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NOVELA

CASI LA TUVIERON
El plan secreto de fabricación de una bomba atómica durante la última dictadura argentina

Jordan Idanco

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LA SOSPECHA

La noticia era esperada, sin embargo lo conmovió como algo sorpresivo, como si no hubiera
estado pensando en ella todos los días de la última semana, desde que se había enterado que
Elena moriría en cualquier momento. Hasta se había descubierto fantaseando con un milagro,
diciéndose que aún no había muerto, llenando los momentos libres con recuerdos lindos de su
cara sonriente, su vehemencia contagiosa. No había sido difícil porque no la había visto
agonizando, ni siquiera internada.
Todo había sucedido de manera fulminante. Ahora le parecía mentira que desde la noticia
de la detección de su tumor en el pulmón hasta el momento en que había sido desahuciada
hubieran pasado dos meses. La gran distancia que los separaba había obrado como una fuente
de incredulidad en algún lugarcito escondido de su mente. Todo era verdad, con cosas así no
se miente, pero la había visto tan vital como siempre tan sólo cinco meses atrás, que
rechazaba la idea de su enfermedad apenas le venía a la mente. Inclusive, había hablado por
teléfono con ella después que le habían detectado el cáncer y nada evidenciaba un cambio, su
voz era firme y jovial, la misma voz que le confirmaba que tenía un cáncer tenía un tono que
lo desmentía.
No la había vuelto a ver ni tampoco había hablado por teléfono nuevamente, se había
resistido inconcientemente a hacerlo como si de esa manera pudiera proyectar el pasado hacia
el futuro negando el presente.
No encontró ningún consuelo en las charlas con otros compañeros de trabajo que también la
querían mucho. No sirvieron los comentarios medicinales, historias de muertes semejantes,
los recuerdos de los tiempos lindos compartidos, esa rutina que pretende darle a la muerte de
un ser querido un carácter más natural para tratar de zafar del miedo a la muerte propia.
Ya no la vería en el próximo congreso de Física, no disfrutaría de sus profundos análisis
políticos ni de las bromas que recibían quienes exponían sus trabajos como verdades
reveladas.
Había visto a Elena sana hacía cinco meses, había hablado sólo una vez más por teléfono y
ahora sentía que se agigantaba la contradicción entre la conciencia que le decía que no la vería
más y el deseo de volver a verla, aunque más no fuera para despedirse.
Por primera vez sintió deseos de ir a un velatorio, más que deseos era una compulsión, de
nada le sirvió decirse que ya no podría despedirse, no logró serenarlo sino que le aumentó la
ansiedad. Pensó en los padres de Elena que ya estaban bastante viejitos, en el consuelo que
quizás pudiera darles, pero se dio cuenta de que era una forma de encontrar un justificativo
más racional a esa compulsión.
Su esposa conocía muy bien a Elena y le tenía un gran aprecio, sabía que eran grandes
amigos, pero cuando le dijo que iría a Bariloche en avión para llegar a tiempo al entierro, le

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pareció una desproporción. El precio del pasaje era un cuarto de su sueldo y la situación
económica de la familia no era buena, habían contraído algunas deudas y a ella le habían
reducido el sueldo. Sin embargo, lo vio tan desconsolado que finalmente llegó a alentarlo.

Bariloche apareció de repente debajo de las nubes, de esa manera tan precipitada en la que
el avión encara hacia al aeropuerto por la cercanía de las montañas. La mañana era lluviosa,
los colores apenas eran matices de un gris monótono que cubría todo.
"Tácita conformidad de la mañana con nuestras almas", recordó un verso que había escrito
en la adolescencia.
A pesar de que no era un viaje por razones de trabajo, logró que lo autorizaran a alojarse en
el Centro Atómico. Se encontró con varios conocidos que habían pasado por el velatorio la
noche anterior.
- Los padres preguntaron varias veces por vos- le dijo Roberto Gionoso, un técnico que había
trabajado con ella desde que llegó a Bariloche.
Esa frase lo reconfortó, en el medio de la tristeza un huequito de alegría en la confirmación
que había hecho muy bien en ir.
Luego del entierro el padre le pidió que lo acompañara hasta la casa. Le causó una gran
ternura la idea que ese hombre buscara algo de consuelo en una charla más íntima con él,
también se sintió muy honrado.
Mientras la madre preparaba té, el padre se levantó del sillón y volvió rápidamente con un
cuaderno en su mano. Miró hacia la cocina en una actitud de complicidad furtiva y dijo con
voz quebrada.
- Dos días antes de morirse me dio este cuaderno y me hizo prometerle que te lo daría a vos
sin que ninguna otra persona se enterase, ni siquiera mi señora.-El padre había extendido el
brazo con el cuaderno, pero la sorpresa y la emoción se le mezclaron y lo dejaron paralizado.-
Tomá, agarralo y guardalo, que no lo vea mi señora.
No había llevado un portafolio o una carpeta donde guardarlo, así que lo cubrió con la
campera sobre las piernas. No tuvo tiempo de preguntar nada porque enseguida apareció la
madre con el té.
Durante el resto de la conversación no logró apartar la atención del cuaderno, a pesar de lo
atrapante de los recuerdos y las historias sobre Elena en varias etapas de su vida. De sentirse
honrado y emocionado por la invitación del padre, había comenzado a invadirlo cierta
incomodidad, injustificadamente presionado por esa entrega secreta como si se tratara de algo
que solamente les perteneciera a Elena y a él: evidencias de un amor oculto. Buscó varias
veces en los ojos del padre algún indicio de sospecha, pero sólo encontró tristeza sin
resignación.
Al despedirse apretó el cuaderno contra el pecho tapado con la campera, tuvo que darle una
excusa tonta a la madre cuando le aconsejó que se la pusiera porque estaba haciendo fresco.

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El cuaderno había partido en dos sus pensamientos, ahora todo era un antes y un después de
la entrega. La ansiedad de abrirlo y el miedo disfrazado de respeto por los secretos de Elena lo
tironeaban abrumadoramente.
Al entrar a la habitación lo primero que hizo fue guardar el cuaderno en el fondo de la
valija. Varias horas después, mientras intentaba conciliar el sueño, le pareció que había sido
una prevención absurda, como si realmente pudiera existir algún interesado en robárselo. Sin
embargo, aunque no lo recordaba en ese momento, la sensación que lo había impulsado a
guardarlo en la valija no era miedo a que se lo robaran, había querido escondérselo, alejarlo
de su vista para borrarlo de la mente.
Con los ojos ya acostumbrados a la penumbra que creaba la poca luz que entraba por las
rendijas de la ventana, miraba la valija sobre la otra cama vacía, un bulto negro no
reconocible que encerraba el secreto póstumo de Elena. En eso se había transformado la valija
en la penumbra, un bulto negro cargado de resonancias misteriosas, tan cercano y lejano a la
vez del alcance de su mano.
Recién cuando desarmó la valija en casa se dio cuenta de que había logrado olvidarlo
durante todo el viaje. Adoptó el recurso y lo guardó en el fondo de un cajón del escritorio. La
ansiedad había cedido, cuando el recuerdo de Elena fuera menos doloroso podría leerlo con
calma, colocarlo en la categoría de un hecho del pasado y no en la de una tarea inconclusa.

El primer día de trabajo después del entierro fue muy intenso, charlas con amigos sobre lo
que había sucedido, una reunión para distribuir entre varios laboratorios la poca plata que
había, la terminación de un informe que había quedado pendiente y el análisis de unos
resultados muy interesantes que había obtenido anteriormente. Sin embargo, a las dos de la
mañana siguiente se despertó de golpe, sin transición y, aunque no recordaba ningún sueño
que lo hubiera alterado, se dio cuenta de que ya no tenía alternativa.
Se sentó en el viejo sillón del abuelo bajo la luz de una lámpara de pie y abrió el cuaderno.
En el dorso de la tapa encontró un mensaje escrito con una letra apretada y despareja, muy
diferente a la que conocía y podía verse en la primera página.

"Mi muy querido Raúl:


Cuando leas esto ya voy a estar muerta. Lógicamente, no fue ésta mi intención
cuando empecé a escribir este cuaderno. Como todos, nunca había pensado en mi propia
muerte como una posibilidad cercana. Aún ahora, mientras escribo, tengo una fuerte
sensación de que no es real, que esto no me está pasando realmente a mí sino a la que
escribe, la que sabe que está fatalmente condenada, la que necesita escribir estas líneas para
hacer la introducción de este cuaderno que no te tenía como destinatario.
Quizás sea muy egoísta de mi parte, pero no podía morirme con la
intranquilidad de que este cuaderno terminara, junto a otras pertenencias, archivado en

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algún cajón de mi cuarto. Perdoname si este legado te resulta muy pesado, pero al menos te
servirá para que no me idealices y recuerdes que nunca he sido complaciente con tus
defectos.
No te pido que hagas nada, tan sólo me basta saber que alguien más se va a
enterar.
Como sabés, no soy creyente, así que no puedo despedirme porque el adiós
siempre deja abierta la posibilidad del reencuentro. Sé que me vas a extrañar y nunca vas a
olvidarme por completo. Esta idea me va a reconfortar hasta mi último parpadeo de
conciencia."

La leyó tantas veces que podía reproducirla fielmente de memoria sin necesidad de
verificarlo. Las palabras de Elena le resonaban intensamente cada vez que las evocaba y,
como sucede con cada legado escrito de un muerto, la imposibilidad de contestarle le creó un
compromiso feroz, como si de alguna manera hubiera sido culpable de no haber estado allí
para escucharlo.
Aquella madrugada del 24 de marzo de 1980, hundido en el viejo sillón del abuelo, con el
ánimo acorde al fúnebre recordatorio del cuarto aniversario de la dictadura, comenzó a leer el
cuaderno de Elena.
La primera página estaba fechada el 14 de mayo de 1979. (En la siguiente trascripción se
han reducido las anotaciones técnicas al mínimo indispensable para no quitarle continuidad al
relato. Por razones lógicas tampoco se ha incluido ninguna fórmula.)

"He estado trabajando con los polvos de óxido de uranio desde mi llegada al Centro
Atómico.
Siempre me han dicho que la planta que están montando en Pilcaniyeu es para fabricar los
combustibles para nuestros reactores experimentales. Todas las conversaciones que he tenido
con los compañeros de trabajo que van a menudo para allá me han reafirmado esa idea.
Sin embargo, desde hace unos días he empezado a sospechar que se trata de otra cosa. Todo
comenzó con la llegada de unas cajas que estaban envueltas con lonas plásticas y fueron
depositadas en un galpón bajo llave. Esta práctica muy inusual me llamó la atención. En
principio nadie sabía nada, aunque me resultó evidente que, por lo menos dos de los
consultados, estaban mintiendo.
A pesar de tanto secreto pude averiguar que las cajas contenían filtros cerámicos
provenientes de Alemania."

No le costó imaginar de dónde había sacado la información. Una chica soltera que trabaja en
la Administración del Centro había quedado embarazada el año anterior. Aparentemente todos
sabían quién era el responsable del embarazo: un importante investigador casado del Centro, a

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pesar de que éste se negaba a reconocerlo. Como una confabulación de silencio, todos
comenzaron a ralearla y algunos hasta le quitaron el saludo. Elena fue la única que no se
plegó a esa detestable actitud y, a pesar de que anteriormente no había tenido demasiada
relación con la chica, comenzó a charlar con ella más a menudo e invitarla a su casa. Tuvo el
hijo y Elena continuó ayudándola en todo. Con el tiempo la situación fue cambiando y hubo
algunas mujeres que volvieron a acercársele y le confesaron avergonzadas que se habían
dejado influir por las difamaciones que habían escuchado sobre ella. Elena ató cabos
cuidadosamente y con mucha paciencia pudo verificar lo que era muy previsible: el difamador
era el padre de la criatura. La astucia de Elena y la ayuda de otras personas lograron revertir
completamente la situación, y el que terminó en un aislamiento social total fue el difamador,
quien finalmente se separó y se fue de Bariloche. Igualmente, varias personas quedaron muy
resentidas contra Elena, pero ella se sentía feliz porque las despreciaba y decía que se
preocuparía mucho si fuera al revés.

"La factura no precisaba gran cosa, hasta podría decirse que lo hacía deliberadamente. Por
lo que yo sé hasta el momento, para fabricar los polvos de compuestos de uranio para los
elementos combustibles de los reactores experimentales no son necesarios esos filtros.
Tampoco me parecen que sean necesarios para fabricar el óxido de uranio para los reactores
de potencia."

Las páginas siguientes contenían anotaciones sobre diversas utilizaciones de filtros


cerámicos. En algunas de ellas, había comentarios que demostraban que Elena iba reuniendo
información adicional sobre la planta que se estaba montando en Pilcaniyeu.
La siguiente trascripción estaba fechada el 24 de agosto de 1979.

"Aunque me resulte increíble existe la posibilidad que estén montando una planta de
enriquecimiento de uranio. El método de separación isotópica utiliza filtros cerámicos.
Además, me he enterado de la existencia de algunos componentes que son los utilizados en
una planta de este tipo."

Continuaba con un detalle de los mismos.

"A partir de la negativa del gobierno de firmar el TNP (Tratado de No Proliferación) las
potencias firmantes no venderán más uranio enriquecido al 90% a Argentina, sino sólo al
20%. Los cambios necesarios que se han programado para sustituir los elementos
combustibles ya quemados de los reactores experimentales por otros de menor
enriquecimiento, parecerían estar en contradicción con la hipotética posibilidad de instalar
una planta de enriquecimiento. Sin embargo, acostumbrados a la hipocresía de esta dictadura,

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no deberíamos desechar la posibilidad de que se trate de una pantalla y que realmente estén
detrás del proyecto de enriquecer uranio en el país.
Además, ¿quién se atrevería a afirmar que esta dictadura no sería capaz de querer fabricar
una bomba atómica? Claro que también habría que explicar por qué razón se atreverían a
desafiar a los yanquis. Estoy escribiendo mientras pienso y en este momento se me ha hecho
un quilombo grande en la cabeza, así que voy a parar".

La pureza del pensamiento de Elena quedaba reflejada en esa honestidad consigo misma:
una confusión de ideas que, en principio, no tenía destinatario.
Todo había sido así en su vida, una total frontalidad sin ocultamientos, lo más anti-
diplomática que pudiera imaginarse. Quizás haya sido la herencia de su madre que se escapó
de España cuando tenía 18 años porque habían querido casarla con alguien a quien ella no
quería. Una mujer de coraje y carácter árido que había influido sobre Elena hasta último
momento. Seguramente, no habría querido que ese cuaderno llegara a sus manos sin que ella
supiera por qué razón había que ocultar su contenido.
El padre tenía una personalidad muy distinta que compensaba la rigidez de la educación de
la madre, siempre había sido el confidente de Elena, el contemporizador que mediaba en los
grandes enfrentamientos que había entre ellas. Fue él quien la tuvo entre sus brazos en el
"último parpadeo de conciencia". Se lo contó la madre con un inocultable resentimiento a
pesar del dolor, con lo ojos enrojecidos pero secos y los labios apretados con las comisuras
hacia abajo como siempre. Elena lo había llamado a él cuando sintió que se moría, nadie más
estaba en el cuarto del sanatorio. Nunca quiso preguntar si ella le había pedido en ese
momento que le entregara el cuaderno, probablemente no, pero lo angustiaba pensar en eso,
como si el compromiso de usar correctamente el contenido de ese cuaderno se agrandara por
ese hecho. En realidad, sí se había agrandado, y su sombra se proyectaba sobre todos sus
actos.

El cambio de birome quizás indicaba que había pasado algún tiempo entre lo anterior y lo
nuevo, pero no había puesto una nueva fecha, tan sólo había dejado un renglón en blanco.

"El quilombo que armaron los yanquis por las violaciones de los derechos humanos me
tiene desconcertada. Se supone que esta dictadura no está haciendo más que cumplir con las
órdenes que dan los yanquis: aniquilar a todos los rojos y hasta los que piensen ligeramente en
rosado. Así que no me lo explico, me parece que la dureza de la condena es demasiado grande
como para interpretarla en función del circo de la propaganda de la gran democracia del norte.
Pareciera que hubiera algo más que no se me ocurre qué puede ser.

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Tengo que conseguir más datos sobre el tamaño de las instalaciones de Pilcaniyeu. Si ellos
pensaran enriquecer al 90% a partir del enriquecido al 20%, el tamaño de las instalaciones
tendría que ser el adecuado para obtenerlo en un tiempo razonable."
28 de octubre de 1979

"Ayer se cerró de golpe la puerta del laboratorio por una corriente de aire y cayó polvo
amarillo de la parte superior del marco. Pasé papel de filtro por encima de dos armarios y
encontré bastante cantidad. En los últimos meses estuve trabajando mucho con polvo de
diuranato de amonio que tiene precisamente ese color. Esto significa que la campana
extractora estuvo funcionando mal y hubo polvo en el ambiente. Lo que me llama la atención
es que los análisis semanales no me dieran positivo. Voy a pedir una revisión de los análisis y
que me hagan con mayor cuidado el próximo. Aparte, voy a pedir que revisen la campana,
mientras no esté bien segura no voy a volver a trabajar con estos polvos."

Leyó varias veces el párrafo, era increíble que describiera con tanta naturalidad un hecho
tan grave: polvo de uranio en el ambiente, respirado por ella y vaya a saber por quién más.
Elena no era una persona que tuviera tendencia a dramatizar las cosas, pero esa descripción
demostraba una objetividad científica que era inusual hasta para ella.
Sin embargo, había un detalle que entraba en contradicción con lo anterior, no mencionaba
el tamaño de partícula del polvo, lo cual era muy importante para evaluar el grado de
retención en los pulmones. Si ella estaba tan interesada en registrar en ese cuaderno todo lo
que averiguaba y le pasaba, lo lógico hubiera sido que anotara ese dato también.
Quizás sintió miedo, y en el esfuerzo por distanciarse para ser más objetiva y serenarse
apartó de su mente un dato que podría haberle agregado dramatismo a la situación.
Raúl pensó esto después, en ese momento ni se dio cuenta de que sintió miedo, como si
pudiera evitar algo de lo que sucedería, la fuerza del compromiso a través de ese vínculo
atemporal que creaban las palabras de Elena. Buscó en las páginas posteriores alguna
referencia al tema pero no volvió a aparecer.
No podía seguir leyendo el cuaderno sin saber lo que había pasado. ¿Por qué Elena no había
vuelto a escribir sobre ese tema? ¿Se había olvidado, la habían absorbido los otros temas? En
ese momento, las preguntas hacían que se concentrara cada vez más en el tema, algo aturdido
por una conexión que no se atrevía a establecer definitivamente, pero que obraba como una
amenaza latente: los polvos aspirados y el cáncer de pulmón.
Dejó el cuaderno y se fue a la cama. Su esposa se sobresaltó y le pregunto si le pasaba algo.
Mintió a medias, no tenía ningún malestar físico, pero sentía algo mucho peor,
la desesperación de la impotencia, una nueva impotencia sumada a la impotencia frente al
accionar de la dictadura.

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Al día siguiente llamó a Roberto Gionoso a Bariloche y le preguntó por el tema. Se hizo un
silencio demasiado prolongado, tanto que dudó sobre la continuidad de la comunicación.
- ¿Me estás hablando del trabajo? - le preguntó con voz sombría.
Como le contestó afirmativamente, le dijo que a la noche lo iba a llamar a casa.
No pudo concentrarse demasiado en ninguna tarea, escuchaba la voz de Roberto una y otra
vez. La intriga se fue agrandando a medida que se acercaba la noche. Sin embargo, no tenía
muchas dudas sobre lo que iba a decir. De repente fantaseaba con cualquier otra cosa, en
realidad quería sacarse la idea de la cabeza. Por más que se decía que era totalmente
descabellado no lograba descartarla. Era como si ese tono de terrible pesadumbre con que le
había hablado Roberto hubiera contenido mucha más información que las pocas palabras que
le había dicho.
Estaban cenando cuando sonó el teléfono y supo inmediatamente que era él. Le ganó de
mano a su hija y atendió con la voz entrecortada por la emoción.
- Raúl, te estoy hablando de un teléfono público y espero no estar cometiendo una
imprudencia, pero me parece que es más seguro que una carta. Escuchame bien porque voy a
ser muy breve y no te voy a contestar ninguna pregunta. Si me preguntaste lo que me
preguntaste es porque Elena te dio la información de la manera que vos sabés. Guardá bien
toda esa información porque el tema del cual me preguntaste no fue un accidente. Prestá
mucha atención a todo lo que pase a tu alrededor, no dejés pasar ningún detalle por alto.
Lamentablemente, no voy a poder viajar a Buenos Aires hasta dentro de un mes. Te llamé
para que tengas mucho cuidado con esa información. Cuando nos veamos personalmente
vamos a poder charlar con lujo de detalles. Hasta ese entonces no vuelvas a llamarme. Te
mando un abrazo, chau.
Aunque él hubiera querido no habría podido hacerle ninguna pregunta. Se quedó con el tubo
en la mano durante unos cuantos segundos después que Roberto cortó. Una cosa era
imaginarse lo que le iba a decir y otra muy distinta había sido escuchar la confirmación. Por
más que se había esforzado en hablar con mucha reserva el mensaje había sido muy claro.
Lamentablemente, también lo habría sido para cualquiera que lo hubiera escuchado y
estuviera al tanto de la información que Elena había puesto en el cuaderno.
- ¿Qué te pasa papá, te sentís mal? - le preguntó su hija.
No pudo permanecer sentado a la mesa. Tuvo que mentirle a su familia diciéndole que el
padre de Elena había sufrido un infarto y que eso le había caído muy mal. Mientras su esposa
le aconsejaba ir a la cama y le preguntaba si quería tomar un té digestivo, sentía que
necesitaba estar solo. Un tornado con epicentro en su estómago arrastraba sus ideas que se
expresaban en palabras inconexas pasando una y otra vez por la conciencia como si fuera un
disco rayado: uranio enriquecido bomba Elena polvo amarillo pulmones cáncer no-accidente
uranio enriquecido...A duras penas pudo convencer a su esposa que lo mejor iba a ser que
diera un paseo porque caminando se iba a distraer y se sentiría mejor.

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En realidad no necesitaba distraerse sino concentrarse, de lo contrario no podría serenarse.
En su casa estaría bajo la atención de su familia preocupada por su estado de salud. No podía
disimular el cóctel de emociones y concentrarse a la vez. En la calle, caminando entre
desconocidos, su cara podría expresar lo que sentía sin preocuparse por tener que dar
explicaciones o mentir.
Mientras caminaba se sentía extraño pensando coherentemente en estas cosas sin poder
hacer lo mismo con lo otro. En cualquier momento aparecían las palabras como cuentas de un
collar que se desgranaba frente a su impotencia: bomba Elena pulmones polvo amarillo uranio
enriquecido cáncer no-accidente.
Nunca lo había hecho anteriormente, entró a un bar a tomar un whisky influido por películas
en la que los personajes, ante una emoción violenta, toman algo fuerte para serenarse. Lo
pidió sin hielo y a partir del primer trago comenzó a sentir un calor placentero que se irradiaba
desde el estómago. Al tercer trago, mientras miraba distraídamente por la ventana, el
subconsciente deshizo el primer nudo. Se lo había imaginado sin nombrarlo, Roberto lo había
confirmado sin decirlo y el miedo lo había filtrado y transformado en un eufemismo. Sin
embargo, como si el whisky hubiera realmente desactivado el epicentro del tornado, se había
finalmente animado a nombrar a las cosas por su nombre: no-accidente era igual a crimen.
Lloró desconsoladamente, y si se tapó la cara con las manos no fue por vergüenza sino para
evitar que cayera la cabeza sobre la mesa. Lloró por Elena por primera vez, no lo había hecho
al recibir la noticia de su cáncer primero ni de su muerte después. Había permanecido
aparentemente sereno durante su entierro, abrazando a sus padres, mientras un nudo en la
garganta le entrecortaba la respiración.
Pero esa noche no lloró sólo por Elena, lloró también por su amigo Federico y el resto de
sus compañeros de trabajo detenidos-desaparecidos. Lloró un largo rato, sin importarle nada,
sin tener que demostrar entereza a nadie, abandonado al dolor, resignado ante la fatalidad
como si todo hubiera sido un gran cataclismo, sin odio siquiera.
Se lavó la cara en el baño y como no tenía pañuelo le pidió una servilleta al mozo que
estaba parado junto al mostrador. Por primera vez, desde que había entrado a ese bar, miró la
cara de alguien. El hombre lo miró como si lo conociera, por unos instantes pareció que le
diría algo, luego le alcanzó una servilleta seca sonriendo ligeramente, con una expresión de
comprensión fraternal tan clara que Raúl imaginó lo que estaba pensando.
Terminó de tomar el whisky y sintió que podía volver a pensar. Habían saboteado la
campana y falsificado los análisis porque se dieron cuenta de que Elena había averiguado
demasiado. El odio le estalló en la cara como un fuego. La habían matado. No era una
sospecha, en ese momento tenía la certeza total que la habían matado. Habían saboteado la
campana y falsificado los análisis.
Ya no sentía miedo, el odio había aclarado sus pensamientos. El corazón le latía en la
garganta y la cara le ardía pero ya no sentía miedo. Una rara euforia lo suspendía sobre la

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silla: estaba dispuesto a hacer justicia por sus propias manos porque no podía confiar en la
justicia de la dictadura. Con Roberto iban a encontrar a los culpables, no iba a ser muy difícil.
Sin embargo, al mismo tiempo pensaba en lo ridículo que resultaba que justamente él, que
jamás se había peleado y detestaba toda manifestación de violencia, estuviera sintiendo y
pensando esas cosas. Era como un diálogo esquizofrénico entre personalidades opuestas que
debatían sus razones frente a una tercera que tenía la obligación de recordar. La misma que
recordaba que había tomado un whisky sin estar acostumbrado y estaba pagando las
consecuencias en ese momento, pero que no lograba acallar las voces del contrapunto.
El fenómeno no duró unos pocos segundos, no fue una ráfaga de ésas que experimentamos
cuando sentimos que debemos hacer algo pero no queremos. Fueron varios minutos de mirar
por la ventana sin ver, de pedir un café, de jugar con los remolinos que se forman en la
superficie al revolverlo con la cucharita, de tomarlo a pequeños sorbos, de girar el pocillo
sobre el plato, siempre escuchando las voces: la de la venganza y la del olvido, la de la
rebelión y la de la resignación, la del odio y la del miedo.
No recordó haber sacado conclusiones esa noche, sin embargo estaba seguro de que lo que
hizo posteriormente fue consecuencia de esa extraña experiencia, pero no surgió de una
decisión clara. Recordó que llegó cansadísimo a su casa y su esposa se sorprendió por el
aliento a whisky que el café no había logrado disimular por completo. Durmió profundamente
sin sobresaltos y a la mañana siguiente se despertó de un excelente humor antes de que el
despertador sonara.
Los apuros por el baño y la típica tensión familiar matutina formaban parte de un
espectáculo completamente ajeno a él. Sentía que tenía una misión que cumplir, algo que lo
alejaba de la rutina diaria y le daba una nueva dimensión a la vida. No era una idea bien
elaborada, sino una sensación totalizadora muy difícil de explicar.

Mientras esperaba la llegada de Roberto se dedicó a hacer otro tipo de investigación y no


volvió a leer el cuaderno. A partir del comienzo de la dictadura se había encerrado sobre sí
mismo. El laboratorio había obrado como un caparazón protector y la investigación había sido
el refugio interno, la mejor forma para no pensar demasiado, para no ver el miedo en los ojos
de sus compañeros, como cuando hizo una colecta para los padres de Federico.
Nunca se había detenido a analizar el plan de Castro Madero para la Comisión de Energía
Atómica. Lo rechazaba de raíz, lo repudiaba como una manifestación más de la dictadura, sin
ponerse a analizar las razones de la vuelta a la tecnología alemana para las próximas centrales
nucleares ni ninguna de las otras características que, por los gastos que implicaba, le daban a
ese plan dimensiones faraónicas. Sin embargo, no eran pocos los que lo apoyaban, en su
mayoría gente bien intencionada que decía que el plan apuntaba a un desarrollo nuclear
independiente de las potencias mundiales. Como ejemplo ponían la negativa de Castro
Madero a firmar el TNP, el cuál, según sus reiteradas manifestaciones era lesivo al interés

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nacional al imponer severas restricciones al desarrollo de tecnología nuclear. No sé cuántos de
los que repetían esas mismas palabras habían realmente leído el tratado. Por razones
seguramente diferentes él nunca había tenido ganas de leerlo, pero en ese momento, mientras
esperaba la llegada de Roberto, totalmente dominado por la urgencia de saber más sobre lo
que estaba pasando, decidió hacerlo.
Estaba escrito de una manera muy clara, con oraciones cortas y términos precisos. Le llamó
la atención su estilo, ninguno de los libros de texto en inglés que había leído tenía una
claridad semejante. En su esencia, el tratado obligaba a los países firmantes a no desarrollar
armas nucleares y detallaba los derechos y la obligación de someter las instalaciones
nucleares a la vigilancia de la IAEA (International Atomic Energy Agency). No había nada
que pudiera inducir a pensar que podría usarse para efectuar restricciones contra el desarrollo
de tecnología nuclear para su uso pacífico. Sin embargo, el Artículo IV lo resaltaba
expresamente y decía textualmente: "1.Nada de este Tratado será interpretado como un
impedimento a los inalienables derechos de todos los firmantes al desarrollo, investigación,
producción y uso de la energía nuclear para fines pacíficos sin discriminación y en
conformidad con los Artículos I y II de este Tratado."
Primero se sorprendió que a partir de ese texto se pretendiera argumentar lo de las
restricciones, especialmente si se tenía en cuenta que las potencias nucleares no necesitan de
un tratado para imponer restricciones al traspaso de tecnología. Parecía de una ingenuidad
muy infantil un razonamiento de ese tipo. Después se dio cuenta de que, si en la misma
CNEA había muchos profesionales que no lo habían leído, con cuánta más razón en el resto
del país.
Una misma mentira repetida cientos de veces se transforma en verdad. "Hay que mentir,
mentir y mentir, que al final algo siempre queda", había dicho Goebbels y lo había puesto en
práctica con gran éxito. La dictadura aplicaba la misma política de propaganda en todos los
órdenes: la apertura económica era para mejorar la productividad, todos los desaparecidos
eran guerrilleros que estaban en el exterior, las intervenciones a los sindicatos eran para
proteger a los trabajadores. ¿Por qué el área nuclear iba a ser una excepción?: la no firma del
TNP era para asegurar una política nuclear independiente. Otra mentira más, la no firma era
para impedir que la IAEA inspeccionara las instalaciones y descubriera que Argentina se
disponía a fabricar armas nucleares, esa era la verdad, eso es lo que concluyó después de leer
el TNP.
Le resultó increíble la ingenuidad de todos aquellos que creyeron que el área nuclear podría
ser una isla rodeada de un mar de destrucción y entrega. Una isla dirigida por un marino
nacionalista que por "su maravilloso don de persuasión lograba que Martínez de Hoz
aquietara las olas de la tempestad para que sólo lamieran las playas mansamente". (No es que
hubiera oído a nadie decir eso pero semejante cursilería le resultaba muy adecuada para
representar la posición de todos ellos).

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Todos los partidarios de Castro Madero se llenaban la boca de alabanzas por el impulso que
daba a la fabricación de los elementos combustibles para los reactores de potencia y no decían
nada de los cientos de millones de dólares que se estaban gastando en una nueva central de
origen alemán, el doble de potencia que Atucha I, pero que no dejaba de ser un nuevo
prototipo ya que no había ninguna otra de su tipo en el mundo. Tampoco decían nada de la
falta de instalaciones para irradiación y análisis de post-irradiación que tenían todos los países
que se habían propuesto de verdad desarrollar capacidad de diseño propio. ¿Qué les iba a
preocupar entonces la búsqueda de una explicación racional de por qué la CNEA no había
sido arrasada como todas las otras áreas? Algunos ni se lo preguntaban y otros se quedaban
con la estupidez del carisma de Castro Madero o de que la Marina defendía el área como una
quinta propia.
Para Raúl la verdad era muy diferente. La CNEA no había sido arrasada y recibía cuantiosos
fondos mensuales, tantos como la provincia de Buenos Aires, porque las tres fuerzas, no
solamente la Marina, se habían puesto de acuerdo en fabricar armas nucleares. Los poderes
económicos que habían encumbrado a Martínez de Hoz jamás podrían penetrar en esa área tan
estratégica. Ese era el acuerdo fundamental entre ellos y los militares, todas las áreas
formaban parte del botín del neoliberalismo, menos el área nuclear.
Todo lo demás era palabrerío grandilocuente para ocultar lo esencial: "Plan Nuclear",
"independencia tecnológica", "integración creciente de la industria argentina en la fabricación
de las futuras centrales", "integración de la investigación básica y la tecnológica", etc.
Palabras, títulos de charlas, seminarios, congresos, una enorme campaña publicitaria a nivel
nacional y hacia adentro una gran presión sobre todo el plantel profesional para que no
discutiera los aspectos claves de la nueva política. Sólo Castro Madero podía hacer
declaraciones hacia afuera de la CNEA, y el que lo desobedeciera sería sancionado. Claro
que, en el marco de 15 compañeros detenidos-desaparecidos y otros 8 que habían sido
detenidos y luego obligados a emigrar, la palabra sanción tenía connotaciones terribles.
Pensándolo mejor, quizás no fue ingenuidad sino miedo lo que promovió la adhesión de un
alto porcentaje de profesionales al Plan Nuclear. Miedo en algunos, deseos de acomodarse en
otros, mezcla de ambas cosas con un poco de ingenuidad en la mayoría. Es difícil saber, como
siempre, cualquier intento de simplificar la realidad para entenderla mejor sólo logra hacerla
más incomprensible.

Cuando le contó su idea a Roberto le dijo que era una sospecha bien fundamentada. Había
llegado en la mañana de un sábado y su llamado a la casa lo sorprendió porque lo esperaba el
fin de semana siguiente. Le dijo que se podía hospedar en su casa pero le contó que tenía una
tía con un caserón muy grande y que no podía dejar de quedarse allí porque ella se ofendería
si se enterara que él estaba en Buenos Aires parando en otro lugar. Roberto era un tipo muy
afectuoso y no le extrañaba que tuviera esa relación con tías y otros parientes. En situaciones

13
así no podía evitar las comparaciones, Raúl veía muy poco a sus tías, apenas si se acordaba de
llamarlas para sus cumpleaños.
Aceptó ir a cenar a su casa ese mismo día. La esposa de Raúl preparó unas riquísimas
empanadas de carne, y el adjetivo no se debe sólo al agradecimiento de un marido modelo o a
la cortesía del invitado, sino que las cuatro docenas que se comieron fueron la prueba más
elocuente que pueda existir. Durante la cena se evitó tocar cualquier tema que agriara el clima
de alegría que se vivía. Elena no fue nombrada, el trabajo tampoco, la situación política
menos. La conversación transcurrió entre anécdotas de Bariloche y de Los Reartes, un
pueblito de Córdoba donde Roberto había pasado su infancia. Un desfile de personajes
curiosos y muy queribles los entretuvo toda la cena a través de la locuacidad y el modo tan
ocurrente de hablar que tenía Roberto.
Los chicos se fueron a dormir y, mientras su esposa preparaba un café le propuso a Roberto
la excusa de ir a jugar al billar para poder hablar tranquilos en otro lugar.
Como si la excusa hubiese sido una razón verdadera, guió a Roberto sin pensarlo hasta un
viejo bar del barrio que aun conservaba una mesa de billar. Había poca gente, dos tipos
jóvenes estaban tomando una cerveza y en una mesa alejada, donde había poca luz, una pareja
punk parecía pelearse al oficio mudo. Apenas se sentaron Roberto miró hacia la mesa de
billar,
- ¿Te animás? - le dijo.
- Quiero que me cuentes.
- Te cuento mientras jugamos.
Le pareció muy extraña su actitud, después la entendió. Necesitaba relajar la tensión, no
podía contarle la historia mirándolo a los ojos, no quería avivar los recuerdos, una parte de su
mente tenía que estar concentrado en otra cosa, era la única forma en que lo toleraría. Sin
embargo, no paró de hablar en ningún momento, ni cuando le tocaba jugar a él, que era muy
seguido, porque Raúl no podía acertar una carambola.
- Elena no me lo dijo nunca, directamente al menos, supongo que para no comprometerme
porque ella era muy cuidadosa en todos los aspectos, pero hubo gestos inconcientes como
guardar el cuaderno de repente cuando yo entraba, o comentarios generales sobre la necesidad
que había de registrar todas las cosas raras que pasaban en el Centro. Porque siempre
hablamos mucho y todo lo que seguramente está escrito en ese cuaderno ella me lo comentó a
mí previamente. Todo menos el hallazgo del polvo sobre los armarios. Eso se lo tuve que
sacar a los tirones cuando me di cuenta de su preocupación excesiva en revisar los análisis
todas las semanas. Llegué a pelearme por ese tema después de que ella me mandó a la mierda
por mi insistencia. Vos la conocías, era capaz de preocuparse más por el primer desconocido
con el que se cruzase que por ella misma. Ya te imaginarás las veces que le pedí que se
hiciera el análisis fuera del centro, ¿me podés creer que nunca se hizo una radiografía hasta el
momento que le empezó ese dolor fuerte en la espalda? - En un momento que le tocaba jugar

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hizo una pausa - La tarea que estaba haciendo ella me correspondía a mí, pero me reemplazó
porque quería que yo me dedicara a hacerle a los polvos un análisis que estaba fuera de los
requerimientos porque creía que era de decisiva importancia. Siempre me pregunté si se
aprovecharon de una contaminación accidental o la provocaron sabiendo que era ella la que
estaba trabajando en la campana. En este último caso el número de personas que pudo haber
pasado la información a los asesinos no es muy numeroso que digamos, apenas tres personas.
- Cuando dijo esto estaba por acertar una carambola fácil, le toqué el brazo para detenerlo y la
bola salió desviada.- Ah, no, eso no vale, así me vas a ganar seguro.
- Esperá un poco, Roberto, paremos con esto del billar, estás hablando de algo terrible como
si fuera una película. ¿Me estás diciendo que hay tres sospechosos del asesinato de Elena?
Su expresión de impasibilidad cansada se transformó, me miró alarmado.
- Hablá bajo, Raúl. Te dije que hay solamente tres personas que sabían que era ella la que
estaba haciendo el trabajo en la campana.
- Y bueno, está claro entonces...
- Te dije que no sé si fue un accidente o no.
- No te entiendo, por teléfono me dijiste que no había sido un accidente.
- Ahora me estoy refiriendo concretamente a la campana, no sé si sabotearon la campana, de
lo que estoy seguro es que fraguaron los análisis. En ese aspecto no fue un accidente su
muerte, ¿me entendés?
A pesar de una ligera resistencia de Roberto ya se habían sentado. Pidió un whisky pero no
tenían, una ginebra doble con hielo les pareció lo más adecuado.
- Entiendo, pero entonces los asesinos están en el laboratorio.
- Los análisis salen del laboratorio, pasan primero por la administración y después van a la
secretaría del departamento. No es posible saber dónde fueron fraguados. No es ni siquiera
posible demostrar que fueron fraguados.
Raúl se quedó mirándolo a los ojos en silencio, esperando algo más, aunque más no fuera
una esperanza chiquita de que esa muerte no quedaría impune también. Roberto bajó la
mirada hacia el vaso, tomó un sorbo largo con los ojos cerrados y luego miró hacia afuera.
El silencio se hizo largo, espeso, los envolvía como una mortaja, Raúl sentía que le faltaba
el aire para hablar, no porque se estuviera asfixiando, sino porque el aire parecía haberse
congelado contra su cara.
Roberto seguía mirando por la ventana mientras Raúl no dejaba de mirarlo a él. No sentía
incomodidad por la situación, simplemente no podía hacer otra cosa. Ahí sentado le había
confirmado la existencia de un complot para matar a Elena, le había dado un sentido a su
muerte, había dado una respuesta a la clásica pregunta ante la muerte prematura de un ser
querido: ¿por qué tenía que morir justamente ella?, y ahora, su silencio resignado volvía a
transformarla en una muerte sin sentido, la imposibilidad de saber quiénes habían sido traía
nuevamente al fatalismo como único resguardo frente a la desesperación.

15
Cuando la pareja punk pasó junto a ellos camino hacia la salida, salió del trance. El
murmullo callejero le pareció atronador. Pudo volver a mirar a las cosas como tales sin que
mediaran las sensaciones, y entonces se dio cuenta de qué era lo que Roberto estaba haciendo
desde el primer momento, mirando atentamente a cada persona y vehículo que pasaban, era su
forma de cerrarle la puerta al pasado.
Comprendió que por más que insistiera no volvería a hablar del tema, en realidad, más que
comprender se dio cuenta de que no tenía fuerzas para lograr que volviera a hablar del tema.
Ni siquiera le preocupó la recomendación que le había hecho por teléfono, cuando
veladamente le había dado a entender que podría existir alguien que quisiera robarle el
cuaderno. Las fuerzas no le alcanzaban ni para tener miedo.
Se puso a mirar también por la ventana. Tomaron otra ginebra más en silencio, con sólo
algunas interrupciones aisladas para comentar el pasaje solitario de algún buen culo. De
repente miró el reloj y dijo que se tenía que ir. Se apresuró a pagar las ginebras y le explicó,
sin que le preguntara nada, que a la mañana temprano quería acompañar a su tía a la
Chacarita.
Ninguno de los dos pudo demostrar afecto en la despedida. Quizás pueda haber sentido que
Raúl lo culpaba por haberlo hecho socio de su silencio fatalista al contarle algo que sólo había
conseguido profundizar el dolor por la muerte de Elena y, probablemente, haya acertado.

Durante varias semanas Raúl no hizo prácticamente nada, no pudo concentrarse en ninguna
tarea importante, archivó informes y correspondencia dispersa, ordenó armarios y todas esas
cosas que por rutinarias se dejan de hacer porque se está concentrado en la investigación.
Un par de veces se acordó del cuaderno y lo único que hizo fue cambiarlo de lugar
rápidamente. Se estaba dando tiempo para reponerse, no quería pensar en nada relacionado
con el tema. Llegaba a la casa más temprano, arregló un par de cosas pendientes, acompañó a
su esposa a hacer las compras, miraba cualquier pavada por televisión con tal de distraerse.
Una noche sintió ganas de volver a leer el cuaderno. Estaba viendo televisión en el
dormitorio, se levantó para ir al baño y cuando salió fue derecho hacia el living a buscar el
cuaderno en su escondite. Antes no actuaba nunca por impulsos, a partir de todo lo que había
vivido después de la muerte de Elena empezó a sentir que debía confiar más en ellos que en la
razón, actitud muy contradictoria para un científico, aunque quizás no lo fuera tanto.
La redacción se había vuelto confusa, había anotaciones técnicas intercaladas con noticias y
comentarios políticos. Empezó a sentir que volvía a conectarse con Elena, una alegría
excitante y una cierta dosis de miedo comenzaron a tironearlo en sentidos opuestos.
De las diez primeras páginas pudo sacar en limpio que había confirmado que se trataba de
una planta de enriquecimiento de uranio. Aunque le faltaba alguna información clave para
evaluar la capacidad de la planta, los datos que había podido conseguir le habían dado ese
convencimiento.

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Cuando llegó al siguiente párrafo se le cortó la respiración.
"Estoy convencida de que piensan fabricar una bomba con U enriquecido al 90%, ésa es la
razón por la cual no quieren firmar el TNP y ésa es la razón también por la cual los yanquis
están haciendo campaña contra la violación de derechos humanos en Argentina. Por lo que he
averiguado, hay varios componentes importantes de origen alemán en la planta, así que podría
ser que ellos estuvieran atrás de este proyecto. Por más que sean aliados de los yanquis en la
OTAN, también tienen sus contradicciones fuertes con ellos y una que no es menor es la
prohibición de armamento nuclear. Alemania ya es una potencia de primer nivel y esa
burguesía exportadora seguramente tiene vocación imperialista que debe disimular frente a
sus socios. No es descabellado entonces pensar que Alemania alentaría embozadamente la
fabricación de armamento nuclear en países como Argentina, Brasil y Sudáfrica. Los yanquis
deben sospecharlo, pero no tienen pruebas."
Elena le había agregado a la hipótesis el marco internacional indispensable. Se sintió
reconfortado, como si ese acuerdo la hubiera traído a su lado para alentarlo a seguir la
investigación que ya había comenzado.

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MARIA

Me hice amiga de Elena en el peor momento de mi vida. Anteriormente había tenido poca
relación con ella, pero siempre había sido muy amable. Se la veía una mujer muy seria,
preocupada y siempre muy apurada, pero nunca pedía las cosas de mal modo. Una podía
darse cuenta de que sentía respeto por las tareas administrativas, que no las despreciaba como
tantos otros que se las dan de importantes porque tienen un título y se creen que una tiene que
estar solamente a disposición de ellos. Ella no era así, no porque quisiese quedar bien para
sacar ventaja, porque había algunos que eran así pero una se daba cuenta. No, ella era
auténticamente diferente, no quería quedar bien con nadie, era de una misma manera con todo
el mundo, nunca disimulaba. Con las personas que quería era cariñosa y con las que no quería
no les daba ni el saludo. Una vez entró a la oficina uno de esos doctores que se creen dios
cuando Elena estaba hablando con mi jefa sobre un expediente que se había perdido. El tipo
no saludó a nadie y la interrumpió a Elena para pedirle algo de mal modo a mi jefa. Elena se
dio vuelta, lo miro fijo y le dijo,
- Qué desilusionados estarían sus padres si estuvieran presentes, porque seguramente le dieron
una mejor educación que la que ha demostrado en este momento.
La cara que puso el tipo fue de un odio tan grande que si cierro los ojos todavía me acuerdo.
No le contestó, se dio media vuelta y cerró la puerta con fuerza. Mi jefa se quedó helada, pero
Elena no hizo ningún comentario y siguió con la conversación con total tranquilidad. Después
me contaron que el tipo ése era el jefe de un proyecto que tenía mucha importancia y que ya
había tenido un problema grande con Elena. No era de extrañar, esa clase de personas siempre
tendrían problemas con ella, porque jamás iba a dejar que la humillaran, ni a ella ni a nadie en
su presencia.
Podía salir en defensa de cualquier desconocido, en la calle, en el colectivo, en cualquier
parte. Tenía un carácter temible, pero no era de insultar, eso sí que nunca lo hacía. Por lo
menos, en lo que a mí respecta y por lo que me contaron otras personas ella no contestaba las
malas acciones con malas acciones, sino que trataba de impedir que siguieran haciéndolo y
buscaba que los culpables tuvieran su castigo. Un castigo que podía ser, digamos, que los
metan presos, o también moral, como fue con el tipo que me dejó embarazada.
Ese sí que me engañó bien, parecía un tipo como Elena, amable, cortés, muy educado, un
verdadero señor, como se dice, ¿no? Pero era todo de mentira. Yo no voy a hacerme la
ingenua porque sé que tengo mi culpa también, pero lo que quiero decir es que el tipo era tan
falluto que nos hizo creer una cosa muy distinta a como era de verdad. Y digo nos hizo creer
porque no fui la única a la que engañó. Adriana, mi compañera de oficina también pensaba lo
mismo. Lo lamentable es que siguió pensando lo mismo a pesar de lo que le conté, le creyó
más a él que a mí que era su amiga de tantos años. A la que nunca engañó fue a Elena. Nunca

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supe si ella sabía algo de él que yo no sabía, pero me acuerdo de la forma en que me miró un
día que nos vio hablando sonrientes muy cerca uno del otro en la oficina. Fue una mirada de
disgusto, me hizo acordar a la mirada de mi padre cuando nos estábamos portando mal yo y
mi hermana y él nos miraba solamente sin decir nada porque con la mirada le bastaba. De más
está decir que en ese momento no entendí la mirada, es más, me dio un poco de bronca, me
pareció que era de envidia, como si ese tipo le gustara a ella. Cada vez que me acuerdo de lo
que pensé me da mucha bronca, haber pensado así de ella, lo que pasa es que todavía no la
conocía bien. Si la hubiera conocido como la conocí después me hubiera dado cuenta por qué
me había mirado así, o le hubiera preguntado, no me hubiera quedado con la duda. Claro, pero
no teníamos confianza. Yo no podía preguntarle y ella tampoco me podía decir lo que pensaba
sin que yo le preguntara nada. Lo curioso es que después que quedé embarazada y
empezamos a hacernos amigas yo no hablé de esa mirada y Elena tampoco me hizo jamás un
comentario sobre lo que pensaba sobre ese tipo.
Es curioso, ¿no? Vaya a saber una cuántas veces pasan cosas de este tipo entre personas que
se quieren y no se dicen todo, sino que se callan algunas cosas que parece que son de poca
importancia hasta que después se dan cuenta de que no era así, pero que para entonces ya es
tarde.
Qué desesperación que da no poder volver atrás después que una sabe que es lo que tendría
que haber hecho. Yo me acuerdo que lo hablamos con Elena este tema. No sé cómo empezó
todo, con qué asunto de que estaba arrepentida de algo y ella me dijo que una no debía
arrepentirse de haberse equivocado sino de haberse traicionado. Primero no le entendí lo que
me quería decir, entonces ella me explicó, porque siempre que no entendía algo ella me lo
explicaba. Con no traicionarse quería decir que una no debía hacer nunca nada en contra de
sus principios por más conveniente que fuera, porque a la corta o a larga se iba a arrepentir.
Como me pareció que lo había dicho por lo que me había pasado con ese tipo yo le dije que
no me había traicionado porque él me había dicho que se iba a separar de su mujer. Pero ella
me dijo que no lo había dicho por mí. Entonces me pareció que lo estaba diciendo por ella.
Sin embargo, nunca me aclaró.
Esa es otra de las cosas que me gustaría preguntarle, otra de las cosas por las que me
gustaría volver atrás. A lo mejor, si le hubiera preguntado, ella habría tenido alguien con
quién sincerarse y las cosas habrían resultado diferentes. No sé, son cosas que se me vienen a
la cabeza y me agarra la desesperación. Porque yo estaba desconsolada con la muerte de
Elena, pero desde que Roberto me vino a preguntar si yo había visto por casualidad que
alguien hubiera retirado los análisis de Elena antes que ella se enfermase, me empecé a sentir
mal, de otra manera mal, no más triste, sino como si algo se me revolviera adentro. Roberto
no me quiso dar explicaciones, pero yo no soy tonta. Elena se murió de cáncer al pulmón y
Roberto me vino a preguntar por los análisis, ¿para qué iba a querer averiguar eso si no
porque sospechaba que estaban mal? Ya no pude dejar de pensar en ese tema, le di vueltas y

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vueltas y traté de averiguar algo. Pero era muy complicado, porque los análisis no recibían
número de entrada, simplemente quedaban en una bandeja para que los jefes de grupo los
retiraran. La única forma que había era comparar los resultados de la copia que estaba en el
laboratorio con la que había recibido Elena, pero ¿quién podía averiguar eso en el laboratorio?
Yo no tengo ningún amigo ahí adentro y es un lugar rejodido, el jefe tiene a la gente como si
estuvieran en un cuartel. No, por ese lado no se puede hacer nada, a menos que me metiera de
noche a revisar los archivos como hacen en las películas de espionaje. Pero yo soy muy
cagona y estoy sola para cuidar a mi hija, no puedo arriesgarme a nada.
Como tantas otras cosas en la vida esto quedará sin saberse. Hubiera sido mejor que no me
enterase de nada, ¿para qué me habrá preguntado eso Roberto? A él tampoco le va a servir de
nada tener la sospecha, en casos así al final lo mejor es olvidarse de todo. Lo que pasó, pasó,
nadie le va a devolver la vida a Elena, si hubo culpables y en esta vida nadie los castiga, en el
más allá recibirán su merecido, de eso sí que estoy segura.
Si Elena me escuchara diciendo esto se enojaría, me diría que los problemas se resuelven en
el más acá, como decía siempre ella. Bueno, claro, Elena no era creyente y por eso pensaba
así, pero de la manera como procedía yo estoy segura que era más religiosa que la mayoría de
las personas que van todos los domingos a misa. Ella no hablaba del bien, sino que lo hacía,
no decía "amaos los unos a los otros", sino que se preocupaba por la gente y la ayudaba
porque la quería. Lo que no hacía era poner la otra mejilla, no era vengativa, pero tampoco
quería a los que jodían a la gente, porque no era una santa.
Ojalá yo haya aprendido del ejemplo que ella me dejó. A veces creo que puedo, por
ejemplo, que puedo perdonar a los que me jodieron tanto, no digo olvidar y quererlos, sino
dejar de sentir el rencor que siento cada vez que los veo entrar a la oficina. Yo sé que eso me
haría sentir mejor, pero no puedo.
Lo que sí aprendí es a tener más coraje. Y fue gracias a Elena. Un día me dijo algo que fue
como una fórmula mágica. Me dijo que para tener coraje hay que estar más preocupado por
conocerse que por conocer lo que los demás piensan de uno. Como siempre, al principio no le
entendí, pero después me explicó que tener coraje quiere decir actuar sin miedos, y para no
tener miedos hay que conocer bien qué fuerzas tiene una para enfrentar lo que hay que
enfrentar. Si una se la pasa pensando qué van a pensar de mí si yo hago esto o no hago esto
otro o si fracaso, entonces una se paraliza. En cambio, si una analiza qué es lo que tiene que
hacer y qué es lo que sabe hacer y si no lo sabe aprende sola o pide ayuda, entonces es mucho
más probable que haga bien lo que tiene que hacer y si lo hace mal y sigue pensando en
conocerse, entonces la próxima vez lo va a hacer bien seguramente.

