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Héctor Vicente Ocón - pr.hector.vicente@iesangelsanzbriz.

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IES Ángel San Briz

Tema 1
De la prehistoria al final del reino visigodo

1. La prehistoria de la Península Ibérica

La prehistoria es el periodo de tiempo trascurrido desde la aparición de los primeros


homínidos hasta la invención de la escritura. En todo este periodo es fundamental el desarrollo
de la hominización, proceso evolutivo por el cual los antiguos primates dieron lugar al ser
humano moderno. A su vez, el periodo se divide en Paleolítico, Neolítico y Edad de los Metales,
al final de la cual se inventó la escritura, dando comienzo la Edad Antigua.
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1.1. El paleolítico ibérico (1.200.000 - 5.000 a.C.)

Dentro de la Prehistoria, la primera etapa es el Paleolítico, que abarca la mayor parte de


la misma, con tres divisiones: inferior, medio y superior. Las características generales de los
homínidos de esta época son: la economía depredadora (caza, recolección, pesca y carroñeo),
el nomadismo, generalmente motivado por la búsqueda de fuentes de alimento (mandas
migrantes, frutos estacionales, etc.) con establecimiento discontinuo en abrigos, cuevas o
construcciones no permanentes.

Paleolítico inferior (1.200.000 - 300.000 a. C.)

Los primeros pobladores homínidos de la península datan de hace más de un millón de


años, perteneciendo a grupos de Homo erectus o Homo antecessor, que en esta etapa
evolucionarían al Homo heidelbergensis. Su cultura material era muy básica, destacando la
industria lítica de cantos trabajados por percusión. Esta se conoce como Olduvaense en una
primera fase, (hasta los 700.000 a. C) con los chopper (cantos trabajados con un solo filo) o
chopping tool (dos filos), seguido del Achelense (del 700.000 al 300.000 a. C.) con los primeros
bifaces. Para esto se empleaba el sílex, aunque también desarrollaron útiles de madera.
Posiblemente aún no dominaban el fuego.

Entre los yacimientos más destacados del Paleolítico inferior podemos citar Atapuerca
(Burgos), pero también los de Guadix-Baza (Granada) o Torralba y Ambrona (Soria). En la Sima
de los Huesos de Atapuerca han aparecido los restos de unos 30 individuos pre-neandertales,
fechados hace más de 400.000 años. Es el hallazgo de fósiles humanos más importante del
mundo.

Paleolítico medio (100.000 - 40.000 a. C.)

El Paleolítico medio (300.000-40.000 años) se caracteriza por la presencia de Homo


neanderthalensis evolucionado en Europa a partir del heidelbergensis. Vivían en hábitats
variados, dominaban el fuego, de complexión robusta y achaparrada y cazaban grandes
animales. Su tecnología lítica era compleja y eficaz, denominada musteriense: con lascas
cortantes, puntas de lanza y fecha, herramientas para raspar pieles, cuchillos y la llamada punta
musteriense. Se discute si poseían un mundo simbólico (prácticas funerarias, adornos, pinturas
rupestres…). Las causas de su extinción no están claras (cambios climáticos abruptos, pérdida
de hábitats por competencia con los humanos modernos, epidemias, endogamia…), pero parece
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que los últimos neandertales vivieron en el sur de la Península Ibérica hace algo menos de 40.000
años.

Paleolítico superior (40.000-10.000 años)

El Paleolítico superior está protagonizado por el ser humano moderno (Homo Sapiens),
evolucionado en África, de donde migraron para llegar a Europa donde llegó a convivir con el
Neandertal. Presenta por primera vez cambios culturales rápidos: se suceden en Europa
suroccidental cuatro periodos (Auriñaciense, Gravetiense, Solutrense, Magdaleniense),
caracterizados por el empleo intensivo de nuevos materiales como hueso, asta y conchas,
nuevas técnicas (reutilización de núcleos de piedra), la especialización de los instrumentos y el
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fenómeno de microlitización.

Los grupos humanos son más numerosos (varias decenas de personas en cada uno) y los
contactos a grandes distancias son habituales. Lo más destacado es la abundancia de cuevas con
arte rupestre y de objetos decorados en piedra, hueso o marfil, que suponen los inicios del arte.
Entre las cuevas decoradas destacan El Castillo y Altamira en Cantabria, Tito Bustillo en Asturias,
Ekain en Guipúzcoa o Fuente del Trucho en Huesca.

