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Nosotros, los disidentes o la sociedad futura: para un análisis y destrucción


del heteropatriarcado desde una postura queer
Mil nubes de paz cercan el cielo, amor, jamás acabarás de ser amor (Julián
Hernández Pérez, 2003)

Ficha Técnica:
-Película: Mil nubes de paz cercan el cielo, amor, jamás acabarás de ser amor
-Director: Julián Hernández Pérez.
-Año: 2003
-Duración: En minutos. Por ejemplo: 83 min.
-Productores: Diego Arizmendi, Roberto Fiesco Trejo, Aurora Ojeda y Julián
Hernández.
-Casa productora: CONACULTA, IMCine, Cooperativa cinematográfica Morelos.
-Guión: Julián Hernández
-Fotografía: Diego Arizmendi.
-Música: Aurora Ojeda
-Reparto principal: Gerardo (Juan Carlos Ortuño); protagonista, Bruno (Juan
Carlos Torres).
-Género cinematográfico: Romance en Blanco y Negro.

-Sinopsis: Gerardo es un joven no-heterosexual que dedica sus días a trabajar en


un billar, así como tener encuentros sexuales, afectivos y efímeros con distintos
“hombres”. Se enamora de una de sus citas, lo que causa que su vida de un giro
alrededor de la frustración que produce el distanciamiento con esa persona. Tal
situación provoca en Gerardo recorrer en soledad esos lugares en los que había
amado, derrumbados lentamente en una especie de soliloquio silencioso.
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Dispositivo heteropatriarcal: monogamia interiorizada


Reconocer que dentro del heteropatriarcado el sujeto se inserta en algunas
prácticas sexuales bien delimitadas, es también la posibilidad de desarticular
ciertos modos de ser y alcanzar nuevas prácticas de acercamiento, mantenimiento
y de alejamiento entre personas. Desde una visión no-heteropatriarcal, no queda
de otra que poner en juego los dispositivos subjetivos que retienen al sujeto en
cuestión. Tal tarea implica, ante todo, tener una consciencia de lo aprendido desde
un sistema patriarcal y heterosexual para analizarlo y desarticular aquello que,
según nos vaya pareciendo, puede imposibilitar la libertad de cada persona.
El dispositivo primordial es la monogamia como aquello que imposibilita al
sujeto a amar más allá de un solo individuo y que lo obliga a mantenerse siempre
a disposición del sujeto amado cueste lo que cueste. Esto quiere decir que dentro
de la sociedad heteropatriarcal, se busca que nuestro deseo sólo se dispare hacia
una única dirección que, al mismo tiempo, pasa a ser “objeto del deseo” y no, más
bien, “oportunidad de gozo común”. Uno de los problemas de esto es que los
afectos de la monogamia suelen darse como una especie de comercio: un sujeto
entrega, el otro recibe y vuelve a entregar. Esta práctica responde, de cierto modo,
a una estructura de poder donde siempre hay un sujeto que da más y otro que
recibe más o que es atendido de mayor manera. Las atenciones, como las
donaciones y las entregas, se van diversificando dependiendo de los roles o
papeles que las parejas escojan. Mayormente, y esta es la tragedia de la
monogamia, el que se coloca como “pasivo”, es decir, el que recibe el control del
otro, es al mismo tiempo el que tiene que dar “atención” plena al otro,
permitiéndole abusos y hasta humillaciones, como en el caso de las mujeres.
Decimos que es un dispositivo porque no regula sólo una relación, sino
también la mente del sujeto en un sentido amplio. Creemos que las relaciones
deben darse siempre en pares: un mejor amigo, una pareja, un guía, un mejor
compañero, etc. Los grupos, la poligamia afectiva, los sentimientos profundos y las
atenciones reguladas hacia varios ejes al mismo tiempo y con la misma intensidad
o con diferencias dependiendo la circunstancia, se ven doblegadas por una
relación de poder donde se termina encadenando un sujeto a otro, hasta el punto
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de que la ruptura implica mayor sufrimiento por la dependencia adquirida. Este


