Está en la página 1de 15

Guerra de Independencia (1808-1814)[editar]

Artículo principal: Guerra de la Independencia de España

Los fusilamientos del 3 de mayo, de Goya.


El escandaloso comportamiento de la corte, la familia real y los altos funcionarios
de la burocracia y el ejército ante la ocupación militar francesa y las maniobras
políticas de Napoleón condujeron a un estallido social cuya expresión documental
quedó fijada en el Bando de los alcaldes de Móstoles posterior al levantamiento
del 2 de mayo de 1808 en Madrid. La rápida difusión del documento se hizo
simultáneamente a la creación de Juntas locales que, de forma más o menos
explícita, se arrogaban una representación soberana en nombre de un rey cautivo
(Fernando VII el Deseado); lo que condujo a formas políticas cada vez más
revolucionarias: primero una Junta Suprema Central (25 de septiembre de 1808),
dominada por figuras ilustradas (Floridablanca y Jovellanos), y luego un Consejo
de Regencia que convocó las Cortes de Cádiz (24 de septiembre de 1810), donde
el grupo político de los liberales (denominación autóctona que se terminó
extendiendo al vocabulario político internacional89 —Diego Muñoz Torrero, Agustín
Arguelles, el conde de Toreno—) consiguió imponerse al de
los absolutistas (Bernardo Mozo de Rosales, Pedro de Quevedo y Quintano —
obispo de Orense e inquisidor general—)10 en la redacción de la Constitución de
1812 (19 de marzo, por lo que fue llamada la Pepa) y en una legislación que
desmontaba las bases económicas, sociales y jurídicas del Antiguo Régimen
(bienes eclesiásticos, mayorazgos, señoríos, Inquisición, etc.)
Paralelamente, buena parte de la élite social e intelectual, por convicción o por
comodidad, pasó a colaborar con las autoridades impuestas por Napoleón,
recibiendo el nombre de afrancesados (Mariano Luis de
Urquijo, Cabarrús, Meléndez Valdés, Juan Antonio Llorente, Leandro Fernández
de Moratín y un larguísimo etcétera, en el que se incluyó el propio Goya). José I
de España (José Bonaparte o Pepe Botella), hermano de Napoleón, que ya había
sido designado por este como rey de Nápoles, fue llamado a ocupar el trono
vacante de España. El hecho de que fuera el primer rey que gobernó teóricamente
bajo una constitución o carta otorgada (el Estatuto de Bayona de 8 de julio de
1808) le convierte en el primer rey constitucional de una España constituida
en Estado liberal según los criterios del Nuevo Régimen, en este caso impuestos
por los ocupantes cuatro años antes de que los diputados gaditanos consiguieran
construir de forma autónoma el concepto de soberanía nacional.
Las campañas militares se sucedieron con espectaculares alternativas. A un inicial
éxito del ejército español dirigido por el general Castaños, que consiguió derrotar y
capturar en la batalla de Bailén (19 de julio de 1808) a un cuerpo de ejército
francés, en lo que constituyó la primera gran derrota terrestre de las guerras
napoleónicas, respondió el propio Emperador con su presencia física en la
Península, y una masiva ocupación del territorio que dejó únicamente unos pocos
enclaves asediados, entre ellos, el propio Cádiz, protegido por la flota inglesa con
base en Gibraltar.
Los sitios de Zaragoza y de Gerona mostraron una resistencia épica. La
resistencia popular en forma de guerrillas (el Empecinado, Espoz y Mina y el cura
Merino) y el avance de tropas regulares españolas, inglesas y portuguesas
comandadas por el duque de Wellington terminaron por hacer retroceder al
ejército francés (batalla de los Arapiles, 22 de julio de 1812 y batalla de Vitoria, 21
de junio de 1813). Las consecuencias de la guerra en términos de muerte, hambre
y destrucción de equipamiento y de la infraestructura científica española (resultado
de la violencia, y en algunos casos de la premeditación, de ambas partes) fueron
inmensas. La salida al exilio de los afrancesados abre el ciclo de exilios políticos
españoles que se renovará sucesivamente con cada cambio de régimen hasta
1977.11

Defensa del Parque de Artillería de Monteleón, por Sorolla, pintura de


historia sobre un episodio del levantamiento del 2 de mayo de 1808 en
Madrid.