1.2. Las sociedades neolíticas (5.000 - 2.500 a. C.)

El Neolítico (o nueva piedra) es la segunda etapa de la Prehistoria y se sitúa cronológica y


culturalmente entre el Epipaleolítico-Mesolítico y el calcolítico. Hacia el año 5000 a.C. surgieron,
en la Península Ibérica, las primeras comunidades neolíticas debido a la difusión por las costas
mediterráneas de corrientes culturales procedentes de Oriente Próximo y por la evolución de
las culturas autóctonas en contacto con éstas.

El principal hito que motiva el inicio de esta etapa es la domesticación de especies y el


tránsito a un modo de vida productor, con el desarrollo de la agricultura (cebada, trigo,
hortalizas) y la ganadería (oveja, cerdo). Estas innovaciones suponen una transformación del
contexto cultural y medioambiental. Es un proceso de larga duración en el que la relación de los
grupos de población con el medio determina toda una serie de innovaciones de carácter
tecnológico (cestería, tejidos, herramientas de piedra pulimentada y la cerámica) que producen
cambios en aspectos económicos, sociales o religiosos. El más relevante es la sedentarización y
la aparición de las primeras aldeas agrícolas.

En la península Ibérica, la Neolitización se produce mediante la llegada de colonos, o


Pioneros, que arriban a las costas peninsulares introduciendo las innovaciones neolíticas en
diferentes territorios: en la costa levantina (cuevas de L'Or y de Les Cendres en Alicante y de La
Sarsa en Valencia), en la costa andaluza (cueva de Nerja en Málaga) o en el norte de Aragón
(cueva de Chaves, Huesca), a partir del sexto milenio a.C.

Unas de las innovaciones más características de esta etapa inicial del Neolítico en la
península, es la cerámica cardial, una variedad de cerámica decorada con la técnica de la
impresión realizada con la concha de un molusco bivalvo, el Cardium Edulis (berberecho) y las
manifestaciones del Arte Macroesquemático. Se introduce la agricultura y ganadería, generando
auténticas aldeas como el yacimiento de La Draga en Gerona o Los Cascajos en Navarra,
abandonando progresivamente las cuevas e instaurando lo que se conoce como sociedades
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agrícolas o campesinas. Esto supone no sólo importantes transformaciones sociales y


económicas sino la aparición de manifestaciones artísticas y de sistemas de enterramiento cuya
expresión más significativa será, en momentos más avanzados, el denominado Megalitismo,
cuya construcción a base de grandes piedras configurando sepulcros colectivos de diferentes
dimensiones, muestra una importante evolución social, con transmisión de ideas e intercambios
entre las diferentes poblaciones.

El final del periodo vendrá marcado por la aparición de la metalurgia en cobre que
desencadena una mayor complejidad social y grandes cambios en el modelo económico y social
en los últimos siglos del IV milenio a.C.
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1.3. Las culturas de los metales (3.000 - 1.000 a. C.)

Marcado por el descubrimiento de las técnicas de fusión y modelado de los metales.

Se divide en tres etapas. La Edad del cobre o Calcolítico (3.000 a 1.700 a. C.) caracterizado
por el inicio de la metalurgia, los monumentos funerarios megalíticos y los poblamientos
fuertemente amurallados (para proteger el excedente de la producción). Las culturas más
destacadas en la península fueron la de los Millares, en la actual Almería y la del Vaso
Campaniforme, que se extiende por diversas zonas.

La Edad de bronce (1.700 a 1.000 a. C.) en la que se alcanza una mayor densidad de
población, destacando la cultura del Argar y la de Campos de Urnas en el sudeste peninsular y
el megalitismo balear.

Finalmente, la Edad del Hierro (hacia el año 1.000 a. C.) se caracteriza por se la etapa en
la que se inventa la escritura, situándose a caballo entre la Prehistoria y la Edad Antigua.

1.4. El arte rupestre

El arte se inicia en el Paleolítico superior y con él la evolución del arte, que en este
momento atraviesa dos fases. El Paleolítico cuenta con manifestaciones artísticas con
motivaciones mágico-religiosas, con abundancia de animales, con un marcado naturalismo y
policromía, generalmente de dos colores. Destaca el arte rupestre cantábrico (por ejemplo, el
de la cueva de Altamira). Por su parte, el posterior arte del Mesolítico y Neolítico contrastan por
representar escenas cotidianas, por su esquematismo y por la monocromía, destacando el arte
levantino (por ejemplo, de las cuevas de Valltorta en Castellón y El Cogul en Lérida).