sufrimiento se da con mayor profundidad en el que asume el rol pasivo por haber
adquirido un sentimiento de inferioridad y de “gracia” al ser amado por su pareja
activa y fuerte. Así vemos que en un rompimiento amoroso, por ejemplo, siempre
es un lado el que sufre mientras el otro se libera y vive feliz. Sólo a uno le es
permitido liberarse, vivir su vida, mientras el otro debe pasar un periodo de duelo
para demostrar así su pasividad e infinita entrega, demostrar que fue siempre el
inferior salvado y que lo dio todo sin buscar nada a cambio. La monogamia se
estructura bajo las normas del martirio y regulan así, desde la relación amorosa,
las demás relaciones sociales. Se entreteje con la idea de monogamia las
percepciones de nuestros modos de amar y de conocer a los otros, regulándonos
siempre por pares que entran en una dinámica de roles de poder.
Scherér (1988) señalaba que: “en el caso de la posesión sexual, se trata de
la posesión de una cosa que es al mismo tiempo una persona, del uso de una
persona como cosa” (p. 155). Decimos que el sujeto pasivo es más cosa que el
activo. En las relaciones hay uno que ejerce el poder mientras otro se mantiene en
sumisión: el pasivo acepta, por sus deseos y afectos, someterse al otro que lo
cosifica al punto de hacerlo perder, muchísimas veces y de las maneras más
sutiles, su dignidad de persona. Esta aceptación no es del todo racional, sino más
bien pasional de modo negativo. Negativo porque aunque el pasivo acepta su rol,
lo acepta al mismo tiempo que permite al otro abusar del poder; poder que, de
hecho, ambos deberían tener. Se vuelve así unilateral los abusos.
Para ejemplificar esto, en Mil nubes de paz cercan el cielo… (Hernandez J.,
2003), la pareja del protagonista le dice, a través de una carta, lo siguiente: "soy
repugnante, soy absolutamente egoísta. Lo asumo y no sirve de nada. No puedo
pedir que me comprendas, no tengo derecho”. Es fácil reconocer porque no se
tiene el derecho, porque aquello que en el fondo se solicita, es decir, que le
espere, que le ame aunque sea terrible y egoísta, apela más bien a las pasiones.
No puede comprenderlo, pero puede compadecerlo. Es una apelación a una
misericordia que al mismo tiempo hace sufrir al pasivo. Si se niega, entonces será
mal visto, pues como ya se mencionó, se ha aceptado el rol de ser el mártir, el que
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sufre por el otro, el que se condena a sí mismo para amar al que le desprecia y
que al mismo tiempo, le solicita amor a pesar de que no será reciproco.
La posesión de una cosa-persona se vuelve más bien de un sujeto al que
se le dona el poder. Ese sujeto lo llamaremos, de modo práctico y más allá de sus
inclinaciones sexuales, el macho alfa. El macho alfa, ese sujeto que replica el
dispositivo monogámico, es aquel que está dentro de la heterosexualidad como
orden social. Es él el que mueve los afectos, moviliza a los pasivos, cosifica a los
otros. Es el ser que se le da la fuerza de humillar sin ser humillado, siempre
amado, justificado y perdonado. Es el gran falo, el violador, el penetrador, y con
todo ello, se nos enseña que se le debe perdonar, no porque se arrepienta y
cambie, sino sencillamente porque es el macho fuerte, el macho elegido por las
pasiones sexuales, nuestro guía amoroso. Y así el discurso aparece: “ámalo,
aunque sea a veces un poco seco, aunque te violente, aunque no te corresponda;
te mienta, te humille, te rebaje a cosa… debes amarlo”.
Hijo del patriarcado va por la vida vulnerando a los otros que, ya
subjetivados en los roles, aceptan su pasividad. Y lo vemos crecer desde su
infancia: el chico que no se avergüenza de su verga, que es capaz de sentirse el
elegido si es más grande que la de su compañero. El chico que intimida a las
niñas con comentarios sexuales, que se da el lujo de molestar a los otros, hasta a
su pareja sexual, para mostrar su fuerza. El chico que tiene la libertad de salir, que
en sí mismo puede cuidarse solo, porque es un semidios que ha salido de ese
sistema violento. Es él, el macho alfa, el que se construye como un tótem que
debe ser alabado y resguardado por los otros, los pasivos y sus iguales machos
que, al verlo, se encuentran reflejado y buscan mantener un espacio de amistad1.
Todo gira entorno a la monogamia porque la monogamia representa el
juego de roles entre activo-pasivo. Esta práctica se ha ido reflejando, de igual
modo, en todos aquellos seres que se autoproclaman homosexuales, bisexuales,
no-heterosexuales. El fracaso de la comunidad LGBT+ ha sido disfrazar los
dispositivos mentales del heteropatriarcado en prácticas que parecen “diferentes”

1¿No era Nietzsche el que decía que amistad se dan entre los más fuertes para no luchar por el
poder y destruirse? otro intento de macho alfa, como toda la filosofía occidental ha ido
construyendo
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simplemente porque ya no se dan entre heterosexuales. Pero esto es un falso


