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HISTORIA DE ESPAÑA.

CRITERIOS ORIENTATIVOS PARA PREGUNTAS CORTAS EVAU 2024

Se recomienda contestar cada cuestión en 20/25 líneas, dando información precisa y básica sobre los
aspectos por los que se pregunta. Se valoran con 1.5 puntos cada una. En el examen EvAU habrá dos
preguntas de cada uno de los grupos y habrá que elegir dos que no pertenezcan al mismo grupo. La
calificación de las preguntas seguirá los siguientes criterios:

a) Capacidad para ajustarse a lo que se pregunta


b) Capacidad de síntesis
c) Hacer referencia a los elementos básicos de los contenidos que se explicitan para cada ejercicio

Las preguntas cortas buscan que el alumno/a sea capaz de trasladar contenidos básicos de forma sintética y
precisa. A continuación incluyo un documento que recoge los contenidos fundamentales de cada cuestión
como orientación de los criterios de calificación. Se pueden personalizar aprovechando las explicaciones de
clase.

Grupo 1
Economía y sociedad en el Paleolítico peninsular.

El Paleolítico es la etapa más antigua y más larga de la Prehistoria. Se divide en Inferior, Medio y Superior.

El primer poblamiento humano en la península ibérica (Paleolítico inferior) data de hace más de un millón
de años y puede adscribirse a grupos de Homo erectus u Homo antecessor, cuyos hábitats más habituales
eran zonas abiertas cerca de lagunas o ríos, donde cazaban y carroñeaban. Su tecnología era simple:
elaboraban utensilios sobre cantos a los que se dotaba de un filo mediante un corte en una o dos caras. En
torno al 500.000 a.C. se localizan las primeras hachas de mano (bifaces) y lascas cortantes. Posiblemente
aún no dominaban el fuego. Entre los yacimientos más destacados del Paleolítico Inferior (hace unos
300.000 años a.C.) podemos citar Atapuerca (Burgos), pero también los de Guadix-Baza (Granada) o
Torralba y Ambrona (Soria). En la Sima de los Huesos de Atapuerca han aparecido restos de unos 30
individuos pre-neandertales fechados hace más de 400.000 años. Es el hallazgo de fósiles humanos más
importante del mundo.

El Paleolítico medio (300.000-40.000 años) se caracteriza por la presencia de Homo neanderthalensis,


especie muy próxima al Homo sapiens moderno. Vivían en hábitats variados (cuevas, abrigos, aire libre),
dominaban el fuego y cazaban grandes animales. Su tecnología lítica era compleja y eficaz, con lascas
cortantes, puntas de lanza y herramientas para raspar pieles. Se discute si poseían un mundo simbólico
(prácticas funerarias, adornos, pinturas rupestres...). Las causas de su extinción no están claras (cambios
climáticos abruptos, pérdida de hábitats por competencia con los humanos modernos, epidemias,
endogamia…); parece que los últimos neandertales vivieron en el sur de la Península Ibérica hace algo
menos de 40.000 años.

En el Paleolítico superior (40.000-10.000 años de antigüedad) únicamente encontramos seres humanos


modernos (Homo Sapiens Sapiens). Presenta por primera vez cambios culturales rápidos: se suceden en
Europa suroccidental cuatro periodos (Auriñaciense, Gravetiense, Solutrense y Magdaleniense) bien
reconocidos por cambios en las formas de las herramientas de piedra y hueso, pese a que sirven para las
mismas tareas. Los grupos humanos son más numerosos (varias decenas de personas en cada uno) y los
contactos a grandes distancias son habituales. Cazaban de forma muy efectiva todo tipo de animales y
recolectaban vegetales nutritivos. Como en todo el Paleolítico, estos grupos eran todavía nómadas. Lo más
destacado es la abundancia de cuevas con arte rupestre y objetos decorados en piedra, hueso o marfil.
(arte mueble: bastones de mando y Venus) Entre las cuevas decoradas destacan El Castillo y Altamira en
Cantabria, Tito Bustillo en Asturias, Ekain en Guipúzcoa y Fuente del Trucho en Huesca.