José Bonaparte, rey de España, por Gérard.

La rendición de Bailén, por José Casado del Alisal, pintura de historia


sobre la batalla de Bailén de 1808, con una composición basada en La
rendición de Breda, de Velázquez.

Agustina de Aragón durante los sitios de Zaragoza, en un cuadro pintado


por David Wilkie en 1828.
Independencia hispanoamericana[editar]
Artículo principal: Guerras de independencia hispanoamericana
Véase también: Edad Contemporánea#Independencia Hispanoamericana

La batalla de Ayacucho, 9 de diciembre de 1824,


puso fin a las guerras de independencia en Sudamérica.
En los territorios españoles de América, las noticias de 1808 causaron una
movilización social semejante solo en parte a la que ocurrió en la Península. El
vacío de poder fue también cubierto con Juntas locales, que también fueron
derivando en posturas cada vez más revolucionarias. En su caso, caracterizadas
por el independentismo cada vez más obvio del grupo social de los criollos, que
culminó en declaraciones de independencia. La acogida a los diputados
americanos en las Cortes de Cádiz, que concibió la nación española definida en la
Constitución como la reunión de los españoles de ambos hemisferios,12 no
representó una oferta lo suficientemente atractiva como para impedir que los
movimientos independentistas, apoyados por Inglaterra, siguieran el ejemplo de
las anteriores emancipaciones de Estados Unidos y Haití, negándose a ningún tipo
de solución intermedia que no fuera la independencia absoluta. La imposición
militar de la autoridad española sobre los núcleos independentistas no consiguió
ser los suficientemente sólida, especialmente tras el pronunciamiento de Rafael
del Riego en Cabezas de San Juan (enero de 1820), que desvió hacia el conflicto
interno peninsular las tropas previstas para ser embarcadas hacia América. Las
campañas de Simón Bolívar desde Venezuela y José de San Martín desde
Argentina acorralaron en los Andes centrales a las últimas tropas españolas, que
fueron derrotadas definitivamente en la batalla de Ayacucho (9 de diciembre de
1824). La independencia de México y América Central se produjo de forma
autónoma y relativamente pacífica, estableciéndose el mandato personal, con
título de Emperador, de Agustín de Iturbide. Solo Cuba y Puerto Rico, además
de Filipinas, quedaron sujetas a la metrópoli, situación que duraría hasta 1898.
Reinado de Fernando VII (1814-1833)[editar]
Artículo principal: Reinado de Fernando VII
Sexenio absolutista (1814-1820)[editar]