movimiento, o mejor dicho: a través de estos disfraces performativos es como el
heteropatriarcado se ha colado en los disidentes.
De este modo, lo que en un inicio empezó como una anormalidad que
provocaba degeneraciones de conductas “normativas”, pasó a ser una
degeneración que actúa bajo los principios heteropatriarcales pero con la máscara
del “anormal” que realmente sigue siendo uno más en sus prácticas. Cuando
Foucault (2005) nos indicaba que “en Occidente, la sexualidad no es lo que
callamos, no es lo que estamos obligados a callar, es lo que estamos obligados a
confesar” (p.159), nos señala que dentro de ciertas sexualidades, se debe tener
cuidado y por ello es necesario la confesión. Con la confesión, se activan los
dispositivos de corrección de las prácticas sexuales y se obligan a replicarlas; es
así como el no-heterosexual ha terminado realizando las mismas prácticas
heterosexuales desde su anormalidad.
Pero entonces, cabrá preguntar: ¿qué se debe corregir, la sexualidad en sí
o la conducta de tal sexualidad? La respuesta inicial fue la sexualidad, así nos
encontramos con las terapias que se proponían a modificar el objeto abstracto del
deseo. Sin embargo, con los años y con los estudios que señalan que
desarrollamos con el proceso de crecimiento inclinaciones más fuertes que rigen
nuestro sujeto a desear, se ha señalado que lo que hay que corregir es “la
expresión de la sexualidad” y todas sus prácticas. Nos encontramos, por
consiguiente, en un plano político-moral. No es ya “corregir” el deseo, sino los
modos de expresión de ese deseo. Para ello se han construido ciertas prácticas
que replican esencialmente el dispositivo monogámico. Prueba de esto es tener
que aceptar, por ejemplo en las relaciones ano-(bio o tecno)pene quién será el
pasivo y quién el activo. Los homosexuales varones suelen, por lo menos en
México, mantener ese binarismo y regular sus conductas bajo el mismo. Y en
parte esto replica el rol del heterosexual que, sobre todo, ve en el pasivo a la
mujer-sumisa y en el activo al hombre-poderoso. Así, de una practica sexual, se
repliega al mismo tiempo los roles de género que cada uno asume dentro de las
relaciones de pareja.
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¿Te aceptas pasivo? entonces puedes ser más “femenino” es más: debes
ser lo más femenino posible, debes ser lo más “mujer”, esclava, cosa, para tu
macho, tu alfa, tu penetrador. Y así se adquieren los roles: el que recibe el falo
imita las actitudes del género femenino y es una especie de mujer sin matriz,
infértil; el que hace de rol activo imita al macho alfa, poderoso, independiente,
fuerte. Esto se aplica a toda relación social donde se use tal práctica monogámica.
En la amistad es normal, por ejemplo, que sea alguien el “líder” el “guía” o, dicho
de otro modo: el que elige sin más por el otro. Los roles se van cristalizando a tal
punto que se replica, de múltiples maneras y no sólo en el coito, la relación de
poder unilateral. Y aunque se dirá: ¡algunos homosexuales entre sí deciden
democráticamente!, ¿no será más bien que en un momento el activo, sin más,
decide ceder la voz, es decir, “permitir” que el otro actúe para no demostrar,
finalmente, su poderío, a través de elecciones poco trascendentales? Las trampas
del heteropatriarcado son sutiles y los modos de cosificación a veces bajan la
guardia para ocultarse, fingiendo relaciones democráticas cuando más bien, en el
fondo, sólo uno tiene la última palabra.
Es el hombre/activo, desde esta visión, el que le da la voz a la mujer/pasivo,
el que le cede espacio. “Te permito hablar, aunque no te des cuenta, cuando yo
quiero que hables” sería una expresión exacta para dar a conocer eso. De resto,
sólo existimos si el activo así lo permite, existimos no para nosotros mismos y
junto a los otros, sino que existimos por alguien y para alguien. Pareciera que en
el amor siempre debe haber alguien que, sin más, confiese su rol de pasivo y
acepte así la penitencia y la tortura de ser tomado como una cosa, una cosa de un
macho alfa agresivo y bien construido. Finalmente, como bien señalaba
Hocquenghem (2009): “el mundo se divide en objetos y en sujetos, en mujeres y
hombres. Los hombres desean a las mujeres, el deseo de las mujeres no tiene
importancia” (p. 99). El rol del pasivo lo es sólo cuando se acepta subordinado del
activo, cuando el activo lo desea y lo toma. En esta visión el rol del pasivo
sencillamente es el “darse a desear” y ser, por ende objeto del deseo de alguien
más. Se configura el pasivo como el desdichado que sólo junto a su macho,
encuentra paz y alegría. Muestra de esto son las palabras de Gerardo (Juan
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Ortuño) a Bruno (Juan Torres): "pensar en ti me hace sanar de todo mal, de toda
desconfianza en el futuro” y "Me duele pensar en estar solo ...me duele no estar
cerca de ti". De ese modo, la mujer y el pasivo de las relaciones monógamas y por
ende heteropatriarcales, quedan subordinadas al deseo del macho, a su visión y
su voz, a su horizonte de comprensión. Se reduce el papel a buscar los medios
para llamar su atención, para ser el objeto del deseo, para seducirlo a mirarle,
para que así encuentre voz. El macho es un sí por sí mismo, el pasivo/mujer sólo
alcanza su ser en cuanto ser-para-el-otro y no para sí o con el otro.
Quedaría aclarar, por otro lado, que también el macho alfa, el que hemos
llamado penetrador, no siempre debe ser aquel que penetra con su verga el
culo/vagina del otro, también puede ser aquel que entregando el culo sumerge en
su poderío la verga del otro. También el macho alfa puede ser, sexualmente
hablando, pasivo, pero su papel sigue siendo activo, de dominador, de ordenador
del mundo del otro; sin embargo, generalmente es también el activo sexual. Él no
gira entorno al otro, sino el otro en torno suyo. No olvidemos que es el “egoísta”
que se debe amar. Así se escucha la sentencia mayor de ese macho: "Te daño.
Te amo" (Bruno; Juan Torres). ¡Me ama, aunque me daña, pero me ama, debo
amarlo cueste lo que cueste!