Si me pongo a pensar en lo que habría sido de mi vida si no hubiera aparecido Elena me da


escalofríos. Cuando le dije a ese tipo que estaba embarazada lo primero que hizo fue
reprocharme que no me hubiera cuidado mejor. Eso sí, en ese momento no se cuidó de

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disimular nada, se le notaba en la cara la bronca que le había dado la noticia. Después, cuando
me vio muy mal, se tranquilizó y me dijo que no me preocupara porque él se iba a encargar de
todo. Cómo sería yo de ingenua que pensé que quería decir que se iba a separar de su mujer
para casarse conmigo. Lo pienso y me da risa lo que creí. En realidad, lo que estaba pensando
era otra cosa.
Un día, me dijo que quería que me revisara un médico. Sin decirme nada más, me llevó a un
lugar en las afueras del pueblo que no se parecía en nada a un consultorio. Después de
caminar por un pasillo largo y oscuro golpeamos a una puerta y nos abrió una mujer que nos
hizo entrar directamente a una habitación donde había solamente una camilla y una vitrina de
vidrio con instrumentos. Me llamó mucho la atención que no hubiera sala de espera, ni
escritorio, ni diplomas colgados en las paredes, ni un biombo. A los pocos segundos entró el
médico y sin mirarme siquiera me dijo que me acostara en la camilla. Yo lo miré al tipo con
quien salía porque sentí miedo, pero él mantuvo la misma actitud distante como la que había
tenido durante todo el camino hasta ese lugar. Solamente hizo un movimiento de cabeza
indicándome que hiciera lo que el médico me había pedido. Hay que ser mujer para saber lo
que se siente cuando una se abre de piernas para que un médico la revise. Para poder dominar
la vergüenza hay que estar muy relajada y para estar muy relajada hay que sentir confianza en
el médico. En ese momento yo estaba muy tensa por todo lo que estaba viviendo y encima ese
lugar y ese médico, que no me miraba a los ojos, me inspiraban muchas cosas menos
confianza. No había ningún lugar donde pudiera desvestirme con privacidad, así que me
saqué las medias y la bombacha junto a la camilla, dándole la espalda a ellos dos. Las dejé
amontonadas sobre los zapatos. Me sentía muy mal, totalmente desprotegida, como si
estuviera dando un espectáculo obsceno. Me subí a la camilla cuidando que no se me subiera
la pollera. Me di cuenta de que me estaba resistiendo a abrir las piernas cuando sentí la fuerte
presión de los dedos del médico sobre las rodillas. Recuerdo que pensé en cómo se sentiría
alguien a punto de ser violada. Cuando me empezó a hurgar tendí la mano hacia el tipo con el
que salía, pero estaba mirando hacia otro lado y no quise llamarlo. Al poco rato el médico lo
miró y le dijo,
- Está todo bien, no va a existir ningún problema.
Esas palabras no me tranquilizaron, lo cierto es que me produjeron el efecto contrario y me
pusieron alerta. Lo único que quería era irme inmediatamente de allí. Cuando el médico se
alejó de la camilla para ir a buscar algo a la vitrina, me bajé rápido y me puse la bombacha sin
cuidar los movimientos.
- ¿Qué hacés María?, el doctor no terminó de revisarte - me dijo el tipo.
- Sí que terminó, ¿no escuchaste que dijo que estaba todo bien?
- No, no terminó, acostate otra vez - me dijo mientras avanzaba hacia mí.
Me puse los zapatos sin las medias y le dije que quería irme. El médico preguntó de muy
mal modo qué estaba pasando. El tipo le dijo que me había puesto un poco nerviosa pero que

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ya se me iba a pasar. Hablándome por lo bajo me dijo que no le hiciera pasar papelones y que
me volviera a acostar. Me agarró de un brazo y me empujó hacia la camilla. Sentí dolor y eso
seguramente fue como un detonante porque me largué a llorar y a gritar que me quería ir.
Escuché, entrecortadamente, que el médico le reprochaba que no hubiera hablado conmigo
antes.
Arrancó el auto sin decirme una palabra, pero a las pocas cuadras lo detuvo. Yo tenía las
medias en mis manos apretadas contra el pecho y seguía llorando.
- Pero, ¿qué te pasa, no me escuchaste cuando te dije que me iba a encargar de todo?
No sabía qué contestarle, su enojo me ponía peor. Aunque parezca mentira todavía no había
entendido. A lo mejor me había escapado porque lo había intuido, pero no puedo recordar que
lo supiera. Por eso, cuando me lo dijo con todas las palabras - ¿No me vas a decir que
pensabas tenerlo? - sentí como si me desgarraran el vientre.
No sé si decidí tenerlo porque estaba muy convencida o como reacción contra la guachada
del tipo ése. Me trató como si fuera una perra a la que se lleva al veterinario, poco faltó para
que me pusiera una correa al cuello también.

Es increíble la bajeza moral que pueden tener algunas personas, si es que se les puede llamar
personas a quienes actúan así. Toda esa educación que tienen no les sirve de nada. Bueno, sí
les sirve, pero para joder a los demás. A lo mejor es porque no tienen en realidad una buena
educación, sino que tienen solamente una buena instrucción. Estudiaron, les pudieron pagar
los estudios, y con eso ellos y también los padres se creen que reemplazan a una buena
educación. Conozco un montón de personas que no terminaron la primaria y tienen mucha
mejor educación que ese sinvergüenza.
Por eso, como decía Elena, el ministerio se debería llamar de instrucción, no de educación.
La educación la dan los padres y, si no la dan, nadie los puede reemplazar. Ese tipo que me
embarazó y después me llevó engañada para que me hicieran abortar no tuvo una buena
educación, estoy segurísima de eso. Nadie le enseñó a respetar a los demás, o a lo mejor le
enseñaron a no respetar a quien, según sus valores, está en alguna posición inferior en la
escala social. Sí, seguramente es eso. Así los deben maleducar a todos ésos que andan
jodiendo a la gente. Toda una larga cadena de víctimas que después se convierten en
victimarios de sus propios hijos, por más que se crean que los están ayudando.
Porque a la larga o a la corta terminan mal. Pueden tener un montón de plata, conseguir las
cosas que se les ocurra, pero siempre van a sentir que les falta algo, siempre va a existir
alguien que tenga más o sea más poderoso. De eso no se pueden salvar. El tipo ése terminó
mal a la corta. La mujer lo abandonó y se tuvo que ir de Bariloche porque nadie lo bancaba.
Claro que eso se debió a la actuación de Elena, sin ella probablemente seguiría maleducando a
sus hijos.

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Elena montó una campaña para contrarrestar las difamaciones contra mí que había lanzado
ese tipo. Me había inventado relaciones con un montón de tipos de adentro y de afuera del
Centro Atómico, hasta había dicho que también tenía relaciones con mi compañera Adriana.
Era toda gente fuera de su círculo de relaciones, así podía proteger su prestigio sin que nadie
pudiera contradecirlo. Lo había hecho porque ya lo habían involucrado con mi embarazo de
una manera indirecta, a través de rumores que le habían llegado como bromas de algunos de
sus amigos. Entonces no tuvo mejor ocurrencia que decir que el padre de mi hijo podría ser
cualquiera de los muchos con quienes me acostaba. Es cierto que no fue muy original que
digamos, pero resultó y mientras duró fue un infierno. Las caras que se daban vuelta, las
miradas desafiantes, los murmullos a mis espaldas, las conversaciones que se terminaban
cuando yo aparecía, una larga lista de humillaciones que tuve que sufrir por ese hijo de
puta...y sí...me da vergüenza decirlo porque a mí me enseñaron a no decir malas palabras,
pero no hay una mejor forma para describirlo. Como se dice, la madre habrá sido una santa,
pero él es un hijo de puta.
El único consuelo fue Elena. Nadie, absolutamente nadie, se me acercó. Es increíble, pero
cierto. A medida que me crecía la panza más se alejaban de mí, como si hubiera tenido una
enfermedad infecciosa. Hasta Adriana, prefirió creer esas mentiras antes que a mí. O, ¿quién
sabe?, a lo mejor lo hizo para demostrar que no salía conmigo y ella no tuvo la suerte de tener
a Elena para que le explicase que lo peor que a una le podría suceder es traicionarse, no que
los demás tengan una opinión equivocada. Pero bueno, yo nada puedo hacer para ayudarla, no
porque le guarde rencor, sino porque no quiere reconocer que ella también me esquivaba. Y
son varios los que piensan lo mismo.

No hay nada más fácil que engañarse a uno mismo. Por más que muchos crean que no es así,
es así. Yo lo descubrí por lo que tuve que vivir, si no seguramente seguiría pensando como la
mayoría. Pero la verdad es que cuando uno necesita creer algo, porque le conviene que sea
así, porque de lo contrario le resultaría una carga demasiada pesada, entonces auto-engañarse
es de lo más fácil. Y no importa cuántas pruebas existan en contra, no se las ve y listo.
Yo sé muy bien cómo me engañé con ese tipo. ¿Por qué? Porque necesitaba creerle,
necesitaba creerle cuando me decía que me quería, que era la mujer de su vida, que la vida
con su mujer era un infierno, que sólo la aguantaba para no hacer infelices a sus hijos.
Pruebas en su contra hubo muchas, yo no las quise ver. Le descubrí muchas mentiras,
tonterías, pero mentiras al fin. Una vez me dijeron que lo habían visto con otra mujer en la
zona del Llao-Llao. La que me lo dijo lo hizo con toda la mala leche porque, aunque no lo
sabía, se imaginaba que yo salía con él.
Con Elena hablamos mucho de todo esto. En el trabajo, salvo en el horario del almuerzo, no
era posible porque ella estaba siempre muy ocupada. Pero todas las tardes salíamos juntas y
nos íbamos caminando por la ruta hacia el pueblo, en vez de tomarnos el colectivo. Aparte

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que de esa manera teníamos más tiempo para charlar, yo estoy segura de que Elena lo hacía
para que nos vieran juntas, porque cuando pasaba un colectivo con gente del Centro ella lo
miraba fijo buscando en las ventanillas las caras de los más escandalizados. No se contentaba
con eso, sino que a todos los que la escucharan les contaba mi historia y salía en mi defensa.
Con su actitud ella me enseñó a dejar de sentir vergüenza, a dejar de mirar para abajo, me
enseñó a darme cuenta de que de esa manera les estaba dando la razón a todos los que me
repudiaban porque les era más fácil condenarme por promiscua que aceptar la hipocresía y
bajeza de uno de los doctores.
Realmente, cuando me pongo a pensar en qué podría haberse transformado mi vida sin
Elena me da escalofríos. Hasta habló con mi padre para que lo entendiera. Cuando mi padre
se enteró de que estaba embarazada se puso como loco, me quería echar de casa, fue terrible.
"Me salió una hija puta", decía cada vez que me veía. La cosa se fue agravando a medida que
la panza se fue agrandando. Hubo momentos que pensé en tirarme al lago para terminar con
todo ese infierno de una vez. Hasta que Elena un día me acompañó hasta la puerta de mi casa
y me pidió que la invitara. A pesar de que ella me había invitado a su casa y había conocido a
sus padres, yo nunca la había invitado. Supongo que me daba vergüenza por la pobreza en que
vivíamos. La única plata que entraba era mi sueldo. Mi padre, que era obrero de la
construcción, se había caído de un andamio y había quedado muy mal de la cadera y de un
brazo y no quería que mi madre trabajara por horas. Esa tarde la invité a pasar. Mis padres me
habían oído hablar de Elena muchas veces, especialmente mi madre, porque le contaba cómo
me defendía y me aliviaba de las humillaciones que me hacían pasar. Les parecía raro que una
doctora se ocupara tanto de mí, me lo decían como si sospecharan que Elena tenía otras
intenciones conmigo. En el primer momento los únicos incómodos por el encuentro fueron
mis padres, Elena hablaba y se movía como si estuviera en su casa, era notable verla. Mis
padres ahí parados, duros, sin decidirse si hacerla pasar al comedor o a la cocina y Elena
caminando por el patio alabando las plantas de mi madre y recordando que cuando era chica
había vivido en Buenos Aires en una casa muy parecida a ésa. Al final fue ella sola la que
entró a la cocina se sentó y me pidió que preparara unos mates, a lo que mi madre se negó y
me ordenó que me sentara junto a la doctora porque ella se iba a encargar de atenderla. Elena
habló todo el tiempo, no se la veía nerviosa, sino contenta, daba la impresión que estaba muy
feliz de estar en mi casa charlando conmigo y mis padres. Ellos también sintieron eso porque
se fueron aflojando y hasta pude ver una ligera sonrisa aflorando en los labios de mi padre
después de mucho tiempo, mientras Elena contaba una historia graciosa de su niñez. Recién
entonces, después de una pava entera de mate, Elena sacó el tema de mi embarazo y lo hizo
tan bien, con tanta cancha, que no hubo ninguna reacción mala de mi padre, tan sólo me miró
la panza y hasta tuve la impresión que quería tocarla.
Contó mi historia con el tipo ése como si la hubiera vivido ella, pudo transmitir mis
sentimientos más profundos mucho mejor de lo que hubiera podido yo. Todavía no entiendo

24
cómo pudo entender todo tan bien si solamente supo lo que yo le contaba y yo no dije todo lo
que sentía por vergüenza. Hubo cosas que no le conté ni le contaré jamás a nadie, pero por la
forma en que hablaba con mis padres me parecía que lo sabía.
A medida que Elena hablaba sobre la relación, mi padre iba dulcificando la mirada. Estaba
sentado, muy erguido como siempre, con una mano sobre la mesa y la otra sobre la pierna, sin
moverse, sin cambios de expresiones, sólo su mirada iba transformándose lentamente. En
cambio, mi madre tenía una mano sobre la boca y a cada rato lo miraba con miedo, temiendo
que estallara en cualquier momento, porque no se daba cuenta de los cambios en la mirada.
Después de ese día la actitud de mi padre fue muy distinta, o mejor dicho volvió a ser como
antes. Nunca había sido muy cariñoso ni tampoco lo era entonces, pero yo notaba un mayor
cuidado hacia mí, por ciertas recomendaciones que no hiciera esfuerzos y por preguntas sobre
cómo estaban las cosas en el trabajo, por ejemplo.
Para mí lo decisivo fue lo que dijo Elena sobre el abuso de autoridad que había hecho el tipo
sobre mí. Se había aprovechado de una tendencia natural que tiene una persona de menor
instrucción a subordinarse a alguien de mayor instrucción que se muestra amable e interesado
con ella. Según Elena era algo bastante común, como si la relación alumno-maestro se
prolongara hasta la adultez. De esa manera siempre se estaba predispuesto a creer lo que la
persona de mayor instrucción dijera. Esto no traería ningún problema si esta persona fuera
honesta, a lo sumo habría algunos pequeños desengaños. Pero si la persona era deshonesta y
deliberadamente usaba esa subordinación para obtener sus fines, entonces, dijo Elena, se
estaba en presencia de un claro abuso de autoridad que, como en mi caso, podría llegar a ser
un abuso sexual. Y terminó diciendo que aunque no fuera condenable por la ley, porque yo no
era menor, se trataba igualmente de un delito, un delito moral lo llamó.
No solamente mejoró la relación con mi padre desde esa tarde, sino que me sentí mucho
mejor conmigo misma. Más que la bronca por haber creído en lo que me decía, lo que peor
me hacía sentir era la culpabilidad por haber aceptado una relación con un hombre casado. Me
reprochaba que si lo hubiera rechazado desde el vamos, nunca me habría podido engañar.
Después de lo que dijo Elena me di cuenta de que la relación había empezado realmente así.
El día que él me hizo un comentario sobre lo linda que me quedaba una blusa, sentí un
deslumbramiento, como si no fuera posible que alguien como él, todo un doctor, se fijara en
mí. Creo que a partir de allí, ya no tuve mucha libertad para decidir por mí misma.
Después del cambio de mi padre empezaron todos cambios buenos para mí. En el trabajo la
gente empezó a darse cuenta de las mentiras y la situación se fue normalizando poco a poco.
Yo pude empezar a vivir mi embarazo como algo lindo y no como una carga a la que no podía
renunciar. Adriana vino a casa después de mucho tiempo que no venía y, si bien me explicó
que había estado muy ocupada con un curso de computación, yo me di cuenta de que ella
también había vuelto a ser la misma. Todos los cambios fueron obra de Elena, aunque ella
nunca lo quiso reconocer cuando yo se lo agradecía.

25
Por eso, cuando un día Elena me dijo que necesitaba que yo le hiciera un favor muy grande,
me sentí loca de alegría. Al fin podría devolverle algo de lo mucho que ella había hecho por
mí. Pero cuando supe de lo que se trataba me asusté y tuve una reacción egoísta. Aunque no
dije nada, ella se dio cuenta por la cara que puse y por mi silencio. Pensé en mi nena y en mis
padres que dependían de mí y en el peligro de perder el trabajo y me quedé callada mirando
hacia abajo. Elena me tocó la cabeza y me pidió perdón por habérmelo pedido. Cuando la
miré tenía los ojos muy tristes y ahí entonces me acordé de lo que me había explicado sobre el
miedo. Le pedí que me explicara bien de que se trataba todo para analizar las posibilidades de
tener éxito y los riesgos que correría. Me dijo que nadie se enteraría, que era para ella, por la
gran curiosidad que tenía por saber qué se estaba haciendo en Pilcaniyeu.
Yo había notado que la jefa guardaba cada tanto en un fichero unos sobres que no pasaban
por nuestras manos. En realidad, no puedo decir que lo había notado sino que recordé haberlo
visto cuando Elena me contó de qué se trataba. Ninguno de los ficheros tenía llave salvo ése.
Lo habían traído hacía más de un año. En ese momento Adriana y yo pensamos que era para
aliviar a los otros dos que estaban atestados de carpetas. Estaba ahí y la jefa lo abría, guardaba
cosas y después lo cerraba, pero para nosotras no existía. Es notable lo que pasa cuando una
mira algo sin verlo y después sucede algo y es como si eso que mirábamos se iluminara por el
nuevo conocimiento. Me pregunto cuántas cosas en la vida de las personas pasan de esa
manera, sin que nada las ilumine en el momento adecuado.
Cuando Elena me dijo que sospechaba que había cosas que se compraban por el Centro
Atómico pero que iban para Pilcaniyeu, y que las facturas y remitos se archivaban en secreto,
enseguida pensé en ese fichero. A partir de ese momento, ese fichero cobró una importancia
inmensa para mí. Cada vez que la jefa se levantaba yo hacía como que seguía haciendo mi
trabajo, pero toda mi atención se concentraba en sus movimientos para ver si guardaba o
sacaba algo. El fichero estaba ubicado unos metros a mi derecha, un poco atrás de mí. Para
mirarlo, aunque fuera de reojo tenía que girar un poco la cabeza. A veces lo hacía sin
disimulo, era como un mecanismo inconciente para verificar que aún seguía allí. Pero, cuando
seguía los movimientos de la jefa, simulaba buscar papeles en un cajón o tiraba algo al piso o
simplemente apoyaba la cabeza inclinada sobre una mano como si estuviera pensando.
Estaba esperando el momento oportuno que sería cuando me dieran horas extras. Adriana
nunca las aceptaba y la jefa no se quedaba hasta tan tarde. Elena me había pedido que buscara
facturas y les sacara fotocopias, no más de cinco por día por las dudas que la jefa revisara el
contador de la fotocopiadora y empezara a hacer preguntas. El problema principal era abrir la
cerradura del fichero. Elena me insistía que con cualquier llave del mismo tipo se podía abrir
cualquier cerradura de fichero. Yo le porfiaba que tenía que conseguir una copia. "Mirá que
eso es más peligroso", me decía, "vas a tener que sacar la llave de su llavero, hacer una copia
y después volver a colocarla en su lugar, doble riesgo". Ahora me doy cuenta de que puede
haber sido una forma de patear el problema para adelante, porque estaba muerta de miedo.

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Finalmente llegó el día que me pidieron que hiciera horas extras y yo no tenía la copia y
estaba desesperada. Elena nunca me había pedido nada y justo en la primera vez yo le fallaba.
Primero me tranquilizó con un chiste, típico de ella y después me llevó a su laboratorio. Me
dio varias llaves de fichero y me pidió que abriera el que estaba allí. Probé con todas y no
pude. Era la comprobación definitiva, no iba a poder hacerlo. Como no la vi enojada sentí
alivio. Pensé que, después de todo, había muchas cosas en la vida sobre las que una tenía
curiosidad y no podía satisfacerla. Pero Elena no dejó que mi alivio durara demasiado. Me
pidió que eligiera una llave y se la diera, la puso en la cerradura y, después de unos pocos
movimientos, logró abrirla. Sin mirarme, ni decirme nada, hizo lo mismo con cada una de las
restantes. Recién entonces me miró sonriente y me dijo,
- ¿Ves María que no es difícil? Vos también podés hacerlo.
El aprendizaje duró media hora. Teniendo en cuenta el sentimiento de culpabilidad por estar
aprendiendo a violar una cerradura, y el miedo que me hacía mirar hacia la puerta del
laboratorio a cada rato, podría decirse que lo hice bastante rápido. En ningún momento se me
ocurrió preguntarle cómo había aprendido. Preferí pensar que formaría parte de un conjunto
de habilidades que los profesionales tenían que desarrollar para hacer investigación en nuestro
país.
Sin embargo, a pesar de que me sentía muy segura con mi nueva habilidad, la apertura de la
cerradura del fichero secreto resultó un infierno. Después Elena me explicó que esa
experiencia representaba una nueva confirmación de la validez de una de las "leyes de
Murphy" que dice que si algo puede salir mal, seguramente saldrá mal. Probé con todas las
llaves varias veces, esforzándome en recordar si estaba cumpliendo con todos los pasos que
me había enseñado. Después de fracasar sin interrupciones durante media hora, me senté
abatida con el convencimiento que no podría. Tenía las manos tan transpiradas que tuve que
secármelas. Me recosté en la silla y prendí un cigarrillo. Enseguida me vino a la mente la
carita sonriente de mi hija y todos los nervios anudados en mi estómago se desvanecieron
como por arte de magia. Entonces me levanté de un salto y me dije en voz alta: "voy a poder,
de primera la voy a abrir". Así sucedió, y estaba tan convencida que no me di ni un instante
para el festejo, enseguida me puse a buscar facturas.
Había muchas carpetas, la mayoría con indicadores de nombres que me parecieron alemanes.
Saqué cinco, una de cada carpeta diferente y las fotocopié. Después volví a mi trabajo. Me
costó muchísimo concentrarme, más que antes de abrir el fichero. Había esperado a estar
segura que no había nadie en las inmediaciones y durante ese tiempo había podido trabajar,
con algunas distracciones, pero sin cometer errores. Sin embargo, después de abrir el fichero,
cuando se suponía que tendría que estar más tranquila, no podía dejar de pensar en lo que
había hecho. Por un lado me sentía bien por Elena pensando en lo contenta que se iba a poner
cuando viera esas facturas, pero por otro lado me sentía culpable. Me horrorizaba pensar en
que mi padre se pudiera enterar. Me había perdonado por el hijo natural, pero por esto seguro

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que no me perdonaría. Jamás podría entender la enorme gratitud que sentía por Elena y que
me había forzado a hacer algo que yo sabía que estaba mal, porque, a pesar de sus esfuerzos,
Elena no había podido convencerme.
Me había insistido muchas veces que lo que estaba mal era que compraran cosas a
escondidas con dinero que era del pueblo para ocultar lo que estaban haciendo en Pilcaniyeu.
Yo le contestaba que para estar seguros de que eso era así, primero había que abrir el fichero y
que, por lo tanto, en el momento de hacerlo se estaba haciendo algo malo sin que hubiera
justificativos, sólo una sospecha. Elena me decía que con una sospecha bien fundada un juez
podía ordenar un allanamiento, y yo le contestaba que no había punto de comparación, porque
un juez era un representante de la ley, y ella entonces me decía que no confundiera lo legal
con lo legítimo, y así seguía la polémica con mil variantes, aunque las dos sabíamos que yo lo
haría.
Durante diez días saqué cinco fotocopias por noche. Elena fue ordenando la búsqueda. Ya
no saqué facturas al azar, sino que me fue pidiendo que buscara en determinadas carpetas
ciertos nombres que tenía que anotarlos porque no los podía retener.
Cuando se terminaron las horas extras estaba muy ansiosa por saber si lo que ella
sospechaba se había confirmado. Me hizo una larga explicación con un montón de detalles, en
relación con las cosas que se habían comprado, que yo simulé entender para no frenar su
entusiasmo. Finalmente, lo único que me quedó en claro es que estaba prácticamente
convencida de que se estaba montando una planta de enriquecimiento de uranio.
Me enteré de su enfermedad cuando ya estaba bastante desmejorada y sólo porque insistí
mucho en saber lo que le pasaba. Me primera reacción fue de enojo, parece ridículo pero fue
así. Le reproché que no me lo hubiera dicho antes, como si eso hubiera podido cambiar en
algo las cosas. Me sentí como una nena a la que ella había querido proteger de un golpe duro
y yo me consideraba su amiga, no una hermanita menor. Más allá de que ella seguramente me
quería de ese modo, hoy pienso que mi enojo fue en realidad contra el destino que me iba a
sacar a quién yo más necesitaba. Una rabia ciega, cargada de impotencia, que encontró su
salida en el reproche, sin que me importara lo que ella estaba sufriendo. Su reacción me dejó
helada. Me miró fríamente a los ojos y me dijo que no quería mi compasión, ni antes ni ahora
y que nadie podría darle consuelo, porque el único que podría dárselo estaba muy lejos. Sin
aflojar ni por un instante su frialdad agregó:
- Si querés realmente ayudarme, olvidate de lo que sabés y continuá tratándome como si
viviera para siempre. Es lo único que podés hacer.
Esta vez no hubo ninguna frase cariñosa, ni un chiste, nada. Dio media vuelta y se fue. Me
dejó parada en el medio del pasillo con una angustia tan grande en el medio del pecho que me
puse a llorar ahí mismo. Sin embargo, después de secarme la cara en el baño, dejé de pensar
en mí y sentí un gran dolor por ella, por la tremenda soledad en que se encontraba, muy lejos
de la única persona que le podría dar consuelo.

28
Hice lo que me pidió. La acompañé hasta el último día hablándole de mis cosas, como
siempre. Con la gran diferencia que, a partir de aquella tarde, sólo lo hice por ella y no por mí.

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LAS NOTICIAS

Buenos Aires, 22 de agosto de 1979 * CLARIN

Rechazó Argentina la intromisión de EE.UU

"El gobierno argentino rechazó ayer, a través de un comunicado, las nuevas manifestaciones
del portavoz oficial del Departamento de Estado sobre la situación de los derechos humanos
en la Argentina. El tema había sido motivo de un análisis por parte del presidente Videla y
del canciller Pastor. Este recibió ayer al embajador argentino en Estados Unidos, Jorge Aja
Espil. Antecedentes.

El ministerio de Relaciones Exteriores y Culto rechazó ayer -a través de un comunicado- las


declaraciones formuladas el lunes último por el vocero del Departamento de Estado norte-
americano, Tom Reston, con referencia a la situación de los derechos humanos en la
Argentina.
...'El gobierno nacional conoce perfectamente cuáles son sus atribuciones y responsabilidades
y no precisa de las opiniones o consejos de Estados extranjeros para la conducción de sus
asuntos internos.
En consecuencia, rechaza interferencias que sólo conducen a perturbar las relaciones
bilaterales.'
Reston, en las declaraciones formuladas el lunes pasado había señalado que su gobierno
seguía 'seriamente preocupado' por la situación de los derechos humanos y 'en especial por la
suerte de muchos desaparecidos'.
Además urgió 'A los dirigentes argentinos a que restauren el estado de derechos de la
Nación' y anunció que la embajada de Estados Unidos en Buenos Aires había recibido
instrucciones para que investigara la probable existencia de 'prisiones clandestinas en las
cuales podrían estar detenidas e incluso muertas algunas de las personas
desaparecidas'."

Buenos Aires, 22 de agosto de 1979 * CLARIN

Arribó la delegación militar soviética

"'Esperamos que la próxima visita del Centro de Institutos Militares a la Unión Soviética y
la que desde este momento inicia nuestra delegación a la República Argentina promuevan el
fortalecimiento de los vínculos entre nuestros países', declaró ayer a su llegada al aeropuerto

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internacional de Ezeiza el teniente general Iván Jacovich Braiko, subjefe de la Dirección
general de Estudios Militares del Ministerio de Defensa de la URSS.
...En el día de la fecha, el jefe del Estado Mayor del Ejército, general Guillermo Suárez
Mason, condecorará al teniente general Braiko con una medalla de oro, en el transcurso de
un acto que se desarrollará en el edificio Libertador. Durante la ceremonia, asimismo, serán
entregadas sendas medallas de plata del Estado Mayor del Ejército a los restantes miembros
de la delegación de la URSS."

Una interpretación

"El arribo aquí de la misión militar soviética encabezada por el teniente general Ivan
Jacovich Braiko constituye para los observadores un acontecimiento de trascendencia. Como
el hecho no tiene precedentes, motiva expectativas positivas en los medios políticos y
sindicales.
Los analistas consideran que el intercambio de delegaciones militares subraya el
mejoramiento de las relaciones entre los dos países, que sigue las pautas positivas en materia
de comercio (más de 500 millones de dólares anuales) o la colaboración tecnológica.
La usina hidroeléctrica Salto Grande, que ya ha comenzado a generar energía, funciona con
turbinas fabricadas en la URSS; técnicos soviéticos y argentinos trabajan conjuntamente en el
estudio de factibilidad de Paraná Medio...,etc."

"Un conocido científico de la Comisión Nacional de Energía Atómica fue sorprendido por
las noticias relacionadas con la extraña situación por la que están pasando las relaciones entre
la Argentina y las dos superpotencias. El doctor Raúl Baleatti aún no pudo hallar las
explicaciones del caso. La información proveniente de la agencia Reuter señala que el doctor
se encuentra sumido en una gran confusión. Su renuencia a hacer declaraciones parecería
confirmar que la situación es más grave de lo esperado."

Así podría ser el copete de un artículo sobre la situación de Raúl ante las noticias que fueron
transcriptas en las páginas anteriores. Había ido a la hemeroteca del Consejo Deliberante a
leer los artículos sobre la condena yanqui a las violaciones de los derechos humanos en el año
1979 porque quería volver a leer lo que había mencionado Elena, y se había encontrado con
esos dos artículos tan contrastantes del 22 de agosto.
Era la misma sorpresa de Elena, pero agrandada por la contradicción. Una dictadura
"anticomunista", que era lo mismo que decir "pro-yanqui", era condenada por su mentor
ideológico y un destacado representante de las fuerzas armadas del principal enemigo de la
libertad mundial era recibido y condecorado por el jefe del Estado mayor del Ejército.

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Realmente, era demasiado hasta para más de un avezado politólogo profesional. Para el pobre
Raúl, que nunca había militado y que su capacidad de análisis político no había superado al
odio hacia la dictadura por haber secuestrado a su mejor amigo y a varios conocidos a quienes
apreciaba mucho, esta situación lo desbordaba completamente.
En el trabajo había un simpatizante del partido comunista que venía haciendo un trabajo
político constante sobre Raúl a partir del secuestro de su amigo Federico. En realidad, era un
cuadro que pertenecía a una célula que el partido había formado en el Centro Atómico
Constituyentes y cuyo responsable era la persona supuestamente más anticomunista del
mundo. Cuando Raúl le preguntó acerca de esta contradicción el tipo le contestó que no tenía
que pensar en forma tan lineal. Le agregó que toda relación tiene una contradicción que puede
ser principal o secundaria; la relación existente entre Argentina y EE.UU tenía una
contradicción secundaria porque ambos eran países agro-exportadores; por lo tanto, la
denuncia norteamericana había que interpretarla en esos términos, un apriete por la venta de
cereales argentinos a la URSS; lo esencial de la relación seguía intacto: el sometimiento de la
Argentina a los dictados económicos y políticos del imperialismo yanqui. Tampoco
presentaba ninguna dificultad la interpretación de la visita de Braiko a la Argentina, ya que al
venderle 500 millones de dólares al año a la URSS algún tipo de acercamiento lógicamente
tendría que haber, lo cuál no implicaba que se alterara lo esencial de la relación, una
contradicción antagónica entre una dictadura militar y un país socialista.
A decir verdad, Raúl no quedó para nada satisfecho con esta explicación. Los términos de la
declaración de Reston eran muy duros como para ser tomados como el resultado de una
contradicción secundaria. Había urgido a que se restaurara la democracia y la embajada
yanqui investigaría la existencia de prisiones clandestinas. Estaba golpeando en el centro
mismo de la dictadura, para nada se parecía a los términos de una pelea doméstica. Por el otro
lado, el silencio de la URSS sobre las violaciones de los derechos humanos era muy
significativo. Era cierto que el comercio bilateral había ido creciendo en forma muy marcada
en los últimos años y que, quizás, a la URSS le convendría mantener un proveedor de cereales
como la Argentina sin que hubiera conflictos entre ambos países. Pero de ahí a justificar el
intercambio entre delegaciones militares por esa relación comercial no había un largo trecho,
sino un abismo.
Raúl se dio cuenta de que no podría entenderlo solo. Sentía que era esencial para su
investigación el hecho e que pudiera entender esa increíble contradicción. Un país
dependiente como Argentina no podría encarar la fabricación de un artefacto nuclear sin un
fuerte apoyo externo. Pero, ¿era sólo Alemania el apoyo?, como sugería Elena, o había
alguien más. No le podía entrar en la cabeza que pudiera ser la URSS, eso lo descartaba, pero,
¿qué significaba ese intercambio de delegaciones militares?, ¿acaso una jugada audaz para
presionar a los yanquis y luego negociar que no jodieran más con las denuncias? Demasiado

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complicado para el pobre Raúl, tenía que buscar ayuda, aunque no se le ocurría quién.
Mientras tanto seguiría buscando información.
La otra noticia importante que quería volver a leer era la del rechazo argentino al embargo
cerealero impuesto por los yanquis a raíz de la invasión soviética a Afganistán, ocurrida el 27
de diciembre de 1979, precisamente, unos pocos meses después de la visita de Braiko a la
Argentina. ¿Acaso era muy alocado pensar que habían venido a asegurarse que esta invasión
no modificaría los términos del acuerdo que mantenían ambos países? Pero, ¿por qué una
delegación militar si eso lo podrían arreglar por vía diplomática? ¿Por qué algo tan irritante
para los yanquis como una delegación militar? ¿Habían venido a arreglar algo más? Pero, ante
todo, ¿cómo era posible que un país socialista pudiera tener acuerdos con una dictadura y
callar sobre las desapariciones y las cárceles clandestinas, las cosas esenciales sobre las que
los yanquis sí hablaban?
A pesar de la insatisfacción anterior, Raúl volvió a sacar el tema con el cuadro del PC, una
mañana que estaban sentados a una mesa de la cafetería en el trabajo. Parecía como si el tipo
estuviera espiando desde alguna ventana para verlo pasar, porque Raúl no tenía un horario fijo
para ir a tomarse un café a media mañana y, sin embargo, apenas se sentaba aparecía su
desinteresado interlocutor. Esa mañana Raúl no estaba de buen humor, en realidad, desde la
enfermedad de Elena no había vuelto a estar de buen humor, pero esa mañana, en especial esa
mañana, estaba de peor humor que nunca.
Raúl lo saludó muy secamente, deseando fervientemente que apareciera algún otro
compañero de trabajo para compartir la mesa. El tipo hizo un comentario general y enseguida
se lanzó a su tarea de captación con un tema de la realidad económica de ese momento. Raúl
lo escuchó un rato de mala gana y de repente, sin que hubiera ningún punto de contacto entre
ambos temas le disparó a quemarropa.
- ¿Cómo puede ser que un país socialista como la URSS se calle la boca, mientras un país
imperialista como EE.UU denuncie las violaciones de los derechos humanos en Argentina?
Había hablado en un tono normal, pero a su interlocutor le pareció que lo había hecho en voz
demasiado alta y miró a su alrededor. En una mesa de al lado había una mujer joven que había
llegado hacía poco tiempo de la universidad de Misiones para hacer un trabajo de
investigación en corrosión de latones. Los estaba mirando sin disimulo, Raúl le sonrió con
una leve inclinación de la cabeza pensando que estaba buscando el saludo, pero ella le dijo
mirándolo fijo,
- La respuesta a tu pregunta es que la URSS hace ya unos cuantos años que no es un país
socialista.
El más sorprendido fue el tipo del PC, se quedó mirando a Raúl para ver la reacción. Era una
situación muy incómoda para él, no debía iniciar una discusión con una provocadora pero
tampoco podría dejar pasar esa infamia ante Raúl. Lo que hubiera aliviado la tensión habría
sido que Raúl le hiciera una pregunta aclaratoria, con lo cual él habría podido intervenir

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posteriormente de una manera natural, pero Raúl lo miró a él, en una clara actitud de espera a
que le contestara. No tenía escapatoria.
- Seguramente vas a decir que es un capitalismo de estado, ¿no es cierto? -le dijo acentuando
el tono irónico.
Ella siguió mirando a Raúl sin perturbarse y le dijo,
- Ya lo denunció el "che" en la conferencia de Argel de 1962. La URSS establece relaciones
comerciales con sus países satélites que tienen las mismas características de explotación que
las de los yanquis con los países latinoamericanos.
- Eso es mentira, jamás dijo el "che" esas palabras.
- Si te interesa te puedo alcanzar mañana el discurso completo, -le dijo la misionera a Raúl, en
un tono sereno.
Raúl aceptó y la misionera se fue. El tipo del PC la siguió con la vista como si hubiera
querido memorizar su figura y dijo,
- Es una provocadora profesional, conozco bien a los de su clase.
- A mí me pareció una mina macanuda.
El tipo del PC intentó recomponer la situación con algunas frases hechas que fueron dichas
como de compromiso, pero Raúl se despidió bruscamente diciendo que tenía muchas cosas
que hacer. Igualmente, el tipo se levantó tras él y siguió hablándole, quizás algo alentado por
el silencio de Raúl, como si aún le siguiera otorgando algo de crédito. En realidad no lo
escuchaba, había quedado muy impresionado por lo que había dicho la misionera y también
por la forma en que lo había dicho. Le había gustado la firmeza serena de su tono y, sobre
todo, la naturalidad con que había ignorado al tipo del PC. Se sintió en el centro de una
disputa de gran intensidad que debía tener larga data, como si hubiera sido un espectador al
que había que conquistar. Indudablemente, la misionera había ganado por goleada y, tenía que
reconocerlo, no sólo por sus palabras, sino también por esos inmensos ojos yerba mate que lo
habían mirado fijo sin pestañear.
A la mañana siguiente esperó que lo llamara, por la tarde decidió pasar por su laboratorio.
No la encontró y no quiso preguntar por ella. Esperó dos días más y fue a buscarla
nuevamente. Esta vez preguntó y le dijeron que había vuelto a Misiones porque la había
llamado sorpresivamente su jefe. No sabían cuándo volvería.
Después de varias semanas sin noticias, le escribió una carta recordándole el compromiso
en la cafetería. Como no tuvo respuesta, decidió llamarla por teléfono a la universidad.
- Esa señora ya no trabaja más aquí -fue la respuesta seca y cortante que obtuvo.
Por más que insistió no quisieron darle la dirección. Misiones también estaba muy lejos, si
no hubiera sido por eso habría hecho el viaje con gusto para volver a charlar con ella, pero
todo indicaba que tendría que conformarse con aquella información oral o tratar de verificarla.
En la facultad había tenido una relación tirante con los del PC. Le disgustaba cómo
denunciaban la invasión yanqui a Vietnam y justificaban Hungría y Checoslovaquia. También

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le molestaba la forma compulsiva que tenían de levantar los cursos ante cualquier conflicto
que surgiera. Democracia de palabra pero dictadura en la acción, parecían demostrar sus
actos. Esto no quiere decir que fuera un admirador de los yanquis. Repudiaba tanto la
invasión a Santo Domingo y a Vietnam como la de Hungría y Checoslovaquia. Por eso,
cuando escuchó las palabras de la misionera, rápidamente encontró una sintonía con sus
pensamientos de entonces. Como nunca había militado en política, lo que había escuchado y
vivido en la facultad había quedado congelado en su mente porque, luego de su entrada a la
Comisión Nacional de Energía Atómica, se había dedicado por entero a su trabajo, sin
participar siquiera en la efervescencia del periodo '73-'76.
La idea de dos superpotencias disputándose el mundo con iguales métodos pero distinta
careta no era del todo extraña a su pensamiento. De cualquier manera, la insistencia de la
propaganda yanqui contra el comunismo, la agresión permanente contra Cuba y el apoyo
incondicional hacia las dictaduras latinoamericanas de turno, no habían hecho más que
generarle un cierto sentimiento de respeto hacia la URSS, por contraposición hacia la
amenaza cercana del imperialismo yanqui.
Sin embargo, la dictadura del '76 había agregado elementos nuevos para el análisis. Un país
socialista jamás podría apoyar a una dictadura como los yanquis siempre habían hecho y
seguían haciendo con Pinochet, pero otro país imperialista, deseoso de disputarles a los
yanquis cada país como un escaque del gran tablero mundial, sí podría hacerlo.
El rechazo argentino al embargo cerealero a la URSS, impuesto por los yanquis a raíz de la
invasión a Afganistán apuntaba en la misma dirección: un profundo acuerdo entre una
dictadura militar genocida y una superpotencia supuestamente socialista.
Por parte de la Argentina podría encontrarse alguna lógica si se pensaba en la causa
económica y no en la ideológica. La oligarquía terrateniente necesitaba de la venta de los
cereales porque sus tierras, aunque no fueran dedicadas a la siembra, seguirían valorizándose.
De esa manera, podían seguir utilizándolas como garantía para obtener créditos en el exterior
a tasas inferiores a las que sus propios bancos en el país les cobraban a quienes tomaban
créditos genuinos para producir. Esa oligarquía había acordado con los ingleses durante un
largo período y ahora estaba obligada a acordar con su principal comprador, luego de que
Europa había ido cerrando sus puertas a las exportaciones agrícola-ganaderas de Argentina.
Aunque Raúl no había razonado de esta manera, había llegado a la misma conclusión con
un pensamiento más simple.
- Mirá, que la guita está por encima de cualquier cosa para estos oligarcas no me cabe la
menor duda, yo no me trago el cuento éste de la doctrina de la seguridad nacional, si los rusos
le compran mucho van a estar bien con ellos como antes estuvieron bien con los ingleses -le
dijo a un amigo en la fiesta de cumpleaños de su hijo, después de algunas copas de un
delicioso torrontés bien helado.

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Sin embargo, la pregunta esencial seguía sin una respuesta, porque para eso necesitaba una
información que no estaba en los libros conocidos, ni en las revistas políticas y que jamás
saldría publicada en ningún diario ni mencionada por radio o televisión. Era la información
que había estado a punto de recibir de la misionera, quien tan misteriosamente había
desaparecido de su trabajo. Una información que no sabía dónde buscar ni a quién preguntar y
que se había transformado, precisamente por eso, en una obsesión que era, a su vez, el
principal obstáculo para la continuación de su investigación, algo que lo hacía vacilar,
provocando que las fuerzas del conformismo y el miedo ganaran terreno.
En esa situación estaba Raúl en julio de 1980, evitaba todo contacto con el tipo del PC -
porque además de fastidiarle sabía que sería absolutamente imposible obtener esa información
de él- y sacaba tímidamente el tema con cuanto compañero, conocido o amigo se encontrase.
Era una tarea disciplinada y perseverante que encaraba con el convencimiento de que en algún
lugar y en algún momento aparecería la pista que andaba buscando.
El último viernes del mes la esposa le había pedido que la acompañase al concierto que un
grupo coral ofrecía en la iglesia de San Isidro. Una amiga de la esposa era integrante del coro
y siempre los invitaba a las funciones. Raúl sistemáticamente se negaba porque no le gustaba
la música coral, pero ese viernes había aceptado para contentar a su esposa, ya que le había
reprochado que últimamente estaba demasiado absorbido por el trabajo. En realidad, no era el
trabajo lo que lo tenía así, pero ése era un tema que no podía compartir ni siquiera con su
esposa.
Para su sorpresa el concierto le gustó, la "Missa Brevis" de Kodaly había logrado
emocionarlo. Lo atribuyó, en gran parte, a un tema melódico que era repetido en distintas
tonalidades y voces a lo largo del concierto y que le había resonado profundamente en su
interior. Las contraltos arrancaban en una escala ascendente suavemente modulada y los
barítonos le contestaban como desde lejos, en un clima de tristeza resignada, impregnado en
ecos de lúgubre trascendencia.
Estuvo pensando la frase, tratando de reproducir lo más fielmente posible lo que había
sentido. Cuando lo comentó después de la función sólo dijo "tristeza resignada" porque le
pareció que era algo presuntuoso hablar de "ecos de lúgubre trascendencia". La amiga de su
esposa le dijo que ella sentía algo parecido cuando cantaba y los invitó a su casa donde se
iban a reunir varios miembros del grupo a comer algo.
No fue una invitación de compromiso, la amiga había quedado visiblemente impresionada
por Raúl, sabía que su profesión era físico y que no le gustaban los conciertos corales, y, sin
embargo, había hecho ese comentario tan particular que le había hecho darse cuenta de por
qué, durante esos pasajes de la Missa Brevis, pensaba siempre en Claudia, su gran amiga
desaparecida.
En un momento dado de la reunión, Raúl salió al balcón a respirar un poco de aire fresco, el
living estaba saturado de humo de cigarrillo. Eva se le acercó y le dijo,

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- Estás un poco aburrido, ¿no?
- No, no es eso, lo que pasa es que no fumo y me estaba ahogando ahí adentro.
- Se ve que a Julia no pudiste convencerla de que deje de fumar.
- Ni se me ocurrió intentarlo, vos la conocés, lo único que habría logrado es que fumara más.
Se rieron. Eva se quedó mirándolo fijo en silencio. Raúl desvió la mirada, desde el piso 20 la
vista de las luces de la ciudad era muy atrayente.
- Me impresionó mucho lo que dijiste, -le dijo Eva- esa tristeza resignada es lo que me ha
hecho pensar en Claudia, una amiga desaparecida.
- Mirá vos, a mí me hizo pensar en una amiga muerta hace unos meses, se ve que el
compositor logó transmitir ese sentimiento.
- No creo que funcione así la música, creo que es uno el que pone en la música las cosas que
le pasan. Yo empecé a sentir eso recién en los últimos dos conciertos en que hicimos la
"Missa Brevis", recién cuando empecé a resignarme que no la vería más.
Se hizo un silencio prolongado, Eva se apoyó sobre la baranda, Raúl la imitó. Era muy
agradable relajar la vista en la oscuridad, poder mirar siempre un poco más allá, hasta donde
la bruma de la polución esfumaba las luces, y era especialmente agradable relajarla en ese
momento, cuando podía servir de guía para empezar a relajar la mente y el cuerpo que se
habían tensionado por el zarpazo de esos recuerdos.
Al rato le preguntó sin mirarla,
- ¿Hace mucho de eso?
- Fue unos meses antes del golpe, estaba en La Plata haciendo una pintada contra el golpe y se
la llevaron.
- ¿Era peronista?
- No, del PCR.
- ¿PCR?
- Partido Comunista Revolucionario, una separación maoísta del Partido Comunista que dice
que ésta es una dictadura pro-soviética. ¿Nunca leíste nada de ellos?, tienen un raye de
novela, se pelearon con el PC y ahora ven rusos por todas partes, con decirte que llegan a
decir que la URSS es el principal enemigo de Argentina, ¿te imaginás? No entiendo cómo fue
posible que Claudia se enganchara con ellos. Estaría viva si no hubiera sido así.
Raúl la miró más que perplejo, era la pista tan buscada y aparecía de la manera más
inesperada, en un balcón con el bullicio de una fiesta a sus espaldas y el aire frío de la noche
que de pronto le pareció que le había llegado hasta los huesos.
- ¿Qué curioso no? -le dijo disimulando su gran interés sin saber exactamente por qué-, ¿tenés
algo de ellos?
- Tengo un libro que me regaló Claudia, te lo presto con el compromiso jurado que me lo vas
a devolver, mirá que tiene un gran valor sentimental para mí.

