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NATURALEZA DE LA VIRTUD

La virtud se define como un hábito operativo bueno que reside en las potencias
operativas del individuo. Estos hábitos son cualidades estables que permiten
realizar actos virtuosos con facilidad y prontitud. A diferencia de los hábitos
entitativos, que son inherentes a la naturaleza de una cosa, las virtudes están
relacionadas con la disposición de las facultades operativas del individuo.

Las virtudes perfeccionan las potencias operativas y las disponen para llevar a
cabo actos que estén en concordancia con la naturaleza del individuo. Esto
acerca a la persona a su capacidad inherente para actuar adecuadamente y, en
última instancia, cumplir con el orden de su fin. Como resultado, se puede decir
que las virtudes hacen que el individuo sea bueno y que sus acciones sean
buenas. Los actos realizados a través de las virtudes son más perfectos, ya que
provienen de hábitos operativos estables y, por lo tanto, se ejecutan con mayor
perfección y facilidad.

En resumen, las virtudes son hábitos operativos buenos que perfeccionan al


individuo al facilitar la realización de actos virtuosos, acercándolo a su
naturaleza y permitiéndole vivir de acuerdo con un orden moral y ético.

2. Necesidad DE LA VIRTUD

Las virtudes son necesarias para las potencias racionales, ya que estas potencias
tienen un amplio margen de indeterminación en su obrar, lo que significa que
pueden dirigirse hacia diversos objetos, algunos buenos y otros malos. Las
virtudes son disposiciones estables que determinan estas potencias racionales
hacia actos buenos. No basta con tener una buena voluntad; también es
necesario que las tendencias sensibles estén en línea con la razón y que se
utilicen correctamente las facultades exteriores.

Las virtudes morales perfeccionan las tendencias sensibles y les brindan la


disposición estable para seguir la guía de la razón. También son necesarias para
superar la indeterminación inherente a la voluntad y la inteligencia con respecto
al bien. Las virtudes ayudan a fortalecer la libertad al eliminar parte de la
indiferencia de la voluntad y al resistir la influencia de los bienes aparentes
presentados por las pasiones desordenadas.

La falta de esfuerzo en adquirir virtudes puede llevar a una disminución de la


libertad y, en última instancia, a la degradación de la voluntad en licencia o
desenfreno, donde la voluntad se convierte en esclava de las cosas sensibles.
Por lo tanto, las virtudes son esenciales para perfeccionar al individuo,
garantizar una mayor alineación con la razón y resistir las tentaciones de las
pasiones desordenadas, contribuyendo al desarrollo de una verdadera libertad
moral.

3. LAS VIRTUDES INTELECTUALES

Las virtudes humanas se dividen en dos categorías: virtudes intelectuales y


virtudes morales. Las virtudes intelectuales perfeccionan la inteligencia, ya sea
en su aspecto especulativo o práctico. Las virtudes morales, por otro lado,
perfeccionan la voluntad y las tendencias sensibles.

En cuanto a las virtudes de la inteligencia especulativa, incluyen el hábito de


comprender los primeros principios teóricos y morales, el hábito de considerar
las cosas desde la Causa última de toda la realidad (sabiduría) y el hábito de
estudiar las causas últimas de diversos géneros de cosas y llegar a conclusiones
(ciencias).

En el ámbito de la inteligencia práctica, la prudencia es fundamental, ya que


guía sobre lo que se debe hacer en situaciones concretas para obrar
correctamente. También están las artes o técnicas, que permiten saber cómo
producir objetos específicos de manera adecuada.

Es importante destacar que, aunque los hábitos intelectuales capacitan para


hacer el bien, no garantizan su uso correcto. Por ejemplo, alguien con
conocimientos científicos o técnicos podría utilizar ese conocimiento para hacer
el mal. La excepción a esto es la virtud de la prudencia, que, aunque se origina
en la inteligencia, se considera una virtud moral debido a su objeto y su
requisito esencial de rectitud de la voluntad. La prudencia se centra en dirigir el
comportamiento ético, y su función principal no es solo el juicio sobre lo que se
debe hacer, sino también la guía de otras facultades según la ley moral. La
prudencia no puede cumplir su función si la persona no está dispuesta a actuar
de manera correcta.

LAS VISTUDES MORALES

Aristóteles define la virtud moral como un hábito electivo que consiste en


encontrar un punto medio relativo a nosotros y que está conformado por la
recta razón, como lo haría una persona verdaderamente prudente. En esta
definición, "electivo" enfatiza que el acto principal de las virtudes morales
implica la elección, la decisión de hacer lo que es correcto en una situación
particular. Dado que las acciones humanas pueden variar ampliamente según
las circunstancias, el discernimiento y la elección adecuados son fundamentales
para llevar a cabo acciones virtuosas.
El término "electivo" también significa que las acciones virtuosas deben ser
queridas y elegidas como buenas en sí mismas. No es suficiente que una acción
sea solo externamente conforme a la ley moral, ya que podría ser el resultado
del miedo, la casualidad o el interés propio. Además, "electivo" destaca que las
virtudes morales son de naturaleza apetitiva y se relacionan con las facultades
apetitivas, como la voluntad, el apetito concupiscible y el apetito irascible.