2. Los pueblos prerromanos

2.1. Iberos, celtas y celtíberos

La Península Ibérica estaba ocupada por un heterogéneo conjunto de pueblos. Nuestro


conocimiento de estos pueblos es limitado. La principal fuente de información es de carácter
arqueológico, que en algunos casos se puede complementar con los pocos datos que aportan
los autores antiguos griegos y romanos y las inscripciones en las lenguas locales.
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Los distintos pueblos autóctonos compartían rasgos culturales y/o lingüísticos, pero en
ningún caso constituían entidades políticas homogéneas. A grandes rasgos podemos distinguir
dos grandes grupos: los pueblos iberos y los celtas. Los primeros se formaron como cultura
gracias la influencia ejercida por los griegos y, sobre todo, los fenicios, en los propios pobladores
indígenas que ya moraban en la península, mientras que los segundo, proceden de la “invasión
indoeuropea” de pueblos procedentes del este europeo y fueros desplazándose masivamente
hacia el este hasta alcanzar incluso la península.

Los iberos

Los iberos ocupaban (s. VI a II a.C.) un amplio territorio que iba del sur de Francia hasta el
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alto Guadalquivir, que corresponde aproximadamente a la actual Cataluña, la parte oriental de
Aragón, la Comunidad Valenciana, Murcia, Albacete, Jaén, Almería y Granada, así como los
Pirineos Orientales franceses. Desarrollaron una rica y compleja cultura de tipo mediterráneo
organizada en torno a ciudades estado aristocráticas semejantes a sus homólogas italianas y
griegas coetáneas, algunas de las cuales alcanzaron una notable importancia como Castulo
(Linares), Ilerda (Lérida) o Arse-Saguntum (Sagunto). La sociedad era tribal y estaba muy
jerarquizada en función del poder económico y militar. Su base económica era la agricultura y la
ganadería. Trabajan la minería, artesanía (tejidos, cerámica, joyas…) y metalurgia (hierro).
Comerciaron con los pueblos colonizadores lo que propició la acuñación de moneda propia y el
urbanismo y el arte funerario o religioso (Dama de Elche). Uno de sus rasgos culturales más
distintivos fue el amplio desarrollo de la cultura escrita. De hecho, conservamos numerosas
inscripciones ibéricas, aunque su lengua continúa, por el momento, intraducible.

Los celtas

Los pueblos celtas ocuparon el interior de la Península Ibérica (La Meseta), la cornisa
cantábrica y la fachada atlántica en la parte central del actual Portugal entre los siglos V y I a.C.
Su grado de desarrollo económico, político y cultural era muy inferior al de los pueblos iberos
de la costa mediterránea. Fueron un pueblo ganadero, aunque también practicaban la
agricultura. Trabajaban el bronce y el hierro para fabricar herramientas y armas. La explotación
minera de estaño y oro fue muy importante para los pueblos del norte, lo que favoreció el
comercio con fenicios y cartagineses.

Los celtíberos

Los mejor conocidos de los pueblos celtas del interior peninsular son los celtíberos, que
ocupaban el territorio correspondiente a las actuales provincias de Soria, Guadalajara, Zaragoza
y Teruel. Su violenta oposición a la dominación romana en el siglo II a.C. (las llamadas “Guerras
Celtibéricas”) hizo que los autores antiguos les prestaran mucha atención, convirtiendo en
famosas algunas de sus ciudades como Segeda (Mara-Belmonte de Gracián) y, especialmente,
Numantia (Numancia).

También conservamos un importante número de inscripciones en lengua celtibérica, las


más importantes de las cuales proceden de Contrebia Belaisca (Botorrita) y La Caridad
(Caminreal) y se conservan respectivamente en los Museos de Zaragoza y Teruel.
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2.2. Los primeros colonizadores mediterráneos

Desde los inicios del I milenio la presencia de pueblos procedentes del Mediterráneo
occidental causó un fuerte impacto en los pueblos peninsulares previos por la evolución que
vivieron gracias a la influencia de esto. Esta presencia se llevó a cabo en forma de colonizaciones
pacíficas (fundación de puestos comerciales, factorías y, andando el tiempo, ciudades) y no de
invasiones militares. las razones de esto fueron la posición estratégica de la península, como
puerta de paso entre el atlántico y el mediterráneo, y, sobre todo, por su riqueza en recursos
(especialmente minerales). El inicio de esta colonización se utiliza de manera convencional para
marcar el paso de la fase prehistórica (o protohistórica) a la histórica en este territorio.
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Fenicios