Características generales del periodo Neolítico en la Península Ibérica.

El Neolítico (o nueva piedra) es la segunda etapa de la Prehistoria y se sitúa cronológica y culturalmente


entre el Epipaleolítico-Mesolítico y el calcolítico. Hacia el año 5000 a.C. surgen en la península ibérica, las
primeras comunidades neolíticas debido a la difusión por las costas mediterráneas de corrientes culturales
procedentes de Oriente Próximo y por la evolución de las culturas autóctonas en contacto con éstas.

El Neolítico es un proceso que implica la sustitución de un modo de vida basado en la caza, la pesca y la
recolección (economía depredadora) por otro modo de vida productor, con domesticación de especies
animales (ovejas, cabras) y cultivo agrícola (cebada, trigo, vegetales), elaboración de cestería y tejidos, y
fabricación de herramientas con piedra pulimentada y de cerámica que permite almacenar los excedentes
de producción y transportarlos, ya que surgirán las primeras formas de intercambio. Estas innovaciones
suponen una transformación del contexto cultural y medioambiental. Es un proceso de larga duración en el
que la relación de los grupos de población con el medio determina toda una serie de innovaciones de
carácter tecnológico que producen cambios en aspectos económicos, sociales o religiosos. El más
relevante es la sedentarización y la aparición de las primeras aldeas agrícolas.

En la península ibérica, la Neolitización se produce mediante la llegada de colonos o Pioneros que arriban a
las costas peninsulares introduciendo las innovaciones neolíticas en diferentes territorios: en la costa
levantina (cuevas de L'Or y de Les Cendres en Alicante y de La Sarsa en Valencia), en la costa andaluza
(cueva de Nerja en Málaga) o en el norte de Aragón (cueva de Chaves, Huesca), a partir del sexto milenio
a.C.

Unas de las innovaciones más características de esta etapa inicial del Neolítico en la península ibérica, es la
cerámica cardial, una variedad de cerámica decorada con la técnica de la impresión realizada con la concha
de un molusco bivalvo, el Cardium Edulis (berberecho) y las manifestaciones del Arte Macroesquemático.
Se introduce la agricultura y ganadería, generando autenticas aldeas como el yacimiento de La Draga en
Gerona o Los Cascajos en Navarra, abandonando progresivamente las cuevas e instaurando lo que se
conoce como sociedades agrícolas o campesinas. Esto supone no sólo importantes transformaciones
sociales y económicas sino la aparición de manifestaciones artísticas y de sistemas de enterramiento cuya
expresión más significativa es, en momentos más avanzados, el denominado Megalitismo, cuya
construcción a base de grande piedras configura sepulcros colectivos de diferentes dimensiones,
mostrando una importante evolución social, con transmisión de ideas e intercambios entre las diferentes
poblaciones. El final del periodo viene marcado por la aparición de la metalurgia en cobre que
desencadena una mayor complejidad social y grandes cambios en el modelo económico y social en los
últimos siglos del IV milenio a.C.
Pueblos prerromanos: los colonizadores fenicios y griegos.

La presencia de colonizadores fenicios y griegos supone un cambio radical en la evolución de los pueblos
que ocupaban la península ibérica, hasta el punto de que el inicio de la colonización se utiliza de manera
convencional para marcar el paso de la fase prehistórica (o protohistórica) a la histórica en este territorio.

La colonización fenicia fue la más temprana e intensa y la que tuvo un impacto más profundo y duradero.
En ella tuvo un papel protagonista la ciudad de Tiro, en el actual Líbano, que lideró la exploración de las
rutas que llevaban al extremo occidental del Mediterráneo en búsqueda de materias primas, en especial
metales.