Retrato de Fernando VII, por Goya, Museo del


Prado.
La liberación de Fernando VII por Napoleón (Tratado de Valençay, 11 de
diciembre de 1813) significó la no continuación de las hostilidades por parte de
España, lo que de cara al futuro significó la pérdida de todo apoyo británico. En el
interior, los absolutistas (o serviles, como eran denominados por los liberales) se
configuraron ideológicamente en torno a un documento: el Manifiesto de los
Persas, que solicitaba al rey la restauración de la situación institucional y
sociopolítica anterior a 1808. Incluso se escenificó una espontánea recepción del
rey por el pueblo, que desenganchó los caballos de su carruaje para tirar de él por
ellos mismos, al grito de ¡Vivan las cadenas!. Receptivo de esas ideas, Fernando
se negó a reconocer ninguna validez a la Constitución o a la legislación gaditana,
y ejerció el poder sin ningún tipo de límites. Comenzó una activa persecución
política, tanto de los liberales (por muy fernandinos que fueran) como de
los afrancesados.
Tampoco los militares se libraron de la purga, consciente el rey de que no podía
fiarse de la mayor parte de un ejército que ya no era la institución estamental del
Antiguo Régimen, sino formado en su mayor parte por jóvenes promocionados por
méritos de guerra, hijos segundones que en otras circunstancias se hubieran
convertido en clérigos, o incluso antiguos clérigos que habían colgado sus hábitos,
o guerrilleros de cualquier origen social. Muchos de los que no salieron
al exilio fueron encarcelados, desterrados o perdieron sus cargos (como el
Empecinado). Más fiabilidad para el control social se esperaba de una institución
restablecida: la Inquisición.
La única posibilidad de retomar el proceso revolucionario liberal era
el pronunciamiento militar, que se intentó repetidamente, siempre sin éxito, lo que
condujo a nuevos exilios (Espoz y Mina). Juan Díaz Porlier, Joaquín Vidal o Luis
Lacy y Gautier mueren en acción, o son detenidos y fusilados.
Los restaurados privilegios de nobleza y clero agravaron la quiebra del sistema
fiscal, convertida en crónica por los intereses de la deuda y en imposible de
equilibrar por la pérdida de las rentas americanas. Presionado por Estados
Unidos, el rey obtiene algunos recursos financieros por la venta de las Floridas;
que se emplean en la compra al zar ruso Alejandro I de una flota de barcos que
debería transportar un ejército a América. Los retrasos resultantes del mal estado
de esos barcos (algunos no estaban en condiciones de volver a navegar)
estuvieron entre las causas de que la acumulación de tropas acantonadas en
torno a Cádiz se volviera cada vez un elemento políticamente más peligroso.
Trienio Liberal (1820-1823)[editar]
Artículo principal: Trienio Liberal
Rafael del Riego
El ejército expedicionario no partió a sofocar la revolución americana, sino que el 1
de enero de 1820 se convirtió él mismo en un ejército revolucionario, en nombre
de la Constitución y bajo las órdenes del coronel Riego. Tras un accidentado
periplo, se logró que las noticias de la rebelión convocaran la adhesión de las
ciudades organizadas de nuevo en Juntas; mientras que el rey queda reducido a
la inacción por falta de militares dispuestos a apoyarle. Finalmente jura la
Constitución de Cádiz con la famosa frase «Marchemos francamente, y yo el
primero, por la senda constitucional». La evidencia de la insinceridad de tal
juramento quedó reflejada en la letra del Trágala, una canción satírica convertida
en himno liberal.