Los fenicios fueron el pueblo que se asentó de forma más temprana y más extensa,
dejando un influjo mucho mayor que los griegos. El punto álgido de su colonización se inicia con
la fundación de Gadir (Cádiz), una colonia vinculada a la ciudad fenicia de Tiro (actual Líbano),
desde donde organizaron su expansión, especialmente por la zona del Estrecho de Gibraltar ya
en el siglo VIII a. C., en busca de la explotación de los recursos naturales, especialmente metales.
Entonces fundaron numerosos asentamientos como Sexi (Almuñécar), Malaka (Málaga) o
Ebusus (Ibiza), entre otros muchos. A la hora de comerciar, a cambio de metales, aportaban
objetos de vidrio, tejidos y cerámicas.

Al igual que en el resto del Mediterráneo (Grecia, Italia), la influencia fenicia tuvo un
profundo impacto entre las poblaciones autóctonas, no solo desde un punto de vista económico,
sino también social y cultural (es lo que convencionalmente se denomina periodo o influencia
“orientalizante”). Entre sus aportaciones a los pueblos peninsulares se encuentran el cultivo de
la vid, la metalurgia del hierro, la salazón de pescado, torno alfarero y, especialmente relevante,
la escritura.

La herencia fenicia perduró hasta finales del siglo III a. C. gracias a que a partir del siglo IV
las zonas fenicias de la península pasaron a la influencia de otra colonia de Tiro, Cartago (en la
actual Túnez) que sustituyó a la anterior potencia colonial. Carthago fundó nuevos “emporios”
(plazas comerciales), de las cuales Carthago Nova (actual Cartagena) fue la más importante. A
partir del siglo III a. C., debido a la rivalidad cartaginense con Roma por el control de todo el
Mediterráneo, su presencia dejó de ser comercial y pacífica y comienza una fase de expansión
militar.

Griegos

La presencia griega es más tardía, desde el siglo VIII a. C. y, comparativamente, fue mucho
menos intensa. La ciudad que lideró de la presencia griega en el extremo occidente
Mediterráneo fue la ciudad de Focea, que se encontraba en la costa egea de la actual Turquía.
Focea fue la responsable de la fundación de la importante colonia de Massalia (Marsella), en el
sur de Francia. A diferencia de los fenicios, la presencia griega en la Península Ibérica se limitó a
pequeños establecimientos comerciales ubicados en especial en las costas de Alicante y
Cataluña. Solo dos de estos asentamientos acabaron por convertirse en auténticas ciudades
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(poleis): Rhode (Rosas) y Emporion (Ampurias, La Escala), ambos en la costa de la actual provincia
de Gerona. Buscaban comerciar para conseguir metales, aceite y sal.

A partir del siglo VI a.C. la influencia griega fue decisiva en el desarrollo de la cultura
ibérica, sobre todo en la zona correspondiente a la actual Comunidad Valenciana y Cataluña; lo
que es visible en algunos rasgos de la cultura material, en especial, en la producción
numismática, la arquitectura, la escultura, la cerámica y el urbanismo. Aportaron, además de la
acuñación de moneda, el cultivo del olivo, el asno y la gallina.

2.3. Tartessos
6 La influencia de los fenicios es clave para comprender el desarrollo de la cultura tartésica
entre los siglos VIII y VI a. C., en el bajo Guadalquivir (Huelva, Sevilla y Cádiz), con una importante
zona de expansión en Extremadura. Los espectaculares hallazgos arqueológicos de Huelva, El
Carambolo (Sevilla) o Cancho Roano (Badajoz) evidencian la riqueza alcanzada por esta cultura
autóctona y la intensidad de sus contactos con los fenicios. Conocemos su fuerte actividad
comercial (basada en los metales) por todo el Mediterráneo y su destreza en la metalurgia. Su
decadencia y desaparición estuvo ligada al auge de Carthago y el agotamiento de sus principales
yacimientos de metal.

3. La Hispania romana

La presencia de Roma en la península se inicia con un largo periodo de conquista militar


que fue paralelo a un proceso aún mayor de transformación gradual de los habitantes de los
pueblos peninsulares en ciudadanos del Imperio romano, que fueron asumiendo las
costumbres, la organización política, jurídica, religiosa y social romanas, y al que conocemos
como romanización. Esta presencia se prolongó desde finales del siglo III a.C. hasta principios
del siglo V d.C. Se puede dividir en tres fases (1) Conquista, de finales del siglo III a.C. a época de
Augusto, (2) Principado, del siglo I al III d.C., y (3) Antigüedad Tardía del siglo III d.C. hasta la
desintegración de la autoridad imperial en occidente a finales del siglo IV d.C.