La presencia, primero, de mercaderes fenicios y luego de colonos, empezó a ser una constante en la zona
del estrecho de Gibraltar en el siglo VIII a.C. Los fenicios fundaron numerosos asentamientos, algunos de
ellos de gran importancia, en especial Gadir (Cádiz), que fue clave en el control de las rutas comerciales
que conectaban el Atlántico con el Mediterráneo, pero también, Sexi (Almuñécar), Malaka (Málaga) o
Ebusus (Ibiza), entre otros muchos.

Al igual que en el resto del Mediterráneo (Grecia, Italia), la influencia fenicia tuvo un profundo impacto
entre las poblaciones autóctonas, no solo desde un punto de vista económico, sino también social y
cultural (es lo que convencionalmente se denomina periodo o influencia “orientalizante”). No obstante, su
principal y más duradera aportación fue la introducción de la escritura en la península ibérica.

La influencia de los fenicios es clave para comprender el desarrollo de la cultura tartésica, que se desarrolló
en el bajo Guadalquivir (Huelva, Sevilla y Cádiz), con una importante zona de expansión en Extremadura.
Los espectaculares hallazgos arqueológicos de Huelva, El Carambolo (Sevilla) o Cancho Roano (Badajoz)
evidencian la riqueza alcanzada por esta cultura autóctona y la intensidad de sus contactos con los fenicios.

La herencia fenicia perduró en occidente mucho más allá del final de la fase estrictamente colonial en el
siglo VI a.C. A partir del siglo IV a.C., el sur de la península ibérica estuvo bajo la esfera de influencia de la
importante ciudad de Carthago (Túnez), antigua colonia fenicia responsable de la fundación de Carthago
Nova (Cartagena).

Comparativamente, la colonización griega fue mucho menos intensa. La ciudad que lideró de la presencia
griega en el extremo occidental del Mediterráneo fue la ciudad de Focea, que se encontraba en la costa
egea de la actual Turquía. Focea fue la responsable de la fundación de la importante colonia de Massalia
(Marsella), en el sur de Francia. A diferencia de los fenicios, la presencia griega en la península ibérica se
limitó a pequeños establecimientos comerciales ubicados en especial en las costas de Alicante y Cataluña.
Solo dos de estos asentamientos acabaron por convertirse en auténticas ciudades (poleis): Rhode (Rosas) y
Emporion (Ampurias, La Escala), ambos en la costa de la actual provincia de Gerona.

A partir del siglo VI a.C. la influencia griega fue decisiva en el desarrollo de la cultura ibérica, sobre todo en
la zona correspondiente a la actual Comunidad Valenciana y Cataluña; lo que es visible en algunos rasgos
de la cultura material, en especial, en la producción numismática.
Celtas e iberos en vísperas de la conquista romana.

La península ibérica estaba ocupada por un heterogéneo conjunto de pueblos. Nuestro conocimiento de
ello es limitado. La principal fuente de información es de carácter arqueológico, que en algunos casos se
puede complementar con los pocos datos que aportan los autores antiguos griegos y romanos y las
inscripciones en lenguas locales. Los distintos pueblos autóctonos compartían rasgos culturales y/o
lingüísticos, pero en ningún caso constituían entidades políticas homogéneas. A grandes rasgos podemos
distinguir dos grandes grupos: los pueblos iberos y los celtas.

Los iberos ocupaban (siglos VI a II a.C) un amplio territorio que iba del sur de Francia hasta el alto
Guadalquivir, que corresponde aproximadamente a la actual Cataluña, parte oriental de Aragón,
Comunidad Valenciana, Murcia, Albacete, Jaén, Almería y Granada, así como los Pirineos Orientales
franceses. Desarrollaron una rica y compleja cultura de tipo mediterráneo organizada en torno a ciudades
estado aristocráticas, semejantes a sus homólogas, y coetáneas italianas y griegas, algunas de las cuales
alcanzaron notable importancia como Castulo (Linares), Ilerda (Lérida) o Arse-Saguntum (Sagunto). La
sociedad era tribal y estaba muy jerarquizada en función del poder económico y militar. Su base económica
era la agricultura y la ganadería. Trabajaban la minería, la artesanía (tejidos, cerámica, joyas...) y la
metalurgia (hierro). Comerciaron con los pueblos colonizadores, lo que propició la acuñación de moneda
propia y el desarrollo del urbanismo y el arte funerario o religioso (Dama de Elche). Uno de sus rasgos
culturales mas distintivos fue el amplio desarrollo de la cultura escrita. De hecho, conservamos numerosas
inscripciones ibéricas, aunque su lengua continúa, por el momento, intraducible.

