiones históricas, las ideas de D io s
trasm itidas por la historia, han perdido su sig n ificació n para los hom bres
actuales. (D e aquí la gran sim patía que D ilth ey sentía por Schleierm acher,
quien en su juventud h ab ía colocado en el prim er plano esta prioridad
de la interioridad re lig io sa .) Sim m el abraza todavía m ás resueltam ente
que D ilth ey el punto de vista de que las religiones históricas y los
viejo s tipos de m etafísica se h an derrum bado. P ero el rum bo de Sch leier­
m acher hacia la interioridad no es lo bastante radical, para él. Sim m el
quiere log rar para la relig ió n y la m etafísica la m ism a autarquía que la
tendencia del arte por e l arte reivindicaba para éste. Y as!, dice, r e fi­
riéndose a la m etafísica: "N o s o frece una im agen del m undo basada en
categorías q u e . . . nada tien en que ver con las del saber em pírico: su
interpretación m etafísica del m undo se halla más allá de la verdad y
del error, que fallan acerca de la interpretación realistam ente exacta.” 31
D e esta m anera, los d iferentes m odos de com portarse los hom bres apa­
recen alineados los unos ju n to a los otros en órbitas independientes y
crean m undos autónom os, que no pueden contradecirse entre sí, com o no
puede, p o r ejem p lo — en el sentido de una estética del arte p o r el arte— ,
m ediar contradicción entre el tratam iento dram ático de un suceso y su
tratam iento épico. "L a vida religiosa — dice Sim m el— vuelve a crear
el m undo e interpreta la existen cia toda con arreglo a una tónica especial,
de tal m odo que no puede, en cuanto a su idea pura, in terferirse con
las im ágenes del universo erigidas sobre las otras categorías, ni hallarse
en contradicción co n e l l a s . . 32 Y este m odo de con cebir la religión
no es solam ente la aplicación más consecuente de la teo ría sim m eliana del
conocim iento a este cam po, sin o que responde, al m ism o tiem po, a su
concepción de la situación religiosa de sus días. Sim m el ve, en efecto,
que el hom bre del presente se ha liberad o de determ inadas religiones,
pero que, a pesar de ello , siguen en p ie y tratan de im ponerse las nece­
sidades que hasta ahora venían satisfaciendo las soluciones religiosas.
Sim m el no ve, evidentem ente, que la verdadera base sobre que descan­
san estas necesidades religiosas no es o tra que el ser social del capitalism o,
cuyas determ inaciones esenciales se acentúan todavía más en el períod o
im perialista: la inseguridad de este ser social, com o hubo de dem ostrar
L en in. T am b ién en Sim m el nace sobre esta base el m atiz especial de la
necesidad religiosa; esta inseguridad, qüe para el o brero se revela en
una brutal m aterialidad, se presenta para el intelectual burgués b a jo una
fo rm a "su blim ad a” , m ucho m enos directa. L a fa lta de congruencia cada
vez m ás m anifiesta en tre el ser social del períod o im perialista y todas

31 Simmel, Probleme der Geschichtsphilosophie, ed. cit., p. 153.


32 Simmel, Die Religión, ed. cit., p. 11.
362 LA FILOSOFÍA DE LA VIDA

las form as ideológicas que el capitalism o engendra o tom a — -a tono con


sus necesidades— de form aciones sociales anteriores se le an to ja al in te­
lectual burgués la cabeza de Jan o de la libertad total, del sentim iento
em briagador de vivir atenido p o r com pleto a sí m ism o, de una parte, y
de otra la sensación de un irrem ediable y desesperado desam paro; del
im pulso que le lleva a buscar en el pro pio yo las normas de todos los
actos y de toda conducta, de un lado, y de otro, de un nihilism o cada
vez m ás acentuado fren te a todas las norm as. Y esta sensación de que
la vida individual carece de todo sentido engendra el m oderno ateísm o
religioso, que tiene su precursor en el teólogo protestante Schleierm acher.
Pues, visto el problem a desde estos ángulos visuales, palid ecen y se es­
fum an todas las ideas tradicionales y, sin em bargo, el sentim iento del
m undo que las rechaza conserva aquel antropom orfism o acrítico de la
religión descubierto con m ás e ficien cia que nadie por Feuerbach.
E n el im perialism o de anteguerra, siguen ocupando el prim er plano
de la ideología de la intelectualidad burguesa los factores de la inseguri­
dad, vistos com o factores puram ente espirituales; los factores de la em ­
briaguez de libertad, de la liberación de las v iejas ataduras, siguen re­
presentando el polo dom inante en la dualidad de este sentim iento del
m undo, que se m antiene en pie todavía ahora. E l polo del nihilism o
desesperado no se convertirá en centro de la concepción del m undo
(H e id e g g e r) sino cuando la prim era guerra im perialista venga a co n ­
m over sensiblem ente, para todos, los cim ientos establecidos y cuando la
gran crisis económ ica de 1 9 2 9 eche por tierra las esperanzas cifrad as en
la constancia de una “estabilización relativa’’.
La nueva concepción sim m eliana d e la relig ió n se basa, pues, en el ser
religioso, que es, según é l, "u n a fo rm a de toda la vida viva m ism a” .
A base de su conocim iento entrevé el hom bre de hoy la posibilidad d e que
“ la religión se retrotraiga o se eleve de su sustancialidad, de su vincu­
lación a contenidos trascendentes a una fu nció n, a una fo rm a interior
de la vida m ism a y de todos sus contenidos” .33 P o r donde el nihilism o de
la filo so fía de la vida ha de erigirse en base para una fo rm a de la
religiosidad adecuada a nuestro tiem po.
L a posición m antenida aquí p o r Sim m el es — desde el p u nto de vista
puram ente gnoseológico— un desarrollo consecuente de las tendencias
neokantianas. E l neokantism o, a la p ar con su negación de la cognos­
cibilid ad de una realidad o b jetiv a, independiente de la conciencia, siem ­
pre había garantizado a la relig ió n un lo g ar en la concepción filo só fica
del m undo. A sí lo hace tam bién, aquí, Sim m el. P ero, del m ism o m odo
que, según veíam os, iba más allá de la renovación del subjetivism o schleier-
m acheriano de la religión, sugerida p o r D ilth ey , va tam bién m ás allá
de su reconocim iento neokantiano.

33 Simmel, Philvsophische Kullur, Leipzig, 1911, pp. 235 y 237.


EL PERÍODO DE ANTEGUERRA ( SIM M E L ) 363

La nota esp ecífica de Sim m el consiste, com o hemos visto, en que, de


una parte, separa radicalm ente el com portam iento religioso de toda vincu­
lación en cuanto al contenido, m ientras que, de otra’ parte, este com por­
tam iento crea en él un m undo propio, que existe independientem ente
ju n to a los otros mundos creados tam bién por la' subjetividad humana (e l
cien tífico , el artístico, el erótico, e tc .) y afirm a el m ism o, rango que
ellos. L a filo so fía de Sim m el desem boca, asi, en aquella corriente del
"ateísm o relig ioso” cuyas prim eras versiones filo só ficas más im portantes
nos dieron Schopenhauer y, sobre todo, N ietzsche (D io s ha m u e rto ),
cuyas consecuencias ético -filo sóficas cobran in flu en cia europea con la obra
de D ostoyevski (K irilo v , Iván K aram asov, e tc .) y que, más tarde, ocupará
un lugar central en la concepción del mundo, al surgir el existencialism o.
E l v iejo ateísm o, estrecham ente vinculado casi siem pre al m aterialism o
m ecanicista, había representado siem pre la negación pura y sim ple de
toda religiosid ad ; pero, tm ie d id a que fu eron desapareciendo las esperan­
zas d e ’ conm oción de la sociedad avivadas por los m aterialistas franceses,
cuyo eco podem os percibir todavía en el Feuerbach anterior a l 4 8 , aquel
ateísm o fu e volviéndose com pletam ente vacuo y adocenado (B ü ch n er, e tc .)
o cobrando un acento de desesperación (co m o en el Niels Lyhíte de
Ja c o b s e n ).
Es cierto que ya para aquel entonces v en ía el m arxism o refu tand o desde
hacía m ucho tiem po tales ideas. P ero su in flu en cia sobre el pensam iento
burgués era nula. Por una razón fundam ental, y e s que todos los p ro ble­
mas del "ateísm o religioso” brotaban del ser social de la burgu esía b a jo
el capitalism o, y ello h acía que resultaran incom prensibles para los ideó­
logos d e la clase burguesa todas las soluciones que m iraran más a llá del
horizonte d e la burguesía. (M á s aún, el aburguesam iento d e la aristocra­
cia y la burocracia obreras cerraba el paso a la in flu en cia de las doctrinas
m arxistas en e l seno del m ovim iento obrero del O ccid ente y el centro
d e E u ro p a.) Pese a esta ignorancia de las verdaderas concepciones del
m arxism o en cuanto al problem a de la relig ión , tam bién en este punto se
asigna, objetivam ente, a la versión del "ateísm o re lig io so ” en la filo s o fía
d e la vida el intento de salir al paso de la in flu en cia del m aterialism o
d ialéctico e histórico entré los intelectuales burgueses, destruyendo con
e llo toda esperanza de lograr una vida llena de sentido en e l seno d e la
com unidad hum ana y de acabar socialm ente con el aislam iento del in d i­
viduo burgués, que es para la filo s o fía de la vida — aunque destaque su
carácter "trá g ico ”— el más alto de los valores de la vida cultural.
E l ateísm o religioso brota, pues, d e una situación en que, de una parte,
los resultados de la ciencia apartan totalm ente del cam po de las Iglesias
y religiones oficiales a extensos círculos de la intelectualidad, m ientras
que, de otra parte, la situación social de esta m ism a intelectualidad (la
inseguridad de la existencia, la fa lta de perspectivas concretas en la vida
364 LA F IL O S O F ÍA DE L A VIDA

pública y privada, e tc .) crea, a pesar de ello , una necesidad religiosa


cuyo contenido esencial p o d ría resum irse a sí: m i vida individual es, de
por sí, vista de un m odo inm anente, alg o que carece totalm ente de sen ti­
do, y el m undo exterior no da tam poco a m i vida sentido alguno, pues
los conocim ientos de la ciencia han "ateizad o ” el m undo, y las norm as
de la conducta social no ofrecen norte ni ru m bo: ¿dónde puedo encontrar,
entonces, el sentido de m i vida?
' C om o es natural, la filo so fía burguesa no puede dar respuesta alguna
a estas inquietudes individuales, pues tam bién ella se lim ita a resum ir
discursivam ente los mismos problem as que el ser social del capitalism o
plantea en form a insoluble al individuo burgués. La "respu esta” pura­
m ente agnosticista del positivism o sólo puede considerarse suficiente para
aquellos tiem pos y aquellas capas sociales en los que y para los que aún
no se h a revelado com o algo m anifiesto la inseguridad y la carencia
de sentido de la vida b a jo el capitalism o. P ero el períod o im perialista se
encarga de colocar en prim er plano, con fuerza cada vez mayor, esta
inseguridad y esta falta de sentido. E sto explica por qué el positivism o
envejece y caduca, entre la élite intelectual; y explica, asim ism o, la nece­
sidad de una concepción del m undo, de la que brota la filo so fía de la
vida y que ésta se encarga de estim ular.
C laro está que tam poco la filo so fía de la vida puede dar uná* respuesta
real a aquellos problem as, com o no pudo darla el positivism o. E n este
terreno com o en otros, no hace más que encarrilar el agnosticism o hacia
la m ística, hacia el m ito, envolver el claro ignorabimus de los agnós­
ticos entre los harapos tornasolados y m ulticolores de una m ito lo g ía indi-
vidualista-subjetivista. L o único que en este punto consigue la filo s o fía
de la vida es que aquel estado psicológico socialm ente condicionado de
que hablábam os aparezca com o Un estado filo só fico general, necesaria­
m ente condicionado (p o r la situación eterna " d e l” hom bre dentro del
cosm o s) o que responde a la filo so fía de la historia (a la actual situación
de la hum anidad, vista en el plano de la historia u n iv ersal).
E l estado de ánim o adquiere de este m odo, por vez prim era, una con­
sagración filo só fica, la ju stificación de su perennidad. Y , rem ontándose
por encim a de esto, surge así, en esta filo so fía , el entronque, en la con­
cepción del m undo, de los problem as del m odo de conducirse en la vida,
sobre todo los ¡de la m oral, con esta im agen — predom inantem ente nega­
tiva— d el universo. E n N ietzsche y en algunos de los personajes de
D ostoyevski brota, por este cam ino, de una parte, la m oral del "to d o
es lícito ” y, de otra parte, el postulado de que, en un m undo sin D io s
o abandonado por D io s, puede y debe convertirse en D io s el hom bre.
E l "ateísm o relig ioso” form a, p o r tanto, los dos lados fundam entales del
nietzscheanism o m oderno: tanto la derogación de todos los viejo s pre­
ceptos de la m oral social, no sustituidos por otros nuevos, sino despla­
EL P E R ÍO D O DE A N TEG U ER R A (S IM M E L ) 365

zados autárquicam ente por la individualidad soberana, com o la concepción


nih ilista de la realidad o b jetiva, especialm ente del m undo histórico-social.
A spectos ambos preñados de graves consecuencias para el desarrollo fu ­
turo, los dos en el m ism o plano de la prosecución de los problem as
planteados p o r N ietzsche, pues habrán de conducir, en su día, el "p e s i­
m ism o h eroico” y al "realism o h eroico” de la concepción del mundo
prefascista y fascista.
E n Sim m el, observam os en este punto más bien una atenuación d e la
ta ja n te nitidez de N ietzsch e y de las figuras de D ostoyevski. A unque
e l soberano individualism o que se expresa en su religiosidad sin D io s
sea un reconocim iento del nihil de la realidad o b jetiv a, conduce, com o
m ás adelante verem os, a una placentera adaptación a la "trag ed ia” de la
cu ltu ra hum ana. Sim m el empresa, aquí, la tónica fu nd am ental del período
im perialista anterior, a la prim era G u erra M u n d ial: se hace ya sen tir la
problem ática insolu ble de la vida, pero en m edio de esta problem ática
se puede vivir agradablem ente, le puede ir a uno b ie n ; y la filo s o fía de la
vida se encarga de dar al hom bre la tranquilidad de conciencia necesaria
para ello , de in fu n d ir a su esp íritu el co n fo rt de una concepción del
m undo adecuada.
Se p ercibe aquí claram ente la tendencia de Sim m el a convertir el rela­
tivism o extrem o del p eríod o im perialista e n -u n a concepción del m undo,
a dar al agnosticism o m oderno un g iro positivo, b a jo una fo rm a m ística.
En la ejecución concreta de estos designios, se m an ifiestan de un m odo
todavía m ás resuelto las d iferencias de generación co n respecto a D ilth ey .
M ientras que a éste le eran totalm ente ajen as todavía la sociología m'o-
derna y la econom ía, estas disciplinas ocupan ya u n lugar central en el
prim er períod o de Sim m el y siguen presentes en su obra hasta el fin a l.
La tarea que ahora se plantea consiste en interpretar en un sentido posi­
tivo y b a jo la fo rm a de una concepción del m undo la problem ática de la
cultura capitalista del im perialism o. D e aquí que Sim m el ya no ignore,
com o los pensadores anteriores a él, el m aterialism o histórico. Com bate
en él — de un m odo por cierto muy vu lgar y su perficial— el. m ateria­
lism o y sus conclusiones concretas h istórico-soriales, pero trata de in ter­
pretar de un m odo nuevo los hechos establecidos a base de este m étodo
y que desem peñan un papel en la psicología del intelectual, b a jo la
form a de las tendencias anticapitalistas de crítica d e la cultura, encua­
drándolos en la concepción idealista de la filo s o fía de la vida y e sfo r­
zándose en conciliarios con las teorías im perialistas convencionales de la
historia. D esde e l punto de vista m etodológico, se presenta esto, esen­
cialm ente, com o una "p ro fu n d izació n ” : la realidad social m ism a y sus
leyes económ ico-sociales concretas se exponen com o sim ples form as de
m anifestarse la concatenación "có sm ica” general, lo que les hace perder
tanto su contenido concreto com o su sentido revolucionario. Sim m el form u-
366 I.A F IL O S O F ÍA DE L A VID A

la esta tarea en la introducción a su Filosofía del dinero, al decir que se


trata de "co n stru ir un piso d eb ajo del m aterialism o histórico, de tal m odo
que, conservando su valor explicativo el encuadram iento de la vida eco­
nóm ica entre las causas de la cultura espiritual, se reconozca en aquellas
m ism as form as económ icas el resultado de valoraciones y corrientes más
profundas y de prem isas psicológicas y hasta m etafísicas” /14
Surge así, en Sim m el, una am plia, muy efectista e influyente filo s o fía
de la cultura. E sta filo s o fía trata de captar sociológicam ente los rasgos
esp ecíficos del presente y de enm arcarlos dentro de razonam ientos filo ­
sóficos "m ás pro fun d o s” . T am b ién en este punto procede Sim m el de un
m odo radicalm ente subjetivista. Lo único que le interesa en la econom ía
es el re fle jo subjetivo de determ inadas situaciones económ icam ente cond i­
cionadas. Y , com o éstas responden directam ente a las categorías de la super­
ficie de la vida económ ica, se ocupa exclusivam ente de ellas (p o r ejem p lo,
del d in e ro ), sin parar m ientes en su dependencia y fu nción económ icas
reales. P or este cam ino cae — a consecuencia precisam ente de su "p ro ­
fundidad”-— en una afinidad muy estrecha con la econom ía vulgar del
im perialism o. Y lo m ism o en el campo de la sociología, donde sólo
le preocupan la¿ categorías inm ediatas y más abstractas de las relacio­
nes de la vida social, rehuyendo cuidadosam ente todos los problem as
intrínsecos y serios, los de valor sustancial.
En el análisis concreto de los diversos fenóm enos, Sim m el se muestra
com o un discípulo de Schopenhauer y N ietzsche. Éstos — N ietzsche, cierto
es, de un m odo m ucho más efectivo que su m aestro— desarrollaron,
com o sabem os, una nueva m etod o logía filo só fica para la d efensa del
orden existente. M ientras que antes de ve.nir ellos la apologética del capi­
talism o tom aba com o punto de partida su supuesta arm onía últim a y
presentaba las contradicciones y disonancias 4 e Ia existencia com o m ani­
festaciones superficiales y fenóm enos transitorios de prim er plano, la
nueva apologética de Schopenhauer, y sobre todo de N ietzsche, descansa
precisam ente, en d efinitiva, sobre la naturaleza contradictoriam ente des­
garrada del m undo. En Schopenhauer nace de aquí un pesim ism o en el
que la carencia de sentido de la sustancia universal hace que se suman
en la nada todas las desarm onías concretas del presente (d e l m undo his-
tórico-social en g e n e r a l). T o d o intento de m e jo rar el m undo real en que
vivim os se le an to ja absurdo. L o existen te es d efendido, aquí, partiendo
de la carencia de sentido del cosm os. N ietzsche, más tarde, desarrolla este
pesim ism o, d e una parte, en el sentido de un gran m ito histórico, histori-
zando a Schopenhauer en fo rm a de m ito ; y, de otra parte, del fundam ento
universal pesim istam ente interpretado se deduce, para él, la afirm ación
activa del capitalism o quand méme, la re p u lsa .d e todo revolucionarism o
com o una actitud decadente, com o la m oral de los esclavos. Schopenhauer

34 Simmel, Philosopbie des Geldes, 3* ed., Munich-Leipzig, 1920, p. 8.


EL P E R ÍO D O D E A N T E G U E R R A (S IM M E L ) 367

y N ietzsch e introducen, así, en vez de la apologética directa y usual de


la sociedad existente, otra m ás com plicada, la in d irecta: un credo qu'ta
absurdum con respecto al orden social im perante.
C om o continuador de Schopenhauer y N ietzsche,' Sim m el no intenta
nunca negar pura y siem plem ente el carácter contrad ictorio y pro ble­
m ático de la cu ltu ra de su tiem po, a la m anera com o suelen hacerlo
los apologistas, vulgares. N o p o n e en duda tam poco los fenóm enos más
repelentes,- n i las tendencias desfavorables que el presente im perialista
representa para la cultura. P o r el contrario, es precisam ente en estos aspec­
tos donde va, aparentem ente, hasta el fin a l y "ah o n d a” los problem as, al
presentar la problem ática económ ico-social concreta de la cu ltu ra com o
el m odo de m anifestarse " la traged ia de la cultura en g en eral” . E sta "tr a ­
g ed ia” obedece, según el diagnóstico de Sim m el, al antagonism o entre
el "a lm a ” y el "e sp íritu ” , entre el alm a y sus propios productos y o b je ­
tivaciones.
T am b ién en D ilth ey aparecería la cultura, el esp íritu o b jetiv o , com o
un trascender sobre la vivencia, y en ello se revelaban la contradicción
y el lím ite del m étodo p sicoló g ico ; esta situación se m anifestaba com o
una antinom ia o b je tiv a de la m etod o logía filo só fica . Sim m el coloca esta
antinom ia, con una gran energía, en el centro m ism o de su pensam iento.
Con ello, se revela b ajo una nueva fo rm a concreta el antagonism o entre
lo "in e rte ” y lo "v iv o ” . "C u an to es producto del espíritu — dice Sim ­
m el— •, cuanto e l proceso de la vida que sigue su curso expulsa fu era
de sí com o un resultado, presenta fre n te a esta realidad directam ente
viva y creadora el carácter de algo inerte, prem aturam ente plasm ado.
L a vid a se m ete, así, en u n a to lla d e r o .. . P ero lo curioso es que estos
fragm entos verdaderam ente pobres, en los que no hay sitio alguno para
toda la plenitud de la vida subjetiva, son, p o r o tra pa'rte, . lo per­
fe c to . . . ” 35
E l espíritu o b jetiv o tiene, p o r tanto, su propia lógica. Sus frutos,
aunque nazcan de la más p ropia e ín tim a espontaneidad de los indivi­
duos, una vez que han nacido siguen su pro pio cam ino. Frutos de esta
clase son, según Sim m el, la división capitalista d el trab ajo y e l dinero.
" E l 'carácter fetich ista’ que M arx atribuye a los o b je to s económ icos en la
época de la producción de m ercancías no es sino una variante esp ecífica
de este déstino general de nuestros contenidos cu ltu rales.” 30 L a "p ro -
fundización” del m aterialism o histórico consiste, pues, en subsum ir sus
resultados b ajo el esquem a de la filo s o fía de la vida, que en este caso
se m an ifiesta com o el irreductible antagonism o en tre la subjetividad y los
fru tos de la cultura, entre el alm a y el esp íritu. Y en este antagonism o
reside, según Sim m el, la verdadera tragedia d e la cultura.

35 Simmel, Fragmente und Aufsätze, ed. cit., p. 264.


30 Simmel, Philosophische Kultur, ed. cit., p. 270.
368 LA F IL O S O F ÍA DE L A VIDA

L a tendencia fundam ental que esto persigue no puede ser más clara:
consiste en in fla r hasta convertirlos en la tragedia ''etern a” "d e la ”
cultura general ciertos aspectos esp ecíficos de la época im perialista para
la situación del individuo (y , en particular, para la situación del inte­
lectual vinculado a esta c u ltu ra ). Y esta "p ro fu n d izació n ” conduce a
consecuencias muy diversas, aunque todas ellas convergentes. L o más im ­
portante de todo es que, con ella, se desvía la atención de la situación
económ ica concreta, de las causas concretas de orden histórico-social. Se
dedican, cierto es, m uchas páginas a hablar de econom ía y sociología, pero
éstas pierden su sustantividad y, m ucho m ás aún, su p riorid ad ; se las
presenta m ás bien com o algo superficial, por sobre lo que incond icion al­
m ente deben rem ontarse los hom bres "p ro fu n d am en te” dotados. Es muy
característico, p o r ejem p lo, el hecho de que Sim m el, falseand o la fiso ­
nom ía de am bos, d iga que tanto G o e th e com o N ietzsch e se m antuvieron
com pletam ente alejados de todos los problem as sociales.37
P o r m edio de esta generalización filo só fica, se pervierte b a jo la form a
d e la autarquía, la com placencia consigo m ism o y el r e fle jo de sí m ism o, el
descontento a n ticjp italista de lo s intelectuales. D espués de p oner de relie­
ve toda la problem ática de una cultura del dinero, tal com o é l la ve,
Sim m el descubre precisam ente en esta problem ática lo que encierra de
positivo. " E l contenido intrínseco de la vida ■ — argum enta— se torna,
así, cada vez más intrínseco y más im personal para que, de ese m odo, el
resto de ella no susceptible de transacción se convierta en algo tanto más
personal, en un patrim onio tanto más indiscutible del yo.” !,s D e donde
se deduce que el dinero favorece a 'l a "p u ra interiorid ad ” ; el dinero se
revela nada m enos que com o " e l guardián de las puertas de la in terio­
ridad, que ahora puede desarrollarse dentro de sus lím ites más genuinos” .
Y así, la "trag ed ia de la cultura” se descubre, a través de esta interpre­
tación, com o la filo s o fía del parasitism o rentista del im perialism o. ( Y
digam os entre paréntesis que esta crítica sim m eliana de la cu ltu ra lleg ó
a ejercer una gran in flu en cia y encontró m ucho eco y resonancia. En
apoyo de ello , basta con citar a W a lte r R ath en au .)
A esta finalid ad sirve el kantism o de Sim m el, reelaborado a través
de la filo s o fía de la vida. E sta reelaboración de K a n t persigue, sobre
todp, el designio de elim in ar de su filo so fía , a fuerza de m anejos, com o
históricam ente superados, todos los elem entos revolucionario-burgueses
contenidos en su filo so fía . L a m oral kantiana, la "libertad de individuos
esencialm ente iguales en cuanto a carácter” , es para Sim m el algo muy
sem ejante al concepto m ecánicam ente intelectivo del universo. Y ha enve­
jecid o y caducado a la p ar con él. D esd e G oeth e, Schleierm acher y los
rom ánticos, tenem os la ética de la "u n icid ad ” del individuo, que echa

37 Simmel, Kant und Goethe, Berlín, 1906, pp. 52 y. 54.


33 Simmel, Philosophie des Geldes, ed. cít., p. 532.
EL P E R ÍO D O DE AN TEGU ERRA (S IM M E L ) 369

por tierra todos Jos ideales kantianos de igualdad. L a igualdad social


y m oral de los hom bres aparece, pues, vista así, com o un m om ento pura­
m ente condicionado p o r el tiem po y ya anticuado de la ética de K a n t.
Sim m el trata de probar aquí — muy so físticam en te-^ -'qu e su concepción
de la unicidad d e la personalidad y de su libertad, com o el nuevo fu n d a­
m ento d e la m o ral, n o hunde a ésta en un caos relativista-anarquista, ya
que lo s individ uos, únicos y peculiares cada un o dé p o r sí, se com ple­
m entarán m utuam ente — así lo asegura é l— . A p aren tand o lim itarse a
interpretar a K a n t a tono con su tiem po, lo que hace en realidad es rom ­
per totalm ente con la ética kantiana, cuyos postulados abstractos eran lo s
re fle jo s en el pensam iento de la revolu ción dem ocrático-burguesa. Sim m el
tiene razón, ciertam ente, al señalar el carácter h istóricam ente condicionado
de esta ética. P ero el verdadero paso histórico p ara rem ontarse sobre
K a n t no es otro que la destrucción real, económ ica, d e las clases, q u e e l
socialism o lleva a cabo, después de haber derrocado la sociedad capitalista.
A h o ra bien, cuando Sim m el señala la cond icionalid ad d e la ética k an ­
tiana en e l tiem po, lo hace en nom bre de la intelectualidad privilegiad a y
parasitaria del p e río d o imperialista', en nom bre de una ética aristocrática
a lo N ietzsche, que considera a la "ch u sm a” com o in d ign a d e toda valo­
ración ética. L a d iferencia estriba e n que N ietzsch e h ab ía proclam ado este
aristocratism o de un m odo fran co y abierto, en un p lan d e lucha reaccio­
naria, m ientras que Sim m el, a to n o co n la situación social d e los tiem pos
d e anteguerra, se lim ita a ignorar elegantem ente a la "ch u sm a” . A la otra
tendencia suya d e renovación d e la filo s o fía d e K a n t, la to tal su b jeti-
vación del apriorism o kantiano, ya nos hem os referid o de pasada. Sim m e)
despliega ante nosotros una m escolanza d e diversos "m u n d os” apriorís-
ticos, y l a filo s o fía es para él, en cierto m odo, u n a te o ría costum brista
de esta m escolanza. E l relativism o d e la tip o lo g ía diltheyana se acentúa
aqu i todavía m ás.
F ren te a este desgarram iento en in fin ito s m undos sustantivos, es la vida
la que representa, según Sim m el, la unidad últim a. " M e coloco en e l con ­
cepto de la vida com o en el cen tro ; de a llí parten los dos cam inos que
van, e l uno al alm a, al yo, el o tro a la idea, al cosm os, a lo a b s o lu to .. .
L a vida parece ser la m ás extrem a ob jetiv id ad a que podem os lleg ar com o
sujetos aním icos, la m ás am plia y m ás firm e o b jetiv ació n d el sujeto. L a
vida nos sitúa e n una posición interm edia en tre e l yo y la idea, en tre
el su jeto y e l o b je to , entre persona y el cosm os.” 39
L a vid a se h a convertido ya, aqu í, en un concepto puram ente m ítico ,
despojado de toda relación con la b io lo g ía cien tífica. L a filo s o fía de la
vida avanza, con ello , un paso m ás p o r el cam ino que la lleva a la acien-
tificid ad . C ierto es que Sim m el — com o antes de él D ilth ey , aunque en
form a m ás acentuada— sigue aspirando, por lo que a su conciencia se re fie ­

39 SimmeJ, fragmente und Aufsätze, ed. cit., p. 6.

34
370 LA F IL O S O F ÍA DE L A V ID A

re, a una transform ación de la ciencia;’ su lucha contra la ley y la causalidad


sigue revistiendo la fo rm a de un intento encam inado a desentrañar un
concepto gnoseológico de la causalidad individual. P ero la tend encia irra­
cionalista y an ticien tífica se destaca en Sim m el con m ayor fu erza aún
q u e en D ilth e y : "T o d o lo susceptible de ser probado es susceptible tam-/
bien de ser discutido. Sólo es indiscutible lo que no puede p ro barse.” 40
L a posición central que, tal y com o h a sido expuesto, ocupa la vida, así
concebida, en la filo s o fía de Sim m el da una nueva "p ro fu n d izació n ” a
su antinom ia de la cultura. N o se trata solam ente de la antítesis general
en tre las corrientes de la vida y los postulados lim inares del espíritu, sino
que am bos p rincipios se encuadran, a su vez, dentro del "y o ” v iv o : " N o
nos hallam os escindidos en la vida lib re de fronteras y en los lím ites
de lá fo rm a asegurada; no vivim os p arte en la continuidad y parte en la
individualidad, que se anulan m utuam ente” , sino que am bos principios
se debaten el uno con el otro dentro del yo m ism o. L a contradicción de la
vida, consistente en que "s ó lo puede encontrar acom odo en form as y
no puede, sin em bargo, acom odarse en e llas” , es el problem a cardinal de
todo yo. E l rasgo fundam ental de la vida es, p o r tanto, según Sim m el,
t " e l trascender de su yo ”. 41 L a vida, toda vida, es, a un tiem po m ism o,
l'm á s vid a” y "m ás que vid a” .
§ ’ P o r donde la traged ia de la cultura se revela sim plem ente com o una
de las form as de m anifestarse el carácter contrad ictorio inapelable de la
J j d a m ism a. Sim m el fo rm u la así, con respecto a nuestra época, aquel
antagonism o que antes expresara p o r encim a del tiem p o : " T a l vez en
nuestra vida actual haya, de una parte, dem asiado yo y, de otra parte,
dem asiado de m ecánico. N o es todavía la pura v id a.” 42 P ero, del m ism o
m odo que ya al exp o ner la tragedia social y cultural, Sim m el sólo llegaba
al co n flicto trágico, para darle después un g iro pacífico-parasitario, así le
ocurre tam bién ahora, ante el p roblem a de la contradictoriedad filo só fica
fin a l de la vida. Escuchem os las conclusiones últim as de su sabiduría de la
vida, tal com o constan en los apuntes íntim os que d e jó al m o rir: "P a ra
el hom bre p ro fu n d o , no hay otra p o sibilid ad de soportar la vida que un a.
cierta dosis de superficialidad. Si se em peñara en pensar tan a fo n d o y
en sen tir de un m odo tan pro fu n d o y hasta el fin a l, com o la naturaleza de
ellos y la suya propia lo reclam a, los im pulsos, los deberes, los afanes y los
anhelos antagónicos e irreconciliables, saltaría hecho añicos, se volvería
loco, ten d ría que h u ir de la vida. M ás allá de cierto lím ite de p ro fu n ­
didad, chocan de un m odo tan radical y tan violento las líneas del ser,
del querer y del deber ser, que tend rían necesariam ente que desgarrar­
nos. S ó lo evitando que desciendan por d ebajo de aquel lím ite, podem os
m antenerlas lo suficientem ente separadas para que sea p osible la vid a.” 43

40 Ib id., p. 4. 41 Simmel, Lebensanschauung, ed. cit., pp. 19 s.


42 Simmel, Fragmente und Aufsätze, ed. cit., p. 6. 43 Ibid., pp. 15.r.
EL P E R ÍO D O . D E A N T E G U E R R A (S IM M E L ) 371

L a apologética indirecta fu nd ada p o r Schopenhauer y N ietzsche, es decir,


la d efensa del sistem a capitalista m ed iante el reconocim iento y la acen­
tuación de sus lados negativos, pero in flan d o éstos "hasta convertirlos en
contradicciones cósm icas, se declara aquí abiertam ente en bancarrota. Sim -
m el es lo bastante sagaz com o para percatarse de que las contradicciones
son irreductibles, pero es tam bién dem asiado id eólogo d el parasitism o
rentista im perialista para sucum bir trágicam ente com o víctim a de esta
¡rrediictibilid ad d e las contradicciones. P o r el contrario, la m o ral esotérica
de su filo s o fía de la vida consiste en reh u ir conscientem ente las últim as
consecuencias; y, exotéricam ente, procura p aliar éstas e n un terreno con­
ciliato rio . L a superficialidad q u e aquí reclam a, com o receta fin a l, la
filo s o fía de la vida estatuye u n a actitud de com odidad espiritual d entro
d e la autodisolución nih ilista d el relativism o.
Y así, el m atiz sim m eliano d el relativism o y e l escepticism o añade
alg o nuevo a la conciencia filo s ó fic a alem an a: el cinism o com placido con ­
sigo m ism o. E n e l m ism o Sim m el, esto n o es sin o u n resultado de su
m etod o logía filo só fica, un r e fle jo m o ral de la situación d e sus aspira­
ciones a lo g rar una concepción d el m undo, en las condiciones de la A le ­
m ania guillerm ina. D e la m ezcla de un radicalism o puram ente discursivo
y d e una adaptación absolutam ente práctica a las circunstancias nace esa
vacuidad de la personalidad del pensador, incluso en h om bres tan in te li­
gentes y bien dotados com o Sim m el lo era.
Es un síntom a general de la época, la situación de su (im a g in a ria )
"segu rid ad ” social, con una m anera d e pensar y de sen tir para la que no
hay ya nada absoluto, nada o b jetiv am en te re al; esa situación de " la in te­
rioridad protegida p o r el poder” , que tan ingeniosam ente h a caracterizado
T h o m as M ann.
E ste cinism o involuntario de Sim m el conducirá, en Sp en gler, a un f r í ­
v olo diletantism o elevado a m etod o logía, que luego corroerá el esp íritu
cie n tífic o en el cam po de la filo s o fía . Y , desde a h í, las cosas rodarán
luego rápidam ente, cuesta ab ajo , hacia el fascism o. P ersonalm ente, Sim m el
no es, com o no lo fue D ilth ey , en sentid o directo, u n in iciad or de los que
más tarde habrían de enterrar el esp íritu de honradez e n la filo s o fía
y suplantarlo p o r un cínico cu bileteo con m itos arbitrariam ente cavilados.
Pero, al encarrilar el ju ego con sutilezas discursivas hacia transacciones
conscientes y, a veces, abiertam ente cínicas, no cabe duda de que este
pensador em puja el proceso de desintegración hacia una fase m ucho m ás
avanzada que D ilthey.
372 LA F IL O S O F ÍA D E L A VIDA

IV

E l p eríod o de guerra y de posguerra


(S p e n g le r ) -

A l estallar la p rim era gu erra im perialista, se interrum pe bruscam ente

la trayectoria d e la filo s o fía d e la vida. T a l parece com o si el m ism o


d ía en que fu e declarada la guerra, casi toda la A lem an ia del espíritu
h u bise aprendido la "n u ev a lecció n ” : enm udecen las voces entre resig­
nadas y contem plativas de la filo s o fía de la vida (co m o tam bién las del
resto de la filo so fía , la o ficia l y la no o f ic ia l) , surgiendo de inm ediato
una filo s o fía p u blicística encam inada a ju stificar la agresión im perialista
y los o bjetiv os de conquista m undial de la A lem ania de G u ille r­
m o II.
E n este nuevo rum bo gen eral tom a parte tam bién, naturalm ente, la,
filo s o fía de la vida. P o r muy superficiales que sean estos produétos de gue­
rra, aunque carezcan totalm ente de valor y no digan nada desde el punto
de vista filo só fico , tien en su im portancia, com o iniciación de una nueva
etapa en la filo s o fía alem ana de la vida. Se m antiene en pie, p o r supuesto,
la v ie ja y fundam ental an títesis: "v id a ” fre n te a "in e rcia ” , fre n te a " lo
m u erto” , pero cobra ahora un contenido nuevo y actual. L o vivo es, ahora
naturalm ente, " lo alem án” , lo que "cu rará” al m undo, y lo m uerto y lo
in erte la peculiaridad nacional de los demás pueblos (so b re todo, de las
dem ocracias occidentales, y muy especialm ente, de In g la te r ra ). Y surgen,
en particular, las nuevas ecuaciones y las nuevas an títesis: la guerra es la
vida, la paz lo in erte y lo m uerto.
Los tópicos p u blicísticos de esta literatu ra de un día, no tardan en
evaporarse. L a crisis de la pérdida de la guerra se encarga de enterrar
b a jo sus escom bros toda esta charlatanería. Esta literatura del día, caren­
te de v alo r filo só fico , encierra ya, sin em bargo, un im portante preludio
al segundo ■v ira je decisivo de la filo s o fía de la vida, a su v iraje hacia
el fascism o.
Esta p u blicística im perialista-agresiva, de instigación de la guerra,
o frece teóricam ente, ya lo hem os dicho, escaso interés. Señalarem os tan só ­
lo, para poner un e jem p lo , el fo lle to de guerra de M a x Scheler, de cuya
filo s o fía nos ocuparem os más adelante. E n él, se coloca decididam ente en
prim er plano, com o la "ra íz v ital” de la guerra, la m ism a naturaleza hu­
m ana, con el fin de desacreditar con ello cu alquier interpretación econó­
m ica que de la guerra pudiera darse. L a afirm ación de la guerra recibe, de
este m odo, una f'undam entación en la filo s o fía de la vida, a la m anera
nietzscheana: "L a verdadera raíz de la guerra reside en que a toda vida de
por s í . . . es in h e re n te . . . la tendencia al increm ento, al crecim iento,
E L P E R ÍO D O D E G U E R R A Y D E PO SG U ER RA (S P E N G L E R ) 373

al d e s a r r o llo ..-. L o m uerto, lo m ecánico, procura solam ente 'conservar­


se’ . . la vida, en cam bio, crece o decae.” 44
L a literatu ra d e guerra basada en la filo s o fía d e la vida pasó en seguida
sin d e ja r e l m en o r rastro. P ero n o p o r e llo d e jó d e' representar un v ira je
decisivo en el desarrollo de esta filo s o fía . V ir a je que n o fu e determ inado,
sin em bargo, exclusivam ente p o r la catástro fe de la guerra. L a p rim era
gu erra im perialista tra jo consigo, al m ism o tiem po, la prim era gran vic­
to ria del socialism o, victoria llam ada a perm anecer y a inscribirse en la
historia universal. Y este hecho im pone una tran sform ación fu nd am ental
a la filo s o fía de la vida. Y a veíam os, a l tratar de N ietzsche, cóm o el
socialism o se convierte en el adversario fu nd am ental con tra e l que d irig e
sus tiros decisivos la filo so fía irracion alista; y, en el períod o de antegue­
rra, pudim os observar, asim ism o, en Sim m el, la continu ación de esta m ism a
polém ica, aunque m odificada, com o es natural, a to no con las nuevas
exigencias de los tiem pos (e n el capítu lo siguiente, dedicado a la socio­
lo g ía alem ana, analizarem os tendencias sem ejantes a éstas en autores com o
T o en n ies, M a x W e b e r y o tr o s ). C o n la victoria d e l socialism o en R usia,
desde la G ran R evolución Socialista de O ctubre de 1 9 1 7 , entra en una
nueva fase esta lucha ideológica de la burguesía im perialista de A lem a­
nia, y con ella la filo so fía de la vida.
D o n d e más claram ente se revela cuán grande es este v iraje y en qué
consisten sus consecuencias m etodológicas e intrínsecas m ás im portantes
es en la fam osa obra de O sw ald Spengler, La decadencia de Occidente
( 1 9 1 9 - 1 9 2 2 ) . E l hecho d e que S p en g ler expresara este g iro d el m odo m ás
rad ical es lo q u e valió a su o b ra una in flu en cia tan consid erable y tan
sostenid a; el lib ro de Sp engler es un docum ento en verdad representativo
de esta etapa y, al m ism o tiem po, el p relud io real y directo de la filo s o ­
fía d el fascism o.
E l n iv el filo só fico de Sp en g ler es esencialm ente más b a jo que el de los
representantes anteriores m ás descollantes de la filo s o fía de la vida. Y
ello no tien e nada de extraño. Y a en el curso d e la exposición anterior
hem os podido observar cóm o el n iv el filo só fico iba descendiendo cada
vez m ás. A m edida que el nuevo adversario p rin cip al, el socialism o, va
destacándose com o el blanco cen tral de la polém ica, los irracionalistas
se ven obligados más y m ás a en fren tarse con un p roblem a cuyo contenid o
real ignoran totalm ente y, en su m ayoría, no quieren tam poco entender,
y va desapareciendo de sus debates el conocim iento cie n tífico real del
tem a y, en la m ayoría de los casos, hasta la honradez, la buena fe , para tra ­
tarlo.
P ero lo m ás p ro bable es q u e la d ifu sió n g en eral alcanzada p o r la s
doctrinas de Spengler guarde relación precisam ente con este descenso del
nivel filo só fico . La nueva etapa de la filo s o fía de la vid a consiste, esen-

44 Scheler, Dcr Genius der Krieges und derdeutsche Krieg, Leipzig, 1915, p. 42.
374 LA F IL O S O F ÍA D E L A VID A

cialm ente, en que la anterior degradación, m itad sem iinconsciente, m itad


diplom áticam ente em bozada, d e la cien tificid ad , que, p o r el m om ento,
sólo trataba de conqu istar un lu gar para la concepción del m undo intui-
tivo-irracionalista de la filo s o fía de la vida ju n to a las ciencias particulares,
que seguían en p ie, intangibles en cuanto a la m ateria, rom pe ahora e l
fu ego , abiertam ente, contra el esp íritu cie n tífico en gen eral, con tra la com ­
petencia de la rázón para abord ar y resolver adecuadam ente los problem as
im portantes de la hum anidad. Y esta tend encia a desprenderse resuelta­
m ente de las ataduras d e la cien tificid ad trae consigo, inevitablem ente, un
elem eftto de diletantism o en el m odo de pensar y de exp o ner de sus repre­
sen tan tes. ( Y a en N ietzsche p o d ía observarse, p o r lo dem ás, e sto .)
C on Spengler, esto se conv ierte en una m etod o logía consciente, preñada
de consecuencias para el d esarrollo futuro. E n efecto , al rechazar com o ve­
rem os, to d o lo que sea causalidad y ley, respetándolas solam ente com o
m anifestaciones históricas d e determ inadas épocas, p ero negándoles toda
com petencia en cuanto a la m eto d o lo g ía de la ciencia y la filo s o fía ; al
suplantar la causalidad p o r la analogía, eleva a canon de la in vestigación
el cu bileteo con sím iles y com paraciones, no pocas veces m uy superficiales.
Y , com o p one todos los cam pos d el-sab er hum ano — aunque n o lleg u e a
dom inarlos personalm ente de un m odo real y aunque no hayan cu ajad o
todavía, de p o r sí, en resultados inequívocos, susceptibles de ser valorados
en una concepción del m undo— al servicio de su filo s o fía de la h is­
to ria, se .ve obligado a proclam ar p o r d oquier com o m étodo el ju eg o de
áilb tan te a base de analogías, y él aderezam iento de los hechos. Com parado
con un D ilth éy , o incluso con un Sim m el, no podem os ver, p o r tanto, en
Sp en g ler sino un aficio nad o, m uchas veces ingenioso, pero en la m ayoría
de los casos ligero y superficial. P ero lo cierto es que este diletantism o no
perju d ica a la gen eral y extensa in flu en cia lograd a p o r Spengler, dentro
de A lem ania y en el plano internacional. P o r el contrario, de -esa raíz
brotan precisam ente su franqueza cín ica y sin escrúpulos, su audacia in con ­
tenida para lanzarse a grandes síntesis carentes d i todo- esp íritu crítico.
En este respecto, hay que d ecir q u e se h a lla incom parablem ente p o r
encim a de otros autores de su tiem po rivales suyos (e n tre los que basta
m encionar los nom bres de Leopold Z ie g le r y el conde de K e y s e rlin g ).
Sp en g ler aspira a conv ertir la historia e n 'u n a ciencia universal. E l rela­
tivism o histórico de D ilth ey ? que éste se esfuerza constantem ente en su­
perar — pero sin conseguirlo— se convierte, con Spengler, en el fu nd a­
m ento abiertam ente reconocido de una co n cep ció n .. Los neokantianos del
período de anteguerra (ju n to a Sim m el, sobre todo, W in d elban d y R ic k e rt)
habían elaborado u n a teo ría filo só fica del conocim iento especial para la
historiografía, co n o b je to de d em ostrar que ésta p o d ía equipararse, en
el rango valorativo, a las ciencias de la naturaleza. E qu ip aración que
consistía* en elim in ar decididam ente d e. la historia toda clase d e leyes.
EL P E R ÍO D O DE GUERRA Y DE PO SG U ER RA (S P E N G L E R ) 375

E l positivism o extrem o h ab ía' declarado las ciencias históricas com o cien ­


cias' de rango in ferio r, p o r entender que la vigencia de las leyes era
en ellas m enos exacta que en las ciencias naturales, y ciertos sociólogos
positivistas habíanse esforzado p o r dem ostrar en la historia la acción
ín tegra de las leyes de*la naturaleza. (V é a s e en el cap ítu lo que dedicam os
al "D a rv in is m o social, el racism o y el fascism o” e l apartado sobre G um -
plow icz y otros autores.)
En sem ejante situación, W in d e lb an d y R ickert canonizaban, sen cilla­
mente, en su teoría de la ciencia, la h isto rio g rafía reaccionaria de un
Ranke y de sus continuadores. Lo que im plicaba, de una parte, la e lim i­
nación de la historia de la idea de progreso (R a n k e contra H e g e l: toda
época se h alla igualm ente cerca de D io s ) y, de o tra parte, la exaltación
de las notas de lo único y lo irrep etible de lo s fenóm enos y las fo rm as
históricas esencia exclusiva de la h isto rio g rafía. Y es cierto que la unicidad
y la irrepetibilid ad form an uno de los aspectos reales de la cohesión
histórica. P ero si nos em peñam os en in fla rlo hasta hacer de é l criterio
único y determ inante de lo histórico, elim inand o de la historia toda su je ­
ción a leyes, la historia se d eform a y tergiversa en u n sentido reaccionario,
se irracionaliza, se m ata en ella todo carácter racional y coherente. Y ,
aunque W in d e lb an d y R ickert n o fu esen aún, en e l p lan o general de su
filo so fía , irracionalistas conscientes, ni m ucho m enos, no cabe duda de que,
en lo tocante a la historia, prestaron grandes servicios a la causa del irra­
cionalism o. E n efecto, aquélla "re fe re n c ia valorativa” con la que R ick ert
trataba de asegurar a la cohesión histórica cierta racionalidad, puede servir
tam bién de fu ndam ento a una seudoobjetividad, sobre todo si se tien e
en cuenta la necesaria inestabilidad y subjetividad de lo que la m etod o logía
histórica de la filo s o fía burguesa entiende, en el caso concreto, p o r va­
lores vigentes y cóm o pueden referirse a tales valores los fenóm enos h istó­
ricos, con su carácter único y p'eculiar. E n Sim m el, esta actitud ante el
irracionalism o, es ya una actitud consciente y deliberada, aunque tam bién
él pretenda fundam entar g'noseológicam ente, en su intento, una causalidad
individual y no reh u n d e aún por entero al punto de vista de u n m ínim o
de racionalidad. A l llegar a Sp en gler, vemos que todo esto conduce al
señorío indisputado de las categorías históricas fundam entadas de un m odo
suhjetivista-relativista, señorío que se im pone, incluso, a la m atem ática y
a la ciencia dé la naturaleza.
L a te o ría spengleriana del conocim iento no es, pües, m ás que un m edio
para consum ar esta victoria del relativ ism o histórico extrem o. Y esta te o ría
d el conocimiento procede de un m o d o extraord inariam ente p rim itiv o ,' a
base d e tópicos y de frases. S e ,lim ita a ap licar a la h istoria las v iejas
antítesis de la filo s o fía d e la vid a en tre la vida y la m u erte, la intu ición
y la razón, la fo rm a y la ley ; "F o rm a y ley, sím il y co n cep to , sím b o lo y
fó rm u la responden a oréano s m uy distintos. Se m an ifiesta aquí la relació n
376 LA F IL O S O F ÍA DE L A VIDA

en tre la vida y la muerte, entre el engendrar y él destruir. E l entendi­


m iento, el concepto, m ata, al 'c o n o c e r '... E l artista, el auténtico h isto­
riador, conternMa el devenir de a lg o .” 45 Es fácil ver, a la luz de esta
cita, cuán enérgicam ente convierte S p e n g le r ,'a fuerza de sim plificación,
la m etod o logía a e la historia del períod o de anteguerra en consignas
populares encam inadas a im poner el señorío absoluto del punto de vista
de la filo so fía de la vida. E l m étodo diltheyano de la "in tu ició n g e n ia l” se
convierte, así, en una teoría del conocim iento ya tajantem en te an ticien tí­
fica y aristocrática.
C on está teoría del conocim iento, pretende Spengler degradar todo
. conocim iento causal y su jeto a ley. " E l m edio para com prender las form as
muertas es la ley m átem ática. E l m edio para com prender las form as vivas,
la an alog ía.” 46 Spengler desarrolla la analogía, com o categoría central
de la historia, hasta hacer de ella el m étodo de una m o rfo lo g ía; u n i­
versal, de una teoría "sim b ó lica” o "fisio n ó m ica ” de la historia; Los p re­
cursores de este nuevo m étodo reconocidos por Spengler son G oeth e,
interpretado sim plem ente a través de la filo so fía de la vida y, por
tanto, tergiversado, y N ietzsche, quien ahora alcanza su to tal eficien cia.
Y , aparte de esto, un poco B ergso n, a quien Sp engler sim p lifica con no
menos* energía, lo m ism o que ya lo había hecho con D ilth ey y Sim m el.
E n la historia debe regir, según, él, en vez de la causa y el efecto, cuya
relación llam a "ló g ica del espacio” ,47 el engarce de los destinos, lo que
llam a " l a lógica del tiem po” . Se opera con ¿lio la id en tificació n de la
vida irradionalista y la h isto ria: " L a vida es lo prim ero y ló últim o,
y la vida'CareCe de sistem a, de program a, de razón; existe p o r sí m ism a y
para sí m ism a, y el orden pro fu n d o en q u e se realiza sólo puede ser con­
tem plado y sentid o, y si acaso, adem ás, d e s c r i t o . 48 L a h istoria se
proclam a, así, com o la ciencia universal, a la p ar q u e se le niega todo
carácter c ie n tífic o : "P re te n d er tratar cien tíficam en te la historia es siem ­
pre, en últim a instancia, algo co n trad icto rio . . . ” 40
E sta arbitraria y su perficial te o ría del conocim iento, en la que todo se
reduce a la vivencia, a la intuición, es el cam ino spengleriano p o r e l que
se a b re; paso el señ orío indisputado d el relativism o histórico. T o d o es
histórico, lo que sig n ifica, para Spengler, que todo es históricam ente rela­
tivo, puram ente relativo. M ientras que la m etod o logía del im perialism o
alem án de anteguerra asignaba a las ciencias naturales, en cierto m odo,
una p o sició n aislada en el parque natural protegid o de lá racionalidád,
Sp en g ler trata de "h isto rizar” todo el conocim iento de la naturaleza, es
decir, de supeditarlo al relativism o histórico. Tam po co en este punto

45 Spengler, Der Untergang des Abendlandes, 32* ed., Munich, 1920, t. I, pá.
gina 147. « 40 lb'ld., p. 4; 47 lbid., p. 9.
48 Spengler, Preussentum und Sozialismus, 74’ millar, Munich, 1925, p. 82.
49 Spengler, Untergang des Abendlandes, ed. cit., t. I, p. 139.
EL P E R ÍO D O D E G U E R R A Y D E PO SG U ERRA (S P E N G L E R ) 377

es el p roblem a m ism o, es decir, la tend encia a considerar históricam ente la


naturaleza, de elevar a concepto la historicidad o b jetivam en te contenida
en ella, una invención de la filo s o fía de la vida, sino algo planteado
por el desarrollo m ism o de la sociedad y de las ciencias naturales. P ero
Sp engler invierte tam bién irracionalistam ente este p ro blem a: no se trata,
tal com o é l lo enfoca, del carácter histórico del proceso real en la natu­
raleza, sino de una desintegración seudohistórica de la objetividad de
todas las categorías de las ciencias naturales. C on ayuda de la filo so fía
de la vida, se em puja este problem a hacia un relativism o cada vez más
radical y, al m ism o tiem po, hacia una m ística cada vez más osada y más des­
enfrenad a.
D esd e D arw in, más aún, desde la teoría de K an t-L ap lace, venía p lan ­
teándose el problem a de un tratam iento histórico de la naturaleza (co n
sujeción, claro está, a sus leyes o b je tiv a s ); la filo s o fía de la naturaleza
del jo v en S ch ellin g y la de H e g el eran audaces intentos encam inados a
resolverlo, aunque cierto es que con m edios muy insuficientes. Pues bien,
Sp en gler vuelve las cosas del revés, desde el punto d e vista subjetivista
de la filo s o fía de la v id a: ignora el d esarrollo objetivam ente histórico de la
naturaleza y, en cam bio, "h isto riza” e l conocim iento de la naturaleza
m ism a, al convertirlo en sim ple fu n ció n del carácter esencial del "c ic lo
cu ltu ral” concreto en que se vive. E sta "h isto rizació n ” destruye, p o r tanto,
toda sustantividad y toda clase d e leyes propias d e la naturaleza, con lo
que se hace desaparecer totalm ente el auténtico problem a, el cual no es
otro q u e el d e la historicidad d e la naturaleza m ism a, d en tro de la o b je ­
tividad de las leyes naturales.
N o debe olvidarse, cierto es, que aun detrás d e este planteam iento to ­
talm ente tergiversado del p roblem a p o r Sp en gler se oculta, igualm ente,
un auténtico problem a, a saber: cóm o y en qué m edida el d esarrollo h is­
tó rico de la sociedad influye e n la extensión, eq el carácter, etc., de
nuestro conocim iento de la naturaleza. P ero Spengler, a l descartar discur­
sivam ente el necesario fundam ento para un planteam iento certero del pro­
blem a, o sea la objetividad de la naturaleza y el d esarrollo de las fuerzas
productivas en una sociedad dada y la fase a que han .llegado, com o
resultado de e llo , la ciencia y la técnica; al con v ertir en un princip io
absoluto el facto r de la relatividad histórica de nuestro conocim iento de la
naturaleza y elim inar, asim ism o, con ello , el hecho de la p rogresiva ap ro xi­
m ación de nuestros conocim ientos de la naturaleza a la realidad o b jetiv a
de la naturaleza m ism a; al no tom ar en consideración la interdependencia
entre e l desarrollo de las fuerzas- productivas y- el conocim iento de 1*
naturaleza, queriendo obtener intuitivam ente y p o r v ía d irecta las form as
o los resultados de la ciencia natural a base d e la "fo rm a m o rfo ló g ica”
de un "c ic lo cultural” , lo que h ace es crear un m ito , basado en la radical e
insuperable relatividad de todo conocim iento.
378 L A F IL O S O F ÍA D E L A VIDA

Y Sp en g ler n o retrocede n i an te las m ás osadas afirm acion es; su repen­


tin a y extensa in flu en cia se debe, tal vez, a esta p referen cia suya p o r las
aguzadas p arad ojas. P ara Spengler, e l núm ero, p o r e jem p lo , es u n a cate­
g o ría puram ente h istó rica: "Un número en sí no existe ni puede existir.
E xisten varios m undos de núm eros, p o rqu e existen varias culturas. A sí,
encontram os un tip o de núm ero ín d ico , o tro arábigo, otro antiguo, otro
occidental, cada uno d e lo s cuales constituye fu nd am entalm ente alg o
único y es expresión de otro acaecer u n iv e r s a l.. . E xiste, p o r tanto, m ás
de una m atem ática.” 50* E sta negación de toda ob jetiv id ad , llevad a conse­
cuentem ente hasta el absurdo, lle g a tan lejo s, en Spengler, q u e ca lifica
a la causalidad com o "u n fen óm en o occidental o, m ás exactam ente, ba­
rro co” .61
Sp engler concede a la historia una priorid ad gen eral sobre la natura­
leza: " L a historia es, pues, la fo rm a universal origin aria y la naturaleza
una fo rm a posterior, asequible solam ente a los hom bres de cultura m ás
desarrollada, y n o a la inversa, según el supuesto a que se in clin a el
preju icio del intelecto cien tífico u rbano .” 62 Y así, se nos presenta toda
la física cien tífica, en un ión de su o b je to , com o un m ito de la cultura 1
occidental tard ía, j'fá u s tic a ” E l átom o, la velocidad de la luz, la gravi­
tación, son otras tantas categorías m íticas del "h o m b re fáu stico” , lo m ism o
que los espíritus de las torm entas o los dem onios de los cam pos fu eron
categorías del períod o m ágico.63 (R ecord em os, a este propósito, las m a­
nifestaciones de Sim m el acerca de la relatividad histórica del conocim iento,
y nos darem os cuenta de cóm o Sp en gler no hace m ás que extraer y
popularizar todas las consecuencias de la filo s o fía de la vida im perialista
del períod o de an tegu erra.) Partiendo de estas razones, lle g a Sp engler
a la conclusión de que la cu ltu ra es " e l fenóm eno prim igen io de todas
las historias universales pasadas y futuras” .54
Y a hem os visto q u e la h istoria es, para Spengler, el órgano de la
relativación de todos los fenóm enos, consecuentem ente llevad a a cabo.
Y cuando ahora proclam a la h isto ria d el m undo com o ciencia universal,
anula con ello , al m ism o tiem po, la unidad d e dicha historia. L ib ra una
apasionada p olém ica contra la period ización d e la historia en A ntigüedad,
Edad M ed ia y Edad M oderna. Y es cierto que esa división trad icional
en períod os se convierte en alg o puram ente convencional si el historia­
dor, co m o suele ocurrir, no encuentra su fundam ento o b jetiv o real en las
grandes form aciones económ icas, esclavitud, servidum bre de la g leb a y
trab ajo asalariado.
A parentem ente, la p olém ica de Sp en g ler va d irigida contra el co n ­
vencionalism o de esta división en períod os de la historia. P ero só lo de un
m odo inm ediato y en apariencia. N o es una m era coincidencia, n i m ucho

50 Ibid., pp. 85 i. 51 Ibid., p. 549. 52 Ibid., p. 141.


33 Ibid., t. II, p. 321 54 Ibid., t. I, p. 151.
EL P E R ÍO D O D E G U E R R A Y DE PO SG U ERRA (S P E N G L E R ) 379

m enos, el que estos ataques (H . S t. C ham berlain, p o r e jem p lo , se m ani­


festó en contra de la m ism a periodización ya antes de Sp engler y en
térm inos muy parecidos a los de é s t e ) , estas revisiones fundam entales
de toda la estructura de la historia universal, no surjan hasta entrar en la
fase del irracionalism o, en que éste abre el fu eg o contra el socialism o.
F ren te al concepto hegeliano del progreso, tal com o se m anifiesta, por
ejem p lo, en la filo s o fía hegeliana de la historia y, más tarde — vulgari­
zado a to n o con ello — , en la so cio lo g ía lib eral anglo-francesa, podía
bastar con acogerse a la elevación a p rin cip io de la ausencia de ideas
en la h isto rio g rafía de R anke y su esclarecim iento filo só fico p o r parte de
los neokantianos. P ero, al dem ostrar el m aterialism o h istó iico que los
grandes p eríod os de la historia universal no son sino la sucesión histórica
de las form aciones sociales con arreglo a ley, al evidenciarse que las leyes
económ icas em pu jan estos cam bios hacia la fo rm ación superior del socia­
lism o, cam bió radicalm ente la situación, para la h isto rio g rafía burguesa.
Y fu ero n Cham berlain y Sp engler quienes de un m odo m ás consecuente
e xtrajero n las consecuencias derivadas de esta situación: sólo era p o sible
luchar eficazm ente contra la concepción del progreso histórico-social n e ­
gando en redondo la unidad y la su jeció n a ley del progreso histórico, del
desarrollo d e la hum anidad. (N o im porta q u e esta polém ica vaya enca­
m inada, directa y superficialm ente, contra el trad icio nal esquem a de la
división tripartita ni que se invoque com o argum ento el descubrim iento
de las culturas orientales, hasta entonces, en efecto, ignoradas. T o d o
esto n o son m ás que fintas, pues el m aterialism o histórico puede explicar
tam bién su desarrollo económ icam ente y p o n er de m anifiesto , en cuanto
al contenid o, la trayectoria — evidentem ente, muy co m p leja— que va del
com unism o p rim itivo al socialism o. Y contra esto es, en realidad, contra
lo que Sp en gler d irige los tiros de su p o lé m ica.)
L a concepción spengleriana de la cu ltu ra com o "fen ó m e n o p rim ig en io ”
equivale, m etodológicam ente y de u n m odo concreto, a sostener que exis-
.ten varias culturas cualitativam ente distintas, cada una d e ellas con su
propio y peculiar desarrollo, en todos y cada uno d e sus aspectos. N o es di
fíc il darse cuenta de cóm o el concepto diltheyano del tipo se torna, aquí,
en un m ito. Se exalta todavía m ás, si cabe, el fu nd am ental carácter re ­
lativista que ya te n ía de p o r sí la tip o lo g ía de los conceptos en D ilth e y ; se
sueña hasta el fin a l, hasta sus últim as consecuencias, aquel sueño d ilth e­
yano de una síntesis filo só fica, llam ada a superar e l relativism o cíe la
tip o lo g ía; para Spengler, la tip o lo g ía de las culturas es e l conocim iento
suprem o, el ú n ico conocim iento fu nd am ental de éstas. Y esta radicaliza-
ció n , q u e lleva el relativism o de la tip o lo g ía hasta sus consecuencias
últim as, constituye, a l m ism o tiem po, el punto en que ese relativism o
se trueca en m ito. En D ilth ey (y m ás resueltam ente todavía, p o r e je m ­
p lo , en M a x W e b e r ), la tip o lo g ía era, sencillam ente, un m edio auxiliar
380 LA F IL O S O F ÍA DE LA VIDA

del conocim iento histórico, cuyo valor se acreditaba solam ente en la e xp li­
cación de la realidad histórica. Spengler,- ah dar a sus tipos el nom bre
de "fen ó m en o s prim igen ios” hace algo más que introducir una innova­
ción term in o ló g ica: proclam a la "fiso n o m ía ” de cada cultura com o fu n ­
dam ento real de todas sus m anifestaciones concretas, tanto las intrínsecas
com o las form ales, las estructurales com o las dinám icas; la construcción
cien tífica auxiliar se convierte, así, en un fu ndam ento real, aunque en un
fu ndam ento real irracionalista p o r principio y que sólo puede captarse
por la v ía de la intuición.
■D e donde se desprende, de por sí, que estas "fo rm a s” de la cultura,
encerradas en sí mismas, tienen que ser, necesariam ente, otras tantas
"m ón ad as sin ventanas” sobre el exterior, cada una de las cuales ¡sólo
puede captarse y describirse intuitivam ente dentro de su única y exclusiva
entidad. (S e trueca, aquí, en m ito la teoría w indelbandiana-rickertiana
de la historia, el m étodo individ ualizante.) P ero Spengler no aspira,
com o ya hem os visto, a detenerse en la sim ple descripción de sus " f o r ­
m as” únicas y exclusivas; después de haberlas enum erado excluyentem ente
unas ju nto 'a otras, trata de descubrir conexiones entre ellas. Pero, es
evidente que estos conexiones no pueden, en m odo alguno, tener un carác­
ter cien tífico .
Spengler encuentra, creyendo resolver con ello el problem a, una
categoría — igualm ente intuitiva e irracionalista— en las peores tra­
diciones anticientíficas del rom anticism o, y nos dice que los fenóm enos
de las distintas culturas sólo pueden com pararse entre sí por m ed io de la
analogía. Cabe, p o r ejem p lo, establecer una an alogía en tre la geom etría
euclidiana, com o m anifestación de la cultura antigua, y la geom etría no eu-
clidiana, com o éxponente de la cultura occidental. A h ora bien, la ,"m o r­
fo lo g ía ” de la historia se encarga de señalar en cada desarrollo de la
cultura determ inadas etapas necesariam ente reiteradas: "T o d a cultura reco­
rre las edades del hom bre individual. T od as pasan p o r su infancia, su
edad madura y su ancianidad.” 55
Y com o, según Spengler, esta trayectoria de desarrollo es fatalm en te
necesaria en cada cultura, surge una nueva categoría, decisiva para Spen­
g le r: "L la m o simultáneos a dos hechos históricos cada uno de los cuales
se produce dentro de su cultura en una situación •— relativa— exactam ente
igual y que tienen, p o r tanto, un significad o exactam ente análogo.” 56
D esd e este punto de vista, podem os considerar, coetáneos, por ejem p lo,
a un A rqüím edes y un Gauss, a un P olign o to y un R em brandt. Spengler
convierte, aquí, la v iejísim a y trivial frase de las edades de la cultura,
en la que, antes de que apareciera el m aterialism o histórico, en un V ico , un
H erd er o un H eg el, brillaba ya, p o r lo m enos, el vislum bre de las fases
ascendentes y descendentes de las form aciones sociales con arreglo a ley,

S5 Ibid., p. 154. 10 Ib'id., p. 1 6 1 .


E L PERÍODO DE GUERRA Y DE POSGUERRA (SP E N G L E R ) 381

en un ju e g o a veces ingenioso, pero en la m ayoría d e los casos sen cilla­


m ente falso , a base de infundadas analogías.
Sin em bargo, esta concepción h ab ría de lle g a r a ad qu irir su im por­
tancia p ara la m archa posterior de las cosas. Sobre todo, a través d e la
negación del desarrollo unitario del gén ero hum ano, convertido m ás ade­
lante, aunque m ás bien b a jo la versión cham berlainiana que b a jo la
spengleriana, en un dogm a de la concepción fascista y racista de la h is­
toria. Y , en segundo lugar, se com bate p o r m ed io d e e lla la idea del
progreso histórico, b ajo una fo rm a nueva y propagandistam ente eficaz.
C om o veíam os, ya la filo so fía de la -vida d el períod o de anteguerra p arti­
cip a en consid erable m edida de la lucha escéptico-reccionaria con tra la
idea de progreso. L a tendencia paradógica, fo rm alm en te o rig in al, pero
muy triv ial en cuanto a su contenido, sé lim ita a sacar todas las consecuen­
cias d e esta actitud. El fundamento social de esta fa se más avanzada de la
negación irracionalista de todo progreso histórico lo hem os descubierto
ya en lucha de Sp en gler contra el socialism o, com o e l enem igo p rincipal.
E n tercer lugar, de la teo ría spengleriana d e las "fo rm a s ” d e las diversas
culturas se desprende, aquí, un solipsism o de los círcu lo s cu ltu rales: en
Sp en gler, la tendencia de la filo s o fía de la vida y del irracionalism o
a antropom orfizar los círcu los de la cu ltu ra no se lim ita a atribu irles un
crecim iento y un envejecim iento, sin o que se les atribuye, adem ás, la estruc­
tu ra p sicológica in terio r del hom bre ( o , m ás exactam ente, d el in telectu al)
d el períod o im perialista: viven a la m anera solipsista. E ste solipsism o,
com o m odo de sen tir de las capas parasitarias del p e río d o im perialista, sólo
se había m anifestado abiertam ente, hasta entonces, e n la p sico lo g ía de la
literatura decadente de la época; es cierto que dom inaba, com o hem os
visto, la teo ría del conocim iento de la m ayoría de los representantes de la
filo s o fía de la vida, pero, en los m ás de los casos, sólo de un m odo
inconsciente, no confesado, escondido detrás de un m ítico seudoobje-
tivism o.
Al cobrar estas "formas” , en Spengler, la seudoobjetividad abierta y
desplegada del mito, se revelan en ellas, de un modo también abierto
y desplegado estos rasgos de la actitud solipsista ante el mundo. Se nos
dice que todo círculo cultural sólo puede vivirse, en principio, a sí mismo;
que no existe ninguna clase de puente que permita el menor entendimiento
mutuo entre un círculo cultural y otro. El fijar esta estructura interna
de las "formas” de Spengler es importante, sobre todo, no porque con­
tribuya a aclarar el contenido histórico interno de los mitos imperialistas,
pues las tales "formas” se presentan con la pretensión de sacar por fin
a luz antiquísimas conexiones enterradas bajo los escombros, cuando no
son, en realidad, otra cosa que la introyección de la psicología propia
de la intelectualidad parasitaria del período imperialista en una supuesta
realidad histórica amañada a tono con ello. ( Y no hace falta pararse
382 LA F IL O S O F ÍA DE L A VIDA

a dem ostrar que el m étodo de sem ejante introyección se rem onta, de u n a


parte, a N ielzsch e y, de otra parte, a M ach -A v en ariu s.)
P ero la puntualización a que nos referim os encierra, además, una sig ­
n ificació n que señala hacia el futuro, ya que esa naturaleza solipsista
de las "fo rm a s” históricas de la cultura servirá de m odelo m etod o lógico
para el racism o fascista. E n efecto, la fundam entación, desde el punto de
vista de la "co n cep ció n del m u nd o” , del postulado fascista de la barbarie
antihum ana fren te a los elem entos de otras razas descansa sobre la con ­
cepción de esa estructura solipsista de las razas: cada una de ellas se
m ueve dentro de su órbita propia, extraña, h ostil, cerrada, sin contacto
ni relación con las demás, al igual que los círcu los culturales de Spengler.
H em os de ver, cierto es, que ya el racism o de un G obineau, y m ás aún
e l de un C ham berlain, había llegado p o r su cuenta a esta fase; y hem os
visto que ya N ietzsche había avanzado m ucho p o r este cam ino. Pero e llo
no m enoscaba en nada, en cuanto a su significació n, el hecho de que la
filo s o fía de la vida haya llegado p o r sus propios derroteros hasta este
punto. E n prim er lugar, esto nos perm ite ver en Spengler la realización
de las tendencia^ bárbaras de N ietzsche; y, en segundo lugar, com probam os
así el p ro fun do paralelism o que m edia entre las distintas corrientes de la
filo s o fía reaccionaria del im perialism o, su tendencia a desem bocar con­
ju ntam ente en la preparación discursiva de las bárbaras ideas y hazañas
de los H itle r y los R osenberg.
A sim ism o es evidente que la finalid ad últim a y decisiva a que responde
la construcción d e este m ito irracionalista-solipsista de la historia está,
sencillam ente, en intentar d efenderse con tra la perspectiva socialista del
desarrollo social. N ietzsche, el prim ero en abrazar esta lucha filo só fica ,
veíase obligad o todavía a presentar toda la historia, concebida p o r él
com o una historia universal única, desde el punto de vista de la pu gna
en tre los señores y la chusm a en torno al papel de dirección, lo que le
obligaba, al m ism o tiem po, a hacer hincapié en la necesidad de despertar
en los señores, por todos los m edios, la "v olu ntad de p oder” , para que su
lucha cond u jera en el futuro a la derrota del socialism o. Las esperanzas
de Sp engler son ya m ucho m enores que las que N ietzsche lle g ó a abri­
gar, en su día. L a concepción spengleriana tien e más de canto conso­
latorio que de sacudim iento, es más bien un opio que un estim ulante: la
vida de los círculos culturales, al girar siem pre en torno al m ism o eje,
no ha cesado de provocar, una y otra vez, p eligros sem ejantes a los del
presente, a los representados por la amenaza que el proletariado supone
fren te al capitalism o; sin em bargo, este peligro lleg ó a conjurarse en
cada círcu lo cultural de por sí, y cada cultura m urió de su m uerte "n a tu ­
ral” , causada p o r el agotam iento de la vejez, por el anquilosam iento de la
civilización. ¿P o r qué ha de suceder otra cosa con la cultura fáu stica
del capitalism o? N o en vano existe la m o rfo lo g ía intuitivo-analógica, el
EL P E R ÍO D O DE GU ERRA Y DE PO SG U ER RA (S P E N G L E R ) 383

único conocim iento seguro de la historia, el que señala que el destino


inm inente se encargará de entronizar la dom inación de los "C ésares”
(e s decir, de los capitalistas de los m o n o p o lio s). E l hecho de que esta
dom inación abra paso al ocaso d e la cultura, no preocupa en lo m ás m í­
nim o a ningún capitalista ni a ningún intelectual parasitario: a pesar de
ello, ya nos las arreglarem os; después de nosotros, el d iluv io; tal es el
— eficaz— canto consolatorio de Spengler.
O tra de las causas eficientes de la gran in flu en cia alcanzada por la
obra de Sp en gler está en la consecuencia con que m antiene una concep­
ción to tal que coloca en el centro m ism o la supuesta antítesis entre cultura
y civilización. Esta antítesis hacía m ucho tiem po que venía desem peñando
im portante papel en la filo so fía reaccionaria alem ana de la historia. La
lucha id eológica contra la dem ocratización de A lem ania se lleva a cabo
b ajo la bandera de esa antítesis, entendiendo p o r "civ ilizació n ” todo lo
m alo del capitalism o, incluida sobre todo la dem ocracia occidental, y op o­
niend o a ello la autóctona, orgánica y auténtica "cu ltu ra” alem ana. Spen­
g le r aúna aquí las tendencias reaccionarias prusianas co n una fo rm a m o­
derna deliberadam ente paradógica. D a de nuevo al problem a de la
civilización un g iro a tono con la filo s o fía de la v id a: es, según él, el pro­
blem a de la m uerte, p o r op osición a la vida flo recien te, a la cultura.
N o otro es el problem a de la decadencia de O ccid en te: "T o d a cultura
tien e su propia c iv iliz a c ió n .. . L a civilización es el destino inexorable
de u n a c u lt u r a .. . La civilización son lo s estados más extremos y artifi­
ciales d e que es capaz u n tip o superior de hom bre. Son un resultado;
siguen al d evenir com o lo que h a devenido, a la vida com o la m uerte, al
d esarrollo com o e l a n q u ilo sa m ie n to .. . son un final, irrevocable, pero
han sid o alcanzados siem pre p o r la fu erza de la m ás ín tim a necesidad.” 57
Sp en g ler resuelve, así, el problem a en el sentido de la reacción pru­
siana. L a respuesta, vista directam ente, suena a alg o irrem ediable, pues
pinta la perspectiva de un fatal anquilosam iento. Es, sin em bargo, a su
m anera, com o en su d ía la crítica nietzscheana de la cultura, un canto
consolatorio p ara la m ás extrem a reacción. C o n ello se subraya una vez
m ás q u e el presente no es un p e río d o revolucionario que am enace a la
reacción alem ana con una catástrofe, sin o que "s e dem uestra” irrefu ta­
blem ente, p o r e l contrario, la perspectiva de una consolidación de la
reacción. N o e n vano la form a predom inante de la civilización es, para
Spengler, la del cesarism o. Es éste, según él, el régim en in fo rm e de dom i­
nación de toda cultura agonizante, de toda civilización. E l pueblo se
convierte, al lle g a r esta fase, en una m asa ahistórica de fellahs sobre
la que los Césares instauran su dom inación, con la cual " la historia re­
torna de nuevo a lo ahistórico, al ritm o prim itivo de los prim eros tiem ­
pos” .58 T a l es, pues, la perspectiva spengleriana del O ccid ente, del presen-

57 Ibid., p. 43 . 58 Ibíd., t. I I , p p . 4 1 8 y 5 4 1 ss.


384 LA F IL O S O F ÍA D E L A V ID A

te : la dom inación fatal, in con ten ible e inm inente, indisputada, llam ada
a durar hasta e l fin a l d el círcu lo de la cultura "fá u stica ” , de los " C é ­
sares” del capitalism o m onopolista sobre la m asa am o rfa de los fellahs-
proletarios.
Sp en gler concreta esta perspectiva, nacida del análisis pesim ista del
presente y tan sim pática a lo s o jo s de la reacción, en una obra especial,
bastante im portante para la id eología del fascism o : la titulad a Prusiaritsmo
y socialismo. L a idea "m o rfo ló g ica ” central se desarrolla aquí del siguiente
m odo. T o d a civilización tien e, según Spengler, su socialism o (lo s estoi­
cos, el budism o, e tc.; e l socialism o actual es la form a fáustica de estas
m ism as m an ife stacio n e s). P ero, al afán spenglariano de las analogías no
le basta con esta generalización. N ecesita descubrir, además, el "v erd a­
dero” socialism o, el cual no es otro que e l pru sianism o: los tipos del
o ficial, el em pleado y el obrero. Y el adversario de este "so cialism o ”
no es el capitalism o, sino In g laterra.59 (S p e n g le r desarrolla aquí las
ideas de los fo lleto s de guerra d e S ch eler y Som bart, el concepto de
"lo s m ercaderes y los héroes” , e tc .) Prusianos e ingleses representan dos.
grandes tipos en el desarrollo de la civilización. Son "d o s im perativos
m orales de signcf contrario, que h an ido desarrollándose lentam ente a
p artir del espíritu de los vikingos y del esp íritu de la O rd en de los
Caballeros Teutónicos. Los unos eran portadores de la idea germ ánica,
los otros la sentían por encima de s í: independencia personal y comunidad
suprapersonal. H oy, sé les da los nom bres de individualism o y socialis­
m o” . C arlo s M arx y el socialism o obrero no han hecho más que em bro­
lla r el problem a, y se ven descartados p o r la lógica fatal de la historia
del m undo. E l llam ado a triu n far es e l "so cialism o prusiano” , el "so cia­
lism o” fundado p o r Federico G u illerm o I. Y sobre esta base surgirá
tam bién la verdadera In tern acio n al: "U n a auténtica Internacional sólo
es p osible m ediante el triu n fo de la idea de una raza sobre las d e m á s .. .
, La auténtica Internacional es el imperialismo.” 00 Este "so cialism o ” hará
\del obrero un em pleado de la econom ía y del patrono un fu ncionario
Responsable de la adm inistración. L a clase obrera alem ana se convencerá
„ d e que sólo este "so cialism o” cuenta con posibilidades reales. Para ello, no
/ hace falta ninguna ideología, sino que basta con "u n valiente escepti­
cism o” y con "u n a clase de caracteres señoriales socialistas” .01
Es aquí donde se revela con toda claridad lo que hay de nuevo en
Spengler, con respecto a N ietzsche. Éste atacaba al socialism o — poco
conocido de él— de un m odo directo, fro n tal. N o hay razones para
afirm ar, ciertam ente, que Spengler conociera m ejo r la literatu ra socia­
lista, pero su m odo de ataque es otro; consiste en eludir el problem a y en
recurrir a un truco d em agógico: el socialism o, se nos dice, triun fará, sólo

59 Spengler, Preussenlum und Sozialismus, ed. cit., p. 83.


G0 Ibid., pp. 84 s. 01 lbid., p. 99.
SC H ELER 385

que el "v erd ad ero ” socialism o es el prusianism o. E l h ech o de que la


perspectiva h istórica que aquí se p in ta sea esencialm ente d istinta de la tra­
zada en La decadencia de Occidente sólo interesa a quienes se em peñan
en ver en Sp en g ler un pensador co n un sistem a coherente. A nosotros
nos parece que entre ambas perspectivas m edia una im portante conexió n
Social. S i en su obra fundam ental rechazaba la perspectiva del socialism o
con argum entos tom ados de la m o rfo lo g ía de los círcu lo s culturales, aquí
trata de salvar discursivam ente al capitalism o im p erialista alem án, con sus
típ icos rasgos feudales-m ilitaristas, rebautizándolo con el nom bre de "v e r­
dadero” socialism o. C on lo cual se anticipa ya al pensam iento central
de la dem agogia social d el hitlerism o.
N o es d ifíc il percatarse de cuán cerca de la ideología fascista se h alla
este p relud io reaccionario de la filo s o fía de la vida, convertida ya en
una filo s o fía m ilitan te, en el períod o de la crisis inm ediata de la pos­
guerra. Son m uchos todavía, naturalm ente, los aspectos que separan a
Sp en gler del fascism o. Su concepción de la raza es la de N ietzsche. Y lo
m ism o su concepción del señ o río : Sp en g ler rechaza toda dem agogia social,
toda apelación a las masas, y e llo destaca sus fu ertes d iferencias con res­
pecto a R osen berg y a Baeu m ler, al lleg ar la instauración del fascism o.
(C on sú ltese su lib ro Años decisivos. ) P ero esto no altera en nada la
sign ificació n h istórica de Sp en gler en la h istoria de incubación del fas­
cism o: fu e él q u ien transform ó la filo s o fía de la vida en la concepción
del m undo de la reacción m ilitan te, em prendiendo con ello el ru m bo que
habría de cond u cir al fascism o, aunque n o en lín ea recta, cierto es. Y los
ideólogos del fascism o han reconocido siem pre estos m éritos de Spengler,
a pesar de todas las reservas y observaciones de carácter p olém ico que
hayan podido fo rm u lar con respecto a él.

L a filo s o fía de la vida del p erío d o de la "estab ilizació n relativa”


(S c h e le r )

El r e f l u jo de la ola revolucionaria después de 1 9 2 3 , e l períod o de la


"estabilización relativa” , que se in icia en A lem ania, lo m ism o que en toda
la Europa occid ental y central, con sus esperanzas ilusorias de un largo
período de desarrollo gradual y p acífico , consolidado así en lo económ ico
com o en lo p o lítico , hace que tam b ién en la filo s o fía de la vida pasen a
prim er plano otros contenidos y otras tendencias. A u n q u e extensos círcu ­
los de o p in ión , sobre todo los d e la pequeña burguesía, esperaban e l
retorno a los tiem pos de antes de la guerra, la o p in ió n p ú blica intelectual
va dándose cuenta cada vez más d e que ese re to m o pu ro y sim p le al
386 LA F IL O S O F ÍA DE L A VIDA

pasado es, objetivam ente, algo i <t posible. N o obstante — b ajo el m ante­
n im iento de las nuevas condiciones creadas p o r la guerra y el desastre
y que determ inaban la politización de la filo s o fía de la vida y su tend en­
cia a rem ontarse p o r sobre la resignación pacífico-parasitaria, escéptica y
com placida consigo m ism a, la resignación puram ente individualista del
períod o de anteguerra— , surge ahora un predom inio pasajero de pen­
sadores y tendencias que, si nos fijam o s en ío sustancial de su concepción
del m undo y de su m étodo, siguen teniendo sus raíces en el períod o de
anteguerra, pero que intentan, ahora, con ciliar las tradiciones filo só ficas
dom inantes en el pasado con la nueva situación.
L a fig u ra m ás im portante de este períod o de transición es la de Max.
Scheler. Se trata de un pensador ingenioso, dinám ico y m u ltifacético, sin
convicciones firm es y que se d eja llevar dem asiado de las corrientes en
boga en cada m om ento, pero en el que se destaca, a pesar de todo, una
lín ea fu n d am en tal: la de salir fuertem ente al paso de las exigencias qüe
plantea la "estabilización relativa” . Su deseo es fundam entar una concep­
ció n del m undo intrínsecam ente acusada, que se rem onte sobre el fo r­
m alism o de los neokantianos, una firm e jerarq u ía de los valores apta para
desem peñar un papel im portante en la consolidación de la sociedad burgue­
sa alem ana.
Se trata, en condiciones radicalm ente distintas, de reanudar el p ro ­
gram a de concepción del m undo que conocem os ya de D ilth e y Y no es
extrañ o que Scheler hable en térm inos muy elogiosos de la "p rev iso ra
g en ialid ad '’ de D ilth e y .H- L a afin id ad con estas tendencias se m anifiesta
tam bién en el- hecho de q u e S ch eler se h alle muy alejad o de aquel rela­
tivism o abierto y fran co y rad icalm ente paradógico que Sp en g ler repre­
sentaba, según veíam os, en la filo s o fía de la vida. A veces, h a podido
preguntarse, incluso, si hay razón para adscribir plenam ente a Scheler
a la filo s o fía de la vida en un sentido ortod oxo, teniendo en cuenta que su
je rarq u ía de los valores se rem onta constantem ente sobre la vida y cu l­
m in a en valores m ás altos que ésta.
S ch eler com parte con D ilth ey , a quien trata de desarrollar y fu nd a­
m entar con los m étodos discursivos de la fen o m en o lo g ía husserliana, la
convicción de q u e las categorías, las norm as, los valores, etc., h an de obr
tenerse y desarrollarse orgánicam ente, a base de la objetivid ad vivida d e
los o b jeto s filo só fico s, p o r m edio d e la "in tu ició n eid ética” . Y este
carácter intuitivo d el m étodo lo sitúa en la más inm ediata proxim idad a
la filo s o fía de la vida. H asta podríam os afirm ar que, p o r este cam ino,
incorpora Sch eler a la gran corriente del irracionalism o de la filo s o fía
de la vida la fen o m en o lo g ía de H usserl, que, a pesar d e la sim patía q u e
por e lla sen tía D ilth ey , perm anecía alejad a, hasta entonces, de las tenden­
cias de concepción del m undo de la filo s o fía de la vida (p erso n alm en te, 02

02 Scheler, Schriften nus dem Nachlass, Berlín, 1933, p. 290.


SC H ELER 387

H usserl rechazaba ésta y luchaba p o r una filo s o fía com o "cie n cia ri­
gurosa” ).®3
N o debe exagerarse, claro está, el valor de esta repudiación de la filo ­
so fía de la vida p o r H usserl. É ste aparenta no querer m ezclarse en los
excesos agnosticistas de la filo s o fía de la vida. Pero, cuando entra a tratar
los problem as fundam entales de la teoría del conocim iento, en seguida
se ve que se h alla muy cerca del m achism o. S ch eler se lim ita, pues, a
tom ar de H usserl el m eollo irracionalista-relativista, un p oco escondido
en él. F ijém o n o s solam ente en las m anifestaciones husserlianas acerca de la
realidad del m undo exterio r: " E l problem a de la existencia y la natura­
leza del 'm undo exterior’ es un p roblem a m etafísico. L a teo ría del con o­
cim iento, com o explicación gen eral acerca del ser ideal y el sentido va­
ledero del pensam iento cognosciente, abarca, cierto es, el problem a general
de si es posible, y hasta qué punto, un saber o un co n jetu rar racional de
o b jeto s o de cosas ’reales’ que trascienda p o r p rin cip io de las vivencias
cognoscientes y a cuyas norm as ten ga q u e acom odarse el verdadero sen­
tido de tal saber; pero no e l p roblem a em píricam ente planteado de si
nosotros, los hom bres, a base de los datos de h ech o que nos son dados,
podem os alcanzar realm ente sem ejante saber, ni m ucho m enos la tarea
de llev arlo a cabo. L a teoría del conocim iento, tal com o nosotros la
concebim os, no es, propiam ente habland o, ninguna teoría. N o ' es una
ciencia, en el sentido acusado de una unidad basada en la explicación
teórica.” 61 Y la m ism a afinidad co n el m achism o presenta, com o en se­
guid a verem os, el m étodo husserliano de "e lim in ar, p oniénd olo en tre
paréntesis” , el problem a de lo dado p o r la realidad.
S ch eler es una figura de transición, com o es tam bién un p erío d o de
transición aquel en que logra su filo s o fía una in flu en cia predom inante.
U n p erío d o de transición entre dos grandes crisis d e la dem ocracia en
A lem ania y sus ideologías, un períod o tran sitorio de respiro. L a vo lu bi­
lidad d e Scheler y su propensión a d ejarse in flu ir fácilm en te contribuyen
a hacer de él, en este período, u n a fig u ra central. H abiend o sid o dis­
cíp u lo de Eucken, se a filia más tard e a H usserl, pero intentand o al m ism o
tiem po ensanchar la fenom eno lo gía, así en lo tocante a l contenid o com o
e n cu anto a la concepción del m undo. E n sus obras m ás im portantes del
período de anteguerra lucha p o r una ética intrínseca, contra e l fo rm alism o
kantiano y p o r una jerarqu ía o b je tiv a de los valores. E ste aparente o b je ti­
vism o conserva todavía, durante m ucho tiem po, tendencias jerárqu icas in ­
fluidas p o r la filo so fía católica, rem iniscencias del escolasticism o; tend en­
cias que, por lo demás, venían acusándose en la m etod o logía ló g ica de la.
fenom eno lo gía ya desde B olzano y desde B rentano. E l catolizante S c h e le r 63

63 Husserl, "Philosophie ais strenge Wissenschaft”, en Logos, año I, Tubihga,


1910.
04 Husserl, Logische Untersuchungen, Halle, 1913-1921, t. II, p. 20.
388 LA FILOSOFÍA DE LA VIDA

presen ta cierto paralelism o co n la filo s o fía social d e Sp an n ; y am bos


corren* e n cierto m odo, la m ism a suerte, a l verse desplazados y criticados
desde la derecha p o r corrientes más radicalm ente reaccionarias, en la se­
gunda crisis del períod o de posguerra.
L a versatilidad de Scheler y su propensión a d ejarse in flu ir fácilm ente
se revelan tam bién en el hecho de que después de h aber com batido sobre
todo e n sus escritos de guerra, siguiendo sobre poco m ás o m enos la lín ea
de Som bart, el "e sp íritu in g lés” , desde el punto de vista de la filo s o fía de
la vida, al lleg ar el períod o de la estabilización relativa se desarrolla en é l,
por e l contrario, u n a m arcada y am plia sim patía p o r l a cultura contem ­
poránea occidental. E n este p eríod o, intenta, adem ás, arm onizar su je ra r­
q u ía o b je tiv a d e lo s valores con el relativism o histórico im perante, ayu­
dando a fu nd am entar una "so cio lo g ía d el saber” en la que esta transacción
ocupa e l lu gar m etod ológico central. L a proxim idad de la crisis, cuya
agudización no lle g ó *y a a alcanzar Scheler, in tro d u jo en su filo s o fía un
ensom brecim iento pesim ista, un pred om inio todavía m ás m arcado d el rela­
tivism o antropológico. Y este relativism o viene a corroer y desintegrar
con fu erza Cada vez m ayor su jerarq u ía d e los valores. M ien tras que al
principio sus ideas acerca de D io s eran casi una rem iniscencia de las d e
T om ás de A qu ino, ahora su filo s o fía de la relig ió n va convirtiéndose
poco a poco casi en un com pleto ateísm o, al proclam ar en el plano de la
filo s o fía de la relig ió n un D io s que se desarrolla paralelam ente con
el hom bre, doctrina q u e en su ú ltim o períod o se trueca poco m enos q u e en
una autodeificación d el hom bre religioso-ateísta.
D e este m odo, el intento scheleriano de engarzar el relativism o de la
filo s o fía de la vida con una jerarq u ía f i ja apenas pasa de ser un episodio
m ás bien fugaz en la trayectoria de la filo s o fía de la vida, hasta lleg ar
al fascism o. P ero este episodio, aunque muy transitorio, no carece de
sig n ificació n : incorpora la fen o m en o lo g ía a la corriente de la filo so fía
de la vida o, para decirlo m ás exactam ente: en Scheler se m anifiestan
abiertam ente p o r prim era vez las tendencias irracionalistas y filo só fico -
vitales de la fen o m en o lo g ía; aparece ya ostensible en este pensador lo
que en H usserl se presentaba todavía encubierto b a jo la lim itación del
m étodo a los problem as de 1¿ lógica fo rm al. Y tam bién la p sicolo gía
"d escrip tiv a”, la "co m p ren sión ” de los fenóm enos históricos (p o r op o­
sición a su explicación ca u sa l), aparece unida, aquí, a la "e id é tica” husser-
liana. E l carácter apodíctico "in te m p o ra l” de la fen o m en o lo g ía ( l a he­
rencia de B olzano y B re n ta n o ) se revela com o m era apariencia, tan pronto
com o Scheler aplica el m étodo al estudio de los fenóm enos histórico-
sociales concretos: se p one c m an ifiesto la profun da afinidad con e l
relativism o d e D ilth e y y Sim m el.
F ijé m o n o s ahora un p oco m ás de cerca en el m étodo fe n o m en o lo g ía )
de Scheler. E l m ism o* traza una im agen clara d e él, en u n artícu lo
SC H ELER 389

escrito en 1 9 1 3 . L a fenom eno lo gía, nos dice, es " e l nom bre que se da
a una actitud de contem plación intelectual que nos perm ite v er o vivir
algo que de otro modo permanecería, ocu lto ” .03 Y el pro pio Scheler
reconoce, aquí m ism o, francam ente, la to tal subjetividad de este m étod o:
" L o vivido y contem plado sólo aparece !dado’ en el acto m ism o de la
vivencia y la contem plación, al realizarse éste: se m anifiesta en él y sola­
m ente en é l.” Su carácter fundam ental es: " É l más vivo, el m ás intensivo
y el m ás directo contacto de vivencia con el mundo m ism o.” Y polem iza
contra la conocida crítica que G u ille rm o W u n d t hace a H usserI, en la
que aquél satiriza el tip o husserliano de exposición, diciendo que H usserI
da u n a larga serie de d efin icio n es sobre lo que un concepto no es, para
acabar estableciendo una pura tau tología, al d ecir, p o r e jem p lo , que
" e l am or es el am or” . L a incom prensión d e W u n d t reside, según Scheler,
en que desconoce la "actitu d ” fenom eno ló gica, consistente en "llevar a la
contemplación del l e c t o r .. . alg o que, p o r su esencia sólo es susceptible
d e s e r contem plado” . T o d a la exp o sición an terio r es una sim ple prepa­
ración, y la "tau to lo g ía” que aparece al fin a l, viene a d ecir: "A h o ra , ahí
lo tien es, m ira y lo verás.”
Estas m anifestaciones indican cuán acusadam ente se contenían ya en la
fen om en o lo gía, desde el prim er m om ento, los rasgos filo só fico -v itales e
irracionalistas. Scheler se m antiene a lo largo de toda su vida com o
un fie l y agradecido d iscípulo d el m étod o h u sserliano; se aju sta siem pre al
m étod o de trab ajo de la fenom eno lo gía, que, según la patente de H usserI
"p o n e entre paréntesis” todo o b je to que se trata de "co n tem p lar” , es
decir, prescinde de su realidad, para ob ten er así una "co n tem p lació n ”
de las "entid ades puras” o bjetivas sobre la que no grav iten lo s datos de la
realidad y poder, de este m odo, p roclam ar apodícticam ente dichas "e n ti­
dades” b ajo una form a supuestam ente ob jetiv a.
E n este m étodo se revelan muy claram ente lo s dos aspectos de la tra­
yectoria filo só fica general d el p e río d o im perialista, o sea la ín tim a tra­
bazón del irracionalism o intuitivista co n la seud oobjetividad . Q u e el
m étodo se basa en la intuición es cosa b ien sabida, y Sch eler no trata
tam poco de ocultarlo, com o hem os visto. E n cuanto al fundam ental carácter
irracionalista, aparecía, en u n p rin cip io , encubierto p o r el hecho de que
H usserI y sus prim eros discípulos se habían ocupado, preferentem ente,
de problem as de lógica fo rm al, d e análisis d e sig n ificad o ; y e llo p odía
crear en e l p ro p io H usserI la ilu sión d e que h ab ía descubierto, con la
fen om en o lo gía, u n m étodo para tratar la filo s o fía com o una "cie n cia
rigurosa” .
P ero, ya a este propósito conviene observar que e l im portante lu gar que
la ló g ica ocupa en la m etod o logía no excluye, ni m ucho m enos, e l ¡ r a ­
cionalism o. P o r el contrario, lóg ica fo rm al e irracionalism o, filo só ficam en te 65

65 Scheler, Schriften aus dem Nacblass, ed. cit., pp. 266 ss.
390 L A F IL O S O F ÍA DE L A VIDA

considerados, aunque sean térm inos antinóm icos entre sí, son, no obstante,
dos m odos polarm ente coordinados de una actitud ante la realidad. E l
nacim iento del irracionalism o guarda siem pre una estrecha relación con
los lím ites de la captación del m undo desde el punto de vista de la lógica
fo rm al. U n tratam iento dialéctico de lo contradictorio, de las form as del
entendim iento, de las determ inaciones de la reflex ió n , supera, elevándolos
a categorías de razón, los elem entos de hecho invocados aquí com o punto
de partida, com o pruebas e ilustraciones del carácter irracional de la
, realidad. Y es precisam ente característico de las form as de transición
al extrem o irracionalism o el hecho de que esta antítesis, que antes se
m anifestaba, históricam ente, com o el antagonism o de dos corrientes e n ­
frentad as, desem peñe ahora un papel decisivo en la estructura interna
d e esta filo so fía . A sí, vem os cóm o tam bién en Scheler la je rarq u ía ética,
aun recibiendo d e la intuición su verdadera fundam entación intrínseca,
se construye y se deslinda en sus tipos, los unos con respecto a los otros,
con ayuda de consideraciones extraordinariam ente lógico-form ales. Este
papel que se asigna a la ló g ica fo rm al, que es el de ser, en cierto m odo,
el corpiño de la intuición y el irracionalism o, se observa en todos los
filó so fo s surgidos de la escuela de H usserl, incluyendo a H eid egger. P ero
en todos ellos es algo puram ente auxiliar. E l contenid o esencial de esta
filo s o fía es irracionalista en escala ascendente, e irracionalistas son, asi­
m ism o, los principios estructurales decisivos, no los que sirven de apoyo
a la construcción externa.
L a tendencia a la seudoobjetividad se da en la fen om en o lo gía desde
e l p rim er m om ento. A h ora bien, en H usserl, la fen om en o lo g ía sólo
parece ser, al principio, una renovación de las tradiciones de B olzan o y
B ren tan o . E l problem a de la realidad o b jetiv a sólo surge en toda su
fuerza cuando los fenom enólogos abandonan el terreno p u ram en te-iogíco
y convierten en o b je to de la "eid ética” los fenóm enos de la vida social.
La trayectoria p o sterior de la fenom eno lo gía asume cada vez m ás .re ­
sueltam ente la pretensión de fundam entar una ciencia de la realidad, una
on tología. Pero, para ello, habría tenid o que plantearse — incluso dentro
de los m arcos de la fenom eno lo gía— el problem a de cuándo y en qué
condiciones pueden llegar a suprim irse "lo s paréntesis” entre los que se
colocan las "en tid ad es” fenom enológicam énte contem pladas, el problem a
de si la "e id é tica” capta, aquí, la realidad independiente de la conciencia
y de si la capta certeram ente.
S in em bargo, el "p o n er entre paréntesis” descarta radicalm ente esta
cu estión; la "e id é tica ” no sólo puede proyectarse sobre un entronque de
significad os, sino tam bién sobre una im agen puram ente fantasm al, lo
m ism o que sobre un re fle jo (e x a cto o fa ls o ) de la realidad. La esencia
del "p o n e r entre paréntesis” consiste, precisam ente, en que éstas form as de
pensam ientos, tan radicalm ente distintas las unas de las otras en cuanto
SC H ELER 391

a sus relaciones con la realidad, se reducen todas ellas, para los efectos
de la investigación fenom enológica, a un com ún denom inador, es decir,
son consideradas todas p o r la investigación com o de la m ism a na­
turaleza.
Es, pues, evidente que, por este cam ino, resulta insoluble todo el p ro ­
blem a de la realidad, el problem a de saber si el o b je to que tenem os ante
nosotros después de "su p rim ir los paréntesis” , es un sim p le parto d e la
conciencia o el r e fle jo de algo que tien e un ser independiente de ella.
Y no d eja de ser altam ente interesante el que este g ran v ira je , de la
indagación de la conciencia a Ja ciencia del ser, de la fen om en o lo g ía a
la o n to lo g ía — el llam ado "v olv erse hacia las cosas” — , se haya operado
casi inadvertidam ente. T o d o consiste, sencillam ente, en declarar los o b je ­
tos fenom enoJógicos com o o b jeto s d e la on to lo g ía, tran sform an do así
la "e id é tica” , insensiblem ente, en una renovación de la "in tu ició n in ­
telectu al” .
Este proceso es característico d el reforzam iento, no pocas veces insen­
siblem ente gradual, pero irresistible, del pensam iento orientad o hacia lo
m ítico , en el im perialism o de posguerra. Se d eja a la espalda, declara­
tivam ente, la teo ría neokantiana del conocim iento del períod o de anteguera
(m anten iend o, en realidad, intacto su subjetivism o y su ag n o sticism o ),
a la vez que se co n fiere la evidencia evidente p o r sí m ism a del ser, a base
d e su captabilidad puram ente intuitiva, a la "réa lid a d ” irracional que
sólo puede captarse intuitivam ente.
P or el m om ento, nos hem os abstenido deliberadam ente de Criticar las
prem isas sobre que descansan la teo ría fenom eno ló gica del conocim iento
y el m étodo que de e lla se deriva, con o b je to de que se destacaran
claram ente toda su vacuidad y carencia de fu ndam ento. P ero, no cabe
duda de que la crítica debiera arrancar ya, en realidad, del "p o n e r
entre paréntesis” . L o único que este fam oso m étodo viene a decir, m a­
nifiestam ente, es que en nada se d iferencian, en cuanto tales representa­
ciones, por así expresarlo, la del hom bre y la del diablo. Pero de esta
identificació n puram ente fo rm al no es p osible extraer t —sin recurrir a
ardides lógicos— ninguna clase de construcciones de carácter intrínseco.
Y ésta es, precisam ente, la pretensión de la "e id é tica” .
Si los fenom enólogos se detuvieran a analizar un poco este punto cen­
tral de su m étodo, necesariam ente se d arían cuenta de que sin apelar
a la realidad ob jetiv a es sencillam ente im posible investigar el contenid o
de u n a ' representación, ni por la v ía intuitiva ni por la discursiva. E l
contenido de una representación sólo se o b tien e’ com parando sus rasgos
concretos, sus entronques, etc., con la realidad o b jetiv a y, de este m odo,
m ediante este cotejo, enriqueciendo, com plem entando, rectifican do , etc.,
la representación originaria. Cuando Scheler, p o r ejem p lo, para volver
sobre el que él m ism o pone, proyecta su "e id é tica” sobre él am or, lo que
392 LA FILOSOFÍA DE LA VIDA

tien e que hacer es reunir, sum ar y com parar todos aquellos re fle jo s de
la realidad o b je tiv a en el pensam iento que fo rm an el fen óm en o am or,
elim inand o lo que cae fu era de él, propiam ente ( l a sim ple sim patía, la
am istad, e t c .) ; sólo entonces está en condiciones de llev ar a cabo su
"e id é tica ” . L o que, e n efecto , hace no es "p o n e r en tre paréntesis” la rea­
lidad, sin o apelar constantem ente a ella. E l "p o n e r entre paréntesis”
sólo es un m étodo esp ecífico de la fen om en o lo g ía en cuanto que con
e llo se p o n e desde el p rim er m om ento a la arbitrariedad irracionalista,
idealista-su bjetiva, un seudónim o encam inado a fin g ir una objetivid ad que
no tien e: se destruye, no sólo gnoseológicam ente, isino tam bién en cuan­
to al contenido concreto, la relación entre las representaciones y la rea­
lidad objetiva, y se crea un "m éto d o ” que esfum a y hasta hace desaparecer
la d iferencia entre lo verdadero y lo falso, entre lo necesario y lo arbi­
trario, entre lo real y lo que es, sim plem ente, fru to de las cavilaciones.
A sí, p o r ejem p lo, al "p on erse entre paréntesis” p o r igual al hom bre y al
d iablo, se elim ina, basándose para ello en que — en un plano psicológico
inm ediato— se trata en am bos casos de representaciones, la d iferen cia’
esencial de que, para determ inar el contenido de éstas, nos atenem os en
el p rim er caso a la realidad m ism a y en el segundo a la im aginación. D e
aq u í que la o n to lo g ía fenom eno ló gica no se pare tam poco a indagar el
dudoso derecho a "a b rir el p aréntesis” . P o r la sen cilla razón de que
sólo 1q h a cerrado para colocar en e l m ism o p lan o la verdad y la fic ­
ción , la realidad y el m ito, para tend er la cortina de hum o de una m ítica
seudoobjetividad. P o r donde llegam os a la conclusión de que el m étodo
q u e H u sserl declara com o "rigu rosam ente cie n tífic o ” equivale e n verdad
a esta declaración id ealista-su bjetiva: m is representaciones determ inan la
esencia de la realidad. L a aproxim ación gn oseológica de H usserl a M ach
no tien e, p o r lo tanto, nada de casual. E xiste, sin em bargo, una d ife ­
rencia, ya que a llí donde los m achistas y los kantianos intentan deduc­
ciones, H usserl se contenta con la proclam ación de la certeza in ­
tuitiva.
Scheler, que se h alla todavía, ciertam ente, al com ienzo de esta trayec­
toria, tiene, com o la escuela toda, la pretensión de h aber superado el
form alism o y el subjetivism o de los kantianos. Y a hem os visto hasta qué
punto este m étodo envuelve u n a arbitrariedad subjetivista q u e sobrepuja
incluso a l neokantism o. Y , para corroborar esto, pondrem os aquí un p e­
queño e jem p lo , tom ado de la tem prana y volum inosa obra de Scheler
so b re filo s o fía m o ral. E n ella, leem o s: " L a institución de la esclavitud
n o era, p o r tanto, una institu ción que p e rm itía e l avasallamiento de per­
sonas, sino p o r e l co n trario : si re g ía e l derecho a poder m atar al esclavo,
a venderlo, etc., era p o rqu e e l esclavo re representaba a sí m i s m o .. . no
como persona, sino solam ente, p o r e jem p lo , com o hom bre, com o Y o.
com o su jeto físico , etc., es decir, porqu e se representaba todavía com e
SC H ELER 393

cosa.” 06 P o r tanto, la conciencia del esclavo (d e la que, p o r lo dem ás,


es muy dudoso que coincida siem pre, p o r e jem p lo en E spartara, con lo
que la "e id é tica ” scheleriana cree "co n tem p lar” en e lla ) no nace de la
institu ción económ ico-social, sin o q u e es, p o r el contrario, aquélla la que
crea socialm ente la esclavitud. A la luz de éste e jem p lo , nos damos clara
cuenta de que co n esa supuesta "e id é tica ” o b je tiv a podem os lleg ar a
"co n tem p lar” todo lo que queram os.07
V em o s, pues, cuán podrido, cuán carcom ido p o r la arbitrariedad subje-
tivista, se h alla e l fu ndam ento sobre e l que Sch eler trata de levantar la
pirám ide de su jerarq u ía o b je tiv a y eterna de los valores. A la sim ple
vivencia sólo se añade aquí una ló g ica fo rm al extraordinariam ente pobre,
com o cuando, p o r e jem p lo , S ch eler argum enta que la existen cia de los
valores p ositivos representa algo positivo y su no existencia, por el con ­
trario, alg o negativo, etc. E s claro que sem ejante ló g ica fo rm al sólo puede
ofrecer, de esté m odo, a lo sum o, u n m arco abstracto. L o esencial, aquello
de q u e em ana el contenido, es la arbitraried ad su bjetiva d el "v o lv erse a
contem p lar” , d e q u e hablábam os m ás arriba. D e aquí que sea ya algo
arbitrario, p o r tanto, la determ inación de los d iferen tes tipos de conducta
ética (p u es tam poco Scheler, a l ig u al que D ilth e y , pasa d e u n a tip o lo g ía ),
com o es arbitraria, sobre todo, su je rarq u ía supuestam ente o b jetiv a. Pues
ésta, según Scheler, "rio puede nunca deducirse o derivarse . . . R ig e , para
ello [e s decir, para el acto de la p referen cia, G. Z ,.], una 'evidencia
preferente’ intuitiva, que ninguna cíase de deducción lóg ica puede su­
p lir” .08
Surge, así, en la ética de S ch eler una relación y u n a jerarq u ía de tipos
puram ente arbitrarias. Sch eler enum era en tre ello s e l tip o d el santo, el
del g en io , e l del héroe, e l d el esp íritu cond u ctor y el del artista del goce,
en u n orden q u e equivale precisam ente a su "ra n g o ” . E s cierto que
Sch eler aduce, d e vez en cuando, algunas características seud ocientíficas,
seudoobjetivas, com o p o r ejem p lo la d e que u n fen ó m en o se "fu n d a ”
sobre o tro , etc. P e to , com o estas argum entaciones aparentem ente lógicas
se basan, a su vez, en~una intu ición jpuramente su bjetiva, pueden siem pre
in vertirse a g u sto y an to jo de cada cu al. Su tip o lo g ía ética es, p o r tanto,
at tnás n i m enos q u e la tip o lo g ía diltheyana d e la concepción del m undo,
una pu ra yuxtaposición d e tipos, y tam bién S ch e le r se ve obligad o, com o
D ilth ey , a co n fesar que en tre estos tipos m edian, en realidad, insolu bles
contradicciones, q u e tam poco la nu ev a concepción d el m undo lo g ra re­
ducir, p ara establecer entre ellas, p o r tan to , u n a g rad ación jerárq u ica d o­
tada d e vigencia real. S ch eler envuelve esta co n fesió n d el relativ ism o ex-

00 Scheler, "Der Formalismus in der Ethik und die materiale Wertethik”, en


Jahrbuch fü r P hilosophie und phänom enologische Vorsehung, ts. I y II, Halle, 1 9 1 }
y 1916, te il, p. 353.
07 Ibid., t. I, p. 483. 88 Ibid., p. 491.
394 LA F IL O S O F ÍA D E L A VIDA

trem o b ajo el nom bre de la "trag ed ia esencial” de todo ser personal fin ito
y de su (e se n c ia l) im perfección m o ral.01’ N in g u n a persona fin ita, nos
dice, puede ser al m ism o tiem po santo, héroe, g en io , etc. " D e aquí que sea
insoluble a través de una persona fin ita todo posible antagonismo de
voluntad, es decir, toda po sible 'pugna' entre ejem p lares de los tipos de
personas-valores (co m o arq u etip os) . . . Es trágica, p o r tanto, una pugna
en la que sólo podem os im aginarnos com o p o sib le ju ez para ventilarla
exclusivamente a la d ivinid ad.” E l pro pio S ch eler se da cuenta, com o
vemos, de que, para no desintegrarse en un com pleto relativism o, su
ética necesita un com plem ento, que no es otro que la "te o ría esencial de
D io s” . Y ya hem os visto cóm o el D io s de Scheler, fenom enológicam ente
concebido, se va disolviendo poco a poco, a m edida que se desarrolla la
trayectoria de su autor.
L a cosa es clara: tan prflnto com o el m undo social experim enta, una
conm oción real, se derrum ba necesariam ente la je rarq u ía supuestamente
o b jetiv a y eterna de los valores, e irrum pe victoriosam ente la tendencia
subjetivista, relativista y arbitraria. Esta tendencia a la disolución de su
propia filo s o fía la observam os en las obras del ú ltim o períod o de Sche-o
ler, donde los tipos hum anos no se hallan ya ordenados p o r una supuesta
objetividad eterna, sino que el filó so fo se ve obligad o a buscar para todo
una fundam entación francam ente antrop ológica: "T o d a s las form as del
ser dependen del ser del hom bre. T o d o el m undo o b jetiv o y sus m odos
•de ser n o son un 'ser en s í’, sino solam ente el im pacto y un fragm ento
de este ser en sí, adecuados a toda la organización espiritual y física del
hom bre. Solam ente partiendo de la im agen esencial, del h o m b r e .. . p o­
dem os . . . sacar una conclusión con respecto a los verdaderos atributos del
fundam ento suprem o de las cosas.” 70 Scheler se acerca ya, aquí, al es­
cepticism o nihilista de Spengler. Y no d eja de ser sign ificativo que, en
los años de la posguerra, rom pa ya con todas las tradiciones husserlia-
nas de la "rig u ro sa” cientificidad , para abrazar abiertam ente el cam ino
de la anticientificid ad más irracional. " L a cien tificid ad -^ d ic e en una
de sus obras de este períod o— no encierra sig n ificació n alguna, esen­
cialm ente, para o b ten er y establecer una concepción d el m u n d o.” 71 P o r
donde Scheler, com o toda la filo s o fía de la vida, no acierta a rem ontarse
por sobre una tip o lo g ía relativista; tam poco la teo ría spengleriana de los
círculos culturales era o tra cosa que una tip o lo g ía pom posam ente in flad a
y, en realidad, históricam ente superficial.
E l m odo de ser personal d e S ch eler le p erm itió dar a la filo s o fía de
la vida un g iro que respondía a las necesidades de la "estab ilización
relativa” . E l nuevo eslabón interm edio que S ch e le r introduce a^üí, en 09

09 Ibíd., t. II, pp. 472 ss.


74 Scheler, Philosopbische Weltanschauung, Bonn, 1929, P- 11.
71 Scheler, Moralia, Leipzig, 1923, p. 8.
SCHELER 395

consonancia con su tiem po, es su "so cio lo g ía d el saber” , cuyos resultados


y cuya m etod o logía esp ecífica estudiarem os en d etalle cuando analicem os
la sociología alem ana del períod o im perialista. P o r e l m om ento, sólo
nos interesa destacar com o facto r filo só ficam en te im portante, en prim er
lugar, que Scheler' cree sobreponerse a su relativism o cada vez m ás ex­
trem o inventando una nueva term in olog ía para d esign arlo; la nueva p ala­
b ra m ágica es, ahora, la de "p erspectivism o” . ( D e l m ism o m odo cree
M an n h eim "su perar” el relativism o recurriendo a la palabra m ágica de
"relacio n ism o ” . ) Y , en segundo lugar, que Sch eler resucita aquí la ilusión
d el D ilth ey de los años de vejez, la ficticia esperanza de que el relativism o
extrem o, llevado a sus últim as consecuencias, se encargue de superarse
a sí m ism o.
Sin em bargo, Scheler va m ucho m ás allá que D ilth ey , com o corresponde
a l d esarrollo m ás avanzado del im perialism o. M ien tras que D ilth e y sólo
descubre un relativism o incancelable en e l en ju iciam ien to de los fenóm e­
nos históricos, Sch eler entiende que el relativism o se re fiere a los aconteci­
m ientos m ism os. H e aquí sus p alabras: " N o es relativo solam ente nuestro
conocimiento (q u e tiene sus propias fases de re lativ id ad ) d e los 'hechos
históricos', sin o que lo son los hechos mismos en cuanto al ser y al ser
así, y n o sim plem ente con respecto a la sim ple 'conciencia d e qu ien los
consid era’. Solam ente existe una 'cosa en s í’ m etafísica, no una 'cosa en
s í ’ h istórica.” 72

Scheler aspira, aquí, com o hará poco después de é l M an n h eim , a que


e l relátivism o se supere a sí m ism o, precisam ente al ser llevad o hasta
sus consecuencias más extrem as, hasta el fin a l. Basándose, según la m oda
d e entonces, en una analogía su p erficial con la d eform ad a teoría d e la
relatividad de E instein, Scheler pretend e, a base d e estas prem isas, fu n *
d ar un "p erspectivism o” histórico. E sta tentativa entraña la estricta ne­
gació n d e toda existencia o b je tiv a de los hechos h istóricos ( l a negación
d e la "co sa en s í” histó rica) y,- a l m ism o tiem p o, la supeditación "d e
todas las im ágenes históricas 'p o sibles', a través d el contenid o del m om ento
individual y d el punto de vista p ro p io de qu ien las considera, e n e l
tiem po absolu to” . L o que vale tanto com o d ecir q u e es e l historiad or
e l qué e n cada caso crea la historia.
A dem ás, la "so cio lo g ía del saber” d e Scheler se p ro pone com o m isión
d em ostrar históricam ente este relativism o, p o niend o d e relieve p rin cip al­
m en te la d iferen te orientación fu nd am ental d el cono cim iento europeo y
e l asiático (a llí " d e la m ateria hacia el alm a” , aqu í, p o r e l contrario,
" d e l alm a hacia la m ateria” )» T a m b ié n en este p u nto se percibe clara­
m en te cóm o e l "perspectivism o” h istórico h a sid o creado con la m ira
de desacreditar com o un "p re ju ic io pro vincial” la filo s o fía m aterialista
del O ccid ente. Y a este relativism o gnoseológico se le da un fu nd am ento

72 Scheler, Versuch einer Soziologie des Wissens, Munich-Leipzig, 1924, p. 117.


396 LA FILOSOFÍA DE LA VIDA

abundantem ente su p erficial: " L a persona que — para poner un ejem p lo


tosco— se h alle hoy en R om a, al d ía siguiente en P arís y poco después
en B e r lín o en M ad rid , percibe ya p o r este solo cam bio He su lugar de
residencia el m undo extenso de los cuerpos de un m odo m enos real y
sustancial. E l m undo de lo s cuerpos va adquiriendo, para él, el carácter
cada vez más o b jetiv o de un con ju n to de im ágenes.” 73
D e este m odo, pretende S ch eler lleg ar a una transacción entre el rela­
tivism o de la filo s o fía de la vida y su ob jetiv a y eterna jerarq u ía de los
valores. C on ello, se acom oda a las necesidades de la "estabilización rela­
tiva” y se acerca, a tono Con ello, a determ inadas tendencias del períod o
de anteguerra de la filo s o fía de la vida. Y así, casi creem os estar oyendo
a Sim m el, cuando Scheler afirm a que "to d o lo m ecanizable debe, ser
m ecanizado” .74 P ero la sabiduría sim m eliana de la filo s o fía de la vida
en torno al dinero com o* "gu ard ián de las puertas de la interiorid ad ” se
m antenía todavía en un plano com pletam ente general. E n Scheler, en
cam bio, ya en el períod o de la "estabilización relativa” , esta tendencia en­
traña la tom a de posición en fav or de una dem ocracia "d esd e arriba” (p o r
oposición a la dem ocracia plebeya de la R evolución francesa, y sobre todo
de la revolución p ro le ta ria ), y especialm ente en fav or de las posibilidades
culturales de un capitalism o del tip o del que grandes capas de la so­
ciedad aguardaban, en A lem ania, al lle g a r los días de la "relativ a esta­
bilización ” .
Sch eler interpreta el estado de aquel presente com o la pugna por una
nueva m etafísica, cuyo nacim iento se h alla íntim am ente vinculado a la
crisis p o lítico-so cial de la época. " L a fo rm a sociológica de la dem ocracia
'desde ab a jo ’ . . . es, en general, más b ien enem iga que am iga de todas
las form as superiores del saber: Son los dem ócratas de origen liberal quie­
nes, sobre todo, h an m antenido en alto y desarrollado la ciencia po­
sitiva.” Y , com o "p ru eba” de ello se aduce el desarrollo revolucionario
que va desde las guerras de los cam pesinos hasta el bolchevism o y los
"m ito s de las clases” ; y otra "p ru eb a” de lo que afirm a la ve tam bién
Scheler en e l fascism o. Son, según él, "signos de fuego de una poderosa
necesidad m etafísica, que no cabe duda de que deben ser tom ados en con ­
sideración, y si no se da satisfacción a esta necesidad m ediante el nuevo
desarrollo de una m etafísica buena y racional, en esta época relativa­
m ente m etafísica de Europa, es muy p ro bable que eche p o r tierra la
construcción de la ciencia” . L a fu n ció n de desviar este peligro, la fu n ­
ción "estabilizad ora” , se asigna al nuevo relativism o scheleriano. Pues,
p o r todas partes se señala " e l final del cienticism o positivo com o una
m anera de pensar enem iga p o r princip io de la m etafísica” . " L a tendencia
a la autosuperación de la dem ocracia parlam entaria coincide, pues, de

78 lbíd., pp. 114 j .


74 Scheler, D e r F o r m d is m u s in d e r E t h ik , etc., ed. cit., t. II, p. 384.
HEIDEGGER Y JASPERS

un m odo extraño con la m etafísica de la vida y la m etafísica sucedánea


m aterialista o sem im aterialista que m ás arriba hem os c a ra c te riz a d o .. . y
con la autosuperación del historicism o enem igo de lar m etafísica p o r el
perspectivism o h istó rico .” 75
L a filo s o fía de la vida, que d ebió su popularidad, prim ordialm en te, al
sordo descontento con la situación presente de la cultura, al desasosiego
poco consciente producido p o r el estado de cosas existen té en la sociedad,
es “consolidada” p o r Scheler jerárqu icam ente, p rim ero, y después pers-
pectivam ente; e lla m ism a pasa p o r una "co n so lid ació n relativa” , aun­
que sin que se em bote p o r ello , naturalm ente, su punta, d irigid a sobre
todo contra el socialism o; cam bia ún icam ente el estilo de la lucha, a tono
co n las ilusiones burguesas cifrad as en la "rela tiv a estabilización” .
Y esta ín tim a afin id ad electiva de un pensador com o Scheler, versátil,
acom odaticio y de espinazo bastante fle x ib le , con las necesidades ideológicas
d e este breve p erío d o de tran sición lo exalta durante algún tiem po al
puesto d el pensador decisivo de la A lem ania burguesa. P ero Scheler sólo
aspira á una transacción, y no puede, log rar o tra cosa. E s muy sig n ificativ o
que un pensador tan profun dam ente hundido en el relativ ism o y en el
irracionalism o de su tiem po, sueñe con una "m e ta física buena y racional” .
Estas tendencias a la com ponendá le asociaban muy d e cerca a las tend en­
cias dom inantes de una breve fase de tran sición. P ero estas m ism as fu er­
zas harán muy p ro n to que toda su filo s o fía caiga en e l olvido.

VI

E l M iérco les de C eniza d el su bjetivism o parasitario


(H e id e g g e r, Ja sp e rs)

El s e n t im i e n t o de desazón d el presente, que e n S ch eler aparecía aún


suavizado, irrum pe abiertam ente en la filo s o fía d e u n representante más
jo v en d e la escuela fenom eno ló gica, M a rtin H eid eg g er. L a fen o m en o lo g ía
pasa a ocupar, con él, m om entáneam ente, e l cen tro d el interés filo só fic o
de la intelectualidad alem ana. P ero ahora se con v ierte en la id eo lo g ía del
am argo despertar del individ ualism o d el p eríod o im perialista, después
de la em briaguez. Y a la m ism a "co n so lid ació n ” d e la filo s o fía de Sch eler
no era m ás que un eco le ja n o y apagado de aq u ella autoconciencia a
q u e el subjetivism o im perialista h a b ía dado exp resión en la filo s o fía de
D ilth ey y, sobre todo, en la de Sim m el. E ra p recisam ente el relativ ism o ,
extrem o e l que p arecía servir de fu nd am ento a la soberan ía d e esta co n ­
cien cia: cuanto venía considerándose com o firm e se conv ertía, ahora, en
u n punto d e vista subjetivo, todo lo o b je tiv o se en focaba com o una fu n ­
ció n o relación puram ente relativa, condicionada p o r el su jeto. C on ello ,

75 Scheler, V e r s u c h e in e r S o z io l o g i e d e s W i s s e n s ; ed. cit., pp. 133 rr.


398 LA FILOSOFÍA DE LA VIDA

el sujeto, pese a su resignación relativista, p o d ía considerarse ante sí


m ism o com o el creador del universo espiritual o, por lo m enos, com o la
p otencia que — a su propia im agen y sem ejanza, a su arbitrio y con
arreglo a sus propias necesidades interiores— h ab ía sacado de un caos ca­
rente de sentido un cosmos presidido p o r el orden, co n firién d o le autár-
quicam ente sentido y razón de ser y conquistándolo para sí, com o cam po
de sus vivencias. L a. filo s o fía de la vida, incluso la de Sim m el, expresa
este sentim iento general de un m odo todavía m ás cauto de lo que hab ían
solido hacerlo los autores del períod o im perialista. (P ién sese, ante todo,
en la lírica de G eorg e y de R ilk e .)
Los duros tiem pos de la prim era G u erra M u nd ial im perialista, tan . llen a
de bruscos bandazos del destino, y el períod o de sus consecuencias, tra­
je ro n consigo un poderoso cam bio del estado de espíritu. P ersistió la
tendencia subjetivista, pero cam bió radicalm ente su tónica fu nd am ental,
su atm ósfera. E l m undo no era ya un gran escenario llen o de cam bios y
mudanzas, en que el Y o , cam biando a cada paso de ro p aje y m oviendo
a su antojo< el decorado y la tram oya, representara sus propias tragedias
y com edias interiores. A qu el m undo se había trocado en un cam po de
ruinas. E n los tiem pos anteriores a la guerra, había podido criticarse, con
una actitud de elegante filo s o fía de la vida, lo que la cultura capitalista
ten ía de inerte y de m ecánico. Eran aquellos torneos espirituales inocentes
e inocuos, en unos m om entos en que la existencia social parecía in con ­
m ovible y garantizaba, al parecer, la vida indem ne del subjetivism o para­
sitario. P ero las cosas cam biaron al derrum barse el régim en g u ille rm in o :
ahora, el m undo social com enzaba a in fu n d ir tem or a este subjetivism o; el
m undo que estos subjétivistas se perm itían criticar a todas horas, pero
que era la base inexcusable de su existencia, am enazaba con hundirse p o r
todas partes. N o había nada seguro, ningún punto de apoyo. Y , en m edio
del páram o, se alzaba el individuo solitario, llen o de angustia y m iedo.
Situaciones sociales relativam ente parecidas provocan necesariam ente
tendencias relativam ente afin es en el cam po del pensam iento y del
sentim iento. E n vísperas de estallar la revolución de 1 8 4 8 , que fu e un acon­
tecim iento europeo internacional, se desintegró d efinitivam ente el ind i­
vidualism o rom ántico. La filo so fía dé aquella am argura rom ántico-indivi­
dualista p o sterior a la em briaguez fu e form ulad a entonces, b a jo la fo rm a
más original en su época, p o r el danés Sóren K ierkegaard , el más im por­
tante de los pensadores producidos p o r aquella crisis y aquel derrum ba­
m iento. N o tiene, pues, nada de extraño que ahora, al im ponerse este esta­
do de ánim o depresivo, ya unos cuantos años antes de que estallara la
crisis, en form a de presentim iento de los som bríos acontecim ientos que
se avecinaban, los pensadores guías de la nueva etapa, el husserliano
H eid egger y el en otro tiem po psiquiatra K a rl Jaspers, proclam aran e l
renacim iento de la filo s o fía kierkegaardiana.
HEIDEGGER Y JA SPERS 399

Com o es natural,, se procuró introd u cir en ella, para hacerla apta a


su nueva fu nción, las m odificaciones im puestas por los tiem pos. L a re li­
giosidad ortodoxa-protestante y la estricta fe lu terana en la B ib lia , p ro ­
fesadas p o r K ierkegaard , resultaban ya inservibles para las nuevas nece­
sidades. T e n ía n , en cam bio, una actualidad extraord inariam ente viva su
crítica de la filo s o fía hegeliana — com o crítica de toda tendencia a la
objetivid ad y a la universalidad del pensam iento racional, de toda con­
cepción progresiva de la historia— , y su fundam entación de una " filo s o ­
fía existen cial” , nacida de las sim as profundas de la desesperación de
un subjetivism o extrem o, que se devoraba a sí m ism o y que encontraba
su ju stificació n precisam ente en el pathos de esta desesperación, en la
pretensión de denunciar com o vanas y vacuas quim eras del pensam iento
todos los ideales de la vida histórico-social, p o r op osición a la única
realidad existen te: el sujeto.
H u elg a decir qué la nueva situación histórica obligaba a m o d ificar p ro ­
fund am ente esta filo so fía , para que pudiera cum plir su com etido. Estas
m odificaciones van dirigidas, sobre todo, en un sen tid o: m ientras que la
filo s o fía de K ierkegaard enderezaba sus tiros contra la idea burguesa del
progreso, contra la dialéctica idealista de H eg el, los renovadores de la
filo s o fía existencial se preocupan ya de luchar, principalm ente, contra el
m arxism o, aunque en sus obras rara vez lo m encionen p o r su nom bre y
d irectam ente; y, en esta nueva lucha, procuran apoyarse, a veces, en los
lados reaccionarios de la filo s o fía hegeliana. E l hecho de que, ya en
K ierkegaard , esta filo s o fía existen cial n o fu era o tra cosa que la ideolo­
g ía del m ás triste filisteísm o, la id eo lo g ía de la angustia y el tem blor, del
m iedo, no im pidió que, en vísperas de la tom a d el poder p o r H itle r,
y del períod o nihilista, que así se abría, del llam ad o "realism o h ero ico ” ,
esta filo s o fía ganase a extensos sectores de la A lem ania pensante. L ejo s
dé ello, este filisteísm o trágico-pretensioso fu e precisam ente el fo n d o psi-
cológico-social sobre el que pudo proyectarse la in flu en cia de H eid egger
y Jaspers.
L o que distingue al existencialism o del resto de la filo s o fía de la vida
no es ninguna clase de divergencias program áticas profundas, sino esta
tónica de la desesperación. Ñ ores-, n a tu ra lm en te,'u n azar ni un detalle
puram ente term inológico el hecho de que la divisa de la "v id a ” , en fática­
m ente trem olada p o r aquella filo s o fía se sustituya ahora, con no m enos
énfasis, p o r la consigna de la "e x iste n cia ” . A u nque en el fo n d o de la
d iferencia haya más de estado de ánim o que de m etod o logía filo só fica,
se expresa en ella, sin duda, algo intrínsecam ente nuevo y no desdeña­
b le : la intensidad del aislam iento, de la soledad, del desengaño y de la
desesperación infun de a la palabra "ex isten cia” un nuevo contenido. La
palabra "v id a” , en que se hacía antes tanto hincapié, alude a la conquista
del m undo por la subjetividad ; esto explica por qué los activistas fascistas
..„u LA FILOSOFÍA DE LA VIDA

de la filo s o fía de la vida que habrán de relevar en seguida a H eid eg g er y


Jaspers, ponen de nuevo en circulación aquella divisa, aunque dándole,
a su vez, un contenido nuevo. E l térm ino de "e x iste n cia” , com o leitm otiv
de la filo s o fía entraña la repudiación de m ucho de lo que la filo s o fía de
la vida afirm ara en otro tiem po com o vivo y que ahora se considera ac­
cidental, no existencial.
E s cierto que este estado de ánim o no era ya ajen o a la filo s o fía de
la vida de los tiem pos anteriores a la guerra. N o digam os en N ietzsche,
en el que la selección partiendo de la "v id a ” , la repulsa de una parte de
ésta, recuerda ya tanto la filo s o fía m ilitan te de la vida del p refascism o y
del fascism o. P ero tam poco D ilth e y y Sim m el se m uestran ajen o s a estas
inclinaciones. B aste pensar en la "trag ed ia de la cultura” de Sim m el y
en sus intentos de solución, entre cínicos y resignados. Y el pro p io D iJ-
they escribe, en u n a o casión : " E l análisis actual de la existencia hum ana
nos in fu n d e a todos un sentim iento de precariedad, de im perio de los
im pulsos oscuros, de su frim iento ante las som bras y las ilusiones, de
fin itu d de todo lo que es vida, aunque e llo engendre las m ás altas form as
de la vida colectiv a.”
P ero, sería fa lso no ver en esto m ás que una d iferencia cuantitativa,
uria sim ple d iferen cia de tónica. A un siendo muy im portante fija rs e en el
fu ndam ento colectivo, en el ser social del períod o im perialista, para darse
cuenta de que los motivos sociales y psíquicos que h iciero n surgir el
existencialism o h abían actuado desde el p rim er m om ento, no lo es m e­
nos, d e o tra parte, el no perder de vista lo que hay en él de esp ecífica­
m ente nuevo. Pod ríam os decir que estos m ism os m otivos actúan aquí
en otras proporciones, acercándonos así a este algo nuevo. E n este cam bio
cualitativo de las proporciones se expresa, precisam ente, la tónica filo ­
sófica fundam ental del existencialism o. M ien tras que la anterior filo s o fía
de la vida rechazaba, principalm ente, las "fo rm a d m uertas” del ser social,
oponiéndoles la vitalidad de la subjetividad to tal com o órgano de con ­
quista de la "v id a ” , la ruptura se produce ahora en el seno m ism o del
su jeto ; m ientras que antes — a to no con la teo ría aristocrática del cono­
cim iento a que necesariam ente conducía este cam ino— se dividían los
hom bres, hasta cierto punto, en dos clases, los que vivían la vida y
los que quedaban al m argen de ella, ahora se considera en p elig ro la vida
de todos, la vida en general. Y este p eligro se m anifiesta precisam ente
en el sentim iento de convertirse en algo no esencial, de caer en el pozo
de lo que no vive. La acentuación en fática de la existencia en vez de la
vida y hasta en contraposición a e lla, expresa cabalm ente la angustia ante
esta accidentalización de la vida en g en eral; al hacer hincapié en la exis­
tencia, se busca aquel m eollo , aquel alg o auténtico de la subjetividad que
se co n fía en salvar y se aspira a p o n er a salvo de este desastre general

7® Dilthey, W e rke, ed. cit., t. V II, p. 150.


HEIDEGGER Y JA SPER S 401

inm inente. E l patkos de la nueva corriente expresa, p o r tanto, el ansia


de salvar la existen cia escueta de una catástro fe universal; este estado de
ánim o básico m uestra, en ello, cierta afinidad con e l de K ierkegaard .
H e id eg g er aúna todavía m ás resuelta y conscientem ente q u e S ch eler las
tendencias diltheyanas con la fenom eno lo gía y hasta enlaza más estrecha­
m ente de lo que lo hiciera el propio D ilth ey la descripción y la
herm enéutica, con lo que, naturalm ente, no hace más que acentuar el
subjetivism o fran co y abierto. " E l sentido m etódico de la descripción
fenom eno ló gica — dice H eid egger— es una interpretación.” 7778 Y hasta la
intuición y el pensam iento son presentados por él c o m o . "derivados ya le­
jan o s del com prender. T am b ién la 'intu ición eid ética’ de la fenom eno­
lo g ía se funda en el com prender e xisten ciarió ."
Pese a esta exaltación de las tendencias subjetivistas, en H eid eg g er se
destaca tal vez con m ayor fuerza todavía que en sus predecesores la " t e r ­
cera v ía ” filo s ó fic a : la pretensión de sobreponerse a la antítesis de idea­
lism o y m aterialism o (é l lo llam a r e a lis m o ): "L o s entes son independien­
tes de la experiencia, el saber y lo s conceptos co n que se abren, descu­
bren y d efin en . P ero el ser sólo 'es’ en la com prensión del ente a cuyo
ser es inherente lo que se llam a com prensión del ser.” 79 H eid eg g er e je ­
cuta este m alabarism o gnoseológico tan característico de todo el períod o
im perialista d e tal m odo que, em pleando la palabra "ex iste n cia” ( " s e r
a h í” ) , ap aren ta una objetividad independ iente de la conciencia hum ana,
si bien su "s e r a h í” no sign ifica, cabalm ente, otra cosa q u e la m ism a exis­
tencia hum ana y, en definitiva, m ás aún, sim plem ente su m anifestación
en la conciencia.
H eid egger resuelve este decisivo p roblem a de la "terce ra v ía ” filo só fica
a base del predicado apodíctico y la "in tu ició n eid ética” . E l m ism o se da
cuenta, necesariam ente, de que con su posición se acerca a aquel círcu lo
vicioso qué ya D ilth ey h ab ía percibido en las prim eras m anifestaciones
de la filo s o fía de la vida. "P e ro si la interpretación tien e en cada caso
ya que m overse dentro de lo com prendido y alim entarse de ello ¿cóm o
va a dar resultados cien tífico s sin m overse en un círcu lo , sobre todo m o­
viéndose, encim a, la com prensión presupuesta den tro del conocim iento
vulgar del m undo y de los h o m b res?” 80 P ero, m ientras que D ilth ey , m o­
vido p o r un m iedo cien tíficam en te honrado, se d eten ía ante este círcu lo
vicioso, H eid eg g er corta resueltam ente e l nudo gordiano con ayuda de la
intuición eid ética (co n la que, gracias a su irracionalista arbitrariedad,
puede descubrirse l o que sé quiera, sobre todo si se da el paso on to ló g ico
hacia e l s e r ) : pues el com prender " s e revela” [ ? ] com o " la expresión de
la existenciaria estructura del 'previo’ pecu liar a l 'ser a h í’ m i s m o .. . P o r

77 Heidegger, El ser y el tiempo, trad. de José Gaos, ed. Fondo de Cultura


Económica, México, 1951, p. 43.
78 Ibid., p. 170. 79 Ibid., p. 212. 89 Ibid., pp. 176 ss.

26
402 LA FILOSOFÍA DE LA VIDA

ser el com prender en sentido existénciario el 'poder ser’ del 'ser a h í’


m ism o, los supuestos ontológicos del conocim iento histo rio g ráfico supe­
ran radicalm ente Ja idea del rig o r de las m ás exactas ciencias. L a m a­
tem ática no es más rigurosa que la h istoriog rafía, sino que tan sólo está
basada en un círcu lo más estrecho de fundam entos existenciarios” .
D e l sign ificad o esp ecífico de lo histórico en H eid egger hablarem os m ás
adelante. A qu í sólo nos interesa hacer constar que H eid eg g er desliza de
contrabando en e l ser o b jetiv o , "o n to ló g icam en te” , el "co m p ren d er” , es
decir, una actitud puram ente de conciencia, con lo que trata de crear,
entre lo subjetivo y lo o b jetiv o un tornasolado claroscuro sem ejante
al que en su d ía pretend ía introd u cir M ach con respecto a la esfera de la
percepción; am bos tratan, en realidad — b ajo form as distintas, a tono
con los propósitos distintos— , de d isfrazar b ajo el falso bautism o de
posiciones objetivas (seu d o o bjetiv as) lo que no son sino posiciones
idealistas subjetivas. C on la d iferencia de que los m achistas bautizan m u­
ch o m ás abierta y fran cam ente las percepciones inm ediatas com o la única
realidad (se u d o o b jetiv a) asequible a nosotros, m ientras que H eideggpr
nos presenta e l proyecto de una — supuesta— ciencia especial de la o b je ­
tividad pura, de la ontología. C laro está que, al igual que los fenom enó-
logos anteriores a él, no nos dice cuál es e l cam ino que conduce de la
realidad o b je tiv a "e n tre paréntesis” a la auténtica objetivid ad , indepen­
d iente d e la conciencia. P o r e l contrario, estatuye una estrecha y orgánica
trabazón entre la fen om en o lo g ía y la ontología, haciendo que la segunda
b rote d irectam ente de la p rim era; "F e n o m en o lo g ía es la fo rm a d e acceder
,a lo que debe ser tem a dé lá o n to lo g ía y la fo rm a dem ostrativa de deter-
|minarlo. La ontología sólo es posible como fenomenología.” *1 P ero
’cuando inm ediatam ente antes d efin e H eid egger el o b je to , nos dem uestra
q u e de lo que se trata es de la arbitrariedad intuitivlsta (e s d ecir, irracio­
n a lista ) de la "in tu ició n eid ética” : "co n evidencia, aquello que inm ediata
y regularm ente ju sto no muestra, aquello que, al contrario de lo q u e
inm ediata y regularm ente se muestra, está oculto, pero que a l p ar es
algo que pertenece p o r esencia a lo que inm ediata y regularm ente se m ues­
tra, d e tal suerte q u e constituye su sentid o y fu nd am ento” . T a l es, cabal­
m ente, según él, " e l ser de los entes” , el o b je to de la ontología.
EJ progreso que el m odo de p lantear el problem a p o r H eid egger re­
presenta con respecto al del m achism o estriba en que aquél sitúa enér­
gicam ente en el centro m ism o la d iferencia entre la esencia y el fen óm e­
no, m ientras que éste sólo po d ía establecer en el m undo de los fenóm enos
distinciones abiertam ente subjetivistas (e n cuanto a la "eco n o m ía del
pensam iento” ) . P ero lo que había d e progresivo en cuanto al p roblem a
del conocim iento y que, p o r el ham bre de objetividad que aquella época
sentía, contribuyó no poco a la influ encia de H eid egger, quedó inm e-

81 Ibíd., p. 41.
HEIDEGGER Y JA SPERS 403

diatam ente contrarrestado por el carácter de sus respuestas: según este


m étodo, sólo la "in tu ició n eid ética” puede decidir lo que se capta com o
"e sen cia” "o cu lta” , partiendo de la realidad directam ente existen te y
percibida por la v ía subjetiva inm ediata. P o r tanto, la objetivid ad de los
o b jeto s ontológicos sigue siendo, en H eid egger, algo puram ente decla­
rativo y la proclam ación de esta objetivid ad on tológica sólo puede co n ­
d ucir a la exaltación del seud oobjetivism o y — p o r virtud del principio
y criterio intuitivista de selección— a la exaltación del carácter irracional
de esta esfera de la objetividad.
P ero este oscurecim iento term inológico del idealism o subjetivo se aclara
cada vez que H eid egger pasa a hablar de cuestiones concretas. Citarem os
solam ente un e je m p lo : "Verdad sólo la ’hay’ hasta donde y mientras el
'ser ahí’ es . . . Las leyes de N ew to n, e l princip io de contradicción, cu al­
quier verdad sólo es verdad m ientras el 'ser a h í’ es. A n tes d e que todo
'ser a h í’ fuese y después de que todo 'ser a h í’ haya d ejad o de ser, ni
fu e ni será verdad alguna, p o rqu e la verdad, en cuanto es el 'estado de
abierto’, el descubrim iento y el 'estado de descubierto’ que es, no puede
ser en tales circunstancias.” 82 C o ncepció n ésta no m enos idealista-su bje­
tiva que la de cualquier secuaz d e K a n t o de M ach y A venarius.
Y este m alabarism o con categorías seu d oobjetivas sobre una base sub-
je tiv ista extrem a se m antiene a todo lo largo de la filo s o fía de H eid egger.
H eid egger se presenta ante nosotros con la pretensión de fundam entar
una te o ría o b jetiv a del ser, una o n to lo g ía, pero d efin e, en e l fo n d o , de
un m odo puram ente subjetivista, aunque, envuelta en frases seudoobje-
tivistas, la esencia ontológica de lo que es cabalm ente la categoría cen­
tral de su universo. D ice , habland o de la existen cia (d e l "s e r a h í” ) :
" b a jo el punto de vista on tológico es e l 'ser a h í’ fu nd am entalm ente dis­
tin to de todo lo 'ante lo s o jo s ’ y 're a l’. Los 'estado de su ser’ n o se
fu nd an en la sustancialidad de u n a sustancia, sin o en e l 'estado de ser
e n sí m ism o’ del 'sí m ism o’ existen te, cuyo ser se con cibió conio cu ra.” 83
Y , en otro pasaje d e su o b ra : " E l e n t e . . . som os e n cada caso nosotros
m ism os. E l ser de este ente es, en cada caso, mío.” 84
L a arbitrariedad m ás arriba analizada d el paso a la — pretendida—
o bjetivid ad se revela con toda claridad en algunas observaciones m etod o­
lógicas que preceden a las an teriores: "M á s alta que la realidad está la
posibilidad. L a com prensión de la fen o m en o lo g ía radica únicam ente en
tom arla com o posibilid ad .” Pues, es evidente q u e qu ien aspire d e un
m odo serio a superar cien tíficam en te (y filo só ficam en te ta m b ié n ) toda
arbitrariedad subjetivista-irracionalistá no puede tener otra pauta para
d istinguir entre la posibilidad auténtica o la sim plem ente im aginaria que
la realidad o b jetiv a. P o r esó H e g el distingue, con toda razón y muy

82 íbid., p. 260. 83 Ibid., p. 349. 84 Ibid./ pp. 49 y 44.


