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ESTRUCTURA LOGICA DE LA RELACION JURIDICA

Juan Carlos Smith


(El Derecho 81 – 913)

SUMARIO:
I. La problemática implícita en el tema.
II. Los orígenes del concepto de relación jurídica.
III. La relación jurídica a partir de la doctrina de Savigny.
IV. Las concepciones neokantianas.
V. La relación jurídica según jusfilosofía contemporánea.
VI. Nuestra opinión. Estructura lógica de la relación jurídica.
VII. Relaciones jurídicas implicadas.

I. La problemática implícita en el tema.

Es posible que en la teoría general del Derecho no haya un concepto de más varia y disímil intelec -
ción que el de relación jurídica.
Si bien desde antiguo ese concepto es utilizado por la doctrina como significativo de una vincula-
ción determinada o admitida por una norma jurídica, su función gnoseológica se diversifica no bien adver-
timos que unas veces aparece referido a los sujetos, ya considerados en una vinculación condicionante, ge-
neradora de derechos y obligaciones, ya vistos como sujetos facultados u obligados; otras, a los sujetos
vinculados de determinada manera con las cosas, como ocurre en el caso de las denominadas relaciones
reales; otras más a meros objetos o funciones objetivadas, como cuando aseguramos que dos o más bienes
integran un mismo patrimonio, o dos o más patrimonios están afectados a un mismo fin; y otras, en fin, a
la conexión que establecemos entre ciertos hechos naturales o actos humanos y las posibilidades de acción
u omisión de los sujetos, como cuando de aquellos hechos o actos hacemos depender la potencialidad o la
virtualidad de determinadas consecuencias jurídicas.
Por cierto que ninguna de estas modalidades en que se presentan las relaciones jurídicas queda mar-
ginada de la función objetivamente que cumplen las normas jurídicas en la específica realidad que ellas
determinan. Antes bien: constituyen una característica esencial de dicha función, desde que ella es funda-
mentalmente relacionante del comportamiento humano regulado e incluso de los acontecimientos y ele-
mentos con los cuales o a través de los cuales ese comportamiento se exterioriza empíricamente.
Pero, tanto la diversidad de concepciones jusfilosóficas en torno al ser del Derecho y a sus ingre-
dientes ontológicos, como la heterogeneidad de posiciones doctrinarias difundidas sobre el tema que aquí
tratamos, ha hecho perder de vista la simplicidad y tipicidad con que las relaciones jurídicas se ofrecen al
análisis.
Veamos, en lo que sigue, el desarrollo de esta problemática.

II. Los orígenes del concepto de relación jurídica.

Cuando Aristóteles sentó la premisa especulativa de que el hombre es un ser sociable por naturaleza,
introdujo ya en el ámbito de las ciencias humanas, la idea de relación.
Desde entonces la posición existencial del hombre en el mundo es pensada por la Filosofía como
una situación relacional, a saber: como una necesaria vinculación, ya intelectual, ya emocional o volitiva,
entre el yo y las cosas, entre el hombre y sus semejantes, entre el individuo y la sociedad.
El mismo Aristóteles, al considerar el tema de la Justicia, concibió a ésta, siguiendo a Platón, como
una virtud universal; y siguiendo a los pitagóricos, como una relación de proporcionalidad o de igualdad.
Lo justo, dice, se identifica con lo igual, o sea, con aquella medida que representa el medio o la equidis -
tancia entre lo mucho y lo poco.
Este presupuesto de socialidad lleva a Aristóteles a especificar o particularizar la justicia concibién-
dola no sólo como una función inmanente del alma humana – en si misma considerada – sino, además, co -
mo una relación de alteridad, como un criterio determinativo del equilibrio, del justo medio entre los ac-
tos de los individuos. Así, Aristóteles concibe dos especies de justicia: la primera es la justicia distributi-
va, aplicable en la repartición de las cargas y honores públicos y que consiste en una relación de propor-
cionalidad entre la sociedad y el individuo, denominada proporción geométrica. La segunda es la justicia
igualadora, correctiva o sinalagmática, aplicable a las vinculaciones entre individuo e individuo, que se
exterioriza en una relación de igualdad denominada proporción aritmética. Esta modalidad de la justicia
tiende a lograr que cada una de las partes que intervienen en una relación de derecho, se encuentren en una
situación de paridad con respecto a la otra.