Los pueblos celtas ocuparon el interior de la península ibérica (La Meseta), la cornisa cantábrica y la fachada
atlántica en la parte central del actual Portugal entre los siglos V y I a.C. Su grado de desarrollo económico,
político y cultural era muy inferior al de los pueblos iberos de la costa mediterránea. Fueron un pueblo
ganadero, aunque también practicaban la agricultura. Trabajaban el bronce y el hierro para fabricar
herramientas y armas. La explotación minera de estaño y oro fue muy importante para los pueblos del
norte, lo que favoreció el comercio con fenicios y cartagineses.

Los mejor conocidos de los pueblos celtas del interior peninsular son los celtíberos, que ocupaban el
territorio correspondiente a las actuales provincias de Soria, Guadalajara, Zaragoza y Teruel. Su violenta
oposición a la dominación romana en el siglo II a.C. (las llamadas Guerras Celtibéricas) hizo que los autores
antiguos les prestaran mucha atención, convirtiendo en famosas algunas de sus ciudades, como Segeda
(Mara-Belmonte de Gracián) y, especialmente Numantia (Numancia). También conservamos un importante
número de inscripciones en lengua celtibérica; las más importantes proceden de Contrebia Belaisca
(Botorrita) y La Caridad (Caminreal), que se conservan respectivamente en los Museos de Zaragoza y Teruel.

Define el concepto de romanización y describe sus factores y etapas.

La presencia de Roma en la Península Ibérica se prolongó desde finales del siglo III a.C. hasta principios del
siglo V d.C. y se puede dividir en tres fases: (1) Conquista, de finales del siglo III a.C. a la época de
Augusto; (2) Principado, del siglo I al III d.C.; y (3) Antigüedad Tardía, del siglo III d.C. hasta la
desintegración de la autoridad imperial en occidente a finales del siglo IV d.C.
Durante este largo periodo de tiempo tuvo efecto un proceso de transformación gradual de los habitantes
de los pueblos peninsulares en ciudadanos del Imperio romano, que fueron asumiendo las costumbres, la
organización política, jurídica, religiosa y social romanas. A este proceso se le conoce con el nombre de
romanización.

Hispania fue divida inicialmente en dos provincias (Citerior y Ulterior). Tras finalizar la conquista de Hispania,
Augusto la dividió en tres provincias: la Baetica, con capital en Corduba (Córdoba), la Tarraconensis, con
capital en Tarraco (Tarragona), y la Lusitania, con capital en Emerita Augusta (Mérida); en la Antigüedad
Tardía se crearon la Carthaginensis, la Gallaecia y, por último, la Balearica. Al frente de las mismas se
encontraba un gobernador con competencias administrativas, jurídicas, militares y fiscales (Pretor). A su vez
las provincias estaban divididas en conventos jurídicos.

La llegada de Roma supuso una profunda transformación de la economía, animada por la generalización
del uso de la moneda, con un desarrollo muy importante de la actividad minera (plata y oro),
agroalimentaria (vino, aceite, salazones), artesanal (cerámica) y comercial. Igualmente, supuso la
implantación de las formas de organización social romanas (reducida aristocracia -senadores y caballeros-,
negociantes y propietarios de villas agrícolas, trabajadores libres -campesinos y artesanos- y esclavos), así
como la difusión de su religión, cultura y costumbres.