404 LA FILOSOFÍA DE LA VIDA

nítidam ente, entre la p osibilid ad abstracta y la concreta. Y es el sub­


jetivism o consciente kierkegaardiano e l que invierte la je rarq u ía d e las
posiciones filo só ficas, colocando la posibilid ad p o r encim a de la reali­
dad, con el fin de crear. — e n el v acío— un m argen para las libres
decisiones del individuo, preocupado única y exclusivam ente de la sal­
vación de su alm a. H e id eg g er sigue aquí a K ierkegaard , pero con la
d iferencia, de la que salen muy m al paradas la consecuencia y la h on ra­
dez de su m odo de filo so far, de que — en este punto y p o r oposición
a su m aestro— se obstina en declarar, a pesar de todo, Ja objetividad de
las categorías que así nacen (lo s llam ados "e x isten ciario s” ) .
L a pretensión de objetividad aparece todavía más m arcada en H eid eg ­
g er que en Scheler. A pesar de lo cual, el carácter subjetivista de la
fen om en o lo gía resalta ei» aquél m ucho más bruscam ente que en éste. La,
tendencia husserliana de rigurosa objetividad se esfum a totalm ente aquí.
H eid egger, que se esfuerza por fundam entar una teoría o b jetiv a del ser,
una d ntología o b jetiva, se ve obligad o p o r ello a deslindar nítidam ente
este cam po del de la antropología. P ero, cuando pasa a hablar de sús
problem as centrales y no se lim ita a tratar desde le jo s cuestiones de
pura m etod ología, resulta que su o n to lo g ía no és, en rigor, otra cosa que
una antrop ología basada en la filo s o fía de la vida, disfrazada b a jo ro ­
p a je objetivista. (H e id e g g e r se h alla, pues, en este punto, ante un
dilem a insoluble, com o en su tiem po D ilth ey , según hem os visto; y
de nuevo nos encontram os con la m isnia antítesis en tre am bos pensado­
res: D ilth e y retrocede, asustado, ante el dilem a ^ trata de soslayarlo;
H eid egger, en cam bio, corta el nudo con elegante actitud declarativa y
de un m odo francam ente iira cio n a lista .) Es característico, p o r ejem p lo,
que trate de p o n er de relieve la fundam ental tendencia antropológica de
la "ló g ic a trascendental” de K a n t, p ara hacer de este filó so fo un p re­
cursor del existencialism o, lo m ism o que Sim m el trataba de hacer de
él un precursor de la filo s o fía de la vida.
Pero esta tendencia se m an ifiesta por d oquier en H eid egger, sin cir­
cunscribirse a la interpretación de la filo s o fía de K a n t. Según su con ­
cepción, la an tropología no es, actualm ente, una disciplina especial, sino
qüe " la palabra designa hoy una tendencia fundam ental de la posición
actual que el hom bre ocupa fre n te a sí m ism o y en la totalidad del
ente. D e acuerdo con esta posición fundam ental, nada es conocido y
com prendido hasta no ser aclarado antropológicam ente. A ctualm ente la
antropología no busca sólo la verdad acerca del hom bre, sin o que p re­
tende decidir sobre el significad o de la verdad en g en eral” .85 Y explica
esta posición suya, que entraña la identidad en tre su o n to lo g ía y la an- 83

83 Heidegger, K a n t y e l p r o b le m a d e l a m e t a f ís ic a , trad. de G. Ibscher y E. C


Frost, ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1954, p. 175.
HEIDEGGER Y JA SPER S 405

tro p olog ía, diciendo que si es cierto que no h a hab id o ninguna otra
época en que se haya sabido tan to acerca d el h om bre com o en la actual,
"e n n in g ú n tiem po se h a sabido m enos acerca de lo que el hom bre
es. E n ninguna época h a sido, e l hom bre tan pro blem ático com o en la
actual” .
Q ued a claram ente expresado, con ello , el carácter negativo de las
tendencias de la concepción del m undo de H eid eg g er. L a filo s o fía no es
ya, para él, la ciencia "rig u ro sa” e im parcial de H usserl, pero tam poco el
punto d e partid a hacia una concepción concreta del universo, com o lo era
la filo s o fía de la vida desde D ilth e y hasta Sp en g ler y Scheler. Su fu n ­
ción consiste m ás bien, según H eid eg g er, en " d e ja r abierta p o r m edio
de preguntas la investigación” .86 P osición que com enta así, con un pathos
a la m anera de K ierk eg aard : " ¿ T ie n e sentido, hay derecho a pensar que
el hom bre, p o rqu e e l fundam ento d e su ín tim a fin itu d le hace necesitar
de la 'o n to lo g ía’, es decir, d e la com prensión del ser, es 'cread or’ e ’in ­
fin ito ’, p o r lo tanto, a sabiendas de que la id ea de una ciencia in fin ita
no rechaza nada de sí ta n rad icalm ente com o la o n to lo g ía ? . . . ¿O som os
acaso víctim as de la locura de la organización, la agitación y la velocidad
a tal g rad o que ya no podem os ser am igos de lo esencial, de lo sim ple y
lo c o n s ta n te .. . ? ” 87
P o r tanto, lo que H eid eg g er llam a fen o m en o lo g ía y o n to lo g ía no
es, en . realidad, o tra cosa que u n a descripción antropológica de la exis­
tencia hum ana con tendencias abstractas hacia e l m ito, lo q u e en s u í
descripciones fenom enológicas concretas se convierte insensiblem ente
en u n a pintu ra — -no pocas veces interesante y hasta cautivadora-— de
la existen cia del filiste o intelectual en la época d é crisis d el períod o im ­
perialista. Y , hasta cierto punto, el pro pio H e id eg g er lo reconoce así.
Su program a es m ostrar el ser " t a l com o es 'inm ed iata y regularm ente’,
en su 'cotid ianid ad ’ 'de térm ino m ed io’.” 88 Y lo que hay, en rigor,
de interesante en e l m odo de filo s o fa r de H e id eg g er es, en efecto , esa
descripción extraordinariam ente porm enorizada de cóm o " e l h om bre” ,
el su jeto portad or de la existencia, se desintegra y se pierde a sí m ism o,
"in m ed iata y regularm ente” , en ésta cotidianidad.
N o podem os trasladar aquí esta im agen held eggeriana, entre otras ra­
zones p o r fa lta de espacio. D estacarem os solam ente un aspecto d e e lla :
el de q u e la fa lta d e verdad de la existen cia cotidiana, tal com o la ve
H eid egger, lo que é l llam a el "d erru m barse” d e la existen cia se debe
al ser social. L a sociabilidad d el hom bre es, para H e id e g g e r,. uno d e
* los "existen ciario s” de la existen cia, térm in o que en la esfera d e ésta
equ ivale, en la term in o lo g ía heid eggeriana, a lo que son las categorías

86 Ibid., ed. esp., p. 203. *r Jbíd., ed. esp., p. 204.


88 Heidegger, S e r y tiempo, ed. cit., p. 20.
406 LA FILOSOFÍA DE LA VIDA

en el cam po del pensam iento. A h o ra h ie n , la existen cia social equ iv ale


al reinado anónim o del "u n o ” . C itarem os un p asaje un poco extenso de
esta descripción, para que el lecto r pueda fo rm arse una im agen concreta
de la on tologia h eid eggeriana:
" E l 'qu ién’ no es éste ni aq u él; n o uno m ism o, ni algunos, n i la
sum a de otros. E l 'qu ién es cualquiera, es uno’ . . . E n este 'n o sorpren­
d er’, antes bien resultar inapresable, es donde d espliega e l ’uno’ su ver­
dadera dictadura. D isfrutam os y gozam os com o se g oza; leem os, vem os
y juzgam os de literatura y arte com o se ve y se ju zg a; incluso nos apar­
tam os del ’m ontón’ com o se apartan de é l; encontram os ’sublevante’ lo
que se encuentra sublevante. E l u n o ’, que no es nadie determ inado
y que son todos, si bien no com o suma, p rescribe la fo rm a de ser de la
cotid ian id ad . . . T o d o s son el otro y ninguno é l m ism o. E l ’un o’, con
el que se responde a l a ‘pregunta acerca d el 'q u ién ’ del 'ser a h í’ co ti­
diano, es el nadie’, al que se h a entregado en cada caso ya to d o 'ser
a h í’ en el 'ser uno entre otros’. E n los expuestos caracteres d el ser d el
cotid iano 'ser uno con otro ’, Ja 'distanciación’, el 'térm in o m ed io’, el
'aplanam iento’, la 'publicidad’, e l 'descargar del ser’ y e l 'salir al en­
cuentro’, estriba la inm ediata 'constancia’ del 'ser a h í’ . . . 'U n o ’ es en
el m odo del 'estado de ser no en sí m ism o’ y la 'im propiedad’. Este m odo
de ser no sign ifica menoscabo alguno de la facticidad del 'ser a h í’, com o
tam poco el 'uno’ es, por ser el 'nad ie’, una nada. A l contrario, en esta
fo rm a de ser es el 'ser ah í’ un ens realissimum, caso, de que se com pren­
d a ’realidad’ com o ser en la fo rm a d el 'ser a h í’ . C iertam ente que el 'u no’,
d ista tanto de ser 'ante los o jo s ’ com o el 'ser ahí-’, en gen eral. Cuanto
m ás francam ente gesticula el 'uno’, tanto m ás inapresable y disim ulado
es, pero tanto m enos es tam bién una nada. A l 'v er’ óntico -ontoló gico
exento de prevenciones se le desem boza com o el 'su jeto m ás real’ de la
cotidianidad.” 89
Esta? descripciones constituyen la parte m ás vigorosa y m ás sugestiva
de El ser y el tiempo y en ellas reside, muy verosím ilm ente, la razón de
ser de la extensa y p ro fu n d a in flu en cia lograda p o r esta obra. H eid eg g er
traza aquí, cón los recursos de la fenom eno lo gía, una serie de interesantes
estam pas d e la vida interior, de la concepción del m undo en que se
re fle ja e l proceso de desintegración de la intelectualidad burguesa de los
años de ']g. posguerra. Estam pas sin duda alguna sugestivas, porqu e son
— en el plano descriptivo— im ágenes auténticas y fieles, apegadas a la
vida de aquellos re fle jo s de conciencia que la realidad del capitalism o
im perialista, e n e l períod o d e posguerra, provoca en quienes ni son ca- •
paces ni están dispuestos a rem ontarse sobre las vivencias de su existen cia
in divid ual para orientarse hacia la ob jetiv id ad , es decir, hacia la inda-

■*» Ihid., pp. 147//.


HEIDEGGER Y JA SPER S 407

gación de las causas histórico-sociales que las producen. P ero no se crea


que H eid egger, con estas tendencias, se h alla solo, en su época; tend en­
cias parecidas a éstas aparecen expresadas, no sólo en la filo s o fía de
Jaspers, sino tam bién e n gran p arte d e la literatu ra- del m ism o p eríod o
(bastará, en apoyo de ello , con citar la novela d e C élin e, Voyage au
bout de la nuit y lo s casos d e Jo yce, G id e, M a lra ú x y otros). S in em ­
bargo, y aun reconociendo lo que tien en, en p arte, de certeras estas des­
cripciones de estados d e ánim o,, es obligad o p regu n tarse: ¿hasta qué
punto responden a la realidad o b je tiv a ; hasta qué punto transcienden
estas descripciones de la inm ediatividad de lo s sujetos que así reaccio­
n a n ? N o cabe duda de que esta pregunta tien e u n a im portancia p rim o r­
dial para la filo s o fía . E n cuanto a la literatura, es evidente que e l rango
d e sus obras está determ inado, asim ism o, p o r la vasta concreción y p ro ­
fundidad con que sepan representar la realidad, pero e l m argen es, aquí,
m ucho m ás elástico, si bien no tenem os p o r qué en trar ahora en la p ro ­
blem ática que esto plantea.
Q u e las estam pas trazadas p o r H e id eg g er se refieren a lo s estados de
ánim o provocados p o r la crisis d el capitalism o im perialista d el p eríod o
d e la posguerra n o lo revela solam ente la in flu e n cia d e esta obra, al
rebasar con m ucho los círcu los de lectores esp ecíficam ente interesados p o r
los pro blem as d e la filo so fía , sin o que h a sid o tam bién reiterad am ente
señalado p o r lo s críticos filo só fico s, unas veces e n p la n de elo g io y otras
veces e n tono de, censura. L o que aquí describe H e id eg g er es el reverso
subjetivo-burgués, intelectual, d e las categorías económ icas d el capitalis­
m o, claro está que presentado b a jo la fo rm a d e u n a subjetivación radi­
calm en te idealista y, p o r tanto, deform ad o. E n este sentido, podríam os
decir q u e H eid egger prosigue la tend encia de Sim m el cuando hablaba
de "co n stru ir un piso d eb ajo del m aterialism o h istó rico ” , para p o n er de
relieve, al parecer, .las prem isas filo só ficas y hasta m etafísicas de esta
teoría. S in em bargo, la d iferen cia es, en este pu nto, m ás instructiva toda­
v ía que la afinidad . Esta d ife r e n c ia r e m an ifiesta tan to en la m etod o logía
com o en la tó n ica de la obra de H eid egger. M etodológicam ente, p o r cuan­
to que, p o r oposición a H eid egger, que critica expresam ente el m a­
terialism o histórico y trata de "ah o n d arlo ” en el sentido de su propia
filo so fía , m ediante una interpretación tergiversada, H eid eg g er om ite
toda re feren cia a aquella teoría. El ser y el tiempo no sólo s e cuida
d e o m itir sistem áticam ente el hom bre d e M a rx , incluso en las alu­
siones que se hacen m anifiestam ente a su doctrina, sino q u e borra
tam bién, intrínsecam ente, todas las categorías Objetivas de la realidad
económ ica
E l m étod o d e H eid eg g er es rad icalm ente su b je tiv ista: sus descripciones
versan exclusivam ente sobre los re fle jo s aním icos d e la realidad económ i­
co-social. S e revela prácticam ente en e llo la identidad interior entre la
408 LA FILOSOFÍA DE LA VIDA

fen o m en o lo g ía y la o n to lo g ía, e l carácter p u ram ente su bjetivo d e ésta,


a pesar d e todas las declaraciones de ob jetiv id ad . M ás aún, se m uestra,
incluso, q u e este sesgo hacia la o n to lo g ía — pretend id am ente o b jetiv a—
h ace la concepción filo só fic a del m u nd o to d av ía m ás subjetivista d e lo
q u e era en la época del subjetivism o abiertam ente radical d e un Sim m el,
p o r e jem p lo . M ien tras que en éste se vislu m bran, p o r lo m enos, algunos
p álid os y deform ados contornos de la realidad social o b jetiv a, en H eid eg-
g e r ésta queda reducida sim plem ente a una sucesión de estados de ánim o
descritos en el p lan o fen om en o ló g ico .
Y este cam bio de m étodo guarda la m ás estrecha relación con el cam ­
b io de tónica fu nd am ental. Sim m el filo so fa b a en los días ju v en iles y
llen o s d e esperanza de la filo s o fía d e la vida. A u nque apuntara a la
"tra g ed ia de la cu ltu ra” y criticara la civ ilizació n capitalista, recuérdese
q u e el d inero era, p ara él, " e l gu ard ián d e las pu ertas de la interiorid ad ” .
A l aparecer en escena H eid eg g er, h ace ya m u cho tiem po que se han
derrum bado estas ilusiones. L a interio rid ad del individ uo ha renunciado
ya, de larg o tiem po atrás, a todos los p lán es d e conqu ista del m u nd o; ya
lio considera el m undo social en to rn o com o alg o, sin duda p ro ble­
m ático, p ero en el q u e to dav ía pu ed e d esplegarse lib rem en te, a pesar de
todo, la pura interiorid ad , sino com o una am enaza constante, pavorosa
e inaprensible, que se ciern e sobre todo lo que d aría su razón esencial de
ser a la subjetividad .
C laro está que n o se trata tam poco de una vivencia nueva d el hom bre
burgués b a jo el cap italism o : ya Ibsen , p o r ejem p lo , la -h a b ía plasm ado
literariam ente m uchos años antes, en aq u ella fam o sa escena en que su
P eer G y n t — sím bolo del p ro blem a de la intrascendencia o la fa lta de
contenid o sustancial de su p ro p ia vida— d esh o jab a una cebo lla, para
encontrar en e lla solam ente h o ja s, sin n in g ú n co g o llo . E n H eid egger,
esta vivencia d e P ee r G y n t, q u e se sen tía ya v ie jo y desesperado de sí
m ism o, se con v ierte en la m áxim a d eterm inante d e sus d escripciones. N o
o tro es el sentido d e su "u n o ” (q u e , trad u cid o d e nuevo a l le n g u a je d e la
vid a social sim boliza la vida p ú blica, d ém ocrático-burguesa, d el períod o
im perialista, digam os, p o r tanto, de la época d e W e i m a r ) : " P o r ende,
e n e l un o’, el com prender d el 'ser a h í’ 've m a l’ constan tem ente sus
proyecciones respecto a las genuinas posibilid ad es d e ser.” 90 L o que es,
para H eid egger, alg o así com o u n a pru eba o n to ló g ica del antid em ocra­
tism o. Y , m ás adelante, d esarrolla este m ism o p ensam iento con m ayor
plasticidad concep tu al: " E l 'ser a h í’ se derrum ba d e sí m ism o en sí m is­
m o, en la fa lta de base y la n ih ilid ad d e la cotid ian id ad im p ro p ia.” Es
precisam ente esto lo que ocu lta la vida p ú blica y lo q u e aparece com o
"v id a concreta” . N o se trata, sin em bargo, m ás q u e de u n engañoso tor-

80 Ibíd., p. 201.
HEIDEGGER Y JA SPERS 409

b ellin o . "E s te constante despegarse de la propiedad, fin g ién d o la em pero


siem pre, a una co n el apegarse al u n o . . . La cotidianidad del término me­
dio del 'ser ahí’ puede d efinirse, según esto, com o el 'ser en el mundo’
abierto-cayendo, proyeciante-yecto, al que en su 'ser cabe el ’mun­
do’ y en el 'ser con’ otros le va el más peculiar 'poder ser’ mismo.” 01
Se ve claram ente aquí cóm o el paso de la fen o m en o lo g ía a la ontolo-
g ía, en H eid egger, va esencialm ente d irigido contra la perspectiva socia­
lista del desarrollo social, ni m ás n i m enos que e l m étodo irracionalista
de todos los pensadores burgueses rectores, desde N ietzsche. L a crisis
alem ana de la posguerra y la consiguiente agudización d e las luchas de
clases —-y, al fo n d o de todo ello , la existen cia y e l constante fo rtaleci­
m ien to del socialism o en la U n ió n Soviética y la d ifu sió n entre la clase
obrera y en los sectores intelectuales de la te o ría m arxista, desarrollada
y elevada p o r L en in y Stalin— o b lig an ahora a todo hom bre a adoptar
una decisión personal, con m ucha m ás fu erza que en otros períod os m ás
tranqu ilos. Y ya hem os visto que H eid egger no com bate explícitam ente
las teorías económ icas del m arxism o-leninism o, n i las consecuencias p o lí­
ticas derivadas de ellas — pues no es capaz d e eso, com o no lo es
tam poco el sector por é l representado— , sino que intenta m ás bien es­
quivar la necesidad de sacar las obligadas consecuencias sociales, d ifa ­
m ando "o n tológ icam en te” com o " n o verdadera” toda actividad pública
del hom bre.
L a sensación de que el hom bre burgués d eja de ser algo esencial y
hasta v a anulándose, es una vivencia general de la intelectualidad de
esta época; los com plicados razonam ientos y las densas introspecciones
fenom enológicas de H eid egger dan, por tanto, en el blanco de un
m aterial de experiencias vividas muy extendido en estos sectores y en­
cuentran resonancia en ellos. H eid egger predica la repulsa de toda actua­
ción social, com o en su tiem po h ab ía proclam ado Schopenhauer su aver­
sión a la idea burguesa del progreso, a la tran sform ación dem ocrática. Sin
em bargo, la repulsa de H eid egger lleva im p lícita una actitud reac­
cionaria todavía m ás m arcada que el quietism o de Schopenhauer. E s cierto
que tam bién éste p o d ía fácilm en te trocarse en q u ien lo proclam aba, hasta
en los m om entos de aguda revolución, en una actividad contrarrevolu cio­
naria, y N ietzsche vino a dem ostrar con cuán poco esfuerzo p o d ían lasJT ?
prem isas schopenhauerianas conducir, tam bién en e l p lan o filo s ó fic o ,-'' .
a un activism o contrarrevolucionario. Pod ríam os d ecir sin in cu rrir en una i .
gran exageración que, en el períod o de lucha d e la burgu esía im perialista j ~
contra el socialism o, H eid egger es a H itle r y R osen berg lo que en su
tiem po h ab ía sido Schopenhauer con respecto a N ietzsche.
C laro está que los acontecim ientos nunca se repiten m ecánicam ente en
41& LA FILOSOFIA DE LA VIDA

la historia; tam poco en la de la filo so fía . E l sentim iento hum ano de retrai­
m iento tien e en Schopenhauer y en H eid eg g er u n acento com pletam ente
d istinto y hasta opuesto. L a desesperación d e Heidegger n o co n fie re ya
al individuo, com o la de Schopenhauer, un m argen d e libertad para una
contem plación estética y religiosa "red im id a” . Su estado d e am enaza
abarca ya todo el cam po de la existencia individual. Y p o r muy d eform a­
da que aparezca la im agen en su descripción p o r el solipsism o d el m étodo
fenom enológico, es a pesar de todo un hecho so cial: se trata de la situa­
ción interior del individuo burgués (p rin cip alm en te, del in te le ctu a l) en
el período del capitalism o m onopolista en descom posición, ante la pers­
pectiva de su hundim iento.
L a desesperación de H eid egger presenta, pues, una doble faz, de una
parte, presenciam os el inexorable desenm ascaram iento de la nulidad in te ­
rior del individuo en el períod o de crisis del im perialism o; de o tra parte
— al convertirse en fetiches las razones sociales de esta nulidad, situán­
dolas fu era del tiem po y en un plano antisocial— , vemos cóm o el sen­
tim iento que así nace puede trocarse fácilm en te en una actividad reaccio-,
naria desesperada. N o en vano la agitación de H itle r apelaba constan­
tem ente al sentim iento de la desesperación. T ratán d o se de las m asas,
obreras, era, ciertam ente, la desesperación provocada p o r su situación eco­
nóm ico-social. Pero no cabe duda de que, en cuanto a su in flu e n cia entre
los intelectuales, fu e aquel sentim iento de nulidad y desesperación, de
cuya verdad su bjetiva parte H eid eg g er y q u e este pensador reduce a con ­
ceptúa, e l que, filo só ficam en te esclarecido y canonizado com o "au tén tico ” ,
preparó e l terreno m ás pro p icio para q u e p rend iera la agitación h itlerian a.
E ste ser de la cotidianidad, del reinado d el "u n o ” , es, pues, e n rigor,
un no-ser. Y H eid egger determ ina, e n efecto , el ser, n o com o lo inm e­
diatam ente dado, sin o com o lo m ás rem o to : " E l en te q u e som os en cada
caso nosotros m ism os es o to ló g ic a m e n te lo m ás le ja n o .” Y esto, lo que
hay de más verdadero en e l hom bre, se v e olvidado y soterrad o en la
cotidianidad; y la m isión de la o t o l o g í a reside, cabalm ente, en arrancar­
lo a l olvido.
E sta actitud ante la vida (a n te la vid a social d e su tie m p o ) d eterm ina
todo el m étodo de H eid egger. Reiteradas veces nos hem os refe rid o ya
a l insuperable subjetivism o d e la fen om en o lo gía, a la seud oobjetividad de
la o t o l o g í a . P ero solam ente ahora, cuando tenem os ya ante nosotros,
tanto intrínseca com o estructuralm ente, fo n cierta c o n c re c ió n a la im agen
del universo de H eid egger, nos dam os clara cuenta d e q u e este m étod o
— pese a to d a su precariedad o b jetiv a— es e l ú n ico p o sib le para los
fin es q u e persigue. Pués, según la concepción d e H eid egger, e n la vida
social de los hom bres no se trata de una relación entre lo su bjetivo y lo
objetivo, de una interdependencia en tre el su jeto y e l o b je to , sin o de
lo "p ro p io ” y lo "im p ro p io ” dentro del m ism o su jeto. L a trascendencia
HEIDEGGER Y JA SPERS 411

o r to ló g ic a sobre la realidad o b je tiv a "e n tre paréntesis” sólo aparentem en­


te, en las expresiones m etodológicas, tien d e en la o n to lo g ía a la o b je tiv i­
dad; lo cierto es que apela a otra capa, supuestam ente m ás p ro fu n d a, de
la subjetividad . M ás aún, podem os afirm ar que, en H eid egger, una
categoría (u n e xisten ciario ) expresa d e u n m odo tan to m ás auténtico el
ser, se acerca tanto más a éste cuanto m enos grav itan sobre e lla las
determ inaciones de la realidad o b jetiv a. D e aq u í q u e las determ inaciones
con que aquí nos encontram os ( e l estadp d e ánim o, la "c u ra ”, la angus­
tia, la voz de la conciencia, e t c .) , ten g an todas ellas, sin excepción, un
carácter decididam ente subjetivo.
Y esto precisam ente hace, p o r fuerza, que la o n to lo g ía heideggeriana
se revele cada vez m ás irracionalista, a m edida que d espliega su verda­
dero fo n d o . E s cierto que H eid eg g er trata constantem ente d e d eslind ar
su filo s o fía del irracionalism o. T am b ié n en este pu nto aspira a sobre­
ponerse a la antítesis entre racionalism o e irracionalism o, a encontrar
tam bién aquí una "tercera v ía ” , com o ante e l p ro b lem a de idealism o y
•m aterialism o. P ero no lo logra ni puede lograrlo. C ritica reiteradam ente
las lim itaciones del racionalism o, pero añadiendo a esta crítica palabras
com o las sigu ientes: "P e ro en nada m en o r es aquel falseam iento de los
fenóm enos que lo s q u ita de en m ed io, obligán d olos a refu giarse en lo
irracional. C om o contrapartida d el racionalism o, e l irracionalism o se li­
m ita a hablar bizqueando de aqu ello p ara lo q u e e l racionalism o es
cieg o .” 92 Y , com o, a los o jo s de H eid egger, esta ceguera consiste en que
e l racionalism o ten ga en cuenta los hechos cognoscibles y las leyes de la
realidad o b jetiva, resulta que el d eslind e h eid eggeriano de cam pos con
respecto al irracionalism o carece d e toda p o sibilid ad . S i alejam os de una
o b jetiv id ad todo criterio relacionado con l a ‘ realidad cognoscible, tend re­
m o s que esta objetividad reside exclusivam ente e n l o in terio r p u ro y será
inev itable que lo así descubierto ten ga u n carácter irracional.
A sí ocu rría ya en K ierkegaard . S in em bargo, éste, aun teniend o la p o ­
sibilidad de trab ajar con categorías teológicas y logran d o d e este m odo
una seudorracionalidad o una seudodialéctica, no retro ced ía n i ante las
consecuencias m ás extrem as y hablaba, precisam ente ante lo s problem as
decisivos, de la existencia de lo paradógico, es decir, d e lo irracional. H e i­
degger carece, de una parte, de la posibilid ad d e recurrir a categorías
abiertam ente teológicas y le falta, de o tra parte, el valor necesario para
preconizar francam ente el irracionalism o. S in em bargo; todas las des­
cripciones ontológicas de H eid eg g er dem uestran que la desobjetivación
de todos los criterios de la objetividad conduce en realidad a l irraciona­
lism o, aunque las palabras quieran dar a entender otra cosa, pues el papel
lo soporta todo.

92 Ib íd ., p. 157.
412 LA FILOSOFÍA DE LA VIDA

P ondrem os solam ente un e jem p lo . H eid egger h ab la de “estados d e


ánim o” .93 Éstos parecen, p o r prin cip io , ocu ltar su porqué, su de dónde
y su adonde. "E s te carácter d el 'ser a h í’, em bozado en cuanto a su de
dónde y su adonde, pero tanto m enos em bozado en sí m ism o, antes bien
ab ierto’, este 'que es’, lo llam am os el 'estado de yecto’ de este en te en su
'a h í’, de tal suerte que en cuanto es un 'ser en el m u nd o’ es el 'a h í’.”
P ero la "fa cticid a d ” que de este m odo nace "no es la efectividad del
factu m brutu m de algo 'ante los ojos, sino un carácter del ser del 'ser
ahí’ acogido en la existencia, aunque inmediatamente repelido .” 04
E n la m edida en que — según la "p ro y ecció n ” heid eggeriana— se
produce aquí una ingerencia del ser o e l p ro p ósito d e ella, lo así des­
cu bierto (y e l cam ino p o r el que se d escu bre) no pueden ser sino irra­
cionalistas. E l cam ino hacia el ser es la repudiación de todos los criterios
o b jetiv o s dé la realidad. L a o n tó lo g ía de H eid egger exig e siem pre im pe­
rativam ente esta repudiación, para que el hom bre ( e l su jeto, la existen ­
c ia ) pueda sustraerse al p oder desencializador del "u n o ” , que lleva co n ­
sigo " lo im p ro p io” .
Com o se ve, la o n to lo g ía heideggeriana se convierte insensiblem ente
en una m oral y casi en una prédica religiosa; y tam bién en este sesgo
religioso-m oral de la teo ría del conocim iento se revela la in flu en cia de­
term inante de K ierkegaard sobre el planteam iento del p roblem a y el
m étodo de H eid eg g er. E l te n o r de esta préd ica es que el hom bre debe
"esen cializarse” , prepararse a escuchar y com prender " la voz de la co n ­
ciencia” , para ir m adurando asi hacia el "estad o de resuelto” ; Y tam bién
este proceso aparece muy d etalladam ente descrito p o r él. A q u í, com o en
e l caso anterior, no podem os hacer o tra cosa que esbozar muy a grandes
rasgos el m eollo de él. E l descubrim iento de la nulidad de la existen cia
oculta en el "se r caíd o” lo revela la o n to lo g ía : "L a esencia de la nada
originariam en te anuladora radica en que coloca al 'ser a h í’ lo prim ero
de todo ante el ente en cuanto t a l . . . 'Ser a h í’ sig n ifica : encuadram iento
en la n a d a . . 95
H e a h í la esencia de la "e x iste n cia ” (d e l "se r a h í” ) heideggeriana.
L a ú n ica d iferen cia que m ed ia en tre unos y otros hom bres estriba en
q u e sean o n o conscientes d e ello . L a encargada de hacérselo com prender
es la conciencia. " L a conciencia es la vocación de la cura que s a lé de la
inhospitalidad del 'ser en el m und o’ y que avoca al 'ser a h í’ a volverse
a su más pecu liar 'p o d er ser deudor’ . . . E l com prender la vocación abre
el peculiar 'ser a h í’ en la inhospitalidad de su sin gu larización.” 00
Cuando el hom bre com prende esta vocación se sitúa en el "estad o de
resuelto” . Y H eid eg g er subraya con gran pathos el sig n ificad o de este

93 Ibid., p . 1 5 6 . * 94 Ibíd., p. 157.


95 H eid eg g er, Was ist Metaphysik?, B o n n , 1 9 2 6 , pp. 1 9 s.
90 H eid egger, Ser y tiempo, ed . c it., p p . 3 3 2 , 3 4 0 .
HEIDEGGER Y JA SPERS 413

"e x iste n cia rio ” . D espués de lo que d ejam os dicho, a nadie puede sorpren­
d er que se niegue resueltam ente la posibilid ad de que e l ‘'estado de re­
su elto” cam bie en lo más m ínim o el entorno del h om bre; ni siquiera
se toca con ello al reinado "d e l u n o” : " N o es que se vuelva otro 'el
co n ten id o ’ del' 'm undo' a la m ano’, ni que se trueque e l círcu lo de los
o t r o s . . . E l 'estado de no resuelto’ del un o conserva sin em bargo el pre­
d om inio, lim itánd ose a n o poder atacar a la existen cia resuelta.” 97
L a m eto d o lo g ía y el contenido heid eggerianos expresan aqu í, en una
term in o lo g ía extraordinariam ente com plicada (p e ro , sobre todo, a fe c ta d a ),
e l sentim iento de vid a del filisteo intelectual en una dura época de cri­
sis: se trata de rechazar los peligros que am enazan la propia "e x iste n cia” ,
de tal m odo que el hom bre no se considere obligad o p o r ello a m odificar
las propias condiciones exteriores de vida y, m ucho m enos, a cooperar al
cam bio de la realidad social o b jetiva. P o r muy d ifíc il que resulte com ­
prender a H eid egger, este pensam iento contenido en su filo s o fía si fu e
captado certeram ente.
P o r tanto, lo único que se o btien e com o resultado es la conciencia
de que la existencia es culpable, en cuanto tal. Y la verdadera vid a del
hom bre resuelto consiste en prepararse para la m u erte; "c o rre r a l encuen­
tro de la p o sibilid ad ” , se llam a esto, e n la term in o lo g ía heideggeriana.
Y vuelve a entreverse, aquí, la fig u ra de K ierk eg aard , aunque, p o r su­
puesto, sin su teo lo g ía m arcadam ente protestante.
E sta teo lo g ía heideggeriana sin relig ió n positiva n i u n D io s personal
tien e que encerrar, evidentem ente, com o toda filo s o fía de la vida, una
nueva y p ropia te o ría del tiem po. E s ésta tam bién u n a necesidad m etodo­
lógica. N o en vano la rígid a contraposición de espacio y tiem po cons­
titu ía u n o de los lados más endebles del racionalism o no dialéctico. A h ora
bien, m ientras que la superación real de esta fa lla sólo puede encontrarse
en la interdependencia de espacio y tiem po basada en la realidad objetiva,
la filo s o fía irracionalista de la vida d irige desde hace m ucho tiem po,
desde siem pre, sus más enconados ataques contra el concepto de tie m M P ''^
del racionalism o, y — lo m ism o q u e en el cam po de la filo s o fía socuSpj^
contrapon e la cultura y la civilización— , nos presen ta el tiem po y e l',
espacio com o dos principios d iam etralm ente opuestos y hasta enem igos
entre sí. L a conqu ista del tiem po tien e, en un sentido p ositivo, m ucha
im portancia p ara la. filo s o fía de la vida — tal es el reverso de aquella
intención polém ica— porque la id en tificació n d e v iv e n a a y vid a (e x is ­
te n c ia ), indispensable para su seudoobjetivism o, sólo puede lograrse m e ­
diante una concepción subjetivada e irracionalista del tiem po que responde
a esa exigencia.
H eid eg g er da a esto una gran im portancia, T raza una nítid a raya de

97 Ibtd., pp. 3 4 2 , 3 4 4 .
414 LA FILOSOFÍA DE LA VIDA

deslinde entre su concepción y la de B ergso n, a quien condena — ju n ta ­


m ente con A ristó teles y H e g el— com o representante de la concep ción
"v u lg a r” del tiem po. E ste tiem po que é l llam a "v u lg a r” es el habitual, en
el que se separa el pasado del presen te y el fu tu ro; el tiem po del m undo
del "s e r caíd o” del "u n o ” , el tiem po que se cuenta y se m ide, el tiem po d el
re lo j, etc. E l auténtico tiem po, en cam bio, no conoce ningún orden de su­
cesió n : " E l ad venir no es posterior al sido y éste no es anterior al pre­
sente. L a tem poralidad se tem p o rad a com o advenir presen te que v a
siendo sid o .” 98
L a pretendida contraposición a B erg so n (n o así a A ristó teles y a
H e g e l) no pasa de s e r ,,e n el plano de la teo ría del conocim iento, u n a
d iferen cia de sim ple m atiz. A m bos — B erg so n y H eid egger— op onen
el tiem po subjetivam ente vivid o al tiem po o b jetivam en te real, conside­
rando aquél com o el auténtico. L o que ocurre es que en B erg so n , q u e
en la p arte esencial de su teo ría del conocim iento era un fen óm en o d e
anteguerra y cuya filo s o fía presentaba m uchos puntos de afin id ad con
Sim m el y el pragm atism o, el tiem po vivid o era un órgano de la conquista
subjetivista-individ ualista del universo, m ientras que en la filo s o fía d e
H eid egger, la filo s o fía del am argo despertar después de la em briaguez,
el tiem po " r e a l” se desm undiza, se convierte en algo teológico y carente d e
contenid o, se concentra exclusivam ente en e l m om ento de la decisión in te­
r i o r H e ah í p o r qué B erg so n d irig e sus tiros, sobre todo, contra el
tiem po "esp acial” y contra la fo rm ació n de conceptos en las ciencias
exactas y p o r qué su tiem po " r e a l” se orien ta hacia la vid a artística,
m ientras que en H e id eg g er e l tiem po "v u lg a r” corresponde a la existen cia
del "s e r caíd o ” en el "u n o ” y el tiem po " r e a l” apunta en d irección de la
m uerte. ( Y tam poco en este punto resulta d ifíc il ver q u e la d iferen cia
en tre la concepción d el tiem po en H e id eg g er y en B erg so n tien e un ca­
rácter social y se h alla determ inada p o r e l carácter del enem igo contra
e l que se lucha. B erg so n p olem izaba esencialm ente con tra la concep­
ció n del m undo m aterialista de las ciencias naturales correspondiente
a la época ascensional del capitalism o, m ientras que H e id eg g er se alza
sobre todo, tam bién en la te o ría del tiem po y en la concepción de la
historicidad, estrecham ente vinculada co n ella, con tra e l nuevo adver­
sario, con tra la in flu e n cia del m aterialism o h istórico, q u e com ienza a
hacerse sen tir en todos los aspectos de la v id a .) P ero en am bos pensadores
es esta contraposición planteada en el concepto d el tiem po un v eh ícu lo
para la p roclam ación d e u n a filo s o fía irracionalista. H e id eg g er "d escu bre”
q u e el tiem po desem peña una fu n ció n cen tral, hasta ahora inadvertida,
en la Crítica de la razón pura de K a n t, sobre to d o en e l cap ítu lo sobre el
esquem atism o. E sta fu n ció n central, exp lica H e id e g g er: "H a c e así que
HEIDEGGER Y JA SPER S 415

e l pred om inio de la razón y d el entendim iento se tam balee. L a lógica


fu e despojada de la preem inencia que le h ab ía sid o co n ferid a trad icional­
m ente* dentro de la m etafísica. Su idea m ism a lle g a a ser p ro b lem áti­
ca.” 98 H eid egger, p o r tanto, incluye a K a n t entre los padres del irra­
cionalism o m oderno;
A n te esta concepción del tiem po, se revela com o una sim ple fantasm a­
g o ría la segunda tendencia fundam ental de H eid egger, encam inada a
poner dé m an ifiesto la historicidad elem ental de la "e x iste n cia” (d e l
"se r a h í” ) com o la base sobre que descansa la com prensión de la h is­
toria. H eid eg g er tien e razón cuando tom a partido en contra de los n e o - ..
kantianos, que tratan de fund am entar la historicidad a base de un
"p ostu lad o” su bjetiv o y señala que el ser tien e necesariam ente que ser
histórico, para que pueda existir una ciencia de la historia. E n este punto
com o en tantos otros, la filo so fía de la vida especula con el derrum ba­
m ien to del idealism o no dialéctico y se Juera a costa de él. Pero luego,
al determ inar de un m odo concreto su historicidad . "e x iste n cia l” , el
propio H eid eg g er retrocede todavía más que los neokantianos. Para
él, consecuente con su doctrina, el fenóm eno p rim ario de la historia es la
existencia (e l "s e r a h í” ) , es decir, la vida del individuo, el "co n tin u o
de la vid a” entre el nacim iento y la m uerte. C ontinuid ad o entronque
que se d efin e tam bién — de un m odo enteram ente fie l a la m etodología
diltheyana de la filo s o fía de la vida— partiendo de la v iv en cia: "Consta
[a q u e lla continuidad, G. Z,.] de una secuencia de vivencias 'en el
tiem po’.” 9100
D e donde se deriva una doble d eform ación . E n p rim er lugar, n o se
consideran com o lo "o rig in ario ” lo s hechos y las situaciones históricas
d e hecho d e la naturaleza (te o ría de K an t-L ap lace, d arv in ism o , e t c .) , sino
que se reputa com o punto de partida, com o e l "fen ó m e n o prim ario”
la con exió n en tre las vivencias hum anas, algo muy distante de la "o rig i-
nariedad” . Y , en segundo lugar, H eid eg g er no advierte que su "fen ó m e n o
prim ario” es, en realidad, un fen óm en o d eriv ado: u n a consecuencia del
ser social, de la práctica social de los hom bres, fu era de la cual n o puede
surgir d e ningún m odo esa "co n e x ió n ” entre las vivencias. Cuando H e i­
d egger advierte algún enlace en este sentido, lo rechaza com o algo encla­
vado en la zona d el "u n o ” . D e este m odo, no só lo se aísla de la historia
real, sin o que se lo contrapone antinóm icam ente a ella, u n derivado
deform ad o de la p rá ctica social d e los hom bres, presentánd olo com o
e l "fen ó m e n o prim ario” d e la historia, com o lo "o rig in a rio ” . E n esta
tendencia, que d e tal m odo falsea la estructura d e la realidad, resalta
plásticam ente e l carácter p refascista d e la filo s o fía heid eggeriana. D an d o

99 H eid eg g er, Kant, ed. esp ., p . 2 0 2 .


100 H eid eg g er, Ser y tiempo, ed. cit., p . 4 2 9 .
416 LA FILOSOFÍA DE LA VIDA

así p o r "o n to ló g icam en te fu nd am entad a” la h isto ricid ad p rim aria, nace


de e llo , necesariam ente, la decisiva d istin ción d e H e id e g g er en tre la
h isto ria “p ro p ia” y la "im p ro p ia” : "R esp o n d ien d o a l enraizam ientó d e
la historicidad en la cura, existe el 'ser a h í’ en cada caso com o p ro p ia
o im propiam ente h istó rico .” 101
A h o ra bien, según la concepción heid eggeriana de la historia, resulta
que la historia real es la "im p ro p ia ” , lo m ism o qué el tiem po real era e l
"v u lg a r” . C on su fu nd am entació n de la h istoria aparentem ente acom o­
dada al ser, H e id eg g er cancela, en el fo n d o , toda historicid ad , recono-
siendo exclusivam ente com o h istórica la actitud m o ral de "re so lu ció n ”
de su hom bre filiste o . Y a al analizar la existen cia cotid ian a rechazaba
H eid eg g er toda orientación d el hom bre hacia lo s hechos o b je tiv o s o las
tendencias de la v id a histórico-so cial. H e aquí sus p a lab ras: " S e r ía desco­
n o cer p o r com p leto el fen ó m en o d e lo que 'ab re’ e l estado de án im o y
d el cómo lo 'ab re’, p reten d er reu n ir co n lo 'ab ie rto ’ lo q u e e l 'se r a h í'
q u e *se encuentra’ afectivam ente d e cierta m an era con o ce, sabe y cree
'a la vez’. N i siquiera en e l caso d e ser e l 'ser a h í’ 'segu ro’ d e su ’ad ond e’ pn
una fe , o d e creer co n o cer e l 'd e d ónd e’ e n u n a ilu stració n racion al,
choca nada d e to d o e llo con tra el h ech o fen o m én ico d e q u e e l estado
d e ánim o coloca a l 'ser a h í’ ante é l 'q u e es’ d e su ’a h í’ com o an te alg o
que perm anece fre n te a él co n in ex o rab le enigm aticid ad . B a jo e l p u n to
d e vista on tológ ico -existen ciario no hay la m en o r razón para re b a ja r la
'evid encia’ d el 'encon trarse’, m id ién d ola p o r la certeza ap o d íctica d e un
conpcim iento teorético de lo pu ram énte 'an te lo s o jo s ’.” 102
E l esclarecim iento de la existen cia só lo puede p ro v en ir exclusivam ente
de lo in terio r, ya que todo con o cim ien to o b jetiv am en te orien tad o — según
H eid egger, es d ecir, supuestam ente orientad o hacia la ob jetiv id ad — co n ­
duce al estado de caída, a la entrega al "u n o ” , o sea a lo "im p ro p io ” .
H eid egger es, pues, consecuente con sig o m ism o cuando, al estatuir la
historicid ad de la existen cia (d e l "s e r a h í” ) rechaza tam bién, co n la m is­
m a decisión, to d o lo históricam ente o b je tiv o ; p o r tan to, la historicid ad
heid eggeriana nada tien e que ver cón que " e l 'ser a h í’ ten ga lu gar
en una 'historia del m u nd o’ ” .108 H eid eg g er tien e cierta razón al polem izar
aquí contra la v ie ja fu nd am entació n idealista de la te o ría de la h istoria.
"É l lugar del p ro blem a de la h isto ria — dice— n o debe buscarse en la
h isto rio g rafía com o cien cia de la h i s t o r i a .. . C óm o pueda la h isto ria
ven ir a ser objeto en general d e la h isto rio g ra fía , es cosa q u e só lo cabe
sacar de la fo rm a d e ser d e lo h istó rico , d e la h istoricid ad , e n cu anto
arraigada en la tem p o ralid ad .” 104 T a m b ié n aq u í esp ecu la H eid eg g er,, y
n o sin cierta habilid ad , co n e l d errum bam ien to d el idealism o, d ando la

101 I b i d . , p. 4 3 3 . 102 I b i d . , p. 1 5 7 . 108 I b i d . , p . 3 8 2 .


104 I b i d . , p p . 4 3 1 1.
HEIDEGGER Y JA SPER S 417

aparente im presión d e que p reten d e con v ertir en p u nto d e partid a d e la h is­


toria la esencia histórica de la existen cia m ism a. P ero n o hay ta l cosa.
D e u n a parte, esta m ism a existen cia aparece en él, com o, hem os visto, to tal­
m ente subjetivad á y, de o tra parte, "d ep u ra” radicalm ente la historicidad
originaria de la existencia de to d a relación co n la h istoria real, con la
historia o b jetiva. Pues, según sus palabras, m ás arriba transcritas, "resp o n ­
diendo al enraizam iento de la historicidad en la cura, existe e l 'ser a h í’
en cada caso com o propia o im propiam ente h istórico” .105 D e donde puede
luego llegarse, consecuentem ente, a esta con clu sión : " E l 'ser relativam ente
a la m uerte’ propio, es decir, la fin itu d de la tem poralidad, es el oculto
fundam ento de la historicidad del 'ser a h í’.” 106
Con lo cual se estatuye tam bién, naturalm ente, una historicidad " im ­
p ropia” . Y casi p o r m edio de un com prom iso, si nos fijam o s en el
contenid o esencial de la concepción heid eggeriana. Pues si en la historia
só lo interesa lo que en len g u aje teo ló g ico se llam a la "salv ació n del
alm a” , n o se ve p o r qué h a d e ten er tam bién un carácter histórico todo
lo dem ás, cuya fu nció n sólo puede consistir, a lo sum o, en desviar del
ser en la historia. "Ü tile s y o b r a s .. . m onum entos e instituciones tienen
su h istoria. P ero tam bién la naturaleza es histórica. S in duda no ju sta­
m en te en e l sentido en q u e hablam os d e 'h isto ria natu ral’ ; p ero sí com o
paisaje, lugar d e residencia, coto d e caza, cam po de batalla, sede de
cu lto .” 107 V em os, pues, q u e lo que H e id eg g er llam a la h istoria "im p ro ­
pia” no da m ucho más de sí q u e la "h isto ricid ad ” spengleriana; pero,
m ientras que en Spengler esta "h isto ricid ad ” fo rm a parte integrante
orgánica de su concepción, en H eid eg g er viene a estorbar a la idea central
y constituye, en últim a instancia, .un lastre inútil. N ace, en parte, de la
repugnancia de H eid egger a avenirse al irracionalism ó radical, a la ^ p u l ­
sa radical de toda cientificidad y, en parte, es una h erencia — convertida
ahora en elem ento inorgánico— de la concepción teológica fundam ental
que g u ía el cam ino heideggeriano hacia la salvación del alm a, princip io
en el que la filo s o fía heideggeriana — una filo s o fía sin D io s y sin alm a—
pierde los principios que le servían anteriorm ente de pauta y de o rien ­
tación.
Salta a la vista aquí un m om ento esencial en las relaciones entre H e i­
d egger y K ierkegaard . N o cabe duda de que es la p olém ica de éste contra
la in flu en cia de H e g el la que inspira el desdoblam iento de la historia en
una h istoria "p ro p ia” y o tra "im p ro p ia” . P ero, com o ocu rre siem pre en la
historia, tam bién en este aspecto es el pensador reaccionario de la etapa
p rim itiva de d esarrollo m ás fran co , m ás honrado y m ás consecuente que
su ep íg o n o im perialista. (L o cual guarda tam bién relación, com o repetidas
veces hem os señalado ya, con el h ech o de q u e K ierk eg aard luchaba

105 lbíd., p. 4 3 3 . 100 Ibid., p. 444. 107 Ibid., p .4 4 6 .


418 LA FILOSOFÍA DE LA VIDA

contra la concepción burguesa del progreso histórico, m ientras que H ei-


d egger se p ropone com batir la fuerza de atracción de la perspectiva so­
cialista de d esarro llo .) K ierkegaard sólo reconoce una historia universal
para D io s. Para el hom bre, que, según su m odo de concebir la historia
sólo puede ser — cosa bien elocuente— espectador de ella, no hay h isto­
ria, sino solam ente un desarrollo individua], religioso-m oral. H e aquí
cóm o se expresa K ierk eg aard : 1
" L a inm anencia histórico-universal es siem pre desconcertante para la
ética, y, sin em bargo, el punto de vista histórico-universal reside precisa­
m ente en la inm anencia. Cuando el individuo ve algo ético, es que lo
ético se halla dentro de él m ism o. . . N o sería exacto conclu ir que
cuanto m ás éticam ente desarrollado se h alla un individuo m ás tiende
a ver lo ético en la historia universal, sino exactam ente al con trario:
cuanto m ás se desarrolla éticam ente, m enos se preocupará de la historia
universal.
’’P erm itidm e p oner ahora de relieve, plásticam ente, por m edio de una
im agen, la d iferencia entre la ética y la historia universal, entre la actitud
ética del individuo ante D io s y Ja actitud ante D io s de la historia u n i­
versal. A veces, un rey m anda construir un teatro para él solo, pero
esta d iferencia, que excluye a los súbditos, es puram ente fortu ita. O tra cosa
acontece cuando hablam os de D io s y del teatro real en que es él el solo y
único espectador. D iríam o s, pues, que el desarrollo ético del individuo
es como el pequeño teatro privado en que e l espectador es D io s, pero
también, a veces, el hom bre individual, aunque el papel de éste consiste,
esencialm ente, en ser actor, un actor que no engaña, sino q u e . revela,
a la m anera com o todo desarrollo ético es una revelación ante D io s. La
historia universal, en cam bio, es el teatro real de D io s, en el que éste,
y no p o r casualidad, sino esencialm ente, contem pla el espectáculo com o
único espectador, por ser el único que puede hacerlo. A esté teatro no
tien e acceso ningún espíritu existente. Y si éste se im agina ser espectador
en él, es sencillam ente porque olvida que su m isión consiste en m o ­
verse en la escena com o actor, incluso en aquel pequeño teatro de que
hablábam os, d ejand o que el regio espectador y dram aturgo lo utilice en el
dram a regio, en el drama dramatum, com o m e jo r le parezca.” 108
Cobra, aquí, brusca expresión el retroceso con respecto a la literatura
y la filo so fía alemanas clásicas. M ientras que para G oeth e los más au­
ténticos problem as éticos de su Fausto sólo podían resolverse en el "g ran
m undo” de la segunda parte, K ierkegaard circunscribe la ética al "pequeño
m undo” de la prim era p arte; m ientras que la ética hegeliana desemboca
en la historia universal, K ierkegaard excluye precisam ente ésta, p o r p rin ­
cipio, de la m anifestación "e x iste n cia l” del hom bre.

los Kierkegaard, Gesammelte W erke, Jena, 1910 y sigs., t. VI, p. 235.


HEIDEGGER Y JASPERS 419

C ierto es que, com o con frecu encia ocurre durante este período, K ie r ­
kegaard enlaza la filo s o fía de la vida a ciertos problem as no resueltos
de la dialéctica idealista burguesa. La endeblez de la filo s o fía hege-
liana de la historia, que conduce a la sim ple contem plación del proceso
histórico anterior, da pie para el planteam iento del problem a en K ierk e-
gaard, quien desacredita esta actitud contem plativa com o una posición
vuelta de espaldas a la vida, profesoral, inadecuada y hasta degradante
ante los problem as esenciales de la vida hum ana, contraponiendo a ella,
por lo m enos en apariencia, la posición de la práctica.
Esta práctica kierkegaardiana, que no pasa de ser una venganza iró ­
nica contra H egel, al m ostrarse éste incapaz de llevar a térm ino conse­
cuentem ente la práctica histórica y que, al lleg ar al presente, la trocaba
en m era contem plación (e n el "b u h o de M in erv a” ) no tiene, en el
fondo, si nos fijam o s en su esencia real, nada que ver con la verdadera
práctica, la ún ica realm ente histórica. M ás aún, el hecho de que K ierk e ­
gaard, com o hem os visto más arriba, niegue enérgicam ente esta práctica
implica el que se pueda renovar, en su filo so fía , con cierta consecuencia
lim itada, el v ie jo dualismo de la filo s o fía teológica de la historia. T a m ­
bién para ella tien e la historia com o verdadero contenid o el cam ino
de salvación del alm a individual. P ero la v ie ja teo lo g ía, sobre todo la
católica, p o d ía aún em butir estos cam inos individuales d e salvación en una
historia teológica del cosm os y d e la hum anidad, para lle g a r así — en
un Bossúet, por ejem p lo— , dentro de su pro p io m arco, a una concepción
unitaria de la historia. C om o hem os visto, el cam ino de salvación de las
alm as es tam bién, en cuanto contenido de la historia, la base sobre que
descansa la concepción de la h istoria kierkegaardiana. P ero , com o, según
K ierkegaard , todo hom bre que busca su existencia, la salvación de su
.alm a, tien e necesariam ente que adoptar una actitud inm ediata y sólo
realizable p o r él m ism o ante C risto, ante la fu en te de la salvación y
como aquí, en la esfera de la verdadera existencia, se anula to d a h isto ri­
cidad (p u es cualquier hom bre puede .consid erarse com o e l d iscípulo
directo d e C r is to ), tenem os que la h isto ria m ism a se hace totalm ente
trascendente; sólo en el reconocim iento de q u e los hom bres adoptaban,
antes del advenim iento de C risto, una po sició n sustancialm ente distinta
ante su p ropia existencia, se conservan las hu ellas d e u n a historicidad
teológica. P ero tam bién aquí se en fren tan y se contraponen, en últim a
instancia, dos "tip o s” d e com portam iento existen cial, cada un o de los
cuales es de p o r sí ahistórico, y la historicidad se determ ina ún ica y exclu ­
sivam ente p o r el advenim iento de C risto, que separa entre sí los p eríod os
y los dos tipos.
A q u ella venganza irón ica de K ierkegaard contra H e g el, a que nos re­
feríam o s, só lo fu e p o sible po rqu e las cim as d e su filo s o fía de la h is to r
pese a sus enérgicos esfuerzos, en parte logrados, p o r interp retar la
420 LA FILOSOFÍA DE LA VIDA

toria sim plem ente com o un producto de la práctica hum ana, se perdían
entre la 'n ie b la de una teo lo g ía idealista, lo que daba com o resultado aque­
lla actitud contem plativa, a la p ar "d iv in a ” y p ro feso ral, ante la historia,
en vez de proced er a una consideración teórica, que no es ni puede ser
otra cosa que la síntesis discursiva de las experiencias de la práctica
anterior, al servicio de una práctica futura, m e jo r y más consciente. N o
cabe duda de que la crítica de K ierkegaard ten ía cierta relativa razón
de ser, fre n te a esta actitud contem plativa de H eg el. Sim plem ente en
cuanto crítica, claro está, pues tan p ro n to com o esta crítica se concreta,
la vemos trocarse — p o r oposición a la teología racional de H egel, cu l­
m inante en los conceptos— en una teo lo g ía irracional. Y aquella relativa
razón de ser de la crítica kierkegaardiana term ina a llí donde, p o r este
cam ino, el historicism o jjeg e lian o es desplazado p o r una negación fran ca
y abierta de la historia.
Pues bien, en H eid egger nos encontram os con una problem ática pare­
cida a la de K ierkegaard , aunque sin D io s, sin C risto y sin alma. H eid eg ­
g er trata de crear una filo s o fía teológica de la historia apta para el
"ateísm o relig ioso” . D e aquí que desaparezcan, en él, todos los m om entos
intrínsecos de la teología, incluso los kierkegaardianos, quedando en pie
solam ente el and am iaje teológico, ahora co m p le^ m en te vacío. T am b ién
para K ierkegaard son las categorías de la vida perdida de la individualidad
aislada (d é l filis te o ), tales com o la angustia, la "cu ra ” , el sentim iento
de culpabilidad, el estado "d e resuelto” , etc., los "existen ciario s” de la
■realidad "p ro p ia ” .
P ero, m ientras que K ierkegaard , gracias a los restos de una filo s o fía
teológica de la historia, que le perm iten estatuir una historia real reser­
vada a D io s, está, en condiciones de negar radicalm ente la historicidad
para el hom bre individual que busca la salvación de su alm a, H eid eg ­
g er se ve obligado, por el contrario, a d isfrazar esta existen cia ahistórica
com o la historia "p ro p ia ” , para obtener así el contraste con la nega­
ción de la historia real (d e la historia "im p ro p ia” ) .
Y tam bién en esta oposición entre am bos pensadores irracionalistas
vemos que lo décisivo es el contenid o histórico-social. K ierkegaard , que
rechazaba filo só ficam en te el progreso dem ocrático-burgués, p o d ía ver abrir­
se aún- ante él el cam ino d e retorno al m undo feud al de la relig ión ,
aunque en él esta concepción se hallab a ya sujeta, com o veíam os, a un
proceso de desintegración, b a jo la acción decadente de la burguesía.
Ú n filó so fo com o H eid egger, en cam bio, que actúa en e l p eríod o de
crisis del capitalism o m onopolista y en las cercanías de un Estado socia­
lista cada vez m ás vigoroso y dotado de m ayor fu erza de atracción, sólo
p odía esquivar las consecuencias obligad as de este períod o d e crisis
degradando la historia real a l p lan o d e la historia "im p ro p ia” y recono­
ciendo com o historia "p ro p ia ” solam ente e l d esarrollo d el alm a que, p o r
HEIDEGGER Y JA SPERS 421

m edio de la preocupación, la desesperación, etc., aparta al hom bre de la


acción social y de las decisiones sociales, situándolo al m ism o tiem po
en un estado tal de desesperada desorientación y extravío, que estim ula
hasta el m áxim o su deslizam iento hacia el activism o reaccionario del
hitlerism o.
C om o vem os, todo el arrogante quid de la filo s o fía heideggeriana
sobre el tiem po y la historia no da un solo paso m ás allá de su ontología
de la vida cotid ian a; lo m ism o aquí que a llí, el contenid o no es otro
que la vida in te rio r del filiste o m oderno, m ortalm en te aterrado ante la
nada, que él m ism o es nada y que va cobrando, poco a poco, conciencia
de su propia nulidad.
D espués de este análisis de la filo s o fía existen cial d e H eid egger, p o­
dem os ya resum ir en sus líneas m ás generales la de Jasp ers. U n a y otra
son extraordinariam ente parecidas, así en cuanto al pu nto de partid a com o
en cuanto a las consecuencias a q u e lleg an . Y no d e ja de ser interesante
e instructivo e l h ech o de q u e Jasp ers se presen te abiertam ente com o p si­
cólogo, ya que e llo , unido a l d esarrollo de la fen o m en o lo g ía en Scheler
y en H eid eg g er y a la in flu e n cia cada vez m ayor d e la p sico lo g ía des­
criptiva de D ilth e y , viene a coronar el desenm ascaram iento de su o rig i­
naria seudoobjetividad.
•La prim era o b ra filo só fica in flu yen te de Jaspers, la Psicología de las
concepciones elel mundo (p u blicad a en 1 9 1 9 ) , es un intento d e ejecu ción
d el program a diltheyano d e una tip o lo g ía de las m aneras d e con cebir el
universo. C laro está que e n .e lla se renuncia ya p o r entero a l sueño
de D ilth e y d e q u e la tip o lo g ía abriera e l cam ino hacia la concepción
filo s ó fic a o b je tiv a del m undo. A n tes a l contrario. B a jo la in flu en cia
d e K ierkegaard y N ietzsche, en quienes Jasp ers ve los filó so fo s de nuestro
.tiem po, así com o b a jo la acción d el relativism o sociológico de M a x
W e b e r, la tip o lo g ía jasperiana pro clam ará cabalm ente la to tal repudia­
ció n d e la posibilid ad y d el v a lo r de u n cono cim iento filo só fic o o b ­
jetivo .
E n este respecto, Jaspers v a m ás a llá que todos sus predecesores por-
e l cam ino de un relativism o rad ical d e la filo s o fía de la vida. D esign a
todo lo que hay d e o b jetiv o en e l conocim iento co n e l nom bre despec­
tivam ente irón ico d e "h ab itácu lo ” , que viene a expresar u n a vez m ás la
v ie ja contraposición de la filo s o fía d e la vida en tre lo vivo y lo fosilizad o,
pero co n e l m atiz esp ecífico d e que aq u í to d a o b jetiv id ad se presenta,
expresam ente, com o algo fo silizad o y m uerto. H e aquí lo que d ice Jasp ers
e n to m o a este p ro blem a: "T o d a te o ría fo rm u lad a sobre la to talid ad se
con v ierte en un habitáculo, despojad o d e la vivencia orig in al de las situa­
ciones lim inares y entorpece el nacim iento de las fuerzas que, dinám ica­
m ente, buscan e l sentido d e la existen cia fu tura en la p ro p ia experien cia
querida, para p o n er en su lu gar la quietud de un m undo penetrad o p o r
422 LA FILOSOFÍA DE LA VIDA

la visió n y p erfecto, de un sentido eternam ente presen te de satisfacer al


alm a.” 109
B asta pensar en las m anifestaciones de Sim m el, extensam ente citadas ,
más arriba por nosotros, acerca de las relaciones entre el alm a y el es­
p íritu o b jetiv o, acerca de la "trag ed ia de la cu ltu ra” , concebida de un
m odo harto relativista, para ver cuán largo es el trecho recorrido desde
entonces p o r la filo s o fía de la vida en el cam ino de regresión hacia
el nihilism o relativista. Jaspers considera que todo "h ab itácu lo ” no sólo es
funesto para la vida en general, para el desarrollo del individuo — el ú n i­
co que, según él, reviste im portancia— , sino que envuelve, además, un
p eligro social, pues " . . .c o n la afirm ación de una verdad com o valedera
de un m odo general para todos los h om bres. . ., com ienza al m ism o
tiem po la mendacidad.”* 110
Este pensam iento se h alla claram ente en la lín ea de K ierkegaard . Ja s ­
pers parte de la prem isa de que toda verdad o b jetiv a dotada de vigencia
y obligatoriedad general se h alla incondicionalm ente contrapuesta a la
veracidad y a la honradez subjetivas interiores del individuo y la excluye
com o enem iga irreconciliable de ellas. (R azo nam iento s sem ejantes a éste
se encuentran ya, p o r lo dem ás, en N ietz sch e .) La actitud an ticien tífica
cobra, así, un acento m etafísico-m oral. Y , lo m ism o que en sus prede­
cesores, tam bién en Jaspers tien e esta actitud u n carácter antidem ocrático.
Jaspers ve las potencias de la ob jetiv id ad que él considera peligrosas
para la veracidad su bjetiva casi exclusivam ente a llí donde surge una
hegem onía dem ocrática de las masas. Y e llo le lleva a considerar el fan a­
tism o y la fuerza bruta com o las consecuencias necesarias m ás im portantes
de aquella "m end acidad ” , nacidas d e la fe del m undo en las verdades de lo
que él llam a "h abitácu lo s” .
Y a en H eid egger nos encontrábam os con una clara tendencia anti­
dem ocrática: la fig u ra m ítica, fenom eno ló gica, del "u n o ” no es otra
cosa que una condensación caricaturesca d e aquel "an o n im ato ” y aquella
"au sencia de responsabilidad” que los publicistas reaccionarios han co n ­
siderado siem pre com o la característica fundam ental de toda dem ocracia.
E n Jaspers, esta tendencia se exalta hasta cu lm inar en el filisteísm o
extrem o: la verdad, la autenticidad y la hum anidad sólo pueden encon­
trarse, según su m odo de ver, en el individuo "in terio rizad o ” , atenido
exclusivam ente a sí m ism o (e n el filiste o intelectual, que repudia todo
lo que sea vida p ú b lic a ); toda in flu en cia de masas se nos presenta — com o
cuadra al auténtico filisteísm o alem án— com o m endacidad y com o b ar­
barie.
E ste radical subjetivism o, tal com o se m anifiesta claram ente en la

109 Jaspers, Psychoiogie der W eltanschauungen, 2* ed., Berlín, 1922, pp. 254 s.
110 Jaspers, Vernunft und Existenz, Groninga, 1937, pp! 71 s.
HEIDEGGER Y JA SPER S 423

teo ría del "h abitácu lo ” , es lo esp ecífico de la filo s o fía de Jaspers. T o d o
conocim iento del m undo o b je tiv o no tiene, según su doctrina, más que
una utilidad puram ente técnica; lo único que encierra una sign ificació n
real, que afecta al ser, es el "esclarecim iento de lá existen cia” . Jaspers
se m anifiesta en los siguientes térm inos acerca de este punto m edular de su
perdería inm ediatam ente, si creyese
filo s o fía : " L a filo s o fía existen cial se
saber de nuevo lo que es el hombre. V o lv ería a sum inistrarnos los planos
para investigar en sus tipos la vida hum ana y la vida anim al, se convertiría
de nuevo en antropología, p sicolo g ía y sociología. A q u ella filo so fía
sólo puede ten er un sentido siem pre y cuando que carezca de base en su
objetividad . D esp ierta lo que no sabe; ilum ina y mueve, pero no plasm a
nad a.
" E l esclarecim iento de la existencia no conduce a ningún resultado,
pues carece de o b jeto . L a claridad de la conciencia entraña una exig en ­
cia, pero no le da realización. Y , com o sujetos cbgnosd entes, tenem os
que resignarnos a esto. Pues yo no soy lo que conozco, n i conozco lo que
soy. E n vez d e conocer m i existencia, sólo pu ed o in iciar e l proceso del
esclarecim iento.” 111
Y d e esta posición n ace en é l la tendencia kierkegaardiana, a fín en
tantas cosas a la heideggeriana, a v e r algo real solam ente en la in terio ­
ridad, én la propia alm a, en la actitud "e x iste n cia l” d el individuo
to talm en te aislado. H ay q u e reconocer, sin embargo, q u e H eid eg g er des­
entraña este pu nto de vista co n cierto esp ecífico abstracto d e consecuencia,
y su triste filisteísm o só lo se p o n e al descubierto claram ente cuando sobre
esta base trata de descubrir la historicidad de la existencia. Jaspers, en
cam bio, pretende ofrecem o s, tom ando com o base su solipsism o kierke-
gaardiano, u n a am plia filo s o fía , u n a extensa crítica de la cultura, etc.,
llenas de contenid o y muy desarrolladas. P o r eso se le ve m ucho antes
el rostro de intelectual filiste o , la vana y filiste a infatu ación.
Jasp ers lle g a incluso a exig ir, conclusión absurda, según las prem isas
de que p aite , la actuación p o lítica y a cond enar tanto " e l apoliticism o
com o' la voluntad p o lítica ciega” D e donde se desprende en seguida el
siguiente ideal d el filis te o : "S ó lo u n a paciencia d e larg o alcance, conte­
niend o la decisión d e in terven ir en p o lítica, u n am plio saber ante el que
se abran, p o r sobre la realidad im perativa, los vastos e in fin ito s espa­
cios de lo posible, pueden cond u cir en este punto a alg o m ás que al
sim ple tum ulto, a la destrucción y a l to rb e llin o d e las cosas.” 112 P ostulad o
éste tanto m ás cóm ico cuanto que Jaspers, consecuente con su teo ría, rechaza
todo pronóstico, toda previsió n: " E l saber previsivo y considerador acerca
del curso de las cosas es un saber de posibilidades, entre las que no

111 Jaspers, D ie geislige Situation der Zeit, Berlín-Leipzig, 1931, pp. 146 s.
112 Ibíd., p. 78.
424 LA FILOSOFÍA DE LA VIDA

tien e p o r qué fig u ra r siquiera lo que lleg ará a ser re al.” 113 Y así, después
de todas estas excursiones infru ctuosas al m undo de la realidad, sólo
queda en pie la perspectiva k ierkegaard ian a: "C o m o la m archa del m undo
es im penetable y hasta hoy h a fracasado lo m e jo r y puede volver a
fracasar; com o, por tanto, la marcha d el mundo, a la larga, no es en
modo alguno lo único que importa que sea, debemos abandonar todos
los planes y toda la actuación en torno al rem oto porvenir, para dedicarnos
aquí y ahora a crear y anim ar la e x is te n c ia .. . H acer al presente lo au­
tén tico es, en fin de cuentas, lo único que con certeza m e es dable
h acer.” 114
E sta suprem a sabiduría, muy a fín a la doctrina de H eid egger, engendra
en Jaspers una contradicción un tanto cóm ica. Jaspers ve en el hom bre de
hoy, atenido solam ente a sí m ism o, un progreso (u n d espojarse del "h a b i­
táculo” , una superación dS las engañosas filo so fía s objetivas del pasado,
llevada a cabo con ayuda de K ierkegaard y N ie tz s c h e ); e n rigor, de­
biera, pues, afirm ar el presente, que ha hecho surgir este hom bre y este
planteam iento filo só fico del p roblem a, el único considerado com o a u té n -,
tico, com o h acía Sim m el, m ucho más consecuente en esto con su su b je ­
tivism o. P ero, com o en Jaspers palpita un odio verdaderam ente zoológico
contra las masas, un m iedo pavoroso ante ellas, ante la dem ocracia y el
socialism o, vemos que la g lo rificació n rom ántica del pasado se em pareja
en él con la p olém ica contra el "h ab itácu lo ” . A sí, por éjem p lo , de­
fien d e , de pasada, la Ig lesia com o "co n d ició n de existencia de la libertad
q u e en Cada m om ento se abre paso” ,115 olvidándose com pletam ente, al
d ecir esto, que, según su teoría, toda Ig le sia debiera ser necesariam ente
un "h ab itácu lo ” . T am b ié n en e ste punto vuelve a revelársenos la superiori­
dad de los "clásico s” de la reacción filo só fic a sobre los e p íg o n o s: K ierk e ­
gaard, situándose en el punto d e vista de su protestantism o existencial,
fo rm u ló siem pre las más apasionadas denuncias contra la Ig lesia. Esta
contrad icción a que nos referim os hace de los gestos d e Jaspers, que él
pretende que sean sublim es, sim ples m uecas cóm icas, convencionales y
carentes de sig n ificació n . E l nih ilism o se trueca, una y o tra vez, cons­
tantem ente, en un "ascetism o del m undo in terio r” , calvinizado y m oder­
nizado a la m anera filiste a ; y surge, traducida a la filo s o fía de la vida, una
caricatura de la sociología relativista de M a x W e b e r.
H eid eg g er sólo lle g ó a la elaboración de su "ex iste n ciario ” . Jaspers,
e n cam bio, h a pu blicad o un gran sistem a de la filo s o fía en tres vo­
lúm enes, con el títu lo entre orgulloso y m odesto de Filosofía. E n la
introducción a esta obra (o rie n tació n universal y esclarecim iento de la exis­
te n c ia ) se expone p ro lijam en te lo q u e hem os intentado esbozar aquí.
Solam ente al lleg ar a la tercera parte (M e ta fís ic a ) surgé una "d o ctrin a

113 Ibid., p. 185. 114 Ibid., pp. 1 8 7 115 Ibíd., p. 172.


HEIDEGGER Y JA SPER S 425

cifrad a” en la que se trata de exp licar y trasfu n d ir la im posibilidad


de un cono cim iento o b jetiv o de la realidad, b a jo una fo rm a positiva de
captación del universo. Jaspers quiere, de u n a p arte — siguiendo el m odelo
de K ierkegaard y N ietzsche— , m antener en p ie el gestó de im pavidez de
un destructor de la objetividad , p ero, p o r o tra parte, no tien e ni la fe de
K ierkegaard en el cristianism o prim itivo ni la visión nietzscheana del adve­
n im iento de una era im perialista, y trata de sacar algo incuestionablem ente
positivo de la nada anuladora heideggeriana, en vez de extraer de ello,
consecuentem ente, las consecuencias nihilistas. E n esto reside su posición
a m itad .de cam ino, com parada con el nihilism o radical de H eidegger.
Y así, la filo s o fía de Jaspers, com o la de H eid egger, term ina en un
com pleto fiasco filo só fico , a pesar de lo cual acarrea, socialm ente, conse­
cuencias de un alcance extraord inario. H eid eg g er y Jaspers llevan a sus
consecuencias m ás extrem as el relativism o y el irracionalism o radical­
m ente individualistas y filisteam ente aristocráticos. A llí donde llegan
estas doctrinas encontram os la época g lacial, e l P o lo N o rte, un m undo
deshabitado, un caos carente de sentido, la nada com o en to rn o del
hom bre, y el contenido in terio r de esta filo s o fía es la desesperación y
la soledad irrem ediable del hom bre m ism o. C on ello , trazan estos filó so fo s
una im agen bastante fie l d e lo que realm ente v iv ía en el in terio r de
extensos círcu lo s de la intelectualidad alem ana a com ienzos de la década
del trein ta. P ero n o se lim itan a describir lo q u e ven. Su descripción es, a l
m ism o tiem po, una interpretación: un alegato en fav o r de la carencia
de sentido d e toda actividad d entro de este m undo. Su parcialidad la
revela e l hecho d e que recarguen las tintas negativas de lo q u e ellos
llam an " e l m undo” exclusivam ente sobre la sociedad dem ocrática. E s, en
vísperas de la crisis y en el transcurso de ella, u n a tom a decisiva de par­
tido. P o r m edio d e e lla se ahonda todavía m ás la tó n ica gen eral de deses­
peración de extensas capas de la burgu esía alem ana, y sobre todo de sus
intelectuales, desviando las posibles tendencias de rebeld ía y prestando
con e lla una ayuda negativa nada despreciable a la agresiva reacción.
Si el fascism o lo g ró educar a am plios sectores d e la intelectualidad ale­
m ana en una neutralidad m ás que benévola, lo d ebió e n buena parte, no
cabe duda, a la filo s o fía d e H eid eg g er y Jaspers.
Y , p ara lle g a r a esta conclusión, es hasta cierto pu nto in d iferen te el
saber cuál fu era la posición adoptada personalm ente p o r ellos ante el fa s­
cism o, sobre todo porque ninguno de los dos fu e lo bastante in fie l
a las prem isas y a las consecuencias de su propia filo s o fía com o para
m anifestarse realm ente en contra de H itle r. E l hecho de q u e H eid egger
actuase abiertam ente com o fascista, m ientras que Jaspers, p o r razones
puram ente particulares, no pudo lleg ar a tan to y se las arregló para
m antener b a jo H itle r su otium cum dignitate, p ara luego, a l caer el
régim en, m ientras el viento p arecía soplar de la izquierda, dárselas tem -
LA FILOSOFIA DE LA VIDA

de^antifascista, n o altera en lo m ás m ín im o la realidad de


W y otro fu eron, y así se los debe considerar, p o r e l contenido
filo so fía , adelantados filo só fico s del irracionalism o fascista.

V II

L a filo s o fía de la vida prefascista y fascista


(K la g e s, Jü n g er, B aeu m ler, B o eh m , K rieck , R o se n b e rg )

La filosofía m ism a de la vida pasa rápidam ente p o r el episodio "e x is-


tencialista” que acabam os de caracterizar, para p o n er rum bo a la p rep a­
ración m ás fran ca y m ás com bativa de la inm inente reacción bárbara. E n
esto reside la sig n ificació n de la filo s o fía d e L ud w ig K lag es. K lag es
había com enzado a escribir ya en e l p eríod o d e anteguerra. M iem bro
prom inente al p rin cip io del círcu lo de G eorge, se separa d e éste para
seguir su pro p io cam ino. L o que hace, en rig o r, es conv ertir la filo s o fía
de la vida en una lucha abierta contra la razón y la cultura. ( Y p ara darnos
cuenta d e que se trata d e corrientes d e época y n o d e individualidades
aisladas, basta con fija rse en e l sorprendente paralelism o q u e co n ésta
presenta la tendencia del pensam iento de un hom bre p o líticam en te o rien ­
tado hacia la izquierda com o T h e o d o r L e ssin g .) E l rasgo antropológico
dé la filo s o fía de la vid a se destaca en K lag es todav ía m ás acusada­
m ente «pie en sus predecesores. G ran parte de sus actividades literarias
se basa, en este terreno, en la fundam entación de la nueva ciencia de la
"caracterolog ía” . E n e lla nos encontram os ya con la desintegración total
de todo conocim iento o b jetiv o en la tip ología.
M ientras que en D ilth e y la tip o lo g ía antropológica aparecía aún supedi­
tada a la ciencia objetiva, para colocarse en Jaspers p o r encim a de ella,
en K lag es representa ya un ataqúe fro n tal d irigido contra el esp íritu de la
cientificidad , contra la fu nció n que la razón, el conocim iento y el espíritu
han desem peñado y desem peñan en toda la evolución de la hum anidad.
L a concepción fundam ental de K lag es no puede ser m ás sen cilla: hay
una vida cósm ica general, de la que participa naturalm ente el hom bre al
com ienzo de su d esarrollo: "D o n d e quiera que hay un cuerpo vivo,
hay tam bién un alm a; donde quiera que hay un alm a, hay tam bién un
cuerpo vivo. E l alm a es el sentido del cuerpo, la im agen del cuerpo
la m anifestación del alm a. T o d o lo que se m anifiesta tiene un sentido, y
todo sentido se revela al m anifestarse. E l sentido se vive interiorm ente,
la m anifestación exteriorm ente. A q u él tiene que cobrar ciierpo, si quiere
com unicarse, y la im agen necesita interiorizarse de nuevo, para poder
obrar. T ales son, hablando sin m etáfora, los dos polos de la realid ad.” 11610

110 Klages, Vom kosm ogonischen Bros, 2* ed., Munich, 1926, p. 63.
LA FILOSOFÍA DE LA VIDA PREFASCISTA Y FASCISTA 427

E ste estado cósm ico-conform e a naturaleza, orgánicam ente vivo, es des­


plazado y desintegrado p o r el "e sp íritu ” . 'X a ley del esp íritu disocia
del ritm o de la vid a cósm ica.” 117 T a l es el contenid o de la historia h u ­
m ana, " e l que sobre e l alm a se eleve el espíritu, sobre e l sueño la
vigilia in telig en te, sobre la vida que deviene y perece una acción enca­
m inada a perm anecer” .118 N ad ie sabe cóm o se h a operado este fo rm idable
v iraje, p ero es un hecho "q u e un p oder extram und ial h a irrum pido
en la esfera d e la vida” .119 (K la g e s retuerce aqu í, en u n sentido m ístico-
reaccionario, la exposición que hace B a ch o fen del com unism o p rim itiv o .)
Pero, si se ig n ora cóm o h a podido e l esp íritu im poner su señorío, su
acción es absolutam ente evidente, p ara K la g e s : no es o tra q u e " e l m atar
la vida” .120
T o d a la filo s o fía de K lag es es, sim plem ente, u n a serie d e variaciones
en to rn o a este pensam iento tan p rim itivo. L a sig n ificació n de esta filo ­
so fía reside en que nunca, hasta ahora, se h ab ía com batid o a la razón
de un- m odo tan abierto y rad ical. K lag es c a lific a la actividad de la
razón d e "in fa m ia ” 121 e "ig n o m in ia” .122 L a sed d e sab er es colocada por
él en el m ism o p lan o que la curiosidad corrien te y vu lgar. Y p in ta, a este
propósito, la estam pa del jo v en que, según la leyend a, se afan a en descu­
b rir la im agen velada de S ais: "¿ Q u é es lo que en rig o r m ueve al joven
en su em peño de levantar e l v e lo ? ¿E s e l afán d e indagar o, sim plem ente
y habland o en térm inos m ás prosaicos, la curiosidad? E n tre el acicate
investigador y la curiosidad n o m ed ia, en esencia, d iferen cia alguna.
U n o y otra b rotan de la inquietud del intelecto, a l que desazona el afán
de todo aqu ello q u e no posee. E l a fán d e co n o cer es a fán d e apropiarse
a l g o . . . y aquello de que se apodera el esp íritu queda in falib lem en te
privado de encanto y, a la p ar con ello, destruido, si se trataba en
esencia de un m isterio.” 123 En ello reside cabalm ente, según la concepción
de K lag es, lo que toda cien tificid ad tien e de "ig n o m in io so ”, pues lo
esencial, desde el punto dé vista filo só fico , no es, en m odo alguno,
el conocim iento, sino solam ente el "p en etrar en los m isterio s” .124
Sólo m anteniendo intacto el respeto ante lo m isterioso es po sible adop­
tar una actitud viva ante la vida. D e este m odo, la categoría "v id a ”
pierde, en K lages, m anifiestam ente, toda relación con lo b iológico, y él
m ism o dice, abiertam ente, que la b io lo g ía ignora "e n qué consiste la v ita­
lidad de las cosas vivas” .125 Y , en este punto, es muy característico el que
K lag es, al igual que todos los filó so fo s de la vida, m uestre la pretensión
de sobreponerse a la contraposición de idealism o y m aterialism o. E n e fe c­

117 Ibid., p. 65.


118 Klages, Der Mensch und das Leben, Jena, 1937, p. 32.
119 Ibid., p. 33. 120 Ibid., p. 51. 121 Ibid., p. 33.
122 Ibid., p. 214. 123 Ibid., pp, 215 s. 124 Ibid., p. 79.
125 Klages, .Vom Wesen des Bewusstseins, Leipzig, 1 9 2 1 , p. 4.
428 LA FILOSOFÍA DE LA VIDA

to, según su m odo ,de ver, la aparente antítesis del ser y la conciencia
encubre " lo que no es ni cogitare ni este, ni esp íritu ni m ateria y encie­
rra, sin em bargo, una im portancia m ayor que uno y otra para los entes
tem porales, a saber: la v id a . . . E l espíritu sabe que el ser es, pero sólo
la vida vive’’.120
Este m odo de concebir la vida representa, hasta aquí, el punto culm i­
nante del irracionalism o de la filo s o fía de la vida, pero entraña, al m ism o
tiem po, no ya una sim ple negación nihilista, com o hasta ahora, sino la
transform ación en un m ito directo. K lag es o frece una teo ría del conoci­
m iento de su nueva m ito lo g ía, al desplegar la im agen fren te a la cosa.
L a cosa es un producto m uerto del espíritu, la im agen un fen óm en o
anim ado. Y a esta contraposición em palm a su teo ría del conocim iento,
característica a su vez d ^ la etapa m itológica de la filo s o fía de la vida
y que tien e su im portancia, a pesar de ser, de p o r sí, un puro sofism a.
E n efecto , K lag es acepta para el m undo del espíritu la g n oseolog ía de
los neokantianos y los positivistas, a las que en el m undo del alm a le con­
trapone una concepción dem agógico-seudom aterialista del su jeto y el ob--
je to . " L a im agen — dice— tien e una realidad independ iente de la con ­
ciencia (p u es para nada le afecta el hecho de que, posteriorm ente, yo
m e acuerde o no de e l l a ) ; la cosa es traíd a al m undo p o r la conciencia
y sólo existe para una interioridad de entes personales.” 127 Sabido es que
la independencia del m undo m aterial constituye la base sobre que des­
cansa la teoría del conocim iento del m aterialism o filo só fico . Y es bien
característico que K lag es aparente aceptarla precisam ente en lo más su b je ­
tivo d e todo, que es lo que se refiere a los productos de la fantasía.
E sta so fística es, cabalm ente, la que caracteriza al seudoobjetivism o de la
m ito lo g ía de la filo s o fía de la vida.
D e esta teoría del conocim iento convertida en m ito form a tam bién
parte, naturalm ente, su propia teo ría del tiem po, un descubrim iento del
"tiem p o real” tan radicalm ente distinto del tiem po del m undo intelectivo
com o el de B erg so n o el de H eid egger. L a po lém ica de K lag es se dirige
tam bién en este punto contra el futuro, que no es, según él, "n in g u n a
cualidad del tiem po real” . Es " la hum anidad prom eteica la q u e eleva
e l fu turo al mismo plano dé la realidad que el p a sa d o . . . L a hum anidad
heracleica d e la 'H isto ria universal’ h a destruido y destruye, con el fantas­
m a cerebral del 'fu tu ro ’ la realidad de lo que ha s id o . . . , desgarra la
fecundadora trabazón de lo cercano con lo leja n o , para suplantarla por
la referencia ahasheveriana a aquel espectro de lo lejan o que llam am os
fu tu ro ” . 128 E l tiem po real es, por el contrario, "u n río que corre del
futuro hacia el pasado” .120 E n K lag es descubrim os tam bién, p o r tanto,

120 lbíd., pp. 137 ss. 127 Klages, Kosinogonischer Eros, p. 79.
128 lbíd.. pp. 137 ss. 120 lbíd., p. 140.
LA FILOSOFÍA DE LA VIDA PREFASCISTA Y FASCISTA 429

la lucha contra la realidad de una historia universal que él considera


com o una ignom inia del espíritu y de la razón y cuya mayor infam ia
consiste' en atreverse a trazarse metas para el futuro, destruyendo con ello
el encarrilam iento del alm a p o r los derroteros d el m ito, hacia el en tro­
nizam iento del pasado. Y no hace fa lta esforzarse m ucho en destacar que
la teoría del tiem po propuesta por K lag es y su concepción de la historia,
íntim am ente relacionada con ella, responden a la m ism a necesidad social
d e la burguesía im perialista, o sea a la necesidad de com batir el socia­
lism o, que las correspondientes teorías d e Sp en gler o H eid egger. E l
m atiz de la divergencia entre aquélla y éstas carece, en el fo n d o , de im ­
portancia, ya que coinciden en lo esencial, que es vo lv er resueltam ente
d el revés los entronques reales de la realidad o b je tiv a ; todas estas
teorías son, sim plem ente, otras tantas etapas en la trayectoria del irracio­
nalism o alem án, que habrá de cond u cir en d efin itiv a a H itle r.
N ace así un m undo hecho de vacío y desolación, privado de alm a,
lleno de m aldad. E l m undo del m ito no ha p odid o defend erse contra
la irrup ción del espíritu, pero se cierne com o un som brío destino sobre el
m undo de la razón im perante. P o r todas partes ve K lag es consum arse
esta venganza de las potencias m íticas sojuzgadas, desde la decadencia
de R om a hasta la ruina de los Estados actuales, que él p ro fetiza. Y la
única m isión que su filo s o fía puede señalar al hom bre es, sim plem ente,
la de liberarse del m undo m alvado del esp íritu : la de "sa lv a r e l alm a” .130
E n K lag es vem os ya dibujarse muy m arcadam ente los rasgos que ca­
racterizan la nueva etapa de la filo s o fía de la vida. D e u n a parte, esta
filo s o fía es, ahora, adversaria m ilitan te abierta y declarada de la razón,
muy de otro m odo que lo era entre los pensadores d e que hem os venido
tratando; y, de otra parte, la filo s o fía d e la vida, con K lag es, se m an i­
fiesta abiertam ente por vez prim era, desde N ietzsch e — si prescindim os
del episodio Sp engler— , com o creadora de m itos concretos. K lag es se
revela, así, com o uno de los precursores directos de la "concepción^
del m undo nacionalsocialista” , lo que, p o r otra parte, no h a dejad o de
reconocer, m ostrándole su agradecim iento, la filo s o fía o ficia l de los nazis.
A u nque no sin algunas reservas, ciertam ente. E n p rim er lugar, porque,
aun siendo un filó so fo m ilitante de la vida, K lag es se m antiene todavía,
a pesar de todo, en el terreno del v ie jo individualism o ap o lítico ; el
palenque de sus luchas no puede ser otro que e l café o el saló n; sus
debates filo só fico s no están hechos todavía para ser llevados a la calle.
Y , en segundo lugar y sobre todo, porque K lag es incluye la guerra entre
las secuelas funestas del espíritu, destructor de la cultura. E n este p u n ­
to, los nacionalsocialistas tienen, naturalm ente, que hacer caso om iso de
su reverente actitud ante el venerable precursor. Sus adm iradores fascistas

130 Klages, Vom Wesen des Bewussíseins, p. 52;


430 LA FILOSOFÍA DE LA VIDA

critican sin ninguna clase de m iram ientos este pacifism o y este individua­
lism o de K lag es.
E n el tránsito de la filo s o fía de la vid a al fascism o, aparecen, pues,
diversos filó so fo s m ilitantes de la vida en cuyas obras se in terp reta ya
de un m odo social y p o lítico el antagonism o en tre la vida y la m uerte, en
las que la lucha p o r an iqu ilar la razón cobra u n a tó n ica social. E sta
etapa de la filo s o fía d e la vida surge, en la m ayor p arte de los casos, sobre
la base de aquellos pequeños grupos y alianzas que b rotan p o r do­
q u ier en la segunda m itad de la década del veinte y cuyas tendencias
político-so ciales oscilan entre las sim patías, no pocas veces b ien in ten cio ­
nadas, co n el socialism o y la m ás estrecha afinidad con el nazism o, aunque
la m ayoría de las veces pred om ine en ellos esta segunda in c lin a c ió n ..
D e en tre la copiosa literatu ra d e este tip o sólo destacarem os a un
autor m uy característico y netam ente orientad o hacia la d erecha: E rn st
Jü n g e r. D e jo v en , Jü n g e r h ab ía tom ado parte en la p rim era G u erra M u n ­
d ial im perialista, relatando luego, en eficien tes narraciones n o carentes
d e valor, el espanto m aquinal de la guerra, com binado constantem ente
con aquellas exaltadoras "v iv en cias del fre n te ” , que, según la concepción
de la jo v en generación m ilitan te de los filó so fo s de la vida, sentaron los
cim ientos interiores para la fu tura renovación de A lem ania. E sta co n ­
ju n ción de las batallas de m áquinas y las vivencias d el fre n te hace de
Jü n g e r uno de los prim eros propagandistas de la llam ada "m o v ilizació n
to tal” .
E ste m odo de p lantear el p roblem a viene a desplazar el contenid o de
la antítesis entre lo vivo y lo inerte. Escritores del tip o de Jü n g e r al a fir ­
m ar la guerra m oderna, no tien en m ás rem edio que renunciar a rechazar
com o algo inerte, com o un "h ab itácu lo ” m uerto, todas las fo rm as y
m anifestaciones del capitalism o m oderno, a la m anera com o lo h a d a n
H eid egger, Jaspers y K lag es, quienes en este respecto se m antienen todos
en la m ism a lín ea. L a lín ea de dem arcación en tre la m uerte y la vida
discurre, según Jü n g er, entre el capitalism o pacifista burgués de la R epú­
blica de W e im a r y la soñada renovación de un im perialism o agresivo
prusiano-alem án. Y aquí es donde se e n caja la dem agogia social, la
incorporación de la clase obrera a estos planes im perialistas. Precursoras
de esta nueva síntesis fu eron la literatu ra de guerra del tipo de Sch eler y
Som bart y, sobre todo, la obra de Spengler, Prusianismo y socialismo.
P ero es Jü n g e r el prim ero que interpreta desde el punto de vista de la
filo s o fía de la vida la antítesis de burguesía y proletariado, con o b je to
de ob ten er la am plia base social necesaria p ara la ansiada nueva guerra
im perialista, que viniese a relevar a la vida del m undo burgués m uerto.
E l irracionalism o de la filo s o fía de la vida asum e, así, fran ca y abier­
tam ente, su m isión histórica reaccionaria, que es la de luchar directam ente
contra la concepción d el m undo del proletariado, contra el m arxism o-
LA FILOSOFIA DE LA VIDA PREFASCISTA Y FASCISTA 431

leninism o. Se convierte aquí en una declaración fran ca y desembozada


lo que en los anteriores representantes de la filo s o fía de la vida se obtenía
sólo a fu erza d e d escifrar una serie de teorías tergiversadas y oscuras
que, aparentem ente, no guardaban la m enor relación cdn ello. Y se revela,
al m ism o tiem po,, lo que es cierto que ya se hallaba im p lícito en Spen-
g le r: el hecho de que esta lucha, aun siendo fran ca y de fren te, era, al
m ism o tiem po, una lucha ind irecta y d em agógica: Sp en g ler y Jü n g er
ya no intentan, com o los apologistas preim perialistas o del períod o del
tem prano im perialism o, dem ostrar la superioridad d el capitalism o sobre
e l socialism o, sino que oponen a l verdadero socialism o, com o sistem a
social del futuro, un capitalism o m onopolista cubierto con la etiqueta
de "so cialism o ” . Pero, m ientras que Spengler ig n orab a todavía al p ro le ­
tariado, Jü n g e r h ab la ya dem agógicam ente en su nom bre, lo m ism o que
H itler.
Jü n g e r expone estas concepciones en un lib ro program ático titulado
El obrero. Dominación y forma. L a "fo rm a ” v en ía siendo ya de largo
tiem po atrás una de las categorías centrales de la filo s o fía de la vida.
(B a s te recordar la "m o rfo lo g ía ” de S p e n g le r.) A q u í, este concepto pasa
a ocupar el lu gar central d e la tendencia m itológica. Según Jü n g er, ya la
m etod ología que brota de las fo rm as es revolu cionaria: " L a visión de fo r­
mas es un acto revolucionario, p o r q ia n to que reconoce un ser en la
plenitud to tal y arm ónica de su vida. La gran superioridad de este proceso
reside e n que se opera más allá de toda vigencia m o ral y estética y de
toda vigencia c ien tífica .” 131
C laro está que la . palabra "rev o lu ció n ” debe interpretarse, tal com o
aquí se em plea, a la m anera fascista: com o la negación de las form as
de dom inación dem ocrático-parlam entarias, en la que se aparenta dem a­
gógicam ente superar con ellas y en ellas la sociedad burguesa. L a filo s o fía
m ilitante de la vida de Jü n g er rechaza el espíritu y la razón no m enqs
radicalm ente que la de K lages, pero la tónica, el acento, h a cam biado
ya to talm en te: la m oral y la filo s o fía de la historia se h an trocado en l a ,
p olítica. Jü n g er no habla de la in fam ia y la ignom inia, sino de la " a lta '
traición del esp íritu ” .132 Y tam bién el radical subjetivism o de la filo s o fía
de la vida cobra, en Jü n ger, una nueva exaltación y el rum bo hacia lo
h istórico-p olítico. H abland o del nacim iento del m ito, dice Jü n g e r: " E l
vencedor crea el m ito de la h istoria” ,133 frase en la que la negación
de toda objetividad histórica alcanza su punto culm inante cínicam ente
descarado.
L a idea central en que, en e l p lan o de la filo s o fía de la historia, se
traduce esta nueva etapa m ilitan te de la filo s o fía de la vida, es bastante

131 Jünger, Der Arbeiter. Herrschaft und Gestalt, 2* ed., Hamburgo, 1932,
p. 39.
132 Ibid., p. 40. Ibid., p. 204.
432 LA FILOSOFÍA DE LA VIDA

sim ple y prim itiva. L a "fo rm a ” d e l obrero, de la que se procura a leja r


cuidadosam ente to d o lo económ ico y lo que afecta a la situación de clase,
representa en la cultura de nuestro tiem po lo elem ental, la vida, p o r
op osición a la burguesía, que jam ás h a teqid o n i la m enor n oción de su
existencia. Y a hem os apuntado m ás arriba que esta nueva concepción
viene a desarrollar determ inadas tendencias contenidas en el concepto
del "socialism o pru siano” d e Spengler. P ero, conviene tam bién p oner de
relieve la d iferen cia entre uno y otro. Sp en g ler llevaba a cabo una sim ple
identificació n. Jü n g e r ve en el prusianism o " e l encadenam iento de lo
/elemental” , y a continuación a firm a : " E l concepto del obrero no excluye,
; sino que incluye lo elem en tal.” 134
i Se contiene aquí, desde el punto de vista de la filo s o fía de la vida,
la fundam entación de 1§ dem agogia social irracionalista. E l m undo m uerto
del burgués es el m úndo de la "segu rid ad ” . Y esta crítica dem agógica
que la filo s o fía de la vida hace de la cultura burguesa es de la mayor
im portancia, para la fundam entación del fascism o com o concepción del
m undo. P o r oposición a otras corrientes reaccionarias, que predicaban
la vuelta a anteriores períodos seguros y "v incu lad o s” , la agitación del
fascism o parte de la crisis m ism a, de la disolución de todas las cond i­
ciones de una vida asegurada. Y com o, en su fu ero interno, trata de
instaurar el reinado de la m ás .com pleta arbitrariedad y su tendencia
fu ndam ental es la organización de la guerra im perialista de agresión,
aspira a un nihilism o m ilitan te a tono con ello, a la conm oción consciente
d e todo estado de seguridad en la existen cia del individuo. Se trata, por
tanto, de desacreditar a toda costa la id eología de la "segurid ad ” , com o
una concepción m uerta y burguesa: el fascism o pretende incubar el tip o
del lasquenete brutal y sin escrúpulos, que n o se d etiene n i retrocede
ante nada. Y , com o la "segu rid ad ” era una categoría d el hum anism o
clásico alem án ( e l prim ero que la fo rm u ló con u n a gran decisión fu e
G u illerm o de H u m b o ld t), se exp lica la actitud h ostil de los p rincipales
ideólogos del fascism o fren te a todo este períod o. (D ig a m o s, de pasada,
que ya la filo s o fía existencial de H eid eg g er y Jaspers h ab ía contribuido
mucho, a su m odo, a m inar la id eo lo g ía de la "segu rid ad ” . )
Las dos form as, la del obrero y la del burgués, se excluyen totalm ente
la una a la otra. E l obrero representa un ser totalm ente d istinto, con
respecto al burgués. Y de aquí arranca la concepción radicalm ente an ti­
histórica de la historia en Jü n ger, su concepción m ítica, q u e equivale a la
desintegración to tal de lo h istó rico : “ U n a fo rm a es, y ningún proceso
de desarrollo la hace aum entar o dism inuir. L a historia del desarrollo no és,
por tanto, la historia de la fo r m a . . . E l desarrollo conoce un com ienzo
y un fin al, el nacim iento y la m uerte, a los que la fo rm a se h alla sus­
LA FILOSOFÍA DE LA VIDA PREFASCISTA Y FASCISTA 433

traída. L a historia no crea fo rm as, sin o q u e cam bia con éstas. E s la


tradición, que se atribuye a sí m ism a u n p oder victo rio so .” 135
L o que equivale a suprim ir la historia. E n sus orígenes, la filo s o fía
de la vida proponíase, con D ilth e y y Sim m el, asegurat la autonom ía d e la
historia fre n te al im perio de la ley natural. C ierto es que ya entonces,
principalm ente en D ilthey, llevaba la tendencia accesoria a encontrar en la
fundam entación antropológica un punto de apoyo fren te al relativism o
histórico; tendencia que conducía, en D ilth ey , com o hem os visto, a una
antinom ia del punto de vista histórico y el antropológico. L a necesidad
de una concepción del m undo, la exigen cia de una concepción del m undo
expresable en los térm inos de la filo s o fía de la vida, n o tenía m ás rem e­
dio que convertir la historia, cada vez más enérgicam ente, en un m ito,
y de un m odo cada vez m ás m arcado cuanto mayor fu era su pretensión de
concreción. Los m itos así creados sólo podían- verse poblados p o r las
"fo rm a s” de la antropología y la tip o lo g ía filo só fico -v itales, in flad o s
hasta convertirlos en entidades. A m edida que se va avanzando por este
cam ino, va perdiendo m ás y m ás la historia real toda sign ificació n para
los representantes de la filo s o fía de la vida. La historia es desplazada, en
Spengler, p o r los m itos; se hunde, en H eid egger, en lo im p ro p io ; y
aparece, en K lages, com o un arsenal de ejem p lo s del pecado o rig in al
de la hum anidad, del espíritu m alvado. P o r muy distintas que puedan
ser entre sí estas concepciones, todas ellas tien en un rasgo com ún, en el
que lo histórico aparece sim plem ente com o la dinám ica aparente de deter­
m inados tipos. Y cuanto m ás m ilitantem ente reaccionarios se vuelven
estos m itos, cuanto más directam ente aparecen com o precursores del m ito
fascista, m ás se acentúa su p o larización h o stil, m ás fu ertem ente se ve
que toda la historia m istificad a d e la vida n o tien e m ás m isió n que a fir ­
m ar el derecho exclusivo a la vida de u n a "fo rm a ” y la to tal repudia-
bilid ad de la otra. E n Jü n g er, esta trayectoria alcanza ya su p len o des­
arro llo, en la m ed id a en que e llo es p o sib le en una filo s o fía prefascista.
D e aquí a R osenberg no hay ya m ás que un paso.
E s así com o la form a del obrero (q u e , lo m ism o que en Sp en gler y
en H itle r, incluye no sólo al soldado, sin o- tam bién al p a tro n o ) deter­
m in a el m ito del m undo actual. E ste m undo es u n "p a is a je de talleres”
y, en lo que se refiere al m undo d el burgués, u n "m u seo ” . P ara que se
conv ierta en un p aisaje to tal de talleres, hace fa lta que triu n fe la fo rm a
d el obrero, y con ello se tran sform a, a l m ism o tiem po, en "p a is a je p la­
n ificad o ” , en e l "espacio im p erial” .136 E l m ito d el obrero es, en Jü n g e r,
e l m ito d el im perialism o guerrero agresivo.
C om o v e m o s ,. la filo s o fía de la vida hecha m ilitan te ya sólo dista,
aqu í, algunos pasos de Ja "co n cep ció n del m undo nacionalsocialista” .

135 lbid ., p. 79. 136 Ibid., p. 292.


28
434 LA FILOSOFÍA DE LA VIDA

L o que las separa no es, en el fo nd o , más que el rasgo sectario que se


co n tien e en la filo s o fía de Jiin g e r y de quienes piensan com o él. En
su fu ero interno, estos pensadores están ya resueltos a sacar la filo so ­
fía de la vida del cuarto de estudio y el salón a la calle, puesto que la
tendencia discursiva de sus doctrinas tien e ya un carácter m arcadam ente
p o lítico . Pero, su m etod ología y su term in olog ía se h allan todavía p ro ­
fund am ente im buidas de la sabiduría esotérica p ropia de pequeños grupos
cerrados, engarzados los unos en los otros.
Los llam ados representantes filo só fico s de la "co n cep ció n del mundo
nacionalsocialista” heredan toda esta trayectoria irracionalista de la filo ­
s o fía de la vida del períod o im perialista, principalm ente la de la últim a
etapa, y la u tilizan sobre todo para tend er los necesarios puentes id eoló­
gicos entre la agitación hitleriana, carente de nivel en todos los sentidos,
y la intelectualidad aleiftana educada en la filo s o fía de la vida, atra­
yendo a estos intelectuales — cuyo len g u aje se habla tanto en lo exterior
com o en lo interior— al cam po del nacionalsocialism o o colocándolos
en una actitud de benevolente neutralidad ante él. E n la propaganda
nacionalsocialista se distinguen, además, d iferentes cam pos de diversa
extensión. R osen berg se halla, en cierto modo,* a m itad de cam ino entre
H itle r y los filó so fo s o ficiales del nazism o en sentido estricto, ideólogos
del tip o de B aeu m ler y K rieck .
Estos dos últim os autores, a quienes podem os considerar com o los re-
presentanes de la filo s o fía nacionalsocialista o ficial, incorporan la idea
d i la "m ovilización to tal” de Jü n g e r a su consum ación fascista de la
filo s o fía de la vid a; y am bos prosiguen su polém ica dem agógica contra
la burguesía, la era burguesa, la cultura burguesa, etc. Y , en este res­
pecto, es característico el hecho de que — puesto que estas obras no se
d irigen a obreros— tanto B aeu m ler com o K rieck , siguiendo las trad i­
ciones de la filo s o fía y la sociología burguesas del períod o im perialista,
se lim iten p referentem ente a la crítica de la cultura; apenas hablan de
socialism o, ni siquiera en el sentido en que em plea esta palabra la ag i­
tación dem agógica de H itle r y R osenberg.
Sólo de un m odo muy general plantea B aeu m ler la tarea de una "desbur-
guesación” general. L a cultura burguesa aparece, en él, rebajad a y pre­
sentada com o algo despreciable. P ero siguiendo en ello, preferentem ente,
la lín ea de la m ilitarización g eneral. L os intelectuales deben educarse com o,
"sold ad os p o lítico s” . B aeu m ler describe en los siguientes térm inos la des­
gracia de la historia alem ana del siglo x ix :, "L a verdadera fatalidad del
siglo x ix fu e el que no coincidieran la filo s o fía hum anística y la filo ­
so fía silenciosa de los soldados del estado m ayor pru siano.” 137 Y , en
otro pasaje, ve en el hecho de que n o pudieran lle g a r a un acuerdo

137 Baeumler, MSnnerbund und Wissenschaft, Berlín, 1934, p. 127.


LA FILOSOFÍA DE LA VIDA PREFASCISTA Y FASCISTA 435

N ietzsche y B ism arck un síntom a de la falsa trayectoria seguida b ajo


la dom inación de la burguesía.138139D e este m odo, B aeu m ler se acerca m ucho
a la idea spengleriana del "so cialism o pru siano” , reajustada por Jü n ger.
T rata de destacar lo que hay de nuevo y de esp ecífico en el nacional­
socialism o y de deslindar su concepción de las corrientes reaccionarias
del tipo anterior. Esto es lo que inspira su crítica del v iejo m ilitarism o,
en el sentido de que era "u n heroísm o sin una buena conciencia” . " A le ­
m ania era, antes de la guerra, 'm ilitarista’, porque era dem asiado poco
heroica.” U n m ilitar es, en general, un "so ld ad o degenerado en sentido
civ il” ; el m ilitarism o sólo reina a llí donde el civil "traza el espíritu del
e jé rcito ” . Sin em bargo — y aquí es donde se m an ifiesta la filo s o fía de la
vida— , "el soldado es, en un pueblo viril, una forma de vida”.™ El ideal
del "so ld ad o p o lítico ” , del hom bre de las S. A. y de las S, S. es, p o r tanto,
la encarnación de la vida, por oposición al m undo burgués anquilosado.
D e nuevo tenem os, pues, ante nosotros la antítesis de lo vivo y lo
muerto. Lo m uerto es el m undo burgués de la "u rb an id ad ” y la "se g u ­
ridad” , con todas sus categorías sociales y culturales, econom ía y sociedad,
seguridad, disfrute e interioridad. Y m uerto es tam bién su pensam iento,
tanto el del hum anism o clásico com o el del positivism o, al que son
ajenos la intuición y el riesgo tem erario y que, p o r tanto, carecen de
alma, pese a toda su interiorid ad .140
C o n estos aguzados ataques contra todo lo que llam a la cultura bu r­
guesa, la filo s o fía fascista m ilitan te de la vid a p ro fesa orgullosam ente
el nihilism o y el agnosticism o irracionalistas, aunque b a jo u n len g u aje
que parece convertirlos en algo m ítico-positiv o. Y este elem ento m ítico
pasa a ocupar ahora el lugar central en la te o ría del conocim iento d e esta
nueva etapa de la filo s o fía de la vida. E l filó s o fo fascista B o eh m sostiene:
" L o inescrutable no es, para el pensam iento alem án, una determ inación
lim inar, sin o una determ inación totalm ente p o s it iv a .. . D o m in a toda
nuestra realidad y preside lo m ás pequeño y lo m ás g r a n d e .. . L o in es­
crutable, com o precipitado in solu ble de nuestra realidad es esencialm ente
inasequible, pero no, ni m ucho m enos, algo desconocido. L o conocem os,
aunque n o pueda expresarse, actúa en nuestra vida, determ ina nuestras
decisiones, dispone de n o s o tr o s .. . L o p ro fu n d o no puede expresarse,
pero sí puede m ostrarse en aquellos hom bres en los que se da.” 141 (D o n d e
se ve claram ente que la fund am entación p o r la filo s o fía de la vida de lo
que es vivo y alem án se representa, pura y sim plem ente, com o base para
la ilim itada arbitrariedad cau dillista de H itle r .)

138 Baeumler, Nietzsche, der Philosoph und Politiker, Leipzig, 1931, p- 125.
139 Baeumler, Münnerbund und Wissenschaft, p. 63.
140 Ihid., p. 62.
141 Boehm, Anticartesianismus. Deutsche Philosophie im Widerstand, Leipzig.
1938, pp. 34 s.
436 LA FILOSOFÍA DE LA VIDA

Y en el m ism o sentido que B o eh m determ ina B aeu m ler la relación entre


el m ito y la h isto ria: " E l problem a del m ito se plantea sin esperanza
alguna m ientras no nos desem baracem os de la pregunta de cóm o ha na­
cido el m ito. Pues, al fo rm u lar esta pregunta, se p arte com o prem isa del
fundam ento firm e del desarrollo de la hum anidad, para preguntarse cóm o
h a debido nacer el m ito dentro de la historia. P regunta que no puede
recibir una respuesta satisfactoria, pues está m al planteada. E l m ito es
algo sencillam ente a h is tó r ic o .. . E l m ito no sólo ahonda en los tiem pos
prim itivos, sino tam bién en las simas primigenias del alm a hum ana.” 142143
Contem plada desde la altura de esta iniciación m ística en lo inescruta­
ble', en las simas prim igenias, se desprecia la causalidad com o una cate­
g o ría de la "seguridad absoluta” . Y a desde Jü n g e r sabemos cuál es la
base social sobre que descansa esta tendencia a despreciar la "seg u rid ad ” .
Para los filó so fo s nacionalistas en sentido estricto, la lucha contra la
ley y la causalidad, com o form as de expresión de la "segu rid ad ” , p ersi­
gue además otra tendencia, que es la de presentar la p erfecta arbitrarie­
dad in terio r del hitlerism o com o algo superior desde el .punto de vista
de la "co ncepció n del m und o” , com o algo que se h alla m ás cerca de
la vida y del alm a germ ánica que el superado orden del m undo burgués.
Surge, así, en todos los cam pos la antítesis entre la vida y la m uerte,
que sig n ifica ahora el contraste entre la guerra y la paz, entre lo alem án
y su negación, en tre lo nacionalsocialista y lo "b u rg u és” ("p lu to c rá ti­
co ” ) . Las categorías fundam entales dé la filo s o fía de la vida se trans­
fo rm an de este m odo, para dar una fundam entación "filo s ó fic a ” a las
consignas y las hazañas de la "rev o lu ció n ” nacionalsocialista. E l n ih ilis­
m o de la últim a etapa de la filo s o fía de la vida se convierte en fu nd am en­
to del "realism o h eroico” de los fascistas. .
T am b ié n para Baeu m ler, exactam ente en e l sentido de los m odernos
adeptos de K ierkegaard , sig n ifica la vida decisión. E l obrar a base de
la concepción del m undo nacionalsocialista tien e que ser algo p o r p rin ­
cipio irracional, p o r princip io inescrutable. O brar, dice Baeu m ler, "n o
es e l realizar los valores ya conocidos. Q u ien verdaderam ente actúa se
h alla Siempre en lo incierto, 'n o sabe nada’, com o dice N ietzsche. Y
esto es precisam ente lo que hace que el actuar lo sea verdaderam ente, el
que no se h alle respaldado p o r ningún valor. E l que obra se expone,
su parte no es nunca la securitas, sino la certitudo”..1*3 (E s decir, la fe
en el Führer, G. L.) P ero, m ientras que la posición kierkegaardiana
conduce en H eid egger, consecuentem ente, y en Jaspers de un m odo un
tanto encubierto, a un nihilism o, B aeu m ler corta muy sencillam ente el

142 Baeumler, "Der Mythos vom Orient und Occident”, Introducción a la edición
de las obras de Bachofen, Munich, 1926, pp. XC s.
143 Baeumler, Mannerbutid und Wissenschajt, p. 91.
LA FILOSOFÍA DE LA VIDA PREFASCISTA Y FASCISTA 437

nudo, enfrentand o la vida com o "h ech o cósm ico” al concepto de vida de
la b iolog ía. É ste tend ría que conducir, ciertam ente, al relativism o, m ien ­
tras que aquélla "o p o n d ría resistencia a toda relativac-ión” .144
V em os tam bién aquí cóm o la filo so fía fascista de la vida lleva a sus
consecuencias fin ales y aguza hasta el extrem o las tendencias anteriores.
H em os podido observar cóm o el concepto de vida de la filo so fía de la
vida fu e desprendiéndose poco a poco, cada vez más enérgicam ente, del
concepto de vida de la b io lo g ía; aquí, nos encontram os ya con una rigurosa
antítesis, enérgicam ente proclam ada, no sólo p o r B aeu m ler, sino tam bién
por K rie ck y otros. Para K rieck, las tesis de la b iolog ía, ni m ás ni m enos
que las de las otras ciencias, son tam bién parte del m ito .145 Y concibe
sim plem ente com o sím bolos incluso las categorías fundam entales del
fascism o ortodoxo, las categorías de raza y de sangre.146 P o r eso se p ro ­
cede muy consecuentem ente, al d efin ir com o sigue la nueva ciencia de la
vida: " E n la im agen que el hom bre se fo rm a de sí m ism o lleg a a su
punto culm inante la biología universal. Y esta im agen se describe p o r
m edio de una an trop ología p o lítico -racial-n acio n al. . . A n tro p o lo g ía que
pasa a ocupar el lu gar de la desgastada filo s o fía .” 147 Palabras a través de
las cuales puede verse claram ente a dónde te n ía n necesariam ente q u e
conducir, llevadas al fin a l, las consecuencias del p rin cip io antropológico
tím ida y vacilantem ente introducido p o r D ilth e y y cóm o "resu elv e” la
filo s o fía fascista de la vida el d ilem a para e lla insolu ble del antropolo-
gism o en la filo so fía .
C on lo cual llegam os ya a la exp licación real de lo que sig n ifica
aquello de la "v id a cósm ica” . B aeu m ler habla despectivam ente del " M ä g j?
lism o asim bólico” de los clásicos alem anes. Y añade com o co ntraste*?'.
com o expresión de lo filo só ficam en te p o sitiv o : "H itle r no es menos q u e /
la idea, sino que es más que ella, pues es real.” 148 Y K rie ck ilu stra cla­
ram ente cóm o Se m anifiesta esta realidad de la v id a: " E l destino reclam a
el hom bre heroico del honor, que se som ete a todas las órdenes” 1415 ó r­
denes que em anan, naturalm ente, del "F ü h re r” : " L a personalidad del
F üh rer elegid o es el palenque en el que se decide el destino de to d o .” 150
L o que e l F ü h rer y el m ovim iento nacionalsocialista quieren no es otra
cosa que una revelación religiosa. Y K rie ck sostiene con gran energía qué
tam bién en los tiem pos actuales es po sible esta clase de revelación : D io s
habla directam ente en nosotros, en una explosión nacion al.” 131
P o r donde todas las antinom ias del relativism o nih ilista de la filo s o fía

144 Ibid., pp. $5 s.


145 Krieck, Völkisch politische Anthropologie, t. I: "Die Wirklichkeit”, Leipzig,
1936, p . 27. 148 Ibid., p. 74. u r Ibid., p. 43.
148 Baeumler, Männerhund und Wissenschaft, p. 127.
148 Krieck, Anthropologie, p. 39.
150 Ibid,, pp. 90 s. 181 Ibid ., p. 60.
438 LA FILOSOFÍA DE LA VIDA

de la vida se resuelven en el m ito nacionalsocialista. H ay que acatar las


órdenes emanadas de H itle r, con lo que todo problem a queda resuelto.
En el acatam iento de estas órdenes se supera la antítesis entre el hom bre
sim plem ente teórico (fic tic io , inerte, b u rgu és) y el hom bre vivo, kier-
kegaardianam ente interesado, actuante. B aeu m ler m anifiesta claram ente lo
que 1á dirección del F ü h rer sign ifica prácticam ente para el nuevo período
de los "soldados p o lítico s” : "u n a alta escuela q u e . . . no hable de la
dirección por A d o lfo H itle r y H orst W essel es ap o lítica” , 152 es decir,
inerte, muerta, burguesa, reprobable. Y el pro pio K rie ck se encarga de
ofrecernos un claro com entario com o com plem ento a esta proclam ación
de " la g u ía p o r el espíritu y la idea” : "Q u ie n quiera buscar especulati­
vam ente la respuesta está perdido sin rem edio; será quitado de en m edio
y arrojad o al m ontón de escom bros, com o un estorbo inútil, por la m archa
inexorable de las cosas.” 153
La filo s o fía de la vida desemboca, así, en la dem agogia fascista. Y n o
interesa saber hasta qué punto se trate, en Baeum ler, K rieck y C ía., de ex­
traer realm ente las consecuencias o de adaptarse cínicam ente al poder
brutalm ente opresor y explotador cuyo advenim iento prevén. D esd e un
punto de vista filo só fico o b jetiv o, - sacan con ello, indudablem ente, las
últim as consecuencias contenidas en la filo s o fía de la vida, recorren hasta
el fin a l el cam ino que N ietzsche y D ilth ey iniciaran en vísperas del p e­
río d o im perialista y cuya culm inación a saltos hem os ido siguiendo nos­
otros, en sus etápas más im portantes. Es evidente que pensadores com o
D ilth e y y Sim m el habrían dado la espalda, con pro fu n d o desprecio, a
la realidad d el fascism o y a su llam ada filo s o fía , pero ello no atenúa
en lo m ás m ín im o este entronque histórico o b jetiv o ! Spengler, aun h allán ­
dose, de hecho, m ucho m ás cerca que ellos del fascism o, se vio envuelto
en constantes controversias con sus representantes o ficiales, y S tefan G eo r-
g e, cuya escuela desem peñó im portante papel en la d ifu sió n de la filo ­
so fía de la vida (d e ella ^salieron, entre otros, G u n d o lf, K lag es y el
fascista K u rt H ild e b ran d t) y algunas de cuyas poesías contienen y p ro ­
clam an un presentim iento p ro fético del "F ü h re r” , y que n o cabe duda,
p o r tanto, de que actuaba en esta dirección, fa lle ció incluso en el destie­
rro voluntario. P ero todo e llo no altera en lo m ás m ínim o el hecho de
que la filo s o fía de los Baeum ler, los K rie ck y los R osen berg jam ás habría
sido p o sible sin un Spéngler, n i éste habría llegad o a surgir sin un
D ilth ey y un Simirfel.
Personalm ente, H itle r era dem asiado inculto y cínicam ente carente de
convicciones para v er en cualquier concepción del m undo algo m ás que
un m ed io m om entáneam ente eficaz de agitación. P ero .no cabe duda d e

152 Baeumler, Mannerbund und Wissenschaft, p. 35.


153 Krieck, Anthropologie, p. 35.
LA FILOSOFÍA DE LA VIDA PROFASCISTA Y FASCISTA 439

que tam bién sus ideas se fo rm aro n b a jo la in flu en cia de las m ism as co­
rrientes im perialistas desintegradoras y parasitarias que en la élite de
la intelectualidad hicieron brotar la filo s o fía de la vida. Y la fa lta n ih i­
lista de convicciones y la fe e n -e l m ilagro, com o dos polos coherentes,
determ inan tam bién la peculiaridad de la propaganda hitleriana. Es cierto
que, personalm ente, predom ina en H itle r el nihilism o cínico. P o r sus con ­
versaciones con R auschning, sabemos que hasta la teo ría racista era con­
siderada por él com o un engaño, utilizado sin escrúpulos para sus fines
dé ban d id aje im perialista.134 L a atm ósfera gen eral de la agitación h itle ­
riana es, sim plem ente, una edición popular y vulgar de las tendencias
fundam entales de la filo so fía de la vid a: H itle r rechaza, en la agitación,
toda convicción intelectiva, pues para él sólo se trata de producir y m an­
tener en p ie un estado de e m b ria g u e z ;154155 la agitación, para él, no es sino
un m ed io de "m enoscabar él lib re arbitrio d el-h o m b re ’’.150 Y , aunque la
técnica de la agitación hitleriana haya tom ado m ucho d e la propagandá
com ercial norteam ericana, en cuando a su contenid o no cabe duda de
que b ro tó del m ism o suelo en que germ in ó y nació la filo s o fía de la vida.
M ás directam ente se m an ifiesta la filo s o fía de la vida en Rosenberg.
C laro está que tam bién en éste prevalece, m anifiestam ente, un cinism o
carente de convicciones, aunque con el m atiz de que R osen berg estaba ya
predispuesto, com o secuaz de lo s guardias blancos rusos y d iscípu lo de
M ereskovski y otros reaccionarios decadentes, para la asim ilación d e la
filo s o fía alem ana de la vida. Su lib ro El mito del siglo xx no es o tra
cosa q u e una vulgarización d el períod o fin a l de la filo s o fía de la vida,
con fin e s de burd a agitación. ( Y é l m ism o se encarga de subrayar* pese
a todas sus reservas críticas, lo q u e to m a de Sp en gler y de K la g e s .) T a m ­
bién en él encontram os una m ítica h istoria ahistórica, una negación de la
h istoria universal, destinada a "d em ostrar” el p red om inio absoluto d e los
alem anes en e l m undo (y de los . nazis en A le m a n ia ) . T a m b ié n e n é l
nos encontram os con la antítesis, brutalm ente utilizad a en un sentido
m ilitan te, en tre la vida y la m uerte, entre la in tu ición y la razón; tam ­
b ién en é l vem os cóm o los ataques vehem entem ente dem agógicos contra
e l esp íritu y la ciencia fig u ran entre lo s puntos centrales de la funda-
m entación d el nuevo m ito. L a antítesis e n tre la vida y la m uerte se
m an ifiesta aquí com o e l antagonism o entre lo s germ anos y los ju d ío s,
en tre e l capital creador y el capital expoliad or, etc. L a te o ría aristocrática
d el conocim iento, ya acentuada e n D ilth éy , se convierte en la m ítica
in falib ilid ad d el "F ü h re r” . L a te o ría de los ciclos culturales de Spengler,
este solipsism o sociológico, se to rn a aquí en la teo ría de la. eterna entidad

154 Rauschning, The Voice of Destruction, Nueva York, 1940, p. 232.


155 Hitler, Mein Kampf, ed. popular, Munich, 1934, t. I, p. 183.
158 I b i d t. II, p. 531.
440 LA FILOSOFÍA DE LA VIDA

d e las razas tajantem en te separadas entre sí y en tre las cuales no puede


m ed iar o tra relación que la del an iqu ilam iento m utuo. L a tip o lo g ía de
la filo s o fía de la vida se m anifiesta, ahora, com o el postulado de la
creació n de nuevos tip o s: com o la d om inación del bandolerism o de los
S. A. y los S. S.
E n todo ello no encontram os ya nada filo só ficam en te nuevo, aun to­
m ando com o pauta el nivel filo só fico de las últim as fases de la filo s o fía
d e la vida. L a filo s o fía de la vida de un R osenberg no es ya más que
un instrum ento d e d om inación para los crím enes de la nueva guerra
m undial im perialista y de su preparación. P ero no d eja de ten er su
im portancia el hecho de <jue la filo s o fía de la vida tuviera precisam ente
este fin a l, de que la "co n cep ció n del m undo nacionalisocialista” brotara
precisam ente sobre esta base filo só fica. Pues e llo hace que este atolladero
de la barbarie aparezca com o el punto necesario de culm inación d e l-p ro ­
ceso de autodisolución de la id eología del im perialism o alem án en la
filo s o fía de la vida, cuyos prim eros precursores filo só fico s descubrim os
en la reacción irracionalista del absolutism o feud al alem án a la Revo-'
Iución francesa. Y esta culm inación n o tien e, n i m ucho m enos, nada de
casual. F u e la suerte m erecida que estaba reservada a las tendencias in­
m anentes de la m ism a filo s o fía de la vida. H eg el, que alcanzó a conocer
la filo s o fía de la vida en una form a poco desarrollada todavía, com o la
teo ría del "sab er inm ediato” , dice proféticam ente, refiriénd ose a e lla :
" D e la pretensión del saber inmediato de ser el criterio de la verdad se
s i g u e .. . q u e se declare com o verdad toda superstición y toda idolatría
y se ju stifiq u e el contenido m ás ileg ítim o y más inm oral de la v o lu n ta d . . .
Los apetitos y las inclinaciones n atu rales. . . se encargan por sí m ism os
de depositar sus intereses en la conciencia, y los fin e s inm orales se des­
cubren muy directam ente en e lla ." 157

157 Hegel, Enzyklopadie, § 72.


CAPÍTULO V

El neohegelianismo

E l llamado "ren acim ien to de H e g e l” en el p e río d o im perialista, duró


relativam ente poco, y fu e p recedid o p o r u n a época m ucho m ás larg a en
la que se im puso el to tal d esconocim iento de H e g el. S in em bargo, el
hecho de que H e g el cayese en e l o lvid o constituye solam ente una parte,
con m u cho la m enos esencial, en la h istoria d e la in flu en cia de este f i ­
ló s o fo ; la burgu esía alem ana p o sterio r al año cuarenta y ocho creyó poder
p rescin d ir ya de los elem entos reaccionarios de la filo s o fía hegeliana, para
la consecución de sus fin e s; el positivism o y el agnosticism o neokantia-
nos hacían que H e g el fuese, ahora, p ara ella, alg o p erfectam en te su-
p erflu o .
P ero, m ientras q ue en uno de lo s p o los d esaparecían d e la publicidad
filo s ó fic a las tendencias reaccionarias d el sistem a de H e g el, se elevaba
a una concepción superior del m undo, al m aterialism o d ialéctico, lo que
había d e vivo, d e pro pulsor y de progresivo en su filo s o fía , que era el
m étodo dialéctico. N o podem os pararnos a analizar aquí los cam bios tan
fund am entales que para ello fu e necesario introd u cir en la d ialéctica h e ­
geliana. E s una sim p lificació n falsead ora de la h istoria suponer que
bastaba, en cierto m odo, con cam biar los signos, para sacar de la dia­
léctica idealista de H eg el la d ialéctica m aterialista de M arx. N ad a de
eso. E n tre H e g el y M arx m edia un salto cu alitativo de alcance histórico-
universal. C on M a rx nace una concepción del m undo cualitativam ente
nueva y una nueva dialéctica, distintas de todo lo anterior. Y este tipo
de relaciones entre H e g el y M a rx trae com o consecuencia el que la d ia­
léctica m aterialista tuviese que .tran sfo rm ar a fo n d o y que reelaborar c r í­
ticam ente, tan to en cuanto á l contenid o com o en cuanto a la fo rm a, in ­
cluso aquellos elem entos progresivos d e la d ialéctica h egelian a en los que
M arx pudo apoyarse.
Y , aunque la filo s o fía burguesa no llegara a com prender g ran cosa
de este proceso, e l solo h ech o de su existen cia te n ía que co n trib u ir tam ­
bién, com o es natural, a que e l pensam iento burgu és se re trajera de. H e ­
g el. E l eco de las tendencias filo só fica s burguesas y fu n d ad o r d el revi­
sionism o, B ern stein , expresó este h ech o co n to d a la claridad apetecible,
al tratar de conv ertir a K a n t en el filó so fo del m arxism o "p u esto al d ía ",
a la vez que atacaba a M a rx p o r razón de su "h eg e lia n ism o ” , del carác­
ter d ialéctico (rev olu cio n ario, y no e v o lu cio n ista) d e su teoría. Sin
em bargo, B ern stein , com o todos los revisionistas, llevaba a tem olque
441
442 EL NEOHEGELIANISMO

m uchas tendencias ya superadas de la burguesía. A penas h ab ía dado cim a


a su obra de "d ep u rar” el m arxism o de las supervivencias del hegelianis­
m o, cuando diversos filó so fo s burgueses m ás sagaces que é l com enzaban
a darse cuenta de que — en las condiciones del períod o im perialista—
era po sible p oner a contribución los elem entos reaccionarios d e H egel,
convenientem ente reajustados, p ara satisfacer las necesidades de una con ­
cepción del m undo d e la burguesía. (C ie rtas rem iniscencias de este
cam bio de actitud del pensam iento burgués con respecto a H e g el las
encontram os con frecu encia entre lo s socialdem ócratas d el períod o de
W e im a r .)
L a derrota de la revolución -de 1 8 4 8 s e l l ó 'l a bancarrota d el sistem a
h egeliano en la publicidad filo só fica alem ana. D o n d e m ás claram ente se
resum e esta liquid ación de cuentas con el m étodo dialéctico fes en e l lib ro
de R u d o lf H aym acerca d e H e g el (p u blicad o en 1 8 5 9 ) , o b ra q u e fu e
durante m ucho tiem po decisiva para el enju iciam iento d e la filo s o fía
hegeliana y que todavía hoy sigue influyend o, en ciertos aspectos.
N o quiere ello decir, naturalm ente, que de la noch e a la m añana
desaparecieran de la superficie de la tierra, sin d eja r huellas, todos los
hegelianos. M uchos siguieron desarrollando sus actividades, y en B e r lín
siguió existiendo durante largo tiem po una asociación de hegelianos, que
publicaba incluso una revista p ropia (Der Gedanke, 1 8 6 0 - 1 8 8 4 ) . P ero
eran contados los que, com o A d o lf Lasson, p o r ejem p lo , se m antenían
fieles al hegelianism o ortodoxo. C ierto es que esta ortod oxia debe in ter­
pretarse de un m odo históricam ente certero.
Las Contradicciones existentes entre el m étodo dialéctico h egeliano y
el sistem a de H eg el, puestas abiertam ente de m anifiesto en el períod o que
m edia entre la revolución de Ju lio y el año 1 8 4 8 , encontraron' en el m a­
terialism o dialéctico una solución elevada a un nivel cualitativam ente su­
perior. Los hegelianos burgueses fu eron alejándo se cada vez más del,
"álg ebra de la revolución” , com o la llam ó A lejan d ro H erzen. L a ortod o­
xia al m odo de A d o lf Lasson representaba el aferrarse al sistem a de H egel,
con todos sus resultados no pocas veces retrógrados. Y precisam ente este
em peño — en m edio de un proceso de desarrollo de A lem ania, que allá
por 1 8 7 0 -7 1 conducía, cada vez con m ayor fuerza, hacia el im perialism o
guillerm ino— ten ía forzosam ente que agudizar desde el punto de vista
reaccionario la contraposición entre el sistem a y el m étodo, relegando a
segundo plano el m étodo dialéctico.
H asta un Lassalle, que se ten ía por h egeliano ortod oxo y pretendía ser,
al m ism o tiem po, revolucionario, veíase obligado a subjetivar en m uchos
aspectos el m é to d o . dialéctico y a acercarlo a Fich te. B a jo la presión de
los acontecim ientos y las corrientes de la época, la m ayoría de los hege­
lianos fueron apartándose cada vez más m arcadam ente — de un m odo
consciente o inconsciente— de la teo ría y el m étodo de H eg el. M uchos
EL N EOHEGELIANISMO 443

de ello s se orientaban ahora hacia el kantism o, que se afirm aba con fu er­
za cada vez mayor, sin darse cuenta siem pre de que, con ello , rom pían
con e l m étodo hegeliano. (C on sú ltese, por ejem p lo, Ja crítica de Lassalle
sobre el lib ro de R o sen k ran z.) O tro s se acercaban cada vez más al p o si­
tivism o, que tam bién p o r aquel entonces se hallab a en ascenso, y ya a
la sazón com enzaban a introd u cir en la filo s o fía las tendencias irracio­
nalistas (trayectoria de F . T . V is c h e r ). L a crítica y la brusca repudiación
de la dialéctica, suplantada sobre todo p o r T ren d elen bu rg, Schopenhauer,
etc., va dom inando con fu erza cada vez m ayor la op inión pú blica
filo só fica. L a filo s o fía hegeliana es considerada com o una m etafísica
anticuada. M arx dice, con entera razón, que en la A lem ania de aquel
tiem po se trataba a H eg el com o a "p erro m u erto” , ni m ás ni m enos que
en su d ía a Spinoza.1
E l neokantism o, cada vez m ás en boga después d e la d errota de la
revolución de 1 8 4 8 , se encargó de proclam ar o ficialm en te la m uerte y
la inhum ación filo só ficas de H e g e l: la trayectoria de la filo s o fía alem ana
desde F ich te hasta H eg el es considerada com o un g ran extravío del p en­
sam iento, que sólo puede rectificarse apartándose resueltam ente de esta
lín ea equivocada, para retornar sin reservas a la ún ica filo s o fía supues­
tam ente cien tífica, es decir, a la filo s o fía kantiana (L ieb m an n , Kant und
die Epigonen, 1 8 6 5 ) . C oncepción que im peró en la filo s o fía alem ana
hasta lleg ar al períod o im perialista.
E n este períod o, se hace cada vez m ás m an ifiesto que el neokantism o
puram ente positivista no está en condiciones de resolver los problem as
que la época plantea a la filo so fía . E n la llam ad a escuela d e B ad en
(W in d e lb a n d -R ic k e rt) surge en seguida un m ovim iento de retorno a F ic h ­
te. L a in flu en cia d e N ietzsche aum enta constantem ente. Y , paralelam ente
con e llo , se observa en todos los cam pos d e las ciencias históricas una
revalorización fuertem ente positiva del rom anticism o, que n o se refiere
solam ente a la escuela rom ántica en sentido estricto, sin o que conduce,
además, a una renovación de las in flu en cias de S ch e llin g y Schleierm acher
(D ilth e y , R icarda H uch, e t c .) . T o d as estas tendencias guardan relación
con la "necesid ad de una concepción del m und o” , necesidad generalm ente
sentida por la burguesía alem ana en el períod o im perialista, a que ya nos
hem os referid o más arriba, con la conciencia de que, tom ando com o base
la filo s o fía fo rm alista del neokantism o, es im posible llev ar a cabo la
preparación ideológica de las grandes luchas interio res y, sobre todo,
exteriores de la época. E n este m ed io intelectual com ienza, en el períod o
de anteguerra, la reanim ación de la filo s o fía hegeliana. m
É l nacim iento de una nueva tend encia hegeliana en filo s o fía fu e anun­
ciada ya desde antes por sus representantes o ficiales, sobre todo en e'

1 Marx, Él Capital, ed. cit., t. I, Prólogo a la 2’ edición, p. X X III.


444 EL NEOHEGELIANISMO

discurso de ingreso a la A cadem ia de W in d e lb a n d .2 T am b ién él com ­


prende que es e l "h am b re de una concepción del m undo” generalm ente
sentida lo que sirve d e base a este m ovim iento. P ero, aun reconociendo
su existen cia y su relativa legitim id ad , W in d e lb an d trata ante todo, en
su discurso, de adelantarse a op oner ciertos lím ites al m ovim iento hege-
liano y de señalar a la op inión filo só fica los peligros que este m ovim iento
puede representar. W in d elban d fo rm u la aquí de antem ano, aunque sea,
ciertam ente, b a jo la form a de un deslinde de cam pos, un aspecto im por­
tante del m ovim iento neohegeliano en el períod o im perialista; la no
ruptura del entronque con K an t. L a concepción neokantiana de la "v a li­
dez” (e s decir, e l idealism g su b je tiv o ) es, según él, " e l pu nto m as extrem o
hasta e l que puede lleg ar e l análisis de la filo s o fía crítica” .3 C on este
punto de vista guarda la m ás ín tim a relación la repudiación del m étodo
d ialéctico. Y nuestra exposición p o sterior pondrá de relieve que tam bién
en este punto se adelanta W in d e lb an d a un aspecto im portante de la
trayectoria p o sterior del neohegelianism o : la repulsa del m étod o d ialéc­
tico, sea expresa o tácitam ente, se convertirá, en efecto , en un rasgo cons­
tante de toda la renovación d e la filo s o fía de H eg el. C laro está que
W in d elban d , com o kantiano, fo rm u la esto en un sentido negativo, op o­
niendo el veto a la posibilid ad de que "e sta dialéctica vuelva a convertirse,
com o un todo, en el m étodo de la filo s o fía ” .4
P ero esta elocuente advertencia de W in d elban d resultaba ociosa, pues
los neohegelianos alem anes no pensaban siquiera en repetir la ruptura de
H e g el con la filo s o fía kantiana. Com o es sabido, H egel rechazó siem pre
de uh m odo brusco el idealism o subjetivo de K a n t y, principalm ente, su
negación de la cognoscibilidad de la "co sa en sí” . L a cognoscibilidad de
ésta constituye un punto im portante de su te o ría dialéctica del conoci­
m iento, que entraña la relatividad dialéctica del fenóm eno y la esencia,
del fenóm eno y la cosa en sí. Conocidas las cualidades (lo s m odos de
m an ifestarse) de las cosas, se conocen las cosas mismas, el en-sí se
convierte en algo para-nosotros y, en determ inadas condiciones, en un
para-sí; si prescindim os de este proceso del conocim iento concreto, que,
partiendo del fenóm eno, conduce a la esencia, la cosa en sí es, para
H eg el, u n a abstracción vacua y sin sentido. L os renovadores de H eg el en
el períod o im perialista están muy lejo s de tom ar siquiera en cuenta seria­
m ente esta crítica de H eg el contra K a n t, y no digam os de asim ilársela.
Siguen m anteniéndose en el punto de vista neokantiano, m odificado a
tono co n las condiciones del períod o im perialista; es decir, siguen sepa­
rando m ecánicam ente el fenóm eno de la esencia, negándose a reconocer
la cognoscibilidad de la realidad objetiva.