Herederos de gran parte de la cultura helénica, los juristas romanos también aplicaron a través de su
teoría sobre el Derecho y la Justicia, la idea de relación. El carácter de alteridad, tan señalado por Aristóte-
les en su concepción social de la justicia, resurge, con un marcado carácter subjetivista, en la famosa defi-
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nición de Ulpiano: “Justicia est constans et perpetua voluntas jus suum cuique tribuendi”, (“La justicia
es la constante y perpetua voluntad de dar a cada uno su derecho.”). Pero la jurisprudencia romana con-
firió a esta definición un sentido relacional aun más riguroso y preciso que el de la concepción aristotélica;
pues mientras que para ésta la justicia particular era una especie de criterio de proporción o de medida que
asignaba a cada individuo lo que le correspondía independientemente de su voluntad, para los juristas ro-
manos, la función relacional de la justicia llevaba implícito el reconocimiento del poder que tenía un indi -
viduo facultado para exigir al sujeto obligado el cumplimiento de su obligación.
Semejante intuición permitió a la jurisprudencia romana trasladar la idea de relación al campo del
Derecho positivo. El concepto de obligación (ob-ligatio) es el que representa esencialmente esta idea.
Pues significa, a la vez, el nexo o ligamen que une recíprocamente al acreedor con el deudor, y la presta-
ción o sea el acto o abstención que este último está compelido a realizar en interés del primero. “Obligatio
est juris vinculum, quo necesítate adstringimur alicuius solvendae rei, secundum nostra civitatis jura”,
(“La obligación es un vínculo jurídico que nos impone la necesidad de pagar algo a otro, según el derecho
de nuestra ciudad”.). Esta definición que data del siglo VI de nuestra era, contenida en las Institutas, extra-
jo sus elementos de conceptos desarrollados por Juliano, Pomponio y Ulpiano. Pero es principalmente
Modestito quien aportó para ella la idea relacional del juris vinculum. Y los tratadistas que a través del
tiempo comentaron la codificación de Justiniano o fundamentaron sobre bases romanistas el concepto de
obligación, no se han apartado sensiblemente de aquella definición clásica, por lo que la noción de rela-
ción jurídica permaneció como acoplada a dicho concepto. Así ocurrió en Pothier, en Von Thur, en Pla -
niol, en Ripert, en Polacco, etc.

También para la filosofía jurídica escolástica, la noción de relación jurídica fue materia de conside-
ración. En principio Santo Tomás como la gran mayoría de los autores de la escuela adoptaron, respecto
de la justicia, una definición idéntica o muy poco diferente de la de Ulpiano, con lo cual la idea de rela -
ción quedó enmarcada en los límites de la doctrina romana. Pero respecto del Derecho positivo, la relación
jurídica tiene una función más amplia que la que le confirieron los romanos.
Para los escolásticos, el Derecho positivo – la lex humanae – no es sino la actuación histórica y so-
cial de una virtud universal: la Justicia. Por consiguiente, el Derecho positivo se manifiesta a la manera de
una relación objetiva de igualdad determinada por la ley justa entre una persona y el bien común. El indi-
viduo social debe promover esa igualdad a través de sus relaciones de justicia con miras a lograr lo que le
es debido como suyo. La juridicidad de las relaciones intersubjetivas deriva, en consecuencia, para los es-
colásticos, de una relación de medio a fin.
Algunos autores contemporáneos, como Urdanoz y J. Maritain, creyendo interpretar más ceñida-
mente a Santo Tomás de Aquino, afirman que siendo el derecho objetivo un objeto o “medio” de actua-
ción de la justicia, deriva de una relación real de exigencia que radica en el sujeto titular de un “Derecho
subjetivo”. Este derecho subjetivo, por ser precisamente el núcleo constitutivo (la esencia) de la juridici -
dad, se identifica con aquella relación de exigencia.
Dentro de la corriente escolástica, la concepción de Francisco de Suárez constituyó también una in-
terpretación del fenómeno jurídico moral como un sistema de relaciones. Según Suárez, la realidad jurídi-
co moral hállase integrada por las personas vinculadas entre sí por derechos y obligaciones recíprocas res-
pecto de las cosas. Y estos derechos y obligaciones son como “lazos” que brotan de la coexistencia huma-
na constituyendo una realidad distinta y superior a la mera existencia física.

