Está en la página 1de 2

EL FUTURO QUE NO FUE

Hace tiempo la convivencia se había vuelto monótona en casa de Felipa y Hernan.

Desde que se conocieron, culminando el 2011, compartían el mismo sueño: triunfar en sus
respectivos ámbitos de trabajo. Felipa como diseñadora de interiores y Hernan, por su parte,
en la administración contable.

Ambos apostaban por un futuro en una gran casa, de esas con pastizales tan verdes que te
encandilan, aturdida de una familia completa y repleta. Anhelaban un porvenir de muchos
viajes al extranjero y lujos. “Para esto trabajamos, para un futuro mejor” repetía él
constantemente en las, ya no tan habituales, charlas nocturnas.

En los ojos de sus respectivos padres se podía ver un brillo que exclamaba orgullo, en las caras
de sus hermanos el asombro digno de admiración, y el ceño fruncido de algún que otro primo
denotaba envidia. ¡Y cómo no! Si en cada cumpleaños familiar eran los que tenían las historias
más interesantes, los proyectos más ambiciosos.

Aunque en el interior de Felipa existía una pequeña llama que hacía tiempo había disminuido,
parecía haber desaparecido. Mas ahí estaba, flamante e indicándole un punto de partida. O,
quizás, un punto de finalización.

Con el paso del tiempo ella fue percibiendo algunas incomodidades. Cada vez que Hernan, en
alguna reunión con amigos, comenzaba a contar como le gustaría distribuir los espacios en su
futura casa, ella se levantaba al baño. En más de una ocasión, notó como le latía la sien cuando
su suegra mencionaba la necesidad de ser abuela. Dentro suyo sentía un calor, un fuego que
quemaba su pecho, mas no lograba entender de dónde provenía.

Lo que si lograba entender era que ya no quería la vida que en ese momento tenía, mucho
menos anhelaba el futuro que Hernan tanto le proponía. Hernan, ¡cuánta culpa le daba pensar
en Hernan!

Así fue como sin querer, quizás un poco queriendo, comenzó a cancelar planes con la excusa
de que era época de mucho trabajo, cuando en realidad se pasaba horas describiendo en su
libreta la vida despojada de todo lujo que se imaginaba. Las excusas fueron más allá, escalaron
hasta llegar a no asistir a compromisos familiares, tales como cumpleaños y fechas festivas,
por supuestas reuniones y viajes de trabajo.

Y es que Felipa estiraba lo más que podía el momento de llegar a su casa. Pues cada vez que
entraba, dejaba de sentir esa lluvia de chispas. Por el contrario, su piel se erizaba, sus manos se
secaban, y un frío indescriptible le recorría el cuerpo, tal como si el aire del lugar intentara
advertirla. Claro está que su casa ya no era su hogar, la magia que alguna vez sintió en esa
misma puerta de entrada había desaparecido junto con los proyectos de los que tanto habló,
ya nada de eso le pertenecía.

No podía comunicarlo, no lograba expresarlo. Solo pudo poner distancia de todo lo alguna vez
la hizo feliz, o eso creía, sin un por qué aparente para los demás. Se hundió en un remolino de
excusas, historias inventadas y largas horas en el río para escapar de enfrentar a Hernan con la
verdad.

Una realidad que para Hernan era muy distinta, tanto que el llego al punto de no creer ni
tolerar los pretextos. Pero, ¿Qué podía hacer? Si su Felipa ya no era de la que alguna vez el se
enamoró, se había marchado junto con el brillo de las plantas del jardín, se había llevado el
rayo de luz que entraba por la cerradura en la mañana.

Ya no existía esa Felipa que alguna vez fue. Se había revelado su alma libre.

También podría gustarte