Durante el Trienio las Sociedades Patrióticas y la prensa procuraron la extensión
de los conceptos liberales; mientras que las Cortes, elegidas por el sistema de
sufragio universal indirecto, repusieron la legislación gaditana (abolición de
señoríos y mayorazgos, desamortización, cierre de conventos, supresión de la
mitad del diezmo), y ejercieron el papel clave que les daba la Constitución de 1812
en nombre de la soberanía nacional, sin tener en cuenta la voluntad de un rey del
que no podían esperar ninguna colaboración institucional. La división política en el
espacio institucional se estableció entre los doceañistas o liberales moderados,
partidarios de la continuidad de la Constitución vigente, incluso si eso significaba
mantener un equilibrio de poderes con el rey); y los veinteañistas o liberales
exaltados, partidarios de redactar una nueva constitución que acentuara todavía
más el predominio del legislativo, y de llevar las reformas a su máximo grado de
transformación revolucionaria (algunos de ellos, minoritarios, eran
declaradamente republicanos). Los gobiernos iniciales fueron formados por los
moderados (Evaristo Pérez de Castro, Eusebio Bardají Azara, José Gabriel de
Silva-Bazán —marqués de Santa Cruz—, y Francisco Martínez de la Rosa). Tras
las segundas elecciones, que tuvieron lugar en marzo de 1822, las nuevas Cortes,
presididas por Riego, estaban claramente dominadas por los exaltados. En julio de
ese mismo año, se produce una maniobra del rey para reconducir la situación
política a su favor, utilizando el descontento de un cuerpo militar afín (sublevación
de la Guardia Real), que es neutralizado por la Milicia Nacional en un
enfrentamiento en la Plaza Mayor de Madrid (7 de julio). Se forma entonces un
gobierno exaltado encabezado por Evaristo Fernández de San Miguel (6 de
agosto).
La brevedad del periodo hizo que la mayor parte de la legislación del trienio no se
llegara a hacer efectiva (la ley de venta de realengos y baldíos para los
campesinos, el nuevo sistema fiscal proporcional, etc.) Únicamente cuestiones
como la articulación del mercado nacional, eliminando las aduanas interiores y
estableciendo un fuerte proteccionismo agrario, tuvieron alguna continuidad.
También la nueva división provincial, que no obstante no se hizo efectiva hasta
1833.
La influencia de los acontecimientos de España fue trascendente en Europa,
especialmente en Portugal e Italia (donde se desencadenan revoluciones
similares, basadas en el modelo conspirativo de sociedades secretas y el
protagonismo de jóvenes militares, que incluso toman el texto de la Constitución
de Cádiz como modelo), de modo que la historiografía denomina al conjunto del
proceso como revolución de 1820.
La reacción absolutista en el interior se manifestó en la decidida resistencia de
buena parte del clero (especialmente del alto clero y del clero regular); apoyaron
partidas de campesinos desposeídos de tierra y promovieron conspiraciones, con
el obvio apoyo del rey (la denominada Regencia de Urgel). No obstante, la fuerza
decisiva vino del exterior: la legitimista y reaccionaria Europa de la Restauración o
del Congreso de Viena, firme partidaria del intervencionismo, no podía consentir
el contagio revolucionario. Las potencias de la Santa Alianza, reunidas en
el Congreso de Verona (22 de noviembre de 1822) encomendaron a un ejército
francés (que recibió la denominación de los Cien Mil Hijos de San Luis) el
restablecimiento del poder absoluto del rey legítimo.
Década ominosa (1823-1833)[editar]
Artículo principal: Década ominosa