Manuel Kant, por su parte, si bien consideró al derecho como una relación de equilibrio en la co-
existencia de libertades logradas a través de la coacción, no tematizó el problema de la relación jurídica,
tarea que recién llevaron a cabo algunos jusfilósofos neokantianos.

III. La relación jurídica a partir de la doctrina de Savigny.

Según Savigny, el más notable expositor de la Escuela Histórica del Derecho, en la realidad social
concurren y se polarizan un sinnúmero de vinculaciones o relaciones interindividuales. Unos con otros los
individuos se relacionan incesantemente buscando, de una parte, satisfacer sus propias necesidades y, de
otra, equilibrar sus propios intereses con los de los demás. De este espontáneo proceso, como una mani-
festación o producto de la conciencia jurídica popular, surge el derecho objetivo, la norma jurídica positi -
va. Una investigación sobre la función histórica de éste pone al descubierto, para Savigny, la orientación
teleológica de la misma: el derecho positivo tiende a lograr una convivencia social ordenada. Y lo logra
cuando consigue evitar que las vinculaciones o relaciones interpersonales se conviertan, en virtud de los
excesos individuales o de grupos, en un obstáculo que entorpezca el desarrollo de la vida social.
Es imprescindible entonces, según Savigny, determinar mediante reglas fijas un espacio libre dentro
del cual pueda desenvolverse cada voluntad individual. Desde este punto de vista, dice, cada relación de
derecho se presenta como una relación de persona a persona determinada por una regla jurídica. Esta
regla confiere a cada individuo un área de dominio de su voluntad.
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Una relación jurídica es en consecuencia, para Savigny, una vinculación entre dos o más personas
determinada por una norma jurídica. Y tal es la importancia que ella adquiere en la concepción de este
autor que todo su sistema aparece fundamentado en la noción de relación; pues cada institución de dere-
cho aparece como un complejo de relaciones jurídicas entre individuos.
Savigny analiza los elementos de la relación y descubre en ella: “en primer lugar, una materia, es de-
cir, aquella relación en sí misma; y en segundo lugar, la determinación jurídica de esta materia. El primer
elemento puede ser designado como el elemento material de la relación jurídica; el segundo, como el ele-
mento formal, es decir, aquello por lo que la relación de hecho toma el carácter de forma jurídica”.
Ahora bien: la concepción de una íntima conexión entre la norma jurídica determinante (forma) y la
relación jurídica determinada (materia) no es mantenida de una manera rigurosa por el mismo Savigny.
Pues al elaborar su sistema de Derecho Internacional Privado hace abstracción de la norma constitutiva de
la relación y considera únicamente a esta última como si fuese una realidad sustantiva en el fenómeno ju -
rídico. Tan es ello así que, partiendo del análisis de una relación o de un complejo de relaciones, busca en -
contrar el asiento o “siege” de ellas, a fin de aplicarles la ley que sea más conforme con su naturaleza pro-
pia y esencial. Y, evidentemente, hay en esto una contradicción: la que resulta de sostener por una parte,
que una relación jurídica está determinada por un precepto de derecho y expresar, por otra, que los con-
flictos de leyes deben solucionarse aplicando la ley que sea más adecuada a la esencia de dicha relación.
Pero esta contradicción no es la única: pues Savigny se aparta de su concepción inicial expuesta más
arriba, cuando identifica a la relación jurídica con el “dominio de la libre voluntad” – con lo cual la rela-
ción queda identificada con el derecho subjetivo mismo – y cuando, como ocurre al hablar del derecho de
propiedad, la relación es concebida como vinculación entre persona y cosa.