2 Windelband, "Die Emeuerung des Hegelianismus”, en Sitzungsbericht der


Heidelberger Akademie der Wissenschaften, Heidelberg, 1910, p. 7.
3 Ibid., p, 13. 4 I b i d p . 15.
EL NEOHEGELIANISMO 445

E l H e g el a quien renuevan es el que ellos consideran, en contraposi­


ció n con la verdadera realidad histórica, com o e l perfeccionad or, y no
com o el superador d e la filo s o fía kantiana. E sta base gnoseológica se
revela con gran nitidez en el librito de Ju liu s E bbinghaus (Relativer und
absoluter Idealismus, 1 9 1 0 ) , obra que, aunque no lle g ó a ser conocida
en am plios círcu los de op inión, in flu yó, sin em bargo, de un m odo deci­
sivo en el m étodo y las concepciones de los neohegelianos relevantes que
vend rían después. L a idea central de E bbinghaus puede resum irse en
pocas palabras, diciendo que H e g el no hizo otra cosa que llevar conse­
cu entem ente hasta el fin al todas las consecuencias contenidas en el m étodo
trascendental de K a n t, al p aso que éste se quedó a m edio cam in o 1 con
respecto a las consecuencias fin ales que se desprendían de su p r o p i o -
m étodo. E l hegelianism o no es, pues, según esto, sin o un kantism o real» '
m ente consecuente consigó m ism o. D e aquí que E bbingh au s fo rm u le £
así la m isió n que ál neohegelianism o se le p lan tea: "d e sarro llar la fo rm a f
del principio filo só fico , partiendo de las determ inaciones d el yo kantia­
no, liberad o de su indecisión” .5
D e donde se sigue la segunda determ inación esencial, en la concepción
de los neohegelianos en cuanto a la h istoria de la filo s o fía : la unidad de
la filo s o fía clásica alem ana equivale, según ellos, a bo rrar toda d ife ­
rencia fu nd am ental entre F ich te, S ch e llin g y H e g el. E bbinghaus dice, a
este propósito, "q u e en Jo s postulados d e aquella filo s o fía especulativa
que va desde F ich te hasta H eg el, no po drá encontrarse d iferen cia alguna
esencial en cuanto al principio, si se las en fo ca inm ediatam ente en todo
su alcance” .0 L o que representa un esencial paso atrás, com parado co n los
resultados a que se había llegado en la Historia de la filosofía de H e ­
g e l o, siguiendo sus huellas, en Erdm ann o en K u n o Fisch er. T am b ié n
éstos presentan de un m odo dem asiado rectilín eo la trayectoria que lleva
de K a n t a H e g el; no obstante, y sobre todo en la exposición del propio
H eg el, se ve claram ente que, en lo que toca precisam ente a los p rincipios
de la filo so fía , esta lín ea de desarrollo pasa a través de saltos decisivos,
cortes, rupturas, etc. (p o r ejem p lo, en el tránsito del idealism o subjetivo
al o b je tiv o ).
Sin em bargo, una investigación histórica a fo n d o e im parcial debería
poner de m an ifiesto que el cam ino que conduce de K a n t a H eg el no
es, ni m ucho m enos, un cam ino tan rectilín eo y directo com o lo presenta
el pro pio H eg el. E xiste, indudablem ente, cierta' unidad de desarrollo,
aunque sólo sea por el hecho de que los representantes m ás destacados
de la filo s o fía clásica alem ana buscan todos ellos sin excepción una res­
puesta a los problem as reales de su períod o, del períod o de la R evolución
francesa. P ero la unidad reside, aquí, en el ser social com ún y en sus

5 J. Ebbinghaus, Relativer und absoluter Idealismus, Leipzig, 1910, p. 31.


0 Ibíd., p. 4.
446 EL NEOHEGELIANISMO

re fle jo s discursivos; en cam bio, los cam inos para su realización son m ucho
más com plicados, sinuosos y desiguales de com o el m ism o H e g el los
presenta. (A cerca de la trayectoria del propio H egel, perm ítasem e citar
m i lib ro Der junge Hegel, B e rlín , 1 9 5 4 .)
E bbinghaus, al estatuir una unidad de principio para el desarrollo que
va de K a n t a H egel, nivela y rebaja toda la filo s o fía clásica alemana,
al m ed irla p o r el rasero del idealism o subjetivo kantiano, anulando con
ello al m editar sus conquistas filo sóficam en te decisivas, y en especial el
descubrim iento del m étodo dialéctico, que en Ebbinghaus y en sus suce­
sores queda reducido, sim plem ente, a un desarrollo orgánico de la filo so fía
trascendental de K an t, sin ir nunca, en principio, más allá de ésta.
V ista de este m odo, l a 'f ilo s o f ía hegeliana aparece com o la culm ina­
ción de un proceso liso y sin rupturas de desarrollo del kantism o. Por
donde H eg el es retrotraído a Fich te y el idealism o o b jetiv o al su b je­
tivo. E n el idealism o o b jetiv o, dice E bbinghaus, " e l no-yo se disuelve
totalm ente en el proceso del y o . . . E l o b jeto es, totalm ente y en absoluto,
saber” .7 L o que, en el m e jo r de los casos, no pasa de ser un F ich te ,
m odernizado y cruza de largo por delante de lo que la filo s o fía de la
naturaleza del jo v en S ch ellin g trae de nuevo, sin advertirlo siquiera,
ignorando todo aquello con que H eg el enriquece el conocim iento filo ­
sófico. Y estas tesis de Ebbinghaus dan la pauta para el desarrollo del
neohegelianism o .alem án en el períod o im perialista.
N o es ésta, sin em bargo, la única corriente que conduce a la renova­
ción de H eg el, ni siquiera la principal. E l lib ro más im portante en re­
lación con e l "renacim ien to h eg elian o” en A lem ania es la obra de los
últim os años de D ilth ey titulado La historia juvenil de Hegel ( 1 9 0 7 ) .
C laro está, que, en los problem as gnoseológicos decisivos, este cam peón
del renacim iento hegeliano, el más influ yente de todos, se h alla extraor­
d inariam ente cerca del neokantism o. "L a s fro n teras m arcadas p o r K an t
siguen im poniéndose” ,8 dice categóricam ente D ilth ey , refirién d ose al m é­
todo especulativo. Y asim ism o se solidariza con W in d elban d , pese a todas
las d iferencias que los separan, en su repulsa del m étodo dialéctico. D ice ,
analizando el m étodo especulativo: " L o m ism o ocurre con e l m edio que
se u tiliza para resolver esta cuestión falsam ente planteada, a saber, el
m étodo d iléctico, que es totalm ente in estim able.” 9 C om o se ve, p o r m u­
cho q u e. discrepen en tre sí en otros aspectos las corrientes neohegelianas,
están acordes en cuanto al problem a central, ya que todas ellas coin ci­
den en rechazar el m étodo dialéctico.
N o es en esto, sin em bargo, en lo que estriba la im portancia del lib ro

7 Ibíd., p . 69.
8 Dilthey, Gesammelte W erke, Leipzig;Berlín, 1921, t. IV, pp. 219 s. [H egel
y el idealismo, trad. española de E. Imaz, ed. Fondo de Cultura Económica, Mé­
xico, 1944, p. 235]. 9 lbid., pp. 229 s. [trad. esp. pp. 246].
EL NEOHEGEUANISMO 447

de D ilth e y sobre H eg el. A l descubrir en cierto m odo al jo v en H eg el,


D ilth ey da a la investigación un g iro preñado d e consecuencias para la
concepción de aquel filó s o fo : entronca directam ente a H e g el con la irra­
cionalista " filo s o fía de la vid a’’ del períod o im perialista, cuyo fundador
más im portante fu e precisam ente el pro pio D ilth ey . C ierto es que esta
tran sferencia de la " filo s o fía de la vida” al p ensam iento de H e g el se
lim ita a la juventud del filó so fo . D ilth e y descubre en é l un períod o de
"p an teísm o m ístico ” . D u ran te este p eríod o, H e g él es u n representante
de la filo s o fía de la v id a: "H e g e l determ ina el carácter de toda realidad
m ediante el concepto de vida” , dice D ilth e y .10 L o que equivale a falsear,
a volver del revés, toda la trayectoria ju v en il de H e g el. D ilth e y te rg i­
versa en el sentido de la " filo s o fía de la vida” im perialista la crisis de
su en friam ien to del entusiasm o republicano p o r la R evolución francesa, su
elaboración de los fundam entos económ icos de la sociedad burguesa
(Steu art, A dam S m ith ) y su m étodo dialéctico, que b ro ta precisam ente
en relación con esto. La nueva concepción de H e g el puede desem bocar,
así, en la- gran corriente en boga d el irracionalism o. (T a m b ié n acerca
de este punto nos rem itim os a nuestro lib ro sobre e l períod o ju v en il de
H egel, m ás arriba cita d o .) E l hecho de que D ilth e y lim ite, com o hem os
dicho, esta concepción al jo v en H e g e l encierra, com o habrem os de ver,
una im portante sig n ificació n , p o r cuanto que m ás tard e surgirá entre
los neohegelianos una fu erte tendencia en e l sentid o d e invocar al jo v en
H egel com o el H e g el auténtico y verdadero, op oniénd ole al H e g el de
la últim a época.
Y a esto hay que añadir, todavía otros dos m otivos. E l prim ero es que
D ilth ey , uno de los más im portantes renovadores del rom anticism o en el
período im perialista, com plem entó la unidad entre K a n t, F ich te, Schel-
lin g y H e g el, propuesta p o r E bbinghaus, estatuyendo el entronque .d e
H egel con todo e l m ovim iento rom ántico (F rie d rich Sch leg el, Schleierm a-
cher, S c h e llin g ), sin retroceder para alcanzar esta m eta n i ante las más
burdas deform aciones de la historia. H e g el se m an ifiesta, desde e l p ri­
m er m om ento, com o un adversario resuelto d e to d a fo rm a del rom anti­
cism o alem án. Su p olém ica ju v en il contra F . H . Ja co b i va d irigida contra
los rom ánticos, aun a llí donde no se cita expresam ente a éstos; y al
fin a l d t La fe y el saber adopta una p o sición fran ca y tajan te contra
una obra teórica fundam ental del rom anticism o, lo s Discursos sobre la
religiónde Schleierm acher. (L a actitud d e tensa hostilid ad contra este
autor dura hasta el fin a l d e su v id a .) L a te o ría rom ántica del arte es
rechazada en la introducción a su Estética, y su Filosofía del derecho está
llen a de agudas m anifestaciones polém icas con tra los representantes de
la Escuela h istórica d el derecho y de la te o ría rom ántica d el Estado y la

10 Ibid., p. 138 [trad. esp., p. 151].


448 EL NEOHEGELIANISMO

sociedad (H u g o , H aller, S a v ig n y ); la introducción a la Fenomenología


del espíritu va dirigida contra la teo ría rom ántico-intuicionista del con o­
cim iento de Sch ellin g, contra lá "in tu ició n in telectu al” , etc., etc. Y d i­
gam os de pasada que, p o r su parte, los ju icios de los rom ánticos acerca
de H eg el no eran m enos hostiles y reprobatorios. F . Schlegel, por eje m ­
plo, ve en la dialéctica hegeliana una especie de satanism o. Sólo entre
H egel y el más im portante de los estéticos rom ánticos, Solg er — quien en
su dialéctica se rem onta, ciertam ente, en muchos aspectos, por encim a del
rom anticism o— , existe una actitud del m utuo respeto, a pesar de num e­
rosas reservas críticas p o r parte de ambos. E l hecho de que un historia­
dor de la cultura y el rango de D ilth ey pueda ignorar hechos tan al alcance
de la m ano y prescindir en su im agen de H eg el de los que son precisa­
m ente los rasgos más esenciales del original, sólo puede explicarse por
una razón, y es que, m anteniéndose al m argen de la historia y de toda
actitud crítica, atribuye a H e g el su propio punto de vista, el de la m oder­
na filo so fía de la vida; D ilth ey descubre en el rom anticism o, con razón,,
tendencias afines a las suyas propias.
En segundo lugar, D ilth ey trata de fundam entar el entronqu e de H e ­
g el con el presente, Y esta tendencia tiene cierta base real, p o r cuanto
que la influencia ejercid a p o r la filo s o fía hegeliana sobre la historiogra­
fía , la ciencia de la religión, la ciencia del derecho, la estética, etc., en
A lem ania, lleg ó a ser, en efecto, extraordinariam ente grand e y {Profunda,
y la cohesión dé esta in flu en cia filo só fica en sentido estricto duró m ucho
tiem p o; es decir, que ciertos elem entos, tendencias y fragm entos del
pensam iento de H eg el, aunque en ellos se d e ja ra totalm ente a un lado,
ciertam ente, el m étodo dialéctico, influ yeron muy sostenidam ente en las
ciencias sociales alem anas. E sto es, p ara D ilth ey , casi lo ú n ico esencial,
puesto que tam bién él rechaza, com o, hem os visto, el m étodo d ialéctico.
Y estas dos tendencias de D ilth ey que d ejam os señaladas form an una
unidad. D e una parte, se borran las antagónicas discrepancias de H eg el
con el rom anticism o y la "E scu ela histórica” encuadrada en él y, de o tra
parte, Se hace excesivo hincapié en la in flu en cia de la filo s o fía hegeliana
sobre el Strauss de la últim a época, sobre Z e lle r y otros. L a renovación
de H egel por D ilth ey tiende, pues, a-d em ostrar que existe u n a con tin u i­
dad en la in flu en cia de este filó so fo hasta el presente, concebida en el
sentido que queda señalado.
Esta últim a tendencia de D ilth ey se ve reforzada, adem ás, p o r los h is­
toriadores. Los continuadores de la tradición de R anke en el períod o
im perialista tratan de presentar la fundación del Im perio bism arckiano y
la prusianización de A lem ania com o si esto no representara ninguna ru p­
tura con la cultura clásica, com o si el segundo Im perio, y sobre todo
Bism arck, hubieran surgido de la continuidad de determ inadas tendencias
de com ienzos de siglo, en el curso de una lín ea de continuidad no in te­
EL N EOHEGEL1ANISMO 449

rrum pida. Y en esta trabazón se trata de en cajar tam b ién a H eg el. En


la obra m ás influyente de esta tendencia, W eltbürgertum und National-
staat de M ein ecke ( 1 9 0 7 ) , se construye, en efecto, u n a lín ea que va de
H e g el a B ism arck, pasando p o r R anke. "N o s atrevem os — dice M e i-
hecke— a citar com o los tres grand es libertadores del Estado a H eg el,
R an k e y B ism arck ” .11 T am b ién aquí im peran tendencias sem ejantes a las
de D ilth e y ; pero la pretensión d e esfum ar la antítesis entre H e g el y el
rom anticism o y la "E scu ela h istórica” , y sobre todo R anke, presenta, aquí,
un m arcado carácter h istórico-p olítico . Se trata de hacer aparecer el p re­
sente del Im perio bism arckiano-guillerm in o com o la cu lm inación y la
herencia de toda la trayectoria alem ana d el sig lo x r x y d e p resen tar a
H e g el com o una fig u ra decorativa ju n to a la g ran estatua d e B ism arck.
A h o ra bien, todos estos intentos encam inados a conv ertir a H e g el en
una po tencia viva y actuante d e nuestro tiem po, en u n a fig u ra del con-
. servadurism o pru siano-guillerm ino, discurren antes d e la p rim era guerra
im perialista paralelam ente, sin lle g a r a fo rm ar u n a tend encia claram ente
d efin id a, y m enos aún una escuela. Ju n to a las tendencias señaladas, des­
em peña tam bién un papel en la boga de H e g el, cuando ésta com ienza a
m anifestarse, e l hecho de que se vislu m bre en la filo s o fía hegeliana una
po tencia espiritual susceptible d e op on erla eficazm en te a l m arxism o. Y a
hem os visto que, desde N ie tz s c h e — aunque rara vez d e un m odo fran co
y abierto y m uchas veces sin g ran conciencia de ello , la lucha contra el
m arxism o es la tendencia fu nd am ental del irracionalism o. Se com prende,
pues, q u e ya en e l períod o de anteguerra surgiesen lo s intentos dirigidos
a e xp lo tar los lados reaccionarios d e la filo s o fía h eg elian a contra M a rx
y contra e l socialism o, al servicio de lo s fin es d e la burgu esía im perialista.
N o eran otras las intenciones d e H am m acher y, sobre todo, d e P lenge.
P ero, com o la influyente ala revisionista d e la socialdem ocracia alem ana
se desentendía abiertam ente d e la h erencia h eg elian a d el m arxism o y los
financistas "o rto d o xo s” que p olem izaban con tra el revisionism o no m ante­
n ían tam poco ningú n contacto v iv o co n esta h eren cia (y , a l d ecir esto,
n o nos referim os solam ente al centrista K autsky, sin o tam bién a l g u ía
id eológico d el ala izquierda, F ran z M phring, hom bre de g ran ta le n to ),
y com o para la lín ea fu nd am ental d e la lucha ideológica sostenida en
aquel entonces p o r la burguesía im perialista p arecía bastar la falsificació n
d e la te o ría hegeliana a la m anera d e E bjtiñ ghaus o D ilth ey , lo s in ten tos d e
H am m acher y P len g e a que acabam os d e referirn o s n o pasaron de ser
episodios sin im portancia.
E l neohegelianism o sólo se conv ierte en u n a verdadera ten d en cia des­
pués d e la d errota alem ana en la p rim era G u erra M u n d ial im perialista,

11 Meinedce, 1Veltbürgertum und Nationalslaat, 5* ed., Munich-Berlín, 1919


p. 278.

29
450 EL NEOHEGELIANISMO

cuando la burguesía alem ana, am enazada p o r la revolución, encerrada en


uría situación cada vez más crítica, siente con fuerza cada vez m ayor y
d esarrolla cada vez con m ás energía, la "necesid ad de una concepción del
m u nd o” que le ayude en sus intentos de consolidación y en su afán de
preparar ideológicam ente a A lem ania para una nueva agresión im peria­
lista. A esta necesidad id eológica viene tam bién a servir ahora el neo-
hegelianism o; tam bién él se ve sostenido p o r esta corriente reaccionaria
g eneral, que va fo rtalecién d o se prim ero de un m odo len to y m ás tarde
con ritm o tem pestuoso.
Sería, sin em bargo, un error pensar que el neohegelianism o lle g ó a ser
nunca la id eología realm ente im perante de la burguesía alem ana, en el
período situado entre las dos guerras im perialistas. Com o hem os visto, en
la id eo lo g ía de la burguesía alem ana de aquel entonces im peró siem pre
el irracionalism o radical — cada vez más radical— de la " filo s o fía de fa
vida” , la concepción del m undo que m e jo r ayudaba a preparar el cam ino
de la burguesía reaccionaria alem ana hacia el fascism o. C ierto que tam ­
bién el neohegelianism o es, resueltam ente, bastante reaccionario, pero
expresa tendencias más m oderadas, m ás reaccionariam ente eclécticas, más
"consolid ad as” , de la burgu esía: el intento — filo sóficam en te hablando—
de encuadrar el irracionalism o dentro de un sistem a, sin renunciar to tal­
m ente y d e,u n m odo resuelto, al carácter intelectivo, a la cien tificid ad , Se
trata de una tendencia filo só fica que corresponde a las tendencias de la
burguesía alem ana que han existid o siem pre, que a veces h an llegad o a
destacarse incluso en el prim er plano, pero que en últim a instancia no
han pasado dé ser nunca sim plem ente episódicas, encam inadas a incorpo­
rar los elem entos "co nstru ctiv os” del fascism o a un fre n te ú n ico reaccio­
nario de la burguesía, com o parte integrante y no com o elem ento fu n d a­
m ental. (C u an d o m ás claram ente se destaca esta tendencia es durante el
breve períod o en que actúa com o C an ciller del R eich el gen eral Schlei-
c h e r.)
Sobre esta base se lleva a cabo una síntesis de las tendencias del neo-
hegelianism o que en el períod o de anteguerra discurrían aún p o r cauces
separados. Y , cuando decim os síntesis, debe interpretarse esta palabra en
un sentido muy am plio y m u ltifacético. N o se trata, ni m ucho m enos, de
la conjun ción y un ificación de aquellas te n d en cias'd e l períod o de ante­
guerra de que hem os hablado, sino de un nuevo pensam iento de síntesis
que sé desliza en la doctrina hegeliana. Los neohegelianos conciben la
filo s o fía de H eg el com o si ésta representara una sín tesis d e todas las
tendencias del pasado y d e la época del p ro p io H eg el, y a base del
neohegelianism o se proponen llevar a cabo una síntesis parecida de todas
las tendencias filo só ficas del presente. A l proced er así, no qu ieren ver,
o no son capaces de ver, que H e g el ten ía una lín ea filo só fic a propia,
netam ente d efinid a, en to rn o a la cual m antuvo las m ás enconadas luchas
EL NEOHEGELIAHISMO 451

con todas las tendencias filo só ficas de su tiem po (lo s kantianos, Jaco b i, lo s
románticos, la Escuela histórica d el D erech o , Fríes, e t c .) ; y que tam poco
con respecto a l pasado buscaba una unidad e clé c tic a 'y exenta de crítica,
sin o q u e trataba, p o r el contrario, d e p o n er d e m an ifiesto cóm o había
id o desarrollándose la dialéctica, desde los prim eros inicios del pensa­
m ien to hum ano hasta lleg ar a l a que él consideraba com o la fo rm a más
desarrollada y perfecta, la de su p ro p io sistem a. P o r tanto, H e g el sólo
nos o frece una síntesis de lás d iferen tes tendencias filo só fica s e n el
sentido de m ostrar, de una parte, que toda la historia d e la filo s o fía es
la lucha del esp íritu hum ano en to rn o al auténtico m étodo filo só fico , a la
d ialéctica; que, en el curso de esta evolución, lo s m ás diversos pensadores
— a to n o con su época, con su cultura y su personalid ad — , aun p lan ­
teando Iqs más d iferentes problem as, en cuanto al contenid o y a la fo rm a,
m uestran, sin em bargo, a través d e esta diversidad, u n a u n id ad : la unidad
o b je tiv a de la filo so fía , la unidad d el contenid o decisivo d e la filo s o fía ,
el cual no es otro que reproducir la realidad ta l y com o e lla es en sí, es
decir, dialécticam ente, la unidad de la fo rm a decisiva, la unidad del
m étodo dialéctico. D e otra parte, H e g e l consid era su p ro p ia filo s o fía com o
una especie de coronáción discursiva d e la evolución to tal, ya q u e esta
filo s o fía aspira a superar o, lo q u e es lo m ism o, a destruir en lo que
tien e de .insuficiente, todo lo que e l pasado h a producido en p u n to a
tendencias progresivas, especialm ente en e l d esarrollo d el m étod o d ialéc­
tico, a l m ism o tiem po que lo conserva y lo eleva a u n n iv el m ás alto.
P e ro H e g e l n o p ensó jam ás, n i p o r asom os, e n u n a síntesis d e las corrien­
tes filo só fica s d e su tiem po, p o r e jem p lo , en u n a síntesis d e su filo s o fía
con la d é K a n t o Schleierm acher. ' -
L o s neohegelianos, p o r el contrario, tratan de lle g a r a u n a u n ificació n
p acífica de todas las tendencias filo só fica s reaccionarias de su tiem po, a
una especie de "co n solid ació n ” filo só fic a y atribuyen esta idea, p o r d eb ajo
de cuerda, a H e g el Y lo que sirve d e b ase m etod o lógica a esta tend encia
es la com pleta elim inación de la d ialéctica d e su im agen d e H eg el. E l
m ovim iento contradictorio de la h istoria según la concepción hegelíana se
convierte, así, en la yuxtaposición pacifico-estática de u n a ecléctica ale­
jan drina.
. T a l es la im agen que K ro n e r in ten ta trazar d e H e g el e n su discurso
con m otivo del centenario de la m uerte d el filó s o fo . E n é l, com para á\
H e g el co n A ristóteles y T o m ás d e A q u in o , com o si el prim ero hubiese
intentado nunca lleg ar a una síntesis d e sus ideas co n las de P lató n y
el segundo co n las de los representantes d e la re lig ió n ju d aica y las del
m ahom etism o, a la m anera de la que K ro n e r atribuye a H e g el con las
suyas. L a sim ple form u lación d el pro blem a m uestra m uy claram ente cuá­
les son los propósitos d e K ro n e r : según él, la razón a q u e responde la
in flu en cia alcanzada p o r la im agen hegeliana del universo reside en q u e
452 EL NEOHEGELIANISMO

"tie n e en cuenta de un m odo g en ial los eternos m otivos fundam entales


d el pensam iento, al ordenar la p len itu d de la realidad en una gradación
en la que cada cosa ocupa e l lu gar que le corresponde. E sta arquitectó­
nica le perm ite, a l m ism o tiem po, arm onizar lo contrapuesto, lleg ar a
una transacción entre los hechos contradictorios” .12 Repárese en que lo que
hace H e g el, según esta concepción, es lev antar una arquitectónica en la
que la superación dialéctica de las contradicciones (e n un determ inado
sistem a, en una determ inada d irecció n ) se convierte en una transacción o
com ponenda entre hechos contradictorios, com o si jam ás se le hu biese
pasado p o r las m ientes, digam os, lle g a r a una avenencia entre B aco n y
D escartes.
P ero esto no es más que el fundam ento m etodológico. M ás im portante
es el contenido concreto. Y éste lo expresa program áticam ente K ro n e r en
su discurso d e inauguración del prim er congreso hegeliano. D espués de
h ab lar de los adversarios de H eg el, del criticism o y de la fenom eno lo gía,
de la "teo lo g ía dialéctica” (K ie rk e g a a r d ), de H eid egger, etc., d ice :
" . . .S e h allan en desacuerdo entre sí sim plem ente porqu e no com pren­
den la necesidad de com plem entarse m utuam ente, porque no se com pene­
tran y se arm onizan los unos con los otros. Y sólo se m antienen unidos
com o adversarios de H egel porque, llevados de su unilateralidad, no sólo
se excluyen los unos a los otros, sino que con ello excluyen tam bién la
totalidad, de la que no son m ás que aspectos parciales.” 13
Y Glockner, en el m ism o congreso desarrolla este program a con m ucha
claridad, llevánd olo todavía m ás adelante en algunos aspectos — en el
terre n o irracionalista—-: "T o d o el m undo quiere salir del racionalism o,
q u e im peró de un m odo general en el últim o tercio del siglo y que
podría reducirse a la fó rm u la de 'una nueva Ilu stración’. Y , sin em bargo,
no es tan fá cil abrazar sencillam ente el partido del nuevo rom anticism o',
que aquel racionalism o ha provocado com o antítesis. Se trata, en este
punto, de 'm ediar’ . . . H egel llevó ,a cabo aquella ’m ed iación’ que actual­
m ente interesa en A lem ania. Las diversas corrientes pueden hacer las paces
y m archar juntas, en nom bre de H e g e l.” 14
En estas m anifestaciones se destaca claram ente el contenid o social del h e ­
gelianism o. E n p rim er lugar, K ro n er ve en las diversas corrientes del
pensam iento de la época (in clu id o e l fascism o ) sim plem ente aspectos uni
laterales que no han com prendido la necesidad de com plem entarse m utua­
m ente y que por eso y solam ente por eso luchan las unas contra las otras.
Lo que quiere d ecir que esta lucha no tien e un auténtico carácter o b jetiv o
y — esto sobre todo— que no navegan en las aguas de la reacción. B a s ­
tará, pues, con que se encuentre un proyecto aceptable de transacción, d e

12 Logos, número especial sobre Hegel, 1931, p. 9.


13 Actas del primer Congreso hegeliano, Tubinga, 1931, p. 25.
** Ib id., p. 78.
EL NEOHEGELIANISMO 453

avenencia, para poder lo g r a r 'la paz perpetua en el cam po de la filo s o fía


(y en el de la vida s o c ia l). Y G lock n er, p o r su parte, com plem enta este
contenido declarando leg ítim a la lucha contra la "n u eva Ilu stración ” (es
decir, contra los vestigios del ra cio n a lism o ). P ero, p ara ello, no hay que
ir tan le jo s com o el irracionalism o radical o m ilitan te. D e la síntesis a
que se aspira queda excluida, naturalm ente, la concepción del m undo de
la clase obrera, el m arxism o, con tra la cual va d irigida, en realidad, aun­
q u e no siem pre se diga paladinam ente.
E sta síntesis filo só fica b a jo e l sign o d e H e g el tien e com o finalid ad ,
en efecto, la coalición de todas las corrientes burguesas contra el p ro le­
tariado. L a lim itación pequeñoburguesa de horizontes de lo s hegelianos,
q u e ten ía por aquel entonces n o pocos equivalentes p o líticos, consiste
sobre todo en que, en un p eríod o com o aquél de creciente agudización
de la lucha de clases entre pro letariad o y burguesía, no qu erían darse
cuenta de que una d efensa eficaz por parte de la burguesía llevaba con­
sigo, necesariam ente, violentas luchas de tendencias y, a la postre, la vic­
to ria del ala archirreaccionaria del capital m onopolista. E l neohegelianism o
desem peña aquí, llevado en apariencia de un sentido práctico, pero com ­
portándose en realidad de un m odo com pletam ente utópico, e l papel de
una adecuada organización para encubrir todas las tendencias reaccionarias
del pensam iento de la época (e n tre ellas tam bién, por tanto, las filo ­
s ó fic a s ).
P o r tanto, el neohegelianism o, al tratar de fragu ar, com o vem os, una
síntesis de las corrientes filo só ficas, se p ro p on e com o m isión encarrilar
p o r cauces "n o rm ales” y "o rd en ad o s” la crisis de concepción del m undo
del im perialism o de posguerra. L o que acusa una d iferen cia sustancial
con respecto al períod o de anteguerra. C on su intento de encontrar una
solución transaccíonal reaccionaria, reconoce la existencia de aquella crisis,
m otivo éste que no p odía aflo rar ontológicam ente en la filo s o fía anterior
a la guerra. Com o una "te o ría de la crisis” concibe, en efecto, Siegfried
M arck el neohegelianism o, p o r op osición al kantism o ortodoxo. P o r eso
dice, refirién d ose a R ick e rt: "É s te afirm a, p o r tanto, la época 'burguesa’
del m undo, considera sus soluciones com o capaces de resistir y no ve en
e lla una época amenazada por la b a n c a r r o t a .. . P ero, ¿acaso H e g el y
K ierkegaard , estos dos form idables antípodas del siglo x ix , los d ialécticos
id e a les y V edes. . . [e n tre los que, ju n to a H e g el y K ierkegaard se cita
tam bién a M arx, G . L.~], no son los m ensajeros anunciadores de una
época del m undo poskan tian a, p osbu rg u esa y tam bién p oscristian a? ” 15
Y tam bién K ro n er a firm a : " E l kantism o m oderno ha entrado en una
crisis.” 10

15 S. Marck, Die D ialektii in der Pbilosophie der Gegenwart, Tubinga, 1929-31,


t. I, p. 33.
16 R. Kroner, Von Kant zu Hegel, Tubinga, 1921-24, t. I, p. 25.
454 EL NEOHECELIANISMO

T o d o e llo lleva consigo, m anifiestam ente, u n determ inado deslinde de


cam pos con respecto a l neokantism o. S in em bargo, esta repulsa n o es, con
m ucho, tan radical com o la q u e hem o s visto en G lo ck n er co n respecto
a la "n u ev a Ilu stración” , es decir, a todas las corrientes izquierdistas.
N o en vano casi todos lo s neohegelianos q u e dan la pau ta (K ro n e r,
G lock n er, S ie g fñ e d M arck y o tro s ) h an salido d e las fila s d el neokan­
tism o, p rincipalm ente d e la escuela d e B ad én, es decir, d e aquélla escuela
en q u e la filo s o fía neokantiana lle g ó m ás allá, desde e l p rim er m o­
m ento, e n la tend encia d e ab rir los brazos a l irracionalism o. N o podem os
pasar p o r alto, a este propósito, e l hecho d e q u e R ick e rt pu blicó en 1 9 2 0
un lib ro contra la filo s o fía d e la vida. P ero esta crítica — p o r lo dem ás,
muy respetuosa— contra *el irracionálism o de la filo s o fía de la vida no
debe hacem os olvid ar que fu e precisam ente R ick e rt ( a la p ar co n W ín d e l-
b a n d ) qu ien fundam entó filo só ficam en te e l irracionalism o d e u n . vasto
cam po d e conocim iento, e l de las ciencias históricas. C ierto es que, en esta
fundam entación gnoseológica, n o se pronuncia para nada la p alabra irra­
cionalism o, pero e llo im p orta muy poco. L o im portante es que esta teo ría
de la historia entraña,- sustancialm ente, úna tend encia irracional. E s ver­
dad que R ick ert m ostraba ya en 1 9 2 0 reparos contra las consecuencias
a que p o d ría llev ar un irracionalism o extrem o. Y e llo precisam ente m ues­
tra — p o r otra parte— su afin id ad co n los neohegelianos: tam bién éstos
respetan el irracionalism o y sólo tratan de evitar las consecuencias
extrem as a que conduce. Las dos m aneras de "co m b atir” al irracionalism o
revelan la m ism a debilidad, la m ism a ind efen sió n espiritual de aquella
p arte d e Ui intelectualidad alem ana que se hallab a totalm ente b a jo estas
influencias y fascinada p o r ellas desde todos lo s puntos d e vista, aunque
querría, a pesar de todo, rehuir $u consecuencia m ás extrem a ( e l fascism o
h itle ria n o ), que se em peñaba en querer encauzar p o r "d erro tero s orde­
nados” el desarrollo en crisis del períod o de posguerra, pero sin tratar
de rechazar, ni siquiera de suavizar de algún m odo, las tendencias reac­
cionarias. Q ue e llo era im posible p o líticam en te vino a dem ostrarlo con
bastante claridad el fin a l del p eríod o d e W e im a r. Y este m ism o carácter
m iserable se re fle ja en la esencia y en las vicisitudes del neohegelia-
nism o.
A u nque los neohegelianos procuran d eslind ar cam pos con respecto al
neokantism o, acentúan al m ism o tiem po y m ás resueltam ente aún su con ­
tinuidad con K a n t y e l neokantism o. G lo ck n e r lle g a incluso a d ecir:
"P o d rá parecer paradógico, p ero el p ro blem a Hegel es hoy, en A lem a­
nia, ante todo, un p roblem a Kant." 17 Y el volum inoso lib ro d e K ro n er,
cuya im portancia para el neohegelianism o es fu ndam ental (Von Kant zu
Hegel, 1 9 2 1 -2 4 ) no representa, en este respecto, m ucho más que la e je -

17 Actas del primer Congreso hegeliano, ed. cit., p. 79.


EL NEOHEGELIANISMO 455

cución concreta del p ro g ram a’ trazado en su d ía p o r E b b in g h au s: e l in ­


tento d e d em ostrar que la filo s o fía h eg elian a b ro tó p o r la fu erza d e la
necesidad in terio r de la filo s o fía kantiana, sin rom per con e l fu nd am ento
de ésta. '
E n este lib ro , dice K ro n e r : " E l idealism o alem án, desde K a n t hasta
H e g el, debe considerarse en su trayectoria com o un to d o : com o una lín ea
que, d e acuerdo a una ley in h eren te a ella, p ero que sólo en e lla se
m an ifiesta, se desarrolla en u n a gran d iosa curva a s c e n d e n t e . . hay que
exp o n er cóm o d e la crítica kan tian a de la razón surge la filo s o fía h eg elia­
na d el esp íritu .” 18 Y añade que " lo s grand es sucesores de K a n t se han
rem ontado sobre é l porque supieron com prenderle” .19
C om o se ve, p ara K ro n er, lo m ism o que para E bbingh aú s, la unidad
d e la filo s o fía clásica alem ana (F ic h te , S ch ellin g , H e g e l) n o es o tra
cosa q u e e l desenvolvim iento d e lo que ya im p lícitam en te se co n ten ía
en la concep ción d e K a n t. Y K ro n e r d esarrolla consecuentem ente este
esquem a. P resenta, p o r eje m p lo , e l sistem a h eg elian o com o si b rotara
en lín e a recta d e la filo s o fía de S ch e llin g , y aunqu e n o pu ed e silen ciar la
ruptura abierta en tre H e g el y. S ch e llin g en la Fenomenología del espí­
ritu, p resen ta lo s avances de H e g e l, tergiversándolos, com o u n re to m o
a K a n t y a F ich te. H e aquí lo q u e d ice K ro n e r acerca d e la Fenomenolo­
gía del espíritu: "H e g e l renueva e l subjetivism o kan tian o -fich tean o , ele ­
vándolo al p lan o d el idealism o absoluto, alcanzado p o r S c h e ll in g .. . L a
Fenomenología op one nuevam ente a l sistem a sch ellin g ian o d e la id en ti­
dad la idea de la crítica kantiana de la razón y de la teo ría fich tean a de la
cien cia: la idea de la 'teo ría d el cono cim iento’ .” 20
E sta afirm ación no responde en m odo alguno a los hechos históricos.
E n H e g e l no se contiene absolutam ente ninguna te o ríá del cono cim ien­
to, en sentido kantiano. H eg el rechaza p o r p rin cip io la investigación de la
capacidad de conocer anterior al cono cim iento ; para aprend er a nadar
— dice— , lo prim ero que hay que hacer es echarse a l agua, lo que equ ivale
a sostener que la exactitud o la falsed ad del conocim iento, el grad o de lá
capacidad de conocer, etc., Sólo pueden dem ostrarse en el proceso concreto
d el conocim iento. Y , en segundo lugar, la Fenomenología del espíritu no
presenta1n i rastro d e un re to m o a l subjetivism o kan tian o -fich tean o . Para
K a n t y p ara F ich te, este subjetivism o era el fu n d am en to de toda su filo ­
so fía, m ien tras que la fu n ció n d e la Fenomenología, d en tro del sistem a
h eg elian o de entonces, con sistía e n llev ar a l su jeto , p o r m ed io d e la
exp o sición de su desarrollo, hasta la fa se a p artir d e la cu al pudiera tra­
zarse adecuadam ente y com prenderse la filo s o fía o b je tiv a ( l a ló g ica y la
filo s o fía d e la naturaleza y d el e s p ír itu ). Y , a to n o co n esta fu n ció n

18 R. Kroner, V o n Kant xu H e g e l, ed. cit.,- t. I, p. 21.-


19 Ibíd., p. 27. , 20 jbM ' t. h , p. 365.
456 EL NEOHEGELIANISMO

m etod ológica que la Fenomenología se propone, ésta no contiene e l aná­


lisis de la estructura, de las dotes, etc., del su jeto, com o la teo ría del
conocim iento de K a n t y de Fich te, sino la historia del sujeto en el curso
de la trayectoria o b jetiv a de desarrollo de la hum anidad; la "m ezcla” de
consideraciones históricas, psicológicas y gnoseológicas que H aym y otros
reprochan a la Fenomenología, no es ningún defecto, sino la ejecu ción
m etodológicam ente consecuente de un propósito radicalm ente d istinto del
de K a n t y F ich te y que K ro n er, llevado de su prevención neokantiana, es
incapaz siquiera de ver, cuanto m enos de com prender.
A sí pues, el fundam ento gnoseológico del neohegelianism o es, sustan­
cialm ente, un fu ndam ento kantiano. C laro está que esta afirm ación no
agota ni los designios filo só fico s ni las aspiraciones históricas de lo s neo-
hegelianos. E n el cam po de la historia, el neohegelianism o desarrolla
la lín ea de M einecke. Rosenzw eig, que la abraza de un m odo m anifiesto ,
retrotrae a H eg el el fundam ento ideológico del nacional-liberalism o ale­
m án, es decir, del entronque con Bism arck del liberalism o alem án de una
época anterior. E n H eg el encontraron los nacional-liberales, según este-
autor, " la fundam entación filo só fica del rudo carácter de poder del Estado,
d irigido hacia el exterio r” . E s cierto — así se ve obligad o a reconocerlo
e l pro pio Rosenzw eig— que los nacional-liberales no eran hegelianós en el
séntido estricto de la p alabra; pero "cre ía n poder extraer el 'contenid o’
del sistem a sin necesidad de atenerse a lo 'fo rm al’ del m étodo. Y ten ían el
derecho histórico de hacerlo a sí” .21
C on esta g lo rificació n del sistem a hegeliano, es decir, de su contenido
reaccionario, y esta repulsa radical del m étodo dialéctico, cree Rosenzw eig
haber establecido la continuidad ideológica en el desarrollo de la burgue­
sía alem ana del siglo x i x ; H eg el aparece aquí, lo m ism o que en M einecke,
com o el antepasado de la burguesía reaccionaria d el presente, com o é l
precursor y el auxiliar de Bism arck. E n tre los neohegelianos, es G lo ck n er
quien con m ayor energía asume esta tendencia. Para p oner de relieve
esta continuidad tam bién en el cam po de la filo so fía , escribe trabajos
m onográficos sobre V isch er y Erdm ann. G lo ck n er sabe perfectam ente
que V ischer, por ejem p lo, se había apartado expresam ente de H egel.
P ero es esto precisam ente lo que hace de él una figura tan valiosa a los
o jo s de "h eg e lian ó s” com o G lockner, ya que ven en él un aliado en la lu­
cha, por la liquidación del m étodo dialéctico. Según G lockner, cabalm ente
al repudiar la dialéctica, conserva V isch er lo que hay realm ente de per­
m anente en H egel.
Esta tendencia histórica representa, en realidad, una vuelta a D ilthey.
E l "d escubrim iento” diltheyano del jo v en H eg el com o "filó s o fo de la
vida” se convierte, entre los ^neohegelianos, en la concepción y presenta-

21 F. Rosenzweig, H e g e l u n d d e r Staat, M uaich-Berlín, 1920, t. II, pp. 198 s.


EL NEOHEGELIANISMO 457

ción del jo v en H e g el com o el H e g e l "au té n tico ” . L a trayectoria posterior


de H e g el y su d esarrollo del m étod o dialéctico son concebidos y expuestos
com o un anquilosam ento gradual, com o u n proceso m ás o m enos anqui-
losador de logización , etc., de las grandes conquistas de su juventud.
E n pu nto a este p roblem a, existen , naturalm ente, grand es diferencias
de m atiz entre lo s neohegelianos. K ro n er, p o r e jem p lo , se lim ita en g e ­
neral a exp o ner e l H eg el históricam ente im portante de la época posterior,
m ientras que M arcuse, H u g o F isch er, G lö ck n e r y otros hacen hincapié
en la deserción de H e g el de la " filo s o f ía de la vid a” d e sus años m ozos,
aun cuando la presen ten desde distintos puntos d e vista. T o d o s ellos
coinciden, sin em bargo, en lo fu nd am ental, a l sostener que lo que su
d octrina con tien e de actual y de v ital fu e creado p o r él en su juventud,
a l paso que e l H e g el m aduro sólo tien e im portancia esencial en cuanto
que se m an tien e fie l a estas tendencias.
T am b ié n en este punto p ro ced e e l neohegelianism o com pletam ente a
espaldas d e la historia. N o sólo po rqu e hace caso om iso d e la unidad
esencial en tre el H e g el jo v e n y e l m aduro, q u e es el m étod o dialéctico,
sin o adem ás p o rqu e pasa p o r alto lo s verdaderos cam bios históricos
producidos en la vid a y e n e l pensam iento d el filó s o fo : la sim patía hacia
la R evolu ción fran cesa y la crisis d e F ran cfo rt, las esperanzas puestas
p o r él e n N ap o leó n y la filo s o fía de la h isto ria d el p eríod o de Je n a , en
consonancia co n ellas, y, fin alm en te, e l cam bio — resignado— de rum bo
cuando se hizo d efin itiv a la derrota de N ap o leó n , el desenvolvim iento
fin a l de su sistem a. Sólo cuando se p enetra en esta trayectoria real es
posible contestar certeram ente a la p rim era p regun ta y se ve q u e H e g el
pudo m antener en p ie su Lógica, con constantes rectificacion es para m e­
jo rarla, pero sin necesidad de reconstruirla decisivam ente, a través de
todos estos cam bios. P ero, para los neohegelianos, com o hem os visto,
en H e g el no existe para nada la dialéctica.
D esd e este punto de vista, se m an ifiesta G lö ck n er en contra de la
concepción gen eral acerca de la d isolu ción d el hegelianism o. Según él, ésta
recae solam ente sobre " e l viejo H eg el, sobre el sistem ático categórico,
sobre el je f e de la escuela berlin esa, sobre el filó s o fo conservador del
Estado” .22 Fren te a él h ab ía descubierto D ilth e y al jo v en H eg el, al filó ­
sofo que h ab ía sabido desentrañar " la p len itu d dinám ica de la vid a” ,
"acuciado p o r la cual había podido el ju v en il pensador resolver los eter­
nos problem as de lo irracional” . A esta doctrina no afectaba para nada la
disolución del hegelianism o. "E r a el viejo H e g el el que entonces vivía.
Y fu e solamente, p o r tanto, el v ie jo H e g el el que entonces m u rió .” P o r
donde la tarea del presente consiste en " 'superar’ al v ie jo H e g el en el

22 H. Glöckner, F. Th. V iscber und das 19. Jahrhundert, Berlín, 1931, pp.
155 ss.
458 EL NEOHEGEL1ANISMO

sentido del H eg el de la ju ventu d ” . Y , partiend o de esta concepción histó­


rica, lleg a M arcuse, proced ente de H eid egger, a la siguiente conclu sión:
" E n sus raíces m ás profundas, D ilth e y vuelve a tom ar la 'filo s o fía de la
vida’ a llí donde H e g el la h ab ía abandonado.” 23
E n el p lan o de la h istoria d e la filo s o fía , esta concepción entraña una
nueva aproxim ación d e H e g e l a l rom anticism o. A sí com o e n la lín e a
neokantiana se borraban las d iferencias entre e l idealism o o b je tiv o de
H e g el y e l idealism o subjetivo de K a n t y F ich te , aq u í se esfum an todos
los tajantes antagonism os que separaban a H e g el de Sch ellin g, y sobre
todo de Schleierm acher, F ried rich Sch leg el, N o v alis, Savigny y A dam
M ü lle f. Ésta es la lín ea que encontram os en M etzger, en T ro eltsch , en
H u g o F isch er y en otros. Y tam bién en este p u nto es G lo ck n e r e l m ás
radical de todos, ya que — acom odándose en to d o a l sentido de D ilth e y —
se em peña en presen tar com o estrecham ente unidos a dos pensadores
com o H e g el y Schleierm acher, que en realidad estuvieron separados a lo
largo de toda su vida p o r una apasionada hostilid ad . L le g a a declarar
que "n o puede escribirse la historia d el hegelianism o sin tener en cuenta,
la historia del schleierm achism o” .24
Y el propio K ro n e r se m antiene, com o hem os visto, en la lín e a kantia­
na. P ero com o, sim ultáneam ente con su obra m o n ográfica fundam ental,
viera la luz de la historia del idealism o alem án de N ico la i H artm ann, en
la que se destaca con enérgicos trazos la afinidad de H eg el con el rom an­
ticism o, K ro n e r reconoce esta obra com o un com plem ento excelente de
la suya propia.
E sta falsificació n histórica del nacim iento y el alcance de la filo s o fía
hegeliana, de sus prem isas y d e su desarrollo persigu e dos fin alid ad es:
la prim era, extirpar radicalm ente la dialéctica del m étodo h egeliano "c e r ­
teram ente interpretado” y "reno vad o a tono con la época” ; la segunda,
convertir el irracionalism o de la filo s o fía de la vida en fu ndam ento
constitutivo de la nueva síntesis de toda la filo s o fía re accio n aria. ale­
mana, que el neohegelianism o aspira a fraguar.
En la introducción a los estudios sobre H eg el de K ro n e r se contiene
la siguiente declaración program ática: " S é trata de reparar los daños
causados por el tópico del 'pan logism o’ acuñado por J . E. Erdm ann, lo
que sólo podrá lograrse destacando tajantem en te el carácter irracionalista
de la dialéctica, en vez de su carácter ra c i o n a l i s t a . . 25 Se aspira, pues,
a corregir a Erdm ann, no m ediante una interpretación dialéctica del té r­
m ino de "p an lo g ism o ” , térm ino que de p o r sí induce tam bién a error,

23 H. Marcuse, H e g e l s O n t o lo g ie u n d d i e G r u n d l e g u n g e in e r T heorie der


Francfort d. M., 1932, p. 278.
G e s c h ic h t lic h k e it ,
24 H. 'Glockner, "Krisen und Wandlungen in der Geschichte des Hegelianis-
mus”, en L o g o s , año X III, núm. 3, pp. 355 r.
23 R-. Kroner, V o n K a n t zu H e g e l , ed. cit., t. II, pp. V II r.
EL NEOHEGELrANISMO 459

sino yendo a refugiarse a la corriente im perante de la reacción filo só fica


im perialista: al irracionalism o. Y el program a así esbozado se lleva a
cabo concienzudam ente a lo largo del análisis de la filo s o fía hegeliana.
"Hegel — dice K ro n er— es sin duda el más grande irracionalista que
conoce la historiá de la filo so fía . N in g ú n pensador antes de é l había
llegado a ilum inar el concepto com o é l lo h a h e c h o . . . H e g el es irra­
cionalista, porqu e hace valer lo irracional en el pensam iento y porque
irracionaliza el pensam iento m i s m o . . . E s irracionalista, porqu e es dia­
léctico, porqu e la dialéctica es el ¡nacionalismo convertido en método, el
irracionalismo racionalizado, porqu e e l pensam iento d ialéctico es u n p en ­
sam iento racio n al-irracio n al." 28 Y un poco m ás adelante, prosiguiendo
esta m ism a lín ea de razonam iento: " E l pensam iento es en sí m ism o, en
cuanto dialéctico, en cuanto especulativo, irracional, es d ecir suprainte-
lectivo, p o rqu e es vivo: es la vida q u e se piensa a sí m ism a.” 27 Y , ate­
niéndose en un todo al sentido d e la filo s o fía im perialista de la vida
a l m odo diltheyano, dice acerca d e la Fenomenología del espíritu: " E l
problem a del conocer, en é l, se ahonda y am p lía hasta convertirse en
el p roblem a del vivir.” 28
N o pu ed e expresarse con m ayor clarid ad e l v ira je hacia la filo s o fía
irracionalista d e la vida. E n estas m anifestaciones, K ro n e r sólo se dis­
tingue de D ilth e y en que éste rechaza la dialéctica, basándose en la
crítica de Trend elenbu rg, op erando e l trán sito d el neolcantism o a la filo ­
so fía de la vida m ediante el rodeo de ensanchar el p ro blem a kantiano
de la te o ría del conocim iento, m ientras que K ro n er, p o r su parte, se
lim ita a envolver en el nom bre de dialéctica el irracionalism o elevado a
m étodo, ( D e nuevo nos encontram os aquí con que los v iejo s representan­
tes de una tendencia reaccionaria son, p o r reg la gen eral, m ás consecuentes
y honrados que los que vienen d espu és.)
. N o hace falta gastar m uchas palabras en dem ostrar que estas posiciones
del neohegelianism o no tien en nada que v er con H eg el. E ste filó so fo
com batió y repudió siem pre con la m ayor energía a los precursores dé la
filo s o fía d e la vida que se m anifestaban ya en su tiem po (y , al decir
esto, nos referim os, pues no h ab ía otros entonces, a los representantes
del "sa b e r inm ediato” , es decir, d e la intuición, com o F . H . Ja c o b i).
Y para quienes le hubiesen hablado de "ah o n d ar” el p roblem a del cono­
cer, conv irtiénd olo en e l problem a del vivir, no h ab ría tenid o sin o una
sonrisa despreciativa, pues no en vano lo fu nd am ental de su teo ría del
conocim iento, en la m ism a Fenomenología'del espíritu, es decir, ya en su
juventud, es que todo sentim iento inm ediato, toda vivencia, es algo tan
abstracto com o las categorías del entendim iento, las determ inaciones de la
re flex ió n : la m isión de la razón, de la dialéctica llev ad a a su p erfección,

28 Ibíd., pp. 271 s. 27 lbid., p. 282. 28 Ibíd., p. 364.


460 EL NEOHEGELIANISMO

consiste cabalm ente en rem ontarse sobre ambos, descubriendo las deter­
m inaciones concretas reales.
C laro está que H eg el no alcanzó a conocer el irracionalism o com o
problem a central de la filo so fía . Y cuando alguna vez em plea este tér­
m ino es en su sentido m atem ático exacto ; p ero, cuando generaliza el
análisis de los problem as que aquí se plantean para el conocim iento,
da claram ente a entender que en aquellos hechos o bjetiv os y subjetivos
que el irracionalism o m oderno suele p oner a contribución para sus fines,
convirtiéndolos en estructuras fundam entales del ser, en "fen ó m en o s
prim igen ios” , en "e tern as” fronteras del pensar, sólo ve él, sencillam ente,
problem as, tareas que se le plantean al pensam iento racional, al pensa­
m ien to dialéctico. D e aquí que H e g el vea en lo "irra cio n a l” de, la
m atem ática y la geom etría "u n com ienzo y una h u ella de racionalidad” ,29
es decir, un problem a planteado al pensam iento dialéctico, cuya "ir r a ­
cionalid ad ” (H e g e l consigna que en la term in ología usual se produce
una in v ersió n ) se supera, por supuesto, dialécticam ente. N ad a está, p o r
tanto, m ás le jo s del pensam iento de H eg el que la g lo rificació n neohege-,
lian a de lo irracional. E l punto de vista m antenido p o r K ro n er es, por
tanto, insostenible com o interpretación de H eg el, se halla al m argen de la
ciencia y constituye una verdadera tergiversación de las posiciones cien ­
tíficas de la filo s o fía hegeliana. E s; en cam bio, muy característico de la
tendencia fu ndam ental del neohegelianism o : la capitulación ante la co­
rriente irracionalista central del períod o im perialista, ante la preparación
id eológica del fascism o. L o ú n ico que hay de o rig in al en el razonam iento
de K ro n er es que éste ya no presenta, al igual que D ilth ey , el irraciona­
lism o com o un m ovim iento de reacción contra la dialéctica, sin o que
id en tifica pura y sim plem ente la dialéctica con el irracionalism o.
Lo cual es, sin duda alguna, un síntom a del ahondam iento de la cri­
sis. C on frecuencia hem os podido observar cóm o el irracionalism o sur­
ge com o una respuesta aparente a un problem a real planteado por la vida,
cóm o transform a ciertos elem entos del problem a real co n v irtién d o lo s. en
la totalidad de una respuesta falsa, reaccionaria. P ero este proceso se opera
en la generalidad de los casos, filo sóficam ente, com o una repulsa de la
dialéctica, ya que ello perm ite soslayar reaccionariam ente con mayor
eficacia el auténtico m ovim iento de avance que va im p lícito en el p ro ­
blem a real (e n la re a lid a d ). H asta que, en los años de crisis cercanos
al 1 8 4 8 , surge en K ierkegaard una seudodialéctica irracionalistam ente
dirigida contra el m étodo dialéctico. K ro n er sale del paso, naturalm ente,
sin tom arse tanto trab ajo com o K ierk eg aard : se contenta con bautizar con
el nom bre de dialéctica su propio irracionalism o, el irracionalism o m e­
dio de la filo so fía de la vida. Los contenidos de K ro n er no van nunca 20

20 Hegel, Enzyklopadie, § 2.31.


EL NEOHEGELIANISMO 461

más allá de sus predecesores, los filó so fo s de la vid a; lo único nuevo


en él — y en e llo se h alla el síntom a de la crisis— es la etiqueta de la
dialéctica.
E sta decidida p ro fesió n de fe irracionalista de K ro n e r es interesante,
porque, p o r lo dem ás, este pensador pertenece, en este respecto, al ala
m oderada del neohegelianism o. E sta tendencia aparece sostenida de un
m odo bastante m ás radical p o r G lock n er, qu ien no se m uestra totalm ente
satisfecho con la exposición de K ro n er. C onsidera que no va, en este
punto, bastante lejo s. "K ro n e r — dice G lo ck n e r— no desconoce el 'irra­
cionalism o’ de H egel, sino que, p o r el contrario, lo destaca con toda
fuerza. P ero lo expone, p o r d ecirlo así, solam ente de un m odo im p lí­
cito : com o elem ento del m étodo d ialéctico .” 30 F ren te a esto, G lo ck n er
establece el siguiente program a: " Y o qu erría llevar a la conciencia los
m om entos irracionales de todo pensam iento concreto de un m odo más
d iferenciad o de lo que lo hace el pro pio H egel. Q u erría p o n er de m an i­
fiesto que estos m om entos pueden articularse en un m étodo filo só fico -
cie n tífico sin necesidad de la d ialéctica.” 31
A tono con esto, pretende G lo ck n e r superar e l supuesto "p an lo g ism o ”
d e H e g el p o r un "p an tragism o” , expresión tom ada de la literatura de
H ebb el. E l contenid o esencial de este concepto hubo de revelarse ya, y
precisam ente entre los neohegelianos, durante la revolución del cuarenta
y ocho. (W ilh e lm Jo rd án y R u ge en F ra n cfo rt y V isch e r en sus recuer­
dos de los días de S tu ttg art.) S e trata, en esencia, de sostener, de una
parte, que en toda "trag ed ia” de la historia no debe verse un decreto
"e te rn o ” del destino (p o r ejem p lo , que- la caíd a d e la P o lo n ia feudal
debe considerarse com o algo d efin itiv o y que no puede ser corregido
ya p o r e l nacim iento de una revolución dem ocrático-cam pesina en este
p a ís ) y, de o tra parte, que en to d a controversia histórica la reacción tiene,
objetivam ente, los m ism os títu lo s de legitim idad que el progreso. Se
trata, p o r tanto, del com ienzo d e la liquid ación del concepto h egeliano
d el p ro greso histórico.
E ste concepto del progreso n o era, en realidad, n i m ucho m enos, un
sim ple "p an lo g ism o ” optim ista. P o r e l contrario. A u nque H e g el p ro fe ­
sara, ciertam ente, la idea del progreso en el d esarrollo de la hum anidad,
n o p o r e llo d ejaba d e ver claram ente que este cam ino estaba fo rm ad o p o r
-una cadena ininterrum pida d e tragedias de los individuos y de lo s pue­
b lo s. H e g el no niega, p o r tanto, en m odo alguno, el fen óm en o de lo trá ­
g ico , sin o que lo sitúa en e l lugar q u e le corresponde, dentro d e la
concep ción general de la historia. ( E n m i lib ro Goethe und seine Zeit,
ed . Á u fb au , B e rlín , 1 9 5 5 , h e tratado de dem ostrar que este p u nto de

30 H. Glockner, Hegel, t. I, Stuttgart, 1929, pp. X I s.


33 lbíd., p. X X I.
462 EL NEOHEGELIANISMO

vista guarda la m ás ín tim a relación co n e l pensam iento central d el Fausto


y que, ante este p roblem a, H e g el y G o e th e se m o vían, esencialm ente,
e n la m ism a d irecció n .)
Y lo que, p o r e l con trario, advertim os en lo s hegelianos o exhege-
lian o s más arriba citados es la aproxim ación al irracionalism o antihistórico
d e Schopenhauer, en e l q u e la som bra de la traged ia "có sm ica” hace
aparecer com o alg o "p erv erso ” to d a id ea h istórica o social d e progreso.
P o r eso, cuando G lo ck n er restaura este pensam iento schopenhaueríano,
hace algo m ás que desarrollar filo só ficam e n te su lín ea histórica, ya
conocida de nosotros. L o que hace, en realidad, es p leg ar e l neoh egelia­
nism o a aquellas tendencias de la filo s o fía de la vid a que encontraron su
expresión, prim eram ente, en el amor fati de N ietzsch e y m á s ' tarde
en la "trag ed ia d e la cultura” de Sim m el, para convertirse después, a tra­
vés de Spengler, en el n ih ilism o existen cialista de H eid egger, que es
tam bién un "p an trag ism o ” a su m anera. Y la tendencia que en esto
se m an ifiesta está clara p ara todo el que conozca la filo s o fía alem ana del
im perialism o de po sgu erra: es la aproxim ación del n e o h e g e lia n ism o 'a
la concepción n ih ilista del m undo que ya conocem os de H eid eg g er o de
Jaspers.
P aralelam ente con e l h ech o d e que el irracionalism o, disfrazado de
dialéctica, se sitúa en e l centro m ism o de la m eto d o lo g ía d e lo s neohege-
lianos, se trata de a le ja r cuidadosam ente de esta filo s o fía supuestam ente
renovada de H e g e l todo lo que sea dialéctica. A lg u n o s n eohegelianos
llev an a cabo esta labo r, retorciend o la d ialéctica h eg elian a hasta retro ­
traerla den tro d e lo p o sib le a la te o ría k an tian a d e las antinom ias. A s í
lo hace, sobre todo, K ró n e r, q u ien afirm a, ateniéndose p o r entero al
sentido d e la filo s o fía de K a n t: " L a filo s o fía n o pu ed e trascend er d e sí
m ism a y acaba e n la contrad icción.” 82 Y esta tend encia antíd ialéctica
se acusa m ás resueltam ente to dav ía en otros neohegelianos. A sí, Sieg fried
M arck fo rm u la en lo s siguientes térm inos su p u nto d e vista acerca de la
dialéctica "c r ític a ” : " E l criticism o afirm a lo d ialéctico y n ieg a la d ialéc­
tica.” 83 C onsecuente co n lo cual acepta " e n el térm in o h eg elian o de
Aufhebung solam ente la ‘conservación y elevación’, rechazando en cam ­
b io , e l m om ento d el tollere, que entraña la ‘n egación de la negación’.”
D ig am o s de pasada, para p o n er de relieve, a la luz de u n e je m p lo
b ien elocuente, la ignorancia de la filo s o fía d e H e g el p o r p arte d e los
neohegelianos, que en la determ inación h eg elian a d e la Aufhebung,
el tollere, no se id en tifica, en m odo alguno, con la "n eg ació n d e la
negación” ; la negación es, en H eg el, el m om ento — decisivo— d e toda
Aufhebung, de to d a superación, pues sin e lla toda Aufhebung care-

82 R. Kroner, D ie Selbstverwirklichung des Geistes, Tubinga, 1928, p. 221.


33 S. Marck, op. cit., t. II, p. 93.
EL N EO H EG EL1A N 1SM O 463

ce ríá de sentido, m ientras que la negación d e la negación expresa la fase


esp ecífica, fin a l, de la cadena d ialéctica trip artita. E sta con fu sión es muy
característica, si se tien e en cuenta que M arck rechaza aquí, precisam ente,
las determ inaciones histórico-reales m ás pro fun das de la dialéctica. A I
co n fu n d ir la sim ple negación con la negación de la negación, niega
p o r partid a d oble todo lo que hay de progresivo y hasta de revolucionario
en el m étodo d ialéctico : de una parte, e l tollere lleva consigo el re­
fle jo discursivo de los cam bios — m uchas veces violentos— de la historia
( a M arck no le interesa para nada la dialéctica en la n a tu ra le z a ); y, de
otra p a rte ó la negación de la negación, cuando se la pone de p ie m ate­
rialistam ente, apunta tam bién a los cam bios revolucionarios — frecu ente­
m ente violentos, tam bién en este caso— de la estructura social, a la
trayectoria antagonista del progreso, tal com o E n g els lo analiza, p o lem i­
zando contra D ü h rin g , a la luz de la so cio lo g ía rousseauniana.31
E l desconocim iento de H e g el por parte de su "ren o v ad o r” M arck es
tam bién un claro indicio de que sus tiros no son dirigidos tanto contra
H eg el com o contra M a rx : se trata, en realidad, de "r e fu ta r” las conclu­
siones revolucionarias del m arxism o b a jo u n a fo rm a neohegeliana, seudo-
dialéctica, com o en su d ía h ab ía tratado de "refu ta rla s” B ern stein desde
el p u n to d e vista neokantiano, abiertam ente antid ialéctico. L a tendencia
social sigue siendo la m ism a — tam bién S ieg frie d M arck es socialdem ó-
crata— , pero la form a filo só fica h a cam biado, al agudizarse la crisis, ante
la existen cia de la U n ió n Soviética y lo s partid os com unistas en e l m undo
entero, inclu id a A lem ania. Y se com prende p erfectam en te q u e una co­
rriente filo s ó fic a cuyo propósito program ático no era otro que el de encon­
trar u n a fó rm u la conciliatoria con la reacción d e su tiem po, tuviera que
lle g a r a u n a solución así. P ero tam bién aquí se p o n e d e relieve — com o
en lo s dem ás puntos destacados p o r nosotros— q u e sus pretendidos
renovadores tratan a H e g el com o a "p e rro m u erto” , ni m ás ni m enos
que en su d ía lo habían hecho sus detractores. Y M arck proced e d e un
m odo consecuente con sus posiciones a l declararse e n con tra d el "tu m u lto
bacanal” d e los conceptos d ialérticos en la Fenomenología del espíritu;
h e aquí sus p a la b ra s: " E n esta culm inación, la d ialéctica reacciona co n ­
tra sí m ism a y se trueca, realm ente, e n todo lo contrario, en el absurdo.”
C o n G lo ck n er, esta tendencia conduce ya a l irracionalism o resuelto.
G lo ck n er d efiend e a H e g el contra el rep ro che d el "p an lo g ism o ” , pero
encuentra que este reproche es leg ítim o y com prensible, an te la te o ría
hegeliana de la contrad icción: "P a ra m í, la te o ría de la contrad icción
no fig u ra en tre lo s elem entos d e la filo s o fía h egelian a dotados d e porve­
nir/' 33 H ay que reconocer su existen cia histórica, p ero H e g el, añade 34

34 Engels, Anti-Dühring, trad. esp., ed. cit., pp. 131 ss.


33 H. Glockner, Hegel, ed. cit., p. X II.
464 EL NEOHEGEUANISMO

G lock n er, no debiera haber acogido este concepto com o pensador siste­
m ático . . . La contradicción es un fen ó m en o lógico cen tral; debe ocupar
en el sistem a el lugar que le corresponde, pero no d eterm ina el m étodo.
T am b ién aquí se destaca e l carácter tajantem en te antidialéctico del
neohegelianism o en todos los problem as esenciales. C o n una reverencia
general e intrascendente ante la dialéctica, a la que se interna en el "p arqu e
natural alam brado” de la lóg ica (u n a . lógica, com o es natural, pura­
m ente subjetiva, n e o k a n tia n a ), aleján d o la cuidadosam ente de toda realidad
social (d e m odo parecido a com o el neokantiano socialdem ócrata M ax
A d ler h abía "d ep u rad o” el principio de la contradicción de su contenido
rev o lu cio n ario ), se le niega todo derecho a ser aplicada a la realidad.
D e aquí que G lo ck n er trate de resum ir así los lados positivos y negati­
vos de la filo s o fía hegeliana: "H e g e l intentó pensar concretam ente, filo ­
sofar objetivam ente, existir com o filó so fo sustancialm ente [a q u í se trata
de kierkegaardizar a H egel, e incluso de presentar com o lo auténtica­
m ente h egeliano lo que se echa y necesariam ente debía echarse de m enos
en la dialéctica de H egel, vista a través de K ierkegaard y 'desde el
punto de vista de su existencialism o; una vez más se trata de 'salvar’
a H egel deslizando de contrabando en él, inadm isiblem ente, contenidos
que le son sustancialm ente ajenos, G. L .] , d ejar que la cosa im perase
por sí m ism a, situarse del lado de acá del realism o y ¿1 idealism o [e s
decir, abrazar Ja 'tercera v ía’ im perialista de la filo s o fía y convertirse,
por tanto, de jacto, en un idealista subjetivo de tipo m achista, G. £ . ] ;
y todo esto es tam bién lo que nosotros querem os hoy.” 30 L o que ocurre
es que H egel resolvió este problem a de un m odo dialéctico, es decir,
según G lockner, de un m odo m etodológicam ente falso.
V em os, pues, que los neohegelianos "an u lan ” la dialéctica de H egel,
con muchas carantoñas, pero no m enos resueltam ente que en su tiem po,
b ajo una form a abiertam ente polém ica, lo habían hecho H aym o
T rend elenbu rg. Y el único filó so fo m oderno que adopta ante la dia­
léctica una actitud positiva, N ico lai H artm ann, es para m istificarla com ple­
tam ente, con virtiéndola en un don m isteriosam ente divino del g e n io : "L a
dialéctica no puede separarse arbitrariam ente del acervo del pensam iento
h e g e lia n o . . . Sólo le es dada com o un dón divino a unos cuantos ind i­
viduos, los cuales crean con e lla obras que los demás apenas pueden
com prender, estructuras discursivas en las que éstos sólo a duras penas
y m ediante rodeos penetran con su reflex ió n . E n esto, el dón del pensar
dialéctico es perfectam ente com parable al dón del artista, del genio.
A bunda poco, com o ocurre siem pre con los dones del espíritu, y no es
susceptible de ser a p r e n d i d o . . 37
T am b ién esta defensa hace de H eg el un "p erro m uerto” . T o d o el que 315

315 Ibid., p. X IV . 37 N. Hartmann, Hegel, Berlín, 1929, pp. 17 s.


EL NEOHEGELIAN1SMO 465

haya leíd o realm ente la Fenomenología del espíritu y haya estudiado un


poco la historia de su elaboración debe saber que esta cualidad que H art-
m ann atribuye a la dialéctica hegeliana com o'-algo n o susceptible de ser
aprendido y su com paración con el g en io del artista caracteriza precisa­
m ente la concepción schellingiana de la dialéctica, m ientras que la m e­
to d o lo g ía de la Fenomenología del espíritu se d irige con una gran fuerza
polém ica contra tal interpretación, proclam ando cabalm ente todo lo con ­
tra rio : la asequibilidad de la esencia de la dialéctica a todos. Y hasta
p odría afirm arse sin violentar en lo más m ín im o el pensam iento h egeliano
q u e uno de los propósitos fundam entales de la Fenomenología era p re­
cisam ente el exponer esta posibilid ad de estudiar y aprender la dialéctica
y que la obra fu e escrita — entre otras cosas— p ara m ostrar gradual­
m en te a toda m ente ordinaria el cam ino hacia el pensar dialéctico. P ero
tam poco aquí im porta tanto el grave extravío en que se incurre en la
interpretación de H egel — que no es m ás que un síntom a— com o la capi­
tu lación que ello entraña ante la teo ría aristocrática del conocim iento del
irracionalism o. Y no cabe duda de que todas las interpretaciones en to rn o
a H eg el de los pensadores de este períod o, p o r m ucho que discrepen
en tre sí, coinciden en la m ism a tendencia, en la to tal in d efen sió n de la
intelectualidad alem ana ante la fascización irracionalista de la filo so fía .
Com o vem os, el H egel cuyo, "ren acim ien to ” se proclam a en el períod o
del im perialism o alem án no tien e nada que ver, ni histórica ni sistem á­
ticam ente, con las tendencias hegelianas progresivas. P o r el contrario, se
tom a y se conserva cuidadosam ente de su sistem a todo lo que hay en él
de conservador o reaccionario, procurando d esarrollarlo am orosam ente.
H em os podido ver, a la luz de m uchas citas concretas, que lo que esta
"ren o v ació n ” de H egel sacrifica es, sobre todo y en p rim er térm ino,
precisam ente el m étodo dialéctico. Y se com prende que sea así, pues
la dialéctica hegeliana no es, en la filo s o fía m oderna, un m étodo com o
otro cualquiera. Es, por sus orígenes y por su esencia, la continuación
— en un nivel más alto— de los esfuerzos espirituales llevados a cabo
por los m ejores pensadores, desde el R enacim iento, para fu n d am en tar
filo só ficam en te el carácter racional y progresivo del desarrollo de la
hum anidad. E l nivel superior que H eg el alcanza, con este m étodo, res­
ponde a la nueva situación histórica en que el filó so fo hubo de captar
aquel carácter racional y pro gresivo : a la situación histórico-social creada
por la R evolución francesa. Lo que sig n ifica, en p rim er lugar, que H egel
capte la razón en su esencia contradictoria, es decir, en contraposición
a la tradición general de la Ilu stración, que conciba con frecu encia — no
siem pre, ni m ucho menos— el entronque entre la razón y la vida de un
m odo dem asiado rectilíneo y directo, en contradicción incluso con el cam i­
no ob jetiv o del esclarecim iento de la razón en la vida.
Los sucesores de H egel, al sim p lificar y vulgarizar esta unidad indiso­

30
466 EL NEOHEGELIANISM'O

lu b le de contradicción y razón, convirtiénd ola en un "p an lo g ism o ” , se


desviaban ya del m étodo dialéctico de H e g e l; co n el neohegelianism o,
la po lém ica contra esta desviación se trueca, com o hem os visto, en la
equiparación de dialéctica e irracionalism o, es decir, en un falseam iento
to tal del m étodo h egeliano, haciendo desaparecer ahora totalm ente la
racionalidad, que los hegelianos anteriores se lim itaban a vulgarizar.
L a reacción ideológica contra la R evolución fran cesa trae consigo una
concepción de lo histórico de la que se extirp a la idea del progreso y que,
en particular, declara com o antihistórica toda tran sform ación social. E n
cam bio, el verdadero sentido del m étodo h egeliano, brevem ente expre­
sado, consiste en dem ostrar — en unidad inseparable con el punto central
de la contradictoriedad— que los cam inos com p lejo s y desiguales de la
historia revelan precisam ente el pro fu n d o carácter racional de ést,a, que
con frecu encia se oculta a quienes la contem plan en visión inm ediata.
E sto exp lica p o r qué el m aterialism o d ialéctico e histórico pudo tom ar
á H e g el com o p u n to de partida. Sobre la base, claro está, de una crítica
in exorable de su idealism o (c o n todas sus consecuencias intrínsecas y
m e to d o ló g icas), de su sistem a reaccionario, etc. P ero la profun did ad y u n i­
versalidad de esta crítica, el carácter cu alitativam ente nuevo del m arxism o
con respecto a H e g el, la antítesis que el nuevo m étodo dialéctico-m ate­
rialista representa en com paración co n la dialéctica idealista hegeliana,
d eja n en p ie el hecho de q u e M a rx enlazó críticam en te su concepción
i k d e H e g el. N o en vano e l m aterialism o dialéctico e. histórico es la
concepción del m undo que expresa b a jo su fo rm a m ás alta e l progreso
y las leyes dé la h isto ria cognoscibles p o r la razón, la ú n ica concepción
d el m und o capaz de fu nd am entar filo só ficam e n te lo progresivo y lo ra­
cional.
Q u e e l neohegelianism o — sin co n fesarlo siem pre abiertam ente— no
es, todo é l, o tra cosa q u e u n a o fen siv a polém ica contra la tran sform ación
m arxista d e la d ialéctica hegeliana, se h a puesto claram ente de m an ifiesto .
Y asim ism o hem os visto cóm o la fo rm a "c ie n tífic a ” q u e esta polém ica
adopta es, cabalm ente, la d e una tergiversación de la filo s o fía de H eg el,
elim inand o de e lla la d ialéctica y las ideas d e p ro greso y d e razón. P o r
donde e l neohegelianism o, aunque sea, m uchas veces, en las intenciones
subjetivas d e sus representantes, u n a tentativa de resistencia contra la
hegem on ía de la filo s o fía irracionalista de la vida, viene a desem bocar
e n la corrien te gen eral del asalto im perialista a la razón. E l "ren a ci­
m ien to ” d e H e g e l n o sig n ifica, e n este pu nto, o tra cosa, que un intento
d e transacción d e las capas reaccionarias m oderadas de la burguesía ale­
m ana con la más extrem a reacción.
In ten to de transacción llam ado, sin em bargo, a fracasar. L a victoria de
lo s grupos reaccionarios de la burguesía im perialista alem ana tra jo tam ­
bién consigo, filo só ficam en te, la victoria de la " filo s o fía de la vid a” irra­
EL NEOHEGELIANISMO 467

cionalista más extrem a, y además b ajo la m ás subalterna de sus form as, la


de la "co n cep ció n del m undo n acionalsocialista’’. C om o es natural, tam ­
bién fren te al fascism o abierto y descarado intentaron los neohegelianos
m antener su p o lítica conciliadora. Esta aspiración descansaba sobre una
base exterior con creta: la de que H itle r m antuviera en pie (au nque sólo
fuese en gracia a la op inión e x tra n je ra ) el fu ncionam ien to de la U n i­
versidad; los neohegelianos, por su parte, eran suficientem ente conocidos
com o reaccionarios para m erecer que el nacionalsocialism o victorioso los
tolerase. (Ú n icam en te se vieron obligados a em igrar los neohegelianos
"n o arios” , com o K ro n e r .) E l neohegelianism o siguió, pues, vegetando
bajo el P oder nazista; incluso lle g ó a surgir en G o tin g a una especial
escuela neohegeliana de filó so fo s del derecho (B in d e r, Busse, Larenz
y o t r o s ) ; y siguieron editándose colecciones de m ateriales, m onografías,
etc., orientadas en esta dirección.
Los neohegelianos hicieron diversos intentos para congraciarse con el
hitlerism o im perante, tratando de presentar a H e g el com o un ideólogo
reaccionario digno de confianza. D e entre e l gran núm ero de intentos
de éstos, destacarem os solam ente uno, a títu lo de e jem p lo . H erbert
Franz recom ienda a H egel, diciendo que es, en Italia, el filó s o fo de
Estado del fascism o, "m ientras que en A lem an ia se ve expuesto, en la ac­
tualidad a una serie de ataques. Si se dedicase a H e g el el esfuerzo que
este g ran esp íritu realm ente m erece, p ro n to se v ería que en el concepto
hegeliano del E stado se contienen am pliam ente los criterio s de la v ita­
lidad, d e la corporeidad del ciclo orgánico , de la nacionalidad plasm ada
en esp íritu que son precisam ente los que deben elevar el concepto p len o de
vida d el 'orden nacional p o r sobre e l concepto m ed io y cotid iano d e un
m ecanism o estatal esquem ático” .88 L o que equ ivale a o frece r a H itle r
un ram illete fo rm ad o con todas las flo re s reaccionarias del sistem a hege­
liano, para m over al F üh rer a benevolencia h acia e l hegelianism o.
E stos intentos resultaron, desde luego, fallid o s. E n u n a m anifestación
de carácter o ficia l, en la que se deslinda n ítid am en te la "co n cep ció n del
m undo nacionalsocialista” de las tentativas d e ciertas corrientes paralelas
p o r adaptarse a ella, declara R osen berg que el nacionalsocialism o sólo
reconoce com o precursores espirituales y autoridades "clásicas” a W a g n e r,
N ietzsche, Lagarde y’ C h am berlain.89 Y es b ien sabid o que tanto Lagarde
com o C ham berlain m ostearon siem pre su tajan te repulsa p o r H eg el. E l
prim ero no lo reconocía siquiera com o alem án — com o n o reconocía
tam poco c o m o 'ta le s, por lo demás, a la m ayoría de los poetas y p en ­
sadores del períod o clásico— . "N u estra literatu ra clásica del siglo pa­
sado — escribía— ■ ... es alem ana por las personas de algunos de sus839

38 H. Franz, Von Herder bis Hegel, Francfort, d. M., 1938, p. 149.


39 Rosenberg, Gestalten der Idee, Munich 1936, pp. 11 s.
468, EL NEOHEGJSLIANISMO

representantes, pero no en cuanto literato s: es, de una parte, cosm opo­


lita y, de o tra parte, tiende hacia los ideales griegos y rom anos. E l con ­
tenido de esta literatura ha sido escolastizado p o r H eg el, quien pasa por
alto de un m odo característico precisam ente lo m ejo r de ella.” 40 Y
C h am berlain, p o r su parte, ve en H egel "u n T om ás de A q u in o protes­
tan te” , 41 lo que en su plum a " lo dice todo” , ya que Cham berlain, com o
verem os cuando tratem os de él, ve en Rom a el exponente del funesto
"cao s de los pu eblos” . Y , com o tiene a K a n t — interpretado a través
del prism a de la filo so fía de la vida y del m ito de la teoría racial—
por el fundador de su .propia concepción racista del m undo, rechaza
despectivam ente la tesis de la unidad de la trayectoria filo só fica desde
H egel hasta K a n t : "K a n t es el representante más em inente de la respuesta
cien tífica, y solam ente escribas ignorantes o de m ala fe pueden seguir
tratando de engañar al público con la afirm ación de que la filo so fía
de los Fich te y los H egel form a una unidad orgánica con la de K an t, lo
que hace im posible toda verdadera com prensión y toda profundización
seria en nuestra concepción del m u nd o.
Y tras ellos viene R osenberg, en esta furiosa lucha contra H e g el.42
R osenberg no se recata para m anifestar cuál es el m otivo decisivo de la
repulsa de H egel por parte de la e x tr e m a ' reacció n : su relación con
el m arxism o. C on ello se rechazan de un m anotazo todos los intentos de
avenencia de los socialdem ócratas, desde B ernstein hasta S ieg fried M arck,
al igual que los de los neohegelianos d e la posgu erra: el "te ó ric o ” del
nacionalsocialism o no se aviene a ninguna d a se de transacciones, en este
punto. Com o verem os m ás adelante, R osenberg rechaza categóricam ente
tanto el m odo racional de ver la historia universal com o la teo ría hegeliana
del Estado.
C om o se ve, todos los esfuerzos de los neohegelianos por congraciarse
con la reacción prefascista y fascista resultaron estériles. E sta reacción
siguió consecuentem ente su cam ino hacia la m eta de la destrucción total
de la razón, sin avenirse a com ponendas ni concesiones; su lem a es: o todo
o nada. L o único que el neohegelianism o consiguió, al salir al encuentro
del irracionalism o de la filo so fía de la vida, fu e desarm ar espiritualm ente
a una parte de la intelectualidad, que tal vez sin este "ap oyo id eológico”
habría opuesto mayor resistencia a la fascización de la concepción del
m undo.
La lín ea de la repulsa contra H egel trazada aquí por R osenberg fu e
aplicada luego concienzudam ente por la filo s o fía o ficia l del fascism o
alem án. A lfred Baeum ler, nom brado p ro feso r de Pedagogía p o lítica en la

4" Lagarde, D rei deutsche Scbriften. Leipzig, pp. 204 ,r.


41 Chamberlain, D ie GrinidLigen des 19■ Jnhrhmiderts. ed. popular, pp. 816
y 918.
1 Rosenberg. D er Mylhns der 20. Jahrhunderts, Munich, 1931, p. 525.
EL NEOHEGELIANISMO 469

U niversidad de B e rlín inm ediatam ente después de la tom a del Poder


por H itle r, expone claram ente este program a en su discurso inaugural
de cátedra: "T rab ajarem o s dé aquí en adelante en la crítica sistem á­
tica de la tradición idealista.” 4;i U tilizand o — aunque b a jo un signo in ­
verso de valoración— los trabajo s previos de M ein etk e, Rosenzw eig y
G lockner, declara la guerra a H eg el, com o el filó so fo del despreciable
nacional-liberalism o: " E l nacional-liberalism o, cuyo fundam ento ideológico
encontram os en H egel, era la form a más reciente de aquella síntesis de la
Ilu stración y el rom anticism o que N ietzsche estaba llam ado a destruir.” 44
Y si N ietzsche, según Baeum ler, com batió con razón el Estado de su tiem ­
po, al hacerlo interpretaba "co n certero instinto el Estado to tal h egeliano
com o e l Estado cultural. . . L o que N ietzsche com batía era el espíritu
de W e im ar, concretado en form a de E stado” .45 Y no cabe duda de que, en
esta lucha contra el entronque de su Estado con la cultura, aun en el terre­
no de la sim ple posibilidad, todos los fascistas alem anes se sienten so li­
darios con Baeum ler.
La filo s o fía o ficia l del hitlerism o lucha contra H eg el, en el terreno
propiam ente filo só fico , com o el rem ate de aquel gran m ovim iento euro­
peo general que com ienza con D escartes; tam bién H e g el figura, según
ella, entre la peligrosa m ercancía occidental de im portación que el nacio­
nalsocialism o debe retirar de la circulación. E n ninguna parte se expone
esto con la claridad del lib ro de Franz B o eh m "C o n D escartes aparece,
en vez del hom bre occidentalm ente vinculado, en su unidad y en sus
raíces n acion ales. . ., el hombre europeo, fru to de una irreal y ahistórica
racionalid ad .” 411
Y esta trayectoria culm ina en H e g e l: "Hegel corona la conciencia his­
térico-filosófica del Occidente de un modo insuperado. . . Es, en efecto,
la im agen hegeliana de la historia la que da al cartesianismo su duradera
ju stificació n , después que la filo s o fía alem ana h ab ía luchado desde hacía
varios siglos contra el cartesianism o con sus m ejo res fuerzas. Com o, a la
inversa, la concepción universalista de H eg el encarriló p o r los cauces
de la filo s o fía occidental los m otivos de la historia de la concepción del
m undo alem ana, sepultándola en parte durante todo un sig lo .” 47
La ofen siv a contra H egel se extiende aquí, consecuentem ente, a toda la
filo s o fía europea de la razón. Se com bate a H e g el com o la culm inación
del m ovim iento que se inicia con D escartes, p o r el que la razón se em an­
cipa de la concepción m edieval del m undo. Los hitlerian os proclam an,
así, en térm inos de historia de la filo so fía , su program a de lucha a
m uerte contra toda la civilización y la cultura progresivas de Europa.

4:1 Baeumler, M'ánnerbund und Wissenschafl, Berlín, 1934, p. 125.


44 Baeumler, Nietzsche, der Philosoph und Politiker, Leipzig, 1931, p. 134.
45 Ibid., p. 133-
40 Boehm, Anticartesianismus, Leipzig, 1938, p. 55. 47 Ibid., pp. 24 r.
470 EL NEOHEGELIANISMO

C laro está que tam poco en .esto son originales lo s ideólogos fascistas.
Y a conocem os la trad ición antihegelian a que va desde Schopenhauer hasta
C ham berlain, Y tam bién tien e v iejas raíces en la filo s o fía reaccionaria
la tesis d e que la lucha contra H e g el debe arrancar, históricam ente, de
D escartes. E l iniciad or de esta tesis es el v ie jo Schellin g, qu ien tiene
su continuador en Eduard von H artm ann y su escuela. Y los ataques de
B o eh m contra el concepto del progreso vienen a p o n er de m anifiesto
que lo que aquí se ventila son, en esencia, los m ism os problem as que ya
desde antes señalábam os nosotros com o los fundam entales. " E l progreso
— dice B o eh m — es el aum ento gradual de lo existen te. C o n ello, se niega
todo carácter creador al devenir histórico y se le inhabilita, en un m ons­
truoso anticipo del fu tu ro ." 48 Com o ocurre siem pre en estas polém icas,
B o eh m ignora totalm ente el concepto dialéctico e histórico del progreso
en H e g el (y no digam os el d el m a rx ism o ), destacando en p rim er plano,
com o el único posible, el concepto vulgar del progreso.
A sí, pues, el neohegelianism o, con su H eg el aderezado a tono con las
exigencias del im perialism o y la reacción, no log ró hacer que prevaleciera
aquella "sín te sis” apetecida p o r él de todas las corrientes filo só ficas (co n
excepción de las p ro g re siv as). Se lim itó a vegetar al am paro de la to le ­
rancia de los nazis en un rincón de las universidades alem anas. Los
fru tos obtenidos p o r él en cuanto al desarrollo de la filo s o fía alem ana
equivalen a cero. Y todo el interés que puede despertar en la historia
d e la filo s o fía es un interés negativo: la historia del neohegelianism o
revela claram ente c u ín estériles son siem pre las transacciones en m ateria
d e filo so fía , cóm o se entrega el d ébil m ovim iento dé resistencia del pen-
-'sam iento, indefenso, en m anos de las corrientes reaccionarias fund am en­
tales y cuán poco cuentan, en los grandes cam bios de la h istoria u n i­
versal, los m atices, y las reservas. En este sentido, podem os decir que la
trayectqria del neohegelianism o es bastante aleccionadora, cóm o im agen
filo só fica re fle ja del papel que el liberalism o, cada vez más decadente
(c o n sus diversas v arian te s), h a desem peñado en la historia de los avances
reaccionarios, del proceso de fascización, y del que está llam ado a des­
em peñar tarñbién en el futuro.

15 ibid., p. 99.
La sociología alemana del período imperialista

I
N acim ien to de la sociología

La sociología, com o disciplina independiente, surgió en In g laterra y


en F ran cia al disolverse la econom ía p o lítica clásica y el socialism o u tó ­
pico, q u e eran ambos, cada un o a su m odo, doctrinas que abarcan la
vida social y que se ocupaban, p o r tanto, de todos los problem as esenciales
de la sociedad, en relación con las cuestiones económ icas condicionantes.
A l crearse la sociología com o d isciplina aparte, se afro n ta en e lla el estudio
de los problem as de la sociedad prescindiendo de su base económ ica; la
supuesta independencia de los problem as sociales con respecto a los eco­
nóm icos es, en efecto, el punto de partida m etod ológico de la sociología.
E ste desglosam iento va unido a profundas crisis de la econom ía b u r­
guesa, en las que se m anifiesta claram ente la base social de la so cio lo g ía:
de u n a parte, a la disolución de la escuela ricardiana en In g laterra, cuando
se com ienza a extraer de la te o ría del v alo r-trab ajo d e lo s clásicos litó
consecuencias socialistas; de o tra parte, a la d isolu ción del socialism o u tó ­
pico en Francia, proceso que se in icia co n lo s prim eros intentos p ara
buscar, aunque sólo fu ese p o r tanteos, e l cam ino hacia el socialism o, que
Saint-Sim on y Fou rier no se h ab ían cuidado de indagar. Estas dos crisis,
y sobre todo la solución de am bas m ed iante la aparición d e l m aterialism o
histórico y d e la econom ía p o lítica m arxista, v in iero n a p o n er f in a la
econ om ía burguesa, concebida en e l sentido d e los clásicos, com o la cien ­
cia fu nd am ental para e l conocim iento d e la sociedad. Y , así, su rge en
un o de lo s p o lo s la econom ía burguesa v u lgar y, m ás tard e, la llam ada
econom ía su bjetiva, d isciplina p ro fesio n al d e estrecha especialización y
tem ática m uy lim itad a, que renun cia d e antem ano a exp licar lo s fe n ó ­
m enos sociales y se propone com o su m isió n esencial hacer desaparecer
del cam po d e la econom ía el p roblem a d e la p lusvalía, y en el otro p o lo
nace com o cien cia del esp íritu a l'm a rg e n d e la econom ía, la sociología.
E s cierto que la sociología m antiene e n lo s prim eros tiem pos (C o m te,
H erb ert S p e n ce r) la pretensión de ser tam b ién u n a cien cia un iv ersal d e
la sociedad. Y esto la lleva a buscar sus fund am entos, n o en la econo­
m ía, sin o e n las ciencias naturales. T am b ié n esto guarda estrecha relación
co n la trayectoria — socialm ente condicionada— de la econom ía. Y a
471
472 LA SOCIOLOGÍA ALEMANA DEL PERÍODO IMPERIALISTA

H e g el h ab ía descubierto, sin que en su tiem po fu era com prendido p o r


nadie— el p rincipio de la contradicción en. las categorías económ icas;
con Fou rier, se revela ya claram ente el carácter internam ente contradicto­
rio de la econom ía capitalista; y, al disolverse la escuela ricardiana, in ­
cluso en Proudhon, este p ro blem a se m anifiesta com o el p roblem a central
de toda la econom ía, aunque las diversas soluciones propuestas deban
ser reputadas com o falsas.
Es la doctrina m arxista la que p o r vez prim era descubre el entronque
dialéctico certero en la econom ía. A l fu nd ar la sociología com o ciencia
universal sobre las ciencias naturales, se trata precisam ente de elim inar de
ella, con la econom ía, el carácter contradictorio del ser social, es decir, la
crítica a fo n d o del sistem a capitalista. Es verdad que, al com ienzo, p rin ­
cipalm ente entre sus fundadores, la sociología abraza el partido del p ro ­
greso social, y el dem ostrar cien tíficam en te éste es cabalm ente uno de
sus fundam entales propósitos. P ero se trata de un progreso a tono .con
la burguesía que com ienza a deslizarse por la pend iente del declive ideo­
ló g ico : de un progreso que conduce a una sociedad capitalista idealizada,
en la que se ve la cúspide del desarrollo de la hum anidad. E n tiem po d e ,
C om te, y no digam os en el de Spencer, no era posible ya lleg ar a este
resultado p o r el cam ino de la econom ía. D e aquí que los prim eros so­
ciólogos vayan a buscar el fundam ento para sus doctrinas a la ciencia
de la naturaleza, aplicada p o r analogía a la sociedad y, de este m odo,
p o r tanto, más o m enos m itologizada.
S in em bargo, y precisam ente a causa de esta vinculación con la ¡d ea del
progreso, la sociología no lo g ra m antenerse durante largo tiem po com o
ciencia universal. L a fundam entación cien tífico -n atu ral, y sobre todo la
biológica, no tarda en trocarse, en consonancia con la trayectoria general
político-econ óm ica de la burguesía, en una id eología y una m etod o logía
enem igas del progreso y, en m uchos aspectos, fran cam ente reaccionarias.
L a m ayoría de los sociólogos se dedican a investigaciones especiales. La
sociología se torna en una pura ciencia especializada, que apenas roza los
grandes problem as de la estructura y el desarrollo de la sociedad. N o
puede ya, p o r tanto, cum plir la m isión que prim eram ente se había asig­
nado : la de dem ostrar' el carácter progresivo de la sociedad burguesa, de­
m ostración inasequible ahora en el terreno económ ico, y la de defend erla
ideológicam ente contra la reacción feud al y el socialism o.
A l convertirse, exactam ente lo m ism o que la econom ía, etc., en una
ciencia concreta rigurosam ente especializada, se le plantean a la sociolo­
g ía , com o a las dem ás ciencias sociales específicas, problem as condicio­
nados p o r la división capitalista del trab ajo . Y en tre ellos y en prim era
lín ea, una tarea que surge espontáneam ente y de la que jam ás llega a tener
clara conciencia la m etod o logía burguesa: la d e asignar los problem as
decisivos de la vida social, por parte de una d isciplina especializada que
SCHMOLLER, WAGNER 473

com o tal no es com petente .para resolverlos, a la ju risd icció n de otra


d isciplina tam bién especial, que, a su vez — y con la m ism a consecuente
actitud— se declara incom petente. Se trata siem pre, com o es natural, de
aquellos problem as decisivos de la vida social con respecto a los cuales
la»burguesía decadente tiene un interés cada vez m ayor en evitar que sean
claram ente planteados y, más aún, resueltos. E l agnosticism o social com o
form a de d efensa de posiciones ideológicam ente condenadas sin rem isión
adquiere, así, un órgano m etodológico, que fu ncio na inconscientem ente.
Es un procedim iento bastante parecido a la actitud de la burocracia se-
m ifeüd al-absolu tista adaptada al capitalism o o en vías de asim ilarse a
éste cuando "resu elv e” los problem as que le resultan espinosos turnando
los expedientes de unas oficinas a otras, sin que ninguna de ellas se
declare com petente para em itir una decisión.

II

L o s com ienzos de la sociología alem ana


(Sch m o ller, W a g n e r y o tro s)

P ero la situación de A lem ania se distingue consid erablem ente de la de


los países occidentales, más desarrollados desde el punto capitalista y
con un largo desarrollo dem ocrático-burgués. Y , sobre todo, A lem ania
carece de una ciencia económ ica propia y o rig in al. E n 1 8 7 5 , caracteri­
zaba M arx esta situación en los térm inos sigu ien tes: " L a econom ía po­
lítica ha sido siem pre y sigue siendo en A lem ania una ciencia e x tra n je ­
ra. . . E sta ciencia se im portaba de Ing laterra y de F rancia com o un
producto elaborad o; los profesores alem anes de econom ía seguían siendo
sim ples discípulos. La expresión teórica de una Realidad extraña se con ­
vertía en sus m anos en un catálogo de dogm as, que ellos interpretaban,
o m ejo r dicho deform aban, a to no con el m undo pequeñoburgués en
que v i v í a n . . . D esd e 1 8 4 8 , la producción capitalista com enzó a des­
arrollarse rápidam ente en A lem ania, y ya hoy da su flo ració n de negocios
turbios. P ero la suerte seguía siendo adversa a nuestros econom istas.
Cuando habían podido investigar librem en te la econom ía p o lítica, la
realidad del país aparecía vuelta de espaldas a las condiciones económ icas
m odernas. A l aparecer estas condiciones, surgieron en circunstancias que
no consentían ya un estudio im parcial de aquéllas sin rem ontarse sobre
el horizonte de la burguesía.1
A esto hay que añadir que el socialism o cie n tífico fu e creado precisa­
m ente p o r pensadores alem anes y com enzó a d ifu n d irse literariam ente,
com o necesariam ente ten ía que ocurrir, cabalm ente e n A lem ania. Por

1 Marx, El Capital, ed. cit., tomo I, Postfacio a la 2a edición, p. XV III.


474 LA SOCIOLOGÍA ALEMANA DEL PERÍODO IMPERIALISTA

ú ltim o, la situación en que nace la sociología viene a com plicarse todavía


m ás p o r e l hecho de que, en A lem ania, la burguesía n o tom a e l P od er
p o lítico com o clase a consecuencia de u n a revolución dem ocrática, com o
en Francia, sin o que se lle g a a una avenencia entre la burguesía y el
absolutism o feud al de los ju nkers, b a jo la dirección de B ism arck. La
sociología alem ana nace, pues, dentro d e los m arcos d e la apologética
derivada d e esta transacción; y esta apologética d eterm ina las tareas asig­
nadas a la econom ía y a la sociología alem anas.
E sta situación im pidió que surgiera en A lem ania una sociología a la
m anera d e la de los ingleses o los franceses. L a "so cio lo g ía ” de los
epígonos de la distinción hegeliana en tre Estado y sociedad (L o re n z von
Stein, R o b ert von M o h l) ^ de los "id ílic o s ” reaccionarios (R ie h l) repre­
sentó los prim eros tanteos de los alem anes para construir una sociología
burguesa. A l principio , estos intentos tropiezan con una fu erte resistencia.
E l T re itsch k e n acional-liberal, llam ado a ad quirir m ás tarde una dudosa
celebridad com o h istoriad or d el prusianism o, dio a la luz u n p an fle to
contra estas tentativas, b ajo el títu lo de Teoría de la sociedad ( Gesell-
scbaftslehre, 1 8 6 9 ) . La tesis m antenida en él es que todos los problem as,
sociales son, sim plem ente, problem as ju ríd ico s y d el E stado; p o r tanto,
si la ciencia del Estado cum ple con sus fin es, para nada hace fa lta una
ciencia especial de la sociedad. L a sociología carece de o b je to p ro p io ; lo
que aparentem ente p o d ría ser m ateria de esta ciencia puede abordarse, en
realidad, a través del estudio del derecho pú blico o privado. T reitsch k e
enfoca la econom ía desde el punto de vista del arm onicism o lib eral vu l­
gar; el problem a obrero es, para él, sim plem ente un p roblem a de po licía.
E sta actitud p rim itiva y sum aria de repulsa ante toda sociología se
hace ya insostenible después de 1 8 7 0 -7 1 . E l g ran auge del capitalism o,
la agudización de las contradicciones de clase, la lucha dé B ism arck co n ­
tra la socialdem ocracia, en relación co n su "p o lític a social” , hacen que
cam bie la actitud de la burguesía alem ana ante estos problem as. A ello
hay que añadir la anim adversión de B ism arck y de' una gran parte de la
burguesía alem ana' contra el dogm a d el librecam bio.
En esta nueva situación, un gru po de econom istas alem anes (B re n ta n o ,
Schm oller,. W a g n e r y o tro s) trata d e extend er lo s dom inios de la econo­
m ía nacional, hasta conv ertirla en una ciencia d e la sociedad. S e aspira
a crear una econom ía nacional puram ente ateórica, em pírica, histórica y,
al m ism o tiem po, "é tic a ” que, repudiando la econom ía clásica, pueda
a la par abord ar los problem as de la sociedad. E sta ecléctica seudociencia
brota de la reaccionaria Escuela histórica del derecho (S a v ig n y ) y dé la
v ie ja econom ía alem ana (R o sch er, K n ies, e t c .) . M eto do lógicam ente con ­
siderada, carece totalm ente de p rin cip io s: se plasm a en e lla la id eología
de los círcu los burgueses que creen encontrar en la "p o lític a social” de
B ism arck la solución de las contradicciones de clase. C om parte con la v ieja
SCHMOLLER, WAGNER 475

generació n de lo s econom istas alem anes la lu ch a con tra la econom ía clá ­


sica, estrecham ente vinculada a la lucha contra el m arxism o. Y trae a la
econom ía una tendencia radicalm ente su b je tiv a: p ierd e to talm ente de
vista los problem as económ icos ob jetiv o s planteados p o r los clásicos y se
lim ita a po lem izar contra sus concepciones p sicológicas supuestam ente es­
trechas, q u e ven en e l egoísm o el único acicate de la conducta económ ica
de lo s h om bres. E sta "p sico lo g ía” es la que ahora se pretende "p ro fu n ­
dizar” , dándole a l m ism o tiem po u n contenid o ético.
Según Schm o ller, las d iferentes teorías de lo s econom istas "estatuyen,
fund am entalm ente, d iferentes ideales de m o ral económ ica” .2 T o d o el
p roblem a d e la dem anda, p o r ejem p lo, tal com o lo v e e l m ism o Schm oller,
" n o es o tra cosa que u n fragm ento d e la h istoria concreta d e las costum ­
bres d en tro de un períod o y un p u eblo determ inados” .3 E stos econom istas
se m uestran, p o r tanto, contrarios a toda "ab stracció n ” y a toda "d ed u c­
ció n ” , es decir, a toda suerte de te o ría ; son puros em piristas históricos
y relativistas. N o tien e, pues, nada d e extrañ o q u e e l neokantism o p osi­
tiv ista p o r entonces en b o g a vin iera a re fo rzar estas concepciones en el
sen tid o d el agnosticism o em pirista.
L os sistem as sociales de tip o "o rg á n ico ” que surgen sim ultáneam ente se
proponen tam bién refu tar e l socialism o, ju stific a r discursivam ente la co­
n exió n d el Im p erio bism arckiauo co n la v ie ja A lem an ia sem ifeu dal y
sem iabsolutista y crear, así, una te o ría adecuada a las corrientes d e los
tiem pos p ara lo q u e la burgu esía alem an a d e aquellos años llam aba el
progreso. E sta in cip ien te so cio lo g ía alem ana (S c h a ffle , L ilie n th al y o tro s )
b ro ta tam bién de la filo s o fía rom ántico-reaccionaria, d e la "E scu e la h is­
tó rica d el d erecho.”
P ero tam bién esta sociología alem ana d e p aco tilla provoca la brusca
repulsa- d e la so cio lo g ía com o ciencia, p o r p arte d e la te o ría filo só fic a
d e la ciencia a la sazón im perante. L a e g r e s i ó n m ás característica d e la
actitud d e la filo s o fía alem ana an te la nacien te so cio lo g ía es la crítica
que d e ésta encontram os e n la Introducción a las ciencias del espíritu
d e D ilth e y ( 1 8 8 3 ) . E s cierto q u e este filó s o fo d irig e sus tiro s, ante
to d o , co n tra la sociología anglo-francesa d e C o m te, Sp en cer y otros. R e ­
chaza a tintine su p retensió n d e com prender com o unidad lo s procesos
históricos con ayuda de las categorías sociológicas.4 E s e l suyo, e l de
D ilth e y , u n p u n to d e vista rad icalm ente em p írico, relativ ista y circunscrito
a las ciencias especiales. D ilth e y v e e n l a nueva sociolog ía, y n o sin
cierta tazó n , la continuadora d e la v ie ja filo s o fía d e la historia, y com bate
una y o tra, considerándolas com o u n a especie d e alqu im ia seu d o d en tífica.

* Schmoller, U eber einige Grundfragett d er S ozialpolitik und V olksw irtscbafti­


le hre, 2* ed., Leipzig, 1904, p. 292. * Ib'td., p. 50.
4 Dilthey, Introducción a las ciencias d el espíritu, trad. de E. Imaz, ed. Fondo
de Cultura Económica, México, 1944, p. 106.
476 LA sociología alemana del período imperialista

Según él, la realidad sólo puede lleg ar a captarse p o r m ed io de las


ciencias particulares, rigurosam ente especializadas. L a filo s o fía de la his­
to ria y la sociología operan, en cam bio, con p rincipios m etafísicos.
D ilth e y percibe con bástante claridad las consecuencias que se des­
prenden de la m etod o logía en que se basa la sociología occidental, a
saber: de que p o r este cam ino se va hacia la pretensión de una filo so fía
universal de la historia, a la que lo s hechos básicos de ésta no ofrecen
ningún fundam ento. P ero su crítica resulta perfectam ente estéril, al ahon­
dar m enos todavía, si cabe, q u e sus fundadores en las verdaderas causas
d e este alejam ien to de la realidad, ante este abstraccionism o de la socio­
lo g ía. E l cam ino hacia las ciencias particulares rigurosam ente especializa­
das fu e el que siguieron, «en efecto, gran parte de los sociólogos occi­
dentales, abandonando con ello, cabalm ente, los fin es que la sociología
se p ropone alcanzar; este cam ino no conduce a la sociología com o ciencia,
sino a la dim isión de ésta. P o r tanto, la crítica de D ilth ey no es otra
cosa que una m anifestación paralela — m etodológicam ente determ inada
por las condiciones de A lem ania— de la sociología en general. A sí
com o ésta va renunciando cada vez más a la fundam entación burguesa'
del progreso, así tam bién es im posible, científicam ente, trazar una teoría
u n itaria del progreso desde el punto de vista diltheyano.

III

Ferd inand T o en n ies y la fund am entación de la nueva escuela


de la sociología alem ana

S i n embargo, el rápido d esarrollo del capitalism o en A lem ania hace


que sea insostenible, a la larga, esta repulsa p o r princip io de la sociolo­
g ía. ( L a m ism a actitud p o sterior de D ilth ey ante Sim m el y otros so­
ciólogos del períod o im perialista es totalm ente d istinta; más aún, su
propia concepción de la historia, tal com o va desarrollándose con el
tiem po, habrá de convertirse en uno de los factores determ inantes de la
sociología alem ana p o ste rio r.) Se hace cada vez más aprem iante, hasta
cierto punto y b a jo cierta form a, la concepción teórica de los fenóm enos
sociales, aunque se m antenga, com o es natural, sustancialm ente, en el
terreno de la transacción id eológico-p olítica d e la burguesía alem ana con
el régim en de los H oh enzo llern, de que hablábam os m ás arriba. Pero,
com o tam bién lo s-ju n k e rs iban siguiendo cada vez m ás u n rum bo capi­
talista y A lem ania entraba cada vez m ás de lle n o en la etapa im perialista de
su desarrollo (n o en balde la caída de Bism arck se produce en vísperas
de esta e ta p a ), todos estos problem as ten ían que expresarse ahora, nece­
sariam ente, b a jo una nueva form a. Y tam bién e l desarrollo incontenible
del m ovim iento o brero de la socialdem ocracia im pone nuevos plantea-
TOENNIES 477

m ientos de los problem as sociales: ya no bastan ni las m edidas policiacas


preconizadas p o r T reitsch k e y llevadas a cabo p o r B ism arck, ni las un­
tuosas prédicas de un Sch m o ller y un W a g n e r. Se im pone ineludiblem ente
una nueva form a de polém ica contra e l m arxism o.
D e estas necesidades surge, ante todo, una nueva te o ría económ ica en
la que se abre paso la pretensión de dar u n a respuesta "teó rica ” en la
econom ía a los problem as diarios de la burguesía y, al m ism o tiem po,
de "su p erar” e l m arxism o en el terreno de la doctrina económ ica. P ero
esta te o ría es, conjuntam ente con ello, tan abstracta y tan subjetivista, que
tiene que renunciar de antem ano — por razones m etodológicas, entre
otras— a servir de base a una sociología. T am b ién en A lem ania se da,
por tanto, ahora, aquel desdoblam iento y aquella coexistencia, que v eía­
mos, entre las econom ías y la sociología.
N o s referim os a la llam ada "escu ela austríaca” de M en g er, B o h m -B a-
werk y otros. Su subjetivism o es tan radical com o e l de la "escu ela h istó­
rica” . P ero en e lla se m anifiesta, e n vez de la co n fu sa y untuosa tendencia
m oralizante, u n p u ro p sicolo gism o : la d isolu ción d e todas las categorías
o b jetiv as d e la econom ía en la casuística de la contraposición abstracta
entre lo agrad able y lo desagradable. Surgen, así, u n a serie d e seudoteo-
rías que buscan su fu ndam ento exclusivo en lo s fenóm eno s superficiales
de la vida económ ica ( l a o ferta y la dem anda, e l costo d e producción, la
d istribución, e tc .) y form u lan, a base d e ello s, las seudoleyes de las
reacciones subjetivas ( l a de "u tilid ad -lím ite ” , p o r e je m p lo ). L a "escu ela
austríaca” se atribuye (B o h m -B a w e rk ) e l m érito d e h ab er superado las
"en ferm ed ad es de in fan cia” de lo s clásicos y tam bién, a l m ism o tiem po,
del m arxism o, de una parte, y de o tra las de la "escu ela h istórica” . C o n
lo cual la nueva econom ía vu lgar q u e así nace d e ja , lo m ism o que en
el O ccid ente, e l cam po lib re a una ciencia especial d e la so cio lo g ía, aparte
de la econom ía y que viene a servirle de "co m p lem en to ” . L o s represen­
tantes m ás destacados de la so cio lo g ía del p e río d o im perialista de A le ­
m ania, en sus concepciones económ icas, son, expresa o tácitam ente, p ar­
tidarios d e esta escuela. L a discusión m etod ológica abierta en tre las dos
corrientes d e la escuela y que tien e su p u n to de p artid a en las obras de
K a rl M en g e r, carece ya hoy de interés y la única sig n ificació n histórica
que para nosotros encierra es e l haber abierto e l cam ino a la nueva
sociología.
Sin que, aparentem ente, guarde ninguna co n exió n estrecha con estas
luchas, aparece en 1 8 8 7 el libro de la nueva so cio lo g ía alem ana llam ado
a tener m ayor in flu en cia: Comunidad y sociedad (Gemeinschaft und'
Gesellschaft) de Ferdinand T o en n ies. E sta o b ra ocupa un lugar especial
en el d esarrollo de la sociología alem ana. M erece señalarse, ante todo,
que la vinculación ideológica de su autor con las trad iciones alem anas clá­
sicas es m ás acusada que la de los sociólogos posteriores. Y , a tono con
478 LA SOCIOLOGÍA ALEMANA DEL PERÍODO IMPERIALISTA

e llo , presen ta asim ism o una m ayor afin id ad con la ciencia progresiva del
O ccid en te. (V a le la pena indicar, en relación co n esto, que m ás tard e
escribirá una b io g ra fía d e H ob b es q ú e h ab rá de ad qu irir notoriedad in ­
te rn a cio n a l.) A ñ ádase a esto q u e T o en n ies es el prim ero, en A lem ania, que
se asim ila lo s resultados d e la investigación en to m o a la com unidad
prim itiva, sobre todo lo s d e M o rg an y, al m ism o tiem po, e l p rim er soció­
lo g o alem án q u e n o rechaza a limine a M a rx , sin o q u e trata d e reela­
borarlo, poniénd olo a contribución p ara sus fin e s burgueses. A s í, abraza
abiertam ente e l p u n to d e vista d e la te o ría d el v alo r p o r el trab ajo y
desecha la crítica burguesa usual que cree descubrir contradicciones in­
solubles entre lo s tom os p rim ero y tercero d el Capital. L o cual n o sign i­
fica, n i m ucho m enos, q u e T o en n ies reconozca e l m arxism o n i lo com ­
prenda. " Y o n o h e reconocido nunca com o exacta — dice— la te o ría
ricardiana-rodbertiana-m arxista d el valor, b a jo la fo rm a en que aparece
expuesta, pero sí su esencia y su pensam iento m ed ular.” 8 A firm ació n que,
unid a a la id en tificació n d e M a r x con R icard o y R odbertus, dem uestra
cuán m al com prendía T o e n n ies e l m arxism o.
A pesar de e llo , la in flu e n cia d e M a rx y d e M o rg an sobre esté soció­
lo g o cala m ás hon d o d e lo que sé d e ja p ercibir a través d e las referencias
expresas que en su lib ro se contienen. L a contraposición entre la sociedad
prim itiva sin clases y el capitalism o, plasm ado en el curso d el desarrollo
económ ico-social, fo rm a la base de esta sociología. E s cierto que, para
e llo , T o e n n ies proced e a la refu n d ición de lo s pensam ientos centrales de
las fu entes en q u e se inspira. E n p rim er lugar, desaparece e n é l toda
econom ía concreta, aunque n o de u n m odo tan radical com o e n lo s so­
ciólogos alem anes posteriores. E n segundo lugar, v o latiliza las fo rm acio ­
nes sociales históricas concretas, para convertirlas én "en tid ad es” supra-
históricas. E n tercer lugar, tam bién aquí se suplanta la base económ ica
o b je tiv a de la estructura social p o r un p rin cip io su b je tiv o : la voluntad.
Y , en cuarto lugar, la objetivid ad económ ico-social es deplazada p o r un
anticapitalism o rom ántico. C om o resultado de to d o ló cual vem os cóm o
en T o en n ies se convierten los resultados de las investigaciones d e M o rgan
y M a rx en la contraposición de "com un id ad ” y "so cied ad ” , q u e h abrá de
m anifestarse ya d e un m odo constante en toda la so cio lo g ía alem ana pos­
terior. L a su bjetivación se lleva a cabo p o r m ed io de lo s conceptos m isti­
ficados de la vo lu n tad : "P u es de todo esto se desprende cóm o la voluntad
esencial entraña las condiciones necesarias para la com unidad, m ientras
que la voluntad sobrepuesta engendra la sociedad.” 4 E stos dos conceptos
m istificados de la voluntad aparecen, en T o en n ies, com o los creadores de
las dos form aciones sociales.

8 Toennies, Gemeinscbaft und Gesellschaft, 3* ed., Berlín, 1920 , pp. 67 s.


0 Ibid., p. 130.
• TOENNIES 479

L a "so cied ad ” es el capitalism o, visto p o r lo s o jo s del anticapitalism o


rom ántico. E n T o en n ies encontram os, cierto es, e l m atiz especial, llam ado
a in flu ir eficazm en te sobre las doctrinas posteriores, de que en é l ■no
se advierte ya el anhelo del retorno a estados sociales superados, p rin ci­
p alm ente a l feudalism o. S in em bargo, su p o sició n sirve de base p ara una
crítica d e la cultura en la que, aun destacándose con fu erza los rasgos
problem áticos y negativos de la cultura capitalista, se subraya al m ism o
tiem po el carácter inevitable, fatal, del capitalism o.
A h o ra b ie n , e l carácter d e esta crítica viene determ inado p o r e l "tip o ”
antagónico d e la "com un id ad ” . E s e l antagonism o en tre lo que la "so cie ­
dad” tien e d e m uerto, de m ecánico y d e m aquinizado co n lo que hay de
orgánico en la "com un id ad ” : " L o q u e va de una herram ienta a rtificial o
una m áquina, construida para determ inados fines, a u n sistem a orgánico
o a los órganos concretos de un cuerpo anim al, es lo q u e va d e un
conglom erad o d e voluntad d e este tip o — una fo rm a d e la voluntad so­
b rep u esta^ - a un conglom erado de voluntad d e la o tra clase, a una form a
de la voluntad esencial.” 7 E sta contraposición n o tien e, ciertam ente, nada
de o rig in al, p e ro adquiere aquí u n a sig n ificació n m etodológica, p o r el
hecho d e q u e T o en n ies, p artiend o d e ella, lle g a a l contraste en tre la "c iv i­
lización” y la "cu ltu ra” , d e im portancia tan decisiva p ara la sociología
alem ana p osterior.
E ste antagonism o brota espontáneam ente d el sen tim iento de desazón de
la intelectualidad burguesa ante el desarrollo d e la cultura capitalista, y
especialm ente d e la im perialista. E l p ro blem a teó rico que o b jetivam en te
se ocu lta detrás d e este sentim iento se co n tien e e n la conocid a afirm ación
de M a rx d e q u e el capitalism o ejerce, e n gen eral, u n a in flu en cia desfa-;-
vorable sobre e l desarrollo del arte (y d e la cultura, en su c o n ju n to ).;
U n a verdadera com prensión de este pro blem a — es decir, u n a com pren­
sión real, q u e lleg u e a p enetrar en el fo n d o d e él— conv ierte necesa­
riam ente a todo intelectual q u e se preocupe honrad am ente de la cultura
en adversario d el capitalism o. P ero la m ayoría d e lo s intelectuales se
h allan unid os p o r m uchos h ilo s a la base cap italista d e su existen cia (o
entiend en, p o r lo m enos, que si estos h ilo s se d esgarraran se v ería su
p ropia existen cia m o rtalm en te am enazad a) y se h allan , adem ás, b a jo la
in flu en cia d e la id eo lo g ía burguesa de su tiem po, lo que vale tanto com o
a firm ar q u e n o tien en la m enor id ea d e las bases económ ico-sociales de
su existen cia individual.
E n este terreno, puede brotar espontáneam ente la fa lsa contraposición
d e cultura y civilización. C ontraposición que, expresada p o r m ed io de
conceptos, cob ra la siguiente fo rm a, o b jetiv am en te fa ls a y q u e induce a
e rro r: la civilización, es decir, e l d esarrollo técnico-económ ico, fom entad o

7 Ibíd., p. 102.
480 LA SOCIOLOGÍA ALEMANA DEL PERÍODO IMPERIALISTA

p o r el capitalism o, m archa constantem ente en sentido ascensional, pero sus


avances ejercen u n a in flu e n cia cada vez m ás d esfav orable sobre la cultura
(so b re el arte, la filo s o fía y la vida in te rio r d el h o m b r e ); y e l antagonis­
m o en tre una y o tra va acentuándose m ás y m ás, hasta convertirse e n un
co n flicto trágico e insoportable.
V éase cóm o la realidad d e hecho d el desarrollo capitalista, expresada
p o r M arx , se d eform a d e u n m odo anticapitalista rom ántico, a través d e
un prism a subjetivista-irracionalista. Q u e estam os ante la d eform ación irra­
cion alista de un estado de h ech o histórico-so cial lo revela la sim p le re­
fle x ió n d e que civilización y cultura — certeram ente interpretadas— no
pueden, en m odo alguno, aparecer com o conceptos antagónicos. L a cu l­
tura abarca, en efecto , todas las actividades co n que el hom bre supera las
concepciones naturales originariam en te dadas en la naturaleza, e n la
sociedad y en sí m ism o. ( P o r eso se habla, con razón, digam os, d e una
cultura del trab ajo , del com portam iento hum ano, e tc .) L a civilización
es, p o r el contrario, la am plia expresión periodizadora en q u e se sintetiza
la historia p o sterior a ,1a salida del hom bre d e la b arbarie; este concepto
abarca tam bién el de la cultura y am bos ju n to s resum en toda la vida
social del hom bre. La afirm ación de sem ejante antagonism o conceptual,
la creación del m ito de estas dos fuerzas o entidades de signo contrario,
etc., no es, p o r tanto, o tra cosa que una d eform ación a la vez abs­
tracta e irracionalista del carácter contrad ictorio concreto de la cultura
b a jo él capitalism o. (C ontradictoried ad real, ésta, que se re fiere tam bién
a las fuerzas productivas m ateriales; basta pensar, para darse cuenta de
ello , en la destrucción de estas fuerzas en los m om entos de crisis, en
el carácter contrad ictorio de la m áquina b a jo el capitalism o, en sus rela­
ciones con el trab ajo hum ano, tal cóm o M arx las expone, e tc .)
L a d eform ación irracionalista de la originaria realidad nace espontá­
neam ente de la situación social de los intelectuales, b a jo el capitalism o.
Los ideólogos del capitalism o se ocupan, luego, de desarrollar y ahondar
esta d eform ación, que brota espontáneam ente, com o decim os, razón p o r
la cual se reproduce tam bién, una y otra vez, p o r m odo espontáneo. E n
parte, porque e llo perm ite canalizar hacia una inocua crítica de la cultura
las eventuales tendencias de rebeld ía del anticapitalism o rom ántico y, en
parte, porque, el form u lar, en térm inos, absolutos esa falsa contraposición
entre civilización y cultura parece ser, a los o jo s de m uchos intelectuales,
un arm a eficaz contra el socialism o: puesto que éste lleva adelante el des­
arrollo de las fuerzas productivas m ateriales (m ecanización, e t c .) , no es
apto tam poco para resolver el pretendido co n flicto en tre la civilización’ y
la cultura, sino que, le jo s de ello, lo perpetúa; p o r tanto, no vale la
pena que los intelectuales, víctim as de dicho supuesto co n flicto , com ba­
tan a l capitalism o en aras d el socialism o.
T o en n ies pinta la sociedad, con los colores de la filo s o fía del derecho
TOENNIESi 481

de H obbes, com o e l estado en el que cada uno es, enem igo del otro y
en e l q u e solam ente la ley asegura un orden exterio r. Y añad e: " T a l e s . . .
e l estado d e la civilización social, en e l que la p a z y x l com ercio entre los
hom bres se m antienen gracias a la convención y a l tem or m utuo que en
e lla se expresa; situación que am para e l Estado y se d esarrolla p o r m e­
d io de la legislación y la p o lítica y q u e la ciencia y la o p in ión p ú b lic a -
tratan, e n parte, d e co m p re n d e r'co m o necesarias y eternas y, e n parte,
de g lo rific a rla com o un progreso hacia la p erfecció n . P ero el m odo co ­
m ún de v id a y e l orden com ún son m ás b ien aquellos en los que se
m antiene lo nacional y su cultura...." 8 E l anticapitalism o rom ántico de
T o e n n ies se trasluce claram ente aquí.
T a m b ié n M o rg an y E ngels contrapon en al régim en de la com unidad
p rim itiva las sociedades de clase posteriores y señ alan — a pesar d e la
necesidad y el progreso que, en la trayectoria h istórica económ ico-social
representa su disolución— la decadencia m o ral y la degradación de las
costum bres que este progreso llev a fo rzosam ente aparejadas. Y esta co n ­
trap osición, en el m arxism o, n o se lim ita, ni m ucho m enos, a la que
m ed ia en tre e l régim en de la com unidad prim itiv a y la sociedad d e clase.
L a idea del desarrollo desigual trae necesariam ente consigo e l q u e la
altu ra a q u e se lleg a a veces en determ inados cam pos de la cultura, p o r
e je m p lo en ciertas ram as del arte y la filo s o fía , e incluso el nivel de la
cu ltu ra e n general, en las sociedades de clase, n o se com pagine, con
m ucha frecu encia, con el grado de d esarrollo d e las fuerzas productivas
m ateriales.'
M a rx h a puesto de m an ifiesto co n referen cia a la p o esía épica, y E n g els
con respecto a los períod os d e flo recim ien to d e la filo s o fía m o derna en
las distintas naciones que m archan a la cabeza, com o en ciertas y deter­
m inadas circunstancias, las situaciones m enos desarrolladas son m ás fav o ­
rables, para un florecim iento p arcial d e la cultura, que las q u e m uestran
un desarrollo más avanzado.9 P ero la afirm ación d e estas conexiones, com o
resultado de un desarrollo desigual, tien e siem pre u n carácter h istórico
concreto. E l descubrim iento de las leyes sociales de la cu ltu ra q u e en
ellas se m anifiestan no consiente una ap licación sen cilla y d irecta a la
to talid ad de la cultura.
N o ocu rre lo m ism o con la cu ltu ra del capitalism o. M a rx señ aló repe­
tidas veces que e l desarrollo de la econom ía capitalista suele traer conse­
cuencias perju d iciales para ciertas ram as de la cu ltu ra (y , al d ecir esto,
se refiere al arte y a la p o e s ía ).10 Y aquí se encuentra el punto concreto

8 lb id .,-pp. 200 s.
9 Marx, Einleitung zu Grundrisse der Kritik der politiscben Oekonomie, Ber­
lín, 1953, pp. 29 ss., y Engels, Carta a C. Schmidt de 27-X-1890, en Marx-Engels,
Obras escogidas, Moscú, 1952, pp. 465-66.
10 Marx, Historia critica de la teoría de la plusvalía, ed. cit., tomo I, pp. 270 ss.

31
482 LA SOCIOLOGÍA ALEMANA DEL PERÍODO IMPERIALISTA

d e arranque d e esas m anifestaciones anticapitalistas rom ánticas con q u e


acabam os de encontrarnos en T o e n n ies. E l sorprendente antagonism o entre
el ráp id o desarrollo de las fuerzas m ateriales d e la producción y el fe n ó ­
m en o p aralelo d e las corrientes d e decadencia que se revelan en lo s
cam pos d el arte, la literatu ra, la filo s o fía , la m o ral, etc., h a dado p ie
p ara que m uchos, com o hem os visto, desdoblen e n dos, desgarrándolo,
el cam po d e la cultura hum ana, q u e fo rm a e n s í u n a unidad orgánica y
traten de contrapon er lo s elem entos q u e e l capitalism o im pulsa y des­
arro lla, b a jo e l nom bre d e civilización, a los d e la cu ltu ra (e n e l sen tid o
estricto y e sp ecífico de la p a la b ra ), puesta en p elig ro , hasta e l punto d e
ver en esta antítesis nada m enos q u e la signatura esencial de nuestra
época y hasta de toda la trayectoria de la hum anidad.
T a m b ié n en este pu nto s e advierte claram ente q u e e l fa lso plantea­
m ien to del p ro blem a a q u e esto lle v a tien e com o p u n to d e partid a un
estado real de la sociedad; lo que ocu rre es q u e u n p ro blem a directo y
su bjetivam ente leg ítim o se falsea a l gen eralizarlo falsam en te y d e un
m odo ahistórico, y este fa lso p lanteam iento d el pro blem a n o puede p ó r
m enos de cond u cir a una falsa solución. E ste falseam iento — y, a la p ar
con ello , su vinculación con las tend encias g enerales filo só fica s de la
época, orientadas en un sentido reaccionario— se m an ifiesta sobre to d o
en el h ech o de que sem ejante contraposición entre la civilización y la
cu ltu ra se proyecta necesariam ente hacia atrás, se tru eca necesariam ente
en u n a orientación contraria al progreso. E sto se ve ya en e l pro p io
T o e n n ies, aunque hay que d ecir que éste se m uestra muy cauto, a la h o ra
de sacar las consecuencias d e su teo ría. C uanto m ayor es la in flu en cia
que las tendencias de la filo s o fía d e la vida, p rincip alm ente las d e
N ietzsch e, ejercen sobre la sociología y las reflex io n es en to m o a la so­
ciedad en gen eral, con m ayor fu erza se afirm a e l antagonism o en tre cu l­
tura y civilización, m ás enérgico y rotund o es el cam bio d é rum bo hacia
e l pasado, m ás ahistórico y antihistórico se to rn a este p lanteam iento del
problem a. Y la d ialéctica in terio r de la trayectoria ideológica en e l p e río d o
de la posguerra hace necesariam ente que la actitud de repulsa vaya exten ­
diéndose cada vez más tam bién a la cultura, que se rechace co n ju n tam en te
la civilización y la cultura en nom bre del ’'alm a” ( K l a g e s ) , de la "e x is ­
tencia auténtica” (H e id e g g e r ), etc.
E n T o en n ies asistim os nada m ás que a lo s inicios d e esta trayectoria.
P ero vem os cóm o ya él convierte los resultados d e las investigaciones de
M o rg an en una estructura — eterna— que se m antiene e n p ie com o supra-
histórica y que presenta un contraste perm anente con la estructura d e
la sociedad. A sí, vem os que n o sólo contrapon e en tre s í la fa m ilia y el
contrato ( e l derecho a b stra cto ), sin o q u e las antítesis d e m u je r y hom ­
bre, juventud y v ejez, p u eblo y gentes cu ltas, r e fle ja n e n é l la contrapo­
sición de los dos térm ihos com unidad y sociedad. D e d ond e se desprende
. TOEN NIES 483

todo un sistem a d e conceptos su bjetivos contrastados e in flad o s de un


m odo abstracto, en cuya exposición n o hay para qué entrar aquí.
Esta exaltación antihistórica d e conceptos derivados, p o r su origen , del
análisis concreto de form aciones sociales concretas, no sólo diluye estos
conceptos (s in p e rju ic io d e convertirlos, p o r e llo m ism o, en conceptos
muy influyentes e n la so cio lo g ía a le m a n a ), sin o que refuerza, al m ism o
tiem po, su carácter anticapitalista-rom ántico. L a "co m u n id ad ” se conv ier­
te, así, en la categoría que abarca el cam po d e todo lo precapitalista, en
la g lo rifica ció n de los estados "o rg án ico s” p rim itivos y, al m ism o tiem po,
en la consigna contra la acción m etanizad ora y anticultural d el capitalism o.
Esta crítica del capitalism o desde el p u nto d e vista de la cultura — cosa
muy sig n ificativ a para la etapa p o sterior d e la so cio lo g ía alem ana— ocupa
ahora el lu gar central d el interés y viene a sustituir al con fu so utopism o
ético de la fase anterior. Y este cam bio responde al d esarrollo del capi­
talism o en A lem ania, sale am pliam ente al pasó del descontento que ex­
tensas capas intelectuales sienten ante las contradicciones del presente,
cada vez más claram ente perceptibles y las desvía, al m ism o tiem po, de
los problem as económ icos y sociales, e s decir, d e los problem as reales
y decisivos d el capitalism o im perialista. Y esta tend encia desviatoria no
necesita, en m odo alguno, ser una tend encia consciente. S in em bargo, com o,
de una p arte, los hechos sociales concretos q u e brotan de la esencia eco­
nóm ica de una determ inada fo rm ación social, son arrancados al terreno
social en q u e nacen, a l "p ro fu n d izarlo s” filo só ficam e n te para ver en ellos
la expresión de una entidad sustantiva, a la vez que, com o resultado del
m ism o concepto de abstracción, se lo s deshistoriza en absoluto, desaparece
necesariam ente e l o b je to de aquella protesta, de aquella lucha que p o d ría
y hasta debería provocar e l fenóm eno, si se lo concibiera d e un m odo
histórico concreto. ( Y a en Sim m el encontrábam os com o se recordará, al­
gunas form as ya desarrolladas de esta desviación p o r la v ía de la "p ro -
fu nd ización” . )
Es cierto que todas estas tendencias sólo se contienen en T o e n n ies b a jo
una fo rm a todavía incipiente. E l aspecto progresivo se destaca en é l con
m ás fu erza que en sus continuadores. N o encontram os aún e n é l la fo rm a
posterior, puram ente apologética, de la crítica de la cultura capitalista,
a saber: la "d em ostración” de que A lem ania, gracias a su desarrollo p o ­
lítico p eculiar, se h alla social e ideológicam ente p o r encim a de las de­
m ocracias occidentales. Y tam poco encontram os en T o e n n ies, p o r lo m e­
nos en m etod o logía consciente, el elem ento irracionalista de la filo s o fía
de la vida. A u nque es cierto que, de un m odo laten te, se h alla ya presente
en él. E l p rim itivo concepto de "o rg an ism o ” de la "E scu e la h istórica”
y de los prim eros sociólogos alem anes no basta ya p ara las necesidades
de esta etapa, y sólo lo verem os reaparecer en el racism o fascista. P ero
la nueva antítesis de lo "v iv o ” y lo "m ecanizad o” ( l o "co n stru id o ” )
484 LA SO C IO L O G ÍA A L E M A N A D EL P E R ÍO D O IM P E R IA L IS T A

fo rm a ya, com o hem os visto, el centro de la concepción sociológica de


T o en n ies, aunque no entroncado aún, com o aparece sim ultáneam ente en
N ietzsche, con las especulaciones de la filo s o fía de la vida.
Es cierto que" en el propio T o en n ies encontram os ya no pocos gérm enes
y rem iniscencias de esta filo so fía . A sí, p o r ejem p lo, cuando ve en la
trayectoria del derecho rom ano un proceso que tiene com o reverso " la
decadencia de la vida”.11 Y más m arcadam ente aún cuando habla de los
efectos corrosivos para la vida de las grandes ciudades. Citarem os expre­
sam ente este p asaje de su obra, ya que en él se expresa claram ente la
actitud de T oen n ies ante el socialism o. H e aquí sus palabras: "L as grandes
ciudades y la sociedad son, p o r tanto, la ruina y la m uerte del pueblo,
que en vano se esfuerza en hacerse fu erte p o r m edio de su núm ero
y que, según su m odo de pensar, sólo puede valerse de su p o d e r’ para
sublevarse, si quiere verse lib re de sus desdichas . . . Se eleva de la co n ­
ciencia de clase a la lucha de clases. Y la lucha de clases destruye la
sociedad y el Estado que se p ro p on e transform ar. Y , com o toda la cultura
se ha trocado en la civilización de la sociedad y del Estado, b ajo esta
fo rm a m etam orfoseada perece la cultura m is m a .. . ” 12
Y asim ism o ncontram os en T o en n ies los inicios de la "in te rio rizació n ”
y la "p ro fu n d izació n ” h istérico-culturales de las categorías económ icas;
e s decir, d e la trayectoria que alcanzará su p u nto cu lm inante a l lle g a r a
S im m el. Y a en T o en n ies vem os cóm o se som ete e l concepto del d inero
a ese ju e g o de las analogías cuyos e fecto s llegarán, en la posguerra, hasta
la m oda de la "so cio lo g ía d el saber” . H e aqu í, p o r e jem p lo , lo q u é dice
T o e n n ies, incidentalm ente, acerca d e la ciencia y e l d in ero : " Y consi­
guientem ente, ciertos conceptos cien tífico s que son, p o r su o rig en usu al
y su estructura m aterial, ju icio s p o r m ed io de lo s cuales dam os u n nombre
a los com p lejo s de sensaciones, se com portan en la ciencia com o las m er­
cancías en la sociedad. S e agrupan en u n sistem a, com o las m ercancías
en e l m ercado. E l concepto cie n tífico superior, que no co n tien e ya el
nom bre d e algo real, equivale al del d inero, p o r eje m p lo e l concepto de
átom o o' e l d e e n erg ía.” 13
Y tam bién podem os consid erar a T o e n n ies com o antecesor de la socio­
lo g ía p o sterior en cuanto que se apoya en su crítica de la cu ltu ra para
apoyar ideológicam ente el reform ism o en el m ovim iento o b rero ; tal, p o r
e jem p lo , cuando ve en las cooperativas un triu n fo d el p rin cip io de la co ­
m unidad dentro de la sociedad capitalista, etc.

11 Toennies, /. c., p. 173..


12 Ibid., p. 207.
13 Ibid., p. 38.
MAX W EBER 485

IV

L a sociología alem ana del p eríod o gu illerm ino


(M a x W e b e r )

E l libro de T o en n ies tardó bastante tiem po en log rar cierta in flu en cia.
E n gen eral, la nueva sociología hu bo de seguir librand o, en las décadas
anteriores a la prim era G u erra M u n d ial im perialista, una lucha constante
p o r su reconocim iento com o ciencia. A l lleg ar a este períod o, cam bian,
sin em bargo, las condiciones y e l carácter d e la lucha. L a so cio lo g ía del
períod o im perialista, sobre todo, va renunciando cada v ez-m ás — dentro
de los m arcos internacionales— • a la p retensión de ser la heredera d e la
filo s o fía de la historia o de la filo s o fía en cuanto ciencia universal. E n
relación con el triu n fo del agnosticism o filo s ó fic o en todos lo s terrenós,
la sociología se convierte cada vez m ás conscientem ente en u n a d isciplina
especial y lim itada, al lado de las dem ás.
E n A lem ania, cobra este d esarrollo u n m atiz especial, p o r cuanto que
la so cio lo g ía se m uestra muy p ro p icia a recoger las concepciones rom án-
tico-irracionalístas de la historia contenidas en la trad ició n de R anke. Y ,
a to n o co n ello , vem os cóm o la te o ría de la ciencia del kantism o im pe­
rante m an ifiesta cada vez más la disposición a co n ced er a la so cio lo g ía un
lu g ar m odesto y relegado, dentro d el sistem a d e las ciencias. É n este sen­
tido, resulta instructivo com parar la crítica de la so cio lo g ía de u n R ick ert
co n la q u e encontrábam os en D ilth e y . Para R ick ert, n o entraña ninguna
contrad icción lógico-m etodológica e l considerar, en u n sentido "g e n e ra li-
zador, lo s fenóm enos sociales desde el punto de vista de la ciencia natu­
ra l; este tip o de sociología es, p o r tanto, según él, perfectam ente posible,
aunque deba ponerse en duda, según sus palabras, "q u e esta ciencia pue­
da decirnos cóm o se h a desarrollado realm ente la v id a de la hum anidad,
en su decurso individual e irrep etib le” .14 D ic h o en otros térm in o s: hay
sitio p ara u n a sociología, pero ésta no puede suplantar nunca a la‘
historia.
L a so cio lo g ía salva así, p o r tanto, su "in o ce n cia ” m etod ológica. Y los
propios sociólogos (p rin cip alm en te, M a x W e b e r ) subrayan que n o tie ­
nen, en m odo alguno, la p retensió n de p o n er de m an ifiesto el sentido
u n itario d el desarrollo histórico, sin o q u e la so cio lo g ía es m ás bien una
ciencia au x iliar d e la historia concebid a en e l sentid o diltheyano-rickertia-
no. E s m u y característica, en este sentido, la actitud adoptada p o r Sim -
m e l: éste p teconiza, de una p arte, d el m odo m ás rotundo, la p o sibilid ad
de una so cio lo g ía independiente y rigurosam ente fo rm alista, m ientras que,

14 Rickert, Grenzen der naturwissenschiftlichen Begriffsbildung, 2* ed., Tubinga,


1913, p. 260.
486 LA SOCIOLOGÍA ALEMANA DEL PERÍODO IMPERIALISTA

d e o tro lado, en sus obras de teo ría de la historia, abraza de un m odo


n o m enos extrem o e l punto de vista de la "u n icid ad ” e "irre p e tib ilid ad ”
irracionalistas de los objeto s históricos.
Y estas relaciones de am istad y buena vecindad entre la sociología y
la h istoria se ven, adem ás, estim uladas p o r el d esarrollo de la segunda.
E n el p erío d o del im perialism o de anteguerra, tam bién el m odo de e x ­
p o n er la historia se sobrepone a las fo rm as brutales de la apologética de
un T reitsch k e. E n Lam precht, p o r e jem p lo , se advierten ya, incluso, cier­
tas tendencias, aunque muy insuficientes todavía, hacia la "so ciologiza-
ció n ” de la h isto rio g rafía. Y , aunque la m ayoría d e los historiadores
alem anes rechacen estos intentos, no cabe duda de que m uchos de ellos
tienden a dar a las categorías sociales, en su m odo de exp o ner la historia,
una im portancia m ayor que antes (d o n d e m ás claram ente se advierte esto
es en la historiá de la guerra de H ans D e lb r iic k ). L o cual guarda tam ­
bién una estrecha relación con el desarrollo del capitalism o en A lem an ia:
ahora, se hace ya inexcusablem ente necesario tener en cuenta, discursiva­
m ente, el nacim iento, la naturaleza y las perspectivas del capitalism o (im ­
p e ria lis ta ). Y esto determ ina, a su vez, un cam bio de p o sición ante el
m arxism o: ahora, resulté ya anticuado el lim itarse a ign orarlo en redondo
o el rechazarlo de un m odo toscam ente apo díctico; entre otras razones,
porqu e la fuerza del m ovim iento obrero aum enta sin cesar. S e hace ne­
cesario, a la vista de alio, "re fu ta r” el m arxism o de un m odo "m ás su til” .
A l m ism o tiem po que se tom an de él, tam bién p o r la fuerza de la necesi­
dad — aunque b a jo una fo rm a tergiversada, p o r supuesto— , aquellos e le ­
m entos que la id eo lo g ía burguesa de este períod o considera aceptables.
L a sola posibilid ad de sem ejante pu nto de vista vino a fo rtalecer el
m ovim iento reform ista en e l seno de la socialdem ocracia y el revisionism o
teórico y práctico. Es sabido que el teórico p rincipal del revisionism o,
B ernstein, se em peñó en la obra de elim inar del m ovim iento obrero todo
lo revolucionario (e n la filo so fía , el m aterialism o y la d ialéctica; en la
te o ría del Estado, la dictadura del proletariado, e t c .) . E l capitalism o "e v o ­
lu cion aría” pacíficam en te hacia el socialism o, lo que, desde el punto de
vista de la estrategia y la táctica del m ovim iento obrero, v alía tanto com o
afirm ar que las organizaciones proletarias, para obtener las reform as n e ­
cesarias, consideradas com o las etapas de aquella "e v o lu ció n ” p acífica,
debían colaborar con la burguesía lib eral, coaligarse con ella. Se trata,
com o es sabido, de una corriente internacional del m ovim iento obrero, de­
term inada p o r la acción del carácter parasitario de la econom ía im peria­
lista sobre la aristocracia y la burocracia obreras, y que en Francia, por
ejem p lo, con d u jo a la entrada de m inistros socialdem ócratas (M ille ra n d )
en los gabinetes d e gobiern o de la burguesía, etc.
Este intento de liquid ación teórica y práctica de la lucha de clases, esta
proclam ación de la colaboración de clases entre la burguesía y el prole-
MAX W EBER 487

tariado, e je rció una in flu en cia m uy grand e sobre ios sociólogos burgueses.
T a m b ié n para ellos venía a crear e l revisionism o una platafo rm a de co la­
b o ració n : se abría ahora ante ellos — así lo creían , al m enos— la po si­
bilidad de frag m en tar el m arxism o — que antes se había intentad o si­
len ciar o refu tar en bloqu e, com o un sistem a unitario— , siguiendo en
e llo lo s pasos del revisionism o, para incorporar a la so cio lo g ía lo que
pudiera se r ú til para el régim en burgués.
Señalarem os solam ente algunos aspectos fu nd am entales de la m utación
que así se opera. A n te todo, hay q u e d ecir que, en el cam po de la
sociología, sigue m anteniéndose co n la m ism a e n erg ía que hasta ahora
la lucha con tra e l m aterialism o, es d ecir, contra la prioridad del ser social,
co n tra el papel determ inante d el d esarrollo de las fuerzas productivas.
S in em bargo, e l m etodologism o relativ ista a que conducen el neokantism o
y el m achism o perm ite introducir en la so cio lo g ía burguesa ciertas fo rm as
abstractas d e interdependencia en tre la base y la suprasestructura. E sto
hem os p odid o verlo claram ente al exam inar la Filosofía del dinero de
Sim m el. Y o tro tanto acontece con M a x W e b e r, qu ien analiza la interd e­
pendencia entre las form aciones económ icas y las religiones, rechazando
categóricam ente la prioridad de la eco n o m ía: " U n a ética d e la econom ía
no es, sim plem ente, 'fu n ció n ' d e las fo rm as de la organización económ ica,
d el m ism o m odo que, a la inversa, no hace que éstas broten unívocam ente
d e e l l a . . . P o r muy profundas q u e hayan p o did o ser, en casos concretos,
las in flu en cias sociales, económ ica y p o líticam en te condicionadas, sobre
. una ética religiosa, son las fu entes religiosas m ism as las que prim ariam en­
te le im ponen su sello .” 15
M a x W e b e r, partiend o inicialm en te de la interdepend en cia entre los m o ­
tivos m ateriales y la id eología, com bate e l m aterialism o histórico, el cual
afirm a, co n argum entos cien tíficam en te inadm isibles, según él, la p rio ri­
dad d e lo económ ico. (N o se d ice que tam bién e l m aterialism o histórico
pone de m anifiesto , en la realidad social concreta, un ju eg o d e com p li­
cadas acciones m utuas, en e l que los fu nd am entos económ icos sólo se
im ponen, según las palabras de E n g els, en ú ltim a in stan cia.)
S in em bargo, esta estructura de la interdependencia, que tan b ien cua­
d ra al m oderno relativism o, no se m an tien e en p ie ; n o es m ás q u e el
p rolegóm eno polém ico contra el m aterialism o histórico. Los razonam ien­
tos de M a x W e b e r van siem pre encam inados a atribu ir a los fenóm eno s
ideológicos (r e lig io s o s ), con fu erza cada vez m ayor, un desarrollo "in m a ­
nente” , nacido de su propia entraña, y esta tend encia acaba im poniéndose
siem pre, d e ta l m odo que dichos fenóm eno s afirm an , a la postre, su p rio ­
ridad causal sobre todo e l proceso.

15 Max Weber, Gesammelte Aufsätze zur Religionssoziologie, Tubinga, 1920,


t. I, pp. 238 y 240.
488 LA SOCIOLOGÍA ALEMANA DEL PERÍODO IMPERIALISTA

E sto que decim os se m anifestaba ya claram ente en las palabras de


M a x W e b e r m ás arriba citadas.' U n poco m ás adelante, y en relación con
e l m ism o problem a, leem os: "S o n los intereses (m ateriales e id e a le s ), y
n o las ideas, los que dom inan directam ente la conducta de los hom bres.
P ero lo s 'fo rjad o res dél m u nd o’, creados p o r las 'id eas’, han determ i­
nado m uchas véces, com o guardaagujas, las rutas p o r las que la dinám ica
de los intereses hace que m archen los acto s.” 16
C om o se ve, tam bién la so cio lo g ía, entendida a la m anera de M a x
W e b e r, discurre p o r lo s cauces de la ciencia gen eral del espíritu, de la
interpretación cien tífico -esp iritu al, idealista,, de la historia. Y tam poco
aquí se echa de m enos el matiz, irrácionalista, aunque M a x W e b e r sea,
e n cuanto a sus intenciones conscientes, un adversario del irracionali.smo.
Es precisam ente en esta sociología donde se revela la necesidad de que
b rote el irracionalism o del suelo del racionalism o capitalista, y hasta de
q u e 1este irracionalism o sirva, en rigor, de base a todo e l m ovim iento.
S i nos fija m o s de cerca en la génesis del capitalism o (d e l esp íritu capi­
ta lis ta ) tal y cóm o la expone M a x W e b e r, vem os que en ella desem peña
un im portanté papel el hecho de que W e b e r enlace el racionalism o m o ­
derno con el facto r consistente en que la relig ió n es "desplazada a l cam po
de lo irracion al” . Y parecida a ésta, aunque se h a lle todavía m ás cerca de
las ciencias irracionalistas del espíritu, es la p o sición de T ro eltsch y otros.
E sta nueva y "m ás refin ad a” fo rm a de com batir al m aterialism o h istó­
rico guarda tam bién relación, com q hem os visto, con el cam bio de actitud
an te el' m o vim iento obrero. L as prim itivas ilu siones de que la p o lítica
bism arckiana del "terró n de azúcar y el látig o ” po nd ría fin a las o ig a-
nizaciones de d a s e d e l proletariado, se d errum ban con la caíd a, de B is-
m arck y el fracaso de sus leyes (contra lo s socialistas. Es cierto q u e segui-
rán haciéndosev todavía, de vez en cuando, experim entos encam inados a
desviar e l m ovim iento obrero del cam ino de la lucha de clases (S to ck er
y,; m ás tarde, G o h re y N au m an n ; aspiraciones apoyadas en m uchos aspec­
tos p o r los sociólogos alem an es) . S in em bargo, m ás adelante va hacién­
dose cada vez más esencial para la sociología alem ana el sostener id eoló­
gicam ente las tendencias reform istas en el seno de la socialdem ocracia. Y
de esto fo rm a parte tam bién la tend encia a dem ostrar cien tíficam en te la
necesidad y la conveniencia de que el m ovim iento sindical m antenga su
independencia con respecto a la socialdem ocracia. E l papel d irigente, eri
este punto, corresponde a W e rn e r Som bart.
E l p roblem a central de la so cio lo g ía alem ana en el períod o del im pe­
rialism o de anteguerra consiste en encontrar una teo ría para exp licar el
nacim iento y la naturaleza del capitalism o y "su p erar” el m aterialism o
histórico en este terreno, m ediante una concepción teórica propia.

18 Ibid., pp. 2 3 2 1 .
MAX W EBER , 489

L a verdadera piedra d e escándalo para lo s sociólogos, alem anes es la


acum ulación originaria, que sépara v iolentam ente a los trabajad ores de
los m edios de producción. (C o m o partid arios de, la ''te o ría de la utilidad-
lím ite ” , la m ay o ria.d e estos sociólogos daban p o r cien tíficam en te liqu id a­
da la d octrina de la p lu sv alía.) C om o sustitutivo sociológico de la acu­
m ulación originaria, surgen m u ltitu d de nuevas hipótesis y teorías. En
este cam po, es Som bart, sobre todo, quien d esarrolla una actividad fe b ril.
Su. especulación hos sum inistra to d a una serie de razones para explicar
el nacim iento del capitalism o:' los ju d íos, la guerra, el lu jo , la renta u r­
bana del suelo, etc. ,
S in em bargo, la que más h abrá de in flu ir sobre la trayectoria p o sterior
es la concepción de M a x W e b e r. É ste parte, com o hem os visto, d e la
interdependencia entre la ética económ ica de las religion es y las fo rm acio ­
nes económ ico-sociales, afirm and o la p riorid ad d e h ech o d el fa cto r reli­
gioso. E l p ro blem a que se le plan tea es e l d e exp licar p o r qué el capita­
lism o n ació solam ente en Europa. E n contraposición a l m odo de concebir
anterior a é l, que veía el capitalism o en to d a acum ulación de d inero, M a x
W e b e r aspira a captar la esencia esp ecífica d el capitalism o m oderno y
a relacionar su nacim iento en E uropa co n las d iferen cias existentes entre
e l d esarrollo ético -religioso del O rien te y e l O ccid en te. C o n lo cual,
ante todo, se deseconom iza y “esp iritu aliza” la esencia del capitalism o. Se
presenta com o I r esencia del capitalism o la racionalización de la vida
económ ico-social, la posibilidad racional de calcu lar todos lo s fenóm eno s.
M a x W e b e r esboza una historia u n iv e-sal de las religiones, para dem os:
trar que só lo e l protestantism o (y , d entro d e él, p rincipalm ente, las
sectas) p o seía la id eo lo g ía fav o rab le a esta racionalización y capaz de
estim ularla, al paso que todas las dem ás religion es orientales y antiguas
crearon éticas económ icas que representaban u n entorpecim iento p ara la
racionalización d e la vida diaria. W e b e r se n ieg a constan te, y reiterada­
m ente a v e r en las éticas económ icas u n resultado de las estructuras de la
econom ía. A sí, dice, p o r e jem p lo , refirién d o se a C h in a : "P e r o la Caren­
cia de u n a religiosid ad ética racion al es en este caso lo p rim ario y p o r
su parte parece h ab er in flu id o en Ja lim itació n racion al d e su técnica, que
siem pre sorp ren de.” 17 Y , llevado d e su s im p lific a d o ^ y vulgarizante id en­
tifica ció n de la técnica y la econom ía, en virtud de la cu al sólo reconoce
com o verdadero capitalism o e l capitalism o m aquinízado, M a x W e b e r lleg a
al " argum ento” histórico "d ecisiv o ” de que aq u ella ética económ ica del
protestantism o que vino a acelerar y estim u lar el desarrollo capitalista
e xistía "y a antes del 'd esarrollo capitalista’ m ism o ” .18 C o n lo que cree
dar p o r refu tad o el m aterialism o h istórico.

