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LAS VIRTUDES
Las virtudes son posesiones, disposiciones adquiridas por las personas como consecuencia de
mantener una persistencia o continuidad en la conducta habitual dirigida hacia el bien, en lo que
se refiere a sus distintas dimensiones. Dignifican a quien las adquiere mediante actos buenos, le
perfeccionan formando una segunda naturaleza. Su papel en la educación es fundamental, ya
que son los hábitos éticos que armonizan a la persona y promueven su plenitud.
El desarrollo de virtudes ha de ser el eje transversal de toda enseñanza, por lo tanto, es vital que
el educador sea un hombre bueno cuya conducta virtuosa sea un ejemplo para sus educandos.
Las virtudes de la prudencia, la justicia, el valor y la magnanimidad son fundamentales para
alcanzar la madurez personal. Para el educador la adquisición de las virtudes seleccionadas
resulta vitales, puesto que lo preparan y cualifican para dar una respuesta eficaz a los retos que
la formación académica y personal de sus educandos le demanda, tanto dentro como fuera del
salón de clases.
Las virtudes son buenos hábitos operativos, son los aprendizajes intencionales que
forman la segunda naturaleza del hombre, lo hacen vivir de una manera más humana, de
acuerdo a sus potencias superiores y a su dignidad: constituyen su carácter y su dignidad moral.
“Las virtudes son hábitos buenos que perfeccionan las facultades del hombre para conseguir la
verdad y el bien” (David, I.: 2008
Se dice que son hábitos porque son producto de la repetición de actos buenos,
voluntarios y libres, basados en un recto juicio, que conforman un “patrón” de conducta que
tiende hacia el bien y la verdad. De acuerdo con Aristóteles las virtudes son “términos medios y
hábitos, que por sí mismas tienden a practicar las acciones que las producen, que dependen de
nosotros y son voluntarias, y actúan de acuerdo con las normas de la recta razón” (Aristóteles,
Ética a Nicómaco, III, 5, 1114b 25- 30, 41). De manera análoga Santo Tomás de Aquino las define
como hábitos buenos que perfeccionan las facultades del hombre para conseguir la verdad y la
bondad. Afirma que “la virtud humana, que es un hábito operativo, es un hábito bueno y
operativo del bien”.
Se podría decir que la virtud es un hábito, una cualidad, que depende de la voluntad.
Correspondería a la habilidad que facilita obrar el bien que es propio de la inteligencia.
Las virtudes se adquieren con gran esfuerzo y radican en la personalidad tras años de
aprendizaje y ejercicio. Si se quieren comportamientos éticos en la sociedad se hace necesario
el desarrollo de las virtudes desde los primeros años, donde se va forjando la personalidad, y de
esta forma se abre a una disposición operativa de la virtud.
"La virtud es resultado de una praxis reiterada y, una vez lograda, ayuda a su propio
crecimiento" (Naval, C y Herrero, M, 2006) es decir que esa repetición que se le otorga a la virtud
facilita que la persona vaya creciendo y desarrollándose. Como decía Aristóteles
"acostumbrándonos a despreciar los peligros y a resistirlos nos hacemos valientes, y una vez que
lo somos seremos más capaces de afrontar los peligros" (Aristóteles, Ética a Nicómaco). De esta
forma las virtudes afianzan la personalidad y consiguen la libertad de los individuos en un plano
real.
La virtud requiere una repetición de un acto bueno de forma constante y busca como
fin algo bueno. Por lo tanto, la inteligencia tiene esa facultad de ir a la verdad y entender el bien;
la voluntad facilitará que se ejecute el bien. El hábito se adquiere por la repetición de actos que
da como resultado la facilidad y permanencia con respecto a la verdad y al bien.
Una persona virtuosa es una persona que busca el bien y actúa con libertad. Esta es una
dimensión radical de la persona, y se ve como unidad sustancial, sólo cabe la referencia a sus
actos como único modo de su perfeccionamiento. Estos actos, a su vez, sólo se pueden entender
desde las potencias operativas humanas, que van creciendo. El hecho de que sea considerada la
persona como unidad, ayudará a integrar la virtud en el modo de ser.
El hombre virtuoso no sólo actúa de cierto modo, sino que también siente de una
manera particular, pues ama el bien, lo “valora”. Orienta su conducta mediante una
jerarquización de valores, cultivando virtudes humanas; implica juzgar y hacer lo correcto en el
momento correcto y de la manera correcta, con la intención correcta.
Actualmente se tiende a interpretar que los hábitos del pensar se adquieren por
repetición de actos. Hay que tener en cuenta que el pragmatismo americano también concibe
la reducción del hábito a costumbre. Es bueno aclarar dicha percepción retomando la
definición aristotélica de virtud como "hábito operativo bueno": "hábito" es la actitud
permanente; "operativo" significa que son actos que se empiezan y se terminan; "bueno" que
por su intención y por su finalidad busca el bien en sí mismo. De esta manera, los hábitos no
pueden percibirse como meras costumbres rutinarias y de forma esporádica, ya que el hábito
requiere un esfuerzo que no siempre se da en las costumbres.