No pocos autores alemanes, contemporáneos de Savigny o posteriores a él, denotaron la influencia


de éste al considerar temáticamente el problema de la relación jurídica.

Así, por ejemplo, Puchta sostiene que las reglas jurídicas determinan relaciones entre los individuos.
Pero identifica a cada relación con un conjunto de facultades emanadas, a su vez, de un núcleo común: los
derechos subjetivos. Estos últimos, considerados por Puchta como entidades independientes – e, incluso
anteriores al derecho positivo – constituyen una especie de centro referencial de cada relación.

Otro autor, Punstchart, sostiene que pueden distinguirse tres especies de relaciones jurídicas: Unas,
abstractas, son las vinculaciones establecidas de un modo general por el derecho objetivo; otras, concre-
tas, son las que resultan de la aplicación del derecho a cada individuo constituyendo la causa o fundamen-
to de la condición jurídica, estado y capacidad de los sujetos; y una tercera, denominadas relaciones de
derecho subjetivo, son las vinculaciones concretas que el derecho objetivo establece entre los individuos.
En esta última categoría estaría, pues, implicada, la noción de vínculo o ligamen con que identifica la
obligación la clásica definición romana.

Para Plósz, el concepto de relación jurídica es inaplicable a los derechos de la personalidad (condi -
ción jurídica, estado y capacidad) de los individuos, ya que la determinación de dichos derechos es una ca-
racterización estática que hace el derecho objetivo, de las situaciones jurídicas de aquellos.
La relación jurídica tiene, en cambio, para este autor, una función dinámica, puesto que tiende a una
modificación futura en los derechos de los sujetos. Se manifiesta a la manera de una unión de dos o más
sujetos, jurídicamente establecida, con miras al cumplimiento de la obligación que tiene uno de ellos. El
derecho subjetivo del sujeto facultado es el momento activo o dinámico de la relación, toda vez que com-
porta la posibilidad de poder modificar el estado de derecho del obligado. La relación jurídica no se refie-
re, pues, según Plósz, a un goce presente de los derechos, sino a la posibilidad de poder conseguir ese go-
ce en el futuro.

Von Ihering, por su parte, identifica el concepto de relación jurídica con el de derecho subjetivo. Y
coloca esta noción, en una relación de medio a fin, frente a la de obligación.
Todos los derechos subjetivos tienden, según Von Ihering, a un fin fijado por el propio concepto
normativo que los delimitan. Y en esa relación dinámica descubren una parte activa individualizable en el
titular del derecho, y una parte pasiva que es el objeto del derecho subjetivo. Pero este objeto puede estar
constituido o bien por un sujeto (persona obligada) o bien por una cosa. Se ve con claridad en la postura
de Von Ihering, el intento de unificar en una sola concepción, las relaciones jurídicas creditorias y reales.
E incluso los derechos subjetivos denominados absolutos o “intransitivos” – como los de la personalidad –
se muestra también, según el autor, con la misma estructura relacional, ya que, en atención al fin que per -
siguen, sólo pueden ser concebidos como una relación del sujeto titular consigo mismo.

IV. Las concepciones neokantianas.


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Como queda puntualizado, la doctrina inmediatamente posterior a Savigny tiende a identificar la re-
lación jurídica con el derecho subjetivo, y a destacar la prevalencia de éste como función generadora de
aquélla. Y es posible que esta tendencia haya sido, en el fondo, la manifestación histórica del prejuicio
subjetivista y jusnaturalista con que operaba el individualismo dominante en el siglo XIX.