Queerismo radical: vacuna antibinarismo


Crecer con esta visión monogama es normal. Se suele enseñar
especialmente a los hombres a ser el macho alfa. A la mujer, en cambio, ser
sumisa. Se replica, como ya dijimos, en la homosexualidad en un juego de roles
sexuales, pero también puede darse a través de las vulnerabilidades: como ser
sentimental, ser más romántico, apegado; en fin, todas esos modos de expresión
que llamamos “femeninos” y que no hacen más que entorpecer y sitiar a los
sujetos en ciertos patrones de conducta y modos de relaciones sentimentales.
Esos roles es lo que solemos llamar en la teoría feminista y queer "género".
Romper con tales prácticas y alcanzar diversos modos de relacionarse es
uno de los fines que el hacer queer tiene. Un queerismo radical no puede hacer
más que destruir los roles de géneros y posicionar a los sujetos más allá de la
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cristalización de las conductas, es decir, en su posibilidad de siempre ser otra


cosa junto a los otros: devenir-diferente. De ese modo, una crítica queer debe abrir
el cuerpo de la monogamia y sacar de él a los sujetos atrapados en la trampa del
heteropatriarcado. La teoría queer se presenta, entonces, como una crítica al
dispositivo de la monogamia que permite alcanzar un nuevo horizonte de prácticas
emancipadoras y de afectos cruzados para construir el “nosotros” y no
simplemente el “tú-yo”. Pero el “nosotros” no implica una anulación de las
subjetividades ahí expuestas, sino un diálogo, una constante relación de
intercambio y posicionamientos, de juegos bien delimitados y aceptados por los
participantes, nunca impuestos desde la cosificación del otro y la anulación de su
libertad. Se desprende de ello que los participantes siempre pueden abandonar
ciertas condiciones si en el momento se siente indispuesto a ello, haciendo una
comunicación empática entre los sujetos. Implica no abusar del otro y mantenerlo,
ante todo, como persona y poco o nada como una simple cosa a tomar.
Con ello el falo se ve devorado y destruido para dejar un gran hoyo que, en
vez de ser carencia como podría decirlo Freud, es la apertura que todo ser
humano tiene hacia los otros y con los otros. Apertura que le permite ser
penetrado pero también hundir al otro en su propio ser para digerirlo y
transformarlo. Las dos figuras centrales de la teoría queer, siguiendo a Preciado
(2009), sería la boca y el ano en tanto que aberturas que construyen, abisman,
seducen y tocan al otro al mismo tiempo que permiten una unidad de relaciones: la
penetración-verbal y la penetración-anal reciprocas. ¿Qué modos de convivencia
se pueden alcanzar cuando se reemplaza el falo y a la mirada panóptica del
heteropatriarcado que vigila constantemente a los pasivos y que se construye en
la pareja monógama? ¿Qué futuro se visualiza desde el ano y la boca que son
siempre puntos en común entre las personas, zonas tocables y sensibles,
necesitadas de buen tacto?

Una alternativa: el poliamor como línea de fuga


La propuesta queer ha girado siempre en la cuestión del poliamor, pero, así como
se describió la monogamia a través de un binarismo, también es necesario señalar
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en qué sentido el poliamor puede ser una alternativa, y no por ello la única posible,
para abandonar la monogamia donde giran las personas como
macho/penetrador/lider-martir/víctima/mujer o activo-pasivo.
La cuestión del poliamor no es algo nuevo, sin embargo, se ha entendido
desde una visión heteronormada. Es decir: se piensa que el poliamor es tener
múltiples vínculos sexo y/o afectivos con múltiples personas sin hacer lazos
profundos con ellas y siempre desde el egoísmo donde se termina cayendo en
relaciones de poder; o sea, un Yo con múltiples Otros regidos por ese Yo
poderoso. Sin embargo, se omite que hay un malentendido de términos: el
poliamor no es poligamia. El poliamor gira en torno a tales vínculos siempre y
cuando haya acuerdo y relaciones equitativas entre todos los participantes donde
se acepta el movimiento de las normas democratizadas con cada vínculo. Dicho
de otro modo: el poliamor son relaciones entre sujetos libres que devienen en
constante diálogo y crítica en torno a su vínculo, permitiendo entradas y salidas
entre sí como de otros sin por ello minimizar o destruir a las otras personas
alcanzando la cosificación. Es penetrar y ser penetrado: abrir el ano y la boca para
besar, tocar y estar con el otro. El poliamor se presenta, de ese modo, como una
relación de habla constante, de voz escuchada, de penetración penetrada y no de
normas impuestas e interiorizadas a través de los dispositivos de poder
heteronormado, como es la monogamia.
La poligamia sigue replicando estas relaciones binarias donde las parejas
de un sujeto se repliegan a ser “objetos” para él y suelen tener prohibición de
hacer otros vínculos con personas ajenas a él. Es, si se quiere recurrir a una
metáfora, el soberano en su reino. El poliamor se presenta como una alternativa
donde el flujo de los afectos, semen, saliva, palabras y demás intercambios, se da
siempre de modo democrático donde la crítica y las relaciones afectivas (más que
sexuales) permiten construir vínculos no posesivos ni impositivos, sino libres y
diversos, construyendo espacios en movimiento que interfieren con la
normalización y con la construcción de conductas y géneros corrosivos. La libertad
afectivas que lleva consigo también la apertura al otro y la unión entre sujetos más
allá de normatividades binarias y de expresiones pasionales regidas para la pareja
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monogamica heterosexual, como son el coito para procrear, la subordinación y el