Si el hombre desarrolla las virtudes, la razón percibirá el verdadero bien del hombre; la
voluntad y el apetito sensible seguirán a la razón para perseguir su perfeccionamiento como tal
ya que la inteligencia y la voluntad, facultades humanas de que el hombre dispone para
conseguir su felicidad, se dirigen a la verdad, al bien universal y han de ser dirigidas a actos de
bondad concretos por medio de los hábitos. El desarrollo de las virtudes realimenta el
entendimiento y la voluntad mediante tres actitudes principales: firmeza, prontitud, y un cierto
agrado (Isaacs, D., 2000):
Una persona virtuosa es una persona buena. Desde el punto de vista educativo, permite una
actuación directa por parte de los educadores que guían a los educandos de maneras diferentes
con el fin de que vayan desarrollando las virtudes en sus vidas.
Todo hombre virtuoso, especialmente el educador, debe ser capaz de conocer y buscar
siempre el término medio al actuar, pues es la “medida” que conserva la armonía propia y ajena.
Debe evitar el exceso y el defecto pues destruyen la perfección, corrompen el acto y a quien lo
realiza. Aristóteles ejemplifica lo anterior.
Aristóteles relaciona la virtud con el hábito. Para este filósofo, la virtud es "hábito operativo
bueno situado entre dos extremos viciosos" con lo cual se expresa que los hábitos derivados de
la virtud son necesariamente buenos, acciones del hombre orientada al bien. La virtud asegura
el buen empleo que la voluntad hace del hábito. Por lo tanto, cualquier virtud implica
voluntariedad, racionalidad y libertad del sujeto que la posee.
El hábito se obtiene poco a poco, repitiendo actos, también puede perderse si se deja inactivo
por largo tiempo. Y este hábito está llamado a crecer a su vez, con la praxis. La educación tiene
mucho que ver con la formación de hábitos. Una vez consolidados, los hábitos se constituyen
como "segundas naturalezas" que, por lo mismo, predisponen a continuar en esa línea.
En definitiva toda persona desea y quiere ser feliz. La felicidad consistirá en conocer y amar lo
bueno, y esto se logra mediante una correcta unión del conocimiento sensible e intelectivo
integrado en el amor que se realiza mediante la adquisición de virtudes.
No hay que olvidar el carácter social de las virtudes, son una herencia social que se aprende
como tradición y se hacen propias, y al ser aprendidas y vividas se transmiten a generaciones
posteriores.
El papel de la libertad es fundamental en la adquisición de virtudes, pues es requisito
indispensable para que el hombre elija el bien y lo ponga en práctica, pues de otro modo no
sería logro suyo el hacerse más humano. Una acción ética es el resultado de una elección
intencionada sobre el bien. “El hombre expresa su dignidad al a actuar con libertad” (Bernal,
M.C., Meza, M.: 2007, 16). Como consecuencia el sistema de virtudes se ha visto resquebrajado
especialmente en la actualidad, y la sensación de insatisfacción y falta de sentido de vida es un
mal que se ha propagado considerablemente. Hoy más que nunca se debe promover la
educación moral, basada en el recto pensar y obrar, en la apreciación de auténticos valores.
Una educación integral es aquella en las que la persona edifica su personalidad en las virtudes
humanas, y por tanto es la que la llevará a su fin último: la felicidad. Las virtudes son
precisamente las cualidades cuya posesión hará al individuo capaz de alcanzar la plenitud y cuya
falta frustrará su movimiento hacia ella. El propósito que los hábitos buenos tienen en la
educación es el de conformar personas íntegras y felices, cuya forma de vida sea virtuosa, pues
“lo que constituye el bien del hombre es la vida completa del hombre vivida al óptimo, y el
ejercicio de las virtudes es parte necesaria y central de tal vida, no un mero ejercicio preparatorio
para asegurársela” (MacIntyre, A.: 1987, 188).
Las virtudes son necesarias para lograr bienes internos, más no siempre vienen acompañadas
de bienes externos, sin embargo, permiten conocer parcialmente la felicidad; al hacer más fácil
el obrar bien promueven que se obre a gusto, con cierta satisfacción de reconocer que se está
haciendo lo conveniente.
EDUCACIÓN Y VIRTUDES
La persona, gracias a sus potencias superiores y a su libertad no actúa guiado únicamente por
sus instintos como lo hacen los animales, sino que al carecer de pautas fijas de comportamiento
debe construir hábitos que proporcionen una dirección a su conducta. Los hábitos operativos
pueden ser buenos o malos, pero son los buenos, llamados virtudes, los que posibilitan que el
hombre actúe de acuerdo a su naturaleza racional. Los hábitos malos deshumanizan a la
persona, la corrompen, y son llamados vicios. “El hábito se constituye como principio de la
acción humana en lo referente a alcanzar su plenitud como fin de aquel acto, ahora constituido
en hábito; esto es: un acto se constituye como hábito si se realiza reiteradamente […]” (Bernal,
M.C.; Meza, M,: 2007, 11). Como se había afirmado anteriormente, la educación consiste en
humanizar al hombre por medio de hábitos operativos buenos en los que se pone de
manifiestola propiedad o posesión que se tiene de uno mismo en cada acto libre en concreto.
La persona se vuelve virtuosa, cuando interioriza la virtud, la ejercita y la exterioriza en su
conducta (Bernal, M.C., Meza, m.: 2007, 16). El único camino que lleva a la plenitud humana es
la educación, que es un proceso en el que la persona modifica su personalidad de manera
positiva, haciéndose moral.