Esas direcciones neokantianas han tratado de independizar el concepto de relación jurídica del de
derecho subjetivo, confiriendo a la relación misma una función objetiva y dinámica a la vez. Reproduci -
mos sobre el punto lo que ya hemos explicitado en anteriores investigaciones:

Según Cohen, el fundador de la escuela de Marburgo, carecería de sentido decir que las categorías,
formas conceptuales a priori del entendimiento, se imponen estáticamente a la materia creando una sínte-
sis objetiva inmóvil. El pensamiento puro, aplicado a un contenido fenoménico, produce una realidad di-
námica, una objetividad siempre fluyente a través del despliegue creador del juicio.
El juicio es, entonces, según Cohen, “una unidad dinámica de unión y distinción”, vale decir, una es-
pecie de cópula dinámica, una relación productora de los objetos. Toda realidad natural se transforma de
este modo en un sistema de relaciones y se moviliza a través de la función creadora del pensamiento puro.
Lo propio ocurre, según Cohen, en la realidad espiritual. No ya el pensamiento puro productor del ser,
sino la voluntad pura productora del deber ser, determina que la realidad espiritual se resuelva también en
un sistema dinámico de relaciones de conducta humana.
Debe señalarse aquí que la voluntad pura no crea, como lo hace el pensamiento puro, un objeto fuera
del sujeto. Cohen destaca con la máxima energía, que las relaciones dinámicas del deber ser son direccio-
nes inmanentes y perfectivas de los sujetos.
Estas direcciones se dan en la unidad de la conducta y se manifiestan como posibilidades de acción
u omisión. Así, entonces, la realidad jurídica queda reducida a un sistema de relaciones. Es, al decir de
Cohen, una “unidad entendida dinámicamente como relación creativa, o mejor dicho, como un comple-
jo de relaciones de negocios y de relaciones jurídicas”.
Con el mismo sentido con que Cohen distingue el ámbito objetivo determinado por el pensamiento
puro del creado por la voluntad pura, Rodolfo Stammler, jusfilósofo neokantiano también perteneciendo a
la escuela de Marburgo, distingue dos direcciones en el espíritu: la percepción, que considera al objeto
desde el punto de vista de la causalidad, y el querer o voluntad, que se refiere al objeto en función de su fi -
nalidad. Estas dos direcciones fundamentan dos diferentes tipos de ciencia: la de la naturaleza y las de la
finalidad. La ciencia del derecho se incluye en este último grupo.
Siguiendo a Kant, Stammler distingue dos elementos integrativos del conocimiento: la materia y la
forma a priori. Y dentro de las formas distingue el concepto puro de la idea.
Ahora bien: el conocimiento dirigido sobre la realidad jurídica se lleva a efecto, según Stammler,
conforme al doble orden de distinciones señaladas.
En consecuencia, de acuerdo a la primera distinción (materia forma) se descubren en la experiencia
jurídica los siguientes factores discernibles: a) una materia, o sea el sustrato económico social, condiciona-
do y variable; b) una forma lógica, a priori o invariable, constituida por un sistema de categorías puras,
universalmente válidas.
A partir de este enfoque, las formas lógicas, condicionantes de la experiencia jurídica, funcionan co -
mo formas de relación, comprendidas, todas ellas, en el concepto a priori del derecho. La explicación de
este concepto, es decir, la definición de la realidad jurídica, muestra a esta como un querer (voluntad pura
en sentido lógico) inviolable y autárquico que vincula coactivamente las voluntades individuales.
Se ve claramente aquí el carácter relacional que confiere Stammler al derecho, en tanto regulación
coactiva de la conducta. Pues la realidad fenoménica sobre la cual se dirige el conocimiento jurídico es un
conjunto de relaciones normativamente establecidas, a través de la cuales, las voluntades individuales mu-
tuamente entrelazadas, son determinadas en su contenido por una voluntad jurídica. En el carácter entrela-
zante o vinculatorio del derecho radica, precisamente, en su función relacional.
De acuerdo a la segunda distinción (concepto idea), el campo del conocimiento jurídico resulta divi -
dido en dos grandes sectores: a) el de la lógica jurídica, cuya tarea es determinar el universal lógico del
derecho y los conceptos fundamentales implicados en él; y b) el de la deontología, cuya tarea es investigar
al derecho según un ideal de justicia entendido como forma pura a priori, como centro turístico regulador
de la propia realidad jurídica. Este ideal, a modo de estrella polar, orienta la función legisladora hacia la
totalidad del querer.
Cuatro máximas fundamentales de carácter formal expresan, según Stammler, el ideal de justicia: 1)
una voluntad no debe quedar subordinada a la arbitrariedad de otro; 2) toda exigencia jurídica debe ser tal
que en el obligado se siga viendo al prójimo; 3) un individuo jurídicamente vinculado nunca debe quedar
excluido por la arbitrariedad de otro; 4) todo poder jurídico de disposición solo podrá excluir a los demás
de tal modo que en el excluido se siga viendo al prójimo.
Es de destacar que en esta formulación se destaca con toda nitidez el carácter relacional que para
Stammler tiene la idea de justicia. Pero su carácter es meramente lógico formal, pues se desarrolla a modo
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de principios que, siendo puras formas de orden, permiten cualquier contenido regulativo. Y su función
ordenadora consiste en que, a través de dichos principios, se trata de establecer relaciones de equilibrio, ya
sea entre las voluntades individuales, ya sea entre la voluntad de un individuo y la del Estado.