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En camino hacia su casa, Julia le preguntó por el libro sin disimular su sorpresa.
- ¿Eva te prestó un libro?
- Sí, nos pusimos a charlar y ella me hizo un comentario sobre este libro y me interesó.
Julia lo agarró y leyó en voz alta,
- "El otro imperialismo" de Carlos Echagüe, no lo conozco, ¿de qué trata?
- Por lo poco que me contó parece que según el autor la URSS ya no es más un país socialista
sino que se transformó en un país imperialista con la misma agresividad que los EE.UU.
- No sabía que estabas interesado en política internacional. Bueno, hoy es un día de sorpresas
para mí, primero te gusta un concierto coral y hacés comentarios como un entendido y luego
le pedís prestado a alguien que recién conocés un libro de política internacional. ¿Fue durante
la charla en el balcón cuando te interesó el libro?
- En realidad, no se puede decir que esté interesado en política internacional.
- ¿Ah, no? ¿En qué estás interesado entonces?
Raúl la miró de reojo sin descuidar el manejo del auto. Su esposa no era celosa, en realidad
él nunca le había dado el mínimo motivo y, sin embargo, había algo en su voz que la hacía
parecer cargada de un reproche provocativo, sin que eso significase que hubiera abandonado
el tono festivo, producto de los varios vasos de vino tomados.
- El tema del libro es interesante, ¿no te parece? La primera vez que escucho algo así.
Julia dejó el libro en el asiento de atrás y dijo en un tono más bajo.
- A mí no me parece nada interesante.
Luego encendió un cigarrillo y se recostó sobre el respaldo. Raúl le vio el perfil
repentinamente serio, recortado contra el desfile rápido de vidrieras iluminadas, y le tocó la
cara con ternura.
Ese gesto le tendió el puente que necesitaba, porque ella no quería empezar una pelea.
- Desde la muerte de Elena tengo la sensación que me estás ocultando algo.
Nunca le había mentido, siempre le había gustado compartir todo con ella, era una de las
cosas que más le gustaba, sentir que seguían siendo tan amigos como desde antes de casarse.
Por eso la sorpresa se hizo doblemente difícil de digerir, pero no podía hablar de este tema, no
podía comprometerla con un conocimiento que aún no sabía exactamente cuánto peligro
encerraba. Con una vacilación apenas disimulada, resultante de la inseguridad que le daba el
hecho que su esposa lo hubiera percibido, le dijo en forma pausada,
- No, para nada querida, lo que pasa es que fue un golpe muy duro, no me he repuesto
todavía.
Julia bajó un poco la ventanilla, dio una pitada muy profunda y lanzó el humo hacia afuera.
Se había incorporado un poco y daba la sensación que estaba pensando bien lo que iba a decir.
Dio otra pitada y tiró el cigarrillo por la ventanilla. Giró hacia Raúl y le dijo,

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- Raúl, hace mucho que nos conocemos, ¿no es cierto? -No era una pregunta para contestar, él
la miró un instante en una acción refleja como para hacerle notar que le estaba prestando
atención- En octubre van a ser quince años desde que empezamos a salir, ¿te acordás?
Sí, se acordaba bien de la fecha también.
- Sí, el 10 de octubre se cumplen quince años, efectivamente.
- Son muchos años de estar juntos y compartir todo, ¿vos creés realmente que podés
ocultarme algo? Me refiero a algo importante, a algo que te preocupe mucho como ahora, que
te haga levantar a las noches a leer, o salir de improviso después de una llamada, o pedirle
prestado un libro a una amiga mía sobre la Unión Soviética cuando en casa no hay un sólo
libro sobre política siquiera. Decime que no me querés decir lo que te pasa, pero no me
mientas, por favor.
El momento elegido por Julia para decirle eso no podría haber sido más desfavorable para
Raúl. Probablemente, no lo había elegido, sino que le había explotado en ese instante, Julia no
era una mujer de andar meditando demasiado las cosas. Raúl se sintió acorralado, física y
mentalmente, sentado frente al volante sin poder salirse del lugar, con un tránsito
endemoniado que no le permitía distraerse y la presión de Julia en la mirada esperando su
respuesta.
- No es que no quiera decirte lo que me pasa. Es que...no puedo, creéme, no puedo decírtelo.
Julia se irguió en su posición de sentada, tenía un brazo sobre el respaldo y había apoyado la
otra mano sobre el asiento, parecía dispuesta a saltar.
- ¿Si querés te puedo ayudar?, -le dijo en un tono de pregunta afirmativa.
- No me imagino lo que estás pensando, pero te pido algo, por favor, dejemos esta
conversación para cuando lleguemos a casa, ¿querés?
- Es muy corto lo que me tenés que decir, ¿por qué no te animás de una vez por todas?
- Escuchame Julia, fijate cómo está el tránsito a pesar de la hora, lo charlamos cuando
lleguemos a casa, ¿eh?
- Sí, tenés razón, quiero mirarte a los ojos cuando me lo digas.
En ese momento Raúl sospechó lo que estaba pensando. Primero sintió alivio porque había
llegado a creer que había leído el cuaderno pero, inmediatamente después, se percató que sólo
la verdad podría reemplazar a una idea como ésa.
Hicieron el resto del viaje en silencio, en un clima más tenso que si hubieran tenido una
discusión previa al divorcio. Raúl la miraba de reojo mientras ella fumaba nerviosamente. La
vio increíblemente hermosa, distante, sus celos le habían provocado excitación, hasta fantaseó
con meterse de improviso en un "telo".
Dejaron el auto en el garaje a dos cuadras del edificio. La tomó por los hombros temiendo
que lo rechazara pero no lo hizo, aunque tampoco se recostó contra él como lo hacía
habitualmente. Estaba muy tensa, a la mañana amanecería con una contractura terrible de
cuello, a menos que la verdad le pareciera menos tensionante que la sospecha.

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Sin siquiera sacarse el tapado fue directamente a sentarse a un sillón del living. Lo siguió en
silencio con la mirada mientras él se sacaba el abrigo y luego iba a buscar el cuaderno a su
escondite, justamente debajo del sillón donde estaba sentada ella.
- ¿A qué estás jugando Raúl? -le dijo mientras él demoraba porque en la primera tanteada le
había parecido que no estaba.
- Quiero que leas esto, acá está la razón por la que me notabas tan preocupado.
Julia agarró el cuaderno con una cara que mezclaba el desgano con la sorpresa. Hizo un
ademán para sacar los anteojos de la cartera que aún conservaba a su lado, pero se arrepintió y
le dijo,
- No me voy a poner a leer este cuaderno ahora, decime vos qué dice.
- Está bien, pero no es lo mismo que te lo diga yo a que vos lo leas directamente. -Hizo una
pequeña pausa como esperando un cambio de opinión de Julia-. Lo escribió Elena y contiene
datos que aparentemente demostrarían que están fabricando un artefacto nuclear en
Pilcaniyeu.
Julia miró el cuaderno que mantenía bajo las manos apoyado sobre su falda y luego lo miró
a él con cara de esperar una explicación. Se encontró con la mirada ansiosa de Raúl y su
silencio.
- ¿Y? ¿Qué tiene que ver esto con vos?
Raúl había sentido una gran emoción al entregarle el cuaderno y esperaba que ella
comprendiera no sólo la razón de su preocupación sino también el compromiso que esa
revelación implicaba para ella. Por eso, su pregunta lo alteró y elevó un poco el tono de la
voz.
- ¿Qué tiene que ver esto conmigo? Esto tiene que ver con todos nosotros, no solamente
conmigo, ¿no te das cuenta lo que significa?
- No, no entiendo. Primero vos mismo decís que "aparentemente demostrarían" y segundo,
aunque lo demostraran, ¿por qué tanto secreto conmigo?, ¿por qué esa preocupación que te ha
cambiado el humor y hasta te hace parecer otra persona? Me doy cuenta que sería algo terrible
si fuera cierto, por supuesto que me doy cuenta, pero no entiendo lo otro.
El cuaderno y el compromiso tácito de averiguar la verdad eran para Raúl una sola cosa, un
objeto fusionado con una idea-sentimiento que se potenciaba por su innata curiosidad de
investigador. Pero era muy poco probable que alguna otra persona pudiera deducirlo, aun
conociéndolo mucho como su esposa. Ni siquiera era probable que pudiera pensarse que el
contenido del cuaderno implicara algún compromiso para alguien por el sólo hecho de
haberlo recibido.
- Eso que llamás "lo otro" es que yo no puedo dejar a ese cuaderno olvidado para siempre en
un cajón.
La equivocación de Raúl había sido muy grande, la entrega del cuaderno, en lugar de
alejarla, había agrandado la sospecha de Julia sobre la existencia de un amorío con Elena.

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- No podés dejarlo olvidado en un cajón... ¿y por qué no lo ponés todas las noches debajo la
almohada, entonces? -le dijo levantándose y entregándole el cuaderno.
Raúl no reaccionó hasta que la vio entrando al dormitorio. Se le había borrado
completamente la sospecha de su cabeza, sólo le quedaba un gran desasosiego por lo que
juzgaba una gran incomprensión de su esposa.
- ¿Se puede saber qué te pasa? -le dijo esforzándose en mantener un tono sereno.
Julia se estaba desvistiendo de espaldas a él y no le contestó. Raúl se acercó.
- Escuchame Julia, entendeme, esto es muy importante para mí.
Ella se dio vuelta, tenía los ojos a punto del desborde.
- Sí, te entiendo, en realidad soy yo la que no me entiendo, no sé cómo no pude darme cuenta
antes que la amabas.
- Pero no, Julia, ¿qué decís? Jamás pasó nada entre Elena y yo, te lo juro. Fue una gran amiga,
nada más, ¿por qué se te metió esa idea en la cabeza? -Julia lo miraba con rápidos
movimientos de los ojos buscando en forma inconciente y desesperada los gestos que le
aseguraran la sinceridad de Raúl. La tomó de los hombros-. Por favor, creéme, nunca pasó
nada entre nosotros. Este cuaderno no es el recuerdo de una amante, no es por eso que yo lo
escondí, no te lo hubiera dado a leer si tuviera cosas que me comprometieran. Es otra cosa,
quizás no puedas entender lo que siento, el compromiso que me he creado para averiguar la
verdad, quizás yo tampoco te lo pueda explicar bien pero, es que para colmo...
Iba a decir que también tenía la sospecha que la habían matado, pero Julia lo abrazó
llorando en silencio.
Julia no intentó comprenderlo, tampoco lo hostigó, sólo le dijo que tuviera mucho cuidado
en lo que hiciera porque tenía una familia y le pidió que no le comentara nada de su
investigación. La negativa de Julia era una forma de presión no agresiva que terminó por
levantar un muro entre ellos, no muy alto por cierto, porque le bastaba a Raúl un pequeño
salto de ternura para pasarlo, pero sí lo suficientemente sólido como para que Julia se
encargara de enrostrarle que había sido él quien lo había levantado. De todas maneras, Raúl
sacó su ventaja de esa situación desagradable, utilizó el pequeño muro para recostarse cuando
buscaba el aislamiento para leer y pensar, le daba una agradable sensación de seguridad saber
que detrás estaba su esposa.
El libro le produjo un shock intelectual. La tesis de la transformación de la Unión Soviética
en un imperialismo a partir de Kruschev, tuvo el efecto de una revelación. Raúl no había leído
nada de la revolución bolchevique y el posterior desarrollo de la historia de la URSS, pero
adhirió a esta tesis con gran fe en la información que aparecía en el libro. La idea del
desarrollo de una nueva clase social formada por los funcionarios del estado que se
enriquecían como burgueses, porque sin ser los dueños de los medios de producción los
utilizaban en su beneficio, le pareció de una lógica irrefutable. Los datos tenían una fuerza
muy convincente. Las desiguales relaciones de intercambio comercial con los países satélites,

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los chantajes y las presiones con la excusa del enfrentamiento contra occidente, las mentiras
sobre las justificaciones para las invasiones a Hungría y a Checoslovaquia, todo conformaba
una clara demostración de que ese país había abandonado la idea de la extensión de la
revolución socialista mundial para pelearle a los yanquis cada metro cuadrado del planeta con
las mismas armas que ellos utilizaban: la explotación y el genocidio.
Y el libro había sido escrito antes del '76.

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CAMBIO DE VIDA

Hay momentos en la vida en que los minutos y las horas parecieran apilarse
burocráticamente sobre la espalda de uno. Así se sintió durante todo un mes después de haber
leído el libro "El otro imperialismo". No había podido entender demasiado sobre los cambios
ideológicos que, según el autor, son la base de dicha transformación. Para eso tendría que
haberse puesto a estudiar el marxismo y no tenía ni tiempo ni ganas. Sin embargo, había
hechos que resultaban lo suficientemente convincentes como para que estuviera de acuerdo
con lo que proponía el libro.
Lamentablemente, no podía hablar con nadie sobre las conclusiones que había sacado en
relación con el proyecto de la dictadura de fabricar bombas atómicas. Le había contado a su
esposa pero ella no había querido saber nada sobre el tema. El único era Roberto, pero estaba
muy lejos y no era conveniente hablarlo por teléfono o escribirle.
La lógica más elemental de supervivencia le indicaba que tenía que olvidarse de todo.
Estaban sometidos a una dictadura que había desaparecido miles de personas, ante la mínima
sospecha de que alguien tuviera las intenciones de oponerse a ese proyecto lo haría
desaparecer también. Además, ¿qué podría hacer él para impedirlo? Se necesitaba de alguien
entrenado para eso, un espía o algo así, con conocimientos para encarar una investigación de
este tipo y que supiera contactarse con gente que lo ayudase y pudiera manejar una
información de gran complejidad sin despertar la mínima sospecha. Indudablemente no era
para él.
Sin embargo, dudaba, no era que tuviera sueños inconclusos de heroísmo, sino que lo
agobiaba tanto la posibilidad que esa dictadura contara con artefactos nucleares que no podía
sacarse la idea de la cabeza. La locura de un mundo repleto de armas capaces de destruirlo
cien veces era, ya de por sí, una realidad aterrante pero, encima de eso, agregarle armas
nucleares en manos de una dictadura que no vacilaría en desatar un conflicto con cualquier
país vecino para amenazar con su uso y hasta llegar a usarlas, era demasiado.
El peso del tiempo era el peso de la duda. Raúl no era nadie, apenas un investigador con
algunos méritos en su especialidad, pero tenía una información que lo transformaba en
alguien muy especial, al menos así se sentía él. Había algo muy excitante en ello, la idea de
poder desbaratarles ese plan. No se podía echarlos, no había forma de impedir que siguieran
desapareciendo gente, pero, si se pudieran conseguir pruebas que fueran presentadas a la
comunidad internacional, el plan se desmoronaría, no podrían mantenerlo.
Ahí volvía a aparecer el gran tema. ¿Qué países apoyaban a la dictadura y cuáles la
atacaban? Si se pensaba en entregar las pruebas no podía haber error en eso. Elena había
pensado que los alemanes podrían estar interesados en apoyar el enriquecimiento de uranio y
la dictadura había demostrado, por razones económicas y, quizás algunas otras, que tenía muy

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buenas relaciones con la URSS. El libro que había leído demostraba que la URSS ya no era
un país socialista, con lo cuál no habría contradicción con el hecho que apoyaran a una
dictadura. ¿Era posible pensar en un acuerdo alemán-soviético para que Argentina fabricara
artefactos nucleares?
Nunca tuvo demasiadas esperanzas en poder contestar esa pregunta, lo que sí necesitaba
para convencerse por completo era información sobre la penetración soviética en Argentina.
Los yanquis tenían a sus empresas, bancos, periodistas, profesores, hombres de las más
diversas profesiones y ocupaciones pagados por la CIA para servir como informantes. Si la
URSS competía con ellos con sus mismas armas, también tenía que contar, a esa altura del
enfrentamiento, con una legión de agentes en el país. Lógicamente, se podría pensar en todos
los miembros del PC, pero eso era muy obvio. Tendría que haber más evidencias,
especialmente en relación con empresas y bancos, el manejo del dinero era esencial para
competir por el poder.

Cuando Eva lo llamó al trabajo no se sorprendió como debiera haberle pasado. Luego de los
saludos formales le preguntó por el libro, el tono correspondía más a una ansiedad apenas
contenida que a una real curiosidad por saber su opinión. Tenía muchas ganas de saber más
sobre el tema del libro, así que facilitó las cosas y la invitó a tomar un café.
Lo primero que hizo, para evitar sorpresas desagradables, fue decirle a su esposa que iba a
encontrarse con ella porque quería pedirle más información bibliográfica. No se puede decir
que le haya gustado, tampoco mostró ningún disgusto adicional al que naturalmente se le
notaba cuando salía el tema de la transformación de la URSS. Había estudiado algunos años
en Filosofía y Letras y, aunque no lo dijera abiertamente, Raúl sabía que guardaba un poco de
simpatía por el PC y la URSS.
Nunca había sido un tipo exitoso con las mujeres, en realidad, tampoco podría decir que
fuera un fracasado por no tener una vida sentimental intensa. Había tenido una novia en la
adolescencia durante cuatro años y después conoció a su esposa. Antes, durante y después no
hubo éxitos ni fracasos, tampoco intentos. Así que no podría decirse que conociera a las
mujeres, ni jamás fanfarroneó con nadie sobre eso, pero cuando vio a Eva se dio cuenta de
que la sensación que había tenido durante su llamada no era infundada. Se había vestido con
un pantalón muy ajustado y una blusa transparente. Tenía un peinado con rulos
cuidadosamente desordenado en la peluquería y un maquillaje natural que le resaltaba los ojos
y le dejaba los labios como si estuvieran permanentemente húmedos. La envolvía un aroma a
flores mezclado con otro componente persistente e indescifrable que alentaba al acercamiento.
Se respaldó en el asiento, sonrió de una manera especial, mezcla de complicidad y
triunfalismo sensual y dejó que la frase le saliera desde el diafragma bien bajo, con total
dominio de la técnica respiratoria,
- Tenía muchas ganas de verte.

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- Yo también, tenía muchas ganas de que me contaras más sobre el tema del libro y también si
hay otros libros o revistas.
Podrá decirse que esto mismo se lo tendría que haber dicho por teléfono para no alentarle
falsas expectativas, pero hay que tener en cuenta que Eva es una gran amiga de Julia y que él
no podía darle mucho crédito a sus sensaciones acerca de mujeres, especialmente en el estado
de confusión en que se encontraba. De cualquier manera, ella no mostró el más mínimo gesto
de decepción, lo cual tampoco lo decepcionó a él, sino que lo tranquilizó. Le duró muy poco
la tranquilidad, casi podría decirse que se la imaginó después.
- Yo creí que tenías ganas de verme a mí -le dijo con el mismo tono anterior. Aunque ya no
sonreía, seguía manteniendo la mirada fija sobre sus ojos.
No supo qué decir. Su frase inicial no había sido una táctica para desarticular la posición de
ella, tan sólo había sido la verdad, por eso no sabía cómo seguir. Se debatía entre la
descortesía de decirle que no tenía ganas de verla, lo que aparte era mentira porque le
resultaba agradable estar con ella, y aclararle que las ganas de verla no tenían ninguna
connotación sexual, lo que podría exponerlo a un ridículo mayor que el de quedarse callado
indefinidamente.
Después de un rato demasiado largo para su orgullo, en el que buscó fuerzas mirando hacia
la calle y al mantel alternativamente, sin mirarla a los ojos que seguían clavados en los suyos,
le dijo en un tono bajo, casi lastimoso.
- Eva, vos sos una mujer muy atractiva pero, como también creo que sos inteligente, te
imaginarás que si yo tuviera intenciones de engañar a mi esposa no lo haría con una amiga de
ella.
Soltó una carcajada espontánea con la cabeza inclinada hacia atrás. Tardó unos segundos en
serenarse, tiempo más que suficiente como para hacerle sentir que finalmente había hecho el
ridículo.
- Perdoname Raúl, claro que entiendo que jamás tendrías una aventura conmigo, Julia me
habló mucho de vos, tengo la sensación de conocerte desde hace mucho. La noche de la
reunión en casa me pareció que eras distinto, por eso cuando me hablaste de esa manera me
causó gracia reconocer nuevamente al Raúl original, pero esta vez como si se tratara de una
imitación.
¡Cómo le molestó su juego! No estaba acostumbrado a este tipo de cosas, en cambio a ella
se la veía radiante, las lágrimas de la risa le daban un brillo a sus ojos que le resultó
humillante. Pensó en decirle: "En cambio a vos sí que no te molestaría tener una aventura con
el marido de una amiga", pero no lo hizo. Se mordió la bronca pensando en que para hacer lo
que tenía que hacer necesitaría saber disimular muy bien.
Así recordaba esa charla con Eva, como un entrenamiento improvisado, su primera
entrevista hipócrita para obtener la información deseada, el abandono del orgullo en función
de un interés superior. Para una tarea de la clase que pensaba abordar no importaba lo que

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pensaran realmente de él, sino lo que él lograra que piensen de él. En ese caso, Eva pensó lo
que él era realmente hasta un instante antes de callarse la bronca por su juego: un pequeño
burgués de moral tradicional tremendamente escandalizado por su insinuación. Al callarse
cambió, hizo lo que nunca había hecho y en ese brevísimo instante empezó a ser otro y acabó
con el juego de Eva porque empezaron a jugar su juego, aunque ella nunca lo supo y él tardó
varios años en darse cuenta.
- Tenés razón en reírte -le dijo- soy patético.
- Bueno, no es para tanto, sos simpático no patético.
Se rieron y luego la conversación fluyó normalmente entre anécdotas y comentarios sobre la
actualidad.
La acompañó hasta la casa y le dio unas revistas editadas por el PCR que contenían toda la
información que estaba buscando, la gran red de penetración que habían tejido los soviéticos
durante muchos años, desde antes de su transformación, y que después siguieron
profundizando. Figuraban empresas, bancos, insospechados personajes de la oligarquía como
Santamarina y hasta altos oficiales del ejército. La clave de su penetración había estado
basada en el sector "liberal" de la oligarquía, el cual, en contraposición con el sector "clerical-
nacionalista", no anteponía la ideología a los aspectos económicos. Habían sido pro-ingleses
cuando Inglaterra era el principal comprador de granos y carnes, y ahora se habían
transformado en pro-rusos por idénticas razones: la URSS era, por lejos, el principal
comprador.
Sintió que no necesitaba confirmar esas informaciones. Todo cerraba a la perfección. Por
algo los yanquis estaban tan enfrentados, no se trataba de una dictadura que hiciera travesuras
y recibiera reprimendas de sus padres, se trataba de algo totalmente distinto, algo
desconcertante, se trataba, ni más ni menos, que de una dictadura pro-rusa.

En aquel entonces Raúl trabajaba en transformaciones martensíticas en aceros inoxidables.


En Bariloche estaba el máximo especialista en transformaciones martensíticas. No había
tenido nunca un contacto directo, sino que ocasionalmente había intercambiado información
con alguien que trabajaba con él. Ese recuerdo estaba archivado en algún casillero de su
memoria y, como sucede muchas veces, fue activado de manera accidental por un hecho sin
ninguna relación directa. Un compañero había vuelto recientemente de Bariloche y le
comentó que había comprado chocolates exquisitos en una nueva casa que se llamaba
"Martens", cuyos dueños eran alemanes. Como un relámpago la asociación Bariloche-
martensita-alemán le encandiló la mente. El experto en martensitas era de origen alemán y
trabajaba en Bariloche. No podría haber una razón más natural para que Raúl se trasladara
allá.

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Debió haber estado madurando en su inconciente bastante antes de ese hecho, porque tan
rápido como la asociación de conceptos se produjo la decisión de trasladarse a trabajar a
Bariloche fue tomada. Era la única manera de que pudiera intentar algo.
El obstáculo más difícil fue convencer a Julia. A pesar de que su verdadera objeción era que
se oponía a que siguiera adelante con la investigación, sus argumentaciones fueron de otro
tipo: el alejamiento de la familia, la escuela y amigos de los chicos, el frío de Bariloche. A
todos ellos opuso razones muy valederas y, finalmente, pudo vencer su resistencia al decirle
que era muy importante para su carrera.
En su lugar de trabajo no hubo ningún inconveniente. En ese entonces se alentaban los
viajes de perfeccionamiento al exterior, con más razón si se trataba tan sólo de un traslado
dentro del país que resultaba mucho más barato.
Al contrario de los suegros, sus padres le dieron un contenido muy dramático al alejamiento
de los nietos: "En todo un año no los vamos a ver", "Sólo dios sabe si vamos a estar acá
cuando vuelvan" y toda una serie interminable de frases culpógenas que apenas pudo soportar
sin enojarse.
El contacto con Hans Baüer, el experto en el tema, fue muy fluido desde un comienzo.
Primero le escribió una carta en la que le comentaba su interés por profundizar el tema de las
transformaciones martensíticas desde un punto de vista más teórico y le preguntaba si le
interesaría que fuera a trabajar con él. Al siguiente día de recibir la carta, Baüer lo llamó por
teléfono. Le dijo que conocía sus trabajos, aunque trabajaban sobre diferentes materiales y
que estaría encantado de que fuera a trabajar con él, -"sería un gran honor"- dijo. Por lo poco
que sabía de los alemanes, podían ser muy ceremoniosos, pero no eran propensos a la
adulación como los franceses. Tomó esa frase, entonces, como auténtica, aunque su
autoestima no estaba pasando por un momento de alza y recordó, además, que Baüer ya era
más argentino que alemán, porque había venido al país con sus padres cuando tenía diez años,
después que terminó la segunda guerra mundial.

Cuando se decide un traslado transitorio de toda la familia a otro lugar, aunque sea dentro
del propio país, los preparativos son más complicados que los de una mudanza. Eso fue lo que
aprendió en octubre de 1980.
Para irse, lógicamente, había que esperar que terminara el año escolar. Asegurarse que los
chicos tuvieran vacantes en Bariloche fue toda una complicación. Después estuvo el tema del
departamento, el debate sobre alquilarlo o no duró más de lo conveniente. Cuando lo
decidieron ya estaban en diciembre y la cercanía de las fiestas dificulta todas las operaciones
inmobiliarias.
La gran ocupación en que lo mantuvieron todos los preparativos hasta el momento de la
partida sirvió para anestesiarlo, llevando los peligros a una zona más difusa aún, la de la
fantasía despersonalizada, como si el que tuviera que hacer esa tarea vagamente ideada fuera

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otro, no el Raúl que estaba en Buenos Aires muy ocupado con terminar todas las cosas
pendientes, sino otro que no vacilaría en hacer lo que debía hacer para encontrar las pruebas
necesarias.
Sólo así pudo entender su resolución. Se había embarcado junto a su familia en un cambio
de vida con un entusiasmo tan demostrativo que logró contagiárselo a Julia. En realidad, no
supo si se trató de una anestesia o terminó por convencerse de que iba a realizar un trabajo de
perfeccionamiento como tarea principal y que, sólo si aparecía alguna evidencia, la utilizaría.
Sólo si aparecía y no implicaba grandes riesgos. Puede ser que haya pensado fugazmente
cosas así, pero no estaba seguro.
Roberto se enteró por comentarios de Baüer a otra persona. Lo llamó a su casa para
confirmarlo. No demostró alegría ni tristeza ni preocupación, su tono pareció el de un
recepcionista que se ocupaba de tener todo listo para cuando llegaran. Tampoco le hizo
ningún reproche por no haberle avisado. Sin embargo, se dio cuenta de cuánto desaprobaba su
idea, su inexpresividad era la mejor evidencia de que no le gustaba que fuera, probablemente
se sintiera amenazado por el plan que suponía que tendría Raúl porque lo involucraría a él
también.
Le comentó que su viaje había armado un pequeño revuelo en el Centro Atómico. Como
Raúl le demostró incredulidad, le dijo que ya se iba a dar cuenta de cómo eran las relaciones
sociales en un pueblo chico, cualquier novedad implicaba la posibilidad de un nuevo tema de
charla, algo que ya descubriría que era de inmenso valor. Le insistió en que le parecía que
estaba exagerando porque Bariloche no era un pueblo chico.
- No te hablo de Bariloche, te hablo del Centro Atómico -le dijo- tengo entendido que van a
vivir allí un tiempo hasta conseguir algo para alquilar, ¿no?
Roberto jamás podría describirle un panorama alentador, lo cual no quiere decir que
estuviera mintiendo, sino que, si lo hubiera dejado, le habría seguido hablando de todos
aquellos aspectos que fueran negativos para Raúl.

Recordaba intensamente muchas cosas de los meses previos a la partida. Una investigadora
que trabajaba en el mismo departamento y con la cual no simpatizaba en absoluto, se acercó
una tarde a darle referencias sobre ciertas personas del Centro Atómico. Lo hizo de una
manera velada, como si se tratara de algo que hubiera surgido espontáneamente después de
una consulta sobre un tema de trabajo. En aquel momento le sorprendió su actitud, no porque
fuera una persona discreta que nunca hablara de los demás a sus espaldas, sino porque sabía
perfectamente de su antipatía hacia ella. Algunos años después, cuando supo quién era
realmente, se dio cuenta de que aquella charla había tenido un doble propósito bien definido,
tratar de predisponerlo mal con un grupo de personas que luego resultarían ser aquellas con
quienes mejores relaciones tuvo y también sonsacarle información sobre el motivo de su

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viaje. En ambas cosas fracasó, su sacrificada disciplina y persistencia no alcanzaba para
compensar su bajísima inteligencia.
También hubo otra persona que, sin ninguna mala intención, le dio información poco
agradable sobre Bariloche pero que le sirvió mucho. En realidad, él había estado trabajando
por un tiempo en INVAP, una sociedad del estado cuya propietaria es la provincia de Río
Negro, que tiene mucha vinculación con el Centro Atómico y que estaba cargo de Pilcaniyeu.
Le contó que no había podido soportar el clima represivo que se vivía en esa empresa. No se
podía decir a nadie el sueldo que cada uno cobraba, cualquier intento de organización del
personal era castigado con el despido y, en particular, la gente que trabajaba en Pilcaniyeu no
debía tener contacto personal, ni aun fuera del trabajo, con otras personas de la empresa o del
Centro Atómico. Él trabajaba en la ciudad y nunca había ido a Pilcaniyeu, pero se había
enterado de que un antiguo compañero de colegio estaba trabajando allí. Un día, de pura
casualidad, se lo encontró en el centro. Su ex-compañero se alegró mucho de verlo pero, en
cuanto supo que trabajaba en INVAP, su cara se transformó. En ese momento entendió lo de
la prohibición y, a pesar que su ex-compañero no le dijo nada, sospechó que estaban
ocultando algo muy importante en Pilcaniyeu.
Raúl recordaba haber tenido la sensación de estar jugando a un juego de naipes colectivo e
involuntario. Había mostrado algunas de sus cartas y había personas que habían comenzado a
mostrar las suyas. Si bien no podía saber qué cartas tenían todos los que participaban, él tenía
una gran ventaja, había jugado primero y ellos no podrían imaginarse cuál era el objetivo del
juego.
Dentro de este mismo contexto pudo clasificar la llamada de Eva. Llamó una noche y la
atendió Julia, estuvo hablando un largo rato con ella y luego pidió hablar con él.
- ¿Te ibas a ir sin despedirte? -le dijo en un tono exageradamente canchero.
- De ninguna manera, te pensaba devolver el libro antes de irme -le dijo mientras pensaba
aceleradamente en llevarla a su juego.
- No lo creo, no creo que tuvieras ganas de volver a verme después de la otra noche.
- Al contrario, ésa es la causa de mi partida.
- ¿Ah, sí? -le dijo en un tono entre incrédula y halagada.
- Así es, después que lo supe ya no pude soportar la tortura de la inacción y decidí irme.
- ¿Julia está por ahí?
- Sí, por supuesto, ella lo sabe todo.
- ¿A qué te referís con que lo sabe todo? -le preguntó bastante alarmada.
- Es bastante obvio Eva, después de todo, si no hubiera sido por vos nada de esto habría
pasado.
- Vos estás muy confundido, te hiciste un rollo bárbaro de algo inexistente, no sé qué le
habrás dicho a Julia pero tenemos que reunirnos para aclarar todo -había perdido la línea y
estaba bastante cerca de un ataque de nervios.

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- No hace falta Eva, Julia lo entendió perfectamente, te lo aseguro, ¿acaso no hablaste hace un
rato con ella?
Había estado pensando en el libro para jugar con el doble sentido de las palabras, ahora ya
era tarde para volver atrás y decirle que todo era una broma, pero tampoco era posible
revelarle el verdadero sentido de su viaje. Se había contagiado y estaba jugando al mismo
juego hipócrita que ella había utilizado con él, y lo disfrutaba. Por suerte Julia se había ido a
la pieza y no podía escuchar lo que decía.
- Escuchame Raúl, creía que eras más piola, te metiste en un quilombo que no te podés
imaginar, cuando hable con Julia le voy a decir que me quisiste levantar y que...
Evidentemente, tenía que cortarla de algún modo.
- Esperá un poco Eva, ¿de qué estás hablando?
- ¿Cómo de qué estoy hablando?
- Sí, me parece que la que estás muy confundida sos vos, ¿a qué viene eso de que me metí en
un quilombo y que vos le vas a decir que yo te quise levantar?, ¿qué tiene que ver con lo que
yo estaba diciendo?
- No te hagas el boludo, vos sabés muy bien lo que tiene que ver.
- A ver, empecemos de vuelta, te dije que nuestra partida tenía que ver con vos porque me
diste un libro y revistas que me dejaron tan perturbado que ya no pude soportar la idea de
seguir quedándome en Buenos Aires en el medio de un enfrentamiento entre las dos
superpotencias, donde los roles están cambiados y los que uno siempre pensó que eran los
enemigos son más amigos que los que uno siempre pensó que eran los amigos.
Durante unos segundos hubo silencio de línea.
- Les deseo que tengan una muy buena estadía, chau -le colgó sin decir nada más.
No había hecho su juego, había jugado al juego de ella y le había ganado. Era algo muy
diferente y nuevo para él, nunca había participado en ese tipo de esgrima verbal, juego de
apariencias y trampas, donde la sorpresa era el arma fundamental para lograr el debilitamiento
psicológico del adversario. Se preguntó si le sería útil y también sintió algo de bronca por
haberlo disfrutado, ¿hasta qué punto estaría dispuesto a degradarse para conseguir lo que
quería?

La imposibilidad de decir la verdad hizo que los amigos de la infancia de Raúl no estuvieran
de acuerdo con su decisión.
- Pero, ¿te conviene en guita? -le dijo el gordo Cacho, sin dejar de comer los ingredientes de
la picada, la noche que se reunieron para despedirse.
- ¿Por qué no te vas al extranjero a especializarte, como hacen todos? -le dijo Darío luego de
que le explicara a Cacho que no obtendría beneficios económicos por su viaje.
- Se van a cagar de frío allá - dijo Ernesto, que era el más disconforme con su partida.

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Jodas aparte, la despedida no fue linda. Sintió la duda más fuerte que nunca, le faltó la
convicción que había tenido con Julia para persuadirlos de que el viaje era muy bueno para su
carrera. El engaño le pesó como una traición y, aunque finalmente tomaron su pesadumbre
como una reacción ante la partida, no pudo dejar de pensar que no los había engañado a ellos,
sino a sí mismo.
Esa despedida fue sólo de hombres, luego hicieron una de familias, pero se pareció más a
una de las tantas reuniones que tenían en el año que a una despedida. Los amigos ya se habían
dicho las cosas que se tenían que decir. Aquella noche de cervezas, los afectos y rivalidades
habían aparecido con la misma fuerza, intactos desde la infancia, como así también las
innecesarias pero sinceras promesas de acudir al primer llamado de ayuda que lanzase desde
el ostracismo. Indudablemente, lo extrañarían como él los extrañaría, aunque se equivocaron
si pensaron que el alejamiento obraría como un intensificador, la avasallante sucesión de
extraños y peligrosos acontecimientos que viviría, le dejaron muy poco tiempo para la
evocación.

Cuando llegaron al aeropuerto de Bariloche Roberto los estaba esperando. Se había


comprometido sin que Raúl se lo pidiera con la misma espontaneidad con que en ese
momento les brindaba su sonrisa de bienvenida. Había conseguido prestada una rural Rambler
en perfectas condiciones, de esas que sólo se consiguen en las provincias. Fue ideal, porque
además de cargar todos los bultos pudieron viajar cómodos.
Los chicos nunca habían ido al sur, miraban fascinados el paisaje. Era cerca del mediodía y
los grandes contrastes de verdes entre la luz y la sombra le daban mayor profundidad a las
imágenes. El Nahuel estaba muy sereno, el paisaje invertido se imponía con una fidelidad
fantasmagórica y parecía revelar secretos de sus profundidades. A cada vuelta del camino los
asombros se sucedían. Julia también miraba todo con ojos nuevos. Sin la ansiedad del turista
que quiere devorarse las imágenes, esa naturaleza imponente le transmitía una fuerte
sensación de permanencia serena, allí había estado durante miles de años, allí estaría durante
su estadía y allí seguiría estando hasta mucho después de sus muertes.
La mayor parte del viaje fue en silencio, la contemplación del paisaje era apenas
interrumpida por las exclamaciones de los chicos. Roberto a veces hacía algún comentario,
aunque se le notaba el esfuerzo por disimular su preocupación. El silencio de Julia y los
chicos era muy diferente al de Roberto y al de Raúl. Los primeros necesitaban el silencio para
admirarlo todo sin interrupciones, en cambio a ellos dos les pesaba el sobrentendido, lo que
no podía decirse delante de otras personas, la verdadera razón del viaje.
Como si hubiera sido un profesor extranjero invitado, hubo un comité de bienvenida. Raúl
creía que Roberto estacionaría el auto frente al departamento que les habían asignado, ante su
sorpresa lo hizo frente a la entrada del edificio principal. Desde el hall central salieron Hans,
el director del Centro y tres investigadores que conocía desde hacía tiempo. Más que

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halagadora, la recepción le resultó embarazosa por lo exagerada. No creía que hubiera
antecedentes de un hecho así y, por lo tanto, tuvo la inquietante sensación que desde su
llegada empezaban a suceder cosas que no entendía. Algunos días más tarde, Roberto le dio
una pista. Existía una vieja enemistad entre el Director del Centro Atómico Bariloche y el
Gerente de Desarrollo del Centro Atómico Constituyentes. Su pase a Bariloche había sido
interpretado por el Director del Centro como un tanto a su favor en el marco de una ridícula
disputa sobre méritos científicos que mantenía con su colega de Buenos Aires.
Ese carácter de trofeo virtual que le habían asignado, le daría más tarde algunos privilegios
que supo utilizar, aun a costa de la enemistad de varias buenas personas con las cuales
simpatizaba.
En cambio, Julia quedó muy bien impresionada por la recepción. Cuando estaban
desarmando las valijas y los chicos ya habían salido a corretear por el enorme parque del
Centro, le dijo muy seria y con un velado tono de reproche.
- No sabía que eras tan importante.
- No lo soy, reciben así a todo el mundo, es una vieja tradición del Centro – mintió con gran
naturalidad.

La primera reunión social fue en la casa de Hans. Julia estaba excitadísima con la invitación,
lo sentía como si tuvieran que dar un examen de presentación. En realidad, fue una reunión
mucho más íntima que la imaginada por ella, había otro matrimonio amigo de los Baüer, un
psicólogo trascendental de nombre Erick al que Hans había conocido en su último viaje a
Alemania y una tía que vivía con ellos en la inmensa casa de seis habitaciones en la zona del
Llao-Llao, heredada del padre de Hans.
Julia simpatizó rápidamente con la esposa de Hans que era profesora de literatura. La otra
mujer era muy callada y asistía, aparentemente muy interesada, a los diálogos que se
entablaban entre Trudy y Julia. Esa situación tranquilizó a Raúl porque Julia había logrado
contagiarle su excitación, a pesar de que para él esa reunión era sólo un gesto de bienvenida
de Hans, quien seguía manifestándose estar muy honrado por su presencia.
Después de la cena, en un momento en el que las conversaciones entre hombres y mujeres se
separaron, situación un poco ayudada por la distribución de los asientos en el gran salón de
estar, Raúl sacó el tema del libre albedrío.
- Cuando uno dice "decidí tal cosa", ¿es realmente uno el que la decide o es la suma de
deseos, fantasías, miedos e impulsos vitales que uno ignora y son los que se manifiestan a
través de la voluntad como si fuera una decisión libre?
- En esa pregunta hay una trampa que es la división entre el "yo" y lo "no-conciente" - le dijo
Erick. Si cuando decimos "uno" nos estamos refiriendo solamente al "yo", es natural que a
veces podamos sentirnos como un barquito de papel en el medio de un mar tormentoso,
porque es poco probable que exista una decisión enteramente basada en el "yo". En cambio, si

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cuando decimos "uno" nos estamos refiriendo a la suma de lo conciente y lo "no-conciente", y
no es que sólo lo estemos pensando, sino también sintiéndolo, entonces esa pregunta sobre el
libre albedrío carece de sentido.
- Quizás habría que establecer una forma de comunicación más fluida entre el "yo" y lo "no-
conciente" como para que no nos sintamos sorprendidos ante ciertas decisiones que tomamos
a veces -le dijo Raúl usando su terminología, sin el mínimo deseo de polemizar con él.
Eso pareció excitar a Erick que perdió ligeramente su postura académica. Su inglés se
volvió más duro y a Raúl le costó entender lo que dijo.
- Eso que usted propone no puede ser jamás el camino de la integración entre el "yo" y lo "no-
conciente". Todo intento de comunicación nace desde el "yo" y por lo tanto no hace más que
intensificar su separación. La unidad sólo puede lograrse desde un estadio más elevado de la
conciencia, la supra-conciencia, la se logra a través de la meditación, no de vanos intentos
yoístas.
Cuando Erick observó la cara de perplejidad de Raúl, se sorprendió, su imaginada polémica
naciente se esfumaba en su silencio, pero él seguía mirándolo expectante. Raúl miró a Hans y
éste entendió el pedido de ayuda. Con gran habilidad sacó un tema algo relacionado con el
anterior, pero que luego derivó hacia otros más intrascendentes.
Nunca terminó de entender la razón por la cual Hans los invitó a la reunión junto con esas
personas, tanto él como su esposa y el otro matrimonio habían leído mucho sobre psicología
trascendental y conocían y admiraban la obra de Erick. De Raúl y su esposa no podía tener
ninguna referencia al respecto, así que quizás la invitación fue una forma de demostrarles su
afecto al ofrecerles compartir un aspecto de su vida íntima que lo apasionaba y que, por lo
tanto, podría servir para fortalecer la relación.
Sin embargo, sucedió otro episodio que podría ser la clave de la invitación. Erick era un
activo pacifista que tenía conexiones con organizaciones internacionales. Julia y Raúl también
lo eran, pero cuando surgió el tema, inicialmente Raúl se calló. Habitualmente reaccionaba
con entusiasmo, en ese momento sintió el fuerte impulso de callarse, debería decirse un
impulso a contramano, porque era de inacción, una nueva manifestación de que algo diferente
se estaba gestando en su interior y era capaz de dirigirlo. A lo mejor fue el producto de una
brevísima meditación involuntaria, como diría Erick, porque en un instante fue consciente de
que su pacifismo era un obstáculo en la búsqueda de las relaciones que le permitirían avanzar
en su investigación y, ante la mirada atónita de Julia y el desagrado del resto, dijo su frase
lapidaria.
- Mientras no se produzca un real desarme mundial, los países como el nuestro tienen el
derecho de fabricar artefactos nucleares, es la única manera de resistir el chantaje nuclear al
que nos someten las potencias mundiales.

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Erick dijo algo en alemán y movió un brazo en un gesto ampuloso, luego lo miró a Raúl y le
dijo que era muy lamentable que un físico pudiera decir semejante barbaridad conociendo
mejor que nadie los terribles efectos que podría causar un artefacto nuclear.
Se estableció una furibunda polémica entre Erick y Raúl, ante las miradas de reprobación de
Julia y de atenta observación de Hans. A los efectos de intentar una explicación alternativa a
la invitación de Hans, le bastaba recordar esa mirada que no era de disgusto y que
curiosamente lo incentivaba a reforzar sus argumentos hipócritas. Tal vez, lo que Hans quiso
obtener con esa reunión fue su opinión, precisamente, acerca de ese tema. Los hechos
posteriores no avalan ni desautorizan esa interpretación. Sólo pudo decir que tenía la certeza
que hubo personas que conocieron su opinión y se le acercaron para confirmarla. Así conoció
a quienes fueron introduciéndolo en la fina trama que daba sustento ideológico al proyecto
"Dragón" de la dictadura.