Fusilamiento de Torrijos y sus compañeros en las


playas de Málaga, óleo de Antonio Gisbert. Museo del Prado.
La vuelta del absolutismo trajo consigo la vuelta a la represión política de los
liberales. Se creó la policía política, se ahorcó a Rafael de Riego y otra nueva
oleada de exiliados salió del país. Los militares liberales volvieron a recurrir a las
sociedades secretas, las conspiraciones y los pronunciamientos, que de nuevo se
saldaron con fracasos y ejecuciones (El Empecinado, Torrijos, Mariana Pineda,
etc.) Las delaciones requeridas por la policía dieron lugar a personajes sórdidos,
como la madrileña Tía Cotilla.
No obstante, a pesar de la denominación historiográfica (fruto de las vivencias de
los afectados), la intensidad represiva de la ominosa fue menor que durante el
sexenio absolutista; e incluso la relajación de la represión se hizo patente a
medida que se acercaba el final del periodo, cuando la evidencia de que no habría
un sucesor varón (incluso cuando tras tres matrimonios estériles el rey consiguió
tener descendencia, fue una hija, Isabel, nacida en 1830) hizo que buena parte de
la corte, en torno a la reina María Cristina y los aristócratas menos reaccionarios,
presionaran al rey, cada vez más débil, para que derogara la Ley Sálica que
impedía la sucesión femenina. Los elementos más absolutistas de nobleza y clero
se agruparon en torno al hermano del rey, Carlos María Isidro, que de quedar en
vigor la Ley Sálica sería el heredero del trono. Los cristinos vieron en el
acercamiento a los elementos más moderados de entre los liberales la jugada más
plausible, y se los fueron atrayendo con medidas como la amnistía de 1832-1833,
que permitió que muchos volvieran del exilio. Entre tanto, los carlistas fueron
valorando la salida insurreccional (Guerra de los Agraviados o Malcontents)
preludiada por la actividad, en zonas rurales especialmente propicias, de grupos
como Los Apostólicos.13
La camarilla absolutista (el grupo cercano a la cámara real, que se vio sometido a
un mecanismo de selección inversa14) se vio incapaz de solucionar la apremiante
situación hacendística, sobre todo en ese momento, al haber perdido los ingresos
de las colonias. No había más remedio que recurrir a políticos ilustrados. De la
actividad técnica de estos surgieron la ley de minas,
los aranceles proteccionistas para la industria, la promulgación del Código de
comercio (1829) o la división provincial de Javier de Burgos (1833). Las tímidas
transformaciones económicas estaban en la práctica abriendo la puerta al
liberalismo. Tampoco los absolutistas podían contar con el apoyo exterior:
la revolución de 1830 había establecido en Francia una monarquía burguesa (la
de Luis Felipe).
Reinado de Isabel II (1833-1868)[editar]
Artículo principal: Reinado de Isabel II de España
Regencias (1833-1843)[editar]
Artículo principal: Minoría de edad de Isabel II
Regencia de María Cristina (1833-1840) y primera guerra carlista[editar]
Artículos principales: Regencia de María Cristina de Borbón y Primera Guerra
Carlista.
Isabel II, por Federico de Madrazo y Kuntz.