17 Max Weber, Economía y sociedad, ed. FCE, México, 1944, t. II, p, 158.
18 Max Weber, Religionssaziologie, ed. cit., p. 37.
490 LA SOCIOLOGÍA ALEMANA DEL PERÍODO IMPERIALISTA

Creem os que basta con estos pocos ejem p los >para darse cuenta de cuál
es la m etod o logía de los sociólogos alem anes: lleg ar a com prender, apa­
rentem ente, la esencia del capitalism o sin entrar en sus verdaderos pro­
blem as económ icos (so b re todo, en el p roblem a de la p lusvalía, de la
e x p lo ta c ió n ). C ierto es que el hecho de la separación del obrero de sus
m edios de producción, la aparición del trab ajo libre, se señala y des­
em peña un papel im portante, sobre todo en la so cio lo g ía de M a x W e b e r.
Pero ello no es obstáculo para que se insista en que la característica de­
cisiva del capitalism o es la racionalidad, el cálculo. N o es sino la con ti­
nuación del concepto de sociedad establecido p o r T o en n ies, aunque las
divergencias de d etalle con respecto a él sean num erosas. E sta concepción
trae necesariam ente com o resultado la inversión de los verdaderos térm i­
nos de la econom ía capitalista, haciendo que los fenóm enos vulgarizados
de la superficie desem peñen el papel prim ario p o r sobre los problem as
relacionados con el desarrollo de las fuerzas productivas.
Esta d eform ación abstracta perm ite, adem ás, a los sociólogos alem anes
atribuir a las fo rm as ideológicas, p rincipalm ente al derecho y a la re li­
g ión , una fu n ció n equivalente a la econom ía, y hasta asignarles uña
acción causal superior, L o que determ ina, a su vez, que, desde e l punto
de vista m etod ológico, las conexiones causales se vean desplazadas por
las analogías. A sí, p o r ejem p lo, M a x W e b e r establece una acusada analo­
g ía entre el Estado m oderno y una em presa capitalista. P ero sin p a sa r.d e
una sim ple descripción analógica, puesto que, llevado de su posición ag­
nóstico-relativista, rechaza e l p roblem a de la causación prim aria. Y , a
base de estas analogías, se establece la am plia platafo rm a de una critica
de la cultura que jam ás entra en los problem as fundam entales del capi­
talism o, que da rienda suelta al descontento co n la cultura capitalista,
pero que, a pesar de ello, concibe la racionalización capitalista com o un
"d estin o ” (R a th e n a u ), lo que, pese a toda la crítica, equ ivale a ju stifica r
el capitalism o com o algo necesario e inexcusable.
Y estos razonam ientos culm inan siem pre en la dem ostración de la
im posibilidad económ ica y social del socialism o. L a aparente historicidad
de las consideraciones sociológicas tien de — aunque nunca se proclam a
abiertam ente así— a fund am entar el capitalism o com o un sistem a necesa­
rio, que ya no es susceptible de su frir cam bios esenciales, y a poner de
m an ifiesto las supuestas contradicciones internas, económ icas y sociales,
del socialism o, que, según estos sociólogos, hacen im posible, tanto teó ­
rica com o prácticam ente, su im plantación. N o vale la pena de entrar aquí
en los argum entos aducidos en apoyo d e esto. E l hecho de que los soció­
logos alem anes abracen, en e l terreno económ ico, e l punto d e vista de la
nueva econom ía v u lgar su bjetivista, les im pide lleg ar a conocer y a
com prender la econom ía m arxista, y m ás todavía, p o r supuesto, p o le­
m izar contra ella. Se lim itan a extraer, com o ideólogos burgueses que
MAX W EBER 491
son, del períod o im perialista" todas las consecuencias contenidas en el
revisionism o de un m odo más consecuente de lo que éstos podían hacerlo,
por razones tácticas, derivadas de las posiciones que ocupaban en el m o ­
vim iento obrero'.
L a crítica de la cultura a que esto conduce adquiere en A lem ania un
m atiz especial. La sociología del im perialism o de anteguerra viene, en este
punto, a continuar, aunque con algunas m odificaciones, ciertam ente, las
corrientes anteriores: trata de dem ostrar la superioridad de la fo rm a ale­
m ana de Estado y de la estructura social alem ana fren te a las dem ocracias
occidentales. Y el cam bio que en la. nueva so cio lo g ía se advierte es tam ­
bién, sim plem ente, un cam bio de m étodo. C om o es sabido, en este períod o
se acusan co n m ucha fuerza las contradicciones de la dem ocracia burguesa
occid ental, que encuentran una intensa repercusión literaria, no sólo en
los sociólogos antidem ocráticos reaccionarios, sin o tam bién en la teo ría
de una parte del m ovim iento obrero del O ccid ente (e n el sin d ica lism o ).
Pues bien, la sociología alem ana de este p eríod o se apropia todos los
resultados de esta crítica contra la dem ocracia, dándoles una fo rm a "p ro ­
fu n d a” , desde e l punto de vista filo só fic o y sociológico.
L a dem ocracia se hace aparecer ahora, debid o principalm ente a su ca­
rácter d e masas, com o la form a necesaria a que se recurre para avasallar
m ecánicam ente la "v id a ” , la libertad y la individualidad. Y , en contraste
con ella, s e presenta el d esarrollo especial y la situación de A lem ania
com o un orden orgánico en fre n te de la anarquía m ecánica, com o el
m ando de je fe s com petentes y responsables fren te a la irresponsabilidad
de la dirección en manos de la "d em ag o g ia” dem ocrática. In flu yen tes obras
sociológicas de este período — com o, por ejem p lo , La democracia moderna
(D ie m oderne Dem okratie) de H asbach, no son o tra cosa que p anfletos
contra la dem ocracia, vestidos con un ro p a je cien tífico . L o m ism o que
antes la "escu ela histórica” de los econom istas alem anes g lo rificab a el
régim en bism arckiano com o una fo rm a superior de Estado y de sociedad,
así ahora hace la sociología alem ana la ap o logía del im perialism o
gu illerm ino.
M a x W e b e r ocupa, en esta trayectoria, un lugar especial. Sus fu nd am en­
tos m etodológicos son, evidentem ente, m uy sem ejantes a los de otros so­
ciólogos de su tiem p o; tam bién é l se hace eco de la crítica de los sociólogos
occidentales contra la dem ocracia m oderna. P ero su actitud ante ésta es la
inversa: a pesar de criticarla, considera la dem ocracia com o la fo rm a más
adecuada para la expansión im perialista de una g ran po tencia m oderna.
Y las fallas d el im perialism o alem án radican, segú n él, precisam ente en
la ausencia de un desarrollo dem ocrático en lo que a su p o lítica in terio r .
se re fie re : "Sólo un pueblo politicamente maduro puede ser u n 'pu eblo
señ orial’ . . . Sólo los pueblos señoriales tienen la misión d e intervenirl a
el mecanismo d e las ruedas d el desarrollo universal. S i in ten tan hac|ójfó| ¡
492 LA SO C IO L O G ÍA A L E M A N A D EL P E R ÍO D O IM P E R IA L IS T A

los pueblos que no poseen tal cualidad, no sólo se revela contra ello el
seguro instinto de las demás naciones, sino que, adem ás, aquéllos fraca­
sarán tam bién interiorm ente en el in te n to . . . La voluntad de impotencia
en lo anterior que los literatos predican no es com patible con la 'voluntad
de p oder’ en el m undo, que tan clam orosam ente se g rita .” 19
E n las palabras anteriores se trasluce bien claram ente cuál es la fu ente
social del dem ocratism o de M ax W e b e r : este sociólogo com parte con
los dem ás, im perialistas alem anes la idea de la m isión p o lítica universal
(co lo n izad o ra) de los "p u eblos señoriales” . Pero ,se distingue de ellos
en que, no sólo no idealiza, sino que, p o r el contrario, critica violenta y
apasionadam ente el estado de cosas vigente en A lem ania b ajo el régim en
del seudoparlam entarism o. Entiend e que A lem ania — lo m ism o que In g la ­
terra o Francia— sólo puede lleg ar a ser un "p u eblo señ orial” al am paro
de la dem ocracia. Para ello, es decir, para que las am biciones im peria­
listas de A lem ania sean realizables, debe procederse a la dem ocratización
in terio r del país y p rofun dizarla todo lo necesario para alcanzar aquella
m eta. , .
E sta posición de M ax W e b e r entraña una repulsa categórica del " r é ­
gim en personal” de lc*s H oh en zo llern y del poder de la burocracia, ín ti­
m am ente vinculado a él. Ma.x W e b e r no sólo com batió siem pre p o lítica­
m ente a este régim en, sino que, en su sociología, p in tó siem pre tam bién
la som bría perspectiva que abría ante el p aís. V u elv e las tornas, para
dem ostrar que un régim en com o el alem án no sig n ifica, en m odo a l­
guno, la " lib e r ta d : orgánica” , sino, p o r e l contrario, la restricció n buro-
crático-m ecanizada de toda ¡libertad e individualidad. (P ersp ectiv a que
u tiliza tam bién, cierto es — dicho séa entre paréntesis— , para p o n er en
guardia contra e l socialism o, al que é l , consid era com o la m ás acabada
burocratízación de la y id a .)
M a x W e b e r critica la in ferio rid ad 4 e Ia p o lítica exterio r de A lem a­
nia, que no radica, según él, en los errores de algunos, sino e n el sistem a
m ism o, y m antiene la idea de que sólo un poderoso parlam ento y un
régim en dem ocrático pueden hacer posible una selección acertada de los
dirigentes. C laro está que este dem ocratism o de M a x W e b e r presenta
m atices muy singulares, por el fundam ento im perialista sobre el que des­
cansa. E n una conversación sostenida con L u d en d o rff, después de la guerra,
M a x W e b e r hizo, al parecer, si hem os de dar crédito a los recuerdos de sú
viuda, estas m an ifestacio n es: " E n la dem ocracia, el pueblo elige a su guía,
en quien deposita su confianza. D espués de lo cual, el elegid o d ice:
'¡A h o ra , a cerrar el p ic o ,y a dar el p e c h o !’ N i el p u eblo ni los partidos
tienen ya derecho a p ed irle c u e n ta ,s ... M ás tarde, el pueblo em itirá su
ju icio, y si el Führer se ha equivocado, ¡a la horca con é l ! ” N ad a tien e

19 Max Weber, Gesammelte politische Schriften, Munich, 1921, pp. 258 s.


• MAX W EBER 493

de extraño que, al escuchar tales palabras, e l g en eral L u d en d o rff, según el


m ism o testim onio, exclam ara: " U n a dem ocracia así, cuenta co n m i apro­
b ación .” 20 Com o se ve, la dem ocracia de M a x W é b e r no es o tra cosa
que un cesarism o bonapartista.
E ste fu nd am ento p o lítico concreto de la crítica sociológica de la cu l­
tura m uestra tam bién en sus m anifestaciones oposicionistas una p ro fu n d a
afin id ad con la filo s o fía m antenida sim ultáneam ente p o r e l períod o im ­
p erialista: con las form as esp ecíficas del neokantism o y con la filo s o fía
de la vida, que va m adurando p o r lo s m ism os años. T am b ié n en la socio­
lo g ía nos encontram os con el fo rm alism o extrem o de esta m etod ología,
con u n relativism o y un agnosticism o extrem os en p u nto a la te o ría deJ-v
conocim iento, que a l lle g a r aquí se truecan en una m ística irra cio n a listS r
L a so cio lo g ía se com porta, según hem os visto, com o una cien cia especial-;
y hasta, precisam ente, com o ciencia au x iliar d e la historia. S in em bargo,
su fo rm alism o destruye en ella to d a posibilid ad de una exp licación h is t ó - '
rica real. T a m b ié n en este respecto discurren paralelam ente las trayectorias
d e las diversas disciplinas, se to rn an cada vez m ás form alistas, cada una de
ellas se crea u n a casuística fo rm al inm anente para e lla m ism a, lo que hace
que se pasen unas a otras, m utuam ente, sus problem as esenciales, tan to los
.tocantes a l contenid o com o los que s e refieren al o rig e n d e los fenóm enos
estudiados. A sí, G . Je llin e k — p ara tom ar com o e je m p lo la ju risp ru ­
dencia— considera los problem as intrínsecos del derecho com o problem as
"m etaju ríd ico s” ; K e lse n , dice, refirién d ose a los orígen es d el d erecho : " E s
e l g ran m isterio d el D erech o y e l E stado q u e se o b ra en e l acto leg isla­
tiv o . . 21 y Preuss, otro ju rista, a firm a : " E l contenid o de una institu ­
ció n ju ríd ica no tien e nunca carácter ju ríd ico , sino que es siem pre de
orden p o lítico o económ ico.” 22
P arece com o si de este m odo se asignase a la so cio lo g ía la im portante
fu n ció n de exp licar p o r su parte, en térm inos concretos, estos procesos
genético s. P ero no hay ta l cosa, en realidad. ¿Q u é es lo que, en rig o r, nos
o frece n los sociólogos? Su s.su blim acio n es igualm en te fo rm alistas cond u­
cen a analogías puram ente fo rm ales, y no a explicaciones causales. E n
Sim m el, este fo rm alism o llega, a veces, hasta el cu bileteo fo lleto n ista.
P o r eje m p lo , cuando habla de la p o sibilid ad de fo rm as sociales idénticas
con contenidos totalm ente distintos y establece analogías entre las socie­
dades religiosas y las gavillas de bandidos. S e com prueba aquí de un
m odo concreto lo que ya hacíam os notar en las consideraciones p re lim i­
nares, a saber: que este m étodo d e las ciencias especiales y de la sociología
d e pasarse unas a otras lo s problem as h ace q u e éstos queden perennem en te

20 Marianne Weber, Max Weber, Tubinga, 1926, p. 665.


S1 Kelsen, Hauptprobleme der Staatsrechtslehre, Tubinga, 1911, p. 411.
M Preuss, "Zür Methode der juristischen Begriffsbildung”, en Schmollers ]ahr-
buch, 1900, p. 370.
494 LA S O C IO L O G ÍA A L E M A N A D EL P E R ÍO D O IM P E R IA L IS T A

sin resolver y se asem eja extraordinariam ente al m ecanism o de las dis­


tintas oficin as burocráticas, cuando se pasan unas a otras los expedientes.
M a x W e b e r polem iza, a veces, con el exagerado fo rm alism o de Sim m el,
pero su propia sociología está llena tam bién de este tipo de analogías
form alistas. M a x W e b e r establece, p o r ejem p lo, un paralelism o form alista
entre la antigua burocracia egipcia y el socialism o, o entre los soviets y
los estam entos feu d ales; y, a l hablar de la consagración irracional del
Führer (c a r is m a ), traza u n a analogía entre el cham án y el d irigente
socialdem ócrata K u rt Eisner, etc. E l fo rm alism o, el subjetivism o y el ag­
nosticism o de la sociología hacen que ésta, a l igual que la filo s o fía del
m ism o períod o, no pase de construir determ inados tipos, de establecer
tipologías y de enm arcar d entro de ellas los fenóm enos históricos. (E n
este punto, es decisiva la in flu en cia ejercid a p o r la filo s o fía diltheyana
de la últim a fase sobre la sociología alem ana, in flu en cia que se desple­
gará realm ente en el períod o de posguerra, desde S p e n g le r.)
E l problem a de los tipos se convierte, con M a x W e b e r, en el problem a
central de la m etod ología. W e b e r considera com o la fundam ental entre
las funciones de la socfblogía el establecim iento de "tip o s ideales” pura­
m ente construidos. Sólo partiendo de ellos es posible, según él, el análisis
sociológico. Pero este análisis no sum inistra una lín ea de desarrollo, sino
sim plem ente la yuxtaposición de una serie de tipos ideales casuísticam ente
escogidos y ordenados. E l m ism o decurso de la sociedad, concebido a la
m anera d e R ick ert en su irrepetibilid ad , com o alg o no su jeto a leyes,
presenta aquí un carácter incurablem ente irracionalista, aunque se nos
diga que, p ara la casuística racional de los tipos ideales, lo irracion al es lo
"p ertu rb ad or” y la "d esviación ” .
D ó n d e con m ayor claridad se acusa el carácter en ú ltim a instancia
su bjetivista de la sociología de M a x W e b e r es en su concepto de ley. D ice
expresam ente M a x W e b e r, refirién d ose a las categorías de la "so cio lo g ía
conceptual” : " L a m anera de fo rm ar los conceptos sociológicos es, en una
m edida muy considerable, cuestión de oportunidad. N o estaríam os, ni
m ucho m enos, obligados a establecer todas las categorías que vienen a con­
tinuación.” 23
Y , de acuerdo con esta te o ría del conocim iento, orientada pragm áti­
cam ente, afirm a en otro lu g ar: "L a s 'leyes’, com o se acostum bra llam ar
a m uchas proposiciones de la so cio lo g ía co m p ren siv a. . . , son determ ina­
das probabilidades típicas, confirm adas p o r la observación, de que, dadas
determ inadas situaciones de hecho, transcurran en la fo rm a esperada cier­
tas acciones sociales que son comprensibles p o r sus m otivos típ icos y p o r
el sentido típ ico m entado p o r lo s sujetos de la acción.” 24

23 Max Weber, Gesammelte Aufsätze zur Wtssenschaftslebre, Tubinga, 1922,


p. 403. 24 Max Weber, Economía J sociedad, t. I, p. 17.
M AX W EBER 495

C om o se ve, en esta concepción no sólo se d esintegra subjetivistam ente


toda la realidad social o b jetiv a, sin o que las situaciones sociales de hecho
presentan aquí, b a jo una apariencia de exactitud, en -realidad, una com ­
p lejid ad extraord inariam ente confusa. M ax W e b e r describe, p o r ejemplo,
lo s "in g reso s del tra b a jo ” , después de enum erar las obligaciones del obre­
ro, diciendo que éste, además, "cu an d o ha hecho todo lo anterior, tien e la
oportunidad de p ercibir periódicam ente ciertos signos esp ecíficos de m etal
o 'd e papel-m oneda, que, al ser canjead os, le perm iten ob ten er pan, car­
bón,. prendas de vestir, etc., de tal m odo que si alguien tratara de arre­
batarle estos o b jetos, después de recibidos, se. presen tarían, con toda p ro ­
babilidad , a instancia suya, gentes armadas que le ayudarían a retenerlos
o a recobrarlos” , etc., etc.25
V em o s aquí que las categorías sociológicas de M a x W e b e r — con la
palabra "o p o rtu n id ad ” trata este sociólogo de d e fin ir las m ás diversas
fo rm as sociales, tales com o el Pod er, el Estado, e l derecho, etc.— no
expresan o tra cosa que la p sico lo g ía abstractam ente form u lad a de los
agentes individuales calculadores del capitalism o. Es decir que tam bién
aquí, en el sociólogo alem án que, atendiendo a sus intenciones subjetivas,
aspiraba de un m odo m ás hon rad o y más consecuente a abordar su ciencia
sobre u n p lan o puram ente o b je tiv o , a fund am entar y a p o n er en práctica
una m eto d o lo g ía de la pu ra ob jetiv id ad , se m an ifiestan y se im ponen
— com o las m ás fuertes— las tendencias im perialistas de la seudoob-
jetivid ad.
L a concepción m axw eberiana de la "o p ortu n id ad ” se h alla calcada, de
una parte, sobre la interpretación m achista de los fenóm eno s de la natu­
raleza, a la p ar que se ve determ inada, de o tra parte, p o r el subjetivism o
psicoló gico de la "te o ría d e la u tilid ad -lím ite” , convirtiend o las form as
o b jetiv as, los cam bios de fo rm a, los acontecim ientos, etc., de la vida social
en una em brollad a tram a de "esperanzas” -^-cum plidas o incum p lidas—
y su su jeció n a leyes en "o portunid ades” m ás o m enos verosím iles de que
esas esperanzas lleguen a realizarse. Y es, asim ism o, evidente que una so­
cio lo g ía orientad a en tal dirección sólo puede lleg ar, con sus generaliza­
ciones, a sim ples analogías abstractas.
P ero la sociología del períod o im perialista no se lim ita a abordar las
tareas m ás arriba señaladas, sino que intenta, además, dar satisfacción
a aquella "n ecesid ad de una concepción del m u nd o” provocada durante
este períod o p o r la " filo s o fía de la vida” , p o r la renovación de H egel
y del rom anticism o, etc., tendencias que apuntan todas ellas, sin excepción,
hacia u n irracionalism o m ístico. Estas tendencias revisten, en la sociología
alem ana, d iferen tes form as. A veces, se m an ifiestan directam ente, com o
cuando R athenau, p o r ejem p lo, hablá de la rebelión irracionalista del

25 M a x W e b e r, Wtstschaftslehre, p . 3 2 5 .
496 LA SO C IO L O G ÍA A L E M A N A D EL P E R ÍO D O IM P E R IA L IS T A

"a lm a ” contra el aparato m ecánico del capitalism o (y en térm inos pare­


cidos se expresan tam bién los poetas de la escuela de G eorge, e t c .) . M ás
com plicado es, en Sim m el, el dualism o de la sociología fo rm alista y la
irracionalista "filo s o fía de la vida” ante e l p roblem a de la "trag ed ia
de la cu ltu ra” .
T a m b ié n en este p u nto hay que señalar la p o sición especial que ocupa
M a x W e b e r, sobre todo porque, en su lucha contra este irracionalism o,
lo eleva a un grad o todavía m ás alto. M a x W e b e r se d efien d e reiterada­
m ente contra e l reproche del relativism o, p ero considerando su m étodo
agnóstico-form alista Como e l ú n ico cie n tífico , puesto que, a ju icio suyo,
no p erm ite introd u cir en la so cio lo g ía nada que no sea susceptible de
probarse de un m odo exacto. Según él, la so cio lo g ía só lo puede o frece r­
nos una crítica técnica, es decir, investigar "cuáles son lo s m edios ade­
cuados para lle g a r al fin propuesto” y, d e o tra parte, "estab lecer los
resultados a que Conduciría la aplicación d e los m edios necesarios, junto
a la eventual consecución del fin persegu ido” .2627 T o d o lo dem ás, cae,
según M a x W e b e r, fu era d e la ciencia, es o b je to d e la f e y, p o r tanto,
algo irracional. *
L a "libertad de valores” de la so cio lo g ía que propugna M a x W e b e r,
su aparente depuración' de todos los elem entos de lo irracional, viene,
pues, en d efinitiva, a irracionalizar todavía m ás el acaecer histórico-social.
Y él m ism o tien e que aceptar — aunque sin lleg ar a ver, ciertam ente, que
co n ello da al traste con toda la racionalidad de su m etod o logía cien tí­
fica — que el fu nd am ento irracional de las "v alo racio n es” tien e sus p ro ­
fundas raíces en la m ism a realidad social. H e aquí sus palabras: " L a
im posibilidad de adoptar 'cien tíficam en te’ una actitud p r á c t ic a .. . respon­
de a razones m ucho m ás profundas. C arece de sentido, p o r principio,
ante el hecho de que las d iferentes ordenaciones universales del m undo
se h allan en irreductible lucha entre s í.” 127
M a x W e b e r topa aquí con el problem a planteado p o r el Manifiesto
Comunista cuando dice que la historia es toda ella una historia de luchas
de clases. P ero, com o no puede ni quiere reconocer estos hechos, porqu e su
concepción del m undo se lo im pide, y com o, en virtud de ello , no está
en condiciones ni abriga la voluntad de extraer las consecuencias discur­
sivas dialécticas que se derivan de la estructura dialéctica de la realidad
social, se ve obligad o a refu giarse en el irracionalism o.
, Y venios aquí con una gran claridad cóm o el irracionalism o del períod o
im perialista nace de las falsas respuestas que se dan a preguntas le g í­
tim as, puesto que las fo rm u la la realidad m ism a: de una situación en la
que, planteándose a los ideólogos p o r la m ism a realidad, con una fuerza

26 M a x W e b e r, Gesammelte Aufsätze zur Wissenschaftslehre, pp. 1 4 9 s.


27 M a x W e b e r, Politische Schriften, p. 5 4 5 .
MAX W EBER 497

cada vez mayor, problem as de tipo dialéctico, éstos son incapaces por
razones sociales y, consiguientem ente, m etodológicas tam bién— de darles
una solución dialéctica. E l irracionalism o es la fo rm a que adopfa, com o
resultado de esto, la tendencia a esquivar la solución dialéctica de pro­
blem as dialécticos. La aparenté cien tificid ad , la rigurosa ''lib ertad de va­
lores” de la sociología es, p o r lo tanto, en realidad, la fase más alta
del irracionalism o a que hasta ahora se ha llegado. Y el co n seaien te
pensam iento de M a x W e b e r hace que estas consecuencias irracionalistas
se acusen en él co n m ayor claridad que en el neokantism o del períod o
im perialista.
Y adviértase qué M a x W e b e r es ün enérgico adversario de habitual
irracionalism o alem án, tan to del an terio r a él com o del im perante en su
tiem po. V e perfectam ente claro q u e algo sólo puede ser irracional con
referen cia a o tra cósa, es 'decir, relativam ente irracion al. Y desprecia el
irracionalism o de las vivencias de los pensadores' d e su tiem p o : "Q u ie n
busque 'v isiones’, que vaya al cin e .” ®8 A este propósito, n o d e ja de ser
curioso q u e excluya expresam ente d e esta acusación a Jaspers, el pensador
que m ás tarde dará la pauta a la filo s o fía existen cia!, y a K la g e s. E sto
quiere d ecir que su repulsa Crítica va d irigid a solam ente contra las form as
anticuadas y vulgares d el irracionalism o. Y , cóm o su propia m etod o logía
se h alla em papada de tendencias irracionalistas, nacidas de m otivaciones
esp ecíficam ente im perialistas y que para él resultan insuperables, m otiva­
ciones nacidas del carácter contrad icto rio interno de su propia posición
ante el im perialism o alem án y ante la dem ocratización de A lem ania, M a x
W e b e r se ve obligad o1 a reconocer las form as nuevas y m ás refinad as
del irracionalism o, én parte determ inadas por su m ism a m etod o logía dual.
Y el h ech o de que seguram ente las habría rechazado de habérsele pre­
sentado b a jo su fo rm a prefascista, y m ás aún b a jo su fo rm a fascista
desarrollada, nada dice eh contra de esta Conexión histórico-m etod oló-
gica. D e haber teñido que en fren tarse directam ente con el fascism o, se
habría en contrado artte él — mutatis mutandis— en una situación parecida
a la que hubieron de ad optar ante él S te fan G eo rg e o Spengler.
M ax W e b e r com bate el irracionalism o anticuado de la so cio lo g ía ale­
m ana de los Roscher, los K n ie s y lo s T re itsch k e; se m an ifiesta en contra
del irracionalism o más m oderno, pero todavía sim plista, de un. M ein eck e
y se b u rla de él con las siguientes palabras: "S e g ú n esto, la conducta
hum ana encontraría su sentido esp ecífico en el hecho de ser inexplicable
y, por tanto, incomprensible.” 29 Y se expresa cón la m ism a actitud iró­
nica acerca del concepto d e la personalidad del irracionalism o rom ántico*'
"q u e la 'persona’ comparte en absoluto con los anim ales” . 30 P ero esta
28 M a x W e b e r, Religionssoziologie, p. 14.
29 M a x W e b e r, Gesammelte Aufsätze zur Wissenscbaftslebre, p. 4 6 .
30 Ibid., p. 1 3 2 .

32
498 L A SO C IO L O G ÍA A L E M A N A D EL P E R ÍO D O IM P E R IA L IS T A

ingeniosa y certera p olém ica contra el irracionalism o vulgar p o r entonces


en boga no destruye el m eo llo irracional del m étodo y de la concepción del
m undo de M a x W e b e r. Éste trata de salvar la cien tificid ad de la socio­
lo g ía recurriendo a su ' libertad de v alo res", p ero, al hacerlo así, desliza
to d o lo irracional en las valoraciones, en las posiciones. (B a ste recordar
Su puntualización histórico-so cio lógica acerca de lo racional de la econo­
m ía y lo irracional de la r e lig ió n .)
M a x W e b e r resum e así su punto de v ista: "L a im posibilidad de adop­
tar 'cien tíficam en te’ una actitud p rá c tic a . . . carece de sentido, p o r p rin ­
cip io , ante el hecho de que las. d iferen tes ordenaciones universales del
m undo se h allan en irredu ctible lucha entre sí . . . Si algo sabem os, v o l­
vem os a saber hoy que algo puede ser sagrado, no sólo a pesar de no ser
b ello , sino precisam ente porque y en cuanto que no lo e s . . . y qué algo
puede ser b ello , no sólo a pesar de no ser bueno, sino en aquello en
q iie no lo es; volvem os a saberlo desde N ietzsche, y ya antes de él lo hem os
visto plasm ado en las Fleurs du mal, el tono de poesías de B au d elaire;
y es una verdad de. todos lo s días la de que algo puede ser verdadero, a
pesar de no ser y en cuanto que no es ni b ello , n i santo, ni b u e n o '.. .
D iv erso s dioses se disputan aquí unos con otros, y para todos los tiem ­
p o s. . . Según la p o sición que en d efin itiv a se adopte, lo uno será para
e l in divid uo el d iablo y lo otro dios, debiendo e l individuo optar p o r lo
q u e él quiere considerar com o dios y lo que quiere reputar com o el
d iablo.
"Y así sucede en todos lo s órdenes de la v i d a . . . Los viejo s dioses
m ú ltiples, despojados de su m agia y revistiendo, p o r tanto, la fo rm a de
poderes im personales, salen de sus tum bas, pugnan p o r dom inar nuestras
vidas y com ienzan a lib rar de nuevó entre sí su eterna lu ch a.” 31
' E sta irracionalid ad de las posiciones adoptadas por los hom bres, y pre­
cisam ente en lo que se re fiere a su conducta práctica decisiva, es, según
M a x W e b e r la presente, un hecho fu nd am ental suprahistórico de la vida
social. P ero, tal com o é l ló expone, presenta algunos rasgos esp ecíficos
tom ados del presente. A n te todo, vem os que el retraim iento de la vida
pública,, y con e llo la conciencia del individuo aislado, se convierte en el
ju ez inapelable d e las decisiones, con lo que, anulando hasta la po sibi­
lidad de una instancia o b jetiva, se acentúa todavía más el carácter irracio­
nal de la decisión. Y esta situación del m undo va unida, según M a x
W e b e r, al hecho de que éste se ve "d esp o jad o de su m ag ia” , a la apari­
ción de la prosa m oderna, en la que las figu ras m íticas de los dioses
en disputa pierden su fo rm a m ítico-religiosa-sensible, para m ostrarse sólo
b a jo .su antinom ia abstracta (y b a jo la irracionalidad de su existencia
y en las reacciones subjetivas que p ro v o c a ).

31 lbid., pp. 5 46 s.
MAX W EBER 499

D e este m odo, la concepción del m undo de M a x W e b e r viene a des­


em bocar en el "ateísm o re lig io so ” del períod o im perialista. E l ateísm o
y el abandono de D io s de la vida, ya despojados de su m agia, se presentan
com o la fisonom ía histórica del presente, que aunque deba aceptarse com o
un hecho histórico, tiene que despertar por fuerza una p ro fu n d a desazón
y la p ro fu n d a nostalgia de los viejo s tiem pos, aún no "d esp ojad o s de
m agia” .
E n M a x W e b e r, esta actitud no es tan abiertam ente rom ántica com o en
la m ayoría de los "ateo s religiosos” de su tiem po. E n cam bio, cobra en él
tanto m ayor fu erza plástica la “carencia de perspectivas histórico-sociales
com o la base real de su "ateísm o religioso” . C o m o siem pre, M a x W e b e r
se m uestra tam bién aquí m ás cauto que lo s posteriores críticos de la
cultura que adoptan este m ism o punto de vista, se afan a m ás en no perder
el contacto con la cien tificid ad , lo que hace que la carencia de perspec­
tivas no excluya en él, a limins y a príori, la posibilid ad de una perspec­
tiva, lim itánd ose a negarla para el presente y convirtiend o esta negación
en la característica de la probidad intelectual.
Y este punto de vista es perfectam ente exp licable, a la vista de las
concepciones de M a x W e b e r, tal com o han quedado expuestas aquí, pues,
aun suponiendo que fuese viable cuanto él apetece para A lem ania, ello
no p o d ría hacer cam biar en lo m ás m ín im o su fu nd am ental en ju icia­
m ien to de la realidad so cia l; en fin de cuentas, la dem ocratización de
A lem ania que él propugna no es, a sus o jo s, o tra cosa que una m edida
de orden técnico para el m e jo r fu ncio nam ien to del im perialism o, la adap­
tación de la estructura social de A lem an ia a la de la dem ocracia occi­
dental, que, com o él m ism o ve claram ente, se h alla igualm ente som etida,
en lo que a la esencia de su vida social se refiere, a los m ales que lleva
aparejado el hecho de verse "d e sp o jad a de su m ag ia” , etc.
D e aquí que, al volver su m irada a la ,e s e n c ia de la vida social, no
vea p o r todas partes más que tin ieblas. Y hay que decir que pinta con
colores im presionantes esta situación del m undo. L a m ás alta virtud del
sabio es, nos dice, " la sencilla probidad in telectu al” . " Y ella nos ob lig a
a afirm ar que la situación ante la que se encuentran, hoy, los m uchos
que esperan afanosam ente el advenim iento de nuevos p ro fetas y m esías
es la m ism a que resuena todavía en nuestros oíd os com o un eco de aquel
herm oso him no edom ítico de los vigías de los días del exilio, recogido
en el oráculo de Isaías: ’D anm e voces de S e ir: G uarda ¿qué de la n o ch e?
. . .L a m añana viene, y después la no ch e: si queréis, preguntad ; volved,
venid.’ Y el pueblo a quien ésto fu e dicho indagó, en efecto , y siguió-inda­
gando durante más de dos m ilenios, y sabem os cuál ha sido su terrible suer­
te. D e donde debem os extraer la enseñanza de que no basta con obstinarse
y anhelar, y proceder de otro m o d o : entregarnos a nuestro trab ajo y hacer
honor, tanto en lo hum ano com o en lo p ro fesion al, a las 'exigencias del
500 LA S O C IO L O G ÍA A L E M A N A D EL P E R ÍO D O IM P E R IA L IS T A

d ía’ . Las cuales son claras y sencillás,- si cada uno sabe encontrar y escu­
ch ar al dem onio que sostiene e l h ilo de su vid a.” 32 N o es d ifíc il ver que
M a x W e b e r lleva la carencia de perspectivas del "ateísm o relig ioso” ,
resueltam ente, m ás allá q u e D ilth e y y que el p ro p io Sim m el. C on esta
actitud puede entroncarse d irectam ente e l n ih ilism o de los pensadores
existencialistas, com o se entroncará, en efecto, al lleg ar a Jaspers.
P o r donde M a x W e b e r sólo expulsa al irracionalism o d e la m etod o lo­
g ía, del análisis de los hechos concretos, para introd u cirlo com o la base
filo só fica de su concepción del m undo, con u n a d ecisión hasta entonces
desconocida en A lem ania. P o r otra parte, esta elim inació n d el irracio-
nalism o del cam po de la m etod o logía no es tam poco, ni m ucho m enos,
total.
P o r cuanto que la sociología de M ax W e b e r lo relativiza todo al
reducirlo a los tipos racionales, su tipo de Fü h rer no trad icional, que
adquiere este rango gracias a su "carism a” personal, es tam bién algo pura­
m ente irracionalista.
P ero, aun prescindiendo de esto, no cabe duda de que los razonam ien­
tos expuestos más arriba m arcan p o r vez prim era, con trazos reales, la
transición del neokantftm o im perialista a la irracionalista filo s o fía exis-
tencial. P o r eso no tiene nada de extraño que Jaspers descubra en M a x
W e b e r un nuevo tipo de filó so fo . C on cuánta fuerza expresa M a x W e b e r,
en este punto, la tendencia general de^'la intelectualidad alem ana más
cultivada (y , en lo p o lítico , orientada hacia la izqu ierd a) d el período
im perialista; hasta qué punto su rigurosa cien tificid ad n o es m ás que un
cam ino hacia la d efin itiv a instauración del irracionalism o en la concepción
del m u nd o; cuán ind efensos se hallaban, pues, los m ejo res intelectuales de
A lem ania ante el asalto d el irracionalism o, lo dem uestra — p ara p oner
solam ente un ejem p lo — e l sigu iente p asaje d e una carta de W a lte r R a-
th én au : "Q u erem o s lle g a r con el len g u aje y las im ágenes del intelecto
hasta las puertas d e la eternid ad ; n o para derribarlas, sin o para acabar
con el intelecto, al realizarlo.” 33 D e esta actitud al p red om inio absoluto
del irracionalism o no m ed ia ya m ás que un p aso : la renuncia resuelta
a este "ro d e o ” a través del intelecto y la cien tificid ad . Paso que no se
hará esperar m ucho. E n el fo n d o , Sp en g ler no hará m ás que construir,
con su estilo de diletante y su abierta m ito lo g ía, el m ism o tránsito del rela­
tivism o extrem o a la m ística irracionalista qüe M a x W e b e r expone a
m anera de una con fesión , en su paso de la ciencia exacta a la concepción
del m undo.

-- lUd., p. 5 5 5 .
33 W a lte r R ath enau , Briefe, D resd e, 1 9 2 7 , p . 1 8 6 .
A LFRED W E B E R , M A N N H E IM 501

La ind efen sió n de la so cio lo g ía liberal


(A lfr e d W e b e r, M a n n h e im )

La c o n c e p c ió n de la sociedad en M a x W e b e r adolece, com o hem os


visto, de una p ro fu n d a con trad icció n : d e u n a parte, afirm a, fre n te a la
reacción prusiana y de los ju nkers, la necesidad de una evolución dem o­
crática de A lem ania, aunque sea, ciertam ente, al servicio de un im peria­
lism o alem án m ás efica 2 ; de o tra parte, adopta una actitud crítica ante
la dem ocracia m oderna y la cultura capitalista en gen eral y se acredita un
hondo pesim ism o con respecto a ellas. E sto h a ce ,q u e sus pronósticos y sus
perspectivas seán tam bién necesariam ente contradictorias. Y a hem os escu­
chado su utop ía reaccionaria de un cesarism o dem ocrático. P ero, jú n to
a ello , expresa, después de la derrota de A lem an ia en la prim era G uerra
M u n d ial, la clára concepción de que las posibilidades d e un im perialism o
alem án h a n quedado destruidos para m ucho tiem po y de que el p u eblo ale­
m án d eberá resignarse á esta situ ación : la dem ocracia aparece, en relación
con esto, com o la fo rm a p o lítica de ese estado d e resignación y, al m ism o
tiem po, com o él dique m ás efica 2 con tra el m ovim iento obrero revolu­
cionario. Y la m ism a contrad icción hem os p o d id o apreciar m ás arriba, en
cuanto a l p roblem a del irracionalism o en la m etod o logía, d e una parte,
y d e o tra en la concepción del m undo.
E sta contrad icción la hereda de M a x W e b e r la so cio lo g ía alem ana del
períod o d e posguerra, en la m edida en que se apoya en el pensam iento
dem ocrático, p o r muy tenue que éste sea. E l más caracterizado represen­
tante de ésta fo rm a de tran sició n es A lfre d W e b e r, herm ano de M a x y
m ás jo v en que éste.
S in em bargo, el dualism o en tre el racionalism o y el irracíonalism o
aparece, e n él, desde e l prim er m om ento (y a e n el períod o de antegue­
r r a ) , estructurado de Otro m o d o ; A lfred W e b e r se h alla fu ertem ente
in flu id o p o r B erg só n y otros pensadores ¡rracionalistas adscritos a la
filo s o fíá d e la vida. E sto quiere d ecir que con cibe todo lo racional,
todo lo cie n tífico , de un m odo m ás radical que M a x W e b e r, com o algo
puram ente técnico, pragm ático-agnosticista, com o un m edio au xiliar pura­
m ente extern o , técnico, ya que, según é l, sólo puede e xistir una v ía de
acceso al "h ab itácu lo ” m uerto de las exteriorid ades del ser, y este acceso
a la "v id a ” lo fo rm a la "v iv en ciá” inm ediata, en su irracionalidad. P e ro
A lfred W e b e r no por e llo rom pe radicalm ente con toda ciencia en nom ­
bre de la vivencia, com o ya antes de la guerra lo hab ían hecho los dis­
cípulos d e Stefan G ebrge, ni asigna tam poco el p roblem a de la irracion a­
lidad, com o su herm ano, a l cam po extracien tífico de la concepción del
502 L A SO C IO L O G ÍA A L E M A N A D E L P E R ÍO D O IM P E R IA L IS T A

m undo. In ten ta encontrar u n a "sín te sis” : el "esclarecim ien to ” discursivo


de lo irracional, pero sin racionalizarlo; una cien tificid ad que es, por su
p ro p ia esencia, an ticien tífica. C o n lo que la contradicción de M a x W e b e r
se reproduce, elevada a u n plano superior.
P ero no se crea que se trata sim plem ente de una d iferencia entre dos
individualidades. Esta p o sición de A lfre d W e b e r era, antes de la guerra,
la d e un solitario. L a agudización de las luchas de clases, la situación de
crisis d e la burguesía, e l fo rtalecim ien to de las tendencias conscientem ente
revolucionarias en el m ovim iento obrero de todo el m undo, la existencia,
el crecim iento y e l fo rtalecim ien to constante de la sociedad socialista en la
U n ió n Soviética, abren en la reacción de las ideologías burguesas, com o
veíam os a l analizar la filo s o fía de la historia de Sp en gler, e l cam ino hacia
una nueva y desarrollada consideración irracionalista de los problem as
sociológicos. D e una parte, surge en las ciencias de la sociedad y de la
h istoria un "m éto d o ” irracionalista, la tip o lo g ía diltheyana-m axw eberiana
se d esarrolla hasta convertirse en una "m o rfo lo g ía ", en una "te o ría de las
fo rm as” filo só fico -so cial; de o tra parte, vem os cóm o en las violentas Ip-
chas de clases que com ienzan a librarse al fin a l de la guerra en to rno a
la nueva república, e l irfacionalism o aparece cada vez m ás com o el escudo
ideológico de la decidida reacción. A h o ra bien, com o la m etod o logía de
A lfre d W e b e r com parte las tendencias de la reacción de posguerra en cuan­
to al problem a del irraciónalism o, pero em peñándose al m ism o tiem po en
h acer de ellas el fu ndam ento sociológico de un nuevo m ovim iento dem o­
crático, su difuso y vacilante eclecticism o adquiere, transitoriam ente, una
am plia significació n.
A lfred W e b e r com parte con su herm ano la apreciación del régim en
existente en A lem ania, por oposición al dé las dem ocracias occidentales,
lo que le separa nítid am ente de la reacción abierta, la cual idealiza la
situación alem ana. Y se m antiene, adem ás, ,en este terreno, al m argen de
todas las m itologías históricas. La d iferencia no radica, para él, en los
caracteres nacionales, sino en los destinos históricos de las naciones. V e
todos los b en eficio s que reportó a las culturas occidentales el hecho de
haberse plasm ado com o naciones en relación con grandes m ovim ientos
revolucionarios, m ientras que " a nosotros, la creación com o nación-Estado
nos fu e regalada” ."14
E n estas palabras va im p lícita la repulsa m ás o m enos resuelta de
las teorías historiográficas de la reacción. P ero esta repulsa, fru to de las
ideas liberales de A lfre d W e b e r, no tardará en ser revocada y convertida
en una tendencia reaccionaria. Pues A lfre d W e b e r se h alla tam bién fu e r­
tem ente in flu id o p o r la crítica que se hace d e la m oderna dem ocracia 4

S4 A lfr e d W eb er, Ideen zur Staats- und K ultursoziologie, K a r ls r u h e , 1927,


p. 120.
A LFRED W E B E R , M A N N H E IM 503

burguesa y q u e va unida siem pre e l irracionalism o. (B a s te señalar las


relaciones entre S o rel y B e rg so n .) E sta crítica trasluce bien claram ente la
degradación reaccionaria del liberalism o. E l dem ocratism o tantas veces
proclam ado se ve traicionado ignom iniosam ente p o r el m iedo a las p o si­
bilid ad es socialistas de una dem ocracia llevad a hasta sus últim as conse­
cuencias. A lfre d W e b e r se suma, en este pu nto, a la corriente gen eral
im perialista tan e n b o g a de aquellos crítico s d e la dem ocracia que reducen
la p ro blem ática d e ésta a su fo rm a de m asas. P o r tanto, en vez d e criticar
resueltam ente — que sería e l p ro blem a real— los lím ites burgueses, cap i­
talistas, d e la dem ocracia presente, retroced e aterrad o ante las consecuen­
cias socialistas de esta crítica y se vuelve co n tra e l carácter de m asas d e la
dem ocracia, con lo que su crítica aflu y e necesariam ente — pese a todas
las reservas— a la corriente g en eral d e la reacción. Y esto le llev a d e
nuevo a las m ism as posiciones q u e, com o veíam os, h ab ía qu erid o reh u ir:
las de la m isión universal reservada a l atraso social de A lem ania. P o r
eso le vem os ahora sostener q u e A lem an ia tie n e ante sí la p osibilid ad d e
segu ir u n nuevo cam ino, e l que to d a la hum anidad busca.
V éase, pues, cuán tenaz es aq u ella trad ició n alem an a reaccionaria que
tom a su pu nto d e partid a de la con sig n a bism arckiana de la u n ió n d e la
nación alem ana para llegar, provision alm ente, a su apogeo, durante la p ri­
m era G u erra M u n d ial, en la divisa d e " l a esencia alem ana salvará al
m u nd o” ; la concepción de que son precisam ente lo s aspectos q u e m arcan
el atraso de A lem ania con respecto a l d esarrollo dem ocrático occid ental
los que constituyen la fu en te de su superioridad internacio nal, d e su
m isión para asum ir el papel de g u ía del m undo entero. L a posición esp e­
c ífic a de M a x W e b e r debíase en buena parte a q u e se h allab a lib re de
este p re ju icio chovinista; A lfre d W e b e r, que en su en ju iciam ien to d e la
historia de A lem ania coincidía en lo esencial co n su herm ano, se desvía
d e este cam ino de la apreciación sobria y serena de la realidad precisa­
m ente cuando se trata de extraer las consecuencias decisivas, y capitula ante
la concepción reaccionario-chovinista, a la que hace im portantes concesio­
nes. Y esta capitulación arro ja una clara luz sobre su vacilante e inconse­
cu ente po sició n , m etod ológicam ente vinculad a a la endeblez de la d em o­
cracia e n la R ep ú blica d e W e im a r y m etod o lógicam ente un id a a su
irracionalism o ecléctico y desorientado.
Q ued a determ inada, así, la tarea de la so cio lo g ía d e A lfr e d W e b e r.
P arte d el hecho de que nos encontram os an te una situación m undial
to talm ente nueva. H ay en la h isto ria d el pensam iento, según é l, tre s p e­
ríodos, y nos hallam os a com ienzos del tercero. P o r e llo hay q u e rom per
p o r com pleto, necesariam ente, a ju ic io d e A lfr e d W e b e r, co n las trad i­
cion es clásicas. F ilosó ficam en te, este sociólogo se entro nca con la trad ició n
ya analizada p o r nosotros, la trad ició n de lu ch a contra D escartes y e l
racionalism o derivado de él, trad ició n que arranca del S ch e llin g de
504 LA S O C IO L O G ÍA A L E M A N A D E L P E R ÍO D O IM P E R IA L IS T A

la ú ltim a época y term ina en el fascism o. Y ve la cultura del fu turo en el


advenim iento de un "p erío d o 'poscartesiano” . E n este punto, no d e ja de
ser interesante su fundam entación. D ice , refiriénd ose a la herencia del
idealism o alem án : "P e ro éste conduce, por paradógico que ello parezca, al
planteam iento m aterialista del p roblem a y a continuas avenencias con
el m aterialism o h istó rico .” 35 Y hace violentos reproches a T ro eltsch , acu­
sándolo de estas avenencias.
T am b ié n eh este aspecto m antiene la concepción de la h istoria de A lfre d
W e b e r la m ás estrecha afin id ad con la extrem a reacción. A l tratar de la
disputa en to rno a H eg el, veíam os cóm o la trayectoria de esta repulsa
del períod o clásico v a desde L agard e hasta B aeu m ler. Pues b ie n , cuanto
más se acerca esta trayectoria al hitlerism o, co n m ayor insistencia se a fir­
m a, en ella, que e l m aterialism o histórico se h alla p rofun dam ente en trela­
zado, en una alianza espiritual, co n la id eo lo g ía d el p erío d o clásico;
R osén berg lo proclam a así, refirién d ose claram ente a la connivencia entre
H e g el y M arx.
■Es éste un p roblem a de gran im portancia p ara el d esarrollo d e 'l a
cultura alem ana, y vale j a pena detenerse un m om ento en él. L a tendencia
a exclu ir a M a rx y al m arxism o de Ja cultura alem ana e ra ,»d esd e el p ri­
m e n m om ento, Una tendencia aparejada a toda reacción' antidem ocrática,
aunque Cualquiera que estudiase el p roblem a con cierta im parcialidad
te n ía que convencerse necesariam ente de cuán profun dam ente enlazado se
h allab a el m arxism o con la id eo lo g ía del p eríod o de flo recim ien to de la
cu itu ta alem ana, con el períod o que va de Lessing a H ein e y de K a n t
a H e £ e l y a Feuerbach. D u ran te largo tiem po, fu e p osihle m achacar
sobre el tó p ico de que el m arxism o era u n producto " n o alem án” . P ero
lá agudización de las luchas de clases, y sobre todo el p rim er debate
teóricó-práctico en torno a los problem as de la dem ocracia y del socia­
lism o, im puesto p o r la pérdida de la prim era G u erra M u n d ial, vino a
crear en este punto una nueva situación, cuya expresión ideológica ten e­
m os en el punto de vista de A lfre d W e b e r citado más arriba. L a concien­
cia de este entronque entre el períod o clásico y el m arxism o fu e un
resultado necesario del d esarrollo social o b jetiv o , pues este problem a — ex­
ceptuando tan sólo a Franz M e h rin g — no lle g ó a plantearse, o se planteó
m uy d ébilm ente, en la literatu ra d e la socialdem ocracia. Y es extraord i­
nariam ente sig n ificativ o, tan to desde el punto d e vista m etod o lógico com o
desde el pu nto de vista social que A lfre d W e b e r contestase a este certero
planteam iento del entro nqu e real con la repulsa de todo el p eríod o clásico
en b loqu e. M etodológicam ente, se extraen con ello, las consecuencias de
la p osición irracionalista fu n d am en tal; si el porvenir d e la cultura depende
del advenim iento de un "p erío d o poscartesiano” , es perfectam ente con-

“5 lb'id., p. 23.
ALFRED W EBER, M A N N H E IM 505

secuente arro ja r todo el períod o que va de L essing a H e in e al m ontón


de los trastos v iejo s y ver en M a rx la cu lm inación -— igualm ente repudia-
b le— de esta trayectoria "cartesian a” . L a lucha con tra el m arxism o im po­
ne, cabalm ente, la ruptura con las m ás grand es tradiciones de la cultura
alem ana. ( N o tien e la m en or im portancia, e n lo que a la lín ea fu nd am en­
tal de razonam iento se refiere, e l hecho d e que la dem agogia fascista
estatuya ciertas excepciones, sobre todo la d e H ö ld erlin y, en parte, la
de G o e th e .)
T a m b ié n a propósito de esta m e to d o lo g ía podem os observar u n a vez
más cóm o, en el períod o im perialista, pu ntos de p artid a exactos — aquí,
el entronqu e de M a rx co n el p eríod o clásico— conducen a las m ás falsas
y funestas conclusiones — en este pu nto, a la repudiación de todo el
p erío d o clásico— . L a base o b je tiv a la sum inistran, aqu í, las luchas
de clases libradas en el seno de la R ep ú b lica de W e im a r. E n el curso, de
estas luchas, se hace cada vez m ás evidente que só lo apoyándose en las
fuerzas d e la clase obrera revolu cionaria es p o sible m antener realm ente
en p ie y desarrollar la dem ocracia, q u e conduce necesariam ente a los
d erroteros del socialism o. Y , a su vez, la "d em ocracia” que se d efiend e
con tra este asalto, no puede sostenerse sin e l apoyo de la extrem a reacción.
E n éstas condiciones, el m argen social d e u n a dem ocracia de tip o pura­
m en te occid ental (p o r el estilo d e la in g le sa ) se hace cada vez más
estrecho. A n te los ideólogos de esta lín e a interm edia lib eral, en tre los
que se cuenta A lfre d W e b e r, surge, así, el p ro blem a d e salvar su con­
cepción lib eral de la dem ocracia, lo que sólo es p o sible m ed iante el más
estrecho contacto con la reacción y la lucha resuelta contra la izquierda,
unida a la repulsa — necesariam ente inoperante— d e las exigen cias des­
caradas de la reacción más extrem a. Este ú ltim o p rin cip io cobra clara
expresión en la sociología irracionalista de A lfre d W e b e r. L a enérgica
lucha contra la izquierda, contra las,v erd ad eras fuerzas de la dem ocracia,
le lleva a enlazar la repulsa lagardeana y la crítica nietzscheana del períod o
clásico con e l intento de aplastam iento d el m arxism o. Y el que fu era
precisam ente en este terreno donde se abrió e l cam ino para la id eo lo g ía
fascista, p ara las teorías de la h isto ria y la cultura de los B aeu m ler y los
R osenberg, no es sino uno de tantos hechos, nada escasos, que vienen a
co n firm a r la trayectoria q u e llev a a ciertos lib erales convencidos, en los
p eríod os d e crisis — y precisam ente en virtu d de su id eo lo g ía lib eral—
a conv ertirse en desbrozadores d el cam ino p o r e l q u e m ás tard e m archará
la id eo lo g ía d e la m ás extrem a reacción.
H e aquí p o r qué la repulsa d el m aterialism o histórico en A lfre d W e b e r
es m ás v io len ta y apasionada que en M a x W e b e r y en T ro eltsch . V e e n la
racionalización gen eral el carácter fu nd am ental d e la sociedad presente,
lo m ism o que su herm ano, pero d e u n m odo to d av ía m ás radical, m ás
enérgicam ente desligado d e to d a consid eración d e la econom ía y hasta
506 LA SOCIOLOGÍA ALEMANA DEL PERÍODO IMPERIALISTA

repudiando radicalm ente ésta. P ero e l hecho de que haya sido precisam ente
e l capitalism o e l causante de esta racionalización constituye, a sus o jo s,
un "azar histórico, pues exactam ente lo m ism o h ab ría podido s e r . . . el
Estado e l que em prendiera la racionalización g e n eral” .3® (T a m b ié n en
este desprecio radical p o r la vida económ ica, p o r los m otivos económ i­
cos, en el que, a su vez, se trasluce claram ente q u e el verdadero adversario
es, para él, el socialism o, el m arxism o, prepara A lfre d W e B e r el terreno
para la id eología fa scista .)
Y estas razones son las q u e le llevan a reclam ar fo rm as totalm ente nue­
vas para la so cio lo g ía: al nueVo m étodo de la so cio lo g ía cultural intuitiva.
E sta nueva sociología descansa sobre e l hecho d e q u e el m undo aparece
desdoblado en tres cam pos con "d ife ren tes tendencias d e d esarrollo” : el
proceso de la sociedad, el proceso d e la civilización y el m ovim iento de
la cultura. A dviértase cuánta im portancia adquiere aquí la falsa contra­
posición entre civilización y cultura, q u e T o en n ies fu e el prim ero e n situar
en u n lugar central. P ero tam bién hasta q u é punto esta contraposición se
ha ido desarrollando, desde lo s tiem pos de T o e n n ies, en un sentido reac-
cionário-irracionalista. La crítica rom ántico-anticapitalista de la cultura
del presente se ha convertido en la antítesis m ecánicam ente ta ja n te entre
la cultura y la vida económ ico-social, en la afirm ación de una to tal h ete­
rogeneidad de la cultura con respecto a todas las dem ás tendencias y
fuerzas de d esarrollo de la . hum anidad, en u n fe tich e m istificad o para
intelectuales decadentes que se apartan m edrosa y artificialm en te de la
vida pú blica de la sociedad.
E l análisis del proceso de la civilización só lo conduce, según A lfred
W e b e r, a la continu ación de la trayectoria b io ló g ica de desarrollo d e la
hum anidad, "p b r m ed io de la cual sólo obtenem os y am pliam os nuestra
existen cia natural”.31 D e una parte, este d esarrollo nada tien e que ver,
por principio, con la cu ltu ra; ésta no brota ya com o la m ás alta floración
del desarrollo de la hum anidad, sino que se concibe com o algo radical­
m ente independiente de la existen cia física y social de los hom bres. Y ,
de otra parte, el carácter de la cultura, com o la cúspide del ser hum ano, se
contrapone polém icam ente a todas las dem ás m anifestaciones de la vida.
A lfre d W e b e r es perfectam ente consecuente co n su criterio cuando sólo
considera com o form as de la cultura la obra de arte y la idea y al artista
y al p ro feta com o sus exclusivos exponentes. P ero com o, según hem os
de ver, esta sociología de la cultura, que proclam a com o verdadero con­
tenido una total abstención de la conducta social y que, por tanto, no
puede penetrar nunca en la esencia del problem a, apela sin em bargo a
lo social, surge un im portante n exo espiritual de enlace entre A lfre d
W eber, lá escuela ,de S tefan G eo rg e y el h itle rism o : bastará con que H itle r

36 Ibid., p. 84. 37 Ibíd., p p . 3 8 ss,


ALFRED W EBER, MANNHEIM 507

y R osen berg in fu n d an ai "p ro fe ta ” un contenido claram ente reaccionario


para que esta trayectoria d e la sociología irracionalista alcance su apogeo
en el sentido del fascism o. (A n á lo g o a éste es el entronqu e entre el "ca-
rism a del Fü h rer” e n M a x W e b e r y la ciega adoración del F üh rer p ro cla­
m ada p o r H itle r .)
E sta contraposición d e cu ltu ra y civilización coincide, en A lfre d W e ­
b er, con la que m ed ia en tre la em oción y el intelecto, entre la intuición
irracional y e l racionalism o. T o d a evolución es racionalista y sólo tien e
u n sentido m etod o lógico Fuera d el cam po de la cu ltu ra; la cultura no
conoce n in gu n a clase de d esarrollo, d e p ro g reso ; só lo hay e n e lla una
"co rrie n te viva” , entendid a á la m anera auténticam ente bergsoniana. A l­
fre d W e b e r rechaza, aquí, toda perspectiva, to d o "p ro n ó stico de la cu ltu ­
ra” d el p o rv en ir; e l fu tu ro es — visto de un m odo consecuentem ente
irracionalista— un m isterio. L o que haya de traernos es "u n a sim ple o rie n ­
tación en e l presente” .38
L lam a la atención, lógicam ente v ista la cosa, aunque n o puede sor­
prendernos, p artiend o de las prem isas d e este sociólogo, el q u e no se dé
cuenta d e la contrad icción que aquí surge. Pues si la cultura es, com o
é l m ism o subraya a cada paso — com o buen bergsoniano— , u n a "co rrie n ­
te ” , ¿cóm o cabe en e lla u n a orientación sin h ab er investigado en qué
d irección se m ueve (p ro b le m a que entraña el de la p ersp ectiv a) ? L a
m isió n de la so cio lo g ía consiste, segú n A lfre d W e b e r, precisam ente en
form arse una visión de esta "co rrie n te ” y expresarla en "sím b o lo s intu i­
tiv o s” . Y , sobre esta base, puede contestar a la pregun ta d e ¿dónde nos
encontram os? A lfre d W e b e r renuncia, pues, conscientem ente a la " d ig ­
nid ad ” cie n tífica de la sociología, yunque entiend e que, sobre tales bases,
cabe, sin em bargo, establecer una síntesis y un análisis, cifrad o s en la
intuición, pero que nada tien en que ver con la exp licación causal. H u elga
d ecir cuán cerca se h alla esta nueva sociología de la filo s o fía existencial
d e H eid egger y Jaspers.
A h ora bien, por lo que se refiere al problem a central concreto de
A lfre d W e b e r, a su constelación actual, es decir, a la posición que actual­
m ente ocupam os en la historia, su diagnóstico coincid e am pliam ente con
e l de M a x W e b e r: m ecanización, aparatización, carácter de m asas de la
existen cia; pero a e llo hay que sum ar, ahora, el pronóstico de la in ex o ra­
bilidad de estas form as sociales d e vida. T am b ié n la dem ocracia es, a
los o jo s de A lfred W e b e r, parte de este proceso de civilización. E ste nuevo
sociólogo la caracteriza, yendo ya en esto m ás allá que M a x W e b e r, com o
" l a dom inación de la voluntad de p oder de la p o lítica p o r fuerzas eco­
nóm icas ajen as al esp íritu ” .39 L o que, naturalm ente, guarda u n a estrecha
relación co n su repulsa del "carácter de m asas de la existen cia” , b ajo

38 Ibíd., p. 9. 39 Ibíd., pp. 126 y 104.


508 L A SO C IO L O G ÍA A L E M A N A D E L P E R ÍO D O IM P E R IA L IS T A

la dem ocracia. D e este diagnóstico em ana, sin em bargo, la perspectiva es­


p ecial de la sociología de A lfre d W e b e r. Éste dice, refirién d ose al destino
de la dem ocracia y a nuéstros deberes en su estructuración, que és nece­
sario ahondar hasta un estrato más p ro fu n d o ; y surge, así, el verdadero
p ro blem a: “H ay que separar las partes d eí pensam iento dem ocrático que
se derivan sencillam ente de la trayectoria de la autoconciéncia hum ana
de las que nacen del aparato interm edio racional del pensam iento y la
intuición civilizadores.” 40 O , lo que es lo m ism o hay que penetrar, por
la intuición, en los "h ech o s prim arios de la vida” . L o cual, form u lad o
en térm inos concretos, vale tanto com o d ecir: los fenóm enos son la civ i­
lización ; los hechos prim arios, en cam bio, e l "d irig ir” y el "s e r d irig i­
dos” . P o r donde el problem a central de la dem ocracia estriba en crear
una nueva capa de dirigentes.
E n estas posiciones de A lfre d W e b e r se vislum bra todavía cierto in stin ­
to dem ocrático certero, p o r cuanto que critica, refirién d ose al d esarrollo
de A lem ania, el hecho de que las capas b ajas no tengan acceso a la direc­
ción de los asuntos públicos. P ero, al tratar de traducir este concepto, en
soluciones positivas, no acierta a o frecer más que confusas utopías reaccio­
narias. Y nada tien e de extraño que sea así, pues ello responde necesaria­
m ente a su m odo de p lantear el p roblem a y a la base social sobre que
este p lanteam iento descansa. C om o nó es casual tam poco el hecho de
que el p ro blem a de la dirección fu ese planteado precisam ente p o r los
sociólogos de aquellos países en los qué no h ab ía llegad o a desarrollarse
la dem ocracia burguesa (p o r M a x W e b e r en A lem ania y P areto en
I t a lia ) .
M a x W e b e r h ab ía llegado a ver claram ente — en sus análisis concre­
tos— que precisam ente aquel desarrollo adém ocráticó, seudoparlam entatio,
d e A lem ania d ebía traer com o consecuencia una selección defectuosa y
fatal de los d irigentes; y d é aquí partía,- po líticam ente, para e xig ir la
dem ocratización, la parlam entarización de A lem ania. P ero, al condensar
teóricam ente sus concepciones, se d ejaba llevar tam bién aquí d e una m ís­
tica irracionalistá.
C om o es sabido, M a x W e b e r, en su sociología, consid era-especialm ente
la m isión del d irigenté dem ocrático com o un "carism a” , term in o lo g ía en la
que sé expresa ya el carácter conceptualm énte n o esclarecido d el d iri­
gente, captado de u n m odo irracionalista. Y e llo eirá inev itable, para M ax
W e b e r, pues si — siguiendo la m etod o logía d e la historia d e R ick ert, para
la que só lo existen fenóm enos sueltos— , nos preguntam os p o r q u é lle ­
garo n a conv ertirse en dirigentes u n P ericles o u n Ju lio C ésar, u n C róm -
w ell o u n M arat, y tratam os d e generalizar sociológicam ente las respuestas
histérico-ind ividu ales á esta pregunta, surgirá e l concepto d el "carism a” ,

40 Ibid., p. 113.
ALFRED W EBER, M A N N H E IM 509

que viene, sobre poco m ás o m enos, a plasm ar en un seudoconcepto nues­


tro asom bro incapaz de lleg ar a com prender, es decir, algo irracional. E n
cam bio, H eg el, cuando en su tiem po hablaba del "in d iv id u o histórico-uni-
versal” , n o p artía del individuo, sino del p roblem a planteado p o r la
h isto ria a una época o a una nación, considerando com o "h istórico -univer-
s a l” al individuo que se revelaba capaz para resolverlo. H eg el sabía
p erfectam en te que la cuestión de que fu era el individuo X o Y el que
llegara a convertirse, de hecho, en el "in d iv id u o h istórico-u niversal” , entre
los que, com o posibilidad, contaban con el grado de conciencia y de en er­
g ía necesario para ello, entrañaba un elem ento de inevitable azar. M ax
W e b e r, p o r su parte, al plantear el p roblem a precisam ente desde el punto
de vista de éste inevitable azar, buscándole cabalm ente una "so lu ció n ” en
este terreno, ten ía que arribar necesariam ente al seudoconcepto, en parte
abstracto y en parte m ístico-irracional, del "carism a” .
Entretanto, el m aterialism o histórico se había encargado de esclarecer
el p roblem a m ism o hasta m ucho más allá del lím ite a que había llegado
H e g el. E l análisis de las luchas de clases y de la diversa com posición
y estructura de las clases, que v a ría ,’ además, con arreglo a los distintos
períodos históricos, países y grados de d esarrollo, o frece la posibilidad
m etod ológica de p lantear y resolver con toda claridad aqu ello que en
este p ro blem a es auténticam ente cien tífico y susceptible de solución,
en el sentido de que la lucha económ ica y p o lítica d e una clase va siem pre
unida al desarrollo de Una capa de d irigentes cuyo tip o, com posición,
selección, etc., hay que explicarse cien tíficam en te partiendo de las cond i­
ciones d e la lucha de clases, de la com posición, el g rad o de desarrollo,
etc., de la clase, de la acción m utua en tre la m asa y los dirigentes, etc.
E n la o b ra de L en in titulad a ¿Qué hacer? tenem os el m odelo de este
tipo d e análisis, en cuanto al contenid o y al m étodo.
P ero a la sociología burguesa le estaban vedados, de antem ano, los
resultados y los m étodos de esta m anera de p lantear e l problem a. N o sólo
po rqu e esta sociología rechazaba p o r p rin cip io la lu ch a de clases (p u es,
pese a esta actitud, hab ría podido rem ontarse, p o r lo m enos, hasta la
claridad d e H e g e l), sino porqu e e l p ro blem a se planteaba, para ella
— más ó m enos conscientem ente— p artiend o d e la op osición con tra la
dem ocracia que avanzaba, porque, desde el p rim er m om ento, h acía des­
cansar e l problem a, m etodológicam ente, no en la acción m utua en tre los
dirigentes y las masas, sino — en m ayor o m en or m edida— en el antago­
nism o en tre aquéllos y éstas. Y estas razones de clase h acen que el p ro ­
blem a se p lan tee en térm inos a la vez abstractos e irracionalistas, reducien­
do los problem as de la dem ocracia a la cuestión d e lo s dirigentes. Y es
claro que, así estrechado y deform ad o e l pro blem a, sólo p o d ía encontrar
soluciones deform adam ente ir racionalistas, antidem ocráticas.
D o n d e más claram ente se ve esto es en el conocid o lib ro de R o b ert
510 LA SOCIOLOGÍA ALEMANA DEL PERÍODO IMPERIALISTA

M ich els sobre la sociología de los partidos. Para rebajar la dem ocracia, y
especialm ente la dem ocracia obrera, se elevaban al plano de "leyes socio­
lógicas” los fenóm enos introducidos p o r el reform ism o en los partidos
socialdem ócratas y en los sindicatos colocados b a jo su in flu en cia. D e un
fenóm eno esp ecífico correspondiente a una parte del m ovim iento obrero
en el períod o im perialista se deducía Ja "le y ” de que las masas no podían
destacar de su seno una capa adecuada de dirigentes.
H em os puesto de m anifiesto , en M a x W e b e r, la contraposición entre
la crítica concreta po lítico-h istórica, en la que señalaba, refiriénd ose a la
A lem ania guillerm ina, la incapacidad del absolutism o disfrazado de de­
m ocracia para lleg ar a fo rm ar una capa de dirigentes, y su sociología
"carism ática” m ístico-irracionalista. E l m ism o o parecido antagonism o in ­
terno encontram os tam bién en A lfred W e b e r. C on la d iferen cia de que,
en éste, la crítica del atraso dem ocrático de A lem ania es puram ente epi­
sódica, m ientras que la m ística irracionalista abarca, no sólo la selección
de los dirigentes, sino todo el problem a de la dem ocracia y su dirección.
A lfred W e b e r apela a la juventud, exig e que se separe, en la selección
de los dirigentes, la p^uta personal de las ingerencias de ios partidos, y
reclam a el establecim iento de "u n a norm a aristocrático-espirituál pletórica
de contenido y bien delineada en cuanto al carácter” .41 N o acierta a
decir, p o r supuesto, cuál sea el contenido de sem ejante norm a, toda vez
que el contenido, según su teoría, es in d efin ible, pura "v iv en cia” . P o r
donde el pretensioso vuelo de su nueva sociología viene a parar, a la
postré, en la sugerencia, carente de todo fundam ento, de la visión de
un nuevo rum bo, con confusas alusiones a una com pleta transform ación
en lo que a la concepción del m undo se re fiere y Con el llam am iento a
una "generación que no sería concebible sin N ietzsche, su m aestro” ,42
aunque un N ietzsche sin la "b e stia rubia” . H e aquí la "b a se ” sobre la
que los nuevos hom bres deberán crear la colaboración p acífica entre los
pueblos.
P o r muy confusas que sean estas consideraciones y muy pobres y ecléc­
ticos los resultados discursivos que de ellas se derivan, es evidente que
sem ejantes intentos de una sociología de la dirección y de los dirigentes
tienen una im portancia nada desdeñable para la fo rm ación de una at­
m ósfera espiritual fav orable a la creación de la m ística nazi del Führer.
Se sientan las bases m etodológicas para ello, al convertir todo este com ­
p lejo de problem as en el o b je to necesariam ente irracional de vivencias
subjetivas. N o cabe duda de que, sin esta atm ósfera, jam ás hab ría llegado
la teoría fascista del Führer ha encontrar acogida entre la intelectualidad.
Y en nada altera la conexión o b jetiv a en cuanto a la evolución de la
ideología alem ana hacia el fascism o el hecho de que el carácter vivencial-

41 Ibid., p. 130. 42 lbid., p. 141.


ALFRED W EBER, MANNHEIM 511

irracionalista de la selección 'de los dirigentes en el m ovim iento hitleriano


fuese sim plem ente un m ed io para enm ascarar la corrupción y el reinado
de la arbitrariedad que caracterizan este m ovim iento, de que éste tuviese
sus propios p rincipios de selección, muy claros y racionales (en treg a al
capitalism o m onopolista, con los m edios m ás b á rb aro s) y de que estas
últim as m otivaciones se hallasen muy lejo s, totalm ente aparte de las in ­
tenciones de M a x y A lfre d W e b e r.
Esta m escolanza de una filo s o fía netam ente reaccionaria con vagas de­
ducciones sociológicas liberales y perspectivas utópico-seudodem ocráticas,
es un claro re fle jo de la id eología de la R ep ú blica de W e im a r, de aque­
lla "rep ú blica sin republicanos” . E l incoherente carácter ecléctico de esta
sociología no re fle ja solam ente las cualidades personales de A lfre d W e b e r,
sino que responde tam bién a los cam bios operados en el períod o en que
nacieron estas ideas. L a concepción o rig in aria proviene de los años de
anteguerra y pasa p o r el períod o de la guerra y de la o la revolucionaria,
para cobrar su fo rm a literaria en los años de la "estab ilizació n relativa” .
Esta etapa de desarrollo, la época de las m áxim as esperanzas e ilusiones de
aquella intelectualidad alem ana calificad a que, de una parte, en el terreno
de la concepción del m undo, com parte hasta el extrem o las tendencias
reacionarias de la " filo s o fía de la vida” , m ientras, de o tra parte, retro­
cede, sin em bargo, ante las consecuencias político-so ciales de sus represen­
tantes m ás desaforados, sobre todo los fascistas, era, evidentem ente, la¿
época más propicia para esa clase de utopías confusas. E sta intelectu alid ad !
no se h alla — tam poco en el terreno id eológico — en condiciones de poder*
lib rar una lucha efectiv a contra la reacción, razón p o r la cual se lim ita'
a soñar con la perm anencia de la "estab ilizació n relativa” (y , cuando ésta
se derrum ba, con su re sta u ra c ió n ); construye, p o r tanto, sus teorías socia­
les sobre la base de asim ilarse lo más p osible de la filo s o fía d e la vida
y del existencialism o, pero tratando de salvar, al m ism o tiem po, algo de
la cientif.icidad de la sociología. Y esta salvación, que entraña al m ism o
tiem po, com o veíam os en A lfred W e b e r, una enérgica lucha contra
la izquierda, y sobre todo contra el m aterialism o histórico pretende a la
par con ello fundam entar discursivam ente la sig n ificació n social, la fu n ­
ción social de los dirigentes salidos de esta intelectualidad " lib r e ” .
E l más caracterizado representante de estas tend encias, entre la joven
generación de los sociólogos alem anes, es K a rl M an n h eim . E n la fo rm a­
ción de sus concepciones tuvieron las influ encias de la "estabilización
relativa” un papel más decisivo aún que en la fo rm ació n de las ideas
de A lfre d -W eber, que p ertenecía a una generación anterior.' Esto explica
p o r qué, en vez de la sociología de la cultura abiertam ente m ística e
intuicionista de éste, nos encontram os en M ann heim con una "so cio lo g ía
del saber” escépticam ente relativista y que coquetea con la filo s o fía exis­
tencia!. (E sta etapa de d esarrollo de la sociología alem ana se halla tam bién
512 L A S O C IO L O G ÍA A L E M A N A D E L P E R ÍO D O IM P E R IA L IS T A

representada, com o veíam os en el capítulo iv, en las obras d el filó so fo


M a x Scheler, publicadas p o r los m ism os a ñ o s.)
T a m b ié n M ann heim , com o todos lo s agnosticistas y relativistas del
períod o im perialista, protesta contra e l reproche d el relativism o. E ste so­
ciólo go resuelve el p ro blem a co n ayuda de u n a nueva term in o lo g ía, lla ­
m ándose "relacio n alista” . L a d iferen cia en tre e l relativism o y e l "re la -
cionalism o” es, sobre poco más o m enos, la m ism a que puede existir, para
decirlo con las palabras de L en in en su carta a G o rk i, en tre un diablo
am arillo y otro r o jo .43 E n efecto, la "su p eració n ” del relativism o con­
siste, para M ann heim , en declarar anticuada y d ejar a un lado la v ie ja
teoría del conocim iento, que, p o r lo m enos, sentaba el postulado de la
verdad objetiva, aunque luego llam ara relativism o a su negación. E n cam ­
bio, la “ teo ría m oderna del c o n o c im ie n to .. . debe p artir de la existen cia
de cam pos del pensar en que no es en m odo alguno co n ceb ib le un saber
lib re de la posición adoptada, no referid o a nada” .44 O , dicho en térm inos
todavía m ás radicales, con referen cia al cam po del conocim iento so cial:
"C a d a cual v e prim ariam ente aquella p arte de la to talid ad social hacia
la que su voluntad se orien ta.” 45
La fu en te donde ab*reva M an n h eim se .v e claram ente, aq u í: es la ideo­
lo g ía del m aterialism o histórico. L o que no ve — coincidiendo en ello
con todas las vulgarizaciones y todos los adversarios vulgares de esta
teoría— es que, en ella, lo relativo y lo absoluto se intercam bian y se
truecan Jo uno en lo otro en una m utua acción dialéctica y que, e n ella,
esta acción m utua corresponde aproxim adam ente' a l carácter d el conocer
hum ano, en e l que y p ara e l que la verdad o b je tiv a (e s d ecir, e l r e fle jo
exacto de ella— se h alla siem pre im p lícita com o elem ento y com o criterio .
E n e l m aterialism o histórico hay, pues, siem pre, u n a "co n cie n cia falsa” ,
com o e l p o lo contrario com plem entario d e la verdadera, m ientras que
M ann heim concibe su "relacio n alism o ” com o tip ificació n y sistem atiza­
ción de todas las variantes posibles d e la conciencia falsa.
Y esto es precisam ente lo que M an n h eim pretende re fu tar en el m ate­
rialism o histórico. D espués de debatirse desesperadam ente con tra el hecho
de que el ser social determ ina la conciencia, la te o ría d el conocim iento y
la sociología burguesas se ven obligad as a capitular ante e l m aterialism o
histórico en este problem a. P ero esta capitulación es, de una parte, com o
acabam os d e ver, una caricatura relativista, en la q u e y p o r m ed io d e la
que se rechaza toda o bjetivid ad del conocim iento. Y , de o tra parte, esta
capitulación ante e l m arxism o se convierte en seguida en u n argum ento
— pretendidam ente irrefu table— en contra d el m aterialism o histórico.

43 Lenin, Carta a Gorki, 14-11-1913.


44 Mannheim, Ideologie und Utapie, Bonn, 1929, p. 34.
43 Ibid., p. 109.
A L F R E D W E B E R , M A N N H E IM 513

Se nos dice que este, si qu iere ser consecuente, debe aplicarse tam bién a
sí m ism o; es decir, que si la teoría de las id eologías h a de ser acertada,
tien e que regir tam bién para la id eo lo g ía d el propietariado, para el m ar­
xism o ; en consecuencia, si todas las id eologías tien en solam ente un valor
de verdad relativo, tam poco el m arxism o debe colocarse en un nivel su­
perior. A rgum entación pretendidam ente irrefu table que nace, sencillam en­
te, del hecho de que quienes lo em plean dan de lado tanto a la dialéctica
de lo absoluto y 1q relativo com o al desarrollo histórico y a su carácter
concreto, de lo que se desprende siem pre claram ente cóm o esta d ialéc­
tica de lo absoluto y lo relativ o se m an ifiesta en el caso dado. Surge, así,
la consabida noche del relativism o en la que todos los gatos son pardos,
en la que todos lo s conocim ientos son puram ente relativos. E n realidad,
esta refu tació n del m arxism o n o es m ás que una variante sociológica de
la teo ría spengleriana de los ciclos de la cultura. T am b ié n M ann heim se
plantea, u n a vez m ás, e l p roblem a de la decisión de la verdad, pero
solam ente b a jo esta fo rm a : "q u é p o sición tien e las mayores posibilidades
para lleg ar a la verdad óp tim a” . . . 48 C on lo qüe el p roblem a del relati­
vism o se viene a tierra, para M ann heim , com o un p roblem a anticuado.
E l entronque con M a x W e b e r aparece claram ente visible aq u í; sólo
que, en vez del neokantism o ricjcertiano, nos encontram os con una filo s o fía
existencial del tipo Jaspers-H eid egger, p o r cuanto que todo conocim iento
social se presenta, p o r p rin cip io , com o "v in cu lad o a la situación” y la
situación actual de crisis, del pensam iento se convierte en p u ntó d e p arti­
da d e la teo ría del con o cim ien to y en base para rechazar la exigen cia
anticuada d e objetivid ad . M an n h eim fo rm u la en los siguientes térm inos
su p o sició n g n o seo ló g ica: " N o existe un 'pensar en g en eral’, sino que
cada ser d e determ inado tip o p ien sa d en tro de un m u nd o d e determ inado
tipo, para cu m p lir con una fu n ció n d e vid a determ inad a.” 47 Y va, inclu ­
so, tan a llá que lle g a hasta y er en e l postulado de la verdad absoluta en
e l pensam iento solam ente una especulación — de v a lo t in fe rio r— - en torno
a una "n ecesid ad de seguridad” .
C on lo cu al ‘este sociólogo se ve colocado' en una situación un tanto
incóm oda con respecto al m aterialism o histórico. H e id eg g er o Jasp ers
pueden contestar muy cóm odam ente a la apelación ál "h o m b re existen te” ,
influida p o r K ierkegaard , puesto que ven en todas las categorías sociales
nada más que un "h ab itácu lo ” profun dam ente irreal. P ero M an n h eim
es sociólogo, y el pensar vinculado p o r el ser ten d ría que sig n ificar para
él, consecuentem ente concebido, la determ inación de la conciencia p o r el
ser social. P ara salir de este atolladero, recurre al ju e g a de una so fística

48 7bid
47 Mannheim, Mensch und Gesellschaft im Zeitdter des Umbaus, Leiden, 1935,
p. 95.
514 LA SOCIOLOGÍA ALEMANA DEL PERÍODO IMPERIALISTA

fo rm alista y relativista llevada h a s ta 'e l fin a l, a. la inyección del irracio­


nalism o en el m aterialism o histórico y — en estrecha vinculación con todo
esto— a una radical deseconom ización de la sociología.
E n su obra posterior, dice que la com petencia y la regulación no son
p rincipios económ icos, sin o "p rin cip io s sociológicos generales, que nos­
o tro s . . . hem os descubierto y observado p o r vez prim era en la econo­
m ía ” .48 Y esta generalización, abstraída de toda realidad concreta, de toda
objetivid ad claram ente determ inada, da a M ann heim la posibilid ad de
d efin ir ahora a su an to jo cu alquier categoría económ ica o social y de esta­
b lecer entre esos conceptos vacuam ente abstractos los análisis y los con­
trastes que le parezcan bien. S ó lo p o r m ed io de este alejam ien to abstracto
de la realidad ob jetiv a económ ico-social es p o sible descubrir m otivos ."irra ­
cion ales” en el m aterialism o histórico. Y , así, M ann heim considera el
m étodo del m aterialism o histórico com o " la síntesis del intuicionism o y
la extrem a voluntad de irracionalización” .40 L a situación revolucionaria, lo
que M annheim llam a "e l m om ento” , aparece com o una "lag u n a” irracio­
nal. (L o s resultados del falseam iento neohegeliano de la dialéctica, la
equiparación de la dialéctica y el irracionalism o por K fo n e r y G lo ck n er
da aquí sus fru tos sociológicos. M an n h eim kierkegaardiza la dialéctica
dé la revolución, tan concreta en el m arxism o, lo m ism o que los neohe-
gelianos kierkegaardizan la dialéctica en g e n e ra l.)
E l m aterialism o histórico así concebido, es decir, adaptado al relativism o
éxtitemo, aderezado a gusto de la filp so fía de la vida y del irracionalism o,
aunque tenga, según M ann heim , grandes m éritos, adolece tam bién del error
íle "Convertir en absoluta” la' estructura económ ico-social de la sociedad.
N o ve, además, ya lo hem os dicho, que su desenm ascaram iento de las
ideologías es una ideología más. N o s damos cuenta ahora .de para qué
necesitaba M ann heim tran sform ar e l m aterialism o histórico en el sentido
a que nos hem os referido más arriba. A I convertir la relación siem pre
históricam ente concreta entre la base económ ica y la ideología, haciendo
desaparecer la econom ía e irracionalizando el proceso social, en una ge­
neral "v in cu lación a la situación” del pensam iento, puede parecer in con ­
secuente, en efecto, que el m aterialism o histórico d istinga entre la co n ­
ciencia verdadera y la falsa. N o se h alla, p o r tanto, en una palabra, a la
altura de la "m o d ern a teo ría del conocim iento” , del "relacio n alism o ” .
P o r consiguiente, la teo ría de las ideologías del m aterialism o histórico
,.no se halla todavía concebida de un m odo su ficien tem en te general. Y esta
generalidad sólo puede lograrse si se generaliza com o es debido " la vin ­
culación relacionalista a la situación” , es decir, si se corrige la relatividad
d e todo pensam iento, acabando con toda objetividad . Y surge, así, aquel

48 Ibíd., p. 5.
Y 40 Mannheim, Id eo log ie und Utopie, pp. 90 y 95.
ALFRED W EBER, MANNHEIM 515

entrelazam iento de los diversos estilos d el pensar que hace po sible una
so cio lo g ía del saber. E l m aterialism o histórico, visto así, es una de las
m uchas particularidades, d entro de esta generalidad- y totalidad.
Partiendo de aquí plantea ahora M an n h eim los problem as del pensa­
m ien to id eológico y utópico, de la p osibilid ad de una p o lítica cien tífica,
de la planeación, etc. E l resultado de estas investigaciones no puede ser
m ás p o bre. M ann heim se sitúa en un p u nto de vista tan extrem adam ente
form alista, que, partiendo de él, sólo cabe lo g rar una tip o lo g ía totalm ente
abstracta de las d iferentes posiciones que en cada caso pueden adoptarse,
sin la posibilid ad de decir nada esencial acerca de ellas, en cuanto al
contenido. Y esta tendencia abstracta de la tip o lo g ía va tan allá, en
M an n h eim , que sus diversos tipos abarcan las tendencias m ás heterogé­
neas y contradictorias entre sí, solam ente para p oder p o n er de m an ifiesto
en la realidad histórico-social un núm ero resum ido y lim itad o de tipos
A sí, vem os cóm o identifica, p ara hacerlos en cajar en tipos únicos, h
socialdem ocracia y e l com unism o, de una parte, y de otra el liberalism o
y la dem ocracia. En este punto, le aventajará considerablem ente, com o ve
remos, un reaccionario tan descarado com o C . Schm itt, quien p o n e dc-
m anifiesto cóm o la contraposición entre dem ocracia y liberalism o entraña
un problem a im portante de nuestro tiem po.
Los resultados a que llega la "so cio lo g ía del saber” de M an n h eim son
poco más que una actualización de la te o ría m axw eberiana del "tip o
ideal” . M annheim , de haber sido consecuente, debiera haberse detenidc
en el agnosticism o cien tífico , d ejand o toda d ecisión en m anos de la in tu i­
ción, de la vivencia, del "carism a” del individuo. P ero , en este punto, in ­
tervienen las ilusiones de la "estab ilización relativ a” . Se atribuye a la
intelectualidad "lib r e ” la posibilidad y la m isión de desentrañar de entre
la totalidad de las posiciones y de las actitudes vinculadas a ellas, la
verdad que corresponde a la situación actual. Esta intelectualidad se h alla,
según M ann heim , al m argen de las clases: "O cu p a un lugar interm edio,
pero no un lugar intermedio de clase.”
A h o ra bien, p o r qué el pensam iento de la "intelectu alid ad lib re ” no
se h alla ya "v incu lado a una situación” , p o r qué el "relacio n alism o ” no se
aplica, p o r lo que a é l se refiere, a sí m ism o, com o exig e que lo haga
el m aterialism o histórico, constituye un m isterio de la sociología del saber.
M ann heim afirm a que esta capa posee una sensibilidad social que la
capacita para "o rien tarse entre las fuerzas que dinám icam ente se com ba­
ten” , pero esto no pasa de ser una vacua afirm ación, n o apoyada e n
ninguna prueba. Q ue esta capa social abriga la ilu sión d e estar p o r encim a
de las clases y de las luchas de clases es un hecho bien conocido, que
el m aterialism o histórico no sólo describe reiteradam ente, sino que, ade­
más, explica p o r la existencia social de este sector. M an n h eim ten ía la
obligación de dem ostrar, en apoyo de su tesis, que para este sector de
516 LA SOCIOLOGÍA ALEMANA DEL PERÍODO IMPERIALISTA

gentes no regía, o regía co n tales o cuales m odificaciones, aquella vincu­


lación del pensam iento al ser social, a la "situ a ció n ", que, según su nueva
teo ría del conocim iento, determ ina e l pensam iento de todo hom bre que
vive en la sociedad. P ero ni siquiera intenta sem ejante dem ostración, y
se lim ita a apelar a la consabida ilu sión de la intelectualidad " lib r e ”
acerca de sí m ism a. Y de esta situación, que el pro pio M anriheim decreta,
surge, según él, su m isión de "e n co n trar en cada caso el punto desde
el cual es po sible orientarse en co n ju n to d entro de lo que acaece, ser el
v ig ía en m edio de una noche, p o r lo demás, envuelta en tin ieb las” .50 S in
qué pueda decirnos, naturalm ente, nada acerca d e ' "e sta orientación de
co n ju n to ” , ya que M ann heim , p o r las prem isas de que parte, no puede
invocar la "v isió n ” de un A lfre d W e b e r.
Las experiencias del régim en hitlerian o no alteraron en nada la concep­
ción fundam ental de M ann heim . Estas experiencias, sin em bargo, no
pasaron desapercibidas para é l; sus posiciones adquirieron un to no más
resu elto: " E l m al fu ndam ental de la sociedad m oderna — dice— n o
está en el gran núm ero, sino en el hecho de que la trabazón liberal- no
haya logrado, hasta al\pra, p oner en pie la estructura orgánica necesaria
para la gran sociedad.” 51 L a raíz del problem a, según M ann heim , se
h a lla en que los siglos x ix y x x han creado una "d em ocratización fu nd a­
m en tal” q u e h a hecho posible un fu ncionam ien to falso de los irraciona­
lism o s. " E s el estado de una sociedad desm edida, en la que lo s « r a c io ­
nábam os no plasm ados y no estructurados en la trabazón d e la sociedad
se h an introducido en la p o lítica. Y este estado es p eligroso, porqu e el
aparato de m asas d e la dem ocracia lle v a la irracionalidad a lugares e n lo s
que sería necesaria u n a d irección racion al.” ** D e donde parece despren­
derse q u e la causa fundam ental d e l a trayectoria fascista d e A lem ania
debe buscarse en u n exceso d e dem ocracia y n o en la ausencia d e ésta, en
la fa lta de experien cia y trad ición dem ocráticas. A M an n h eim le ocurre,
aquí, com o a tantos portavoces d el liberalism o antidem ocrático, degene­
rado p o r el im perialism o: habiendo com batido siem pre la dem ocracia p o r,
m iedo a sus consecuencias sociales, se valen d e la aparición d e H itle r,
con aleg ría y satisfacción, para p oder envo lver su v ie ja repulsa contra la
dem ocracia, que n o h a cam biado en lo m ás m ín im o, en e l fa lso ro p aje
de la luchá contra la derecha, con tra la reacción. Y , para ello , recurren,
con una ausencia to tal de esp íritu crítico , a la dem agógica equiparación
socialdem ocrática del fascism o y e l bolchevism o, considerándolos com o
e l enem igo com ún de la "v erd ad era” dem ocracia (e s decir, d e la dem o­
cracia lib e r a l).

so Mannheim, Ibid., pp. 126 ss.


51 Mannheim, Mensch und Gesellschaft im Zeitalter des Umbaus, p. 84.
“ Ibid., p. 41 .
ALFRED W EBER, MANNHEIM 517

E n esto radica, según M ann heim , el p roblem a central de nuestro tiem ­


p o : hem os entrado en lá época de la p la n ifica ció n ; sin em bargo, e l p en­
sam iento, la m oral, etc., siguen h allánd ose en una fase p rim itiva de
d esarrollo. L a m isión de la so cio lo g ía y de la p sico lo g ía coordinada con
ella consiste en llen ar este abism o que se abre entre los problem as y los
hom bres. U n a y otra "d eb en — dice M ann heim — indagar las leyes que
desvían las energías de lucha y las llevan p o r los derroteros de la su­
b lim ació n ” .53 D e aquí que existan en la p sicolo g ía actual tres tendencias
progresivas: el pragm atism o, el "b eh av io rism o ” y la "p sico lo g ía del sub­
con scien te” (F re u d -A d le r). P o r m ed io de sus m étodos, deben fo rm arse
lo s "tip o s de precursores” , ya que la im portancia de los grupos de vanguar­
dia, de las élites, es decisiva en los acontecim ientos sociales.
C om o se ve, M ann heim viene a resucitar e l v ie jo problem a de la selec­
ció n de lo s dirigentes, de los guías. H a desaparecido en é l e l irracionalis­
m o abierto de A lfre d W e b e r, pero sin que p o r ello haya adquirido el
p roblem a p erfiles más concretos. E n una sociedad cuya base económ ica
y cuya estructura social son las d el capitalism o m o nop o lista y cuya trayec­
toria tien e que ser, a tono con e llo , m ientras estos fundam entos n o cam ­
bien, u n a trayectoria im perialista, M an n h eim pretend e crear una capa de
d irigentes antiim perialistas p o r m ed io d e la educación, m ediante la su bli­
m ación psicoló gica del irracionalism o. U to p ía ésta que sólo puede reali­
zarse elim inand o radicalm ente todas las categorías o b jetiv as de la vida
social, o que no es m ás que una p u ra y vacua dem agogia a l servicio del
im perialism o. M ann heim pasa a tratar en seguida, co n gran lu jo de deta­
lles, de lo s problem as de la educación, d e la m o ral, etc., de la nueva
élite, d e sus relaciones con la élite anterior, etc. P ero sin que, con ello,
se concrete para nada e l contenid o p o lítico -so cial d e esta nueva élite, ni
m ás ni m enos com o ocu rría, antes d e él, con A lfre d W e b e r.
Solam ente en un punto encontram os en M an n h eim u n a actitud clara.
E ste autor repudia toda solución social p o r m ed io de la violenciá, de
la dictadura, pero equiparando una vez m ás, en u n p lan o form alista, la
dictadura fascista y la dictadura del proletariad o, el P od er revolucionario
y el contrarrevolucionario, com o si fu esen un o y lo m ism o. C om o lo hacen
siem pre lo s ideólogos que tem en bastante m ás a la dem ocratización radical
de la sociedad, a la elim inación real de las fuerzas del cap ital m onopolista
y e l im perialism o, que al retorno y la restauración del fascism o.
E l ú n ico punto en que M an n h eim se sobrepone a l puro form alism o, lle ­
gand o a desarrollar un p u n to d e vista en cierto sentid o propio, es la
esperanza de que se llegue a una avenencia entre los partidos que luchan
dentro d e los distintos países y en tre las potencias q u e se en fren tan en el
cam po internacional. "E ste cam bio radica! de rum bo en cuanto a la m en­

53 Ibíd., p. 167.
518 LA SOCIOLOGÍA ALEMANA DEL PERÍODO IMPERIALISTA

talidad representaría una verdadera revolución en la historia u n iv e r s a l.. . ”


M ann heim ilustra la posibilidad de sem ejante solución con el ejem p lo
de que un ataque de los m oradores de M arte obligase a los grupos hostiles
a entenderse entre sí. É l m ism o reconoce, naturalm ente, que sem ejante
eventualidad se. h alla dentro de lo im posible. Llam a, sin em bargo, la aten­
ción hacia el carácter aniquilador de la guerra m oderna, cada día más
claro. Y añade: "P u ed e lleg ar a crecer tanto el tem or a una guerra futura,
con su espantosa potencia de destrucción, que fu n cio n e exactam ente lo
m ism o que el m iedo a un enem igo real de fuera. En este caso, y por el
tem or a la futura destrucción general, se im pondrían las soluciones g e n e ­
rales de avenencia y todos se som eterían a una organización central de
cobertura, encargada de llevar a cabo la p lan ificació n para to d o s.” 54 P ero
sin que se nos diga, com o ya- estam os acostum brados a que haga M an n ­
heim , ni siquiera p o r v ía de alusión, qué carácter económ ico-social podría
tener esa "o rganizació n de cobertura” y qué diferencias surgirían en cuan­
to al diverso carácter económ ico-social de estas organizaciones. P ero todo
parece indicar que el sociólogo cuyas doctrinas com entam os con sid era*el
im perialism o anglosajón — tan dogm áticam ente com o antes con respecto
a la intelectualidad— com o algo "lib r e ” , sustraído a los antagonism os so­
ciales y al pensam iento "v incu lado a la situación” . L o que hace de él
uno de los num erosos precursores de la reacción im perialista después de
la caída de H itler.
L a profun da esterilidad del m ovim iento sociológico que arranca de
M a x W e b e r se revela claram ente en este program a, trazado por los repre­
sentantes de la intelectualidad burguesa que no se resignan a capitular
sin lucha ante el irracionalism o reaccionario-fascista, pero que se m ues­
tran, sin em bargo, incapaces de op oner a é l un claro y resuelto program a
dem ocrático; para no hablar de que sus propias concepciones gnoseológi-
cas y sociológicas se h allan profun dam ente enraizadas en aquellas tend en­
cias reaccionarias de las que, ideológicam ente y en últim a instancia, brota
el fascism o. E sta discrepancia coloca a la parte de la intelectualidad a que
nos referim os en una posición de debilidad y hasta de indefensión ideo­
lógica fren te a la reacción fascista. In d efen sió n que, com o dem uestra el
ejem p lo del propio M annheim , no es superada p o r las m ism as exp erien­
cias del fascism o. Sus ideas, tal com o en este lib ro quedan esbozadas,
representan la id eo lo g ía de la capitulación indefensa ante la ola reaccio­
naria de la posguerra, ni más ni m enos que su sociología del saber había
representado dicha capitulación en el períod o an terior a la guerra.

54 lb ':d ., pp. 159 ss.


SPANN, FREYER, C. SCHMITT 519

VI

L a sociología p refascista y fascista


(S p an n , Freyer, C . S c h m itt)

A tono con la esencia y el desenlace de las luchas de clases en A lem ania,


durante la R epública de W e im ar, tam bién en la. sociología ten ía que
acabar im poniéndose la tendencia sencillam ente reaccionaria. H em os visto
cóm o M a x W e b e r d ifund ió m etodológicam ente -—sin proponérselo— el
nuevo irracionalism o, com o A lfre d W e b é r, su herm ano, salió con los
brazos abiertos al paso de la filo s o fía existen cial, etc. S in em bargo, en este
•período no bastaba con un sim ple contenid o reaccionario, con una sim ple
m etod o logía reaccionaria, cualquiera que e lla, fuese. E l desenlace de estas
luchas de clases nos revela el fracaso de todos los intentos de la v ie ja
reacción prusiana (c o n o sin Jos H o h e n z o lle r n ). S alió triu n fan te, al cabo,
una nueva fo rm a bárbara de la reacción, el "n acion alsocialism o” h itle ­
riano. L o que lleva aparejado, en cuanto al cam po sociológico se refiere,
el que tam bién en el terreno id eológico se im pusieran aquellos sociólogos
que, consciente o inconscientem ente en los prim eros m om entos, se con­
virtieron en aliados de las tendencias que h ab ían ayudado a allan ar el
cam ino a la victoria del fascism o.
C aracterístico de esta situación es el papel episódico que desem peñó
en la sociología alem ana un reacionario tan descarado com o O th m ar
Spann. Y a m ocho antes de que H itle r tom ara el poder, vem os a Spann
com partir la m ayoría de las concepciones sociales del fascism o. Sus p rin ­
cipales adversarios son las ideas liberales de 1 7 8 9 y, sobre todo, las ideas
m arxistas de 1 9 1 7 . Es el antecesor de aquellas dem agogias del nacional­
socialism o que acusan de m arxism o a todo el que no sea un reaccionario
redom ado; acusación que Spann fo rm u la incluso contra los dirigentes de
la econom ía alem ana, y de un m odo especialm ente enconado contra M a x
W e b e r. C om o hará m ás tarde el fascism o, elim ina d e la "e co n o m ía to ta­
litaria” el "p rov ech o propio” , convierte a los capitalistas en "d irig e n te s
de la econ om ía” , a los obreros en una "h u este” , en un nuevo estam en­
to, etc., etc.5556 -
Las coincidencias con el "n acion alsocialism o” son, com o claram ente
se desprende de estas pocas referencias, muy grandes, y si quisiéram os
entrar en detalles, lo que no vale la pena, aún se destacarían con m ayor
fuerza las sem ejanzas. A pesar de lo cual Spann es repudiado en su con ­
ju n to por Rosenberg.®6 ¿P or q u é? Sencillam ente, porque Spann d esarrolla

55 Spann, K äm pfen de W issenschaft, Jena, 1934, pp. 9 f.


56 Rosenberg, D er Mythus des 20. Jahrhunderts, Munich, 1930, pp. 652 ss.
520 LA SOCIOLOGÍA ALEMANA DEL PERÍODO IMPERIALISTA

todas estas ideas p artiend o d e un sistem a filo só fico -so cio ló g ico que, aun
siend o extraord inariam ente reaccionario, se m antiene fie l a l sentido ca­
tólico-escolástico (d e n tro d e los m arcos d el fascism o clerical au stría co ),
lo q u e lo hace incom patible con lo s p rincipios m ás im portantes d e la
d em agogia social d el fascism o alem án.
T am b ién Spann rechaza, com o toda la ciencia reaccionaria d el períod o
d e posguerra, la categoría d e la causálidad, pero no para sustituirla por
e l m ito irracionalista, sin o para instaurar la te o ría estáticam ente inerte,
escolástica, de la totalidad y la jerarqu ización. L o que lleva, en Spann,
a l sistem a d e un orden jerárq u ico estable a pr'tori. E ste punto de vista
"to ta lita rio ” com bate toda cien tificid ad progresiva, n i m ás ni m enos que
el fascism o, pero p ara crear un sistem a análogo a l del escolasticism o cató­
lico m edieval, cim entado tam bién, p o r consiguiente, sobre una autoridad
trad icional y consagrada.
N o es, pues, casual el q u e Spann se apoye en el catolicism o, y en ello
reside una d e las p rincipales razones de que e l nacionalsocialism o le
repudie, com o repudia todo lo que sea católico. Y a e llo hay que añadir
e l hechó de que la te o ría de Spann rechaza to d a fo rm a de revolución, de
derrocam iento p o r la violencia, concepción que el nacionalism o d ifíc il­
m en te p o d ía to lerar en el períod o de la tom a del poder. A sí, p o r ejem p lo,
cuando Spann polem iza contra H e g el porqu e sus categorías van de ab ajo
a arriba, y no a la inversa, porque su filo s o fía se basa e n la idea del
progreso, la "co n cep ció n nacionalsocialista del m undo” aún p odría acep­
t a r éste punto de vista; pero, cuando opone al concepto de la "su p era­
ció n ” la categoría puram ente conservadora de la ''conservación de la
inocencia” ,57 es decir, cuando trata de conservar autoritariam ente el esta­
do de cosas actual, choca con las necesidades de la dem agogia social del
nacionalsocialism o. D e aquí que los ideólogos fascistas, 'que, en aras de
su dem agogia social, polem izan contra " e l fren te ro jo y la reacción” , se
m anifiesten tanto en contra de Spann com o de Spengler. Finalm ente, en la
jerarq u ía escolástico-católica de Spann no hay lugar ni para el racism o
ni para la m ística irracionalista del Füh rer. Spann estuvo muy de m oda du­
rante algún tiem po entre todos los oscurantistas alem anes p o r razón de
sus tendencias generales reaccionarias, pero se vio desplazado m ás tarde
p o r e l fascism o hitleriano.
Figuras m ás im portantes p ara el tránsito a l fascism o son las de H .
Freyer y C . Schm itt. Freyer com ienza escribiendo sobre tem as históricos
y de ciencias especiales y en to rno a u n a filo s o fía ditirám bico-m ística. C on
ésta se entronca su intento d e construir u n a nueva sociología a to n o con
los tiem pos, partiend o de las tradiciones anteriores de la sociología ale­
m ana, sobre todo m ediante una síntesis de la filo s o fía diltheyana d e la

57 Spann, Geschichtsphilosophie, Jena, 1932, pp. 138 s.


SPANN, FREYER, C. SCHMITT 521

vivencia con la casuística tip o ló g ica de M a x W e b e r. E sta so cio lo g ía se


orienta desde el prim er m om ento hacia la filo s o fía d e la vida e incluso
hacia el existencialism o, pero prevalece en e lla durante largo tiem po la
tend encia a encontrar una síntesis entre e l "e sp íritu ” y la "v id á ” . D e
aquí q u e e l Estado ocupe el lugar central, en estas disquisiciones. E n su
Prometeo, nos p in ta una im agen casi leviatánica d el p oder irresistible del
Estado y de la to tal im potencia d el esp íritu fre n te a l P o d er pú blico . P ero
esto n o es, p ara él, m ás que un prelud io. L o que se p ro pone p o n er de
m an ifiesto aquí es, p o r el contrario, la interdependencia en tre uno y o tro :
" L a h isto ria del P oder es su d ialéctica; el esp íritu necesita d el P od er para
ser reconocid o realm ente sobre la tierra y entre los h om bres.” P ero, visto
desde el in terio r, aún necesita e l P od er m ás aprem iantem ente del espíritu,
para convertir u n a masa fragm entada y dispersa de p osibilid ad es en algo
real.58
E n su lib ro sobre el Estado, exp o n e F reyer d etalladam ente esta relación
de interdependencia. E l sociólogo m uestra, aquí, dos cam inos dialécticos.
U n o es, según él, h istórico-real: el q u e lle v a del esp íritu al E stado. E l
otro, p o r e l contrario, sig n ifica " l a ley d e la estructura estatal, ley su straí­
da a l tiem p o” : 59 es el cam ino que v a del E stado a l espíritu. S in em bargo,
las etapas de este segundo cam ino ( e l Pod er, la ley, la fo rm a ) no son, se
nos dice, m ás que repeticiones espirituales de las etapas reales del prim ero
( l a fe , e l e stilo y el E s ta d o ). L os dos cam inos de Freyer representan
una caricatura, traducida a la filo s o fía de la vida, de la Fenomenología
del espíritu, p ara trazar la cual saquea el autor, abundantem ente, todas
las "co n qu istas” de la sociología alem ana desde T o en n ies hasta M ax
W e b e r. :
Pasando ahora a las etapas concretas de estos dos cam inos "fen o m en o -
lógico s” , la etapa de la " f e ” que señala Freyer no es otra que la -d e la
"co m u n id ad ” de Toen n ies. Sus form as son el m ito, e l culto y el lengu aje.
M ás com plicada y contradictoria se presenta la etapa siguiente, la del
"e s tilo ” , que es, según Freyer, u n "ep iso d io necesario del esp íritu ” . Esta
fase se distingue de la anterior en que la fo rm a o b jetiv a, aquí, es el
" e llo ”, m ientras que en la anterior era el " t ú ” . Las form as de esta se­
gunda etapa son la ciencia, el arte y el derecho. V ista en conju n to, esta
etapa es una caricatura del "esp íritu absoluto” de H eg el, concebido en el
sentido d e la hostilidad prefascista, con tra e l esp íritu, com o una esfera
de deshum anización y, al m ism o tiem po — por op osición a H eg el— , com o
el trán sito a lo que éste llam a e l "e sp íritu o b je tiv o ” . E l "e s tilo ” , en
Freyer, n o só lo desgarra la com unidad, sin o que revela, adem ás, ra^ gíá'
de clara decadencia: " E l genio es el fen ó m en o m ás negativo del m undo

58 Freyer, Prometheus, Jena, 1923, p. 25.


59 Freyer, D er Staat, Leipzig, 1925, p. 131.
522 LA SO C IO L O G ÍA A L E M A N A D EL P E R ÍO D O IM P E R IA L IS T A

social. N ecesita de la com unidad com o el diablo necesita de D io s : para


n eg arla.” 00 (E s una variante, a tono con los tiem pos, de la "lu ch a de
Jos dioses” de M a x W e b e r.)
M ás im portante para el sistem a de Freyer es el cam ino real de la diso­
lución de la com unidad. E sta se expresa en el problem a de la dom ina­
ción. Y es aquí donde se revelan ya con una claridad bastante grand e los
rasgos fascistas de la sociología freyeriana. "S e es señor por n acim ien to . . ,
Se es siervo p o r naturaleza, y no p o r la m ala suerte.” 61 Y tam bién el
hecho de que los estam entos se conviertan en clases es, para Freyer, un
signo de la gradual decadencia; la historia de la decadencia es, en gen e­
ral, " la h isto ria de la econ om ización . . . Cuando se viene p o r tierra un
estilo, resulta verdad aquello de que la historia universal es la historia
de las luchas de clases” .02
E n estas palabras se contiene, com o verem os más adelante, de un m odo
aún más concreto, un reconocim iento — vuelto del revés— del m ateria­
lism o histórico. C laro está que en este reconocim iento van envueltos
tam bién abundantes m otivos spenglerianos. E n efecto, la transform ación
de los estam entos en clases, vista com o un signo de decadencia, está
calcada sobre la era de los Césares y los fellahs en La decadencia de Oc­
cidente, aunque con la diferencia, muy significativa en cuanto a la tra­
yectoria de fascización de la id eología alem ana, de que en Freyer aparece
paliad o el fatalism o reaccionario de Spengler, para convertirse en un ac­
tivism o contrarrevolucionario.
Este aparente reconocim iento del m aterialism o histórico no es más que
el cam ino pata criticarlo de un m odo "o rig in a l” . Freyer, ante todo, tom a
la deseconom ízación de la sociología m ucho más en serio que sus ante­
cesores y la lleva a cabo de un m odo m ucho m ás radical. Prosiguiendo
la teoría de M a x W e b e r, form ulada en su tiem po de un m odo cauteloso
y b ajo la form a pred om inante de una interdependencia, F reyer reduce
toda la génesis del capitalism o a m otivos puram ente id eológicos: " L a teo­
ría del capitalism o y de su desarrollo se reduce, com o es sabido, y con
gran éxito, a elem entos relacionados con la concepción del m u n d o . . . ; el
sentido m ás ín tim o de la fo rm a de vida capitalista consiste en una deter­
m inada m oral, una determ inada m etafísica y una determ inada teoría de
la vida.” 63 Es el m ism o pensam iento que su discípulo Flugo F isch er e x ­
presará con m ayor fu erza aún, en una sem blanza paralela de M a rx y
N ietzsche: "L a categoría capital es una esp ecificación de la trascendente
categoría decadencia, categoría filo só fico -cu ltu ral-m etafísica y sociológica.
E l capital es la form a de decadencia de la vida económ ica. E l error fu nd a­
m ental en que incurren el m arxism o y el propio M a rx consiste en conside-

¡bid.. p. 9 2. «1 Ib id., p. 86. 02 p 88


«3 Freyer, T heorie des objektiven Geistes, Leipzig, 1928, p. 39.
SPANN, FREYER, C. SCHMITT 523

rar la decadencia com o una form a del capitalism o, en vez de ver en el


capitalism o una form a de la decadencia.” 01
D e esta posición "c rític a ” se derivan para Freyer m ú ltiples ventajas.
En p rim er lugar, puede p o n er al servicio de sus fin e s lo que él llam a la
dinám ica del m arxism o; puede introd u cir en la sociología un radical exis-
tencialism o, radicalm ente subjetivado, sin destruir — aparentem ente— su
objetividad social, pero sin verse vinculado tam poco, con ello, a la dia­
léctica o b jetiv a real de la trayectoria económ ica. T am b ién en F reyer nos
encontram os con una seudoobjetividad, con una seudodialéctica irraciona­
lista; pero el m odo com o este sociólogo "re c ib e ” el m arxism o viene a
fo rtalecer la engañosa apariencia de la dialéctica y la objetividad más
todavía que en sus antecesores. Freyer puede, así, reconocer incluso el
hecho de la lucha de clases, pues, vista a través de la abstracción activista
en que él la concibe, la lucha de clases pierde toda peligrosidad. E n e fe c­
to, para Freyer, la lucha de clases no es otra cosa que "la tensión de d o­
m inio entre grupos parciales heterogéneos” .0405 Con lo que logra establecer
un concepto tan abstracto de la lucha interio r de la sociedad, que, m an­
teniéndose en p ie las form as externas de las fuerzas revolucionarias, pue­
den rebautizarse con el nom bre de "lu ch a revolu cionaria” cualquier clase
de agrupaciones o de tendencias de lucha.
T am b ién en C. Schm itt observarem os una tend encia parecida. Y la
coincidencia no tiene nada de casual. A m edida que el fascism o se dispone
cada vez m ás decididam ente a la tom a "rev olu cion aria” del Poder, surge
la necesidad de presentar esto com o la verdadera revolución y, al m ism o
tiem po, de disfrazar el carácter capital-m onopolista de todo el m ovim iento.
Y a ello hay que añadir que esta m archa del fascism o hacia el Poder
ocurre en un períod o en que la p resión económ ica sobre las m asas (y
tam bién sobre los in telectu ales) se hace cada vez más insoportable. E l
fascism o necesita de este estado de desesperación y de encono, de inclina­
ción a la resistencia y a la rebelión , y u tiliza a su servicio las corrientes
anticapitalistas que erí este am biente surgen, pero evitando cuidadosam en­
te que las tensiones y hasta las explosiones que ello provoca se vuelvan
contra el capitalism o, al que trata de o frecer, p o r el contrario, el necesa­
rio instrum ento terrorista de dom inación.
La so cio lo g ía prefascista realiza, en este punto, un im portante trab ajo
de preparación: desvaloriza en el terreno de la concepción del m undo todo
el cam po de la econom ía, lo que le hace aparecer su perficialm ente com o
más radical que el m arxism o, el cual sólo va d irigido contra una m an ifes­
tación "su p e rficia l” , contra el capitalism o, al paso que esta so cio lo g ía p re­
fascista o fascista propugna una subversión "to ta l” , pero sin to car para

04 Hugo Fischer, Marx, Jena, 1932, p. 31.


05 Freyer, Soziologie als W irklichkeit! wissen schaft. Leipzig-Berlin, 1930, p. 234.
524 LA SOCIOLOGÍA ALEMANA DEL PERÍODO IMPERIALISTA

nad a al capital m onopolista. Y e llo le p erm ite, a l m ism o tiem po, salir
a l paso de los anhelos directos de am plias m asas, p rincipalm ente entre la
pequ eña burguesía, al desplazar la "e ra de la econom ía” p o r u n períod o
"aecon óm ico” , d ibujand o la perspectiva de la "d om esticación de la eco­
n o m ía” p o r el espíritu, p o r el Estado, etc. Freyer presenta la econom ía
( a la que, com o la m ayoría de lo s vulgarizadores, id en tifica con la técn i­
c a ) "co m o el verdadero anarquista que se lev anta contra la to talid ad del
E stado” , com o una fu erza que, pese a toda su aparente po tencia, es, en
sustancia, totalm ente im p oten te: " e l m undo ilim itado de los sim ples m e­
dios, aunque entrañe la fu erza de un progreso in fin ito , es im potente para
crear los espacios cerrados del destino en el cam po del esp íritu ” . D e ahí
que sea necesario im plantar la dictadura del Estado sobre la econ om ía:
" L a econom ía es rebelde y debe ser gobernad a p o r una m ano firm e .” 66
P o r tanto, el m aterialism o histórico tien e, en la sociología de Freyer,
la sig n ificació n de ser la expresión discursivam ente adecuada de la "e ra
de la econom ía” , del períod o de la decadencia. E l m aterialism o histórico,
com o exponente espiritual de la decadencia, sólo es capaz de comprfender
lo decadente, no lo ppsitivo. "E n las luchas d e clases se fu n d e un estilo,
pero no em erge de ellas. E l estilo brota del co n flicto estatuido p o r la
naturaleza entre las razas señoriales y las razas siervas.” 67 D e estas luchas
d e clases puede nacer en la historia, en ciertas condiciones, el Estado.
P ero este proceso parece hallarse todavía muy le jo s de haber term in ad o:
" T a l vez e l v ira je p o lítico del esp íritu en la h istoria d e la hum anidad
.n o Se haya consum ado to dav ía hasta el pu nto d e h ab er revelado su sen­
tid o to ta l.” 68 Esté v ira je quedará reservado p ara H itle r, u n p o co m ás
adelante. E l E stado se desplegará, entonces, p ara fo rm ar e l " R e ic h ”, en
el q u e quedarán superadas todas las fo rm as anteriores.
E l cam ino inverso del E stado hacia e l esp íritu es, com o ya hem os dicho,
la repetición esp iritu al d el cam ino real. N o s lim itarem os a destacar aquí
solam ente los m om entos m ás im portantes d el razonam iento de Freyer.
A l tratar del Pod er, Freyer g lo rifica , com o era d e esperarse, la guerra y
la conqu ista: " N o só lo en e l p lan o d e la realidad, sino tam bién en
cuanto a l esp íritu, el E stado se fu n d a en la guerra y arranca de e lla .”
E l Estado "tie n e que conquistar, para lle g a r a ser” .6* Y con esto se enlaza
la g lo rificació n d e la raza: " L a sangre de la raza es el m aterial sagrado
d e que se fo rm a e l p u eb lo .” L a "sa n tifica ció n de la raza” 70 es, p o r tanto,
la m isión m ás im portante d el P o d er. L a etapa siguiente, la de la ley, trata
sobre todo, a to n o con las anteriores consideraciones, de la supeditación
a l Estado de la econom ía, que Freyer id en tifica siem pre con la técnica y
rechaza, com o el principio de la anarquía y de la m ecanización de la

66 Freyer, Der Staat, p. 177. 68 Ibíd., p. 96.


69 Ibíd., p. 146. 67 Ibíd. 70 Ibíd., p. 153,
„F aím N, F R E l t i t , C. SCHMITT 525

vida. D e este proceso fo rm a parte tam bién la destrucción de las clases.


E n la ú ltim a etapa, la de la form a, aparece p o r fin el Fü h rer. E l F üh rer
"c r e a la fig u ra ún ica del pueblo, sin clases, pero lle n o de capas, sin do­
m inación, pero rigorosam ente estructurado. Ser pueblo sig n ific a lleg ar a
serlo, b a jo la m ano d el F ü h rer” .71 T a m b ié n aquí vem os, pues, cóm o F re ­
yer, a base de los elem entos que le o frece la sociología, alem ana anterior a
é l, construye un sistem a doctrinal fascista.
L a trayectoria ulterior de este sociólogo en u n fo rtalecim ien to todavía
m ayor de sus tendencias irracionalistas filo só fico -existen ciales. Su obra
teórica fu nd am ental, la Sociología como ciencia de la realidad (Soziologie
ais Wirklichkeitswissenschaft), es e l intento de sentar lo s fundam entos
teóricos de esta concepción. N o s o frece en e lla una crítica detallada de
la sociología anterior, en la que se subrayan enérgicam ente lo s m éritos
de D ilth ey , T o en n ies, Sim m el y lo s dos W e b e r, p ara lleg ar a la conclu­
sión de que, si la sociología se em peña en seguir siendo u n a sim ple "c ie n ­
cia del logos”, es decir, una ciencia teórica en el sentid o del neokantism o,
no puede p o r m enos de ser alg o fo rm alista y a h istó ric o ,. una sim ple
"m o rfo lo g ía del m undo social” . Y subraya, adem ás, desde el punto de
vista p o lítico y de la concepción d el m undo esta repudiación de la socio­
lo g ía fo rm al, al afirm ar que sem ejante sociología se basa, consciente o
inconscientem ente, en " la concepción típicam ente lib era l” .72 L a verdadera
so cio lo g ía es, según Freyer, una "cie n cia d el ethos”. Su te o ría del „cono­
cim iento descansa sobre e l concepto d e la existen cia establecido p o r H ei-
d egger y Jaspers. " L a verdadera realidad se conoce a sí m ism a.” Las
form as de la sociología las da " l a situación existen cial del hom bre” .73
D e ah í q u e F reyer rechace la "lib e rtad d e valores” de la sociología. L a
so cio lo g ía debe sustraerse, según é l, a l cam po d e las ciencias esp eciales:
"T o d o sistem a sociológico debe llev ar consigo, aunque sea de un m odo
inconsciente y no deliberado, un contenid o de filo s o fía d e la h istoria.” 74
Su m isión consiste e n p rep arar y hacer necesaria la, decisión p o r la v ía
discursiva.
L a afin id ad d e esta sociología co n la filo s o fía existen cial de H eid egger
y Jaspers salta a la vista; la ún ica d iferen cia es que, aqu í, el fu ndam ento
se desplaza, conscientem ente, del individuo aislado a la sociedad. Y este
cam bio d e rum bo m etodológico lleva consigo, al m ism o tiem po, un cam ­
b io de acento. M ien tras que para H eid egger y Jaspers lo esencial es la
d esintegración nih ilista de la objetivid ad , la desvalorización de to d o " h a ­
bitácu lo” y la "d ecisió n ” corresponde (d e u n m odo auténticam ente kier-
k e g aard ian o ) al individuo aislado, en Freyer asistim os a una lucha contra

71 Ibíd., p. 199.
72 Freyer, Soziologie ais Wirklichkeitswissenschaft, pp. 39 y 156.
72 Ibíd., pp. 83 y 87 74 Ibíd., p. 125.
526 LA SO C IO L O G ÍA A L E M A N A D EL P E R ÍO D O IM P E R IA L IS T A

V lo "m u e rto ” y lo "m ecán ico ” de Ja econom ía, a fav or de la "v id a viva”
¿síV ^ l Estado, el "Im p e rio ” y el pueblo. A sí, pues, m ientras que aquellos
A im ó so fo s se lim itaban a destruir ideológicam ente todas las armas espiritua-
]lás de d efensa de la burguesía contra la ofensiva del fascism o, Freyer va
■* *u-

í i f f s allá, pues construye a base de estos elem entos el cam ino positivo hacia
él hitlerism o.
P e ahí que fo rm u le en los siguientes térm inos la esencia d e la "situ a ­
ció n ” de la so cio lo g ía: " L a sociología surge com o la autoconciencia cien­
tífic a de la sociedad burguesa que se siente com o una etapa crítica.
Surge, p o r tanto, desde el p rim er m om ento, com o una ciencia del presen­
te .” E l pasado se estudia, según Freyer, "n o para evocar el pasado, sino
para ahondar en el conocim iento de la realidad presente y dar m ayor
hondura a las decisiones actuales, m ediante la clara conciencia de sus
prem isas” . Y con tin ú a: "U n a realidad de v alo r histórico un ívoco de si­
tuación, la sociedad hecha autárquica y derrum bada con el Estado, se
convierte en e l centro d ialéctico del sistem a.” 75* E l error de las concep­
ciones anteriores de la sociedad burguesa, sobre todo las de H eg el y
Toen n ies, radica en si^ esencia estática. Freyer trata de introd u cir la d iná­
m ica en la sociolog ía; y, en relación con esto, reconoce la necesidad
histórica de las revoluciones. Y el m undo presente se halla, según él,
abocado a una de estas revoluciones. L a "p erip e cia” de la sociedad con­
siste, según Freyer, en la "situación existencial en que se halla anclada la
sociología” .78
Freyer saca las conclusiones concretas derivadas de esta fundam entación
de la sociología, en algunos fo lleto s polém icos, com o el que lleva por
' títu lo Dominación y planificación (H em chaft und Planung) y, sobre
todo, en el titulado La revolución desde la derecha (Revolution von rechts).
E n este segundo opúsculo hace, desde el punto de vista de la filo s o fía de
la historia, un resum en de la trayectoria europea desde la R evolución
francesa. T rátase, nos dice, de un períod o de revolución perm anente, que
es siem pre, además, una revolución "d esd e la izquierda” . D ice , en sín ­
tesis, refirién d ose al siglo x i x : "S u s situaciones de equ ilib rio son m era
apariencia, sus pueblos luchas de c la se s. . . , su econom ía, erigid a sobre
crisis. E ste períod o es pura d ialéctica: el m aterialism o dialéctico es la
teoría que h a sabido penetrar más a fo n d o en la ley de su m o vim iento .”
L a filo s o fía m aterialista, aunque sea "u n m ito lo co ” , "u n a especie lo ca de
quiliasm o” "e s la prim era que h a com prendido íntegram ente la revolu­
ción desde la izquierda” . P ero la revolución no se p ro d u jo . E l sig lo x i x
"s e liquid ó a s í m ism o” .77
E l gran v iraje lo trajo , según Freyer, el reform ism o. E l v ira je com ienza

75 Ibid., pp. 169 s. 76 lb'id., p. 240.


77 Freyer, Revolution von rechts, Jena, 1951, pp. 10 ss. y 25.
SPA N N , FREYER, C . S C H M IT T 527

con la aparición de la p o lítica social, pero ésta, sin la participación activa


del proletariado, es una "en d eble idea de m ed iación’’. Sólo la victoria del
reform ism o en el m ovim iento obrero lo convierte en uha fuerza h istó ri­
cam ente decisiva; con ella, renuncia el siglo x ix a su revolución.
Estos razonam ientos polém icos de Freyer, que entrañan una refutación
realm ente "o rig in a l” del m aterialism o histórico, son todavía, de por sí,
relativam ente claros, aunque tratan de convertir, en esencia, el siglo x ix
y su historia en un "ciclo cu ltu ral” spengleriano regido de un m odo solip-
sista p o r sus leyes propias. Es en la parte positiva donde com ienza la
oscuridad irracional. E l v ira je del p roletariad o hacia el reform ism o abre,
según Freyer, el cam ino hacia " l a revolución desde la derecha” . E l p o r­
tador de esta revolución es el pu eblo, “ lo que no es la sociedad, no es
la clase, n o es el interés, ni, por tanto, algo susceptible de transacciones,
sino algo insondablem ente revolucionario” . E l p u eblo " e s u n a nueva fo r­
m ación, con su p ropia voluntad y sus propios d e r e c h o s .. . , la contrapar­
tida de la sociedad industrial” .,s
V em o s cóm o se m anifiesta ya aquí, en Freyer, el irracionalism o pura­
m ente m ístico. A cerca de las fuerzas del p u eblo no puede decirse nada.
" P o r lo dem ás, no es p osible m edir la nada, ni puede m edirse tam poco el
to d o .” A firm a aquí sus derechos, com o se ve, la "n ad a anuladora” de
H eid egger, y tam poco con respecto al futuro, al nuevo E stado que ha
de surgir, a la dom inación del "p u e b lo ” , qu iere Freyer decirnos nada. E l
Estado que según él surgirá de " la revolución desde la derecha” será " la
voluntad concentrada del pu eblo ; n o un status, sino una tensión, una sum a
constructiva de líneas e n e r g é tic a s .. . E l p rin cip io revolucionario in h eren ­
te a una época no es, p o r su esencia, una estructura, una ordenación, una
construcción, sino sim plem ente fuerza, exp losión, p ro testa. . . Pues de lo
que se trata, cabalm ente, es de que el nuevo p rin cip io se atreva a per­
m anecer com o la nada activa en la d ialéctica d el presente, com o lá pura
fuerza del Estado; de otro m odo, se verá trabado de la noche a la m a­
ñana y jam ás se m anifestará en su acción” .79 Y a la m ism a conclusión
oscura y m ístico-irracionalista llega Freyer en su o tro fo lle to : " E l autén­
tico postulado consiste tam bién aquí [e s decir, en la ética p o lític a ] en
adoptar una decisión certera, pero no en saber que algo es exacto o p o r
qué lo es.” 80
S in em bargo, esta oscuridad encierra un sentido fácilm en te d escifrable.
Freyer aspira a q u e " la revolución desde la d erecha” se lleve a cabo de
tal m odo que d e e lla su rja la dictadura ilim itada de H itle r, sin traba'
alguna. L a "rev olu ción desde la d erecha” trata, pues, de llev ar una d eli­
berada oscuridad a la conciencia del p u eblo llam ado a e je cíffarl 78

78 Ibid., pp. 35 y 44. 79 Ibid., pp.


80 Freyer, Herrschaft und Planung Hamburgo, 1933, p. 39.
528 LA SOCIOLOGÍA ALEMANA DEL PERÍODO IMPERIALISTA

hacerle desplegar una acción d irig id a contra el sistem a de W e im a r, sin


m eta f i ja y sin su jeción a ningún program a. (R ecu érd en se las anteriores
consideraciones acerca de la econom ía y la "aeco n o m ía” . ) C o n este o b ­
je to , Freyer h ab ía renovado ya, a to n o con la época, en obras anteriores
la teoría m axw eberiana d el "carism a” del Füh rer. L a m isión d el Füh rer,
nos h ab ía dicho, consiste en "p lasm ar e l p u eblo de ta l m odo que su
R eich sea su destino” ;81 o , d icho en otros térm inos, vincular las m asas del
pueblo, para su b ien o para su perd ición, a los fin es im perialistas d el ca­
pitalism o m onopolista alem án. N o se le escapa el aventurerism o d el
F ü h rer que e llo lleva necesariam ente aparejado, pero trata, de co n ferir
precisam ente a este aventurerism o, a la aspiración de A lem ania a ser po­
tencia m undial, una dignidad filo só fico -so cio ló g ica: " E l estadista n o se
orienta p o r los escollos, sin o p o r el derrotero. N o hace lo po sible real,
sino lo necesario p o sible.” Y aquí, al esclarecerse filo só ficam en te la irrea­
lidad de la agresión del im perialism o alem án, retorna, naturalm ente, la
oscuridad del existen cialism o : las m etas a q u e se aspira " s e h allan por
encim a de la ló g ica y la m o ral hum anas” ; Es la noch e del irracionalism o;
pero su sentido se d ib u ja claram ente ante nosotros.
E n C ari Schm itt se revela todavía con m ayor claridad, si cabe, cóm o
la sociología alem ana desem boca en el fascism o. E ste autor es un ju rista
o, m e jo r dicho, un filó so fo y un sociólogo d el derecho. Y , com o tal,
com ienza desarrollando las tendencias de la cien cia d el esp íritu de D il-
they y de la sociología de M ax W eber. Se vale de la "n eu tralid ad ” m ax-
weberiana ante la causación social, pero vo lviénd ola, a l igual que hace1
éste, com o un arm a en con tra del m aterialism o histórico. "P a ra nada
interesá, aquí, que la idea de los conceptos radicales sea el r e fle jo de
una realidad sociológica o que la realidad social deba concebirse com o la
consecuencia de u n determ inado m odo de pensar y tam bién, p o r tanto,
de actuar.82 La m isión de la sociología se reduce a establecer paralelos,
analogías, etc., entre las distintas fo rm as sociales e ideológicas. Las fu n ­
dam entales tendencias reaccionarias* de Schm itt se revelan y se m anifiestan
claram ente desde el p rim er m om ento y guardan in tim a relación con la
filo so fía de la vida y el existencialism o, pero su concepción presenta tam ­
bién desde el prim er instante sus m atices específicos.
H ay que subrayar, ante todo, que S chm itt rechaza toda id eo lo g ía de
restauración, em pleando, en relación con jello, una m ordaz iro n ía fre n te
a la m oda de g lo rifica r a los rom ánticos; se burla, especialm ente, d e aquel
A dam M ü lle r a qu ien Spann y otros tantos ensalzaban. E scribe un lib ro
especial sobre El romanticismo político (Politische Romantik), para p oner
de m an ifiesto la nulidad de aquellas tendencias. A sus o jo s, e l rom anti­

81 Freyer, Der Staat, pp. 119 y 202 r.


82 Schmitt, Politische Theologie, . Munich-Leipzig, pp. 58 ss.
SPANN, FREYER, C. SCHMITT 529

cism o " n o es sin o la fase interm edia de lo estético entre el m oralism o del
siglo x v u i y el econom ism o del x i x ” .83 E l punto de partid a de esta p o­
lém ica está en que Sch m itt considera que la esencia reaccionaria del ro ­
m anticism o h a quedado anticuada y que nuestro tiem po necesita de una
nueva id eo lo g ía reaccionaria. Su claro y decidido prefascism o se revela
ya en el hecho de que rechace todas las fo rm as anticuadas y caducas de
la reacción y de que todo su interés se orien te hacia la elaboración d e una
id eología reaccionariá m ás a to n o con la época. E llo le llev a a descubrir
la im portancia que tien e para la "h isto ria d el e sp íritu " la fig u ra de un
reaccionario español de m ediados del sig lo x ix , D o n o so Cortés. Im p o r­
tancia que escriba, según Schm itt, en que este pensador reaccionario rom pe
con la id eo lo g ía de la restauración, dándose cuenta de que ya no hay
reyes n i puede haber, por tanto, una legitim id ad en e l sentido tradicional
de la palabra, lo que le lleva a preconizar, en contra de las fuerzas re ­
volucionarias, una dictadura fran ca y escueta. S chm itt cita tam bién, con
elogio, el ju icio de D on o so Cortés en que llam a a la burguesía una "cla se
discutidora” . L o ú n ico que encuentra criticable en este fav o rito suyo es
que d ir ija su polém ica contra P roudhon, sin ver lo s elem entos afin es que
en él se contienen, y que no supiera, en cam bio, descubrir al verdadero
enem igo, que era M a rx .84
S chm itt m antiene, al m ism o tiem p o * una violen ta p olém ica contra la
jurisprudencia neokantiana y su concepto de las norm as, que convierten,
segú n él, todo el Estado e n una tram a d e relaciones vacuas y form ales,
en la que e l Estado se reduce a una especie d e "ce n tro d e im putabilidad” .
Y dice, refirién d ose al neokantism o en la filo s o fía d el d erecho : "T o d a s
las representaciones esenciales de la esfera espiritual del hom bre son
existenciales, y n o norm ativas." E l neokantism o en la filo s o fía del derecho
no echa d e ver " la sim ple verdad cie n tífico -ju ríd ica de que las norm as
sólo rig en para las situaciones norm ales y de que la presupuesta n orm ali­
dad de la situación es p arte in tegran te ju ríd ico -po sitíva' de su vigen ­
cia” .85
E ñ jo anterior va im p lícito , de una parte, un desarrollo de la concepción
de p oder d e M a x W e b e r y, d e otra parte, una crítica d e lo "m eta ju ríd i-
co” de Je llin e k y K elsen , en la que Sch m itt coloca en e l cen tro de la filo so ­
fía del derecho, com o e l verdadero p ro blem a de ésta, lo que el neokantism o
pretende situar a l m argen de ella, a sa b e r: cu ál es e l poder que estatuye
el derecho o lo deroga. E ñ este punto, S chm itt tien e razón fren te al neo-
kantism o liberal, com o la tien e tam bién, en térm inos generales, en su
ingeniosa p olém ica contra la sociología d el liberalism o. Situándose en el

88 Schmitt, Der Begriff des Politischen, Munich-Leipzig, 1932, p. 70.


84 Schmitt, Positionen und Begriffe, Hamburgo, 1940, pp. 118 ss.
85 ihid., p. 124.

34
530 LA SO C IO L O G ÍA A L E M A N A DEL P E R ÍO D O IM P E R IA L IS T A

punto de vista de una dem agógica dictadura del capital m onopolista, p e­


netra, con gran sagacidad m uchas veces, en el dogm atism o infundad o y
que se hace pasar p o r una teoría exacta del conocim iento, con que el
neokantism o se em peña en hacer del derecho un cam po de vigencia autó­
nom o, regido p o r sus propias leyes, a la m anera de su teoría del co n o ­
cim iento o de su estética.
T am b ién en la teoría del conocim iento y en la estética es totalm ente
insostenible el em peño neokantiano de desglosar la vigencia de las " f o r ­
mas sen sibles" del proceso de su génesis social. P ero aún son m ás insoste­
nibles, si cabe, sus analogías dogm áticas entre la vigencia de las normas
ju ríd icas y estos otros campos, ya que aquélla es siem pre una vigencia
real, socialm ente condicionada. La proposición de que 2 X 2 = 4 cons­
tituye una verdad independiente de la conciencia; en cam bio, la norm a que
c? sanciona un delito con la pena de cinco o diez años de cárcel no depende
' del contenido interio r del precepto ju ríd ico , sino del hecho de que así
lo haya dispuesto la autoridad p o lítica com petente; y el carácter, la com ­
posición de ésta, etc., los determ inan de antem ano factores p o lítico-so cia­
les, que son, en últim a instancia, factores de orden económ ico. Y la mism a
; > d iferen cia se advierte en lo que se refiere a la derogación de las norm as:
f en un caso, nos encontram os con la prueba de la discordancia con la
. '.realidad que existe independientem ente de la conciencia; en el otro, con
« U n a ley o un decreto que vienen a corregir o m o dificar los vigentes, etc.
A h ora bien, com o los neokantiános se em peñan en separar la "v ig en cia”
de las norm as ju ríd icas de toda socialidad (so cio lo g ía y jurisp rud encia;
ser y d eber ser, en K e ls e n ), sólo pueden ofrecernos, en el m e jo r de los
casos, una interpretación inm anente de las norm as ju ríd icas vigentes en
e l m om ento dado, pero no u n a explicación cien tífica de sus contenidos,
de su génesis y de su derogación. E n esto consiste, precisam ente lo "m e-
taju ríd ico ” de Je llin e k . Schm itt cita, co n ju sta iron ía, ciertas m anifestacio­
nes de A nschütz acerca de las situaciones en que n o rig e el presupuesto,
com o una "lag u n a del derecho” : " e l derecho del Estado cesa, aq u í” .86
Y tien e tam bién razón cuando hace hincapié, fu nd am entalm ente, en la
continuidad real de la vida de la sociedad y del Estado, considerando
el derecho fo rm al solam ente com o parte de ella.
Y estas razones m etodológicas le m ueven ya a concentrar el interés en
e l análisis de los estados ju ríd ico s excepcionales: éstos llevan en su e s e n ­
cia, nos dice, el que "e l Estado perm anece, m ientras el derecho pasa a
segundo plano” ; sigue subsistiendo, en sen tid o ju ríd ico , u n orden, aun­
que no sea un orden ju ríd ico .87 Y no cabe duda de que, al investigar esta
unidad — sin que entrem os a inqu irir, p o r el m om ento, en cuáles sean

86 Schmitt, Politische Theologie, p. 22.


87 Ibíd., pp. 18 s.
SPANN, FREYER, C. SCHMITT 531

sus m otivos— , va resueltam ente más allá que el liberalism o de los neo-
kantianos. "L a excepción — dice— es más interesapte que el caso nor­
m a l. . ., pues en ella vemos cóm o la fuerza de la vida real rom pe la
corteza de una m ecánica estancada en la rep etición .” Y resum e así su
razonam iento: " E s soberano quien decide acerca de los estados de e x ­
cep ció n .” 88
E sta actitud m etodológica, este interés apasionado por la teo ría de la
dictadura guarda relación, en Schm itt, con el hecho de que se muestra
desde el p rim er m om ento irreductiblem ente h ostil fren te al sistem a wei-
m ariano. A l com ienzo, esta hostilidad se m an ifiesta en él com o una
crítica cien tífica, com o la exposición de la crisis de la id eología liberal
y, en relación con ello, del sistem a parlam entario. P o r oposición a K a rl
M ann heim , quien, com o veíam os, id en tificaba sen cillam ente el liberalism o
y la dem ocracia, Schm itt incorpora a su sistem a toda la p olém ica antide­
m ocrática del siglo x ix , para p o n er de relieve el irred u ctible antagonism o
entre el liberalism o y la dem ocracia y dem ostrar cóm o la dem ocracia de
las m asas se convierte necesariam ente en la dictadura.
Sch m itt som ete a un análisis sociológico, ante todo, el sistem a parla­
m entario. Y considera la hom ogeneidad social com o prem isa del par­
lam en tarism o: " E l m étodo de la fo rm ació n de una voluntad p o r la sim ple
com probación de la m ayoría tien e u n sentido y u n a e ficacia cuando se
puede p a rtir de la hom ogeneidad sustancial de to d o el p u eb lo .” 89 P ero
sem ejan te estado de cosas no se h a dado nunca, naturalm ente, en la
sociedad de clase. Schm itt no para la atención en que el fu ncionam iento
del liberalism o parlam entario, si bien es cierto que descansa hasta cierto
punto, tal com o é l lo expone, en un cierto grad o de igualdad de intereses,
no presupone ésta precisam ente en todo e l pueblo, sin o entre las clases
dom inantes y presupone, adem ás, cosa que él no señ ala ni tien e en cuen­
ta, la im potencia del resto del pueblo. D e ahí que sólo pueda determ inar
las tendencias de disolución de este sistem a de u n m odo extraord in aria­
m ente abstracto: "T a n pronto com o term ina la prem isa d e una vigencia
igualm ente legal para ambas partes, que cond iciona la legalidad de este
sistem a, se cierra toda salid a.” 90 P ero esto n o es m ás que la descripción
de un síntom a externo, y no la explicación de la cosa m ism a, que sólo
puede encontrarse, p o r supuesto, a base del análisis concreto de la situa­
ción de clase. A este estado de cosas descrito p o r S chm itt corresponde en
la realidad una larga época del parlam entarism o inglés, el p eríod o que
G u izo t llam aba del juste milieu y que tam bién él cita com o un ejem p lo
m odelo. Podríam os, si acaso y con grandes reservas, ver en la publicidad

ss Ibid., pp. 11 y 22.