Aristóteles también subraya que las virtudes morales incluyen la recta intención,
lo que significa que determinan las tendencias apetitivas hacia los fines de las
virtudes. Por ejemplo, la virtud de la justicia implica que la persona virtuosa
busca fines justos y, por lo tanto, determina la elección de medios apropiados,
ya que los fines de las virtudes son constantes y universales, mientras que los
medios específicos pueden variar según las situaciones y circunstancias.

Esta definición aristotélica contiene elementos importantes que se explorarán


en detalle en las siguientes páginas del texto.

MODO DE ADQUIRIR LAS VIRTUDES

Las virtudes humanas, así como los vicios, se adquieren y fortalecen a través de
la repetición de actos. Estas virtudes residen en las potencias humanas en la
medida en que estas potencias tienen una cierta pasividad. Cuando estas
potencias son movidas por una potencia superior, reciben una disposición, ya
que todo lo que es impulsado por otro es organizado por la acción del agente.
Si esta acción se repite con suficiente frecuencia, la disposición se vuelve
estable, lo que da lugar a la formación de un hábito. Por ejemplo, la virtud de la
fortaleza se desarrolla en el apetito irascible debido a la repetición de actos en
los que la razón impera que este apetito actúe de acuerdo con la norma moral,
superando sus pasiones cuando estas entran en conflicto con la razón. Santo
Tomás de Aquino afirma que las virtudes se generan de esta manera.

Las virtudes pueden disminuir y perderse si se realizan actos contrarios a sus


propias cualidades. Esto dará lugar a la formación de un hábito opuesto, es
decir, un vicio, que anulará la virtud opuesta. Dos formas contrarias, como la
intemperancia y la templanza, o la injusticia y la justicia, no pueden coexistir en
la misma persona.

La interrupción prolongada de actos virtuosos también puede debilitar e incluso


eliminar la virtud, ya que si no se mantiene un esfuerzo constante por alinear las
facultades con el orden moral, es probable que ocurran actos contrarios a la
virtud.
Si bien existen hábitos que se pueden considerar naturales, provienen en parte
de la naturaleza y en parte de los actos humanos. No hay ningún hábito
operativo humano que sea exclusivamente innato. Estos hábitos naturales
incluyen el hábito de los primeros principios especulativos (intellectus) y el de
los primeros principios morales (sindéresis). A diferencia de otros hábitos
adquiridos, estos hábitos se desarrollan como una disposición firme y habitual.
Por ejemplo, la virtud de la justicia se origina en la intención firme y habitual de
actuar justamente en las relaciones con los demás. La prudencia, a su vez,
determina qué es lo correcto en cada ocasión, guiando la elección hacia lo que
la razón indica como justo. En resumen, los hábitos intelectuales y morales se
forman a través de la repetición de actos, y existen también semillas de virtudes
en la voluntad que predisponen a la adquisición de virtudes a través de la
práctica constante.

6. PRopleoloEs DE LAS vTRTUDES MoRALES

Las virtudes morales se caracterizan por consistir en un término medio (in


medio virtus), lo que significa que representan un equilibrio entre los extremos
de los vicios. Este término medio se refiere a la medida impuesta por la razón,
que no debe ser superada ni caer por debajo en la búsqueda de la virtud. En la
fortaleza y la templanza, el medio de la virtud se encuentra en la moderación de
los apetitos sensibles, permitiendo que estos se orienten hacia su objeto con un
grado de impulso ni mayor ni menor de lo requerido por la razón. Por ejemplo,
la templanza implica tomar la cantidad adecuada de alimento para conservar la
salud, evitando tanto el exceso de la gula como la falta de apetito. El medio no
es el mismo para todos, ya que se ajusta a las circunstancias individuales.

En la virtud de la justicia, el término medio se refiere al equilibrio entre dar a


cada uno lo que le corresponde, ni más ni menos, y coincide con el medio
objetivo, ya que implica regular la posesión de un derecho que puede verse
perjudicado por el exceso o la deficiencia.

En el caso de la prudencia, la conexión es de una naturaleza diferente, ya que la


prudencia establece el medio, regulando a las otras potencias. La prudencia
indica la medida justa que las otras potencias deben respetar en su actuación.

