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Una mitad

No es que me voy, es que tu indiferencia me echa.

Te ruego, en silencio y a los gritos

Te suplico, con voz temblorosa,

por un presente de dos.

Pues hace tiempo somos una y una,

hace tiempo dejamos de ser la suma de dos mitades.

Claro que no te culpo, aunque no te entiendo

¡Y válgame Dios que lo intenté!,

hasta con el alma adormecida.

Y es que este encuentro

es mi último intento.

Porque a veces, ya no hay más veces.

Otra mitad

Me tomaste por sorpresa,

cuando el jardín regaba.

Tus ojos no suelen gritar, y tu boca,

esa suave boca, mucho menos llorar.

Es que esa mañana sucedió lo opuesto,

tu entero cuerpo rugió.

Hoy, luego de tanto reflexionar,

logro entender que mucho tiempo estuve sin estar.

Y aunque la intensa apatía no se despega de aquí,

creeme cuando te cuento que regar el jardín nunca,

ya nunca será lo mismo para mí.

Un vecino

Saliendo a pasear lo percibí,

sentí el denso ambiente tajante.

Claro está de donde provenía,


del dolor más profundo de un alma que rehuía.

De salida me encontré con los ojos tristes,

los más tristes que alguna vez vi,

y un ahogado “buen día vecino” exclamó hacia mí.

Infinitos secretos que cuatro paredes esconden,

malditos infiernos que soporta el jardín

Pues un día, la supuesta calma

desfila por el barrio.

Al siguiente, un flete cargado

enuncia un fin.

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