3.1. La conquista romana (218 - 19 a. C.)

Podemos dividir la conquista en tres grandes fases.

La segunda guerra púnica (218 - 197 a. C.)

La primera corresponde a la Segunda Guerra Púnica (218 - 197 a. C.) por la cual Roma
inicia su ocupación de parte de la península a causa de su guerra con Carthago, resultando en la
ocupación romana de la costa mediterránea y el valle del Guadalquivir.

La conquista del interior de la Península (197 - 29 a. C.)

La segunda fase es la conquista del interior de la Meseta (197 -29 a. C.), en la que se
sometieron diversos pueblos indígenas, destacando los celtíberos (y el episodio del asedio de
Numancia) y los lusitanos (con su célebre líder Viriato). Los romanos consiguieron completar la
conquista de la península a excepción del Norte.
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Sometimiento de los pueblos de la cornisa cantábrica (29 - 19 a. C.)

Solo restaba una tercera fase, conocida como guerras cántabras (29 - 19 a. C.) para
finalizar la ocupación, sometiendo a cántabros, astures y galaicos, que, no obstante, se
resistieron periódicamente al control romano.

3.2. La romanización de la sociedad hispanorromana

Hispania fue divida inicialmente en dos provincias (Citerior y Ulterior). Tras finalizar la
conquista de Hispania, Augusto la dividió en tres provincias: la Baetica con capital en Corduba
(Córdoba), la Tarraconensis con capital en Tarraco (Tarragona), y la Lusitania con capital en
Emerita Augusta (Mérida); después, en la Antigüedad Tardía se crearon la Carthaginensis, la 7
Gallaecia y, por último, la Balearica. Al frente de las mismas se encontraba un gobernador con
competencias administrativas, jurídicas, militares y fiscales. A su vez estas estaban divididas en
conventos jurídicos.

La llegada de Roma supuso una profunda trasformación de la economía, animada por la


generalización del uso de la moneda, con un desarrollo muy importante de la actividad minera
(plata y oro), agroalimentaria (vino, aceite, salazones), artesanal (cerámica) y comercial.
Igualmente, supuso la implantación de las formas de organización social romanas (reducida
aristocracia -senadores y caballeros-, negociantes y propietarios de villas agrícolas, trabajadores
libres -campesinos y artesanos- y esclavos), así como la difusión de su religión, cultura y
costumbres.

Con la romanización las antiguas ciudades se revitalizaron y, junto a ellas, las «colonias»
(ciudades fundadas por los romanos: Tarraco (Tarragona), Caesar Augusta (Zaragoza), Hispalis
(Sevilla), Emerita Augusta (Mérida), etc.) se convirtieron en el centro administrativo, jurídico,
político y económico de la Hispania romana; en ellas se construyeron edificaciones (teatros,
foros, templos, anfiteatros, baños públicos, acueductos…), convertidos hoy en uno de los
legados más representativos del pasado romano. Una importante red de calzadas las
comunicaba entre sí y con el resto del Imperio (Vía Augusta, Vía de la Plata…).

La presencia romana dejó como legado importantes elementos culturales como el latín,
del que derivan todas las lenguas habladas en la actualidad en la Península a excepción del
euskera, el derecho romano y su organización administrativa, lo que contribuyó a cohesionar
dentro del Imperio a los habitantes de Hispania, cuna de intelectuales como Séneca, Quintiliano
y Marcial, y de emperadores como Trajano, Adriano y Teodosio. Además, se difundió la religión
Romana gracias a un proceso de sincretismo.

3.3. La crisis del Imperio

Fuertes cambios sociales, económicos y culturales a lo largo de décadas (fin de las


conquistas, fin del comercio de mano de obra esclava, ruralización de la sociedad, debilidad del
poder imperial, incapacidad frente a las invasiones de los pueblos germanos) a las que el Imperio
no supo adaptarse, provocaron su lenta decadencia hasta que en el año 271 d. C. se produce la
división del Imperio en dos (occidente y oriente) y en el 474 d. C. el Imperio romano de Occidente
se disolviese como consecuencia de las invasiones germanas.
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4. El reino visigodo

En el contexto de crisis de Imperio romano, desde el siglo III d. C., varios pueblos germanos
aprovecharon la debilidad romana para traspasar sus fronteras y saquear o conquistar diversos
territorios. Tres de estos pueblos, suevos, vándalos y alanos, deciden instalarse en distintas
zonas de la Península Ibérica.