Además, las virtudes morales están conectadas entre sí, lo que significa que no
puede existir una de manera perfecta sin que las demás también estén
presentes. La conexión máxima entre las virtudes se da en la prudencia, ya que
sin prudencia no puede existir ninguna otra virtud moral, y, a su vez, la
prudencia no puede existir sin todas las demás virtudes morales. Esto se debe a
que la prudencia es esencial para la recta elección de medios, y la recta elección
de medios depende de que los apetitos estén debidamente dispuestos respecto
al fin, lo cual es responsabilidad de las otras virtudes morales.

Esta conexión entre las virtudes se debe tanto a la necesidad de un juicio


adecuado de lo que se debe hacer (propio de la prudencia) como al hecho de
que las diversas áreas de la vida moral y las potencias operativas están
interrelacionadas. Por lo tanto, no basta con ser virtuoso en un solo aspecto de
la vida moral, ya que las tentaciones contra una virtud pueden provenir no solo
del vicio opuesto, sino también de otros vicios relacionados. Para alcanzar la
perfección, se deben vivir todas las virtudes de manera equilibrada y coherente.

LAS VIRTUDES cARDINALES

Las virtudes cardinales, que son la prudencia, la justicia, la fortaleza y la


templanza, son fundamentales en la vida moral, ya que actúan como la base
que sostiene toda la vida virtuosa. Estas virtudes pueden considerarse tanto
generales como específicas.

Como virtudes generales, son esenciales para cualquier acto virtuoso. La


prudencia implica un conocimiento acertado de lo que se debe hacer en una
situación particular. La justicia se refiere a la voluntad y la armonización del bien
propio y ajeno. La fortaleza es la fuerza de ánimo para superar el temor al
esfuerzo y las dificultades, mientras que la templanza implica moderar los
impulsos que buscan exceder la medida establecida por la razón. En resumen,
cualquier acto virtuoso debe ser prudente, justo, fuerte y templado; de lo
contrario, no se considera verdaderamente virtuoso.

Por otro lado, como virtudes específicas, estas cuatro virtudes perfeccionan las
diferentes potencias humanas relacionadas con la conducta moral. La prudencia
está relacionada con la inteligencia práctica, la justicia concierne a la voluntad, y
la fortaleza y la templanza se aplican respectivamente al apetito irascible y
concupiscible. Estas virtudes cardinales son esenciales para guiar y regular estas
potencias en la vida moral.

Además, otras virtudes morales se incluyen en las cardinales como partes


subjetivas, integrales o potenciales, lo que significa que se dividen en
subcategorías que complementan y ayudan a las virtudes cardinales principales.
Estas subvirtudes desempeñan un papel crucial en la práctica de la moralidad,
pero se basan en las virtudes cardinales como su fundamento central.

LA PRUDENCIA Y LA JUSTICIA

El texto aborda dos virtudes fundamentales: la prudencia y la justicia.


La prudencia se define como la "recta razón de lo que se debe hacer". Esta
virtud guía la inteligencia para juzgar correctamente los actos concretos de los
apetitos, ya sean sensibles o voluntarios. La prudencia desempeña un papel
esencial en la vida moral, ya que actúa como el auriga o conductor de las demás
virtudes. Sin prudencia, incluso con buena voluntad, no se pueden llevar a la
práctica las otras virtudes de manera efectiva. La prudencia implica la capacidad
de discernir el punto medio entre extremos, como la brusquedad y la adulación
en la interacción con otras personas, considerando las circunstancias y las
costumbres. También evita que la comprensión se convierta en justificación del
mal y que la fortaleza se transforme en terquedad o intransigencia. La prudencia
se divide en tres partes subjetivas: la prudencia personal, que guía la conducta
individual; la prudencia familiar, para el gobierno de la familia; y la prudencia
política, para la sociedad civil. Además, incluye virtudes menores como la
memoria y la capacidad de consejo.

La justicia es la virtud que impulsa a dar a cada uno lo que le corresponde. Se


divide en tres partes subjetivas: la justicia conmutativa, que regula las relaciones
individuales; la justicia legal, que rige las relaciones entre los ciudadanos y los
gobernantes; y la justicia distributiva, que trata de las relaciones entre
gobernantes y ciudadanos. La justicia es esencial para el buen funcionamiento
de la sociedad y se profundiza en la Ética Especial.

El texto también menciona la virtud de la religión, que orienta al hombre a


rendir homenaje a Dios mediante la adoración, la oración y el sacrificio. La
religión es una virtud moral humana y es crucial, ya que se relaciona
directamente con el fin último del ser humano. Además, impera sobre otras
virtudes, ya que todos los actos de virtud deben cumplirse como un homenaje a
Dios y un medio para dirigirse hacia Él. La irreligiosidad, como el ateísmo, se
considera una grave degradación moral, ya que implica la falta de
reconocimiento de la excelencia de Dios y la negación de la sujeción humana a
Él.

