Está en la página 1de 5

Capítulo primero

El castillo de naipes
Primera muerte

Su familia no era perfecta, pero aun así sabía que debía aceptarlo.
Solo tenía once años y ya estaba muy consciente de las reglas impuestas en silencio
dentro de la mansión Visconti. Una regla siempre útil era la de regar todas las plantas
temprano en la mañana, eso contentaba a su mamá hasta la tarde.
No podía buscar comida entre comidas, mucho menos sin permiso. Los elfos eran
encargados por sus padres de dejar cada cierto tiempo algún postre en la mesa del
comedor, postre que nadie podía tocar hasta la cena, y oler ese apetitoso aroma dulce
siempre causaba una batalla interna en Alessan. A veces no podía resistirse y probaba con
uno de sus pequeños dedos el glaseado, aquello acababa con sus padres tirando el postre
de ese día por completo, y con él castigado en una esquina.
Sus padres también tenían una estricta regla de no cambiar de forma a menos que ellos se
lo dijeran. Odiaban que correteara por la mansión como el gatito que era, ya había sido
pisado accidentalmente varias veces. Él sabía que le ordenaban aquello en especial
porque no sabía controlar muy bien sus transformaciones; si se emocionaba solía dejar
salir partes de su ser felino, y al ser asustado se transformaba en él con tal de huir o
hacerse más pequeño y difícil de atrapar.
Siempre se preguntaba si sus padres tendrían algo de gatos también, porque los padres
felinos no tenían la fama de ser tan cariñosos, no todos…
Los que tenían una cría defectuosa eran así, él lo sabía y eso siempre le hizo pensar que
había algo malo en él.
Una de las reglas más importantes era no hablar si no se le permitía, eso causaba que la
mansión permaneciera silenciosa desde la tarde hasta la noche, porque durante la
mañana Alessan cumplía con sus deberes y recibía las clases de su madre. En esa época,
tan cerca a su ida a algún colegio mágico, su madre escogió dejar de lado el latín para
poder explicarle a detalle la historia familiar.
—¿Cuál fue nuestra pariente conocida como la pantera de jade?—cuestionaba ella con
autoridad.
—Mei Ling Shou.
—¿Y el tigre de las nieves?
—¡Dewei Shou!
—No grites, Alessan.—lo reprendió y eso le hizo taparse la boca por instinto, a veces si
hablaba sin alzar la mano su madre le daba un leve golpe en ella con un periódico
enrollado.
—Lo siento, es que me gusta mucho su historia…
—Habrías podido heredar sus genes, pero en su lugar parece que el don acabará con tu
descendencia…—su madre suspiró con aparente frustración. No estaba muy seguro de lo
que eso significaba, pero sí sabía muy bien que sus padres habían esperado que él fuera
algún felino más poderoso.
—Lo siento…
—Muy bien, sigamos con las tres furias manchadas…