89 Schmitt, Legalität und Legitimität, Munich-Leipzig, 1932, p. 31.
90 Ibid., p. 40.
532 LA SOCIOLOGÍA ALEMANA DEL PERÍODO IMPERIALISTA

y en la discusión, d entro d e este p eríod o, en la verdad obtenid a m ed iante


el intercam bio d e opiniones, síntom as ideológicos, p ero nunca, com o lo
hace Schm itt, los fu nd am entos espirituales del parlam entarism o.
T o d o este análisis persigue, en Schm itt, la fin alid ad de dem ostrar com o
alg o im posible el parlam entarism o de la R ep ú b lica de W e im a r, par?
lle g a r p o r este cam ino a la necesidad del paso a la dictadura. A este
propósito, nos o frece Schm itt, a veces, análisis certeros, aunque siem pre
predom inantem ente ideológicos, acerca del pasado y de la actitud de la
burgu esía lib e ra l: " E l o d io con tra la m o narqu ía y la aristocracia im pulsa
a l burgués lib eral hacia la izqu ierd a; el m ied o a la dem ocracia radical y al
socialism o que am enazan su posición p atrim o n ial le m ueve, de o tra parte,
hacia la derecha, hacia una fu erte m onarquía, cuyas tropas puedan p ro ­
teg erle; oscila, así, entre am bos enem igos y aspira a com paginarlos en ­
tre s í.” 91
Y aún es m ás im portante la intu ición que a veces se vislu m bra en él
de q u e la econom ía (e s decir, e l cap italism o ) " n o es ya eo ipso la lib e r­
tad ” (a l no v e r que nunca lo h a sido, só lo puede intuir, pero no fo rm u lar
de un m odo preciso la m utación de la "lib e rta d ” b a jo e l im p e ria lism o ), de
que el desarrollo de las fuerzas productivas revela su carácter contra­
d ic to r io 92 ( a l h ab lar de esto, Sch m itt se re fiere solam ente, com o es na­
tural, a la té c n ic a ). L a fin alid ad de todas estas aseveraciones, en Schm itt,
no es o tra que desacreditar el parlam entarism o dem ocrático, p o n er de
relieve cóm o este régim en llev a en su entraña las crisis y se h alla supera­
do p o r la historia, y, sobre todo, p oner de m an ifiesto su incom patibilidad
con la dem ocracia de m asas. (R ecord em os, a este propósito, las m odali­
dades cesaristas de M ax W e b e r y la concepción de la dem ocracia de
masas en A lfre d W e b e r y en M a n n h e im .) Según Schm itt, la dem ocracia
de masas hace saltar aquella base hom ogénea de los intereses situados
fundam entalm ente en el m ism o plano, que en el parlam entarism o inglés,
por ejem p lo, servía de base a las ideas liberales.
L a dem ocracia de m asas h a pasado ya p o r encim a de este id ilio , nos
dice Schm itt. S in em bargo, los efectos de la dem ocracia son, en su con­
cepto, puram ente negativos e inseparables de la crisis. L a dem ocracia
ictual, dice este autor, "co n d u ce ante todo a una crisis de la dem ócra­
ta m ism a, pues con la igualdad gen eral entre los hom bres no puede resol-
erse el p roblem a dé la igualdad y la hom ogeneidad sustanciales, necesarias
n toda dem ocracia. Y conduce, adem ás, a una crisis del parlam entarism o,
que no debe confund irse, evidentem ente, con la crisis d e la dem ocracia” .
Y , a este propósito, Sch m itt subraya q u e "u n a dem ocracia de m asas y

e la hum anidad n o puede lle g a r a realizar ninguna fo rm a de Estado, n i

91 Schmitt, Politische Tbeologie, p. 77.


92 Schmitt, Der B egriff des Politischen, p. 62.
SPANN ,. FREYER, C. SCHMITT 5; ;

tam poco un Estado dem ocrático” .93 L os partidos dem ocráticos de mas¿...
hacen que la dem ocracia m ism a se convierta e n u n a m era apariencia. N .
queda en p ie en ella, según Schm itt, n i siquiera la 'o p c ió n : " Aparece«
cinco listas de partidos, form adas de un m odo extraordinariam ente m iste­
rioso y ocu lto, dictadas p o r cinco organizaciones. Las m asas se reparten,
por así decirlo, en cinco rediles previam ente preparados, y a los resultados
estadísticos de ello se les llam a elecció n’.” E sto sig n ifica que, en tales
circunstancias, la voluntad del p u eblo "ja m á s pu ed e vo lv er a fu nd irse en
una corrien te ún ica” .94 T o d a la m isión d el parlam ento se reduce, pues,
" a conservar un absurdo statu quo”.9S E n lo to can te a l parlam entarism o,
el pro pio Schm itt resum e así su con clu sión : e l parlam ento, se convierte
" e n el escenario en que se dividen de un m odo plu ralista lo s poderes
sociales organizados” .93 R epresenta una disolución d el Estado, d el m ism o
m odo que, en su día, el creciente p o d er de lo s p rín cip es representaba la
disolución del Im perio alem án. E ste estado d e desintegración, esta crisis
perm anente, engendra por sí m ism a la necesidad d el estado d e excepción,
de la dictadura del presidente del R eich . L as actividades p o líticas de
Schm itt antes de 1» subida a H itle r al p o d er se concentraron p rin cip al­
m ente en to rn o a este pro blem a: fu eron dirigidas a ju stifica r la necesidad
de dicha dictadura.
E n este punto, se revela, a pesar del aparente antagonism o, la sustancial
afinidad de Schm itt con los ideólogos reaccionarios del Im p erio bism arc-
kiano y guillerm ino. Éstos d efend ieron a capa y espada e l statu quo exis­
tente en su tiem p o; Schm itt, en cam bio, com bate apasionadam ente el
statu quo ante el que se encuentra. D e ahí los antagonism os form ales
y los que se revelan en la "h isto ria del esp íritu ” . E n el fo n d o , tanto éste
com o aquéllos luchan, b a jo circunstancias distintas, pero con la m ism a
violencia, contra la dem ocracia: el statu quo denostado es, concretam ente,
el de la R epública d é W eim ar y e l del T ratad o de V ersalles. Schm itt
com bate e l statu quo com o im perialista reaccionario, lo m ism o que los
im perialistas reaccionarios antecesores suyos d efen d ían el de su época.
A pesar de la obertura filo só fico -ex isten cial y a los constantes coque­
teos con la "v id a ” , con la llam ada "co n creció n ” histórica, el m eollo p o siti­
vo de la sociología ju ríd ica de Schm itt, al fin a l de toda esta polém ica, es
un patrón extraordinariam ente p o b re : la reducción de todas las relaciones
políticas, incluyendo, por tanto, las ju ríd icas y las estatales, al esquem a
"am ig o -en em ig o” . Com o corresponde a los fundam entos filo só fico -ex is-
tenciales de su pensam iento, se elim ina de este esquem a fundam ental to d a .
racionalidad y, con ella, todo contenid o con creto: "N in g ú n program a,

93 Schmitt, Die geistesgeschichtliche Lage des heutigen Parlamentarismus, 2* ed.,


Munich-Leipzig, 1926, pp. 21 s.
94 Schmitt, Positionen und Begriffe, p. 188.
93 lbtd., p. 185. 93 Ibíd., p. 156.
534 LA SO C IO L O G ÍA A L fc iíA N A D E L P E R ÍO D O IM P E R IA L IS T A

ningún ideal, ninguna norm a, ninguna aspiración a un fin •— expone


Schm itt— co n fiere el derecho a disponer de la vida física de otros hom ­
bres . . . L a guerra, la disposición de los com batientes a m o rir y la m uerte
física de otros hom bres que se h allan en el cam po enem igo, son cosas
que n o tienen un sentido normativo, sino sim plem ente un sentido existen ­
cia!, y además en la realidad concreta de una situación de lucha real
contra un enem igo real, y no en ninguna clase de ideales, program as y
norm atividad es. . . Y si existen enem igos reales, en el sentido del ser en
que aquí se habla de ellos, tendrá una razón de ser, aunque sólo la tendrá
en lo p o lítico , el repudiarlos, en caso necesario, físicam ente y el luchar
contra- ellos..” 97
D e estos razonam ientos deriva Schm itt la esencia de lo político:- " E l
pensam iento p o lítico y el instinto p o lítico se a c r e d ita n .. . teórica y p rác­
ticam ente en la capacidad de distinguir entre el am igo y el enem igo.” La
existencia p o lítica del Estado descansa' sobre el p oder para "d eterm inar
por sí m ism o la distinción entre el am igo y el enem igo” .98
A la luz de estos conceptos centrales de la filo so fía del derecho en
Schm itt podem os ver claram ente a dónde conduce la form ación de los
conceptos existen cialistas: a conceptos en los que se com binan, com o ve­
mos, una abstracción extraordinariam ente p obre y vacua y una arbitrarie­
dad irracionalista.
Ese ju eg o de conceptos antagónicos — "am igo -en em igo”— se presenta
co n la pretensión de resolver todos los problem as de la vida social y,
co n ello, no hace más que p o n er de m an ifiesto toda su vacuidad y arbi­
trariedad. Y ello es precisam ente lo que le vale su eficacia extraordinaria
durante el período de fascización de la ideología alem ana: com o el p ro ­
legóm eno m etodológico, abstracto y pretendidam ente cien tífico al anta­
gonism o racial que más tarde construirían H itle r y R osenberg. Es sobre
todo la arbitrariedad que form a parte de la esencia m ism a de este m odo
de crear conceptos lo que sirve de puente "c ie n tífic o ” hacia la "co n cep ­
ción del m undo nacionalsocialista” .
Según Schm itt, este fundam ento de la p o lítica, y con ella del Estado,
se ve sistem áticam ente desnaturalizado por el liberalism o. E l siglo x ix ,
nos dice, es un períod o de neutralización y despolitización, en nom bre
de la cultura. E n él la cultura, el progreso y la ciencia apolítica aparecen
colocádas en un falso antagonism o fren te a la p olítica. Y Schm itt ve
en esta tendencia una hostilidad contra una "A lem an ia fu erte” . Los
centros de esta ideología son, a su ju icio, los pequeños Estados neu­
trales, Suiza, los Países B a jo s y Escandinavia. P ero tam bién dentro de
A lem ania ha tenido esta tendencia, según él, representantes prestigiosos

97 Schmitt, Der Begriff des Politischen, p. 37.


ÜS Ibid.f pp. 54 y 38.
SPANN, FREYER, C. SCHMITT 535

com o Ja k o b B urckhardt, S tefan G eorge, T h o m as M ann, Sigm und Freud


y otros.
D esd e este punto de vista contem pla ahora S chm itt la historia alem ana.
E n ta ja n te contraposición con M a x W e b e r, ve en el nacim iento del cons­
titucionalism o, en la trayectoria parlam entaria, la degradación de la " A le ­
m ania fu erte” . Y así, partiendo d e su análisis de la crisis del parlam en­
tarism o y de su ju ego de conceptos antagónicos "am igo -en em igo” , que
descansa sobre el anhelo d e renovación d el im perialism o alem án, acaba
siendo un partid ario incond icional de H itle r. Y a en su crítica anterior
de la dem ocracia y el liberalism o se co n ten ía la "o rig in a l” tesis de que
el fascism o no se hallaba en contradicción co n la dem ocracia. Y , antes de
la subida al poder de H itle r, Sch m itt h ab la con entusiasm o d el fascism o
alem án, com o de "u n intento h e ro ico p ara m antener y hacer p re v a le ce r­
ía dignidad del Estado y de la unidad nacional fren te al pluralism o de
los intereses económ icos” .99 Y ya antes de H itle r proclam aba, asim ism o,
que " e l m ito m ás fuerte reside en lo nacional” y que, en com paración con
esto, el socialism o posee "u n a m ito lo g ía in fe rio r” .100
N ad a tien e d e extraño que Schm itt, partiend o de estas prem isas, se
conv irtiera en un devoto entusiasta de- H itle r y construyera una te o ría " f i ­
lo só fica del derecho” adecuada para ju stifica r todas las atrocidades del
hitlerism o. A sí, después de h ab er sido exterm inados im placablem ente
los partid arios de la "segunda revolu ción” ( 1 9 3 4 ) , S chm itt escribió un
estudio titulado El Führer defiende el derecho (Der Führer schützt das
Recht), con el que trataba de ju stific a r las form as m ás descaradas d e la
arbitrariedad ju ríd ica fascista, abogando resueltam ente en pro de la idea
de que el F üh rer era el único llam ado a "d istin g u ir entre los am igos y los
en em ig o s. . . E l Führer 'tom a en serio las advertencias de la historia
alem ana. Y ello le da el derecho y la fuerza necesarios para instaurar un
nuevo Estado de un nuevo o r d e n . . . E l F ü h rer d efiend e al derecho contra
los peores abusos cuando, en el m om ento de p eligro y en virtud de las
atribuciones de supremo juez que com o F ü h rer le com peten, crea d irecta­
m ente el derecho. . . Las prerrogativas de F ü h rer llevan consigo las de
ju e z . . . Y quienes se em peñan en separar unas de otras, tratan en reali­
dad de sacar al Estado de quicio con ayuda de la ju s t ic i a .. . Es el propio
F ü h rer quien determ ina el contenido y él alcance de un d elito” .101
A la vista de tales consideraciones, a nadie puede sorprender que Schm itt
ponga de nuevo en circulación, para ju stifica r la época hitleriana, el v ie jo
m otivo de los publicistas antidem ocráticos de anteguerra, el argum ento
de la superioridad ideológica de A lem ania sobre los Estados dem ocrá­

99 Schmitt, Positionen und Begriffe, p .-110.


100 Schmitt, Die geistesgeschichtliche Lage des heuttgen Parlamentarismus, pp.
88 rn
101 Schmitt, Positionen und Begriffe, pp. 200 s.
536 LA SOCIOLOGÍA ALEMANA DEL PERÍODO IMPERIALISTA

tico s: " E n las dem ocracias o ccid e n ta le s— escribe Schmitt-— todavía siguen
hoy planteándose y resolviéndose a la m anera de los tiem pos de Talleyrand
y de L uis F e lip e grandes problem as del siglo x x . E n A lem ania, en cam ­
bio, no ocurre eso, y ello hace que e l estudio de tales problem as desde
el punto de vista de la ciencia ju ríd ica se m uestre bastante m ás adelan-
tádo. H em os logrado esto a costa de experiencias no pocas veces duras
y am argas, pero la v entaja es ind iscutible.” 102 L a superioridad de que aquí
se habla es la del rapaz im perialism o. A h ora, Schm itt — extendiendo al
cam po de la p o lítica m undial su v ie ja tesis antagonística del am igo y
e l enem igo— razona filo sóficam en te e l Estado hitlerian o en los siguientes
térm in os: "E s en la guerra donde se contiene el m eollo de las cosas.
E l tip o de la guerra to tal determ ina e l tip o y la estructura de la to tali­
dad del Estado. Y la guerra to tal deriva su sentido del enem igo to ta l.” 103
C om o se ve, Schm itt no se lim ita a apoyar la bestial dictadura h itle ­
riana en el terreno de la p o lítica interior, sino que, ya antes de que estalle
la segunda G u erra M u nd ial, durante el períod o de su preparación, se
convierte en el ideólogo ju ríd ico m ás descollante de los planes de con­
quista m undial de la A lem ania de H itler. Lucha contra las pretensiones
"universalistas” de la Sociedad de N aciones y exig e que le sea aplicada
la doctrina M o n roe a A lem ania y a su órbita de intereses. C ita a este
propósito una frase de H itle r, y la com enta del siguiente m o d o : " S e ex­
presa con ello, b a jo la m ás sim ple objetivid ad , la idea de u n deslinde
arbitral y p acífico de cam pos entre las grandes potencias, despejándose
la confusión con que el im perialism o económ ico h ab ía rodeado la doc­
trin a M o n roe, al desviar la idea racional de u n deslinde d e cam pos para
convertirla en una pretensión ideológica d e in g eren cia en el m u nd o.” m
Esta teo ría descansa tam bién sobre e l dogm a fascista d el "Im p e rio ” :
"Llam am os 'Im p erios’, en este sentido, a las potencias fundam entales y
dirigentes cuya idea p o lítica irrad ia en una gran zona determ inada, exclu ­
yendo en ella, por principio, la ingerencia de cualesquiera otras potencias
extrañas.” 105 D e este reparto del m undo que garantizara a A lem ania
y al Jap ó n sus "grand es zonas” correspondientes, d ebería arrancar, según
Schm itt, el nuevo y m ás alto estado d el derecho, internacional, en el que
ya no había, com o antes, sim plem ente Estados, sino "Im p erio s” . Y Jas
consecuencias concretas derivadas d e e llo las establece S chm itt en otro
estudio, que lleva este títu lo harto revelad o r: ¡Ay de. los neutrales! y
donde se argum enta que la concepción de las "g ran d es zonas” llev a apa­
rejad a la destrucción de la neutralidad.
A sí, pues, Schm itt escribe ya en 1 9 3 8 , adelantándose a los acontecim ien­
tos, la apología de la agresión hitleriana desde e l punto de vista del

■‘i»2 lbid., p. 5. 103 lbld., p. 2 36. 104 lbid., p. 302.


lbid., p. 303.
SPANN, FREYER, C. SCHMITT 537

"d erech o internacional” , la ap o logía del avasallam iento fascista de los


pueblos. L a sociología alem ana viene, así, a desem bocar, com o vem os,
en la propaganda del bestial im perialism o nazi. D e- los profesores ale­
manes se d ijo una vez que eran la guardia de corps espiritual de los
H oh en zo llern ; en este períod o a que nos referim os, se convirtieron en
los S. A . y los S. S. intelectuales.
CAPÍTULO VII

El darvinismo social, el racismo y el fascismo

Los orígenes del racismo en el siglo xviii

E l BIOLOGISMO ha dado siem pre pie, en filo so fía y en sociología, a te n ­


dencias reaccionarias en cuanto al m odo de concebir el m undo. C laro
está que ello nada tiene que ver con la b io lo g ía com o ciencia. E s más b ie n
un resultado de las condiciones de la lucha de clases que, al servicio de las
tendencias reaccionarias, se valen de los conceptos y de los m étodos seudo-
biológicos cóm o instrum ento adecuado de lucha en contra de la concep­
ción del progreso.
Este em piéo de conceptos biológicos desfigurados y deform ados se pre­
senta e n lá, filo so fía y en la sociología, a lo largo de la historia, ya b ajo
una fo rip a sim plista o con caracteres refinad os, según las circunstancias.
Podem os, Sin em bargo, afirm ar que la aplicación de las analogías orgá­
nicas al Estado y a la sociedad persigue siem pre, y no de un m odo casual,
ni m ucho .menos, la tendencia a dem ostrar la estructura q u e en un
m om ento dado presenta la sociedad com o un estado ''n atu ral” ; tendencia
que se m an ifiesta ya claram ente, b a jo fo rm a anecdótica, en la antigua
fábu la rom ana de M en en ió A gripa.
E n la lucha reaccionaria contra la R evolución francesa, e l sím il del o r­
ganism o adquiere ya un nuevo m atiz con B u rk e, pues no se re fiere ya
solam ente al estado de quietud, sino tam bién al desarrollo dinám ico, con ­
siderándose com o "n atu ral” solam ente el "crecim ien to orgánico” , es de­
cir, los cam bios producidos p o r m edio de graduales y pequeñas reform as,,
con el consentim iento de la clase dom inante, m ientras que toda conm oción
revolucionaria es reprobada com o algo "co n trario a la naturaleza” . Y esta
concepción se desarrolla y se difunde, especialm ente, a la som bra de la
trayectoria de los rom ánticos reaccionarios alem anes (Sav igny, Escuela
histórica del derecho, e tc .). Es aquí donde surge la contraposición entre
el "crecim iento orgánico” , y los "m an ejo s m ecánicos” , lo que equivale,
sencillam ente, a la defensa de los privilegios feudales, "orgánicam ente
desarrollados” , contra los actos de la R evolución francesa y contra las
ideologías burguesas correspondientes, a las que se repudia com o algo
m ecánico, intelectualista y abstracto.
Esta contraposición a que nos referim os y que adquiere contornos extra-
538
LOS ORÍGENES DEL RACISMO EN EL SIGLO XVIII 539

ordinariam ente acusados con la R evolución francesa, se rem onta muy atrás.
L a id eo lo g ía de la naciente clase burguesa lucha, a tono con sus propios
intereses de clase, p o r la igualdad de todos los hom bres (e s decir, por
su equiparación civil, ju ríd ico -fo rm a l) y critica violentam ente los p rivi­
legios feudales existentes, la desigualdad feudal estam ental de los súbditos
d el Estado. Y com o, al agudizarse estas luchas, la dom inación de la nobleza
había sufrid o ya un serio quebranto, así en lo económ ico com o en lo
p o lítico , perdiendo con ello las verdaderas funciones sociales que durante
la Edad M ed ia había cum plido, para ad qu irir un carácter cada vez más
parasitario, surgía en ella la necesidad de ver ideológicam ente defendidos
sus privilegios.
D e estas luchas brota la teoría del racism o. Los ideólogos de la no­
bleza com ienzan a d efender las desigualdades estam entales entre los hom ­
bres con el argum ento de que estos p rivilegios no son sino la expresión
ju ríd ica de la desigualdad que la p ropia naturaleza establece entre las
diversas clases de hom bres, entre las razas, razón p o r la cual form an
parte de la "n atu raleza” misma, contra la que ninguna institución puede
atentar sin atentar, al mismo tiem po, contra los más altos valores de la
hum anidad.
Y a a com ienzos del siglo x v m escribió el conde de B ou lainvilliers
( 1 7 2 7 ) un lib ro tratando de dem ostrar que la nobleza fran cesa era la
descendiepte de la antigua raza dom inante de los francos, al paso que
el resto de. la población llevaba en sus venas la sangre de los galos som e­
tid o s.1 Se en fren taban , pues, dos razas cualitativam ente d iferen tes, y la
superioridad de los francos sólo p o d ía suprim irse a costa de acabar con
la civilización. P ero ya los publicistas franceses habían com batido apasio­
nadam ente esta tesis. A sí, en 1 7 3 4 , el h istoriad or fran cés D u bos, para
no citar a otros, declaró que la conqu ista de F ran cia p o r los fran cos no
pasaba de ser una leyenda.2
É sta po lém ica cobra form as especialm ente agudas durante la R evolu ­
ción fran cesa. E l conde de V oln ey se burla, en sus Ruinas de Palmira,3
de la p retensió n de la nobleza de pasar p o r una raza escogida y pura.
Señala irónicam ente cuán extensa es la parte de la nobleza actual fo r­
m ada p o r los nuevos ricos, p o r gentes que en su d ía ejerciero n la p ro fe ­
sión de com erciantes o m an ejaron una herram ienta com o artesanos, a
quienes la m onarquía ha vendido p o r dinero sus pergam inos de nobleza
y que, atendiendo a su "raza” son, p o r tanto, sim ples plebeyos. Y el des­
collan te ideólogo de la burguesía fran cesa en los prim eros tiem pos de la
revolución, el abate Sieyès, com bate por razones de principio la doctrina

1 A. Thierry, "Considérations sur l’histoire de France”, Oeuvres, Paris, ed.


Garnier, t. VII, pp. 65 s.
2 Ibid,., p Vis. 3 Volney, Les ruines, cap. 15.
540 DARWINISMO SOCIAL, RASCISMO Y FASCISMO

de quienes tratan de fundam entar el derecho sobre la conquista. E l tercer


estado, dice, "n o tien e más que retrotraerse al año que precede a la con­
quista, y no cabe duda de que su resistencia será.tan to más eficaz cuanto
que se sienta ya, hoy día, lo bastante fuerte para no d ejarse conquistar.
¿P o r qué no ha de poder m andar de nuevo a los bosques de Franconia
a todas esas fam ilias que se atreven a sostener la ridicula pretensión de
descender del tronco de los conquistadores y de haber heredado sus
re n ta s?” 4

II

La teoría racista de G obineau

Como vemos , la teo ría racista — b a jo su fo rm a incipiente y prim itiva—


quedó ya cien tíficam en te liquidada en tiem pos de la R evolución francesa
Pero, com o las fuerzas de clase que estaban detrás de e lla no desapare­
cieron cón la revolución y la lucha contra la dem ocracia seguía su cursi;
y adoptaba form as constantem ente nuevas, era natural que el racismo
volviera a levantar cabeza y a revivir, b a jo d iferentes m odalidades, Las
vicisitudes ulteriores de la teoría racista se h allan determ inadas p o r las lu ­
chas de clases, en parte p o r la mayor o m enor in flu en cia que la reacción
feud al o sem ifeudal logra en el desarrollo a través de crisis de la dem o­
cracia burguesa, y en parte por la necesidad id eológica que la burguesía
reaccionaria, convertida ahora en antidem ocrática, siente de apoyarse p o lí­
ticam ente en las supervivencias de la época feu d al y de asim ilarse, en
relación con ello , elem entos de su id eología. A sí surgen, especialm ente
en A lem ania, las d iferentes teorías "o rg án icas” a que m ás arriba nos
referíam os.
Sin em bargo, durante la prim era m itad del siglo x i x el racism o no
llega a alcanzar una in flu en cia ideológica digna de m ención. Los nom ­
bres de sus representantes de aquel entonces se habían borrado p o r entero
del recuerdo, y fu e necesario que, andando el tiem po, vinieran los "e ru ­
ditos” del fascism o a sacarlos nuevam ente del olvido, com o antepasados
suyos. E ntre ellos figu ra, p o r ejem p lo, el de un p ro feso r de M agd eburgo
llam ado K a rl V o llg ra f, autor de una obra racista que vio la luz en 1 8 5 5
y cuyo nom bre apenas si fig u ra hoy en d ía ni siquiera en los grandes
diccionarios enciclopédicos. L a explicación de esto está en que, después
de la derrota de la revolución de 1 8 4 8 , el d esarrollo reaccionario de
A lem ania adoptó form as que no provocaban todavía para nada la nece­
sidad de ju stifica r los p rivilegios de la nobleza desde el p u nto de vista
del racism o. L a com ponenda bonapartista de Bism arck aseguró a los *

* Sieyès, Q tíest-ce-que le tiers état?, cap. 2.


LA TEORÍA RACISTA DE GOBINEAU 541

ju nkers prusianos su predom inio p o lítico dentro de A lem ania en condi­


ciones que favorecían el desarrollo del capitalism o sin necesidad de crear
una dem ocracia burguesa. P o r tanto, los ju nkers feudales no veían sus
p rivilegios tan en peligro, que necesitaran recurrir, para su defensa, al
argum ento ideológico de la superioridad racial.
Pero, casi por los mismos años en que se publicaba el libro del citado
pro feso r de M agdeburgo veía la luz una obra llam ada a colocar — poco
a poco-— la idea de la raza en un plano prim ordial, y no en un p aís
solam ente, sino en el m undo en tero: el Ensayo sobre la desigualdad de
las razas humanas, del francés G obineau.
T a m b ié n este lib ro fu e escrito y publicado en un períod o reaccionario,
durante los años de N ap oleón I I I ; pero las circunstancias en que apareció
d ifieren considerablem ente de la situación paralela existente en A lem ania:
m ientras que, aquí, los junkers poseían las posiciones políticas de poder
sin que nadie se las disputara, de tal m odo qüe la capitalización de A le ­
m ania no podia llevarse a cabo m ás que som etiéndose a sus intereses, en
F rancia la reacción del Segundo Im p erio tra jo una desilusión para los
círculos legitim istas-feudales que en los años de la crisis revolucionaria,
habían hecho posible la subida al p oder de Luis N ap o leó n , com o parte
integrante que eran del "p artid o del orden’’. E n tre ellos, las m ejo res
cabezas sacaron, al m ism o tiem po, algunas enseñanzas ú tiles de la revolu­
ción' acerca de las contradicciones de la dem ocracia burguesa. D e a q u í/
la posibilidad de que experim entara un nuevo avance la id eo lo g ía racista?
feudal, cuyo representante más influ yente estaba llam ado a ser, a la larga,'*!
G obineau.
Sin em bargo, al p rincipio y en la m ism a F rancia, su in flu en cia n o fu e
grande. En sus cartas a T ocq u ev ille, se q u e ja de que los franceses silen ­
cian su libro y de que éste no ha alcanzado verdadera in flu en cia más
que en los Estados U nidos. T ocq u ev ille, que en lo personal se m uestra
am igo de G obineau, pero que rechaza las ideas m antenidas en su obra,
hace n o tar que aquella in flu en cia se debe, sencillam ente, a que el libro
favorece los intereses de los esclavistas del Sur.5
La obra de Gobineau es la primera en que la teoría racista moderna
adquiere una influencia notable, lo -que encierra una importante signifi­
cación histórico-social. Por mucho que su autor partiese, personalmente,
de los intereses y consideraciones de clase de la nobleza feudal, vivía y
pregonaba sus ideas en el seno de una sociedad en la que los deseos de la
nobleza de reconquistar sus viejas posiciones heredadas hacía ya mucho
tiempo que se habían venido a tierra como una utopía reaccionaria, pa­
sando a ocupar el centro de las preocupaciones la lucha defensiva de la
burguesía contra los avances del proletariado (combates de junio de 184 8 ').

5 Correspondance entre T ocqueville et Gobineau, París, 1909, p. 291.


542 DARWINISMO SOCIAL, RASCISMO Y FASCISMO

Y los grandes plantadores de los Estados norteam ericanos del sur no eran
— a pesar de la form a esclavista de su m odo de explotación— otra cosa
que capitalistas, productores de la m ateria prim a fu ndam ental em pleada
p o r la econom ía capitalista de aquel tiem po. L o que quiere decir que,
en las condiciones del siglo x ix y x x , la teoría racista sólo puede hacerse
revivir eficazm ente siem pre y cuando que se la convierta en un arma
ideológica puesta en m anos de la burguesía reaccionaria. T am b ié n la
teoría racista, desde G obineau hasta R osenberg, hubo de seguir la misma
trayectoria de aburguesam iento por la que, según hem os visto, pasó el
¡rracionalism o filo só fico general, partiendo de S ch ellin g y pasando por
Schopenhauer, N ietzsche, etc.
P unto de partida y tendencia fu ndam ental de G obineau es la lucha
contra la dem ocracia, contra la idea "co n traria a la ciencia” y "an tin atu ­
ra l” de la igualdad de los hom bres. Es lo que le critica T o cq u ev ille, ya a
raíz de su prim era lectura de la obra, señalando que, según G obineau ,
todo lo m alo de la historia em ana de la idea de la igualdad; s u .lib r o
— le dice— es un libro reaccionario, inspirado p o r un estado de ánim o
general de cansancio de la revolución. L e dice, además, que el resultado
a que la obra conduce es fatalista, com o el opio adm inistrado a un en­
ferm o. Y hasta le hace ver de pasada — cosa que ofen d e especialm ente
a G obineau;— que su teoría racista es incom patible con el cristianism o y
con el catolicism o.6
E l fam oso historiad or T o cq u ev ille, hom bre de ideas liberales m odera­
das, señala certeram ente en estas observaciones algunos de los rasgos de la
concepción p o lítica del m undo de G obineau . P o r ellas vem os ya clara­
m ente que G obineau no es sino una fig u ra de transición en la historia
del racism o. D e una parte, da una fo rm a nueva, "adecuada a los tiem ­
pos” , es decir, sem iburguesa, a las v iejas chácharas reaccionario-feudales
sobre la desigualdad "n a tu ra l” de los hom bres. P ero, de o tra parte, no
le es dable todavía llevar radicalm ente hasta e l fin a l esta m odernización,
este aburguesam iento de la teoría racista. Se da aires de naturalista y
adopta e l gesto de la "au gusta im parcialidad” propia de éste; pero por
d eb ajo de la careta asom a en seguida el rostro contrarrevolucionario.
H e aquí algunas de sus p alabras: " A sus o jo s [e s decir, a los o jo s de la
ciencia de la naturaleza, G. Z ,.], el rebelde no será otra cosa q u e un hom ­
b re dañino, im paciente y am bicioso. T im o leó n , un asesino; R obespierre,
un v il crim in al.” 7
E ste dualism o en tre una objetivid ad "cie n tífico -n a tu ra l” adecuada y
un p anfletism o reaccionario-feu dal se m an ifiesta a lo largo de to d a la
obra de G o b in eau : éste es un reaccionario m ilitan te, y su te o ría racista

6 Ibíd., pp. 194, 254 y 306.


7 Gobineau, D i e U n g l e ic h h e it d e s M en sch e n ra sse n , Berlín, 1935, p. 744.
LA TEORÍA RACISTA DE GOBINEAU 543

una teoría de lucha contra la dem ocracia. P or eso para él el postulado


de la igualdad de los hom bres no es más que un sím bolo de bastardea-
m iento, de im pureza de sangre. E n "épocas norm ales” , la desigualdad
se aceptará com o la evidencia m ism a. " T a n pronto com o circula sangre
mezclada p o r las venas de la m ayoría de los ciudadanos de un Estado,
éstos se sienten m ovidos por la fuerza del núm ero a proclam ar com o una
verdad vigente para todos lo que sólo es verdad para ellos, a saber:
que todos los hom bres son iguales.” 8
P ero G obineau no se siente capaz de concretar esta lín ea com bativa,
es decir, de señalar a los partidarios de su teoría objetivos de lucha y,
m ucho m enos, métodos de com bate. Se lim ita a trazar la perspectiva
fatalista del hundim iento inevitable de la cultura, com o resultado de la
m ezcla de sangres: "L a raza blanca originaria ha desaparecido de la faz
de la tie rra . . . L a raza blanca sólo está representada ya por bastardos.” 9
A l térm ino de este proceso de m ezcla de sangres, sobreviene la "caíd a en la
n u lid a d . . . Los pueblos, sumidos en un som brío letargo, com o rebaños
hum anos, vivirán de allí en adelante paralizados en su nulidad, com o
los búfalos rum iantes en los charcos de las m arism as p o n tin a s. . . N o es la
m uerte lo que nos llena de am argura, sino la seguridad de que nos sor­
prenderá en el deshonor” .10
Este pesim ism o fatalista es, so b re todo, lo que distingue a G obineau
de sus destacados-continuadores, d e los C h am berlain y los H itler-R o sen -
berg. E n éstos, la teoría racista es, en m edida cada vez mayor, órgano
de una dem agogia reaccionaria m ilitan te y activista, dem agogia que, ade­
más, va sobreponiéndose cada vez m ás tam bién, a las lim itaciones feudales
de la reacción, para convertirse en la. id eo lo g ía oscurantista del capital
m onopolista reaccionario. •Sin que deba olvidarse, naturalm ente, al decir
esto, que algunos elem entos del pesim ism o racista de G obin eau se tras­
m iten tam bién, en cierto sentido, a sus continuadores, com o ocurre, por
e jem p lo , con la concepción de que la evolución constituye siem pre un
em peoram iento de la raza (la m ezcla de razas entraña, necesariam ente,
según esta concepción, una corrupción del t i p o ) . E l activism o de la
teo ría racista p osterior brota, por tanto, de la m ism a raíz pesim ista, an ti­
evolucionista, que en G obineau. L o que ocurre es que la desesperación
fatalista d e ja el puesto a un activism o aventurero y desesperado. Y este
cam bio d e rum bo hace pasar ahora a p rim er plano dos factores que no se
daban todavía en un G obin eau : en p rim er lugar, la dem agogia social
de una supuesta rebeldía anticapitalista, com o fundam ento de la actividad
(e s cierto que G obineau siente tam bién una p ro fu n d a an tip atía contra la
cultura puram ente capitalista y su ideología, p ero esta an tip atía eá^pcrf^
su contenido, un sentim iento feudal y, desde el punto de vista fqrrñal,'

8 Ibíd., p. 27. 9 I b ’td., p. 7 5 3 . 10 Ibid., p. 755.


544 DARWINISMO s o c ia l , r a s c is m o y f a s c is m o

algo estéticam ente f a t a lis t a ); en segundo lugar, en sus continuadores


advertim os, paralelam ente con este cam bio de rum bo, la repudiación de la
id eología reaccionaria cristiano-feu dal, para hacer am plias concesiones
— tam bién dem agógicas— a la aversión cada vez m ás acentuada de las
am plias masas p o r la relig ión . ( Y a verem os cóm o tam bién en este punto,
al igual que en m uchos otros, C ham berlain constituye el puente entre
G obineau y R o se n b e rg .)
Y estas diferencias no son puram ente personales, sino que se hallan
históricam ente condicionadas. L a m oderna dem agogia social nace en el
períod o im perialista. Sus prim eras form as — prim itivas y pasajeras^— son
el antisem itism o a lo Stocker, en A lem ania (d esd e 1 8 7 8 ) , y el boulange-
rism o en F rancia ( 1 8 8 6 - 8 9 ) ; se desarrolla ya un poco m ás en la propa­
ganda antisem ita cristiano-social de Lueger en A ustria, que influ ye d irecta­
m ente sobre H itle r en los años de su juventud, etc. D espués de la prim era
G u erra M u nd ial im perialista, ya no se retirará del orden del d ía esta de­
m agogia social. E l m ovim iento hitleriano será, sim plem ente, su variahte
más desarrollada, más carente de escrúpulos y m ás coronada p o r e l-é x ito .
M as, para que pudiera llegarse a esto, era necesaria una agudización
de las contradicciones de clases m ucho m ayor de la que existía en tiem po de
G obineau . H acía falta, ante todo, que las grandes m asas se sintieran
m ucho más profundam ente conm ovidas por las contradicciones de la dem o­
cracia burguesa, desengañadas de los cam inos p o r los que las llevaban la
dem ocracia burguesa y el reform ism o en el m ovim iento obrero, etc. La
dem agogia social de la teo ría racista, que es una te o ría p o r esencia aris-
tocrático-reaccionaria y antidem ocrática, n o apunta ya d irectam ente hacia
el pasado feudal, com o el estado id eal que se trata d e restaurar, sin o que se
hace pasar p o r u n a d octrina que señala la ruta d el porvenir. B a jo N a ­
p o león I I I , la op osición aristocrático-feud al n o se m ostraba to dav ía tan
abiertam ente feud al, co n e l rostro vu elto hacia e l pasado. Y las masas,
trabajad oras desengañadas del régim en bonapartista, a l recobrarse del
aturdim iento q u e les h ab ía producido la d errota d e 1 8 4 8 y verse de nuevo
libres de la in flu e n cia dem agógica de los hom bres de diciem bre, fu eron
orientándose cada vez m ás m arcadam ente h a d a la izquierda, p o r los derro­
teros de la recup erad ón d e la dem ocracia y hasta de la lucha p o r el
socialism o. E sta situ ad ón es la que in fo rm a los rasgos esp ecíficos de la doc­
trin a d e G o b in eau y, principalm ente, su pesim ism o fatalista. L a negación
radical d e una perspectiva d e d esarrollo dem ocrático y e l aferrarse con ­
vulsivam ente a la desigualdad feu d al, ya d efinitivam ente enterrada, sólo
podían traer com o consecuencia ese talante fatalista p ro p io 'd e un m undo
que m uere.
L a p o sición q u e G obineau ocupa en e l d esarrollo d e la te o ría racista
se h alla determ inada, según vem os, p o r los siguientes m o m en tos: fu e el
prim ero que, después de un largo períod o, d ifu n d ió d e nuevo la idea
LA TEORÍA RACISTA DE GOBINEAU 545

racial en am plios círculos de op inión, volviendo a ponerla de moda, por


lo m enos, entre los intelectuales decadentes. Y desarrolló, asim ism o, aquel
m étodo arbitrario que más adelante, a través de C ham berlain, se im pon­
d ría en H itíe r y en R o sen berg: la m ezcla de una pretendida exactitud
cien tífico -n atu ral con una exaltada m ística, que, en m edio de una at­
m ósfera de desaforada arbitrariedad y de m escolanza de contradicciones
no resueltas e insolubles, trataba de hacer de la v ie ja teo ría racista feudal
alg o p o tab le y aceptable para el lecto r m oderno.
La v ie ja teoría racista no puede ser más sim ple, y hasta p odría a fir­
m arse que apenas es una teo ría; parte del hecho de que todo el m undo
sabe qu ién es aristócrata. E l aristócrata, por serlo, pertenece a la raza pura
y desciende de una raza superior (d e los francos, por ejem p lo, en co n ­
traposición a los celtas plebeyos de las G a l ia s ) . L a teoría racista m oderna
no puede m antener ya, a la vista del desarrollo de la ciencia, estas p osi­
ciones tan sim ples. Se ve obligad a a hacer un repliegue táctico. H oy, es
un hecho generalm ente conocido de la ciencia que no hay ni ha habido
nunca (p o r lo m enos, en los tiem pos h istó rico s) una sola raza pura.
Y asim ism o sabe y reconoce ya hoy todo el m undo que las características
o b jetiv as para distinguir unas de otras la's diversas razas fo rm an un
núm ero extraordinariam ente lim itad o y que, adem ás, estos criterios fa lla n
to talm en te cuando se trata de la determ inación racial de un pueblo h is­
tó rico , d e una nación, y no digam os (le un individuo.
P arece que con ello debería h ab er quedado liquidada la te o ría ra­
cista, com o m é to d o de explicación de la historia. E l "m é rito ” de G obineau ,
en cuanto al desarrollo de esta id eo lo g ía reaccionaria, consiste en h aber
encontrado los cam inos para renovar la teo ría racista, que m ás tard e
habrán d e cu lm inar en el hitlerism o. P o r lo q u e se re fiere al prim ero
d e estos dos com plejos, a la te o ría d e la pureza de la raza, G obineau
constituye claram ente una fig u ra de transición. A braza — sin p reju icio
de em plear unas cuantas frases seu d ocientíficas y que no se salen d e lo
to talm en te abstracto — el cam ino del m ito histórico puram ente intuitivo
e irracionalista; es decir, se dedica a fab u lar y a constru ir especulativa­
m ente, sobre la llam ada base racista, una nueva historia universal, para
lo cual, procediendo de un m odo to talm en te sim plista y siguiendo la
trad ició n aristocrático-feudal, trata de las razas y las m ezclas de razas
com o d e algo perfectam ente sabido, que no requ iere u lterio r exam en ni
explicación . ( E n estas tendencias, coincide co n m uchos otros sociólogos
fran ceses de su tiem po, tam bién seu d ocientífico s, que hablan de las
razas, a l igual que G obineau, com o si el contenid o y e l alcance de este
concepto estuviesen ya determ inados p o r la ciencia o fuesen, siquiera,
algo d eterm inable, aunque es cierto que en ninguno de sus contem porá­
neos ocupa la teo ría racista una p o sición m etod ológica tan central y tan
exclusiva com o en éL A sí, en T a in e , en R enán, etc., el concepto de raza,

35
546 DARWINISMO SOCIAL, RACISMO Y FASCISMO

tam bién confuso y fa lto de exp licación cien tífica, no es más que un facto r
en tre m uchos o tro s.)
E ste carácter apodíctico, seu d ocientífico y al m ism o tiem po intuicionis-
ta, d e la doctrina de G obineau contribuyó en consid erable m edida a su
in flu e n cia; aunque tam bién es cierto que determ inó, p o r o tra parte,
sus propias lim itaciones. T am b ié n los teóricos racistas posteriores, cons­
cientes y m ilitantes, los que con sus doctrinas allanaron el cam ino al
fascism o, reputaban censurable esta ostensible fa lta de cien tificid ad de un
G obineau. C ham berlain, que p o r lo dem ás tom a m ucho de G obin eau
sin decirlo, rechaza categóricam ente la obra de este autor, a qu ien echa
en cara no tener ni la más rem ota idea de lo que es la ciencia natujral.
H e aquí las palabras de C h am berlain : "U n a teo ría de la raza realm ente
ú til y digna de ser tom ada en serio no puede construirse sobre las, fá ­
bulas de Sem , Cam y Ja fe t ni sobre una serie de intuiciones, p o r muy
ingeniosas que ellas sean, m ezcladas con hipótesis absurdas, sin o sola­
m ente sobre los conocim ientos extensos y a fo n d o que nos sum inistran
las ciencias natu rales.” 11 C rítica en la que se trasluce tam bién un anta­
gonism o de confesión religiosa, ya que G obineau , com o cató lico ortod oxo
y creyente que era, se afanaba p o r p oner su concepción racista de la
historia en consonancia con el A n tigu o Testam ento, que C ham berlain,
p o r su parte, rechazaba com o una invención judaica.
G obineau se vio, no obstante, obligad o a plantearse el p roblem a de la
pureza racial. La pureza de la raza es, según él, un estado ideal, que
no lleg a a realizarse nunca p o r com pleto. "N o s equivocaríam os — dice—
si nos em peñáram os en sostener que toda m ezcla es m ala. S i se hubiesen
m antenido rigurosam ente separados los tres grandes tipos fúnd am entales
de razas, sin h aber llegado a m ezclarse nunca, n o cabe duda de que
h abrían afirm ad o su superioridad las ram as m ás herm osas de la raza
blanca y de que el tipo racial negro y e l am arillo h ab rían sucum bido
para siem pre b a jo las naciones m ás in ferio res de aquella raza. E sto habría
sido una especie de estado ideal, que la h istoria jam ás nos m uestra. Y sólo
podem os form arnos una idea d e él fiján d o n o s en la ind iscutible superio­
ridad de aquellos grupos de nuestra raza que h an perm anecido m enos
m ezclad o s. . . E n todo caso, es evidente que las razas hum anas viven desde
tiem pos históricos e n estado de m ezcla.” 12
A esta concesión que G ob in eau se ve obligad o a h acer a l desarrollo
cien tífico d e su tiem p o corresponde su m ística dé la historia. G obineau
n o sabe lo que es la raza, no es capaz d e determ inar sus características
distintivas, sabe q u e los pueblos q u e conocem os d e la h istoria son el
fru to de m ezclas raciales; pero "sa b e ” tam bién a ciencia cierta cuándo,

11 Chamberlain, 1V ebr und Gegenwebr, Munich, 1912, p. 14.


12 Gobineau, op. cit., pp. 153 s.
LA TEORÍA' RACISTA DE GOBINEAU 547

cóm o y en qué m edida son beneficiosas o funestas las m ezclas de razas.


N o ten d ría o b je to detenerse aquí en los absurdos y disparatados m o n tajes
históricos d e G obineau, ni siquiera p ara refu tarlos. Pondrem os solam ente-
un e jem p lo , para ilustrar la falta de seriedad de su m étodo. G obin eau
aventura la afirm ación de que el nacim iento del arte es, en todas partes,
una consecuencia de la m ezcla con la raza negra. Y , aunque dice que la
poesía ép ica es uno de los m éritos de " la fam ilia de los pueblos arios” ,
añade en seguida: "T a m b ié n dentro de esta ram a de pueblos vemos q u e
el fuego y el b rillo de- la épica sólo se desarrollan plenam ente en las
naciones que no perm anecen exentas de la contam inación con los n egros.”
Y sigue escribiendo, en apoyo de la m ism a tesis: " E l negro p o s e e .. . en
grad o muy alto aquellas dotes sensuales sin las que el arte sería inconce­
bible. P ero, de o tra parte, la carencia de dotes espirituales lo incapacita
para el refin am ien to de las a rte s. . . Para que aquellos talentos puedan
dar frutos, necesita m ezclarse con una raza dotada de otro m o d o .” 13
V em os, pues, cóm o, según G obineau , la m ezcla de razas, la un ión con
razas in ferio res (y los negros son, para él, la m ás ín fim a de to d a s ),
resulta fu nesta para toda cultura; es aquel bastardeam iento del que brota,
en su doctrina, la consabida perspectiva apocalíptica de la extinción fatal
del m undo. Pero, al m ism o tiem po y de o tra parte, sostiene que un
facto r tan decisivo de la cultura com o es el arte sólo pudo nacer p o r
la m ezcla de la raza blanca con la raza negra, es decir, con la m ás in fe ­
rior de todas. P o r una parte, se nos dice que los héroes "racialm en te
puros” de H om ero o de las sagas escandinavas están muy p o r encim a
de "la s razas cien veces m ezcladas de los tiem pos actuales” .14 P o r o tro
lado, resulta, sin em bargo, que la litada o la Edda sólo pudieron brotar
de aquella m ezcla con la sangre negra. Y G ob in eau "sa b e ” , naturalm ente,
con toda exactitud, cuándo, cóm o, d ó n d e y hasta qué punto una m ezcla de
razas puede producir los frutos culturales más altos o condenar, por el co n ­
trario, una cultura a su destrucción.
Creem os que basta con este e jem p lo para ilu strar las crasas contrad ic­
ciones y arbitrariedades del m étodo de G obin eau . T a n to m ás cuanto que,
para no caer en contradicción con el cristianism o, se cree obligad o a
aceptar q u e toda la hum anidad d esciende del m ism o tronco, o, m e jo r
dicho, la acepta en un lugar y en otros d eja este punto flo tan d o en la.
duda, o b ien opera con la trinidad b íb lica de los h ijo s de N o é , Sem ,
Cam y Ja fe t. Y , de otra parte, construye toda su teo ría — sin p reocu parse
de caer, con ello , en insolubles contradicciones con la hipótesis anterior­
m ente establecida— sobre la desigualdad esencial, cualitativa, fisio ló g ica
o psicológica, de las razas.
C om o sostenedor de esta desigualdad de p rin cip io — y ya hem os v isto

13 Ibíd., pp. 241 y 247. 14 Ibíd., p. 154.


548 DARWINISMO SOCIAL, RACISMO Y FASCISMO

cóm o lo s esclavistas de los Estados norteam ericanos d el sur lo aclam aron,


entusiasm ados— , proclam a, p o r e jem p lo , la incapacidad sustancial d e la
po blació n prim itiv a d el A sia M e n o r p ara la civ ilizació n : " N o eran sus­
cep tibles de ser civilizados, pues carecían d e la capacidad d e visió n nece­
saria para e ll o . . . H u bo que contentarse con o b lig a r a sus individuos a
realizar u n tra b a jo ú til, com o m áquinas an im ad as." 15 P ero G obineau
se da cuenta, a la p ar que a firm a esto, de que la Ig le sia cató lica afirm a la
pretensión d e extend erse al m u nd o entero, lo que le o b lig a a reconocer
que todos los hom bres, p o r e l m ero hecho de serlo, poseen la capacidad
necesaria para abrazar el cristianism o. P ero de aquí no se debe conclu ir,
nos dice, nada en el sentido de la igualdad d e las razas: " E n e l estudio
de este problem a, debe, p o r tanto, d ejarse com pletam ente a u n lado el
cristianism o.” 1,6 Es decir, que, p o r un lado, G ob in eau sostiene q u e e l cris­
tianism o constituye la m anifestació n más alta de la cultura y que todos
los hom bres, cualquiera que sea la raza a que pertenezcan, son capaces de
participar de esta cultura superior, m ientras que, p o r otro lado y al m ism o
tiem po, sostiene que las razas in ferio res no son, p o r principio , susceptibles
de abrazar la civilización, y sólo sirven para trab ajar com o esclavos, com o
m áquinas anim adas, com o bestias de tiro , al servicio de las razas supe­
riores.
E n puntos com o éstos, G obin eau se revela com o un pensador retarda­
ta rio en co m p arició n con los m odernos representantes de la te o ría racista
y es, en efecto , desautorizado p o r éstos. Y en esta contraposición se
destaca m uy claram ente el acabado carácter de barbarie de la te o ría racista
m oderna. Se ve cóm o esta te o ría conv ierte todos lo s resultados del des­
arro llo del pensam iento contem poráneo en instrum entos d e un oscuran­
tism o sin precedente, puesto al servicio de los fin es im perialistas. M ien tras
en los siglos x v m y x i x la lucha ideológica contra el cristianism o se
lib raba en nom bre del progreso y de la libertad, en m anos de los repre­
sentantes im perialistas de la te o ría racial la crítica de la relig ió n no es
sin o un arm a m anejad a e n b en e ficio de la más extrem a reacción. Los
teóricos m odernos de la raza d irigen sus tiros precisam ente contra el
p rin cip io que constitu ía el e lem en to histórico progresivo del cristianism o:
e l reconocim iento — siquiera fu ese en e l plano puram ente abstracto— de la
igualdad de todos los hom bres (a n te D io s ) . C onsideran a G obineau
com o retardatario, porque trataba de lleg ar, en este punto, a una ave­
nencia (e n la que T o cq u ev ille veía, con razón, m ucho de h ip o c re s ía ).
Los representantes im perialistas posteriores de la teo ría racista rom pen, en
este punto, con el cristianism o.
Pese a este atraso de G obineau , la herencia q u e d eja a sus sucesores
e s m ás consid erable de lo que éstos reconocen. L a obra del fran cés lanza a l

« Ibld., p. 166. « Ibld., p. 51.


LA TEORÍA RACISTA DE GOBINEAU 549

m undo p o r vez prim era, ante todo, un p a n fle to seu d ocien tífico real­
m en te eficaz contra la dem ocracia y contra la igualdad, basada en la teo ­
ría racista. E l lib ro d e G obin eau constituye, adem ás, e l p rim er intento
am bicioso de reconstruir toda la h istoria universal p o r m ed io de la teoría
racista, reduciendo a sim ples problem as raciales todas las crisis de la
historia, todos lo s co n flicto s y las d iferencias sociales. L o que equivale,
prácticam ente, a sostener que toda m o d ificació n de la estructura social
es "co n traria a naturaleza” , provoca la decadencia de la hum anidad y no
puede, p o r tanto, representar un progreso.
G o b in eau se expresa en los térm inos siguientes, refirién d ose a este
estado ideal del pu nto de p artid a: " Y a hem os visto cóm o todo orden
social se basa en tres clases originarias, cada una de las cuales representa
una variedad racial: la nobleza, im agen m ás o m enos fie l de la raza
venced ora; la burguesía, form ada p o r bastardos, cercanos a la raza p rin ­
cip al; y e l pu eblo, que vive esclavizado o , p o r lo m enos, en situación
muy hu m illada, integrado p o r una raza in fe rio r, producida en e l Sur p o r
la m ezcla con los negros y en el N o rte con los fin lan d eses.” 17 E sta form a
ideal, a la que p o d rían servir de esp ejo las castas indias o el feudalism o
europeo, fu e realizada exclusivam ente p o r lo s arios. L os sem itas no se
elevaron nuncfa a la m ism a altura. T am b ié n esta tend encia de G obineau,
vuelta exclusivam ente hacia el pasado, es rechazada p o r la teo ría racista
p o sterior; sin em bargo, la llam ad a perspectiva de fu tu ro de ésta no es
sino la renovación de los v iejo s estados bárbaros de cosas al que se in je r­
tan ahora todos los horrores del im perialism o. Los racistas de un períod o
posterior, pese a su actitud de repudiación, relacionada con el u lterior
d esarrollo de las tendencias reaccionarias en el períod o im perialista, si­
guen m anteniéndose desde m uchos puntos de vista en el m ism o terreno
^que los fundadores de la teoría racial m oderna.
G obin eau crea tam bién, en p u nto a la fundam entación de la "m e to ­
d o lo g ía” racista de la historia, alg o llam ad o a m antenerse en p ie en la
trayectoria posterior. A l hacer hincapié en la desigualdad sustancial d e los
hom bres, se rechaza, necesariam ente, la concepción m ism a de la hum a­
nidad, y con ella desaparece una de las m ás altas conquistas de la ciencia
de los tiem pos m odernos: la idea del desarrollo de los hom bres com o una
unidad y en un proceso sujeto a leyes. Los ataques contra esta concepción
venían ya de muy atrás. Y asim ism o es sabido que el proceso de desarrollo
unitario de la hum anidad puede rom perse sin necesidad de h acerlo a
base de una teoría racista (a h í está, p o r ejem p lo, la doctrina de S p e n g le r).
P ero la sig n ificació n esp ecífica de la teo ría racial en la h istoria del p en­
sam iento reaccionario de la época contem poránea reside en que esta ne­
gación de la historia universal concentra todos los m om entos esenciales

17 I b í d ., p. 661.
550 DARWINISMÓ SOCIAL, RACISMO Y FASCISMO

d el ataque en la razón: al negar la historia de la hum anidad com o un


proceso unitario, se niega a un tiem po m ism o la igualdad de los hom bres,
e l progreso y la razón. Para G obineau, sólo existe una historia, la de la
raza b lan ca; y esta disparatada idea reaccionaria se m antendrá com o p atri­
m o nio perm anente de la teo ría racista posterior. " E n el m undo oriental
— dice G obineau— sólo se lib ró una lucha continua de las fuerzas ra­
ciales entre el d em en to ario, de una parte, y de otra, el principio negro
y am arillo. Y no hace fa lta decir que allí donde las razas negras se
lim itan a com batirse unas a otras, donde las razas am arillas se m ueven
d en tro de su propia órbita o donde luchan entre sí las m ezclas raciales
negras y am arillas, no hay historia posible. Estas luchas fu eron esencial­
m ente infecundas, com o las fuerzas m otrices étnicas que las provocaron.
N o crearon nada ni d ejaron el m enor recuerdo. . . La historia sólo surge
en el contacto mutuo entre las razas blancas.” 18
E sta concepción de la historia da com o resultado una "te o ría ” muy
peculiar de la historia prim itiva, que se plasm a en la teoría racista. Las
d iferencias en cuanto a las fases de cultura no sig n ifican ya, para las teo ­
rías raciales, etapas de desarrollo recorridas sucesivam ente por el m ism o
p u eblo y la m ism a sociedad, sino que cada una de estas fases se equipara a
determ inadas razas y se entrelaza con ellas de un m odo perenne, m etafísi-
co. Ciertas razas son siem pre bárbaras, m ientras que otras no han pasado
jam ás p o r la fase del salvajism o o la barbarie. A sí, para G obineau , el
paso de la edad de piedra a la edad de bronce sign ifica, sencillam ente, un
cam bio de razas. Y dice, refirién d ose a la raza b lan ca: "N o s llam a la aten­
ción , sobre todo, el que la raza blanca no se nos m uestre nunca en aquellos
estadios prim itivos en que vem os a las otras dos. La vem os ya desde
el p rim er d ía ( ! ) relativam ente cultivada y dotada de los elem entos o ri­
g in ario s m ás im portantes para lle g a r a desarrollar un estado de supe­
rioridad, qué más tard e se desarrolla en algunas d e sus ramas, creando1
las d iferen tes fo rm as de la civilizació n.”
G o b in eau afirm a que las razas blancas pelearon desde el prim er m o­
m ento contra sus enem igos con carros de guerra y que conocieron desde
el prim er d ía la elaboración de los m etales, d e la m adera y del cuero.
"L a s razas blancas prim itivas sabían te je r telas para vestirse. V iv ía n en
g ran d es aldeas, adornadas con pirám ides, obeliscos y túm ulos d e tierra
o piedras. D om aron e l c a b a llo . . . Sus riquezas consistían en copiosos
rebaños de toros y vacas.” 19 A G obin eau no se le ocurre, evidentem ente,
preguntarse ni una sola vez cóm o pudo nacer sem ejante cu ltu ra; cree,
seguram ente, que ya el solo hecho de preguntárselo p o d ría ser considerado
com o un síntom a p sicoló gico de bastardeam iento. A esta p intu ra de la
raza blanca podem os contraponer las indicaciones a que más arriba nos

’ ? Ibíd., pp. 356 s. 19 Ibid., pp. 163-


GUMPLOWICZ, RATZENHOFER, WOLTMANN 551

referíam os, en las que G obineau h ab la de la incapacidad de los pueblos


prim itivos del A sia M en o r para asim ilarse la civilización.
C om o se ve, la destm cción de la ciencia histórica aparece ya muy avan­
zada, en G obineau . E n sus ideas se expresa, ju n to a las tradiciones fe u ­
dales, el o rgu llo de raza del europeo colonizador fren te a la gen te "d e
co lo r” , a la que se considera " a l m argen de la h istoria” e incapaz
d e ser civilizada. C laro está que sem ejante construcción de la historia
ten ía necesariam ente que encontrar en los arios, com o hem os visto, no
sólo la culm inación, sino tam bién el punto fin a l de la historia. E l pesi­
m ism o fatalista era inevitable, para G obineau . Este pesim ism o le valdrá,
algunos decenios m ás tarde, una gran popularidad entre la intelectualidad
decadente, tam bién pesim ista, de fin a l de siglo. Ese estado de ánim o le
inutilizará, en cam bio, cuando el oscurantism o de la teoría racial- im peria­
lista se vuelva m ilitan te y activo y se lance al ataque decisivo contra la
cultura hum ana.

III

E l darw inism o social


(G u m plow icz, R atzen h o fer, W o ltm a n n )

Para p oder convertirse en la id eo lo g ía pred om inante de la extrem a reac­


ción, la te o ría racista necesitaba d espojarse d e su ro p aje abiertam ente fe u ­
d al y revestir el d isfraz y la m áscara de la m ás m oderna "cie n tificid a d ” .
P ero, no se trata sim plem ente de un cam bio de vestuario. P o r d eb ajo
de éste hay alg o m ucho más im portante, que en él se expresa y que es el
cam bio d el carácter decisivo dé clase de la nueva teo ría racista. C laro
está que tam bién b a jo su fo rm a m ás m oderna sigue siendo ésta la defensa
seudobiológica de los p rivilegios d e clase. P ero ahora no se trata ya
sim plem ente de la nobleza h istórica — com o ocu rría, p referentem ente,
en G obineau — , sino, de una parte, d e los p rivilegios de las razas euro­
peas fr e n te a las razas de c o lo r ( l o que ya e xistía en G o b in e a u ), y
adem ás de los pueblos germ ánicos, y p rincipalm ente d el p u eblo alem án,
sobre los demás pueblos de E uropa (e s decir, de una id eo lo g ía de la
d om inación m undial alem an a) y, de o tra parte, de los derechos señoriáles
de la clase capitalista dentro de cada nación, o sea del nacim iento de una
"n u eva nobleza” , y no ya sim plem ente de la conservación d e la aristo­
cracia h istórico-feu d al.
E ste cam bio de rum bo va preparándose gradualm ente. P asa cerca de
m edio sig lo antes de que la nueva te o ría racista encuentre en C h am berlain
un teórico tan descollante com o la antigua, a l d eclinar, lo h ab ía encon­
trado en G obineau .
Com o fase interm edia entre estas dos etapas de la teoría racista desem ­
552 DARWINISMO SOCIAL, RACISMO Y FASCISMO
peña u n p ap el decisivo el llam ad o darw inism o social. L a te o ría de D arw in
e je rció una in flu en cia extraord in aria sobre todo e l d esarrollo de la cien ­
cia y de la concepción d el m undo, en la segunda m itad del sig lo x ix .
Las obras de D arw in fecundaron y estim ularon extraord inariam ente la
ciencia pro gresiva: donde quiera que auténticos h om bres d e ciencia y
filó so fo s pusieron m anos a la obra p ara asim ilarse y d esarrollar e l ver­
dadero contenido de la obra de D arw in , surgieron grand es progresos
cien tífico s. H e aquí lo que E ngels escribe a M a r x : " P o r lo dem ás, te
diré que D arw in, a quien estoy leyendo, es verdaderam ente m ag n ífico .
L a teleo lo g ía, qué aún no h ab ía sido destruida en uno de sus aspectos,
cae ahora p o r tierra. A dem ás, jam ás habíam os asistido a un intento tan
grandioso de dem ostrar el desarrollo histórico en la naturaleza, o, por
lo m enos, con tanto é x ito .” 20 Y en térm inos parecidos se expresa, a su
vez, M a rx en carta a E n g els: "A u n q u e desarrollado en un tosco inglés,
es éste el lib ro en que se. contienen los fundam entos de nuestra co n ­
cepción en el terreno de la historia n atu ral.” 21
H ay que ten er en cuenta, sin em bargo, que la in flu en cia universal de
D arw in se produce en una época de crisis general de las ciencias sociales,
y entrelazada con esta crisis. E n general, los ideólogos burgueses reaccio­
narios com baten e l darw inism o, sobre todo las consecuencias que de él se
derivan en el terreno filo só fico y de la concepción del m undo, perq, tam ­
bién su m etod o logía y sus resultados en el cam po de las ciencias natura­
les. L a lucha de la id eo lo g ía burguesa reaccionaria va dirigida, ante
todo, contra la teo ría de la evolución, es decir, precisam ente contra el
punto que E ngels destacaba con razón com o el más gran d e progreso
aportado p o r la te o ría de D arw in . A sí, pues, la lín ea fundam ental de las
ciencias burguesas, y sobre todo de la filo s o fía burguesa, es una lín ea
antidarw inista.
Pero e llo no es obstáculo p ara que el darw inism o fraseológico llegue
a adquirir, transitoriam ente, una im portancia nada desdeñable en las
ciencias sociales. C riticand o un lib ro de F . A . L ange, M a rx denuncia
con trazos muy enérgicos esta nueva tendencia incipiente que se trasluce
en las ciencias sociales: " E l señ or L an g e h a hecho, en efecto, un gran
descubrim iento. T o d a la h istoria debe reducirse, según él, a una sola
gran ley natural. E sta ley natural es la frase (p u es la fó rm u la de D arw in
se reduce, así aplicada, a una sim ple fra s e ) de la struggle for lije, de la
'lucha p o r la existen cia’, frase cuyo contenid o n o es otro que la ley
m althusiana de la p oblación o, m e jo r dicho, de la superpoblación. P o r
tanto, en vez de analizar la stfüggle for lije tal com o se presenta h istó­
ricam ente b a jo las d iferen tes y determ inadas fo rm as sociales, n o se en­

20 Carta de Engels a Marx, 12-XII-1859.


21 Carta de Marx a Engels, 19-XII-1860.
GUMPLOWICZ, RATZENHOFER, WOLTMANN 553

cu entra nada m e jo r que encuadrar to d a lucha concreta en la frase de la


struggle for lije y tro car esta frase en la 'fa n ta sía de la p o blació n
de M alth u s. H ay que reconocer que es éste u n m étod o muy insinuante
para la cu ltu ra y la pereza m en tal que se dan m ycho to n o y quieren
hacerse p asar p o r cien cia.” 32
D eten gám on os u n m om ento a exam inar cuáles son las cond iciones g e ­
nerales q u e determ inan el nacim iento d el llam ado darw inism o, en e l cam po
de la so cio lo g ía. L a econom ía clásica se h a disuelto, sobre todo en In g la ­
terra, com o consecuencia de las luchas de clases. Su conversión en eco­
n om ía vu lgar acarrea consecuencias que no se lim itan a l cam po económ ico
en sen tid o estricto. N ad a tien e d e extrañ o e l que sea éste el p eríod o en
que la so cio lo g ía se desglosa de la econom ía, para constituirse en d isci­
p lin a aparte. ( E n nada hace cam biar, decisivam ente, la situación el hecho
de que, e n C om te, este desglose fu ese e l d el utopism o de S ain t-Sim on ;
C om te d esglosa la sociología de sus fu nd am entos económ icos, lo m ism o
que m ás tard e lo h aría Spencer en In g la te rra .) L a nueva sociología, que
renuncia a su fundam ento económ ico, m etod ológicam ente necesario, busca
y encuentra en las ciencias naturales la base de su supuesta ob jetiv id ad y
su jeción a leyes. Y , com o es lóg ico , esta fu nd am entación de la sociología
a través de la quím ica, la b io lo g ía, etc., sólo puede llevarse a cabo a la
m añera que M a rx pone de m an ifiesto en L an g e con respecto a D arw in ,
es decir, convirtiend o lo s resultados d e las ciencias naturales en frases
abstractas. A sí, en efecto, operan C o m te y Spencer, y así op era tam bién,
en A lem ania, la llam ada sociología orgánica. Y es evidente que, co n se­
m ejan te orientación de la sociología, n o era p o sib le que la in flu en cia
m undial del darw inism o pasase de larg o , sin d eja r una p ro fu n d a hue­
lla aquí.
E sta in flu e n cia responde, evidentem ente, a razones m ás pro fun das que
las sim ples necesidades m etod ológicas d e la so cio lo g ía burguesa. E n el
ú ltim o cuarto d el siglo x ix , la id eo lo g ía burguesa en tra en una nueva fase
de la apologética del capitalism o. L a teo ría arm onicista de la econom ía
vulgar, com o la te o ría d el crecim iento orgánico en la so cio lo g ía que se
daba aires biológicos, resultaron ser insu ficientes, sobre todo para luchar
contra las ideas socialistas, m ostrándose in eficaces en extensos círcu lo s del
pú blico a l que apelaba la sociología burguesa.
L a razón de este fracaso de la te o ría arm onicista de la econom ía vulgar
y de la so cio lo g ía orgánica hay que buscarla en la agudización de las
contrad icciones del capitalism o y, en relación co n ello , de la agudización
d e las luchas de clases, que se revelan cada vez m ás violentas y p o n en al
descubierto m ás claram ente cada vez la nulidad de la te o ría arm onicista.
A h o ra bien, si se quiere ju stific a r el capitalism o com o e l m e jo r sistem a 2

22 Carta de Marx a Kugelmann, 27-VI-1870.


554 DARWINISMO SOCIAL, RACISMO Y FASCISMO

económ ico y social concebible, si la sociología — com o está obligad a a


hacer, en cuanto ciencia apologética-burguesa— h a de cond u cir a la re­
con ciliación con el sistem a capitalista y convencer a los vacilantes de su
superioridad, no deberán borrarse ni esfum arse las contradicciones y, sobre
todo, los lados inhum anos del capitalism o, sino que, le jo s de ello , la
apologética deberá p artir precisam ente de esos aspectos negativos. D ich o
en pocas palabras: m ientras que hasta ahora la apologética del capitalism o
negaba los "lad o s m alos” de este sistem a, la nueva apologética arranca
precisam ente de e llo s; se p ro pone llev ar a la intelectualidad burguesa a
afirm ar estos "lad o s m alos” o, por lo m enos, a congraciarse con ellos,
com o con aspectos supuestam ente inm utables, naturales y "e te rn o s".
N o cabe duda de que el d arv in ism o fraseológico ten ía que b rin d ar un
punto de apoyó extraord inariam ente adecuado a esta nueva fo rm a de la
apologética. Y a veíam os cóm o, aproxim adam ente, p o r la m ism a época,
F ederico N ietzsche se v alía tam bién de la frase del darw inism o en .esta
m ism a dirección. A n te una necesidad ideológica tan fu ertem ente sentida,
nada tiene de extraño que surjan diversas escuelas sociológicas dedicadas
a llevar a cabo esta nueva fo rm a de la apologética del capitalism o, sobre
tales bases seudodarwinistas. E ste darw inism o social o frece las más diversas
posibilidades para llevarla a cabo. En p rim er lugar, sienta las bases para
una concepción "m o n ista” , "cie n tífico -n a tu ra l” de la sociología. La socie­
dad, vista así, aparece com o una parte perfectam ente hom ogénea de las leyes
cósmicas generales. M ien tras que E ngels saluda al darw inism o por cuanto
que viene a estim ular la concepción histórica de la naturaleza, esta socio­
lo g ía se vale del D arw in convertido en frase para desm ontar el historicis-
m o en las ciencias sociales. E n segundo lugar, p o r este cám ino, se hace
desaparecer de la sociología no sólo todas las categorías económ icas, sino
tam bién las clases. Pasa a ocupar su sitio la "lu ch a p o r la existen cia”
entre las razas. E n tercer lugar, la opresión, la desigualdad, la exp lota­
ción, etc., aparecen aquí com o "h ech o s naturales” , com o "leyes de la
naturaleza” , y, en cuanto tales, inevitables e indestructibles. Se ju stifica
con ello, com o "co n fo rm e a naturaleza” todo lo que de espantoso provoca
el capitalism o. En cuarto lugar, esta so cio lo g ía "s u je ta a leyes naturales” ,
hace a los hom bres más resignados ante la suerte capitalista. G um plow icz
form ula con una gran fuerza este aspecto del darw inism o social. La últim a
palabra de la so cio lo g ía es, para él, la concepción "d e la historia hum ana
com o un proceso natu ral” . E sta concepción es "la coronación de toda
moral humana, porque predica del m odo más persuasivo la necesidad de
que el hom bre se someta resignadam ente a las leyes naturales, que son
las únicas que gobiernan la h istoria” ; porque es " la m oral de la racional
resignación” .23 Finalm ente, esta teo ría se presenta com o una doctrina

23 Gumplowicz, Grundriss der Soziologie, Innsbruck, 1926, p. 265.


GUMPLOWICZ, RATZENHOFER, WOLTMANN 555

elevada, o b jetiv a, im parcial y colocada por encim a de los partidos, aunque


sus p rincipales tiros vayan dirigidos claram ente con tra el socialism o y sus
partidarios. A sí, R atzenhofer, el d iscípulo de G um plow icz, dice, re firié n ­
dose a la p o sición d e los diversos partidos ante la sociología, que las gentes
de p o sición acom odada la ven con m alos o jo s, pero tam bién los hom bres
op rim idos, "y a que se ve obligad a a arrebatarles sus ilusiones acerca
de la posibilid ad de que lleguen a realizarse plenam ente sus de­
seos” .24
E ste darw inism o social es un fen óm en o internacional y va m ucho más
a llá de la sociología en sentido estricto. (B a s ta referirse, p o r ejem p lo, a
la teo ría lom brosiana del "crim in al n ato” . ) C ierto es que esta tendencia
no lle g ó a im ponerse nunca cóm o la ú n ica im perante en la sociología
burguesa. L os sociólogos burgueses m ás capaces y m e jo r form ados m eto­
dológicam ente n o tardaron en darse cuenta d e todo lo que h ab ía de in­
sostenible y de fraseológico en este sensacional nuevo m étodo. Surgieron
u n a serie de discusiones en la palestra internacional. E l darw inism o social
n o fu e com batido solam ente p o r lo s representantes d el v ie jo pensam iento
liberal, que, fiele s a la teoría arm onicista, trataban de a le ja r — -por lo
m enos, d e la id eología— to d o lo q u e fu ese violen cia y se m anifestaban
categóricam ente en contra del "m aqu iav elism o” del darw inism o social.
A sí, vem os cóm o N o v ic o w 2526 repudia tanto el "b an d o lerism o ” "d e arri­
ba” (B ism a rc k ) com o el " d e ab a jo ” (M a r x y la lucha d e c la se s ). E n
últim a instancia, se m uestra d e acu erd o- co n sus adversarios darw inistas;
lo que ocurre es que trata de com batir a l m arxism o con otros m étodos.
T am b ién rechazan tajantem ente el darw inism o social ciertos sociólogos
que fo m entan en otros aspectos el desarrollo ideológico del períod o im ­
perialista. E n tre ellos se destaca F . T o en n ies, quien escribe: "N in g ú n ar­
gum ento en pro o en contra de la lib re com petencia, en p ro o en contra
de los cárteles o los trusts, en pro o en contra de las em presas del Estado
o los m onopolios, en pro o en contra del capitalism o o del socialism o, se
esconde entre los principios de la te o ría de la descendencia com o en una
bolsa m ág ica; de su aplicación n o debe tem erse ni esperarse nada excep­
cio n a l. . . Estos esfuerzos presentan un m arcado m atiz de rid ícu lo, son
falaces argum entos com o los adornos d e los negros, 'q u e acreditan un
b a jo nivel de pensam iento cie n tífico .” 28
G um plow icz es, en lengua alem ana, el representante típ ico del darw i­
nism o social, que ha hecho escuela. E ste sociólogo — y m ás m arcadam en­
te todavía su discípulo, R atzen h ofer— p arte d e la absoluta identidad y la
coincidencia cualitativa de los procesos operados en la naturaleza y en

24 Ratzenhofer, Die soziológis'che Erkenntnis, Leipzig, 1898, p. 265.


25 Novicow, Critique du Darwinisme social, París, 1910, p. 10.
26 Toennies, Soziologiscke Studien und Kritiken, Jena, 1925, t. I, p. 204.
556 DARW1NISMO SOCIAL, RACISMO Y FASCISMO
la sociedad. G um plow icz d efin e la so cio lo g ía com o " la historia natural
de la hum anidad” . Y glosa este punto de partid a m etodológico, diciendo
que es m isión de la ciencia de la naturaleza "e x p lica r los procesos de la
historia m ediante la acción de leyes naturales inm utables” .27 Cóm o h a
de interpretarse esto, nos lo dice claram ente R atzenhofer. Pondrem os
solam ente unos cuantos ejem plos, para ilustración del m éto d o : "L a s leyes
fundam entales de la quím ica deben considerarse tam bién, analógicam en­
te, com o leyes s o c io ló g ic a s .. . L a m ayor o m en or afinidad mutua de
los elem entos o su repugnancia a ciertas com binaciones son fenóm enos
causalm énte idénticos, y no sim plem ente parecidos, a las pasiones en la
vida social, al am or y al o d io .” 28
G um plow icz y R atzen h ofer son, en todas las m anifestaciones y m oda­
lidades externas de sus tendencias, el p o lo contrario de G o b in eau : sobrios
cien tífico s dedicados a un cam po especial, p o r oposición a la d esenfrenada
fan tasía del racista fran cés; rigurosos m onistas con fundam ento en las
ciencias naturales, en contraposición a la ortod oxia católica de éste, etc.,
etc. H ay, sin em bargo, un rasgo fundam ental com ún entre el m étod o
"b io ló g ic o ” de aquéllos y el de éste: la tendencia a reducir los fenóm eno s
sociales a una aparente su jeción a leyes, con ayuda de analogías con unas
supuestas ciencias naturales. N o s encontram os, pues, aquí, con una p ro ­
pensión que más tarde se m anifestará muy claram ente en el fascism o: el
carácter apodíctico de las conclusiones, basado exclusivam ente en analo­
gías, m uchas veces de un tip o absolutam ente superficial, que nada dicen
n i nad a dem uestran y que n o encierran, e n m odo alguno, una fu erza
realm ente probatoria.
C on este supuesto m étodo cien tífico -n atu ral, el darw inism o so cial su­
prim e la historia. E l hom bre n o h a cam biado, en e l decurso histórico. "H a y
que despojarse — dice G um plow icz— de la vana ilu sión d e q u e el
hom bre de hoy — ¡e l hom bre civ ilizad o !— sea, p o r su naturaleza, sus
im pulsos y sus necesidades, sus dotes y sus cualidades espirituales, distinto
del hom bre p rim itiv o .” 29 P o r donde la sociología darw inista no sólo e li­
m ina del conocim iento de la sociedad todo lo económ ico, sino tam bién
todo lo social. E lim in ació n m etodológicam ente necesaria. Si la sociología
se basa en la b io lo g ía o en la antropología, no puede adm itir, com o es
natural, cam bio esencial alguno, y m enos aún un progreso. L os cam bios
operados en el hom bre de la historia que conocem os no son cam bios de
tipo biológico, sino de carácter social. E l planteam iento b iológ ico del p ro ­
blem a entraña, por tanto, que lo que desde este punto de vista se declara
esencial se halla sustraído ya a to d o cam bio, a todo d esarrollo. Y tam -

27 Gumplowicz, Die soziologische Staatsidee, Graz, 1892, p. 5.


28 Ratzenhofer, op. cit., p. 91.
29 Gumplowicz, Der Rassenkampf, Innsbruck, 1928, pp. 103 s.
GUMPLOWICZ, RATZENHOFER, WOLTMANN 557

bien esto constituye un im portante trab ajo preparatorio en fav o r de ia


concepción histórica del fascism o.
C on ayuda de la ley, convertida tam bién e n frase, 'd e la conservación
de la en ergía, vem os que G um plow icz convierte este antihistoricism o in­
cluso en una "le y cósm ica” . H e aquí sus p alabras: "P u es del m ism o m odo
que nunca pueden perderse las fuerzas que obran en e l resto de la natura­
leza, cuya suma se trueca tal vez en otras que obran b a jo distinto signo,
pero sin que p o r ello disminuya, así tam bién ocurre en e l cam po del
proceso natural de la sociedad. L a sum a de las fuerzas sociales que obran
dentro de los ám bitos de la hum anidad desde los tiem pos m ás rem otos,
p robablem ente no disminuye nunca. E n épocas pasadas, e sa s . fuerzas se
m anifestaban en las innum erables guerras entre las hordas y en las riva­
lidades entre las tribus; actualm ente, con el desarrollo del proceso social
en d iferentes cam pos, con el progreso de las am algam as sociales y los
avances d e la cultura, aquellas fuerzas no se pierden, sino que se m ani­
fiestan b a jo otras form as. L a sum a de las m utuas explotaciones llevadas
a cabo en cada com unidad social dada, ta l vez no se reduzca nunca, aunque
sé efectú en , a veces, b a jo otras fo rm as. A sí, vem os que en E uropa se
libran hoy, en cuanto al núm ero, m enos guerras que en siglos anteriores,
pero la m agnitud y la im portancia de cada una d e e llas (p o r e jem p lo ,
las d e la guerra franco-alem ana, las d e la guerra ruso-turca o las d e la
ru so-jap on esa) contrarrestan el núm ero de las guerras d el pasado.” 30
Y d e esta supuesta sujeción a ley s e sigue, según G um plow icz, e l que
" l a masa de los organism os que viven sobre la tierra será siem pre, nece­
sariam ente, la m ism a y de que se h a lla cond icionad a p o r las proporciones
cósm icas d e nuestro p la n e t a .. . S i los unos aum entan, es a costa de que
dism inuyan los otros” .31 P o r donde la sociología m o nista de este seudo-
darw inísm o viene a desem bocar sin tro p iezo e n un m althusiánism o al que
se asignan relieves cósm icos. ,
D e donde se 'deduce, para ei darw inism o social, en prim er lugar, qura
no existe un progreso para toda la hum anidad, p o r lo m enos dentro del
un determ inado m undo de cultura. G um plow icz es, en este punto, un£
antecesor de la teoría spengleriana de los ciclos culturales. Según él, el
progreso sólo es concebible dentro " d e la trayectoria de un m undo cultural
aparte, trayectoria iniciada desde e l p rin cip io y llevada hasta su té r­
m in o” .32 N o existe, p o r tanto, u n a historia u n itaria d e la hum anidad.
C om o se ve, la repudiación de la h isto ria universal, , actualizada p o r Spen-
g le r y C ham berlain, d e ja hondas raíces en las necesidades ideológicas de
la burgu esía im perialista; la negación de la h isto ria universal b ro ta en
sistem as exteriorm ente muy distintos y hasta m etod ológicam ente contra­

30 Ibid., pp. 332 s. 31 Ibíd., pp. 66 s.


32 Gumplowicz, Grundriss der Soziologie, ed. cit., p. 255.
558 DARWINISMO SOCIAL, RACISMO Y FASCISMO

puestos. G um plow icz enseña que "n o podem os lleg ar a form arnos la
m enor idea del desarrollo de la hum anidad com o un todo arm ónico, ya
que no tenem os una idea coherente acerca d el su jeto del m ism o” .33 El
d esarrollo dentro de cada m undo cultural, es, en G um plow icz, com o lo
será más tarde en Spengler y en la teo ría racista desarrollada, un ciclo :
"to d a nación, al lleg ar a su fase cultural más alta, m archa hacia la deca­
dencia, decadencia a la que abren el cam ino los prim eros bárbaros que
se presen tan” . 34
N o es d ifíc il darse cuenta de que tam bién aquí estamos ante sim ples
analogías a que se atribuye, gratuitam ente, un carácter apodíctico. G u m ­
plow icz, com o m ás tarde Spengler, aplica a los m undos culturales, y
respectivam ente a los ciclos de la cultura, p o r analogía, pura y sim ple­
m ente, las fases de la vida biológica del hom bre (in fa n cia , virilidad,
v e je z ). L a tajan te contraposición entre la in flu en cia progresiva y la
in flu en cia reaccionaria del darw inism o salta a la vista. M ien tras que los
descubrim ientos de D arw in ayudaron a M a rx y E ngels a com prender
la naturaleza y la sociedad com o un gran proceso histórico unitario,' el
darw inism o social desgarra discursivam ente la concepción de una historia
universal unitaria de la hum anidad, conquistada p o r la ciencia burguesa
progresiva.
E ste m étodo m ístico, m étodo radicalm ente falso y que, b a jo un d isfraz
m onista, ju ega a las analogías, lleva a conclusiones rem atadam ente equivo-
cadas aún allí donde parte originariam en te de observaciones sociales que
no s e h allan realm ente en contradicción con los hechos. A sí, p o r'e je m p lo ,
G um plow icz observa que el nacim iento del E stado guarda una íntim a
relación con la desigualdad social entre los hom bres. P ero, al no buscar
a esta desigualdad causas económ icas, sino causas cósm icas, tom adas de
unas seudociencias naturales, se deduce de una observación certera una
m ística reaccionaria. Y surge aquí la estrecha afinidad del darw inism o
social con la más reaccionaria teo ría racista, p o r cuanto que para G u m ­
plow icz. — lo m ism o que para Gobiríeau— la "d esiguald ad originaria”
de los hom bres constituye el punto de partida. R atzen h o fer dice, no m enos
categóricam ente que G obineau y la teo ría racista p o sterior: " L a desigual­
dad e s . . . lo natu ral; la igualdad, lo antinatural y lo im p osible.” 35
Y lo m ism o que en G obineau , esta m istificación de los hechos eco­
nóm icos basada en seudofundam entos tom ados de las ciencias naturales,
responde a una tendencia antidem ocrática general. L a gran d iferencia
consiste en que G obineau venía a restaurar e l v ie jo antidem ocratism o de
Ja aristocracia feud al, m ientras que e l darw inism o social re fle ja ya el
antidem ocratism o de la burguesía, del capitalism o victorioso, r e fle jo que

33 Ibíd., p. 249. 34 lb¡d„ p. 252.


38 Ratzenhofer, Grundriss der Soziologie, Leipzig, 1907, pp. 16} t.
GUMPLOWICZ, RATZENHOFER, WOLTMANN 559

cobra su m ayor fuerza, com o e l natural, e n países com o A lem ania y Aus-
tria-H u n g ría, en los que esta d om inación económ ica no h a ido precedida
por una revolución burguesa triu n fan te.
H e ahí p o r qué G um plow icz se detiene a investigar la suerte que han
corrido las doctrinas de la igualdad a lo largo de la historia, exam en en el
que, cosa muy significativa, presenta com o tendencias absolutam ente igua­
les (co m o m ás tarde hará tam bién la teoría racista) el judaism o, el
m ahom etism o, la Iglesia cristiana y la R evolución francesa. Y hace cons­
tar que todas estas tendencias estaban condenadas al fracaso, "p o r la sen ­
c illa razón de que tales doctrinas son contrarias a la naturaleza hum ana,
por lo que su vigencia no pasaba de ser, en el m e jo r de los casos, pura­
m ente nom inal. . . L o que de un m odo efectivo y permanente gobierna
de un m odo suprem o el m undo son otras teorías y otros princip io s com ­
pletam en te distintos, más a tono con la naturaleza elem ental del .hom bre.
N o son las doctrinas de Buda, ni las palabras de C risto, n i lo s "p rin c i­
pios” de la R evolución francesa las q u e resuenan p o r sobre el estrépito
de las luchas de los p u eblos; e l g rito que aquí se escucha es este o tro :
¡A q u í los arios, aquí los sem itas, aquí los m ongoles, aquí lo s europeos,
aquí los asiáticos, aquí los blancos, aquí la gen te de color, aquí los
cristianos, aquí los m usulm anes, aquí lo s germ anos, aquí lo s latinos, aquí
los eslav o s! Y así sucesivam ente, en m il variaciones distintas. B a jo estos
gritos de b atalla se hace la historia, se derram a a torrentes la sangre de
los hom bres, para que se cum pla una ley natural histérico-universal que
todavía estam os muy le jo s de h ab er llegad o a cono cer” .86
G um plow icz dista todavía m ucho, com o se ve, d e la afirm ación entu­
siasta de este "p roceso natural” ; pred ica fre n te a él, com o hem os visto,
una "racio n al resignación” . P e jo , con su p rim itiva construcción biolo-
gística de la historia, con su m istificació n de los hechos de la lucha de
clases para convertir ésta en una lucha de razas regid a p o r una "le y natu­
ra l” , y con el propósito antidem ocrático que in fo rm a toda esta concepción,
va preparando la concepción fascista de la historia. N ad a tiene, pues, de
extraño qué reiteradam ente tribu te grandes elogios, con ciertas reservas,
a autores redom adam ente reaccionarios sostenedores de sem ejante concep­
ción, com o un H aller, un L om broso o un G obineau . Y esta intención
antidem ocrática se m anifiesta to dav ía con m ayor fuerza en su discípulo
R atzen h o fer: "L o s tópicos de libertad, igualdad, internacionalism o no son
más qué fantasm as e n g a ñ o s o s ... L a idea de la revolu ción es anticien­
tífic a .” 87
P artien d o de estas prem isas, se com prende fácilm en te por qué el p ro ­
blem a del Estado ocupa el centro en la so cio lo g ía de G um plow icz y de

86 Gumplowicz, Der Rasseniampf, ed. cit., p. 295.


87 Ratzenhofer, Gruudriss der Soaiologie, ed. cit., pp. 93 y 95.
560 DARWINISMO SOCIAL, RACISMO Y FASCISMO
su escuela. E l Estado es, sobre la base de la desigualdad "n atu ral” de los
hom bres, e l dem iurgo de la división social del trab ajo . Y esta concep­
ción va dirigida, en p rim er térm ino, contra las pretensiones de la clase
obrera. T rátase de dem ostrar que el Estado, com o la "o rd en ació n de la
desigualdad” es " l a única organización posible entre los hom bres” .88 C on
estas teorías, G um plow icz no sólo desglosa totalm ente la sociología de
Ja econom ía, sin o que trata, adem ás, de em pequeñecer ésta, que, natu­
ralm ente, sólo conoce b a jo la fo rm a de la econom ía vulgarizada de su
tiem po, convirtiénd ola en una ciencia particu lar específica,, por oposición
a la sociología universal. T am b ién en esta tend encia a despreciar la eco­
nom ía es el darw inism o social un precursor de la id eología reaccionaria
del períod o im perialista. L a econom ía no puede, según G um plow icz, te ­
ner en m odo alguno la pretensión de lleg ar a com prender la sociedad. Se
ocupa solam ente de los fenóm enos económ icos. "A h o ra b ien — sigue d i­
ciendo— , la esencia y la vida de una sociedad no se reducen, ni m ucho
m enos, a sus actividades económ icas, del m ism o m odo que e l individuo
desarrolla m ás actividades que ésas. C on m ucha m ayor razón p o d ría la
sociología pretender considerar a la econom ía p o lítica com o u n a de sus
partes” .89
E sta inversión de las relaciones entre el Estado y la econom ía guarda
relación con el p roblem a Central del darw inism o social, es decir, con la
tendencia a interpretar y com prender desde e l punto d e vista biológico
toda d iferenciació n social, la división e n clases y la lucha de clases, b o ­
rrándolas con ello de la realidad. Surge así *en G um plow icz, que era,
subjetivam ente, un intelectual honrad o, un p ro fu n d o c o n flicto personal,
que encierra un interés g en eral y aleccionador porqu e re fle ja bastante
bien el desconcierto discursivo y m etod ológico de esta fase d e transición
y revela, al m ism o tiem po, cuán ind efensa se hallab a la intelectualidad de
habla alem ana fre n te a la corrien te g en eral d el desarrollo reaccionario. D e
las prem isas que d ejam os esbozadas se desprende, en efecto , im perativa­
m ente, la consecuencia de que la sociología debe sustituir la clase p o r la
raza, p rincipalm ente porque se consid era la violencia com o e l elem ento
prim ario d el desarrollo del Estado, p o r donde la d ivisión en clases se
reveía com o la d om inación de u n a raza sobre otra.
Y , en efecto , en su prim er lib ro , titulado Raza y Estado (Rasse und
Staat), que v io la luz en 1 8 7 5 y q u e p ro d u jo cierta sensación, G um plow icz
form u la e l p roblem a de tal m odo q u e id en tifica pura y sim plem ente las
razas y las clases. P ero , en el curso d e sus investigaciones cien tíficas pos­
teriores, va viendo cada vez m ás claram ente q u e esta prem isa es insoste­
nible. A sí lo reconoce ya en su segunda o b ra im portante, La lucha de razas3 89

38 Gumplowicz, Die soziologische Staatsidee, ed. cit., p. 48.


39 Gumplowicz, Soziologische Essays, Innsbruck, 1928, pp. 180 s.
GUMPLOWICZ, RATZENHOFER, WOLTMANN 561

(Der Rassenkampf, 1 8 8 3 ) , dónde, refirién d o se a l p ro blem a de la raza,


d ice: "T o d o es aquí arbitrariedad y apariencias y op iniones su b jetiv as: no
se encuentra p o r ninguna parte terren o seguro, u n punto de apoyo firm e ,
ni un resultado p o sitiv o.” Y , ob lig ad o a buscar, corfio m onista basado
en las ciencias naturales, un m ín im o , p o r lo m enos, de características
o bjetivas para explicarse las d iferen cias raciales, lle g a a las siguientes
consecuencias: " D e cuán triste p ap el hacen todas esas mediciones de crá­
neos d e los antropólogos y otras cosas p o r el estilo h a podido convencerse
todo el q u e haya tratado ir a buscar a sem ejantes investigaciones elem entos
d e ju ic io acerca de lo s d iferentes tip o s de la hum anidad. T o d o aparece,
aquí, revuelto y confuso, y las cifras y m edidas 'm edias' no acusan
ningún resultado tan gible. L o que un antropólogo consid era com o el tip o
germ ánico encaja, según otro, en e l tipo eslavo. H ay en tre los ’arios’
tipos m ongoles, y a cada m om ento se expone un o, siguiendo los criterios
’antropológicos’, a con fu n d ir a los ’arios’ con los sem itas, y viceversa.” 40
Y hasta el m ism o R atzen h oferr que en m uchos respectos reaccionarios va
m ás -allá que su m aestro y ve en los negros, p o r e jem p lo , coincidiendo
con G obineau , esclavos innatos, se ve obligad o a reconocer en este terren o
la ausencia de fundam entos c ie n tífic o s: ’’L as características raciales
— dice— ofrecen , evidentem ente, u n fu nd am ento para la conducta so­
cial, pero sólo en casos muy raros es p o sible ponerlas de m an ifiesto en
determ inados individuos.” 41
Pero, com o G um plow icz y su escuela rechazan la base económ ica de la
lucha d e clases, la conciencia de q u e las determ inaciones d e las razas
es alg o m uy problem ático tien e necesariam ente que llevarlos a un tu rbio
y con fu so eclecticism o, que el d esarrollo de la id eo lo g ía reaccionaria del
período im perialista pasa sen cillam ente p o r alto , después de h aber sido
fecundada p o r las sugestiones del darw inism o social. E xp o n en te muy sig­
nificativ o d el carácter de tran sición del fen óm en o G um plow icz en la
teoría racista es u n a conversación sostenida p o r él co n u n representante
ju v en il d el darw inism o social, W o ltm an n , q u e G u m plow icz reproduce en
una ed ición p o sterior d e su obra sobre La lucha de razas. W o ltm a n n re­
procha a l m aestro el haberse desviado d el cam ino derecho, e l seguido
p o r él en la p rim era obra, diluyendo e l concepto certero de la raza.
G um plow icz se d efien d e en lo s sigu ientes térm in o s: " M e s o r p r e n d ía .. .
ya en m i p atria de origen el hecho de que las d iferen tes clases sociales
representasen razas totalm ente heterogéneas; v eía a llí a la nobleza polaca,
qué se consideraba co n razón com o proced ente d e u n tro n co com pletam ente
distinto d el d e lo s cam pesinos; v e ía a la clase m ed iá alem ana y, ju n to
a ella, a los ju d ío s; tantas clases com o razas . . , P ero las experiencias y

40 Gumplowicz, Der Rasienkampf, ed. cit., pp. 189 y 194.


41 Ratzenhofer, Grundriss der Soziologie, ed. cit., p. 296.

36
562 DARWINISMO SOCIAL, RACISMO Y FASCISMO

ios conocim ientos que fu i reuniendo en los siguientes años y la madura


re flex ió n m e enseñaron que, en los países del occidente de Europa sobre
todo, las distintas clases de la sociedad hace ya m ucho tiem po que no
representan otras tantas razas an trop ológ icas. . . y, sin em bargo, se en­
fren tan las unas a las otras com o razas distintas, librando entre sí una
lucha social de r a z a s .. . E n m i Lucha de razas se abandona el concepto
antropológico de raza, pero la lucha de razas sigue siendo la m ism a,
aunque no se trate ya, desde hace m ucho, de razas antropológicas. Y
esta lucha es lo im portante, ya que e lla nos explica todos los fenóm enos
que se dan en el Estado, el desarrollo de éste y la génesis del d erecho.” 42
N o d eja de ser característico el que G um plow icz, que desde el punto de
vista o b jetiv o, es decir, en cuanto a la esencia m ism a del problem a, •aban­
dona p o r com pleto aquí la teo ría social de la raza, la m antenga en pie
term inológicam ente, lo que sig n ifica que sigue m anteniéndose fie l a
ella, en cuanto a las consecuencias que entraña con respecto a la con ­
cepción del m undo.
W o ltm an n representa ya una fase m ás avanzada en el tránsito al des­
arro llo reaccionario del biologism o. Su posición esp ecífica consiste en
que, com o ex-socialdem ócrata (tratábase de un revisionista, que había
intentado enlazar a M arx con D arw in y K a n t ) , p odía dar nuevos pasos
esenciales p o r el cam ino de la adaptación de la teo ría racial a fas necesi­
dades im perialistas. Lleva más allá la idea expresada p o r G um plow icz
de que las luchas de clases son, esencialm ente, "lu ch as de razas” , la
"d ep u ra” de las reservas e inconsecuencias que aún presentaba en su
m aestro y se asim ila, p o r este cam ino — b a jo Una form a m odificada a
tono con los nuevos tiem pos— , ciertos razonam ientos de G obineau , ju n to
a elem entos de la teo ría racista francesa que h ab ía ido desarrollándose
entretanto (L ap o u ge, e t c .) .
W o ltm an n trae de su pasado socialdem ócrata la term in ología del des­
arrollo social, de la estructura social, pero tran sfiriend o todas estas cate­
gorías á lo biológico, al cam po de la teoría racista. A sí, p o r e jem p lo , la
plusvalía es, para él, un concepto biológico. L a división social del traba­
jo "s e b a s a .. . en la desigualdad natural de las cualidades físicas y espi­
rituales” .43 Los antagonism os de clase son "an tagonism os d e raza la ­
tentes” .44 Y , sobre esta base, varía la g lo rificació n revisionista del capita­
lism o, en el sentido de considerarlo com o el m e jo r orden social para la
selección. H u elg a decir que W o ltm a n n se convierte, asim ism o, en d efen ­
sor ideológico d e la opresión colon ial. " E s algo condenado a l fracaso
— según él— el em peñarse en considerar a los negros y a los indios com o

42 Gumplowicz, Der Rassenkampf, ed. cit., p. 296.


43 Woltmann, Politische Anthrapologie, Eisenach-Leipzig, 190}, p. 191.
44 Ibíd., p. 192.
GUMPLOWICZ, RATZENHOFER, WOLTMANN 563
susceptibles de una verdadera civilización” ; lo s b la n c o s — afirm a— "s e ­
rán siem pre la raza señorial en las colonias” .'*5 W o ltm a n n renueva la
d octrina de G obineau a base d el d a rv in ism o social, .p ero ahora ya com o
la id eo lo g ía del im perialism o alem án, puesto q u e sostien e: " L a raza
nórdica es la portadora innata d e la civilización universal.” **
B a jo el engañoso ro p a je de una te o ría social, W o ltm a n n representa,
com o se ve, la teo ría racial im perialista radicalm ente reaccionaria, con
todas sus consecuencias. Y , a l d ecir esto, nos referim os a toda la m eto­
d ología (recordem os aquellas observaciones acerca d e la igualdad a que
nos referíam os m ás a rrib a ). W o ltm a n n rechaza, a l igual que G um plow icz,
el desarrollo u n itario de la hum anidad. E s falso , nos dice, "h a b la r d e la
evolución del género h u m a n o .. . , pues lo que se desarrolla son las dis­
tintas razas'.41 T am b ié n é l se da cuenta, com o es natural, d e que en la
realidad históricam ente dada no existen "razas puras”, d e q u e todas
las características psicológicas en q u e se apoyan las d iferencias raciales
son extraordinariam ente fluctuantes e inseguras. P ero , a d iferen cia de
G um plow icz, no reconoce honradam ente esta contradicción, sino que trata
de elu dirla p o r m edio de rodeos dem agógicos: así, in tercala — para supe­
rar tam bién el fatalism o de G obineau— el concepto de la "d esm ezcla”
de las razas (id ea que m ás tarde ad qu irirá su im portancia para H itle r y
R o s e n b e rg ).
La perspectiva optim ista, fu ertem ente acentuada en contraste con G o ­
bineau, surge m ediante la enérgica afirm ación de la im portancia atribuida
al fo m en to a rtificial de la raza, m ed iante la com binación d el cruzam iento
con la endogam ia. A sí pues, a pesar de todo ese a la rd e . de pom posa
term in o lo g ía sociológica y b iológica, W o ltm a n n n o -logra sobreponerse
a la arbitrariedad de G o b in eau : d e una parte, la m ezcla d e razas es lo
m ás d añin o y fu nesto que pueda im aginarse; d e o tra p arte, lo s b e n e fi­
cios m ás grandes para la raza se o b tien en precisam ente d el cruzam iento.
Su superación d el pesim ism o d e u n G o b in eau descansa sobre " l a m odesta
e s p e ra n z a .. . de poder conservar y salvaguardar la sana y n o b le existen cia
d e la raza actual p o r m ed io de m edidas higiénicas y p o líticas encam i­
nadas a protegerla” .48 P ro n to verem os en qué sistem a despótico de barbarie
conv ertirá el hitlerism o esta "m o d esta esperanza” .
T am p o co W o ltm an n lle g ó a alcanzar una in flu en cia decisiva en su
tiem po. N o porque fu ese "c ie n tífic a m e n te " m e jo r o p e o r que los teóricos
racistas anteriores o posteriores a é l, sino po rqu e en la A lem an ia de
entonces no se daba aún la base p o lítico -so cial necesaria p ara la d ifu sió n
práctica de la te o ría racista. Y esta fa lta de in flu e n cia vin o a acentuarse
todavía m ás p o r el m atiz especial que d entro de la te o ría racial repre-

45 Ibid., p. 198. 46 Ibid., p. 287. 47 Ibid., p. 159


48 Ibid., p. 324.
564 DARWINISMO SOCIAL, RACISMO Y FASCISMO
senta W o ltm an n . M ien tras que los racistas franceses (co m o, p o r ejem p lo ,
aquel Lapouge a quien citábam os) sólo p o d ían soñar con la dom inación
de los arios y — yendo todavía más allá del pesim ism o de un G obineau—
pintaban las perspectivas catastróficas del predom inio ruso sobre E uropa;
de una coalición europea b a jo la féru la de los ju d íos, etc . ; 49 y m ientras
que, p o r su parte, los racistas alem anes, com o O . A m m on, con su tosca
propaganda, abiertam ente an ticien tífica, del pred om inio de A lem ania,
sólo podían im presionar a los "p angerm anistas” más extrem os, W o ltm an n
se condena a la in eficacia en los círculos reaccionarios m ediante deter­
m inadas tendencias, con las que trata de establecer una avenencia entre
su pasado revisionista y el racism o. Com parte con todos los reacciona­
rios la lucha contra la idea de la igualdad de los hom bres, contra la
dem ocracia. Pero no se adhire, en cam bio, p o r ejem p lo, a la condenación
de la R evolución francesa com o una rebelión de los esclavos de, raza
in fe rio r contra la aristocracia (co n tra los arios, los fra n c o s ), com o tam ­
poco a la concepción de todo el m ovim iento obrero com o la sublevación
de elem entos racialm ente in ferio res. D ice , refirién d ose a la R evolución
fran cesa: "L o s je fe s de la revolución eran casi todos ellos g e r m a n o s .. .
La revolución elevó al Poder simplemente a otra capa de la raza ger­
mánica. Sería un error creer que en F rancia fu e a parar e l poder a manos
del 'tercer estádo’. Sólo subió al p oder la burguesía, es decir, la capa
germ ánica alta de los burgueses, del m ism o m odo que en el m ovim iento
obrero actual, considerado desde el p u nto de vista antropológico, se abren
paso, sim plem ente, hacia e l poder y la libertad, las capas germ ánicas
superiores de la clase obrera.” 50
Se com prende fácilm en te que esta am algam a d e una fundam entación
revisionista del auge de la aristocracia obrera con la g lo rificació n racial
del germ anism o no p odía encontrar un cam po extenso de in flu en cia e rrlo s
círcu los reaccionarios de la A lem ania de entonces. N in g ú n reaccionario
alem án p o d ía avenirse fácilm en te a aquella concepción de la R evolución
francesa com o una "h azañ a del esp íritu germ ánico” , y m enos aún a la
interpretación "g erm án ica” del m ovim iento obrero. Estas vacilaciones e
inconsecuencias hicieron de la teo ría racista de W o ltm a n n un episodio
puram ente p asajero, aunque m uchas de sus sugestiones h abrían de ser
recogidas m ás tarde p o r el fascism o.

4!> G. Vacher de Lapouge, Varíen, París, 1899, p. 495.


50 Woltmann, op. cit., p. 294.
H..ST. CHAMBERLAIN 565

IV

H . St. C ham berlain,


fundador del racism o m oderno

El representante más caracterizado de la te o ría racista en el períod o


de anteguerra es H . St. Cham berlain. T am b ié n él dista m ucho, en cuanto
pensador, de la verdadera originalidad. Su sig n ificació n consiste en haber
sabido aunar la v ie ja teoría racista, a la vez que la renovaba a to no con el
im perialism o, con las tendencias reaccionarias generales típicas del períod o
im perialista, sobre todo con la filo s o fía de la vida, dándole así aquella
síntesis de "co n cep ció n del m undo” que cabalm ente necesitaba la más
extrem a reacción de este períod o. Los verdaderos filó so fo s de la vida
de esta etapa (D ilth ey , Sim m el, e t c .) , se h allan todavía dem asiado fu erte­
m ente enlazados con las v iejas tendencias, en p arte agnóstico-liberales,
m ientras que N ietzsche, a su vez, se acerca dem asiado, en parte, a una
decadencia estética de oposición y, en parte, y aun aproxim ándose, p o r
lo dem ás, al darw inism o social, rechaza la te o ría racista en sentido estricto.
A l darw inism o social, p o r su parte, le fa ltá la generalización filo só fica
y, en la m edida en que sus representantes la poseen, se trata de una
filo s o fía m onista, basada en las ciencias naturales y, p o r tanto, inservible
para la extrem a reacción. Pues bien , C h am berlain resum e en una "c o n ­
cepción del m undo” todas las tendencias que para la reacción extrem a
pueden ser im portantes. E n este sentido, podem os ver en él una fig u ra
relevan te: el n exo ideológico de engarce en tre la v ie ja reacción y el fas­
cism o posterior.
N o se trata, naturalm ente, del ú n ico eslabón de éstos. U n im portante
antecesor suyo, a quien los fascistas reverencian tam bién, al igual que a
C h am berlain, com o su antepasado espiritual directo, es Lagarde. N ad a
tien e de extraño que el em perador de A lem ania G u illerm o I I , en sus
años m ozos, cuando apoyaba tam bién la dem agogia antisem ita de Stocker,
m antuviese estrechas relaciones con Lagarde y se hallase b a jo su in flu en cia
esp iritu al.51 C om o no tien e tam poco nada de extraño el que, m ás tarde,
se anudase una correspondencia ín tim a en tre el em perador alem án y
C ham berlain. Y a en 1 9 0 1 , en carta a éste, se llam a G u illerm o I I "c o fra d e
y aliad o en la lucha p o r G erm ania contra R om a, Jeru salén, etc.” .52
A llí m ism o, el em perador se expresa así acerca de la in flu en cia d e
C h am berlain sobre su pensam iento: "T o d o s lo s elem entos prim igen ios

51 No me ha sido posible encontrar las Memorias de Anna de Lagarde, su


viuda. Cito el hecho basándome en un artículo de Franz Mehring, publicado en
Neue Zeit, año X III, t. I, pp. 225 s.
52 Chamberlain, Briefe, Munich, 1928, t. II, p. 143.
566 DARWINISMO SOCIAL, RACISMO Y FASCISMO

arios y germ ánicos que dorm itaban en m í, poderosam ente sedim entados
y que iban abriéndose paso, poco a poco, en dura lucha, se revelaban
abiertam ente con tra lo 'trad icion al', m anifestándose no pocas veces b a jo
form as muy peregrinas, con frecu encia de un m odo inform e, ya que apenas
se trataba m ás que de oscuras intuiciones, a veces agitándose inconscien­
tem ente dentro de m í y pugnando p o r encontrar un cam ino. H asta que
lleg a usted y, con un golp e de su varita m ágica, po ne orden en el caos
y hace luz en las tin ieblas; m etas p o r las que hay que luchar y tra b a ja r;
esclarecim iento de los cam inos antes vagam ente intuidos que deben se­
guirse, en bien de los alem anes y, p o r ello m ism o, en bien de la hum a­
nidad .” 53
Esta am istad dura hasta la m uerte d e C h am berlain. E ste recibe la Cruz
de H ierro en prem io de sus publicaciones de instigación a la guerra, y la
am istosa correspondencia con el em perador se m antiene incluso después
d el derrocam iento de los H oh en zo llern . P ero, al m ism o tiem po. C ham ­
berlain tom a contacto y traba conocim iento con el nuevo je fe de la m ás
extrem a reacción: en 1 9 2 3 , se entrevista con H itle r y resume así la im pre­
sión de este encuentro, en carta al fu tu ro F ü h re r: " M i fe en la causa
alem ana n o había decaído jam ás, aunque sí debo reconocer que m i es­
peranza había sufrid o una depresión profun da. M i estado de ánim o se
siente ahora renacer, de pronto, gracias a usted. E l hecho de que A lem ania
haya podido engendrar, en la h o ra de m áxim o p elig ro , un H itle r, es una
p ru eba d e su. v italid ad ; y lo m ism o las consecuencias que de él em anan,
pues am bas cosas, la personalidad y las consecuencias, fo rm an una unidad.
¡ Y qué m aravillosa con firm ació n d e esto e l hécho de que el grandioso
L u d e n d o rff se adhiera abiertam ente a usted y abrace el m ovim iento que
usted en cabeza!” 54
Lagarde y sus pequeños continuadores (co m o , p o r ejem p lo, Langbehn,
el autor de la obra titulad a Rembr-andt, educador (Rembrandt ais Erzie-
her) son todavía hom bres m arginales, que sólo de un m odo p eriférico
e incidental pueden asociarse a la p o lítica reaccionaria en vigor. C ham ­
berlain ve en Lagarde "e l g en io p o lítico com plem entario de B ism arck ” .55
Los Escritos alemanes (Deutsche Schriften) de Lagarde fig u ran , según
C ham berlain, entre "lo s libros m ás preciosos” . Su gran M érito, nos dice,
consiste en haber sabido descubrir en el cristianism o los instintos religiosos
in feriores de la raza sem ita y Su dañina in flu en cia sobre la religión cris­
tiana; es ésta una hazaña, "m ereced ora de adm iración y gratitu d ” . Lagarde
sostenía que todo el A n tigu o Testam ento debiera elim inarse de la doc­
trin a cristiana, ya que, según él, "s u in flu en cia h a hecho fracasar el
Evangelio, e n cuanto ello era p o sible” .*6 A u nque C h am berlain critica
53 Ib id., p. 142. 6« f p i26.
S:> Chamberlain, Polittsche Ideóle, 3* ed., Munich, 1926, p. 114.
i(i Chamberlain, W e h r u n d G eg en w eh r, ed. cit., pp. 61 s.
H. S í. CHAMBERLAIN 567

en L agarde al intelectual que escribe para ganarse la vida, viéndose con ­


denado p o r tan to al aislam iento y al m arginalism o, esta crítica no le
im pide, sin em bargo, e l reconocer en él un o de sus más im portantes pre­
cursores.
E l fa cto r m ás im portante que lo s u n e es la actitud ante la relig ió n y e l
cristianism o. Se com binan aquí los m otivos determ inantes de la v ie ja
y d e la nueva fo rm a d e la extrem a reacción. L a v ie ja reacción de los
ju nkers prusianos era protestantes-pietista; m anteníase, p o r tanto, en todo
lo tocante a la religión, en lo s d erroteros de la trad ición, de la orto ­
d oxia. E l desarrollo capitalista de A lem ania, la necesidad de m antener
en las propias m anos las riendas p o líticas de u n Estado im perialista agre­
sivo y q u e necesitaba, adem ás, p ara p o d er desencadenar la agresión, una
id eología capaz de abarcar y m ovilizar a todas las capas de la sociedad,
hace que la situación cam bie, en e l cam po d e la m ás extrem a reacción.
L a q u e prim ero y m ás se resiste a d ejarse in flu ir p o r esta id eo lo g ía es,
naturalm ente, la clase obrera; el reform ism o lleva a cabo, aquí, un trab ajo
largo y tenaz, antes d e que se prepare e l terreno para la capitulación
an te e l im perialism o alem án. D e aq u í que la extrem a, reacción se oriente,
prim eram ente, hacia las masas de la pequeña burguesía, que no es posible
reducir d irectam ente a la in flu en cia d e los ju nkers, y surgen así d iferentes
form as de la id eología d em agógica ( e l antisem itism o de Stocfcer, m ás
tard e e l nacionalism o d e N aum ann, e t c .) .
T a m b ié n entre la intelectualidad im peran las m ás variadas tend encias:
N ietzsche, quien actúa, aproxim adam ente, p o r io s m ism os años que L a­
garde, se desembaraza, a l igual qúe éste, de la ortod oxia protestante, pero
buscando y proclam ando una nueva relig ió n b a jo tópicos ateos, m ientras
q u e L agard e trata de renovar el protestantism o, elim inand o d e é l lo s
elem en tos sem íticos; am bos critican la ausencia de cu ltu ra d e la época
capitalista, p ero d irigiend o los tiro s p rincip ales d e la crítica con tra l a .
dem ocracia y e l m ovim iento obrero. E n esto, coinciden co n las tendencias
reaccionarias d e la filo s o fía im perialista de la vida. S in em bargo, y a
pesar d e la g ran in flu en cia q u e N ietzsch e lle g a a e je rce r sobre la in te­
lectualidad, su filo s o fía no se p resta para servir de base a una am plia
in flu e n cia d e m asás.
A q u í es donde entra en acción C h am berlain, com o el continuador m ás
im portante de Lagarde. Su te o ría racista se am p lía hasta convertirse ep
una "co n cep ció n d el m undo” gen eral, q u e se asim ila todas las tendencias
•— antiguas y m odernas— d e la extrem a reacción, que com bina la crítica
de la cultura "e n el nivel más alto ” con la vu lgar agitación antisem ita,
con la propaganda de la m isión exclusiva de los germ anos para dom inar
y que com bate y renueva, a la par, el v ie jo cristianism o, apelando, p o r
tanto, conjun tam ente a los creyentes y a lo s descreídos y haciendo, al
m ism o tiem po, de este cristianism o renovado un instrum ento d e la p o li-
568 DARWINISMO SOCIAL, RACISMO Y FASCISMO

tica im perialista y antidem ocrática de "los H oh enzo llern, encam inada a la


conquista del m undo.
Y en el centro de esta nueva concepción del m undo aparece la teoría
racista. Y a hem os visto que C ham berlain rechaza la fo rm a que a la
te o ría racial le había dado G obin eau ; y, al m ism o tiem po, p ro fesa una
especie de darwinism o social. A continuación de las observaciones críticas
sobre G obineau, citadas más arriba, escrio e: " M i m aestro es, en prim er
l u g a r . . . Charles D arw in .” 57 E l D arw in a quien rinde p leitesía es, por
supuesto, un D arw in sin teo ría de la evolución. E n una ocasión, dice
C ham berlain, refiriénd ose a ésta: " E l instinto m e dice que la idea del
hom bre no coincide aquí con la naturaleza.” 58 C on lo cual, y sin más,
queda descartada para él la teoría de la evolución. E l m érito positivo de
D arw in, a los o jo s de C ham berlain, "e s el haber dem ostrado la im por­
tancia de la raza en todo el cam po de los seres vivos” .59 C laro está que
tam bién en este punto da C ham berlain de lado a todo lo que se refiera
al origen y a la causa. E l D arw in aceptado por él es, pura y sim ple­
m ente, un cofrad e de los "h om bres de la práctica” ; "sig o — dice C ham ­
berlain— al gran naturalista al establo y al gallin ero, le acom p añ o, a
visitar a los jardineros, y m e digo que es indiscutible y m an ifiesto para
cualquiera que estam os aquí ante algo que in fu n d e contenido a la palabra
'raza’ ” .160
E l m étodo cham berlainiano surge, así, de una tosca bifu rcación d e lo s
puntos de v ista: el em pirism o vulgar y la filo s o fía m ística d e -la intuición
discurren paralelam ente en cada una de sus m anifestaciones. C laro está
q u e esta dualidad n o representa nada nuevo en la filo s o fía reaccionaria
alem ana. Y a e l S ch e llin g de la últim a época h ab ía llam ado a su teo ría
d e la revelación, a su filo s o fía irracionalista de la intu ición, u n "e m p i­
rism o filo só fico ” , y Eduard von H artm ann se esforzó m ás tard e en m o­
dernizar este tipo de filo s o fía , desenterrándola del pasado. E l que Cham ­
berlain conociera o no a estos antecesores suyos no tien e una im portancia
decisiva; en todo caso, no cabe duda d e que e l quid de sus éxitos filo ­
sóficos está en que habla para gen te "m od ern a” ; hay que salvaguardar,
por tanto, y ju stifica r filo só ficam en te todas las conquistas de la industria
capitalista y de la técnica y las ciencias naturales en que se apoyan; más
aún, la nueva filo s o fía debe hacerse aparecer com o si tratara d e p roteger
esta práctica m oderna de las ciencias naturales, m ediante un radical em pi­
rism o, contra las inadm isibles ingerencias de una filo s o fía abstracta. D e
o tra parte, es precisam ente en este terreno donde brota la m ística racial,
la pretensión de los germ anos de dom inar el m undo.
P o r tanto, la teo ría racista de C h am berlain oscila entre una supuesta

57 Ibíd., p. 14. 58 Chamberlain, Briefe, ed. cit., t. I, p. 81.


59 lbid.
60 Chamberlain, W ehr und Gegettwehr, ed. cit., pp. 6 1 1 .
H. ST. CHAMBERLAIN 569

evidencia em pirista y la más desaforada m ística oscurantista. Cham berlain


se rem ite, de una parte, a las experiencias de los criadores de anim ales y
plantas. Éstos "sa b en ” lo que es raza. "¿ P o r qué la hum anidad va a ser
una exce p ció n ?” ,161 añade, com o la cosa m ás natural del m undo. E n otro
pasaje, h ab la de las ventajas de los caballos de carreras y de los perros
de T erran o v a, y p rosigu e: "T a m p o co aquí puede nadie que conozca los
resultadcjs porm enorizados de la cría de anim ales p o n er en duda que
la h istoria hum ana antes de nosotros y en to rno nuestro obedezca a la m is­
m a ley .” 62
E l p ap el que en este punto se asigna a la sociología darw inista es tam ­
bién perfectam ente claro : se trata de elim inar de la te o ría de la sociedad,
com o secundario, todo lo social. C laro está que, al ¿firm a r eso, C ham ­
berlain sabe perfectam ente que las características objetivas que se dan
para determ inar la raza en el hom bre, no sirven de nada. Cuando se lo
hace ver así el conocido sabio alem án Steinm etz, rep lica: "T o d o eso es
verdad y está b i e n . . . , pero la vid a m ism a, que p o r todas partes nos p re­
senta la raza com o un hecho im portante para todos los seres o r g á n ic o s .. . ,
la vida, n o aguarda a que los s a b io s. . . hayan acabado de investigar.” 63
N o hay, pues, m ás rem edio q u e dar el salto a la intu ición irracionalista,
a la in terio rid ad : " L a posesión de la 'raza’ tien e una fuerza de convicción
inm ediata com o ninguna otra cosa, en la propia conciencia. Q u ien p erte­
nezca a una raza m arcadam ente pura, lo sentirá cotid ian am en te.” e4 E ste
"arg u m en to ” tien e una gran im portancia para el p o rven ir de la te o ría
racista. Pues a l lleg ar aquí, C h am berlain invierte los térm inos del p ro b le­
m a : la intuición no fa lla acerca de la verdad o la m en tira de un hecho
o b je tiv o , sino que determ ina la cualidad racial de q u ien fo rm u la la
pregun ta: quien no posea sem ejante intuición, será u n hom bre de raza
im pura, un bastardo. D e aquí que C h am berlain pueda proclam ar orgu-
llosam ente com o la esencia d e su m éto d o : " S in ten er que preocuparm e
p o r buscar una d efinició n, m e basta co n h ab er dem ostrado la presencia
de la raza en m i propio pecho, en las hazañas del g en io y en las páginas
más b rillan tes de la historia hum ana.” 65
Se constituye, pues, en "m éto d o ” la arbitrariedad subjetivista más
com pleta. ( Y no resulta d ifíc il darse cuenta de cuán ín tim os son los
contactos entre las tendencias m etod ológicas d e C h am berlain y N ietz-
sche, d e una parte, y de otra, la te o ría d e la intuición de la "p sico lo g ía
descriptiva” diltheyana y de la "e id é tica” fe n o m en o ló g ica.) E sta tendencia
oscurantista se resume en el m ito. L a tend encia hacia e l m ito se m an i­

161 Chamberlain, Die Grundlagen des 19- Jabrhunderts, 2* ed., Munich, 1900,
t. I, p. 265. «2 n,íd., p. 285.
63 Chamberlain, IVehr und Gegenwehr, ed. cit., p. 40.
64 Chamberlain, Die Grundlagen des 19- Jabrhunderts, ed. cit., t. I, pp. 271 r.
63 lbíd., p. 290.
570 DARWINISMO SOCIAL, RACISMO Y FASCISMO

fie sta con carácter gen eral en e l p eríod o im perialista, especialm ente en
A lem ania. E l agnosticism o se trueca en m ística, pero de tal m odo que
la m ística y el m ito cum plen ya en N ietzsch e una doble fu n ció n . Con
ayuda d e ellos, sobre todo, se reduce el conocim iento o b je tiv o a l nivel
d el sim ple m ito. E l em piriocriticism o, la filo s o fía del "co m o si” de los
neokantianos y e l pragm atism o operan continuam ente en el cam po de
la teo ría del conocim iento con un m étodo sem ejante. C h am berlain utiliza
concienzudam ente todas las conquistas de este neokantism o, a cuyos re­
presentantes m ás destacados, com o C o hén o Sim m el, llen a repetidam ente
d e elogios ( a pesar de ser ju d ío s ) y llev a radicalm ente hasta e l fin a l
esta lín ea m ística. Y así, dice acerca de la teoría darw inista que es "s e n ­
cillam ente un poem a, una ú til ,y ben éfica quim era cerebral” .®® Según el
propio Cham berlain, "A ristó teles se lim itó a sustituir un m ito p o r o t r o . . .,
sencillam ente porque ninguna concepción del m undo puede arreglárselas
sin m itos, los cuales no son sim plem ente un recurso para salir del paso
y llenar lagunas, aquí y allá, sino el elem ento fundam ental, que lo in­
form a to d o” .®7
E l verdadero punto de vista filo só fico consiste, a ju icio de C h am ber­
lain, en ten er conciencia del carácter m ítico de todo pensam iento. E l
prim er período de florecim iento de la filo so fía , el de la antigua Ind ia,
veía claram ente esto; los filó so fo s indios "sab ían exactam ente que sus
m itos eran m itos” .®8 E sta sabiduría fu e perdiéndose en el curso del des­
arro llo europeo posterior, hasta que K a n t vo lv ió a p o n er las cosas, filo só ­
ficam ente, en su p u n to : " K a n t es e l prim ero que in fu n d e a l hom bre
la conciencia de sus propias creaciones de m ito s.” 69 E n esto consiste,
según C ham berlain, " la hazaña copernicana” de K a n t. D e este m odo,
apacigua C ham berlain los escrúpulos de sus lectores agnósticos m oder­
nos, diciéndoles que el desarrollo de las ciencias naturales queda en pie
(e n el detalle, en la investigación c o n c r e ta ); sólo hay p o r qué com batir la
pretensión de verdad ob jetiv a. Pues, según nos d ice C ham berlain, e lv a lo r
de la ciencia "n o está en su co n ten id a de verdad, que es puram ente
sim bólico, sino en su posibilidad m etod ológica d e ap licarla a la práctica
y en aquello en que contribuye a educar la fantasía, y el carácter” .7!*
L a apelación a la práctica la conocem os ya de N ietzsche y de D ilthey.
Se trata, en este caso, de una efectiv a necesidad so cia l. H a desaparecido
del pensam iento burgués norm al todo entronque con los grandes p ro ble­
mas del desarrollo de la hum anidad y, p o r consiguiente, con la práctica
humana. L a ciencia y la filo s o fía académ icas, con su especialización, im ­
puesta por la división capitalista del trabajo , y su encajonam iento cada
vez mayor en ciencias particulares cada vez más rigurosam ente aisladas,

08 Chamberlain, Briefe, ed. cit., t. I, pp. 26 s.


,67: Chamberlain, Kant, 2* ed., Munich, 1909, pp. 282 s.
88 Ib ’td., p. 300. 89 Ibíd., p. 387. 70 Ibíd., p. 751.
H. ST. CHAM BERLAIN 571

y con su predom inante agnosticism o, no p o d ían sentir, en el cam po de su


p ropia m etod ología, esta necesidad que e xistía de un m odo real. Y a hem os
visto cóm o una fig u ra tan destacada en su tiem po com o M a x W e b e r,
partiend o de las ideas de la ciencia (b u rg u e sa ), plasm ada en el curso
del d esarrollo (c a p ita lista ) no fu e capaz de p lantear siquiera racionalm ente
estos problem as, cuanto m enos de resolverlos, y cóm o, al m ism o tiem po,
la irresistible necesidad de una solución em pu jaba a deslizar estas p re­
guntas y estas respuestas hacia el terreno de la " f e ” , es decir, hacia un
terreno p o r principio irracionalista.
Pues b ie n ; lo que M a x W e b e r había hecho con m uchas reservas, lo
hace ahora sin el m enor escrúpulo C ham berlain, com o antes de él lo h i­
ciera N ietzsch e: crea el m ito, com o el terreno en que pueden brotar
de un m odo natural las respuestas que se buscan. Se trata, además, de
degradar la ciencia al nivel de un m ito inconsciente; el extrem o relati­
vism o del períod o im perialista o frece los más variados puntos de apoyo
para sem ejante interpretación. Y a Sim m el, com o v e íam o s,. había tratado
de. destruir relativistam ente el progreso cien tífico , poniendo al m ism o
nivel la ciencia y la m itología. P o r tanto, en Sim m el la ciencia tien e ya,
a m edias, conciencia de su carácter m ítico , y a C ham berlain le basta con
dar un paso m ás, para interpretar la teo ría kantiana del conocim iento
com o la autoconciencia de la fu nd am ental esencia m ítico -ficticia de toda
concepción del m undo. ( Y tám bién aquí vem os cóm o aquel relativism o
de los pensadores liberales m odernos que con tanta en ergía reacciona,
contra lo que juzgan "d o g m ático ” en el m aterialism o, m ostrando eijf?
cam bio una p aciencia extraordinaria y hasta una com prensión sen sitiva'
cuando se trata de las tendencias oscurantistas del pensam iento d e 'la épo­
ca, va preparando, objetivam ente, el cam ino al nacim iento de la id eo­
lo g ía fa scista .)
N o es d ifíc il darse cuenta tam poco de que, cuando se busca un cam ino
ideológico hacia la práctica, en el terren o im perialista, la teo ría del m ito
y la m ito lo g ía aparece siem pre com o el m ás viable de todos. C om o hem os
visto, este cam ino no sólo no pueden encontrarlo las ciencias particulares
especializadas (y la filo so fía burguesa del períod o im perialista es tam ­
bién una ciencia especial, cuando no se trueca en lo m ís tic o ), sino que se
hace, al m ism o tiem po, cada vez m ás evidente que las viejas concepciones
religiosas del m undo que conocem os p o r la historia son tam bién incapaces
d e m ostrar ese cam ino. Y es que su m anera de con cebir el m undo y la
conducta práctica que de ella Se deriva no m antienen un contacto su fi­
cientem ente íntim o con los problem as de este períod o, para poder hacerlo.
Lo que distingue a la nueva reacción de la anterior es, precisam ente, el
que m ientras ésta trataba de arm onizar la visión d el universo y la ética
de las religiones tradicionales con las necesidades m odernas en cu anto a
concepción del mundo, aquélla, consciente de la nueva situación creada,
572 DARWINISMÓ SOCIAL, RACISMO Y FASCISMO

sanciona discursivam ente la ruptura en realidad existen te y se esfuerza


por crear, en el m ito, no sólo una renovación de la filo so fía , sino tam ­
bién un sustitutivo de la relig ió n en consonancia con los nuevos tiem pos.
P ero, la teoría del m ito tiene, adem ás, otro aspecto p o sitiv o: la ju sti­
ficació n de la pura experien cia interior, del irracionalism o y el intuicio-
nism o elevados a concepción del m undo. Y aquí es donde interviene
cabalm ente la renovación cham berlainiana de la religión. Su p u nto de
partida es la crítica de la cultura del presente. T am b ién C h am berlain
parte, a este propósito, del antagonism o tan en boga entre la civilización
y la cultura, que desem peña un pap el decisivo en la filo s o fía im peria­
lista de la vida. C ultura es, para él, lo germ ánico y, al m ism o tiem po, lo
aristocrático; la sim ple civilización es, p o r el contrario, ló occidental,
lo superficial, lo ju d ío , lo dem ocrático. Y , sin em bargo, a pesar de toda la
superioridad de la cultura sobre la sim ple civilización y de los germ anos
so b re las razas inferio res, nos encontram os con que el germ anism o m ues­
tra un flan co débil decisivo y p elig ro so : carece de una religión adecuada.
H acer brotar y restaurar esta religión es, cabalm ente, lo que C ham berlain
considera com o su m isión fundam ental, lo que hace de él el continuador
de la obra de Lagarde.
La lín ea cham berlainiana de la "au tén tica” religión ario-germ ánica
va de la antigua In d ia a C risto y de C risto a K a n t. La antigua India,
antes de hundirse p o r la m ezcla de razas, ten ía, en este respecto, una
situación m ucho más fav o rab le: " L a relig ió n era a llí, a la par, la porta­
d ora d e la c i e n c i a . . . ; en tre nosotros, p o r el contrario, to d a auténtica
ciencia se h a h allad o siem pre en lucha con la re lig ió n .” 71 Este divorcio
de la re lig ió n y la ciencia " e s e l reconocim iento de u n a m en tira o ficial.
E sta m entira, que envenena la vida del individuo y de la socied ad .
proviene solam ente del hecho de que nosotros, los .ind o eu rop eo s. . . , nos
hem os hu m illado hasta el punto d e aceptar la historia ju d ía com o el
fundam ento y la m agia sirio-egipcia com o el rem ate de nuestra supuesta
’relig ió n ’.” 72 L a superioridad d e la concepción del m undo d e la antigua
In d ia consiste en que es "a ló g ica ” , en que " l a lógica no dom ina en
e lla sobre el pensam iento, sino que, p o r el contrario, le sirve, en caso
necesario” . L a concepción del m undo india es un saber in terio r situado
m ás allá " d e todo lo que sean pruebas” .73

V em o s ya claram ente de dónde viene y a dónde va e l cam ino cham -


berlain iano. Su p u nto de partid a es aquel alejam ien to d e las religiones
d e que arranca, para expandirse, el ateísm o religioso m oderno. Y m an­
tien e, al m ism o tiem po, contacto con quienes pretenden h aber superado
dicho alejam ien to p o r m edio de una nueva relig ió n "p u rifica d a ” . E n

71 C h am berlain, Die arische Weltanschauung, 2 * ed ., M u n ich , 1 9 1 2 , p . 7 3 .


Ib'td., pp.’74r. ' 73 lb¡d., p. 51.
H. ST. CHAMBERLAIN 573

este punto, C ham berlain es, por tanto, el continuador tanto de N ietzsche
com o de Lagarde. Su solución es de una sencillez asom brosa: consiste,
pura y sim plem ente, en declarar com o la nueva religión aquella ruptura
con la razón, con la ciencia, que la filo s o fía de la vida proclam a com o una
refo rm a de la ciencia o de la filo so fía . P ero esta solución tan sim ple
— dem asiado sim ple— representa para el períod o de anteguerra, de una
parte, una ruptura dem asiado brusca con toda cien tificid ad y, de otra par­
te, una solución dem asiado intransigente, fren te a las actitudes "tr á ­
gicas” del ateísm o religioso. E llo e xp lica por qué C h am berlain sigue
siendo, durante esta época — y precisam ente entre la élite intelectual—
una fig u ra m arginal. P o r eso precisam ente pudo el fascism o hacer de él el
clásico : C ham berlain eleva la filo s o fía de la vida cabalm ente a la fase
que el fascism o necesita.
P or lo anteriorm ente expuesto podem os ya darnos cuenta de cóm o este
problem a se entronca con la teoría racista. E l gran paso hacia la renova­
ción de la concepción aria del m undo lo da C risto, solam ente en Europa,
al pro clam ar: el reino de D io s es puram ente interior. C on C risto "a p a ­
rece un nuevo tipo de hom bre” ; "só lo con él ha adquirido la hum anidad
una cultura moral”.u A C ham berlain se le planteaba en este punto, cier­
tam ente, la d ificu ltad de "d em ostrar” que C risto nada tien e que ver
con la raza ju d ía. Su solución consiste en afirm ar que la d octrina de
C risto se hallaba racialm ente envenenada p o r el ju d aism o y el caos de pue­
blos de la R om a agonizante. Fu e K a n t, com o hem os visto, el prim ero
que abrazó de nuevo el punto de vista ario-germ ánico, el prim ero en
dem ostrar que la religión es " e l alum bram iento de la idea de D io s desde
lo pro fu n d o del esp íritu” .75
L a interpretación cham berlainiana de K a n t sigue, en general, la lín ea
puram ente agnóstica del neokantism o im perialista, aunque con una dosis
todavía m ayor de m ística. H e aquí, p o r e jem p lo , lo que dice C ham berlain
acerca de la "co sa en s í” : " L a cosa no puede tratarse aparte del yo.
U n a cosa 'en s í’ desglosada de la razón o, dicho todavía m ás claram en­
te, una cosa 'para ninguna razón’ es m ás b ien la negación del pensam iento
que la negación de la cosa, pues solam ente e l entendim ien to y la razón
crean la unidad en la variedad. E llo s y sólo ellos crean, p o r tanto, la
’cosa’. N o porque no exista nada fu era de la tazón, sino porqu e solam ente
la razón im prim e fo rm a.” 76
Solam ente una doctrina kantiana así concebida puede, a ju icio de C h am ­
berlain , d ar al m undo germ ánico una relig ió n adecuada, una verdadera
cultura religiosa. E n este respecto, im pera en Europa, nos dice, un atraso
espantoso: "L o s europeos nos encontram os hoy co n respecto a la religión, 71*

71 Chamberlain, Die Grundlagen des 19. Jahrhunderts, ed. eit., t. I, p. 204.


75 Chamberlain, Kant, ed. cit., p. 746. 76 Ibid., p. 667.
574 D A R W IN IS M Ó . S O C IA L , R A C ISM O Y F A S C IS M O

sobre poco más o m enos, donde se encuentran los hotentotes cón respecto
a la ciencia; lo que llam am os religión es una m ezcolanza em pírica y
nuestra teología (la de todas las co n fe sio n e s), segú n el ju icio de K an t,
'una linterna m ágica de quim eras cerebrales’.” 77 Este atraso es el que se
trata de liquidar. M ien tras en Europa reina este oscurantism o m ístico
proclam ado p o r Cham berlain, ante la raza aria se abre una perspectiva
de futuro.
P ero, ¿de dónde provienen estas inm ensas distancias? V em o s que la
antigua Ind ia se halla separada de C risto por una larga serie de siglos,
com o C risto de K an t. Y aquí es, precisam ente, donde entra en acción el
contenido esencial de la filo s o fía cham b erlain ian a: la lucha de razas.
Es la lucha del lum inoso pueblo ario-germ ánico contra las potencias ten e­
brosas, el jud aism o y Rom a. La filo s o fía de C ham berlain, que hasta ahora
no se distinguía gran cosa, en su interpretación, de la filo s o fía de la
vida usual del períod o im perialista, adquiere al lleg ar aquí su g iro " o r i­
g in a l”, que apunta al fu turo fascista. T am b ién C ham berlain repudia la
historia universal, tanto m etodológicam ente com o en cuanto al contenido.
D ic e : " T a n pronto com o hablam os de la humanidad en general, tan
pronto com o creem os ver en la historia un desarrollo, un progreso, una
educación, etc., de la ’hum anidad’, abandonam os el terreno firm e de
los hechos, para m overnos en vacuas abstracciones. Esa hum anidad sobre
la que tanto se ha especulado filo só ficam en te adolece, en efecto, de un
m al bastante grave y es q qe, sencillam ente, no existe.” 78 E xisten sola­
m en te las razas. L a teoría de la hum anidad "e s to r b a . . . a to d a visión
certera de la historia” : "H a y que arrancarla cuidadosam ente com o la
m ala h ie r b a . . . , para p oder p roclam ar con cierta esperanza de ser escu­
chados esta evidente verd ad : nuestra civilización y cultura actuales son
esp ecíficam ente germ ánicas, son exclusivam ente la obra del germ anism o.” 79
C h am berlain expresa aquí, sin el m en or recato, el punto d e vista de
que hay que acabar con todas las concepciones anteriores de la hum anidad
y el hum anism o para que pueda lleg ar a convertirse en una concepción
del m undo la "v erd ad evidente” de la d om inación m undial d e los g e r­
m anos. C ham berlain, com o G obineau y com o el darw inism o social, es
consecuente a l reconocer el progreso y la decadencia solam ente en cada
raza. P ero se distingue de los racistas que lo preceden en que enlaza la
teo ría racial a una perspectiva histórica. C o n lo cual se sobrepone tanto
al pesim ism o racial de G obineau y de los dem ás racistas franceses com o al
m onism o cien tífico -n atu ral de lo s darw inistas sociales, cuya te o ría con­
duce tam bién a una’ actitud de resignación ante el incontenible proceso

77 Ihíd., p. 749.
78 Chamberlain, Dte Grundlagen des 19- Jahrhunderts, ed. cit., t. II, p. 703.
79 Op. cit., t. II, p. 709.
H. ST. C H A M B E R L A IN 575

cósm ico. C laro está que C ham berlain, al proceder así, sólo trata de g lo ri­
ficar el germ anism o, poniénd olo por las nubes, y de echar por tierra, en
bloque, todo lo que no es germ ánico. A l trazar esta ..perspectiva, C ham ­
berlain se acerca m ucho a la vulgar propaganda de los pangerm anistas.
Lo que le d iferencia de éstos es, de una parte, su estrecha afinidad con la
filo so fía de la vida, al paso que el pangerm anism o, desde el punto de vista
filo só fico , se halla m ucho más atrasado, es m enos m oderno; y, de otra
parte y en íntim a relación con esto, el que su teoría de la historia y su
perspectiva, aun siendo tan reaccionarias y tan enem igas del progreso
com o las de los pangerm anistas, no se h allan tan abiertam ente vinculadas
al statu quo de la Prusia-A lem ania de los ju nkers. Esto hizo que C ham ­
berlain perm aneciese, antes de la prim era guerra, en una posición un
tanto m arginal, pero es, al m ism o tiem po, precisam ente, lo que en el p e­
ríodo de la posguerra lo entrelaza de un m odo directo con la nueva
reacción, con e l fascism o. Léase lo que dice C ham berlain, refiriénd ose
a la cultura actu al: "L o que en ella no es germ ánico e s . . . un elem ento
p a to ló g ico . . . o es m ercancía extran je ra que navega b a jo bandera ale­
m an a. . . y que seguirá navegando b a jo ese p ab elló n m ientras no echem os
a pique esos barcos piratas.” so Pues " e l m ás sagrado de los d eb e res. . . es
servir al germ anism o” .81
C h am berlain m an ifiesta con el m ás brutal de los cinism os esta su p ro ­
fesió n de fe en el im perialism o alem án, que es su concepción del m u nd o:
"N a d ie p o d ría probar que el p red om inio del germ anism o represente una
d icha para todos los habitantes de la tierra; desde el prim er m om ento
y hasta e l d ía de hoy, vemos a los germ anos p asar a cu chillo tribus y
pueblos e n tero s. . . para poder ensancharse en e l m u n d o.” 82
C h am berlain reanuda aquí la lín ea nietzscheana de la apologética in ­
directa del im perialism o, la lín ea de la "b e stia ru bia” , que tantos adm i­
radores liberales de N ietzsche p re fe riría n consid erar inexistente o no
esencial én su filo so fía . P ero aquí, precisam ente, nos dam os cuenta clara­
m ente de cuán necesaria y cuán sustancial es esta lín ea para ambos, no
solam ente para C ham berlain, sin o tam bién para N ietzsche. Pues, p o r
m ucho que d ifieran el uno del otro y p o r grand e que sea la distancia
entre C h am berlain y N ietzsche, el g ran estilista y p sicólo go de la cultura,
am bos coinciden, fren te a los dem ás filó so fo s de la vida y teóricos de la
raza, en que pretenden o frecer una perspectiva h istórica para el períod o
im perialista, basada en una crítica pesim ista de la cultura; Pero, ¿qué
perspectiva puede ser esa, sino una perspectiva im p erialista? Y , si en
efecto lo es, ¿qué puede encerrarse en e lla — esencialm ente hablando—
sino e l m ito de la agresión im perialista y de la antihum anid ad ? A llí
donde fa lta esta perspectiva, sólo puede surgir un escepticism o rayano en el80

80 Op. cit., t. II, p. 725. 81 Op. cit., t. II, p. 721. 82 Op. cit., t. II, p. 726.
576 D A R W IN IS M © S O C IA L , R A C ISM O Y F A S C IS M O

nih ilism o, un estado de desesperación o de resignación com o " la conclusión


fin a l de la sabid uría”, que es lo que nos enseña la historia de la filo so fía
de la vida, desde D ilth ey y Sim m el hasta H eid egger y K lages.
E l períod o im perialista sólo tiene, objetivam ente hablando, dos sali­
d as: la afirm ación del im perialism o, con sus guerras m undiales, su soju z­
gam iento y su explotación de los pueblos coloniales y de las masas del
propio pueblo, o la negación práctica del sistem a im perialista, la rebelión
de estas masas, la destrucción del capitalism o m onopolista. Y si un p en ­
sador no se decide, abierta y resueltam ente, en p ro o en contra de ese
sistem a, su vida — aunque sim patice con el im perialism o y el fascism o
o sienta repugnancia p o r ellos— discurrirá necesariam ente en una deses­
peración carente de toda perspectiva. (R ep etid as veces hem os tenid o ya
ocasión de señalar e l servicio o b jetivam en te p o sitivo que la filo s o fía
de la desesperación presta al fa scism o .)
N ietzsche y C ham berlain no se distinguen solam ente en cuanto al ran­
g o ; se d iferencian tam bién, com o es natural, p o r su m ayor o m en or p ro xi­
m idad a la realización concreta del im perialism o. N ietzsche es, sim ple­
m ente, su p ro fe ta : de ahí la fo rm a gen eral, abstracta, "p o é tica” de su
m ito del im perialism o; C ham berlain, en cam bio, es ya un cop artícip e
activo y directo en la lucha p o r la preparación ideológica d e la prim era
G u erra M u nd ial. P o r eso se p e rfila n ya claram ente en é l los contornos
del im perialism o bestial a la m anera de R osenberg.
Y a en C ham berlain sirve la teoría racista para tranqu ilizar la concien­
cia de este bestialism o. A l fin y al cabo, las gentes dé otras razas no son
seres hum anos, en el verdadero sentido de la palabra. A un cuando habla
de problem as puram ente abstractos, relacionados con la teo ría del co n o ­
cim iento, C ham berlain n ó se olvida nunca d e añ ad ir q u e tam p oco la
verdad existe más que para la raza elegid a. "C u an d o d igo 'lo ú n ico ver­
dadero’, q uiero decir que lo es para los germ anos.” 83 Y esta exclusión
de todos los dem ás, de la hum anidad no germ ánica, de todo derecho a la
vida y de toda capacidad para la cultura, in form a toda la llam ada co n ­
cepción del m undo de C ham berlain. L a pertenencia a la raza pura es un
principio d efin itiv o , biológico-aristocrático, de selección. D ic e Cham ber-
lain, p o r ejem p lo, refirién d ose a la filo s o fía in d ia: " L a filo s o fía india
es absolutam ente a r is to c rá tic a .. ., sabe que los suprem os conocim ientos
sólo son asequibles a los elegidos y que los seleccionados sólo pueden
educarse b a jo determ inadas condiciones físicas de raza.” 84 Y el hecho
de que el ju d aism o y el m ahom etism o tengan una "d em ocracia basada en
la igualdad absoluta” , 85 es un signo de la in ferio rid ad racial de esos
pueblos.