Primera guerra carlista (1833-1840) Zonas de


mayor intensidad del carlismo Zonas con simpatizantes carlistas Principales
asedios carlistas.
Centros liberales del norte.
Principales centros carlistas.
Batallas.
El 29 de septiembre de 1833, la hija de Fernando VII, Isabel II, heredaba la corona
sin haber cumplido los tres años, bajo la regencia a su madre María Cristina. La
negativa a aceptar la sucesión por parte de los carlistas inició una
verdadera guerra civil en la que los dos bandos dibujaban una fractura ideológica y
social: en un bando, los partidarios del Antiguo Régimen, que a grandes rasgos
eran la mayor parte del clero, y buena parte de la baja nobleza y de los
campesinos de la mitad norte de España; en el otro, los partidarios del Nuevo
Régimen, que a grandes rasgos eran las clases medias y la plebe urbana
(encabezadas por los más concienciados políticamente: unos 13 000 exiliados a
los que una nueva amnistía permitió regresar, numerosos presos que fueron
excarcelados, los nuevos dirigentes locales surgidos de las elecciones municipales
de noviembre, y la mayor parte de la oficialidad del ejército, a la que se permitió
acceder a los puestos clave en el mando).15 La aristocracia se dividió siguiendo
criterios de oportunidad, de implantación en el territorio y de posición en la corte.
Muchas familias quedaron dolorosamente divididas, y en extensas zonas se
evidenció geográficamente el enfrentamiento al quedar las ciudades, donde se
organizaban juntas y se reclutaban milicias nacionales liberales, rodeadas por un
campo donde se armaban partidas carlistas (los voluntarios realistas habían
quedado disueltos). La movilización popular parecía recordar, en ambos bandos,
la de 1808, en un caso con un espíritu claramente revolucionario, en el otro
claramente reaccionario.
En la corte, los gobiernos de signo más o menos liberal (Cea Bermúdez —
absolutista moderado—, Martínez de la Rosa —liberal moderado
—, Mendizábal, Istúriz y Calatrava —liberales progresistas—, que inauguraron el
título de Presidente del Consejo de Ministros de España —anteriormente se usaba
el de Secretario de Estado—) no conseguían una victoria decisiva en la guerra y
se enfrentaban a graves aprietos financieros, que no se pudieron encauzar hasta
la desamortización eclesiástica o de Mendizábal, una decisión trascendental: al
mismo tiempo que privaba de recursos económicos al principal enemigo social e
ideológico del Nuevo Régimen (el clero), construía una nueva clase social de
propietarios agrícolas de origen social variado —nobles, burgueses o campesinos
enriquecidos, que en la mitad sur de España conformaron una verdadera
oligarquía terrateniente— que le debían su fortuna; y al aceptar como medio de
pago en las subastas los títulos de la deuda pública, revalorizaba esta y permitía la
restauración del crédito internacional y la sostenibilidad hacendística (garantizada
en un futuro por las contribuciones a pagar por esas tierras, antes exentas
fiscalmente y ahora liberadas de las manos muertas que las apartaban del
mercado). La abolición del régimen señorial no significó (como había ocurrido
durante la Revolución francesa con el histórico decreto de abolición del
feudalismo de 4 de agosto de 1789) una revolución social que diera la propiedad a
los campesinos. Para el caso de los señores laicos, la confusa distinción
entre señoríos solariegos y jurisdiccionales, de origen remotísimo e imposible
comprobación de títulos, terminó llevando a un masivo reconocimiento judicial de
la propiedad plena a los antiguos señores, que únicamente vieron alterada su
situación jurídica y quedaron desprotegidos ante el mercado libre por la
desaparición de la institución del mayorazgo (es decir, que quedaban libres para
vender o legar a su voluntad, pero también expuestos a perder su propiedad en
caso de mala gestión).
El anticlericalismo se convirtió en una fuerza social de importancia creciente,
manifestada violentamente a partir de la matanza de frailes de 1834 en Madrid (17