Con la romanización las antiguas ciudades se revitalizaron y, junto a ellas, los romanos fundaron ciudades
de nueva planta denominadas colonias: Tarraco (Tarragona), Caesar Augusta (Zaragoza), Hispalis (Sevilla),
Emerita Augusta (Mérida), etc., que se convirtieron en el centro administrativo, jurídico, político y
económico de la Hispania romana; en ellas se construyeron edificaciones (teatros, foros, templos,
anfiteatros, baños públicos y acueductos), convertidos hoy en uno de los legados más representativos del
pasado romano. Una importante red de calzadas comunicaba las ciudades entre sí y con el resto del
Imperio (Vía Augusta, Vía de la Plata).

La presencia romana dejó como legado importantes elementos culturales como el latín, del que derivan
todas las lenguas habladas en la actualidad en la península ibérica a excepción del euskera, y el derecho
romano. Ambos elementos contribuyeron a cohesionar dentro del Imperio a los habitantes de Hispania,
cuna de intelectuales como Séneca, Quintiliano y Marcial y de emperadores como Trajano, Adriano y
Teodosio.

Grupo 2
Características de la monarquía visigoda.

A partir del s. III, coincidiendo con la crisis del Imperio romano, se producen invasiones de pueblos
germanos. Los visigodos, pueblo de las estepas de Asia central, penetran en Hispania a comienzos del s. V,
poco después de que lo hicieran suevos, vándalos y alanos. Los visigodos, como aliados del imperio
romano, logran expulsar a los alanos y vándalos de la Bética. Pero la península ibérica será territorio de los
visigodos solo después de la caída del Imperio romano de Occidente (476) y la derrota ante los francos. El
nuevo Reino visigodo en la península ibérica tendrá como capital la ciudad de Toledo.
El monarca ejercía un poder casi absoluto y tenía carácter electivo y no hereditario, lo que generaba una
constante inestabilidad política por las intrigas y luchas por el poder que desataba. El rey gobernaba con la
ayuda del Officium Palatinum, en el que intervenían dos órganos de gestión: el Aula Regia (formada por
altos funcionarios, aristócratas y clérigos, que asesoraban al rey en asuntos administrativos, militares y
judiciales) y los Concilios de Toledo, asambleas formadas por obispos, rey y nobles que se encargaban de
tareas legislativas y asuntos de gobierno.

La monarquía visigoda construyó su dominio sobre las tierras peninsulares a partir de un proceso de
unificación territorial, político, religioso y jurídico:

Los monarcas Leovigildo y su hijo Recaredo consiguen dominar a vascones y cántabros, expulsar a los
suevos y conquistar territorios a los bizantinos. La unificación cultural-religiosa se consigue a través de la
conversión al catolicismo en el reinado de Recaredo y el fomento de matrimonios mixtos entre la población
romana y visigoda en época de Leovigildo. La Iglesia alcanzó un gran poder religioso y político. El rey
visigodo será el jefe de la Iglesia, designando a los obispos y convocando los Concilios. El rey Recesvinto
promueve una única ley para ambos pueblos: el Fuero Juzgo, que supone la unificación jurídico
administrativa.

Las disputas entre los nobles visigodos acaban con el reino: muerto el rey Witiza, sus apoyos quisieron
transmitir la corona a su hijo, pero la facción rival se impuso y colocó al frente del reino a Don Rodrigo. Los
witizanos llamaron en su ayuda a los musulmanes. En el año 711 un ejército de beréberes procedentes del
norte de África derrota a las tropas leales a Rodrigo en Guadalete (Río Barbate), iniciándose la invasión
musulmana de la península ibérica.

Explica las causas de la invasión musulmana y de su rápida ocupación de la península ibérica.