83 Op. cit., t. II, p. 775.


84 Chamberlain, Die arische Weltanschauung, ed. cit., p. 17. 85 Ibid.
H . S T . C H A M B E R L A IN 577

L a te o ría racista es, pues, para C h am berlain, el sustitutivo .de la his­


toria universal. Y con la historia de la hum anidad se rechaza tam bién
la v ie ja división en A ntigüedad, Edad M ed ia y Edad M oderna. A sim ism o
constituye un absurdo, según C ham berlain, la concepción del R enaci­
m iento. Para él, sólo existen las distintas culturas raciales arias (In d ia ,
Persia, G recia, R om a, los reinos germ ánicos de la Edad M ed ia y la
A lem ania a ctu a l) y su decadencia, a consecuencia de la m ezcla de razas,
del bastardeam iento. E l concepto m ás im portante que Cham berlain aporta
a la construcción de las fuerzas contrarias al predom inio de los pueblos
arios es el d el "cao s de pueblos” que se produce al instaurarse el Im perio
rom ano universal. Sobrevino a llí una m ezcla gen eral de razas, y con ella
el p elig ro de la m uerte de la cultura. L os pueblos germ ánicos salvaron al
m undo de la catástrofe. T o d o lo que hay de grand e y de bueno, cuanto
representa una alta cultura, lo m ism o en Ita lia que en España, es obra
de los descendientes de aquellos conquistadores germ ánicos. E n cam bio, lo
m alo,, lo peligroso, lo inculto, se presenta, en esta lucha, com o producto
del ju d aism o y del caos de pueblos, cuya cohesión orgánica y cuya m an­
tenedora id eológica debe verse, según. C h am berlain, en la Ig le sia católico-
rom ana. P o r donde toda la historia, desde la caíd a d el Im p erio rom ano,
es la lucha de los portaantorchas germ ánicos contra las potencias de ias
tinieblas, con tra Jeru salén y Rom a.
Esta lucha determ ina el entronque de la relig ió n y la teo ría racista,
en la concepción cham berlainiana. C risto no era ju d ío , según ha " d e ­
m ostrad o" Cham berlain. L a religión p o r él fundada es la estricta negación
de la relig ió n ju d ía. Ésta no es 'sin o un "m aterialism o abstracto” , una
"id o la tría ” .8687 E l gran m érito de K a n t consiste en h ab er derrocado para
siem pre a Nus-]ahveh.S7 C on lo cual logra C ham berlain establecer la
fusión p erfecta de las dos tendencias de la reacción im perialista, que hasta
ahora d iscurrían p o r cauces separados: la del irracionalism o de la filo ­
so fía d e la vida y la de la teoría racista. L a destrucción del jud aism o , de
las tradiciones judaicas en la concepción del m undo representa, aquí,
e l m ism o acto que la destrucción de la razón.- E l socavam iento filo só fico -
vital e irracionalista, la desintegración del pensam iento y de la razón
cobra, así, una fo rm a clara, m ítica y tan g ible d e u n m odo gen eral, y
com ienza a abandonar el am biente retraíd o de la cátedra y lá revista.
C on ello, la teoría racista sale, al m ism o tiem po, de su pasividad cien tífico -
positivista, y va surgiendo aquella atm ósfera espiritual y m oral en la que
puede lle g a r a convertirse en e l sustitutivo de una relig ió n para, gen te
fanática y desesperada. C ierto es que C h am berlain no es, en este p u n to,
más que el "p ro fe ta ” , él anunciador del hom bre futuro. P ero éste, cuando

86 Chamberlain, Die Grundlagen des 19■ Jahrhttnderts, ed. cit., t. I, p. 230.


87 Chamberlain, Kant, ed. cit., p. 303.

3i
578 DARWINISMO SOCIAL, RACISMO Y FASCISMO

aparezca, no necesitará añad ir nada -nuevo a la doctrina cham berlainiana,


n i en cuanto al m étodo ni en cuanto al con ten id o: le bastará con aderezar
esa doctrina para hacerla asequible a las masas.
La gran hazaña del C risto ario, del cristianism o, vióse ya com pleta­
m ente desfigurada p o r el sem iju d ío P ablo, y sobre todo por A gu stín , el
h ijo del caos de los pueblos. Surge así en la Ig lesia rom ana, com o
paralelo y antítesis del m aterialism o abstracto de los ju d ío s, un "m a te ­
rialism o m ágico’’, 88 tan peligroso p ara la p ro p ia y esp ecífica concepción
germ ánica del m undo com o el otro. C h am berlain se revela tam bién com o
un antecesor directo de H itle r y R osenberg p o r cuanto que, en el terreno
d e la concepción del m undo, d ifam a com o m aterialism o todo lo que con­
sidera com o dem oníaco (to d o lo ju d ío , toda m ezcla de ra z a s ). L o que
viene a con firm ar, de una parte, hasta qué pu nto todas estas polém icas
van dirigidas en p rim er térm ino contra el m ateriálism o dialéctico e h is­
tó rico com o el único enem igo serio d é la id eo lo g ía im perialista y, al
m ism o tiem po y de otra parte, cóm o esta actitud d e desprecio, presen­
tada com o la evidencia m ism a y que no se cree necesario apoyar en n in ­
gú n razonam iento, sólo p o d ía tener c o m o ; base los trab ajo s preparatorios
del agnosticism o antim arxista del p eríod o del im perialism o.
" E l em parejam iento del espíritu ario con el esp íritu ju d ío y el d e
am bos con las locuras del 'caos de pu eblo s’, sin naciones y sin fe , es
— escribe Cham berlain— el gran peligro. E l espíritu ju d ío no h ab ría
ocasionado, ni m ucho m enos, tan graves daños, de haberse recibido en
estado puro . . . , pero lo que se p ro d u jo fu e una in filtració n del espíritu
ju d ío en el sublim e m undo del sim bolism o indoeuropeo, con su capaci­
dad de plasm ación cam biante y librem en te creadora, com o el veneno
q u e em ponzoña las flechas d e los indios sudam ericanos, este espíritu
paralizó el ú n ico organism o que poseía vida y belleza en m edio de los
cam bios de las form as n u e v a s. . . A l m ism o tiem po, este esp íritu dog­
m ático vino a condenar la más necia y repugnante superstición de las
m íseras alm as de esclavos a verse convertida en eterna parte in tegran te
d e la relig ió n ; lo que antes h abía sid o bueno para e l 'ho m bre com ún’
(co m o lo llam aba O ríg e n e s) o para los esclavos (co m o sarcásticam ente
d ecía D em ó sten es) era lo que ahora ten ían que creer los príncipes del
espíritu, si querían salvar su alm a.” 89
Y esta d eform ación de la relig ió n aria de C risto en la Ig lesia rom ana
del caos de los pueblos d eterm ina toda la historia europea, desde la m i­
gración de los pueblos hasta h o y : es, com o C h am berlain lo llam a, " e l
fundam ento del siglo x i x ” . E n efecto , esta lucha no se h a librad o toda­
vía de un m odo radical y hasta el fin ; la sublevación del N o rte germ á-

88 C h am berlain, Die Grundlagen des 19■ Jahrhunderls, ed. cit., t. I I , p . 6 4 4 .


80 Op. cit-, t. I I , p. 5 9 2 j .
H. ST. CHAMBERLAIN 579

nico contra el Sur del caos de los pueblos no ha conducido hasta ahora
a una verdadera victoria. Los germ anos, a pesar de ser los legítim os
"señ ores del m undo” , com o el ú ltim o brote del tro n co ario, se encuen­
tran todavía, en cuanto a sus pretensiones y p osibilid ad es de dom inación,
en una situación problem ática, que, según C h am berlain, sólo podrá re­
solverse positivam ente m ediante una superación radical de los elem entos
del ju d aism o y del caos de los pu eblos en la relig ión , m ed iante la crea­
ción d e u n a relig ió n germ ánica esp ecífica y genuina. P o r donde la teoría
racista s e convierte, en C ham berlain, en la "co n cep ció n del m undo u n i­
versal” : en el instrum ento ideológico de las pretensiones agresivas de
d om inación del m undo del im perialism o gu illerm in o.
A n ad ie puede extrañarle, después de lo que queda dicho, que C ham ­
berlain desplegase, en la prim era guerra im perialista, una entusiasta pro­
paganda pangerm anista y que, al ser derrotada A lem ania, se adhiriese
a H itle r. Sus m uchos fo lleto s de guerra añaden pocas cosas nuevas a lo
que d ejam os expuesto aqu í. A centú an co n m ayor fu erza to dav ía que sus
obras teóricas e l rasgo antidem ocrático fundam ental de sus tendencias.
A sí, ya antes de que la guerra estallara, sabem os que acon sejó a G u i­
llerm o I I que clausurara e l R eichstag, para dar lib re curso a sus planes.
E n estos fo lleto s, se proclam a tam bién m ás desem bozadam ente que en
los escritos anteriores, com o el o b je tiv o central, la m isió n d e A lem ania
de dom inar el m undo, destacándose cada vez con m ayor fuerza, com o el
obstáculo interior que para ello h ab ía que elim inar, ju n to al problem a
central, que era el religioso-racial, e l régim en de la dem ocracia, instau­
rando el gobierno de unos cuantos. Y asim ism o se subraya ahora con
trazos m ás enérgicos que antes la p rim acía de Prusia. H e aquí, p o r e je m ­
plo, lo que Cham berlain escribe, saliendo al paso del enfrentam iento de
W e im ar contra Potsdam , m anejado sobre todo en los círculos dem ocrá­
ticos de In g laterra: " E l extran jero que aparenta am ar una A lem ania des-
prusianizada, o es un m entecato o es un g ra n u ja .” 90
Com o es natural, en estos escritos de guerra se m an ifiestan desem bo­
zadam ente, sin tapujos "filo s ó fic o s ” , lo s aspectos germ ano-im perialistas
de la tend encia cham berlainiana. S e proclam a descaradam ente que se tra­
ta de im poner la dom inación m u nd ial de A lem ania y que la lucha no
term inará con la victoria en Europa, sino hasta la sum isión del m undo
entero. L o que se ventila en esta lucha, según C h am berlain, es la dom i­
nación d el m undo o la m u erte: la A lem ania que é l se representa sólo
puede ser un Estado im perialista agresiv o: " o dom ina e l m u n d o . . . o
desaparece del m apa; se trata de vencer o de m o rir” .91 L a concepción
cham berlainiana, teórico-racial, del m undo desem boca, consecuentem ente,

90 Chamberlain, Kriegsauftatze, Munich, 1915, p. 76.


91 Chamberlain, Politische Ideóle, ed. cit., p. 39.
580 DARWINISMO SOCIAL, RACISMO Y FASCISMO

com o se ve, en la propaganda del gru po m ás agresivo y m ás reaccionario


de los im perialistas alem anes de aquel tiem po, de los pangerm anistas.

L a "co n cep ció n nacionalsocialista del m undo” , síntesis dem agógica


de la filo s o fía del im perialism o alem án

Co m o v e m o s , b a jo esa fo rm a de una llam ada filo s o fía para intelectua­


les’ decadentes y reaccionarios y de una propaganda d e guerra para los
filisteo s chovinistas desenfrenados, se d ib u jan ya claram ente, casi aca­
bados, los trazos de la "co n cep ció n nacionalsocialista del m undo” . Y a
sólo queda llevarlos de los salones, de los cafés y los cuartos de estudio
a la calle. Este ú ltim o paso en la trayectoria de la más extrem a reacción
alem ana es el que dan H itle r y sus gentes. A provechan y destacan, para
ello, plenam ente, los m éritos de C ham berlain. R osenberg escribe un lib ro
especial sobre é l; y en otra ocasión, ya después de la tom a del poder,
para prevenir a los "sim patizantes” del fascism o y darles una pauta, de­
clara que él nacionalsocialism o sólo reconoce com o sus verdaderos ante­
cesores a Ricardo W ag n e r, N ietzsche, Lagarde y C h am berlain.92
P ero no p o r ello debe sobrestim arse la im portancia de C ham berlain.
É ste sólo representa la penúltim a síntesis literaria de las tendencias más
reaccionarias del pensam iento, en la trayectoria alem ana ( e internacio­
n a l ) . E l fascism o alem án, es una condensación ecléctica de todas las ten ­
dencias reaccionarias, que, p o r el desarrollo esp ecífico de A lem ania, se
im puso aquí de un m odo más vigoroso y más decidido que en otros
países. E l núm ero de estas tendencias es ilim itado y las d iferencias entre
ellas presentan, a veces, a pesar del carácter reaccionario com ún, un re­
lieve muy considerable.
Las condiciones especiales de desarrollo de A lem ania, de las que ya
hem os hablado y a las que ahora sólo podrem os rem itirnos b a jo .algunos
conceptos generales (la guerra de los T re in ta A ños, el absolutism o de
los pequeños Estados, el desarrollo tard ío del capitalism o, la fundación
del Im perio p o r B ism arck, con el predom inio de los ju nkers prusianos,
el seudoparlam entarism o y el m antenim iento d el gobiern o personal de
los H oh enzollern, e tc .) trajero n com o consecuencia el que apenas exis­
tiera una sola tendencia ideológica burguesa que no se orientara, b a jo
una fo rm a u otra, hacia la adaptación a la realidad alem ana, hacia la
reconciliación con e lla ; que no presentara, p o r tanto, su lado reacciona­
rio. Y cuando, en el períod o im perialista, se renovaron las doctrinas de
io s filó so fo s del períod o clásico (K a n t, F ich te, Sch ellin g, H e g e l), los

92 Rosenberg, Gestalten der Idee, 2* ed., Munich, 1936, p. 18.


C O N C E P C IÓ N N A C IO N A L S O C IA L IS T A D E L MUNDO 581

pensadores burgueses, con certero in stin to de clase, se asim ilaron preci­


sam ente e hicieron pasar a p rim er p lan o sus lados reaccionarios, procu­
rando "d ep u rar” a las viejas filo so fía s de sus fundam entos y tendencias
progresivos.
A sí, a K a n t se le "d ep u ró” concienzudam ente de sus vacilaciones en­
tre el m aterialism o y e l idealism o ( L e n i n ) ; así, la escuela neokantiana
reaccionaria de R ick ert se v alió del irracionalism o d el Sch ellin g de la
últim a época para seguir d esarrollando el neokantism o. A sí, Eduard von
H artm ann se ocupó de renovar la filo s o fía del últim o períod o de Sch e l­
lin g , cuyo carácter reaccionario h ab ría de m anifestarse todavía con m ayor
fuerza y m ayor eficacia, al propagarse más tarde la in flu en cia de K ier-
kegaard. A sí, se valieron los neohegelianos de la reconciliación de H e g el
con la realidad prusiana para hacer de é l un precursor de B ism arck y
convertir, en general, su filo s o fía — "d ep u rad a” a fo n d o de toda d ialéc­
tica— en la concepción del m undo de la conservación del atraso alem án
y la síntesis de todas las tendencias reaccionarias. Y a esto hay que aña­
d ir los pensadores que desde el p rim er m om ento se revelan, p o r sus
tendencias fundam entales, com o pensadores reaccionarios: Schopenhauer,
los rom ánticos (so b re todo, A d am M ü lle r, G orres y o tro s ) y N ietzsche.
E l fascism o recoge la herencia g lo b al del d esarrollo reaccionario de A le ­
m ania, y se vale de e lla para fu nd am entar un bestial im perialism o hacia
el in terio r y hacia el exterior.
E l nacionalsocialism o es la g ran apelación a los peores instintos del
pueblo alem án ; sobre todo a aquellas cualidades negativas que a lo largo
de los siglos habían ido desarrollándose en é l, com o consecuencia de las
revoluciones frustradas y de la ausencia de un d esarrollo y una id eología
dem ocráticos en el país. (E n g e ls h ab la de " l a sum isión lacayuna que se
ha apoderado de la conciencia nacional alem ana desde la hum illación de
la guerra de los T re in ta A ñ os” . ) 93 L a fo rm a m oderna de esta lacayuna
sum isión es el to tal desconocim iento d e que, pese al crecim iento del
capitalism o alem án y a la po tencia m ilitar exterio r del Im perio alem án
prusianizado, seguía m anteniéndose en el interio r, casi intacta, la " m i­
seria alem ana” consabida.
S in em bargo, en la m ayoría de lo s ideólogos se trata de m ucho más
que de no advertir esta situación. V a desarrollándose cada vez m ás, por
el contrario, una ideología que ve e n este m antenim iento de la trad icio­
nal "m ise ria alem ana” , en el seudoconstitucionalism o del Im p erio bis-
m arckiano, en la conservación intacta del pred om inio del prusianism o
reaccionario, de los ju nkers, d el m ilitarism o y de la burocracia prusia­
nos, u n a fo rm a m ás alta de sociedad y de Estado que la alcanzada en los
países occidentales com o resultado d e las revoluciones burguesas.

93 Engels, Anti-Dühring, trad. esp., ed. cit., p. 196


582 D A R W IN IS M Ó SO C IA L , R A C ISM O Y F A S C IS M O

C om o es sabido, durante el períod o im perialista surge en lo s países


dem ocráticos occidentales, al agudizarse las contradicciones y las lim ita­
ciones de la dem ocracia burguesa, una crítica cada vez más extensa y
más descarada de la dem ocracia en general. Pero m ientras que, en Rusia,
esta crítica va convirtiéndose, con los dem ócratas revolucionarios, sobre
todo con Chernichevski, en un aniquilam iento ideológico del liberalism o,
y m ientras que los bolcheviques L en in y Stalin, durante el períod o im ­
perialista, utilizan la crítica m arxista consecuente de la dem ocracia bur­
guesa para desarrollar la teoría de la dictadura del proletariado y. de la
dem ocracia proletaria fundam entada p o r M arx, concretando con ello ,
más de lo que M arx h abía podido hacerlo, la teoría del paso del capi­
talism o al socialism o, la crítica de la dem ocracia, en la Europa occiden­
tal, sólo se mueve entre los dos polos extrem os y falsos de las m ás
extrefna reacción y del anarquism o o el sindicalism o en el m ovim iento
obrero.
Los ideólogos alemanes del períod o im perialista acogen, alborozados,
esta crítica, pero la utilizan sim plem ente para presentar m entirosam ente
a la A lem ania prusianizada com o una form a social y estatal superior, que
m arca los cam inos del futuro y supera las contradicciones propias de la
dem ocracia. Y de esta utilización de la crítica occidental de la dem ocra­
cia surge la ideología del agresivo im perialism o alem án, la teoría de la
"m isió n ” de A lem ania, llam ada a señalar a la hum anidad la ruta hacia
el futuro, y todo ello precisam ente sobre la base de mantener, en pie
todas las instituciones retrógradas nacidas de la "m iseria alem ana” .
E sta fo rm a esp ecífica de la "m isió n ” de A lem ania siem bra, además,
un gran desconcierto en todas las tendencias del pensam iento in ten cio­
nalm ente progresivas o que se hallan, p o r lo m enos, anim adas p o r la
intención de com batir a la reacción m ás extrem a. L a ciega, servil y m e­
cánica tendencia a doblegarse ante la autoridad del Estado vigente en
cada m om ento corre p arejas con la idealización de las form as p olíticas
y sociales del atraso alem án, entorpece el desarrollo de A lem ania p o r los
cauces de una dem ocracia burguesa, lleva al p aís p o r derroteros com ple­
tam ente falsos y se traduce en el apoyo ideológico (n o siem pre d elibe­
ra d o ) de aquellas tendencias reaccionarias en las que el atraso alem án
responde a sus intereses naturales de clase.
Este carácter contrad ictorio de la trayectoria de A lem ania era ya c la ­
ram ente visible en las reform as ste in ian as.'y especialm ente en e l propio
Stein . Se m anifiesta, asim ism o, en la teoría burocrático-estam ental del
Estado de la últim a época de H eg el, en su tergiversación de la certera
idea de que la R e fo rm a había representado una especie de revolución
burguesa en A lem ania, para llegar, partiendo de aquí, a la falsa conclu­
sión d e que la revolución dem ocrática alem ana había alcanzado ya sús
objetivos. Y , co n la teoría lassalleana del Estado, que lleg ó a in flu ir
C O N C E P C IÓ N N A C IO N A L S O C IA L IS T A D E L M U N D O 583

bastante, p en etra incluso en e l m ovim iento obrero, abriend o paso aquí a


u n legalism o op ortunista — sin p aralelo, en tales proporciones— , a una
verdadera adoración del Estado com o tal.
L a extrem a id eología reaccionaria, que al p rin cip io se h ab ía plasm ado
discursivam ente en el ala derecha del rom anticism o, en estrecha relación
con los círcu lo s m ás retrógrados de la reacción de los ju nkers en Prusia,
recibe así una poderosa ayuda, a l paso que la resistencia crítico-dem o­
crática con que se encuentra, el desenm ascaram iento crítico-dem ocrático
d e la id eo lo g ía reaccionaria era, en A lem ania, m ucho m ás d ébil que en
cu alquier o tro p aís del m undo. Y , si exceptuam os los períod os de in flu e n ­
cia d irecta de M arx y E ngels, esto que decim os se re fiere incluso al m o ­
vim iento o brero alem án. E n su crítica d el Program a de E rfu rt, E ngels
fo rm u la serias advertencias contra la socialdem ocracia alem ana, que, en
la lucha con tra la reacción y por la dem ocratización del país, se olvida
d e sus tareas m ás im portantes y alim enta incluso ilusiones en el sen­
tid o de que "e se v ie jo establo de puercos pueda 'convertirse d e la noch e
a la m añana’, alegrem ente, en la sociedad socialista’.’’ 94
L a crítica de E ngels iba d irigid a contra aquellas ilusiones alem anas
q u e ad m itían la posibilidad de que la A lem ania real entonces existente
"ev o lu cio n ara” hacia el socialism o; es decir, que pudiera "ev o lu cio n ar”
así un p aís que aún no se h ab ía dem ocratizado y que te n ía ante sí todas
las tareas de la dem ocratización, inclu so la verdadera creación de la
unidad de la nación alem ana, el p ro blem a central d e la tran sform ación
'd em ocrática del país, com o tareas revolucionarias. E n estas condiciones,
el p o n er a la orden del d ía el p ro blem a de la m archa hacia el socialism o
sólo p o d ía servir; en op inión de E n g els, para desviar al p aís de las gran ­
des tareas de la dem ocratización revolucionaria, cuya realización con sti­
tu iría, cabalm ente, la única preparación certera, o b jetiv a y subjetiva, para
el socialism o, en A lem ania.
Esta crítica pasó desapercibida, en el m ovim iento obrero alem án. Sur­
g ie ro n ,-a sí, los falsos extrem os de una "reco n ciliació n ” con la A lem ania
im perialista antidem ocrática, de una parte, y de o tra la predicación abs­
tracta d el socialism o, saltando abstractam ente p o r encim a de las tareas
revolucionario-dem ocráticas. E n tre los ideólogos descollantes de la social­
dem ocracia alem ana, en el períod o im perialista, podem os afirm ar que
fu e F ranz M eh rin g el único en q u ien se m antenían realm ente vivas las
tradiciones de la lucha revolucionaria con tra la reacción prusiana. L eo in
advirtió m uy pronto esta trayectoria, y la criticó acerbam ente: " L a trad i­
ción repu blicana se ha d ebilitado m u cho entre los socialistas de E u ro­
p a . . . , y n o pocas veces este d ebilitam iento de la propaganda republicana
lleva con sig o el que no se presione co n fuerza hacia la victo ria to tal del

94 Carta de Engels a Kautski, 29-VI-1891.


584 D A R W IN IS M O SO C IA L , R A C ISM O Y F A S C IS M O

proletariado. N o en vano E ngels, en 1 8 9 1 , al criticar el proyecto del P ro ­


g ram a de E rfu rt, llam aba la atención de los obreros alem anes, con toda
energía, hacia la im portancia de la lucha p o r la república y hacia la p o ­
sibilidad de que tam bién en A lem ania llegara a ad quirir esa lucha un
sentido actual.” 95
E n estas condiciones, toda la id eo lo g ía burguesa va viéndose to tal­
m ente absorbida p o r las form as y los contenidos reaccionarios. E l agnos­
ticism o y la m ística dom inan, incluso, el pensam iento de ideólogos bur­
gueses que, p o líticam ente y en lo fundam ental, se orientan hacia el
progreso. Y hasta la teo ría racista va penetrando en estos círcu lo s; baste
co n señalar el ejem p lo de R athenau, que más tarde h ab ría de caer b a jo
las balas de los asesinos fascistas. Y , paralelam ente con estos, discurre,
com o hem os visto, la corriente de m odernización de la id eología reac­
cionaria de los junkers. T am p o co este proceso form a, naturalm ente, una
unidad. Las v iejas form as y las v iejas consignas ( " P o r D io s, p o r el Rey
y p o r la P atria” ; " L a esencia alem ana curará al m undo” ; hay que p le­
garse a la ortod oxia protestante, e tc .) se m antienen en p ie hasta en
plen a R epública de W e im a r y conservan su fu erza en determ inados círcu­
los, cuantitativam ente lim itados, de la pequeña burguesía. (B a s ta con
citar la propaganda de los nacional-alem anes, los "C ascos de A ce ro ” , e tc.)
P ero , ju n to a ello, surge' y se hace cada vez m ás fu erte la necesidad de
tro qu elar ahora los contenidos reaccionarios más extrem os y las metas
m ás agresivas del im perialism o alem án en los m oldes que perm itan ganar
a las extensas m asas de la pequeña burguesía, los cam pesinos, los in te­
lectuales e incluso los obreros para los o bjetiv os interiores y exteriores
de dicho im perialism o.
La derrota de A lem ania en la prim era G u erra M u nd ial im perialista
planteó dos com plejos de problem as, íntim am ente relacionados entre sí,
que vinieron a hacer po sible esta reconstrucción de la extrem a ideología
reaccionaria, esta "m od ern ización ” de sus consignas, con vistas a ganar
para ellas a las grandes masas populares. E l prim er com p lejo fu e la in­
dignación nacional provocada p o r el T ratad o de V ersalles. E l oportunis­
m o de la socialdem ocracia y la debilidad de los com unistas no perm itieron
liberar al pueblo alem án de las cargas hum illantes del pasado, de las
consecuencias de la guerra, p o r la vía de una revolución llevada radical­
m ente hasta el fin al, com o se h abía hecho en Rusia. Y el fracaso de la
revolución de 1 9 1 8 trajo com o consecuencia el que las masas cayeran,
en sus aspiraciones nacionales, cada vez más de llen o b ajo una dirección
im perialista reaccionaria. L a lucha .contra el T ratad o de V ersalles y la
consigna de la liberación nacional, |1 abortar com o la consigna de la un i­
ficación revolucionario-dem ocrática de la nación alem ana, fu e convirtién­

95 L e n in , Obras completas, ed. ru sa , t. X I I , p p . 1 5 1 s.


C O N C E P C IÓ N N A C IO N A L S O C IA L IS T A D E L MUNDO 585

dose cada vez con mayor fuerza en la renovación del agresivo im perialism o
alem án.
E l segundo com p lejo , que aparece entrelazado p o r todas partes con el
prim ero y viene a reforzar la acción de éste, es el desengaño de las masas
ante los resultados sociales de la revolución de 1 9 1 8 . Las esperanzas de
las m asas, hasta muy adentro de la pequeña burguesía y de la in telec­
tualidad, habían alcanzado p o r aquel entonces, una tensión extraord ina­
ria. -Su desengaño, al com probar que e l régim en de la coalición de los
ju nkers y los grandes capitalistas, b a jo la bandera de la R epública de
W e im ar, seguía pesando sobre ellas tan abrum adoram ente com o antes,
no p o d ía p o r m enos de ser catastró fico. La gran crisis económ ica de 1 9 2 9
y la p o lítica económ ica y social resueltam ente reaccionaria desplegada por
la dem ocracia w eim ariana durante la crisis, im prim ió todavía m ayor vio­
lencia a aquel desengaño. Pero, al m ism o tiem po, se reveló que todos
los m ovim ientos encam inados a restablecer sim plem ente el estado de cosas
anterior a la guerra (a la restauración de los H o h en z o llern ) no estaban
llam ados a ad quirir in flu en cia entre las masas. Surgió así, en el cam po
de la extrem a reacción, la necesidad de una dem agogia social: de enm as­
carar las m etas del agresivo im perialism o alem án b a jo las form as de la
"rev o lu ció n nacional y social” .
L os hechos de H itle r y de sus cóm plices y auxiliares no fueron otra
cosa que la satisfacción de estas necesidades de existen cia de los círculos
más reaccionarios de los junkers y grandes capitalistas alem anes. E l h i­
tlerism o dio satisfacción a estas necesidades, al sacar de los salones y los
cafés, para lanzarla a la calle, la id eología reaccionaria más extrem ista,
m odernizada a tono con las exigencias de los tiem pos.
L a ideología de H itle r es, sencillam ente, la utilización cínicam ente
refin ad a y extraordinariam ente h áb il de esta com binación de factores. E l
propio H itle r y sus más cercanos colaboradores se hallaban muy bien
dispuestos p o r su pasado para cum plir esta m isión. H itle r había sido, en
V ien a, uno de los seguidores de la dem agogia social antisem ita de Lueger
y más tarde, en A lem ania, espía de la R eichsw ehr. Su principal ideólogo,
R osenberg, fu e discípulo de las Centenas N egras en la Rusia zarista y,
con posterioridad, confid ente alem án tam bién. A m bos personajes, com o
tantos y tantos otros dirigentes del fa s c ism o ' alem án, eran m ercenarios
sin escrúpulos y sin conciencia del im perialism o alem án más reaccionario,
cam peones dem agógicos de la p o lítica prusiano-alem ana de agresión y
de opresión. Es inútil, por tanto, buscar en ellos ni un atisbo de buena
fe ideológica: se m antienen en una actitud perfectam ente cínica, escéptica
e in d iferen te ante su propia "d o ctrin a ” , de la que se valen — apoyándose
com o verdaderos virtuosos en las retardatarias y degeneradas cualidades
del pueblo alem án señaladas más arriba, fru to del d esarrollo histórico del
país— al servicio de los fines del capitalism o im perialista alem án, de los
586 D A R W IN IS M O S O C IA L , R A C IS M O Y F A S C IS M O

grandes capitalistas y los ju nkers, de la prusianización de A lem ania, dé su


expansión y d e su lucha p o r la h egem onía m undial.
Los líderes fascistas, que en sus discursos y escritos ensam blan con
una grandilocuencia falsa y rep elente su dem agogia social y nacional y
que no apean de los labios, cuando hablan ante el pú blico, las palabras
honor, lealtad, fe , esp íritu de sacrificio, etc., se expresan, cuando sé h a­
llan en k intim idad, con una sonrisa cínicam ente despectiva de sus p ro ­
pias revelaciones y m anifestaciones. T o d av ía es relativam ente poco lo que
hoy conocem os de este m aterial ín tim o acerca de los líderes fascistas.9“
Sin em bargo, a través, p o r ejem p lo, de lo m ucho que ha divulgado
Rauschning, e l d irigente nazi de D an zig huido al extran jero , de su trato
íntim o con H itle r y otros líderes, podem os form arnos una im agen bas­
tante concreta acerca de la situación.
" C itaré aquí solam ente unos cuantos ejem plos característicos. E n una
de las conversaciones de R auschning con H itler, salió a colación el dogm a
central del fascism o alem án, la teo ría racista. H itle r, según •nos cuenta
su antiguo confid ente, se expresó acerca de este tem a en los siguientes
térm in o : " L a 'nación’ es una expresión p o lítica de la dem ocracia y del
liberalism o. T enem os que desem barazam os de esta falsa construcción y
sustituirla p o r la concepción de la raza, que aún no está desgastada p o ­
líticam en te. . . Y o sé p e r fe c ta m e n te ... que, cien tíficam en te hablando,
no existe tal co sa . . . L o que ocurre es que, com o p o lítico , necesito una
idea que perm ita acabar con los fundam entos históricos anteriores, para
im plantar en vez de ellos un orden antihistórico com pletam ente nuevo
y dar a este orden una base in telectu al.” E l o b je tiv o era la destrucción
de las fronteras nacionales. "C o n ayuda de la idea de la raza, podrá el
nacionalism o llev ar a cabo su revolución y vo lv er del revés el m u nd o.” 97
C om o se ve claram ente p o r estas palabras, la te o ría racista no era, para
H itle r, m ás que el pretexto id eológico para hacer atractivo y plausible
a los o jo s de las masas la conquista y el sojuzgam iento de toda Europa,
la destrucción nacional de los pueblos europeos.
L a teoría racista lleva aparejada, com o es sabido, la investigación de
los prim eros orígenes del pueblo alem án. L os fascistas proclam an esto
com o una de las partes m ás im portantes de su doctrina y crean, incluso,
ciencias especiales destinadas al estudio de estos problem as. Cuál es su
actitud ante esta ciencia suya, p ropia y peculiar, nos lo hace saber una
conversación m antenida p o r R auschning con H im m ler, el je f e de la G e s­
tapo. H im m ler, que acababa de p ro h ib ir las lecciones sobre prehistoria
de un p ro feso r alem án en D anzig, se expresa en los térm inos siguientes
acerca de d icha p ro h ib ició n : " M e tien e sin cuidado que la verdad real y90

90 Téngase en cuenta que estas consideraciones fueron escritas todavía durante


la segunda Guerra Mundial.
97 H. Rauschning, The voice o f Destruction, Nueva York, 1940, p. 232.
C O N C E P C IÓ N N A C IO N A L S O C IA L IS T A D E L MUNDO 587

efectiv a acercá de la prehistoria de las tribus germ ánicas sea ésa o sea
otra. L a Ciencia procede de una hipótesis a otra, hipótesis que cam bian
cada dos o tres años. N o hay, pues, ninguna razón para que el partido
n o pueda establecer tam bién su propia hipótesis com o pu nto d e partida,
aunque se h a lle en contradicción con las ideas cien tíficas im perantes. L o
ú n ico im portante y por lo que el Estado paga a esas gentes [ a los p ro ­
fesores, G. L . } es que las ideas que se p ro fesen acerca de la historia
fo rtalezcan a nuestro p u eblo en su necesario o rgu llo nacional.” 98
B ié n sabido es, asim ism o, e l lu gar cen tral que el antisem itism o ocupa
en la "co n cep ció n nacionalsocialista del m u nd o” , en la propaganda h i­
tleriana. S in em bargo, cuando R auschning, habland o de esto con H itle r,
se atrevió a preguntarle sim plistam ente si se p ro p onía exterm inar a los
ju d íos, el F ü h rer le contestó : "N o . S i los suprim iéram os, tendríam os que
volver a inventarlos. Es im portante tener siem pre d elante un enem igo v i­
sible, corpóreo, y n o sim plem ente abstracto.” Y cuando, en la m ism a
plática, salió a relu cir el tem a de las célebres "A ctas de los Sabios de
S ió n ” , sobre los que tanto hincapié h acía la agitación p rogrom ista de los
hitlerianos, y com o quiera que Raus'chning m ostrara dudas acerca d e la
autenticidad de dicho docum ento, el F ü h rer re p licó : " S e m e da un ardite
de que el relato sea o no históricam ente cierto. S i no lo e s . . . m e jo r, pues
resulta tan to m ás conv in cente.” 99
N o sería d ifíc il seguir p o niend o ejem p lo s de éstos, aun a base del
lim itad o m aterial de que disponem os para docum entarnos acerca de las
conviccion es íntim as de los líderes d el hitlerism o. C reo , sin em bargo,
q u e basta y sobra con lo expuesto p ara ilu strar la cín ica actitud de H itle r
y sus cofrad es ante sus propias "te o ría s ” . A ñadirem os tan sólo que, tam ­
bién en u n a conversación con R auschning, H itle r n o tuvo em pacho en
ca lifica r d e to n tería y m entecatez o tra d e las tesis centrales de su propia
dem agogia social, el llam ado "so cialism o pru siano” .100
T o d o lo anterior perm ite ver claram ente cuáles son lo s fundam entos
de la "m eto d o lo g ía ” nacionalsocialista. Y n o es d ifíc il tam poco com ple­
m entar sus rasgos recurriendo a las obras d e H itle r. N o s lim itarem os tam ­
b ié n e n esta cuestión a señalar algunos puntos fundam entales, a la luz de
los cuales se verá con claridad cóm o, p ara H itle r y los adláteres q u e le
rodean, n o se trata sim plem ente de teo rías falsas y p eligrosas, que deban
ser refutadas con ayuda d e argum entos intelectuales, sino d e u n a m esco­
lanza d e la s doctrinas reaccionarias m ás diversas, am algam ada co n una
dem agogia desvergonzada y cuyo valor depende solam ente de la m edida
en que perm ita a H itle r aturdir a las masas.
Este tip o de propaganda parte, en H itle r, de u n desprecio soberano
por el pu eblo. ” E1 pueblo — dice H itle r— tiene, en su inm ensa m a­
588 D A R W IN IS M O S O C IA L , R A C ISM O Y F A S C IS M O

yoría un tem peram ento y una actitud tan fem eninos, que su m odo de
pensar y de actuar no se gobierna tanto p o r la fr ía re flex ió n com o p o r
las reacciones sen tim entales.” 101 E n estas palabras del F ü h rer se expre­
san, com o podem os com probar, los resultados de la "te o ría aristocrática
del conocim iento” del períod o im perialista y de la filo s o fía social de la
"d esorbitación ” , traducidos al len g u aje de la dem agogia práctica.
Y en este punto de vista se sitúa H itle r para elaborar sus m étodos de
propaganda. Se trata de sustituir el convencim iento p o r la sugestión,
de crear p o r todos los m edios una atm ósfera sofocante de fe ciega, de
histerism o de hom bres crédulos y desesperados. Y tam bién aquí vemos
cóm o la lucha de la filo s o fía de la vid a contra la razón — independ ien­
tem ente de lo que H itle r llegara a conocer de ella— es la concepción del
m undo que sirve de base a la pura técnica de la dem agogia. L a "o r ig i­
nalid ad ” de H itle r consiste en haber sido el prim ero a quien se le ocu rrió
aplicar la técnica de la publicidad norteam ericana a la p o lítica y la p ro ­
paganda alem anas. L o que se propone es aturdir y sed u cií a las masas.
E n el Mein Kampf con fiesa que persigue una m eta dem agógica: que­
brantar el lib re albed río y la capacidad de los hom bres de pensar p o r
cuenta propia. Y lo único que le preocupa y que se detiene a estudiar
concienzudam ente es con ayuda de qué ardides puede conseguirlo.
P o r este cam ino, entra H itle r en todos los posibles detalles externos
de la sugestión y de la sugestionabilidad de las masas. Pondrem os, tam ­
b ién aquí, un solo e je m p lo : " E n todos estos casos — dice— , se trata
de m enoscabar la lib re voluntad del hom bre. Y esto se refiere ante todo,
com o es natural, a las asam bleas en que se reúnen personas d e orien ta­
ción contraria y en las que se trata de fo rm ar, a todo trance, una voluntad
nueva. P o r la m añana e incluso de un d ía p ara otro, parece com o si las
fuerzas volitivas' de estos hom bres se resistiesen con todas sus fuerzas
contra el intento de im ponerles una voluntad ajen a y una op inión extraña.
P or la noche, en cam bio, se som eten m ucho más fácilm ente a la fuerza
dom inadora de una voluntad m ás vigorosa. Pues en verdad que toda
asam blea de esta clase es com o un palenque en que luchan dos fuerzas
contrapuestas. A l arte oratoria d escollante de un tem peram ento dom inante
de apóstol le será m ás fá cil gan ar para la nueva voluntad a hom bres cuya
fuerza de resistencia ha sido ya d ebilitada del m odo más natural que a
quienes se h allan todavía en plena posesión de sus energías espirituales
y v o litivas.” 102
Y con e l m ism o cinism o se m an ifiesta H itle r acerca del program a de
su p ro p io partid o. R econoce que, d e vez e n cuando, al cabo del tiem po,
puede ser objetivam ente necesario introd u cir en é l ciertas m odificaciones.

101 Hitler, Mein Kampf, Munich, 1934, t. I, p. 201.


102 Op. eit., t, II, pp. 531 s.
C O N C E P C IÓ N N A C IO N A L S O C IA L IS T A D E L MUNDO 589

Se declara, sin em bargo, de antem ano y p o r p rin cip io contrario a ellas:


"P e ro , cu alqu ier in ten to en ese sentido resulta ser casi siem pre fatal. Sólo
sirve para p oner a discusión lo que debiera ser considerado com o firm e
e in co n m o v ib le . . . ¿C óm o se quiere hacer que la gente crea con fe ciega
en la exactitud de una doctrina, si a cada paso se introducen en la es­
tructura exterio r de ella cam bios que inducen a la inseguridad y a la
d u d a?” 103
Esta técnica de la propaganda h itlerian a guarda relación con uno de
los pocos puntos sinceros de la "co n cep ció n del m und o” profesad a por
H itle r: éste es un adversario irredu ctible de la verdad o b je tiv a y tam ­
bién en la vida com bate por d oquier to d o lo que sea objetivid ad . Se
siente a sí m ism o com o el agente de unas posiciones capitalistas, cuyas
m etas trata de alcanzar con una técnica de propaganda im placablem ente
h áb il, conscientem ente colocada al m argen d e to d a verdad o de toda
exactitu d ob jetiv as. E n este sentido, es u n d iscípu lo verdaderam ente h á­
b il d e la técnica p u blicitaria norteam ericana. E n sus disquisiciones sobre
la técn ica propagandística, se expresa a veces de un m odo sin querer
gro tesco este tem peram ento suyo ín tim o : "¿ Q u é se d iría, p o r ejem p lo,
d e un anuncio que, proponiéndose ensalzar una m arca nueva de jab ó n ,
llam ase tam bién 'buenos’ a otros ja b o n e s ? .. . Exactam en te lo m ism o
ocu rre con la propaganda p o lítica.” 104
Y tam p o co esta m escolanza de la filo s o fía alem ana d e la vida y la
técnica p u blicística norteam ericana tien e nada d e casual. U n a y o tra ‘son
fo rm as d e expresión del períod o im perialista. A m bas apelan al descon­
cierto, a la desorientación de las gentes d e esta época, a su cond ición de
cautivos d el sistem a de las categorías d el capitalism o m o nopolista co n ­
vertido en fetich e, a su som brío estado de sum isión y de torm ento y a
su incapacidad para liberarse de él. L a d iferen cia está en que el sistem a
pu blicístico norteam ericano apela al hom bre m edio y, concretam ente, a
sus necesidades vitales más directas, en las que se m ezclan la estandari­
zación o b je tiv a por obra del capitalism o m onopolista y el vago anhelo
d e m antener "su propia personalidad” , dentro de este m arco. E n cam bio,
la filo s o fía de la vida apela, p o r m edio de rodeos muy com plicados, a la
élite de la intelectualidad, en la que es m ucho m ás candente, aunque se
h alle — objetivam ente— no m enos condenada al fracaso, la lucha in te­
rior con tra la estandarización. D e aquí que la técnica p u blicitaria sea
desde el p rim er m om ento cínico-dem agógica, com o fo rm a de expresión
d irecta del capitalism o m onopolista, m ientras que la filo s o fía de la vida
s e m an tien e durante largo tiem po, d e buena fe , o por lo m enos con m e ­
d io s indirectos, en el terreno seu d ocien tífico y seudoliterario. P ero una
y o tra participan — objetivam ente-— , p o r encim a d e todas las d iferencias

103 Op. át., t. II, p. 5 1 1 . 104 Op. cit., t. I, p. 200 .


590 D A R W IN IS M O S O C IA L , R A C ISM O Y F A S C IS M O

de la repulsa de toda ob jetiv id ad , de la apelación un ilateral a los sen­


tim ientos, a las vivencias, etc., del intento de elim inar la razón y el dis­
cernim iento racional y de desacreditarlos.
Es, pues, una determ inada necesidad social la que hace que los resul­
tados y el m étodo de la filo s o fía de la vida sean llevados a la calle con
ayuda de los m edios técnicos de la publicidad norteam ericana. Y , al iden­
tificarse en la persona de H itle r la filo s o fía de la vida y el capitalism o
m onopolista, es ló g ico que la técnica m ás desarrollada de este capitalis­
m o, la técnica norteam ericana, se com bine co n la id eología m ás desarro­
llad a del capitalism o m o nopolista y la reacción, con la id eología alemana.
Y la sim ple posibilidad de esta con ju n ción , de esta unidad, revela ya
cóm o toda la barbarie, todo e l cinism o, etc., del períod o h itlerian o sólo
pueden com prenderse y criticarse partiend o de la econom ía, de la es­
tructura social, de las tendencias de desarrollo social del capitalism o m o­
nopolista. T o d o intento de con cebir el hitlerism o com o la renovación de
cu alquier v ie ja barbarie pasa p o r alto lo s que constituyen precisam ente
los rasgos esenciales esp ecíficos y decisivos del fascism o alem án.
Sólo a través de esta técnica publicística, cín ica y sin escrúpulos, puede
com prenderse y exponerse certeram ente la llam ada ideología de los fas­
cistas hitlerianos. Éstos se preguntan siem pre, en efecto:, ¿para qué sirve
un pensam iento?, ¿qué utilidad reporta éste?, sin preocuparse en lo más
m ín im o de su verdad o b jetiva, m ás aún, rechazando la verdad ob jetiv a
apasionadam ente y con el m ayor desprecio. (E n lo que coinciden plena­
m ente con la filo s o fía m oderna, desde N ietzsche, pasando p o r el prag­
m atism o, hasta nuestros d ía s .) E n este punto, esta robusta y burda téc­
nica pu blicitaria confluye, sin em bargo, con los resultados de la filo so fía
im perialista de la vida, con la concepción del m undo de los intelectuales
más "refin a d o s” de nuestro tiem po. E n efecto, el irracionalism o agnos-
ticista, que se ha venido desarrollando en A lem ania desde N ietzsche,
D ilth ey y Sim m el hasta K lag es, H eid egger y Jaspers conduce, com o
resultado fin a l, a una repulsa igualm ente apasionada de la verdad objetiva,
ni más ni m enos que en H itler, aunque en éste p o r otros m otivos y con
otros fundam entos.
L a conflu en cia del irracionalism o de la filo s o fía de la vida con la
"co n cep ció n del m undo” del fascism o no entraña, pues, determ inados
resultados de la teoría del conocim iento, que sólo se destinan, por su
sütileza d ifícilm en te com prensible a reducidos círcu los intelectuales, sino
que se produce dentro de la atm ósfera espiritual general de la duda ra­
dical en cuanto a la posibilidad de un conocim iento o b jetiv o, en cuanto
a l v alo r d e la razón y el entendim iento, a l am paro de la fe ciega en los
"d ato s” intuitivistas e irracionalistas que repugnan al entendim iento y lá
razón; en una p alabra: den tro d e la atm ósfera d e una credulidad histé­
rico-supersticiosa, con la circunstancia, adem ás, de que este oscurantism o
CONCEPCIÓN NACIONALSOCIALISTA DEL MUNDO 591

de la lucha contra la verdad o b jetiv a, contra la razón y e l entendim iento,


se presen ta com o la últim a p alabra de la ciencia m oderna, de la teoría
del conocim iento "m ás avanzada” .
Estas tendencias afin es en cuanto a la creación d e una atm ósfera inte­
lectu al p ro p icia al auge y al entronizam iento de los absurdos fascistas,
exp lica por q u é el id eólogo m ayor del nacionalsocialism o, Rosenberg,
abrig a ciertas sim patías p o r los m ás caracterizados representantes de la
filo s o fía irracionalista de la v id a; cita, p o r eje m p lo , con gran elo g io a
Sp en gler y K lag es, aunque rechace el contenid o concreto de sus doctrinas
y considere to d a su actuación com o superada p o r el nacim iento del na­
cionalsocialism o. A u nque el irracionalism o d e la filo s o fía de la vida
fu ese indispensable p ara e l fascism o com o atm ósfera espiritual, es de suyo
dem asiado refin ad o, dem asiado aéreo, dem asiado sutil, se h alla dem asia­
do vinculado indirectam ente a los fin es d el capitalism o m o nopolista ale­
m án, p ara que se le pueda utilizar directam ente a l servicio de las fin a li­
dades dem agógicas. H ace falta, p ara ello , recurrir a aq u ella com binación
de la filo s o fía d e la vida y la te o ría racista que encontrábam os en C ham ­
b erlain . E s aquí donde H itle r y R o sen berg encuentran los m edios dis­
cursivos directam ente utiü zables p ara sus fin e s dem agógicos: de una
parte, u n a "co n cep ció n del m und o” p ara la intelectualidad alem ana reac­
cionariam ente corroíd a y, d e o tra parte, el fu nd am ento p ara u n a robusta
y brutal dem agogia, para una d octrina a l parecer generalm ente in te lig i­
ble, co n la que se puede aturdir y engañar a las m asas desesperadas, ex­
traviadas y que buscan un cam ino de salvación.
D e C h am berlain tom aron los nazis la te o ría "in te rio r” de la raza, la
determ inación de las características raciales a base de la intuición. A u n ­
que la propaganda airee m ucho las llam adas características filo só ficas (la
fo rm a del cráneo, el color del cabello , los o jo s, e t c .) , lo esencial se re­
serva, sin em bargo, a la v ía intuitiva. U n o de los filó so fo s o ficiales del
hitlerism o, E rn st K rie ck , expresa muy abiertam ente esta actitud ante la
b io lo g ía : "L a 'co ncep ció n b io ló g ica del m undo’ — dice— sig n ifica algo
sustancialm ente distinto que la fundam entación de la concepción del m un­
do por la ciencia especial llam ada 'b io lo g ía ’.” 1<l5 Y por eso tam bién
Rosenberg, en sus escritos program áticos, habla m ucho m ás del "a lm a ”
que de las características raciales objetivas. L o que razona m ediante esta
aseveración: " A l m a . . . sig n ifica raza, vista in terio rm en te.” 106 E s la co n ­
tinuación directa de la teo ría racial cham berlainiana.
E n éste com o en todos los dem ás criterios de m ayor im portancia, ve­
m os que R'osenberg es un discípulo concienzudo de C ham berlain. N ieg a,
al igual que éste, i a causalidad; y, com o éste, rechaza toda indagación

105 E . K rieck , Völkisch-politische Anthropologie, L eip zig , 1 9 3 6 , t. I I , p . 2.


ios R osen berg, Der Mythus des 20. Jahrhunderts, 2* ed ., M u n ich , 1 9 3 1 , p. 2 2 .
592 DARWINISMQ SOCIAL, RACISMO Y FASCISMO

de la génesis. N ieg a, lo m ism o que su 'm aestro, la existen cia de u n a h is­


toria general de la hum anidad: sólo tien en h istoria las razas, cada una de
p o r sí, especialm ente los arios, los germ anos. P ero tam bién su historia
es puram ente aparente, pues en realidad lo bueno de la raza es inm utable.
R osenberg dice, acerca de esto: "L a prim era grande y suprem a realización
m ítica ya no se perfecciona, en lo esencial, sin o que asum e sim plem ente
otras form as. E l valor que a un dios o a un héroe se le in fu n d e es lo
eterno, tanto para bien com o para m a l. . . Puede m o rir una fo rm a de
O d ín . . . P ero O d ín , es decir, el arquetipo eterno de las aním icas fu er­
zas prim igenias del hom bre nórdico, vive hoy lo m ism o que hace 5 ,0 0 0
años.” Y resum e del m odo siguiente las consecuencias de esta tesis: " E l
últim o 'saber’ po sible de una raza se contiene ya en su p rim er m ito .” 107
L leg a así a su. térm ino la lucha interna m antenida en la filo s o fía de
la vida entre la tip o lo g ía objetivam ente histórica, antropológica, y el in ­
tento de e rig ir precisam ente sobre esta base una teoría de la historia
enem iga de toda ley e irracionalista. Y , com o es natural, tal y com o el
terreno, había sido preparado, de una parte y sobre todo, por Cham berlain
y, de otra parte y p o r otros cam inos, p o r Spengler, K lag es, H eid eg ;
ger, etc., el p leito term ina con la victoria del antihistoricism o y la li­
quidación conceptual de la historia. Se revela aquí a la luz del día, con
m eridiana claridad, la im posibilidad teórico-objetiv a de concebir m eto­
dológicam ente la historia si se elim ina de ella la idea d e progreso.
Y cuando R osenberg barre radicalm ente con todo el seudohistoricism o del
períod o im perialista, no hace m ás que sacar, a su m anera m ítico-dem a-
gógica, las consecuencias lógicas de una situación ya im plícitam ente con­
tenida en la cautelosa antinom ia de u n D ilthey.
E sta concepción de la raza, coincidente no sólo con C ham berlain, sino
tam bién con G obineau , trae com o consecuencia necesaria el que todo lo
que sea cam bio se considere com o una corrupción, a consecuencia de
la m ezcla racial. D e ahí que R osen berg haga suya, alborozado, la idea
cham berlainiana del "cao s de pueblos” , con sus dos peligros fu nd am en­
tales: R om a y el judaism o. Y de ahí tam bién que, al igual que C ham ­
berlain , considere com o el punto flaco central del germ anism o el que no
posea una relig ió n "adecuada” .
Carece de interés, dada la to tal intrascendencia de R osen berg com o
pensador, detenerse a investigar dónde se lim ita éste a copiar al p ie de
la letra a C ham berlain y dónde m o d ifica su pensam iento. Lo im portante
en él es cóm o encarrila las frases literarias reaccionarias de su m aestro
hacia el program a d e acción de la dem agogia nacional y social. E n este
sentido, lo m ás im portante es la agudización de la teoría activista de
C ham berlain, p o r oposición al fatalism o de G obineau y del darw inism o

107 Op. cit., pp. 636 y 641.


CONCEPCIÓN NACIONALSOCIALISTA DEL MUNDO 593

social. H itle r y R osenberg tom an de C h am berlain tres puntos de vista '


fu nd am entales: en prim er lugar, e l concepto del caos de pueblos y de la
lucha en con tra de é l; en segundo lugar, la capacidad de regeneración
de las razas, y, en tercer lugar, la te o ría racista com o un sustitutivo de la
relig ió n a tono co n los nuevos tiem pos. Y , al m ism to tiem po, agudizan
y sim p lifican dem agógicam ente los tres com p lejo s en interés de la p o lí­
tica agresiva del im perialism o alem án.
P o r lo que al p rim er pu nto se refiere, tanto en R osenberg com o en
C h am berlain ocupan el judaism o y R o m a el centro de la lucha, com o
los enem igos principales. C on la d iferen cia de que, ahora, esta lucha ya
no se lib ra con las "n o b le s” arm as literarias, com o al princip io sobre
todo la sostenía Cham berlain, inclinánd ose a cada p aso ante tales o cua­
les ju d ío s y católicos "d escollantes” , sin o que se desencadena una dem a­
g o g ia p o grom ista descarada y sin escrúpulos.
Y a en C h am berlain vemos que lo s ju d ío s son los portadores de la
fu nesta idea d e la igualdad. A h ora, se equiparan el capitalism o y el so­
cialism o com o em anaciones de esta p ern icio sa idea y contra am bos se
d irigen lo s tiros, com o los exponentes actuales del caos de los pueblos.
T am b ién aquí desem boca el río de u n a v ie ja trad ició n reaccionaria en la
d em agogia social d el hitlerism o. C om o es sabido, las contradicciones del
sistem a capitalista engendran en todas partes, durante el siglo x ix , un
m ovim iento rom ántico-anticapitalista. A l prin cip io , este m ovim iento p re­
senta m éritos cien tífico s relativam ente considerables, p o r su ingeniosa
crítica de estas contradicciones, que en Sism ond i lleg a, incluso, a p oner
de relieve la necesidad de las crisis económ icas b a jo e l cap italism o; y, en
el cam po social, nos encontram os con algo parecido en e l jo v en C arlyle.
L a revolución del Cuarenta y ocho, la aparición del socialism o cien tí­
fico y sü fu sión con la clase obrera revolucionaria hacen cam biar rápida­
m ente la fison om ía del anticapitalism o rom ántico. Com o id eología que
era de la pequeña burguesía, este m ovim iento m iraba desde el p rim er
m om ento hacia atrás (e n Sism ondi, hacia la producción sim ple de m er­
cancías de los tiem pos anteriores al capitalism o; en el jo v en C arlyle hacia
la Edad M ed ia, com o la "eco n o m ía ordenada” , p o r oposición a la anar­
quía c a p ita lista ). E sta tendencia regresiva queda adherida al aspecto pu­
ram ente ideológico del desarrollo u lterio r del anticapitalism o rom ántico,
tanto m ás cuanto que la tendencia m uy cercana a é l a contraponer la
civilización y la cultura entraña necesariam ente una crítica de la ausencia
de cu ltu ra d e l capitalism o, desde el punto de vista de las culturas del
pasado. S in em bargo, la necesidad de adoptar tam bién una posición ante
el. socialism o, com o ante la tend encia que sobrepone la sociedad al capi­
talism o, introduce un cam bio de rum bo esen cial: el princip io del "o rd e n ”
tien de a buscarse y se encuentra cada vez m ás en e l m ism o capitalism o,
claro está que sin renunciar del todo a aquélla critica de la cultura capi-

38
5f>4 DARWINISMO SOCIAL, RACISMO Y FASCISMO

talista que iba a buscar su pauta al pásado; pero, ahora, se trata de sacar
d el pro pio g ran capitalism o la fuerza capaz de sobreponerse a la anar­
q u ía. T a l es ya la posición en que se sitúa C arlyle después de la revolución
d el Cuarenta y ocho. P ero la fo rm u lación m ás categórica de esta doble
tendencia contradictoria la da, en vísperas del períod o im perialista, com o
hem os visto, Federico N ietzsche.
D o s consecuencias se desprenden de esta situación social y de la si­
tuación espiritual p o r ella determ inada. L a prim era es que hay que dis­
tinguir, en el capitalism o, los "lad o s buenos” de los "m alo s” . E ste punto
d e vista lo encontram os ya en Proudhon, y los apologistas liberales vu l­
gares se esfuerzan siem pre p o r presentar los lados "m a lo s” del capita­
lism o com o aspectos casuales de este régim en, llam ados a desaparecer.
A h o ra bien, esta tendencia sólo puede lleg ar a convertirse en parte
integrante del an'ticapitalismo rom ántico al aparecer aquella apologética
indirecta que d efiend e el sistem a capitalista apoyándose precisam ente en
los "lad o s m alos” , de cuyo d esarrollo se espera que llegue a acabar un d ía
con la anarquía del capitalism o lib eral vulgar y traig a consigo un nuevo
"o rd e n ” ; es decir, en otras palabras, a l convertirse el anticapitalism o ro ­
m ántico en una id eo lo g ía del capitalism o im perialista. Y , en segundo lu ­
g ar — y en ín tim a relación con e l cam bio de rum bo anterior— , la repulsa
contra el socialism o se vincula a esta nueva p o sició n que se adopta ante
e l cap italism o: el socialism o se hace aparecer, ahora, com o la continu a­
ció n y e l desarrollo d e aquellas tendencias anticulturales, h o s tile s 'a la
personalidad del hom bre, que se com baten y rechazan en el capitalism o
y coya elim inación real se co n fia en que llev e a cabo el im perialism o, el
capitalism o "reglam en tad o” .
C ontribuye a fa cilita r este g iro de las cosas el hecho de que, con el
derrum bam iento de la econom ía clásica, hayan desaparecido d el cam po
d e la intelectualidad burguesa, en m ateria de econom ía, to d o saber y
toda cultura. L a antítesis económ ica de capitalism o y socialism o cae, p o r
tanto, fu era de su órbita de conciencia, y com o :el socialism o trata d e
vencer al capitalism o en u n cam ino reservado a l fu tu ro, es decir, progre­
sivam ente, en la lín e a d e u n d esarrollo superior d e las fuerzas produc­
tivas, problem as q u e estos ideólogos sólo e n fo can desde el punto d e vista
d e la técnica y, cuando m ucho, en el p lan o d e la d ivisión d el trabajo ,
fá cilm e n te se lle g a p o r aquí a la id en tificació n del capitalism o (rech a-
zád o ) y el socialism o.
U n o d e lo s prim eros que fo rm u ló esta id entificació n, y d e un m odo
im p resio n an te p o r cierto, fu e D ostoyevski (e n su obra De entre las som­
bras de una gran ciudad) . Y , e n el cam po filo só fico , tam bién N ietzsch e
h u bo d e p roclam ar co n m ucha e ficien cia ésta idea, a l en g lo bar b a jo el
nom bre d e dem ocracia to d o lo que h ab ía d e rep ro bable en e l capitalism o.
Y lo m ism o hicieron , sigu iend o sus hu ellas, Sp en g ler y otros. C om o ve­
CONCEPCIÓN NACIONALSOCIALISTA DEL MUNDO 595

mos, tam bién en este punto recoge R osen berg la herencia de una larga
trayectoria de posiciones extraviadas, lo que le perm ite utilizar fácilm ente
estas actitudes al servicio de sus fin es d em agógicos.. A sí, R osenberg de­
clara la guerra " a lós últim os caóticos exponentes d el im perialism o eco­
nóm ico -liberal de los m ercaderes, cuyas víctim as, em pujadas p o r la deses­
peración, hicieron el ju ego al m arxism o de los bolcheviques, para dar
cim a a la obra iniciada p o r la dem ocracia: exterm inar la conciencia de
la raza y de la nación” .108 Y en otro p a sa je : " L a autoridad arracial re­
clam a la anarquía de la libertad. R om a y el jaco binism o, b a jo sus form as
antiguas y en sus m anifestaciones posteriores m ás puras, en B a b e u f y en
L en in , se condicionan, en su interio r, m u tuam ente.” 109
Esta concepción de la historia constituye, para R osenberg, el fu n d a­
m ento id eológico de la dem agogia social. C on su lu ch a contra el capital,
el m arxism o, según R osenberg, falsea el verdadero planteam iento del
problem a y obra en interés del ju d aism o internacional. L a teo ría racista
debe, p o r el contrario, preguntarse " e n m anos de quién se encuentra este
capital y m ediante qué p rincipios es gobernad o, d irigid o o vigilad o. Esto
es lo im portante y lo decisivo” .110 L a teo ría racista p erm ite sim p lificar
todos los com plicados razonam ientos del anticapitalism o rom ántico, redu­
ciénd olos al problem a de la raza a q u e pertenecen lo s capitalistas. L a
d em agogia social del fascism o se p ropone m antener en p ie el capitalism o
m o nopolista reaccionario alem án y salvarlo del p elig ro revolucionario a
que lo em p u ja la gran crisis económ ica. D e ahí la d istinción establecida
p o r R osen berg y de ahí tam bién la que F ed er traza entre e l capital des­
calcador y el capital creador. D e este m odo, se encauza p o r los carriles
del antisem itism o, con ayuda de la dem agogia social d e la te o ría racista
y valiénd ose del hecho de que las m asas no proletarias ven su explotador
directo e n e l capital m onetario y com ercial, la ind ignación que en las
grandes m asas provoca su exp lotación p o r e l capitalism o m onopolista.
Y , al m ism o tiem po, la concepción cham berlainiana del caos de pue­
blos sirv e com o fundam ento para ju stific a r la agresión im perialista. Se
presentan com o un "cao s racial” lo s Estados contra los que el im peria­
lism o alem án abriga, sobre todo, apetencias de conquista. T a l, p rincipal­
m ente, R usia. Y tam bién F ran cia aparece com o u n exponente de ese caos
d e p u éb lo s; "ap enas se la puede consid erar ya com o un Estado europeo,
pues es m ás bien , hoy, u n a p ro lo ngació n del Á frica, gobernada por ju ­
d íos” .111 Y tam bién H itle r considera a Fran cia com o " u n Estado african o
d entro d e E uropa” . C om o se ve, H itle r y R o sen berg "fu n d am en tan ” las
am biciones agresivas del im perialism o alem án basándose en los "p rin c i­
p ios” d e la teo ría racista. Y tal vez ten ga cierto interés observar que la

108 Op. cit., p. 433. 109 Op. cil., p. 499. 110 Op. cit., pp. 547 s.
111 Op. cit., p. 606.
596 DARWINISMO SOCIAL, RACISMO Y FASCISMO

llam ada concepción del m undo de los fascistas es tam bién en este punto
un sim ple ardid pu blicitario y que, si se tratara de vender o tra m ercan­
cía, se sustituiría este cartel de propaganda p o r otro de sign o contrario.
A sí, vem os cóm o R osenberg, p o r los días en q u e los nazis co n fiab an en
lle g a r a crear una coalición europea con tra R usia a base d el "p acto de las
cuatro potencias” , "o lv id ó ” , de la noch e a la m añana todo lo que había
escrito acerca de "n e g rifica ció n ” y el "en fan g am ie n to ” de los fran ceses;
de pronto, la Francia a la que quería atraerse com o aliado circunstancial
había dejad o de ser un país "bastard ead o” para convertirse en un p aís de
cam pesinos, cuyo rasgo fundam ental y decisivo era " la adoración de la
tierra” ,112 es decir, algo francam ente positivo, a los o jo s de la "co n ce p ­
ción del m undo nacionalsocialista” .
E n cuanto al segundo problem a, el de la regeneración de las razas,
H itle r la reconoce expresam ente. "E so im plica — dice el Mein Kampf —
un proceso natural, aunque len to, de regeneración, que va elim inando
poco a poco las contam inaciones raciales, m ientra quede un fo n d o racial
de elem entos puros y no se produzca un nuevo bastardeam iento.” 113 C on
lo cual el fascism o se adhiere a los teóricos optim istas del problem a ra­
cial, com o Cham berlain y W o ltm an n . P ero, para éstos, el p roblem a de la
salvación de una raza pura era, sim plem ente, un co m p lejo de m edidas
higiénico-raciales. Estas m edidas (fiscalizació n y p rohibición de m atrim o­
nios, e tc .) las hace suyas tam bién el fascism o, pero su aplicación se con ­
vierte, puesta en sus m anos, en instrum ento de una pavorosa y arbitraria
tiranía. H id e r sabe perfectam ente que con las m edidas craneanas, los
árboles genealógicos, etc., se puede dem ostrar todo lo que se quiera. D e
ahí que el sistem a de tales m edidas no sea, b a jo el hitlerism o, otra cosa
que un m edio de coacción y de chantaje. N o en vano dice E rnst K rie ck , el
teórico del racism o: " L a raza se m ide p o r el m odo y el grad o en que
se es capaz de servir a la com unidad vital de la raza y la nación.” 114 L o
que vale, tanto com o afirm ar que, en el sistem a fascista, la pureza racial
es, de una parte, condición necesaria para m edrar y hasta para llevar una
vida m edianam ente soportable y que, de otra parte, depende enteram ente
del capricho de los jerarcas fascistas el decidir quiénes han de ser consi­
derados racialm ente puros y quiénes no. A los o jo s de un G oebbels, no
contaban para nada ni el aspecto más sospechoso ni el árbol genealógico
más oscuro; en cam bio, quien se atreviese a disentir o a m ánifestar la
: m enor duda ante cu alquier p roblem a era clasificad o inm ediatam ente com o
/ bastardo y se exp o nía a verse condenado sin más com o "ju d aizad o ” , des-
^ de el punto de vista espiritual y caracterológico.

112 Rosenberg, Krisis und Neubau Europas, Berlin, 1934, pp. 10 s.


113 Hitler, Mein Kampf, ed. cit., t. II, p. 443.
114 E. Krieck, Völkisch-politische Anthropologie, ed. cit., p. 544.
CONCEPCIÓN NACIONALSOCIALISTA DEL MUNDO 597

E s fá c il darse cuenta, pues, de p o r qué el fascism o adoptó el criterio


"in te rio r” , intuicionista, d e C h am berlain, para la determ inación de la
raza. Cuando se propaga la te o ría racista en los grandes m ítines, es con ­
veniente op erar con las características raciales "e x a ctas” , discernibles por
los sentidos y fácilm en te com prensibles. E n cam bio, para el aparato g u ­
bernam ental del despotism o fascista, el criterio m ás indicado, precisa­
m ente p o r ser el más arbitrario, es aquel criterio "in te rio r” , señalado por
K rieck .
D e este m odo, el m an ejo de la regeneración y la conservación de
la pureza racial se convierte en un instrum ento apto para m antener en
u n 'e sta d o de obediencia servil a todo e l p u eblo alem án; es decir, para
fo m entar sistem áticam ente aquella fa lta d e firm eza, aquel servilism o,
aquella ausencia de valor civil que h an sido siem pre las características
de la "m ise ria alem ana” , pero que jam ás hab ían alcanzado tal apogeo
com o b a jo el fascism o, gracias a la p o lítica racista de H itler.
Es característico en cuanto al desarrollo de esta m oral fascista el hecho
de que ya C ham berlain destaque la lealtad com o la cualidad m o ral es­
p ecífica del hom bre germ ánico, p o n ien d o com o eje m p lo — cosa muy ca­
racterística tam bién— a los soldados m ercenarios alem anes que, a cam bio
d e una soldada, desem peñaron a lo largo de toda Europa un papel tan
cruel e ignom inioso, y siem pre al servicio de causas contrarrevolucionarias
y represivas. Los viejo s dem ócratas alem anes anatem atizaban este períod o
de los m ercenarios com o una de las vergüenzas históricas de A lem ania.
C h am berlain, en cam bio, lo destaca com o el períod o en e l que m ás b r illa ^
su cualidad m oral decisiva. Y cuando K rie c k h ab la d e f h om bre heroico, ; p
d efin e su naturaleza en los sigu ientes térm in o s: " E l destino reclam a del \
hom bre h eroico el h on or del q u e es capaz de cu m plir todas las ór- j
d en es." 115
P ero no con ello, se com pleta la sig n ificació n de este co m p lejo para
el hitlerism o. Este tip o de m oral se utiliza, ante todo, para im plantar y
entronizar en la m ism a A lem ania el despotism o ilim itado de una m in o­
ría. D ice R osenberg, traduciendo librem en te una idea de C ham berlain,
que ningún pueblo, ni siquiera el alem án, fo rm a una unidad racial. D e
donde se sigue que hay que asegurar p o r todos los m edios la d om inación
de los m ejo res, de la raza más pura (d e la raza n ó rd ic a ). R osenberg
afirm a que en A lem ania existen, p o r lo m enos, cinco razas, pero q u e
sólo " la raza nórdica” es la que "d a auténticos fru tos cu ltu rales” . Y p ro ­
sigu e: " E l destacar la raza nórdica no sig n ifica sem brar en A lem ania el
’odio racial’, sino, p o r el contrario, reconocer conscientem ente la exis­
tencia de un nexo de pura sangre en el seno de nuestra n acio n alid ad . . .
E l d ía en que se cegase sin rem edio el m anantial de la sangre nórdica,

Ibid., p. 59.
598 DARWINISMO SOCIAL, RACISMO Y FASCISMO

A lem ania m arch aría hacia la catástrofe, se hu nd iría en un caos totalm ente
carente d e carácter.” 118
E l exponente de esta sangre nórdica es, según Rosenberg, p o r supues­
to, el m ism o m ovim iento nacionalsocialista; en él se h alla la "nueva
nobleza” ; está form ado p o r un 8 0 % de elem entos nórdicos; "co n ser­
varse” en él sig n ifica bastante m ás que "la s estadísticas p e r c a p ita ” .117 Se
revela aquí, al m ism o tiem po, la m odernización de la reacción por la
teo ría racista. E l fascism o viene a salvar el predom inio de los junkers
prusianos, pero los convierte sim plem ente en una parte de la nueva n o ­
bleza, obligand o a los viejo s parásitos a com partir su parasitism o con
otros nuevos, con los jerarcas del m ovim iento nazi. Y para que ninguna
de las dos partes integrantes de esta nobleza racial salga perjudicada, el
fascism o procura extend er hasta el m áxim o la zona de explotación con­
fiad a a ambas. T a l es la "n o b leza de sangre y de conducta” que R osen­
berg proclam a, com o instaurada sobre la base de la pureza racial.
Y a en las anteriores líneas nos hem os referido, de pasada, a la verda­
dera m eta, a la m eta superior del fascism o alem án : a la dom inación de
los alem anes sobre el m undo entero. E l fascism o hereda todas las v iejas
quim eras y pretensiones de dom inación fo rjad as p o r el peor chovinism o
alem án, pero para llevarlas m ucho más allá. Y , al exam inar este problem a
en relación con la "co ncepció n nacionalsocialista del m undo” , debem os
fija rn o s, ante todo, en su carácter aristocrático y en su fundam entación
seudobiológica. D ic e H itler, habland o de la teo ría racista, que esta teoría
p arte del valor superior o in fe rio r de las distintas razas. Y "se siente
o b ligad a p o r esté conocim iento, y co n fo rm e a la voluntad eterna que g o ­
biern a el universo, a im pulsar e l triu n fo de los m ejo res y los niás fuertes
y a e x ig ir la sum isión de los peores y los más débiles. R in d e con ello, y
p o r principio, h o m en aje a la concepción aristocrática de la naturaleza
y cree en la vigencia de esta ley hasta en el últim o de los seres vivos” .118
Y a en N ietzsche y en el darw inism o social era la fundam entación b io ­
lógica de la dom inación de las clases explotadoras y de los pueblos colo­
nizadores una id eología de la inhum anidad, puesto que presentaba a los
oprim idos com o seres de una naturaleza distinta por principio, "b io ló ­
gicam ente” destinados a la explotación y a la esclavitud. Pues bien, esta
ten d en cia es llevada todavía más allá por H itle r. "U n a de las prem isas
más esenciales para la form ación de las culturas superiores es — dice
H itler— la existencia de hom bres in fe rio re s . . . ; es indudable que la p ri­
m era cultura de la hum anidad no se debió tanto a la dom esticación de
los anim ales com o al em pleo de hom bres in ferio res.” 119
E l ario, el germ ano es, a los o jo s de la teoría racista, un ser cualitati-

110 Rosenberg, Der Mythus des 20. Jahrhunderts, ed. cit., p. 544.
117 Ibid., p. 559.
118 Hitler, Mein Kampf, ed. cit., t. II, p. 421. 119 Op. cit., t. I, p. 323.
CONCEPCIÓN NACIONALSOCIALISTA DEL MUNDO 599

vam ente distinto, desde todos los pu ntos de- vista, de las demás razas
hum anas. Estas no hablan una lengu a com ún en ningu no de los cam pos
de las actividades del hom bre; es p o r p rin cip io im posible que se en tien ­
dan, a m enos que sobrevenga una corrupción, una contam inación de la-
raza pura. C ualquier sentim iento de la m ás leve hum anidad para con los
enem igos del fascism o — que, según la te o ría in terio r de la raza, quedan
clasificad os eo ipso entre las razas in ferio res— constituye, en quien exp e­
rim ente sem ejante em oción, un síntom a claro de im pureza racial. E l fa s­
cism o educa, así, a todo el p u eblo além án, p o r principio , en la escuela
de la inhum anidad, o, m e jo r dicho — si recordam os nuestras m an ifesta- ¿)
d o n es anteriores— , coloca a todo el pueblo b a jo una presión despótica ¡
que o b lig a a todos a com portarse de u n m odo bestialm ente inhum ano, que
instituye prem ios a la inhum anidad y am enaza con p ro scribir de la "c o - I
m unidad n acio n al", poniendo precio a su cabeza, a cuantos incurran en ,
una conducta hum ana. J
E sta división cualitativa de los hom bres en razas superiores e in ferio res
in form a toda la "co ncep ció n n acionalsocialista del m u nd o” . E n el cam po
de la filo so fía , ya nos habíam os encontrado con esta te o ría en C ham -
berlain , y R osenberg se encarga de ap licar concienzudam ente sus suges­
tiones en todos los campos de la te o ría d el conocim iento, de la estéti­
ca, etc. P ero esto no es más q u e la fundam entación ideológica d e la
espantosa práctica seguida por el nacionalsocialism o, desde e l p rim er m o ­
m ento, e n contra de los m ejo res h om bres d el p u eblo alem án y d e otros
pueblos y que desde la guerra m u nd ial h a concitado con tra é l e l od io, el
asco y el pavor de toda la hum anidad. Y tien e absoluta razón R osen berg
cuando, después de destacar los m éritos de C h am berlain, d ice : " L a h is -^
toria universal, concebida com o h isto ria racial, es la renuncia actual a
esta te o ría decadente de la humanitas." 120
A lo que ello conduce es a que los alem anes consideren com o una
bestia á todo el que, de fronteras adentro, discrepe del fascism o y, de
fronteras afuera, a 'cu a n to s pertenezcan a otro p u eb lo ; unas veces, com o
bestias de tiro y otras veces com o reses destinadas al m atadero. E l tip o
hitleriano-rosenbergiano de la agresión im perialista alem ana instituye, por
tanto, b a jo la fo rm a de la teo ría racista, un verdadero canibalism o m o ­
derno, al que llam a su "co n cep ció n d el m undo” ; saca todas las posibles
consecuencias bárbaras contenidas en la reaccionaria doctrina de la des­
igualdad de la teo ría racista, y las llev a hasta el extrem o de la m áxim a
bestialidad. D e aquí que H itle r y R o sen berg critiqu en continuam ente el
chovinism o y el nacionalism o de v ie jo tipo. C rítica que tiene, p o r otra
parte, m ucho de dem agogia para atraerse a las m asas descontentas con
el régim en de los H oh enzollern y a las que no sería fá cil convencer de la

120 Rosenberg, Der Mythus des 20. Jahrhunderts, ed. cit., p. 588.
ÓOO DARVINISMO SOCIAL, RACISMO Y FASCISMO

v u elta a él. (D e b ilid a d e s de la propaganda d e lo s n acion al-alem an es.)


P ero esta crítica ya d irigida, sobre todo, a acentuar to dav ía m ás e l ch o­
vinism o a la o fen siv a; según ella, e l v ie jo nacionalism o d e los H o h en -
z o lle m no era lo bastante agresivo, p ecaba de exceso d e hum anidad y de
indecisión.
H itle r se m an ifiesta en contra de lo s v iejo s p lanes de colonización y
expan sión d e la m onarquía de lo s H o h en zo llem . C ritica, sobre todo, con
especial dureza el propósito de asim ilarse p o r la fuerza, m ed iante la ger-
m anización, a los pueblos conquistados. L o que hay que hacer, según
é l, es exterm inarlos. N o se com prendía, dice, "q u e la germ anización sólo
puede llevarse a cabo sobre la tierra, pero nunca sobre los hom bres” .121
L o que vale tanto com o sostener que e l Im perio alem án debe extenderse,
conqu istar tierras fé rtile s y expulsar o exterm in ar a la p o blació n que en­
cu entre en ellas. E l program a d e la p o lítica exterio r de H iíle r h ab íá sido
fo rm u lad o ya m ucho antes de la tom a del poder, en estos térm in os: " L a
p o lítica exterio r del Estado nacional debe asegurar la existencia en este
planeta de la raza aglutinada d entro del Estado, estableciendo u n a rela­
ció n sana, vital y natural entre la cifra y el crecim iento de la nación, de
una parte, y de o tra la m agnitud y la calidad del suelo.” 122
Esta teo ría del "e sp a cio v ital” de los fascistas sirvió de base para la
crim inal agresión de la A lem ania h itlerian a contra la U n ió n Soviétlta.
Q u ien lea el Mein Kampf de H itle r se dará clara cuenta de que este
p lan fo rm a parte del m ovim iento fascista ya desde el prim er m om ento.
( Y tam poco en este punto carece de interés com probar qué actitud m an­
tien e la je rarq u ía fascista ante su propia teoría. Y a hem os visto que el
llam ado fu ndam ento teórico sobre que descansan tanto la estructura in ­
te rio r com o la agresión exterior del Estado hitlerian o es la dom inación
de la "san g re nórdica” . D e aquí que H itle r y R osenberg coquetearan
siem pre con los pueblos del N o rte, "d escend ientes de un troncó com ún”
P ero cuando en el transcurso de la G u erra M u n d ial se vio que no se
som etían voluntariam ente al "n u ev o ord en ” europeo, que no se prestaban
a dejarse "q u islin g izar” de buen grado, Rosenberg, en una circular e x ­
pedida conjun tam ente p o r él y p o r M a rtín B orm an n , el secretario de
H itle r, declaró de la noche a la m añana que aquellos pueblos no eran
arios de pura sangre, sino una m escolanza de pueblos, una. raza bastar­
deada, con elem entos finlandeses y m ongoles, eslavos, celto-galos, etc.
M ien tras tanto, e l '.'E je” B erlín -R o m a -T o k io proclam aba a los aliados
japoneses com o " lo s prusianos d el O rien te ” . C om o vem os, tam bién en
este punto es la te o ría racista, para H itle r y R osenberg, u n sim ple ins­
trum ento d e propaganda, es decir, la "p u b licid ad d e u n a m arca d e ja ­
b ó n ” , del agresivo im perialism o alem án .)

121 Hitler, Mein Kampf, ed. cit., t. II, p. 428. 122 Op. cit., t. II, p. 728.
H e aquí cóm o H itle r y R osenberg proclam an, con insuperable cinism o
la bestialidad de la conquista del m undo p o r A lem ania. Y , dentro de
A lem ania, las botas de los S. A. y lo s S. S. se encargarán de pisotear a
cuantos s e atrevan a oponerse a estos diabólicos p lan e s: en prim er lugar,
al m ovim iento obrero y, con él, a todo lo que represente aunque sólo sea
un atisbo de razón, de ciencia y de hu m anidad ./ Y , para crear la atm ós­
fera necesaria en que pueda llevarse a cabo la 'e d u c a c ió n ” de las masas
alem anas para estas bestialidades, se extrae del pasado y se pone de nuevo
en circulación todo lo que hay en él de reaccionario, de chovinista y de
inhum ano. En relación con esto debem os ahora exam inar el tercer com ­
p le jo de problem as: la restauración del p lan cham berlainiano de la ade­
cuada religiosidad germ ánica. L a dom inación despótica del nacionalsocia­
lism o no puede to lerar ju n to a sí a ningú n otro poder ideológico. La
"co n cep ció n nacionalsocialista del m u nd o” debe necesariam ente conv er­
tirse en un sustitutivo de la relig ión .
P ara e llo , es esencial, tam bién aqu í, la tendencia de m odernización que
se m an ifiesta ya en C ham berlain. R osenberg, que es personalm ente un
intelectual decadente y degenerado, posee un buen o lfa to para ventear
los extravíos ideológicos que apuntan en A lem ania, entre los intelectuales,
después de la catastrófica derrota que sigue a la p rim era G u erra M u nd ial
im p erialista: la crisis de las v iejas religiones y, a la par con ella, la apre­
m iante necesidad de una nueva fe , una nueva superstición, cuyos signos
característicos son la credulidad, el oscurantism o y la búsqueda confusa.
P or eso escribe: "M illo n e s de gentes vagan, desorientados, entre las hues­
tes del caos m arxista- y los creyentes de las Ig lesias: com pletam ente
destrozados por dentro' a merced de confusas doctrinas y am biciosos 'pro­
fetas’, . pero en gran parte im pulsados tam bién por un vigoroso anhelo
de nuevos valores y nuevas fo rm as.” 123124 H asta un reaccionario de v iejo
cuño tan redom ado com o el destronado em perador había escrito en 1 9 2 3
a C h am berlain : "L a Iglesia ha fracasad o.” 121
E l m ovim iento nacionalsocialista afirm a, pues, por doquier su p reten­
sión de fu nd ar una nueva religión. C laro está que, antes de la tom a del
poder, H itle r se muestra, en este punto, muy cauteloso, para no e n a je ­
narse a los devotos de las regiones históricas, a quienes trata de atraerse;
proclam a, p o r ello, la libertad religiosa, la neutralidad del movimiento^-'
nacionalsocialista en m ateria de relig ión . P ero, ya en el poder, dem uestrá®
d aram en te, con los hechos, con la opresión del catolicism o, con la o fe n ­
siva con tra la Ig lesia protestante, con la persecución desatada contra los
católicos y los ortodoxos protestantes reacios al hitlerism o, cóm o inter­
preta éste la libertad religiosa.

123 Rosenberg, Der Mytbus des 20. Jahrhunderts, ed. cit., p. 564.
124 Chamberlain, Briefe, ed. cit., t. II, p. 265.
602 DARWñMISMO SOCIAL, RACISMO Y FASCISMO

S in em bargo, estas tendencias se m anifestaban ya claram ente en lo s es­


critos de R osen berg anteriores a la tom a del P od er p o r H itle r; com o ya
hem os dicho, R osen berg hace suyo el p lan d e germ anización d el cristia­
nism o, trazado p o r L agarde y C h am berlain. E l A n tig u o T estam en to debe
ser abolid o com o texto s a g ra d o ;123 la p roclam ación d e Jesu cristo com o
germ ano era ya un p u nto program ático de la renovación cham berlainiana
d e la relig ión . C o n R osenberg, Jesucristo se calza ya las botas de las S. A.:
"Je sú s se nos aparece hoy com o un señor consciente d e sí m ism o.” 128
Y R osenberg dispone, al m ism o tiem po, que este cristianism o ariani-
zado y "d esjud aizad o” se convierta en dócil instrum ento d e la p o lítica
im perialista del fascism o : "P e ro un m ovim iento religioso alem án que
quiera convertirse en un m ovim iento nacional debe declarar que e l ideal
del am or al p ró jim o tien e que supeditarse incond icion alm ente a la idea del
hon or n acion al.” 127
L o qüe H itle r y R osen berg entienden p o r "h o n o r nacional” se despren­
de claram ente de cuanto dejam os expuesto. Para crear este sustitutivo
fascista de la religión, R osen berg hace cu lm inar su teo ría racista en el
m ito de la grandeza germ ánica, procurando tam bién aquí u n ificar ecléc­
ticam ente todas las tendencias reaccionarias de un siglo entero, desde el
rom anticism o feud al hasta la filo s o fía im perialista de la vida. "U n a de
las m ás grandiosas em presas de nuestro sig lo consiste en dar fo rm a com o
Ig le sia A lem ana a Eos anhelos d el alm a de la raza nórdica, b a jo el signo
del m ito nacion al.’’ 128
Y el pro pio H itle r declaraba en 1 9 3 2 , ante R au sch ñ in g : "S ó lo se pue­
de ser o germ ano o cristianó. N o es p o sible ser las dos cosas a la v e z . . .
N o es po sible convertir a Jesucristo en ario, esto es u n absurdo.” (N o
d eja de ser interesante, una vez m ás, observar cóm o H itle r piensa acerca
de los esfuerzos teórico-racistas de sus filó so fo s de la vida, C h am berlain
y R o se n b e rg .) Y continú a: "¿ Q u é podem os nosotros h ace r? L o m ism o
que hizo la Iglesia católica, cuando im puso su f e a los p agan o s: conservar
lo que es ú til, cam biando su sen tid o.” 129
T o d as estas tendencias del fascism o alem án, dem agógicas en la fo rm a
y en cuanto al contenid o y la esencia arbitrarias y despóticas, se concen­
tran en su te o ría del Estado y en su práctica estatal. C om o es sabido, la
trayectoria d e A lem ania, en los tiem pos m odernos, discurrió -por otros
cam inos que la de la Europa occid ental y tam bién la de R usia. M ien tras
que la d esintegración d el feudalism o h acía nacer, a llí, lo s E stados nacio­
nales unitarios, en A lem ania, la d isolu ción d el feud alism o traía consigo
e l desgarram iento d el Estado. P o r eso d ecía L en in , con razón, que el
problem a central de la revolución burguesa, en A lem ania, es la creación

123 Rosenberg, Der Mylhus des 20. Jabrhunderts, ed. cit., p. 566.
138 Ibíd. 127 lbíd., p. 570. 128 Ibid., pp. 575 s.
129 Rauschning, op. cit., pp. 49 s.
CONCEPCIÓN NACIONALSOCIALISTA DEL MUNDO 603

de la unidad nacional. Y esta situación lleva aparejadas, en la trayectoria


alem ana, una serie de consecuencias muy peculiares, todas ellas desfavo­
rables y que van Unidas al fo rtalecim ien to de la reacción.
E n prim er lugar, tenem os que, en A lem ania, él absolutism o no acusa
aquellos rasgos progresivos que podem os observar en é l donde quiera que
se presenta com o órgano de im plantación de un Estado basado en la u n i­
dad nacional. En segundo lugar, esta trayectoria va un id a a un desarro­
llad o retrasado y d éb il de la clase burguesa, a una tenaz conservación de las
supervivencias feudales y al p red om inio p o lítico d e la nobleza. Y , en
tercer lugar, la revolución dem ocrático-burguesa es, aquí, m ás d ébil y
m ás confu sa y se h alla m ás expuesta a extravíos reaccionarios que en
otras partes, puesto que tien e com o o b je tiv o fu ndam ental la instauración
del p o d er central aún inexistente, y no la tran sform ación dem ocrático-
progresiva del que ya existe.
Estos rasgos fundam entales dom inan tam bién, com o es natural, el des­
arrollo de la id eología alem ana. H e aquí lo que dice M arx , hablando
de las consecuencias del retrasado desarrollo de clase de A lem ania, que
va aparejad o a esta trayectoria a que acabam os de referirn o s: "C o n se ­
cuencia necesaria de ello fu e que, durante la época de la m onarquía abso­
luta, que aquí nació b ajo una fo rm a com pletam ente raquítica y sem ipa-
triarcal, la esfera especial a la que correspondió, en 'virtud de la división
del trab ajo , la adm inistración de los intereses pú blico s adquiriera una
independencia verdaderam ente anorm al, llevada todavía más allá poste­
riorm ente, con la m oderna burocracia. E l E stado se e rig ió así en un p o ­
der aparentem ente independiente, y esta p osición, que en otros p aíses fu e
solam ente pasajera — una etapa de transición— sigue durando en A le ­
m ania hasta hoy.” 130
A sí, pues, m ientras que en otros países la id eo lo g ía del absolutism o,
aunque hag a d el Estado un L eviatán, re fle ja claram ente la lucha de
clases y lo s intereses de clase y la p o sició n y fu n ció n del Estado ante estas
luchas — nunca de un m odo com p leto o consciente, claro está— , en
A lem an ia surge, com o consecuencia del atraso que d ejam os esbozado, la
teo ría d el Estado com o encarnación de la idea abspluta, teo ría que dege­
nera en la m ística y en la d eificació n del Estado. (T o d o lo cual aparece
tam bién claram ente visible en la filo s o fía del derecho de H e g e l.)
L as tendencias reaccionarias d el s ig lo x i x y d el x x se m ueven, en gran
parte, en esta lín ea. L a d eificació n d el E stado es, sin disputa, un o de los
fundam entos ideológicos de aquella crítica retrógrada de las dem ocracias
occidentales y de aquella g lo rifica ció n del atraso d e A lem ania, a que nos
hem os referid o ya repetidas veces. Y en esta trayectoria ideológica cabe
un papel bastante im portante al neohegeüanism o im perialista, el cual se

13.° Marx-Engels, Dte deutsche Ideologie, ed. cit., p. 198.


/04 DARW1N1SMO SOCIAL, RACISMO Y FASCISMO

apoya en los aspectos retardatarios de la filo s o fía de H egel, y los sub


raya. E l fascism o no es, sin em bargo, la sim ple continuación de las te n ­
dencias reacionarias usuales, sino el punto de culm inación, cualitativa­
m ente caracterizado, de la trayectoria reaccionaria de A lem ania; D im itro ff
tien e razón cuando dice que el fascism o no sig n ifica sim plem ente el cam ­
bio de un gobierno burgués p o r otro, sino algo m ás: un cam bio de
sistema.
Con esta situación aparece muy íntim am ente relacionada la dem agogia
fascista ante el problem a del Estado. E n este punto, com o en todos ios
demás, H itle r asume una posición dem agógica, seudorrevolucionaria, para
exp lotar en provecho de su propaganda la desilusión de las masas ante
el desarrollo estatal anterior del país, su divorcio del Estado. E n sus
ataques contra el sistema estatal vigente y contra sus defensores ideoló­
gicos, se muestra muy radical y hasta "rev o lu cio n ario ” . "N o puede haber

— dice— una autoridad del Estado com o un fin en sí, pues ello equival­
d ría a declarar intangible y sagrada toda tiranía en este m u n d o .. . N o
debe olvidarse, en térm inos generales, que no es la conservación de un
Estado, y m enos aún la de un gobierno, el fin últim o de la existencia
del hom bre, sino el velar p o r su propia naturaleza. Y cuando ésta se
halla en peligro de verse oprim ida o incluso destruida, el problem a de la
legalidad queda relegado a un lugar secundario. . . E l derecho del h om ­
bre está p o r encim a del derecho del E s t a d o .. . ” 131 Y de estas prem isas
se sigue, según H itler, "q u e el Estado no constituye un fin , sino un
m edio. Es, evidentem ente, la condición previa para una cultura hum ana
superior, pero no su causa. Ésta radica, por el contrario, exclusivam ente
en la existencia de la raza capacitada para la cultura” . 132
En esta dem agogia de H itler, cubierta con los afeites revolucionarios,
se expresa, al m ism o tiem po, su extrem o antidem ocratism o. Tam bién, cla­
ro está, b ajo una form a falazm ente dem agógica, aprovechándose de todos
los. absurdos reaccionarios acum ulados p o r los ideólogos del im perialism o
alem án para tratar dé razonar la superioridad de la atrasada A lem ania
frente a las dem ocracias occidentales. Com o es natural, H itle r coloca para
ello en el centro de su agitación, lo m ism o que cuando se trata de deter­
m inar el Estado m ism o, la desenfrenada dem agogia racista. La dem ocra­
cia es, para él, com o ya lo era para C ham berlain, una institución ju d a i­
zada: "S ó lo el ju d ío puede ensalzar una organización tan sucia y m entirosa
com o él m ism o.” 133 Sin em bargo, H itle r no opone a la denostada dem o­
cracia judío-occidental la v ieja m onarquía alem ana, com o solían hacerlo
los reaccionarios a la antigua usanza, sino que inventa com o etiqueta para

131 H itle r , Mein K am pf, ed . c it., t. I , p p . 1 0 4 s.


132 Op. cit., t. I I , p . 4 3 1 .
133 Op. cil., t. I, p . 9 9 .
CONCEPCIÓN NACIONALSOCIALISTA DEL MUNDO 605

encubrir su proyectado despotism o una nueva consigna dem agógica: la


de la dem ocracia germ ánica.
Fren te a la dem ocracia ju d ía aparece — dice— "la^verdadera dem ocra­
cia germ ánica, que consiste en la lib re elección del F ü h rer y que lleva
aparejada la obligación, por parte de éste, de asum ir la plena responsa­
bilidad p o r sus actos y su conducta. N o hay en e lla ninguna clase de
votaciones de la m ayoría sobre asuntos concretos, sino solam ente la desig­
nación de un solo hom bre, que, una vez designado, responde con bienes
y vida de sus decisiones” .134 (T a m b ié n e l contenid o de esta dem agogia
h itlerian a tiene tras de sí una larga historia. N o s lim itarem os a recordar, a
este propósito, la conversación de M a x W e b e r con L u d en d o rff, que
citábam os más a rrib a .) E n otro p asaje de su obra, da esta d efin ició n
todavía m ás clara de lo que es la "d em ocracia germ ánica” : Autoridad
de todo Führer hacia abajo y responsabilidad hacia arriba,135 Cualquiera
que conozca un poco la historia alem ana se dará cuenta de que este lla ­
m ado p rin cip io de la dem ocracia g erm ánica n o es o tra cosa que la fó rm u la
refu ndid a y m odernizada del axiom a sobre que descansaba la org a­
nización m ilitar del rey Federico I I de Prusia, cuando decía que los sol­
dados debían tem er a sus sargentos m ás que al enem igo.
N o puede perderse de vista, naturalm ente, que esta llam ada nueva teo-
ria h itlerian a del Estado tien e pro fun das raíces en la trayectoria del Es
tado prusiano-alem án y en su id eología. L a concepción h itlerian a del Fü h
rer es, sencillam ente, la variante m odernizada y plebiscitaria de la v ie j.
concepción prusiana del rey, de la te o ría del "g o b iern o p ersonal” d e
m onarca, responsable de sus actos solam ente ante D io s. Y guarda tam biéi
cierta relación con la teo ría de la restauración de H alle r, quien concebí,
el E stado com o el patrim onio privado del rey, adm inistrado autocrática
m ente por éste; con la teoría del Estado de Stah l, e l conservador prusiano
tan in flu id o filo sóficam ente por el S ch ellin g de la ú ltim a época, y c o r
la concepción del rey rom ántico-reaccionario de Prusia F ed erico G u ille r­
mo IV , de quien fueron m entores H a lle r y Stahl y que jam ás se avino
a to lerar que entre el rey y el pueblo se interpusiera "u n pedazo de pa­
p e l" (la C o n stitu ció n ), m enoscabando la libertad autocrática de acción
de un m onarca inspirado por D io s.
La "d em ocracia germ ánica” es, p o r supuesto, la tajan te negación de la
igualdad de los hom bres. " E l degenerado m undo burgués — dice H i-
tler— no acaba de darse cuenta de que se trata, realm ente, de un pecado
de lesa razón; de que es una quim era crim inal creer que puede amaestrarse
a un m ono antropoide de nacim iento hasta hacer de él un abogado, m ien ­
tras m illones de hom bres pertenecientes a la m ás alta raza cultural se ven
obligados a perm anecer en puestos com pletam ente in d ign os.” 136 Pero

134 Ibid. 135 Op. cit., t. II, p. 501. 136 Op. cit., t. II, p. 479.
606 DARWINISMO SOCIAL, RACISMO Y FASCISMO

aún es, si cabe, m ás bru tal el cinism o con que R osen berg fo rm u la esta
doctrina de la desigualdad sustancial de los hom bres, con arreglo a la
teo ría racista. E n 1 9 3 2 , con m otivo del proceso Potem pa, en que fu eron
condenados a m uerte algunos bestiales asesinos de obreros del m ovim iento
nazi, a quienes H itle r expresó sus sim patías en un telegram a, R osenberg
d eclaró lo sigu iente: " S e revela claram ente aquí el abism o de d iferencia
que separa para siem pre nuestro pensam iento y nuestro sentim iento del
derecho de los del liberalism o y la reacción. C aracterístico del 'd erecho’
hoy vigente, contra el que se resisten todos los sanos instintos de co n ­
servación del pueblo, es el postulado de que un hom bre es igual a
o tro .” 137
Se trata, a prim era vista, sim plem ente de una charlatanesca y Vacua
dem agogia para exp lo tar la desilusión causada a las masas p o r el T ratad o
de V ersalles y espolearlas a la acción seudorrevolucionaria y en realidad
contrarrevolucionaria. Pero lo que aquí se ventila, es en rigor, algo
m ucho más im portante. E l Estado h itlerian o viene a dar realidad — una
realidad espantosa— a todos los sueños reaccionarios sobre la "o m n ip o ­
tencia” del Estado. Jam ás h a habido un Estado tan desm edidam ente
poderoso, que haya podido inm iscuirse de una m anera tan com pleta y
absoluta en todas las m anifestaciones de vida del hom bre. P ero, bien
entendido, que tam poco en este caso se trata de sim ples abusos arbitra­
rios, sin o de la p ropia naturaleza d iabólicam ente tiránica del Estado
faecista.
E l orden popular nacionalsocialista — dice el Secretario de Estado
Studcart— "ab arca en am plias proporciones la existen cia terrenal del
hom bre alem án” . L o que qu iere decir, sin eufem ism os, que ese Estado
tien e derecho a ingerirse, a su an to jo , en todas y cada una de las m ani­
festaciones de vida del individuo. Y el fascism o hitleriano rechaza p o r
principio toda p ro tección de lo s derechos individuales, toda g aran tía ju ­
rídica. E sto sería tam bién, a ju icio suyo, liberalism o. L a concepción lib e ­
ral del Estado — sigue diciendo Stuckart— "co lo caba al individuo y a la
sociedad en contraposición al Estado, p o r cuanto q u e . . . creía necesario
tom ar m edidas para liberar a la persona de las trabas de u n P oder estatal
dem asiado absorbente y garantizar sus derechos personales contra los abu­
sos del estado” .138 E l fascism o alem án aniqu ila estas garantías ju ríd icas
personales del individuo.
La dem agógica y seudorrevolucionaria p olém ica contra las v iejas teorías
del Estado se trueca, pues, a la tom a del p oder p o r H itle r, e n la. instau­

137 Rosenberg, Blut und Ehre, Munich, 1934, p. 71.


138 Grundlagen, Aufbau und Wirtscbaftsordnung des nationalsozialistischen Staa-
tes, bajo la dirección de H. H. Lammers, Secretario de Estado y Jefe de la
Cancillería del Reich, y H. Pfundtner, Secretario de Estado en el Ministerio del
Interior, Berlín, 1936, cuad. 15, .pp. 16 s.
CONCEPCIÓN NACIONALSOCIALISTA DEL MUNDO 607
ración d el m ás acabado despotism o de la p an d illa h itlerian a, sin que
nada se interp onga ante sus desm anes. L a "te o ría d el E stado” del h itle ­
rism o se propone, ante todo, dar u n fundam ento "te ó ric o ” a este desen­
fren ad o y arbitrario despotism o y acabar, en el estado fascista, teórica y
prácticam ente, con todo lo que sea derecho y seguridad ju ríd ica. R osen-
berg fo rm u la claram ente y sin tap u jo s la concepción fascista del derecho,
apoyándose para e llo en u n supuesto p rin cip io ju ríd ico de la antigua In ­
d ia: "D e re c h o e s — dice— lo que los hom bres arios consideran ju sto .” 139
H itle r se h ab ía m anifestad o ya, program áticam ente, antes de la tom a
del poder, en contra de la igualdad ju ríd ica d entro del Estado, al sostener
que el E stado fu tu ro d istingu iría en tre los individuos de .taza pura y los
privados totalm ente de derechos. P rin cip io que el E stado fascista im ­
planta m ás tarde, tom ando com o base la te o ría racista "in te rio r” . E l Se­
cretario de Estado Stuckart, a q u ien hace poco citábam os, exp lica abier­
tam ente que la concesión de los derechos de ciudadanía se atiene, caso
por caso, "a l exam en individ ual d e la dignidad de cada u n o” , pero sin
que "la s leyes digan expresam ente qu ién debe considerarse com o m iem ­
bro de la com unidad de sangre” .140 L a decisión se co n fía al capricho
om ním od o de la p an d illa de los jerarcas hitlerianos.
E l fascism o trata de fu nd am entar tam bién esta arbilradiedad en e l te ­
rreno de los "p rin cip io s” , apelando dem agógicam ente, una vez m ás, a la
indignación y al despecho que la igualdad ju ríd ica puram ente fo rm al del
derecho suscita en las m asas, en el Estado dem ocrático, en clam oroso
contraste con la desigualdad m aterial d e las grand es masas. E l nuevo
R eich — dice Stuckart— " n o es ya u n E stado de d e r e c h a .. . , sin o e l E s­
tado de u n a concepción d el m undo, basado en la m o ral alem ana” . Y , a
continu ació n, expone, a la luz de la evolución ju ríd ica d el Estado h itle ­
riano, cóm o en él van viéndose privadas de sentido todas las categorías
ju ríd icas tradicionales, incluyendo la de la C o n stitu ció n : " E l concepto
fo rm al de la C o n stitu ció n . . . h a p erd id o su razón de ser en e l R eich
alem án .” 141
E sta situación d e absoluta p rivación de derechos de la po blació n, de
entrega incond icion al de ésta a l despotism o de la p an d illa de las je ra r­
quías hitlerianas, trata de ju stifica rse diciendo que e l E stado nacional­
socialista da a l traste con los v ie jo s conceptos de la neutralidad y la
o b jetiv id ad "burguesas” d el E stado anterior. D e nuevo se trata de ex­
p lo tar la indignación de las m asas con tra la farisaica actitud- superpar-
tidista d el Estado trad icio nal, para hacer p lausible e l despotism o fascista
com o un paso hacia adelante. O tro Secretario de E stado fascista, el P re ­
sidente d el T rib u n a l Suprem o d el E stado R olan d F reisler, dice, a este

139 Rosenberg, Der Mytbus des 20. Jahrhunderts, ed. cit., p. 539.
140 Grundlagen, etc., cuad. 15, p. 25. 141 Ib'td., p. 18.
608 DARWINISMO SOCIAL, RACISMO Y FASCISMO

p ro p ósito: el Estado "s e convierte conscientem ente en soldado de la con ­


cepción nacionalsocialista del m undo en el p u eblo a le m á n .. . P unto de
partid a y m eta de toda acción, en este Estado, no es el individuo, sino
el pueblo, en su eterna sucesión de generaciones” .142
D e este m odo, y según la propaganda .fascista, se realiza la "d e m o ­
cracia germ ánica” en el terreno institucional. Q u e esta "d em o cracia" no
es, en realidad, o tra cosa que la to tal aniqu ilación de toda in flu en cia del
pueblo en las decisiones del Estado lo indican b ien claram ente nuestras
consideraciones anteriores. L a propaganda nazi se em peña, sin em bargo,
en presentar este estado de esclavización, este avasallam iento convertido en
institución, com o la po litización gen eral del pu eblo. O tto D ie trich , je fe
del departam ento de prensa del R eich , nos o frece una clara im agen de
cóm o ven y practican los nazis esta "d em ocracia germ ánica” , esta in cor­
p oración del pueblo a la p o lítica. " E l nacionalsocialism o — dice este je ­
rarca fascista— no p id e al individuo que intervenga en la p o lítica. E ste
arte queda reservado a unos cuantos individuos com petentes y elegidos
para ello . P ero exig e que cada m iem bro del p u eblo alem án pien se y sien­
ta p o líticam en te.” Y este pensam iento p o lítico "n o es algo com plicado,
confuso y cien tíficam en te problem ático, sino algo sencillo, claro y u n i­
tario ” . D ie trich explica a continu ación en qué consiste. E l "F ü h re r”
— aclara— es " e l ejecu to r de la voluntad del p u eb lo ” , pero no p o r elec
ción, sino en virtud "d e aquella voluntad inm anente de autoafirm ación
que es inherente, p o r razones de sangre a cada p u eblo” .143
V olv em os a encontrarnos, pues, con q u e la m áscara de la "dem ocracia
germ ánica” no hace m ás que encubrir la dictadura despótica del "F ü h re r’
(e s decir, por m ediación de éste, de la parte m ás reaccionaria y már
agresiva del capitalism o m onopolista a le m á n ). E n ninguna parte se vt
expresada la inaudita esclavización y la sum isión ciega y absoluta a qut
esto conduce tan claram ente com o en la introducción de esa colección de
trabajos de la que hem os tom ado las anteriores citas de Stuckart, Freisler
y D ietrich , y en la que leem os lo que sigue: "T o d a verdadera decisión
se halla en m anos del Fü h rer; y si éste decide de otro m odo que com o se
expone en esta obra — de carácter o ficia l— no es que el nacionalsocia­
lism o haya cam biado de m anera de pensar, sino que los autores no han
sabido interpretar bien la verdadera posición nacionalsocialista ante estos
problem as concretos.” 144
Esta dictadura de los jerarcas nazis sólo puede engendrar una clase de
hom bres: los lacayos y usufructuarios de la parte más reaccionaria y más
agresiva de la reacción im perialista alem ana. Su "d em ocracia germ áni­
ca” incuba el más repugnante tipo de una calaña de hom bres rastrera­
m ente serviles para con los de arriba y brutal y cruelm ente tiránicos para
142 Op. cit., cuad. 17, pp. 6 s. 143 Op. cit., cuad. 2, p. 9.
144 O p . cit., Introducción, p. 9.
CONCEPCIÓN NACIONALSOCIALISTA DEL MUNDO 60¡¿

con los de abajo. Los elem entos de este tipo de hom bre los h ab ía ido
creando ininterrum pidam ente en el p u eblo alem án la consabida ''m iseria
alem ana” . Q u ien estudie la literatu ra alem ana progresiva, verá constante­
m ente fustigad o en ella este rep elente tip o hum anor (B a s te citar com o
e je m p lo El súbdito, la novela d e H e in rich M an n , e n que se presenta, con
d em oledora sátira, al expo nente g u illerm in o de esa calaña de g e n te s.)
P ero lo que hasta ahora surgía, p o r así decirlo, espontáneam ente del
atraso alem án y de su idealización ideológica, se conv ierte con el. fascism o
en el producto consciente de la "ed u cació n ” hitleriana.
N o en vano H itle r y R osenberg, e n las obras q u e dan la pauta de la
"co n cep ció n fascista del m undo” , se ocupan p ro lijam en te de los p ro ble­
mas d e la m oral y la educación. C h am berlain consideraba com o el cen tro
d e la m o ral ario-germ ánica, según hem os visto, e l concepto d e la lealtad ;
para R osenberg, este concepto card in al es e l d el h on or. Q u é entiend en
ellos p o r "h o n o r” se deduce claram ente de lo que llevam os expuesto. E l
"h o n o r” rosenbergiano es una frase grand ilocuente y vaga, que só lo sirve
para encubrir dem agógicam ente e l p erfe cto am oralism o d e lo s h itleria­
nos. T am b ié n acerca de este am oralism o se expresa sin tap u jo s H itle r, en
sus conversaciones privadas con R au schning, recogidas p o r é ste : "L o s
lugares com unes de la m o ral son indispensables p ara las masas. N ad a
sería m ás erróneo para un p o lítico q u e adoptar la postura d el superhom ­
b re a m o r a l ... Y o no haré, p o r supuesto, una cuestión de p rin cip io el
o b rar am oralm ente, en el sen tid o convencional d e la palabra. L o que
ocu rre es que yo no m e atengo a ninguna clase de p rin cip io s; eso es
to d o .” 145
Gom o se representa H itler, concretam ente, su "o b ra educativa” lo ex­
pone él m ism o de un m odo harto inequív oco, tam bién en sus. p láticas
con R auschning. Com o éste le expu siera algunos reparos acerca d e los
m alos tratos q u e .se daba a los recluid os en los cam pos de concentración,
H itle r le rep licó : "La brutalidad inspira respeto . . . E l hom bre com ún
y .corriente de la calle sólo respeta la fuerza brutal y la fa lta de co n cien ­
c ia . . . E l pueblo necesita ser m antenid o en un saludable tem or. Desea
tem er a a lg o . . . ¿P or qué m urm urar acerca de la brutalidad e indignarse
ante las torturas? Las masas lo desean. D esean algo q u e les
e scalo frío del p ánico.” 14C
W
P ero éste no es más que uno de los lados de. la "o b ra educativa” : del
hitlerism o, el lado que m ira a las grand es masas. P ara las altas jerarq u ías
fascistas, rige, b a jo H itler, otra consigna "m o ra l” , la consigna de la co­
rrupción sin freno , la consigna de "¡E n riq u e c e o s !” T am b ién acerca de
esto sé expresa el "F ü h re r” co n to d a franqueza y todo cinism o, ante
R au sch n in g : " Y o concedo a los m ío s toda l ib e r t a d .. . H aced lo que se

145 Rauschning, Op. cit., p. 281. 146 Ibíd., p. 83.


Ó 10 DARWINISMO SOCIAL, RACISMO Y FASCISMO

o s a n to je , pero no os d ejéis a t r a p a r .. .- ¿ O es que íbam os a sacar el carro


del atranco para irnos luego a casa co n las m anos v acías?” P ero la con­
sig n a de "¡E n riq u e c e o s !” tien e, adem ás, para H itle r, otra v e n taja de
carácter "ed u cativo” : conociend o los crím enes y las tro pelías de los m iem ­
bros inseguros del partid o, se los tien e m ás fácilm en te en la m ano. Y sur­
ge, así, en el seno de la "élite del p artid o” u n sistem a de esp io n aje y
denuncia m utuos: "T o d o s se h allan e n 'm a n o s de otros y n ad ie es ya
dueño de sí m ism o. H e ahí el resultado apetecido d e la consigna de
"¡E n riq u e c e o s !” 147
Y , com o todo el "T e rc e r R e ich ” descansa sobre una jerarq u ía fo rm a­
da p o r el C au d illo y la hueste y esta estructura va desde e l " J e f e de
M anzan a” hasta el Füh rer-C an ciller, e l cín ico m étod o h itlerian o, con. su
m ezcla de corrupción y brutalización, puede degradar m oralm ente a las
m ás extensas m asas del p u eblo alem án. L es da a escoger entre convertirse
e n verdugos corrom pidos o resignarse a ser víctim as de las torturas y el
terro r. Y de esta p resión sistem ática surge, inevitablem ente, ese tip o bes­
tia l del soldado h itlerian o b a jo cuyas m onstruosidades h a su frid o Europa
entera, hasta que las victorias del E jé rc ito R o jo pusieron una cam isa de
fuerza a su vesania furiosa.
E l barbarism o es, para los h itlerianos, un prin cip io . H e aquí cóm o se
expresaba acerca de esto H itle r,' ante Rauschning, p o r lo s días de sus
co n flicto s con los nacional-alem anes de H u g en b erg : "E sa s gentes m e co n ­
sideran com o u n bárbaro sin e d u c a c ió n .... ¡S í, som os b árbaro s! Y que­
remos serlo . É ste es, para nosotros u n títu lo de hon or. ¡N osotros reju v e­
necerem os a l m u n d o ! 14í ( Y a sabem os que este pensam iento, corroborado
e n la G u erra M u n d ial im perialista, fu e expresado prim eram ente p o r N ietz-
s c h e .) Q u é clase de "reju v en ecim ien to ” era éste lo pusieron de m anifiesto ,
co n su s hechos pavorosos, el régim en h itlerian o en A lem ania y el e jército
de H itle r en to d a Europa. P ero estos hechos — no nos cansarem os de
repetirlo— - no deben ser considerados com o "e x ceso s” , sino com o los re­
sultados lógicos e inevitables del régim en h itlerian o, com o lo que H itle r
cabalm ente se p ro p onía conseguir. E s ésta o tra de las m etas de su sis­
tem a acerca de las que se m an ifiesta con toda franqueza en las conver­
saciones privadas que venim os citan d o: " M i doctrina es dura. H ay que
m atar en ellos [e n los jóvenes educados p o r H itle r, G. L . ] toda d ebi­
lidad. E n las fortalezas de m i O rd en se criará una juventud ante la que
retrocederá, tem bloroso, el m undo. U n a juventud vehem ente, activa, se­
ñorial, im pávida, b ru tal: a eso es a lo que yo aspiro. U n a juventud que
no conozca n i las debilidades ni la indulgencia. Q uiero ver b rilla r un
d ía en sus o jo s e l resplandor del o rg u llo y de la independencia de la
bestia de p r e s a .. . D e este m odo, exterm inaré m iles de años de domes-

147 Op. cit., Introducción, p. 9. Ibíd., p. 86.


CONCEPCIÓN NACIONALSOCIALISTA DEL MUNDO 611
ticación d e la hum anidad. Y entonces, poseeré un m aterial hum ano puro
y noble. Y con é l podrá creárse la nueva organización.” N o p o r la v ía
intelectual, p o r supuesto: " E l saber es fu n esto p a ta m is jó v e n e s ." 149
" L o que ellos necesitan es d isciplina, y n o deben conocer e l m ied o a la
m u erte.” 1S0 A sí descubre H itle r, y lo p o n e d e m an ifiesto s in tapu jos,
el verdadero contenido d e las charlatanerías dem agógicas d e R osenberg
acerca d el "h o n o r” .
Y hay que d ecir que, e n este terreno, sí lo g ró H itle r llev ar a la p rác­
tica sus o b je tiv o s. A unque sus p lan es aventureros d e im poner a todo el
m undo civilizado la d om inación d e A lem ania fracasaran estrepitosam ente,
n o pu ed e negarse que consiguió, e n cam bio, llev ar la corrupción y la
brutalización a una parte consid erable d el p u eblo alem án. S e v alió para
ello , com o hem os visto, de todas las teorías oscurantistas y reaccionarias
surgidas a l calor del atraso de A lem ania, utilizánd olas h ábilm en te, con
un cinism o dem agógico y e n la m edida en que le convenía. Supo fo ­
m entar hasta e l m áxim o, conscientem ente, todos los instintos a u n tiem po
serviles y bestiales que h ab ían id o desarrollándose e ñ e l am biente d e la
m iseria alem ana, para p o n er en p ie las hordas q u e asolaron a Europa.
"P e ro , aunque n o lográsem os conqu istarlo, arrastraríam os co n nosotros a
la destrucción a m edio m undo, y n o consentiríam os q u e n ad ie triu n fase
sobre A lem ania. E l año 1 9 1 8 n o se repetirá. Jam ás capitularem os.” 151

T a n to da que e l suicid io del crim in al contra e l m undo, de H itle r, se in ­


terprete o no com o una capitulación. L o que sí puede asegurarse es que
el año 1 9 4 5 no h a sido un nuevo 1 9 1 8 . E l derrum bam iento d e la A le ­
m ania h itlerian a no es una sim ple d errota, p o r m uy grav e q u e e lla sea,
un sim p le cam bio de sistem a, sino e l fin a l de to d a u n a trayectoria. H a
venido a dar a l traste con la fa lsa instauración de la unidad alem ana
que com enzó inm ediatam ente después de derrotada la revolución de 1 8 4 8 ,
para consum arse en 1 8 7 0 -7 1 , y replantea en térm inos com pletam ente nue­
vos este problem a central de la nación alem ana. M ás aún, puede a fir­
m arse q u e toda la historia frustrada de A lem ania se p o n e ahora a revi­
sión. U n hom bre que ten ía tan poco de extrem ista radical com o A lejan d ro
de H u m bo ld t lo decía ya hace unos cien añ os: A lem an ia equivocó su
cam ino con la derrota de la guerra de los cam pesinos; y a e lla hay que
retrotraerse para encontrar el rum bo certero; lo que h a sucedido de e n ­
tonces acá ha sido una consecuencia necesaria. P ero no una consecuencia
necesaria en el sentido de una o n to lo g ía al m argen del tiem po, sino en
el plano muy concreto y muy real de la p ro p ia historia alem ana. C o n lo
que este razonam iento viene a co in cid ir con la ingeniosa afirm ación d e
Franz M e h rin g de que la batalla de Je n a fu e la tom a alem ana de la B a s­

149 lbid., p. 252. 150 lbid., p. 121. 151 lbid.


612 DARWINISMO SOCIAL, RACISMO Y FASCISMO

tilla, repetida tam bién infructuosam ente — añadim os nosotros— en 1 9 1 8


Y la segunda repetición de este hecho histórico en 1 9 4 5 píantea a todos
los alem anes honrados y capaces de pensar p o r cuenta propia la exigencia
concreta de sacar de la conciencia de esta realidad todas las consecuencias
po líticas, sociales e ideológicas que en e lla se encierran ; es decir, de llevar
a cabo desde dentro el asalto a la B a stilla im puesto desde fu era, de e x ­
tirp ar radicalm ente de los cam inos que llevan hacia el futuro del pueblo
alem án la fu nesta h erencia de su Edad M ed ia.
P ero esto no es, n i m ucho m enos, un ocaso, com o dem agógicam ente
proclam aba H itle r, sino, p o r el contrario, el com ienzo del renacim iento.
"S e ría rid ícu lo — decía ya en 1 9 4 2 Stalin— co n fu n d ir a la p an d illa h i­
tleriana co n el pueblo alem án, con el Estado alem án. Las experiencias
de la historia enseñan que los H itle r vienen y van, pero el pueblo ale­
m án, el Estado alem án, queda.” 152
E n este libro, nos hem os ocupado del lado ideológico de esta trayec­
toria, y aún m ás concretam ente, del que se refiere a la filo s o fía y a la
concepción del m undo. V isto a través de este prism a, el año 1 9 4 5 sig n i­
fica, ante todo, lo sigu iente: al convertirse el irracionalism o, la destruc­
ción to tal y p o r principio de la razón, en la concepción o ficia l del m undo
de un gran p aís y al tener que m edirse este país con un adversario social
e ideológico, con la U n ió n Soviética socialista, su frió una derrota aplas­
tante. U n a derrota total, a tono con el carácter to tal de la guerra librada.
E l hitlerism o no resucitará b a jo la fo rm a en que lleg ó a desarrollarse, esto
e s evidente. P ero nadie puede negar que siguen m anifestándose todavía
hoy — y hasta diríam os que con recrudecida intensidad— las fuerzas
'im perialistas que lo fo m en taron y lo auparon. ( D e la fundam ental d i­
feren cia existente en cuanto a la situación, pese a la sem ejanza de las
tendencias económ ico-sociales que siguen m anteniendo su continuidad,
hablarem os en el E p ílo g o .)
A q u í, después de haber expuesto el paso del irracionalism o alem án de
la teoría a la práctica y la necesaria hecatom be de esta diabólica culm i­
nación histórico-universal de una trayectoria filo só fica, sólo resta señalar
lo que nos hem os propuesto dem ostrar a lo largo de todo el libro, a
saber: que tanto esta culm inación com o esta hecatom be fu eron algo h is­
tóricam ente necesario; pero no, claro está, en un sentido fatalista. D e l
m ism o m odo que H itle r no se hundió p o lítica y m ilitarm ente com o con­
secuencia de tales o cuales decisiones erróneas — y, por tanto, evitables— ,
sino por la naturaleza m ism a de su sistem a, así tam bién el irracionalism o
encontró, com o concepción del m undo, su fo rm a práctica adecuada en el
hitlerism o y se fu e a pique, con H itler, b a jo la fo rm a que le correspondía.
Y nuestra exposición, al p oner de m an ifiesto el cinism o nih ilista de

152 Stalin, Orden del día de 23 de febrero de 1942.


CONCEPCIÓN NACIONALSOCIALISTA DEL MUNDO 613

H itle r y sus com padres y dem ostrar que ni siquiera ellos creían en las
doctrinas que dem agógicam ente predicaban y p o n ían en práctica, lejo s
de refu tar aquella afirm ación, no hace m ás que con firm arla. E n efecto, es
precisam ente esto lo que po ne de m an ifiesto de un m odo insuperable
la unidad dialéctica entre el cín ico nih ilism o y la aventurera credulidad
exenta de todo esp íritu crítico, la frív o la superstición, que todo irracio­
nalism o lleva im p lícita y que encontró en H itle r, sim plem ente, una ex­
presión inadecuada.
Sería re bajar la im portancia h istórica de la suerte de A lem ania (y con
e lla de la suerte de la filo s o fía irracio n alista) el hácér hincapié, al en­
ju iciar a H itler, exclusivam ente en su b a jo nivel m oral e intelectual. Es
claro que sem ejante ju icio no fa lta ría a la verdad. P ero no debe perderse
de vista que este descenso de nivel responde, a su vez, a una necesidad
histórica. D esd e Sch ellin g y Schopenhauer, e l cam ino desciende v ertical­
m ente, pasando p o r N ietzsche, D ilth ey , Spengler, etc., hasta lleg ar a H i­
tle r y R osenberg. Pero este descenso vertical se lim ita a expresar adecua­
dam ente la propia esencia y la necesidad de desarrollo del irracionalism o.
Y de esta necesidad fo rm a parte integrante e l adversario contra el que
se estrella prácticam ente y en el terreno p o lítico y m ilitar el nacionalsocia­
lism o : la U n ió n Soviética socialista. A q u í, sólo nos interesa el lado f i ­
lo só fico del problem a. H itler, com o el realizador práctico del irraciona­
lism o, fu e el ejecu to r testam entario de N ietzsche y de toda la trayectoria
filo só fica posterior a él y que arranca d e él. Y ya se puso de m anifiesto ,
en su lugar oportuno, hasta qué p u nto era necesario que el irracionalism o
se volviera, en N ietzsche, contra el socialism o. E n aquel lugar, quedó
esclarecido cóm o el irracionalism o te n ía que tropezar, al lleg ar a este
punto, con un adversario desconocido, in cognoscible para él e inasequible
a su com prensión. Por muy grande que fu era la d iferen cia de nivel espi­
ritual y cultural entre el filó so fo N ietzsche y el dem agogo H itle r — d i­
feren cia en la que se expresa tam bién, com o subrayábamos, la necesidad
del desarrollo histórico— , es precisam ente ante este problem a decisivo
donde se reducen y tienden a desaparecer las diferencias de nivel en
cuanto al conocim iento y la com prensión del adversario; hasta podríam os
decir que esas d iferencias son, aquí, nulas, com o lo revela la aplicación
práctica de la filo so fía irracionalista a través de la p o lítica de H itler.
E l aniquilam iento o la restauración de la razón no es problem a acadé­
m ico para filó so fo s profesionales. A lo largo de este libro, hem os tratado
dé dem ostrar cóm o la actitud ante la razón, la tendencia a afirm ar o negar
ésta, el reconocim iento o la repudiación de su efectividad, se proyectan de
la realidad a la filo so fía , y no a la inversa, de la filo s o fía a la realidad.
La razón es negada o se proclam a su im potencia (S c h e le r) tan pronto
com o la realidad m ism a, la vida vivida por el pensador, no m uestra un
m ovim iento de avance hacia un fu tu ro digno de ser afirm ad o, ninguna
614 DARWINISMO SOCIAL, RACISMO Y FASCISMO

perspectiva de po rvenir que descuelle sobre el presen te. E l fundam ento


de todas las posiciones hostiles a la razón reside, p o r tanto, o b jetiv a­
m ente, en el curso de la -misma trayectoria h istórico-social y, subjetivam en­
te, en la actitud del individuo de que se trate, según que to m e partido
p o r lo que agoniza, p o r lo que declina, o p o r lo nuevo, p o r lo que nace.
( Y reiteradam ente hem os puesto de relieve cóm o e l llam ado superparti-
dism o, lo que se cree estar p o r encim a de los partidos, sen tirse en un
plano superior con respecto a ellos no es, en realidad, o tra cosa que abra­
zar la causa de lo que p e re ce.)
P o r eso — quiéralo o no el individuo y tenga o no conciencia de ello— ,
toda actitud en pro o en contra de la razón va insuperablem ente unida,
hoy, a su enju iciam iento del socialism o. N o siem pre h a sido así. H ásta
1 8 4 8 , las luchas espirituales giraban fundam entalm ente en to rn o a la
lucha entre é l progreso dem ocrático-burgués alentado p o r la R evolución
francesa y el statu quo absolutista-feudal. Los frentes de lucha aparecen
dispuestos de otro m odo desde los com bates de ju n io de 1 8 4 8 , especial?
m ente desde la C om una de P arís, y muy sobre todo a p artir del G rah
O ctu bre de 1 9 1 7 . Sépalo o no e l individuo, en todas sus decisiones in ­
fluye, ahora, la lucha entre e l socialism o y el capitalism o m onopolista.
Y cuanto su concepción del m undo expresa — p o r muy abstractam ente
gn oseológica u on tológica que su fo rm a sea— se h alla condicionado en
últim a instancia p o r esta actitud suya.
F ácilm en te se com prende q u e' la decisión histórico-uñiversal que ha
venido a p o n er térm ino a la segunda G u erra M u n d ial no puede pasar
desapercibida ante, nadie que tom e en serio los problem as relacionados
con su Concepción d el m undo, que no se contente con vaguedades senti­
m entales o se 4 e je caer e n tram pas lógicas. N ad ie qué vea las cosas com o
realm ente son puede p o r m enos de darse cuenta de que, tras un períod o
de dom inación de casi un siglo, la concepción irracionalista del m undo,
llevada a la práctica y cpnvertida en sistem a de gob ierno , ha sufrid o una
derrota aplastante en el terreno de los hechos y en el de las ideas; de
que la concepción del m undo del socialism o, m uchas veces ahogada en el
silencio y otras tantas refutada — al parecer, d efinitivam ente— , h a alcan­
zado una victoria inscrita en la historia universal p o r e l heroísm o de los
pueblos soviéticos, inspirados teórica y prácticam ente en esa concepción
del m undo. E s la victo ria de la razón — plasm ada concreta y práctica­
m ente— sobre los m itos del irracionalism o, aventados ahora al m undo
de lo espectral y lo diabólico.
C laro está que las reflexio n es ideológicas que esta nueva situación del
m undo sugiere inexcusablem ente a todo hom bre que quiera pensar de un
m odo honrado, no lleva consigo, obligadam ente, la adhesión a los par­
tidos que m antienen la teo ría del m arxism o-leninism o y aspiran a reali­
zarla. E l problem a aquí planteado no es tanto de carácter directam ente
CONCEPCIÓN NACIONALSOCIALISTA DEL MUNDO 6 Í5
p o lítico com o d é orientación g en eral para toda persona, en el presente.
Y si es cierto que fa m ayoría d e lo s filó so fo s, e n e l p erío d o q u e hem os
venido estudiando, n o lleg aro n a com prender este p roblem a, sin o que,
le jo s d e e llo , laboraron co n todas sus fuerzas p o r oscurecerlo, no lo es
m enos q u é los m ejo res artistas y escritores de su tiem po s e vieron arras­
trados p o r e l em p u je d e su corrien te. E ste m ovim iento n o h a cesado
desde e l d ía e n que Z o lá d eclaró qué, a l abord ar u n p ro blem a real, cual­
quiera q u e éste fuese, tropezaba siem pre con e l socialism o. Pod ríam os
citar com o exponentes de ello , sin p reten d er h i m ucho m enos o frece r una
lista com peta, nom bres com o los d e C o urbet y W illia m M o rris, A n ato le
Fran ce y R om ain R ollan d , B ern ard Shaw y T h e o d o r . D reiser, H ein rich
y T h o m as M an n . E n su m ayoría, estos artistas y escritores n o lleg aro n a
ser nunca socialistas, p o r su concepción d el m undo. P ero todos ellos
— y esto es ló q u e hace q u e sus obras, desdé lo s cuadros de C ourbet
hasta el Doctor Faustus de u n h o m bre tan p rofun dam ente burgués com o
T h o m as M an n , se destaquen sobre e l fo n d o d e la decadencia pesim ista-
n ih ilista d e las gentes de su tiem po— , sin d ejarse arrastrar p o r el m ied o,
la angustia o e l odio, p o r lo s m itos obsesivos y tergiversadores, p o r la
evasión d e la realidad, se h an atrevido a m irar cara a cata, sin p reju icios,
al socialism o, a la gran fu erza d e pro greso del presen te, a la fu erza que
abre los cam inos de nuestro fu turo.
T a m b ié n éste es, ciertam ente, u n fen óm en o internacional. P ero encie­
rra una sig n ificació n muy especial para la cultura alem ana. Y n o sólo
porque, desde 1 9 4 5 , este debate constituye un p ro blem a cotid iano y can ­
dente para A lem ania, sino, sobre todo, p o rqu e — claro está q u e en la
más ín tim a trabazón con la situación general espiritual de nuestro tiem ­
po— se trata de p oner fin a un largo estado pato ló gico de la cultura
alem ana, que alcanzó precisam ente b a jo el hitlerism o y en la etapa de
su preparación su punto m ás alto y más agudo de crisis: los alem anes
no sabían qué hacer de su p ro p io g ran pasado, no acertaban a extraer de
él fuerzas de fecunda creación, com o otros grandes pueblos. Y es que
habían m atado la m édula de su gran trad ición clásica, degradándola así,
de una parte, en un pasado m edio enterrado en tre las som bras d el ayer, en
un recuerdo académ icam ente desvanecido y, de o tra parte, fo rtalecien d o
el veneno activo del presente con la tergiversación y el falseam iento reac­
cionarios de aquella tradición. *
Se trata aquí, para decirlo en pocas palabras, de lo que representa la
o b ra de Carlos M a rx y F ederico E ngels, com o ferm en to vivo y v iv ifica­
d or de una auténtica cultura alem ana. D esd e un punto de vista o b je tiv a­
m ente histórico, esta , obra — aunque p o r su contenid o y su m étodo repre­
sente un salto cualitativo con respecto a todo el pensam iento anterior— es
la culm inación espiritual de todas las tendencias progresivas que h abían
venido laborando por la liberación y p o r la nacionalización del p u eblo
¿16 DARWINISMO SOCIAL, RACISMO Y FASCISMO

alem án. E l hecho de que la o b ra de preparación espiritual d e la revolu­


ció n dem ocrático-burguesa, en A lem ania ■— desde L essing hasta H e in e y
desde K a n t hasta H eg el y Feuerbach— , culm ine en la sín tesis clásica de
la te o ría de la revolución proletaria representa, históricam ente hablando,
un punto de apogeo que todos los pueblos del m undo debieran adm irar en
la trayectoria alem ana. P ero, subjetivam ente, este p u nto de apogeo h a pa­
sado desapercibido, hasta ahora, en la cultura de A lem ania. M a rx n o lleg ó
a convertirse en ún fa cto r activo y fecundad or de la cultura de su pueblo.
Y , al m atarse así la m édula de esta trayéctoria cultural, e l g ran pasado de
A lem ania no ten ía más rem edio que estancarse académ icam ente, descen­
der al plano de la charlatanería p ro feso ral y, de otro lado, fu nd irse, en­
vuelto en lo s vapores nebulosos de la decadencia, en una — falsa y
dañina— unidad reaccionaria. N o de o tro m odo puede explicarse que
una trayectoria de la cultura alem ana com o la que conocem os: G oethe-
Schopenhauer-W agn er-N ietzsch e, vaya a desem bocar en H itle r, perm i­
tien do a éste hablar en nom bre del gran pasado de este pueblo.
Piénsese — para subrayar y esclarecer el contraste— en cuál fu e la
trayectoria cultural de Rusia. T ra s Pushkin y G o g o l, vienen los grandes
teóricos dem ocrático-revolucionarios, B e lin sk i y H erzen, C hem ichevski
y D obroliu bo v. L a obra de estos pensadores hizo po sible que e l p aís de
T o lsto i pudiera asim ilarse, incorporándolo tam bién a la p ro p ia ch itara
nacional, el pensam iento de L en in y Stalin , com o grandes- figu ras fecun-
dadoras y señaladoras de cam inos. Para los rusos, el socialism o y la com ­
p enetración, con la propia cultura nacional representa una unidad orgá­
n ica , y no un doloroso antagonism o, com o para tantos y tantos entre los
m ejo res alem anes del sig lo pasado.
í L o repetim os: no hace fa lta , n i m ucho m enos, ser socialista para sen­
t i r este problem a com o un p ro blem a candente y con tribu ir de un m odo
activo! a su solución. T h o m as M an n escribía, ya en la década del veinte:
« ^ D ije una vez que las cosas sólo m archarían bien en A lem ania y que
ésta sólo se encontraría a sí m ism a el d ía en q u e Carlos M a rx leyera a
Federico H ö ld erlin , encuentro este que, p o r lo demás, está a punto de
producirse. M e olvidé de añadir que una tom a un ilateral de conocim iento
sería necesariam ente in fecu n d a.” 153 T h o m as M an n señalaba muy clara­
m ente, con ello, ya antes de la catástrofe hitleriana, el cam ino para la
solución de los problem as de A lem ania y de su cultura.
Esta revisión del pasado de A lem ania *en nom bre de su fu tu ro es in ­
dispensable, si se quiere que el tercer asalto a la B astilla, im puesto desde
fuera, se convierta p o r fin en la obra propia de' los alem anes. H em os
hablado y hablam os aquí, del aspecto cultural, y . sobre to d o del aspecto
filo só fico del problem a. P ero nos hem os esforzado tam bién en señalar

153 Thomas Mann, D ie Fo rd eru n g des T a g es, Berlin, 1930, p. 196.


CONCEPCIÓN NACIONALSOCIALISTA DEL MUNDO 617

cóm o todos estos problem as (h asta los m ás abstractos) b rotan de la vida


social y acaban p o r convertirse en factores nada desdeñables de su des­
a rro llo : sin una perspectiva de fu tu ro , n o puede conocerse e l pasado ni
hacer de é l u n a fuerza fecunda p ara e l p resen te; sin - e l certero esclareci­
m ien to d el pasado, n o puede haber una perspectiva nacional concreta del
futuro.
E l presen te lib ro se p ro pone in citar a esta labor, a l rom pim iento d efi­
nitiv o y consciente con la fu nesta herencia de la m iseria alem ana y — m e­
d iante la elaboración crítica de la rica h erencia progresiva, que aún dis­
tam os m ucho de conocer en toda su p len itu d — a la construcción de un
fu tu ro real y auténticam ente alem án. Y a sabem os que e l rom per con una
tradición falsa y el lim p iar el cam po para e d ificar sobre é l no es, ni
m ucho m enos, u n a labor fá cil. L as tradiciones reaccionario-irracionalistas
de m ás d e un sig lo n o pueden superarse, con la m e jo r voluntad del
m undo, e n días o en m eses. P ero no hay otro cam ino, si se quiere reco­
brar la salud. L a razón perdida, la razón d estm ida, sólo puede recobrarse
en la realidad m ism a, influyend o en e lla y d ejánd ose in flu ir p o r ella.
Y , para poder lleg ar a la realidad, no hay m ás rem edio que rom per con
aquella fa lsa trad ición del irracionalism o. L a cosa es d ifíc il, pero no im ­
posible. R ecordem os las palabras q u e G o eth e p one en boca de su F au sto :

Pero los espíritus, dignos de contemplar profundamente,


adquieren ilimitada confianza en lo ilim itado.*

* Versos 6117-18.
EPÍLOGO

Sobre el irracionalismo en la posguerra

Hemos intentado, en las páginas anteriores, exp o ner en sus asp ectos'
fundam entales la trayectoria d el irracionalism o, desde la contraofensiva
ideológica reaccionario-feudal provocada p o r la -Revolución fran cesa hasta
el hitlerism o y su necesaria bancarrota, C o n e l derrocam iento d e H itle r,
este estudio, iniciad o ya en lo s días d e su p o d er y de su p o derío, h a
adquirido un carácter esencialm ente histórico. N o d el todo, sin em bargo.
N o creem os que nadie se atreva a sostener, hoy, que e l hitlerism o, tanto
su id eo lo g ía com o sus m étodos, pertenezcan ya íntegram ente al pasado
histórico. E s cierto que, al term inarse la guerra, una g ran parte de las
m asas, lib re de la pesad illa d el fascism o, se hizo la ilu sión de que iba a
abrirse un períod o realm ente nuevo de paz y libertad . P ero , apenas un
año después, C h u rchill se encargaba de desgarrar cruelm ente en F u lto n
todos aquellos sueños. D e entonces acá, son cada vez m ás quienes van
dándose cuenta de lo que los m ás perspicaces sabían ya desde u n p rin ­
cip io : que el fin a l de la guerra no h a sido sin o la preparación de otra
contra la U n ió n Soviética y que la acción ideológica sobre las masas, con
vistas a esta guerra, es un p roblem a capital para e l m undo im perialista.
H e aquí p o r qué, en m edio de esta enconada guerra fr ía en que vivim os,
no puede una obra p olém ica contra e l irracionalism o m ilitan te — aunque
esta obra tenga un propósito esencialm ente histórico— term inar con H i­
tler, sino que tiene que p o n er de relieve, cuando m enos, los rasgos fu n ­
dam entales de la trayectoria del pensam iento desde el derrocam iento del
hitlerism o hasta hoy.
T a l es la finalid ad de este E p ílo g o . C on lo que queda dicho, natural­
m ente, que estas páginas fin ales no tien en la pretensión de o frecer un
cuadro cien tífico com pleto y exhaustivo, n i en sentido extensivo ni en el
intensivo. Si tenem os en cuenta que, desde el térm ino de la segunda G u e­
rra M u nd ial, la hegem onía de la reacción im perialista m undial h a ido
pasando cada vez más de llen o a m anos de los Estados U nidos, quienes
en este sentido han venido a sustituir a A lem ania, sería necesario, en
realidad, escribir la historia de la filo s o fía en aquel país para poder poner
de m anifiesto, con la m ism a precisión con que lo hem os hecho con res­
pecto a A lem ania, de dónde provienen, desde el punto de vista social y
en el plano espiritual, las actuales ideologías del "sig lo norteam ericano” ,
dónde hay que buscar las raíces sociales y espirituales de estas ideologías
actualm ente en boga.
618
EPÍLOGO 619

F á cil es com prender que sem ejante em presa requ eriría un lib ro tal vez
de las m ism as proporciones que éste, y el autor no se considera, en m odo
alguno,' llam ado a escribir una o b ra de este tip o ( n i siquiera un esbozo
de e lla ) .
' E ste E p ílo g o no puede aspirar a o tra cosa que a bo squ ejar muy "a
grandes rasgos los aspectps nuevos más im portantes que se destacan en
las tendencias sociales d el períod o de la posguerra, poniendo de relieve
sus re fle jo s ideológicos a la luz d e algunos ejem p los especialm ente ca­
racterísticos, con el fin de enlazar con e l presen te nuestras anteriores
consideraciones. L o que trae consigo, naturalm ente, el que nuestra exp o­
sición se lim ite tam bién, en estas páginas com plem entarias, al panoram a
d e .A le m a n ia , de una p arte p o r razón del im portante papel que a los
alem anes se asigna en los planes del im perialism o norteam ericano y, de
o tra parte, p o rqu e en la ideología de la A lem ania occidental de hoy co­
bran consid erable relieve ciertas fo rm as im portantes del prefascism o. S i­
guiend o el p lan que nos hem os trazado, tam bién éstas habrán de exp o­
nerse m ás b ien com o ilustración que de un m odo exhaustivo. Este E p ílo g o
no persigu e o tra finalid ad que la de señalar en las personas de sus exp o­
nentes m ás caracterizados las tendencias fundam entales dom inantes en las
id eologías del períod o de la guerra fría .