Alessan sabía muchas cosas que sus padres no le decían, tal vez porque, aunque siempre
mantuvieran una expresión desinteresada acababan delatándose en los ojos, y él era muy
observador. Sabía que sus padres estaban cada vez más desesperados porque ya era el
año en que debía entrar a un colegio mágico y él seguía sin exhibir magia alguna. Desde
sus siete años empezaron a mostrar interés por ese tema, y lo que fue una sugestión de
comprarle la última escoba en venta si hacía crecer una flor marchita se volvió en
amenazas, rencores callados y en retos cada vez más hostiles.
Él no pensaba mucho que fuera por que sus padres lo odiaran, no estaba seguro de que
fuera así. Si no lo quisieran no estarían tan interesados en su educación y su futuro, eso se
repetía cada vez que acababa envuelto en un intento brusco de sus padres por sacarle la
magia… Que si no era por medio de premios sería por medio de sustos.
Su padre lo repetía mucho, “Las crisis crean a los mejores guerreros”, y él ni siquiera tenía
parientes guerreros como su madre, ella era mucho peor. Lo tomaba por sorpresa cada
vez que podía y no mostraba piedad alguna, aunque su padre no lo tocaba de ninguna
forma era su madre la que se encargaba de todos los castigos, físicos o emocionales.
No todo era malo, cuando hacía trabajos extra y les llevaba regalos a sus padres ellos lo
felicitaban, les gustaba que fuera cazador. Entre más grande la presa mayor sería la curva
de la sonrisa de sus padres, era un muy buen incentivo.
Aunque esos pequeños momentos comenzaron a escasear con la llegada de sus once
años.
Una tarde decidió que no solo iba a cazar un animal, iba a cocinarlo para ellos. Tenían una
cocina dotada para hacer pan y pizza, y le pareció que a su padre le fascinaría una pizza
con carne de gorrión. Empezó con la masa de la pizza y dejó al gorrión para el final, su
parte humana le evitaba ser tan despiadado como un gato, pero sabía que era una
solución muy buena para alegrar a sus padres.
Lastimosamente para ellos no contaba la intención, porque fueron atraídos por el humo
negro que desprendía la cocina por montones. No había podido hacer bien la masa y
además se estaba quemando en el horno, sus padres llegaron y lo encontraron agitando
frenético una toalla con tal de disipar ese humo. Era tarde, ya lo habían visto y se notaba
el enfado que tenían.
—Padre, madre, yo no quería…
—¿Por qué, Alessan?—su madre no solía alzar la voz, pero en ese momento se vio en su
expresión que iba a estallar segundos antes de que lo hiciera—¡¿Por qué no te puedes
quedar quieto por un maldito segundo?!
Los gritos después de ese fueron tantos que no supo siquiera cómo explicarse.
—¡Eres el peor hijo que pudimos tener!
—¡Y para colmo un squib de mierda! ¡Arruinarás a nuestra familia!
Su visión pronto se nubló por las lágrimas y se tapó los oídos, sus padres sabían bien lo
mucho que dolía por su audición desarrollada y aun así siguieron.
—¡No seas irrespetuoso!—su padre lo olvidó por completo, tomó aquél acto como una
ofensa y por primera vez lo reprendió agarrando sus manos con brusquedad para
separarlas de sus oídos.
—¡Lo siento!—lloriqueó, su padre lo jaló hacia la esquina de la cocina por mucho que él
forcejeó y lo lanzó contra la esquina, su lugar de castigo en cualquier salón de la mansión.
—Te quedarás ahí para aprender de tus errores.—ordenó su padre, y dejó la habitación
sin voltearse a mirarlo en ningún momento. Su madre lo siguió no sin antes cerrar la
puerta de la cocina.
Su corazón dio un salto con la fuerza con la que cerró, y tembló por completo al ver que lo
habían dejado ahí encerrado con el humo aún saliendo sin control, el fuego tan vivo que
quemaba solo con acercarse al horno.
Y aun así no fue capaz de moverse, estaba tan acostumbrado a obedecer a sus padres que
ni siquiera sus instintos pudieron contra eso. El humo iba llenando más y más la habitación
y le manchó la cara empapada de lágrimas, su tos era cada vez más incontrolable.
Y llegó un punto en el que no lo pudo soportar más, sentía su cuerpo más débil y su
cabeza dolía de una forma extraña, lo hacía ver las cosas borrosas. Trató de abrir la
puerta, pero estaba asegurada por fuera; corrió a abrir cualquier ventana, pero estaban
demasiado altas para él, así que se transformó y como gato saltó a una de ellas.
Toda su fuerza se había ido con ese salto, y solo pudo arañar el vidrio y maullar asustado
mientras el paisaje de afuera se hacía más borroso por el humo que estaba cubriendo
todo y por su propia visión que acabó por sumirse a la oscuridad total.