de julio, durante una epidemia de cólera, del que corrieron rumores que era debido
al envenenamiento de las fuentes).16 Al año siguiente (1835) se produjo una
generalizada quema de conventos por varios puntos de España. La represión
antiliberal efectuada por el bando carlista llegó a extremos con represalias de gran
violencia (Ramón Cabrera el Tigre del Maestrazgo).
Institucionalmente, se gobernaba de acuerdo con una carta otorgada: el Estatuto
Real de 1834, que ni reconocía la soberanía nacional ni derechos o libertades
reconocidos por sí mismos, sino concedidos por voluntad real, y que introducía
fuertes mecanismos de control de la representación popular (bicameralismo,
elecciones indirectas con sufragio censitario muy restringido para el Estamento de
Procuradores —0',15 % de la población— y un Estamento de Próceres con
miembros natos de la aristocracia y el alto clero).17
El texto siguió en vigor hasta que el motín de los sargentos de la Granja (12 de
agosto de 1836) obligó a la reina regente a reponer la vigencia de la Constitución
de 1812. Al año siguiente se recondujo la situación con un texto más conservador:
la Constitución española de 1837 que, aunque basada en el principio
revolucionario de la soberanía nacional, establecía un equilibrio de poderes entre
Cortes y Corona favorable a esta, y mantenía el bicameralismo (con los nuevos
nombres de Congreso y Senado). El sistema electoral, aunque introducía por
primera vez la elección directa, seguía siendo favorable a los más ricos (un
sufragio censitario solo ligeramente ampliado: 257 908 electores, un 2,2 % de la
población). Se sustituyó la confesionalidad por el reconocimiento de la obligación
de mantener el culto y los ministros de la religión católica que profesan los
españoles.18 Se produjo en ese momento la escisión entre liberales moderados
(muchos de ellos antiguos exaltados del trienio, evolucionados hacia
el moderantismo) como el conde de Toreno, Alcalá Galiano y el general Narváez,
que disfrutaron de la confianza de la Regente y formaron gobierno hasta 1840
(Evaristo Pérez de Castro); y progresistas como Mendizábal, Olózaga y el
general Espartero (marginados de esa confianza, pero cuyo apoyo político y militar
continuó siendo decisivo).19
Al quedar los carlistas sin apoyo internacional y sin recursos, el general Maroto se
avino a negociar la paz con Espartero (el abrazo de Vergara, 31 de agosto de
1839), dando a la oficialidad carlista la posibilidad de integrarse en el ejército
nacional. La mayor parte de la nobleza carlista pasó a aceptar, con mayor o menor
gusto, la nueva situación. Otra circunstancia definitoria del Nuevo Régimen,
el centralismo político frente al reconocimiento carlista de los fueros, quedaba
mitigado para las Provincias Vascongadas y Navarra (la ley de 25 de octubre de
1839, en vez de abolir los fueros, los confirmaba sin perjuicio de la unidad
constitucional de la Monarquía).20 El foco carlista de Morella (Ramón Cabrera)
resistió varios meses más (30 de mayo de 1840).
La situación de María Cristina en la regencia estaba comprometida desde su
mismo inicio en 1833 por el matrimonio secreto que contrajo, al poco de enviudar,
con un militar de la corte (Agustín Fernando Muñoz y Sánchez, al que se
ennobleció como duque de Riánsares) con el que tuvo ocho hijos. El prestigio y el
control sobre el ejército que había alcanzado el general Espartero le ponía en una
posición clave para convertirse en una alternativa de poder. Los intentos de
atraérsele mediante el ennoblecimiento,21 e incluso nombrándole presidente del
consejo de ministros, no evitaron las discrepancias profundas entre el general y la
regente, especialmente acerca del papel de la Milicia Nacional y de la autonomía
de los ayuntamientos; asunto que provocó la dimisión de Espartero (15 de junio).
Sucesivas sublevaciones contra María Cristina de las ciudades más importantes,
obligaron finalmente a esta a abdicar, renunciando al ejercicio de la regencia y a la
custodia de sus hijas, incluida la Reina Isabel, en favor del general (12 de octubre
de 1840).