Durante el califato del Omeya Alwalid se produce la segunda ola de la expansión territorial del Islam. En el
occidente el poder islámico ya se había asentado sólidamente en el norte de África, donde el cargo de
gobernador recayó en el árabe Musa ibn Nusayr. En la otra orilla del Mediterráneo, la situación del Estado
visigodo de Hispania era decadente, con signos de descomposición claros: crisis política y debilidad de la
monarquía, corrupción de la aristocracia cada vez más separada de las clases populares, luchas por el trono,
querellas internas, malestar social, regresión económica y disensiones doctrinales entre el catolicismo oficial
y el arrianismo, muy extendido entre el pueblo.

La situación de fragilidad del poder y el descontento por parte de algunos sectores sociales hispanos fue
aprovechada por el Estado islámico, que se hallaba en plena fase de expansión territorial y al que se
acababa de incorporar la población norteafricana. Tras realizar algunas expediciones de tanteo en 709-710,
el año 711 el ejército beréber musulmán cruza el estrecho de Gibraltar y se apodera de Algeciras. Tras
vencer al rey Rodrigo en el río Barbate (batalla de Guadalete), el lugarteniente de Musa, Tariq, sigue
avanzando en la conquista, y la propia capital del Reino visigodo, Toledo, se le entrega. En el año 712,
Musa llega también a la península ibérica con un ejército formado por árabes en su mayoría que abre un
nuevo frente de conquista. Reunidos ambos ejércitos en Toledo, se dirigen a conquistar el valle del Ebro:
Zaragoza cae en el año 714 y la expansión continúa hacia el norte. La conquista y organización de la nueva
provincia se completa con el hijo de Musa, Abdelaziz, nombrado gobernador de Al- Andalus cuando su
padre fue a rendir cuentas de la conquista ante el califa de Damasco.
En cinco años los musulmanes conquistaron prácticamente toda la península ibérica. Fue una ocupación
rápida y fácil, sin apenas resistencia, porque los musulmanes respetaban la preeminencia social de los
visigodos y les dejaban mantener su religión y sus bienes patrimoniales a cambio de tributos y de
someterse a su autoridad. Cabe destacar también la sencillez y funcionalidad de la religión musulmana y su
parecido doctrinal con la versión arriana del cristianismo y las ventajas de pertenecer a un sistema de gran
desarrollo y fortaleza en todos los aspectos (económico, político, cultural, etc.) como era el islam en la Alta
Edad Media. Hispania quedó incluida dentro del Imperio islámico con el nombre de al-Ándalus y se
convirtió en una provincia o emirato musulmán más dependiente del Califato Omeya de Damasco. Solo las
regiones montañosas de las zonas cantábrica y pirenaica quedaron fuera del control de los musulmanes.

Describe la evolución política de Al Andalus.

Fases de la evolución política de al-Ándalus:

- Emirato dependiente (711-756): desde la conquista de 711, la nueva provincia del Imperio islámico en la
península ibérica, que recibe el nombre de al-Andalus, queda al mando de un gobernador (walí)
delegado del gobernador del Magreb que, a su vez, ejerce el poder por delegación del Califa de
Damasco. Este periodo de los gobernadores está marcado por la rivalidad entre los clanes árabes y los
intentos de expansión más allá de los Pirineos.

- Emirato independiente (756-929): en 756, Abderrahmán I, único superviviente de los Omeyas destituidos
y aniquilados en Oriente por la nueva dinastía califal, la Abbasí, se instala en Córdoba con el título de
Emir. Ese Emirato Omeya, independiente del califa Abbasí de Bagdad, durará más de siglo y medio,
durante el cual se profundiza en la islamización y arabización de la población andalusí. Los emires
tendrán que hacer frente a diversas revueltas internas, fundamentalmente en las Marcas o zonas
fronterizas, y a la presión de los Reinos cristianos que desde el norte peninsular irán ganando terreno.