En la educación es fundamental que la persona sea sincera y valerosa para encontrar sus
defectos, se esfuerce por mitigarlos, pero que especialmente reconozca sus virtudes y las
potencie. El educador debe poner esmero en indicar al educando sus errores cuando percibe
algún vicio en su conducta, siempre de manera respetuosa y ofreciendo una solución positiva.
El educador sabe descubrir en el educando las virtudes que lo caracterizan y hacen contrapeso
a sus defectos, para motivarlo hacia su crecimiento haciendo hincapié en ellas.
Para ser un educador verdaderamente y no sólo ser el profesor de cierta asignatura es vital que
se conozca el significado de educación y que se posea una identificación afectiva con el bien y la
verdad, puesto que únicamente queriendo el bien y siendo congruente con él se logrará elaborar
un proyecto educativo tanto de uno mismo como del educando. El educador no debe perder de
vista que el educando es el protagonista de este proceso, y ha de promover que tome esta
responsabilidad con la seriedad que conlleva el hacerse virtuoso. Los educandos aprenden
especialmente por medio de la observación, sin embargo el educador debe dar a conocer los
criterios básicos sobre los cuales regir su conducta, y proporcionar oportunidades para que
ejercite su voluntad por medio del trabajo y del esfuerzo, exigiéndole lo mejor de sí, pues éste
es el único camino para crecer en virtudes. El educador debe hacerle saber al educando que no
sólo espera que mejore, sino que espera lo mejor de él. Esto le dará seguridad y lo motivará a
plantearse ideales altos. La persona, al fortalecer el entendimiento y la voluntad por medio del
esfuerzo, experimenta un sentimiento de plenitud tan profundo que nadie le podrá quitar,
consecuencia de la certeza de estar haciendo lo mejor por sí mismo. El educador no sólo debe
incentivar al educando por medio de esta exigencia, sino que ha de crear los ambientes propicios
para que el educando se desarrolle, que no es otro que el de la alegría y la comprensión de la
mano de la exigencia. Los educadores deben también exigirse personalmente, dar lo mejor de
sí a sus alumnos día con día, “Si los profesores no mejoran como personas y, especialmente en
la faceta de ser cada vez mejor profesor, difícilmente los alumnos van a mejorar en el mismo
sentido – como personas y especialmente como alumnos-” (David, I.: 2008, 9). El aprendizaje
significativo más valioso que un alumno puede adquirir es que no hay otro camino para ser una
persona íntegra, buena y feliz, que el de dirigir consciente y libremente toda la voluntad, toda la
inteligencia y toda la afectividad hacia el bien y la verdad universal. No cabe duda, por tanto,
que el educador ha de ser maestro de virtudes humanas, y ha de crear un espacio para que los
alumnos las vivan. Educar es un acto servicial de amor en el que se busca directamente la
felicidad del otro. La felicidad puede entenderse como una serie de sensaciones agradables o
como contemplación del bien. Para Aristóteles, el bien, el fin de la vida virtuosa consistía en la
eudemonia, en un estado de bienaventuranza, felicidad y prosperidad, producto de estar y hacer
el bien estando bien. Definía la felicidad completa como la contemplación del bien, como su fin,
su telos, y el gozo como resultado del éxito de una actividad. (MacIntyre, A.: 1987, 188). “La
mayor felicidad surge al contemplar el resultado de la acción si la acción ha sido realizada
adecuadamente. En este momento se encuentra la felicidad más honda: la contemplación del
bien” (David I.:2008, 14). El hombre que ama el bien sabe que la vida feliz es aquella que, por
medio de esfuerzo, se hace sobre la virtud. La verdadera y completa felicidad no puede
conseguirse por completo en esta vida, puesto que consiste en la contemplación del Amor, del
Bien y de la Verdad, que es Dios; sin embargo, en esta vida el hombre se hace “merecedor” de
la felicidad de acuerdo a la calidad de sus actos: de la vivencia del bien y del amor. Precisamente
gracias a la capacidad de amar, a su inteligencia y a su voluntad es que es capaz de reconocer a
Dios como su Fin Último: será más feliz en la medida en que se haga virtuoso y haya amado más,
pues se habrá asemejado más al Creador. El hombre bueno es el auténticamente feliz, pues
posee algo más valioso que todo el oro del mundo, no sólo posee el bien, sino que lo integra en
su persona 95 haciéndose un hombre mejor. David Isaacs (2008, 10) confirma esta idea al
mencionar que “el hombre está hecho para conseguir la verdadera felicidad con la persecución
del bien moral”. Actuar conforme al bien de manera perseverante desarrolla en el hombre cierta
facilidad para cumplir con sus deberes y responsabilidades de una manera más grata y sencilla.
“A menudo, obrar según la virtud no significa obrar grato, sino más bien lo contrario: implica un
esfuerzo, forzarse a uno mismo, hacerse cierta violencia” (Barrio, J.M.: 2000, 47). No hay que
perder de vista que la dificultad, el esfuerzo y el conflicto son grandes propulsores de virtudes,
pues en estas situaciones son en las que el hombre consolida su integridad personal, a pesar de
que en algunos momentos no sienta gozo, sino sólo la satisfacción de saber que está haciendo
el bien. Incluso, se puede afirmar por esto que quienes llevan una vida más amable son las
personas que procuran vivir virtuosamente, puesto que son capaces de enfrentar las dificultades
con un sentido más alto y profundo. La mejor manera de educar en virtudes es hacerlo mediante
el amor, pues éste genera un compromiso libre que genera una comunión en el bien.
