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EMILIO O LA EDUCACIÓN (Rousseau, 1762)

Rousseau, Jean-Jacques. “Sofia o la mujer”. Emilio, o de la educación. 1762. Prólogo, traducción y notas
de Mauro Armiño Madrid: Alianza, 1990.

LIBRO QUINTO
“Ya hemos llegado al último acto de la juventud, pero no estamos aún en el desenlace.
No es bueno que el hombre esté solo. Emilio es hombre, le hemos prometido una compañera y
es necesario dársela. Esta compañera es Sofía. ¿Dónde está su albergue? ¿En qué lugar la
encontraremos? Para encontrarla, es indispensable conocerla. Debemos saber primero lo que es,
y luego acertaremos más fácilmente el sitio donde habita (…).” (248)
SOFIA O LA MUJER
“Sofía debe ser mujer como Emilio es hombre, o sea, que debe poseer todo lo que conviene a la
constitución de su sexo y su especie con el fin de ocupar el puesto adecuado en el orden físico y
moral. Por tanto, comencemos examinando las diferencias y las afinidades entre su sexo y el
nuestro.” (248)

“Estas relaciones y diferencias deben ejercer influencia en lo moral. Consecuencia palpable,


conforme a la experiencia, y que pone de manifiesto la vanidad de las disputas acerca de la
preeminencia o igualdad de los sexos, como si encaminándose cada uno al fin de la naturaleza
según su peculiar destino, no fuera en esto más perfecto que si fuera más parecido al otro. En lo
que existe de común entre ellos, son iguales, pero en lo diferente no son comparables. Se deben
parecer tan poco un hombre y una mujer perfectos en el entendimiento como en el rostro.
“En la unión de los sexos, concurre cada uno por igual al fin común, pero no de la misma forma;
de esta diversidad surge la primera diferencia notable entre las relaciones morales de uno y otro.
El uno debe ser activo y fuerte, y el otro pasivo y débil. Es indispensable que el uno quiera y pueda,
y es suficiente con que el otro oponga poca resistencia.
“Establecido este principio, se deduce que el destino especial de la mujer consiste en agradar al
hombre. Si recíprocamente el hombre debe agradarle a ella, es una necesidad menos directa; el
mérito del varón consiste en su poder, y sólo por ser fuerte agrada. Convengo en que ésta no es
la ley del amor, pero es la ley de la naturaleza, más antigua que el amor mismo.
“Si el destino de la mujer es agradar y ser subyugada, se debe hacer agradable al hombre en vez
de provocarle; en sus atractivos se funda su violencia, por ello es preciso que encuentre y, haga
uso de su fuerza. El arte más seguro de animar esta fuerza es hacerla necesaria con la resistencia.
Uniéndose entonces el amor propio con el deseo, triunfa el uno de la victoria que el otro le deja
alcanzar. De ahí el acometimiento y la defensa, la osadía de un sexo y el encogimiento del otro,
la modestia y la vergüenza con que la naturaleza armó al débil para que esclavizase al fuerte.”
(249)

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