- Califato Omeya de Córdoba (929-1031): Abderrahmán III se proclama Califa en Córdoba en 929,
restaurando la autoridad Omeya dentro y fuera de sus fronteras e iniciando la etapa más floreciente del
islam andalusí. Pero con el tercer califa, el poder efectivo cae en manos de su mayordomo Almanzor,
quien ejerce una dictadura personal durante la cual la actividad militar contra los reinos cristianos fue muy
intensa. La dictadura continúa con sus hijos hasta 1009, cuando en el Califato andalusí comienza una
guerra civil que llevará a su caída y a su desmembración en diversos Reinos de taifas independientes
gobernados por linajes árabes, beréberes, muladíes o eslavos, todos enfrentados entre sí.

- Reinos de Taifas (1031-1086): la desintegración del Califato provoca la formación de pequeños Estados
independientes llamados taifas. Estos comenzaron a enfrentarse entre sí, lo que fue aprovechado por los
Reinos cristianos para imponerles tributos y avanzar en su conquista. Este periodo es uno de los más
brillantes culturalmente, pero su debilidad política y sus enfrentamientos marcan el inicio de la
decadencia de la presencia musulmana en la península ibérica.

- Dinastías norteafricanas (1086-1237): en ayuda del islam andalusí llegan desde el Magreb los Almorávides
en 1086, quienes, ante la desunión de los reyes de taifas, los destituyen y se anexionan su Imperio. A
mediados del siglo XII son sustituidos en el control de sus territorios magrebíes y andalusíes
por otro grupo del mismo origen, los Almohades. Estos, en 1146, envían sus tropas para frenar a los
cristianos, pero en 1212 son derrotados por los cristianos, cuyo avance territorial era ya imparable.

- Reino nazarí de Granada (1237-1492): a inicios del siglo XIII, la autoridad política de los Almohades era
débil y a mediados de siglo al-Ándalus queda reducido al reino nazarí de Granada. Este se mantuvo
como Reino islámico durante más de dos siglos, aunque tributario del rey castellano, hasta acabar siendo
anexionado al Reino cristiano de los Reyes Católicos en 1492, cuando éstos pactan con el rey Boabdil la
rendición de Granada.

Resume los cambios económicos, sociales y culturales introducidos por los musulmanes en Al Andalus.

La unificación de los habitantes del territorio islámico siguió dos procesos: la islamización y la arabización.
Ambos fueron progresivos, pero muy intensos y extensos. La adopción de la lengua árabe afectó también a
los no-musulmanes, de forma que toda la población andalusí hablaba árabe y todos participaban de la
cultura araboislámica.

La actividad económica predominante el al-Ándalus fue la agrícola:iImpulsaron los cereales, la vid y el olivo,
perfeccionaron los sistemas de regadío (acequias y norias) e introdujeron el arroz, los cítricos, el algodón, y
el azafrán, entre otros cultivos. Destaca también la apicultura y en ganadería la cría de la oveja y el caballo.

La ciudad vivió una revitalización importante, y la economía urbana basada en la artesanía y el comercio
fueron claves. Prosperó la producción de tejidos de seda o lino, el trabajo del cuero, la fabricación de
cerámica y vidrio, etc. El comercio, favorecido por la acuñación de moneda, fue muy importante gracias a
una extensa red urbana y a un eficaz sistema de comunicaciones. Se exportaban productos de lujo y
agrarios y se importaban materias primas, armas y esclavos.

La sociedad andalusí era urbana; los musulmanes fundaron nuevas ciudades como Madrid y Guadalajara.
Estas se organizaban alrededor de la medina, en las que se ubicaban la mezquita mayor (Aljama), la
alcazaba (recinto fortificado) y el zoco (mercado). La sociedad estaba encabezada por una aristocracia árabe
o hispanovisigoda paulatinamente islamizada, que poseía las mejores tierras y ocupaba los principales
cargos públicos. Debajo de ellos estaban los guerreros, agricultores, artesanos y comerciantes, grupos
formados por beréberes, muladíes (cristianos convertidos al Islam), mozárabes (cristianos que se habían
quedado a vivir bajo dominación musulmana) y judíos; les seguían los libertos (esclavos que habían
conseguido su libertad al convertirse al Islam) y los esclavos, de origen africano o eslavo.