Despertó y un dolor invadió inmediatamente su pecho, se sentía sofocado y como si todos


sus huesos estuvieran rotos, su cabeza parecía ser aplastada por el intenso dolor que tenía
en la frente, y no fue hasta que abrió los ojos y lo deslumbró la dolorosa luz del sol que se
dio cuenta de que nada ni nadie le estaba hiriendo, era simplemente el dolor de su cuerpo
por dentro.
Estaba solo en su habitación, y no podía recordar porqué había acabado ahí, ni cuánto
tiempo había dormido. Tenía una tos que no pudo justificar por ningún motivo, lo
consideró gripa, y estuvo a punto de levantarse cuando el solo mover una pierna le
provocó una nueva punzada de dolor que lo dejó quieto.
Entonces pudo escuchar mejor lo que antes parecían murmullos fuera de su habitación,
era la voz de su madre y su padre, y una persona más.
—¿Entonces prefieren que sea llevado a América? Eso costará un poco más de lo que ya
habíamos acordado.—dijo aquella extraña que resultó ser una mujer.
—Lo más lejos posible, la verdad es que tememos lo que pueda pasar una vez sea adulto.
—dijo su padre, con un tono de preocupación que nunca antes le había escuchado,
sonaba incluso fingido, y su madre le siguió.
—Sabemos que no es ningún tipo de trastorno mental, lo hizo todo a propósito. Nos odia
y preferimos alejarlo antes de que consiga quemarnos a nosotros como quemó la cocina…
Fue terrible, casi se mata a sí mismo en ese incidente.
No entendía nada de lo que decían, no recordaba ningún incendio y jamás pensaría en
hacerle daño a sus padres. Se miró las manos y su temor se hizo más grande: estaban algo
rojas, como chamuscadas.
No podía ser cierto, él nunca les haría nada. Recordaba un vago recuerdo de haber cazado
un gorrión para su padre, tal vez había intentado cocinarlo, eso debía ser.
—Un niño problema como él será llevado al mejor orfanato, es uno de los más estrictos y
que comparte lugar con un reformatorio.
Esas palabras le helaron incluso aunque su piel siguiera ardiendo por el incendio. Era la
primera vez que sentía un dolor así y no podía comprenderlo, pero dolía demasiado en el
pecho, le sacó lágrimas en segundos.
La puerta se abrió y sus padres junto con la mujer extraña entraron en la habitación, se lo
encontraron sentado en la cama con la mirada perdida y las lágrimas cayendo sin ninguna
señal de que fueran a parar.
—Alessan, soy la señorita Brooks y te llevaré a un lugar especial para niños como tú,
podrás hacer muchos amigos…
—¡No quiero!—en contra de su propio dolor se levantó impulsado por la adrenalina y
corrió a abrazar la pierna de su padre, pero tan pronto como llegó a él fue alejado de un
brusco empujón.
—¡Alessan, esto no es una opción, te vas a ir con la señora Brooks!
—¡No, por favor no!
Su familia no era perfecta, lo sabía muy bien.
Pero nunca esperó una traición así, ni en sus más remotas pesadillas. Creyó que tendría
suficiente tiempo para demostrarles a sus padres que podía ser un orgullo, un buen hijo…
Pero el odio que le tenían había sido más grande, ya no había forma de negarlo.
Y aun así no podía odiarlos de vuelta, su corazón no tenía ningún ápice de rencor en ese
instante, solo sufría y le torturaba, y le hacía repetirse que a pesar de todo quería seguir
con sus padres, con su legado familiar, que no era un niño problema y que jamás les haría
daño de ninguna forma.
No sirvió de nada, sus padres dejaron ver el desprecio en sus rostros tan claro como el
agua, y solo hizo falta su padre para obligarlo a acostarse nuevamente, lo apretó tanto
que casi llegó a la asfixia, le quitó las fuerzas y las ganas de seguir insistiendo.
—Nos iremos esta noche, los elfos prepararán las cosas de Alessan.—dijo su madre como
si aquello fuera un simple viaje o un internado. Le dirigió una mirada severa que
significaba que no debía moverse de ahí, y los tres adultos dejaron la habitación.
Fue estando solo que finalmente se encogió en sí mismo y dejó que todos los sentimientos
reprimidos de todos esos años fluyeran.
El dolor físico por los castigos, el emocional por cada manipulación y falta de cariño, y odio
consigo mismo por nunca haberse quejado y aun más por intentar pelear para quedarse
con ellos.
No se valoraba para nada, pero si ellos creían que era un problema…
Entonces se convertiría en eso, y nunca más miraría atrás.

También podría gustarte