Con la finalidad de acotar este amplio tema y de proporcionar una propuesta de mejora para el
educador, en este trabajo se profundizó en las 4 virtudes que todo educador debe poseer para
lograr influir positivamente en sus alumnos, no sólo como profesor, sino como persona y
ejemplo. Se eligieron las virtudes como la prudencia, la justicia, el valor y la magnanimidad
debido a su radical importancia en la formación del carácter. Se jerarquizaron de la siguiente
manera: primero la prudencia, pues es la madre de todas las virtudes debido a que toda virtud
requiere de la prudencia para serlo; siguiéndole la justicia, por ser la base para establecer
relaciones armónicas con las demás; el valor, que es necesario para superar los retos y
dificultades con esfuerzo, con coraje; y como cuarta virtud propuesta se eligió la magnanimidad,
pues es preciso mantener el espíritu abierto a lo bueno, a lo alto, para comprometerse con los
fines más nobles.
La prudencia es la virtud de poder juzgar bien sobre lo que es bueno y conveniente realizar para
él como persona humana, es la “la disposición racional verdadera y práctica respecto de lo que
es bueno y malo para el hombre” (VI, V, 1140 b 5-8, 92). Tiene por objeto lo humano y aquello
sobre lo que se puede razonar y elegir, lo cambiante; en efecto “la operación del prudente
consiste sobre todo en deliberar bien […] éste consiste en un bien práctico” (VI, V, 1141b 20- 22,
94).
La prudencia es “la sabiduría aplicada”, por lo que es requisito para el desarrollo de todas las
demás virtudes morales, puesto que las regula y las lleva a encontrar el justo medio, según la
proporción o regla correcta. “Sin la prudencia, no se da ninguna otra virtud, y con ella vienen
todas juntas” (Herminio de Paz, 2005 ,375). Santo Tomás afirmó que la prudencia es la causa
primera por la que las otras virtudes son propiamente virtudes. Es la medida de ellas, a todas
informa y en todas actúa, las perfecciona.
El hombre prudente es el que posee el arte de vivir como se debe: aprovecha sus aprendizajes
pasados en su vida presente en razón de un futuro fijado como meta; hace lo que le corresponde
en el momento y en la situación en la que se encuentra.
Quien posee la virtud de la prudencia sabe dar consejo sobre las cosas que se deben hacer en
orden al fin del hombre. Se enfoca en las cosas contingentes, temporales y cambiantes de la vida
humana (Herminio de Paz: 2005, 380). El objeto material de la prudencia es lo operable, lo
agible, las acciones humanas intrínsecas, es decir, las decisiones sobre los medios para alcanzar
el fin o los fines del sujeto. “[…] Lo propio de la prudencia es poder aconsejar bien […] el consejo
versa sobre lo que debemos hacer en orden a un fin determinado […] la prudencia radica
exclusivamente en el entendimiento práctico” (II- IIae, c. 47, a. 2, 401).
Como la vida del hombre se desarrolla en diversas situaciones y circunstancias, éste debe
conocer los principios que debe aplicar y aquello a lo que los debe aplicar, su conocimiento
moral debe ser tanto universal como particular. Por lo tanto el hombre prudente juzga
rectamente sobre los medios que empleará para conseguir sus fines, y actúa de manera
congruente con lo que su inteligencia le muestra, esta virtud se extiende sobre toda su actividad
voluntaria y libre.
La persona prudente sabe juzgar y elegir rectamente el motivo de sus acciones y a prever sus
consecuencias de manera objetiva, por tanto halla el justo medio entre la impulsividad y la
pasividad (Villalobos, M; López de Llergo, A.: 2004, 65).
El educador:
1) Como persona requiere de esta virtud para reconocer sus propios fines, establecer un
proyecto de vida concreto, en el que establezca planes de acción (medios) para conseguir sus
metas.
3) Como profesor de un salón de clases requiere de la prudencia para conocer a sus alumnos de
manera personal y grupal, para identificar sus necesidades, intereses y estilos de aprendizaje y
así seleccionar los contenidos que enseñará empleando los medios y las herramientas
adecuados para alcanzar los objetivos educativos: necesitará de esta virtud para crear
ambientes que promuevan el aprendizaje y la integración grupal, así como el desarrollo de las
capacidades y cualidades personales de cada uno. Para promover el desarrollo de esta virtud en
sus alumnos debe comenzar por enseñarles a planear sus actividades y a realizar sus tareas
estableciendo prioridades.
4) Como docente requiere de la prudencia para encontrar y diseñar los mejores métodos para
diagnosticar, planear, ejecutar y evaluar el proceso de enseñanza- aprendizaje. Asimismo, es
vital para la toma de decisiones educativas en lo referente al quehacer diario los factores que
intervienen en la práctica docente.
5) En sus relaciones con alumnos requiere de la prudencia para establecer una relación personal
con cada uno de ellos, basada en la amistad y la exigencia, de manera que al interactuar con él
el discente siempre se vea motivado a buscar el bien. Para promover que desarrolle esta virtud
debe saber cómo reforzar las conductas positivas realizadas por medio de cumplidos y eliminar
las negativas por medio de la recapacitación; asimismo debe invitarlo a considerar los pros,
contras y consecuencias de sus actos antes de hacerlos.