silencio del pasivo, la violación del macho alfa a su pareja y la soberanía total de
este sobre el otro. El poliamor, de ese modo, es una línea de fuga que permite ir
más allá de los binarismos y aceptar nuestra condición de seres sociales
deseantes de construir múltiples lazos afectivos sin sentir, por ello, que se
traiciona al otro o que puedo hacer del otro una cosa. El poliamor coloca a las
personas en un constante diálogo donde no pueden ser jamás reducidos a cosas,
pues todo lo que el otro haga y diga, afecta también mi relación con él y con los
demás, volviéndose un cultivo de prácticas democráticas y colectivas donde cada
uno debe hacerse cargo de sí mismo como de los otros para crear un espacio de
reciprocidad mutua y de intercambio sincero.
Es por ello que es fácil encontrar en los argumentos cotidianos un repudio a
aquellas personas que no se insertan dentro de la misma, no porque el poliamor
se posiciona ahora como la norma, sino porque el acto mismo de romper el
dispositivo de control, abre un panorama que pone en jaque las subjetividades y
hace tambalear los binarismos donde, especialmente, el hombre se siente rey de
sus parejas sexuales. En el poliamor, dicho de otro modo, ninguno puede ser más
que otros, sino que todos tienen el mismo valor de persona.

La norma, la familia y el sujeto desviado: emancipación queer


Al ver la película LGBT+ uno se queda con más preguntas que respuestas. Una
de ellas es: ¿cuándo una persona no-heterosexual descubre ciertos afectos
contrarios a los “normales”? ¿Qué implicaciones tiene ser diferente a la sexualidad
aceptada por la sociedad? De ese modo, Mil nubes de paz…, presenta un caso
que puede ser estudiado para reconocer y profundizar en los mecanismos de
subjetivación dentro de una sociedad heteropatriarcal.
Gerardo (Juan Ortuño) es un joven que ha abandonado el seno familiar y
que se encuentra inserto en una especie de esperanza de retorno a ella. Sin
embargo, tal esperanza no se da en silencio: a vida de Gerardo se vuelve
silenciada, ocultada ante la mirada maternal que reconoce, de algún modo, “los
malos” caminos que su hijo ha elegido. Surge la pregunta: ¿por qué Gerardo se
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encuentra en una situación fuera del hogar? ¿qué implicaciones tiene vivir fuera
de la vigilancia y corrección familiar? En primera instancia se puede discurrir en
que él no podría llevar un estilo de vida como el que se representa sino fuese
porque vive fuera del “seno familiar”, esto debido a que el contexto donde se
desarrolla la película, es decir inicios del siglo XXI, marcarían, por lo menos en
México, una situación de discriminación y de exclusión constante a los diferentes.
De ese modo Gerardo no podría tener los encuentros sexuales y afectivos con
otros hombres sin sentir un ente que constantemente le observa: las figuras
paternales o de autoridad impuestas. De cierto modo la familia como parte del
entramado social y cultural, donde se realiza la pareja monógama, opera
construyendo las subjetividades. La familia ve por sus miembros y sus
comportamientos dentro y fuera del hogar, regulando todas sus conductas en la
norma heterosexual. Por lo tanto, Gerardo al estar fuera de este espacio logra
cierta soberanía social e independencia sobre sus prácticas sexuales y eróticas.
Lo anterior nos lleva a la siguiente cuestión: ¿podría Gerardo tener este tipo
de actividades si su morar se diera junto a quienes desde su nacimiento vieron por
él? Evidentemente no, y también se puede decir que esto se da en cualquier
persona no-heterosexual. Dentro de la familia heteropatriarcal la sexualidad
diferente se ve condenada al fracaso o escapar del hogar: “si verdaderamente hay
que hacer lugar a las sexualidades ilegítimas, que se vayan con su escándalo a
otra parte” (Foucault, 2005, p. 10). La emancipación familiar lleva a la libertad de
algunas decisiones. Sin embargo, antes de cualquier escape, se aprende cierta
moral social desde la familia o los cuidadores. A través de las figuras de
“autoridad” adquirimos los dispositivos que regulan la conducta heteropatriarcal. El
aprendizaje de tales conductas tiene que ver por el cuidado y soporte del sistema
y poder patriarcal, pese a que implique la limitación de la expresión personales.
Hoy en día hay determinados cambios respecto a la heteronormatividad
arrastrada desde el pasado, sin embargo, será en la modernidad, con la
sistematización y regularización de la pedagogía, donde la sexualidad y las
heteronormas cobrarán mayor peso y refinamiento (Scherér, 2005). Y aunque se
puede aceptar que han habido reformas en tales cuestiones, como el respeto a la
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diversidad y la persecución de la discriminación, estas siguen siendo alcanzadas y