Después de aquella reunión en la casa de Hans, donde se reveló como un defensor del
derecho de los países del Tercer Mundo a fabricar armamento nuclear, esperó algún cambio
de actitud, sin embargo, Hans siguió siendo como siempre, muy amable y considerado,
dispuesto a darle una mano en cuanto estuviera a su alcance.
El tema no había sido tocado nuevamente hasta un almuerzo en el comedor del Centro.
Siempre se sentaban Hans y Raúl junto a tres colegas que conocía desde antes. Ese día se
acercó alguien que conocía de vista de los Congresos de Física, preguntó muy cortésmente si
les molestaba su presencia y se sentó frente a Hans. Inmediatamente, monopolizó la
conversación. Aprovechando un comentario de otro de los presentes sobre el resurgimiento
del nazismo en Europa, comenzó a despotricar contra yanquis y japoneses por la guerra
económica que habían entablado y que amenazaba la estabilidad mundial. Esa era la causa de
la alta desocupación europea, según su opinión, y entonces era lógico que hubiera
manifestaciones xenófobas para defender las fuentes de trabajo. Hablaba con gran seguridad,
sin exaltarse, resaltando algunas palabras para darle el énfasis deseado a sus frases.
Eso fue lo primero que le llamó la atención a Raúl. Es muy poco probable que se hable
naturalmente de esa manera, por más convicción que se tenga sobre el tema. En los primeros
momentos no le prestó atención a lo que decía, le impresionó cómo lo decía y la forma de
mirarlos a todos, con un dominio total de la situación.
Después de un rato, el charlista logró su propósito y se armó una polémica relacionada con
el surgimiento del nazismo o las "manifestaciones xenófobas", como a él le gustaba decir.
Inicialmente le costó, porque existía bastante resistencia en todo el resto a embarcarse en esa
discusión. Especialmente Hans, parecía estar en un estado de distanciamiento abúlico que no
le permitía sacar los ojos de su comida. Lo que más le interesaba a Raúl era escuchar y mirar
su actuación, porque después de un par de minutos ya no tuvo dudas de que estaba actuando.
En un momento dado, Hans pareció despertar y le hizo un comentario cáustico que los hizo

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sonreír a todos. A partir de ese momento, los otros tres colegas y el actor se trenzaron en una
discusión feroz.
Hans volvió a su comida y Raúl comenzó a disfrutar de la discusión, dándose cuenta cómo
el doctor Félix Tralles -así se llamaba el actor- les iba dando pie a los argumentos que en
forma rotativa cada uno de los tres colegas usaban para contraponer a los suyos. Como si
estuviera siguiendo un libreto, llegó un par de veces hasta hacer de apuntador cuando se hizo
un bache argumental. Para eso utilizó el recurso de la auto-pregunta, como si estuviera
hablando consigo mismo.
Después de varios minutos, al ver que Raúl no participaba, comenzó a mirarlo
insistentemente. Estaba esperando ese momento, sabía que finalmente algo le preguntaría. Lo
hizo de una manera indirecta para no tensar la situación.
- Creo que tenemos que terminar con esta discusión porque, según parece, estamos aburriendo
a Hans y a Raúl -dijo mirándolo fijo a los ojos.
- No sé Hans, pero por mi parte estoy disfrutando mucho la discusión. Si no intervengo es
porque coincido totalmente con tus argumentos -le dijo Raúl sonriente mientras podía oír sus
propias palabras silenciosas retumbándole en el interior de la cabeza: "fascista hijo de mil
putas".
- Sin embargo, vas a tener que intervenir más activamente porque son tres contra uno y me
estoy quedando sin municiones -le dijo envalentonado, totalmente decidido a obtener un
mayor compromiso de su parte.
- Creo que es innecesario, lo que había que decir fue dicho, la votación está tres a dos en
nuestra contra, quizás logremos empatar con Hans.
Eso fue una boludez, no debería haberlo involucrado. La primera reacción de Hans fue de
sorpresa y lo miró a Félix. Quizás haya sido sólo la imaginación, pero Raúl vio en sus ojos un
relámpago de reproche.
- Ya deberías conocerme Raúl como para saber que repudio cualquier manifestación que
tenga características fascistas. Ahora, por lo que veo, tu posición armamentista tiene un lógico
correlato con tu racismo, dijo en un tono de fastidio apenas disimulado.
Todos miraron a Raúl, le había pegado duro y se lo merecía, pero no podía quedarse
callado, un poco por orgullo y otro poco porque no quería quedar ante Félix como un
subordinado de Hans. Tampoco quería entrar en una polémica con Hans, sería como discutir
contra sí mismo, algo bastante peligroso por lo esquizofrénico y, además, imposible de
mantener durante un tiempo largo sin que se revelara la falsedad de su posición. Vaya a saber
uno por qué misteriosa asociación, en el momento en que su ansiedad casi se transformaba en
desesperación por encontrar una salida adecuada, le vino a la cabeza la novela "Desde el
jardín", cuyo personaje central decía frases sobre un jardín que eran interpretadas por todos
como metáforas geniales sobre la vida, la sociedad y la política. Sin tiempo para pensar,

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porque ya habían pasado demasiados segundos de silencio, dijo lo primero que se le ocurrió
mirándolo a Félix.
- Sobre las tumbas nadie planta rosales.
Hans se enderezó en su silla y lo miró con cara de sorpresa irritada. Los demás miraron
esperando la continuación de la frase o alguna evidencia que les revelara el sentido oculto que
encerraba. Hans no esperó nada, fiel a su estilo frontal le tiró a la cara la pregunta obvia.
- ¿Y eso qué carajo quiere decir?
No estaba en condiciones de hacer interpretaciones geniales de frases sin sentido, así que le
dijo lo que quería decir desde el principio, pero desde una mejor posición porque la sorpresa
había desbaratado la presión de Hans.
- Eso quiere decir que hay discusiones que no deben seguirse si uno quiere hacer una buena
digestión.
Aquel episodio obró como una presentación ante el grupo que tenía la función de captación
ideológica de apoyo al armamentismo nuclear. Félix Tralles era una de sus cabezas visibles.
Pertenecía al partido Justicialista y había escrito un par de trabajos para congresos partidarios
en el que abiertamente defendía la posibilidad de que Argentina fabricara armamento nuclear,
aunque su posición no estaba basada en el enfrentamiento contra los países poseedores del
mismo, sino contra los países limítrofes, especialmente Chile. Tampoco criticaba a la
dictadura de Pinochet, sino que hacía énfasis en una supuesta tradición anti-argentina que
pretendía la expansión de Chile hacia la Patagonia.
Después de aquella charla en el comedor, Félix le había ofrecido sus trabajos para que los
leyera. Lo había hecho de una manera natural, sin evidenciar que suponía cuál era su posición,
como un gesto espontáneo de un científico a otro cuando desea conocer su opinión sobre unos
trabajos de su autoría. Después de leerlos, mantuvo su posición hecha pública por primera vez
en la casa de Hans: el derecho de los países como Argentina de oponerse al chantaje nuclear.
Ya bastante penoso le resultaba mentir sobre eso como para que le agregara el asqueroso
chauvinismo anti-latinoamericano. Además, no era conveniente que estuviera en un todo de
acuerdo con Félix, un cierto margen de desacuerdo le daría más credibilidad a su posición.
Pero Félix no tuvo interés en abrir una polémica en torno a eso, solamente hizo un comentario
que tuvo una gran importancia para él,
- Tenés que pensar en la posibilidad que no todas las potencias nucleares puedan tener la
misma posición contra el armamentismo argentino.
En ese momento no le quiso dar más explicaciones, pero el comentario le sirvió para
alentarlo a seguir en el mismo camino.

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ROBERTO

Creí que lo había entendido, que no había forma de probar que había sido un atentado.
Cuando nos despedimos no dijo nada y me convencí de que estaba de acuerdo. Por eso
cuando me enteré de que venía a trabajar acá casi me agarra un ataque. Yo lo hacía un tipo
tranquilo, muy metido en su trabajo, un científico típico, alguien que nunca se metería en un
quilombo como éste, porque éste no es un quilombo cualquiera, es un quilombo grande en
serio. Pero no, me equivoqué. Resultó ser un tipo escondedor, de esos que nunca sabés bien lo
que piensan. Ni siquiera tuvo la amabilidad de avisarme que venía para acá, me tuve que
enterar por otra persona. No puede ser que no se haya imaginado que me iba a preocupar,
después de lo que habíamos hablado era lo lógico, ¿no? Yo le había dicho claramente que no
se podía probar nada, ¿qué más podía decirle? Ahora me resulta evidente que no me había
creído, que se le había metido en la cabeza que alguna prueba se podría encontrar. Desde su
llegada no vino a verme ni un sólo minuto. Nos cruzamos en el comedor un par de veces y no
pasó de un saludo distante. No me dí cuenta de si estaba disimulando o si realmente me estaba
evitando. Eso me daba más bronca todavía. Por un lado, yo no quería saber nada con él, tenía
un miedo terrible a que me metiera en quilombos, pero, por otro lado, me daba bronca que no
viniera a darme explicaciones. Yo me merecía alguna explicación de su viaje sorpresivo. Para
todos los demás su viaje podría tener la interpretación que él le hubiera dado, pero no para mí.
Yo sabía algo que nadie más sabía y había ido a Buenos Aires a hablar con él. Compartíamos
un secreto, eso nos unía, por más bronca que me diera no lo podía evitar.
Una noche muy tarde se apareció por casa. Ya nos habíamos ido a la cama y el timbre nos
sobresaltó. Cuando abrí la puerta, me saludó sin mirarme y entró. Estaba lloviznando y se
sentó en un sillón sin sacarse el impermeable mojado. Reaccionó cuando le pedí que se lo
sacara para colgarlo. Aunque me vio que estaba en pijamas no dijo nada sobre eso. Por un
momento me pareció que estaba drogado, después me dí cuenta de que estaba muy tenso. Me
senté frente a él sin decirle nada. Levantándose parcialmente del sillón se acercó un poco a mí
y me preguntó en voz baja si mi esposa podría escuchar nuestra conversación. Como le dije
que no era posible porque estaba el televisor encendido, se recostó nuevamente.
A partir de ahí me contó su plan. Habló de una manera un poco confusa, mezclando sus
ideas con cosas que decía el cuaderno de Elena. Lo que me quedó en claro es que había
venido a buscar las pruebas que demostraran que se estaba fabricando o se proyectaba fabricar
una bomba atómica. Del atentado a Elena ni habló. Inicialmente, en lugar de alivio sentí
bronca, algo curioso. Yo venía preocupándome porque él intentara meterme en una
investigación peligrosa e inservible y ahora que me enteraba de que estaba equivocado me
daba bronca que se hubiera olvidado tan rápido de lo que le había pasado a Elena.

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Habrá sido por ese sentimiento tan contradictorio que al comienzo no pensé en lo que me
estaba contando. Me estaba hablando en el living de mi casa de algo muchísimo más
peligroso y yo no reaccionaba. Quizás había algo poco creíble en su actitud, como si se tratara
de la escena de una película. Su cara, sus gestos, su convencimiento de que había empezado a
establecer contactos con una organización ligada o encargada de la fabricación de la bomba,
todo eso me producía una sensación de poca credibilidad. Quizás también ponía demasiado
dramatismo en todo lo que decía, como si estuviera actuando.
En lugar de hacerle la pregunta de cajón:"¿para qué viniste a contarme todo eso?", me
encontré haciéndole un comentario formal y obvio que podría significar varias cosas o
ninguna.
- Lo que vos me estás diciendo es muy grave.
Podría ser muy grave porque era cierto o porque creía que estaba mal de la cabeza o
simplemente porque tenía sueño y seguía pensando en el asesinato de Elena y tenía ganas de
irme a la cama.
A él le bastó mi aparente comprensión y se fue tan de improviso como había llegado. Se
levantó y a modo de despedida sólo dijo: en el trabajo no tenemos que hablarnos, voy a venir
a visitarte cuando tenga más novedades.
Así me di cuenta de que había estado equivocado, no había venido a investigar el atentado
contra Elena, sino a algo mucho más peligroso y alocado, había venido a descubrir un plan
ultrasecreto, algo que de existir debía ser más difícil de descubrir que el arca de Noé.
Su visita me dejó muy mal, esa noche no pude dormir. Lo vi tan trastornado que lo creí
capaz de cualquier pelotudez. Para colmo, me había elegido a mí de confidente. Cerca del
amanecer tomé la decisión de cortarla, la próxima vez que me visitara por ese motivo le diría
todo lo que pensaba. No iba a dejar que me involucrara en una locura como ésa.
Pasaron varias semanas y una noche volvió a aparecer. A pesar de que lo vi más sereno, no
me tranquilicé. Ya estaba por decirle lo que pensaba cuando él me pregunto si conocía a Félix
Tralles.
- Sólo de nombre, ¿por qué? -le pregunté.
Él hizo una pausa prolongada. En realidad, a mí no me importaba la respuesta, pero como
había hecho la pregunta, aunque no sabía por qué carajo había hecho la pregunta, por pura
cortesía, por esa enseñanza de los buenos modales que desde chico nos inculcan, esperé la
respuesta. Él seguía demorando la respuesta, ya era bastante evidente que la seguía
demorando a propósito, quizás para crear mi ansiedad, aunque ya debía saber que yo no era
nada ansioso. Después de vagar con la mirada por la habitación, me miró a la cara y se debe
haber dado cuenta de que estaba por lograr el efecto contrario a la ansiedad, me estaba
empezando a aburrir soberanamente.
- He estado charlando mucho con él y mañana me va a llevar a una reunión de amigos que
piensan como nosotros.

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En ésa no me enganché. No me importaba quiénes eran "nosotros" ni qué pensaban, me
había agarrado sueño en serio y quería irme a la cama y no quería que viniera a visitarme más
con esas historias. Así que le dije,
- Escuchame Raúl, no te ofendás, pero honestamente me parece que todo esto que me estás
contando es un delirio. Te pido por favor que no vengas más a visitarme para contarme estas
historias, y menos a estas horas. Me encantaría que vinieras a visitarme con tu esposa y tus
hijos en cualquier otro momento pero, por favor, cortala con todo esto.
Sonrió con ternura. No fue una sonrisa amarga de resentimiento o una mueca irónica.
Realmente, sonrió con ternura, una sonrisa paternal de comprensión, como si fuera él quien
tenía que comprenderme a mí. Para colmo agregó,
- Te entiendo Roberto, no te preocupés, ya me voy.
No se defendió, no intentó tratar de convencerme de que estaba equivocado. No, nada de
eso, sólo la sonrisa, la frase y un apretón de manos afectuoso. Mientras le sostenía la mano
pensé en decirle algo pero, ¿qué le podía decir? No le podía mentir, lo que le había dicho era
lo que realmente pensaba. Es cierto que, aunque no lo conocía muy bien, Elena me había
hablado muchas veces de él y yo me había formado una imagen muy diferente a la que me
ofrecía actualmente. Eso me desconcertaba, pero no me hacía pensar diferente.
Desde la puerta vi cómo se alejaba mirando el piso. Lo vi alejarse en la calle solitaria sin
nadie a la vista, sin un auto que cruzase por la bocacalle y sentí que así debía sentirse, que esa
soledad circunstancial era todo un símbolo. Entonces, le grité.
- Raúl, vení con tu familia el sábado a cenar.
Me hizo el gesto de conformidad con los pulgares hacia arriba y siguió su camino mirando
el piso.
No vino ese sábado. Me habló el día anterior y me dio una excusa poco creíble que acepté
igualmente con mucha formalidad.
A la semana siguiente lo vi poco en el centro. Lo llamé un par de veces al laboratorio y no
lo encontré. El viernes de esa semana me llamó a casa poco después de haber llegado yo del
trabajo.
- ¿Conocés algún lugar alejado donde podamos conversar tranquilos?, tengo algo muy
importante que decirte.
No estaba excitado, no hablaba de una manera que hiciera pensar que sentía una gran
ansiedad por contar algo, tampoco tenía un tono para un encuentro informal de amigos. Sin
embargo, había algo extraño en su voz, algo indefinible, algo desagradable, algo que me cargó
de presagios. Estuve a punto de inventarle yo también una excusa, como había hecho él para
no venir a casa, pero le di una cita en las afueras del pueblo, un viejo bar para tomar vino de
parado junto al mostrador, donde rara vez se podía encontrar a alguien sentado a alguna de las
tres únicas mesas que tenía.

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Yo tenía una vieja historia con ese bar. Mi abuelo me sacaba a pasear y me hacía caminar
como quince cuadras para llegar allí. Se tomaba un par de vasos de vino tinto y después,
mientras íbamos de regreso, me compraba chocolate y me hacía prometerle que no le diría a
nadie adónde habíamos ido. Tenía terminantemente prohibido el alcohol. Al pobre viejo lo
retaban todos, mi abuela, mi madre, mi tío, hasta mi padre, que era sólo su yerno. Todos lo
querían, estoy seguro de eso, y querían prolongarle la vida privándolo de las cosas que más le
gustaban. El único cómplice que tenía era yo. Siempre creyó que compraba mi silencio con el
chocolate, pero yo jamás lo hubiera delatado. Muchas veces había repetido la misma frase
mientras caminaba a su lado,
- Cada uno es dueño de su propia vida, Robertito.
A pesar de que parecía hablarme a mí, hoy creo que se la decía para él, como una
afirmación desesperada de libertad.

Llegué antes de lo acordado a la cita. Hacía varios años que no iba, cuántos no sé. El dulce
sabor de la nostalgia en la boca del estómago no me sorprendió cuando llegué a la esquina.
En una de las mesas un viejo luchaba por terminarse el vino antes de quedarse dormido. Dos
albañiles tomaban en silencio junto al mostrador, apenas giraron un poco sus cabezas cuando
entré.
Pedí un vino blanco y me senté a la mesa que estaba junto a la pared del fondo. Era una
precaución innecesaria, seguramente podríamos estar junto a la ventana o en la misma vereda,
no conocía a nadie del centro que viviera por ese lugar. No me podía engañar, me estaba
prestando al juego de Raúl, lo sabía y lo hacía sin que me molestara, aunque me molestaba
que no me molestara. Lo que no sabía era por qué no me molestaba. Probablemente, había
creado muy bien la intriga, mezclándola un poco con un sentimiento de lástima que había
generado en mí.
El vino estaba helado, tenía un ligero gusto abocado como si fuera patero. Después de todo,
cualquiera fuera el motivo, con delirio o sin delirio, con mi lástima justificada o sin ella, era
lindo estar sentado en el viejo bar de mi abuelo tomándome ese vinito helado sin apuro,
dejando que los recuerdos me alcanzaran blandamente.
Llegó como media más tarde. Sin pensar en lo que hacía pidió un café mientras se sentaba;
un reflejo condicionado de Buenos Aires, también válido para el centro de Bariloche, pero
totalmente ridículo en ese bar. El dueño le contestó en un tono comprensivo que no tenían
café ni té ni nada caliente. Aceptó mi sugerencia y pidió un vino blanco.
- ¿Qué tal, cómo andan tus cosas? -me preguntó.
Me causó mucha gracia, me preguntaba como si no nos hubiéramos visto durante años. Era
evidente que estaba tenso y le costaba disimular. A pesar de que no le contesté, enseguida
miró hacia el mostrador, parecía que estaba esperando que trajera el vino para recién entonces

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contarme lo que tenía que contarme. No se daba cuenta de que en ese lugar nadie lo
escucharía aunque gritara, todos estaban como él, rumiando sus pensamientos.
Mientras lo esperaba yo casi había terminado mi vino, así que cuando vi que el dueño le
estaba llenando el vaso a Raúl con una jarra empañada recién sacada de la heladera, apuré lo
que quedaba en mi vaso y le pedí otro. Apenas dejó los dos vasos sobre la mesa, levanté el
mío y propuse un brindis.
- Brindo por la amistad.
Chocamos suavemente nuestros vasos y bebí un buen trago del vinito dulzón y engañoso. Él
apenas se mojó los labios, dejó el vaso sobre la mesa y se quedó unos segundos pensativo.
- Y yo brindo por que siempre haya tiempo para cultivar la amistad -dijo muy serio.
Los brindis no se discuten, al menos así siempre lo creí yo. Además, no era tiempo de andar
poniéndome a analizar las frases que dijera, sólo estaba dispuesto a escucharlo porque me lo
había pedido y yo le tenía mucho aprecio, mucho aprecio y respeto.
Elena me había hablado mucho de él, de su capacidad, de su honestidad, de su sensibilidad,
de su buena disposición a ayudar siempre a los demás. Elena le tenía mucho cariño, a lo mejor
por eso mismo exageraba con las virtudes. En realidad, ella era un poco exagerada con todo,
con las virtudes de quienes quería y también con los defectos de quienes odiaba.
De cualquier manera allí estaba yo, no para juzgarlo por lo que dijera, ni para comparar la
imagen que me hiciera con la que me había transmitido Elena. Estaba allí para escucharlo con
un vaso de delicioso vino blanco helado y también para entenderlo.
Si uno le presta atención a alguien cuando habla, no digo escucharlo simplemente, sino
prestarle verdadera atención, escucharlo sin que haya palabras de uno en la cabeza para que
no ocupen el lugar de las palabras que entren del otro, entonces, uno puede entenderlo, de otra
manera es imposible.
De esa manera me había dispuesto a escucharlo cuando empezó a contarme.
Me hizo recordar que Félix Tralles lo había invitado a una reunión de gente que pensaba
como ellos. (Si bien era poco clara esa definición del grupo, no le pregunté nada y deduje
correctamente que se trataba de gente que apoyaba la fabricación de armas nucleares.) La
reunión resultó ser un asado en una estancia a dos horas de viaje de Bariloche. Sin que le
hubieran dado ninguna indicación, había decidido ir sin Julia, ésa no era una reunión social,
todo el contexto de las charlas que venían manteniendo así lo indicaba.
Por eso no se sorprendió cuando fue presentado de a uno en uno a los hombres que estaban
sentados en el enorme estar de la casa sin que se viera ninguna mujer por los alrededores.
Eran siete, con edades que rondaban entre 55 y 60. Había cuatro que tenían aspecto de
alemanes de pura cepa. El primero que le hizo una pregunta fue el que más lo había
impresionado. No era el más alto ni el más corpulento, pero tenía una mirada inquisidora que
lo hizo sentir incómodo y suponer que era el líder del grupo. Cuando le preguntó si había sido
difícil tomar la decisión de venir a trabajar a Bariloche, se dio cuenta en un instante de que no

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era curiosidad ni buenos modales lo que lo motivaba, sino que le interesaba saber cómo
contestaría.
Al contar esta parte, Raúl clavó sus ojos en los míos y dijo que así lo había mirado mientras
le contestaba.
- Nunca son fáciles decisiones como ésa, hay que hacer un balance entre lo que se deja y lo
que se puede ganar. A esta altura ya estoy seguro de que no me equivoqué.
El hombre se llamaba Guillermo y tenía un apellido como Vertein o algo así. Hablaba como
un porteño, quizás algo más pausado.
Después de que Raúl le contestara, relajó su mirada y sonrió. Lo tomó de un brazo y lo
invitó a ver cómo estaba marchando el cordero al asador.
La estancia no era de Guillermo, sino de un tal Peter que era el más alemanote de todos. Sin
embargo, el que se había comportado como dueño había sido Guillermo. Al decirme eso se
notaba que lo ponía orgulloso haber acertado en la caracterización de ese tipo. No era la
primera vez que se jactaba de acertar con la personalidad de alguien. En la charla anterior me
había comentado cosas de algunas personas del centro que él recién conocía y había buscado
mi aprobación sobre su caracterización, la cuál había sido realmente buena. Parecía disfrutar
de eso como si fuera un juego de chicos, un desafío consigo mismo, algo que le daba mayor
seguridad.
Después de todo, no debía sorprenderme demasiado, yo siempre había pensado -y se lo
había comentado varias veces a Elena- que los científicos tienen mucho de chicos, con esa
curiosidad permanente por todo y esa falta de practicidad para resolver problemas concretos.
La pregunta que yo me hacía era si esta investigación tan diferente -esto siempre y cuando
existiera una investigación y no se tratara de un brote esquizoide- a la que se había dedicado
con tanto entusiasmo y audacia, no la estaba encarando también como si fuera un juego, sin
haber evaluado ni darle la importancia debida a las terribles consecuencias que podría
acarrearle.
En esta parte de la narración, Raúl se detuvo a hacerme una descripción del cordero al
asador. Cualquiera podría imaginarse la cantidad de veces en el año que comemos cordero al
asador los que vivimos en el sur pero, en realidad, a pesar de que sus palabras eran una
descripción, yo percibí que su intención era otra, una intención que si se la hubiese comentado
en el momento lo habría negado, seguramente con justa razón, porque no creo que se tratara
de algo conciente. En ningún momento mencionó cómo se sentía o lo que pensaba, tan sólo
hizo una descripción, pero la forma en que dijo "el cordero en la cruz frente a las llamas", la
cantidad de veces que repitió la palabra "cruz" refiriéndose a características como su largo o
su inclinación, la cantidad de veces que repitió "llamas" o "fuego" refiriéndose al cordero o a
la iluminación "fantasmagórica que producía sobre nosotros que habíamos formado una ronda
alrededor del asador", todas esas cosas me impresionaron, tanto que nunca más tuve ganas de
volver a comer cordero al asador.

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Después de comer, se sentaron en el gran salón de estar a fumar unos enormes cigarros -
"auténticamente los que fuma Fidel", según el dueño de casa-, a tomar coñac y a charlar.
Inicialmente, se tocaron temas de política internacional. Sin la vehemencia y falta de tacto de
Félix, podría decirse que todos tenían la misma opinión en contra de los Estados Unidos. Raúl
acordó con un par de cosas haciendo comentarios breves.
En un cierto momento se hizo una pausa, una de ésas que suelen producirse cuando una
charla empieza a ser aburrida por falta de polémica. Todos bebieron un sorbo de sus copas, o
le dieron una pitada a su cigarro. Raúl miró a Guillermo porque pensó que había llegado el
momento, pero éste desvió la mirada y el que habló fue otro que no tenía aspecto de alemán y
al que ni siquiera había visto sonreír.
- Doctor Baleatti, el doctor Tralles nos ha dicho que viene conversando con usted desde hace
un cierto tiempo y que está convencido de su sinceridad cuando usted dice que Argentina
tiene el derecho de fabricar artefactos nucleares, dijo en un tono suave y monocorde como si
fuera un cura. Raúl reafirmó su postura con total naturalidad, sentía que los ojos de Guillermo
lo estaban perforando.
-¿Cree usted que es factible fabricar un artefacto de esta naturaleza en Argentina?
La pregunta lo sorprendió, nunca había imaginado un estilo tan frontal. Dudó unos instantes
y le contestó lo que pensaba sinceramente.
- En función de la capacidad de nuestros profesionales y técnicos no tengo dudas de que sería
factible, pero no creo que exista la decisión política de hacerlo.
Raúl era muy gráfico narrando, no abundaba en detalles, sino que daba solamente los más
importantes, como para que uno pudiera ver la escena.
Al terminar su frase miró a todos, la atención hacia él era total, ninguno bebió ni pitó su
cigarro. Raúl habló de una pausa de más de treinta segundos. Aun considerando que hubiera
exagerado un poco, es evidente que se trató de una pausa demasiado larga para la situación de
interrogado en la que se encontraba.
Guillermo fue quien habló a continuación. Raúl se dio cuenta de que ya no podía
considerarse casual el hecho de que todos lo miraran a él. Le costó desprenderse de la mirada
del anterior interrogador.
- Usted habló recién de decisión política, ¿a qué se refiere concretamente?
Era muy obvio lo que había querido decir con "decisión política" y no podía ser que ese tipo
no lo hubiera entendido, pero le contestó como si realmente pensara eso.
- Quiero decir que no creo que este gobierno esté dispuesto a fabricar una bomba atómica.
En este momento de la narración, hizo una nueva digresión y se puso a hablar acerca de que
hasta ese momento se habían usado los términos "artefactos nucleares", los cuales, si bien
pueden referirse a artefactos explosivos para uso pacífico, por lo general son un eufemismo
para nombrar a "armas nucleares". Aparte de un problema de precisión semántica, ya que el
origen de la explosión es la fisión del núcleo del átomo de U235 y no un fenómeno que

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involucre al átomo como un todo, las palabras "bomba atómica" tienen un efecto mucho más
contundente sobre los oyentes que "arma nuclear" o "arma atómica" y mucho más, todavía,
que "artefacto nuclear". La explicación quizás haya que buscarla en la forma cómo esos
términos fueron grabados para siempre en la memoria colectiva. Lo que fue tirado sobre
Hiroshima y Nagasaki no fueron "artefactos nucleares" sino "bombas atómicas".
Necesité tomar un trago de vino y me di cuenta de que se había calentado, Raúl me tenía
totalmente atrapado con la narración.
Por primera vez se miraron entre sí, el primer interrogador miró a Guillermo, éste miró al
dueño de casa y los tres miraron al resto. Fue claramente notable, aun para ellos, el efecto de
las palabras fue como el de una bomba. Guillermo retomó el interrogatorio.
- ¿Se podría saber, doctor Baleatti, por qué piensa usted así?
- Bueno, me parece bastante obvio que un gobierno militar como éste, con las presiones que
sufre por las acusaciones norteamericanas de violación de los derechos humanos, no está en
condiciones de agregar un nuevo tema de enfrentamiento, y menos con algo de esta
naturaleza.
Guillermo hizo una pausa bebiendo un trago de coñac, después volvió a hablar.
- Muy interesante lo que dice doctor Baleatti, deduzco que usted descarta que pueda
mantenerse en secreto un proyecto de este tipo.
- En efecto, creo que es absolutamente imposible que pueda mantenerse en secreto un
proyecto de fabricación de una bomba atómica en Argentina.
Es imposible reproducir la narración de con total fidelidad. Aproximadamente, las cosas que
dijo cada uno me las acuerdo porque las repetía varias veces en avances y retrocesos
temporales, pero la cantidad de detalles era abrumadora. En este momento de la acción sólo
me acuerdo de que Guillermo se movió algo inquieto en su sillón antes de seguir hablando.
- Pareciera que usted tiene mucha más confianza en la capacidad técnica de los argentinos que
en su capacidad para guardar un secreto.
- Es que no creo que se pueda tener seguridad sobre nadie en Argentina, sin ir más lejos yo
podría ser un agente de la CIA preparado para infiltrarme en el proyecto.
Cuando me dijo lo que había dicho, lo interrumpí para preguntarle si me estaba jodiendo,
aunque en realidad ya lo había tomado como la comprobación de que todo lo que me estaba
contando desde el comienzo era una increíble fabulación y que estaba peligrosamente
trastornado. ¿Cómo era posible que alguien que quiere realmente infiltrarse en un grupo como
ése diga precisamente eso? Era algo para no creer, y no porque yo fuera un incrédulo, sino
porque objetivamente era algo increíble, era algo que sólo pasa en las películas.
Raúl me dijo que, a pesar de mi incredulidad, sus palabras habían causado el efecto
buscado. El interrogatorio lo estaba hartando y había encontrado la forma de salir de él.
Lo que daba origen a ese interrogatorio era, precisamente, la posibilidad que Raúl fuera un
agente secreto, tan bien elegido y secretamente entrenado que no había podido ser detectado

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por los otros servicios secretos. La finalidad del interrogatorio, dirigido por expertos, era
descubrir detalles ínfimos, pequeñas pistas que los llevaran a la verificación que era quien
decía ser.
Al decir que él podría ser esa posibilidad temida, provocó las risas de todos y también acabó
con el interrogatorio. Fue como decir "yo sé a qué están jugando, así que ahora tienen que
cambiar el juego". Raúl no lo había dicho para convencerlos de lo contrario, porque eso
hubiera sido subestimarlos, sino para salir de una situación que lo estaba molestando
demasiado.
Además, había obtenido un rédito adicional: la última palabra pronunciada había sido
"proyecto" y uno de los que tenían aspecto de alemanes había interrumpido las risas con una
rotunda desmentida de la existencia de algún proyecto de esa naturaleza. Raúl me dijo que no
se había atrevido a mirarle a la cara a Guillermo ante semejante torpeza que no había hecho
más que confirmar la existencia del proyecto.
A partir de ese momento la conversación se hizo más fluida: los temas aparecían y
desaparecían con total naturalidad y todos intervenían mezclando bromas y comentarios
personales sobre los presentes y también sobre ausentes conocidos por todos ellos. La tensión
anterior parecía haber desaparecido, en gran parte también por el coñac que fluía más
rápidamente que la conversación.
Raúl pensaba que había disimulado bien el gran nerviosismo inicial y se sentía más relajado.
Sin embargo, se mantenía alerta, esperaba alguna zancadilla de Guillermo o del otro que
nunca reía.
En un momento dado, para aflojarse un poco más y aumentar la confianza hacia él, había
aprovechado una broma que le habían hecho a uno de los presentes por su nada disimulada
glotonería y había contado una anécdota del "gordo", uno de sus amigos de la infancia.
Contó que cuando todavía eran solteros lo habían invitado al gordo a una reunión familiar y
lo habían sentado en una punta de la mesa entre dos familiares que no conocía y que se habían
prestado a la broma. Durante quince minutos estas personas le dieron charla sin parar
mientras las bandejas con sandwiches y bocaditos iban para la otra punta de la mesa. Los
amigos comían como desaforados sin mirar al pobre gordo que no podía sacar la vista de la
comida lejana. Cuando finalmente no pudo resistir más, pidió permiso para levantarse, pero
uno de los que estaba a su lado se ofreció para alcanzarle lo que quisiera. El gordo,
tímidamente, le pidió unos sandwiches y la persona, en lugar de alcanzarle la bandeja, agarró
un simple y se lo alcanzó como la cosa más natural del mundo. Existe la foto que testimonia
la cara del gordo en ese momento. Ante la sorpresa de los otros familiares no enterados de la
broma, el gordo se levantó de un brusco envión y puteándolos en voz alta fue hasta la otra
punta de la mesa, agarró dos bandejas que aún conservaban bastante comida y se fue a sentar
solo a un sillón.
La anécdota les resultó muy graciosa y hubo frases en alemán dirigidas al gordo presente.

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Me acuerdo de que le pregunté si la historia era cierta y me contestó muy serio que sí, tan
serio que me pareció que me estaba macaneando. Era evidente que, aunque lo escuchaba muy
interesado, en el fondo no le creía demasiado lo que me estaba contando. Hasta una simple
historia graciosa, que tenía las características de las típicas bromas entre muchachos, me había
resultado poco creíble.
Algo de eso debe haber percibido, porque, a partir de entonces, me empezó a preguntar a
cada rato si me acordaba de lo que me había dicho hacía un rato y, sin que le contestase, me
volvía a contar lo fundamental. En realidad, parecía buscar que se me grabara todo como si
supiera que algún día iba a contarlo yo.
Para Raúl la reunión había terminado, para ellos la fiesta recién había empezado. El dueño
de casa trajo un acordeón a piano y se pusieron a cantar canciones en alemán. Félix, que había
permanecido callado todo el tiempo, sentado en un lugar un poco más alejado, comenzó a
mirarlo insistentemente: no hacían falta más evidencias para que Raúl se levantara, dijera que
estaba cansado y empezara a saludar a cada uno de los presentes repartiendo sonrisas,
agradecimientos y promesas para una próxima reunión. El más efusivo fue el gordo que le
palmeó varias veces la espalda, pero el más demostrativo de lo que había sido la reunión fue
Guillermo.
- Doctor Baleatti, fue un verdadero placer conocerlo, y estoy seguro de que será mayor aún
cuando lo conozca mejor -le dijo con su clásica mirada penetrante y una sonrisa cortés.
Le había abierto un crédito, no las puertas del proyecto. Para eso faltaba un poco todavía.

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EL CUMPLEAÑOS DE MARCELA

Marcela cumple tres años. María invitó a Roberto y a Raúl. Roberto no tiene chicos y los
hijos de Raúl son más grandes, pero María quiso compartir con ellos el cumpleaños de su hija.
En los dos cumpleaños anteriores Elena había sido la única persona del Centro a quien había
invitado. Ahora sintió que tenían que estar Roberto y Raúl, las dos personas que habían estado
más cerca de Elena aparte de ella. Era la única forma de hacer más tolerable su ausencia.
La escena transcurre en la cocina. Se escucha música y gritos de chicos. Roberto está
tomando un vaso de agua cuando entra María a buscar gaseosas de la heladera.
MARIA (sorprendida): ¿Tomando agua?
ROBERTO: Sí, no tomo gaseosas.
MARIA: Pero, hay cerveza...
ROBERTO (algo molesto): Es que tampoco tomo cerveza.
MARIA: Te puedo ofrecer vino.
ROBERTO (sonriendo): Ah, eso es distinto.
MARIA (sonriendo también): Pero, me hubieses pedido.
ROBERTO: No hay problema María, un poco de desintoxicación no viene mal.
MARIA: Pero no justo hoy. (Abre la heladera y saca una botella de vino blanco fino). ¿Te
gusta?
ROBERTO: Sí, claro, pero no vas a abrir esta botella para mí sólo.
MARIA: ¿Por qué no? Es una buena ocasión, estoy muy contenta de que hayas venido. (Se
acerca y se la entrega mientras le toca el hombro afectuosamente). Además, no va a faltar
quien quiera compartirla.
En ese momento entra Raúl con decisión y se detiene bruscamente, algo sorprendido por la
escena que está viendo.
RAUL: Venía a ver si necesitabas ayuda con las bebidas.
MARIA (mirando a Roberto sonriente): ¿Qué te decía? Estoy segura de que Raúl no te va a
dejar solo con la botella.
RAUL (riéndose): ¿No me digas que te vino a pedir vino?
MARIA: No, él no me vino a pedir nada, yo se lo ofrecí.
RAUL (con tono irónico): Claro, y él seguro que se va a sacrificar para complacerte.
ROBERTO: Seguro, y vos también te vas a sacrificar, ¿no es cierto?
RAUL: No demos más vuelta y abrila así brindamos los tres.
María le da a Roberto un sacacorchos y busca vasos en la alacena, pero no encuentra.
MARIA: Acá no quedan vasos, están todos en el comedor.
Roberto destapa la botella y la sostiene expectante.
ROBERTO: No importa, hagamos un brindis tipo mate.

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MARIA (escandalizada): No, cómo vamos a brindar como borrachos.
RAUL (muy decidido): Sí, hagamos un brindis simbólico, unamos nuestras bocas a través del
pico de la botella para desear que nada separe lo que nuestros recuerdos han unido. (Le pide la
botella a Roberto.) Quiero brindar en primer lugar por Marcelita deseando que pueda vivir en
un mundo más justo y en segundo lugar por nuestra querida amiga Elena, siempre presente en
nuestros corazones. Salud. (Eleva la botella y toma un buen trago. Se la pasa a Roberto.)
ROBERTO: Por Marcelita y Elena. (Bebe más sobriamente. Se la pasa a María.)
María parece estar desbordada por la situación. El brindis la ha conmovido y no quiere
marginarse, pero siente una gran aversión a tomar del pico de la botella, su padre no le ha
permitido hacerlo ni siquiera con gaseosas. Por unos instantes los mira a ambos con la botella
en su mano y, al verlos tan sonrientes y expectantes, se anima.
MARIA: Por Marcelita, por Elena y por nosotros tres. (Bebe apresuradamente y se le derrama
un poco de vino por las comisuras. Se inclina riéndose.) Qué boba que soy, nunca voy a
aprender.
Roberto le acerca un repasador.
ROBERTO: No digas eso, no sos ninguna boba, sos una mujer admirable. (Toma la botella y
le da un beso rápido en la mejilla con algo de vergüenza.)
Raúl se acerca y les pasa los brazos por sobre los hombros de ellos.
RAUL: Es cierto, hagamos un nuevo brindis por María y su valentía.
MARIA (turbada): No, yo paso, ya vieron lo que me pasó, no sé tomar así.
María se separa de ellos y saca de la heladera las gaseosas que había venido a buscar,
mientras ambos se quedan mirando lo que está haciendo.
ROBERTO (mirando a Raúl): Tenés razón, hagamos un brindis por la valentía de María, algo
que debería ser un ejemplo para todos nosotros.
RAUL (terminante): Yo la tomo como ejemplo.
Roberto se queda con la botella a medio camino del brindis mirándolo fijo a Raúl. Deja la
botella sobre la mesa y se pone en el paso de María que está saliendo con tres gaseosas
apretadas contra su pecho.
ROBERTO: Dejá María, las llevo yo, a ver si se te caen.
MARIA: Agarrá una así llevo las otras dos una en cada mano.
Roberto no le hace caso y le saca las botellas y sale de la cocina.
MARIA (saliendo detrás de él): Despacio, a ver si se te caen a vos. (En la puerta se detiene y
mira a Raúl que se ha quedado inmóvil). ¿No venís?
RAUL: Dentro de un ratito voy, me aturde un poco la música.
MARIA: Pero, ¿qué vas a hacer acá solo? si ni siquiera una silla hay.
RAUL (sonriente, se acerca a la mesa y levanta la botella de vino): No estoy solo.
MARIA: Esperá que voy a buscar unos vasos, no sigas tomando de la botella que es feo.
Sale. Raúl toma un trago.

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RAUL: No es feo, es más auténtico, sin intermediarios, y más auténtico todavía sería tomarlo
directamente del barril, tirado en el piso boca arriba con el chorrito llenándote la boca. Claro,
el problema está en que no estaría frío.
María entra y lo ve tomando otro trago.
MARIA: Esperá que lavo estos vasos. Pareciera que te gusta más tomarlo así.
RAUL: Es más auténtico, María.
MARIA: Es de borrachos.
RAUL: Por eso mismo, es más auténtico.
MARIA: Si Elena te escuchara decir eso se moriría (por unos instantes deja de lavar los vasos
al darse cuenta de lo que acaba de decir) bueno, a Elena no le gustaba tomar, ¿te acordás?
RAUL (solemne): Sí, me acuerdo muy bien, me acuerdo muy bien de todo lo de Elena, no hay
día en el que no piense en ella, no sé cuándo me va a abandonar la sensación de que no es
verdad lo que pasó. Hay veces que siento que puede aparecer por la puerta en cualquier
momento, es algo muy loco, ¿a vos te pasó alguna vez algo así?
María lo estuvo escuchando absorta, con las manos suspendidas bajo el agua.
MARIA: Todo el tiempo me pasan cosas así, yo creía que era a mí sola que me pasaban esas
cosas. ¿A vos te pasan seguido?
RAUL (acercándose a María): Sí muy seguido, es la primera vez que se lo digo a alguien,
¿será una cosa común entre la gente que ha perdido a alguien muy querido?
MARIA: No sé, a lo mejor sí. Yo tampoco se lo había comentado a nadie. Por momentos
pensaba que estaba mal, que era como no aceptar la realidad, por eso no se lo comenté a
nadie, me daba vergüenza, ¿qué tonta no?
RAUL: Ahora que lo decís así, pienso que a mí me pasaba lo mismo. Es algo difícil de
entender para alguien que no lo ha vivido, ¿no? Cualquiera que lo escuchara creería que uno
está mal de la cabeza, pero no es que uno no sepa que está muerta o por momentos pierda la
noción de la realidad. Es algo muy difícil de explicar, ¿no es cierto?
MARIA: Es una sensación, es algo que dura muy poco.
RAUL: A mí no me ha durado tan poco. No te puedo decir cuánto me ha durado, pero es
como si después de haber tomado conciencia de la sensación y de haber recordado su muerte,
me hubiera tomado un respiro, como si hubiera abierto un paréntesis para prolongar la
fantasía de la puerta, una puerta en la cuál en ese momento no hay nadie, pero que en un
futuro inmediato podría aparecer Elena, una aparición tan incierta como la de cualquier otro
que estuviera a muchos kilómetros de distancia.
MARIA: Lo explicaste muy bien, así es como me he sentido, tal cuál.
Se hace una pausa en la cual Raúl se queda mirando el piso. María termina de enjuagar los
vasos, los seca y los pone sobre la mesa, cerca de la botella de vino. Raúl sonríe y sirve vino.
Le alcanza un vaso a María.

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RAUL: Bueno, si no querés no hacemos un brindis, así no nos parecemos tanto a los
borrachos que hacen un brindis a cada rato.
MARIA: Me serviste mucho, si me tomo todo esto no sólo voy a parecer borracha, sino que lo
voy a estar en serio. -Raúl se queda mirándola fijo mientras ella toma un sorbito. María le
sonríe un poco inquieta por la mirada tan insistente.- ¿Pasa algo Raúl?
RAUL: Cuando hablé del brindis me vino a la cabeza Elena otra vez con una fuerza tremenda
y me acordé de la investigación que había iniciado acerca de la Planta de Pilcaniyeu.
MARIA (alarmada): ¿Cómo sabés eso?
RAUL: María, entre vos y yo no puede haber secretos, yo sé muy bien lo que Elena te quería
y vos seguramente sabés cuánto Elena me quería a mí también. Así que tenés que saberlo.
Elena escribió todo en un cuaderno que el padre me entregó después que murió.
MARIA: ¿Qué es todo?
RAUL: Lo que había descubierto, cómo lo había descubierto, las conclusiones que había
sacado.
MARIA (apenada): ¿Ella escribió cómo había conseguido las pruebas?
RAUL: Bueno...no exactamente. Lo que pasa es que no me resultó difícil adivinar cómo las
había conseguido.
MARIA (tensa): ¿Y cómo las consiguió?
RAUL: Es bastante obvio que se las conseguiste vos María.
MARIA: ¿Alguien más leyó ese cuaderno?
RAUL: No te preocupés María, por favor, nadie leyó ese cuaderno ni nadie lo leerá. Esto es
algo que quedará entre vos y yo y nadie más.
MARIA (a punto de llorar): Es lo mismo que me prometió Elena.
RAUL (acercándose): Por favor, María, no te pongas mal. Tenés que entenderla, sintió que no
podía llevarse toda esa información a la tumba.
MARIA: No estaba ella sola. -Raúl hace una pausa como si no entendiera, aunque sí lo
entiende. Lo que quiere es que María hable sobre el tema. -Por lo menos podría haberme
dicho que estaba escribiendo todo y que se lo iba dar a otro. (Pausa). Bueno, es una tontería
que piense así, perdoname, parece que te estuviera reprochando algo. Después de todo, es
lógico que te lo haya dado a vos y no a mí. (Esto último María lo dice mirándolo a los ojos.
Raúl esta vez no entiende de verdad, abre la boca para preguntar pero se contiene. Para María
el gesto le resulta muy claro y se sorprende que no la haya entendido). Digo yo, ¿no?, por la
relación que ustedes tenían.
RAUL (inquieto): ¿A qué te referís con eso de la relación que ustedes tenían? Éramos muy
buenos amigos, nada más.
MARIA: Hay grados distintos de amistad. Yo también era muy buena amiga, pero un día me
dijo que la única persona que podría darle consuelo estaba lejos. Después de todo lo que

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Elena hablaba de vos y de conocerte y saber lo mucho que la querías, yo pensé que la persona
a la que se refería eras vos.
RAUL (tratando de disimular su conmoción): Puede ser, nunca me enteré de eso, aunque...
MARIA: ¿Y cómo te ibas a enterar? Elena jamás te lo habría dicho, vos sabés lo orgullosa
que era.
RAUL: Está bien, aunque lo que me parece importante ahora es que compartamos todo.
MARIA: ¿Vos querés que yo lea el cuaderno?
RAUL: Sí, y...
MARIA: Me gustaría, te lo agradezco.
RAUL: ...y también me gustaría leer toda otra información que vos tengas sobre el tema.
MARIA (a la defensiva): A mí no me dio nada Elena.
RAUL: ¿Vos no te guardaste ninguna fotocopia?
MARIA: No, ¿para qué?
RAUL: ¡Qué lástima!
MARIA: ¿Por qué, para qué querés esa información ahora?
RAUL (enfáticamente): ¿No te das cuenta, María? Es el legado de Elena, no podemos dejar
que esa investigación muera con ella.
MARIA: No no no...(yéndose hacia la puerta). Yo nunca supe de ninguna investigación, lo
único que hice fue sacar algunas fotocopias nada más.
RAUL: Esperá María, no te vayas así...
MARIA: Ahora me decís que está escrito, así como vos dedujiste que era yo la que le había
dado la información, cualquier persona que nos conozca y que lea el cuaderno va a sacar la
misma conclusión, como si yo hubiera estado metida con Elena en alguna cosa secreta. ¿De
qué investigación me hablás? (Yéndose otra vez hacia la puerta). No mejor no me digas nada,
no me interesa.
María sale de la cocina.
RAUL (en voz alta): El llanto por una persona muerta es sólo egoísmo, el verdadero amor se
demuestra en la acción.
Pasan diez segundos, Raúl gira hacia la mesa y se sirve el vaso hasta el borde. Entra María.
MARIA (muy enojada): Es increíble, vos, justamente vos me hablás de egoísmo. La única
persona que podía darle consuelo a Elena y no fuiste capaz de venir ni un solo día, solamente
apareciste para el entierro. ¿Y vos me venís a hablar de egoísmo?
RAUL (calmo): Calmate, por favor, no quise ofenderte.
MARIA: No, seguro que no, lo único que quisiste fue... ¿por qué no me lo decís?, a ver,
decimelo... ¿qué es lo que querés de mí? -Raúl la mira y luego mira hacia la puerta- Según
Elena vos siempre fuiste muy honesto, hablá claro entonces, ¿qué querés de mí?
RAUL (en un tono bajo): Quisiera que me ayudés a continuar la investigación que inició
Elena.

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MARIA: Quiero que entiendas bien esto: tengo una hija y dos padres a quienes mantener con
mi sueldo y apenas me alcanza para vivir mal. Este cumpleaños lo hice con plata prestada.
No, no me mirés con cara de lástima, no quiero que me compadezcas, quiero que lo entiendas
para que no vuelvas a tocar el tema. El recuerdo de Elena tiene que traernos alegría, no
llantos, y menos conflictos, ¿me entendés?
RAUL: En la casa de los padres de Elena hay un baúl con todas las cosas que se llevo de su
laboratorio. ¿Me ayudarías a identificar las facturas que fotocopiaste?
MARIA (hace un gesto de incredulidad indignada con la cabeza): Vos no me escuchaste.
RAUL: Sí, te escuché, y entiendo tu miedo, pero lo que te estoy pidiendo ahora no implica
ningún riesgo. Vamos a la casa de los padres y le pedimos revisar sus cosas con cualquier
excusa. No hay ningún riesgo.
MARIA: No, es evidente que no me entendiste, te dije que el recuerdo de Elena nos tiene que
traer sólo alegría y este asunto de las fotocopias sólo me trae preocupación, no quiero oír más
del tema, a ver si lo entendés.
RAUL: Perdoname María, pero es un poco confuso lo que me decís. Primero me decís que no
sabés de ninguna investigación, después me decís que tenés miedo de perder el empleo y
ahora me decís que no querés hablar más del tema. ¿Qué tema, María? ¿Te dijo o no te dijo
Elena de qué se trataba? Vos me pediste honestidad y yo fui honesto, ahora te pido yo que
seas honesta y me digas la verdad.
MARIA (con algo de culpa, pero sin abandonar totalmente su tono desafiante): Sí, me lo dijo.
¿Está claro entonces por qué tengo miedo?
RAUL: ¿Qué fue lo que te dijo, exactamente?
MARIA: Vos lo sabés, ¿no está en el cuaderno, acaso?
RAUL: ¿No podés decirme lo que te dijo?
MARIA (fastidiada): Me dijo que se estaba montando una planta de enriquecimiento de
uranio en Pilcaniyeu.
RAUL: ¿Te dijo que las facturas lo comprobaban?
MARIA: Sí.
RAUL (moderando su entusiasmo): María, por favor, ayudame a identificar esas facturas, te
juro que no te pido nada más.
MARIA (dudando): No tengo cara para mentirles a los padres de Elena.
RAUL: No mentimos, les decimos la verdad, que queremos encontrar unas fotocopias de
facturas que vos le habías pasado a Elena, nada más. Eso no puede despertar ninguna
sospecha. Dale, por favor.
MARIA: ¿Y vos qué vas a hacer con esas facturas?
Duda en decirle la verdad por miedo a que se atemorice más aún.
RAUL (sin darse cuenta le sale un tono grave y solemne): Quiero seguir con la investigación.