7) Como miembro de la comunidad requiere de la prudencia para hallar la forma en la que los
alumnos reflexionen y tomen conciencia sobre sus derechos y deberes en la sociedad, de
manera que sean ciudadanos cívicos y responsables. El educador debe identificar los fines
educativos hacia los que orientarán a sus educandos, para encontrar las estrategias adecuadas
para conseguirlos. El educador posee como parte de su misión el ayudar al educando a asimilar
libremente valores, para que les dé un sentido personal. El educador, para ayudar a que sus
educándose se hagan hombres prudentes, debe promover en el educando el desarrollo de la
capacidad de observación, de distinguir entre hechos y opiniones, entre lo importante y lo
secundario. También debe fomentar que desarrolle la capacidad de buscar, analizar y
seleccionar fuentes e información, así como de reconocer los propios prejuicios (Isaacs, D.: 1988,
342).
2. LA VIRTUD DE LA JUSTICIA:
La justicia es la virtud de querer dar a cada quien lo que le corresponde, lo que le es debido. Es
vital para el educador, pues le moverá a estimar y a respetar a todos sus educandos de igual
manera, pues la formación de cada uno de ellos es su responsabilidad. Le llevará a proporcionar
a cada discente las orientaciones pedagógicas que requiera de acuerdo a sus necesidades,
fortalezas, limitaciones e intereses; así como a exigirle de acuerdo a sus capacidades.
Por lo tanto, la justicia es una virtud volitiva, pues se halla en la voluntad, en el querer dar a cada
quien, de manera constante y perpetua, lo que es suyo, lo que es su derecho y, por tanto, le
corresponde. Rectifica las operaciones humanas, haciendo buenas estas obras, respetando
ciertos patrones establecidos por la ley natural, lo conveniente a la persona humana en tanto
que persona, y por la ley positiva o escrita: justo es aquello que produce y conserva la felicidad
por velar por la armonía de la conducta y las relaciones humanas. La justicia pide el respeto de
la ley.
Justicia es “la disposición en virtud de la cual los hombres practican lo que es justo, obran
justamente y quieren lo justo […]” (V, I, 1129 a 8- 10, 70). La virtud de la justicia inicia en la recta
intención del hombre de buscar y querer el bien para el otro por el hecho de ser lo correcto.
La virtud de la justicia pone orden a toda la actividad humana, hace que se respeten los derechos
y hace que se cumpla con los deberes y con los compromisos libremente adquiridos. Requiere
sencillez, sinceridad, reciprocidad y gratitud, pues es una relación proporcional.
La justicia no se trata de un regalo a otros, sino que responde a lo debido al otro. Inclusive
requiere que el individuo sea capaz de reconocer el débito. Al tratarse de proporcionar
exactamente lo que es debido puede resultar un tanto exigente, por lo que resulta indispensable
acompañarla de la caridad, dando como resultado la equidad, que es la disposición amable de
dar a cada uno lo que merece: de hacer justicia (Isaacs, D.: 299, 1988). Se debe ser justo con
cada persona de acuerdo a su condición y circunstancias. Esta virtud proporciona la capacidad
de detectar las necesidades de los demás y disponer de los medios pertinentes para distribuir
los recursos que requieren en la cantidad en que los requieren, sin dejarse conducir por
preferencias.
La persona justa es la que quiere el bien del otro y se esfuerza por dar a los demás lo que les es
debido. Esto de acuerdo “con el cumplimiento de sus deberes y de acuerdo con sus derechos-
como personas (a la vida, a los bienes culturales y morales, a los bienes materiales), como
padres, como hijos, como ciudadanos, como profesionales, como gobernantes, etc.- y a la vez
intenta que los demás hagan lo mismo” (Isaacs, D.: 1981, 99).
El justo posee un conocimiento integral de la situación y la persona sobre la que emite un juicio,
dando una respuesta equitativa basada en principios de la verdad objetiva. “La llamada
comprensión […] es el discernimiento recto de lo equitativo. Señal de ello es que llamamos
comprensivo sobre todo al equitativo […] al que discierne rectamente lo equitativo y rectamente
quiere decir de acuerdo con la verdad” (VI, XI, 1142a 22- 24, 98).
El hombre equitativo es quien no sólo da lo que al otro corresponde según la ley positiva, sino
que la trasciende, porque implica juzgar con bondad al otro, reconociendo que por su dignidad
de persona y el valor de la libertad merece más que lo estipulado por la ley. Es “aquél que elige
y practica esta clase de justicia y no exige una justicia minuciosa en el mal sentido, sino que sabe
ceder aun cuando tiene la ley de su parte […]” (V, 10, 1138a 1- 4, 87).
El educador debe ser justo como maestro, como cabeza de un salón de clases, mientras que
debe ser equitativo como orientador y formador. El ser humano justo es sencillo y sincero, pues
no hay nada más justo que la verdad, pues es un valor que toda persona tiene derecho de
conocer. Sabe reconocer que es lo que debe al otro y ser agradecido cuando recibe el favor del
otro. Al hacer el bien, procurando dar a cada quien lo que le es debido, se encuentra en un
estado de paz y tranquilidad constante, pues no deber nada a nadie y procurar su bien produce
una profunda satisfacción.
El educador
1) Como persona requiere de esta virtud para lograr armonizar sus ideales y sus actos, sus
operaciones de acuerdo a sus potencias de orden superior y su naturaleza. El educador debe ser
un hombre responsable, que viva dignamente respetándose a sí mismo y a los demás, debe ser
un hombre comprometido con los valores, que tenga por propio el bien común.