LA FORTALEZA Y LA TEMPLANZA

El texto se centra en las virtudes de la fortaleza y la templanza, así como en


virtudes relacionadas.

1. La Fortaleza: Es la virtud que regula los actos del apetito irascible. Su objetivo
es el bien difícil de alcanzar. La fortaleza modera tanto el miedo que inhibe la
realización de buenas acciones debido al esfuerzo que implican, como la
audacia temeraria que afronta peligros innecesarios. Tiene dos actos principales:
emprender acciones valientes y resistir las dificultades y los esfuerzos
prolongados. La fortaleza se complementa con otras virtudes relacionadas,
como la magnanimidad (que impulsa a emprender grandes acciones), la
magnificencia (que guía el uso de recursos materiales para hacer el bien), la
paciencia (que modera la tristeza ante las dificultades) y la perseverancia (que
fortalece el ánimo para enfrentar los desafíos y finalizar las tareas).
2. La Templanza: Esta virtud perfecciona el apetito concupiscible, que busca el
bien placentero, regulando los placeres corporales de acuerdo con la razón. Se
desglosa en tres partes subjetivas: abstinencia (referente a la comida), sobriedad
(referente a la bebida) y castidad (que modera el placer sexual). La templanza es
crucial para evitar que el individuo se consuma en lo material, permitiendo que
el alma se libere para actividades intelectuales, amor a Dios y servicio a los
demás. La intemperancia, en contraste, oscurece la razón, debilita la
personalidad y suele conducir a comportamientos autodestructivos, como la
adicción.
3. La Humildad: Se considera una parte potencial de la templanza y regula el
deseo desordenado de la propia excelencia, ayudando a moderar el deseo de
autoafirmación. La humildad es esencial, ya que la soberbia se opone al amor a
Dios y a los demás, y esta falta de humildad se considera la raíz de todos los
vicios y pecados humanos. La soberbia y la lujuria a menudo están relacionadas,
ya que ambas reflejan un amor desordenado a uno mismo, ya sea en lo
espiritual o en lo corporal.
4. La Studiositas: Otra parte potencial de la templanza, esta virtud regula el deseo
natural de adquirir conocimiento. Ayuda a evitar la curiosidad inoportuna y la
necesidad de saberlo todo, lo cual puede llevar a la superficialidad y a la falta de
profundización en temas importantes.

En resumen, estas virtudes de la fortaleza y la templanza, junto con sus virtudes


relacionadas, desempeñan un papel crucial en la vida moral al ayudar a las
personas a actuar de manera equilibrada, enfrentar desafíos con valentía y
mantener un equilibrio en el placer y el autocontrol. La humildad y la studiositas
también son esenciales para fomentar un entendimiento adecuado de uno
mismo y del conocimiento.

Los VICIOS CAPITALES

El texto se centra en los siete vicios capitales, que son la raíz de otros pecados y
malos comportamientos:

1. Soberbia: Es la disposición de rebeldía y desprecio hacia Dios y Su ley. Se


considera la raíz de todos los pecados, ya que implica una aversión a Dios.
2. Avaricia: Es un deseo desordenado de bienes exteriores y materiales.
Representa un amor excesivo por la riqueza y las posesiones terrenales.
3. Lujuria: Es un deseo desordenado de placer sexual. Incluye la búsqueda de
satisfacción sexual sin restricciones morales.
4. Gula: Es un deseo desordenado de placer relacionado con la comida y la
bebida. Implica la indulgencia excesiva en la alimentación y el consumo de
alcohol.
5. Ira: Representa un enojo y una reacción vindicativa desordenados hacia los
demás. A menudo, está relacionada con la envidia.
6. Envidia: Es la tristeza causada por el bien ajeno, que se opone a la idea de
nuestra propia superioridad. Puede llevar a resentimiento y deseo de dañar a los
demás.
7. Pereza o Acedia: Se manifiesta como tristeza por el esfuerzo requerido para
perseguir un bien espiritual. Puede llevar a la apatía y la falta de interés en
actividades virtuosas.

Estos vicios capitales se consideran los pecados fundamentales desde los cuales
surgen otros pecados y malos comportamientos. La raíz de todos los pecados
se atribuye a la codicia, que se entiende como un deseo torcido de bienes
finitos. En contraste, las virtudes derivan del amor a Dios y representan la
efectiva ordenación de la voluntad hacia el fin último.

La lucha contra estos defectos se ve como un proceso de perfeccionamiento del


ser humano al eliminar obstáculos que impiden alcanzar la felicidad y llevar una
vida moral.

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