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MARIA: Si vos seguís con la investigación más temprano que tarde alguien se va a enterar
que yo hice esas fotocopias y entonces...
RAUL: Seguir con la investigación no significa que yo ande mostrando esas fotocopias a
nadie. Las quiero para mí, para saber más sobre lo que están armando en Pilacaniyeu.
MARIA: No te entiendo, ¿y cuando sepas lo que están armando en Pilcaniyeu qué vas a
hacer?
RAUL (sorprendido): No sé, no lo pensé todavía.
MARIA: Decime Raúl, ¿vos te creés que yo soy tonta? -Raúl la mira sin responder- ¿Vos me
querés hacer creer que pensaste en seguir esa investigación sin pensar qué vas a hacer con los
resultados de la investigación?
RAUL: María, no sé qué hacer, te imaginarás que si es verdad lo que pensaba Elena no es
posible hacer una denuncia porque el gobierno mismo es el que está implicado en eso.
MARIA (en un tono de ruego inquisitivo): ¿Entonces para qué?, ¿para qué Raúl?, ¿para qué
seguir con la investigación?
Raúl siente una súbita emoción. Va a decir una verdad a medias que es lo mismo que decir
una mentira disfrazada, pero se refugia en la frase como si fuera una verdad absoluta.
RAUL: Siento que Elena me lo está pidiendo.
María percibe la emoción de Raúl y se le caen todas las barreras que había levantado. Pasan
varios segundos. María se acerca a la ventana y se queda mirando a través de ella. Raúl toma
vino y mira el piso apoyado contra la mesa. María se da vuelta de improviso y lo mira.
MARIA: Prometeme una cosa. Antes que vayas a hacer cualquier cosa me lo consultás, ¿sí?
RAUL (sonrisa amplia): Te lo prometo.
LA CONFESIÓN DEL CONSUL

Apenas terminó la entrevista con el doctor Raúl Baleatti, hice mi informe al embajador.
Consideré que tenía carácter de urgencia, así que no esperé a la mañana siguiente. Esa misma
noche lo terminé y lo envié de acuerdo al procedimiento habitual para casos "top secret".
El informe no contenía apreciaciones subjetivas, se limitaba a describir, de la manera más
resumida posible, las características esenciales de la entrevista.
No podía contener la sorpresa que recibí cuando ese hombre me mostró las fotocopias de las
facturas de las compras secretas que habían hecho para la planta de Pilcaniyeu y me contó las
razones que lo impulsaban para entregarnos esa información.
Tampoco podía incluir su sorpresa cuando le comuniqué que ya estábamos al tanto de esa
información desde el mismo momento en que se habían embarcado los componentes. Su
sorpresa revelaba una gran ingenuidad, porque debería haberse imaginado que un embarque
de esa naturaleza no podía pasar inadvertido para nosotros.

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Para vencer su incredulidad, tuve que explicarle que mi gobierno no consideraba esa
información como "top-secret", por esa razón podía estar comunicándosela. El
enriquecimiento que se podría alcanzar con esa planta jamás sería el necesario para fabricar
un artefacto nuclear.
Cuando ya estaba por dar concluida la entrevista, mencionó como un hecho sin
trascendencia una reunión que había tenido con un grupo de hombres que apoyaban la
fabricación de artefactos nucleares. Ese tema sí que era de gran importancia para nosotros.
Su carácter de investigador aficionado quedó claramente revelado cuando sólo pudo
precisar algunos nombres sin apellidos, ya que, aun en el supuesto caso que hubieran sido
falsos igualmente habrían servido.
Inicialmente, se desconcertó al verme tan interesado. Para él ya se habían derrumbado todas
sus esperanzas de descubrir un complot para fabricar artefactos nucleares.
Para convencerlo que siguiera manteniendo esos contactos y que nos informara de cualquier
cosa que averiguara, tuve que mencionarle una hipótesis temeraria: quizás Pilcaniyeu fuera
sólo una pantalla y el lugar de fabricación estuviera en otro lado. Aunque no me aparté del
procedimiento habitual para evitar la pérdida de un posible informante, la mención de esa
posibilidad me provocó un estremecimiento.
Nuestro gobierno estaba en perfecto conocimiento de los planes de la URSS para provocar
una grave desestabilización en el cono sur a través de un conflicto armado entre Argentina y
Chile. Los acuerdos económicos le habían abierto la puerta para acrecentar su penetración que
ya había alcanzado un nivel significativo en las áreas económica y cultural. Los acuerdos
pesqueros le habían permitido que decenas de submarinos nucleares patrullaran el mar
argentino. Una gran cantidad de agentes soviéticos había entrado al país como ingenieros y
técnicos para la instalación de turbinas y la construcción de la represa de Salto Grande.
También sabíamos que la RFA tenía intenciones de desarrollar proveedores de uranio de
bajo enriquecimiento, para sus reactores de potencia, que estuvieran fuera de nuestro control,
como lo había intentado con Brasil y Sudáfrica.
La fabricación de un artefacto nuclear en Argentina estaba considerada como una hipótesis
de muy baja probabilidad. Aun después del aumento de la penetración soviética, no figuraba
en el temario de las reuniones del embajador con el representante del Departamento de
Estado.
La negativa del gobierno argentino a firmar el TNP o el Tlatelolco era considerada como
una manifestación de independencia política para ser usada en el frente interno militar.
No estaba en ningún análisis, que hubiera llegado a nuestras manos, la posibilidad que la
URSS quisiera hacer una apuesta de tan alto riesgo como alentar o permitir la entrada al país
del material fisionable necesario para fabricar un artefacto nuclear. Ya habían probado en
Cuba cuál habría sido nuestra firmeza para impedirlo. En ese momento se habían
empantanado en una aventura bélica en Afganistán que les estaba trayendo muchos más

74
problemas que los jamás imaginados. Nosotros habíamos experimentado con Vietnam las
tremendas repercusiones internas que les estaba trayendo, aun dentro del mismo estado, una
situación como la de Afganistán. Una cosa era alentar un conflicto con Chile para aumentar su
ayuda militar y, consiguientemente, anudar más estrechamente los lazos con Argentina, y otra
muy diferente era romper el equilibrio no-nuclear en el cono sur.

Cuando el embajador recibió la información me mandó llamar inmediatamente. Yo no


estaba enterado que se encontraba en el país el Sub-Director de la Agencia de Seguridad
Nacional. Nos reunimos los tres en el cuarto "blindado" de la embajada. Hasta ese momento,
yo tenía la impresión de que se trataba de algo importante y por eso había actuado en
consecuencia. A partir de ese momento me di cuenta de que se trataba de algo más que
importante.
Fui informado en ese momento que la Agencia tenía en su poder la información que en el
inventario de una planta productora de uranio de la URSS se había registrado un faltante de
alrededor de 65 kilogramos de U enriquecido al 90% en U235. La masa crítica de este material,
para producir la reacción en cadena es de aproximadamente 58 kilogramos. Esto quería decir
que el material podía ser trasladado, en forma segura, en dos lotes convenientemente aislados
dentro de recipientes de plomo.
Las fuente de la información no era 100% confiable, pero era considerada lo
suficientemente importante como para alentar la profundización del contacto con mi reciente
informante.
La situación fue caracterizada como de máxima seguridad y tuve acceso directo al Código 0
de comunicación con la Agencia. A pesar de que tenía que mantener informado al embajador,
si la urgencia de la situación así lo requería, podría informar directamente al Sub-Director de
la Agencia.
En el servicio diplomático americano se tenía noticias de que muy pocas veces algún cónsul
hubiera tenido acceso al Código 0, la más reciente conocida por mí había sido el de
Valparaíso en Chile, a partir del año 1972.

A los dos días recibí un dossier completo del doctor Baleatti. Estaba totalmente "limpio".
No había tenido ninguna militancia política. La caracterización más recientemente incluida
detallaba sus opiniones acerca de la URSS, las cuáles coincidían con las que me había
transmitido en nuestra entrevista. Todo indicaba que se trataba de un informante de primera
calidad.
La vez siguiente que me llamó le informé que no nos reuniríamos más en el consulado y que
alguien se contactaría con él para darle instrucciones. Un agente le entregó a su mujer un
sobre mientras hacía compras en el supermercado, diciéndole que era un compañero de
trabajo. Contenía la dirección de un consultorio y una cita con el médico.

75
El consultorio estaba en un departamento viejo de un primer piso que tenía una
comunicación secreta con el garage que estaba en la propiedad contigua. De esa manera podía
salir del consulado en cualquier auto y mantener mis entrevistas secretas sin ningún
contratiempo.
El doctor Baleatti no se sorprendió en lo más mínimo cuando me vio aparecer en el
consultorio por una puerta lateral, después de que el médico lo había hecho pasar. Sólo
comentó que le parecía todo tan real que había estado tentado a hacerse un chequeo general.
Le pedí que memorizara un número telefónico en el cuál podía dejarme un mensaje a
cualquier hora. Convinimos un nombre para cada uno de nosotros y un código de palabras
para anticipar la naturaleza del mensaje. A pesar de que el número pertenecía a una persona
de declarada antipatía hacia nuestro país, nunca se podía estar completamente seguro de que
el teléfono no fuera "pinchado".
Se lo veía relajado y muy seguro de sí mismo. Me dijo que el nombre del hombre que
parecía ser el líder del grupo era Guillermo Werthein. Había tenido una reunión con él a solas,
en la cuál se habían tratado muchos temas sin conexión directa con la fabricación de
artefactos nucleares. Me dijo que le resultaba evidente que el examen proseguía y que le
llamaba la atención que fueran más exigentes con él que nosotros. Le contesté que eso se
debía a que sus servicios de información eran más lentos que los nuestros.
La forma de expresarse y su fina ironía me dieron la impresión que la situación que estaba
viviendo le resultaba tan atractiva como un juego.

El verdadero nombre de Guillermo Werthein era Peter Becker. Había llegado de muy chico
a la Argentina con sus padres, en el año 1946, con pasaportes americanos. El padre hizo
algunos servicios para nuestro país, hasta que en el año 1952 murió en un dudoso accidente de
tránsito.
Peter fue un brillante estudiante en colegios alemanes y obtuvo un master en economía en la
universidad de Boston, gracias a una beca que le conseguimos. Cuando volvió a la Argentina
se dedicó a los negocios de importación de equipamiento de óptica. Las principales firmas
que representaba eran de la República Federal Alemana.
En el año 1961, por pura casualidad, fue registrado su ingreso a la RDA con un pasaporte
falso. A partir de entonces vigilamos sus pasos muy detalladamente. Lo vimos reunirse en
reiteradas oportunidades con agentes de la RDA en la ciudad de Bonn, adonde acudía
periódicamente por negocios. Inclusive, en una oportunidad, fue detectado su ingreso a la
Central de Inteligencia de la RDA en Berlín.
A partir del año 1962, Peter Becker se había instalado en Bariloche después de haberse
retirado de los negocios. Nunca pudimos saber qué tareas había desempeñado anteriormente y
no teníamos ningún indicio sobre su participación en actividades secretas en esta ciudad. La
información del doctor Baleatti fue de un valor extraordinario. Fue la llave maestra que nos

76
permitió descubrir la increíble asociación entre la RFA y la URSS, con el objetivo de
construir un artefacto nuclear en Argentina.
La reconstrucción de las actividades anteriores de Peter Becker fue una tarea muy
complicada que demandó un gran esfuerzo de numerosas personas de la Agencia, incluyendo
hasta entrevistas con agentes retirados de varios países.
Aunque todavía subsisten dudas, todo parecería indicar que Peter fue, en realidad, un agente
doble. Ambas Alemanias lo consideraron un agente propio de escasa importancia: toda la
información que pasó a uno u otro bando fue siempre redundante. Tan insignificante fue su
participación que puede decirse que nunca pasó de ser un mal informante de algunos agentes.
Esta información explicaría por qué nunca pudimos obtener conocimiento sobre sus
actividades.
Sin embargo, esta actuación tan peculiar podría esconder un propósito oculto. Se necesita un
talento muy especial para mantenerse tantos años en esa posición de gran ambigüedad, donde
el mayor peligro que corría no era ser asesinado sino olvidado. Para poder mantenerse fue
indudablemente necesario que estableciera relaciones amistosas con ciertos agentes de ambos
bando que trascendieran el espionaje, pero que también trascendieran lo personal. Es muy
probable que Peter Becker les hubiera permitido hacer muy buenos negocios. Al menos, así lo
indicarían las excelentes posiciones económicas actuales de dos agentes de la RFA y tres de la
RDA, imposibles de conseguir a través de sus salarios.
La pregunta que surgió inmediatamente después de elaborado este análisis fue ¿para qué?
Siempre existen razones para los comportamientos humanos, aun la locura puede considerarse
una razón. Pero Becker no tenía ninguna manifestación de locura. Todos lo consideraban un
hombre afable y serio, siempre deseoso de hacer amistades. Para ellos no se destacaba por su
inteligencia, pero afirmaban que tenía mucha suerte para los negocios. Sin embargo, Becker
había sido un estudiante brillante.
Nos resultó evidente entonces que estaba jugando un papel que ocultaba el verdadero
propósito de su proceder, un propósito personal que desconocían ambos servicios secretos,
para quienes, seguramente, el comerciante argentino era un mediocre inservible que
difícilmente pudiera ser utilizado para alguna misión importante. Las telarañas burocráticas de
ambos servicios le sirvieron a la perfección para desaparecer en los ficheros.
Nunca nadie se había preguntado lo que nos preguntamos nosotros luego de reunir toda esa
información. Lógicamente, tampoco nadie podría haber sabido la actuación de Becker en
Bariloche, varios años después, la cual fue el detonante de la investigación sobre su vida para
determinar si existía algún hilo conductor que nos permitiera avanzar en la otra investigación.
A pesar de que su verdadero propósito recién pudo ser conocido varios años después que
desbaratáramos la operación "Dragón", la sospecha nos sirvió. Elaboramos varias hipótesis
que nos permitieron descubrir conexiones que de otra manera habrían sido difíciles de
descubrir.

77
La investigación llegó a buen término porque jamás sospechó que estábamos tras él. En ese
sentido el doctor Baleatti fue muy consecuente, mantuvo una disciplina poco común para
alguien como él que no tenía ningún entrenamiento previo.

La segunda entrevista que tuvimos en el consultorio fue muy reveladora. Becker le había
mencionado la importancia de Pilcaniyeu como centro concentrador de científicos y técnicos
nucleares muy capacitados. Hasta allí había llegado la información. El doctor Baleatti no me
manifestó ninguna conjetura acerca de las implicancias de esa frase, por lo que siempre creí
que no había percibido su valor.
Aquella hipótesis mencionada en nuestra primera entrevista, que Pilcaniyeu podría ser una
pantalla que les permitiría encubrir el verdadero lugar del emplazamiento, adquiría real
fundamento a la luz de esa información.
Nosotros teníamos mucha experiencia en la creación de estos engaños. El mejor efecto
pantalla no se lograba con un objeto que ocultara algo sino con el que era capaz de atraer toda
la atención sobre él. Además de esa función, Pilcaniyeu les podría permitir la captación de los
pocos técnicos y científicos necesarios que les permitieran llevar a cabo el proyecto.
En la tercera reunión con el doctor Baleatti le explicité más claramente esa hipótesis. Me
contestó que si el proyecto fuera ése, el material fisionable tendría que venir de afuera. No
estaba en condiciones de revelarle el faltante del uranio enriquecido en la planta de la URSS,
así que le contesté que trabajara sobre esa hipótesis en los próximos encuentros con Becker.
Nuestros controles aduaneros se extremaron. La búsqueda de posibles vías de triangulación
desde la URSS fue cuidadosamente analizada. Debido al blindaje necesario, 58 kilogramos de
uranio enriquecido al 90% representaban un embarque de alrededor de 200 kilogramos.
Podría intentarse que pasara camuflado con otra mercadería dentro de un container, pero esta
posibilidad implicaba la complicidad de un número mayor de personas. Además, el estricto
control que debía ejercerse sobre un embarque de esta naturaleza quedaba debilitado de esta
manera. Por lo tanto, en principio, la descartamos. La otra posibilidad era un embarque
solitario, obviamente, bajo otro rótulo. De esa manera se eliminaban los cómplices, pero
aumentaba la probabilidad de ser detectado.
La enorme cantidad de mercadería que se importaba en Argentina en esa época fue un
obstáculo insalvable para una detección "in situ". Algunos embarques sospechosos fueron
controlados sin éxito. Como no se podía contar con la colaboración de las autoridades, la tarea
se dificultó aun más.
Se tornaba indispensable alguna pista proveniente desde el exterior que nos permitiera
orientarnos mejor en la búsqueda. Finalmente llegó, aunque demasiado tarde. Un agente
lituano nos informó que el embarque muy probablemente se hubiera efectuado en un buque de
esa bandera con destino a México. Las exportaciones de ese país hacia Argentina no eran
abundantes. Entre algunos otros, se detectó un embarque con las características buscadas con

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destino a Mar del Plata bajo el rótulo de repuestos para maquinaria naval. Su llegada al país
no quedó registrada.
Ante la gravedad de la situación fui llamado a mi país para brindar un informe detallado de
la situación y recibir instrucciones directas. La muy probable existencia del material
fisionable en Argentina y el latente conflicto limítrofe con Chile habían tornado a la situación
en el cono sur como altamente "explosiva". En este caso, el término era mucho más que una
metáfora.
El doctor Baleatti se transformó en el hombre más importante de Sudamérica para la
Agencia, inclusive más aún que nuestro agente infiltrado en la cúpula dirigente del cártel de
Cali.
Se le consiguió una casa en la ciudad y se dispuso de 12 hombres para su vigilancia durante
las 24 horas.
Por supuesto que él nunca se enteró. El propósito de la vigilancia era asegurarnos que no
estuviera jugando doble. Antes de que nos informara sabíamos de cada reunión que había
mantenido.
Después de que se negara terminantemente a llevar un transmisor porque consideró que era
un riesgo innecesario, no volvimos a insistir, aunque eso nos hubiera dado una mayor
evidencia de su juego limpio y una total confiabilidad en la transmisión de la información.
Luego de un par de reuniones intrascendentes con Becker, el doctor Baleatti fue invitado
nuevamente a la estancia de Karl Rattenbauch. Este hombre había llegado al país como turista
en 1968, acompañado por su esposa y una pareja de amigos. Todos sus papeles estaban en
regla y no existía en su pasado militancia de ningún tipo.
Había hecho una fortuna de regular tamaño como fabricante de cardanes para la
Wolkswagen y llevaba una vida sedentaria sin problemas en la ciudad de Bonn. Pero en
Iguazú, durante una excursión por las cataratas, conoció a una guía de turismo que le cambió
la vida.
En ese momento tenía 45 años, un hijo de 20 y una hija de 18. Al mes volvió solo y
convivió quince días con ella. A los seis meses de haber vuelto a Alemania se separó de su
esposa, vendió la fábrica y se fue a vivir a Bariloche con su nueva y joven mujer. Al poco
tiempo compró la estancia e instaló una empresa de turismo a cuyo frente quedó ella. Nunca
realizó una explotación sistemática de la estancia. Tuvo temporadas de ganado bovino y otras
de ovino, aunque, en realidad, podría decirse que parecían justificaciones para vivir en la gran
mansión que se había mandado a construir.
Las entradas provenientes de la empresa de turismo y la estancia no parecerían suficientes
para el ritmo de vida que llevaba. La renta del dinero que le había quedado luego de la
inversión inicial, de acuerdo a su declaración al entrar al país, tampoco parecería suficiente
para justificar su avión privado y el resto de los gastos.

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Viajaba cada dos meses a Alemania para ver a sus hijos y los traía uno o dos meses durante
sus vacaciones universitarias. Les pagaba sus estudios, un auto, vivienda y todos sus gastos.
Las fiestas que daba a menudo en su mansión eran muy reputadas entre la clase alta de
Bariloche. Inclusive, en una ocasión se lo vio al general Suárez Mason acompañado por otros
altos funcionarios del gobierno.
Todo esto era muy comentado en Bariloche, sin embargo, el fisco jamás investigó a fondo
sus declaraciones juradas de impuestos.
Hasta el momento en que el doctor Baleatti nos confirmó nuestras sospechas que la primera
reunión había sido en la estancia de Rattenbauch, este personaje no pasaba de ser una
evidencia más de la corrupción que existía en la clase dirigente de Argentina. A partir de
entonces se realizó una investigación profunda de su pasado en Alemania.
Se descubrió que este hombre era uno de los principales soportes financieros de las
actividades clandestinas de una organización neonazi. Sin embargo, no era una tarea solitaria.
En realidad, era el encargado de manejar el dinero que aportaba una importante cantidad de
empresarios. Como toda actividad clandestina, la confianza entre sus participantes era
indispensable. Cuando él partió sorpresivamente hacia Argentina, alguno quedó muy
defraudado y con muchas ganas de hablar. Nosotros tuvimos algo de suerte en encontrarlo.
La cantidad de dinero que Karl Rattenbauch depositó en Suiza nunca pudimos averiguarlo.
Lo que sí es seguro que le alcanzaba para llevar su ritmo de vida y hasta para financiar una
actividad secreta en Argentina.

En la nueva reunión en la estancia de Rattenbauch le presentaron al doctor López. En


realidad, ambos se conocían de vista durante la realización de varios congresos de la
Asociación de Física Argentina. Sin embargo, como sus especialidades eran muy diferentes,
jamás habían interactuado. El doctor López era un especialista en física nuclear y había estado
trabajando en los Estados Unidos durante 15 años antes de instalarse en Bariloche desde hacía
cinco años.
Esa reunión tenía un gran número de invitados. Aparentemente, era una de esas fiestas sin
motivo alguno en especial que a Rattenbauch le gustaba tanto organizar.
De acuerdo a lo que el doctor Baleatti nos comentó, entre los invitados no había ninguno
cuya presencia nos pudiera llamar la atención por lo inesperada.
En un momento, cuando el doctor Baleatti se dirigía al baño, López lo tomó
sorpresivamente de un brazo y le pidió cortésmente que lo acompañara afuera. Mientras
caminaban por los jardines se produjo el siguiente diálogo. (Lógicamente, no es posible
pretender una gran fidelidad en el mismo porque no fue grabado. Sin embargo, considero que
es preferible una transcripción imperfecta a una narración, ya que inevitablemente se
resumiría en exceso.)

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- Baleatti, voy a ser sincero con vos, esta gente me pidió que charlara con vos y que después
les dijera mi opinión. Es una situación muy incómoda para mí ya que tuve que aceptarla por
compromisos contraídos con Werthein desde hace larga data. Yo creo que todo esto es una
locura, pero no sé cómo zafar...
Se hizo una pausa. López se había detenido y lo miraba fijamente. Baleatti reinició la
caminata.
- ¿A qué te referís con que esto es una locura?
- Vamos Baleatti, vos te debés haber dado cuenta ya...
Esta vez se detuvo Baleatti.
- López, recién nos conocemos y te ponés a jugar a las adivinanzas conmigo. Si tenés algo
que decirme sé concreto y si no volvamos adentro.
- Esta gente quiere fabricar un artefacto nuclear, Baleatti. ¿Te das cuenta de lo que eso
significa?
- No sé de dónde sacás esa idea, López, a mí jamás me mencionaron esa posibilidad, pero te
digo algo, si fuera cierto me encantaría participar en ese proyecto.
Habían subestimado al doctor Baleatti si pensaron que podían hacerlo caer en una trampa
tan burda. Aunque el hecho de darse cuenta no constituyó un gran mérito de su parte, su
actuación fue perfecta. Hubo casos de agentes que, a pesar de su entrenamiento, cometieron
errores de ese tipo que los perdieron. Su respuesta fue justo la adecuada, contuvo la necesaria
cuota de ambigüedad como para evitar definiciones que alentaran una polémica y, al mismo
tiempo, envió un mensaje muy claro para ellos.
No tuvo que esperar mucho para que Becker lo citara. En realidad, el doctor Baleatti nos
pasó ambas informaciones en forma conjunta, las correspondientes a la estancia de
Rattenbauch y a la reunión con Becker.
En esa ocasión Becker fue muy directo, le preguntó si realmente estaría dispuesto a trabajar
en un proyecto que involucrara la fabricación de un artefacto nuclear.
Me comentó con cierto pudor que dudó la respuesta. Si no mencionaba a López podría
parecer que había descubierto la trampa porque lo daba por sobrentendido y si lo mencionaba
podría parecer que su respuesta estaba condicionada por ese hecho, abriendo una sospecha
sobre su sinceridad.
Quizás su orgullo le impidió hacerse el tonto y le contestó lacónicamente,
- Precisamente, eso fue lo que le dije a López.
- El doctor López es un gran amigo nuestro.
- Becker, ¿existe ese proyecto o no?
- Así es, Baleatti, el proyecto existe y nos gustaría mucho contar con su participación.
- Por supuesto que sí, sería un gran honor para mí poder participar en un proyecto de esta
magnitud.

81
La tan ansiada confirmación había llegado. Informé inmediatamente a la Agencia y se
iniciaron los preparativos para la operación "Retorno", la cuál tenía como objetivo el
secuestro de los 58 kilogramos de enriquecido.
Hasta ese momento el doctor Baleatti no estaba al tanto de la existencia del uranio fuera del
inventario.
A juzgar por la sorpresa que evidenció cuando le dije que teníamos sospechas muy bien
fundadas sobre la existencia del uranio en el país, quedó claro que no había analizado esa
posibilidad. Quizás hubiera imaginado que en algún momento entraría, pero no que ya estaba.
A partir de ese momento, comencé a percibir los cambios de Baleatti. El primer síntoma fue
que demoró tres días en informarme de la siguiente reunión. Además, lo hizo de una manera
cortante, sin entusiasmo. Le habían pedido que seleccionara el acero para un tubo de dos
metros de largo, diez centímetros de diámetro interno y 1 centímetro de pared y lo
consiguiera. Cuando le pregunté si le habían dado el plano me contestó distraídamente que sí.
- ¿Por qué no lo trajo, doctor Baleatti?
- No pensé que fuera importante.
La existencia real del uranio le había hecho tomar bruscamente conciencia de la situación en
que se había metido. La preocupación comenzaba a agobiarlo. Mi tarea de sostén anímico se
transformó en un asunto de importancia decisiva.
Ese plano correspondía al alma de la bomba, el cañón. Habían elegido el modelo
primigenio, el de la bomba sobre Hiroshima que, por otra parte, era el único utilizable si el
material físil era U235. Una carga explosiva lanza una de las masas de uranio sobre la otra a
muy alta velocidad para que se produzca la reacción en cadena en un tiempo muy corto.
Baleatti no tenía idea de cómo era el mecanismo. Le dije que nos había proporcionado la
primera evidencia física del plan. Nunca olvidaré su expresión de miedo.
La conclusión que sacaron en la Agencia fue que los soviéticos podrían haber enviado una
información que fuera útil, pero que, a su vez, no fuera una evidencia lo suficientemente
fuerte como para incriminarlos. Prácticamente, ese plano podría haberse sacado de los
archivos públicos de alguna biblioteca importante de Estados Unidos. De cualquier manera,
faltaban muchos otros planos que resultaban imprescindibles para el armado de la bomba,
pero era evidente que éstos no se los mostrarían a Baleatti.
Por supuesto, lo primero que habría que saber era el lugar del emplazamiento. La lógica más
elemental indicaba que el uranio debía estar en el lugar dónde se haría el ensamblado y la
posterior detonación. No era admisible pensar que podrían andar trasladando el uranio de un
lugar a otro. El lugar más seguro era el lugar del emplazamiento, puesto que este lugar debía
ser lo suficientemente seguro como para ocultar, no solamente el uranio, sino toda la
operación.
El rastrillaje satelital de toda la Patagonia no dio ningún resultado. Las zonas más desérticas
y alejadas de cualquier poblado no mostraron evidencia de ningún emplazamiento. La

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hipótesis más aterradora cobró cuerpo, entonces. El lugar del ensamblado y el de la
detonación no eran el mismo. Iban a manipular, o ya lo estaban haciendo, 58 kilogramos de
uranio enriquecido al 90% en zonas pobladas donde pudieran disimular la operación en
galpones ya instalados para otros fines. Ese hecho, sumado a la poca probabilidad que
pudieran captar al personal más capacitado de la CNEA, aumentaba enormemente el riesgo de
un accidente radiológico. Quedaba la posibilidad que personal soviético participara
activamente de la operación. Sin embargo, no se había detectado la desaparición de ninguno
de todos los técnicos que habían entrado en los últimos años al país. Lógicamente, la entrada
ilegal de personal especializado no podía ser descartada totalmente.
Los tiempos se acortaban vertiginosamente. El uranio debía ser secuestrado antes de que se
lo comenzara a manipular. Había una única forma para conocer su paradero, no estábamos en
condiciones de guiarnos por especulaciones. El doctor Baleatti debía abandonar su actitud
pasiva y comenzar a tomar mayores riesgos. Lamentablemente, su estado de ánimo estaba
muy lejos de permitirle afrontar esa nueva etapa.
Pasaron tres días desde la última entrevista sin que él estableciera contacto con nosotros. El
compromiso que queríamos que asumiera Baleatti requería de un acondicionamiento más
apropiado. La forma que elegimos para comunicarnos con él apuntó en esa dirección.
Su jefe en Buenos Aires lo llamó para que viajara urgente a esa ciudad porque habían
recibido la visita inesperada de un especialista norteamericano que deseaba conversar con él
acerca de una propuesta de trabajo muy interesante. Más que sorprenderse, Baleatti se molestó
por las características inusuales de este llamado, pero accedió ante la insistencia amable de su
jefe. En particular, había una cosa que lo molestaba más que nada, no recordaba a nadie, que
estuviera trabajando en su especialidad, que tuviera el nombre del visitante.
El especialista era el Dr. Raymond Carter y, si bien su especialidad no eran las
transformaciones de fase, tenía un muy bien acreditado prestigio en el área de las propiedades
mecánicas. Inicialmente, en presencia del jefe, demostró un buen conocimiento del tema en el
que trabajaba Baleatti. Más tarde, cuando estuvieron solos en la oficina de éste, se identificó:
era el hombre de la Agencia que iba a colaborar estrechamente con él en la nueva tarea que
tendría que afrontar.
Carter era un hombre que combinaba una extraordinaria frialdad a la hora de tomar
decisiones difíciles con una agresividad muy poco común para alguien dedicado a la
investigación. En Vietnam había realizado acciones de gran riesgo que le habían valido un par
de medallas. Al contrario de la mayoría de sus compañeros de Universidad, apoyaba la guerra
y se había anotado como voluntario. Provenía de una familia de clase media alta, de abuelos y
padres profesionales con ideas liberales que, por lógica, deberían haber inducido en el joven
Carter una oposición a la guerra. Sin embargo, la esencia de su ideología radicaba en el odio
al comunismo, al que le atribuía la razón de todos los males del mundo. Sus ideas lo
acercaban más a los WASP (White-Anglo-Saxon-Protestant) del medio-este que a los

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profesionales del este. Al regresar de la guerra por una herida en la pierna, fue captado por la
Agencia durante su recuperación en un hospital. Desde entonces participó como informante
hasta terminar su carrera en la Universidad y luego cumplió diversas tareas en diferentes
países bajo la cobertura de sus tareas profesionales. Indudablemente, la Agencia no podría
haber elegido mejor hombre para la difícil tarea de ayudar a Baleatti en la detección del
emplazamiento del uranio.
Cuando hablé con Carter, después de haber conocido a Baleatti, me dijo que le parecía un
hombre muy inteligente y de convicciones. Estaba seguro que cumpliría su misión con éxito.
Le pregunté si no le parecía muy exagerado su optimismo, dado el abatimiento que
manifestaba muy claramente. Me contestó que un hombre que no se sintiera desbordado en
una situación así, era un loco o un estúpido y que, lógicamente, en ninguno de los dos casos
podría servirnos. En cuanto Baleatti conociera en detalles lo que se esperaba de él y se sintiera
respaldado, aumentaría su confianza y cambiaría su estado de ánimo. Me confirmó que
Baleatti me tenía mucha estima. Tendría que actuar con mucho cuidado para no presionarlo
demasiado y defraudarlo. Me tranquilizó diciéndome que tenía bastante experiencia en tareas
de este tipo y que me ayudaría en todo lo que fuera necesario.
Baleatti fue ayudado por Carter a definir la especificación del acero del tubo. Recibió
instrucciones que al presentarle los resultados a Becker debía pedir su participación en el
armado del dispositivo.
Era la primera actitud no pasiva que asumiría. Estuvimos planificando la situación durante
muchas horas. Analizamos entre los tres las diferentes posibilidades que podrían suceder.
Inicialmente, Baleatti estuvo poco participativo, pero poco a poco se fue animando. Era
evidente que Carter tenía mucha habilidad para manejar situaciones como ésa. Fue llevando la
conversación desde temas técnicos a políticos de una manera gradual. Por momentos parecía
cumplir una doble función, de apoyo a Baleatti y de docente hacia mí. Más tarde intenté
utilizar la misma técnica varias veces, con resultados no siempre satisfactorios.
Carter tuvo que partir antes de que Baleatti viera a Becker. No tendríamos un contacto
directo con él, sino a través de la Agencia. Nos dijo que estaría muy al tanto del avance de la
operación. En la despedida se lo vio muy animado a Baleatti. Confieso que me sorprendió,
esperaba un cierto desasosiego ante la despedida de su apoyo.
Baleatti se entrevistó con Becker, pero no consiguió el objetivo buscado. De nada le
valieron las argumentaciones ensayadas ni el recurso final de hacerse el ofendido ante la
supuesta falta de confianza hacia él. Becker fue terminante, ni siquiera él mismo conocía el
lugar del emplazamiento. A Baleatti le pareció sincero. En realidad, poco importaba que lo
fuera o no, lo concreto era que había que utilizar otro camino para hallar el emplazamiento.
La situación generó una polémica en el seno de la Agencia. Supimos que hubo quienes
aconsejaron la conveniencia de despertar la sospecha que estábamos al tanto de la operación.
Según esta posición, el refuerzo de las medidas de control sobre el emplazamiento y sobre

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todas las personas involucradas podría delatarlos. Este camino expondría enormemente a
Baleatti. Para el embajador y para mí esto era completamente innecesario y propusimos un
camino alternativo. Estábamos completamente convencidos de que lo necesitaban
enormemente. Nuestra hipótesis fundamental era que no contaban con ningún experto
soviético para las tareas fundamentales. Su participación habría significado un riesgo que la
Junta Militar, aparentemente, no estaba dispuesta a correr. Baleatti, López y algunos otros que
desconocíamos, constituían el único personal especializado con que contaban.
Es cierto que no teníamos fundamentos sólidos para nuestra hipótesis, pero la alternativa
que proponían no estaba ni siquiera basada en ninguna hipótesis. Se parecía en mucho a una
receta de algún manual elemental de contraespionaje. No era de extrañar que la burocracia
desoyera las opiniones de las personas más cercanas a la operación. Resultó particularmente
ofensiva la opinión deslizada por algún miembro conspicuo de la Dirección de la Agencia
acerca de que no se podía tener en cuenta la opinión de miembros del servicio diplomático.
Nosotros sosteníamos que Baleatti debía negarse a seguir colaborando si no se le brindaba
una demostración de confianza mostrándole el lugar del emplazamiento. Es cierto que esa
insistencia podría provocar sospechas, pero Baleatti estaba limpio y, además, estábamos
seguros de haber sido muy cuidadosos con la seguridad. Aunque lo hubieran vigilado, era
muy poco probable que hubieran descubierto nuestras entrevistas.
La Agencia desoyó nuestra opinión y permitió que se conociera, a través de un agente
doble, la sospecha americana que el uranio se hallaba en el país. Esta es la verdad de la
historia. Nosotros jamás quisimos exponer a Baleatti. Más allá de cuestiones de ética o hasta
de afecto, considero que la medida fue equivocada porque, a pesar del éxito, se pagó un costo
demasiado alto.

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EL EQUIPO

Después del cumpleaños de Marcela, Roberto había intentado charlar con Raúl varias veces.
Se alarmó, no tanto por las reiteradas excusas absurdas, sino por el aspecto y, principalmente,
por su actitud, mezcla de hosquedad y distracción.
María también lo había notado y le había entrado un miedo enorme. Ante una pequeña
insistencia de Roberto sintió la necesidad de contarle lo de las fotocopias, a pesar de que se
había jurado a sí misma ocultárselo a todo el mundo. Era un peso demasiado grande como
para llevarlo ella sola.
Aunque inicialmente no se lo dijeron, ambos venían pensando en lo mismo. La única
persona que podía saber bien lo que estaba pasando era Julia. No era nada fácil ir a visitarla
para contarle lo que sabían y sus preocupaciones. Ambos sentían un idéntico pudor, temían
que ella sintiera que estaban más preocupados por ellos que por Raúl. En gran parte era cierto,
pero no era menos cierto que se sentían bastante ligados al destino de Raúl.
El detonante -quizás sea más correcto decir la excusa- fue una ausencia sin aviso de Raúl
por dos días. A la salida del trabajo, en el segundo día, fueron a la casa.
Julia conocía a Roberto, de María sólo había oído referencias de Raúl y otras mujeres del
Centro. Aunque se mostró muy amable y sonriente al invitarlos a pasar, no pudo disimular
una cierta cuota de sorpresa desagradable por esa visita inesperada.
María y Roberto no habían planificado nada, se habían largado a visitarla de una manera un
tanto irreflexiva, como si sospecharan que un hecho irreparable pudiera transformarles de
golpe la ansiedad en desesperación.
La frase de Julia fue un alivio, aunque ensombrecido por nuevas dudas.
- Raúl tuvo que viajar a Buenos Aires por la visita de un experto.
María y Roberto se miraron, cada uno esperaba que hablara el otro.
- Estábamos preocupados por su ausencia porque nadie sabía lo de su viaje -dijo finalmente
Roberto.
Julia les ofreció tomar algo. Charlaron sobre generalidades, pero se notaba la tensión que
había en el ambiente. Las frases eran cortas, abundaban los comentarios redundantes, los
silencios se estiraban entre sonrisas nerviosas.
Ninguno de los dos tomaba la iniciativa, las miradas entre ellos se habían hecho demasiado
elocuentes para Julia.
- ¿Qué pasa, hay algún problema? -preguntó inquieta.
De alguna manera estaban deseando esa pregunta, pero en ese momento se sintieron
acorralados. María no aguantó más lo que consideraba una exagerada indecisión de Roberto.
- Roberto, ¿hablás vos o hablo yo?

86
Roberto comenzó hablando avergonzado, sentía que lo estaba traicionando, por eso, cuando
Julia lo interrumpió para decirle que ya estaba al tanto del contenido del cuaderno de Elena,
respiró profundamente.
- Entonces, también sabrás que dice estar reuniéndose con gente que quiere armar una bomba
atómica -lo dijo con tanta naturalidad que hasta él mismo se sorprendió cuando la expresión
de Julia le marcó el contraste.
Julia se había sentado en el borde de sillón cuando la situación anterior la había ido
poniendo crecientemente inquieta. Al escuchar el comentario-pregunta de Roberto apoyó
inicialmente sus manos en los brazos del sillón como para levantarse de golpe, pero después
se dejó caer contra el respaldo y se tomó la cabeza con una mano.
- Yo me temía que él se metiera en problemas al venir acá. Estaba muy obsesionado con ese
tema. Últimamente lo empecé a notar raro, pero no le quise preguntar nada, porque sabía de
antemano que no me contaría nada. -Levantó la cabeza y los miró entrecruzándose las manos
sobre la falda.- ¿Qué tan grave es la situación?, ¿qué más saben?, cuéntenme, por favor.
Habían ido a recibir información tranquilizadora y se enfrentaban ahora ante la
imposibilidad de tranquilizarla a ella.
Roberto contó todo lo que sabía. En un momento María lo interrumpió.
- ¿Ya sabías todo esto antes del cumpleaños de Marcela?
Julia y Roberto la miraron sorprendidos.
- Sí, ¿por qué preguntás eso? -dijo Roberto.
- Porque fue cuando me pidió que lo ayudara a identificar las fotocopias de las cosas que
compraron para Pilcaniyeu y no me dijo nada de todo esto que vos estás contando, y yo ahora
me pregunto ¿para qué querría las fotocopias si ya estaba conversando con los tipos que
quieren fabricar la bomba? Me dijo que antes de hacer algo con las fotocopias me lo
consultaría, pero ahora me doy cuenta que anduvo ocultando demasiadas cosas a todos, ¿a
quién se las habrá mostrado? ¿Quiénes son los que saben cosas que nosotros no sabemos y
que saben de nosotros también -dijo María casi sin respirar, en un tono exasperado.
- Calmate María, estoy segura que Raúl no hizo ninguna locura que pueda comprometerte -
dijo Julia, sintiendo que la defensa de él era lo único que podía evitar el contagio de la
desesperación de María.
- ¿Cuándo vuelve? -preguntó Roberto, que ya sentía unos deseos enormes de irse a su casa.
- No me lo dijo, pero calculo que no tardará mucho porque las visitas de los expertos no son
largas.
Julia había trasladado la atención al futuro, había reemplazado la desesperación contagiosa
de María por una espera ansiosa. Tan resuelta parecía la situación que Roberto hizo un
ademán para levantarse, pero la frase de María volvió a reinstalar la atención en el presente.
- Eso siempre y cuando haya ido a ver a un experto.
Roberto reaccionó molesto.

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- ¿Por qué decís eso?, ¿qué fundamento tenés para pensar eso?
María se levantó y le contestó gritando.
- Te parece poco fundamento todo lo que nos ocultó, ni a su esposa le contó lo que te contó a
vos, ¿y vos qué sabés si lo que te contó es la verdad? - Mirando a Julia y un tono más bajo-
Perdoname Julia, pero siento que tu marido es como todos los hombres que conozco, un
mentiroso.
Julia era una mujer muy temperamental, poco propensa a ejercer la mediación en
situaciones conflictivas. En la división no conciente de roles que se establece en toda pareja
que funcione, la tarea de mediación era competencia de Raúl. Siempre había sucedido así. En
más de una ocasión Julia le había reprochado que tuviera esa característica como si se tratara
de un defecto, algo así como una falta de apasionamiento por la vida, sin detenerse a pensar
que formaba parte de esa relación en la que ella funcionaba de una manera y Raúl de otra.
Cuando María habló de esa manera, sintió la ausencia de Raúl como nunca, no tanto para que
él se defendiera de la acusación, sino porque la situación la desbordaba, a tal punto que ni
siquiera sentía fuerzas para enojarse.
Como si repitiera unas palabras que no eran suyas dijo:
- Creo que tenemos que serenarnos todos. Por favor, María, sentate, no sirve de nada que
perdamos la calma, no vamos a ganar nada haciendo hipótesis alarmistas. Entiendo como te
sentís, razones no te faltan, pero, por favor, sentate.
María se sentó con la cabeza baja, un poco debido a que sentía vergüenza por su
comportamiento y otro poco porque buscaba serenarse.
Roberto no estaba en condiciones de tomar la iniciativa para recomponer la situación, sentía
que había traicionado la confianza de Raúl y se sentía traicionado por María por haber roto la
unidad de ese pacto virtual que habían establecido al ir a ver a Julia juntos.
El silencio se espesó sobre ellos. Los tres miraban el piso como si estuvieran
concentrándose en encontrar una frase que ayudara, pero, en realidad, la única que lo estaba
intentando era Julia. Sus pensamientos oscilaban entre las maldiciones a Raúl y la búsqueda
de las palabras adecuadas. Cuando levantó la vista, ya resignada a decir cualquier trivialidad
que se le viniera a la mente, se encontró con sus miradas expectantes. La frase le salió sin
vacilaciones, súbitamente conmovida por un sentimiento de profunda camaradería.
- Tenemos que actuar muy unidos, Raúl está corriendo peligro y lo mejor que podemos hacer
es mantenernos muy unidos.
No fue una frase pensada, sino sentida. Quizás, si la hubiera meditado un poco, se habría
dado cuenta de que, a pesar de su contenido solidario, no hubiera podido jamás transmitir
tranquilidad.
La primera en reaccionar fue María.
- O sea que vos también sentís que corremos peligro, no soy yo la única entonces.

88
Julia se dio cuenta de que la frase había producido el efecto contrario, inclusive sobre ella
misma. Sin tiempo para pensar, quiso atenuar el impacto de la palabra "peligro".
- Quizás me expresé mal, lo que quise decir con "peligro" es que a lo mejor lo descubren y no
puede obtener la información que está buscando.
- Ah, claro, y si lo descubren, ¿qué es lo que va a pasar?, ¿le van a decir: "lo lamento señor
pero lo hemos descubierto y no le podemos dar más información, así que váyase a su casa
porque no nos volveremos a ver"? Decime Julia, ¿es eso lo que vos creés que va a pasarle a
Raúl, si lo descubren?
Julia se sintió muy descolocada, tratando de tapar su miedo con intentos fallidos de
explicaciones tranquilizadoras, en una actitud que no era para nada natural en ella.
- Bueno, yo creo que por hoy fue bastante, cuando venga Raúl voy a conversar con él y
después nos reunimos.
María puso cara de no entender, iba a hablar nuevamente cuando Roberto se paró y dijo:
- Te agradecemos mucho que nos hayas recibido, Julia. Cuando hayas charlado con Raúl y si
él no lo tomó a mal que hayamos venido, nos volvemos a ver.
Roberto se acercó a Julia, que también se había parado, para darle un beso de despedida.
María se había quedado sentada, cuando ambos la miraron, se acomodó en el sillón y dijo:
- Yo no me voy a ir así. Si vos Roberto estás acostumbrado a callarte las cosas es cosa tuya,
pero yo aprendí con Elena que lo mejor es decir las cosas de frente, aun a riesgo de quedar
mal, porque siempre es preferible quedar mal con los demás que con uno mismo.
- ¿Qué es lo que querés decir de frente?, a ver, decilo -dijo Julia en un tono desafiante.
- ¿Qué es lo que quiero decir?, ni más ni menos lo que vos dijiste y después reculaste. Quiero
decir que dejemos de ocultar las cosas por miedo. Yo tengo mucho miedo, sí, lo reconozco,
no lo oculto. A todos nos entró el miedo, a vos también Julia, tenés un miedo enorme por vos
y por tus hijos, pero después te dio miedo de sentir miedo. Vos dijiste "peligro", y sí, estamos
todos en peligro, para qué lo vamos a ocultar, es muy grave la situación en la que nos metió
Raúl. También dijiste algo muy cierto, "tenemos que actuar muy unidos", de acuerdo, estoy
totalmente de acuerdo, pero no vamos a poder actuar muy unidos si no aceptamos la realidad.
Esto es lo que yo quiero decir con hablar de frente. Si a Raúl lo descubren, lo van a matar, y si
sospechan que nosotros sabemos demasiado también nos van a matar. ¿A cuántas personas
han desaparecido?, a miles de personas han desaparecido, qué les van a importar cuatro o
cinco personas más. ¿Está mal que yo diga esto?, ¿es muy exagerado lo que digo? Si es así,
díganlo, pero, por favor, no terminemos esta reunión con frases de compromiso. No es que yo
no crea que vos tenés todo el derecho del mundo de hablar con Raúl en privado, por supuesto
que no. Pero, por la forma en que lo dijiste, parecía que se trataba de una operación comercial
y no de este tema. -Julia se había sentado porque se le habían aflojado las piernas. Roberto
permanecía parado, pero, al hacer una pausa María, se sentó también. Durante unos segundos
se quedaron en silencio. María se había desahogado y esperaba que alguno de ellos le dijera

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algo. Como ninguno lo hizo, comenzó a hablar nuevamente. -Raúl no tiene derecho de seguir
actuando solo, si él estuviera solo, podría hacer lo que quisiese sin rendir cuentas a nadie,
pero no es así, nos involucró a todos nosotros sin que se lo pidiésemos. Tenemos que
encontrar la forma de que salga de esto antes de que sea demasiado tarde.
Julia tenía los ojos muy abiertos y la boca entreabierta, como si la mandíbula le flotara.
Roberto se había agarrado la cabeza con las manos con los codos apoyados sobre las rodillas.
A María se le habían acabado las palabras, sentía que podría permanecer sentada en ese sillón
hasta que Raúl regresara. Julia la miraba fijo, no se trataba de una decisión, simplemente no
podía dejar de mirarla. No esperaba que volviera a hablar para aclarar alguna cosa, no
esperaba que se levantara para irse, no esperaba nada de ella ni de nadie, había quedado
atrapada por las palabras que María había dicho con una naturalidad tan impactante que le
había producido una parálisis por espanto.
Sólo un hecho externo podía quebrar esa atmósfera opresiva. El teléfono sonó tres veces
antes que Julia reaccionara y se levantara a atenderlo. Como si hubiera sonado un despertador,
Roberto se irguió para mirar acusadoramente a María.
- ¿Por qué me mirás así?, sólo dije lo que vos no te atrevías a decir.
- Tenés una lamentable tendencia a dramatizar las cosas, nadie puede decir que lo que dijiste
no pueda ser cierto, pero nadie tampoco puede afirmar que sea cierto. Vos lo diste como un
hecho consumado y para colmo lo dijiste de una manera que le produjiste a Julia un shock
tremendo. Vos estás muy prejuiciada María, la mayoría de los hombres no somos mentirosos.
- Bueno, muy bien, yo estoy muy prejuiciada. Entonces, explicame vos para qué quiso Raúl
las fotocopias si ya estaba en contacto con esa gente que quiere fabricar la bomba. Más
pruebas que ésa, imposible. Sin embargo, hizo que lo acompañara a la casa de los padres y
que revisáramos todos los papeles de Julia hasta encontrar esas facturas y remitos. ¿Para qué?
¿Para guardárselas para él? Decime Roberto, ¿es eso lo que vos pensás, que se las guardó sin
mostrárselas a nadie?
Roberto elevó el tono de vos.
- No lo sé, María, no lo sé. Lo único que sé es que a partir de esa suposición que no podés
demostrar hiciste un quilombo infernal, y después decís que Raúl no tiene el derecho de
actuar sin consultarnos, ¿Acaso vos me consultaste para hablar de esa manera?
- Perdoname, no sabía que eras mi jefe. - Roberto tuvo una primera reacción de mandarla a la
mierda, pero se contuvo, se sentía muy cansado como para gastar energías en una pelea que
no ayudaría en nada a la situación. Se paró para esperar el regreso de Julia y despedirse. - No,
no te parés porque no nos vamos a ir hasta aclarar todo bien.
- Quedate vos, si querés, yo me voy.
- Claro, total a vos lo único que te liga con Raúl son algunas conversaciones que tuviste. A
menos que le haya contado a algún otro que te lo dijo a vos, no tenés por qué preocuparte.