3) Como profesor a cargo de un grupo requiere de la justicia para establecer y aplicar una
normativa de conducta en el salón de clases que regule la interacción de todos los miembros del
mismo. El educador debe fomentar un ambiente de respeto y de responsabilidad que promueva
el aprendizaje, debe motivar a que todos y cada uno de los alumnos cumpla con sus deberes
(trabajos, tareas, participación en clase, asistencia, etc.) y vele por los derechos de sus
compañeros. Asimismo, debe proporcionarles a todos la misma oportunidad de aprender y de
desarrollarse.
4) Como docente requiere de la justicia para que al diagnosticar, planear, ejecutar y evaluar el
proceso de enseñanza- aprendizaje lo haga de acuerdo a las capacidades, necesidades e
intereses de cada uno de sus alumnos, exigiéndoles personalmente lo que pueden dar, sin
favoritismos, siendo imparcial. El respeto, el cariño y el interés que tenga por la educación y el
aprendizaje de sus discentes debe ser igual para todos, aunque pueda sentirse más identificado
o afín a algunos, debe invitar a todos a que cooperen en el aula con tareas comunes.
5) En su interacción con los alumnos requiere de la justicia para establecer una relación basada
en el respeto, esta relación se da entre “iguales”, pues ambos son seres humanos con la misma
dignidad, pero con un distinto rango: el profesor es la autoridad. Debe enseñarles a respetar los
límites y a las autoridades.
6) Como miembro de la institución escolar debe ser justo en el desempeño de sus funciones y
roles como docente, respetando el organigrama y la jerarquía de los puestos. Asimismo, debe
fomentar que cada uno de los miembros de la comunidad educativa (padres de familia,
estudiantes, directivos y otros docentes) participen realizando las funciones y las actividades
que les corresponden de acuerdo a sus papeles. Debe velar por el cumplimiento del reglamento
de la Institución y de la sección (nivel educativo) en la que labora.
El valor es el comportamiento ético de luchar contra las dificultades que aparecen a lo largo de
la vida por causas nobles. El docente necesita de esta virtud para enfrentar con coraje o con
firmeza de ánimo los retos que se le presentan en su quehacer cotidiano, especialmente los de
sus educandos. Conlleva no dejarse arrastrar por la temeridad ni por la cobardía, que serían sus
dos vicios respetando el justo medio en el autocontrol del temor y de la audacia. Se manifiesta
en la adquisición de todas las demás virtudes, pues para desarrollarlas es necesario mantener
una actitud de lucha y de superación. El valor es el hábito operativo bueno de afrontar las
dificultades con coraje y audacia. La gran estima de esta virtud radica en que es necesaria para
adquirir las demás, pues las virtudes se desarrollan y adquieren especialmente en los momentos
de dificultad en los que se tiene que ejercitar la voluntad y sobreponerse por medio del esfuerzo.
En los momentos inesperados y en los conflictos es en donde se forja el carácter.
El ser valeroso implica estar preparado para afrontar los peligros que se presenten y tener una
postura positiva ante el trabajo que esto supone, es preparar el ánimo para ello. Requiere
especialmente de la firmeza para obrar, esta virtud impulsa a soportar y superar los riesgos y
dificultades que la búsqueda de la verdad y del bien implica, que son su fin. Incluso, el aceptar
las propias debilidades y fracasos y sobreponerse a ellos, recomenzar en la lucha, implican un
profundo valor y coraje. Inclusive, ganar puede ser una forma de perder, y perder una forma de
ganar, puesto que si al alcanzar una meta la persona ya no se planea otras más altas, se queda
estancado en su desarrollo, mientras que si al flaquear la persona se motiva a continuar en la
lucha, con una actitud perseverante de mejorar, potencia su crecimiento y forja su carácter. La
educación consiste en el proceso de planificación de la persona, en la búsqueda de su fin último
-que radica en la contemplación del bien- mediante actos valerosos que conllevan a prevalecer
en la “batalla” ante adversidades y las pruebas que se presenten.
El hombre auténticamente valiente o valeroso es el que vive según la verdad buscando el bien
en todo momento, especialmente cuando en el proceso intervienen dificultades y se presentan
miedos, venciéndolos. Es fuerte quien se responsabiliza de sus acciones y afronta las situaciones
adversas con espíritu de lucha y de superación, con mucho esfuerzo, perseverancia y constancia.