La reina regente María Cristina de Borbón.

Francisco Martínez de la Rosa, apodado Rosita la pastelera por su intento


de conciliar el liberalismo con los intereses aristocráticos.

Juan Álvarez Mendizábal, el impulsor de la desamortización eclesiástica.

Tomás de Zumalacárregui, el principal general carlista hasta su muerte en


1835.
El romanticismo español[editar]
El pintor Antonio María Esquivel retrató en este
cuadro de 1846 a toda una generación de literatos románticos, reunidos en su
taller para escuchar una lectura de José Zorrilla, ante el retrato
de Espronceda (muerto en 1842).22
Artículo principal: Literatura española del Romanticismo
Los intelectuales (muchos de ellos, de inquietudes políticas, retornados de un
exilio fértil en influencias) implantaron el nuevo gusto romántico, que se extendió a
la poesía (José de Espronceda), al teatro (el duque de Rivas) y a una prensa de
gran pluralidad e ingenio, estimulada por los debates políticos y literarios y cuya
supervivencia siempre se vio amenazada por la censura y la precariedad
económica. Entre las muchas figuras del periodismo destacaron Alberto
Lista, Manuel Bretón de los Herreros, Serafín Estébanez Calderón, Juan Nicasio
Gallego, Antonio Ros de Olano, Ramón Mesonero Romanos y, sobre todas ellas,
el extraordinario articulista Mariano José de Larra, que consiguió plasmar la vida
cotidiana y los más graves asuntos en expresiones sucintas y geniales, que se
han convertido en tópicos muy extendidos (Vuelva usted mañana, Escribir en
Madrid es llorar, Aquí yace media España, murió de la otra media). El entierro de
Larra (suicidado el 13 de enero de 1837) fue uno de los momentos más
particulares de la vida artística española, y significó el pase de
testigo del romanticismo español al joven José Zorrilla.
Véanse también: Historia de la prensa en España [[:Categoría:Periodistas de
España del siglo XIX | ]].
Véase también: Pintura romántica#España
Regencia de Espartero (1840-1843)[editar]
Artículo principal: Regencia de Espartero
Baldomero Espartero
La regencia le fue confirmada a Espartero por una votación de las Cortes (8 de
mayo de 1841), que también consideraron la posibilidad de otorgársela a otros
candidatos, o a una terna.
Los gobiernos progresistas procedieron a aplicar la ley de desamortización del
clero secular, garantizando por parte del Estado el mantenimiento de las
parroquias y de los seminarios. Se intentó diseñar un sistema educativo nacional
en el que la Iglesia no tuviera un papel predominante, pero ante la carencia de
medios, la implantación de un sistema educativo digno de tal nombre no se
consiguió hasta la segunda mitad del siglo, ya bajo presupuestos moderados y
neocatólicos. La formación de los ciudadanos y la construcción de una historia
nacional (a través del patrocinio de géneros como la pintura de historia) se veían
como una de las principales exigencias de la construcción del Estado liberal.
El compromiso alcanzado en Vergara con los fueros vascos se rompió con la ley
de 29 de octubre de 1841, que los abolía en su totalidad.23
Se procuró incentivar la actividad económica aplicando los
principios librecambistas, lo que atrajo inversiones de capital extranjero
(principalmente inglés, francés y belga) a sectores como la minería y las finanzas.
Las nuevas desigualdades originaron la denominada cuestión social. El naciente
núcleo industrial textil catalán, que ya había presenciado el surgimiento
de movilizaciones obreras (la fábrica El Vapor, de los hermanos Bonaplata,
inaugurada en 1832 ya había sufrido un ataque de carácter ludita en 1835 —
coincidiendo con la quema de conventos—); al tiempo que continuaba su proceso
de modernización tecnológica (recepción de las selfactinas, que más tarde
ocasionarían conflictos),24 acogía ahora los principales apoyos a la parte más
radical del liberalismo progresista (los futuros demócratas y republicanos, aún no
presentados con esas denominaciones). Los intereses proteccionistas tanto de
patronos como de obreros, convirtieron Barcelona en un foco de protestas contra
Espartero, que llegó a la sublevación. El regente optó por la represión más
violenta, bombardeando la ciudad el 3 de diciembre de 1842 y ejecutando
posteriormente a los líderes de la revuelta.
Una persona de mi conocimiento afirma, como una ley de la historia de España, la
necesidad de bombardear Barcelona cada cincuenta años. Esta boutade denota
todo un programa político.
Manuel Azaña, citando un tópico atribuido al propio Espartero.25
La hostilidad de políticos y militares (Manuel Cortina, Joaquín María López, el
general Juan Prim), que rechazaban su expeditiva manera de resolver no solo ese
conflicto sino toda la vida política (había disuelto las Cortes y gobernaba de modo
prácticamente dictatorial) le dejaba cada vez más aislado. Las elecciones dieron el
triunfo a la facción progresista de Salustiano Olózaga, muy crítica con Espartero, y
este las impugnó. El 11 de junio, un golpe militar conjunto
de espadones moderados y progresistas (alguno de ellos desde el exilio, por
haber protagonizado pronunciamientos
anteriores: Narváez, O'Donnell, Serrano y Prim), consiguió el apoyo de la mayor
parte del ejército, incluso de las tropas enviadas por el propio Espartero para
combatirlos (Torrejón de Ardoz, 22 de julio); con lo que el regente se vio obligado
a exiliarse en Inglaterra, la principal beneficiada de su política económica (30 de
julio de 1843).
Mayoría de Isabel II (1843-1868)[editar]
El problema de renovar la regencia se obvió al decidir que Isabel podía ser
declarada mayor de edad (10 de noviembre de 1843) y ejercer por sí misma sus
funciones; que enseguida demostraron estar en plena sintonía con el
moderantismo, tras un periodo de intrigas parlamentarias protagonizadas por el
progresista Salustiano Olózaga y Luis González Bravo (pasado a las filas
moderadas), que se saldó con el triunfo de este y el exilio de Olózaga. Hubo
incluso un fallido pronunciamiento militar de carácter progresista (la Rebelión de
Boné, en Alicante, de enero a marzo de 1844).

También podría gustarte