Poco después, los Visigodos, otro pueblo invasor germano procedente de las estepas de
Asia Central, acepta federarse al Imperio romano para ayudar militar ente a expulsar a estos
pueblos a cambiar de la concesión de tierras para asentarse (que serán conocidas como reino
8 de Tolosa). Expulsaron con éxito a alanos y vándalos al Norte de África. Con la caída del Imperio
Romano de Occidente en el 476 d. C. se convirtieron en soberanos de las tierras del sur de la
actual Francia y buena parte de la Península Ibérica, pero su derrota frente a los Franco (otro de
los pueblos invasores germanos) en la batalla de Vouillé (507 d. C.), les obligó a retroceder y
establecer su dominio en la Península Ibérica, con capital en Toletum (Toledo). Este gobierno se
ejercía no solo sobre los propios invasores visigodos, sino también de la población preexistente
hispanorromana, con una lengua, costumbres y leyes distintas.

4.1. Evolución política del reino visigodo

El monarca ejercía un poder casi absoluto y tenía un carácter electivo y no hereditario, lo


que generaba constante inestabilidad por intrigas y luchas por el poder. El rey gobernaba con la
ayuda del Officium Palatinum en el que intervenían dos órganos de gestión: el Aula Regia
(formada por altos funcionarios, aristócratas y clérigos que asesoraban al rey en asuntos
administrativos, militares y judiciales) y los Concilios de Toledo, que eran asambleas formadas
por obispos, rey y nobles, que se encargaban de tareas legislativas y asuntos de gobierno.

La monarquía visigoda construyó su dominio sobre las tierras peninsulares a partir de un


proceso de unificación territorial, político, religioso y jurídico. Los monarcas Leovigildo (568 -
586 d. C.) y su hijo Recaredo (586 - 601) consiguieron dominar a vascones, cántabros, expulsar
a los suevos y conquistar territorios a los bizantinos. La unificación cultural-religiosa se hizo a
través de la conversión al catolicismo en el reinado de Recaredo (598 d. C.), o el fomento de
matrimonios mixtos (población romana y visigoda) en época de Leovigildo. La Iglesia alcanzó un
gran poder religioso y político. El rey visigodo será el jefe de la Iglesia que designa a los obispos
y convoca concilios. El rey Recesvinto (653 - 672 d. C.) promovió una única ley para ambos
pueblos: el Fuero Juzgo (“Liber Iudiciorum”, 654 d. C.), que supuso la unificación jurídico-
administrativa.

Las disputas entre los nobles visigodos acabaron con el reino. Muerto el rey Witiza (700 -
710 d. C) sus apoyos quisieron transmitir la corona a su hijo, Agila; pero la facción rival se impuso
y colocó al frente del reino a Don Rodrigo. Los witizanos llamaron en su ayuda a los musulmanes
del Califato de Córdoba. En el año 711 un ejército de bereberes procedentes del norte de África
comandado por Tarik, derrotó a las tropas leales a Rodrigo en Guadalete, traicionaron a Agila e
iniciaron la invasión musulmana de la península.
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4.2. Una sociedad ruralizada

Durante todo el reinado visigodo, la caída del pujante comercio de época romana sumado
a la inestabilidad y debilidad del nuevo gobierno visigodo en comparación al poderoso Estado
imperial, provocaron el vaciamiento de las ciudades. La población buscaba lugares más seguros
frente a los saqueos y la falta de abastecimientos, migrando hacia el campo.

Allí, la debilidad del Estado también permitió el auge de una nobleza que cubriría sus
funciones (protección de la población, ejercicio de la justicia), a través de relaciones personales
que implicaban la dependencia (obediencia, entrega de tierras, la realización de trabajos). A esto
se sumo la falta de mano de obra esclava, en la que se basaba el modelo productivo romano,
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por lo que los propietarios recurrieron a los campesinos libres, que vieron recortadas sus
libertades y aproximaron su posición a la esclavitud, en una paulatina fusión de ambos grupos
en la servidumbre que implicaba la adscripción a la tierra. Es lo que se conoce como los inicios
de régimen señorial y el sistema feudal.

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