En el campo científico destacaron Maimonides y Averroes y se desarrollaron la astronomía, las matemáticas


y la medicina. Los musulmanes actuaron como transmisores de conocimientos, sobre todo del mundo
helenístico y del Oriente, destacando las figuras de Avempace y Averroes, redescubridor de Aristóteles.
Córdoba se convirtió en uno de los focos más activos culturalmente del mundo islámico. La Península
Ibérica fue, precisamente, el puente que trasvasó esos grandes avances intelectuales y científicos a Europa
occidental. Nuestro léxico conserva muchas palabras de origen árabe. El arte, fue una mezcla del islámico y
de las tradiciones romana y visigoda: destacan la Mezquita de Córdoba, la Alhambra de Granada y la
Aljafería de Zaragoza.
Explica el origen de los Reinos cristianos y su organización política.

El dominio musulmán no se extendió a la totalidad de la península ibérica: las tierras situadas al norte del
Duero y zonas pirenaicas no fueron ocupadas por tropas islámicas y aunque tuvieron que pagar tributos el
control fue casi inexistente, sobre todo en la zona Cantábrica. A partir de esta situación se configuran los
primeros Reinos cristianos. Los habitantes de la cordillera Cantábrica se terminaron mezclando con los
grupos de hispano-visigodos que huyeron del territorio dominado por los musulmanes, y en el año 722, el
noble visigodo Pelayo derrotó a los musulmanes en la batalla de Covadonga. Este hecho se considera el
inicio de la conquista cristiana frente a al-Ándalus. Los sucesores de Pelayo consolidaron el dominio sobre
la zona y con Alfonso II se expandirá el reino hacia Galicia y parte de la actual Vizcaya, trasladándose la
capital a Oviedo. En esa época aparece el mito de Santiago. En el siglo X, tras haber ocupado en el siglo IX
la zona hasta el valle del Duero, se traslada la capital a León, pasando a denominarse Reino de León. Uno
de sus condados, el condado de Castilla, fue adquiriendo una fuerte autonomía y en el año 927, con
Fernán González, se independiza.

El emperador Carlomagno había establecido en los Pirineos la Marca Hispánica, una franja fortificada para
protegerse de los musulmanes. A partir del siglo IX, los territorios al sur de los Pirineos fueron adquiriendo
mayor autonomía: Aragón, Ribagorza, Sobrarbe, Barcelona, Girona, Besalú, etc. El reino de Aragón se gesta
tras la muerte de Sancho III el Mayor de Navarra (1035), cuando su hijo Ramiro herede el condado de
Aragón y lo amplíe con las posesiones de Sobrarbe y Ribagorza.

La organización política de los reinos cristianos medievales en la península ibérica se basó en tres
instituciones: la monarquía, las Cortes y los municipios.

El monarca ejercía el poder supremo y consideraba el reino su patrimonio, aunque su poder estaba limitado
por la autonomía de los señoríos y los privilegios de la nobleza y la Iglesia. En la Corona de Castilla tuvo un
carácter más autoritario y menos feudal y en la de Aragón más pactista.

Entre los siglos XII y XIII surgen las Cortes, asambleas en las que se reunían los tres brazos del reino
convocados por el rey (nobleza, Iglesia y ciudades). Las Cortes castellanas tuvieron un carácter consultivo y
de aprobación de subsidios. En Aragón, las Cortes tenían una función legislativa y votaban los impuestos.

Los municipios gozaron de cierta autonomía y recaían en manos de la oligarquía urbana: regidores y
corregidores en el caso de la Corona de Castilla y en el de la de Aragón un cabildo de jurados presididos
por un justicia o alcalde nombrados por el rey; en Cataluña, el municipio era gobernado por magistrados
locales.

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