creadas para algunos grupos sociales privilegiados. No es lo mismo ser no-
heterosexual en una zona urbana o periférica que en una céntrica; incluso dentro
de las mismas ciudades los matices se dan de forma diversa dependiendo de los
espacios donde se reside. Más cercano se vive en el centro de las ciudades, al ser
espacios de turismo, capitalismo y constante apariencia hacia el exterior, se trata
de construir espacios que aparentan emancipación y libertad de expresión,
aunque sea una simple máscara. De este modo, la geografía y los grupos sociales
tendrán distintos grados de respeto, tolerancia y empatía, pero el golpeteo sigue
presente. Las personas no-heterosexuales siguen siendo perseguidas y vigiladas
por el panóptico heterosexual. Prueba de ello es el escándalo que puede producir
una muestra de afecto entre lesbianas o maricas en espacios concurridos por la
niñez y la familia. La no-heterosexualidad no tiene derecho a expresarse en
espacios familiares por el miedo que produce que la sociedad futura (la niñez),
imite sus modos de ser. Cabría recordar el lema tan concurrido de cierto
movimiento actual: ¡con mis hijos no!
Asimismo, el cuerpo con bio-pene que emana sonidos agudos y tenues al
hablar se le corrige; si llena con esmalte sus uñas se le indica que es una acción
que no va en relación con su sexo; que tener el cuerpo robusto habiendo nacido
con bio-vagina está mal visto; ser pensadora, científica o alguien que hace
actividades de creación y pensamiento, se ve más como una mujer egoísta y
solterona que como una persona independiente y feliz. La mujer amargada,
marimacha, solterona el hombre mariposón, pasivo, loca. En ambos casos, se le
advierte del supuesto error y se le acompaña, en ocasiones se le agrede, hasta
que logre enmendar su andar. ¿Pero qué significa este enmendar? significa
continuar con el camino pedagógico del heteropatriarcado, replicar las mismas
normas. Como se dijo anteriormente, actualmente se acepta la homosexualidad, la
bisexualidad y quizás algunos grados de transexualidad, siempre y cuando se
comporten como heteros, por ejemplo: casarte, no ser poliamoroso, buscar una
pareja, cuidar al otro, someterte a un macho alfa, etc. Todo esto se aprende en la
familia que mantiene el sistema heterosexual, es uno de sus pilares más fuertes.
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La familia convencional protege a los suyos y a su vez al régimen heteropatriarcal.


Así como procura la conducta correcta de sus integrantes y a su vez oprime,
agrede y en algunos casos expulsa al cuerpo disidente. Los anormales son la
periferia, los que no existen, los silenciados, esos malditos degenerados. Al joto y
a la machorra se le reprime hasta el cansancio, al trans se le prohíbe expresarse
libremente; a todos los no-heterosexuales se le rige con ciertas normas que los
obligan a vivir en espacios “privados” y aparecer en el “público” de un modo
“normal”.
Ciertamente hay casos afortunados en que algunas familias no contemplan
todos los parámetros de la sociedad heteronormativa; aceptan y toleran a las y los
desviados. Sin embargo, por muy flexible que sea la aprobación, esta puede tener
incisiones. Se acepta, pero a la vez se es extraño a estos cuerpos, se incomoda, y
a veces no se comprende. Es normal señalen que se puede ser así “siempre y
cuando no tengan que convivir con ello”. De ese modo se le exige al anormal vivir
una doble vida: en casa sé de este modo y afuera haz lo que quieras. Y en el
afuera, se le obliga, por otro lado, a comportarse como un buen ciudadano…
Mientras se siga considerando como extraño, como molesto, al cuerpo de la
y el desviado, la tiranía del heteropatriarcado seguirá presente. Más que pensar y
esperar un campo de aceptación es necesario la abolición de la norma. Olvidar la
genitalidad y sus implicaciones políticas, sociales y jurídicas, y todo lo que tenga
que ver con performatividades de género. Olvidar el género. Olvidar aquello que
define con certeza lo que una persona debería ser: es decir, olvidarnos del
esencialismo biológico, de las ataduras de un cuerpo “natural”. Porque al definir un
cuerpo desde este pensamiento, se le limita su potencialidad de ser más que lo
dado. Si hay algo más contingente que el pensamiento del ser humano es su
mismo actuar, y este se da en la facticidad en su cuerpo con el que se relaciona y
se expresa. El modo de ser particular y la carne definen al individuo, pero él hace
de su ser su propia expresión: alcanza su personalidad junto a los otros. No puede
haber un llamado general que marque la particularidad de cada uno, la norma
como Ley pasa a ser anulada. Si la incertidumbre por la precisión angustia al
individuo heterosexual, que sea este sentir lo que cause el derrumbe de su imperio
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y que el caos de la locura de las personas dicidentes de ahora, construyan la


serenidad de las personas distintas del mañana. Ese mañana que, desde el ahora
parece una simple utopía, pero que cada día sobresale con su furia y su
ambigüedad. Un mañana queer donde el heteropatriarcado pierda terreno. Para
ello, como refiere P. B. Preciado es indispensable pensar que
[...] el sexo y la sexualidad no son propiedades esenciales del sujeto, sino más bien
el producto de diversas tecnologías sociales y discursivas, de prácticas políticas de
gestión de la verdad y de la vida. Son el producto de vuestro coraje. No hay ni
sexos ni sexualidades, sino usos del cuerpo reconocidos como naturales o
sancionados como desviantes. (2019, p. 134)
Pensar el sexo, la sexualidad y el género es continuar con la restricción de
los cuerpos y la expresión de los sujetos si no se hace una destrucción de la
heteronorma y su tiranía. Sin embargo, el lector, en este punto, puede
preguntarse: ¿cómo es que se es queer? En la apariencia física no hay una forma
única en la que se puede considerar lo queer, no hay manera de decir esto sí y
esto no. Lo queer no determina una forma de vestir ni de hablar, mucho menos de
generalizar una conducta. No se trata de performativas de los mismos roles:
masculino / femenino, sino de su total abolición. Lo que el queerismo sí busca es
erradicar la estructura de opresión y sometimiento que impone el
heteropatriarcado. De ahí que no se pueda ser manso y pensar que con “nuevas
masculinidades” el desviado se aparte de la embestida que de manera constante
enfrenta. Se es queer por convicción, por crítica y cuidado de sí como de los otros.
Se busca la supresión del andamiaje social y moral que se le coloca a la persona
de acuerdo con sus genitales y sus roles de género, cristalizando su ser.
Resulta perturbador que por las características físicas y sexuales de un
sujeto se tenga que regir un comportamiento. No hay nada más inquietante que
ello. El pene, la vulva y los objetos-sujetos del deseo, indican como ser, como
hablar, que usar, y que expresar dentro de la sociedad heteropatriarcal. Un
pensamiento queer se desatiende de ello, es por esto que parece grotesco,
incómodo, aberrante y hasta criminal. Se sigue que regularmente las personas
desviadas son repugnantes, poco amigables, despreciables y sobre todo,
vigilables: los leprosos de la sociedad actual que hay que evitar para no contagiar
a los otros, los normales. Dicho de otro modo: se cree que el queerismo es el
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cáncer de la sociedad actual, su destrucción. Nada más equivocado que esto. El