Entrando ya en los problemas de fondo, surge inmediatamente, ya en


el momento mismo de iniciar nuestra indagación, esta pregunta: ¿en qué
se manifiestan los nuevos rasgos del período posterior a 1 9 4 5 ?
L a coalición antifascista se desm orona rápidam ente, y las potencias
"d em ocráticas” se entregan con e n erg ía cada vez m ayor a la "cru zad a” .,
contra el com unism o, recogiendo sin pérdida de m om ento la band eja,’
central d e la propaganda hitleriana. Y esto, com o es natural, hace canp-
biar la orien tación (y , co n ella, el contenid o y la estru ctu ra) de sem e­
jantes concepciones "d em ocráticas” . H abiénd ose m ovilizado en la G u erra
M u nd ial contra el fascism o, p o d ían hacerse pasar, a veces, co n cierta ra­
zón, com o las herederas del p eríod o d e florecim ien to , ya de largo tiem po
atrás cancelado, de la dem ocracia burguesa. E n virtud de la gran fu erza
de atracción de este m ovim iento, que p o r fin h ab ía cobrado u n im pulso de
avance, se mantien'p, aun después de haber virado en redondo, la apa­
riencia de una cierta continuidad con la etapa an terior: la apariencia de
seguir luchando contra el "to talitarism o ” , pero engloband o ahora b a jo
este nom bre el fascism o y el com unism o, a los que se considera com o la
m ism a y única cosa.
A u n prescindiendo de que esta concepción no es m ás que un trasto
EPÍLOGO

v ie jo sacado del desván de la so d ald em o cjacia y el trotskism o, viene a


■evelar, en la situación concreta en que nos hallam os, inm ediata y o b li­
gadam ente, una nueva h ipocresía y una nueva falacia, ya que para p oder
luchar eficazm ente contra e l com unism o, la "d em ocracia” se ve obligad a
a sellar un sig n ificativ o m arid aje con los restos alem anes del nazism o
(lo s H ja lm a r Schacht, los K ru p p , los generales d e H it le r ) , con F ra n ­
co, etc., etc. C on lo que la ideología "an tito talitaria” va cobrando inev i;
tablem ente, de un m odo cada vez más acusado, la ,fiso n o m ía fascista.
T am b ién la "cruzad a” contra el com unism o, contra el m arxism o-len i­
nism o, es una v ie ja herencia de la id eología burguesa convertida en reac­
cionaria. Y a hem os visto cóm o fu e N ietzsche quien desplegó en toda la
línea la lucha ideológica contra el socialism o; y hem os visto tam bién cóm o
esta lucha fu e extendiéndose y agudizándose cada vez más desde 1 9 1 7 ,
para lle g a r p o r últim o, con H itler, a su punto culm inante provision al, en
el que el nivel espiritual m ás b a jo en que hasta entonces se había caíd o
se com binaba con la m entira y la provocación (in cen d io del R e ich sta g )
y con la crueldad m ás salv aje y m ás bestial (A uschw itz, e t c .) . A p ogeo
provisional de lo más b a jo , decim os, pues vemos cóm o ahora es rebasado
p o r la "g u erra fr ía ” puesta en escena desde W ash in g to n . T am b ién aquí
se m ezcla la ofensiva ideológica con provocaciones del más diverso jaez,
pero dando incluso quince y raya, desde todos los ángulos, a la variante
hitleriana de esta lucha. Pero, aquí, sólo tenem os por qué ocuparnos del
aspecto ideológico del problem a.
Hasta ahora, sólo hem os destacado, com o se ve, aquellos rasgos de la
id eología del "m u n d o lib re ” acaudillada por los Estados U n id os en que
se m uestra su coincidencia con el fascism o, por la sen cilla razón de
que debem os p artir de ella para com prender en su verdadera sig n ifica ­
ción las diferencias q u e la separan de la ideología hitleriana. E l señala­
m iento de las diferencias p o d ría fácilm en te inducir a error, si las d is­
crepancias, a veces incluso antagónicas, no se encuadrasen dentro de esta
coincidencia ideológica y social. La reproducción pura y sim ple del fa s­
cism o resultaría en las actuales condiciones, em presa harto d ifícil. C ierto
es que sigue en pie, intacto, el fascism o fran qu ista; cierto tam bién que el
aparato de Estado de A denauer está lleno de gentes que hasta hace poco
ocupaban puestos dirigentes b a jo H itle r; cierto que — b ajo la protección
de los norteam ericanos y con su ayuda— vuelven a brotar por todas par­
tes, en A lem ania, las agrupaciones secretas fascistas y las organizaciones
de sicarios; cierto que la ideología nazi puede seguir m anifestánd ose y
desarrollándose abiertam ente, sin que nadie le vaya a la m ano, n o sólo
en "im prud en tes” declaraciones de oficiales nazis, desm entidas con to r­
pes balbuceos, no sólo en libros de m em orias en que se rinde reverente
hom enaje a los caudillos del hitlerism o, sino tam bién, abiertam ente y con
iodo descaro, en publicaciones periódicas de carácter program ático, com o
EPÍLOGO m
p o r ejem p lo la titulada Nación Europa, revista mensual al servicio de la
renovación europea ( Nation Europa, Monatsschrift fü r die europäische
E rn eu eru n g), donde se ha dicho, entre otras m uchas cosas del m ism o
ja e z : " E l R eich, m ás de una vez totalm ente destrozado, para resucitar
siem pre de nuevo, guarda en su entraña las fuerzas necesarias para una
plenitud de po d erío todavía m ayor, etc., etc.” Sin em bargo, todo esto,
con ser característico, no es — p o r e l m om ento, al m enos— , ni siquiera
en la A lem ania occidental, lo q u e da la técnica dom inante de la nueva
id eología. L a reacción internacional — incluyendo tam bién, p o r tanto, la
alem ana— se ve colocada, desde e l derrum bam iento de H itle r, e n una
nueva situación o b jetiv a y oblig ad a a sacar, tam bién en lo ideológico, las
consecuencias de ello.
H itle r extravió y conquistó a las m asas alem anas con su dem agogia
social y nacional. L o que qu iere d ecir que su m ito, basado en el irracio
n alism o m ás desenfrenado, lo g ró dos cosas. L ogró , en prim er lugar, en­
cauzar ciertos sentim ientos nacionales del pueblo alem án, de p o r sí le g í­
tim os, hacia la id eología de un chovinism o im perialista y agresivo, por
los cam inos de la opresión y e l an iqu ilam iento d e otros pueblos. Y , en
segu nd o lugar, este m ito afianzó la d om inación ilim itada del capitalism o
m o nop o lista alem án, de hecho b a jo el m odo m ás reaccionario y bárbaro
q u e pueda im aginarse, pero fo rm alm en te b a jo un ro p a je dem agógico,
presentánd olo com o un orden social radicalm ente "n u e v o ” y "rev o lu cio ­
n ario ” , que trataba m entirosam ente de aparecer situado m ás allá del
d ilem a de capitalism o o socialism o. E l m ito falaz d el "so cialism o ale ­
m án ” , de la "d em ocracia germ ánica” ha sido estudiado ya a fo n d o en la;,
páginas anteriores, así en cuanto a su génesis com o en cuanto a sus fu n ­
ciones, y no hay para qué detenerse aquí en él.
E l desenlace de la guerra se h a encargado de destruir am bos m itos,
íntim am ente entrelazados y que fo rm an una unidad ideológica. 'S o b re
todo, la form a hitleriana de la dem agogia social. D espués de la victoria
del socialism o en las dem ocracias populares del centro de Europa y en
C h in a y a la vista del auge de los poderosos partidos com unistas de
masas, sobre todo en Francia y en Italia, es natural que todo grupo del
capitalism o m onopolista considere ü n a aventura dem asiado tem eraria el
lanzar d e nuevo ía consigna de " o tr o ” socialism o, com o m aniobra para
desviar del com unism o a las masas. H itle r pudo todavía lleg ar al poder
co n ayuda de estos m edios; pero no debe olvidarse que ya en 1 9 3 4 tuvo
q u e recurrir al terro r más feroz para exterm inar a los partidarios de la
llam ad a "segund a revolución” .
Y a esto hay que añadir — que es lo más im portante de todo— la
d ifere n cia económ ica entre las dos potencias que acaudillan sucesivam ente
la reacción del capitalism o m onopolista, entre la A lem ania hitlerian a y los
E stados U nid os de nuestros días. E l tard ío desarrollo del capitalism o en
622 EPÍLOGO

A lem an ia tra jo com o consecuencia, según hem os visto, que, ai aparecer


en la palestra im perialista, se encontrase ya con u n m undo colon ial re­
partido. E sto explica p o r q u é su p o lítica im perialista fu e francam ente
agresiva, ya que aspiraba a un nuevo reparto de la tierra p o r la fu erza de
las arm as. E l fracaso de estas am biciones en la p rim era G u erra M u n d ial, las
consecuencias económ icas y sociales de la d errota y, sobre todo, las que
para A lem ania tuvo la crisis económ ica m undial iniciada en 1 9 2 9 , sacu­
dieron los cim ientos del capitalism o alem án. Esta situación d el capitalism o
alem án amenazado abrió el cam ino a la dem agogia social de H itle r, y su
dem agogia nacional, el program a d e una nueva agresión im perialista lle ­
vada todavía m ás a fo n d o , pudo fu nd irse tam bién con la dem agogia social,
llam ando a A lem ania, com o "n a ció n p ro letaria” , a la lucha con tra los
representantes occidentales del capitalism o m onopolista y disfrazando m en­
tirosam ente la disputa m undial entre los im perialista b a jo la m entira' de
una guerra nacional y social d e liberación contra el capital de los m o­
nopolios.
Pues bien, ninguno de estos m óviles actúa en la p o lítica in terio r ni e n
la exterio r de los Estados U n id os. E n este p aís no lle g ó á verse en p e li­
g ro la existen cia del sistem a capitalista, n i en los m ás agudos períodos
de crisis. La C onstitución de lo s Estados U n id os fu e desde un principio,
al contrario de la de A lem ania, una C onstitución dem ocrática. Y la clase
dom inante h ab ía lograd o a llí, especialm ente en el p e río d o im perialista,
m antener en p ie las form as dem ocráticas de tal m odo que se pudiera ase­
gu rar con los m edios de la legalidad dem ocrática una dictadura del capital
m o nopolista tan vigorosa p o r lo m enos com o la que H itle r lograra con
sus procedim ientos tiránicos. Las prerrogativas del P residente de los E s­
tados U nidos, el poder de decisión dé la Suprem a C orte en m ateria cons­
titucional (b ie n entendido que el que un problem a se considere o no
com o tal depende siem pre del arbitrio del capital m o n o p o lista ), el m o ­
nopolio fin an ciero sobre la prensa, la radio, etc., los enorm es gastos elec­
torales, que im piden eficazm ente la form ación y el fu ncionam ien to de
verdaderos partidos dem ocráticos ju n to a los tradicionales de los m ono­
polios capitalistas, y fin alm en te el em pleo de m edios terroristas (e l sis­
tem a de L y n c h ), todo contribuye a p oner en p ie una "d em ocracia” que
fu ncio na com o una m áquina bien aceitada y que puede lograr, de hecho,
sin rom per fo rm alm ente con la dem ocracia todo aquello a que aspiraba
H itle r .-A todo lo cual hay que añadir la base económ ica incom parable­
m ente más extensa y m ás sólid a del capitalism o m onopolista en los E s­
tados U nidos.
E n la interesantísim a novela de guerra del norteam ericano M ailer, Los
desnudos y los muertos, el general Cum m ings expresa de un m odo
muy plástico esta d iferen cia: " L a energía cinética de un p aís es la orga­
nización, e l esfuerzo concentrado; el fascism o, com o ustedes lo llam an.
EPÍLOGO 623

E l p lan d el fascism o es, bien considerada la cosa, m ucho m ás sano que el


del com unism o, ya que se basa reciam ente en la verdadera naturaleza del
h om bre; lo que ocu rre es que se h a puesto e n m archa en un p aís poco
apto para ello , que no posee bastante verdadero p o d er po tencial para des­
arrollarse íntegram ente. E n A lem ania, que adolece d e una escasez fu nd a­
m en tal de recursos naturales, ten ían que producirse necesariam ente exce­
sos, pero la idea y el p lan eran b u e n o s .. . E n el sig lo pasado, to d o el
proceso histórico fu e desarrollándose en el sen tid o de crear concentracio­
nes de p o d er cada vez mayores. E l sig lo en que vivim os alum bra nuevas
fuentes de energía física y trae consigo la expansión de nuestro universo,
las fuerzas políticas y la organización necesarias p ara h acer po sible esto,
p o r vez prim era. P o r prim era vez en nuestra historia tien en los poderosos
hom bres d e N orteam érica, os lo aseguro, la conciencia d e sus verdaderas
m etas. F íje s e usted b ie n : después de la guerra, nuestra p o lítica exterior
será m u cho m ás descarnada y m enos hip ó crita que an tes.”
F á c il es, pues, com prender, a la vista de todo esto, que lo s m onopolios
capitalistas de los Estados U n id os n o tien en p o r qué echar m ano, para
su uso interno, ni po d rían tam poco em plearlos, de recursos equivalentes
a los d e u n "fa scism o alem án” o u n a "d em ocracia germ ánica” . P ara ellos,
el sistem a ideal de la econom ía sigue siendo el capitalism o, y la "lib e rtad
dem ocrática” el arquetipo de la organización d el E stado y d el régim en de
g ob iern o . Р е ю h ace ya m ucho tiem po q u e el m undo, fu era de los E sta­
dos U n id o s, com o los norteam ericanos m ás perspicaces y honrados, se
vienen dando cuenta de cóm o esa "lib e rtad , dem ocrática” puede irse con*^ >
virtiendo gradualm ente en un sistem a d e coacción fascista, sin necesidad;*“
d e im plantar ninguna clase de cam bios fo rm ales. P ara com prender esto,
no hace falta, ni m ucho m enos, ten er u n a conciencia m arxista. E sta evo­
lución a que nos referim os h a sido expuesta en su n ovela Entre nosotros
no puede suceder eso p o r un escritor pro fu n d am en te burgués com o S in ­
clair Lew is — aunque con m uchas ilusiones, cierto es, acerca de la actitud
de la burguesía liberal— , después de haber desenm ascarado certeram ente
antes, p o r ejem p lo en Elmer Gantry, la realidad de un terro r fascista
"d em ocráticam ente” tolerado y hasta cuidadosam ente incubado.
T o d o esto explica por qué las condiciones económ icas, sociales y p o ­
líticas de los Estados U nidos tien en q u e gestar necesariam ente una ideo­
logía en cuyo centro aparece la d efensa fran ca y abierta del capitalism o
y de la "lib e rta d ” capitalista. P or tan to, considerado desde el punto de
vista filo sófico-m eto d oló gico , el papel d irigente de la id eología norteam e­
ricana en el cam po de la reacción, que hoy es ya una realidad, sig n ifica
la ruptura con aquel m étodo que en su d esarrollo alem án hem os lla ­
mado la apo logía indirecta del capitalism o. M éto d o q u e se h a venido p o r
tierra co m o el de la ideología dom inante, al derrum barse H itle r, para
dar pasó de nuevo al de la apo logía d irecta del régim en capitalista.
624 EPÍLOGO

Com enzarem os, para m ayor claridad, p o r los m étodos de la defensa


del capitalism o, ya que su fo rm a determ ina tam bién aquel co m p lejo que
persigue la com binación de los sentim ientos nacionales con los intereses
d el im perialism o. E l problem a del capitalism o m onopolista sigue ocupan­
do el lugar central de la apo logía directa del capitalism o, lo m ism o que
en la apo logía indirecta. Y se com prende que sea así, pues la indignación
espontánea de las masas, que toda apologética se propone com o m isión
fu ndam ental suya aplacar, encauzándola p o r derroteros favorables al sis­
tem a capitalista, va dirigida precisam ente contra los m onopolios. Las m a­
sas, que han com prendido ya la ín tim a relación que los m onopolios
guardan con las leyes que rigen la vida del capitalism o, no se d ejan
fácilm en te ganar p o r una propaganda apologética. L a , existencia, la do­
m inación y la expansión de los m onopolios representan de p o r sí una
agitación espontánea y cotidiana a fav o r del socialism o. Y no sólo entre
los directam ente explotados, sino tam bién entre los intelectuales. E l de-
gaulista Raym ond A ron señala en algún lugar, d eplorándola p ro fu n d a­
m ente, ía in eficacia de la propaganda norteam ericana entre la intelectua­
lidad fran cesa e incluso la actitud hostil de ésta fren te a ella, aduciendo
com o razón la de que "p a ra la m ayoría de los intelectuales europeos, el
anticapitalism o es m ucho m ás que una sim ple teo ría económ ica: es un
artícu lo de f e ” .
H itle r resolvió este p roblem a con el m ayor sim p lism o: rebautizando los
m onopolios alem anes — aunque solam ente los alem anes— con la nueva
etiqu eta del "so cialism o alem án” . ( L a filo s o fía del irracionalism o extre­
m o se encargaba de crear la atm ósfera espiritual de una fe ciega, necesaria
para que este absurdo p u diera p re n d e r.) Los ideólogos del capitalism o
m onopolista norteam ericano no pueden ni quieren seguir este cam ino, y
ello los coloca ante la necesidad de presentar e l capitalism o m onopolista
com o algo fo rtu ito y contingente, susceptible de ser elim inado.
Pondrem os com o e jem p lo d e 'e sto a Lippm ann. S u 5m étodo es el de la
consabida econom ía vu lg ar: id en tifica la econom ía con la técnica y p rác­
ticam ente habla siem pre de técnica en vez de econom ía, p ara extraer de
aquí la "p ru eba” , que evidentem ente no puede convencer a nadie, ni si­
quiera partiendo de sus propias prem isas, a saber: que el desarrollo de la
técnica y de la producción en m asa "n o requiere de p o r sí ninguna clase
de m onopolios” . " L a concentración — dice— tien e su origen en el p ri­
vilegio, y no en la técn ica.” P ero, ¿de dónde n ace el p riv ile g io ? L a res­
puesta no puede ser m ás sim p le: los liberales, argum enta el citado autor,
llevados d e su m iop e y equivocada aplicación del princip io del laisser
faire, h an adm itido e incluso estim ulado la creación de tales p rivilegios;
en tre los años 1 8 4 8 y 1 8 7 0 p revaleció la "su p rem acía intelectual” del
colectivism o. (¿ N a c id a d e q u é ? Y de nuevo nos encontram os con la ex­
p licación m ás sim plista q u e im aginarse p u ed a: d el "c lim a in telectu al”
EPÍLOGO 625

"L a m iseria viene de la pobreza”,, h a b ía dicho ya sentenciosam ente, hace


cien años el T ío B rásig de Reuter, parodiando hum orísticam ente esta clase
de exp licacio n es.) D e este error d e los liberales h an nacido los m o n o­
polios. Sabid uría ésta que no es, a su vez, m onop o lio de Lippm ann, ni
m ucho m enos. U n a. explicación parecida a ésta da, p ara exp licar e l origen
de los m onopolios, el econom ista suizo R ópke, creyendo encontrar su
causa en el "cu lto a lo colosal” im perante a fin es del sig lo XIX y negando,
al igual que Lippm ann, la necesidad económ ica de la concentración dpi
capital y, p o r tanto, la de los trusts, los consorcios, las sociedades am al­
gam adas, etc. S in p erju icio de que en otro lugar, y sin darse cuenta de la
contrad icción que h ab ía entre esto y la teo ría anterior, vea en los m ono­
polios una herencia del feudalism o. L os trusts, dice Lippm ann, no surgen
orgánicam ente, sino que son "fo m e n ta d o s” .
E n todo caso — y cualquiera que sea el m odo com o se conciba su o ri­
gen— , tanto Lippm ann com o R ó p k e están de acuerdo en que los m o ­
nopolios n o son, n i m ucho m enos, inev itables, b a jo e l capitalism o. P ara
lo cual elim inan cuidadosam ente de la econom ía d el im perialism o todas
las notas objetivas esenciales, p ara cap tar en sus concepto« — com o sus
antecesores, los econom istas vulgares d e m ediados d e f sig lo pasado— so­
lam en te la superficie del régim en cap italista; y, com o es natural, toda
superficie concebida p o r sí sola, directam ente y com o alg o artificio sa­
m ente desligado de la esencia y de las leyes del m ovim iento, da p o r fu erza
una visión d eform ada incluso de la sup erficie.
N o cabe duda de que, aunque la concentración y los m onopolios n o se
conciban com o fenóm enos económ icos producidos co n arreg lo a leyes,
com o form as inevitables del capitalism o im perialista, su existen cia acarrea
consecuencias perturbadoras, que el apologista no tien e m ás rem edio que
exp licar de algún m odo. Según L ipp m ann, ya la econom ía p o lítica clásica
los conoció (¿ lo s m onopolios m o d ern o s?, nos p re g u n tam o s), bajo, la fo r­
ma de "fric c io n e s ” y "p ertu rb acio n es” , pero dando a entender ya p o r
estas solas denom inaciones que aquellos econom istas "m enospreciaban muy
considerablem ente su im portancia social” . M enosprecio que la apologética
directa trata de corregir. "P o r eso — añade Lippm ann— es extraord in a­
riam ente im portante saber si la bancarrota del liberalism o debe atribuirse
al error de los liberales o, com o entiend en los colectivistas, a una especie
de inexorable necesidad h istó rica.” S ó lo en el p rim er casó será el error
susceptible de reparación. Si la leg islació n de la sociedad burguesa h a
creado los trusts, etc., estará tam bién en sus m anos lim itarlos e incluso
abolirlos totalm ente, poniendo fin a la concentración del capital, a lo
que L ipp m ann llam a "e l colectivism o de los hom bres de n egocios” ,*'Y ésa
es, según él, la gran m isión que hoy tien e ante sí el liberalism o rerfovadb.
Lipp m ann rechaza sarcásticam ente lo s intentos de conciliación de otros
liberales. P o r ejem p lo , el de Stu art C h a se : " L a dem ocracia p o lítica puede
EPÍLOGO

ierse en todos los terrenos, siempre y cuando que se aparte de la


a to m ía ” (subrayado p o r él m ism o ). E l error del liberalism o estribaba,
r e I contrario, en "em peñarse en considerar com o algo absoluto e in­
tan gible la propiedad y las prerrogativas de las sociedades de capital” .
L a posibilidad de un cam bio no está excluida, se nos d ice: "L o s hom bres
de hoy pueden reform ar el orden social, m o dificand o las leyes,”
C om o Lippm ann sólo se f i ja en la superficie subjetivam ente d eform a­
da de la sociedad capitalista, no se le ocurre siquiera preguntarse cóm o
nacen las leyes, es decir, pararse a investigar de cerca las relaciones entre
la econom ía y la supraestructura ju ríd icoestatal. Y así, puede decirnos
con el descaro propio del "cretin ism o parlam entario” que existe la posi­
bilid ad de sem ejante cam bio; pasa de largo ante el único, problem a inte­
resante, el de saber qué fuerzas sociales pueden im ponerlo de un m odo
real, y se contenta con un arbitrism o dem agógico — y teóricam ente ado­
cenado— encam inado a confu nd ir al lecto r sim plista.
H asta qué punto está ausente la buena fe de esta clase de razonam ien­
tos podem os com probarlo fácilm ente en' el otro autor que m antiene las
mismas ideas, en R öpke. Éste apoya en los siguientes argum entos la m is­
m a p o lítica antim onopolista "activ a” , que culm ina, lo m ism o que la de
ifáppm ann, en una apelación al legislad or: "Q u e este últim o cam ino es
perfectam ente v iable lo h a dem ostrado el ejem p lo de los Estados U nidos,
en 1 8 9 0 , con la ley Sherm an, q u e p ro h íbe todo m onopo lio y todo co n ­
venio m onopolista y que sigue siendo todavía hoy la base del derecho
ÓCPnénüoo norteam ericano.” L os hechos le obligan, Claro está, a añadir
a renglón seguido que "h asta ahora, esta ley ha resultado in eficaz” ; pero
d e ello tien en la culpa, según él, de una parte, la p o lítica arancelaria de
los Estados U nidos, que fom enta los m onopolios, y de otra parte, la falta
de decisión para aplicar enérgicam ente dicha ley. Realm ente, cuando se
o frece com o una perspectiva real y prom etedora, partiendo de tales pre­
misas, la prosecución de" este cam ino neoliberal de supresión legal de los
m onopolios (s in m olestarse en exam inar las causas económ ico-sociales que
en la práctica la condenan al fra c a so ), tiene uno que adm irar la osadía
de quienes se atreven a servir a sus lectores sem ejantes necedades, en las
que ni ellos m ism os pueden creer.
Com o es natural, Lippm ann y R öpke no son, en este punto, más que
sim ples ejem plos. L os m ism os razonam ientos, aunque form ulados de un
m odo distinto, encontram os en otros autores. Com o elem entos esenciales
y comunes a todos hay que destacar, principalm ente, dos. E n prim er lu­
gar, la concepción del capitalism o ( l a llam ada "eco n o m ía del mercado
lib re ” ) com o el orden social ideal. Las posibles y eventuales "p ertu rb a­
ciones” que en e lla se adviertan son, sim plem ente, fenóm enos secunda­
rios que la legislación puede cuando quiera encargarse de elim inar; y ello
es posible, porque rige la "lib e rta d ” de una "d em ocracia” en que la ma­
EPÍLOGO 627

yoría de votos es decisiva y todopoderosa. E n segundo lugar, este m étodo


representa, idealm ente, un supuesto retorno a los clásicos de la econom ía.
P ero, ¿qué clase de retorno es éste? L a gran aportación teórica de los
clásicos fu e el h aber creado la teo ría del valor basado en el trabajo , es
decir, el haber concebido y puesto de m an ifiesto realm ente (au nqu e de
un m odo defectuoso y frag m en tario ) las leyes del capitalism o de tal
m odo, que, partiendo de aquí, p o d ía fundam entarse la teo ría de la p lus­
valía (d e la e x p lo ta c ió n ), la conciencia de las contradicciones del capi­
talism o, com o se advierte ya claram ente en la disolución de la escuela
ricardiana. Y , com o es natural, no cabe hablar aquí, realm ente, de un
retorno a tales doctrinas. C on lo que se enlaza no es precisam ente con
los clásicos, sino con sus epígonos decadentes, los econom istas vulgares,
que pugnan ya p o r elim inar de la teo ría del capitalism o to d a contrad ic­
ción y que interpretan a los clásicos com o si su propio adocenam iento, en
que se busca p o r encim a de todo y a todo trance la arm onía, fu era real­
m ente la esencia de la doctrina clásica.
E sta tendencia a la vulgarización hu bo de ser puesta ya claram ente de
m anifiesto por M arx a propósito de una fig u ra de tran sición que no era
todavía d e l'to d o desdeñable, ni m uchos m en o s: la de Jam es M ili. M arx
contrasta al m aestro ( a R ica rd o ) co n M ili, y d ice: " E n el m aestro, lo
nuevo y lo im portante se desarrolla en m ed io del 'estiérco l' de las c o n ­
trad icciones; R icardo se esfuerza p o r desentrañar violentam ente la ley de
entre las m anifestaciones contrad ictorias.” E n M ili ocurre lo c o n t r a r io :.
" A llí donde la relación económ ica — y, p o r tanto, las categorías que la
expresan— - envuelven antagonism os, contradicciones y, p o r e llo m ism o,
la unidad entre éstas, hace resaltar la unidad de las contradicciones y
niega las contradicciones m ism as." Y esta tend encia se acentúa todavía
más en los vulgarizadores declarados.
Sin em bargo, tam poco esto basta p ara d e fin ir suficientem ente la eco­
nom ía actual. T am b ié n el v ira je d e la teo ría en el p erío d o p reim peria­
lista e im perialista, la to tal su b jetiv ació n de la econom ía, desde la te o ría
de la u tilid ad -lím ite hasta K eynes y lo s econom istas norteam ericanos de
nuestros días, se arroga la preten sió n d e continu ar la trad ició n d e los
clásicos, y esta m ism a interpretación falsead ora de la "Historia envuelve la
¡novación de A dam Sm ith en L ip p m ann. E n realidad, com parado con
esto? econom istas d e hoy, hasta u n vulgarizador y ap ologista tan adoce­
nado com o Say p o d ría pasar p o r un pensador pro fu n d o y u n investigador
im parcial d e la realidad. E l carácter d e sem ejante heren cia aparece^ bien
claro en u n M althu s. A n ad ie puede sorprenderle, después d e ló que
d ejam os expuesto, que este autor se vea exaltado hoy y que s u te o ría de
la po blació n alcance una in flu en cia tan extraord inaria. Y , sin em bargo,
n i e l p ro p io M althu s sirve a lo s fin e s actuales d e lo s apologistas d e la
econom ía d el im perialism o en su versión o rig in al, sin o q u e éstos se ven
628 EPÍLOGO

obligad os a "co rre g irlo ” en un sentido todavía m ás reaccionario. Se


lim itó a hacer la "a p o lo g ía de la m iseria de la clase obrera” ( M a r x ) ,
y lo que hoy se predica, en la actual renovación del m althusianism o, es el
exterm inio de pueblos enteros, la apo logía d e guerras que reclam an sa­
crificio s de docenas de m illon es de vidas hum anas ( V o g t ) . P ero incluso
autores m ás m oderados, que n o están dispuestos a ir tan allá, p o r lo m e­
nos abiertam ente, en las consecuencias de tales doctrinas, consideran en
buena ló g ica m althusiana el rápido aum ento de la población com o la
causa de la m iseria, com o la causa de que no puedan traducirse en un
bienestar general las delicias del capitalism o (R ó p k e ).
N o tratam os, en estas páginas, de señalar ni siquiera de esbozar los
problem as de la econom ía capitalista actual. N u estro análisis sólo se' p ro ­
po ne p o n er de m an ifiesto el cam bio general de orientación de la id eolo­
g ía, después del derrocam iento de H itle r. L a dem agogia social hitleriana
iba asociada a un irracionalism o descarado y culm inaba en esto : las con­
tradicciones del capitalism o, consideradas com o insolubles — m ediante el
em pleo de m edios norm ales— em pu jaban al salto a un m ito radicalm ente
irracionalista. La defensa actual — directam ente apologética— del capi­
talism o, renuncia aparentem ente al m ito y al irracionalism o. E n cuanto
a la form a, al m odo de exposición y al estilo, nos encontram os aquí con
una lín ea de argum entación puram ente conceptual y cien tífica. P ero sólo
apafentem ente. E l contenido de la construcción conceptual es, en reali-
.dad, lá pura ausencia de conceptos, la construcción de concatenaciones
inexistentes y la negación de las leyes reales, el aferram iento a las con­
catenaciones aparentes reveladas directam ente (e s decir, al m argen de los
con cep tos) por la superficie inm ediata de la realidad económ ica. E sta­
mos, p o r tanto, ante una nueva fo rm a del irracionalism o, envuelto b a jo
un ro paje aparentem ente racional.
Pero no, ciertam ente, ante una fo rm a fu ndam entalm ente nueva. Y a
hemos puesto de relieve la trabazón entre la econom ía norteam ericana
(y sus secuaces europeos) y la econom ía vulgar, y asim ism o hem os se­
ñalado cóm o todas las tendencias anticien tíficas de esta actual econom ía
acusan una acentuación en consonancia con las condiciones de la apología
directa del capitalism o en la época im perialista.
Por tanto, aquellas tendencias del irracionalism o puestas ya de m an i­
fiesto por M arx com o inm anentes a la v ieja econom ía vulgar siguen pre­
sentes en la econom ía vu lgar de hoy, pero en una escala tan aum entada,
que el increm ento de la cantidad se trueca ya, aquí, en una nueva calid ad :
el irracionalism o im p lícito de la v ieja econom ía vu lgar se convierte ahora
en un irracionalism o e xp lícito . Y , com o quiera que las palabras de M arx
referentes a esto contienen -una exposición am plia y fu ndam ental de los
problem as con que aquí nos encontram os, creem os obligad o citarlas d i­
rectam ente :
EPÍLOGO 629

"S in em bargo — dice M arx— , las m ediaciones de las form as irraciona­


les b a jo las que se presentan y se com pendian prácticam ente determ inadas
relaciones económ icas, no interesan en lo más m ínim o a los portadores
de estas relaciones, en sus actos y m an ejo s; y, acostum brados com o están
a m overse dentro de ellas, en nada escandalizan a su inteligencia. Para
ellos, una contradicción flag ran te no tien e nada de m isterioso. Se m ueven
com o el pez en el agua dentro de esas form as y m anifestaciones sustraídas
a toda conexión interna y que, consideradas de p o r sí, aisladam ente, son
algo repugnante. Podríam os aplicar a esto lo que H e g el dice de ciertas
fórm ulas m atem áticas, afirm and o que lo que e l sentido com ún considera
irracional es lo racional y lo que para él es racional, la irracionalidad
m ism a.’’

II

R e c o r d a r e m o s al lecto r de este lib ro que la alusión con que term ina el


apartado anterior se refiere a las consideraciones m atem áticas de H eg el,
de que s e h abló detalladam ente en el capítu lo segundo. H e g el hace ver
allí cóm o la aparición de las contradicciones auténticam ente dialécticas
sugiere, vistas éstas p o r el pensam iento m etafísico, la apariencia de una
cierta irracionalid ad ; pero señala, a l m ism o tiem po, cóm o e l pensam iento
d ialéctico puede superar estas contradicciones, elevándolas a una racio­
nalidad superior.
Pues bien , lo que aquí se expone de un m odo muy general a la luz de
un caso tom ado de las m atem áticas aparece, en M arx, en el p lan o de una
síntesis social más am plia y más p ro fu n d a: vemos en e lla las circunstan­
cias concretas de la vida 'q u e plantean ante nosotros los problem as del
irracionalism o y que, al re fleja rse en el pensam iento, hacen surgir los p ro ­
blem as del irracionalism o com o problem as filo só fico s y m etodológicos.
M arx dem uestra aquí de un m odo convincente cóm o y p o r qué los agentes
directos d el capitalism o pueden m overse a sus anchas y sin problem ática
alguna en este m edio de lo irracional. Incluso aquellas id eologías que se
hallan, social y espiritualm ente, al nivel de tales agentes pueden aceptar
sim plistam ente com o algo evidente la "irracio n alid ad ” de las categorías
sociales (d e sus "m od alid ades y cond iciones d e existen cia” , com o M a rx
las lla m a ). C laro está que la irracionalidad que de este m odo escapa al
conocim iento tien e que salir y sale a la su p erficie d e diversas m aneras,
pero todavía, p o r el m om ento, de un m odo ignorad o, inconsciente, sin
cristalizar aún en una filo s o fía irracionalista. A sí se presentaba, natural­
m ente, en los m ism os v iejo s econom istas vulgares, y todavía en los co­
m ienzos del m achism o y, sobre todo, en el pragm atism o, que, com o
poníam os de m an ifiesto en e l p ró lo g o a esta obra, es una ideología
conscientem ente paralizada en la inm ediatividad capitalista, la filo s o fía
630 EPÍLOGO

d e lo s B ab b its. H asta que la crecien te agudización de las contradicciones


sociales se encarga d e im p o n er la "p ro fu n d izació n ” d e los problem as re­
feren tes a la concepción d el m undo. Y el e jem p lo m ás típ ico de ello lo
tenem os en la trayectoria del irracionalism o alem án al lleg ar al períod o
im perialista, con H itle r com o su punto culm inante.
P ero hoy, b a jo la decisiva regresión de la apologética del capitalism o
a su fo rm a directa, necesariam ente tien e que surgir tam bién en el cam po
de la filo s o fía una nueva situación. E s perfectam ente natural, a to no con
esto, que tam bién en la filo s o fía predom ine, no ya el tip o alem án del
irracionalism o, sino el tip o m achista pragm ático. T o d a la sem ántica de
los Estados U nidos, el neom achism o de W ittg en stein . y C arnap y el des­
arrollo ulterior del pragm atism o por D ew ey se h allan determ inados en su
integridad, socialm ente, p o r este cam bio de rum bo. Y ello hace tam bién
que aquellas corrientes filo só ficas que vienen m ás bien a desarrollar la
lín ea prefascista del irracionalism o alem án no puedan elevarse, hoy,
al plano de ideologías dirigentes y se m an ifiesten solam ente com o teorías
de la "terce ra v ía ” , com o ocu rre con el existencialism o francés. (N o tra­
tarem os de estas corrientes filo só ficas aquí, en que sólo podem os ocupar­
nos de la lín ea fundam ental, con tanta m ayor razón cuanto que lo hem os
hecho ya en otros lugares; acerca de ellas puede consultarse, p o r ejem p lo,
m i lib ro Existentialismus oder Marxismus?, A u fbau V erlag , B e r lín .)
C o m o es natural y a tono con los fin es generales que este E p ílo g o
p étrig u e, no podem os proponernos aquí trazar un análisis y una caracte­
rización a fo n d o de estas doctrinas, n i siquiera en lo tocante a sus lin ca ­
m ientos fund am entales; nos lim itarem os a señalar ciertas tendencias de­
cisivas que prevalecen en su desarrollo, con el fin de expresar en u n
ráp id o esbozo lo que se destaca com o nuevo en la filo s o fía im perialista
predom inante durante el períod o de la posguerra. Com o es tam bién evi­
dente, estas corrientes filo só ficas, que hoy dom inan toda la id eología, se
hallaban ya presentes y actuaban en la filo s o fía norteam ericana de largo
tiem po atrás, durante todo el p erío d o im perialista. Estas tendencias se
acusan ya claram ente en D ew ey, com o la fase superior de desarrollo del
pragm atism o, que fu e desde e l prim er m om ento una id eología consciente
de los agentes del capitalism o, d e lo s constructores y d efensores de la
"fo rm a de vida norteam ericana” y que rechazó ya desde la prim era hora,
deliberadam ente, la investigación o b je tiv a de la realidad independiente
de la conciencia, p ara indagar tan sólo la utilid ad práctica de los actos
individuales, buscándola en un m undo en to rn o dado com o inm utable, en
cuanto a su esencia, no en cuanto a los d etalles referentes a la conducta
del individuo. C om o es natural, e l u lterio r d esarrollo im perialista de este
mundo en to rno no p o d ía p o r m enos de re fle ja rse fielm en te en el con ­
tenido y en la estructura de la filo s o fía de D ew ey.
T am b ién en la sem ántica y en e l neom achism o — cuyas fronteras se
EPÍLOGO 631

d esd ibujan y confund en con harta frecu encia— con uh enérgico desarrollo
u lterio r del m achism o anterior, a tono con las exigencias ideológicas del
im perialism o norteam ericano actual. Se m antiene en p ie, intacta, la v ie ja
postura m achista de la "rig u ro sa cien tificid ad ” , p e to , a la p ar con ella, se
acentúa e l alejam iento de la realidad o b jetiv a, llevánd olo hasta m ucho
m ás a llá d e los lím ites anteriores. L a m isión de la filo s o fía n o consiste
ya en un "an álisis de las sensaciones” , sin o sim plem ente en e l d el sig n i­
ficad o de las palabras y la estructura de las frases.
Y , paralelam ente con este acabado vaciam iento escolástico-form alista
d e contenido, aparece con m ucha m ayor fuerza que antes la fran ca y des­
carad a apologética d irecta. E l m achism o h ab ía surgido, originariam ente,
com o un m edio filo só fic o d e lu ch a contra el m aterialism o, principalm ente
en el cam po de la teo ría del conocim iento de las ciencias natu rales; pero,
com o es natural, las fo rm as m odernas del agnosticism o que aq u í se fu e­
ro n destacando constituían un buen punto de partid a para ciertas co ­
rrientes d el irracionalism o, al que e l m achism o p restó siem pre una eficaz
ayuda filo só fica.
A h ora, se m anifiesta claram ente la apologética d irecta gen eral. L a se­
m ántica investiga enérgica y sistem áticam ente lo s conceptos generales de
la vida social y económ ica, para lleg ar a la conclusión de que so n , sim ­
plem ente, form as verbales carentes de sig n ificació n y de contenid o. E l
m arxista in g lés C o rn fo rth m uestra m uy claram ente esto ; h e aquí las p a­
labras p o r é l citadas del lib ro d e B arrow s D unh am , Man against Myth:
"V e m o s, pues, claram ente, que n o existen perros en gen eral, que n o existe
e l g én ero hum ano, n i el sistem a d e ganancias, n i partidos, n i fascism o, ni
g en te s desnutridas, n i vestidos hechos d e harapos, n i verdad, n i ju sticia
social. Y , así las cosas, no existe u n pro blem a económ ico, n i u n p roblem a
p o lítico , n i u n p roblem a d el fascism o, ni u n p ro blem a alim enticio , n i un
p ro blem a s o c ia l. . . E n un ab rir y cerrar d e o jo s — concluye— , estos
filó so fo s b orran del m undo, com o p o r ensalm o, todos los problem as im ­
portantes que h an torturado a l g én ero hum ano a todo lo larg o de la-
h isto ria d e la hum anidad.”
A continuación, saca C o rn fo rth , co n m ucha claridad, las consecuencias
sociales d e sem ejante filo s o fía . H e aquí sus p alabras: "P a ra p o n er un
e je m p lo sen cillo, basta fija r s e e n las discusiones sostenidas co n tanta
frecu en cia entre obreros y patronos. ¿C u ál es la receta sem ántica para
d irim ir estas disputas? S e con tien e muy claram ente en las palabras del
p atron o, cuando d ice : 'D e je m o s a u n lado todas esas charlatanerías acerca
d e l 'trab ajo ’ y el ’capital’, la 'ganan cia’ y la 'exp lo tació n ’, cavilaciones
disparatadas de los agitadores p o lítico s, que se dedican a especular con
vuestras em ociones. H ablem os de hom bre at hom bre, com o de 'A d án ’ a
’A d án ’ y procurem os lle g a r a un acuerdo.’ A sí es, en realidad, cóm o
su elen argum entar lo s patronos, q u e eran ya sem ánticos m ucho antes d e
632 EPÍLOGO

que la sem ántica se hubiese inventad o.” Y C o rn fo rth extrae esta conse­
cuencia necesaria contenida en el m étodo sem ántico, e l-p u n to .en-que esta
filo s o fía cum ple el encargo social que el capitalism o im perialista le con ­
fiere, tam bién etí relación con otros casos, p o r ejem p lo el del m althusiano
V o g t, quien resuelve sem ánticam ente todos los problem as agrarios, con
consecuencias muy parecidas a éstas desde el punto de vista de los in te­
reses de clase.
E n V o g t, sin em bargo, Se trasluce tam bién claram ente el otro aspecto
d el m étod o : la revelación de la m ística irracionalista, que en el m achism o
se contiene de un m odo ocultó, im p lícito . E n efecto, al aplicar el m étodo
sem ántico al p roblem a agrario, este autor dice que la tierra es "u n a reali­
dad inexpresable” . C on ello , va más allá del agnosticism o corriente. Para
él, la realidad n o só lo se h alla, sencillam ente, al m argen de toda cognos­
cibilid ad, sino que es, al m ism o tiem po, un caos irracional,
P ero esta tendencia se expresa todavía con m ayor claridad en Stu art
Chase. Investigando el proceso de abstracción, pone com o ejem p lo la des­
crip ción de un lápiz. Intenta, a pesar de todo, expresar de algún m odo
el fenóm eno no verbal qüe aquí se da en el esp ad o y en el tiem po. Y el
resultado de estos esfuerzos para expresar en palabras lo no verbal, es esta
d efin ició n del láp iz: "u n a danza loca de electrones” .
V em o s, así, ante nosotros el nuevo irracionalism o, com o la subjetivi-
zación, la antropologización y la m itificació n irracionalista m ás acabadas
d é los fenóm enos naturales. E n prim er lugar, la d efin ició n que da Stuart
C h ase no es, n i m ucho m enos, la del lápiz com o una parte especial de
la realidad o b jetiv a, unívocam ente determ inable p o r sus cualidades y fu n ­
ciones; lo q u é de él dice Stuart C h a íe p o d ría d ecirse exactam ente lo
m ism o y Con la m ism a razón de una casa, de una m esa, etc. P retend er
d escribir los o b jeto s de la realidad o b jetiv a, de la naturaleza y de la
sociedad (p u es el lápiz es tam bién, aparte de otras cosas un o b je to so cia l)
fiján d o se exclusivam ente en el m ovim iento de los electrones, es ya una
m ística irracionalista. Y , en segundo lugar, el m ism o m ovim iento de los
electrones sólo es u n a "d an za loca” para el im presionism o de una d eli­
berada inm ediatividad; objetivam ente, no cabe duda de que este m ovi­
m ien to tien e sus leyes, que la cien cia püede lleg ar a conocer racional­
m ente, p o r lo m enos de un m odo aproxim ado. Stuart C hase envuelve su
d efin ició n en el ro p aje, hoy a la m oda, d e una "cie n tificid a d ” exacta
m oderna, p ero p o r d eb ajo de este d isfraz se percibe claram ente una des­
enfrenad a m ística irracionalista.
Sin entrar en un análisis d etallado d e esta nueva varíente d el irracio-
halism o, tratarem os d e ilu strar brevem ente la m odalidad filo só fica gene­
ral de esta corriente a la luz de algunos ju icios m etodológicos centrales
d e uno de sus p rincipales exponentes, W ittg e n stein . "L a s proposiciones
— dice este autor— pueden exp o ner toda la realidad, pero n o Jo que en
EPÍLOGO 633

ellas tien e que coin cid ir con la realidad para que esta exposición sea
posible, la form a lógica . . . Las proposiciones no pueden exponer la fo r­
m a lógica, la cual se re fle ja en ellas. L o que se re fle ja en el len g u aje no
puede ser expuesto p o r éste. N o podem os nosotros expresar p o r m edio
del len g u aje lo que se expresa en él. Las proposiciones muestran la form a
lógica de la realidad. La ponen de m a n ifie s to . . . Y no es posible expre­
sar lo que puede m ostrarse.”
T a l vez podam os rem itir a los lectores de este lib ro a lo que en su
lugar oportuno queda expuesto acerca del m étod o ' fén om en o ló gico ; espe­
cialm ente, a las disquisiciones de M ax Scheler en torno a este m étodo,
para p oner de m anifiesto, con ello, la unidad — socialm ente condiciona­
d a ^ que existe entre las diversas tendencias del irracionalism o m oderno
y la d iferen cia — tam bién socialm ente condicionada— d e sus etapas.
Scheler se rem ontaba tan enérgicam ente com o W ittg e n stein a este fu nd a«
m entó irracionalista inm ediato com o al fundam ento exclusivo y a l conte^ p
nido exclusivo de la filo so fía . C o n la d iferencia, sin em bargo, de q u e
consideraba todavía inexpresable este contenid o irracionalista; sólo al
lleg ar a la fase existencialista de la fen o m en o lo g ía se m an ifiesta co n toda
claridad el irracionálism o com o fundam ento. P ero , b ien entendido que,
a l trazar este paralelo, no pretendem os, ni m ucho m enos, afirm ar la in ­
flu en cia del existencialism o sobre W ittg e n ste in ; estos problem as m eto­
d ológicos tien en u n fundam ento social, del que son re fle jo s discursivos
tanto la coincidencia com o la diversidad del m étod o y de las consecuen­
cias. A sí se plantea e l p roblem a en lo tocante a la afinidad en tre M ach
y H u sserl con respecto a la teo ría del conocim iento, a la que nos hem os
referid o en otro lugar, y así se plan tea tam bién aquí, en lo q u e se refiere
a la q u e m edia entre W ittg e n stein y la trayectoria existen cialista posterior
de la fen o m en o lo g ía y la sem ántica. ( Y tam bién podríam os m encionar, en
con exió n con ello , ciertam ente, la "im p o te n cia de la razón” de S c h e le r.)
W ittg e n stein se ve, pues, obligad o a extraer las consecuencias d e esta
situación. D ice , en efecto, acerca de las relaciones entre la ciencia — se­
m ántica— y la v id a: "Sen tim o s que, aunque hayamos resuelto todos los
problem as de la ciencia, no hem os tocado siquiera los p roblem a de la
vida. E s cierto que, entonces, n o quedará, en p ie u n solo problem a, y ésa
es precisam ente la respuesta. L a solución del p ro blem a de la vida la ve­
m os en la desaparición del problem a. (¿ N o es ésta, acaso, la razón de
que los hom bres que han lograd o esclarecer el sentido de la vida n o estén
en condiciones de decir e n qué consiste este s e n tid o ? ) E n esto reside,
verdaderam ente, lo indecible. Se revela; es lo m ístico .”
N ad a tien e de extraño que u n ard iente adm irador de W ittg e n stein ,
Jo sé Ferrater M o ra, lo ensalce precisam ente com o e l filó s o fo d e la deses­
peración. H e aquí lo que dice, com o Sem blanza gen eral de la época y de
este filó s o fo representativo de e lla : "H eid e g g e r, Sartre, K a fk a y Cam us
634 EPÍLOGO

n os perm iten todavía segu ir viviendo co n la co n fian za puesta e n la exis­


tencia de un m undo. L a ruptura proclam ada p o r ellos, p o r muy espantosa
que resulte, no es todavía una ruptura radical. E l suelo sobre el que p isan
todavía se sostiene. E l terrem oto que nos estrem ece reduce a escom bros
nuestras antiguas m oradas, p e ro tam bién entre las ruinas se pu ed e seguir
viviendo, y se puede reconstruir lo destruido. W ittg e n stein , en cam bio,
nos d eja, después de estas tristes pérdidas, en la m ás com pleta orfand ad.
Pues si con las ruinas desaparece el suelo sobre el que descansan y con
el árbol derribado toda su raigam bre, ya no tendrem os nada sobre que
apoyarnos, ya no podrem os reclinarnos siquiera contra la nada o hacer
fren te, con claridad de espíritu, al absurdo, sino que tendrem os que
desaparecer to talm ente.”
F e rrate r M o ra reconoce tam bién que, e á W ittg en stein , com o e n la
sem ántica en general, e l pecado cap ital reside en la razón, e n el pensa­
m ien to : " E l pensam iento es e l gran trastornador y casi podríam os decir
que el g ran tentador. E l acto m ism o, e l pensam iento, se conv ierte en la
g ran responsabilidad, en el pecado esencial del hom bse.” E n el m undo
descrito p o r W ittg en stein , el centro es " lo a b su rd o .sin atenuación” ; en
él, " e l p roblem a m ism o se problem atiza” . Y Stu art C hase viene a corro­
borar esta im agen del m u nd o y su análisis sem ántico, extrayendo las
consecuencias im p lícitas en ellos de un m odo tan radical, que su expo­
sición raya ya en lo grotescam ente cóm ico. E nvid ia a su gato H oby, "q u e
n o su fre de las alucionaciones provocadas p o r el fa lso em pleo de las p a­
lab ras. . . , ya que nada tien e que ver con la filo s o fía n i con la lógica
fo rm a l. . . Cuando m e veo extraviado en la ju n g la del len gu aje, m e siento
atraído p o r la intuición de H o b y com o p o r un im án ” .
E l irracionalism o m ana, pues, p o r todos los poros de la apologética
directa. Pero sus principales representantes no quieren reconocer este en­
tronque de sus doctrinas con el m ovim iento que culm ina en H itle r, y
buscan y encuentran (su puesfam enté) una serie gloriosa de antepasados.
A sí com o T ra m a n y E isenhow er se hacen pasar p o r continuadores de la
obra de W ash in g to n o L in co ln , así tam bién los irracionalistas apologistas
directos de nuestros días buscan sus antecesores, de p referencia, en la
Ilustración. E sta tendencia concuerda exactam ente con los esfuerzos que
hacen los econom istas p o r aparentar un entronque con los clásicos de su
cienciia. P ero ya hem os visto que sem ejante pretensión es sencillam ente
irrealizable. D e hecho, son Say y sus continuadores aún m ás adocenados,
com o M althu s — fig u ra todavía m ás reaccionaria y barbarizada— quienes
representan, para ellos, la econom ía clásica. Y lo m ism o o algo parecido
ocurre en el cam po dp la filo so fía . K au fm an n se em peña, p o r ejem p lo, en
convertir a N ietzsch e en un d igno continuador de lo s grandes pensadores
de la Ilu stración, y es alg o extraordinariam ente característico el que este
actual "ren acim ien to de la Ilu stración” nos presente com o un gran deS­
EPÍLOGO 635

cu brim iento y u n a im portante revaloración la resurrección de un m arqués


de Sade, etc., etc.
E l vano em peño p o r establecer tales entronques tien e su razón de ser.
E n efecto , aunque los viejo s apologistas y vulgarizadores desplazaran de
sus doctrinas la verdad económ ica, d esfigu raran la trayectoria de con ti­
nuidad y escam otearan los auténticos problem as, p ara sustituirlos p o r
problem as ficticio s, creían sinceram ente, p o r lo m enos, co n toda su m ala
f e cien tífica, en la inconm ovibilidad d el capitalism o y en sus posibilidades
ilim itadas de desarrollo. Y lo m ism o ocurría con sus análogos exponentes
en la pobre y m ala literatura de los O h n e t o los G ustav Freytag. H oy, en
cam bio, tenem os com o figuras paralelas, es decir, com o representantes
lijteriarios equivalentes a la econom ía apologética directa y de la filo s o fía
sem ántica, a los K a fk a y los Cam us. (H ab lan d o , aquí, de la literatura
com o expo nente d e las corrientes sociales y sin entrar a discernir en esta
ocasión los problem as valorativos e stético s.)
D e l fenóm eno de la desesperación hablarem os en d etalle m ás adelante.
P o r ahora, baste con consignar que es precisam ente en tre los- ideólogos
m ás descollantes donde se acusa u n a p ro fu n d a fa lta de fe en su p ropia
exposición apologética, en las perspectivas optim istas que parece que de­
bieran desprenderse de ella. N ad ie negará que pueden e xistir — e incluso
en m asa— necios dispuestos a creer a L ipp m ann cuando asegura que, un
buen d ía, la legislación de los Estados U n id os borrará de la realidad, com o
p o r ensalm o, aunque gradualm ente, la "excesiv a” concentración de capital,
los trusts, etc. Pero un pu blicista tan experto y tan consagrado com o el
propio Lippm ann no cree, naturalm ente, ni una jo ta d e e llo . ¿E n qué
cree, entonces? ¿Q ué es lo que determ ina su actitu d ? Sencillam ente, la
desesperación o el cinism o, o am bas cosas a la vez.
C om o fundam ento de estos estados de ánim o dom inantes entre los
apologistas ideológicos del im perialism o no fig u ra solam ente la im posi­
b ilid ad de encontrar una solución teórica satisfactoria a los problem as del
capitalism o m onopolista que d eje intacta su d om inación y que, al m ism o
tiem po, aplaque la hostilidad de las m asas en contra de este régim en, sino
tam bién el estado actual de la lucha contra el enem igo p rincipal, contra
e l socialism o. (P u e s es evidente que esta cuestión central determ ina tam ­
bién de un m odo decisivo la situación existente en el cam po de la filo ­
s o fía .)
T o d a la ciencia capitalista está, hoy, ideológicam ente orientada hacia
la m eta de rechazar de un m odo convincente en el cam po del pensa:
m ien to la alternativa socialista, que se im pone de un m odo cada vez más
im perioso. E sto pudo parecerles alg o relativam ente fá cil a lo s ideólogos
del capitalism o, e n -e l período interm ed io entre las dos guerras im peria­
listas. Cuando, en los prim eros años de instauración del p o d er soviético,
se pro fetizaba, sem ana tras sem ana, para la siguiente, el hundim iento
636 EPÍLOGO

d efin itiv o del socialism o, se pasó ya a la dem ostración a más largo plazo
del fracaso del "ex p erim en to ” socialista: al com ienzo de cada P lan qu in ­
quenal, se proclam aba éste com o irrealizable; las dificu ltad es de creci­
m ien to d e la construcción socialista, en su etapa inicial, se presentaban
com o síntom as del fracaso inapelable, etc. Estos razonam ientos siguen m a­
nifestándose todavía hoy a cada paso, naturalm ente. P ero el é xito p ro ­
pagandista de tales argum entos resulta ya cada vez m ás dudoso, pues su
contradicción con los hechos de la realidad se hace más y más palm aria.
L a victoriosa resistencia del E jé rcito soviético fre n te a la potencia m ilitar
m ás fu erte del m undo y su victoria aplastante sobre H itle r, las g ig an ­
tescas obras p acíficas d el períod o de posguerra, la capacidad de la
U .R .S .S . de produ cir tam bién bom bas atóm icas, etc., etc., ponen de m a­
n ifiesto irrefu tablem en te ante el m undo entero el alto nivel económ ico y
técnico de la econom ía socialista y su curva de desarrollo sin cesar as­
cendente.
T o d o esto d eja m al parada la propaganda del inm inente derrum ba­
m iento. E sta propaganda no puede abandonarse, p o r supuesto, pero su
fuerza de convicción va constantem ente en declive y necesita sustituirse
por otros m edios. P ero estos otros m edios revelan aquí, donde se libran
en el terreno ideológico las batallas decisivas de la guerra fría , él nivel
sin cesar decreciente de la propaganda antisoviética. Los intentos de una
nueva ofensiva sólo pueden llevarse a cabo p o r la v ía de la calum nia
descarada, p o r m edio de los falsos testim onios de los agentes policiacos
a sueldo. P ara darse cuenta de esta b a ja de nivel, basta pensar que hace
unos treinta años era O tto B au er el principal id eólogo de las teorías del
derrum bam iento y la intim idación, m ientras que ahora los norteam erica­
nos tienen que recurrir a los K raw tschenko. Y , com o aquí se trata del
problem a ideológico central, esto sirve de ín d ice exacto de cóm o h a des­
cendido tam bién el nivel en los cam pos no directam ente propagandísticos,
com o los de la econom ía, la filo s o fía , etc.
N ad a revela m e jo r que la p olém ica m antenida entre Cam us y Sartre
cuán profundam ente h a calado e l "p rin cip io K raw tschenko” en las dis­
cusiones filo só ficas que podrían parecer más abstractas. E l ú ltim o lib ro
d e Cam us fu e analizado en una crítica muy severa, pero o b jetiv a, de
Francis Jeanson, publicada en la revista de Sartre. Cam us escribió una
respuesta llen a de encono, en la que se rehuyen todas las argum entaciones
sustanciales, principalm ente en to rno al problem a de la historicidad, sobre
el que volverem os brevem ente m ás adelante, para colocar en el centro de
u n debate filo só fico la cuestión K raw tschenko y e l tem a de los campos
de trab ajo pu nitivo en la U n ió n Sov iética; y esto, en una p olém ica sobre
H eg el y M arx, sobre la revolución, sobre la necesidad histórica y la li­
bertad del individuo. E n su réplica, Sartre se niega, y con razón, a entrar
en los dislates dem agógicos de Cam us. R e fu ta serenam ente sus argum en­
EPÍLOGO . 637

tos, y s e contenta, en esté punto, con desenm ascarar la m ala fe m o ral de


C am us y de sus congéneres. "H ab lem o s en serio, Cam us — -le dice— , y
d ígam e usted, p o r fav or, qué sen tim ientos suscitan las revelaciones de
R ou sset en un anticom unista. ¿Son, acaso, sentim ientos de desesperación
o de am argura? ¿E s un sentim iento de vergüenza de ser h o m b re? ¡N ad a
d e e s o ! . . . L a única sensación que esa clase d e inform aciones despier
tan en él — trab ajo m e cuesta d ecirlo— es la de alegría. A le g ría de tener,
p o r fin , en la m ano la deseada prueba, de ten er ante los o jo s lo que se
deseaba v er.”
T am bién , en la id eología y e n la propaganda del hitlerism o desem pe­
ñaban un papel decisivo, com o es natural, tales m otivaciones. L o hem os
puesto de m anifiesto con todo d etalle en su m om ento oportuno, y asi
m ism o hem os señalado reiteradam ente cuán im portante eran, en relación
con esto, las especulaciones en to rn o a la desesperación de las masas en
los países capitalistas y con cuánto cinism o p o n ía H itle r la desesperación
y la em briaguez al servicio del fo rtalecim ien to de la dom inación del ca­
pitalism o m onopolista. Sin em bargo, todo esto apareció encubierto du
rante m ucho tiem po p o r el b rillan te sim ilor de la dem agogia social. Para
ilustrar la d iferen cia con respecto a la situación actual, basta con rem itirse
al im pacto em ocion al de una consigna com o la del "ap lastam iento de la
servidum bre del interés” , en contraste con las consolaciones lippm annianas
acerca de la elim inación de los m onopolios p o r la v ía legislativa. A d e­
m ás, para H itle r la desesperación era un punto de partid a socialm ente
dado, m ientras que la apologética d irecta de hoy d ía trata precisam ente
d e im ped ir que llegu e a producirse un estado d e desesperación social. P or
tan to, lo que para H itle r era un v eh ícu lo es, actualm ente — en este res­
pecto— un obstáculo.
Y tam poco este antagonism o es proyectado por la id eología sobre la
realidad, sino que es la realidad social la que determ ina el punto de p ar­
tid a y la m eta d e la propaganda. C o m o H itle r aderazaba el capitalism o
m o nopolista b a jo una fo rm a "so cialista” , p o d ía abusar para sus fin es
de la desesperación y la indignación que en las m asas provocaba el hecho de
verse explotadas por el capitalism o. L a id eo lo g ía de las clases dom inantes
en los Estados U n id os es, por el contrario, la del m antenim iento inva
riable del capitalism o m onopolista; no debe, p o r tanto, espolear el des
con ten to de las masas, sino, p o r e l contrario, aplacarlo. N o cabe duds
de q u e muchos activistas del im perialism o norteam ericano se percatan d<
que la apologética directa del capitalism o m o nopolista los coloca, par,;
los fin e s de propaganda, en u n a situación d esfav orable con respecto a 1;
apologética indirecta de H itle r. Y surgen así, necesariam ente, intento
encam inados a descubrir nuevas fo rm as de apologética indirecta, en con
sonancia con las condiciones norteam ericanas. ¿P ero, có m o ? L a contrapo
lic ió n entre la apologética d irecta y la indirecta no es una sim ple cuesti«'
638 EPÍLOGO

de fo rm a, sino una cuestión de contenido social. Las masas oprim idas y


explotadas p o r el Capitalismo m onopolista buscan un escape a esta situa­
ción. Las secas explicaciones intelectivas de los Lippm ann y com pañía
acusan grandes fa lla s; y éstas se abren paso, constantem ente, en ellas b ajo
la fo rm a del irracionalism o y la desesperación.
E l m ás conocido y eficien te intento de encontrar una base teórica nueva
y m ás sugestiva m ediante el cam bio de rum bo hacia la apologética in d i­
recta tan eficazm ente m anejad a p o r H itle r y sus ideólogos es The Mana-
gerial revolution de B urn ham . E n esta fórm u la se percibe con una gran
claridad la tendencia a recoger y desarrollar la estructura decisiva de la
apologética ind irecta: Burnham no trata de negar las contradicciones del
capitalism o m onopolista, ni pretende siquiera tom arlas a la ligera, com o
un "o bstácu lo ” fácil de vencer. P or el contrario, tom a estas contrad ic­
ciones, exactam ente lo m ism o que H itler, com o punto de partida y,' a
base de su análisis, se esfuerza p o r ofrecernos una nueva y sugestiva
perspectiva dem ágógico-social. Com o se trata de un renegado trotskista,
le resulta muy fácil operar con la equiparación del bolchevism o y el
fascism o. Y a esto hay que añadir un com plem ento tom ado directam en­
te de la tecnocracia (y que, en germ en, se contenía ya en T h o rstein
V e b l e n ) : el que consiste en sostener que tam bién b a jo el capitalism o
norm al se opera un proceso análogo, a saber: que los propios capitalis­
tas, poseedores legales de los m edios de producción, van aleján d o se cada
vez m ás de ésta, particip an cada vez m enos activam ente en su dirección,
pata ir dejando e l puesto a los altos fu ncio narios o gerentes, a lo s ma­
nagers d e Burnham .
Com o todas las "sab id u rías” de la apologética actual, tam bién ésta
es, naturalm ente, una sabiduría v ie jísim a. Y a e n 1 8 3 5 llam aba U re al
manager, en su Philosophy o f Manufacturs " e l alm a de nuestras em ­
presas” . Burnham , com o en su d ía el hoy convertido en clásico M althus,
no sólo es un sico fante sin escrúpulos, sino que es, además, un descarado
saqueador de la literatu ra económ ica caíd a en el olvido.
E l gobierno efectivo de los managers es, p o r tanto, según Burnham ,
el gran principio com ún que preside el actual desarrollo de la econom ía;
este p rincipio se im pone — b a jo form as políticam ente distintas— lo m is­
m o en el socialism o que en el fascism o y en los Estados U nidos. D e este
m odo, disuelve y volatiliza B urn ham — com o en su d ía los ideólogos del
hitlerism o y exactam ente lo m ism o que los sem ánticos— todas las d ife ­
rencias y todos los antagonism os de la realidad económ ico-social entre
los d iferentes sistemas. N ace así una noche sem ántica en la que desapa­
recen los conceptos, en la que el fu ncio nario o el d irector de una fábrica
com unista aparece equiparado al geren te capitalista.
Pero, sea de e llo lo que quiera, lo cierto es que B u rn h am nos o frece
por este cam ino un esquem a de apologética indirecta. T am b ién é l pre­
EPÍLOGO 639

texta — com o H itle'r— , dem agógicam ente, negar el capitalism o. T am b ién


él niega — com o H itle r— que la h istoria plantee el dilem a de capitalism o
o socialism o. T am b ié n él afirm a — com o H itle r— haber descubierto
tertium datur. C laro está que, pese a toda esta p ro fu n d a afinidad met®SP_
dológica, los cam bios de los tiem pos y la d iferencia del m edio en que * ,.(■
actúa im prim en su sello sobre el contenido y la fo rm a de ambas construc- J
ciones. H itle r pasa p o r encim a del dilem a de capitalism o o socialism o cort •.
ayuda de un m ito irracfonalista provocador de fu ertes em ociones. (P a r ­
tiendo de la desesperación y el ansia de liberación de las masas, b a jo la
desventura de la crisis de 1 9 2 9 .) T am b ié n B u rn h am esboza los contornos
discursivos de un m ito, pero lo hace en el tono sobrio y fr ío de la seca
"cie n tificid a d ” o b jetiv a. M as aún, m ientras que en H itle r el contenido
esencial de la id eo lo g ía proclam ada se desprende directam ente de la so­
lución m ítica del dilem a, B urn ham trata de deslindar escueta y tajan te­
m ente la aseveración cien tífica ( e l m ito ) y la id eo lo g ía; pero de este
p roblem a tratarem os en d etalle más adelanté. Y a esta d iferen cia de tono
acusa la d iferencia de los tiem pos y de las circunstancias en que se trata
de in flu ir, y repercute fuertem ente en la propia m etod o logía, com o ya
por lo anteriorm ente dicho se puede ver. P o r muy cín ico que fu era H itle r
— y lo era m ucho— com o je fe de propaganda y m áxim o verdugo del
capitalism o m onopolista, po d ía contar co n que la pred icación de su m ito
arrastraría tras s í a las m asas desesperadas. ¿P ero, qué p o d ía esperar de
su m ito B u rn h am ? L a apologética indirecta del capitalism o m onopolista,
com o cuyo p ro feta actúa, sólo puede cond u cir, e n e l m e jo r de los casos,
a una "circu lació n de la élite” (P a r e t o ) . Y esto só lo puede representar, a
lo sum o, una id eología consolatoria para la burguesía y la intelectualidad
burguesa, ante una conm oción social realm ente profun da.
A m bos — lo m ism o B u rn h am que H itle r— aspiran, no sólo a la sal­
vación, sino tam bién a la consolid ación del capitalism o m onopolista. P ero
H itle r pretende log rar esto b a jo la apariencia de una "rev o lu ció n ” , que
haga — aparentem ente— estrem ecerse toda la sociedad. Es cierto que tam ­
bién B urn ham habla de una revolución, pero incluso en su exposición
vemos que se m antiene intacto todo el habitácu lo del capitalism o y, en
especial, su actitud ante las m asas trabajad oras. L a "rev o lu ció n ” se opera,
exclusiva y visiblem ente, en la capa d irigente. T a n to H itle r com o B u rn ­
ham pisan, naturalm ente, sobre el terreno del desprecio de las masas. N o
obstante, H itle r desencadena un m ovim iento de m asas y su dem agogia
d eja en p ie, incluso b a jo la dom inación nazi, la apariencia de una in flu e n ­
cia de masas, m ientras que B urn ham — exactam ente lo m ism o que los
liberales a los que tanto desprecia— considera la "m a sifica ció n ” com o el
gran p elig ro y se esfuerza, a to no con ello , p o r atar corta, abiertam ente,
a todo lo que sea e l poder de las masas. E s, pues, muy natural que
B u rn ham , pensando así, equipare la propaganda de la prensa hitleriana
640 EPÍLOGO

y norteam ericana al esclarecim iento -de la conciencia y a la educación de


las m asas p o r el com unism o. T o d o lo cual trae com o consecuencia el que
el paso a la apologética indirecta, en B urn ham , no logre crear ningún
m ito eficaz, del que directam ente puedan derivarse las consignas incen­
diarias de la dem agogia social. L a apologética indirecta de B urn ham
culm ina, sim plem ente, en el postulado de que debe crearse una id eología
adecuada; pero ésta es, en él, algo cuidadosam ente separado de la — su­
puesta— teo ría cie n tífica o b jetiv a, algo com pletam ente aparte de ella, en
cuanto al contenid o y en cuanto al m étodo.
P o r tanto, lo que en H itle r fo rm aba una unidad aparece, en B urn ham ,
disociado. La ciencia es, aquí, "o b je tiv a ” (e n el sentido de la sem ántica,
del neom ach ism o) y no tiene, de p o r sí, absolutam ente nada que ver con
la ideología, con la propaganda. E sta "o b jetiv id a d ” le sirve a B urn ham
para sugerir a sus lectores el carácter fatal e inevitable del d esarrollo a
base de los managers. L a ideología, en cam bio, se h alla determ inada
por las tareas concretas de cada m om ento y no tien e nada que ver con
la realidad ob jetiv a del d esarrollo social, ni con nuestros conocim ientos cada
vez m ayores acerca de ella. Las ideologías deben, según B u rn h am : " l 9,
expresar actualm ente, p o r lo m enos a grandes rasgos, lo que corresponde
a los intereses de las clases dom inantes en cada m om ento y ayudar a
crear un m odelo de pensam ientos y sentim ientos que favorezca el m ante­
nim iento de las instituciones y las relaciones cardinales de la estructura
social dada; 2 9, expresarlo, al m ism o tiem po, de tal m odo que pueda
apegar a - la s sentim ientos de las masas.- U n a ideología que abrigue los
intereses de la clase dom inante dada no ten d ría valor alguno com o ce­
m ento social si proclam ara abiertam ente su fu nció n, que es la de asegurar
el poder de la clase dom inante sobre el resto de la sociedad. La ideología
debe hablar, ostensiblem ente, ep nom bre de la 'hum anidad’, del 'pu eblo’,
de la .’raza’, del 'fu tu ro ’, de 'D io s ’, del 'd estino’, etc.”
R esultaría d ifíc il im aginarse un grado más alto de cínico desprecio por
el pueblo que el que aquí se expresa. Sin em bargo, B urnham pretende
que no se le confunda, en este punto, con aquellos de sus colegas a ju icio
de los cuales una id eología cualquiera puede cum plir con estas funciones/
siem pre y cuando que disponga del aparato de propaganda necesario.
T ales puntos de vista son falsos, según él. " S e trata — nos dice— de algo
más que de una háb il técnica de propaganda. U n a ideología e fic ie n te debe
aparecer ante las m asas — aunque sea en una fo rm a confusa— com o si
expresara algunos de sus intereses.” Esta d elim itación de cam pos es, hasta
ahora, el apogeo del cinism o. E s cierto que, en los últim os años, hem os
tenido ocasión de v er y de vivir m uchas cosas; hem os podido conocer,
entre otras, las conversaciones de H itle r con R auschning. P ero el lib ro de
Burnham rebasa todas las m ed id as: es algo así com o si R osen berg hubiese
puesto com o apéndice a su Mito del siglo xx, a m anera de com entario
EPÍLOGO 641

explicativ o, el texto de aquellas conversaciones. B urn ham , com o p ro feta de


la nueva apologética indirecta, es, p o r así decirlo, su propio R auschning.
P ero esta culm inación del cín ico desprecio p o r el hom bre no presenta
solam ente e l aspecto m oral que hem os venido considerando. O fre ce tam ­
bién aspectos p o lítico s de alcance práctico . E s cierto que tam bién JUitler
h acía de vez en cuando m anifestaciones d e un cinism o sem ejan te (c o m ­
paración entre la propaganda p o lítica y la publicid ad de una m arca de
ja b ó n ) , p e to creó al m ism o tiem po u n a id eo lo g ía concreta d iabólicam ente
eficaz, que, a pesar — o tal vez precisam ente p o r ello— de presentar el
m ás b a jo nivel espiritual y m oral alcanzado hasta entonces en la historia
hum ana, dem ostró poseer una trem end a y p eligrosa fuerza m ovilizadora
d e m asas. Burnham , en cam bio, se contenta co n la receta cínicam ente es­
bozada d e una id eología eficaz, dando com o p retexto de ello e l que la
"cie n cia ” m antenida p o r él es dem asiado buena para fab ricar ideologías.
(L o que no le im pidió, ciertam ente, convertirse, después de la guerra, en
uno de los principales propagandistas d e la nueva a g re sió n .)
E ste dualism o expresa, en realidad, la im potencia dé B u rn h am para
seguir desarrollando, hasta conv ertirla en una id eo lo g ía capaz de entusias­
m ar a las grandes masas, su apologética indirecta, creada precisam ente con
el fin de com pensar y sobrepasar la d éb il in flu en cia que sobre las m asas
e je rc ía la apologética directa del capitalism o m onopolista. Y se contenta
para ello con una receta m etodológica, p o r la sen cilla razón de que, hoy,
ya no es p osible encontrar una id eo lo g ía eficaz para esta apologética
indirecta. ¿Cóm o puede nadie creer que las masas obreras vayan a entu­
siasm arse con la perspectiva/ de ver a los poseedores de acciones, a los
capitalistas, sustituidos por sus g eren tes? Sobre todo, si tenem os en cuenta
que, según el propio Burnham , las condiciones obreras deberán m ante­
nerse inalterables.
E l reproche que B urnham hace a los tecnócratas cuando les dice que
han pregonado dem asiado abiertam ente sus fin es se le puede aplicar, por
tanto, a él m ism o. Pero, pasando esto p o r alto, el com entado intento, ya
hecho célebre, de crear una apologética indirecta al servicio de los fin es
del im perialism o norteam ericano, es una con firm ació n de cóm o el paso
a la apologética directa no responde, ni m ucho m enos, a la torpeza o a la
inexperiencia de los ideólogos, sino que es, p o r el contrario, una conse­
cuencia id eológica necesaria de la estructura y de las posibilidades de
acción d el im perialism o estadounidense. Y el pro pio B u rn h am nos su­
m inistra la prueba de ello con sus escritos posteriores de propaganda de
guerra, encam inados a crear una id e o lo g ía para la cruzada contra la U n ió n
Sov iética y en los que ya no se in siste para nada, q p oco m enos, en su
Managerial revoluúon.
642 EPÍLOGO

III

T o d o e s t o nos lleva ál segundo co m p lejo de la dem agogia, a la dem a­


g o g ia nacional. C om o hem os visto en su lugar-oportuno , H itle r supo en­
cauzar las em ociones nacionales legítim as, y p o r ello m ism o fácilm ente
inflam ables, de los alem anes hacia una id eología chovinista de agresión
y de conquista del m undo. B urn ham y quienes con él predican la apolo­
gética indirecta proponen la m ism a m eta, no sólo para el pueblo n or­
team ericano, sino para todos los pueblos. Son incapaces, sin em bargo, de
p o n er en p ie una ideología a tono con esto. Y el propio H itle r fracasó
en el intento de extender su ideología p o r encim a de las fro nteras de
A lem ania, para convertirla en la ideología de la "n u eva Europa” .
P ero el fracaso de B iirn h am and Co. arranca ya de m u ch o , antes.
¿C óm o,, éh efecto, v a a lograr nadie entusiasm ar al norteam ericano co ­
rriente por una defensa de su patria en las m árgenes del río Y a lú o en
M arruecos? Se com prende que un puñado de capitalistas m onopolistas y
sus peones arda en- entusiasm o a n te tales planes: Y se com prende, asi­
m ism o, que incluso los hom bres corrientes — b ajo la acción de una p ro ­
paganda de guerra com pacta y m anejad a p o r los m onopolios— sostengan
en los clubes o én los cafés fogosas conversaciones en torno a esos te m a s .1
p e ro la gran cuestión consiste en saber qué quedará en p ie de ello cuando
esas palabras traten de lleyárse a la práctica, cuando se conviertan en
candentes problem as personales de vida o m uerte. Y lo cierto es-q u e lo s
in form es realistas qué poseem os acerca d e k segunda guerra im perialista
no d ejan m ucho m argen a las esperanzas de lo s instigadores de una nueva
guerrá. A pesar de que hace ya m ucho tiem po que se viene viendo en el
Jap ó n el "en em ig o trad icio nal” y de que la guerra pasada com enzó con
la agresión japonesa sobre PearI H arbou r, lo s soldados norteam ericanos
de la novela de M a ile r .se expresan así: "¿ Q u é m e h an hecho a m í esos
m alditos japs? M e tien e com pletam ente sin cuidado que se m anténgan
o no en p o sésió h -d e esa condenada ju n g la .” Y , en seguida, pasan a ex­
presar su odio verdaderam ente rabioso contra sus propios superiores. L a
m ism a situación, aunque en un to n o más apático, p in ta el novelista
B ro m fie ld . Y si en la novela de S te fan -H ey m aparecen algunos soldados
entusiasm ados con la guerra es, sencillam ente, porque se les ha h ech o
creer — d e un m odo sim plista— en u n a cruzada p o r la expansión de la
dem ocracia; en realidad, esta n ovela versa precisam ente sobre el desen­
gaño que en ellos produce la verdadera p o lítica im perialista de los E s ­
tados U n id os en la A lem ania ocupada, a causa de la opresión de la de­
m ocracia, la p ro tección dispensada a los fascistas p o r los je fe s del e jé rc ito
de ocupación, etc. Y en e l m ism o sentido hablan las experiencias que s e
poseen acerca d e lo s efectos de la gu erra de C orea.
EPÍLOGO 643

E l problem a central, para los B urn ham s, consistiría, pues, en hacer


com prender al hom bre sen cillo y co rrien te que la existencia nacional del
pueblo norteam ericano se h alla am enazada p o r los "d esig n ios agresivos”
de la U n ió n Soviética. S in em bargo, h e aquí lo q u e' dice el pro pio B u rn -
h am : "C u alqu iera que sea la verdad acerca del potencial m ilitar del
E jé rcito R o jo , parece razonablem ente claro que la je fatu ra com unista
co n cib e su papel m ilitar com o una d efensiva estratégica.” Y B u m h am
tom a tan en serio este carácter d efensivo de toda la p o lítica de la U n ió n
Soviética, que — coincidiendo con algunas declaraciones de M acA rthu r—
llega, partiendo de aquí, a estas conclu siones: "D u ra n te dos o tres años,
estarem os en libertad de obrar fre n te a la U n ió n Soviética y el com unism o
com o m e jo r nos parezca, sin exponernos a un co n flicto m ilitar.”
Estas palabras expresan desem bozadam ente la id eología de la agresión
fran ca y descarada. N o es, pues, culpa de B u m h am y d e .s u s cofrades
propagandistas, si fracasan en la m ovilización de las masas para una su­
puesta p o lítica de propia d efensa nacional. Fracaso tanto m ás natural
cuanto que la p o lítica de paz de la U n ió n Soviética y su disposición a
negociar se revelan cada vez más claram ente ante las masas, que ven cóm o
el gobiern o de la U .R .S .S . reafirm a incansablem ente en todas sus decla­
raciones que la coexistencia p acífica de d iferentes sistem as sociales es algo
absolutam ente posible y deseable. P o r tanto, la d iferen cia práctica entre
la apologética indirecta de H itle r y la apologética d irecta d e los norte­
am ericanos se revela, aquí, en que m ientras H itle r supo encarrilar g ra­
dualm ente a los trabajad ores alem anes, a fuerza de m aniobras, hacia una
guerra im perialista de agresión, los im perialistas norteam ericanos y sus
ideólogos se ven obligados a com enzar precisam ente p o r el punto a donde
H itle r había logrado llegar, p o r fin , al cabo de una larga cadena de
preparativos y de fraudes.
La causa más profun da de esta situación radica en que los ideólogos
del im perialism o norteam ericano, y sobre todo B urn ham , no consideran
en p rim er térm ino a la U n ió n Sov iética com o la po tencia p o lítica rival de
los Estados U n id os — pues ellos m ism os se ven, con frecuencia, com o
hem os dicho, obligados a reconocer que no existe, en m odo alguno, por
parte de la U n ió n Soviética, sem ejante rivalidad estatal en torno a la
h egem onía sobre el mundo— , sino que e l verdadero p elig ro reside, para
ellos, e n la d ifusión del com unism o, e n que ven en éste, y no en el Estado
socialista, su verdadero adversario. L o que a nosotros nos interesa aquí
son, sobre todo, los aspectos ideológicos d e este co m p le jo d e problem as;
precisam ente p o r ello no es nada nuevo, para nosotros, el antagonism o
q u e acabam os de ver expresado. E l enem igo p rincip al de la id eología
de la burguesía im perialista es, desde N ietzsche, el socialism o. E s cierto
q u e esta lucha fu e durante m ucho tiem po una lucha predom inantem ente
ideológica (au n q u e com binada, p o r supuesto, co n las represalias del E s­
644 EPÍLOGO

tado b u rg u és). Sólo desde el triu n fo del socialism o en la U n ió n Soviética


se entrelaza esta lucha, cada vez más intensam ente, con los m edios de la
p o lítica exterior de las potencias im perialistas. Y es muy natu ral que
d icha lucha tienda a agudizarse cada vez m ás a m edida que crece el p o ­
d erío de la U n ió n Soviética y con la victo ria del socialism o en otros
Estados.
N o entra en los propósitos de la presen te o b ra investigar hasta qué
punto la p o lítica exterio r de las potencias im perialistas — desde el apoyo
dispensado a un K o ltch ak y a u n D e n ik in hasta la guerra fr ía actual—
contiene elem entos cada vez m ás acusados de guerra civil. A nuestro tem a
sólo interesa señalar aquí que, co n e llo , la lucha contra la id eología co­
m unista aparece hoy colocada m ás que nunca hasta ahora en el centro de
todas las controversias. O bjetiv am en te, ya v en ía sucediendo así desde los
tiem pos de N ietzsche; sin em bargo, la nueva tó n ica adquirida de entonces
acá p o r el problem a representa algo cu alitativam ente nuevo. Y a hem os
podido advertir y hacer notar, en el curso de nuestras anteriores consi­
deraciones, cóm o la agudización de la lucha va unida a un constante des­
censo del nivel m oral y espiritual de la id eología burguesa. A sí se per­
cibía ya, al pasar a este cam po de batalla, en el propio N ietzsche, en
com paración con los fundadores del m oderno irracionalism o cuyo blanco
de lucha era el concepto burgués del progreso. Este descenso de nivel
culm inó, m om entáneam ente, en H itler. H oy, vem os cóm o lo sobrepujan,
con m ucho, B urn ham y sus congéneres. E n B urn ham , surge necesaria­
m ente esta pregun ta: ¿qué puede y debe contraponerse a la concepción
com unista del m u nd o? H itle r contaba todavía con las irisadas pom pas de
jab ón de su m ito ; en B urn ham sólo queda flo tan d o el agua sucia.
T a m b ién B urn ham se da cuenta de que radica aquí uno de los lados
débiles de su posición. P or eso se resiste violentam ente contra toda pre­
tensión de elevarse a una concepción del m undo. M uchos se han d ejado
fascinar — nos dice— p o r esta apelación a una concepción del m undo y
exigen, de parte de la burguesía, algo parecido. " Y com o nosotros — aña­
de— , en virtud de la naturaleza de la situación, no podemos abrigar se­
m ejan te fe , nos vem os em pujados, insensiblem ente a una actitud de este­
rilidad y pasividad.”
B u rn h am pretende recobrar la actividad, el esp íritu de ofensiva, m e­
diante dos argum entos: en p rim er lugar, id en tifica la concepción del
m undo co n el totalitarism o y considera precisam ente la carencia de una
concepción d el m undo en el m undo burgués actual com o el m ás alto valor
d e éste, com o un p atrim onio sagrado que hay que defend er. E n segundo
lugar, reputa com o alg o superfluo, desde el punto de vista po lítico-p rác­
tico, una concepción del m undo. " N o es cierto, en segundo lu gar — argu­
m enta— que una guerra o una lucha social sólo pueda librarse con éxito
cuando el program a y su d efensa adopten una form a 'positiva'. La ver­
EPÍLOGO 645
dad es casi siem pre lo contrario. .Los hom bres com prenden, en gen eral,
con m ucha m ayor claridad contra qué luchan que a favor de qué se m a­
n ifiesta n .” Y aduce com o e jem p lo d e ello la R eyolu ción francesa, en
cuanto negación del antiguo régim en.
N o hace fa lta poseer conocim ientos históricos muy pro fun d o s para
p enetrar en la so fística de esta argum entación. C uando los cam pesinos
fran ceses se op onían a l feud alism o, esto no era más que una expresión
verbal — entre m uchas— de q u e aspiraban a la propiedad de la tierra, al
derecho a disponer librem en te de su trab ajo y d e los productos de éste,
a la libertad p o lítica, etc., es decir, a algo, positivo. E n la realidad so­
cial, las form as de expresión negativa y afirm ativa fo rm an una unidad
d ialéctica inseparable. N o existe en la realidad social ningún no que no
entrañe, al m ism o tiem po, alg o sustancialm ente positivo. H asta los des­
tructores de m áquinas aspiraban a afirm ar algo, m ediante su com porta­
m ien to negativo; lo que i)0 q u iere d ecir — pues esto es ya otro p ro ble­
m a— que sus aspiraciones positivas n o aparecieran envueltas, de un m odo
extraordinariam ente confuso, en u n a serie de p reju icios retrógrados. Pero
esta con fu sión no e xistía ya en la R evolución francesa, en cuanto se tra­
taba d e sus m etas dem ocrático-burguesas; la co n fu sió n com enzó cuando
las contradicciones de la victoria fu ero n apuntando m ás a llá de la socie­
dad burguesa (co m o característica id eológica del carácter p rim itivo e in ­
cip ien te de la intuición del socialism o, tal com o p o r aquel entonces era
p o s ib le ); pero sin adoptar tam poco aquí la form a de la pura negatividad
postulada por Burnham .
H u elga decir que el punto de vista de B urnham es tam bién insostenible
en el terreno filo só fico . Es un m ito existencialista — cuya insostenibilidad
creo haber puesto de m anifiesto en m i estudio sobre estos problem as—
eso de que a la negación pueda corresponder una realidad especial y
peculiar ( " l a nada anuladora” de H e id e g g e r ); afirm ación y negación se
refieren a una y la mism a realidad o b jetiv a y expresa — b a jo form a no
pocas veces diferente, y eventualm ente con ciertas divergencias in trín se­
cas— e l m ism o contenido de realidad. P ero, p o r insosten ible que filo só ­
ficam en te sea esta conversión de la negación en un fetich e, es evidente
que descansa sobre fundam entos reales de carácter social. Es la autode­
fensa ideológica de aquella intelectualidad que ha perdido todo punto
social d e apoyo y que se siente, p o r ello , totalm ente aislada dentro de la
sociedad, enfrentad a a la nada. (C la ro está que la nada de esta situación
es, a su vez, algo dotado de existen cia positiva, y cuando la describen
escritores de la talla de D ostoyevski, su im agen sólo se distingue, en la
p sicolo gía de tales personajes, de la del hom bre norm al. Sólo al llegar
a la extrem a decadencia se in fla esta p sico lo g ía hasta convertirla en un
elem ento constructivo de la estructuración d e la m ism a realid ad; y surge
entonces una literatura que fo rm a pendant con la filo s o fía del existencia-
646 EPÍLOGO
lism o .) A h o ra bien, B u rn h am pretende hacer de este nihilism o e l punto
d e partid a ideológico de la lu ch a contra e l com unism o: convierte en una
virtud la necesidad a que se ve condenado e l m undo d efend ido p o r él
d e no poseer una concepción del m undo, de no tener ya ninguna clase de
ideales; una virtud, sin em bargo, que sólo puede serlo a los o jo s de los
intelectuales parasitarios y decadentes.
C ierto que constituye un fenóm eno gen eral de nuestros días el que la
d efensa del "m u n d o lib re ” , com o supuesto fundam ento para un desarrollo
sano de la hum anidad, se llev e a cabo en íntim a alianza con la decaden­
cia- intelectual y m oral. Y esta alianza no tien e nada de casual. D e una
parte, todos los decadentes perciben instintivam ente que sólo pueden en­
contrar una base de existencia en un m undo objetivam ente podrido, aún
cuando subjetivam ente crean hallarse en enconada oposición a el. Y , c h
otra parte, el cinism o p o lítico de los sistemas extrem adam ente reaccio­
narios puede aprovechar excelentem ente a estos ideólogos nacidos de la
decadencia; nada tien e de extraño que un B urnham ocupe en el m undo
de hoy, sobre poco más o m enos, el puesto que ayer ocupaban un R osen­
b erg o un G o eb b els: los tres representan el m ism o o parecido tipo dé
decadencia. L a ideología de la apologética directa del capitalism o m ono­
polista se ve obligad a a operar con los recursos de un cinism o h ip ócrita:
a reprim ir toda libertad de los pueblos en nom bre de la libertad y la
dem ocracia, a preparar y lib rar la guerra b ajo el m anto de asegurar
la paz, etc. A lo q u e hay que añadir que esta propaganda no sólo m a­
n e ja e n sus afirm aciones la m entira crasa (m éto d o K ra w tsch e n k o ), sino
que trab aja tam bién de otro m o d o : presentando com o inexistentes, con
ayuda del m onopo lio de la prensa, los d iferentes crím enes perpetrados
por el im perialism o (g u erra de bacterias, m alos tratos a los prisioneros
de guerra coreanos y chinos, e t c .) . N o cabe duda de que, así com o R osen­
berg y G oebbels eran los propagandistas "in n a to s” de H itle r, los cínicos
hipócritas tipo B urnham son los ideólogos "in n a to s” de la guerra fr ía
actual.
N o tenem os p o r qué entrar a exam inar e n d etalle aquí las consecuen­
cias y perspectivas políticas de sem ejante propaganda. Pondrem os un solo
e jem p lo ilustrativo de cóm o este nihilism o se proyecta sobre la ideología
de la p o lítica práctica, de cóm o, al sacar las consecuencias contenidas en
la situación social y en la id eología que de e lla brota, desenm ascara su
propia naturaleza y su propia nulidad. A d albert W ein stein , ex-o ficial
d el Estado m ayor de la W eh rm ach t hitleriana, pu blicó hace algún tiem po
una colección de trabajo s en la que se d efin e la esencia del ejé rcito ale­
m án entonces en gestación com o un "e jé rc ito sin pathos”. E l pathos
m ilitar, leem os aquí, es la exageración de los valores m ilitares; es, al
m ism o tiem po, el producto de la p ropia conciencia nacional, de la v o ­
luntad d e lucha y del o rgu llo varonil. E n el pasado, este pathos aparecía
EPILOGO 647

vinculado a la realidad de las guerras. E sté entronqu e quedó desgarrado


co n la propaganda hitleriana, p e to lo s soldados q u e luchaban en el fre n te
y que se despojaban de todo lo patético, procuraban aniqu ilar a l adver­
sario d ond e quiera que p o d ían h acerlo. D e todo lo Cual saca W e in ste in
conclusiones p o r este e stilo : " L a lu ch a de las naciones industrializadas
n o co n o ce ya e l pathos de la g u e r r a .. . P o r el m étodo de su educación
y en e l cam po de batalla, las tropas norteam ericanas son en realidad un
ejé rcito sin pathos.”
L a conclusión es, aquí, tan interesante com o el razonam iento que a
e lla conduce. W e in ste in ve claram ente que las guerras antiguas eran gue­
rras dotadas d e pathos (e s decir, con u n contenid o capaz d e entusiasm ar
a la, nación, a las m asas) y que este pathos desapareció co n H itle r. Per*
com o W e in ste in no es capaz d e op oner a los fin es de guerra antihum ana
de H itle r verdaderos ideales hum ano-sociales, hace de la necesidad uña,*
virtud — ni m ás ni m enos que B u rn h am , en el cam p o id eológico gene# „
ral— ■ y contrapone a la vacua propagand a h itlerian a u n a ausencia ideo? h
ló g ica to tal, buscando la causa d e la pérd id a d el pathos e n la indus­
trialización de A lem ania y N orteam érica, y no donde debe b u scarla: en
Ja trayectoria reaccionaria d e su d esarrollo social.
C on lo cual arriba W e in ste in , com o teórico de la guerra, exactam ente
al m ism o resultado a que h ab ía lleg ad o B urn ham , en su fo rm u lación g e ­
neral de la id eología. Y coincidencias com o ésta po d rían ponerse, hoy, de
relieve e n m uchos autores. Estas coincidencias revelan hasta qué punto
im pone la realidad p o r d oquier e l p lanteam iento d el p roblem a, e l m é­
to d o y la solución. Los ideólogos d el capitalism o m o nopolista sólo tien en
una respuesta puram ente negativa q u e o frece r a todos los problem as del
p resen te: p o r nada del m undo e l com unism o, cu alquier cosa m enos eso ;
y si n o tenem os ningún ideal p o sitivo que op onerle, esta nada es el
ideal. P ero , p o r muy cínicam ente q u e los B urnham s d efin an los criterio s
"so cio ló g ico s” d e u n a id eo lo g ía supuestam ente eficaz, de la nada no pue­
de extraerse, p o r arte de m agia, nada capaz de m ovilizar a las m asas y de
hacer q u e éstas .se entreguen de un m odo realm ente estable a una causa,
luchando p o r e lla a vida o m u erte; es decir, tam poco una id eo lo g ía en
él sentido de Burnham . E l m o n op o lio de la publicid ad puede aturdís
pasajeram ente a las masas p o r m ed io de m entiras proteicas y contrad ic­
torias, pero el ejem p lo de H itle r h a venido a dem ostrar que tales efectos
tropiezan con fu ertes obstáculos, a l chocar ininterrum pid am ente co n la
realidad.
A l en trar a exam inar las ideas d e W ein stein , hem os traspasado ya las
fronteras d e los Estados U n id os. N o teníam os m ás rem edio que hacerlo,
pues la cruzada contra e l com unism o predicada p o r B u rn h am trataba de
m ovilizar, n o sólo al pueblo norteam ericano, sino a los pueblos d e todos
los p aíses. E s aquí donde reside e l segundo p u nto d éb il de la id eo lo g ía
648 EPÍLOGO

reaccionaria hoy im perante. Y B urn ham proclam a tam bién esto con c í­
nico descaro: "L o s Estados U n id os necesitan aliados; aliados, y no m er­
cenarios. Y , sin em bargo, no es seguro quién es aliado suyo, quién puede
serlo y hasta qué g rad o .” E n la exposición dé Burnham , el cinism o hip ó­
crita se expresa en el hecho de que contraponga los aliados a los m erce­
narios, cuando la p o lítica exterio r va precisam ente encam inada a reclutar
m ercenarios, aunque dándoles el nom bre de aliados.
Estas dudas, que eran ya ju stificad as hace dos años, cuando B urnham
escribía lo que antecede, aparecen expresadas de un m odo m ucho m ás
claro y más concreto en un artículo publicado p o r Raym ond A ron dos
años después. T ratan d o de las relaciones entre N orteam érica y Francia,
habla este autor de los v iejo s y los nuevos colaboracionistas, "e s decir,
de aquellas gentes que se som eten a la dirección norteam ericana lo m ism o
que en los años pasados se som etían a la dom inación del T e rc e r R eich.
Y , desgraciadam ente, son tam bién, a veces, las m ism as personas” . Les
echa en cara a estas gentes — lam entándolo tam bién profundam ente—
" e l que precisam ente estos europeos occidentales no parezcan preocuparse
para nada de un predom inio ruso en el terreno cu ltu ral” . Y encuentra
— entre hom bres m arcadam ente no com unistas— la siguiente actitud: la
de los neutralistas; actitud que "n ie g a nuestra independencia y afirm a
pura y sim plem ente que los europeos tien en en sus m anos la posibilidad
de sacudir el llam ado predom inio de N orteam érica y. que el p elig ro de
guerra puede atenuarse, si no elim inarse totalm ente, tan pronto com o los
europeos se desem baracen totalm ente de sus poderosos protectores. Esta
concepción la encontram os b a jo su fo rm a extrem a, sobre todo, en F ran ­
cia, y especialm ente entre los intelectuales fran ceses” .
N o cabe duda de que todo esto es im portante en cuanto síntom a, pero
¿qué hay detrás de e llo ? Y a nos referíam os a esto hace unos m om entos,
al com entar los desahogos de B urnham acerca de los aliados y los m er­
cenarios. E l que fu era ju rista o ficia l de H itler, C ari Schm itt, ya detalla­
dam ente conocido de los lectores de este lib ro y que ahora no sólo ha
obtenido una am nistía total, sino que está a punto de verse elevado al
rango de teórico ju ríd ico del "sig lo norteam ericano” , ha dado la hasta
hoy m e jo r d efin ició n del princip io en que se inspira la p o lítica exterior
de los Estados U n id o s: cujus economía, ejus regio. Fórm ula que riva­
liza en cinism o con la de Burnham , pero la gana en p recisión: en ella se
proclam a con in solente descaro la pretensión absoluta de los Estados
U nidos a la dom inación m undial. N o en vano es este apotegm a una va­
riante, a tono con los tiem pos, del princip io de la paz religiosa de Augs-
burgo (cujus regio, ejus religio): en uno y otro se proclam an las rela­
ciones escuetas de poder com o criterios absolutos, sólo que ahora, com o
es natural, en una fase más alta y, p o r tanto, con un contenido económ ico
y un alcance absoluto desde todos los puntos de vista.
EPÍLOGO 649

C laro está que la prepotencia económ ica era ya de largo tiem po atrás,
en el m undo capitalista, un m ed io para inm iscuirse en los asuntos inter­
nos d e lo s Estados p o líticam en te independientes, aunque económ icam ente
som etidos. P ero , m ientras h ab ía d iferen tes grupos de potencias im peria­
listas q u e rivalizaban entre sí, esta m ism a rivalidad se encargaba de p oner
lím ites a tales ingerencias. E l desenlace d e la segunda G u erra M u n d ial
hizo q u é los Estados U n id os se quedasen en la liza, p o r lo m enos durante
e l p eríod o que va transcurriendo, com o la ú n ica po tencia im perialista
realm ente independiente desde el punto de vista económ ico. L o que quie­
re d ecir que la rivalidad entre los Estados im perialistas — que realm ente
sigue existiendo— no sólo se h a hecho extraordinariam ente desigual en
la- lín e a colon ial, sin o que, adem ás, las que hasta ahora venían siendo
potencias im perialistas van cayendo cada vez m ás b a jo la dependencia
económ ica de N orteam érica. Y es evidente q u e esta nueva situación se
acusa con fu erza cada vez m ayor en la supeditación de su p o lítica exterio r
e in te rio r y que, en lo exterior, la p o lítica d e los Estados U n id os se h alla
determ inada cada vez m as intensam ente p o r esta nueva base económ ica.
Y este estado d e hecho es el que expresa C ari S chm itt con la m ism a cín ica
fran qu eza con que en su d ía — cuando era el p eón ideológico de H itle r—
proclam aba el p rincipio de " ¡A y de lo s n e u tra le s!"
C om o e s ' natural, estos cam bios cualitativos operados en la situación
no pueden por m enos de cobrar sus re fle jo s ideológicos. L a fo rm a m ás
im portante de éstos es e l cosm opolitism o cada d ía más en boga, la co n ­
cepción de que la independencia de los Estados nacionales, su soberanía
nacional, ha pasado ya a la historia. (C la ro está que la boga del cosm o­
politism o no sign ifica, ni m ucho m enos, que se haya apagado totalm ente
el g rite río chovinista; baste pensar, para darse cuenta de que no es así,
en la cam paña de instigación contra las fro nteras del O d er y el N eisse, en
la A lem ania occidental. Sin em bargo, la corriente del chovinism o queda
ahora relegada a un segundo p la n o .) E l desarrollo económ ico, p o lítico
y cultural, dicen los ideólogos del cosm opolitism o, acucia cada vez con
m ayor fuerza en el sentido de la integració n de los Estados, de la supe­
ración de las soberanías nacionales y, en fin de cuentas, en la dirección
de un Estado m undial.
Podem os com probar aquí — com o ya en la id eología hitleriana— que
el pensam iento burgués deí períod o im perialista se ve obligad o a reco­
nocer, tácitam ente, su derrota en el duelo espiritual con el m aterialism o
histórico por cuanto que, aun com batiéndolo públicam ente con m ayor en­
cono todavía que antes, si cabe, sólo se revela capaz de levantar una
id eología propia fren te a él tom ando prestados elem entos suyós,
dos y retorcidos, para urdir así una con traid eología hecha de ret?
giversados del m aterialism o histórico. A sí se h ab ía urdido ya
lism o ” de H itle r; así se fabricó tam bién, con elem entos de éstos,
650 EPÍLOGO

de los managers de B urn ham (su p erflu id ad de los capitalistas en la


producción, e t c .) ; así vemos a Schm itt proclam ar la prim acía de la base
económ ica sobre la soberanía p o lítica, y así com probam os que ocurre
tam bién aquí. La concepción m arxista de la m isión histórica del capita­
lism o, de la creación de un m ercado m undial único y de una econom ía
m undial se nos presenta aquí, en las corrientes a que nos estam os r e fi­
riendo, b a jo una fo rm a caricaturizada, en la que todo se vuelve del revés
y todas las verdades se truecan en m entiras.
E n p rim er lugar, hoy m enos que nunca podem os decir que exista una
econom ía m undial capitalista. M ás de 8 0 0 m illones de hom bres viven
fu era de su órbita de acción. Y , en segundo lu gar — circunstancia ésta
que tien e una im portancia especial para el problem a del cosm opolitism o
y del Estado m undial— , es falso que la fo rm ación de una econom ía m un­
dial, d e un m ercado m undial, acabaría con la independencia de las .na­
ciones com o realidad pasada de moda. L a intensificació n de las relaciones
económ icas no trae consigo la abolición del desarrollo nacional propio de
cada país. Los avances del socialism o dem uestran, por el contrario, que
incluso pueblos que hasta ahora "carecían de historia” despiertan preci­
sam ente con el socialism o a una vida nacional consciente y que en todos
los pueblos que viven en régim en socialista la cultura nacional y la con ­
ciencia de la independencia nacional, lejo s de m orir, se fo rtalecen in in ­
terrum pidam ente.
Y con el m ism o ihovim iento nos encontram os en los países que viven
b ajo ' el capitalism o. M ás aún, la penetración del capitalism o en zonas que
hasta ahora se hallaban en una fase p recapitalista hace su rgir en todas
partes sentim ientos nacionales, una conciencia nacional y e l anhelo de la
independencia nacional. L a tesis histórica del cosm opolitism o, de la teo­
ría del Estado m undial, se h alla en flag ran te contradicción con los hechos
de la realidad de nuestro tiem po. Se apoya, naturalm ente, en determ ina­
dos hechos sociales. P ero tam bién aquí se revela claram ente la fu nd a­
m ental ceguera de la id eología im perialista: ésta se ve obligada, cierta­
m ente, a reconocer com o algo que existe en la vida social el auge de las
m asas hacia un nivel más alto de conciencia, su anhelo de im ponerse en
lo económ ico y en lo social, en lo p o lítico y en lo cultural, pero conci­
biénd olo com o una am enaza para la cultura y com o alg o reprochable; a
todo lo que aspira es, p o r tanto, a m antenerse a la defensiva. ( D e las
m edidas p o líticas de represión no tenem os p o r qué ocuparnos a q u í.)
R eiterada y detalladam ente hem os tenido ocasión de tratar de la historia
de esta actitud burguesa com o el p roblem a de la llam ada "m asificació n ” .
Y hem os visto tam bién cóm o la dem agogia social y nacional de H itle r
vino a representar, en este punto, para un breve períod o transitorio, una
aparente solución, p ro n to desm oronada.
O tra de las lim itaciones de la apologética d irecta del capitalism o hoy
EPÍLOGO 651

im perante consiste, en lo que a este p ro blem a se refiere, en que, retro­


cediendo a la ideología del liberalism o del siglo x ix , com parte su m iedo
a las m asas y su resistencia a la independencia de éstas, aunque, com o es
natural, b a jo una form a cu alitativam ente más acentuada, com o correspon­
de a las condiciones del período im perialista. E llo sig n ifica que esta
id eo lo g ía sólo tom a en consideración la situación y la perspectiva de la
clase dom inante y de su co rtejo in telectu al; el "tra b a ja r” a las m asas se
d eja a cargo de la propaganda (y d e la r e p r e s ió n ): la separación que
B u rn h am establece en tre ciencia y propaganda tien e, p o r tanto, su fu n ­
dam ento en la situación de la burgu esía im perialista después de la guerra.
P o r lo que se refiere — dentro d e estos m arcos— al p roblem a nacional
y el cosm opolitism o, el Estado m undial, etc., R . L om bard i llam a, fu nd a­
m entalm ente, la atención hacia el hecho de que toda colonización capitalis-
va aparejad a al apoyo prestado a las v ie jas clases d om inantes; éstas pactan
una alianza con los colonizadores, co n el fin de apuntalar su vacilante
poder: A ntes, eran las clases feud ales (y aún siguen siéndolo hoy, por
e jem p lo en algunos Estados á ra b e s ). E n la actualidad, a l ser "c o lo n iz a --
dos” p o r los Estados U nidos ciertos Estados capitalistas desarrollados e
incluso grandes potencias, asume el capitalism o m onopolista actual la fu n ­
ció n q u e en otro tiem po desem peñaran las clases feu d ales: se convierte
en el pu ntal "secreto ” de la traició n contra la independencia n a c io n a l;? ^
Sobre esta base, adquiere la id eo lo g ía d el cosm opolitism o secuaces re a le s ^ r ..
y no im potentes. L a consigna negativa de B u rn h am : defend erse a toda v
costa contra el com unism o, aun a cam bio de. renunciar a la soberanía
nacional, tiene, com o vemos, bases reales en esta capa so cial y en la in ­
telectualidad que la sirve. Y , partiend o de ellas, se convierte la ideología
del cosm opolitism o en la de la traició n a la patria, p o r principio .
E sta situación no sign ifica, por supuesto, que se superen los antago­
nism os y contradicciones reales existen tes en e l problem a nacional. P o r
el contrario, es un hecho que se agudizan constantem ente. L a d efensa
de la independencia y la soberanía nacional m oviliza en todos los pueblos
a sectores sociales que de por sí son in d iferen tes al com unism o o, incluso,
hostiles a él. A sí, pues, los diques levantados contra el com unism o a la
m anera norteam ericana conquistan al com unism o, necesariam ente, nuevos
aliados, ya que los com unistas, fie le s a las enseñanzas del m arxism o-
leninism o, actúan siem pre y en todas partes com o defensores y cam peones
de la libertad nacional y el derecho de los pueblos a d ecidir de sus des­
tinos. E n este punto, H itle r se estrelló ignom iniosam ente contra su p ro ­
yecto de "reo rd enacíó n de E uropa” . Los planes norteam ericanos, en­
cam inados a p oner de nuevo en p ie, en escala m undial, esta p o lítica
h itlerian a, fracasan al ponerse de m an ifiesto su im posibilidad, ya antes
de ser llevados a cabo.
Se reveía tam bién aquí p o r qué surgen y tien en necesariam ente que
652 EPÍLOGO

surgir p o r todas partes consignas ta n vacuas y de antem ano destinadas


a la esterilidad com o aquella de la "g u erra sin patbos” a que m ás arriba
nos referíam o s. L as consignas inflam adas, el pathos de la p o lítica o de
la guerra, só lo pueden brotar de las convicciones o los sentim ientos rea­
les d el p u eb lo ; la actitud de p rincipio de antagonism o fre n te a las aspi­
raciones populares, aquí esbozada p o r nosotros, es e l facto r que de ante­
m ano reduce la apologética directa del im perialism o norteam ericano a
una técnica de propaganda carente de contenido.
N o es m isión nuestra estudiar a fo n d o , aquí, esta técnica de propa­
ganda. Y a nos hem os referid o a un elem ento esencial de ella, que tras­
ciende a la id eo lo g ía: la utilización del m onopolio de la prensa, etc., que
perm ite presentar lo inexistente com o una realidad y afirm ar com o in exis­
tentes los hechos reales y m anifiesto s. T o d o esto sucedía ya b a jo H itler.
L a d iferencia consiste sim plem ente en que — considerado desde el punto
de vista internacional— el aparato .norteam ericano de propaganda, aun
siendo m ás poderoso, com o sin duda alguna lo es, no posee, en cam bio,
aquel diabólico poder de fascinación de la m ística hitleriana del engaño,
sino que se ve obligado a em plear una técnica m ás seca y más escueta, lo
que pone de relieve más rápidam ente e l antagonism o entre sus metas y
los verdaderos deseos de las masas.
Sería, por supuesto, incurrir en un craso error p o lítico el desdeñar las
posibilidades de in flu en cia de un aparato de propaganda tan poderoso.
N o hem os de entrar aquí, pues se sale de nuestro propósito, en el en­
ju iciam iento concreto de este problem a. Lo que interesa para el o b je to
dé nuestro trabajo , en este análisis de la ideología, es p oner de m ani­
fiesto las ilusiones a que, de una parte, induce la pujanza m ism a del
aparato y que, de otra parte, nacen de la conocida actitud de la "m asifi-
cación” : la ilusión, sobre todo, 'de que una propaganda de este tipo pueda
convencer a cualquiera de que sólo "la s quintas colum nas del com unism o”
sean capaces de oponer una resistencia a los ideal.es del "s ig lo norteam e­
ricano” . En su día, H itle r incurrió en el error de confu nd ir a sus Q u is­
lings con los pu eblos; hoy, m uchos ideólogos de la apologética directa
' confunden a los pueblos con las "q u in tas colum nas” . La razón es en
ambos casos la m ism a: el desprecio que se siente p o r las masas y, por
tanto, la m iopía o la ceguera que im pide ver la Voluntad real de éstas.
Y , ju n to a esta razón aparece, íntim am ente unida a ella, claro está, la
m egalom anía del aparato. E l p ro feso r norteam ericano M orgenthau llam a
la atención hacia el hecho de que la prensa, la radio, etc., no deben
confundirse, ni m ucho m enos, con la op inión pública de los Estados U n i­
dos y de que la falsa identificación de ésta y el aparato de propaganda
conduce a una falsa p o lítica p u blicitaria: " E l g obierno — dice este au-
¡o r— se ha convertido en prisionero de su propia propaganda.”
EPÍLOGO 653

IV

L a carencia de contenido de la apologética d irecta''d el im perialism o


norteam ericano guarda estrecha relación con o tra d iferen cia entre ésta y
la apologética indirecta de H itler. N o s referim os a la actitud pública
m antenida ante la religión y las iglesias. E l m ito h itlerian o te n ía la p re­
tensión de ser un sustitutivo directo de la religión, razón p o r la cual
desplegaba una polém ica abierta contra el catolicism o y era, com o en su
lugar oportuno hem os puesto de m an ifiesto , una pro lo ngació n dem agó­
gica del ateísm o religioso de la filo s o fía irracionalista. Pues bien, todos
estos m otivos se h allan ausentes de la apologética directa actu al: ésta,
por el contrario, se apoya muy enérgicam ente en todas las iglesias y, es­
pecialm ente, en el catolicism o; el aparato de propaganda del V atican o se
halla tan estrecham ente vinculado a la " V o z de A m érica" com o la B an ca
d i Santo Spirito a W a llstre e t. Y , a este propósito, debem os advertir que
el anticatolicism o de Rosenberg, en la etapa hitleriana, n o debe tom arse
tam poco muy al p ie de la letra: no pasaba de ser, en realidad, una fin ta
ideológica destinada a ciertos sectores sociales, la cual no im pedía, ni
m ucho m enos, que el V atican o y las jerarq u ías dirigentes de los católicos
alem anes prestasen al régim en de H itle r un apoyo eficaz.
D e suyo se com prende que esta d iferen cia a que nos referim os no brota
prim ariam ente de las fallas de la id eología, com o un com plem ento ape­
tecib le de ésta, sino que responde al desarrollo social de los propios
Estados U nidos. La iglesia y el business han estado siem pre, en N o rte ­
am érica, tan íntim am ente entrelazados com o el capitalism o y las sectas
protestantes en la época de su fu nd ación. Y com o los Estados U n id os no
atravesaron nunca por crisis com parables a las de las naciones europeas
desde la R evolución francesa, no se p ro d u jo tam poco, a llí, ninguna con ­
m oción tan profunda de la fe relig io sa; p o r eso la d efensa de la sociedad
capitalista no se vio obligada, en los Estados U nidos, a incorporar a los
sistem as de la apología indirecta ninguna clase de ateísm o religioso. E l
llam ado agnosticism o de una parte d e la intelectualidad "p etu lan te ”
(highbrotv) fu e siem pre algo bastante innocuo, si se lo com para con las
crisis id eológicas europeas. Y así, la- alianza de las iglesias, sobre todo
del V atican o , con el im perialism o norteam ericano, e n la cruzada contra
el com unism o, brota orgánicam ente del pro pio desarrollo social de los
Estados U n id os.
T am p o co es nuestro propósito analizar y e n ju iciar aquí la sig n ificació n
p olítica de esta alianza en el cam po de la propaganda práctica (p o r e je m ­
plo, su in flu en cia sobre las capas atrasadas de los cam pesinos y la pe­
queña b u rg u e sía ). Sólo nos interesa, en estas páginas, el aspecto id eoló­
gico del problem a, a saber: si la alianza co n la relig ió n y la iglesia puede
654 EPÍLOGO

d ar a la pura y vacía negatividad de- la apologética directa el contenido


de la concepción del m undo que le falta, si puede realm ente o frecer una
com pensación para la forzosa renuncia a un sustitutivo de la relig ió n a
¡a m anera de R osenberg. Y creem os que a estas preguntas debe contes­
tarse negativam ente. E l h ech o de que tendencias filo só fica s com o la del
existencialism o francés, que vienen a continu ar la lín ea d el ateísm o re­
ligioso, no hayan podido desem peñar un papel d irigente en el ám bito
internacional, representando tan sólo una fase interm edia, una id eología
de la "terce ra v ía ” , no es sin o un síntom a negativo de esta situación. E l
síntom a positivo sólo p o d ría dem ostrarse si fu era po sible señalar dónde
y cuándo esta alianza con la religión y la iglesia hace nacer un nuevo
m otivo espiritual, un facto r de entusiasm o religioso (o aunque sólo sea
sim plem ente se u d o rre lig io so ).
P ero, por m ucho que lo busquem os, no lo encontrarem os p o r ninguna
parte. Y un pensador tan profundam ente contrarrevolucionario com o el
em igrado ruso-blanco B e rd ia e ff apunta certeram ente a la causa de este
fenóm eno. B e rd ia e ff habla — doliéndose am argam ente de ello— de la
irreligiosidad de lo s hom bres de nuestro tiem po, y d ice: " L a inm ensa
m ayoría de los hom bres, incluyendo a los cristianos, son m aterialistas, no
creen en la fuerza del esp íritu ; só lo creen en la fuerza m aterial, en la
fuerza m ilitar o en la económ ica.” P ero esta fu nd am ental actitud no es,
en modo alguno, incom patible con que se p ro fe se una relig ión , n i in clu so
co n que se practique el cu lto de un m ito.
M ás arriba, al tratar de Schopenhauer y K ierkegaard , nos hem os re­
ferid o a aquel "c o n fo r t” espiritual que puede o frece r a la intelectualidad
decadente el ateísm o ■religioso de uno y la patética religiosidad del
otro. "C o n fo rt” cuya necesidad crece necesariam ente más y m ás, a
m edida que se acentúa la decadencia. Y a antes había adoptado form as
abiertam ente religiosas (co m o , p o r ejem p lo, en la boga del catolicism o
barroco en A u stria ), y tam bién hoy puede, p o r ello m ism o, vestirse — de
un m odo cínicam ente descarado— con los colores p o líticos de m oda
de la religiosidad, sin experim entar ni el más leve cam bio en cuanto a
la actitud m oral fu ndam ental ni enriquecerse en lo más m ín im o con u n
contenido de concepción del m undo. Esta actitud la encontram os sostenida
con un cinism o verdaderam ente insólito por A ldous H uxley, quien en
los últim os tiem pos se ha convertido en un p ro feta de la m ística; n o
cree, p o r supuesto, ni rem otam ente, en lo que es el verdadero m eollo d e
cualquier m ística auténtica, en la unión m ística con D io s, pero añade:
" E llo no m enoscaba en lo m ás m ínim o el valor de la m ística com o e í
cam ino hacia la salud del alm a. N ad ie sostendría que la gim nasia sueca
o el lim piarse los dientes sean el cam ino que lleva directam ente a D io s.
Pero cuando adquirim os el hábito de estos ejercicios físicos o del em p leo
EPÍLOGO 655

de un d en tífrico , lo hacem os en gracia a la salud. P o r la m ism a razón


debem os convertir en un hábito la m ística y la virtud m o ral.”
P ara el lector de este libro no puede ser ya ninguna sorpresa el que
la necesidad de sem ejante "c o n fo r t” ideológico aparezca precisam ente apa­
rejad a a la desesperación de los intelectuales y a su apelación a D io s.
Esta conexió n se trasluce claram ente a través del cinism o huxleyano.
Y esta m ism a desesperación "re lig io sa ” se revela de un m odo todavía
más cín ico y desplegando — aparentem ente en brom a— todas las conse­
cuencias contrarrevolucionarias y agresivo-im perialistas, en B ertrand Rus-
sell. E ste autor nos ofrece - —en un terreno m etafísicam ente religioso— la
sigu iente perspectiva: " T a l vez •— así m e represento yo, a veces, la cosa—
D io s n o haya querido que com prendam os el m ecanism o con que él g o ­
bierna el universo. T a l vez los físico s nucleares se hayan acercado tanto
a los últim os m isterios, que D io s considere que h a llegado el m om ento
de p oner coto a sus trabajos. ¿ Y qué cam ino más sen cillo, para ello , que
e l de d eja r que sus inventos p o n gan a la hum anidad al borde de su
d estrucción? S i yo pudiera im aginarm e que sobrevivirían a esta catástrofe
el ciervo y la ard illa, la alond ra y el ruiseñor, tal vez p o d ría enfrentarm e
a e lla co n cierta ecuanirtiidad; después de todo, el hom bre ha dado ya
sobradas pruebas de que es indigno de ser él rey de la creació n.”
P ero estos estados de ánim o en to rno a la desaparición del m undo
tienen siem pre un contenido p o lítico claram ente circu n scrito : el d e la
lucha a vida o m uerte contra el socialism o; para pensadores com o Russell
la m uerte de la hum anidad es una perspectiva m ás soportable que la del
triu n fo del régim en socialista. A dem ás, naturalm ente, la desaparición
del m undo no se tom a en serio; su verdadero contenido, apetecido por
R ussell, es la "su stitu ción del terro r ro jo p o r e l terro r b lan co ” , " la im ­
plantación en el m undo entero de u n solo go b iern o m ilitar” (e l de los
Estados U nidos, n atu ralm en te). E l pretend id o "ren acim ien to relig ioso”
no es, por tanto, otra cosa que una nueva sanción id eológica de la guerr^g
atóm ica y bacteriológica.
"C u a n d o los tiem pos se salen de quicio — dice en alguna parte Lipp-^
m ann— , unos asaltan las barricadas y otros se refu g ian en los conven­
to s.” Y a hem os visto cuáles son las d ificu ltad es ideológicas co n que tro-
piezan las barricadas contrarrevolucionarias, y asim ism o hem os señalado
que no conviene exagerar la ayuda prestada por la relig ió n en sentido
ideológico. E n cuanto al "co n v en to ” , ya se. sabe que es siem pre un sín ­
tom a general de decadencia, en los tiem pos de crisis: el repliegue id eoló­
gico ante las grandes luchas, la negativa a tom ar posiciones, sin que
sig n ifiq u e gran cosa, cuando se investiga a fo n d o la id eología de la
evasión — cosa que no tenem os la posibilid ad de h acer aquí— , e l m atiz
de si se trata de un convento bud ista-ateísta o de un m onasterio cató lico. .
M u cho m is q u e esto im porta la tend encia de la fu g a. Pues sería falso
656 EPÍLOGO

— precisam ente en los m om entos d e las grandes luchas decisivas— adop


tar, p o r lo que se re fiere tam bién al enju iciam iento de una id eología, eí
punto de vista de "q u ie n no está conm igo está contra m í” o m eter en
el m ism o saco, todos revueltos, a cuantos buscan una "tercera v ía ” o se
em peñan en perm anecer neutrales. N o ; en este respecto, todo "co n v en to ”
puede estar en pro o en contra de uno de los partidos com batientes.
Cuando M auriac o G raham G reen, p o r ejem p lo , crean una literatura
religiosa en la que todo lo que hay de concretam ente social se esfum a
en la nada al lado de los m otivos religiosos, se ponen, y precisam ente
dentro del "co n v en to ” — y esto, sin tom ar en cuenta para nada la publi-
cística de instigación a la guerra de un M auriac— , del lado im perialista
de la barricada. E n cam bio, la actitud de un K a rl B arth , p o r ejem p lo, al
rechazar toda determ inación social de la religión, entraña tam bién el re­
pudio de la guerra im perialista. N o en vano la prensa del im perialism o
habla de él — y, especialm ente, del pastor N iem ó lle r— com o de un so­
ñador perdido en el "rein o de las m usarañas” ( e incluso com o de quien
induce a lo s demás a perderse entre las n u b e s), al paso que ven en es­
critores com o M au riac o G raham G reen una im portante profundización
d e . su im agen en el terreno de la concepción del m undo. Y no cabe
duda de que este enju iciam iento nace de un certero instinto p o lítico y
estético. E l m undo estructural de estos autores no se distingue en nada,
efectivam ente — si prescindim os de algunos "m ilag ro s” incrustados en
é l— dél bárbaro desencadenam iento de los instintos de la decadencia, y
no cabe duda de que esta clase de "co n v en to s” pueden ser excelentes
establecim ientos de educación para futuros colaboracionistas, o incluso
para futuros verdugos del im perialism o.
La m ención de estas ideologías religiosas nos brind a la ocasión de re­
ferirnos en unas cuantas observaciones al "g ra n filó so fo de la h istoria”
d e nuestros días, a A . J . Toyn bee. D esd e el p u nto de vista filo só fico , su
obra coronada p o r la fam a no o frece, en g eneral, nada nuevo. Toynbee
es, en todos los problem as fundam entales, un sim ple ep ígono del epígono
de la filo s o fía de la vida, de Spengler. T o d as sus concepciones esenciales:
su actitud en contra de la unidad de la historia, la equiparación valorativa
de todas las civilizaciones, la explicación del progreso com o una ilu ­
sión, etc., están tom adas de aquél. Su llam ada originalidad se m anifiesta
solam ente en detalles puram ente secundarios, pues la d iferen cia entre el
núm ero de "ciclo s culturales” de estos construidos p o r uno u otro autor
— tan arbitrariam ente p o r el uno com o p o r el otro— es una d iferencia
tan poco real com o la que, según la frase de L en in , puede m ed iar entre
un diablo ro jo y u n diablo am arillo; es decir, una d iferen cia que pesa bien
poco. Y tam poco cuenta gran cosa el que T o y n bee no opere co n el irra­
cionalism o b io ló g ico de Spengler. Pues, a cam bio de ello , tenem os en él
el puro m ilagro irracional que supone el paso histórico de una cultura
EPÍLOGO 657

del estado estático al estado dinám ico. T am b ién Toyn bee recurre, para
describir este tránsito, a sím iles puram ente m itológicos, m étodo q u e trata
de razonar con las siguientes reflex io n es "g n o seo ló g icas” : "C o m o m ejo r
puede describirse dicho fenóm eno es p o r m edio de .estas im ágenes m ito ­
lógicas, las cuales no se ven alteradas p o r las contradicciones que se p re­
sentan cuando se trata d e trad u cir la afirm ación a térm inos lógicos. En
la lógica, si el universo de D io s es p erfecto , no puede e xistir a su lado
un dem onio, y si éste existe, la p e rfecció n que el dem onio viene a corrom ­
per sería ya incom pleta p o r el sim ple hecho de su existencia. E sta con ­
tradicción lógica y lógicam ente insoluble, es trascendida intuitivam ente
por la fan tasía del poeta y del p r o f e t a .. . ” P o r donde la m ito lo g ía se
convierte, pero de una form a m ás burda y m ás prim itiva que en el
Sch ellin g de la últim a época, en " l a fo rm a intuitiva para com prender y
expresar las verdades universales” . C om o se vé, la elim inació n d el irra­
cionalism o biológico de Spengler da com o resultado un d esbarajuste, si
cabe, todavía más caótico. E l descenso gen eral d e n iv el que observábam os
en Spengler, com parado con N ietzsch e y co n D ilth ey , se revela' tam bién
claram ente en Toyn bee con respecto a Spengler.
N o vale la pena, com o se com prende, de en trar en lo s d etalles de la
concepción de T oyn bee. D estacarem os solam ente, antes d e seguir ade­
lante, un m om ento, donde se revela claram ente, en el punto decisivo de
su filo s o fía d e la historia, el entro nqu e en tre ésta y la q u e se apoya e n el
cristianism o. Toyn bee sólo ve la salid a a la crisis actual en la enseñanza
de C risto : "Q u ie n a h ierro m ata, a h ierro m u ere.” P ero su exho rtación va
d irigid a solam ente al proletariado, a l "e x te rio r” y al "in te rio r” (o tro
de los descubrim ientos q u e T o y n bee h ace en to d a la h isto ria y que no es
tam poco m ás q u e una grand ilocuente im itación d e la teo ría fascista de
las "n acio n es proletarias” ) , pero no a las clases d om inantes, cuyo em pleo
de la violencia es perfectam ente con ciliab le, al parecer, con el cristia­
nism o. t
S i nos detenem os ahora a contem plar en su co n ju n to la situación ideo­
lógica, tal com o queda esbozada, surge ante nosotros, p o r sí m ism a, esta
pregun ta: ¿qué m argen puede quedar aquí para ninguna clase de o rig i­
nalidad, de profundid ad o de in flu e n cia ? Y la respuesta tien e q u e ser
to talm en te negativa. Y no se crea q u e som os nosotros solos quienes o p i­
namos así. Escuchem os a un id eó lo g o d e la decadencia tan sig n ificad o y
tan am igo de los Estados U n id os com o D en is de R ou g em o n t: "D e s g ra ­
ciadam ente, esta rebelión de la cu ltu ra contra el m undo que nos rodea
no h a logrado, hasta hoy, ninguna repercusión directá. H a quedado cir­
cunscrita a una pequeña m in oría de gentes escogidas, cada vez m ás ais­
ladas de la generalidad y m ás al m argen de la realidad p o lítica, social
y económ ica, que obedece a sus pro pias leyes, cada d ía m ás inaceptables
para el espíritu. E n tre el hom bre d e negocios, el p o lítico o el p ro letario

42
658 EPÍLOGO

de una parte, y de otra un R ilk e o un H eid egger no existe ya un len ­


g u a je com ún, una idea com ún acerca de la m eta o del valor de la vida
o de la sociedad. L o que lo s u n e son m ás bien palabras vagas, com o las
de libertad , dem ocracia o ju sticia, a las que cada cual da un significad o
distinto. N o existe ya ninguna autoridad reconocida por todos, que pueda
proclam ar 'la verdad’ y ap licar una pauta valorativa com ún. Casi todo lo
que hoy acaece en Europa se h alla de un m odo o de otro en contradic­
ció n con lo que es bueno y ju sto con arreglo a las distintas ortodoxias,
a la m oral burguesa o a los criterios in telectiv os.”
P ero el prestigiado escritor no se contenta co n la citada aseveración,
sino que po ne un e jem p lo muy ilustrativo d e la in eficacia de la única
id eología estim ada p o r é l y cuyo héroe es o tro autor pro m inente de la
m ism a tend encia: K o estler. É ste recibió, después de p u blicar una d e sus
novelas anticom unistas, u n a serie de cartas de estudiantes, de entre las
que R ou gem ont entresaca las siguientes significativas p alabras: "C re o que
p in ta usted muy b ien lo que es el stalinism o. T a n bien, que voy a darme
d e alta en el P artid o Com unista, pues una d isciplina así es la q u e yo he
buscado siem pre.”
Y este fracaso, esta im potencia, n o puede extrañam os. Para explicarla,
no basta con la palabra "d esesperación” com o contenid o d e esta ideolo­
g ía, pues ya veíam os cóm o la desesperación heid eggeriana pudo ser, in ­
cluso, una preparación directa p ara el hitlerism o. Y a parecidos resultados
p o d ría conducir, hoy, digam os, la concepción de u n G raham G reen . Pero
aq u í se trata d e algo d istinto, d e alg o m ás y d e alg o más concreto. N o
d e una sim ple desesperación g en eral de toda actividad hu m ana; desde
Schopenhauer hasta H eid egger, esta desesperación gen eral h a em pujado
a las gentes al cam po d e la reacció n o , p o r lo m enos, a la colaboración
con él. L o s R ou gem ont, lo s K o e stle r y tan tos m ás n o se m an ifiestan so ­
lam en te desesperados en g e n eral; sus dudas, su desesperación van d iri­
gidas, sobre todo, precisam ente contra e l " m e t r a je d e aleg ría” q u e han
venido a p ro clam ar: contra la d efen sa d el "m u n d o lib re ” .
Escuchem os d e nuevo a un o d e estos testigos acreditados y d e m ayor
excepción, a l p ro p io K o estler, q u ien p o n e en b o ca d e .u n o d e lo s perso­
n ajes d e su n ov ela The Age o f Longing las siguientes palabras, e n las
que se p ercibe claram ente q u e e l p e rso n aje se expresa co n m ayor since­
ridad de lo que e l autor se atreve usualm ente a h a ce r: "C re o , d ich o sea
incidentalm ente, q u e lá suerte d e E uropa está sellada, q u e u n capítulo
d e la historia, se acerca a su fin a l. T a l es, p o r así d ecirlo, m i verdad
especulativa. Y , contem pland o e l m und o a cierta distancia, p o r ejem p lo
b a jo e l isigno d e la eternidad, n o encuentro q u e la cosa sea tan in qu ie­
tante. L o q u e ocu rre es q u e creo tam bién e n el postulado m o ral que
ordena luchar con tra e l m al, aunque la lu d ia sea d e se sp e ra d a .. . Y , al
llegar a este punto, m i verdad especulativa se to m a propaganda derto-
EPÍLOGO 659
tista y tiene, p o r tanto, una in flu en cia in m o ral.” Y esta con fesión term ina
con la siguiente .afirm ación — nada desdeñable, en boca de K o estler—
acerca del fu turo del arte y la literatu ra en ese "m u n d o lib re ” tan celo­
sam ente d efend ido p o r el autor: " E l arte europeo m orirá sin rem edio,
pues no puede vivir sin una verdad, y su verdad se h a convertido en
arsén ico ."
L o q u e vale tan to com o que K o e stle r pred ique de su pro pio m undo
que n o puede soportar u n arte que r e fle je fielm e n te la verdad. E xacta­
m ente lo m ism o que en su d ía p o n ían de m an ifiesto los destacados anti­
fascistas en cuanto a la actitud del T e rc e r R eich an te el auténtico arte,
ante e l arte realista. C laro está que, para que el cuadro sea com pleto, hay
que añ ad ir que esta conciencia de la realidad p ara nada im pide a los
Rougem ont y a lo s K o e stle r em barcarse en la propaganda de guerra de
los norteam ericanos. (P o r tanto, la m ism a conciencia q u e h a hecho de lós
escritores honrados adversarios consecuentes del h itlerism o sólo perm ite
a los d efensores del "m u n d o lib re ” e l l u jo d e u n a iro n ía en contra de sí
mismos, la coquetería d e una n ota d e p ro p ia com placencia, que viene
a m atizar su propaganda im p e rialista.) V em o s com probadas aquí, en un
nuevo cam po, nuestras anteriores afirm aciones acerca d el h ip ócrita cinism o
de estos id eólogo s: n o creen para nada, com o n o cree L ipp m ann, e n la
verdad de lo que ellos m ism os p ro clam an ; son,' co m o B u rn h am , sus p ro ­
pios R auschning, aunque procuren rep artir las d ivergencias en tre diversos
escritos.
C om o es natural, l a desesperación n o conduce lisa y llanam ente, p o r un
solo c a rril, a l cam po d e la reacción im perialista. Puede, e n ciertas cir­
cunstancias, ser incluso u n a crisis d e la q u e b ro te e l renacim iento d e la
razón. P e ro puede ser tam bién e l hu ndirse e n la incapacidad p ara actuar,
en la renuncia a sí m ism o hasta cae r e n e l suicidio, e n cuyo caso resulta
más q u e dudosa su eficacia, n i siqu iera e n e l cam p o d e la reacción. E s d
oscuro destino que u n novelista norteam ericano m uy e n boga, B ro m fie ld ,
pinta en su Mr. Smitb. N o cabe duda d e q u e tien e, socialm ente, razón
cuando h ace q u e e l p erson aje e n q u e traza su y o establezca u n paralelo
entre sí m ism o y B a b b it: "C u an d o h a b lo d e . esta clase d e hom bres, no
h ablo de m eros B abb its. Y a n o hay B ab b its. E stos pertenecen a una
determ inada fa se d e la vida norteam ericana, q u e ya h a pasado a la h isto ­
ria. E l B a b b it, co n sus quim eras, su carácter b o n ach ó n , su m arcada ex-
traversibilidad, lo s desplantes que encu bren su ignorancia, es ya, hoy, un
tip o raro y, hasta cierto pu nto, u n p ro scrito. T o d a s sus cualidades y su
verdadero p roblem a se h an visto e n d e r to m o d o desplazados por la en­
ferm edad y e l extravío, sin que se en teren d e e llo las victim as, q u e tratan
de refu giarse en e l m aterialism o, e n la excesiva laboriosidad y en el
alcohol. B a b b it, era, a su m odo, u n h o m b re tosco, p e ro sano. L a e n fe r­
medad a la que m e refiero y que va extend iénd ose y aum entando cada
660 EPÍLOGO

vez m ás, es muy otra cosa. Y o sé d e qué hablo, y siento m iedo por toda
una nación y todo un p u eb lo .”
N o cabe duda de que B ro m field y su héroe exageran un poco la sjlu d
de B abb it. Los lectores de am bas novelas saben que lo que destruye la
vida del héroe de B ro m fie ld se daba tam bién en la de B abb it, aunque
en ésta solam ente com o un episodio; los gérm enes de la desesperación
brom field iana, que en B a b b it no hacían m ás que apuntar, son contenidos
a llí todavía p o r la "lib ertad norteam ericana” (d esd e el boico t hasta la
ruina m aterial y m o r a l). Sea d icho esto en h o n o r a la verdad, aunque no
en contra de B ro m fie ld . C laro está que, desde el punto de vista de
M r. Sm ith, un B a b b it tien e que parecer" sano y robusto, y hay que re­
conocer com o un m érito de este novelista e l haber sabido p in tar con
certeros trazos el trueque de un tipo, com o resultado del desarrollo social,
en otro cualitativam ente d istinto, debiendo tenerse en cuenta que d e este
proceso de acentuación cualitativa form a parte el hecho de que M r. Sm ith
no ten ga ni la más rem ota idea de las verdaderas causas que determ inan
su destino, ni siquiera las intuya, com o ocu rría con B abb it. E n ambos
personajes asistimos, sin em bargo, a una revuelta instintiva contra la
"u n ifo rm ació n ” esp ecíficam ente norteam ericana, contra la "n o rm ació n ”
— hasta p o r la fuerza, si fu ere necesario— de todos los pensam ientos y
sentim ientos. S in clair Lew is, que al escribir aquella novela ten ía una
conciencia más clara acerca de estos problem as que hoy B ro m field , dice,
refiriéndose a estas tendencias de la "b rav a L ig a de ciudadanos” (q u e
líquida las excursiones de B a b b it hacia lo e x c é n tric o ): " Y hacen cons­
tar que la dem ocracia norteam ericana no sig n ifica, evidentem ente, la
igualdad de riquezas, sino, p o r el con trario, una sana u n iform id ad de
pensam ientos, de m anera de vestir, de m oral, d e pintu ra y de m odo de e x ­
presarse.” Sinclair Lew is — no asi B ab b it, p o r supuesto:— sabe, incluso,
que esta u n ifo rm ación b a jo las form as de la "d em ocracia” y de la "lib e r ­
tad” es un rasgo gen eral d el capitalism o, aunque en los Estados U nid os
se m an ifieste de u n m odo m ás enérgico que en ningún otro lugar del
m undo. T en em o s de nuevo claram ente ante nosotros el p roblem a Rausch-
ning, sobre todo cuando se trata d e d efen d er precisam ente este m undo
en nom bre d el derecho al " n o conform ism o” .
L o que, p o r tanto, se ventila en este desarrollo — ya lo sepa o lo ignore
B ro m field — es la suerte del hom bre m ed io b a jo el capitalism o en pu­
trefacción . Y se Comprende perfectam ente que gentes dotadas de sanos
instintos vitales s e rebelen espontáneam ente contra sem ejante perspectiva
d e su existencia. E sta revuelta adopta frecuentem ente una fo rm a — gene­
ralm ente, bastante confusa— d e anticapitalism o; ya veíam os cóm o se in ­
d ignaba Raym ond A ron al referirse a la d ifu sió n gen eral de tales estados
d e ánim o en Europa. P ero n o es, ni m ucho m enos, e l ú n ico en m ostrar
su indignación acerca dé esto. D . W . B ro g an , pro feso r d e C am bridge, ve,
EPÍLOGO 661

por ejem p lo, en estos sentim ientos anticapitalistas de m uchas gentes eu­
ropeas la raíz de su antinorteam ericanism o. N o nos interesa el que el
p rofesor B ro g an quiera superar estos sentim ientos, y hasta diríam os que
precisam ente sus sim patías por los Estados U n id os dan a sus m anifesta­
ciones u n valor especial. H e aquí sus palabras: "P u es si alguien rechaza
el m und o m oderno [q u ie re decir, el m undo capitalista, G. L .] , está en su
p erfecto derecho a rechazarlo b a jo su fo rm a más representativa, que es
necesariam ente, en la m ayoría de lo s casos, la norteam ericana. Y no p o r­
que los norteam ericanos sean especialm ente depravados, sino porqu e ocu­
pan u n a posición dom inante en el cam po d e la técnica, en el m undo
m oderno. Y si e llo lleva acaso consigo e l que se pueda lleg ar a conclu­
siones desfavorables acerca de los Estados U n id os, nadie p o d ría evitarlo.
Q uien rechace, por las razones que sea, el m undo m oderno, h ace bien,
desde luego, en rechazarlo b a jo su fo rm a m ás acab ad a." E s cabalm ente la
suerte del M r. Sm ith, ante la que el hom bre m ed io europeo, sobre todo
el intelectual, retrocede instintivam ente, presa de pánico. Si sé siente ya
desconcertado, arrastrado a la desesperación, ante su pro pio capitalism o
m onopolista, relativam ente poco d esarrollado, ¿cóm o no va a sen tir terror
ante su apogeo norteam ericano?
H ay que reconocerle tam bién a B ro m fie ld el m érito de haber sabido
relacionar el arte m oderno decadente (h a sta el su rrealism o) con la deses­
perada fa lta de perspectivas d e su M r . S m ith : vem os, en su novela, de
qué sentim ientos, de qué concepción d el m undo (o , m e jo r dicho, de qué
carencia de e lla ) nace la in flu en cia d e este arte. M r. Sm ith habla de un
v iaje h ech o p o r él a N e w O rléan s p ara olvid ar su am biente fam iliar
durante un p ar d e días de com ilonas y p ro stíbu lo s: "C u an d o pienso re­
trospectivam ente en aquel v iaje, se m e representa com o si todas las im pre­
siones se apelotonasen en m i m ente, a la m anera de uno d e aquellos cua­
dros surrealistas en que toda la ciudad fo rm a una m araña de estrechas
calles ilum inadas por cegadores anuncios de gas n eón g ritan d o : '¡ A los
P la ce re s!’, '¡A l H om bre S a lv a je !’, com o una m escolanza de brazos y de
m anos sueltos, de un tro p el de fantasm as irrum piendo de las callejas, para
tirar d e la gente hacia las enceladas. Seguram ente, las m ism as im ágenes
que se deben de ver cuando se ha bebid o con exceso .”
L a vivencia de M r. Sm ith es una vivencia inconsciente, elem ental. P ero
no es d ifíc il ponerla en consonancia con las tendencias críticas que nos
revelan acertadam ente p o r qué el arte abstracto se cotiza hoy m ás q u e n in ­
gún o tro en los altos círculos de lo s Estados U n id o s y p o r qué m edios
ha lleg ad o a convertirse en el arte dom inante. E l m arxista S. F in k elstein ,
autor d e un ensayo en que se p onen palm ariam ente de m an ifiesto estos
m étodos, cita en él un artícu lo del New York Times, en el que A liñ e B .
Louchain escribía lo que sigu e: " E l hum anism o se rem onta a la filo so fía
antropoform a de los griegos, cuando el hom bre se sen tía en el m undo
662 EPÍLOGO

com o en su casa, habiéndose erigid o en 'm ed id a de todas las cosas’, y


cuando el arte — en un m und o tal y com o es— se expresaba m ed iante la
creación de u n a im agen del m undo tal y com o e l hom bre deseaba que
fuese. E ste pensam iento presupone un universo fin ito y calculable, con el
hom bre independiente y poderoso en su centro, y una realidad susceptible
d e ser am pliam ente captada por las facultades perceptivas del hom bre.
Pero las indagaciones d e la nueva ciencia n o hacen ya p osible una im agen
así del universo.” N atu ralm en te que lo q u e e l articu lista añade a guisa de
conclusión n o tien e nada q u e ver co n lo s resultados d e las ciencias natu­
rales d e nuestros días. S e ría interesante investigar p o r qué este fo lletin ista
reaccionario-decadente y agnóstico-m ístico, puede encontrar tam bién oídas
e n ciertos naturalistas, p e ro este p roblem a se sale ya de los m arcos de
nuestras consideraciones. L o im portante para nosotros, en este punto, es
com probar cóm o desde la descripción espontánea de la evasión de un
m undo inhum ano para refu giarse en lo extrahum ano, el cam ino conduce
en derechura hasta la fundam entaciÓ n teórica de este tip o d e arte a base
del p rin cip io d e lo antihum ano. Y este cam ino actual se rem onta hasta
muy atrás, en e l p eríod o im p erialista: va desde Paul E rn st y W o rrin g e r
hasta M alrau x, pasando p o r O rteg a y G asset.
S i éste fu ese u n p roblem a puram ente estético, no tendríam os p o r qué
ocuparnos d e él aquí. Pero, ¿acaso es u n a pura coincidencia que Paul
E rn st acabase su carrera d e escritor en las fila s de H itler, que O rteg a y
G asset, com o apóstol p rin cip al contra la "re b e lió n de las m asas” , se con­
virtiera en el típ ico antidem ócrata d e nuestros días, o que M alrau x pasara
a sér e l G oebbels d el d egan llism o ? N o , n in g u n o d e estos casos constituye
una p u ra coincidencia, co m o tam poco lo es, y p o r la m ism a razón, sino
que en cierra u n p ro fu n d o sig n ificad o — p o r d eb ajo del su p erficial esno­
bism o, que tam bién existe, innegablem ente— , la protección que los círculos
dirigentes de los Estados U n id os dispensan al arte "ab stracto ” , es decir,
al arte conscientem ente antihum ano y antirrealista. C o m o no es tam poco
una pura coincidencia la persecución y la represión desatadas contra el
realism o. Y a teníam os p o r la exp erien cia d e H itle r la pru eba d e cóm o
e l realism o resulta necesariam ente insop ortable p ara estos sistem as. Y con
la m ism a im agen n os encontram os hoy, só lo que b a jo las m odalidades
de la "d em ocracia” norteam ericana. L a tend encia no es de suyo nueva; lo
único que constituye algo cu alitativam ente nuevo es su actual culm ina­
ción. T o d o el m undo conoce la suerte que co rrió com o escrito r M ark
T w ain . Y ya nos hem os re fe rid o a l terro r "d em o crático ” que se p in ta en
las p ágin as d e Babbit. S in clair Lew is describió, m ás tarde, en su Arrow-
smith, lo s m étod os "suaves” y en Elmer Gantry y en Kingsblood Royal
los m étodos abiertam ente terroristas del "m u n d o lib re ” . Estas vicisitudes
explican suficientem ente las grandes vacilaciones de este realista de gran
talento y el fin a l de escritores realistas com o S tein beck y otros, q u e tan to
EPÍLOGO 663

prom etían en sus prim eras creaciones. P o r lo dem ás, la actitud del "m u n ­
do lib re ” ante el realism o se re fle ja con toda claridad en el m odo com o
son tratados en los Estados U n id os artistas de la categoría de C haplin, de
H ow ard Fast y de P aul Robeson.
L a m ism a persecución del realism o en e l arte es ya algo m ás que un
problem a puram ente estético. P ero este fenóm eno revela ante nosotros
con claridad todavía mayor sus aspectos ideológico-sociales cuando nos
detenem os a considerar el contenid o hum ano que se expresa en la litera­
tura decadente allí protegid a y en el que se revelan de un m odo bien
palm ario las consecuencias m orales de la decadencia. Y que n o se trata
del "antino rteam etican ism o” de cu alquier m arxista, lo dem uestran m an i­
festaciones com o las que encontram os acerca de estos problem as en el p ro ­
fesor e historiador de los Estados U n id o s H . St. C o m m ager: "L o s tipos
de hom bre y de m u je r que en las obras d e Fau lkn er, C ald w ell, F arre l y
H em ingw ay, de W a ld o Frank, E velyn Scott y E ugene O ’N e ill, dan rienda
suelta d e un m odo ta n tu m ultuario a sus instintos naturales, son tan
am orales com o las b e s t ia s .. . N a d ie que haya estudiado la carrera de
Ezra Pound podrá dudar de que su búsqueda de lo oscuro guarda relación
con su odio contra la dem ocracia.” Y añade com o conclusión que el ataque
desplegado contra la razón en obras com o éstas "e s la m ás profun da de­
gradación del hom bre” .
E l p roblem a del arte m oderno trascien de aquí — p o r m ediación de la
ética— a l cam po de la p o lítica. Y la p o lítica d e los Estados U n id o s en
m ateria de arte se cuida d e fo m en tar enérgicam ente este proceso. M ie n ­
tras que antes, sobre todo en E uropa, el desencadenam iento de los in s­
tintos, com o contenido de una obra de arte, quedaba circunscrito al estre­
cho círcu lo de una élite de la intelectualidad parasitaria decadente, hoy
este contenid o se populariza am pliam ente. L as fro nteras en tre e l arte
"eso térico ” y la ram p lonería e n m asa van b orránd ose cada vez m ás. El
cine, la radio, los Digest’s, lo s Cómics, etc., etc., se encargan de
d ifu n d ir en enorm es proporciones lo m ism o q u e en u n Faulkner, por
e jem p lo , se ensalza comio "a lta ” literatu ra: e l desenfrenado desencadena­
m ien to de los más b a jo s instintos. Y el increm ento constante de la d elin ­
cuencia in fa n til, para poner un so lo e jem p lo , revela los frutos de sem e­
jan te "p ed ag o g ía social” .
C laro está q u e sería falso buscar aquí las causas, pues se trata sim ple­
m ente d e síntom as. E l K u -K lu x -K la n y otras organizaciones p ara el lin ­
cham iento pusieron en práctica el d esen fren o b estial d e los instintos ya
m ucho antes d e que la literatu ra en boga se sin tiera atraída p o r estos
teínas. (D ire m o s, para evitar todo po sible equívoco, que de lo que aquí
se trata es de la afirm ación, de la g lo rificació n del d esenfreno d e los
instintos en la literatura; nada tien e q u e ver con e llo el estilo realista de
exposición que llam a a las cosas p o r su n o m b re .) E s cierto q u e el cam ino
664 EPÍLOGO

seguido en esta trayectoria fu e desbro 2 ado, a la m anera de precursores, por


las pelícu las policíacas y d e crím enes, p o r los diversos tipos de literatura
de paco tilla, p o r el supertnan d e los cómic strips, la brutalización llevada
al deporte, etc. P ero es ahora cuando h a surgido todo un sistema,
que lo abarca todo, d e arriba abajo.
U n o de los rasgos esenciales del hitlerism o consistía en hacer que
hom bres de p o r sí inocuos y m ediocres y, a veces, incluso buenos de
condición, se convirtieran, a fu erza de pérfid as m aniobras, en correspon­
sales, en cóm plices y hasta en copartícipes activos de espantosos crím enes
y bestiales actos inhum anos. E s evidente qúe sin una "p ed ag og ía social”
de esta clase jam ás habría sido posible, p o r ejem p lo, un A uschwitz. La
especialidad del desarrollo norteam ericano consiste en que siem pre exis­
tieron en los Estados U n id os elem entos de tales tendencias, en el Sur
desde la abolición de la esclavitud. E l paso directo de una acum ulación en
parte prim itiva al períod o d el capitalism o m onopolista vino a fa cilita r y a
estim ular esta trayectoria social; y a ello hay que añad ir el m atiz especí­
ficam ente suriano, donde el régim en de explotación m ás retardatario y
anacrónico (la esclavitu d) tuvo desde el prim er m om ento un carácter ca­
pitalista más o m enos marcado. T o d o lo cual tra jo com o consecuencia el
que ciertos elem entos sociales que p o r lo demás sólo se dan en la acum u­
lación originaria se tran sfieran, con las Correspondientes variantes, al
capitalism o im perialista.
Se da, además, e l caso muy peculiar de que todo esto se m an ifieste y
se despliegue b ajo las form as d e u n a p ro to típ ica dem ocracia burguesa; los
Estados U n id os n o conocen n i el feudalism o ni la m onarquía absoluta
a la m anera europea. O tro d e los im portantes ingredientes d el hitlerism o,
la te o ría racista y la discrim inación racial, actúa tam bién a llí, sobre todo
en el Sur, d e donde m ás tard e se extiende a todo el país, en una época en
que estos fenóm enos, en Europa, n o eran m ás que la concepción privativa
del m undo de unos cuantos exponentes m arginales de la m ás extrem a
reacción; ya hem os visto cóm o G óbineau , cuando nadie le h acía caso, en­
contró sus prim eros lectores entusiastas en el Sur de los Estados U nidos.
Cuanto más va convirtiéndose el im perialism o norteam ericano en la p o ­
tencia reaccionaria puesta a la cabeza del m undo, con m ayor fuerza se
generalizan estas tendencias, poniéndose — más consciente y sistem ática­
m ente todavía, si cabe, que b ajo H itler— al servicio de los preparativos
de la agresión, de la guerra im perialista, al servicio de los bárbaros m é­
todos em pleados en las guerras ya desencadenadas (caso de C o re a ). Y sa­
bido es cóm o los dem ócratas honestos de los Estados U nid os han librado
y siguen librando una lucha hasta ahora infructuosa contra tales te n ­
dencias.
O tra de las facetas de esta im agen es que nunca ni en parte alguna se
ha m ostrado una red, un sistem a tan denso de "en laces transversales" '
EPÍLOGO 665

en tre e l gangsterism o abierto y descarado y el aparato o ficia l del Estado


y los m unicipios com o en los Estados U n id os. ( E l p ro feso r H . H . W ilso n
ha pu blicad o una encuesta del National Opinión Research Contor del
año 1 9 4 4 en la que cinco de cada siete norteam ericanos consultados con­
sideran corrom pidos a todos los p o lític o s .) T am b ién en este punto se
registra un m ovim iento constante de indignación por parte de los hom ­
bres sencillos y honrados. Pero éstos se sienten im potentes ante la reali­
dad, principalm ente porque son inducidos constantem ente a engaño por
el m o n op o lio de la publicidad, p o r la prepotencia de la prensa dom inada
por estos trusts y p o r el aparato d e los dos partidos.
P o r los días en que escribim os estas líneas parece estar a punto de
exp lo tar el desenm ascaram iento d e M acC arran. Y este caso tal vez sea
— com o síntom a— todavía más interesante, puesto que se trata de un
hom bre estrecham ente vinculado a las organizaciones gangsteriles y que
se hace pasar, precisam ente, por el cam peón del "au tén tico norteam erica-
nism o’’ y por un p u rificad or fre n te a las "tend encias antinorteam erica­
nas” . E l caso M acC arran es, a su m anera, una concentración sim bólica
de lo que ocurre en los círculos dom inantes de los instigadores de la
guerra, lo m ism o que, en su día, el capitán von K ó p en ick — m ucho m ás
inocente, por supuesto— pudo ser considerado com o un sím bolo de la
A lem ania guillerm ina.
E sta am algam a especial de corrupción, gangsterism o, delincuencia y te­
rror p o lítico era tam bién característica del régim en h itlerian o. Recordem os
aquella conversación de R auschning co n e l "F ü h re r” en que éste afirm aba
com o alg o positivo la corrupción d e la capa dom inante, porque ello o b li­
gaba a sus com ponentes, cuando sus corrupciones se descubrían, a prestar
una obedien cia incondicional. T a m b ié n este m otivo desem peña im portante
papel, com o es natural, en la corrupción hoy dom inante. C uando se des­
enm ascara públicam ente uno de estos casos de corrupción, se revela que
había desde hacía m ucho tiem po gran núm ero de gentes iniciadas en el
secreto, pero que tenían sus razones para callarse. P ero los "e n laces tran s­
versales” con el mundo gangsteril tien en, además, la v entaja "p o lític a ”
de que, en casos d ifíciles, se cuenta siem pre con organizaciones terroristas
dispuestas a intim idar y, si necesario fuere, a elim in ar a los elem entos
m olestos. En tiem pos "n o rm ales” de paz, se dispone, así, de una reserva
para lo que en guerra queda encuadrado en la d isciplina m ilitar.
“ E l m iedo es la m otivación del h om bre del siglo x x ” , dice el general
Cum m ings, aquel personaje de M a ile r que ya conocem os. Y a la fin a li­
dad de fom entar todavía m ás este m ied o sirve el aparato de la p o licía
secreta, constantem ente engrosada, sirven torturas legalm ente autorizadas
en lo s interrogatorios policíacos, etc. T o d o lo cual encuentra, natu ral­
m ente, su expresión más concentrada en el ejército . "D o n d e m e jo r fu n ­
ciona el e jército es a llí donde cada cual tien e m iedo al que está pqfr
666 EPÍLOGO

encim a de é l y desprecia a sus subordinados” , dice e l m entad o general


C u m m ings. Y la atm ósfera d e m ied o general q u e asi se crea n o está, ni
m ucho m enos, en contrad icción con e l p roblem a d el desencadenam iento
de lo s instintos, a que acabam os de re fe rim o s. P o r el contrario. É ste es
absolutam ente necesario, tan to contra e l enem igo d e d entro cóm o contra
el d e fu era. B asta co n que — tam bién com o b a jo H itle r— se lo canalice
debidam ente, se lo encauce e n la dirección deseada. L a actitud d e las capas
dom inantes ante e l gangsterism o constituye, en este respecto — en lo m o ­
ral y espiritual y en m ateria d e organización— , un eslabón nada des­
deñable.
D e este cap ítu lo del desencadenam iento d e los instintos, el gangsteris­
m o y la corrupción espiritual y . m oral fo rm a p arte tam bién el papel que
se asigna a los renegados en la lucha contra e l com unism o, y q u e nunca
ha sido tan considerable com o hoy. N atu ralm en te que el fenóm eno, de
por sí, no es com pletam ente nuevo, ni m ucho m enos. Y a conocíam os, del
período que m edió entre las dos guerras, la actividad internacional de
propaganda y provocación de T ro tsk i, de donde salieron los d iferentes
Eastmans, D oriots, e tc .. P ero, hoy, no sólo se coloca ante las cand ilejas
de la publicidad a los vulgares agentes de la p o licía p o r e l estilo de
K raw tschenko, R u th Fisch er y otros, sino que incluso los m ás festejad os
escritores, com o D o s Passos, Silon e, K o estler, M alrau x, p o lítico s desco­
llantes com o E rn st Reuter, publicistas com o Burnham , y así sucesivam en­
te, proceden del cam po d e los renegados del com unism o.
L b que nos lleva de la m ano, lógicam ente, a la pregunta ¿qué es lo
que hace tan valiosa, a lo s o jo s de los instigadores de la guerra, a esta
hez del m ovim iento com unista? Y a hem os dicho que la vacuidad y la
pobreza de ideas de la id eo lo g ía im perialista la ob lig a a tom ar — terg i­
versándolas— ideas prestadas del m arxism o, cuyos detalles caricaturizados
intenta luego explotar en la lucha contra él. Y , en esta labor, son expertos,
naturalm ente, los renegados. (B a sta fija rs e en cóm o son presentados los
m onopolios p o r Burnham , en contraste con un Lippm ann o un R o p k e .)
A l parecer, el estudio del m arxism o, p o r muy su perficial que sea, aven-,
ta ja con m ucho a la más concienzuda cultura universitaria burguesa, sobre
todo en los cam pos de la econom ía y la p o lítica. Pues hay q u e d ecir que
la inm ensa m ayoría de los renegados que han llegad o a hacerse fam osos
sólo se h an acercado m om entáneam ente a la p e rife ria del m ovim iento co­
m unista. C om o consigna otro renegado, B orkenau , solam ente S ilo n e y
R euter habían llegad o a ser fu ncionarios responsables del P artido Com u­
nista. ( N o vale la pena, entrar aquí en las d iferencias en cuanto a los
talentos, si bien Silon e, p o r ejem p lo, era en su época de com unista un
realista d ign o de ser tom ado en consideración, m ientras que K oestler,
en sus célebres novelas psicológico-sociológicas p o r entregas, sigue siendo
el m jsm o periodista superficial de los prim eros días, etc., e tc .)
EPÍLOGO 667

A esto hay que añadir la "au tenticid ad ” d e sus revelaciones acerca del
com unism o, cuyo valor de propaganda aprecian los im perialistas sin pa­
rarse a pensar si el renegado en cuestión, p o r su posición puram ente
p e riférica en el m ovim iento, está realm ente en condiciones de hallarse
inform ad o acerca d e éste. C o m o la propaganda anticom unista h a descen­
dido, según hem os dicho, al b a jo nivel de los K raw tschenko, toda m entira
y to d a calum nia son buenas para ella, aunque aparezcan aderezadas d e la
m anera m ás burda. A dem ás, se consid era a lo s renegados com o gentes
especialm ente dignas d e crédito, -por la sen cilla razón d e q u e ya no les
queda, m irand o hacia atrás, ningú n otro cam ino abierto. B urn ham expre­
sa esto m ism o, diciendo que son m ás inm unes al envenenam iento ideoló­
g ico d el com unism o que los q u e n o h an pasado p o r la m ism a estación de
trán sito ; su " n o ” ante e l com unism o es m ás patético que el de los demás.
Su od io, su sentim iento de venganza, su resentim iento, son em ociones
altam ente cotizables e n el cam po d e la propaganda anticom unista. Y todo
e llo e xp lica p o r qué — p o r extraord in ariam ente b a jo que sea el nivel de
sus conocim ientos y d e sus talentos— se ven convertidos de la noch e a la
m añana e n verdaderos cam peones y en co rifeo s de la lu ch a ideológica
con tra e l com unism o. U n a p m eb a m ás de lo b a jo q u e h a caíd o hoy la
id eo lo g ía burguesa.
D e esta situación y d e la conciencia de la in ferio rid ad espiritual y m ora!
d e sus actuales patronos, brotan la soberbia y la in fatu ació n de los rene­
gados. Crossm an relata una conversación con K o estler, en la que éste le
d ijo : "N o so tro s, lo s q u e fu im os com unistas, som os los únicos que, a
vuestro lado, sabem os qué es lo q u e realm ente se v e n tila.” Y S ilo n e llega,
en su infatu ación, a afirm ar " q u e la ú ltim a b atalla se lib rará en tre com u­
nistas y ex-com unistas” . L o cual n o pasa de ser, naturalm ente, una brom a
bastante m ala, cuyo ú n ico v alo r es e l dem ostrar q u e S ilo n e h a olvidado
ya lo q u e cualquiera puede aprender en un curso elem ental d e introduc­
ción. E ste chiste m alo es, sin em bargo, bastante sig n ificativ o , p o r cuanto
q u e h ace resaltar un aspecto de la actitud m oral-espiritual d e los rene­
gados. E l o tro aspecto es un nuevo m atiz, u n a nueva acentuación de la
p sicolo gía y la m oral d e la decadencia. Y aquí es donde se encierra el m o ­
tiv o decisivo de la im portancia q u e estas gentes tien en para la burguesía
actual. É sta sólo puede servirse ya, en rigor, d e tu llid os m orales o de
gangsters. P o r eso los renegados son e l m e jo r m aterial hum ano que puede
m an ejar. Pues constantem ente se m an ifiesta en ello s e l fu nd am ento d e su
contextu ra aním ica, supercom pensado p o r la soberbia y decadentem ente
roto y desgarrado. " E l verdadero ex-com u nista -—afirm a Crossm an— ya
no pu ed e volver a ser nunca u n a personalidad coh eren te.” Y K o estler
c o n firm a este diagnóstico, haciend o p ro nu nciar a uno de sus personajes
— a u n poeta ex-com unista— las siguientes palabras acerca de sí m ism o:
"H a y u n a poesía lírica y una poesía sacra; existe tam bién una poesía del
568 EPÍLOGO

am or y una poesía d e la rebelión ; pero n o hay la p o esía de los apóstatas.”