El hombre valeroso es un hombre de carácter, con una voluntad recia, que “resiste” con
determinación los males menores y mayores que se le presentan por tener la mirada en lo alto,
en lo supremo, en ideales nobles. “Realiza las actividades con vigor y energía; vence el temor y
huye de la temeridad” (Villalobos, M.; López de Llergo, A.: 2004, 95). El hombre fuerte sabe
“aguantar”, no teme al sacrificio, al miedo ni al dolor y no cede ante las dificultades. No es tímido
ni se crea complejos que lo llevan a encapsular su personalidad, sino que crece ante los retos, y
mejora como persona por medio de la paciencia, que le lleva a soportar con alegría los males
que se le presenten. La valentía lleva a acometer, a atacar aquello que se busca como fin o bien
arduo, a través de acciones que requieren de un esfuerzo prolongado y constante. Esto
desarrolla la fuerza física y la moral, pues implica firmeza al obrar. “Para poder alcanzar un bien,
sea rebatir algún mal o desarrollar algo en sí positivo, se necesita tener iniciativa, decidir y luego
llevar a cabo lo decidido, aunque cueste un esfuerzo importante” (David I.: 1988, 87). En otras
palabras, se necesita crear interiormente una disposición de fuerza, de decisión para vencer y
conservar el esfuerzo hasta el final. Es fundamental que el educador logre transmitir a sus
alumnos la necesidad y la conveniencia del esfuerzo, que aunque implica un desgaste o
cansancio momentáneo, termina por energizar a toda la persona. El valiente aprovecha sus
fracasos o debilidades como áreas de oportunidad, que con humildad reconoce y con
magnanimidad halla los medios para superar
El educador:
2) Como formador y orientador requiere de la virtud del valor para perseverar en la formación
de su educando, aún cuando esto represente un gran reto, con dificultades a superar. Debe
ayudarle a que no se detenga en la lucha por ser mejor en las áreas de oportunidad detectadas
en la tutoría y motivarlo a que mantenga una actitud recia cuando sienta su debilidad,
aprovechándola como motivación. El educador debe saber exigir con amor para que el educando
ejercite su voluntad y forme su carácter, pues éste es el único camino para que aprenda a ser
un hombre íntegro y verdaderamente libre. Asimismo, debe enseñar a sus alumnos a no
quejarse y a esperar o retrasar la gratificación resistiendo sus impulsos, con miras a obtener algo
mejor como consecuencia positiva: la conquista del bien. Especialmente debe enseñarle a
perseverar en los momentos de adversidad, que son los que ponen a prueba a la persona. Es
fundamental que el educador enseñe a los educandos a esforzarse y a resistir, propiciando
situaciones en las que puedan desarrollar estas cualidades, y la iniciativa propia de dirigir sus
trabajos hacia su camino de mejora personal. El formador ha de fomentar que sean personas
coherentes con lo que piensan y lo que dicen, por medio de la formación de su criterio.
3) Como profesor de un salón de clases requiere del valor para enfrentar los desafíos que el
dirigir el proceso de enseñanza- aprendizaje supone, las rivalidades que puedan surgir entre sus
alumnos, los problemas de aprendizaje o malas actitudes que en algún momento pudieran
surgir. El profesor debe fomentar que sus alumnos se esfuercen por aprender y por desempeñar
sus deberes con valentía, especialmente cuando le surgen retos intelectuales y académicos.
Debe promover el vencimiento del vicio de la pereza, que es el obstáculo más grande para el
aprendizaje, estableciéndoles objetivos educativos altos.
4) Como docente requiere del valor para encontrar las fortalezas y las debilidades de sus
alumnos, y diseñar los mejores métodos para promover su desarrollo, planteando objetivos
educativos y planes de acción en los que se ejercite la voluntad mediante el trabajo. Asimismo,
es fundamental la fortaleza en la toma de decisiones sobre los desafíos del quehacer diario que
la docencia conlleva.
5) En sus relaciones con alumnos requiere de esta virtud para que fomente el desarrollo integral
de la personalidad de cada uno de ellos, reconociéndolos como personas únicas e irrepetibles.
El educador debe saber que cada alumno posee un proyecto de vida en el que las aptitudes,
necesidades, dificultades, planes y metas que tenga ejercen un papel muy importante, por lo
que ha de motivarlos a vivir de acuerdo a los valores y fines que tenga a pesar del esfuerzo que
esto amerite. Debe transmitirles el amor al bien, y el aprecio por aquellas acciones que llevan a
él, aunque sean difíciles de llevar a cabo. El asumir a cada uno de ellos como un fin de su labor
educativa lo ayudará a perseverar como formador. El educador debe enseñar a sus alumnos a
afrontar las pérdidas que les sucedan ya rectificar los errores que cometan, así como a compartir
sus éxitos, pues de este modo se hacen más valientes.
6) Como miembro de la institución escolar requiere del valor para relacionarse con sus
compañeros de trabajo, directivos, alumnos y padres de familia, pues en las relaciones humanas
siempre se presentan retos. También requiere de esta virtud para resolver las problemáticas
que surjan en la vida del centro, vivir los valores que promueve la filosofía institucional y para
respetar el reglamento de la institución en todo momento y circunstancia. y para desempeñar
sus funciones y actividades con calidad y eficiencia de manera constante.
7) Como miembro de la comunidad requiere del valor para perseverar en la búsqueda del bien
común a pesar de que parezca en muchas ocasiones que las autoridades y los otros ciudadanos
no lo hacen. Requiere de la reciedumbre para no caer en la corrupción y en el desacatamiento
de las leyes por dejarse guiar por lo que hacen los demás. El educador debe ser valiente, pues la
calidad educativa que proporcione al educando dependerá de ello. Necesita poseer la agudeza
para adelantarse y detectar aquello que en potencia es su educando, aunque no sea real en el
presente, ha de poder visualizar su futuro, la meta inacabable de un proyecto personal de vida
(Díaz, C, 1998, 111).
La persona magnánima aspira a ideales altos, procura su mejora planeándose metas elevadas y
asequibles, basadas en sus capacidades, fortalezas y virtudes, tomando en cuenta sus
debilidades, aquello que excede a sus posibilidades.