queerismo, por el contrario, representa uno de los posibles desencadenamientos
de las normas opresivas de la sociedad actual para construir nuevos sujetos.
Así pues, no queda otra que señalar que nadie por sí mismo decide cuál es
el objeto-sujeto deseable, es decir: ningún adolescente “homosexual” decide serlo
por gusto, sino porque despierta en él cierto deseo que lo lleva a ciertos sujetos
específicos. Nadie desearía tener que vivir el sufrimiento y la persecución del
panóptico heterosexual. Mas bien, la suerte sería nacer heterosexual para no sufrir
el peso de la anormalidad.
Sin embargo, relacionarse con un objeto del deseo en las cuestiones
humanas es también aceptar que el otro, antes que objeto, es un sujeto libre y que
debe aceptarme, consentir la relación, relacionarse conmigo libremente y no
encadenarlo a mí como una simple cosa, como un simple objeto a mi disposición.
Toda relación sexual con otro sujeto se mantiene en la libertad de los individuos,
pero esto implica permitir que dentro de la sociedad queer no hayan dispositivos
que regulen las conductas a ciertas normas, como la monogamia, la familia, la
reproducción, la relación macho alfa-pasivo, sino nuevas prácticas que permitan el
libre desarrollo de las personas dentro de una sociedad más allá de sus genitales
y modos de expresión, más allá, pues, de la regularización cristalizante y
sofocante del sexo, el género y la sexualidad como sistema.
De ese modo, emancipar también a la sociedad implica borrar de la infancia
esa bala en el pecho que todo infante y adolescente lleva al reconocerse
“anormal” (Preciado, pp. 100-2, 2019). Así, darse cuenta de su filiación no-
heterosexual, que desee aparecer como el otro sexo a través de las hormonas, no
se logre en una vida dolorosa y angustiada donde el miedo, la tristeza y hasta la
represión se normalice. El queerismo permite la libertad del sentir, del expresar y
del ser más allá de los cánones heteropatriarcales, más allá de toda cadena que
impida las relaciones entre sujetos libres y con la posibilidad de elegir quién ser,
con quiénes ser y desarrollarse así entre la comunidad y su propia persona.
Emancipar a la sociedad del heteropatriarcado, destruir de raíz su Estado y
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alcanzar otro modo de ser, donde Gerardo y todos los maricones puedan ser libres
y no sentir la tristeza de no poder amar a quién le ama, sea posible.