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- Mirá María, a mí me preocupa mucho la situación, me preocupa lo que me pase a mí, lo que
te pase a vos, lo que le pase a Raúl y a Julia, me preocupa lo que nos pase a todos, pero
quedándonos aquí hoy no vamos a arreglar nada. Tenemos que esperar que llegue Raúl.
Cuando llegue Raúl vamos a reunirnos los cuatro a conversar, en ese momento es posible que
se aclaren las cosas, ahora no. Por eso me quiero ir, no porque no me importe lo que pasa y
me considere a salvo. ¿Lo entendés?
María lo miró a los ojos y luego bajó la vista. En ese momento entró Julia.
- Era Raúl, me dijo que vuelve el sábado.
- Bueno, entonces el sábado nos reunimos, ¿no? -dijo María.
- Le conté que habían venido ustedes, -dijo Julia en un tono muy bajo.
- ¿Le contaste algo más? -preguntó Roberto sin disimular su preocupación.
- Le dije que ustedes estaban preocupados por su ausencia y que querían charlar con él.
- ¿Dijiste nuestros nombres? -preguntó María que se había dado cuenta del por qué de la
preocupación de Roberto.
- Sólo dije eso, ¿por qué? El se dio cuenta que algo pasaba por el tono de mi voz. Primero se
lo negué, pero él insistió que me pasaba algo y no sé por qué pero me preguntó si estaba con
alguien antes que yo se lo dijera. Fue como si hubiera leído mi pensamiento, porque mientras
hablábamos yo no podía dejar de pensar en ustedes. -María y Roberto habían sintonizado sus
pensamientos nuevamente. Si Julia no hubiera estado tan conmocionada también se habría
dado cuenta del origen de la preocupación de ambos y no habría preguntado o,
probablemente, no habria dado los nombres por teléfono.- ¿Por qué me miran así?
- No tendrías que haber dado nuestros nombres por teléfono- dijo María en un tono que
intentaba suavizar el reproche.
- ¿No estarán pensando que también...?
- No lo sabemos, Julia, simplemente hay que tomar todos las precauciones posibles.
Julia se sentó y se tomó la cabeza con las manos diciendo,
- Esto es una locura, no puedo creer que esté sucediendo esto. No, no puede ser cierto.
(Reanimándose y levantando la cabeza). No, no es cierto, ustedes están equivocados, cuando
venga Raúl se va a aclarar todo, ya van a ver.
- Ojalá Julia, es lo que todos esperamos. -dijo Roberto, evidenciando en su voz y en su cuerpo
la intención de irse.
- Sí, claro que sí, es lo que todos deseamos, que todo no haya sido más que un malentendido, -
dijo María, parándose.
Se saludaron con un beso y Julia prometió que en el fin de semana se reunirían.
Caminaron en silencio varias cuadras, cuando se quisieron acordar se habían pasado de la
parada del colectivo. Roberto se paró y le dijo,
- Te agradezco que hayas aceptado irte, aunque sé que no fuiste sincera con lo que dijiste.

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- ¿Y vos Roberto?, ¿acaso vos sí fuiste sincero? Decímelo ahora, acá, que estamos a solas y
nadie nos puede escuchar. Decime si vos creés que pueda tratarse de un malentendido.
- Te voy a ser sincero, María, tengo mis serias dudas sobre la salud mental de Raúl.
- No entiendo, ¿qué quiere decir eso?
- Que no sé si es cierto todo lo que me contó, o si no es algo que se imaginó y después lo
tomó como cierto.
- Pero, esto es nuevo, ¿de dónde sacaste esa idea?
- Te repito, no es que esté convencido, pero hay cosas tan increíbles en su historia que me
hacen dudar mucho de que sea cierta.
- A mí, en ningún momento me pareció que esté desequilibrado ni nada que se le parezca.
Ojalá fuera cierto. Lo digo con pena, pero ojalá fuera cierto. De esa manera, la preocupación
sería sólo por él y no por todos, ¿no te parece?
- El fin de semana lo vamos a saber.
- ¿Estás seguro?
- No, María, no estoy seguro de nada. Hace mucho tiempo que no estoy seguro de nada,
mucho menos con una cosa así. Pero vamos a ser dos para preguntarle cosas, así creo que va a
ser más fácil sacar conclusiones.
Roberto insistió en acompañarla hasta la casa, se había hecho bastante tarde ya. Se
despidieron afectuosamente, con disculpas mutuas por lo que se habían dicho en la casa de
Julia.
Mientras caminaba hacia su casa, Roberto pensó en cuántos años hacía que no acompañaba
a una mujer hasta la puerta de su casa. Se tuvo que remontar hasta las primeras salidas con su
primera esposa. Era una cuadra muy parecida a la de María, mal iluminada, casas antiguas
con jardines y veredas con baldosas flojas. Después de haberse parado en varios lugares, se
daban el último beso de una manera furtiva, ante el temor que saliera el padre.
La nostalgia lo inundó mansamente. En esos tiempos había certezas, el trabajo y el estudio
nocturno tenían un objetivo claro, el amor que sentía por Rosa iba a durar para siempre, la
amistad no admitía condicionamientos de ningún tipo, los sacrificios siempre serían
recompensados, la muerte era una posibilidad tan lejana que sólo podía existir en la
imaginación.
La nostalgia de las certezas, ahora derrumbadas y apiladas como desechos oxidados por la
atmósfera culposa de haber sido un cómplice silencioso más, la nostalgia como sentimiento de
pérdida de la inocencia de creer que no existía el autoengaño.
El olor y la suavidad de la piel de María cuando le dio el beso al despedirse, fogoneaban los
recuerdos y los sentimientos. La noche se prolongaba mucho más allá de las últimas cuadras
que le faltaban recorrer hasta su casa, donde prendería la luz del living y las paredes lo
cercarían con su carga de rutinaria realidad. No se animó a hacerlo, pero en un instante estuvo

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totalmente convencido que si doblaba en esa esquina y luego volvía a doblar en la siguiente
para ir en la dirección opuesta, no sólo retrocedería en el espacio.
Su esposa lo estaba esperando algo preocupada. Le contó parte de la verdad: la visita a la
casa de Julia por la ausencia de Raúl, pero no el verdadero motivo. Comieron en silencio
porque no podía despegarse de los pensamientos anteriores. Después de lavar los platos, en
vez de ir a la cama como siempre, se sentó en el living con un vaso de vino. La mente le
arrastraba los ojos mucho más lejos que esas paredes que tenía enfrente.
María tenía mucho de Elena, había copiado su forma de enfrentar las situaciones sin pelos
en la lengua, aun a riesgo de caer en la descortesía o la grosería. Recordaba lo sumisa y
callada que era antes de conocer a Elena, pasaba tan desapercibida como un mueble de oficina
más, contestaba muy bajo a las preguntas y si uno le sonreía insistentemente se ponía
colorada.
El cambio había sido muy notable, pero Roberto sentía que había un aspecto de la
personalidad de María que la diferenciaba marcadamente de Elena. María conservaba la
inocencia, quizás por su juventud, o quizás porque no podía renunciar a seguir creyendo
cuando le hablaban mirándola a los ojos.
El resentimiento de Elena difícilmente anidara alguna vez en María, siempre habría una
parte suya predispuesta a la comprensión y al perdón. Tal vez se debiera a que era más
tolerante con sus debilidades, las aceptaba sin compararse con algún modelo que sintiera la
necesidad de imitar. En cambio, Elena no se perdonaba nada, con menos razón podría
perdonarle alguna cosa a otra persona.
Había vivido en carne propia la ferocidad de Elena en la crítica de sus errores. Seguramente,
María también. Una conversación con Elena podría ser tranquila, pero nunca totalmente
relajada. Ella jamás se habría disculpado como lo había hecho recientemente María.
Roberto se dio cuenta esa noche de que había encontrado en María las virtudes que siempre
había admirado en Elena, pero sin los defectos que lo hacían estar permanentemente en
guardia. Ese descubrimiento le produjo un regocijo sereno, el convencimiento de que, desde
ese momento, podría extrañarla menos.

El domingo, a las cinco de la tarde, María lo despertó de la siesta.


- No te llamó, ¿no es cierto?
No lo había llamado y, a decir verdad, él tampoco había esperado la llamada. Creía conocer
algo a Raúl, lo sucedido en su casa seguramente le había molestado muchísimo, no era
probable que él llamara, ni tampoco Julia, si él no quería. Roberto estaba dispuesto a dejar
pasar un tiempo y esperar la situación propicia en el trabajo para entablar una conversación
sin tensiones.
- María, seguramente tienen cosas que charlar entre ellos, tengamos un poco de paciencia.
- Está bien, vos tené paciencia, yo lo llamo ahora mismo. Chau, después te cuento.

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Le colgó sin esperar respuesta, como si temiera que intentara disuadirla. Roberto colgó con
un esbozo de sonrisa, imaginándose el ímpetu de María para llevar a cabo lo que consideraba
una tarea justiciera.
Fue a la cocina a preparar unos mates. Recién acababa de poner el agua al fuego, cuando
sonó nuevamente el teléfono. Acertó.
- Hola, María, contame.
- No me contesta nadie. ¿Vos sabías que no iba a encontrarlo, no?
- No, ¿cómo iba a saberlo?
- Por haber hablado con él, por ejemplo.
- No, María, no sabía nada, ¿por qué te imaginás esas cosas? Estás viendo enemigos por todas
partes.
- No entiendo cómo podés estar tan tranquilo.
- Porque si no hablamos hoy, hablaremos mañana o pasado o el miércoles, ¿entendés?
- Realmente, te envidio tu tranquilidad. ¿Estabas durmiendo la siesta, no?
- Sí, pero no importa, ya era hora de levantarse.
- Yo apenas si pude dormir durante todas estas noches y vos sos capaz de dormir la siesta,
¿tan diferentes somos o es que vemos las cosas de manera diferente?
- Creo que ambas cosas, vos sos bastante más joven y, lógicamente, más ansiosa y eso te hace
ver las cosas diferentes a como las veo yo, es natural.
- No creo que sea un problema de edad, es de temperamento. Yo no creo que hayas sido muy
diferente cuando eras más joven.
No, era cierto, siempre había sido tranquilo, muy lento para reaccionar, algunas veces hasta
pasó por abúlico, como si no le importara nada ni nadie. Recién de muchacho se dio cuenta de
que siempre le había gustado que las cosas pasaran, que siguieran su curso natural, que
cualquier esfuerzo que hiciera para modificarlas sería inútil y hasta contraproducente.
Guardaba en su memoria, con lujo de detalles, numerosos episodios donde las cosas habían
sucedido de esa manera. Las consideraba experiencias muy valiosas que lo reforzaban en su
posición. No iba a modificar su conducta justo ahora, que encima de todo se sentía más
cansado, con una costumbre obsesiva de economizar las energías. No iba a cambiar aunque
María lo tironease y hasta le hiciera sentir un poco de vergüenza.
- Tenés razón, -dijo Roberto- no era muy diferente a como soy ahora, lo único raro era que
durmiera la siesta. -Roberto creyó que ella iba a seguir con la conversación, sin embargo, el
silencio que siguió a sus palabras le permitió escuchar el ruido de la ebullición del agua.-
María, ¿estás allí todavía?
- Roberto, te pido por favor que me ayudes, sos el único que puede ayudarme. Si yo te digo
que él me pidió esas fotocopias para mostrárselas a alguien, no es que se me ocurra de puro
perseguida que soy. Una cosa es el hecho contado con palabras y otra muy diferente es
haberlo vivido como lo viví yo. Me lo pidió en la cocina en el cumpleaños de Marcelita,

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después que vos te fuiste, que, entre paréntesis, te fuiste enojado por algo que él te dijo, ¿no es
cierto?
- Puede ser, ni me acuerdo de lo que pasó.
- Bueno, no te creo, pero te sigo contando. El me lo pidió y yo inicialmente me negué, pero él
siguió insistiendo y me presionó, ¿sabés lo que llegó a decirme? Me dijo que el llorar por una
persona muerta era sólo egoísmo, que el verdadero amor se demostraba haciendo cosas. Y
después, como yo seguía preguntándole para qué quería seguir con la investigación, me dijo
con lágrimas en los ojos que era porque Elena se lo pedía. Entonces, le hice prometer que si
decidía hacer algo con las fotocopias que me consultara primero. Estuvo de acuerdo, estuvo
de acuerdo y le creí. Pero el otro día, en su casa, me di cuenta de que me había dejado
envolver otra vez. Yo tenía razón y dejé que me convenciera porque me presionó hablándome
de Elena. No sé si te lo puedo expresar, pero había algo más que me estaba diciendo que me
engañaba, pero no alcanzó, otra vez no alcanzó.
Hablaba agitada, sin elevar la voz, quizás cuidando que no la escucharan sus padres, o
quizás buscando la intimidad con Roberto, ansiando que la comprendiera y la ayudara.
Roberto tenía ganas de verla, mientras le hablaba había visto los ojos de María
agrandándose cuando "¿sabés lo que llegó a decirme?" o entrecerrándose bajo el seño
fruncido de bronca y tristeza cuando "estuvo de acuerdo y le creí". La expresividad de la cara
de María le transmitía alegría, aun cuando estuviera triste, no la alegría de la risa o la sonrisa,
sino una alegría vital, la de sentir las ganas de vivir las emociones.
- María, ¿querés que nos encontremos para hablar de todo esto más en detalles?
- ¿Voy a tu casa?
- No, mejor caminemos, te espero en la esquina de tu casa.
- No, en la esquina no, por acá son muy conventilleros, esperame en la placita que está a dos
cuadras de casa, ¿la conocés?
La placita era un triangulito sin pasto ni árboles, con tres hamacas, un arenero que parecía
un "terrero", dos bancos de piedra y un farol moderno de tres lámparas que dudosamente se
prenderían a la noche.
Una cita con María, una cita que no era cita aunque hubiera que concertarla lejos de los
conventilleros, porque dos cuadras eran otro barrio, no siempre, pero en ese caso sí, por algo
María lo había dicho. Una cita que no era cita amorosa, ni siquiera como prólogo para otras
citas que sí fueran amorosas, pero que para él tenía una carga emocional densa, deliberada,
con recuerdos y fantasías indefinidas, sin una mínima referencia al peligro que María
imaginaba.
Roberto caminaba por la vereda de la placita, con las manos en los bolsillos, mirando el piso
y pateando, de vez en cuando, algunas piedritas que tenían un destino de gol asegurado. Daba
vueltas a la placita vacía, creada para la alegría de tres chicos durante el día y la excitación de
dos parejas por la noche.

95
Estaba dispuesto a mirarla y a escucharla y a aceptar todo lo que le dijera, no la iba a
contradecir en nada, tampoco le iba a alentar ningún falso optimismo, iba a escucharla sin
consentirla tampoco. Después de todo, no podría decirle nada nuevo, nada diferente a lo que
ya le había dicho.
Sin que lo tuviera totalmente claro, ésa era una cita para él solo, para revivir emociones de
la manera más secreta posible, como si fuera un actor que se transformara a sí mismo en
personaje.
Esperaba que viniera arreglada y pintada, después del beso se alegró que no fuera así, la piel
de María tenía un olor especial que el maquillaje y el perfume habían ocultado hasta ese
momento.
María repitió lo del teléfono con algunos detalles más. ¿Lo habría ahuyentado a propósito
Raúl para quedarse a solas con ella en la cocina? Por momentos se distraía pensando cosas de
ese tipo, dudas sobre Raúl, ¿qué tan retorcido podría ser?, recuerdos de cosas que le había
contado sobre sus entrevistas con esos tipos. Después volvía rápido a mirarla y a escucharla,
prestándole atención a sus gestos más que a sus palabras.
- No podemos dejar pasar las cosas, tenemos que concretar esa reunión cuanto antes -dijo
María.
- Sí, de acuerdo, mañana mismo.
- ¿No me estás cargando vos?
- No, para nada, ¿por qué pensaste eso?
- No sé, estás diferente, es como si hubieras venido a darme la razón en todo. Lo estás
haciendo para tranquilizarme, ¿no?
- En parte sí y en parte no. Podría habértelo dicho por teléfono si la intención hubiese sido
solamente estar de acuerdo con vos, pero quise venir a decírtelo personalmente para
tranquilizarte también. Ahora, si la impresión que te doy es que estoy macaneando, me
arrepiento de haber venido.
María se paró y le puso la mano sobre el pecho.
- No, no es así, te creo, te creo y te agradezco.
Roberto se contuvo de agarrarla de los hombros y le dijo,
- Te parecés tanto a Elena y al mismo tiempo sos tan diferente.
La mirada, el gesto, el tono de la voz, las tres cosas fundidas en una sola, acompañando las
palabras. María recibió el mensaje, bajó la mano y la cabeza y sonrió tímidamente.
Reanudaron la caminata.
Silencio.
Cuando él la miraba, María levantaba la cabeza y sonreía.
- Mañana arreglo una cita con Raúl sin falta -dijo Roberto.
- Gracias.

96
- No me agradezcas, no es un favor que te hago, yo también estoy preocupado y cuanto antes
se aclare todo, mejor.
El silencio otra vez.
No le gustaba el silencio de María, cuando la miraba ella le sonreía y le parecía algo boba,
muy distinto de cuando ella hablaba y él la podía observar sin ninguna respuesta. Sin hablar
María se diluía, se esfumaba, perdía los contornos. A su lado, en silencio, María era una
presencia fantasmagórica, casi amenazante.
- María, se me ocurrió algo, ¿qué pasa si lo niega todo?
- ¿Cómo, si lo niega todo?
- Sí, todo, lo de las fotocopias, lo que me dijo a mí, todo.
- Pero, ¿cómo va a negar todo?, tendría que estar loco para negarlo todo.
La cara de Roberto le recordó que era una de las posibilidades, la del alivio, la que le daba
pena por él pero que ella deseaba porque si no era peor para todos.
- Claro que también puede negarlo para no contarnos nada y seguir con su investigación él
solo -dijo Roberto sin creer en lo que decía.
- Ah no, ¿y vos dijiste que viniste para tranquilizarme?, si cada vez que me siento tranquila
sacás una nueva para intranquilizarme.
Hermosa, con toda la expresividad posible en una cara, hablaba María sobre su
intranquilidad y sus cejas se levantaban y sus labios acompasaban cada palabra en una
cadencia perfecta, sensual, sin mohines, auténtica. ¿Cuánto podría durar ese juego que jugaba
Roberto sin jugarlo antes que María dejara de jugarlo?
Se imponía un "perdoname", ¿Roberto lo sabía?, ahí parado, mirándola, entre enojada y
sorprendida, esperaba que siguiera hablando.
- Perdoname, -dijo Roberto finalmente.
- Bueno, vamos a dejar de hacer suposiciones y esperar hasta que hablemos con él ¿eh?
- Sí, por supuesto, basta de suposiciones perniciosas.
Otra vez el silencio, pero ahora diferente, por las miradas, por la respiración, por la postura
de los cuerpos, el silencio del final, el silencio de la espera a ver quién habla primero.
- Tengo que volver, Roberto.
- Sí, yo también, te acompaño.
- No hace falta.
- Te acompaño hasta donde las conventilleras no alcancen -dijo Roberto sonriendo.
María sonrió con toda la cara, con toda la frescura efervescente de una mujer joven con
plena conciencia de su madurez.
Oscurecía, pero aún las luces de las calles no se prendían, era el momento de máxima
oscuridad, sin dar sombras todos los objetos se iban fundiendo en una única sombra.
Caminaban en silencio.
- ¿Sabés una cosa, María?, esta caminata me hace acordar mucho a cuando era joven.

97
Rozó la mano de María y luego la agarró, estaba blanda, sin sorpresa, una mano que se dejó
agarrar como para cruzar la calle.
- ¿Cuando estabas de novio con tu esposa?
- No, con mi primera novia, Rosa, la que fue mi primera esposa.
- No sabía que habías tenido otra esposa -dijo María con naturalidad, como si hubiera existido
alguna oportunidad en la que Roberto podría haberle dicho que había estado casado
anteriormente.
- Sí, creí que iba a durar para siempre, pero ella decidió que yo no la amaba más y se fue. ¿No
te pasa a vos, que uno termina acordándose sólo de las cosas lindas? Es como si el tiempo
fuera un colador que deja pasar sólo los buenos recuerdos.
- Depende, hay veces que pasa al revés, depende de las ganas que tenga uno de sentirse bien o
mal.
- ¿Cómo va a tener uno ganas de sentirse mal?
María se soltó de la mano.
- Cuando uno está enfermo tiene ganas de sentirse mal.
- Al contrario, María, cuando uno está enfermo, tiene ganas de sentirse bien.
- Eso es cierto cuando estás enfermo del cuerpo, yo hablo de acá -se tocó la cabeza-, cuando
uno está enfermo de acá se siente mal y tiene ganas de sentirse mal. Te lo digo por
experiencia.
- Quiere decir entonces que, a pesar de que a veces pienso que estoy medio rayado, tan mal no
debo estar, porque a mí no me pasa lo que vos estás diciendo. Yo sólo me acuerdo de las
cosas lindas que tuvimos con Rosa, de las otras no me acuerdo, y eso que tuvimos bastantes,
no te vayas a creer que fue todo un lecho de rosas.
- Te salió en verso -le dijo María sonriendo y se paró-. Hasta acá llegamos juntos.
- Fue muy lindo caminar con vos.
- A mí también me gustó.
Acercaron las caras para despedirse con un beso y Roberto la sorprendió con un abrazo
fuerte, más parecido al festejo de un triunfo deportivo que a una aproximación sexual. Fue
muy corto. María, estrujada entre esos brazos fuertes, no tuvo tiempo para reaccionar, no se
tensó ni se relajó. Después sí sentiría los brazos alrededor de la espalda y su pecho contra el
suyo, mientras caminaba sola hacia su casa y aun después que todos se habían ido a la cama y
ella sacaba la basura. Después. En ese momento, cuando Roberto se separó, ella le sonrió con
ternura fraternal y escuchó que él decía,
- Ya vas a ver como todo va a salir bien, no te preocupés más, dormí tranquila.
Y durmió tranquila, enroscada en las cobijas como si se tratara de un abrazo.

A la mañana siguiente, apenas llegó a su laboratorio, Roberto llamó a Raúl por teléfono. Le
reconoció la voz y colgó sin hablarle, tan sólo quería asegurarse que estuviera.

98
Cuando entró a la oficina, Raúl levantó la vista de sus papeles. Esa cara tenía signos de
tragedia inminente, no de dolor o de miedo, ni de tristeza o resentimiento o bronca o angustia.
Raúl lo miró desde más allá, desde una resignación inmutable que lo había desangrado. La
cara de los asediados en una ciudad a punto de caer en manos de sitiadores carniceros, la cara
de los que aceptan una tragedia cotidiana como una fatalidad histórica.
Estas cosas no se piensan en el momento, ni Roberto tampoco las pensó después. La cara lo
golpeó adentro, muy profundo. Tan decidido que estaba y ahora se había quedado parado ahí,
como esperando alguna señal que le delatase para qué había ido a ver a Raúl.
- Tengo que contarte cómo me fue en Buenos Aires, pero ahora estoy muy ocupado, ¿qué te
parece si nos vemos en el bar de la otra vez a la salida del trabajo? -le dijo Raúl como si
hablara de memoria.
Respondió "bueno", en forma automática, más que nada por no saber qué otra cosa
contestarle. Se quedó mirándolo, atornillado al piso por la sorpresa. Esperaba un reproche o el
disimulo de un enojo, nunca esa invitación hecha por una cara cargada de presagios. Raúl
había bajado la vista a sus papeles, cuando la levantó nuevamente, Roberto se dio cuenta de
que aún seguía allí y dijo:
- Bueno, ¿nos vemos a las seis entonces?
No era eso lo que había arreglado con María, pero ¿cómo explicarle sin alarmarla que no
había podido decirle nada por la cara que tenía? y ¿qué otra explicación podría darle para que
no se enojara?
No tuvo tiempo de pensar más porque se la cruzó en el pasillo. No le sonrió al verlo.
- ¿Venís de verlo a Raúl?
- ¿Por qué me preguntás eso? -dijo Roberto sonriente, intentando relajar la situación.
- Y... porque venís de ese lado, ¿lo viste o no lo viste?
- Me sacó carpiendo de la oficina lo único que pude lograr es que nos encontremos a la salida
del trabajo -dijo Roberto de un tirón.
- ¿Ah, sí? Y todavía tiene el tupé de hacerse el ofendido. Yo no le voy a dar oportunidad de
hacerse el ofendido.
Sin decir más, salió disparada en la dirección de la oficina de Raúl. Roberto tuvo que correr
unos metros para alcanzarla y agarrarla de un brazo.
- Esperá María, no vayas a hacer ningún escándalo porque las cosas se van a poner peor
entonces -Roberto jadeaba por el esfuerzo y también por nervios.
- ¿Y qué te pensás, que yo voy a ser otra vez un convidado de piedra mientras ustedes
arreglan todo solos.
- No, podés venir conmigo si querés -lo dijo cortado, como si se lo hubieran sacado de apuro.
Estaban muy cerca uno frente a otro, la respiración agitada de María, los ojos de furia que se
iban apaciguando lentamente.
- Si no te encontrabas conmigo en el pasillo no me ibas a decir nada, ¿no es cierto?

99
Sin margen para mentiras o excusas. María muy cerca, el calor de su piel.
- Me da miedo que armes un quilombo bárbaro con Raúl y se pudra todo.
- Vos también querías dejarme de lado, tantas palabras fáciles, "quedate tranquila vamos a
hacer una reunión todo va a salir bien", pero a la hora de la verdad yo soy un estorbo de los
señores, ¿no es así?
- No, no es así, yo no te iba a traicionar, iba a organizar una reunión para otro día. Quería
hablar con él a solas primero por las dudas que estuviera cabrero por lo del otro día.
- ¿Y ahora? -María hablaba con una serenidad desafiante que lo turbaba.
- ¿Ahora qué?
- Ahora cambiaste de opinión.
- Justamente, para que no pensaras que te quería dejar de lado.
- Parece que me tuvieras miedo a mí -le dijo sonriendo con los ojos.
Piedra libre Roberto, te descubrieron.
- Para nada, ¿cómo podría tenerte miedo? -contestó sin nada de convicción.
- Bueno, ¿dónde es la cita? -En ese momento pasaba uno de los enemigos de Elena y los miró
fríamente a la cara sin saludarlos- Uh...ahora sí que le hemos dado tema al tarado ése para que
nos invente un romance.
Si fuera verdad no me importaría, lo pensó pero no lo dijo, había sido ridículo tan sólo
pensarlo, un hombre casado, veinte años mayor que ella, ¿a quién se le ocurriría?
Le explicó el camino más conveniente para llegar al bar porque, aunque la cita era a la
salida del trabajo, acordó en que no era conveniente que salieran juntos.

Desde la muerte de Elena, el trabajo que llevaban a cabo había quedado relegado
completamente. Nadie había querido continuar con esas investigaciones y él se inventaba
diariamente tareas de mantenimiento rutinario para no aburrirse, temiendo que en cualquier
momento lo transfiriesen a algún otro laboratorio. Le aterrorizaba pensar en las posibilidades
que había, todos los jefes de esos laboratorios pertenecían al selecto grupo de los más odiados
por Elena y, dado que él nunca había hecho ningún esfuerzo por diferenciarse de ella, era fácil
imaginarse el destino que le tocaría.
Ese día no pudo levantarse de la silla. Se la pasó todo el día garabateando hojas de viejos
informes que guardaba Elena en un fichero. Les dibujaba muñequitos, hacía guardas incaicas,
reproducía parcialmente el texto con letra gótica y luego los tiraba hechos bollitos compactos,
amasados con fuerza entre sus manos hasta que no podían achicarse más.
Sólo tuvo conciencia de lo que había hecho cuando a la hora de irse miró el cesto de
papeles. Metió los bollitos dentro de una bolsa de residuos, la cerró y la puso en el cesto. Ni
siquiera el exagerado pudor que lo llevó a ocultar la evidencia de su aparente haraganería,
pudo apartarle de su mente a María y al encuentro con Raúl y lo que podría pasar y lo que
pasaría en el futuro con él y con María.

100
María tenía que hacer un trabajo a máquina y se la pasó con el corrector en la mano, tan
distraída que ni siquiera tuvo tiempo para molestarse por las equivocaciones reiteradas.
A las 17:30 se cruzaron en la salida y fueron tan exagerados en su disimulo que cualquiera
que los hubiera estado observando se habría dado cuenta.
Como si lo hubieran programado, llegaron a la esquina del bar casi simultáneamente.
Sorprendentemente, Raúl los estaba esperando, había pedido el vino frío en jarra y tres vasos.
Mientras Raúl saludaba afectuosamente a María, Roberto miraba los tres vasos sin entender lo
que era obvio.
María se sentó en el borde de la silla, sentía que estaba ocupando el lugar de alguna persona
que estaría por llegar, ganas de irse, otra vez dejada de lado, si se llegaba a enterar que
Roberto sabía de eso...
- María, en este lugar sólo se sirve vino, así que, aunque más no sea, tenés que tomar un
sorbito para compartirlo con nosotros, como en la cocina de tu casa la otra vez, ¿te acordás? -
dijo Raúl con una sonrisa que le costaba borrar la expresión de tristeza trágica.
- Ah, es para mí... Te dijo Roberto que venía -dijo María mirando a Roberto con cara
acusadora.
- No hacía falta, ustedes ya son un equipo, hablan a solas, planifican las visitas a mi casa,
sacan sus conclusiones, actúan como un equipo, ¿cómo iba a esperar que viniera Roberto
solo?
El tono especial, una ligera mueca en la comisura, la expresión de los ojos, alguna cosa de
esas o todas juntas le patearon el hígado a María.
- No sé a que viene eso del equipo, pero no importa, porque nosotros no vinimos a darte
explicaciones sino a que vos nos des explicaciones -dijo María con furia apenas controlada.
- ¿Nosotros?, ¿quiénes son nosotros?, ¿son o no son un equipo?
- Dejate de joder, Raúl, esto es una cosa seria -dijo Roberto con más temor a ofenderlo que
convicción.
La intervención de Roberto sorprendió a Raúl. Lo miró por unos instantes, volvió a mirar a
María, dudó si seguir o no con el tema del equipo y finalmente le habló a Roberto,
inclinándose ligeramente hacia él por encima de la mesa.
- ¿Qué es una cosa seria?, Roberto, ¿que hayan asustado a Julia como la asustaron?, ¿a eso te
referías Roberto?
- Lo lamento mucho, yo...
- La cosa seria es que vos estás metido en un quilombo grande de espionaje y nos involucraste
a nosotros sin que te lo hayamos pedido, eso es una cosa muy seria, ¿entendés? -dijo María
interrumpiéndolo a Roberto.
Raúl se irguió en su asiento y miró hacia la barra donde un hombre conversaba en voz baja
con el dueño del bar.
- Hablá más bajo -dijo Raúl en un tono que se inició como orden y terminó como ruego.

101
- El que tenés que hablar sos vos, ¿no te das cuenta? -dijo María.
- Ustedes están exagerando todo -la voz pausada de Raúl, de pretendida serenidad, no alcanzó
para ocultar totalmente una ira contenida que ya se había filtrado un par de veces.
- ¿Nosotros estamos exagerando? Vamos a ver...¿Es verdad lo que le contaste a Roberto?
Raúl la miró fijo, vaciado de expresión, la miró a través, María desaparecida, transparente,
un vacío en la nuca, la sensación de irse para atrás arrastrada por esa mirada. Luego lo miró a
Roberto y se quedó sobre esa boca apretada de labios hacia adentro, replegada ante el
reproche que no llegaba, ni siquiera en la mirada. Luego buscó la calle, solitaria, más
oscurecida aun por los vidrios sucios. La verdad de lo que le había contado a Roberto, todo
tan lejano, fresco en la memoria, pero lejano en las emociones, el distanciamiento de la
persona al personaje, como una obra actuada por él muy recientemente.
- Sí, es verdad lo que le conté a Roberto -habló como si fuera la continuación de algo que
venía diciendo-. Es un grupo de gente que tiene el proyecto de fabricar una bomba atómica en
la Argentina.
María lo miró a Roberto como si dijera "no lo negó". Alentada, continuó el interrogatorio
con mayor firmeza:
- ¿Si ya tenías las pruebas que necesitabas, para qué me pediste las fotocopias?
- No tenía pruebas, era sólo una conversación.
- Para vos, esa conversación te tendría que haber bastado como prueba, a menos que quisieras
mostrarle pruebas a alguien. ¿A quién le mostraste las fotocopias Raúl?
Acorralado. María con las garras amenazantes, zarpazos cercanos en el aire, una silla y un
látigo para frenar a la fiera ¿quién mierda se cree que es esta mina?
- A mi papá, fui a Buenos Aires a mostrarle las fotocopias a mi papá.
Incredulidad, decepción, desprecio, bronca, la rápida y evidente transición en la expresión
de María, más rápida que las palabras amontonándose en la boca semiabierta.
- No es momento de jodas, Raúl -Roberto y su paciencia, el contrapeso de María.
- ¿A mí me lo decís?, porque no se lo decís a ella que está jugando al detective.
- Yo también pienso que se las mostraste a alguien.
No lo había dicho antes, ni siquiera lo había pensado. Al escucharla anteriormente a María
le había parecido muy aventurada esa conclusión y ahora lo decía así, con tranquilidad, como
si fuera algo sabido, sin sorpresas.
El abrazo y el beso, el agradecimiento "al final somos un equipo de verdad", todo eso en los
ojos de María que lo inundaron de una ternura tibia y esponjosa.
Raúl tomó un trago de vino mirando hacia afuera. Ganas de levantarse e irse qué mierda me
importa lo que piensen, pero estaba muy solo, no tenía a nadie con quién hablar, quizás lo
pudieran ayudar.
Durante un largo rato nadie habló, María parecía a punto de hablar, Roberto miraba la mesa
y Raúl hacia afuera.

102
- Está bien, es cierto, lo reconozco y te pido perdón María, se las mostré a alguien, pero es
alguien que nos va a ayudar a impedir que esa bomba no se fabrique. ¿Se dan cuenta lo que
significaría que estos milicos hijos de puta tuvieran una bomba atómica? Por eso se las mostré
a esta persona, pero no tenés que preocuparte por nada, María, te aseguro que nadie va a
enterarse de que vos sacaste esas fotocopias.
- Pero, ¿cómo podés decir eso?, ¿cómo podés estar seguro de eso? -dijo María.
No era tan difícil seguir la mentira, "esta persona es de máxima confianza y jamás revelaría
quien le mostró esas fotocopias", "estoy seguro porque dije que yo las había conseguido", o si
no una media mentira, "se las mostré al cónsul de los Estados Unidos, así que fijate qué
reservada que va a quedar esa información". Pero, necesitaba ayuda.
- Porque esas fotocopias no sirven para nada. El material que piensan utilizar para fabricar la
bomba no va a salir de Pilcaniyeu -dijo en voz muy baja.
Hizo una pausa, más que nada para darse un respiro, en vez de alivio sentía agobio, la
realidad era como una lápida que cargaba sobre su espalda, dicha por él se contaminaba de
fatalismo.
- ¿Estás haciendo una broma otra vez? -preguntó María con miedo.
- No. La persona a la que fui a ver es el cónsul de los Estados Unidos, él me dio la
información que con el equipamiento de Pilcaniyeu jamás podrían enriquecer el uranio al
porcentaje necesario para fabricar la bomba.
- ¿Vos fuiste a ver al cónsul yanqui para mostrarle las fotocopias que te dio María? -Roberto
no disimulaba su indignación.
- Ya te lo dije, esas fotocopias no sirven para nada.
- Pero vos no sabías que no servían, le fuiste a dar esa información justamente a los yanquis y
encima comprometiendo a María. Sos un...sos un tipo sin escrúpulos.
- Lo que yo sea o deje de ser no tiene ahora ninguna importancia. Lo único que importa es
encontrar el lugar donde tienen guardado el uranio. Ustedes pueden levantarse ya mismo y
olvidar todo lo que escucharon, especialmente ahora que saben que no hay nada que los
comprometa, o pueden ayudarme a encontrar ese lugar para evitar que estos milicos hijos de
puta puedan fabricar la bomba.
- ¿De qué uranio estás hablando, Raúl? -dijo Roberto elevando la voz.
- Del que entraron los rusos al país.
- Vos estás delirando, ¿los rusos van a ayudar a esta dictadura después de la cantidad de
militantes de izquierda que han matado? -el tono descalificador de Roberto era casi un insulto.
La extraña calma de Raúl había frenado la bronca de María, no por contagio, sino por
miedo. Los ojos opacos y su inexpresividad general le daban una dimensión de trágica
fatalidad a sus palabras. Imposible reprocharle algo o discutir con un hombre que habla de
cosas terribles con esa cara.

103
- A partir de esta dictadura se ha incrementado enormemente la actividad comercial de
Argentina con la Unión Soviética, especialmente en la venta de cereales. No debe extrañar
que las cuestiones ideológicas pasen a un segundo plano cuando existe una gran conveniencia
económica. -Roberto hizo una objeción que Raúl desatendió.
- El interés de los soviéticos por aumentar su presencia militar en la Argentina es muy fácil de
entender. En el Atlántico Sur ya tienen una base en Angola, ahora los convenios pesqueros les
han permitido que haya buques de guerra disfrazados y submarinos en nuestra plataforma
marítima. Te habrás enterado de la vista del mariscal Braiko y su comitiva para intensificar
las relaciones militares bilaterales...Bueno, si a todo eso le agregás la condena permanente que
hacen los yanquis por las violaciones de los derechos humanos, podrás entender que esta
dictadura está más cerca de los rusos que de los yanquis. Fue por esto que hablé con el cónsul
yanqui, él me dijo lo del uranio, descubrieron que había un faltante de 58 kilos de una planta
de la Unión Soviética y piensan que ya lo entraron al país.
Raúl había hablado pausado, por momentos como si estuviera recordando las palabras de un
discurso escrito. María y Roberto se quedaron duros y callados, a la espera de nuevas y
terribles revelaciones. La persuasión del espanto, frío y contundente. Ya no se trataba de creer
o no creer, sino de reaccionar o enmudecer para siempre.
Las preguntas no llegaron, ni reproches, ni objeciones, los sonidos del silencio
envolviéndolos a los tres como una mortaja, en la mesa del rincón del viejo bar, sin nadie ya
en el local.
- Esto es lo que ustedes querían saber. Pueden estar seguros de que jamás hablé de ustedes
con nadie. Para llegar hasta acá tomé muchas precauciones para no ser seguido, cosa de no
comprometerlos. Ahora que ya saben todo, les repito. Pueden levantarse y olvidarse para
siempre de lo que les conté y seguir con sus vidas como si jamás hubieran sabido nada, o
pueden ayudarme y no dejarme tan solo -ni siquiera en ese momento hubo emoción en su voz.
- Vos no podés pedirnos eso -como un ruego la voz de María sonó temblorosa.
- Ya sé que es abusivo de mi parte, pero ustedes quisieron esta reunión, ustedes querían saber
la verdad y se las dije. Yo jamás me hubiera atrevido a hablarles para pedirles que me
ayudaran. Ahora que lo saben pueden ayudarme o no, yo no los estoy presionando.
- Pero, ¿qué es lo que querés que hagamos?, en qué vamos a ayudarte, todo esto es muy
peligroso, es para gente entrenada que sabe cosas, nosotros no vamos a poder a ayudarte en
nada -dijo Roberto.
- En este momento no tengo nada en concreto que pedirles, pero ya sería una gran ayuda para
mí el saber que puedo formar parte del equipo, que ustedes estarían dispuestos a ayudarme en
alguna cosa que estuviera a su alcance, nada peligroso ni estrafalario, por supuesto.
- ¿Cómo podés decir eso?, cualquier cosa sería peligrosa, ya estar acá juntos es peligroso, a
pesar de lo que digas. No, yo no quiero ayudarte, yo no puedo ayudarte, tengo una hija

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chiquita, mis padres también dependen de mí...-María hablaba como si lo hiciera consigo
misma.
- ¿Y vos Roberto, podés ayudarme?
- Ya te dije, no sé en qué puedo ayudarte, si me pidieras algo en concreto te podría contestar,
así no puedo.
- Bueno, pero entonces por lo menos puedo pedírtelo, ¿no es así?
Roberto asintió en silencio, tenía los ojos muy abiertos, las ganas de irse más fuertes que
nunca, pero se sentía incapaz de hacer el esfuerzo de levantarse.
Habían venido a aclarar las cosas, a que Raúl les diera las explicaciones deseadas o que
mostrara que estaba mal de la cabeza, habían venido a buscar la tranquilidad, y ahora se
encontraban peor que antes. La realidad era más atemorizante que lo imaginado y encima
trataban de zafar del pedido de ayuda de Raúl con la inevitable carga de culpa.
María pensó en Elena, ella lo habría ayudado, enseguida habría dicho que sí sin pensar
demasiado en las consecuencias, como la había ayudado a ella. Aunque ahora el peligro era de
muerte y no sólo de rechazo social, Elena seguro que habría dicho que sí. Elena habría
vencido el miedo, el miedo por ignorancia de las propias fuerzas.
- Está bien, podés pedírmelo a mí también, pero ojo que eso no significa que vaya a hacer
nada peligroso, ¿eh? Si no quiero hacerlo no lo voy a hacer -dijo María.
Raúl les tendió una mano a cada uno, con una mueca de sonrisa en la boca mientras los ojos
reflejaban una profunda desesperanza.
- Gracias -les dijo-, gracias por escucharme y comprenderme.
María reaccionó inmediatamente y le tomó la mano derecha de Raúl con su izquierda,
Roberto demoró unos segundos, le tomó la mano izquierda con su derecha y, por debajo de la
mesa, estrechó firmemente la mano libre de María con su otra mano. Esta vez la mano no
quedó abandonada, sino que se aferró a sus dedos con fuerza.

105
EL PLAN SECRETO

¿Quién no recuerda al ingeniero Centino?, Director de Centrales Nucleares de la Comisión


Nacional de Energía Atómica en aquellos años de la dictadura cuando decían que estaban en
el proceso de reconstrucción nacional y había mucha gente que se lo creía, así no se podía
seguir más decían muchos y cuando digo muchos es porque todos sabemos que eran muchos,
y los milicos también sabían que eran muchos los que decían así no se podía seguir más.
El ingeniero Centino, enseguida se me viene la rima con cretino, pero no es justo, no es
justo que ande predisponiendo en su contra a la gente que no lo conoció. Era un profesional
brillante Centino, y nadie podía dudar de sus méritos para ocupar ese cargo, bastaba oírlo
hablar un poco para que todo el mundo quedara convencido de que ese hombre sabía de lo
que estaba hablando, no como tantos otros chantas (no hagamos nombres, por favor) que
hablan y salen en los diarios hablando sobre tal o cuál tema y basta que uno sepa un poquito
nomás para darse cuenta de que el tipo no sabe un carajo de lo que está hablando.
Ese no era el caso de Centino, claro que no, sin embargo, era muy resistido por una gran
cantidad de personas, especialmente por el personal bajo su cargo, directa o indirectamente.
Digámoslo claramente, la mayoría del personal de la Dirección le tenía una bronca que no lo
podía ni ver. A decir verdad, no era para menos, Centino era tan autoritario que lo primero
que se podría pensar era que había sido milico, pero después uno se daba cuenta de que este
tipo era de otra clase, porque los milicos son autoritarios con los de abajo, pero con los de
arriba de ellos son lamebotas, en cambio Centino era autoritario en ambos sentidos. Claro,
parece raro esto, ¿cómo se puede ser autoritario si no se tiene la autoridad para meter miedo?
Bueno, él a los de arriba les metía miedo o respeto, vaya uno a saber, pero vociferaba y
reputeaba y se cagaba en dios y todos lo santos y se levantaba y golpeaba la mesa y movía sus
brazos como aspas y, fundamentalmente, seguía un discurso coherente e implacable en el que,
aparte de fundamentar claramente sus opiniones, desnudaba las debilidades argumentales y
también personales de sus oponentes, especialmente éstas últimas, y con qué ferocidad y
regocijo lo hacía.
La arbitrariedad con que tomaba ciertas decisiones era tan renombrada como su asombrosa
memoria, y cuando digo arbitrariedad y asombrosa memoria no estoy exagerando nada
porque hay muchas personas que no me dejarían mentir. Desplazar a un jefe de su cargo por
estar sin corbata y recitar sin parar páginas enteras de un manual de operaciones, no eran
situaciones tan poco comunes en su inefable anecdotario.
Con este hombre no podía haber términos medios, se lo amaba o se lo odiaba, es que
Centino no daba margen para otra cosa, tenía una mezcla explosiva de virtudes y defectos que
no podían armonizarse, se lo quería por su inteligencia o se lo odiaba por su arrogancia y
egoísmo. Su relación con Castro Madero oscilaba permanentemente entre esos dos extremos,

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el gentleman Castro Madero, tan fino y educado, simpático y amable, también inteligente,
primero entre todos los egresados de la segunda promoción de físicos del Instituto Balseiro,
tan contrastante en su comportamiento frente a Centino que se le erizaba la piel en cuanto el
otro energúmeno empezaba a vociferar, y al mismo tiempo admirador de su inteligencia
profunda, incisiva, terrible dominador de la dialéctica, Centino el orador imbatible.
Las anécdotas llenarían un libro, Castro Madero versus Centino, Centino versus Castro
Madero, para que no haya problemas de cartel, la cantidad de cosas que se podrían contar.
Luego de una discusión terrible durante alguna reunión de Directorio, se iniciaba el período
en que todo el mundo aseguraba que Centino sería relevado de su cargo, ahora seguro que no
va más el gordo se pasó de la raya ésta vez sí que Castro no se la va a dejar pasar pero quién
mierda se cree que es el peronacho éste deberían haberlo metido en la ESMA también. Si se
cruzaban en el pasillo ninguno de los dos hacía el menor gesto de intentar un saludo, Castro
Madero, muy a su pesar, porque en su estricta educación inglesa la cortesía tenía la fuerza de
la religión, pero como sabía que no le contestaría, su orgullo, el peso de su investidura como
presidente de la CNEA, triunfaba en el tironeo, Centino, en cambio, flotaba dichoso sobre la
coherencia entre sus sentimientos y lo que pensaba que se vaya a la mierda el milico de
mierda éste pero ¿qué se cree que me va a refregar los galones por la cara? Las respectivas
secretarias actuaban como voceros de cada uno de ellos y las máquinas de escribir sonaban
permanentemente mientras los memorados iban y venían, y en más de uno de esos períodos
que, por su repercusión, podrían ser calificados de crisis institucional, Centino presentó su
renuncia.
Castro Madero jamás se la aceptó. Así como aceptó todos sus desplantes y hasta las
groserías con que este hombre trataba a todos quienes tenían opiniones opuestas a las suyas,
jamás se le pasó por la cabeza aceptarle la renuncia y mucho menos pedírsela (no al menos
durante los primeros seis años de la dictadura). Centino era el hombre que necesitaba para
conseguir la plata para el Plan Nuclear, era el hombre que lo acompañaba a las reuniones de
gabinete y enfrentaba a Martínez de Hoz con una ferocidad que ni siquiera Videla utilizaba
para reclamar por el presupuesto militar. Centino era la garantía de calidad, el representante
de la excelencia profesional del personal de la CNEA, la autoridad indiscutida en Centrales
Nucleares, el imbatible defensor de la necesidad de contar con energía eléctrica de origen
nuclear por su bajo costo, abundancia de uranio y confiabilidad. Nadie en el país podía
enfrentar a Centino en un debate sin riesgo de morir aplastado por toneladas de informes y
datos que el gordo emitía a una velocidad apabullante, mucho menos en el gabinete. Aparte
tenía otro mérito nada desdeñable: era uno de los reconocidos peronistas que habían apoyado
el golpe del 24 de marzo (así no se podía seguir), aunque seis años después se arrepentiría,
pobre gordo nadie le creyó.
Castro Madero había dirigido o permitido (si se pretendiera juzgarlo el verbo sería muy
importante, pero aquí se trata de otra cosa) la detención y desaparición de numerosos

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peronistas, a Centino lo exhibía como un trofeo, la demostración de que sólo se castigaba a
los malos peronistas, a los buenos se los premiaba, ¿qué mejor demostración que acompañar a
Castro a las reuniones de gabinete?
Pero Castro Madero no estaba solo en la defensa del Plan Nuclear. Hasta el momento en que
tuve aquella famosa charla con Centino (obviamente, lo de famosa corre exclusivamente para
mí), siempre había creído que Castro Madero era un hombre de Massera, después de todo, era
lo que creía todo el mundo. La CNEA había estado desde su fundación bajo la órbita de la
Marina, vaya a saber uno por qué curiosa decisión Perón lo había puesto como presidente al
contralmirante Iraolagoitía y luego se había seguido con la tradición. Massera mantenía un
liderazgo indiscutido en su fuerza y lo había puesto a Castro Madero al frente de la
institución, la deducción era muy fácil, sin embargo, no era así.
Centino me lo contó después de que había sido finalmente echado del cargo por Castro
Madero, curiosamente, en un momento en el que nadie lo esperaba, sin que hubiera habido
ninguna pelea, pública, al menos. Lo echó en junio del '82, claro que en ese entonces todo el
Plan Nuclear tambaleaba, como así también tambaleaba la dictadura con sus planes de
reorganización nacional encabezados, en ese entonces, por un general majestuoso,
beodamente majestuoso: Malvinas había empezado a abrir las puertas a la democracia.
Si bien habíamos discutido fuertemente un par de veces por el tema de la separación de las
Centrales Nucleares de la CNEA (él apoyaba la formación de una Sociedad del Estado), me
daba cuenta de que me tenía un cierto respeto (hablar de un cierto respeto de Centino
implicaba la posibilidad de hablar 1 minuto sin ser interrumpido por él), quizás haya sido
porque lo había tratado con la misma cordialidad con que él solía tratar a los demás: gordo de
mierda callate la boca la puta que te parió sentate y no grités más porque te voy a partir una
silla en la cabeza. Me gané una triste fama con ese episodio, el loco que había hecho callar al
loco Centino, como para comentarlo con los nietos, lo que se dice un episodio ejemplar.
Un saludo en el pasillo derivó en una invitación a su oficina, ahora completamente aislada
del círculo de poder, sin secretaria y con manchas de humedad en las paredes, lo único igual
era la enorme cantidad de papeles apilados sobre el escritorio y el piso. También es cierto (no
me voy a creer que realmente Centino me tenía estima) que no serían muchas las
oportunidades en que tendría de hablar con alguien, todos lo evitaban como a un apestado, los
vengativos cobardes sonriendo para adentro miraban hacia otro lado o se metían en cualquier
oficina cuando lo veían venir, los vengativos valientes (ahora se habían vuelto valientes)
buscaban pasar a su lado como si fuera un poste, en resumen, una enorme cantidad de facturas
pendientes circulaban profusamente por los pasillos de la Sede Central, ahora que Centino
había caído muchos querían hacerlo leña.
En ese momento, a mí me interesaba otro tema, la falta de mantenimiento de la Central
Nuclear Atucha que había sido denunciada por alguien de la Gerencia de Protección
Radiológica de manera anónima a un diario y era sistemáticamente ocultada por las

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autoridades, pero, en cuanto mencionó eso, me olvidé del otro tema y quise que siguiera
hablando porque era muy sorprendente lo que decía (aunque sólo varios años después pude
darme cuenta totalmente de la importancia de lo que me había contado). Castro Madero
prácticamente ni se saludaba con Massera en las reuniones de gabinete, sus interlocutores eran
Videla y luego Viola, ambos, fervientes defensores del Plan Nuclear. Massera y Castro
Madero no se hablaban, a Centino le debe haber parecido algo equivalente a sus peleas con
Castro, después de todo a veces pasaban semanas sin hablarse, ni siquiera la debe haber
considerado una noticia digna de alguna revista de chismes políticos, no porque él pensara
que no había libertad de prensa como para publicar una revista de chismes políticos, sino
porque para él seguramente no era más que eso, una pelea, y qué importancia podía tener una
pelea cuando se discutía sobre centenares de millones de dólares para el Plan Nuclear.
Tan brutal y despiadado en sus discusiones, tan sagaz y arrogante el gordo Centino y tan
pelotudo en política, era para no creerlo. Que Castro Madero y Massera no se hablasen en las
reuniones de gabinete, que Castro Madero solamente tuviera diálogo con Videla o con Viola,
le parecieron cuestiones personales, como si esas reuniones de gabinete de la dictadura fueran
una reunión de amigos (algunos transitoriamente peleados pero amigos al fin) y no una mesa
de negociaciones entre intereses enfrentados por el reparto del botín, más allá de la
grandilocuencia de los discursos y hasta de cuánto pudiera cada uno honestamente creer en lo
que estaba haciendo.
A Castro Madero, Videla y Viola los vinculaba algo mucho más trascendente que el interés
nuclear. Estaban casados con hijas de terratenientes poderosos y mantenían una relación
amistosa desde bastante tiempo antes del golpe de estado del '76. Un interés de clase, un
vínculo más poderoso que la sangre los unía estrechamente, la ideología dominante de la
oligarquía terrateniente, generada cuidadosamente desde antes de los primeros embarques de
carne congelada a Europa, finamente articulada para sustentar el modelo de país agro-
exportador que aún hoy sigue vigente.
Pero claro, no se le podía pedir al gordo Centino que supiera esto, ni siquiera que lo
imaginase o que se detuviera a pensar si alguien hubiera tenido la loca idea de sugerírselo, y
digo alguien para dejar abierta la puerta a la posibilidad que existiera algún otro que supiera
por boca de Centino lo que yo supe, porque a mí nunca se me hubiera ocurrido hacerle un
comentario de esa naturaleza a Centino, justo a él, para quien lo peor que había tenido el
peronismo había sido el invento ése de la oligarquía y todas esas patrañas que Eva le había
metido en la cabeza a la gente.
Aquella tarde Centino estaba más locuaz que de costumbre, se había dado cuenta de que yo
estaba ahí para escucharlo solamente, no habría discusiones, ni negociaciones, ni tensiones,
hablaba como si contara sus memorias a su biógrafo personal. Me contó muchas anécdotas
sobre las reuniones de gabinete en las que él se destacaba como el Cid Campeador del plan
nuclear y Castro Madero y Videla como sus valiosos escuderos en los temibles

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enfrentamientos contra el judío converso tenía que ser por lo miserable el turro ese de
Martínez de Hoz, mientras Massera no se oponía ni apoyaba, sólo callaba. De las dos horas
que estuvo hablando rescato lo anterior y algunos comentarios que Castro Madero había
deslizado, como al descuido, sobre visitas a las estancias de las familias de las esposas de
Videla y Viola, algo que para él no tenía más importancia que la de un aporte para su
frondoso anecdotario.