El docente debe saber que incluso es capaz de mejorar en aquellas virtudes o competencias que
ya ha desarrollado, pues el proceso de perfeccionamiento es infinito, nunca se llega a estar
pleno: el hombre posee el deseo innato de siempre mirar hacia el frente. La humildad implica
que la persona no se crea superior a lo que es, ni se crea inferior, es decir, que se sepa persona
humana: un ser con una dignidad superior a la de los demás seres existentes gracias a su
espiritualidad, especialmente por su racionalidad. El educador ha de ser capaz de vivir con
responsabilidad, es decir, siendo el conductor de sus decisiones, sin embargo, ha de saber que
nunca se puede ser totalmente autosuficiente.
El educador:
1) Como persona requiere de esta virtud para mantener un carácter inquebrantable que esté
siempre al servicio del bien y de los demás, aumentando su dignidad moral y su honorabilidad
en cada momento y circunstancia. Debe llevar una vida virtuosa en la que se mantenga siempre
la esperanza de que se alcanzarán los fines deseados, estando seguro de que con esfuerzo la
plenitud y felicidad son asequibles.
5) En su interacción con los alumnos requiere de la magnanimidad para ser un auténtico modelo,
una figura que invite a aspirar a la excelencia y a comprometerse con el bien y con la verdad, de
manera que además de promover aprendizajes académicos, promueva aprendizajes con un
sentido o significado más alto: a ser virtuoso y a desear la virtud.
6) Como miembro de la institución escolar requiere de esta virtud para vivir de acuerdo al ideario
del colegio, planteándose objetivos de desempeño altos en su papel de docente y educador.
Debe realizar todas sus funciones de manera profesional, buscando siempre perfeccionarse a sí
mismo y a sus compañeros de la comunidad educativa. El docente magnánimo invita a sus
colegas y dirigentes, así como a los alumnos y padres de familia, a buscar la excelencia académica
y personal, y a comprometerse con el ideario de la institución.
Se busca en última instancia, que el docente revalore el papel de la moral en la educación, que
reflexione sobre el sentido que tiene para él su profesión, que se cuestione su modo de proceder
en la vida, identificando aquellos aspectos en los que puede rectificar para llevar a cabo su
trabajo con mayor conciencia y calidad humana.
PROBLEMAS MORALES EN EL DOCENTE
La moral son las normas establecidas en el seno de una sociedad y como tal ejerce influencia
muy poderosa en la conducta de las personas. Conjunto de costumbres o normas que se
consideran buenas o malas para dirigir o juzgar el comportamiento de las personas.
Los problemas morales son problemáticas que se nos plantean acerca de nuestras costumbres,
actitudes, proyectos o nuestras acciones
Se distinguen de los problemas éticos porque describen lo que no esta bien, correcto, o lo que
no y que impacta en la sociedad y los individuos. Afecta al bien común y a la dignidad de todas
las personas. Son más generales. Es lo que conocemos y debemos hacer. Ejemplo: la corrupción
o el soborno
Son concretos porque se presentan en situación específica. Son cotidianos, que se presentan en
el diario vivir, en nuestras relaciones con la familia, amigos, escuela.
Un problema moral nos presenta una disyuntiva, la capacidad o situación donde debemos
decidir si optamos por una conducta A o una B.
Ejemplificación:
Ante un problema moral siempre habrá dos o más soluciones que se pueden manifestar en una
conducta A o una conducta B (pertenecen al plano de la realidad que existe) . Esa consulta A O
B presenta determinadas consecuencias, puede verse afectada por decisiones propias i terceras
personas. Junto con las consecuencias existe una norma moral que me dice que es lo bueno y
lo malo ( el deber ser) . Siempre que nos presentemos ante un problema moral, se nos obligara
a decidir si opta por la conducta A o la conduta B. Estas generan consecuencias, pero siempre
habrá una norma moral que le indica que es lo bueno socialmente hablando. Dependiendo del
acto que realicemos existirá juicios morales (valoración de la decisión tomada por el agente
moral en forma de una conduta para resolver su problema) las cuales son realizadas por terceras
personas o por la sociedad en su conjunto. El juicio moral se realiza comparando la conducta
realizada con lo que indica la norma moral. Si la norma moral me indica que la decisión dada o
conducta va contrario a la norma habremos realizado una acción moralmente negativa. Pero si
la decisión que tome va de acuerdo con la norma moral, habremos realizado una acción
moralmente positiva.
El centro educativo contribuye al desarrollo moral del maestro, en cuanto que le permite
reflexionar sobre sus acciones, disposiciones favorables y valores que sustentan una práctica
docente congruente, basada en la relación con los «otros», que integran y comparten la cultura
institucional, de ahí la importancia que adquiere el crecimiento del juicio moral del profesor
como referente y organizador de las acciones formativas destinadas a los alumnos, reforzadas
por las mediaciones que generan la cultura y las «presencias reales» que las desarrollan y
refuerzan, valorando siempre el incremento de la autonomía del alumno para tomar decisiones,
ya que «una de las peores patologías de la relación educativa consiste en querer prolongar la
situación de dependencia» (Esteve Zarazaga, 2010, p. 130), reflexiones que nos adentran en la
búsqueda de referentes relevantes que avalen las percepciones que tenemos sobre el desarrollo
moral docente.
Este problema debe ser solucionado desde la educación y enseñanza desde muy pequeños,
enseñar a respetar a todos sin importar su religión, nacionalidad o sexo.