Cine y sexualidad: el heteropatriarcado representado


Hay cierto estigma respecto a las personas desviadas: se cree que son
seres que se apasionan sólo por placeres sexuales; que sólo se piensa en la
masturbación y en la penetración. Esto lleva a caer en los mitos que la estructura
heteropatriarcal ha cimentado en el pensamiento de los “normales”. Nada más
equivocado que ello. La hipersexualidad de un sujeto no se da en relación con su
orientación sexual. No es que por ser no-heterosexual se adquieran cierta
potencialización del deseo. Sin embargo, en Mil nubes de Paz cercan el cielo... la
representación de Gerardo (Juan Ortuño) se inclina hacia una persona con un
amplio deseo libidinal; como si para él la consumación del acto sexual fuese una
prioridad y algo que debe darse frecuentemente. ¿Qué significa que en el cine se
presenten personajes de este tipo?
Así como piensa Preciado, en el cine se cree que se ha llegado a una
“verdad del sexo” (2019) cuando en realidad lo que se muestran son ficciones de
ello, por consiguiente “la cuestión decisiva [...] no es si una imagen es una
representación verdadera o falsa de una determinada sexualidad (lesbiana u otra),
sino quién tiene acceso a la sala de montaje colectiva en la que se producen las
ficciones de la sexualidad” (Preciado, pp. 97-8, 2019). Es decir, lo que se ve en el
cine es la idea de las conductas sexuales de quienes conciben la narrativa de la
historia. En su mayoría siguen cierto imaginario mitificado de lo que
supuestamente son los actos sexuales y afectivos. El sexo en los filmes sigue las
reglas del regimen heteropatriarcal, la sumisión y sometimiento de la mujer, y los
estereotipos y degeneración de las personas desviadas. Siguiendo con la idea, en
los medios de producción audiovisual, como el cine, es donde se muestra cierta
validación de las conductas no únicamente sexuales, sino también del modo de
comportamiento ideal de las personas. En la pantalla se refleja la manera en que
se supone que el ser humano se debe comportar. En las cintas se muestra cómo y
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hasta que limites el sexo se da. Por ello es que Preciado (2019) hace referencia
de un supuesta “verdad del sexo” cuando dice que
el cine no representa una sexualidad que le preexiste, sino que es (junto con el
discurso médico, jurídico, literario, etc.) uno de los dispositivos que construyen el
marco epistemológico y que trazan los límites dentro de los cuales la sexualidad
aparece como visible (p. 97).
Efectivamente, como ya se ha mencionado la familia es parte de la
estructura social y cultural que ve por la pedagogía de los individuos, y por otro
lado, las discursos culturales refuerzan el modo en que las y los miembros de la
sociedad deben actuar, reafirmando por todos los medios posibles lo correcto y lo
incorrecto. En los libros, la televisión, el internet, así como en los memes, por
mencionar algunos, es que se reafirma el camino de la heteronormatividad. Las
telenovelas, plagadas de estereotipos, indican que los maricones se desarrollan
en ámbitos relacionados a la belleza y el cuidado del otro (ayudar a la familia,
atender a su pareja, estar disponible para los demás, ser buen consejero de las
amigas, etc.), que deben ser amanerados, que se visten de manera
“extravagante”; las series de Netflix hipersexualizan la vida del homosexual
(lesbiana o maricón) y lo presentan como un ser entregado a sus pasiones y que
al mismo tiempo se obsesiona con sus parejas sexuales. En la casa se les dice
que el joto es aquel que trabaja en un “salón de belleza” y se confirma al ver el
televisor, que suele estar destinado al fracaso o a una vida trágica; que las
lesbianas nunca encontrarán quién las quiera y que sus relaciones afectivas jamás
lograrán duran más de un par de tiempo. Que el único destino de las personas
trans es la prostitución y la vida callejera. Se construye así un imaginario de lo
negativo, como si el no-heterosexual fuera una monstruosidad despreciable.
Volviendo de nuevo con Preciado en relación con la breve crítica que
realiza a los directores de cine Lars Von Trier y Abdellatif Kechiche de la forma en
que presentan el sexo, “de lo que se trata, [...] es de inventar otras ficciones
visuales que modifiquen nuestro imaginario colectivo” (2019, p. 99). Abandonar la
necesidad por mostrar una forma explícita del sexo de las personas tanto no-
heterosexuales como de las heterosexuales con intenciones a erradicar practicas
hetropatriarcales, lo cual no quiere decir “ocultar” o “negar” las relaciones
sexuales, sino presentar nuevas formas de la vida sexual. Expresar en la imagen
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que el placer sexual va más allá de la penetración, que el orgasmo es posible con
el frotar de la mano sobre el cuerpo, del rozar la lengua sobre el cuello. Inclusive
que la excitación no sólo se da por un deseo del pene, como piensa el macho alfa
donde todo gira entorno a su miembro, sino que puede llevarse hacia otros
objetos. Que las prácticas sexuales son diversas y que no hay una verdad del
sexo, sino más bien prácticas, encuentros, movimientos y estimulaciones:
construir un discurso donde la imaginación y la libertad entre los participantes sea
posible.
Para concluir, habría que preguntar, finalmente: ¿es acaso posible una
sociedad donde todos seamos libres de expresarnos, amarnos y apoyarnos
recíprocamente? El queerismo presenta una respuesta, pero el trabajo en conjunto
empieza, por tanto, en crear entre todos nuevas representaciones de los sujetos
que somos y que también deseamos ser. Rehacer nuestro lenguaje, crear nuevos
discursos, modificar nuestra lengua, hacer un arte donde sea posible la diversidad
y no al cristalización patriarcal… camino duro y lento, ese que nosotros, los queer,
habremos de hacer en conjunto.

Bibliografía
Foucault, M. (2005), Historia de la sexualidad 1: la voluntad de saber, México,
Siglo XXI.
Hocquenghem, G. (2009), El deseo homosexual, España, Melusina.
Preciado, P. B. (2019). Un apartamento en Urano, España, Anagrama.
___________. (2009), “Terror anal” en Guy Hocquenghem, El deseo homosexual,
España, Melusina. Pp. 133 – 174
Scherér, R (1988), “Sexualidad y pasión (sobre la filosofía moderna de la
sexualidad)” en ed. Fernando Savater, Filosofía y sexualidad, España,
Anagrama. Pp. 149-173.
________ (2005), “A su disposición” en Foucault, la pedagogía y la educación:
pensar de otro modo, Colombia, Universidad pedagógica nacional e IDEP.
Pp. 251-274.
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Datos del autor: Rubén Darío Martínez Ramírez y Samy Zacarías Reyes García
son estudiantes de Filosofía en la UNAM; sin embargo, el primero es licenciado en
ciencias de la comunicación por la UAM, y el segundo, estudiante de lengua y
literatura Hispánica en la UNAM. Ambos se han dedicado a través de diversas
conferencias a indagar sobre Ética, Hermenéutica, Filosofía del siglo XX y
pensamiento contemporáneo.

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