Sin embargo, esa estrecha relación fue determinante para la elaboración del Plan Nuclear
Secreto. Todo comenzó cuando Castro Madero conoció a un tipo llamado Werthein en sus
tiempos de estudiante en el Instituto Balseiro. Todo lo que voy a contar me lo contó Roski,
investigador del Centro Atómico Constituyente y el segundo de la misma promoción de
Castro Madero, más inteligente que él pero con otras inquietudes que le impedían pasarse en
día entero estudiando.
Werthein era un tipo extraño, eso fue lo que me dijo Roski con la supuesta autoridad que le
confería el haberlo tratado un par de veces. Roski no era amigo de Castro Madero, más bien
podría decirse que eran rivales, porque, aunque Roski no lo haya reconocido nunca, es
evidente que competía por ser el primero de la promoción. Pero, eran rivales que se
respetaban mucho, Castro Madero respetaba la inteligencia superior de Roski y éste la
perseverancia obsesiva de Castro en el estudio, lo cual interpretaba como una real sed de
conocimiento y no como lo que realmente era, el resultado de la enorme presión que ejercía la
Marina sobre él.
Castro Madero le habló muchas veces a Roski sobre Werthein, lo describía como un
nacionalista preocupado por la indefensión de la Patagonia frente a la amenaza chilena, todo
consecuencia de la falta de un proyecto de país que se independizara tanto de Estados Unidos
como de Europa y que enfrentara decididamente el chantaje nuclear de las superpotencias.
Cuando Roski lo conoció en una reunión en la casa de Castro, le pareció un tipo extraño, muy
cordial y afable como un hombre de mundo pero siempre tenso, disimuladamente tenso, pero
tenso, como se le podía notar en la mirada, siempre y cuando alguien se concentrara en los
ojos y dejara de escuchar su fluido discurso hábilmente estructurado, donde nunca faltaba la
mención al chantaje nuclear.
Roski odiaba los discursos, era un especialista en detectar los discursos disfrazados de
conversación informal, justamente él, que era tan formal y estructurado, odiaba todo lo que
fuera formal y estructurado, por eso nunca le creyó a Werthein y por eso pude enterarme del
comienzo de esta historia.
Antes de haber hablado con Centino, Roski ya me había contado algunas cosas de Castro
Madero y su relación con ese alemán medio raro, pero fue recién después de haber hablado
que me interesó la historia de Roski y le pedí que me contara más cosas.
No fue fácil, era una época que a Roski no le gustaba recordar, no la había pasado nada bien

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en ese ambiente tipo convento donde la máxima diversión era ir al pueblo a jugar al billar y si
te llegabas a enganchar una mina del pueblo tenías que empezar a hacerle el noviecito con
visitas formales a la casa de papá y mamá y el estudio terminaba encarajinándose todo. Para
llevarlo al tema, le tuve que inventar el rumor que Castro se fifaba a la esposa de Werthein y
que por eso simulaba amistad para poder ir a la casa con una excusa.
Roski no sabía mucho de la vida sentimental de Werthein, pero había algo que le pareció
terminante para desbaratar mi rumor inventado, Werthein era soltero y no vivía con ninguna
mujer. Sin embargo, se había tomado el trabajo de averiguar algunas cosas sobre su pasado,
por curiosidad o por lo que fuera, quizás por la bronca que le había tomado al alemán ése y
quería descubrirle un pasado turbio para desenmascararlo ante Castro Madero, cada vez más
identificado con el pensamiento de Werthein.
Vaya a saber uno lo que pasaba por la cabeza de Roski cuando se puso a hacer esas
averiguaciones y vaya a saber uno cómo logró hacerlas, yo no le pregunté, y si no le pregunté
no fue por discreción, porque uno es discreto cuando la otra persona le importa o la respeta
por alguna razón, y a mí Roski nunca me importó un carajo ni nunca lo respeté en lo más
mínimo por lo hipócrita de mierda que fue toda su vida, yo no le pregunté porque temí que se
diera cuenta de que estaba averiguando cosas con otra intención, y no solamente satisfaciendo
la curiosidad morbosa de la chismosa de barrio que todos tenemos adentro.
En Roski la comadrona no estaba muy adentro que digamos, sino que estaba más bien a flor
de piel, y cuando se prendía a una historia y creía que su interlocutor sintonizaba su misma
curiosidad morbosa por saber todo sobre la vida de la persona de la historia, entonces Roski
era una fiera que no soltaba la presa hasta que sólo quedaran los huesos bien limpitos.
Lo que descubrió fue que el verdadero apellido de Werthein era Becker y que había venido
con su padre al finalizar la segunda guerra mundial, lo cual, para Roski, lo transformaba
automáticamente en ser el hijo de un nazi prófugo, razón más que suficiente para considerarlo
parte activa de un proyecto que tenía la intención de fabricar una bomba atómica en Argentina
y que, para ello, había empezado a trabajar sobre Castro Madero, posible futuro presidente de
la CNEA. Eso lo pensó en el año '62, veinte años antes que Castro Madero hiciera el anuncio
que Argentina estaba en condiciones de enriquecer uranio, cuando muchos vimos en ese
hecho la demostración de que el apoyo de la dictadura al Plan Nuclear era para fabricar
artefactos nucleares. Es que para Roski todos los alemanes eran nazis confesos o encubiertos,
porque nunca habían dejado de considerarse superiores y con derecho a ser los amos del
mundo, de ahí la necesidad de contar con artefactos nucleares, y nada mejor que desarrollarlos
en países como la Argentina, donde habían encontrado un refugio seguro.
Unos cuantos años después nos enteramos de que la Planta de Pilcaniyeu tenía una
tecnología obsoleta y que jamás podría enriquecer uranio al porcentaje necesario para fabricar
una bomba, pero eso fue después de que yo hablara con Roski. En ese momento sus palabras
me resonaron tan fuertemente que, luego del anuncio de Castro Madero fui a verlo

111
inmediatamente para felicitarlo por su predicción y, a decir verdad, sentí un acercamiento
hacia él, algo así como una solidaridad ante la desgracia que nos afectaría a todos. No lo
encontré porque se había ido a la casa con un fuerte dolor de cabeza, algo que lo afectaba
cuando se ponía muy nervioso. Nunca más volví a verlo, murió esa noche de un derrame
cerebral.
Un marino y la cúpula de ejército, miembros de la oligarquía terrateniente, unidos en el
proyecto de fabricar artefactos nucleares. ¿Fue un delirio o fue realmente el Plan Nuclear
Secreto? ¿Hubo apoyo alemán?, ¿fue Werthein el representante alemán o de algún sector del
estado alemán o sólo un loco suelto que influyó sobre Castro Madero? ¿Y la planta de
Pilcaniyeu?, ¿pensaron alguna vez en enriquecer uranio al porcentaje necesario para fabricar
la bomba, o desde el comienzo fue un engaño? Y si lo fue, ¿para quién? Demasiadas
preguntas, quizás haya alguna otra persona, aparte de Videla que es el único sobreviviente de
los tres, que conozca las respuestas, quizás no todas, porque quizás no haya nadie que
conozca todas las repuestas.
Por mi parte, terminaré esta declaración diciendo que estoy convencido de que hubo un Plan
Nuclear Secreto, aunque no tenga más evidencias (si es que puede llamárselas así) que las que
he mencionado.

Ing. Víctor Augusto Rabal

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EN BUSQUEDA DEL URANIO

Raúl llamó por teléfono a María a los dos días del encuentro en el bar y le preguntó si quería
para Marcela alguna ropa que su hija había dejado de usar cuando aún estaba en buen estado.
Al día siguiente, después del trabajo, apareció por su casa con un paquete bastante grande.
María le agradeció muy contenta, realmente era ropa buena que Marcelita podría aprovechar.
Sentados a la mesa de la cocina, mientras su madre había ido a hacer compras y el padre
estaba arreglando la puerta del galpón en el fondo, Raúl le hizo un pedido: necesitaba conocer
la lista completa de las personas que habían pedido licencia -con o sin goce de sueldo- o que
habían renunciado en los últimos seis meses. María le preguntó para qué quería esa
información y Raúl le contestó que alguna de esas personas podría estar trabajando en el lugar
secreto donde estarían armando la bomba.
No era una tarea exenta de riesgos porque María no tenía acceso directo a esa información.
Para poder obtenerla le quedaban dos caminos: inventar alguna excusa para que su compañera
Mónica le diera la información sin sospechar, o hacer lo mismo que con las fotocopias, con el
agravante que tendría que entrar a otra oficina.
Sin embargo, no se negó, le dijo que lo pensaría. Raúl no insistió ni argumentó nada en
favor de su pedido, simplemente le agradeció que lo pensara.
Al despedirse, María le agradeció que hubiera elegido una excusa tan útil como la ropa para
venir a pedirle eso.

Inicialmente, Roberto no entendió por qué Raúl no podía hacer esa tarea por sí mismo. El
problema era que estaba muy ocupado haciendo otras investigaciones y que, de esa manera, si
Roberto se encargara, se despertarían menos sospechas. Le había dado una lista de libros
cuyos temas se relacionaban con "Física Nuclear","Radiaciones" y "Protección Radiológica",
pidiéndole que averiguara quiénes y cuándo los habían consultado en la biblioteca del Centro
Atómico.
Esta vez no ocultó nada. Le contó a Roberto lo que le había pedido a María. La idea era unir
ambas informaciones para saber si existían algunas personas que pertenecieran a ambos
grupos. En ese caso, valdría la pena hacer una investigación sobre las mismas, porque podría
ser que lo condujeran al lugar donde se estaría armando la bomba. Podría tratarse de una
licencia temporaria para no despertar sospechas y, si encima la persona había estado
consultando libros sobre esos temas, la probabilidad de que se tratara de alguien que estuviera
trabajando en el lugar aumentaría.
La idea se la había dado el agente-profesor norteamericano con el que había estado
conversando en Buenos Aires. A Raúl no le había parecido que fuera una buena idea. Así
como no se lo habían dicho a él, le parecía poco probable que revelaran el lugar a personas

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que hubieran reclutado en el Centro Atómico. Claro que podría ser que todavía tuvieran una
cierta desconfianza de él y no fuera así con las otras personas. Esa duda le dio una cierta
motivación para cumplir con su tarea.
El cónsul seguía insistiendo en que necesitarían personal argentino idóneo porque no
estaban en condiciones de correr el riesgo de movilizar personal soviético o alemán. Por eso
lo había presionado para que se apurara a obtener esa información.
Raúl sabía que la condición esencial que debía cumplir el sospechoso era el pedido de
licencia, porque la consulta de libros no era indispensable, ya que podría tenerlos en su casa.
Por eso es que él había agregado un tercer grupo cuya intersección con el correspondiente a
las licencias le había parecido más importante: el de los físicos nucleares. De esa manera le
parecía que se aumentaba la probabilidad de encontrar algún sospechoso.
De cualquier manera, el número de físicos nucleares era reducido: nueve personas.
Descontando a López, quien había sido usado como anzuelo en la estancia de Rattenbauch,
pero que seguía yendo a trabajar todos los días, no necesitaba de María para averiguar si
alguno de los restantes había pedido licencia; todos se sentaban juntos a una mesa del
comedor cada mediodía.
Mientras María no le contestase, igualmente algo podía hacer. Cuando alguno faltaba a la
mesa, se encargaba de cerciorarse si se había quedado en el laboratorio, había salido
temporariamente o si había faltado. Así se dio cuenta de que nunca estaba el grupo completo,
cualquiera de las situaciones anteriores podía ser la causa de la ausencia para alguno de ellos.
A los tres días ya se había asegurado de que ninguno podía ser el sospechoso buscado.
Durante todo ese tiempo no tuvo contacto con María ni Roberto. A pesar de la presión del
cónsul no quería apresurar los tiempos de María. Con Roberto no habría problemas, estaba
seguro de que cumpliría con la tarea.

A la semana de haber visitado a María en la casa, Julia lo recibió con una sorpresa: se había
encontrado con ella en el supermercado y le había dicho que ya tenía lo que le había pedido.
Esa misma noche la visitó con un enorme oso de peluche para Marcelita.
María había inventado una historia para conseguir la lista, a través de Mónica, sin correr
riesgos. Según esta historia, un primo suyo estaba haciendo una tesis en sociología y
necesitaba saber el número promedio de horas hombres anuales que se trabajaban en diversos
lugares; para ello, un dato de decisiva importancia eran los pedidos de licencia. La lista
comprendía el lapso de un año en lugar de los seis meses pedidos, pero esta ampliación, lejos
de ser un incoveniente, resultó ser una gran ayuda.
Ocho meses atrás, Pedro Bolledo, jefe de operadores del reactor experimental, había pedido
una licencia sin goce de sueldo de dos meses. Raúl jugaba al ajedrez con uno de los
operadores. Pudo averiguar que Pedro había pedido esa licencia para ayudar a una tía que
vivía sola en Buenos Aires; como ya no podía atenderse y no tenía ningún pariente cercano,

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había decidido vender la casa e internarse en un geriátrico. La historia era verosímil, pero
Pedro tenía una hija parapléjica que requería mucha atención y dinero. Dos meses de ausencia
y sin sueldo le parecieron demasiados.
Primero pensó en averiguar el nombre de la tía para verificar la veracidad de la historia,
después se dio cuenta de que sería una tarea que le llevaría demasiado tiempo y podría
resultar peligrosa. Lo mejor sería que se encargaran los yanquis de toda la investigación.
Pedro Bolledo fue vigilado las 24 horas durante quince días. El día dieciseis Raúl se reunió
a la mañana con el cónsul, quien le informó que abandonarían esa pista porque no habían
detectado ninguna reunión ni conversación telefónica que resultara sospechosa. Como en todo
ese tiempo Becker no se había comunicado con él, Raúl no pudo informar nada. El cónsul
volvió a presionarlo con que el tiempo corría, todavía no tenían nada y él tendría que hacer un
mayor esfuerzo.
En aquellos años, la informática aún no había llegado a las bibliotecas de la Comisión
Nacional de Energía Atómica. Cada libro tenía, dentro de un sobre pegado en la parte interior
de la contratapa, una tarjeta donde se registraba quién lo había retirado para su consulta.
Por esa razón, a Roberto no le había resultado difícil hacer su tarea, tan sólo había
demorado para no despertar sospechas. Esa misma tarde le dio la lista. Durante algunos
meses, antes del pedido de licencia, Pedro Bolledo había consultado varios de los libros que
Raúl había especificado.
Ante esta nueva evidencia, el cónsul decidió continuar la vigilancia. El domingo siguiente
Pedro Bolledo fue a comer un asado en la casa de su hermano. Se registró la presencia de dos
invitados no familiares: Peter Becker y un hombre inicialmente no identificado. La fotografía
de su llegada lo mostraba de un perfil borroso, y a la salida tampoco habían podido
fotografiarlo bien, Becker y un familiar se habían interpuesto.
Como no se había registrado ninguna persona de esas características en ningún hotel de
Bariloche, se supuso que estaría hospedada en la casa de algún miembro de la organización.
No fue difícil deducir que ese hombre era un experto extranjero y que Pedro Bolledo tenía un
papel destacado en la operación. De ahora en más se trataba de tener paciencia, en algún
momento tendría que ir al lugar buscado.
Por las dudas, nunca se había dejado de vigilar a Becker, a Rattenbauch, a Félix Tralles y a
López. No es que sospecharan que algunos de ellos pudieran llevarlos al lugar, desde ya
descontaban que la organización estaba montada cuidadosamente, y es sabido que el área de
reclutamiento tiene mínimos contactos con el área de operaciones. Pero, no se debía descartar
que apareciera algún imprevisto que hiciera violar las reglas, o que se contactaran con alguna
otra persona que sí pudiera conducirlos al lugar.
El cónsul todavía no se había enterado que la Agencia ya había lanzado el rumor que ellos
estaban tras la pista del uranio. Un agente, inactivo durante muchos años, se había contactado
con un informante del servicio de inteligencia soviético en la Argentina. El informante era un

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conocido editor de Buenos Aires y el agente era un escritor especializado en la historia del
tango. Se habían conocido en una feria del libro y el agente le había ofrecido su último
manuscrito. La conocida debilidad del editor por las mujeres, le había permitido al agente
hacerle una supuesta confidencia: él era el amante de la secretaria privada del embajador
norteamericano. Según el agente, el informante se había tragado el anzuelo y había aceptado
la infidencia sobre el uranio con la gozosa complicidad de un camarada de armas.
Si el cónsul hubiera estado enterado, habría tomado mayores precauciones en su tarea de
vigilancia de los sospechosos. Pero, el plan de la Agencia era precisamente ése, que el cónsul
no lo supiera para que cometiera un error. Cuando los soviéticos se dieran cuenta de la
vigilancia, eliminarían alguna fuente sospechosa de producir la filtración de la información y
se sentirían más seguros después de reforzar todos los controles. La Agencia apostaba a que,
durante ese proceso, alguno de sus agentes especiales, que eran parte del grupo que dirigía el
cónsul, ubicaría el lugar.
Finalmente, el hombre desconocido que había estado en la casa del hermano de Pedro
Bolledo, fue identificado. Se trataba del doctor Boris Yustopov, destacado físico nuclear
soviético. No se conocía su participación en la fabricación de artefactos nucleares, pero era
evidente que su entrada secreta al país no podía tener otros fines.
El cónsul le encargó a Raúl que tratara de tomar contacto con Pedro, ellos averiguarían los
antecedentes de su hermano. Quizás no hubiera sido López quien lo reclutara, sino que fuera
su hermano el nexo entre la organización y Pedro. Esa averiguación podría conducir a otra
interesante pista.
Raúl se había enterado de que Pedro era muy aficionado a la pesca. Una tarde, poco después
de almorzar, se le acercó para preguntarle por el tipo de señuelo conveniente para pescar
truchas en el lago Traful. No fue un encuentro prometedor porque Pedro fue muy lacónico y,
prácticamente, no le dio posibilidades de desarrollar una conversación. Sin embargo, al día
siguiente el trato cambió totalmente. Pedro lo invitó a pescar en el lago Lácar, donde -según
dijo- se sacaban las mejores truchas del sur. Irían él y dos amigos en un bote de goma con
motor. Siempre iban cuatro, pero como uno de ellos ese fin de semana tenía inconvenientes,
Pedro se había acordado de él.
A Raúl no le gustó nada la invitación, en especial porque no sabía nadar. Además, había
algo raro en la forma cómo lo había invitado. Esa transición tan brusca en el trato de un día
para otro y la aparición tan casual de la vacante en la excursión de pesca, lo habían
predispuesto mal.
Cuando se lo comentó, el cónsul le pidió que aceptara, pero que llevara un micrófono para
que ellos pudieran seguir permanentemente la conversación. Además, no perderían de vista el
bote ni un solo instante, así que podía ir con total tranquilidad.

116
Raúl dejó que le afeitaran el pecho para que le pegaran el micrófono con gruesas cintas
adhesivas, pero de ninguna manera aceptó la sugerencia que no usara chaleco salvavidas para
que las voces fueran más audibles.
No conocía a ninguno de los amigos de Pedro. Tenían algo muy llamativo en común con él,
jamás sonreían. Primero subió Pedro al bote, luego lo hicieron pasar a él y el más gordo de los
cuatro quedó a cargo del motor.
Cuando el bote salió del amarradero, un crucero de 12 metros de eslora partió
simultáneamente detrás del mismo desde un club náutico que estaba a unos doscientos metros
del lugar. Llevaba a una pareja de hombres mejicanos que habían viajado con el único
objetivo de pescar truchas en el sur argentino.
A los turistas no les había sorprendido que la tripulación de la embarcación fuera de cuatro
personas, a pesar de que con dos alcanzaba, tal como siempre sucedía en cualquier excursión
de pesca contratada. De cualquier manera, el patrón estaba preparado para darles una
explicación verosímil.
Los otros tres agentes tenían misiones bien específicas: uno era el encargado de atender a
los turistas, otro atendía a la grabación de la conversación en el bote donde iba Raúl, y el
cuarto, desde un lugar especialmente adaptado debajo de la cubierta, mantenía
permanentemente enfocado al bote con la mira telescópica de un fusil montado sobre un
sistema giroscópico que minimizaba la influencia de los movimientos del crucero. La orden
que había recibido del cónsul era de proteger la vida de Raúl, y si no podía lograrlo no debía
dejar a ninguno de los otros con vida. La orden secreta que había recibido directamente de la
agencia era de eliminar a Raúl si llegara a decir una palabra de más.
El lago estaba muy tranquilo. El bote se deslizaba sin sobresaltos mientras no se encontrara
con la estela de otra embarcación. Raúl iba sentado en el piso del bote, recostado contra el
lateral y agarrado con ambas manos de la cuerda perimetral. Evitaba mirar el agua y fijaba su
vista en el paisaje cada vez más lejano.
Durante quince minutos lo único que registró la grabación fueron los latidos apresurados del
corazón de Raúl y el ruido de fondo del motor. "Se detuvieron", escuchó el patrón del crucero
en su auricular, inmediatamente detuvo también la marcha e invitó a los turistas a lanzar las
líneas.
La voz de Pedro Bolledo se escuchó con total claridad.
-Se nota que no estás muy acostumbrado a pescar embarcado.
-Se nota ¿no? -contestó Raúl.
-¿Y de dónde pescás?, ¿desde la orilla?
-Bueno, en realidad, lo que se dice pescar no pesqué nunca, solamente tiré algunas veces
desde la orilla pero no saqué nunca nada.
-Y claro...tiene que haber alguna muy desesperada de hambre para que muerda el anzuelo.
¿Sabías que las truchas los ven a todos los boludos que tiran desde la orilla?

117
Risas.
Nuevamente la voz de Pedro.
-¿A que no te imaginás por qué te invité? -Pausa.-Te invité porque tenemos un amigo en
común. ¿No te imaginás quién es?
-Pausa.-El señor Werthein es nuestro amigo en común. ¿Te sorprende?
-Me sorprendería si hubiera alguna razón por la cual no podríamos tener a Guillermo como un
amigo en común.
-Cierto, muy cierto. El me dijo que sos un tipo de confianza, pero yo no estoy tan seguro.
-Es lógico, él me conoce hace ya bastante tiempo, en cambio vos me conociste hace muy
poco, necesitás más tiempo para darte cuenta de que soy de confianza.
-Puede ser, lo que pasa es que hay algo que no me gusta y yo soy muy frontal, cuando algo no
me gusta lo digo sin vueltas. No me gusta que seas amigo de Roberto Gionoso, especialmente
después de que anduvo husmeando en la biblioteca quién había estado leyendo cierto tipo de
libros.
-A Roberto lo conozco a través de Elena Juárez que sí era una muy buena amiga. Lo tengo por
un muy buen tipo, pero amigo no es. Ya que sos un tipo tan frontal por qué no decís
claramente lo que estás insinuando.
-No te pongas bravo, mirá que no estás en un lugar muy apropiado para hacerte el gallito.
-Escuchame una cosa, vos me decís que sos amigo de Guillermo y que por eso me invitaste.
Bien, si vos sabés qué es lo que me une a Guillermo decilo claramente y dejate de dar vueltas,
porque si no lo decís no quiero volver a hablar del tema, ¿estamos?
-Yo estoy en la organización desde mucho antes que vos y el que tiene que explicar por qué
Gionoso estuvo averiguando quién había estado leyendo libros sobre "Física nuclear" y
"Protección Radiológica" sos vos y no yo.
-Y yo qué mierda sé por qué estuvo haciendo eso, preguntáselo a él.
Cuando el francotirador vio que Pedro se avalanzaba sobre Raúl, pensó que lo iba a tirar al
agua e instintivamente puso el dedo sobre el gatillo. Inmediatamente, recordó las órdenes de
la agencia y le dio pena porque el hombre estaba aguantando muy bien la presión. Sin
embargo, Pedro sólo se arrodilló frente a Raúl y le dijo,
-Escuchame una cosa, te lo voy a decir por última vez, no te hagás el malito conmigo porque
vas a terminar mal...
-Pero, decime una cosa pedazo de pelotudo, ¿con quién te crees que estás hablando? Me
hablaste de Guillermo y de una organización y me querés hacer creer que me estás
interrogando de esta manera porque estás cumpliendo órdenes. Pero, ¿por qué no te vas a
cagar?... Cuando Guillermo se entere del apriete que me estás haciendo te va a pegar un
patadón en el culo que te vas a acordar toda tu vida. ¿A quién querés engañar? Yo te voy a
decir bien lo que está pasando. Te enteraste de que Roberto estuvo averiguando eso y como
me viste un par de veces con él, cuando yo te fui a preguntar sobre los señuelos te hiciste el

118
bocho. Fuiste a hablar con Guillermo y él te contó qué tarea tengo yo y que soy un hombre de
confianza, pero vos no estuviste satisfecho, así que decidiste jugártela y hacerme un apriete
para descubrir una conspiración que sólo existe en tu cabezota. Contestame una cosa,
Sherlock Holmes, ¿qué problema hay en que Roberto haya estado averiguando quiénes
sacaron esos libros?
Pedro volvió a su posición inicial en el bote. Pasaron un par de minutos. Se había levantado
viento y sólo se escuchaba el chasquido del bote contra las olas. Raúl habló.
-Yo puedo averiguar por qué hizo esa averiguación. Es imposible que él esté al tanto de la
existencia de la organización, pero si lo está me voy a dar cuenta por su respuesta. No voy a
hablar de lo que pasó acá con Guillermo, pero de ahora en adelante vas a tener que tenerme
confianza.
-Volvamos -dijo Pedro- y en todo el viaje de vuelta no hablaron ni una sola palabra.

A pesar de que sabía que estaría muy vigilado, no quiso posponer la entrevista con el cónsul
ni un solo día. Se le había ocurrido la idea de que la forma de cubrir a Roberto podría ser a
través de una representación de alguna editorial norteamericana de libros científicos. El
interés de Roberto en saber quiénes habían estado leyendo esos libros recientemente se
debería a una razón puramente comercial. Para eso, el cónsul debería conseguirla
urgentemente.
En ese momento el cónsul creyó que el poco cuidado de Roberto había sido el causante de
que ellos se enteraran. Todavía no sabía que todos los sistemas de alarma se habían activado
por el rumor que había hecho correr el agente-escritor en Buenos Aires.
Antes de hablar con Roberto tenía que ponerlo al tanto de la maniobra porque era muy
probable que los estuvieran grabando. No podía correr el riesgo de entregar él personalmente
una nota ni tampoco quería comprometer a nadie más.
Después de analizar detenidamente la situación con el cónsul y de que éste hiciera un par de
llamadas, Raúl escribió a mano en una hoja chica de anotador lo siguiente:
"Roberto, se enteraron de tu búsqueda de lectores de esos libros. Para cubrirte vas a recibir
material bibliográfico de la editorial John Wyley & Son, cuyos libros vas a ofrecer a la venta
a los mismos lectores cuyos nombres averiguaste. Cuando te contacte en público en el
comedor vas a mostrarme los folletos que ya seguramente habrás recibido. La persona que te
consiguió la representación es un amigo de tu infancia que se llama Simón Juárez y que
trabaja en la editorial. De ahora en adelante no volveremos a tener una conversación sobre
temas relacionados con esto. Quedate tranquilo, está todo bajo control. Un abrazo, Raúl."
Dobló la hoja y pegó los bordes. La nota sería entregada al domicilio de su amigo Juan para
que se la mandara a Roberto desde Buenos Aires. Aproximadamente, el tiempo de demora de
toda esa operación sería el mismo que tardarían en mandarle la folletería de la editorial.

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Ni al cónsul ni a Raúl se les ocurrió pensar que la representación de una editorial
norteamericana no haría más que avivar las sospechas de los rusos. A la Agencia sí, y por eso
aceptaron rápidamente el plan. Ya tenían la primera carnada.
La folletería llegó un día antes que la nota, pero, como ese día Raúl no fue a trabajar, no se
dio la oportunidad que Roberto le hablara de su sopresa. Al día siguiente se encontraron en el
comedor. A Raúl le bastó verlo un instante para darse cuenta de que ya había recibido la nota.
Los rusos estaban grabando la conversación.
RAUL: ¿Qué hacés con todos estos folletos?
ROBERTO: Un amigo de la infancia me consiguió la representación de la editorial John
Wyley.
RAUL: Qué interesante, no me habías comentado nada.
ROBERTO: Y no... esperaba a que saliera.
RAUL: Es interesante, acá me parece que vas a conseguir buenos clientes.
ROBERTO: Sí, ya me hice una lista de posibles interesados.
RAUL: Qué bien, che, con esto vas a poder sacar unos cuantos mangos extras.
ROBERTO: Esperemos.
La conversación después derivó hacia el fútbol. Esa grabación convenció a los rusos de que
debían vigilar muy estrechamente a ambos.

Roberto comenzó a ofrecer los libros y en una semana logró vender tres. Pedro no le
compró ninguno pero le hizo muchas preguntas. Roberto no estaba preparado para
contestarlas, especialmente cuando insistió con el tema cómo había conseguido la
representación. Se vio forzado a inventar que se escribían con su amigo de la infancia; eso no
habría despertado nuevas sospechas si no hubiera sido por las vacilaciones y la cara de
Roberto.
En la siguiente reunión con Werthein, Raúl notó un cambio. Hablaron de generalidades y
del avance de la operación, pero no le hizo ningún comentario en concreto ni le dio ninguna
tarea. Raúl insistió con su interés en participar "más activamente del proyecto". Esas palabras
debían ser traducidas como "conocer el lugar del emplazamiento" y así lo interpretó Werthein,
pero no hizo ningún comentario alusivo, solamente se limitó a emitir una vaguedad como
"cada cosa a su tiempo".
Mientras tanto, los agentes que respondían directamente a la Agencia habían perdido el
rastro del doctor Boris Yustopov. No lo habían visto salir de la casa donde se alojaba, pero era
evidente que después de varios días ya estaría trabajando en el emplazamiento.
De cualquier manera, habían sido registrados todos los recorridos del auto desde las salidas
de la casa. Había ido dos veces al consulado alemán, tres veces al correo, una vez al
aeropuerto y tres veces más a diferentes domicilios, en los cuales vivían un comerciante, un
médico y el dueño de un supermercado. Ninguno de esos lugares parecería tratarse del

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buscado emplazamiento. El único que podría ser, aunque era una posibilidad muy remota, era
el consulado alemán. Se trataba de una vieja casa de dos pisos sin mucho terreno. Solamente
si hubieran cavado un sótano de grandes proporciones, podría tener sentido la hipótesis.
Se decidió vigilar al consulado y cada uno de esos domicilios. Con esto se había llegado al
límite de ocupación de los agentes. La llegada de nuevos agentes se tornaba muy complicada.
Urgía el hallazgo de alguna pista bien firme.

Raúl se había encontrado con Pedro Bolledo y le había informado sobre la representación de
libros que supuestamente Roberto había conseguido. Esto había sucedido antes de que
Roberto le ofreciera los libros a Pedro. Después de este último encuentro, Pedro le pidió a
Raúl que averiguara quién era el amigo de la editorial con el cuál se carteaba Roberto. Raúl le
comunicó al cónsul la novedad a través de una clave telefónica. Cuando el cónsul consultó
para saber si ya estaba bien arreglado lo de la existencia del amigo de Roberto, la Agencia
decidió que la posición de Raúl debía ser fortificada.
Para ello tenía que entregar a Roberto. Claro que se imaginaron que jamás lo haría con su
consentimiento. No hacía falta, bastaría con que no crearan la existencia de Simón Juárez para
que los rusos descubrieran la mentira. Cuando bajo tortura Roberto involucrara a Raúl, su
posición no correría demasiado riesgo, ya que había sido el denunciante indirecto.

Al poco tiempo, Roberto fue secuestrado cerca de su casa. Al enterarse de su desaparición,


Raúl se enfermó. Tuvo siete días de fiebre continuada, durante los cuales no quiso atender a
nadie ni recibir ninguna llamada. Al tercer día de convalecencia domiciliaria, aceptó atender
una llamada de Werthein. Lo invitaba a una reunión "técnica" para dentro de dos días.
Sin sospechar cuál había sido la verdadera razón, Raúl responsabilizaba a la Agencia por la
desaparición de Roberto. Por eso no le comunicó al cónsul la existencia de la reunión, de
ahora en más había decidido seguir con la investigación completamente solo.
María había adivinado sin vacilaciones la razón de la desaparición de Roberto. Renunció a
su trabajo y al día siguiente partió con sus padres y su hija hacia Córdoba, donde vivía una
hermana de la madre. En ningún momento intentó comunicarse con Raúl.
La Agencia detectó la existencia de esa reunión "técnica" a través del seguimiento del
médico a cuya casa había ido el "auto del Yustopov perdido". Sin embargo, no pudieron
registrar el ingreso de Raúl porque había llegado unos minutos antes.

En la reunión no había nadie conocido. Eran catorce personas, once hombres y tres mujeres.
Aparentemente, nadie se conocía entre sí; sentados en sillas y sillones en una amplia sala,
todos permanecieron en silencio intercambiando miradas furtivas, hasta que entró un hombre
y con movimientos decididos se dirigió hacia un escritorio que estaba en una esquina y se

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sentó. Después de unos pocos segundos que utilizó para verificar que todos estaban
prestándole atención, habló con una voz serena pero cargada de energía.
-Todos ustedes han sido elegidos para cumplir su parte en una misión trascendental para la
Argentina. A partir de ahora deberán consagrarse por entero a la tarea que les sea asignada.
Para ello deberán perder todo contacto con su realidad cotidiana. No podrán ver a sus
familiares y amigos, deberán pedir licencia en sus trabajos y desaparecerán por completo de
los lugares que suelen frecuentar. Si alguno de ustedes piensa que puede tener algún
inconveniente en cumplir con esta exigencia debe decirlo ahora, porque luego será demasiado
tarde para los arrepentimientos.
Una mujer y dos hombres manifestaron sus dudas y fueron invitados a retirarse. La única
duda que tenía Raúl era sobre la tarea que le asignarían. Si fueran a mantenerlo separado del
lugar del emplazamiento, todo el sacrificio sería en vano.
Siguió una larga perorata sobre la importancia del proyecto para liberar al país de la
prepotencia de las potencias nucleares y la enorme fortuna que significaba pertenecer a la
organización que llevaría a cabo un proyecto de tan extraordinaria magnitud.
Al finalizar, cada uno fue invitado a recibir un sobre con las instrucciones. Debían abrirlo en
privado y seguirlas al pie de la letra.
Las instrucciones de Raúl eran escuetas. Tenía hasta las doce del día siguiente para
despedirse de su familia y de su trabajo. A partir de esa hora debía caminar por la ruta desde
el Centro Atómico hacia el Llao-Llao, en algún lugar un auto lo recogería.

No le fue fácil tranquilizar a Julia, ni tampoco pudo justificar, sin dejar dudas, un pedido de
licencia tan repentino, pero, a la hora señalada, Raúl se encontraba caminando por la ruta al
Llao-Llao.
Llevaba un bolso con alguna ropa, como le habían indicado en las instrucciones. A cada rato
miraba hacia atrás esperando ver el auto que lo recogería. Si bien no le habían dado ninguna
información, se imaginaba que se trataría de un auto grande con varias personas adentro. Con
ese criterio desechaba uno tras otros los autos que veía acercarse desde lejos.
La detención del Fiat 128 a su lado lo sorprendió por partida doble, no era el tipo de auto
esperado y al volante estaba sentada Isabel, la jefa de biblioteca.
- Lo puedo alcanzar a algún lado Dr. Baleatti.
- No, te agradezco Isabel, pero tengo ganas de caminar.
- Sin embargo, me dijeron que iba a subir porque se estaba cansando de caminar.
Raúl la miró sin pestañar. Isabel Fonseca, la bibliotecaria seria y callada, antipática y
eficiente, fácilmente olvidable, ahora estaba allí sugiriéndole la existencia de otros que sabían
que él subiría a ese auto.
- ¿Quién te manda?
- Las instrucciones decían que debía caminar por este camino a partir de las doce de hoy, ¿no?

122
- Decime ¿quién te manda?
- Estamos demorando demasiado Baleatti, suba al auto que después tenemos que hacer un
transbordo -Raúl no hizo ningún movimiento- Está bien, lo entiendo, yo les dije que tendría
que haber habido alguna contraseña, entiendo su sorpresa Baleatti, pero me manda la
organización, el nombre de quien me dio la tarea no tiene ninguna importancia para usted. Lo
que a usted le interesa es que va a juntarse con otros miembros para realizar el trabajo más
importante que se haya realizado jamás en la Argentina.
- ¿Cómo sé yo que vos no me estás tendiendo una trampa?
- Si hubiera sido un auto cargado con tipos te habrías sentido más seguro, ¿no? Qué ironía,
¿no te parece? En estos tiempos que corren te hubieras sentido más seguro con un auto con
varios tipos que con un auto manejado por una mina sola. Pareciera que tenés la imagen de
que vas a alguna cancha, todos los amigos juntos metiéndose en el clima de festejo desde el
mismo momento del viaje, pero las cosas no son así, Baleatti. Adonde vas no va a haber clima
de joda sino de gran tensión, vas a estar sometido a una disciplina militar y no vas a salir hasta
que esté terminado el trabajo, y cuando lo terminen, vos y el resto de los camaradas van a
entrar en la gloria.
Raúl se había ido acercando a la ventanilla del acompañante, desde la cual Isabel le estaba
hablando sin abandonar el asiento del volante, en una posición bastante incómoda por cierto.
Cuando Raúl estuvo a un metro del auto, ella se sentó erguida nuevamente y dejó de verlo.
Desde esa posición le dijo:
- Baleatti, sos uno de los pocos afortunados, ¿te das cuenta de eso?
Raúl se agachó para verla. Ella, con las manos sobre el volante y sin mirarlo le dijo:
- ¿Qué esperás?, subí de una vez.
Antes de llegar al Llao-Llao hay una estación de servicio, allí se detuvo el auto. Isabel le
dijo que fuera al baño porque lo estaba esperando alguien. Raúl obedeció, aunque sin
abandonar la desconfianza que había sentido desde el mismo instante en que vio detenerse el
auto junto al camino.
No había nadie, pero a los pocos segundos entró uno de los vendedores de combustible y
cerró la puerta con llave. Con un tono algo imperativo, sin ser irrespetuoso, le dijo que debían
intercambiar la ropa. Tenía su misma altura y contextura, pero Raúl miró la abundancia de su
cabello oscuro e hizo un gesto de desaprobación. El vendedor se sacó la peluca y dejó al
descubierto una muy buena imitación de su color y corte de pelo, con unas entradas ficticias
cuidadosamente afeitadas.
Al terminar el intercambio de ropas, era evidente que había que estar a unos pocos metros
de distancia para reconocer el engaño, especialmente después que el vendedor se puso unos
anteojos iguales a los suyos.
Primero salió el vendedor. Raúl debía enfrentar un serio problema que ellos no habían
tendido en cuenta: sin anteojos veía muy poco. Había asumido la representación de su papel

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con el convencimiento de que lo estaban espiando y, era tanto el odio que sentía en ese
momento por la Agencia, que cuando salió se preocupó por caminar hacia los surtidores con
seguridad sin transmitir la inquietud que le causaba el borroneo de las cosas a su alrededor.
No tuvo que avanzar mucho porque a los pocos metros lo tomaron sorpresivamente de un
brazo desde atrás.
- Venga doctor, acompáñeme a la oficina, por favor.
Raúl no conocía a ese hombre ni al que lo estaba esperando en la oficina. No se presentaron
y le hablaron como si fueran conocidos de toda la vida. Estaban seguros de haber burlado a
cualquier posible vigilancia que hubieran hecho sobre él. Dentro de unos pocos minutos
vendría un camión a buscarlo y se subiría a la cabina sin esperar ninguna otra indicación que
no fuera la de ellos.
Hizo el ademán de sacarse la peluca pero se lo impidieron, las normas de seguridad aun no
estaban agotadas a pesar del optimismo que habían manifestado. Ni siquiera se atrevió a
mencionar a los anteojos, el camión sería lo bastante grande como para evitar inconvenientes.
La espera transcurrió en silencio, por eso se hizo más larga que lo que la ansiedad le
permitía soportar sin ponerse más ansioso aún. Entrecerraba los ojos para poder enfocar mejor
la cara de uno de ellos (el otro se había ido) para tratar de reconocer algún rasgo o gesto que
le hiciera recordar a alguien.
El hombre estaba sentado en una posición muy erguida, con la vista clavada en algún punto
de afuera y no le prestaba atención a Raúl, aunque su insistencia en observarlo era muy
significativa. Tanta imperturbabilidad provocó la curiosidad de Raúl que giró su cabeza hacia
donde el hombre estaba mirando, no porque tuviera alguna expectativa de divisar algo a lo
lejos, sino más bien como un reflejo inconciente para aliviar la tensión de la situación.
No tuvo inconvenientes en ver la entrada del camión que se paró a cargar combustible.
- Es ése-, le dijo el hombre sin mirarlo.
Raúl obedeció la orden implícita. A medida que se acercaba iba reconociendo las formas y
el color inconfundible del camión. La sorpresa no lo hizo vacilar, porque era una sorpresa que
dejó inmediatamente de serlo en cuanto se dio cuenta de todo. El cónsul y él estaban
equivocados cuando habían supuesto que el gobierno se cuidaría muy bien de no ofrecer
ninguna evidencia que pudiera comprometerlo directamente con el proyecto, para así evitar
cualquier conflicto internacional grave si la operación se abortase. El camión era del ejército y
estaba lleno de soldados.
Subió a la cabina como le habían indicado, lo primero que hizo fue ponerse los anteojos y
saludar al conductor, quien solamente le respondió con una leve inclinación de cabeza.
Inmediatamente, subió otro hombre vestido con un uniforme militar de combate que a Raúl le
pareció que debía tratarse de un oficial por las insignias de las charreteras. Tuvo que correrse
para dejarle lugar, el oficial le correspondió el saludo de una manera cortés pero seca.

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Durante todo el viaje no hablaron ni una sola palabra. Raúl estaba demasiado ansioso por
saber adónde iban, no podía pensar en otra cosa, pero sabía que esa pregunta era la última que
podría hacer para entablar una conversación. El oficial miraba hacia adelante sin apartar la
vista del camino, parecía como si desconfiara del conductor y tuviera que estar siempre
atento.
Raúl aún dudaba, una cosa era utilizar un camión y personal del ejército para hacer un
traslado y otra muy distinta utilizar un cuartel como lugar del emplazamiento. Demasiado
compromiso, mucha más gente involucrada o con riesgos de que se enterase, claro que, al
mismo tiempo, mucha mayor seguridad. En este caso el rescate del uranio implicaría una
operación militar de una envergadura no calculada previamente.
Cuando el camión cruzó el portón de entrada al cuartel del Regimiento, Raúl quiso mirar
para atrás, pero la ventanita que daba a la caja del camión estaba tapada por la espalda de un
soldado. Esa fuerte sensación lo acompañó todo el trayecto hasta el lugar de detención, casi ni
miró hacia adelante, las pesadas hojas del portón de madera de entrada al cuartel presionaban
contra su espalda.
El coronel Rivero se acercó para presentarse en su carácter de jefe del Regimiento y le dio
una calurosa bienvenida. Raúl se acordó de su llegada al Centro Atómico Bariloche como si
hubiera sucedido hacía muchísimo tiempo.
Un suboficial lo acompañó hasta su alojamiento, una casa con dos dormitorios que
compartiría con otro científico, según las palabras del coronel. Algún oficial habría tenido que
dejar esa casa para que ellos la ocupasen. A lo mejor había sido el que lo acompañó en el
camión, con esa cara tan seria y distante que apenas podía disimular la bronca que le causaba
la tarea asignada.
Una casa con olor a familia, en el desodorante del baño, los limpiapisos, los matapolillas de
los placares y hasta la grasa del extractor de la cocina. Los olores de la suya, olvidados por la
costumbre, renacían con fuerza indeseada en esos momentos.
La Agencia no le había informado al cónsul sobre la llegada del doctor Boris Yustopov.
Cuando se lo presentaron como su compañero de casa, Raúl interpretó que el acento con que
hablaba el inglés era de origen alemán, lo cuál era muy lógico tratándose de alguien llamado
Adolf Hessler.
En contra de toda su expectativa, después del almuerzo en compañía de Rivero y Yustopov
en la casa del primero, no lo llevaron a conocer las instalaciones, sino que lo invitaron a que
descansara hasta la noche, como si hubiera tenido un viaje largo y agotador.
Desde la ventana del living pudo observar que un soldado custodiaba la entrada al jardín.
Vaciló entre considerarlo una prevención por desconfianza o una detención mal disimulada
hasta la finalización del proyecto. "Disciplina militar", le había dicho Isabel y de eso se
trataba, esperar las órdenes y obedecerlas, anular la impaciencia, demostrar su integración al

125
proyecto. Más tarde, en algún momento, algo se le ocurriría, algo tendría que hacer, no podría
terminar siendo un cómplice involuntario del horror.
Esa noche, el interrogatorio esperado no llegó. Después de cenar en el casino junto con la
plana mayor de la oficialidad y otras personas importantes del proyecto, Yustopov lo invitó a
que fueran juntos a la casa. No buscó la mirada de complicidad de Rivero o de otro hombre
llamado Cardozo, quien parecía ser el responsable civil, aunque dio por hecho que se trataba
de algo previamente conversado.