Esta psicología del renegado, aun siendo, directam ente considerada, un
fenóm eno m arginal extrem o, contiene, a pesar d e todo, algo m uy típ ico
le todo este período. L a decisiva m endacidad interio r, que aquí se expresa
Oajo la fo rm a de un hip ócrita cinism o, in fo rm a todos los fenóm eno s in-
reriores y exteriores d e la vida. C o m o la lucha id eológica con tra e l com u­
nismo no puede ni debe, en m odo alguno, expresar cuál es su verdadero
contenido, a saber: la lucha p o r m antener en p ie la explotación, frente
al intento d e aboliría, toda la platafo rm a de la controversia id eológica no
puede ser o tra cosa q u e una tram a hecha de m entiras y de en gañ os: lucha
de la "lib e rta d ” contra la "o p resió n ” : una escueta m entira m ás, cín ica­
m ente proclam ada. Y de esta fu ndam ental falacia del "m und o lib re ” se
sigue, obligadam ente, todo el m étodo K raw tschenko.
Sus consecuencias se hacen patentes ante nosotros en todos lo s campos
de la cultura. E l em peño por fo rzar adm inistrativam ente la hegem onía
cultural de los Estados U nidos n o va dirigido sólo al cam po directam ente
político. Unas veces, se considera la dirección ideológica norteam ericana
com o una cuestión universal; otras veces, desem peñan tam bién un papel
decisivo los intereses m ateriales de los editores, de los fabricantes de cine
norteam ericanos, etc. U n cine tan altam ente desarrollado com o el italiano
y el fran cés tien e que librar, en sus propios países, una lucha desesperada
por la existencia contra la sucia com petencia de los Estados U n id os, p ro ­
tegida p o r el Estado. E l lib ro progresivo francés tien e que rodearse de
un m ovim iento organizado de masas com o m u ralla protectora contra la
d ifusión en masa de la literatura abom inable y detectivesca, de los Di­
gestí, etc. A l paso que la propaganda norteam ericana de la guerra fría
pretexta salvar 'a la cultura europea del "totalitarism o orien tal” , la ver­
dadera cultura europea sostiene una lu ch a a vida o m uerte, por defender
el derecho a existir y p o r salvarse, precisam ente fre n te a las agencias del
"sig lo norteam ericano” .
T a l es la situación exterior. ¿ Y la in terio r? Y a hem os hablado de toda
una serie de problem as decisivos de la cultura. Sólo querem os destacar
aquí, p o r últim o, otro que, a pesar de que sólo interesa realm ente a una
capa relativam ente exigua de la intelectualidad, constituye, sin em bargo,
el m otivo com ún que une entre sí a intelectuales p o r lo demás muy d i­
vergentes y los encadena a las-ten d encias de concepción del m undo del
"m u nd o lib re” . N o s referim os al derecho al no conform ism o.
En pocos aspectos com o en éste podem os ver cóm o se ju ega con algo
puramente ilusorio. E l aparato editorial, de cine, de prensa, etc., del ca­
pitalism o m onopolista reduce extraordinariam ente el m argen real y e fec­
tivo de sem ejante no conform ism o, sobre todo en las condiciones de la
guerra fría . P o r supuesto que, dentro de los m arcos en cada caso preesta­
blecidos, se toleran y hasta se exigen los m atices personales. P ero, tan
EPÍLOGO 669

pronto com o se produce una' divergencia real y efectiv a en cuestiones de


contenid o esencial, interviene el aparato de la publicidad, im poniendo un
silencio de m uerte (a h í está el caso del entierro de P aul Eluard y de las
n ecrologías dedicadas al gran p o e ta ), que suelen llevarse hasta la perse­
cución directa (caso C h a p lin ). Los defensores del no co n fo rm ism o ' h a­
rían, pues, bien en preguntarse: ¿cuál es el no conform ism o que p rácti­
cam ente se consiente en el "m u n d o lib re ” ? Sartre, por e jem p lo , fu e un
héroe de la "libertad de pensam iento” m ientras em pleó su plum a contra
el com unism o; desde que, en 1 9 5 2 , tom ó parte en el Congreso de los
Pueblos p o r la Paz, celebrado en V ie n a, se h a convertido en u n sujeto
despreciable para el "m und o lib re ” . A la pregunta de ¿con form e con
quién y con q u é ?, el "m und o lib re ” da una respuesta categórica: se puede
(y se d eb e) pro fesar audazmente su "n o conform ism o” m anifestándose,
en los Estados U nidos, en la A lem ania de A denauer, etc., en contra de
la U n ió n Soviética y en contra del socialism o. H ay, incluso, libertad para
em plear, al hacerlo, toda suerte de argum entos, los que se desee. P ero
siem pre y cuando que se m arche de acuerdo con el capitalism o m onopo­
lista y con su p o lítica im perialista de agresió n : sólo quienes estén con ­
form es con esto son reconocidos y respetados com o "n o conform istas”
que m archan por el cam ino derecho.
P ero la problem ática del no conform ism o va m ucho más allá. Y a decía
L enin, en su obra Empiriocriticismo, que los distintos m atices profesorales
de la teo ría del conocim iento, m atices individuales, defend idos y atacados
a sangre y fu ego, se esfum an hasta confund irse, cuando se los contem pla
desde la atalaya del único problem a realm ente decisivo de la te o ría del
cono cim iento : ¿Id ealism o o m aterialism o? Pues bien, esto es aplicable,
pero en m edida todavía mayor, a los problem as ideológicos actuales.
Q u ien p are la atención en los problem as realm ente decisivos d e la co n ­
cepción del m undo, observará a través del caos a prim era vista inm enso
de los m atices individuales que fo rm an el panoram a de la filo s o fía de
nuestro tiem po, una m onotonía espantosam ente con form ista; ya hem os
visto cuán cerca se h alla, por e jem p lo considerada la cosa desde este punte
de vista, un W ittg e n stein de un H eid egger, a pesar de no m ed iar entre
ellos ninguna clase de influencias m utuas. Y exactam ente lo m ism o ocurre
en el cam po de la ética, en el de la h isto rio g rafía, en la p o sición ante la
sociedad y en la estética. Y , naturalm ente, tam bién en el propio cam pe
de la literatura y el arte.
Y son precisam ente las tendencias m ás individualistas, las m ás rabio
sám ente no conform istas, las que llev an aparejada esa radical nivelación.
Pues, objetivam ente (y tam bién, p o r tanto, a rtística m e n te ), " l a riqueza
real del individuo depende enteram ente de sus relaciones reales” ( M a r x ) .
C uanto más se em peña e l nuevo arte en colocar en el centro de su creación
la personalidad atenida a sí m ism a, desprendida de la sociedad y de la:
670 EPÍLOGO

relaciones sociales, m ayor va haciéndose, casi hasta, confund irse, la sem e­


jan za entre todas estas figuras, al exterior tan extraordinariam ente dife-
T en tes las unas de las otras. O bjetiv am en te (y tam bién, p o r tanto, artís­
ticam ente) , el m undo de las relaciones hum anas culturalm ente desplegadas
es incom parablem ente m ás rico y m ás variado que el sim ple y escueto
m undo de los instintos, razón p o r la cual un arte que hace de este m undo,
con exclusivism o casi dogm ático, el tem a central, m archa forzosam ente
hacia la m onotonía, hacia la nivelación. E l coito entre Eneas y D id o no se
d iferen cia gran cosa de la unión carnal entre Rom eo y Ju lie ta ; en cam bio
¡qu é individualidades tan auténticas e im perecederas crean las diferencias
entre los sen tim ientos, am orosos de una y otra p areja, condicionados por
las d iferencias sociales y cu ltu rales! E l abstraccionism o no fratern al de la
m ayoría de los no conform istas de hoy h a engendrado, así, una inhum ana
nivelación de sus creaciones. A la u n ifo rm ación a que más arriba nos
referíam os, im puesta desde fu era p o r los órganos del capitalism o m onopo­
lista, viene a unirse aquí — sin quererlo— la un iform ación provocada
desde dentro. T e n ía razón E rn st Fisch er cuando decía en el C ongreso de
la Paz de W ro slaw , que las m odernas individualidades no conform istas
se parecían com o un huevo a otro huevo.
T o d a esta estructura: la nivelación de la personalidad, su uniform idad,
su norm ación, tanto mayores cuanto m ás ruidosa y turbulentam ente se
proclam a el no conform ism o, su r e fle jo en la creación artística y en la re­
ceptividad, es una situación o b je tiv a que brota necesariam ente del suelo
del capitalism o m onopolista; y, subjetivam ente, se trata, con m ucha fre ­
cuencia, d e un engaño de si m ism o, de un frau d e contra sí m ism o. T a l es
el carácter general de ese "m u n d o lib re ” de hoy, que tanto se pregona.
A si era ya tam bién b a jo H itler. C o n la d iferen cia de que, a llí, la m entira
aparecía disfrazada, p ara unos, b a jo e l v elo m u ltico lo r d e los m itos, m ien ­
tras que otros op inaban q u e la dem agogia y la tiran ía hitlerianas (y no
la esencia del capitalism o m o nopolista desplegado, cuyo sim p le agente
era H itle r ) constitu ían el ú n ico obstáculo, cuya elim inación traería con­
sig o e l advenim iento d e la b e a tífica era d el individualism o no co n fo r­
m ista. E l velo h a caíd o, e l g rite río se h a apagado. Y todo el m undo puede
darse cuenta, hoy, d e q u e la coacción d e la apologética del sistem a capi­
talista, y concretam ente b a jo su fo rm a actual, agresivam ente guerrera, no
es m ás q u e la cond ició n p revia para u n n o conform ism o tolerad o. El
m argen d e la libertad de m ovim ientos es, en este m undo, cada vez más
estrecho, y e l contenid o prescrito y q u e se o b lig a a proclam ar, cada vez
más p o bre y m ás m entiroso. P arece in creíb le, p ero es verdad. L a ideología
de la guerra fr ía h a traíd o consigo u n descenso del n iv el, inclu so con
respecto a H itle r. P ara convencerse d e e llo , no hay m ás q u e com parar a
u n H ans G rim m co n u n K o estler, o a un R osen berg con u n B u m h am .
L as causas d e esto ya las hem os puesto d e relieve. R esiden e n el hu n­
EPÍLOGO 671

dim iento de la apologética indirecta, que p odía, por lo m enos, p o n er a


los ideólogos el cebo de la engañosa apariencia de una unión con el pue­
blo. P o r m ucho que se esfuercen con el sudor de sus frentes, los brain-
trusts de hoy serán incapaces de sacar de su caletre, para la lucha contra
el com unism o, una nueva fo rm a que pueda entusiasm ar realm ente al pue­
blo. L a m endacidad es cada vez m ayor, y su m anera de presentarse cajia,,
vez m enos tentadora y m enos atractiva. H itle r todavía pudo arram blar eóq?’,,
todo lo que encontró de reaccionario en cien años de trayectoria i r r a q ií r
nalista y sacar el irracionalism o, com o hem os visto aquí, de los s a lo h o p
a la calle. La obligación, socialm ente condicionada, de recurrir a la a¿4Hk
logética directa hace que esto sea im posible, hoy, para los nuevos a p o lig ?
gistas.

H u e l g a d e c ir que tam bién en la A lem ania occidental encontram os todas


éstas tendencias que hasta aquí hem os venido esbozando y que se dan,
sobre todo, en la id eología dom inante en los Estados U nidos. C on deter­
m inadas variaciones, naturalm ente, en las que v ale la pena detenerse un
poco, dado el papel tan im portante y tan actual que A lem ania está lla ­
mada a desem peñar en el m undo de hoy.
E n p rim er lugar, la A lem ania occid ental es e l centro d e los ex-fascistas
hitlerianos. Las potencias de ocupación no h an hecho nada, p o r supuesto,
para extirpar, ni en el terreno d e la organización n i ideológicam ente, las
raíces del nazism o. P o r el contrario, h an hecho cuanto h an podido por
salvar y conservar para el m añana a lo s elem entos del m o vim iento nazi y
de sus aledaños espirituales que consid eran que pueden serles ú tiles en la
lucha con tra la U n ió n Soviética. D e todos m odos, n o cabe duda de que
era necesario proced er a un cierto cam bio de actitud espiritual — exterior
e in teriorm ente— para conv ertir a u n p eó n d e H itle r en un id eólogo de
T ra m a n o de Eisenhow er. Bastará co n referirse, a pesar d e toda la ideo­
lo g ía en cuanto a las tendencias fu nd am entales, a las d iferencias de es­
tructura ideológica, cuyos lincam ientos fund am entales hem os esbozado
aquí. E ste exam en o frece un interés especial para nosotros, pues nos p er­
m itirá observar lo s cam bios experim entados en e l p erío d o norteam ericano
por los ideólogos que m archaron a la cabeza en la etapa d e preparación
y afianzam iento del hitlerism o.
D o n d e aparece m ás sen cilla la situación es en aquellos que, si bien,
objetivam ente, en lo ideológico, p o r h ab er llevad o a l extrem o e l irracio ­
nalism o, prepararon espiritualm ente e l cam ino a H itle r y d isfrutaro n b a jo
su régim en de una vida asegurada y tran qu ila, n o participaron , sin em ­
bargo, d irectam ente — p o r su p ro p ia voluntad o por razones personales
de otro orden— n i en el régim en n i en el m ovim iento hitlerianos.
672 EPÍLOGO

Representante típico de esta categoría de ideólogos es, sobre todo, Jas-


pers. T o d av ía hoy se hace valer el princip io de su filo so fía , tan v iejo y
tan acreditado: com partir plenam ente, en cuanto al contenido, las tend en­
cias reaccionarias de m oda, pero procurando, al m ism o tiem po, adaptarlas
al tib io y m oderado "ju sto m ed io” de los salones de la pequeña burguesía
intelectual. F iel a esta norm a, Jaspers fue existencialista, irracionalista,
kierkegaardiano y nietzscheano, sin que nadie, p o r tanto, b ajo H itle r, tu ­
viera nada que reprocharle. Pero ahora, después de la caída de H itler,
Jaspers descubre, de pronto, la razón.
C laro está que esta "razó n ” de Jaspers tiene, lo m ism o que antes el
irracionalism o, solam ente una m isió n: refu tar el m arxism o. Y no puede
negarse que esta refutación es bastante "o rig in a l” . E l m arxism o — dice
Jaspers— es, en rigor, una m agia seu d ocien tífica: "L o destructor es lo
creador. Evoco la nada, y tengo delante de m í el ser. N o es, en realidad,
tanto en los conceptos com o en los actos, más que la repetición de la
magia, disfrazada de seudociencia. Y a la m agia corresponde tam bién, en
los m arxistas, la afirm ación de poseer un saber superior.” La "o rig in a ­
lidad” de Jaspers se reduce al em pleo de esa palabra a la m oda — lo
"m á g ico ”— , que en los tiem pos de la razón sem ántica suena a com pro­
m etedora y hasta a aniquiladora, para el m arxism o. Fuera de esto, es la
m ism a argum entación que D ü h rin g em pleara hace tres cuartos de siglo y
cuya refu tación puede encontrar cualquiera, sin tom arse grandes m oles­
tias, en el Anti-Dühring de E ngels. Lo que ocurre es que Jaspers ignora
e l A be dél m arxism o, y refu ta triu n falm en te lo que no son más que fa n ­
tasmas creados p o r él m ism o.
E n contra de esa "su perstición del saber” que es, supuestam ente, tal
com o él se lo representa, el m arxism o, recom ienda Jaspers, com o receta
ya probada, su pro pio irracionalism o, ahora peinado y vestido a la últim a
moda. Rem ontém onos, nos dice, al "acto o rig in ario ” de la "o n to lo g ía ”
en b o g a: "P ercibirem os, entonces, el len gu aje de todas las cosas y adqui­
rirá sentido para nosotros el m ito ; la poesía y el arte se convierten, así, en
'organon de la filo s o fía ’ (S c h e llin g ). Pero el len g u aje del m ito no debe
confundirse con el contenido del saber. Lo observado en la contem plación
y que luego se im pone en la práctica no debe cancelarse ni adquirir el
carácter de un saber, allí donde la razón hace valer p o r la fuerza la con-
trastación de la verdad. E sta contrastación de la verdad no es un examen
realizado sobre la experiencia, sino sobre el propio ser, sobre la elevación
o el descenso del ser uno m ism o a través de ella, sobre el contenido de
nuestro am or.”
Y , en relación con esto, procede en seguida Jaspers a determ inar la
conexión entre su v ieja y su nueva filo so fía , del m odo sigu iente: "H a ce
algunas décadas, hablaba yo de la filo s o fía existencial, añadiendo enton­
ces que no se trataba de una nueva y especial filo so fía , sino de la filo so fía
EPILOGO 673

una y eterna, a la que, en m om entos de extravío en lo puram ente o b je ­


tivo, pudo dársele com o acento el contenido fundam ental kiérkegaardiano.
'H oy, p re fe riría llam ar a esta filo s o fía la filo so fía de la razón, puesto
que parece aprem iante acentuar esta antiquísim a esencia de la filo so fía
m ism a.”
E l acentuar el predom inio de la razón es la única garantíá posible para
el nacim iento de auténticos m ito s: " E l m ito es, pues, el len g u aje inexcu ­
sable de la verdad trascendente. L a creación del auténtico m ito es el ver­
dadero esclarecim iento. Este m ito alberga dentro de sí la razón y se halla
b a jo el control de la razón. P o r m edio del m ito, por m ed io del sím bolo
y la im agen, adquirim os nuestra conciencia más profun da del lím ite .” A llí
donde fa lta esta atalaya protectora, se produce necesariam ente una inver­
sión. Y el peligro de ello , según Jaspers, es que surja entonces, no una
"im potente, nulidad” , sino un "p od ero so em bru jo ” . Jaspers se vale, p o r
tanto, de la añ eja distinción entre la m agia negra y la m agia blanca para
llevar a la filo so fía la línea fom entada por los dirigentes de la guerra
fría. Son, en efecto, las "exp erien cias” de la crim inal p o lítica m uniquesa
las que deben sum inistrar la razón para red iazar com o apaciguam iento
todo entendim iento serio con la U n ió n Soviética. P o r tanto, Jasp ers trata
dé suplir ahora, com o luchador contra el m arxism o, lo que no h ab ía sido
capaz de hacer antes, en la d efensa id eológica con tra el nazism o. P ara­
lelism o tanto más patente cuanto que la afin id ad p o lítica entre C h am ­
berlain y H itle r no era m enor que la afin id ad filo só fic a e n tre el irracio­
nalism o jaspersiano y el m atiz nazi d e este m ism o irracionalism o.
E l hecho de que destaqúe y exalte e l m ito no estorba las coincidencias
de Jasp ers con la semántica. E n tre , otras razones, porqu e sus apelaciones
constantes a K a n t son tan agnóstico-irracionalistas com o la fundam ental
posición filo só fica de la sem ántica; basta recordar el irracionalism o de
W ittg en stein . E n ambos se acusa — b a jo ty agujeread a m áscara de la ra­
cionalidad— una actitud de desesperación fre n te a la razón, la im potencia
de la razón, la autodesintegración de ésta. Para Jaspers, la "ra z ó n ” es, por
e jem p lo , algo ahistórico a priori (lla m a a M arx relativista, {jorqu e reco­
noce la racionalidad de la h is to ria ), e s lo opuesto al conocim iento causal
— "s ó lo conocem os causalm ente lo caren te d e razón” , d ice Jasp ers— y
necesariam ente tiene que ser, p o r tanto, im potente en absoluto fren te
a la realidad. L o que, de este m odo, entiend e Jasp ers p o r filo s o fía de la
razón es, sencillam ente, el v iejo irracionalism o, b a jo u n ro p a je acom odado
a las necesidades norteam ericanas de h o y : la m ism a filo s o fía de antes que
exaltaba la falta de salidas y adaptada, lo m ism o que antes, al "c o n fo r t”
m oral-espiritual de una intelectualidad que, a la m anera pequeño-bur-
guesa, creé bastarse a sí misma.
E l paso a la nueva situación era m ucho m ás d ifíc il d e d ar para un
H eidegger Éste no sólo había ayudado ideológicam ente al advenim iento

43
,674 EPÍLOGO

del fascism o, sino que h ab ía actuado directa y activam ente en fav o r de


H itler. N o era fá c il para él, en estas condiciones, obtener una am nistía
total y verse rehabilitad o en su puesto id eológico d irigente, ahora al ser­
vicio d e la nueva barbarización de la filo so fía , y precisam ente enganchán­
dose a l carro d e los que, al parecer, hab ían luchado con tra H itle r, y todo
ello, adem ás, sin sacrificar las "conquestas” logradas en la preparación
espiritual d el h itlerism o; en u n a palabra, presentándose ante el pú blico,
al m ism o tiem po, com o otro y e l m ism o d e antes. ¿C óm o sale H eid egger
airoso d e este tan d ifíc il em p eñ o? N o olvidem os que el arsenal kierke-
gaardiano encierra u n arm a excelen te p ara estos, casos: la del incógnito.
E ste recurso ocupa hoy el cen tro del pensam iento heid eggeriano. C ierto
es que en e l pro pio K ierkegaard la situación era relativam ente sencilla.
O bjetiv am en te, porqu e el incógnito se desprendía, en su filo s o fía , com o
una necesaria consecuencia d e la antirracionalidad y la antihum anidad d e
la actitud ante D io s ; personalm ente, porqu e K ierkegaard no te n ía nada
com prom etedor que ocultar.
H eid eg g er — los filó so fo s retraíd os del m undo y m isántropos suelen
ser gentes muy prácticas en la organización d e su vid a privada— sabe
perfectam ente que en la época de la alianza d el V atican o y W a llstre e t el
ateísm o n o es u n a m ercan cía d e fá c il cotización. Y saca de esto las co n ­
secuencias oportunas. N o , ciertam ente, en la fo rm a de una ruptura abierta
con e l ateísm o y e l n ih ilism o de El ser y el tiempo, sin o contentándo­
se con d eclarar apodícticam ente que su obra p rincipal n o es atea n i n ih ilis­
ta. Pero* a pesar d e esta adaptación a las tendencias religiosas de los
nuevos tiem pos, n o acierta a p o n er la te o lo g ía kierkegaardiana directa­
m ente al servicio d e sus fin e s personales. E n cam bio, intenta, m ediante
el d esarrollo u lterio r de su te o ría de la historia y del tiem po, ya conocida
d e nosotros, derivar un incógnito de p rin cip io como la esencia de toda
historicidad. (C la ro está que, si nos fijam o s en su contenido fu nd am en­
tal, vem os que esto sigue siendo, en lo esencial, una variante a to n o con
los tiem pos de la tesis kierkegaardiana de que sólo para D io s existe una
historia u n iv ersal.) P ara H eid egger, la historia es, ahora, un terreno de
"ex trav ío s” , de incógnito on tológico de p rin cip io : " E l ser se sustrae, al
entrégarse de prestado al ente. D e este m odo, extravía el ser, ilu m inán­
dolo, el ente con el extravío. E l ente acaece en el extravío, por el que el
ser vaga extraviado, creando a s í . . . el error. Éste es el espacio esencial
de la historia. E n él vaga extraviado lo esencial de la historia p o r de­
lante de lo igual a sí m i s m o .. . D e la época del ser surge lá esencia
epocal de su destino, en la que es la verdadera historia universal. Cada
vez que e l ser se atien e a si m ism o en su destino, se produce, bruscam ente
y de im proviso, un mundo. T o d a época de la historia univesal es una
época de extrav ío .”
E l filó so fo encuentra así la fundam entación y ju stificación ontológicas
EPÍLOGO 675

de su conducta en Ja época de Hitler. Este pensamiento cobra una forma


todavía más concreta en su ensayo sobre — aunque m ejo r diríam os con­
tra— el hum anism o. Subraya en él — con su conocida tergiversación de
H ö ld erlin — que la actitud de éste ante el helenism o era "a lg o sustancial­
m ente distinto al hum anism o” . “ P o r eso los jóvenes alem anes que sabían
de H ö ld erlin pensaban y vivían con respecto a la m uerte de otro modo
que lo que la publicidad h acía p asar p o r la op in ó n alem ana.” H eid egger
silencia, aquí, discretam ente — es p o sib le que tam bién esto fo rm e parte
del in cógn ito histórico ontológico— , que, b a jo H itle r, los jóvenes a que
él se refiere no sólo adoptaban o tra "situ ació n ante la m uerte” , sino que to­
m aban una p arte m uy activa en lo s asesinatos y las torturas, los robos y
las depredaciones. T a l vez consid ere su p erflu o m encionar esto, pues al fin
y al cabo e l incógnito lo cubre to d o : ¿quién p o d ría saber lo que aquellos
discípulos de H eid egger em briagados p o r H ö ld erlin "p en sarían y vivi­
rían” al arrear a las m u jeres y a lo s niños, com o ganado, a las cámaras
letales de A uschw itz? Com o nadie p o d ría saber tam poco lo que "p en saría
y v iv iría” el pro pio H eid egger cuando arreaba a lo s estudiantes de Frei-
burg a votar p o r H itler. D espués d e todo, no hay en la historia nada que
podam os conocer de un m odo u n ív o co : la historia es un "e x tra v ío ”
general.
H eid egger trata de conseguir, con esto, tres cosas. E n prim er lugar,
pretende sustraerse totalm ente a las responsabilidades contraídas por él al
apoyar activam ente a H itler. E n ségu nd o lugar, aspira a m antener en pie
su v ie jo punto de vista existencialista. Y , en tercer lugar, quiere dar a
entender que todos los cam bios introducidos ahora en su filo s o fía para
adaptarla a la p o lítica norteam ericana fu ero n siem pre concepciones suyas.
A rtes acrobáticas que sólo pueden llevarse a cabo, naturalm ente, con
ayuda d e una fa lta de decoro c ien tífico . Su antiguo d iscíp u lo K a rl Löw ith
ha puesto de m an ifiesto la estafa en la Neue Rundschau: “ U n a contrad ic­
ción no puede despejarse ni p o r una d iferen cia d e perspectiva en cuanto
al pu nto de vista, ni p o r una correspondencia dialéctica. E n el e p ílo g o a la
cuarta edición de Was ist Metaphysik? [¿Qué es metafísica?] se dice, re fi­
riéndose a la verdad del ser, que e l ser es, 'p robablem ente’ sin el ente,
‘p ero ’ que el ente no es nunca sin e l ser. E n la q u in ta edición de la
m ism a obra, publicada seis años después, desaparece el 'p ero ' co n el que
se subrayaba la contraposición y se sustituye el ‘pro bablem ente’ p o r un
'nu nca’, con lo que todo el sentid o anterior d e la frase se vuelve del
revés, y adem ás sin d ar a cono cer n i exp licar el cam bio. ¿Q u é diríam os
del teó lo g o que afirm ase, prim ero, q u e D io s puede e xistir probablem ente
sin la creación y, m ás tarde, que n o pu ed e e xistir nunca sin e lla ? ¿G om o
explicarse que un pensador centrad o e n el len g u a je y q u e sopesa tan cu i­
dadosam ente sus palabras com o H e id e g g er introd uzca un cam bio tan ra­
dical y en un pasaje tan d ecisivo? E s evidente que la fó rm u la verdadera
676 EPÍLOGO

y adecuada tiene que ser una de las dos, pero no pueden ser am bas al
m ism o tiem p o .”
A h o ra bien, ¿hacia dónde va esta filo s o fía ? N o cabe duda de que re­
tien e su irracionalism o extrem o de los tiem pos prefascistas. Cuando H e i­
d egger d ice, hoy, que " e l pensam iento com ienza a llí donde caem os en la
cuenta de que la razón desde hace siglos g lo rificad a es 4a m ás tenaz co n ­
trad ictora del pensar” , no hace más que sacar las consecuencias extrem as
de lo que desde el p rim er m om ento se con ten ía im plícitam ene en la "eidé-
tica” husserliana. Y com o, según hem os visto, la fen om en o lo gía se halla
íntim am ente unida, en sus orígenes, al m achism o, a H eid egger no le cues­
ta un esfuerzo dem asiado gran d e — en el fo n d o— ven ir a colocarse muy
cerca de la sem ántica. Su tozudez term inológica y su sutileza para las pa­
labras son bien conocidas. P o r eso, hoy — y com o coronación del m achis­
mo, de la fen om en o lo gía y de la sem ántica— , puede hacer del len gu aje
una m etod ología filo só fica. " E l pensam iento aglutina el len gu aje en el
sim ple decir. E l len g u aje es^ por tanto, el len gu aje del ser, com o las nubes
son Jas nubes del cielo. E l pensam iento abre, con su decir, surcos invisibles
en el lengu aje. M ás invisibles que los que el labrador traza, al recorrer
lentam ente la tierra que ara.” Es una sem ántica "p o ética” , com o matiz es­
p ecífico alem án. P ero el abism o irracionalista es en ambos casos el m ism o,
ya se recurra deliberadam ente, com o fo rm a directa de expresión, a la
fo rm a "p o é tica” o a la form a fr ía y escueta d e la prosa.
P ero la aproxim ación m etod ológica apunta al acercam iento intrínseco.
E l ser heideggeriano (p o r op osición a l e n te ) n o se h alla muy lejos, d e 16
que, según W ittg e n stein , puede m ostrarse, pero n o expresarse. Y , p o r m é­
todos sem ejantes se lle g a a consecuencias parecidas. H eid egger h ab ía salu­
dado en H itle r el advenim iento d e una nueva era, con lo que — para de­
cirlo con palabras suaves— quedó en u n a postura b ien poco airosa. H oy, se
m uestrá m ás cauteloso, p o r lo m enos en el m odo de expresarse, pero trata
d e agarrarse a los q u e m andan o cree é l que van a m andar, lo m ism o que
ayer se agarró a H itle r. Se expresa de u n m odo cauteloso y deliberada­
m ente oscuros p ero a través d e esta penum bra d e ja traslucir, una vez más,
la idea d e una nueva e ra : "¿N o s.h a lla m o s, acaso, incluso en vísperas de la
m ás trem enda tran sform ación d e la tierra y del tiem po del espacio histó­
ric o del que p en d e? ¿N os encontram os ante las prim eras som bras d e una
noch e que nos llevará a o tra aurora? ¿N os disponem os precisam ente a in ­
ternarnos en e l terreno histórico de este anoch ecer? ¿Será este territorio
crepuscular, en O rien te y en O ccid ente y a través de lo europeo, el esce­
nario de la venidera y destinada historia inicial ? ¿Serem os ya nosotros,
hoy, gentes crepusculares, en un sentido que sólo se esclarecerá m ediante
nuestro paso a la noche del m u nd o? ¿ D e qúé nos siryen todas las filoso^
fía s de la historia calculadas sólo históricam ente, si no hacen m ás que
cegam os con lo que nuestra m irada puede abarcar en las m aterias histó­
EPÍLOGO 677
i
ricam ente aportadas, explicarnos la h istoria sin entrar nunca a pensar los¿
fundam entos de sus razones explicativas a base de la esencia de la historia,;
y ésta a base del ser m ism o ? ¿Somos nosotros realm ente los hom bres ta r­
díos q u e som os? ¿P ero som os tam bién, al m ism o tiém po, los h om bres]
prem aturos de la alborada de otra era com pletam ente distinta del m undo
que ha dejad o ya atrás nuestras actuales representaciones históricas de la
h isto ria ?”
La fo rm a interrogativa y las im ágenes de un estado de ánim o pesim ista
traslucen la situación actual de A lem ania. Son indispensables, pues el tono
pesim ista es, hoy, inseparable del deseo de in flu ir sobre la élite de la
intelectualidad, sobre todo de la alem ana. P ero, detrás de todo eso — es­
condido en una deliberada penum bra— están, visibles o, por lo menos,
descifrables, los p e rfile s del "s ig lo norteam ericano” , del Estado m undial
b ajo la égida de los Estados U nidos. (C la ro está que, si eventualm ente
llegara a cobrar independencia un im perialism o alem án que aspirara de
nuevo a la dom inación m undial, estas palabras de H eid egger podrían in ­
terpretarse tam bién com o una "p ro fe c ía ” de é l.) A l parecer, H eid egger
no está todavía satisfecho con haberse puesto en evidencia b a jo H itle r y
aspira, incondicionalm ente, a un segundo fiasco. E l cual seria, sin duda, la
adecuada realización de su filo so fía de la historia, concebida com o la teo­
ría del "e x tra v ío ” .
E n estas m anifestaciones de H eid eg g er lo m ás im portante es, natural­
m ente — en un plano inmediato-— la perspectiva ya señalada por nosotros.
Pero, al lado de ella, no debe olvidarse tam poco, totalm ente, el m étodo. Y a
veíam os en su lugar oportuno cóm o H eid egger estatuye una historicidad
"ap ropiad a” , para poder así luchar m ás eficazm en te contra la h istorici­
dad corriente, que él considera "v u lg a r” . Y esta tendencia se acentúa to ­
davía más en él en el períod o d e posguerra. El ser y el tiempo es todo
él, en esencia, una gran polém ica contra e l m arxism o, pero sin descubrir
este carácter ni a través de una sola alusión clara; pero, ahora, H eid egger
se siente ya obligado a llam ar a M arx p o r su nom bre. " L o que M arx
— dice— , en un sentido especial e im portante reconocía, partiendo de
H egel, com o la enajenación del hom bre, tien e sus raíces m ás profundas
en la carencia de patria del hom bre de los tiem pos m o d erno s. . . La con­
cepción m arxista de la historia es superior a todas las demás, porque
M arx, al experim entar la enajenación, penetra en una dim ensión esencial
de la h istoria.”
C laro está que, en seguida — com o todos los vulgarizadores, burgueses
del conocim iento histórico— , reduce el m arxism o a la técnica. Pero, con
ello, proclam a ya abiertam ente que H eid egger considera el m arxism o com o
el fu ndam ental enem igo al que se trata de com batir. En todo esto se acusa,
de una parte, la batalla general de repliegue de la filo so fía.b u rg u esa fren te
al m arxism o. D el m ism o m odo que ya N ietzsche, después .de la negación
678 EPILOGO

schopenhaueriana d e toda historia, se vio obligad o a fundam entar un seu-


d ohistoricism o m ístico, la fen o m en o lo g ía del p e río d o im perialista, par­
tien do del ahistoricism o de H u sserl, avanza a través de Sch eler hasta esta
"ap rop iad a” historicidad de H eid egger. Y , de o tra parte, las considera­
ciones más arriba transcritas revelan claram ente la intención de H eidegger
de desacreditar todo conocim iento real y concreto de la historia. N o en
vano d ice: " ¿ D e qué nos sirven todas las filo so fía s de la historia calcula­
das sólo históricam ente, si no hacen más que cegarnos con lo que nuestra
m irada puede abarcar en las m aterias históricam ente aportadas, exp licar­
nos la historia sin entrar nunca a pensar los fundam entos de sus razones
explicativas a base de la esencia de la historia, y ésta a base del ser
m ism o ?”
Se trata aquí de una tendencia general de la época. Para ilustrarla con
un ejem p lo actual, nos rem itirem os una vez más a la polém ica entre Camus
y Sartre, a la que ya nos hem os referid o en otra oportunidad. Para nada
nos interesa, en este m om ento, saber hasta dónde, en cuanto a los detalles,
está Camus de acuerdo con H eid egger. L o im portante para nosotros, ahora,
es ver cóm o se d efiend e, furioso, contra la im putación de que m antiene una-
actitud ahistórica e incluso antihistórica, pero cóm o, al m ism o tiem po,
; ¡opera su repliegue individualista-anárquico del cam po de la historia real
. én nom bre de una "su p rah istoria” , exactam ente lo m ism o que Heidegger-
¿¡recurre a la historicidad del "s e r” en contra de la del "e n te ” .
P ero, más im portante aún, com o signo de una saludable crisis en el
g£rio del existencialism o; es la apasionada protesta que Sartre y sus p arti­
darios op onen a esta posición de Cam us. Sartre contesta a éste con las si­
guientes certeras palabras: "N u estra libertad actual no es otra cosa que
la opción de la lucha para llegar a ser libres. Y el aspecto parad ójico de
esta fórm u la no hace m ás que expresar lo p arad ójico de nuestra condición
histórica.”Pero la p arad oja que evidentem ente existe para una filo so fía
com o la de Sartre puede atribuirse — objetivam ente— a una protesta. P ro ­
testa que nace del sano instinto vital del hom bre de nuestro tiem po que
no quiere verse envuelto en la responsabilidad de la hecatom be m undial
fom entada por los Estados U n id os y que se percata claram ente, en la prác­
tica, de lo que la lucha pro letaria de clases y la acción de los partidos co­
m unistas representan en el m o v im ien to de d efensa contra ese p eligro de
guerra; que, por consiguiente, com prende la peligrosidad de una concepción
de la historia com o la de Cam us y H eid egger, dándose cuenta de sus con ­
secuencias reales, sin advertir todavía — p o r el m om ento— que, al razonar
así, opone a un punto de vista consecuentem ente existen cialista un criterio
existen cialista paradójicam ente contradictorio. E n efecto, todo lo que hay
de parad ójico en su respuesta polém ica se reduce a que, después de em pe­
zar interpretando el concepto de libertad en un sentido existencialista o r­
todoxo, lo em plea a renglón seguido, en la m ism a frase, en un sentido
e p íl o g o 679
histórico real. L a suerte que á Sartre le esté reservada com o pensador de­
penderá de la dirección en que pueda y quiera resolver esta "p a ra d o ja ”
E n H eid egger, el cinism o queda ocu lto cuidadosam ente b a jo un torrente
de palabras, en las que el filó so fo coquetea con una "m isteriosa oscuridad
y que pretenden ser poéticas. E n el que un d ía fu e ju rista de cám ara de
H itle r y su teórico del derecho, C . Schm itt, el cinism o se m uestra sin tapu­
jos. C u ál es el o b jetiv o ideológico de su actual teo ría del derecho in ter­
nacional, ya lo hem os visto más arriba. N o es aventurado pensar, juzgando
p o r la fó rm u la sostenida p o r él, que d efien d e al im perialism o norteam e­
ricano, hoy, con tanto celo como ayer sirviera a H itle r. Y lo hace con el
m ism o ingenio, con el m ism o esp íritu parad ójico y el m ism o cinism o;
cuejnta, por tanto, con todas las probabilid ad es p ara ser acogido am orosa­
m ente en el regazo de los nuevos señores, para im ponerse con todas las de
la ley en lo que hoy es e l cuartel g en eral d e la reacción internacional y de la
preparación de la guerra. S in em bargo, tam bién él siente (o sentía* por
lo m e n o s) la necesidad de "red im irse ” de sus pecados hitlerianos. Y com o
quiere —j-mucho más decididam ente que H eid eg g er— tran sferir al futuro
norteam ericano (o , eventualm ente, al im perialism o alem án, si éste llegare
a resucitar y a hacerse in d ep en d ien te) todos sus anteriores designios reac­
cionario-agresivos, tam bién para él es el incógnito e l arm a ideológica
adecuada.
E n sus com entarios a un discurso radiado d e K a rl M ann heim , inm edia­
tam ente después del fin a l de la guerra, da Sch m itt una exp licación tan
¡nocente del papel desem peñado p o r é l b a jo el régim en h itlerian o , que en
e lla salta a los o jo s de cualquiera q u e sepa, sencillam ente, lee r el carácter
cín ico -n ih ilista d el incógnito, e l derecho filo só fico a m en tir con el mayor
descaro. "Q u ed ab a — dice Schm itt— el trad icio nal recurso, tran qu ilo y
consagrado, de retirarse a la vida privad a, con la m e jo r disposición a co ­
laborar correctam ente con cuanto ordenara e l go b iern o leg a l vig en te.”
Y hasta tien e la insolencia de acusar d e su p erficialid ad a cuantos, b a jo
H itle r, se atrevían a criticar u n com portam iento sem ejan te al suyo. "S i
m ereciera ser tom ado en cuenta — dice— lo que aparece ilum inado p o r ,
los reflecto res d e una to tal y patentada publicidad y si, adem ás, se con ci­
bieran las cosas com o si el hecho de aparecer en esa escena p ú blica sig n i­
ficara ya som eterse espiritualm ente y sin reservas a ella, podríam os decir
que la labor cien tífica realizada durante lo s pasados doce años no m erece
ser tom ada en cuenta.” (E n este lib ro , hem os "to m ad o en cuenta” com o
se m erece la "la b o r cien tífica ” realizad a p o r Sch m itt b a jo el régim en de
H itle r y a su serv icio .) L o que e n el in cógn ito de la intim id ad privada
ocurriera ha quedado, com o es natu ral, envuelto e n el secreto. D e vez en
cuando, Schm itt rasga el incógnito p ara dar a entender discretam ente que
tam bién figu raba entre quienes no estaban de acuerdo con H itle r. S in em ­
bargo, es un hecho histórico que, p o r los días en q u e hom bres com o, por
680 e p íl o g o

ejemplo, Niemóller, Wiechert, Niekisch y otros, para no hablar de los


comunistas, manifestaban claramente su- repulsa del hitlerismo, Schmitt se
ocupaba empeñosamente en elaborar los principios de la filosofía del de­
recho y del derecho internacional destinados a justificar las acciones de
Hitler, desde los asesinatos en masa del año 1 9 3 4 hasta la invasión de los
países neutrales por la Reichswehr.
P ero el p ro p io Schm itt se da cuenta de que, en un caso com o el suyo, no
resulta muy convincente el incógnito, elevado al p lan o de la abstracción
su bjetivista kierkegaardiana-heideggeriana. R ecurre, en vista de ello , a una
im portante ;— y supuesta— an alog ía histórica. Escribe, refirién d o se a H ob-
b es: "Hobbes, en cam bio, supo com prenderlo m ucho m ejo r. A l cabo de
otro sig lo de disputas teológicas y de guerras civiles europeas, su desespe­
ración era in fin itam en te más p ro fu n d a que ía de B o d in . H ob b es era uno
de aquellos grandes solitarios del sig lo xvii , que se cono cían todos los
unos á los otros. N o sólo com prendía la co m p leja naturaleza del m oderno
Leviatán, sirio tam bién el trato con él y la conducta aco n sejab le para un
individuo capaz de pensar p o r su cuenta, cuando se siente arrastrado a
un tem a p e lig ro s o . . . M ed itó , h ab ló y escribió acerca de estos peligrosos
problem as, sin desviarse nunca de la lín ea de la libertad de esp íritu y p ro ­
curando siem pre d eja r a cu bierto su persona, o m ed iante la evasión o es­
condido donde nadie le v iera.” L a "p eq u e ñ a” d iferen cia — aunque nada
desdeñable, desde el punto de vista filo s ó fic o y desde e l punto de vista
p o lítico -m o ral-— está en que H ob b es abogaba p o r lo que entonces era el
progreso, m ientras que Sch m itt tom aba todas aqu ellas precau ciones para
servir a la m ás desenfrenada reacción, P ero, detrás de esta an alo g ía hay
aún alg o m ás: la p ro fesió n de fe de Sch m itt de pro segu ir sus actividades
de lucha en el ala extrem a de la reacción m ilita n te . H e aqu í, en efecto ,
cóm o construye su an alo g ía: d el m ism o m odo que a H o bbes, en .su tiem po,
le ten ía sin cuidado el que la liqu id ación del feu d alism o y la instauración
d el m oderno Estado burgués centralizad o fuese obra de los' E stuardos o de
C rom w ell, a él — a C ari S chm itt— le es in d ife re n te que la dictadura
del m onopólism o capitalista sea asegurada p o r H itle r, p o r E isenhow er o
por un nuevo im perialism o alem án redivivo.
D e aquí que pueda, según hem os visto, redactar la m e jo r an to lo g ía ep i­
gram ática al servicio de la p o lítica exterio r de lo s Estados U n id o s, com o
ayer lo hizo a fav o r de la p o lítica exterio r de H itle r. D é aquí tam bién que
presente, hoy, ante los Estados U n id os, el dilem a inev itable de aislam ien to
o in terven ció n : "L a s contradicciones — dice — surgen de la p roblem ática
no resuelta d e un desarrollo del espacio que lleva consigo el fo rzoso pos­
tulado de encontrar el cam ino hacia grandes espacios delim itables, que re­
conozcan ju n to a sí otros grand es espacios, o el de co n v ertir la gu erra del
derecho internacional anterior en una guerra civil g lo b a l, extend id a al
m undo e n tero .” D e aquí que S chm itt se dedique, hoy, a p u blicar toda una
EPÍLOGO 681

serie de estudios, viejos y nuevos, sobre su figura favorita de siempre,


sobre Donoso Cortés.
¿Q ué es lo esencial, en todo e llo ? La contraposición entre la id eología
burguesa y el m arxism o. Éste ha sabido com prender y poner de m an ifiesto
el entronque con el presente de la trayectoria histórica que va desde 1 8 4 8
hasta nuestros días; la ideología burguesa, en cam bio, no. Schm itt resume
así la situación: " L a conciencia de la continuidad lleva consigo una m ar­
cada superioridad y hasta un m o n op o lio de los autores com unistas con
respecto a los otros historiadores que no se orientan en los acontecim ientos
de 1 8 4 8 y pierden, a consecuencia de ello, el derecho a em itir un ju icio
acerca del presente. La p erplejid ad de los historiadores burgueses es g ran ­
de. P e una parte, condenan la represión de la revolución, pues no quieren
pasar p o r reaccionarios, m ientras, p o r otra parte, saludan la restauración
de la paz y la seguridad com o una victoria del o rd en .”
Se trata, según Schm itt, de rom per este m onopolio com unista, esclare­
ciendo "la s continuidades no socialistas” (e s decir, los éxitos y tradiciones
de la co n trarrev o lu ció n ). Y el id eólogo indicado para fundam entar esta
continuidad es, según Schm itt, el español D on o so C o rtés: " L o esencial es
la conciencia clara de que es precisam ente la seudorreligión de la hum a­
nidad absoluta la que abre el cam ino hacia el terro r inhum ano. E ra ésta
una nueva conciencia, m ás profun da que las m uchas grandiosas predica­
ciones de un D e M aistre acerca de la revolución, la guerra y la sangre.
Com parado con el español que supo m irar al abism o del terro r de 1 8 4 8 ,
D e M aistre sigue siendo un aristócrata de la restauración del anden
régime,un p rolongador y ahondador del siglo x v m .” D e donde se sigue,
según Sch m itt: "P e ro el m onopolio d el esclarecim iento d el siglo encierra
algo muy im portante, a saber: la legitim id ad histórica del pro p io poder, el
derecho al em pleo de la violencia y la absolución d el E sp íritu universal
por todos los crím enes com etidos en su n om bre.”
Donoso Cortés se ve convertido, así, en el antepasado de la despótica
dictadura pura y simple del capitalismo monopolista. "Su gran importan­
cia teórica [la de Donoso Cortés} para la historia de la teoría contrarre­
volucionaria radica en que abandona la argumentación legitimisma, para
ofrecernos, no ya una filosofía de Estado de la restauración, sino una teo­
ría de la dictadura.” Y Schmitt, dejándose arrastrar .por el entusiasmo de.
esta perspectiva ahora descubierta, rasga su incógnito y proclama ya sin
tapujos lo que su héroe ideológico había puesto de manifiesto ante él con
colores tan fascinantes: "Su desprecio por el hombre no conoce ya límites;
la ciega inteligencia de éste, su pobre voluntad y el ridículo impulso de
sus apetitos carnales, le parecen algo tan lamentable, que las palabras
de las lenguas humanas reunidas serían pocas para expresar toda la vileza de
esta criatura.”
He aquí, claramente expuesto, el entronque de Schmitt con todas las
682 EPÍLOGO

tendencias antihumanas del pasado y del presente y, al mismo tiempo, el


fundamento social sobre que esta actitud descansa: estamos ante un ene­
migo de las masas a quien el odio enceguece, ante un frenético persegui­
dor de la "masificación” . Y ahora, comprendemos ya cuál es la realidad
que hay detrás, cuando Schmitt se muestra en desacuerdo con el régimen
hitleriano: es evidente que consideraba la demagogia social de Hitler,
cuyo carácter fraudulento sin duda no le pasaba desapercibido, como una
despreciable mascarada de la dictadura por excelencia del capitalismo
monopolista. Lo mismo que para Spengler, para Ernst Jünger y para
otros, Hitler era, para Schmitt, "excesivamente democrático”, "demasiado
populachero”. (Sin que esta supuesta oposición impidiera a Schmitt, por
supuesto, servir concienzudamente a Hitler como ideólogo, con todas las
fuerzas de su espíritu.) Hoy, después de la catástrofe de la demagogia
social y de la apologética indirecta, es natural que un Schmitt ventee,el
aire mañanero.
Como es natural, este cinismo de la ideología del incógnito se halla muy
extendido entre la intelectualidad de la Alemania occidental. H a encon­
trado su forma más descarada y concentrada en el libro de Ernst von Sa­
lomón titulado Fragebogen [ Cuestionario} , que debe tal vez a ello el
haber alcanzado tal éxito editorial. Salomón figura también entre los que,
habiendo ayudado objetivamente a allanar el camino al hitlerismo, abrigan
"reservas” frente a él y tratan, por tanto, después de la catástrofe de la
guerra, de razonar una justificación ideológica de su punto de vista del
hombre que ha sobrevivido. El cinismo de un Salomón, así expresado, se
distingue ventajosamente del de Heidegger, Cari Schmitt y Ernst Jünger
en que es, por lo menos, sincero; en que no encubre ni trata de cohonestar
el sentimiento del ] ’ai vécu: aspiraba, sencillamente, a sobrevivir al régimen
de Hitler, claro está que en las mejores condiciones materiales que le fue­
se posible, y su postura de oposición al hitlerismo se limitaba a exterio­
rizar ciertas reservas en voz baja y en círculos muy íntimos. En él, el
incógnito reviste, pues, un carácter sanamente prosaico, sin ninguna mís­
tica existencialista: se trata de un simple caso de mimetismo, bajo las con­
diciones del régimen nazi.
En cambio, Ernst Jünger, cuyo ArbeHer £E l trabajador} , como es sa­
bido, contribuyó mucho más al nacimiento de la ideología nazi que los
escritos marginalistas de un Salomón, participó, de una parte, mucho más
intensamente en el régimen hitleriano, aunque casi siempre en puestos de
representación puramente decorativos y, de otra parte, ha procurado subra­
yar mucho más ostensiblemente, después, su actitud de "oposición” . Pero
también ésta adopta la línea de una protesta aristocrática contra la popu­
lachería de ja demagogia hitleriana, y no contra su contenido social; y sólo
se distingue de Schmitt en que él, Jünger, destaca abiertamente y en pri­
mer plano el papel de la nobleza de nacimiento de los junkers prusianos
EPÍLOGO 683

en la dictadura abierta (la "fortaleza” de su novela Heliópolis) . A lo que


hay que añadir, como trasfondo ideológico, la proclamación del mito y la
magia como signos característicos de la diferencia del nuevo período con
respecto al siglo x ix : "L o característico del espíritu 'del siglo x ix es el
haber pasado por alto esta actitud de la razón ante lo profundo. Creyendo
bastarse a sí mismo, creía que el desarrollo avanzaba sobre una superficie
determinada por él, en un justo medio por él deslindado, creado y con­
trolado, que llamaba la conciencia. En estas condiciones, no podía por me­
nos de producirse un despertar. Y éste se produjo en el mismo momento
en que las raíces racionales llegaron a la hondura del mito. N o es difícil
comprobar esto en las palabras, en las imágenes, en los pensamientos y
hasl;a en las ciencias. Todas ellas fueron adquiriendo un vigor mayor del
que correspondía a las medidas humanas, a la modestia del hombre. Las
figuras míticas comenzaron a lanzarse, en una serie de formidables tor­
neos, contra lo racional, y éntre los resplandores de los incendios brillaron
los nuevos mundos del mito, del sueño, de la magia nocturna.” Jünger se
incorpora, por tanto, a la serie de los ideólogos que — como Jaspers, Hei-
degger y Schmitt— /desde el campo de la "oposición” contra Hitler, ofre­
cen al nuevo imperialismo, como arma, el mito irracionalista, presentán­
dose como portadores de ella. '
Hemos puesto de relieve la actitud marginalista de Salomón durante el
período anterior a Hitler. Este autor se movió, como es bien sabido, en los
más diferentes medios reaccionarios, intervino en el asesinato de Rathenau.
en el movimiento campesino, etc.; su cinismo nihilista lo caracteriza bas­
tante bien su frase en que llama a estas actividades suyas una "broma
pesada” . Vivió la crisis anterior a la toma del poder por Hitler y, en ella,
la creciente influencia de la ideología comunista; su hermano Bruno von
Salomón llegó, incluso, a ingresar en el Partido Comunista. Y él mismo se
sintió obligado por esta crisis a debatirse con el marxismo. Como es natu­
ral, no logró llegar a comprenderlo y el encuentro terminó como tenía que
terminar, con la repudiación de la concepción marxista, si bien Salomón
— rasgo también extraordinariamente característico de su cinismo— ma­
nifiesta, incidentalmente, en una ocasión: "Pero, en cuanto al fondo del
asunto, no cabe duda de que e l comunismo tenía razón.” N o menos ca­
racterístico en él es que este reconocimiento no dejara huella alguna en
su conducta ulterior.
Así fue Salomón deslizándose hacia el régimen hitleriano. Llevó, al
amparo de él, una vida tranquila y desahogada. Y , aunque los hechos de
los nazis le sublevaran, a veces, hasta el extremo, lo cierto es que perma­
neció, en lo esencial — también interiormente— en una actitud perfecta­
mente pasiva. Con motivo de las matanzas de los judíos berlineses, dijo
una vez a su esposa, hablando de esta pasividad, de esta abstención de toda
protesta: ¿Nos callamos "porque sabemos que nuestras palabras no en­
684 EPÍLOGO

contrarían eco alguno? No, no es eso. Es algo mucho peor. Es que, en


realidad, estamos ya muertos. N o acertamos ya, en modo alguno, a extraer
la vida de nosotros mismos.” A continuación, cuenta un episodio vivido
por él, y resume así sus conclusiones’: "Conforme bajaba por Kurfürsten-
damm hacia casa, iba pensando, en un formidable esfuerzo de concentra­
ción, que necesariamente tenía que existir una tercera solución. Y , si no
la había, ¿qué era mejor: obrar como un necio o como un cobarde?”
Este cinismo descaradamente sincero distingue ventajosamente a Salo­
món del nihilismo romántico místicamente infatuado de Jünger y consor­
tes. Y ello le permite trazar imágenes muy vivas de la existencia cotidiana
bajo el hitlerismo y desenmascarar de un modo realista la crueldad y la
corrupción de . los "libertadores" norteamericanos. Pero el meollo del
Fragebogen de Salomón es la confesión de su autor en cuanto al cinismo
del ] ’ai vécu. Al verse,, en unión de su esposa, libre de las prisiones nor­
teamericanas, se entabla entre ellos un diálogo tan característico de los es­
tados de ánimo actuales, que nos creemos obligados a citar, por extenso,
algunos trozos de él. Salomón dice a su esposa: "Has salido bien librada
del trance. N o tienes razón para quejarte. Mucho menos razón que todos
aquellos a quienes conoces y que los millones de gentes a quienes no co­
noces. Y a mí me ocurre exactamente lo mismo. Nos ha ido bien, lile, y
no debemos abrigar ninguna clase de resentimiento; somos de los pocos
que no tenemos derecho a estar resentidos.” De este modo, Salomón se
prepara para adoptar también en el nuevo período la actitud del hombre
que ha sobrevivido.
Pero aún es más característica la respuesta de su esposa, que expresa con
mayor fuerza todavía las sensaciones reales de das masas, como condensa­
ción retrospectiva, en el recuerdo, de lo vivido bajo el régimen hitleriano.
He aquí sus palabras: "Tengo que decirte algo espantoso. A mí no me ha
ido nada bien. Sé que tú pensabas durante todo el tiempo que lo funda­
mental era salir del trance. Pero yo no he salido del trance. N o soy ya la
misma a quien tú conociste. Lo que en mí había de mejor y de más valio­
so, ha muerto. Lo han matado ellos. Los últimos doce años han sido es­
pantosos para mí. Me he esforzado siempre en que tú no te dieses cuenta
de lo que por mí pasaba. Hemos vivido bien, si es eso lo que quieres
decir, pero sin mirar al mañana.” Y le recuerda cómo ambos, Salomón y
ella, estaban perfectamente enterados de todas las atrocidades cometidas
por el hitlerismo, pero sin tomar ni querer tomar nunca conciencia de
ellas, para no poner en peligro la comodidad y la relativa seguridad de sus
vidas. Y , por último, resume su situación moral, consecuencia de todo lo
anterior, en las siguientes palabras: "Am o la vida y quiero vivirla en su
integridad, o no vivirla. Y de la vida forma parte también la dignidad.
No sólo el rostro y los brazos y las piernas, la integridad física, sino tam­
bién la dignidad. Y estos doce años han querido convertirme en un ser
EPÍLOGO 685

indigno. ¿D e qué vale vivir, si no se am a? Y yo quería amar cada día


vivido, y am ar al país, a los alem anes, y a ti y a m í. Q u ería, pero no
podía hacerlo, no se m e perm itía. Se m e obligaba a acostum brarm e **
preciarlo todo, el día, y el país, y los alem anes, y a ti y a m í m ism j

VI

Como es natural, tampoco en la m u je r que escribe estas líneas se tfv


las consecuencias visibles de las vivencias señaladas. P ero el contenido
o b jetiv o de su explosión em ocional encierra alg o m ás que una síntesis
crítico-em o tiva: encierra tam bién — sin que e lla m ism a lo advierta-— la
posibilidad hum ana de encontrar una salida.. M illo n e s de seres hum anos
— la m ayor p arte de las veces, tam bién sin advertirlo— han vivido exp e­
riencias sem ejantes, y con frecu encia m ucho m ás terribles, b a jo H itlé r y
contem plan hoy con espanto los preparativos d e una nueva guerra, la g es­
tación de un nuevo fascism o. E l g rito espontáneo de " ¡S in n o so tro s!” es,
sobre poco más o menos, la expresión de las consecuencias em ocionales
de aquellas experiencias vividas por l ile Salom ón y que intenta plasm ar en
balbucientes palabras. Este " ¡S in n o so tro s!” sólo expresa, provisionalm en­
te, en muchas gentes, un sentim iento creciente de m iedo, el m iedo a una
nueva guerra, el m iedo a lo que puede ocu rrir con sus vidas y las de sus
deudos, el m iedo a perderlo todo, la vida y los bienes; pero, detrás de él
se vislum bra ya tam bién el miedo a un nuevo avasallam iento y a un nuevo
envilecim iento de la dignidad hum ana y de la integridad personal. H ay
tam bién, naturalm ente, al lado de eso — e incluso en masa— m anifesta­
ciones de un grado de conciencia todavía m ayor; expresiones y actos de
entrega total de gentes dispuestas a todos los sacrificios, con tal de que
A lem ania no vuelva a vivir jam ás nada parecido a lo q u e ha sido el h itle ­
rismo. Y :va fortaleciéndose, asim ism o, aunque lenta y contradictoriam ente,
la conciencia de cuánto están contribuyendo a preparar un po rvenir sem e­
jan te al pasado, b ajo form as aparentem ente distintas y supuestamente
contrarias, la guerra fría norteam ericana y su com ité ejecutivo, el gobierno
Adenauer.
Por el m om ento, estas voces — sobre todo en la A lem ania occidental,
pero tam bién en muchos otros países del m undo capitalista— aparecen
todavía ahogadas por la "V o z de A m érica” . C u ál es e l verdadero contenido
de esta propaganda, lo hem os expuesto ya en detalle, com o hem os puesto
tam bién de m anifiesto su vacuidad in terio r, su nulidad y todas sus m enti­
ras. P ero sería falso, a pesar de todo, desconocer el g ran p elig ro de sem e­
jan te propaganda. Es extraord inariam ente grande, todavía, la m asa d e la
gente susceptible de ser seducida, de los cobardes y los intim idados, dé
los débiles y la gente pasiva, de tos envenenados p o r la ponzoña espi
686 EPÍLOGO

ritual y m oral. S in em bargo, la situación ha cam biado radicalm ente, en su


conjun to. A ntes de la segunda G u erra M u nd ial, H itle r pudo desplegar en
la calle la bandera del irracionalism o, del aniquilam iento de la razón;
hoy, la razón sale de la cátedra, del talle r y del laboratorio a la calle, para
defend er su buena causa ante las masas y al fren te de ellas. E sta ofensiva
estratégica de la concepción progresiva del m undo, de la defensa de la
razón, es lo esp ecíficam ente nuevo del períod o posterior a la segunda
G u erra M u nd ial.
H acia 1 8 4 8 , se puso en p ie el adversario realm ente decisivo de los des­
tructores de la razón: el m arxism o. D esd e 1 9 1 7 , no sólo ha avanzado hasta
convertirse en la concepción del m undo de los pueblos de la sexta parte
de la T ie rra , sino que ha pasado, además, a ocupar, espiritualm ente, un
nivel más alto, b a jo la form a del m arxism o-leninism o, com o el desarrollo
'u lterior del m arxism o en el período de las guerras y las revoluciones m un­
diales. E l Manifiesto Comunista era ya de largo tiem po atrás una de las
obras más leíd as y más traducidas de la literatura universal. Después
de 1 9 1 7 , aparecieron tam bién — ju n to a una m ayor difusión de los li­
bros de M arx y E ngels— las obras de L en in y Stalin. P ero el período
posterior a 1 9 4 5 m arca tam bién desde este punto de vista un cam bio cua­
litativo. Pocos serán los países en los que la traducción y d ifu sió n de estas
obras no avancen a saltos. Sin hablar ya de C h in a y de las nuevas repú­
blicas populares, ni de países com o F rancia e Italia, donde los partidarios
del com unism o representan más de la tercera parte de la p oblación, incluso
allí donde la fuerza organizada de los com unistas es todavía relativam ente
pequeña, se registra un ascenso intensivo del conocim iento del m arxism o-
leninism o, y la in flu en cia de la concepción m arxista del m undo llega hasta
mucho más allá de estas fro nteras. Tam po co en este problem a nos interesa
aquí más que el aspecto ideológico. P ero debem os, no obstante, consignar
que, en estos países, no asistim os ya solam ente a la traducción y difusión
de los clásicos del m arxism o-leninism o, sin o al rápido auge de una inves­
tigación m arxista o rig in al, a una elaboración cie n tífica de los problem as
actuales y de la historia del propio país a la luz del m arxism o-leninism o,
de la lucha contra la reacción librad a con armas espirituales propias.
Y este auge trasciende hasta m ucho m ás allá de las fronteras de partido.
Aum enta sin cesar la fuerza de atracción del m arxism o-leninism o sobre la
intelectualidad progresiva que m archa a la cabeza. Cada vez son más los
naturalistas que van dándose cuenta de la ayuda que puede prestarles ei
m aterialism o dialéctico, tanto m ás cuanto que, e n la U n ió n Soviética, m e­
diante la solución de los problem as concretos de la ciencia, se ha elevado
i un p lan o superior, no sólo la ciencia m ism a, sino tam bién el m étodo del
materialismo dialéctico. Y son tam bién cada vez más los escritores y artis-
:as que lo com prenden así con relación a la literatura y al arte. P o r eso los
descubrimientos y las conquistas llevados a cabo en la U n ió n Soviética
EPÍLOGO 687

provocan una reacción y una resistencia tan rabosa por parte de la ciencia
y la filosofía burguesas reaccionarias. Por eso estas discusiones adoptan
cada vez más, en el "mundo libre” el carácter Krawtschenko. Cada vez se
habla menos de los problemas mismos que de las supuestas persecuciones
de que se hace víctimas en la Unión Soviética a los sabios y artistas "dis­
crepantes”, "no conformistas” , tratando con ello de contrarrestar la fuerza
cada día más irresistible de atracción de la ciencia y el arte progresivos.
Claro está que, en estos procesos-Krawtschenko, se producen de vez en
cuando, inevitablemente, algunos curiosos "accidentes del trabajo” ; re­
sulta técnicamente imposible, al parecer instruir a fondo a todos los agen­
tes de cómo deben aprovechar al máximo todas las posibilidades de mentira
y de calumnia. Así, por ejemplo, a un senador W iley le ocurrió, no hace
mucho, el divertido contratiempo de que se lanzara a defender con santa
indignación, en nombre de la libertad de pensamiento, a los partidarios
del "lingüista Araktcheiev” perseguidos por Stalin, sin caer en la cuenta
dé que este personáje era un tristemente célebre general y político de los
tiempos del zar Nicolás I, cuyo nombre y cuyos métodos invocaba Stalin
precisamente para poner en evidencia a quienes entorpecían la libertad de
las discusiones científicas.
El otro aspecto nuevo en la defensa activa de la razón por las masas es
el movimiento de la paz. También este aspecto debemos considerarlo aquí
exclusivamente desde el punto de yista de nuestro problema: el aniquila­
miento o la restauración de la razón. N o cabe duda de que también hoy,
como en su día bajo Hitler, la preparación de la guerra constituye la gran
fuerza social encaminada a destruir la razón; y, en la actualidad, su campo
de batalla- ideológico es la guerra fría. Esta significa la difusión de una
actitud de embotado fatalismo, de pánico, de miedo paralizador en la
gente del mundo entero. Tenemos acerca de esto el testimonio nada sos­
pechoso y bastante fundado de Faulkner, quien dijo, en el discurso pro­
nunciado por él al recibir el premio N obel: "L a tragedia de nuestro tiempo
es ese miedo general que domina al mundo. Venimos sintiéndolo desde
hace tanto tiempo, que ya podemos, incluso, soportarlo. Y a no existen
ninguna clase de problemas espirituales, ya no existe más problema que
el de saber cuándo saltará uno por los aires, hecho añicos.” Y , en términos
bastante parecidos, dice el escritor alemán Zuckmayer: "¿Cuál es, para nos­
otros, la realidad de este mundo én que vivimos? P ara'la gran mayoría,
una horrible pesadilla. A mí me parece que el noventa por ciento de la
gente que hoy vive, repartida por todo el mundo, no quiere ni espera
lo que parece amenazar. Sin embargo, deja que vaya avanzando, sin la
posibilidad de contrarrestarlo, exactamente lo mismo que en las pesadillas
sabemos que soñamos algo horrible, y nos sentimos atormentados y aplas­
tados por los sueños malos, sin ser capaces de quitárnoslos de encima, de
movernos, de gritar, de despertar a la realidad.”
688 EPÍLOGO

Este m iedo, esta pesadilla, fue la gran arma ideológica de la guerra


fría, m ientras los Estados U nidos creían poder hacerse fuertes todavía en
el m onopolio de la bom ba atóm ica. Y aun arand o ahora se añadan, ade­
más, otros m otivos — la "lib e ra ció n ” de los pueblos "o p rim id o s” por el
socialism o, etc.— , sigue siendo un arm a ideológica esencial de la guerra
fría la instigación sistem ática de aquella sensación de pánico. Y tam bién
pertenece a la esencia de la m ism a estrategia la tendencia a p illar de sor­
presa a las masas, y hasta a los m ism os gobiern o s; sólo que, hoy, ya no
com o un rayo descargado desde un cielo sereno, a la m anera de 1914,
sino com o resultado de la paralización fatalista de la voluntad y la inteligen­
cia del hom bre y de la persistencia de una tensión de pánico, con las que se
trata de preparar tácticam ente la nueva hecatom be.
Pero lo nuevo es que la reacción de las masas se d iferencia radicalm en­
te, hoy, de la que fuera en vísperas de las dos guerras m undiales antério-
res. E l hecho de los seiscientos m illones de firm as por la paz, es bien
conocido. Tam poco este hecho nos in te re sa 'a q u í, naturalm ente, sino en
relación con nuestro problem a. E l m ovim iento de la paz en cuanto tal
no tiene una concepción propia del m undo ni conoce, ninguna clase de
lím ites en lo tocante a las convicciones políticas, filo só ficas o religiosas.
Sacerdotes cristianos y m ahom etanos, cuáqueros y pacifistas, liberales y
neutralistas, etc., se dan aquí la m ano con socialistas y com unistas. Pero,
aunque el. m ovim iento de la paz séá ajen o a toda disciplina, el m ero hecho
d e su existencia, de su crecim iento y de su concreción entraña e l plantea­
m iento y la respuesta del gran problem a de la concepción del m u nd o: el
problem a d e'si se está en pro o en contra de la razón. Las preguntas y las
respuestas en torno a este gran p roblem a d ifieren considerablem ente, com o
es natural, y son n o pocas veces totalm ente antagónicas, por individuos y
p o r grupos, dentro de la nueva unidad. P ero el gran princip io com ún qur
prevalece sobre todas estas divergencias es precisam ente la d efensa de la
razón hum ana, y no sólo de su existencia, sin o tam bién de su eficacia y d i
su acción decisiva en la historia, de la que todos somos copartícipes más
o m enos activos.
Los com ienzos del m ovim iento de la paz h an sido y son siem pre donde
quiera em ocionalm ente espontáneos. D o n d e más claram ente se revela esto
en e l m ovim iento de "S in nosotros” , al que asistim os en la A lem ania
occidental, pero tam bién los quinientos m illones de firm as estampadas a»
pie del llam am iento de Estocolm o contra la guerra atóm ica revelan, e.
sustancia, la protesta elem ental de las masas contra quienes m aquinan est.
hecatom be. S in em bargo, esta erupción espontánea de las masas se dis
tingue cualitativam ente de todas las anteriores. Sería falso valorar sr
proporciones con criterios puram ente cuantitativos, aunque ya el sim pl
crecim iento num érico de la indignación de las masas contra la guerra re
presentaría de por sí algo cualitativam ente nuevo.
EPÍLOGO 689

E l rasgo esencialm ente nuevo de este m ovim iento se po ne de m anifiesto


con fuerza especial cuando nos fija m o s en e l m om ento en q u e se produce
la explosión de la protesta de las masas. Las reacciones anteriores de éstas
contra la guerra surgían, p o r lo gen eral, al tercero o cuarto año de com en­
zar la guerra, eran p o r lo com ún secuelas de grandes derrotas y se desen­
cadenaban casi siem pre directam ente com o consecuencia de las insoporta­
bles cargas impuestas por la econ om ía de guerra. Pero hoy, este m ovi­
m ien to de masas surge antes de la guerra, aunque ya durante la guerra
fría; tiene, p o r tanto, un carácter preventivo y es m u cho más que una
m era reacción a hechos históricos ya consum ados. Y esto por sí solo hace
que el m ovim iento se destaque del cam po de la sim ple espontaneidad o
em ocionalidad. T o d o intento preventivo contiene un poderoso elem ento de
voluntad racional consciente encam inada a dom inar y a d irig ir lós aconte­
cim ientos dél futuro. En esta espontaneidad de hoy se acum ulan las ex­
periencias de dos guerras m undiales. Y m uestra Una fison om ía fundam en­
talm ente nueva: la de la razón en la espontaneidad.
P ietro N en n i, vicepresidente del M o v im ien to en defensa de la paz m un­
dial h a señalado, en un discurso, com o im portante d iferen cia entre la
segunda gran acción de los partidarios de la paz, la de los seiscientos m i­
llon es de firm as exigiend o el pacto de las cinco grandes potencias, y la
prim era, la prom ovida en torno al llam am iento de Estocolm o, el paso de
la espontaneidad a la conciencia, d e lo em ocional a l em pleo consciente
de la razón, ante un problem a, adem ás, muy concreto, decisivo para la
vida d e .cada uno y, al m ism o tiem po, la de la hum anidad. L a conciencia
racional que así se adquiere es d o b le : la de la tarea o b je tiv a y la d e la par­
ticip ación p ropia y personal en su realización; y precisam ente esta dualidad
rev ela cóm o, en e l problem a de la paz y de la guerra, la razón hum ana
•debe — si no quiere verse la hum anidad condenada a perecer— asum ir la
dirección de los acontecim ientos, sin con fiarse al curso inm anente de éstos
n i p erm itir que se in terfieran en ello s los designios crim inales de nadie.
H asta qué punto y con qué grad o subjetivo de conciencia sea e l indivi­
duo capaz de elaborar dentro d e sí tales conexio nes dependerá d e cada
cual y variará m ucho según los d istintos casos, p e to n o es, aquí, lo deci-.
sivo. L o im portante es este claro sentido objetivam ente d iscem ible d e los
seiscientos m illones de firm as. E l m ovim iento de la paz, al asegurar la
d efen sa de la paz d e un m odo cada vez m ás concreto {d e fin ic ió n de
m agresión, aseguram iento de la independencia d e los pueblos, posibilidad
d e la coexistencia p acífica de los d iferentes sistem as sociales, la negocia­
ció n com o m étodo, e t c .) , la eleva a síntesis cada vez m ás altas y apela cada
vez intensam ente a la capacidad p ro p ia e independiente d e discernim iento
- q u e no se d eja extraviar p o r nin gu n a propaganda fraudulenta— , a la
razón de cientos y cientos d e m illones de hom brés.
Esta intelectualización, este racionalism o, lejo s de am edrentar a las ma-

44
690 EPÍLO G O

sas, resultan altamente atractivos para ellas. (Recordemos cómo, durante


la ola irracionalista del fascismo, los contados defensores burgueses de la
razón creían necesario dar excusas por su actitud racionalista o aparecían
como unos tipos raros, peregrinamente paradójicos.) Y ese movimiento
de implantación de la razón, de defensa de la paz — cosas ambas siempre
inseparables— abarca a masas cada vez más extensas; nuevos y nuevos
círculos sociales, se aproximan,- se enlazan, marchan por derroteros parale­
los, sin que pueda apuntarse ni siquiera, naturalmente, la idea de una
“disciplina” o de un "conformismo” a base de una sola concepción del
mundo. '
No-se trata de examinar aquí los fines prácticos ni las perspectivas del
movimiento de la paz. Pero no cabe duda de que el solo hecho de su exis­
tencia encierra una significación histórico-mundial para el pensamiento
humano: es la defensa de la ratón como movimiento de masas, Al cabo de
un siglo de creciente imperio del irracionalismo, comienza la cruzada triun­
fal entre las masas de la defensa de la razón, la restauración de la razón
atropellada. Así . como el movimiento de la paz tiende, políticamente, a
aislar de las masas a los grupos, numéricamente reducidos, pero de fuerza
hoy decisiva enc cuanto a la influencia, del capital monopolista y de los
militaristas, de los criminales de guerra efectivos e intelectuales, conde­
nándolos con ello a la impotencia, así tamhién esta tendencia ideológica
muestra la tendencia a privar a los fabricantes de teorías decadentes e irra­
cionalistas, cualesquiera que ellas sean, a los predicadores de lo irracional
y de lo antihumano, de toda posibilidad de influir sobre el pensamiento y
los sentimientos dé los pueblos. Para lo cual no basta, ni mucho menos,
con que un Denis de Rougemont se queje, y con razón, de que él y sus
congéneres carecen ya de toda influencia sobre las masas, pues esta gran
misión no podrá darse por cumplida mientras las películas de gangsters
y los Readers1 Digests se encarguen de suplir, por otros medios, empon­
zoñando la conciencia de la gente, lo que aquéllos no logran.
Esta rebelión de las masas en apoyo de la razón constituye la gran con­
trapartida de nuestro tiempo contra el terror pánico a la "masificación”
y contra el irracionalismo que va estrechamente unido a él. Esta rebelión
es, por tanto, históricamente considerada, la reacción salvadora contra
la subversión hitleriana de los instintos irracionales desencadenados. Es, al
mismo tiempo, una campaña de revancha y, más todavía, la estrangulación
en germen de los posibles Hitlers del futuro.
Stalin ha determinado claramente el limite hasta donde puede llegar el
movimiento de la paz. No pudiendo tener, como no tiene, como meta
el derrocamiento del capitalismo, no puede tampoco borrar del mundo la
causa fundamental de las guerras. Su lucha va dirigida contra las guerras
que concretamente se preparan y que está llamado, con grandes posibili­
dades de éxito, a evitar.
EPÍLOGO 691

Marx escribía, hace más de cien años: "Es evidente que el arma de la
crítica no puede suplir la crítica de las armas, que el poder material tiene
que ser derrocado por el poder material, pero también la teoría se con­
vierte en un poder material, siempre y cuando que se adueñe de las masas."
Los marxistas sabemos que también en el terreno filosófico, la gran ba­
talla decisiva entre la razón y la antirrazón, entre la dialéctica materialista
y el irracionalismo, después que esta lucha se ha convertido desde hace
mucho tiempo en la disputa en torno al marxismo, sólo llegará a su des­
enlace final y victorioso qon el triunfo del proletariado sobre la burguesía,
con el derrocamiento del capitalismo y la instauración del socialismo. Y no
es necesario decir que todo esto es algo completamente ajeno a los fines
del movimiento de la paz. Por eso la aspiración, tan poderosa en esté mo­
vimiento, a reponer a la razón en sus derechos, a restaurar el poder de la
razón, no podrá librar, ni siquiera en el terreno ideológico, la batalla final
y decisiva. Pero ello no menoscaba en lo más mínimo su importancia
histórico-universal. Ha abierto esta campaña con la marcha de seiscientos
millones de seres humanos, se dispone a movilizar a cientos de millones
más en la misma dirección y es el primer gran levantamiento de las masas
contra la locura de la sinrazón imperialista. Las masas, combatiendo por
la razón, han proclamado en medio de la calle su derecho a influir acti­
vamente en la suerte del mundo. Y ya no renunciarán nunca a este dere­
cho, al derecho a servirse de la razón en su propio interés y en interés de
la humanidad, al derecho a vivir en un mundo’ racionalmente gobernado
y no en medio del caos de la locura de la guerra.

Budapest, eneto de 1953-


IN D IC E DE N O M BR ES Y OBRA S

Las obras citadas en el texto aparecen bajo el nombre de su autor. Los números
en cursiva remiten a las exposiciones más completas.

'»Adenauer, Konrad (n. 1876), 620, 669, 434, 435, 436, 437, 438, 469; N t e t z -
685 • se h e , d e r P h il o s o p h u n d P o l it ik e r , 275,
»Adler, Alfred (1870-1937), 517 435, 469
Adler, Max (1873-1937), 464 « Balzac, Honoré de (1799-1850), 135,
Agustín de Hipona (354-430), 578 137, 224, 282
Ammon, Otto (1842-1916), 564 Barrés, Maurice (1862-1923), 24
Andersen, Hans Christian (1805-75), Barth, Karl (n. 1886), 656
346 i Baudelaire, Charles (1821-67); 249,
Anschütz, Georg (n. 1886), 530 498; F l e u r s d u m a l [hay trad. esp.},
Apuleyo (n. c . 125 d. C.), 72 498
Araktcheiev, Alexei Andreievitch (1769- •Bauer, Bruno (1809-82), 13, 149, 206.
1834), 687 212, 213 s ., 218, 224, 238; D i e P o
- Aristóteles (384-322 a. c.)i 84, 148, s a u n e d e s jü n g s t e n G e r ic h t s , 213 t.
211, 223, 278, 315, 354, 414, 451, Bauer, Otto (1882-1938), 636
570 Bayle, Pierre (1647-1706), 80, 91, 187,
Aron, Raymond (n, 1905), 21, 624, 228, 294, 360
648, 660 ■Beethoven, Ludwig van (1770-1827),
* Arquimedes (c. 280-212 a. c .), 380
Avenarius, Richard (1843-96), 18, 22, 172
Belarmino, Roberto Francisco Römulo
181, 183, 193, 295, 312, 332, 382,
(1542-1621), 87
403; K r i t i k d e r f e in e n E r f a h r u n g ,
312; P h i l o s o p h i e a l s D e n k e n d e r W e lt Belinski, Wissarion Grigorievitch (1 8 1 L-
■ g e m ä s s d e m P r i n z i p d e s k le in s t e n
4 8), 616
K r a f t m a s s e s ( P r o l e g o m e n a z u e in e r
Bentham, Jeremy (1748-1832), 224,
K r i t i k d e r r e in e n E r f a h r u n g ) [hay 279, 280
trad. esp.], 312 Berdiaeff, Nicolai (1874-1948), 242,
654; D i a l e c t i q u e e x is t e n t ie lle d u d i v i n
Baader, Franz Xaver von (1765-1841), e t d ? l ’ h u m a in , 242
10, 108, 109, 121, 135, 136, 137, . Bergson, Henry (1859-1941), 14, 15,
141, 153, 161, 203, -218 20, 21, 22, 23, 24, 26, 27, 28, 93,
. Babeuf, François (1764-97), 43, 104, 197, 218, 232, 325, 337, 376, 414,
595 428, 501, 503
, Bacon, Francisco, barón de Verulam Berkeley, George (1685-1753), 90, 109,
(1561-1626), 72, 103, 452 155, 179, 180, 181, 182, 183, 184,
Bachofen, Johann Jacob (1815-87), 186, 191, 203, 312, 315, 316, 317,
158, 427; D e r M y t h u s v o n O r i e n t u n d 331, 333
O k z id e n t , 158, 436 Bernstein, Eduard (1850-1932), 25, 26,
Baeumler, Alfred (n. 1887), 75, 157, 65, 441, 463, 468, 486
158, 274 s ., 296, 306, 308, 310, 315, Bertram, Emst (n. 1884), 260
385, 4 3 4 -8 , 468, 469, 504, 505; B a c h ­ Binder, Julius (1870-1939), 467
o fe n a ls M y t h o lo g e d e r R o m a n t ik , • Bismarck, Otto von (1815-98), 47, 48,
436; M ä n n e r b u n d u n d W is s e n s c h a f t , 52, 53, 58, 63, 70, 253, 267, 268
692
INDICE DE NOMBRES Y OBRAS 693

269, 274, 275, 276, 326, 328, 435, Calas, Jean (1698-1762), 164
448, 449, 456, 474, 476, 477, 488, ' Caldwell, Erskine (n. 1903), 663
540, 555, 566, 580, 581 •Camus, Albert (n. 1913), 234, 235,
Blanc, Louis (1811-82), 239 633, 635, 636, 637, 678
Blücher, Gebhard Leberecht, principe 1 Carlyle, Thomas (1795-1881), 105, 234,
(1742-1819), 60 264, 277,. 356, 593, 594
Bodin, Jean (1530-96), 680 Carnap, Rudolf (n. 1891), 630
Boehm, Franz, 435-6, 469, 470; Anù- Céline, Louis-Ferdinand (seudónimo de
cartesianismus, 435, 469 Louis Destouches, n. 1894), 407; Vo­
Boesèn, Emil, 244 yage au bout de la nuit (hay trad,
Böhm-Bawerk, Eugen von (1851-1914), esp.], 407
477 César, Cayo Julio (100-44 a. c .), 508
Böhme, Jacobo (1575-1624), 72, 111 Cohen, Hermann (1842-1918), 260
Bolzano, Bernhard* (1781-1848), 387, 570
388, 390 Coleridge, Samuel Taylor (1772- 1834),
Bonald, Louis, vizcondc de (1754- 161
-1840), 14, 161
Commager, Henry Steele (n.*1902), 663
Borkenau, Franz (n. 1900), 666
Comte,' Auguste (1798-1857), 279, 471,
Bormann, Martin (1900-1945), 600
472, 475, 553
Börne, Ludwig (1786-1837), 238
Bossuet, Jacques Bénigne (1627-1704), ■Copérnico, Nicolás (1473-1543), 305
419 Comforth, Maurice, 631, 632
Boulainvilliers, Henri de (1658-1722), Courbet, Gustave (1819-77), 249, 615
539 Croce, Benedetto (1866-1952), 15, 16,
Bourget, Paul (1852-1935), 24 17, 28
Boutroux, Emile (1845-1921), 15 Cromwell, Oliver (1599-1658), 44, 61,
Brandes, Georg (1842-1927), 203, 256, 508, 680
260; Goethe in Dänemark, 203 Crossman, Richard (n. 1907), 667
■Brentano, Franz (1838-1917), 387, 388, Cusa, Nicolas de (1401-64), 212
390, 474 Cuvier, George (1769-1832), 101, 106,
Brogan, Denis William (n. 1900), 660. 145, 161, 199, 200
661
Bromfield, Louis (n. 1898), 642, 659, Chalybäus, Heinrich Moritz (1796-
660, 661; Mr. Smith (hay trad. esp.J, 1862), 208
659, 660, 661 ■ Chamberlain, Houston Stewart (1855-
Brüning, Heinrich (n. 1885), 63 •1927), 11, 289, 303, ЗЮ, 335, 379,
Bruno, Giordano (1548-1600), 80, 1 1 1 , 382, 467, 468, 470, 543, 544, 545,
125, 127 546, 551, 557, 565-80, 591, 592, 593,
Buckle, Henry Thomas (1821-62), 357 596, 597, 599, 601, 602, 604, 609;
Büchner, Ludwig (1824-99), 160, 328, Briefe, 565, 568, 570, 601; Die
332, 363 Grundlagen des 19 . Jahrhunderts,
Burckhardt, Jàkob (1818-97), 336, 535 468, 569, 573, 574, 575, 578; Po­
Bürger, Gottfried August (1747-94), litische Ideale, 566, 579; Kant, 570,
34 573, 574, 577; Kriegsaufsätze, 579;
Burke, Edmund (1729-97), 14, 104, Wehr und Gegenwehr, 546, 566,
107, 161, 538 568, 569; Die arische Weltanschau­
Burnham, James (n. 1905), 257, 638, ung, 572, 576 „
639. 640, 641, 642, 643, 644, 645, Chamberlain, Neville (1869-1940), 673
646, 647, 648, 650, .651, 659, 666, Chamfort, Nicolas Sébastian (1741-94),
667, 670; T h e Managerial Revolution. 261
638, 641 Chaplin, Charles (n. 1889), 663, 669
Busse, Ludwig (1862-1907), 467 Chase, Stuart (n. 1888), 625, 632, 634
694 ÍNDICE DE NOMBRES Y OBRAS

Chemichevski, N i c o l a i Gavrilovitch g r a n c iu d a d , 594; Ale m o r ia s d e l a ca -


(1828-89), 582, 616 sa d e lo s m u e r t o s , 294 {hay trad. esp.
Churchill, Winston (n. 1874), 618 de sus O b r a s c o m p le t a s \
Dreiser, Theodor (1871-1945), 615
¡Darwin, Charles Robert (1809-82), 22, Dreyfus, Alfred (1859-1935), 23, 57,
82, 101, 249, 501, 502, 305, 322, 255
377, 552, 553, 554, 558, 562, 568 Dubos, Jean-Baptiste (1670-1742), 539
Daumier, Honoré (1810-79), .249 Duhem, Pierre (1861-1916), 22, 305
Delbriick, Hans (1848-1929), 486 Dühring, Eugen (1833-1921), 260, 463,
Demôcrito ( c . 460-371 à. c .), 316 672
Demôstenes (384-322 a. c .), 578 Dunham, Barrows, 631; M a n a g a in s t
Denikin, Anton Antonovitch (1872-
M y t h , 631
1947-), 644 Durero, Alberto (1471,1528), 28
Demburg, Bernhard (1865-1937), 63
Descartes, René (1596-1650), 8, 24, 80, Eastman, 666
84, 90, 92, 99, 102, 103, 121, 136, Ebbinghaus, Julius (n. 1885), 445, 446,
142, 259, 278, 351, 452, 469, 470, 447, 449, 455; R e la t iv e r u n d a b s o lu ­
503 t e r I d e a lis m u s , 445
Dewey, John (1859-1952), 630
Ebert, Friedrich (1871-1925), 26
Dickens, Charles *(1812-70), 249
Edda, 547
Diderot, Denis (1713-84), 90, 164, 179,
Eddington, Sir Arthur Stanley (n. 1882),
245, 287
136
Dietrich, Otto (n, 189.7), 608
Dilthey, Wilhelm (1833-1911), 4, 1 1 , ■ Einstein, Albert (1879-1955), 395
21, 24, 69, 119, 217, 324, 335, 3 3 6 - Eisenhower, Dwight D. (n. 1890), 634,
5 7 , 359, 361, 362, 365, 367, 369, 370,
671, 680
371, 374, 376, 379, 386, 388, 393, Eisner, Kurt (1867-1919), 257. 494;
395, 397, 400, 401, 404, 405, 421, P s y c o p a t h ia s p ir it u a l is , 257

426, 433, 437, 438, 439, 443,, 446, Eluard, Paul (1895-1952), 669
i 447, 44«, 449, 456, 457, 458, 459, ■Engels, Federico (1820-95.), 5, 6, 30,
I 460, 475, 476, 485, 500, 325, 528, 32, 34, 42, 45, 50, 53, 60, 88, 90,
^ 565, 570, 576, 590, 592, 613, 657; 105, 106, 111, 133, 137, 138, 139,
B e it r ä g e z u r L ö s u n g d e r F r a g e v o m 140, 159, 160, 161, 162, 164, 191,
;t' U r s p r u n g u n s e r e s G l a u b e n s a n d ie 192, 203, 207, 208, 211, 212, 219,
g R e a lit ä t d e r A u s s e n w e lt [trad. esp. en 238, 239, 241, 252, 260, 279, 300,
el t. VI de las O b r d s , ed. FCE, pp. 312, 341, 463, 481, 487, 552, 554,
131-73], 337, 338; E i n l e i t u n g i n d ie 558, 581, 583, 584, 615, 672, 686;
G e is t e s w is s e n s c h a f t e n [t. I, ed. FCE], A n t i - D ü h r i n g [hay trad, esp.], 5, 90,
475; D i e . J u g e n d g e s c h ic k t e H e g e l s 105, 260, 463, 581, 672; D e r d e u t ­
ft. V, ed. FCE], 446; D a s L e b e n s c h e B a u e r n k r ie g [hay trad, esp.], 160,
S c h le ie r m a c h e r s , '351 161; D i a l e k t i k d e r N a t u r [hay trad,
Dimitroff, Georgi (1882-1949), 65, esp.], 88, 191; D i e h e ilig e F a m i l i e
604 [hay trad, esp.], 111; D i e d e u t s c h e
Dobroliubov, Nicolai Alexandrovitch I d e o l o g ie [hay trad, esp.], 83, 192,
(1836-61), 616 212, 213, 246, 603; K r i t i k d e s E r -
Donoso Cortés, Juan, marqués de Val- f u h r t e r P r o g r a m m s [hay trad, esp.],
degámas (1809-53), 529, 681 50, 583, 584; L u d w i g F e u e r b a c h u n d
Doriot, 666 d e r A u s g a n g d e r k la s s is c h e n d e u t ­
Dös Pairos, John (n. 1896), 666 s c h e n P h il o s o p h ie [hay trad, esp,], 6;
Dostoyevski, F e o d o r Michailovitch M a n if e s t d e r k o m m u n is t is c h e n P a r t e i
(1821-81), 241, 294, 363, 364, 365, [hay trad, esp.], 13, 326, 496, 686;
594, 645; Dos h e r m a n o s K a r a m a s o v , Z u r W o h n u n g s f r a g e [hay trad, esp.],
363; D e entra las s o m b r a s d e u n a 160
IN D IC E D E N O M B R E S Y O BRA S 693

' Epicuro (324-271 a. c .), 262 13; K a r l M a r x u n d s e in V e r h ä lt n is


Erdmann, Johann Eduard (1805-92), 4, zu 523
S ta a t u n d W ir t s c h a f t ,
109, 121, 445, 456, 458; V e r s u c h e i ­ Fischer, Kuno (1824-1907), 75, 445;
n e r w is s e n s c h a f t lic h e n D a r s t e l lu n g d e r j o h a n n G o t t l ie b F ic h t e , 75
G e s c h ic h t e d e r n e u e r e n P h ilo s o p h ie , Fischer, Ruth (n. 1895), 666
121 Flaubert, Gustave (1821-80), 249
Emst, Paul (1866-1933), 662 Förster, Georg <1754-94), 34, 169
Eschenmayer, Carl August (1768-1852), • Förster-Nietzsche, Elisabeth (1846-1935)
126, 127, 128, 129 ; D i e P h il o s o p h ie 262, 275, 296, 297; D e r e in s a m e
i n ih r e m Ü b e rg a n g z u r N ic h t p h ilo s o ­ N ie t z s c h e , 262
126, 127
p h ie ,
•Fourier, Charles (1772-1837), 471, 472
i Espartaco (asesinado en 71 a. C.), 393 •France, Anatole (1844-1924), 55, 57,
Eucken, Rudolf (18-16-1926), 387 615
Franco, Francisco (n. 1892), 620
Faguet, Emile (1847-1916), 57 Frank, Waldo (n. 1889), 663-
Farrel, James T. (n. 1904), 663 Franz, Herbert, 467; V o n H e r d e r b is H e ­
Fast, Howard (n. 1914), 663 g e l, 467
Faulkner, William (n. 1897), 663, 687 Breisler, Roland (1893-1945), 607,. 608
Feder, Gottfried (n. 1889), 595 Freud, Sigmund (1856-1939), 190, 254,
Federico I, emperador romano-germáni­ 517,535
co (Barbarroja, 1123-90), 137 Freyer, Hans (n. 1887), 11, 354, 520-8,
Federico II, rey de Prusia (1712-86), H e r r s c h a f t u n d P la n u n g , 527; P r o ­
60, 274, 605 m e t h e u s , 521; R e v o lu t io n v o n r e c h t s ,
Federico Guillermo I, rey. de Prusia 526, 527; S o z io l o g i e a ls ; W i r k l i c h -
(1688-1740), 384 k e it s w is s e n s c h a f t £hay trad. esp.],
Federico Guillermo III, rey de Prusia . 523, 525-, D e r S ta a t, 521, 524, 525,
(1770-1840), 42 528: T h e o r i e d e s o b je k t iv e n G e is t e s ,
Federico Guillermo IV, rey de Prusia 522
(1795-1861), 42, 63, 121, 130, 134, Freytag, Gustav (1816-95), 47,'635
137, 139, 146, 147, 153, 605 Fries, Jakob Friedrich (1773-1843), 451
Ferguson, Adam (1723-1816), 105, 287
Ferrater Mora, José, 633, 634'
Galileo (1564-1642), 72, 80
Feuerbach, Ludwig (1804-73), 13, 49,
Gans, Eduard (1797-1839), 133
98, 99, 108, 133, 134, 138, 139, 148,
Gassendi, Pierre (1592-1655), 80, 90
149, 152, 159, 160, 174, 192, 203,
204, 206, 212, 213, 218, 225, 229, Gast, Péter (séud6nimo dé Heinrich
230, 238, 239, 240, 293, 294, 311, Köselitz, 1854-1918), 296 '
362, 363, 504, 616 Gauss, Karl Friedrich (1777-1855),
380
Fichte, Johann Gottlieb (1762-1814),
10, 36, 75, 76, 95, 96, 98, 108, 109, Genti-le, Giovanni (n. 1875), 16
110, 111, 113, 114, 115, 116, 117, Geoffroy de Saint-Hilaire, Étienne ( 1772
123, 124, 128, 135, 141, 149, 163, 1844), 101, 106
179, 192. 212, 224, 442, 443, 445, George, Stefan (1868-1933), 27, 324,
446, 447, 455, 456, 458, 468, 580; 346, 398, 426, 438, 496, 497, '501,
S y s t e m d e r S it t e n le h r e , 123; D i e W i s - 506, 535
s e n s c h a f t s le h r e in ih r e m a llg e m e in e n Gersdorff, Freiherr von, 263
ümrisse, 76 Gide, André (1869-1951), 256, 290
Finkelstein, S. (n. 1907), 661 407
Fischer, Ernst (n. 1890), 670 Gide, Charles (1847-1932), 169
Fischer, Hugo (n. 1897), 13, 457, 458, Glöckner, Hermann (n. 1896), 452
522 s . ; M a r x u n d N ie t z s c h e a is E n t - 453, 454, 456, 457, 458, 461, 462
, decker and K r it ik e r der D ekadenz, 463, 464, 469, 514; H e g e l, 461, 463
696 ÍNDICE DE NOMBRES Y OBRAS

464; Krisen und Wandlungen in der -Haeckel, Ernst (1834-1919), 292


Geschichte des Hegelianistnus, 458; Haller, Karl Ludwig von (1768-1854),
F. Th. Vis eher und das 19- Jahrhun­ 133, 146, 448, 559, 605
dert, 457 Hamann, Johann Georg (1730-88), 94,
Gneisenau, August Neidhard, conde de 99, 100, 103
(1760-1831), 35, 50 Hammacher, E. (n. 1885), 449
Gobineau, Joseph Arthur, conde (1816- Hartmann, Eduard von (1842-1906), 10,
82), 14, 73, 145, 289, 382, 540-51, 12, 158, 257, 328, 329, 351, 470,
556, 558, 559, 561, 562, 563, 564, 568, 581
568, 574, 592, 664; Über die Un­ Hartmann, Nicolai (1882-1950), 458,
gleichheit der Menschenrassen {Essai 464, 465; Hegel, 464
sur l’inégalité des races humaines'], Hasbach, Wilhelm (1849-1920), 491;
Die moderne Demokratie-, 491
541, 542, 543
Hauptmann, Gerhart (1862-1946), 256
Goebbels, Joseph (1897-1945), 596, Haym, Rudolf (1821-1901), 442, 456,
646, 662 464; H egel und seine Zeit, 442
Goéring, Hermann (1893-1946), 285 Hebbel, Friedrich (1813-63), 461
’ Goethe, Johann Wolfgang (1749-1832), >Hegel, Georg Wilhelm Friedrich (1770-
28, 34, 35, 94, 98, 100, 101, 102, 1831), 12, 13, 15, 16, 17, 24, 34,
106, 109, 111, 113, 121, 122, 126, . 35, 47, 49, 52, 75, 76, 77, 78, 79,
130 145, 164, 165, 168, 170, 189, 80, 81, 84, 89, 94, 95, 96, 98, 99,
199, 200, 203; 274, 347, 351, 368, 102, 103, 108, Í09, HO, 115, .116,
376, 418, 461 s., 505, 616, 617; Faus- 118, 119, 120, 122, 125, 126, 128,
fo, 74, 307, 418, 462, 617; Sprüche 130, 131, 132, 133, 134, 135, 137,
in Prosa [hay trad. esp.], 189; An­ 138, 139, 141, 142, 143, 146, 147,
schauende Urteilskraft [hay trad esp.}, 148, 149, 150, 152, 153, 155, 158,
113 . 161, 164, 166, 169, 170, 177, 181,
Gogol, Nicolai Vasilievitch (1809-52), 189, 192, 193, 194, 195, 196, 197,
616 198, 199, 203, 204, 205, 206, 207,
Göhre, W ill (1864-1928), 488 208, 209, 210, 211, 212, 213, 214,
àorkii Maxim (1868-1936), 512 215, 219, 220, 221, 223, 224, 225,
Görres, Joseph (1776-1848), 10, 109, 226, 227, 228, 236, 237,. 238, 239,
. 1 3 5 , 1 5 8 , 581 244, 246, 251, 252, 258, 259, 260,
Green, Graham (n. 1904), 656, 658 264, 309, 316, 317, 327, 329, 330,
Grimm, Hans (n. 1875), 670 331, 339, 345, 348, 351, 354, 375,
"Guderian, Heinz (n. 1888), 278 377, 380, 399, 403, 4l4, 417, 419,
420, 440, 441-70, 472, 495, 504, 509,
Guillermo II, emperador de Alemania
520, 521, 526, 580, 581, 582, 603,
(1859-1911), 48, 54, 56; 63, 70, 253, 604, 616, 629, 636, 677; Ästhetik
275, 372, 565, 579, 601 [hay trad. esp.], 447; Enzyklopädie
Guizot, Guillaume (1787-1874), 531 der philosophischen Wissenschaften
. Gumplowicz, Ludwig (1838-1909), 375, [hay trad. esp.], 77, 94, 96, 195, 196,
534-62, 563; Soziologische Essays, 226, 440, 460; Geschichte der Philo­
560; Grundriss der Soziologie, 554, sophie [trad. esp. FCE, México,
557, 558; Rasse und Staat, 560; Der 1955], 194, 445; Glauben und Wis­
Rassenkampf, 556, 557, 559, 561, 562; sen, 447; Grundlinien der Philosophie
Die soziologische Staatsidee, 556, des Rechts [hay trad esp.], 447; Je ­
560 nenser Logik, 196; Theologische Ju ­
Gundolf, Friedrich (1880-1931), 21, gendschriften, 209; Phänomenologie
343, 346, 347, 351r 438; Goethe, 347 des Geistes, 35, 120, 131, 132, 133,
Guyau, Jean Marie (.1854-88), 279, 211, 212, 339, 345, 448, 455, 456,
281 459, 463, 465, 521; Wissenschaft der
Guyon, Jeanne Marie (1648-1717), 24 Logik [hay trad. esp.], 78, 457
ÍNDICE DE NOMBRES Y OBRAS 697

Heidegger, Martin (n. 1889), 7, 10, 11, trad, esp.], 274, 439, 588, 596, 598,
14, 49, 69, 144, 157, 197, 232, 235, 6 0 0 ,6 0 4 ,6 0 5 .
243, 350, 362, 390, 397-421, 422, Hobbes, Thomas (1588-1679), 80, 90,
423, 424, 425, 428, 429, 430, 432, 92 , 294, 478, 481, 680
433, 436, 452, 458, 462, 482, 507, Höffding, Harald (1843-1931), 206;
513, 525, 527, 576, 590, 592, 633, Kierkegaard als Philosoph [hay trad.
645, 658, 669, 673, 674, 675, 676, esp.], 206
677, 678, 679, 682, 683; Kant und Holbach, Paul H. D. (1723-89), 90,
das Problem der Metaphysik [trad. 287
esp., FCE, Mexico, 1954], 404, 405, •Hölderlin, Friedrich (1770-1843), 34,
415; JVas ist Metaphysik? [hay trad. 108, 169, 351, 505, 616, 675
esp.], 412, 675; Sein und Zeit [trad. Homeco (c. 800 a. c .), 547; lltodo, 547,«
esp., FCE, México, 1951], 401, 402, Horthy von Nagybanya, Nikolaus
403, 405, 406, 407, 408, 409, 411, (n. 1868), 27
412, 413, 414. 415, 416. 417, 674, Huch, Ricarda (1864-1947), 443
677- Hugenberg, Alfred (1865-1951), 610
✓ Heine, Heinrich (1797-1856), 49, 133, Hugo, Gustav (1764-1844), 448 ■_
137 s., 238, 239, 298, 504, 505, 616 •Humboldt, Alejandro de (1769-1859), »
Helvecio, Claude Adrien (1715-71), 90, 611
279, 287 Humboldt, Guillermo de (1767-1835),
, Hemingway, Emest (n. 1898), 663 432
, Heräclito (r. 540-480 a. c .), 84, 211, . Hume, David (1711-76 ), 90, 184, 331
212, 262, 308, 315, 316, 317 Husserl, Edmund (1859-1938), 10, 243,
■Herder, Johann Gottfried (1744-1803), 350, 386, 387, 388, 389, 390, 392,
6, 34, 94, 98, 99, 101, 103, 104, 405, 633, 678; Logische Untersuchun­
169, 179, 212, 380 gen [hay trad, esp.], 387; Philosophie
Herzen, Alejandro Ivanovitch (1812- als strenge Wissenschaft [hay trad,
70), 16, 442, 616 esp.], 387
Hesiodo (r. 700 a. c .), 265 Huxley, Aldous (n. 1894), 6 5 4 s.
Hess, M'oses (1812-75), 149 Huysmans, Joris Karl (1848-1907), 234
Heym, Stefan (n. 1913), 642
Hildebrandt, Kurt (n. 1881), 438 Ibsen, Henrik (1828-1906), 202, 408;
Himmler, Heinrich (1900-45), 586 Brand [hay trad, esp.], 202; Peer
Hindenburg, Paul von (1847-1934), 63, , Gynt [hay trad, esp.], 408
70 •Isatas, 499
Hippier, Wendel (c. 1525), 31
■Hitler, Adolfo (1889-1945), 4, 7, 9, Jacobi, Friedrich Heinrich (1743-1819),
10, 11, 14, 23, 24, 27, 69, 70, 71, 76, 91, 93, 94, 95, 96, 97, 98, 120,
72, 73, 74, 202, 243, 259, 273, 274, 135, l4 l, 447, 451, 459; Über die
277, 285, 289, 310, 315, 382, 399, Lehre des Spinoza. . . , 95, 97
409, 410, 425, 429, 431, 433, 434, Jacobi, Johann (1805-77), 46
435, 437, 438, 439, 467, 469, 506, Jacobsen, Jens Peter (1847-85), 363;
507, 516, 518, 519, 524, 527, 533. Niels Lyhne [hay trad, esp.], 363
534, 535, 536, 543, 544, 545, 563, » James, William (1842-1910), 14, 15,
566, 578, 579, 580, 383-613, 616, 17, 18, 19, 20, 21, 22, 26, 27, 28
618. 620, 621, 622, 623, 624, 628, Jaspers, Karl (n. 1883), 10, 69, 144,
630, 634, 636, 637, 638, 639, 640, 260, 296, 297, 299, 316, 398, 399,
641, 642, 643, 644, 646, 647, 648, 400, 407, 421-6, 430, 432, 436, 462,
649, 650, 651, 652, 653, 662, 664, 497, 500, 507, 513, 525, 590, 672,
665, 666, 670, 671, 672, 673, 674, 673, 683; Philosophie, 424; Psycho
675, 676, 677, 679, 680, 682, 683, logie der Weltanschauungen [haj
685. 686. 687, 690; Mein Kampf Гhav trad, esp.], 421, 422; D ie geistige Si
698 ÍNDICE DE NOMBRES Y OBRAS

tuation der Zeit £hay trad. esp.J, 423, O lo une о lo otro, 225, 227, 233;
424; Vernunft und Existenz, 422 Temor y temblor [hay trad. esp.],
Jeans, James (1877-1946), 136 227; Etapas en e l camino d e la-vida
Jeanson, Francis, 636 [hay trad. esp.], 225; Diario, 231,
Jellinek, Georg (1851-1911), 493, 529, . 240, 243, 245
530 Klages, Ludwig '(n. 1872), 10, 157,
Jordan, Wilhelm (1819-1904), 461 197, 351, 426-30, 431, 433, 438, 439,
.Joyce, James (1882-1941), 407 482, 497, 576, 590, 591, 592; Der
Jünger, Emst (n. 1895), 430-4, 435, Geist als Widersacher der Seele, 426-
436, 682, 683, 684; D er Arbeiter— 30; Vom kosmogonischen Eros., 426,
Herrschaft und Gestatt, 431, 682; He­ 428; D er Mensch und das Leben, 427;
liopolis, 683 Vom Wesen des Bewusstseins, 427,
429
- Kafka, Franz (1883-1924), 633, 635 Kleist, Heinrich von (1777-1811), 282;
. Kant, Immanuel (1724-1804), 12, 16, Michael Kohlhass [hay trad'. esp.],
24, 34, 49, 88, 95, 106, 109, 110, 282
111, 112, 113, 114, 115, 116, 117, Knies, Karl (1821-98), 474, 497
118, 120, 122, 124, 135, 150, 154, Koestler, Arthur (n. 1905), 257, 658,
155, 170, 176, 178, 179, 180, 181, 659, 666, 667, 670; The Age o f Long-
186, 188, 189, 190, 191, 192, 193, ing [hay trad. esp.], 658
194, 195, 200, 203, 219, 224, '259, Koltchak, Alexander Vasilievith (1874-
282, 315, 327, 329, 331, 336, 338, 1920), 644
343, 351, 357, 368, 369, 377 403, Krawtschenko, Viktor A. (n. 1905),
404, 414, 415, 441, 444, 445, 446, 636, 646, 666, 667, 668, 687
447, 451, 454, 455, 456, 458, 462, Krieck, Emst (n. 1882), 434, 437-8,
468, 504, 562, 570, 572, 573, 574, 591, 596, 597;- Völkisch-politische
577, 580, 581, 616, 673;Kritik der Anthropologie, 437, 438, 591, 596
Kroner, Richard (n. 1884), 451, 452,'
Urteilskraft [hay trad, esp.], I l l , 112,
113, 122; 190; Kritik der reinen Ver­ 453, 454, 455, 456, 457,' 458, 459,
nunft [Kay trad, esp.], 181, 414 460, 461, 462, 467, 514; Von Kant
Kapp, Wolfgang (1858-1922), 61 zu Hegel, 453, 454, 458; D ie Selbst­
Kaufmann, Walter A., 260, 278, 296, verwirklichung des Geistes, 462
297, 298, 307, 634; Nietzsche, 278 Krupp von Bohlen und Haibach, Gus­
. Kautsky, Karl (1854-1938), 449, 583 tav (n. 1870), 620
Keller, Gottfried (1819-90), 249 Kugelmann, Ludwig (1830-1902), 300.
Kelsen, Hans (n. 1881), 493, 529, 530; 553
Hauptprobleme der Staatsrechtslehre, Kuntze, Friedrich (1881-1929), 75; Die
493 Philosophie Salomon Maimons, 75
Keplero (1571-1630), 72
. Keynes, John Maynard (1883-1946), La Bruyère. Jean de (1645-96), 91
627 Lagarde, Anna de, 565
Keyserling, Hermann, conde (1880- Lagarde, Paul Anton de (1827-91), 10,
1946), 10, 374 75, 328, 335, 467, 504, 565,. 566, 567,
. Kierkegaard, Sören (1813-55), 6, 10, 572, 573, 580; Drei deutsche Schrif­
12, 13, 14, 19, 73, 93, 119, 141, ten, 468, 566, 602
142, 154, 155, 162, 163, 192, 202- * Lamarck, Jean Baptiste de Monet de
48, 251, 252, 260, 316, 317, 326, 330, (1744-1829), 106
398, 399, 401, 404, 405, 411, 412, Lammers, H. H., 606
413, 417, 418, 419, 420, 421, 422, Lamprecht, Karl (1856-1915), 486
424, 425, 436, 452, 453, 460, 464, Langbehn, August Julius (1851-1907),
513, 581, 654, 674; Mensaje lite­ 257, 566; Rembrandt als Erzieher,
rario. 13; Migajas filosóficas, 217; 566
ÍNDICE DE NOMBRES У OBRAS 6У 9

Lange, Friedrich Albert ( 1828-75 ), 500, Lipmann, Walter (n. 1889), 624, 625
552, 553 626, 627, 635, 638, 655, 659, 666
s Laplace, Pierre Simon <1749-1827), 88, Locke, John (1632-1704), 90, 142
106, 377, 415 . ' Lombardi, Ricardo (n. 1909), 651
Lapouge, Georges Vacher de (1854-?,), Lombroso, Cesare (1836-1909), 559
562, 564 Louchain, Aline B., 66.1
Latenz, Karl (n. 1903), 467 Löwith, Karl (n. 1897), 12, 13, 204,
, La Rochefoucauld, François ( 16 13 -8 0 ), 213, 675; V o n H e g e l z u N ie t z s c h e ,5.
91, 171, 261, 280 12, 204; H e id e g g e r — D e n k e r in d iirj '
Lask, Emil (1875-1915), 10, 75, 76 t ig e r Z e i t , 675
■ Lassalle, Ferdinand (1825-64), -52, 53, Ludendorf 1, Erich (1865-1937), 492
262, 263, 442, 443 493, 566, 605
Lassen, Adolf (1832-1917), 442 Lueger, Karl (1844-1910), 544, 585
Lawrow, Peter Lawrovitch (1823-1900), Luis Felipe, rey de Francia (.1773-
300 1850), 536
' Le Bon, Gustave (1841-1931), 25; Psi­ 1 Lukács, Georg (n. 1885), 132, 160;
cología de las masas, 25 E x is t e n t ia lis m u s oder M a r x is m u s ?,
’ Leibniz, Gottfried Wilhelm (1646- 630; G o e t h e u n d s e in e Z e i t , 461;

1716), 80, 9L 94, 97, 134, 187 D e r ju n g e H e g e l, 116, 131, 132, 192,
* Lenin, Vladimir Ilich (1870-1924), 5, .209, 446, 447; K a r l M a rx u n d F r ie ­
d r ic h E n g e l s a ls L it e r a t u r h is t o r ik e r ,
25, 26, 36, 41, 52, 78, 8 5 ,1 3 0 , 156,
284; S k iz z e e in e r G e s c h ic h t e d e r n e u e ­
178, 179, 181, 192, 195, 211, 219,
238, 289, 311, 312, 361, 409, 509, ren d e u tsch e n L it e r a t u r , 160, 284;,
D e u t s c h e R e a lis t e n d e s 19 . Ja h rh u n ­
512, 581, 582, 583, 595, 602, 616,
d e rts , 298
656,’ 669, 686; M a t e r ia lis m o y e m p i­
r io c r it ic is m o [hay trad, esp.], 5, 156,
Lunatcharski, Anatol Vasilievitch (1875-
179, 669; A u s d e m p h ilo s o p h is c h e n 1933), 295
N a c h la s s , 78, 192, 195; ¿ Q u é h a c e r ?
Lund, Henriette, 244
[hay trad, esp.], 509 Lutero, Martin (1483-1546), 299
Leo, Heinrich (1799-1878), 256 Luxemburg, Rosa (1871-1919), 61, 62
Lepechinskaia, Olga Borisovna (n. 1871) Lysenko, Trofim Denisovitch (n. 1898)
88 22, 82. 88
Lessing, Gotthold Ephraim (1729-81),
■MacArthur, Douglas (n. 1880), 643
49, 80, 95, 96, 97, 98, 134, 164, ■MacCarran (n. 1876), 665
245, 504, 505, 616 MacCarthy, Joseph P. (1909-56), 285
Lessing, Theodor (1872-1933), 10, Mach, Emst (1838-1916), 18, 21, 22.
426 152, 181, 183, 193, 295, 312, 317
Lewis, Sinclair (1885-1951), 19, 623, 332, 382, 392, 402, 403, 633
660, 662; B a b b it [hay trad, esp.], 19,
Mailer, Norman (n. 1923), 622, 642
659, 6 6 0 , 6 6 2 ; D r . m e d . A r r o w s m it b
665; L o s d e s n u d o s y l o s m u e r t o s , 6 2 Í
[hay trad, esp.], 662; E l m e r G a n t r y
Maimón, Salomon (1753-1800), 340
[hay trad, esp ], 623, 662; K i n g s b l o o d
Maine de Biran, François Pierre (1766|
R o y a l [hay trad, esp.], 662
1824), 14, 161
Liebknecht, Carlos (1871-1919), 62 Maistre, Joseph Marie, conde de (1754'
Liebknecht, Guillermo (1826-1900), 53 1821), 14, 161, 681
Liebmann, Otto (1840-1912), 329, 443; , Malebranche, Nicole (1638-1715), 193
K a n t u n d d i e E p ig o n e n , 329, 443 Malraux, André (seudónimo de- Andr«
Lilienthal, Karl von (1853-1927), 475 Berger, n. 1901), 256, 407, 662, 66«
Lincoln, Abraham (1809-65), 634 . Malthus, Thomas Robert (1766-1834)
Linguet, Henri (1736-94), 105 553, 627, 634, 638
Linneo, Carlos (1707-78). Ю1, 106 , Mandeville, Bernard de (1670-1733)
145, 199, 200 91, 105, 170, 261, 287
700 IN D IC E D E N OM BRES Y OBRA S

Mann, Heinrich (1871-1950), 47, 256, Maurras, Charles (n. 1868), 24


260, 609, 615; El súbdito, 47, 609 Mayer, Gustav (n. 1871), 262
Mann, Thomas (1875-1955), 57, 165, Mehring, Franz (1846-1919), 12, 52,
190, 256, 260, 371, 535, 615, 616; 53, 160, 177, 181, 256, 257, 263,
Adel des Geistes, 165; Betrachtungen 272, 449, 504, 565, 583, 611
eines Unpolitischen, 57; Doktor Fau­ Meinecke, Friedrich (1862-1954), 449,
stas [hay trad. esp.J, 615; Die För­ 456, 469, 497; Weltbürgertum und
derung des Tages, 616; Der Zauber - Nationalstaat, 449
berg [hay trad. esp.], 57 Mendelssohn, Moses (1729-86), 94
Mannheim, Karl (1893-1947), 354, 395, Menenio Agripa ( c. 494 a. c .), 300,
511-8, 531, 532, 679; Ideologie und 538
Utopie [la trad. esp. FCE, México, Menger, Karl (1840-1921), 477
1941, está basada en la ed. ampliada Mereskovski, Dmitri Sergeievitch (1865-
de 1936], 512, 514; Mensch und Ge­ 1941), 439
sellschaft im Zeitalter des Umbaus Metzger, J., 458
[hay trad. esp.], 513, 516 Michels, Robert (n. 1876), 25, 509 s.,
Manzoni, Alessandro (1785-1873), 104 Soziologie des Parteiwesens, 510 ■
Maquiavelo, Nicolás (1469-1527), 166, Mill, James (1773-1836), 627
178 >Mill, John Stuart (1806-73), 279
Millerand, Alexandre (1859-1940), 486
Marat, Jean Paul (1744-93), 50ß
Mitchurin, Ivan Vladimirovitçh (1855-
Marek, Siegfried (n. 1889), 453, 454, 1935), 22, 82, 88
462, 463, 468; Die Dialektik in der Moeller van den Bruck, Arthur (1876-
Philosophie der Gegenwart, 453, 462
1925), 10
Marcuse, Herbert, 457, 458; Hegels On­ Mohl, Robert von (1799-1875), 474
tologie und die Grundlegung einer Moleschott, Jakob (1822-93), 160, 328,
Theorie der Geschichtlichkeit, 458 332
Marx, Carlos (1818-83), 7, 1 2 , 13, 28, • Molière, Jean Baptiste Poquelin (1622-
29, 39, 45, 52, 53, 71, 81, 83, 108, 73),, 82
m , 133, 137, 138, 162, 166, 192, Moldee, Helmuth, conde de (1800*91),
203, 204, 205, 207, 211, 212, 213, 60
219, 224, 238, 246, 247, 252, 262, Mommsen, Theodor (1817-1903), 55
279, 300, 301, 367, 384, 407, 441, . Monroe, James (1738-1831), 536
443, 449, 453, 463, 466, 473, 478, , Montaigne, Michel Eyquem de (1533-
479, 480, 481, 504, 505, 522, 529, 9 2 ), 261, 360
552, 553, 555, 558, 562, 582, 583, Morgan, Lewis Henry (1818-81), 88,
603, 615, ‘616, 627, 628, 629, 636, 478, 481, 482
669, 673, -677, 686, 691; Die heilige Morgenthau, Henry (n. 1891), 652
Familie [hay trad. esp.], 111; Grund­ Morris, William (1834-96), 615
risse der Kritik der politischen Öko­ Müller, Adam Heinrich (1779-1829),
nomie, 481; D ie deutsche Ideologie 135, 158, 300, 458, 528, 581; Poli­
[hay trad. esp.], 83, 192, 212, 213, tische Romantik [hay trad, esp.],
246, 603; Das Kapital [trad. ésp. 528
FCE, México, 1946-7], 166, 204, 279, »Münzer, Thomas (1489-1525), 28, 31,
443, 473', 478; Kritik des Gothaer 33, 104
Programms [hay trad. ésp.], 45 s.; > Mussolini, Benito (1883-194.5), 14, 25,
Theorien über den Mehrwert [trad. 26, 27, 28
esp. FCE, México, 1945], 81, 481;
Zur Kritik der politischen Ökonomie > Napoleón I, emperador de los franceses
[hay trad. esp.], 207; Manifest der (1769-1821), 34, 35, 36, 41, 44, 132,
kommunistischen Partei [haÿ trad. 169, 457
esp.], 13, 326, 496, 686. , Napoleón III,, emperador de los france­
lauriac, François (n. 1885), 656 ses (1808-73), 160, 161, 541, 544
ÍN D IC E DE N OM BRES Y OBRA S 701

Natorp, Paul (1854-1924), 84' Ohnet, Georges (1848-1918), 635


Naumann, Friedrich (1860-1919), 56, Oken, Lorenz (1779-1851), 108, 109,
488, 567 136
Nenni, Pietro (n. 1891), 689 O'Neill, Eugene (1888-1953), 663
Newton, Sir Isaac (1643-1727), 112, - Oparin, A. J. (n. 1894), 88
403 Orígenes (186-c. 254), 578
Nicolás I, zar de Rusia (1796-1856), ••Ortega y Gasset, José (1883-1955), 14,
687 662
Niekisch, Ernst (n. 1889), 680
Niemöller, Martin (n. 1892), 656, 680 Pablo de Tarso (3-67), 578
Nietzsche, Federico (1844-1900), 6, 7, ■ Papini, Giovanni (1881-1956), 17
8, 10, 12, 14, 20, 21, 23, 49, 59, 66, Paracelso (seudónimo de Aureolus Theo­
67, 68, 69, 70, 71, 75, 119, 124, 141, phrastus von Hohenheim, 1493-1541),
162, 163, 167, 168, 171, 173, 177, 72
190, 197, 202, 204, 210, 243, 248, ■ Pareto, Vilfredo (1848-1923), 14, 25,
249-323, 324, 326, 327, 328, 329, 26, 508, 639
330, 332, 333, 335, 336, 351, 352, ■ Pascal, Biaise (1623-62), 91, 92, 93,
357, 363, 364, 365, 366, 367, 368, 120
369, 371, 373, 374, 376, 382, 384, Pausanias (c. 18 d. c .), 265
385, 400, 409, 421, 422, 424, 425, ■Pavlov. Ivan Petrovitch (1849-1936),
429, 435, 436, 438, 443, 449, 462, 88
467, 469, 482, 484, 498, 510, 522, Péguy, Charles (1873-1914), 21, 23
542, 554, 565, 567, 569, 570, 571, ■Pericles (5 0 0 -4 2 9 a. C.), 285, 508
573, 575, 576, 580, 581, 590, 594, Petzold, Alfons ( 1 8 8 2 - 1 9 2 3 ) , 84
598, 610, 613, 616, 620, 634, 643, Pfundtner, H., 606
- Platón (427-347 a. c .), 84, 186, 233,
644, 657, 677; Der Antichrist, 272,
286, 290, 296, 298; Ecce Homo, 266, 451; El Simposio, 233
276, 297, 321; Die Geburt der Tra­ Plenge, Johann (n. 1874), 59, 449
gödie, 263, 267, 316; Genealogie der Plotino (c. 205-70), 72
Moral, 271, 273, 284, 319; Götzen­ . Plutarco (46-c. 125), 72
dämmerung, 272, 282, 301, 302, 309, Poincaré, Henry (1854-1912), 22, 183
314, 316; Jenseits von Gut und Böse, Pol ignoto, 380
275 s., 305, 306; Menschliches, Allzu­ Politzer, G., 23, 26
menschliches, 268, 270, 273, 280, 301; Pontoppidan, Henrick (1857-1943),
Philosophie im tragischen Zeitalter der 202; La tierra prometida, 202
Griechen, 315; Wagner in Bayreuth, . Porfirio (c. 232-304), 72
266; Der W ille zur Macht, 268, 273, Pound, Ezra (n. 1885), 663
283, 286, 295, 3Q1, 303, 308, 316, Preuss, Hugo (1860-1925), 48, 493;
317, 319, 320; Pröhliche Wissen­ Zur Methode der juristischen Begriffs­
schaft, 271, 292, 301, 307; Also sprach bildung, 493
Zarathustra, 71, 266, 286, 293, 295, Frotágoras ( c. 485-415 a. C.), 84, 316
308, 309, 320; Ober die Zukunft un­ Proudhon, Pierre Joseph ( 1 8 0 9 - 6 5 ) ,
serer Bildungsanstalten, 263 [hay trad. 472, 529, 594
esp. de sus Obras Completas] Proust, Marcel (1871-1922), 21
Nohl, Hermann (n. 1879), 209 Pushkin, Alexander Sergeievitch (1799-
Novalis (seudónimo de Friedrich,’ Frei­ 1837), 104, 282, 616; Dubrowsky,
herr von Hardenberg, 1772-1801), [hay trad, esp.], 282
111, 134, 135, 232, 351, 458; Euro­
pa y U cristiandad, 134 Quisling, Vidkun (1887-1945), 652
Novicow, Jacques (1849-1912), 555;
Critique du darwinisme social, 555 Rabelais, François (1494-1553), 166
702 IN M CE B E NOMBRES y- OBRAS

Ranke, Leopold von (1795 1886), 100, huaderts, 439, 468, 519, 591, 598,
336, 375, 379, 448, 449, 485 599, 602, 607, 640
Rathenau, Walter ( 1867 - 19 2 2 ), 56, 324, Rosenkranz, Karl (1805-79), 16, 133,
368, 490, 495, 500, 584, 683; B riefe, 327, 443; Hegels Leben, 133
500 . Rosenzweig, Franz (1886-1929), 456,
Ratzenhofer, Gustav (1842-1904), 333- 469; H egel und der Staat, 456
61; D ie soziologische Erkenntnis, 555; Rougemont, Denis de (n. 1906),-657,
Grundriss der Soziologie, 558, 559, 658, 659, 690
561 ■ Rousseau, Jean-Jacques (1712-78), 90,
Rauschning, Hermann (n. 1887), 439, 99, 100, 101, Í03, 105, 179, 212,
586, 587, 602, 609, 610, 640, 641, 268, 278, 287, 294, 299, 356
659, 660, 665; T he V oice o f Destruc- Rousset, David, 637
tion [hay trad. esp.], 439, 586 Ruge, Arnold (1802-80), 13, 204, 461
Ree, Paul (1849-1901), 281 •Russell, Bertrand (n. 1872), 655
Reimarus, Hermann Samuel (1694-
1768), 134
' Sade, marqués de (1740-1814), 635
Rembrandt, Harmensz van Rijn (1606-
, Saint-Simon, Claude Henri de (1760
69), 380
1825), 299, 471, 553
Renan, Emest (1823-92), 545
Salomón, Bruno von, 683
Reuter, Ernst (1889-1953), 666
Reuter, Fritz (1810-74), 625 Salomón, Emst von (n. 1902 ), 682,
Ricardo, David (1772-1823), 81, 166, 683, 684; Der Fragebogen. 682, 684
169, 287, 478, 627 Salomon, Ille, 684, 685
Rickert, Heinrich (1863-1936), 10, 11, « Sartre, Jean Paul (n. 1905), 243, 633,
17, 100, 260, 343, 374, 375, 443, 636, 6¿9, 678, 679
453, 454, 485, 494, 508, 581; Die Savigny, Friedrich Karl von (1779-
Grenzen der naturwissenschaftlichen 1861), 133, 146, 448, 458, 474, 538
Begriffsbildung, 485 Savonarola, Girolamo (1452-98), 299
Ridgwap, Matthew Banker (». 1895), Say, Jean-Baptiste (1767-1832), 280,
'285 e» • 627, 634
Riehl, Aloys (1844-1924), 474 Scott, Evelyn (n. 1893), 663
Rilke, Rainer Maria (1875-1926), 284, -Scott, Walter ( 1 7 7 1 - 18 3 2 ), 104
398, 658 Schacht, Hjalmar (n. 1877), 278, 620
Robeson, Paul (n. -1892), 663 Schaffte, Albert Eberhard Friedrich
Robespierre, Maximilien de (1758-94), (1831-1903), 475
43, 88, 299, 542 Schamhorst, Gerhard von (1755-1813),
Rodbertus, Johann Karl (1805-75), 478 35, 50
Rolland, Romain (1866-1944), 615 Schauwecker, Franz (n. 1890), 274;
Röpke, Wilhelm (n. 1899), 625, 626, Ein Dichter und die Zukunft, 274
628, 666 Scheler, Max (1874-1928), 10, 21, 350,
Roscher, Wilhelm (1817-94), 474, 497 372, 384, 383-97, 401, 404, 405, 421,
Rosenberg, Alfred (1893-1946), 7, 8, 430, 512, 613, 633, 678; Der Forma­
11, 69, 71, 75, 289, 310, 382, 385, lismus in der Ethik und die materiale
409, 433, 434, 438-40, 467, 468, 504, Wertethik [hay trad. esp.], 393, 396;.
505, 507, 519, 534, 542, 543, 544, D er Genius des Krieges und der
545, 563, 576, 578, 580, 585, 591, deutsche Krieg, 373; Moralin, 394;
592, 593, 595, 596, 597, 598, 599, Schriften aus dem Nachlass, 386,
600, 601, 602, 606, 607, 609, 611, 389; Versuch einer Soziologie des
613, 640, 646, 653, 654, 670; Blut TVissens [hay trad. esp.], 395, 397;
und Ehre, 606; Gestalten der Idee, Philosophische Weltanschauung, 394
467, 580; Krisis und Neubau Euro­ Schelling, Friedrich Wilhelm Joseph
pas, 596; Der Mythus des 20. Jahr- (1775-1854). 6, 9, 10, 11. 12, 14,
INDICE GENERAL

Introducción: Sobie el /nación,tli.tmv como fenómeno internacional


del periodo imperialista ........................ 3

Capitulo I; Acerca Jr algunas retractensucas dei desarrollo histórico


de Alemania .......... . . . ., — . . . . . . . . . . . . . . ¿V

Capitulo II: La fnndamentación del irracionalismo en el período


de mu <i otra revolución (178SM848) , .............. ...................... 73
E. Observaciones preliminares de principio sobre la historia del
¡racionalismo moderno .................... .................... 7s
II. La intuición intelectual de Schclling, como primera mani­
festación del ¡racionalismo .................... ................ .... ll)3
III. 1j filosofía posteriorde Sdtelling 126
IV. Schopenhaucr ........ 158
V. Kierkegurd............................. 202

Capítulo III; Nietzsche, fundador del irracionalhmo del periodo


imperiali tía . . . . . .......................................... , . . ............. 24y

Capítulo IV: La filosofía de la vida en la Alemania imperialista 324


I. Esencia y fundón de la filosofía de la vida.......... .. 324
IT. Dilihey. fundador de la filosofía de la vida del imperia
lismo ............. 3JA
III. La filosofía de la vida, en el periodo de anteguerra
(Simmcl)...................................................................... 357
IV. El periodo de guerra y deposguerra (Spengler) 372
V. La filosofía de la vida del periodo de La "estabilización re­
lativa" (Scheler) ...................................................
VI, El Miércoles de Ceniza del subjetivismo parasitario
(Heidcgger, Jaspcrs) . . . . . 39?
VII. La filosofía de la vida preíascista y fascina i KUges.
lünger. Batmnlcr, Bochen, Kriedc. R<-<mher«:3
ÍNDICE GENERAL 707

C ap ítu lo V : El neobtgelianismo ........................... ........................................ 441

C ap ítu lo V I : La sociología diemana de! período imperiali s l a ........... 471

L N acim ien to de la so cio lo g ía . . . . . . . ............. ................................ 471

•U. L o s com ienzos d e la so cio lo g ía alem ana (S ch m o IIer, W a g n e r


y o t r o s ) ................................................................... 473

III. Ferd iru nd T o en n ics y la futidam entación de la nueva e s­


cu ela d e la sociología alem ana ........................................................ 476

TV. L a sociología alem ana d el períod o g u ille n n in o (M a x


W eb cr) . - . . .........................................................* .......................... 481

V . La indefensión de la so cio lo g ía liberal (A lfre d W e b e r,


M a n n h eim ) }0 t

V I, La sociología profascista y fascista (S p a n r , Freyer, C.


S c h m itt) , ...................................... 519

C ap ítu lo V I I : El darwinismo social, t i racismo 7 el fascismo ..... 538

1. Los orígenes del racismo en elsiglo xvm.. ....................... 338


I I . L a teoría racista d e G c b ín e a u ....................................................... 540

III. El darw inism o social (G u m p lo w ia , R atzen h o fcr,


W o l t r r u n n ) ........................................................... ............... ....................... 53t

I V . H . St. C ham berlain, fu n d ad o r del racism o m oderno . . . . . . 365

V. La "co ncepció n nacionalsocialista del m undo” , sín tesis de-


m agógica de la filo s o fía d d im perialism o a l e m á n ................. 580

E p ílo g o : Sobre ti irracionalismo en la posgu erra ...................................... él8

I n d ic e de n o m bres v o b r a s ............................. ................................................... 692

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