Yustopov era muy locuaz: aunque no todos hablaban inglés y él lo debía saber, se la había
pasado hablando todo el tiempo durante la cena, contando anécdotas supuestamente graciosas
que sólo él festejaba con entusiasmo. En el camino hacia la casa, a unos doscientos metros del
comedor, su comportamiento se había vuelto más acorde con su condición de científico,
caminaba en silencio mirando hacia el piso. Raúl también tenía mucho en qué pensar, pero no
le pasó inadvertido ese cambio de actitud.
Al entrar a la casa, Yustopov le dijo que tenía que hablar con él. Mientras Raúl se sentaba
en el living, fue a buscar una botella de vodka a su habitación. Después de servir dos vasos
casi hasta el borde y beberse el suyo hasta la mitad de un trago, Yustopov suspiró como si se
sintiera aliviado y se respaldó aparatosamente en el sillón.
Lo que siguió no fue el interrogatorio tan esperado por Raúl, sino que fue una
estremecedora confidencia, Yustopov estaba asustado. Consideraba que no había suficiente
personal entrenado como para realizar la tarea y que, dada la precariedad de las condiciones
de seguridad de las instalaciones, el peligro de un grave accidente radiológico era muy
grande. Ya había planteado a Cardozo y Rivero sus objeciones y le habían respondido que la
gente conocía los riesgos y estaba dispuesta a correrlos.
Yustopov bebía mucho, pero no insistía en que Raúl siguiera su ritmo, recién a la tercera
vez que se servía reparó en que Raúl apenás había probado el vodka. Más que un alemán
parece un ruso, pensó Raúl mientras veía como apuraba su vaso. Si se trataba de una trampa,
como la que le habían tendido con López, había que reconocer que esta vez se habían
esmerado. El experto alemán emborrachándose con vodka mientras le contaba su miedo era
más creíble que la supuesta confesión de López. De cualquier manera, le molestaba que aun
siguieran pensando que podrían hacerlo caer con alguna maniobra de ese tipo. ¿Hasta cuándo
le tendrían desconfianza? ¿Habría mencionado Roberto su nombre? Pero, entonces, ¿para qué
estaba allí?
- ¿Por qué me cuenta esto a mí, Hessler?
El ruso pareció despertar de un letargo. Se enderezó en el sillón y cambió el tono.
- Mi verdadero nombre es Yustopov y se lo cuento a usted porque usted es físico y lo entiende
y espero a que me ayude a convencerlos.
- ¿Convencerlos de qué?

126
- De que no debemos continuar con la operación en estas condiciones.
Ahora la situación parecía aclararse. Nada mejor para confirmar las sospechas de ellos que
Raúl se transformase en un opositor de la operación, aunque fuera con argumentos válidos de
seguridad radiológica.
- Para poder opinar, primero tendría que ver las instalaciones, ¿no le parece?
- Por supuesto, por supuesto, usted podrá juzgar por usted mismo lo que yo estoy diciendo.
Raúl se paró.
- Muy bien, después que yo vea las instalaciones volveremos a tener esta charla. Ahora me
voy a dormir porque estoy muy cansado, buenas noches, Hessler.
- Yustopov, Boris Yustopov es mi nombre.
- A mí me lo presentaron como Hessler y así lo seguiré llamando, a menos que ellos me
aclaren por qué le cambiaron el nombre.
Raúl se tiró sobre la cama sin desvestirse. Respiraba agitado. Tenía que actuar rápidamente.
Si habían intentado tenderle una trampa, para romperla tendría que contarle todo a Rivero
cuánto antes, y si no era una trampa también, porque de esa manera desprestigiaría a Hessler y
él tendría más peso en la operación.
A la media hora, entreabrió la puerta de su habitación y vio que el ruso se había quedado
dormido en el sillón. Salió de la casa y enfrentó al soldado de guardia.
- Necesito hablar inmediatamente con el coronel - le dijo con voz de mando.
El soldado vaciló y miró a su alrededor.
- Eso no es posible, vuelva al interior de la casa, por favor.
- Usted no entiende, soldado, esto es muy urgente.
- Señor, tengo órdenes de impedir que abandonen la casa y no puedo abandonar la guardia,
regrese al interior por favor.
Raúl lo miró mejor, no era un soldado, era un cabo y había empuñado el fusil de manera
amenazante como para golpearlo con la culata si él intentaba pasar.
- De acuerdo, pero hágame un favor, cuando cambie la guardia, avísele al coronel que tengo
algo muy urgente que decirle.
Cuando lo despertaron unos golpes en la puerta del chalet, tenía la sensación de haberse
dormido recién. Al no ver al ruso en el sillón temió que se hubiera adelantado a hablar con el
coronel, temor que se vio reforzado cuando un soldado le comunicó que Rivero lo estaba
esperando en su oficina.
El día estaba clareando, sólo unos pocos pájaros habían comenzado a anunciarlo. El aire frío
lo sorprendió en la mitad del camino cuando se dio cuenta de que había salido en camisa.
Frente a la puerta de la oficina de Rivero no sabía si temblaba de nervios o de frío.
- Adelante y siéntese doctor Baleatti. Parece que no tuvo una buena noche. (Pausa mientras
Raúl se sienta). Me informaron que tenía algo muy urgente que decirme anoche, ¿qué era eso
tan urgente que no podía esperar hasta hoy a la mañana?, menos mal que mis subordinados

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cumplieron mis órdenes que salvo ataque al cuartel no pueden despertarme por ningún
motivo, que si no...
- ¿Es verdad que Hessler se llama Yustopov?
- ¿Cómo dice?
La sorpresa pareció auténtica.
- Anoche, Hessler me dijo que se llamaba Yustopov y que no quería continuar con la
operación por las deficiencias en seguridad radiológica que tenían las instalaciones. Además,
me pidió que lo ayudara para convencerlos.
Rivero encendió un cigarrillo. Tenía el ceño fruncido. Se dio cuenta de que no lo había
convidado y lo hizo con una disculpa, Raúl lo rechazó con un movimiento de la mano.
- ¿Le dijo algo más Hessler?
- No, yo le dije que para poder opinar primero tenía que ver las instalaciones, pero se
imaginará lo embarazoso que es para mí esta situación, no sé como proceder.
- Sígale el juego, doctor. Hoy va a poder conocer las instalaciones. Dígale que está de acuerdo
a ver qué le dice. Después viene y me cuenta todo.
Hacerle de ortiva a Rivero, ¿era eso lo que más le convenía? ¿Quién tenía el poder, Rivero o
Cardozo?
- Usted comprenderá coronel Rivero que yo como civil debo reportar a mi superior inmediato.
Si le preguntaba quién era su superior inmediato tenía que arriesgarse por Cardozo. En
realidad, se había tirado un lance porque no le habían informado de nada, lo habían metido en
ese camión después de disfrazarlo como si fuera un bulto y ahora estaba jugando en un
terreno completamente desconocido.
- Escúcheme, Baleatti. Usted me vino a ver a mí, no a Cardozo. Sus razones tendrá, pero yo
no se las pregunto. Cardozo fue quien me presentó a Hessler, ¿me entiende? Si usted quiere
hablar con Cardozo yo no soy quien para impedírselo, pero mientras yo no esté seguro de que
usted no miente yo no voy a hablar con nadie de esta conversación, ¿me entiende, Baleatti?
Yo recibí órdenes del comando de prestar una parte del cuartel y fui informado de cuál es la
operación que se va a realizar. Mi función es de logística y vigilancia. No sé nada más ni me
interesa saberlo. Pero, si me enterara de algo que pudiera conspirar contra la realización de la
operación es mi deber impedirlo, ¿me entiende?
A medida que iba hablando, el coronel iba levantando el tono e irguiéndose en su asiento.
Al terminar su discurso estaba ligeramente inclinado sobre el escritorio y su cara tenía una
expresión claramente amenazante.
Raúl le prometió que le informaría cualquier otra novedad sobre Hessler y se fue a la casa.
Tenía que pensar las cosas muy cuidadosamente. Los fierros estaban con Rivero y eso tenía
sus ventajas. Si lograba convencerlo que Yustopov era una amenaza para la operación, seguro
que Rivero lo sacaba del medio. Aunque el jefe de la operación era Cardozo, no estaba tan
seguro de que podría convencerlo de lo mismo. Por arriba de Cardozo estaban los jefes de la

128
Organización a quienes seguramente consultaría. Por arriba de Rivero no había nadie, porque
el cuartel era su feudo y él estaba dispuesto a ejercer su poder.
Yustopov no había exagerado nada, las deficiencias en seguridad radiológica eran muy
graves. Habían transformado un galpón de depósito de rezagos en el lugar del armado del
artefacto sin respetar las mínimas normas de seguridad.
Era indudable que no se habían tenido en cuenta las indicaciones del personal del Centro
Atómico que habían intervenido en la planificación de la operación, porque era impensable
que se hubieran lanzado a algo así sin tener asesoramiento. De cualquier manera, era
incomprensible que se decidiera trabajar en esas condiciones. Lo único que podría explicarlo
era un gran apresuramiento, quizás la detección de Roberto hubiera precipitado los tiempos.
El uranio había sido finalmente hallado, pero parecía que ese triunfo estaba coronado por
espinas en lugar de laureles. Raúl estaba solo, sin contactos con la Agencia ni nadie que
pudiera servir de intermediario. Para colmo, el uranio estaba dentro de un cuartel defendido
como si se tratara de Fort Knox.
El plan de desprestigiar a Yustopov, para quedar él al frente de la operación, no tenía una
continuación clara. En realidad, ni clara ni oscura, Raúl no tenía la mínima idea de cómo
seguir en caso de tener éxito. Todo le indicaba que había cometido una locura en cortarse
solo, el traje de héroe le quedaba tan holgado que tropezaba a cada rato con sus propias
botamangas.
Un fracaso de la operación podría significar la muerte de muchas personas, inclusive la
propia. En ese caso se trataría de una inmolación anónima e insignificante que ningún libro de
historia jamás recogería. El sueño de la inmortalidad era el único alivio al que podía recurrir
Raúl en sus horas más depresivas.
Analizó la posibilidad de escapar para ir a avisar, pero, ¿cómo podría organizarse una
operación de rescate del uranio en el poco tiempo que quedaría entre su desaparición y la
detección de la misma? Era obvio que después trasladarían el uranio o reforzarían más aún la
vigilancia.
No tenía alternativa, el aborto de la operación tendría que hacerse desde adentro. En ese
sentido, quizás lo más aconsejable no fuera desplazar a Yustopov, sino convertirlo en su
aliado. Claro que la probabilidad de que estuviera disimulando era alta, jugarse a convencerlo
implicaba un riesgo mucho mayor que el fracaso del intento. La búsqueda del uranio había
terminado, lástima que sólo Raúl estuviera enterado.

129
LA MUERTE NO EXISTE

La muerte no existe, no puede existir lo que no existe, lo que por definición no es, lo que no
dura nada, ni un instante, ¿cómo puede ser que algo exista si no dura un instante siquiera? Y no
me refiero al momento en que deja de latir el corazón, porque aun después de eso la vida sigue,
como lo prueban la gran cantidad de las mal llamadas resucitaciones que propagandizan esos
miserables vendedores de la ilusión que existe el "más allá", basados en las narraciones de los
"resucitados" que vieron un túnel y una luz al final y/o se cruzaron con familiares ya muertos,
etc. La verdad es que la vida sigue durante un lapso de entre tres y cinco minutos, durante ese
lapso sigue habiendo actividad cerebral, la sangre ya no fluye, pero sigue habiendo una
oxigenación decreciente. Los yoguis y las personas entrenadas que realizan meditaciones muy
profundas y bajan su nivel de pulsaciones a doce por minuto, describen imágenes semejantes a
las que cuentan los "resucitados", pero mucho más ricas en colores y en situaciones. No
entraron al "reino de los muertos" sino a estados especiales de la conciencia, de los cuáles ellos
sí pueden volver a voluntad. Una vez transcurrido ese lapso de tres a cinco minutos, aunque se
provoque el funcionamiento del corazón y los pulmones de manera artificial, ya no habrá forma
de que la persona vuelva a la vida, el cerebro ha dejado de funcionar, la persona ha dejado de
vivir. Yo me refiero a eso que es indefinible, ese cambio que no dura un instante, el cambio de
la onda cerebral al barrido plano en el osciloscopio, lo único que verdaderamente certifica que
la persona ha dejado de vivir, ¿cómo puede existir lo que no existe, lo que no dura un instante
siquiera?
Lo que sí existe es la vida, la vida dura, es corta o larga, puede durar un instante o más de cien
años, pero tiene duración, es algo, existe.
La vida empieza y termina. Al comienzo de la vida se le llama nacimiento, hay un momento
en que algo que tiene vida en la panza de la madre sale y cambia su condición, es un cambio, es
vida que cambia. Antes que eso, en el momento de la concepción, un espermatozoide se une
con un óvulo y forman algo nuevo, pero el espermatozoide existía, lo mismo que el óvulo, es un
cambio, dos vidas se transforman en una nueva.
Cuando la vida termina no es más que eso, el fin de algo que existió. Es vida y luego nada, no
es más, eso que fue ya no lo será. Sin embargo, a la terminación de la vida le han dado nombre,
la gente no deja de vivir sino que se muere, yo no dejaré de vivir sino que moriré, vos morirás,
él morirá, todos moriremos, algún día, más tarde o más temprano, yo, más temprano que tarde.
Alguien podría pensar que la muerte fue creada para simplificar el idioma, yo mismo lo pensé
alguna vez: fulanito murió es más simple que fulanito dejó de vivir, especialmente porque el
verbo "dejar" podría implicar un hecho volitivo, lo cuál llevaría a confundir muertes naturales
con suicidios, con una inimaginable secuela de problemas legales y penales de previsibles
consecuencias, ¿o imprevisibles? Claro que para evitar esos problemas se podría usar el verbo

130
"terminar" en lugar de "dejar": Armando Marona terminó de vivir súbitamente, o: la vida de
Armando Marona terminó súbitamente. No hay duda de que es más simple decir que Armando
Marona murió súbitamente. ¿Será realmente por eso que se usa el verbo "morir"? Pero, ¿y el
sustantivo Muerte por qué?
Algún otro podría pensar que la muerte existe porque no es la terminación de la vida sino la
puerta a una nueva vida, (yo nunca lo pensé ni tampoco Elena lo pensó cuando se estaba
muriendo en la cama del sanatorio) promesa potencialmente apaciguadora que, sin embargo, no
alcanza para frenar al espanto de no ser más. No conozco ni un solo creyente que se serene
pensando en la vida en el "más allá", por más creyente que sea le espanta la idea de dejar de
vivir. Y si lo digo es porque he visto el terror en los ojos de mi abuela, fervorosa creyente ella,
creyente sin reparos, el día en que terminó su vida tenía los ojos desorbitados, llenos de un
horror contagioso, imposible olvidar sus ojos que buscaban aferrarse a nosotros, tan sanos y
llenos de vida a su lado.
Ahí está la clave de por qué se inventó a La Muerte. El miedo a no ser, el verdadero miedo, la
tremenda resistencia de la conciencia a aceptar su fin. La desaparición del ego, expresado así,
como miedo a no ser más, resultaría de una levedad metafísica tal que nadie se atrevería a
expresarlo por demasiado inconsistente, indigno de representar al abismal torbellino que se
siente en las entrañas. En cambio, la creación de un concepto le da sustancia al miedo, fuerza,
razón de ser, cotidianeidad: yo le temo a La Muerte, vos le temés a La Muerte, él le teme a La
Muerte, todos le tememos a La Muerte. La Muerte existe porque le tememos, si dejáramos de
temerle desaparecería porque nadie volvería a nombrarla. La calma auto-aceptación del fin de la
conciencia significaría la muerte de La Muerte, impactante paradoja liberadora.
Yo vivo peleando contra ese miedo, tengo miedo del miedo y aunque no la nombre sé que
existe, aunque no exista. En las noches de insomnio, cuando los pensamientos y recuerdos
arman su aquelarre infernal mientras mis ojos buscan alguna lucecita salvadora, el miedo se
refriega obscenamente contra mi piel que arde más que nunca.
Ahora yo estoy vivo y peleo contra ese miedo y escribo y trato de justificar el pasado,
recreado en fragmentos que encajan y no encajan y se justifican o yo los justifico para que
encajen o quizás me engaño para creer que encajan.
Los nombres son a veces piezas que encajan con imágenes de personas que tienen cara y
hablan conmigo como se supone que alguna vez hablaron conmigo, pero otras veces se resisten
y se quedan en nombres, nombres de personas que sé que conocí.
Yustopov, el gran especialista soviético enviado secretamente para dirigir la operación,
también un borracho secreto que ocultaba su vicio con gran habilidad y que había tenido un
ataque de ética o quizás de excelencia profesional y me había confiado su rechazo a realizar la
operación bajo las malas condiciones de seguridad que tenían las instalaciones. La cara de
Yustopov, de mandíbula cuadrada y ojos claros, una cara de alemán típica, la tengo tan presente
como si la hubiera visto ayer.

131
En cambio, a María no la puedo ver, sus facciones se borronean por más que intento
retenerlas, a pesar de que su voz suena tan nítida, tan fresca, la dulce María, ¿quién sabe dónde
está? Mientras esté en algún lado no me importaría saber cómo está, tan sólo me gustaría saber
que está, que no la desaparecieron a ella también, eso sería suficiente para terminar con la
incertidumbre, sacaría a María de la zona de la muerte virtual. Entonces seguro que resucitaría
también su imagen y su voz encajaría en su cara y se acabarían mis desesperados intentos por
tapar los baches de la memoria.
Elena me acompaña más que nadie, pero no la Elena que traté, la vehemente y severa y tierna
y querida Elena, sino la que no conocí, la enferma, la que nunca me atreví a enfrentar. La
imagino doliente pero entera, disimulando, la imagino más pálida y ojerosa, fatigada pero
sonriente, Elena me sonríe y ahora, recién ahora, veo su sonrisa tierna con un dejo de
condescendencia hacia mi impasibilidad, mi falta de compromiso a pesar de mi lucidez. Lo que
siempre sentí como reproche ahora lo veo, ahí está Elena sonriendo otra vez, lo veo como
tolerancia, como un enorme esfuerzo de comprensión, Elena, la rígida, me comprende y
reconforta desde mi imaginación, o quizás desde siempre.
Lo que sí es seguro es que nadie podría decir que esta vez no me comprometí. Nadie lo diría si
se enteraran de lo que pasó, pero como nadie lo sabe todavía es imposible que puedan opinar.
Para eso estoy escribiendo el final de esta historia. Escribí el comienzo cuando aún no sabía que
me iba a enfermar de cáncer y que mi vida iba a terminar bastante antes de lo previsible. Escribí
el comienzo con la idea de escribir toda la historia con detalles, ahora ya no podría aunque
tuviera ganas, los nombres se me borran y quizás todo se deba a que las ganas de olvidar se
disfrazan de pereza, o al revés.
Aunque, en realidad, quizás los detalles no importen, como pasa en la vida, los detalles sirven
para el presente, para reforzarlo, para extenderlo a un futuro inmediato, para tratar de sentir que
es la única realidad, para evitar que la vida fluya tan rápidamente; pero cuando se quiere recrear
el pasado, los detalles estorban porque quedan aislados, sin poder integrarse en ese complejo
fluir de pensamientos, sensaciones y emociones que fue aquel presente, del cual sólo podemos
rescatar lo esencial, aquello que es esencial para el presente actual.
Lo esencial para este presente, mi presente, es recordar que yo me infiltré en la organización
que había formado la dictadura con rusos y alemanes para fabricar una bomba atómica y logré
desbaratar la operación. No me interesa dar detalles para probar la veracidad de mi afirmación,
hay otras personas que podrían hacerlo si quisieran, si alguna vez alguien se toma el trabajo de
pedirles la información y si ellos aceptaran dársela.
Lo esencial para mí, es recordar lo esencial de lo que pasó y contarlo sin que me importe
analizar el grado de veracidad que pueda transmitir mi narración a lectores escépticos,
medianamente escépticos o muy crédulos. Eso está más allá de mis intenciones, yo quiero que
se conozca la historia y que los incrédulos verifiquen lo que cuento y busquen los detalles y
llenen todos los agujeros que voy a dejar desde aquel comienzo hasta este final, si tienen ganas,

132
y si no la tienen y se quedan con su incredulidad allá ellos, me quedarán los lectores crédulos,
algunos de los cuales buscarán los detalles y llenarán todos los agujeros, no para verificar nada,
sino para enriquecer a la historia.
Yo, Raúl Baleatti, desbaraté la operación de fabricación de la bomba atómica en la Argentina.
Si no hubiera sido por mí la historia del país sería muy diferente, tristemente diferente, no es
muy difícil imaginarse lo que hubiera hecho la dictadura con la bomba en su poder. Por suerte
para todos nosotros, la misma corrupción moral e intelectual que le impulsó a tomar el poder
fue la causa de su debilidad, y la operación tuvo flancos muy débiles por los que pude penetrar.
En realidad, al comienzo no estuve solo, después sí estuve solo, pero al comienzo me
ayudaron varias personas: el cónsul de los Estados Unidos, María, un agente especial de la
Agencia y otras personas. María era una amiga de Elena que me ayudó mucho, me dio la lista
de las personas que habían pedido licencia y eso me permitió detectar a Pedro, el jefe de
operaciones del reactor del Centro Atómico. Pedro Bolledo, un tipo que resultó fundamental
para ubicar el lugar del emplazamiento.
Todos estos son nombres, sé que no significan mucho así aislados como los digo, pero es así
como me vienen a la cabeza, fragmentos de una unidad que sé que existió y que no me
perteneció a mí solo, aunque después estuve solo y tuve que decidir solo y me sentí
terriblemente solo en ese cuartel del Ejército donde se iba a armar la bomba.
La bomba, yo estuve allí, yo estuve allí donde iba a ser armada. Lo que para ustedes tiene una
dramática connotación de destrucción con imágenes de hongo atómico, para mí tiene una fría y
penetrante sensación de cotidianeidad con imágenes de la bancada donde se estaba armando el
artefacto, como si fuera una maqueta para exponer en alguna exposición industrial.
Yo estuve en ese cuartel del Ejército, adonde fui llamado por la organización para cumplir una
misión, la verificación de la selección de los materiales y su posterior inspección en el montaje
de los mismos. Yo estuve allí, trabajando junto con Yustopov, cada día más alarmados por el
incumplimiento de las normas de seguridad radiológica.
Aunque quisiera, aunque tuviera las ganas de recordar y escribir todos los detalles de cómo
llegué a ese cuartel, no serviría de nada para transmitir lo que siento cuando digo: "yo estuve en
ese cuartel del Ejército". No fue un accidente, algo que me ocurriera por azar, yo lo busqué, yo
quise estar en el lugar y en el momento en que se decidiría un hecho trascendental para la vida
del país. Prefiero pensarlo así, como si hubiera sido un hecho voluntario, algo que yo controlé y
no como el resultado de fuerzas interiores que me impulsaron como un papelito en el cruce de
dos calles en una tarde ventosa.
El galpón: techo de chapa abovedado sobre un andamiaje de hierro, antes seguramente
oxidado, ahora cuidadosamente pintado de plateado, lo mismo que las paredes. Habían pintado
todo, la pulcritud militar, la estética de la disciplina, lo que está pintado está en orden, en la
colimba decíamos todo lo que está quieto se pinta y todo lo que se mueve se saluda. El piso,
originalmente de tierra, lo habían cubierto con baldosas calcáreas color crema clarito, estaba

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reluciente, siempre con ese olor característico de aserrín y querosén. Las ventanas habían sido
pintadas de negro y estaban siempre cerradas, la ventilación la producían dos enormes
extractores colocados cerca del techo, en la pared frontal y la del fondo.
El galpón estaba iluminado por grandes lámparas de mercurio, parecía un estadio, con la
diferencia que, en lugar del cielo negro, allá arriba las chapas reflejaban parte de la luz, lo
mismo que las paredes, y producían un efecto alucinante: apenas a algunos metros de distancia
las personas a nuestro alrededor parecían flotar dentro de un mar de luz sin sombras.
En ese galpón, reformado sólo por dentro, habían decidido armar la bomba, el artefacto
nuclear, eso que explotaría y cambiaría las relaciones entre los países del cono sur y cambiaría
las vidas de todos nosotros y la de nuestros hijos y la de todos sus descendientes. Eso que iba a
ser armado en esa bancada de tres metros de largo por uno de ancho y que por ahora sostenía
nada más que un tubo del acero que yo había seleccionado y que tendría que verificar.
Las otras piezas iban a ser maquinadas ahí mismo, en el galpón, en las máquinas nuevas y
recién desembaladas que habían sido distribuidas con mucho orden geométrico pero sin el
criterio racional propio de un taller.
A unos cinco metros de la bancada había una plataforma de dos metros por dos, construida
con barras de hierro de una pulgada, diseñada para sostener varias toneladas, a pesar de que sólo
sostendría los recipientes con el uranio y el peso de los dos hombres que subirían a trasladar el
uranio desde la plataforma a la bancada.
La plataforma estaba más elevada que el resto de los objetos del galpón, estaría a unos dos
metros del piso. Se subía por dos escaleras enfrentadas, una para cada uno de los hombres.
Recibía, en forma permanente, una iluminación extra proveniente de dos poderosos reflectores
ubicados en el andamiaje del techo, justo encima de la plataforma. Cuando terminaban las
tareas y se retiraba todo el personal, se apagaban todas las luces menos esos dos reflectores.
Entonces, cada noche, cuando no quedaba nadie en el galpón, salvo los soldados de vigilancia,
la plataforma iluminada cobraba su real dimensión, su razón de ser. En la penumbra del galpón,
sólo ella iluminada, era como un altar al cual las sombras le ofrecían su devoción silenciosa, la
pavorosa quietud anticipada de la futura devastación.
Yustopov tenía razón, era una locura que el uranio fuera transportado por dos hombres desde
la plataforma hacia la bancada. ¿A quién se le ocurrió colocar el uranio en una plataforma?,
vociferaba Yustopov cada día que pasaba con más intensidad. Era cierto que el uranio estaba
protegido en los contenedores de plomo, pero para qué correr el riesgo de que tropezaran, los
contenedores se abrieran y las masas se acercaran lo suficiente como para iniciar una reacción
en cadena
Yo había hablado sobre el tema con Rivero, el coronel Rivero que era jefe del Regimiento, de
ése sí que me acuerdo bien la cara, a pesar de que lo vi poco en comparación con otras personas
de las que me cuesta visualizar sus caras. Quizás sea por que la cara de Rivero era como una
caricatura, la cara que tendría que poner el actor de una parodia que quisiera ridiculizar a los

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militares, una cara que hasta en una comedia parecería una sobreactuación: el ceño
permanentemente fruncido, las comisuras forzadamente hacia abajo enmarcadas por un bigote
recortado diariamente y la mirada inquisidora que no dejaba de mirarme a los ojos ni por un
instante, a mí, el sospechoso de turno que en ese momento estaba sentado frente a él.
Yo había ido a hablar con él por dos motivos: por un lado no estaba seguro que Yustopov no
quisiera tenderme una trampa para descubrirme y, por otro lado, porque si Yustopov resultaba
ser sincero, podría usarlo como chivo expiatorio.
Ya sé que resulta desagradable leer esto, dicho así parecería ser el análisis de un frío espía
que no vacila en sacrificar las vidas de quienes sea con tal de conseguir su objetivo. La
existencia de dos motivos puedo decirla ahora, puedo creer que fue así, ahora, porque en ese
momento mi estado era desesperante, no podía pensar con claridad, sólo me guiaba la
compulsión de que tenía que desbaratar la operación de cualquier manera. Miedo, ansiedad,
excitación, remordimientos, insensibilidad, nostalgia, sentimientos y emociones mezcladas de a
dos o más que daban origen a nuevos estados emocionales fluctuantes, irreconocibles e
irrepetibles. Eso era yo, nada más alejado del típico espía de película.
Pude haber pensado en tratar de convencerlo de que fuera mi cómplice, no estoy seguro,
quizás haya sido un pensamiento fugaz, no lo sé. Alguien que conozca la historia completa
podría llegar a pensar que lo pensé, a mí también me gustaría.
Yo le sugerí que pidiera plomo para blindar las inmediaciones de la bancada y luego de
conseguirlo lo convencí de que hiciera fabricar en plomo las dos partes de uranio para hacer
simulacros del ensamblaje de la bomba. Una de ellas era un cilindro de 10 centímetros de
diámetro y 17 de longitud y pesaba alrededor de 25 kg; la otra era un tubo de 10 centímetros de
diámetro interior, 3 de pared, también 17 centímetros de largo y pesaba alrededor de 39 kg. Yo
no tenía la menor idea de cómo funcionaba una bomba atómica, como físico sabía lo de la
reacción en cadena, pero no cómo se hacía para se produjera en gran escala en unas milésimas
de segundo. Yustopov me lo explicó con el plano detallado sobre la mesa. Se colocaba el
cilindro en un extremo del interior del tubo de acero que yo había mandado a fabricar y el tubo
de uranio a continuación del otro extremo del tubo de acero; una carga de cordita detrás del
cilindro impulsaba a éste a una velocidad de 300 m/s hacia el interior del tubo de uranio, que, a
su vez, estaba rodeado por un tubo de carburo de tungsteno de pared gruesa- que aún no habían
recibido - que serviría para reflejar los neutrones y evitar que la expansión del uranio, al
iniciarse la reacción en cadena, disminuyera la masa crítica. A 300 m/s el cilindro de uranio
tardaría alrededor de 0,6 milisegundos en entrar totalmente en el interior del tubo de uranio.
Yustopov había calculado que en las condiciones de reflectividad neutrónica producidas por el
tubo de carburo de tungsteno, la masa crítica del uranio se reducía a 25 kg, con lo que los 64 kg
existentes constituían una masa supercrítica, es decir, en 0,6 milisegundos la enorme mayoría de
los átomos de uranio se fisionarían liberando una monstruosa cantidad de energía, muy parecida
a la que liberó la bomba sobre Hiroshima. Yustopov se preguntaba por qué habrían elegido algo

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tan parecido; pobre, era bastante ingenuo el ruso.
Lo que nunca me dijo fue la cantidad de cordita que sería necesaria, ni tampoco me mostró el
tamaño de la cámara de combustión, ni me explicó qué función cumplía lo que llamó el
dispositivo de seguridad de boro, colocado detrás del tubo de uranio. Lo que sí pude ver en el
plano es que el tremendo impacto de los 25 kg de uranio a 300 m/s sería absorbido por una gran
masa de acero solidaria a la carcasa de la bomba. Más información nunca tuve ni me interesó
obtener.
Para ese entonces ya me había convencido de que la única forma de provocar el fracaso era
mediante la sustitución del cilindro de uranio por el de plomo. Por eso evité involucrarme, ni
siquiera de manera indirecta, en el pedido del plomo y en la fabricación de las dos partes. Le
dije que era conveniente que no me mencionara en esas iniciativas porque tendrían mucho más
efecto si vinieran solamente de él, un hombre de gran prestigio internacional.
Yo sólo buscaba protegerme, pasar desapercibido, me sentía sospechado aunque no había
nada que me lo indicara, salvo el soldado en la puerta del chalet que habitábamos junto con
Yustopov y que impedía que saliéramos después que nos retirábamos a descansar. Eso es lo que
recuerdo que sentía, pero yo había denunciado a Yustopov ante Rivero y no podía ignorar que
del primero que sospecharían después del fracaso sería de él.
Hay cosas obvias que recién se revelan como tales después de un tiempo, cuando se tiene la
perspectiva necesaria, es decir, cuando se dejó de ser sujeto para ser observador. Como
observador es más fácil darse cuenta de las cosas obvias, pero, cuando se está en el torbellino de
los acontecimientos, las emociones actúan como filtros, la mente se hace trampa a sí misma, lo
obvio desaparece. En cambio, a la distancia, como yo ahora que estoy recordando, las
emociones sólo tiñen pálidamente los recuerdos, le dan la tonalidad de la nostalgia o del
desagrado por lo vivido. El desagrado no me impide darme cuenta ahora de que yo ya sabía
que Yustopov era sincero, que era un hombre leal a sus mandos, que jamás traicionaría y que
jamás podría ser mi cómplice.

Yustopov era el responsable científico de la operación y yo era su segundo. Había otros dos
profesionales con los cuáles tenía poca interacción, eran dos ingenieros que habían trabajado
para el INVAP, una empresa que subvencionaba la CNEA para hacer desarrollo de tecnología.
Había esperado encontrarme con más gente del Centro Atómico, pero no pude reconocer a
ninguno entre el resto del plantel, formado por técnicos y operarios.
Por las noches, en el chalet, Yustopov se emborrachaba y me hacía comentarios sobre lo
sucedido durante el día con un lenguaje grosero y por momentos obsceno. Era chocante el
contraste entre el Yustopov diurno, jovial y siempre muy correcto, con el nocturno, resentido y
grosero, siempre disconforme, con algunas cosas con razón, pero con otras cosas se le notaba
una amargura que tenía otros orígenes. Nunca me habló, ni siquiera en la cúspide de sus
borracheras, sobre esos orígenes que yo percibía, a pesar de mis preguntas que, cuando eran

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muy insistentes, lo sumían en un silencio prolongado.
Por las noches vociferaba: "¿Quién habrá sido el hijo de puta que decidió poner el uranio en
una plataforma?". Durante el día, en especial cuando comenzamos a hacer las prácticas, decía:
"No puedo entender por qué razón habrán decidido poner el uranio en una plataforma". De nada
sirvió que yo le comentara que seguramente lo habrían hecho para vigilarlo mejor.
Aunque parezca mentira, aún no tenía un plan para sustituir el cilindro de uranio. Bueno, en
realidad, parecería mentira si se pensara que yo estaba en condiciones de planear las cosas
fríamente pensando en todos los detalles. Claro que la sustitución del cilindro no era un detalle,
era la esencia del plan, y yo había empezado por los detalles sin tener siquiera una ligera idea de
cómo hacerlo. Era algo parecido a lo del cascabel al gato: una brillante idea imposible de poner
en práctica.
Mi mente funcionaba en el medio de un caos con algunos ratos de lucidez. Es que, pensándolo
fríamente, se trataba de una misión imposible, digna de la serie de televisión. Había tomado una
precaución, mantenía las partes de plomo bien pulidas para evitar que tomaran ese color
grisáceo tan característico, producto de la formación de óxido por la simple exposición al aire.
El uranio y el plomo, cuando ambos están pulidos, tienen el mismo brillo algo apagado que los
hace fácilmente confundibles. Yo especulaba con que las partes de uranio estarían
perfectamente pulidas y libres de defectos...y así fue cómo se me ocurrió la idea cuando volví a
pensar sobre el tema mientras trataba en vano de encontrar la muy buena excusa.
Le dije a Yustopov que era indispensable que revisáramos las partes de uranio para verificar
que no tuvieran ningún defecto, "¿qué pasaría si en el momento de la explosión el cilindro
estallara en mil pedazos por efecto de fisuras preexistentes?" Yustopov se mostró reacio a
aceptar la posibilidad de que hubiera errores en la fabricación de las partes. Insistí, le dije que si
las revisáramos no correríamos ningún riesgo y que, por el contrario, si no lo hacíamos,
podríamos lamentarnos durante el resto de nuestras vidas. Esas últimas palabras lo impactaron,
"el resto de nuestras vidas" repitió dos veces, parecía que el simple hecho de pensar en eso fuera
lo suficientemente agobiante como para volverlo taciturno. Insistí una vez más antes de que él
dijera nada, insistí con un argumento que me pareció que terminaría por convencerlo: "no habrá
ningún riesgo, nos encargaremos nosotros mismos de verificar el estado de las partes". Nosotros
era yo, porque el especialista en materiales era yo y, por lo tanto, si no dejábamos que nadie
más interviniera, había encontrado finalmente la excusa, que no era muy buena, sino que era
una excelente excusa para hacer la substitución en un lugar donde sólo yo podría estar por
razones de seguridad. Yustopov asintió sin dejar del todo su expresión de ausente.

La expresión de ausente de Yustopov, las cosas de que me acuerdo, en momentos así


acordarse de la expresión de ausente de Yustopov. Yo lo quise a Yustopov, el ruso con cara de
alemán, era un buen tipo y yo no lo quise cagar, son cosas que pasan sin que uno quiera que
pasen, a pesar de que uno hace todo para que pasen pero uno no quiere que pasen. ¿A quién no

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le ha pasado una cosa así, no?, es como si uno estuviera arrastrado por la corriente de un río y
viera un tronco flotando y se agarrara de él junto con otra persona que hace lo mismo y es tanta
la desesperación que uno trata de aferrarse pero no puede porque el tronco gira y el otro hace lo
mismo y los dos nos ahogamos pero finalmente uno solo es el que queda agarrado del tronco y
se deja llevar exhausto sin mirar hacia atrás.

Le costó convencer a Rivero, él tenía sus instrucciones y tenía que atenerse a ellas porque era
un buen militar. Pero un buen militar no podía correr el riesgo que la operación fracasase.
Yustopov me contó que logró convencerlo diciéndole que sólo yo revisaría el uranio y que
nadie se acercaría a la zona mientras lo hacía. Rivero tenía sus dudas sobre Yustopov porque yo
se las había metido y, aunque todos teníamos algo de sospechosos ante Rivero, yo era menos
sospechoso que Yustopov por haberlo denunciado. De cualquier manera, Rivero dijo que quería
estar presente cuando se hiciera la inspección.
Propuse que la mejor zona para hacer la inspección era la bancada, la había hecho rodear por
una pared de ladrillos de plomo que tenía 1,80 m de altura y por esa razón nadie en las
inmediaciones recibiría una dosis perjudicial.
Pedí que me consiguieran una lupa binocular que tuviera no menos de 100 aumentos. Parece
que tuvieron que traerla de Buenos Aires porque tardaron dos días.
Nadie, salvo Yustopov y los dos suboficiales, sabía que las dos partes de plomo estaban en un
cajón de manzanas debajo de la bancada. El día antes de la substitución saqué dos ladrillos de
plomo de la pared y los puse en el cajón.
Antes de ponerme el traje de protección ya estaba transpirando, me costó ponerme las botas
porque se me resbalaban de las manos. Yustopov notó las gotas de sudor que rodaban por mi
cara desde la frente y me hizo un gesto amistoso con los pulgares hacia arriba un instante antes
de que subiera a la plataforma. En ese momento ya tenía puesta la escafandra, él sabía que podía
escucharlo y hasta hablarle, pero prefirió hacerme el gesto del éxito, toda una ironía, el gesto del
éxito para la causa del fracaso de la operación.
La tapa del cajón había sido retirada unos instantes antes por dos operarios que bajaron
corriendo como si hubieran destapado el arca esa que destapan en la película de Indiana Jones.
El terror a lo invisible, en realidad, el terror de la ignorancia, porque dentro del cajón estaban las
piezas de uranio, sí, pero estaban dentro de dos recipientes de plomo que no dejaban escapar la
radiación. No había ninguna referencia sobre esos recipientes, sabíamos que tenían que estar
protegidas dentro de recipientes de plomo, pero no sabíamos nada de ellos, y ahí arriba, recién
en ese momento, me di cuenta de que no era nada sencillo sacar 25kg y mucho peor 39 kg del
interior de un recipiente, del cuál ni siquiera sabía si tenía una tapa roscada o estaba a presión.
Estaba medio cuerpo metido dentro del cajón, la transpiración me hacía arder los lacrimales,
los anteojos se me caían sobre el vidrio de la escafandra, casi a ciegas luchaba por encontrar la
forma de abrir la tapa mientras me desesperaba la posibilidad de que tuviera que recurrir a

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Yustopov, porque una vez metido en el traje de protección difícilmente se apartaría de mi lado y
ya no podría hacer la substitución.
Finalmente, la tapa cedió, la mostré con orgullo por encima de mi cabeza y Yustopov
nuevamente me hizo el gesto de los pulgares hacia arriba. Pobre Yustopov. Me encontré con
una placa con una manija central, creyendo que se trataba de otra tapa tiré sin demasiada
energía y sentí una resistencia variable, como si algo se hubiera movido en su interior. Trabé
mis abdominales contra el borde del cajón y con ambas manos tiré de la manija con fuerza pero
sin dar un envión, preparado para levantar lentamente los 25 kg. El cilindro surgió dentro de una
jaula de alambre tejido, brillaba bajo los reflectores como si fuera de plomo. Abracé todo el
dispositivo como pude y, sintiendo como el temblor de mis brazos se trasladaba ahora a todo mi
cuerpo, lo coloqué en el arnés.
Mientras bajaba muy lentamente por la escalera, comencé a sentir calor en mi abdomen, ¿era
la radiación que estaba atravesando el traje y me quemaba las entrañas?, nada de eso, era el
miedo y mi imaginación desbocada súbitamente, más el esfuerzo de mis músculos apoyados
contra el borde del cajón.
Tuve una visión fugaz del entorno: todo el personal estaba mirándome junto a las máquinas,
los soldados en posición de alerta dispuestos a dispararme si intentaba escapar y el coronel junto
a Yustopov con sus brazos cruzados sobre el pecho. Todos alejados de la plataforma,
precavidos, curiosos y miedosos a la vez, ansiosos por ver lo prohibido, lo peligroso, el misterio
de la muerte a distancia, invisible y letal, infalible, destructora, eso que ahora veían a distancia
con ese brillo mate encerrada en una jaula.
Veinticinco kilogramos concentrados en un cilindro de tan pequeñas dimensiones. Cuesta
convencer a los brazos de que deben hacer un esfuerzo completamente desproporcionado en
relación con lo que la vista indica. Había puesto la jaula sobre la bancada, sentía las miradas de
todos a mis espaldas pero ya no podían verme por la pared de ladrillos de plomo; abrí con
facilidad la puertita de la jaula e intenté sacar el cilindro con una mano, los 25 kilos me
vencieron el brazo y, a duras penas, pude atajarlo con la ayuda de la otra mano antes de que
cayera al piso. Había quedado agachado a cincuenta centímetros del cajón donde estaban los
substitutos de plomo.
Mi plan era otro, pero ahí estaba, con el cilindro de uranio a muy corta distancia de la
substituta, a muy corta distancia del éxito o del fracaso, vacilando, ponerlo taparlo con los
ladrillos de plomo y sacar el de plomo nadie me está viendo tengo que hacerlo es fácil es el fin
de la operación nadie me está viendo ahora...
Los brazos se me habían agarrotado por sostener el cilindro alejado del cuerpo, temblaba, lo
deposité suavemente en un rincón del cajón como si temiera que explotara, escuché el jadeo de
mi respiración y me pareció que todo el mundo lo estaría escuchando, hacía un siglo que estaba
ahí agachado, en cualquier momento aparecería la escafandra de Yustopov asomada por encima
de la pared.

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Cuando puse el cilindro de plomo sobre la platina de la lupa binocular cerré los ojos con
fuerza y las lágrimas se mezclaron con la transpiración en un sabor ácido salado que me dio
náuseas.
Para la otra parte de 39 kg pedí ayuda porque no podría levantarlo solo. A regañadientes,
Rivero aceptó que me ayudara Yustopov. El simulacro de inspección lo recuerdo entre brumas,
como un sueño confuso soñado hace muchísimo tiempo, la transpiración, el agobio por tanto
esfuerzo, el embotamiento de los sentidos copados por una sola idea fija que me agrandaba la
retina como si estuviera drogado.
Cuando me sacaron la escafandra se me doblaron las piernas. Sentado y apantallado, rodeado
de caras ansiosas hice mi anuncio: las dos partes estaban en perfectas condiciones. La sonrisa de
Yustopov, la sobria cara de aprobación del coronel, las otras caras anónimas que miraban fijo
sin entender, todos actores de una parodia involuntaria, mientras el cilindro de uranio seguía
irradiando detrás de la pared de plomo.
Una y otra vez tuve que tomar el cilindro de uranio con las manos desnudas, disimulando el
gran esfuerzo que me costaba, siempre adelantándome a él para evitar que se diera cuenta de la
diferencia de peso.
Cuando estuvo todo listo, hicimos llevar el cajón a un lugar del galpón donde se amontonaban
otras cosas que ya no se usarían. Al día siguiente se colocarían las partes de uranio en el
artefacto y se lo trasladaría al lugar de la detonación. (Esa era la palabra usada, en lugar de
explosión se hablaba de detonación, como si la acción humana fuera más importante que el
propio suceso, una curiosa forma de escamotear el miedo.) Esa noche me demoré un poco más
que Yustopov en los preparativos finales y, como si se tratara de lo más natural del mundo, a la
vista de unos pocos operarios que aún quedaban en el galpón y de los soldados de vigilancia, fui
hasta donde estaban los rezagos, hice como si buscara algo entre todos ellos y finalmente me
incliné sobre el cajón. Lo metí en el bolso debajo de planos, cuadernos de anotaciones prolijas y
papeles sueltos, productos de discusiones improvisadas con Yustupov, llenos de fórmulas y
bosquejos dibujados por ambos desde distintos ángulos que le daban el aspecto, a algunos de
ellos, de composiciones gráficas para ilustrar la tapa de un libro científico.
Entré al chalet cuando Yustopov se estaba bañando, eso me libró del esfuerzo para disimular
el peso extra en el bolso. Lo puse en el rincón más alejado del placard y la cama.
Esa noche tomé con Yustopov más vodka de lo acostumbrado. Sentados en los sillones de
mimbre del living, con las botellas de vodka y las cubeteras chorreantes sobre la mesita de
vidrio de por medio, hablamos y hablamos y pensé mientras él hablaba y antes de dormirme allí
mismo, despatarrado sobre el sillón, ya tenía decidido qué hacer.
Como en tantas películas de evasiones desde cárceles me escapé en el camión de lavandería,
en realidad, el camión del ejército que transportaba la ropa para la lavandería. A diferencia de
las películas fue mucho más fácil, a nadie se le ocurrió que alguien podría intentar escapar del
cuartel, habían puesto un soldado en la puerta del chalet y con eso habían agotado las

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posibilidades de control sobre nosotros. Yustopov también se podría haber escapado conmigo,
Yustopov y cualquier otro que hubiera querido, habríamos subido de a uno al camión que estaba
estacionado con la culata hacia la alambrada que limitaba al cuartel y que nadie vigilaba en esa
zona, como yo lo hice, tranquilo, primero el bolso y después yo.
Viajé acurrucado entre bolsas de sábanas y manteles, el bolso en una punta yo en la otra,
nuevamente la ridícula precaución presente, alejado del bolso para pensar en el llamado al
cónsul y en la felicidad de la tarea cumplida, la ingenua alegría de que volvería a ver a Julia y a
mis hijos.
Salté del camión en el primer semáforo de entrada al pueblo y llamé al teléfono secreto del
cónsul. Primero me atendió otro tipo y, después que el cónsul me preguntó un par de veces si
era yo, perdió la calma cuando le dije que tenía el cilindro de uranio conmigo dentro de un
bolso; me insultó en inglés con términos que podrían traducirse como "loco de mierda" y otros
con muchos "fuck you".
Entré al consulado por la puerta de servicio y sin ver a nadie me metí en una habitación
subterránea sin ventanas, siguiendo las instrucciones telefónicas del cónsul. Al poco rato
apareció un hombre vestido con un traje de protección radiológica y un recipiente donde guardó
el cilindro de uranio. Ya estaba, todo había terminado, no habría explosión, me iría a casa, pero
el hombre me pidió que me desnudara y pusiera la ropa en una bolsa que había traído.
Contaminado, descontaminación, viaje a Estados Unidos, revisaciones y controles, viaje por
separado de la familia con fecha imprecisa de reencuentro, frases amontonadas, explicaciones
lógicas que yo tendría que haber previsto, pero que en ese momento recibía aturdido mientras
me desnudaba disciplinadamente como si se tratara de una nueva misión.

No tuvieron más tiempo de intentarlo otra vez, a los pocos meses vino el relevo de Viola por
Galtieri y luego la invasión a Malvinas, la gran cama que le tendieron los yanquis al "general
majestuoso".
Me contaron que no detectaron el lugar de la explosión, lo cual no es de asombrarse porque
todo se redujo al estallido de una carga explosiva convencional que no tenía demasiada
potencia. Rivero mirando a Yustopov, Yustopov mirando a Rivero, todos mirándose entre sí,
atónitos ante la polvoreda que se levantaba como una ridícula caricatura del hongo; o a lo mejor
no hubo explosión porque se avivaron después de mi desaparición que algo raro estaba
ocurriendo y descubrieron el sabotaje.
A los tres días de mi desaparición salieron camiones cargados de maquinarias del cuartel,
señal que estaban desmantelando el galpón, así por lo menos lo interpretaron los yanquis. Lo
que pasó en ese lapso son sólo especulaciones, lo mismo que son especulaciones qué fue lo que
le pasó a Yustopov. La noticia propagada por la agencia de prensa soviética, al mes de mi
desaparición, mencionaba un sorpresivo ataque cardíaco ocurrido en su domicilio mientras
dormía. Pobre Yustopov, llegué a quererlo, a lo mejor fue cierto y se murió de un paro cardíaco,

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a lo mejor no lo culparon también a él, no lo sabremos nunca.
Cuando Castro Madero anunció que Argentina estaba en condiciones de enriquecer uranio, la
derrota de Malvinas ya era historia, Alfonsín estaba por asumir y yo todavía estaba en Estados
Unidos. La revisación no había detectado ningún daño clínico importante como resultado de la
alta dosis de radiación que había recibido. El por qué del anuncio en ese momento y cómo
pensaban relacionar la planta de bajo enriquecimiento con un artefacto nuclear de uranio
enriquecido al 90% en caso de que yo no hubiera impedido su detonación, son preguntas que
nunca tendrán respuesta. Aunque Videla seguramente sí tenga las respuestas
Regresé y volví a trabajar en el Centro Atómico y para todos había sido un viaje intempestivo
(qué palabra, mejor cambio por sorpresivo) pero había razones de salud que así lo aconsejaban
y nadie supo la verdad pero a todos les siguió pareciendo muy extraño. Todo pasó hace tanto
tiempo, mis hijos eran chicos y me venían a ver al hospital en Estados Unidos y ahora les cuesta
encontrar un hueco en sus obligaciones para venir a verme a este hospital.
De los tres, Videla, Viola y Castro Madero, Videla es el único que está vivo y podría dar las
respuestas, también es el único que podría decir: "Casi la tuvimos" y por suerte todavía estoy
vivo para contarles a todos que el "casi" fui yo.

Raúl Baleatti, 4 de diciembre de 1995

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