También la escuela de Baden ha hecho objeto de su consideración a la relación jurídica.


Según Emilio Lask, todo hecho cultural – y el fenómeno jurídico muy especialmente – admite un ti -
po de investigación científica que delimita una región objetiva intermedia entre la causalidad natural y los
valores supraempíricos. Es la investigación lógico sistemática, que pone al descubierto la región de los
significados normativos y su validez.
A partir de este enfoque metódico resulta posible, según Lask, considerar a cada significación nor-
mativa como una forma categorial relacionante de los hechos que caen bajo su función operativa. El dere -
cho queda entonces reducido, también para Lask, a un complejo de relaciones.

Lowenstein, otro autor de la escuela de Baden va incluso más lejos, tratando de determinar un con-
cepto a priori que haga posible el conocimiento científico del derecho.
Todos los conceptos son, según Lowenstein, el producto de un proceso o desarrollo del pensamiento
en el cual se aplica la noción de relación, ya sea concebida como una simple unión intelectual de elemen-
tos, ya sea concebida como un complejo de vinculaciones.
Ahora bien: el derecho consta de un conjunto de proposiciones normativas que no son sino la expre-
sión verbal de un sistema de relaciones intelectuales. Estas relaciones no son el producto de una observa -
ción empírica, sino funciones aplicadas a priori a la realidad jurídica. Así, pues, tener derecho a algo, o es-
tar obligado a algo, significa a priori “estar en relación”.

Como bien lo destaca Ferrer Arellano, es dable observar que para Lowenstein la relación jurídica
tiene un sentido muy diferente al que le había conferido Cohen. Pues mientras que para este la relación es
producción dinámica de la realidad determinada por la voluntad pura. Lowenstein la concibe como una
condición a priori de la experiencia, vale decir, una relación trascendental con la función de una categoría
kantiana.

V. La relación jurídica según la jusfilosofía contemporánea.

Para ubicar ontológicamente al derecho el jusfilósofo italiano Giorgio Del Vecchio sigue el mismo
camino del criticismo neokantiano de Marburgo: determinar, a través de la definición, el universo lógico
del objeto.
En ese intento Del Vecchio lleva a efecto un análisis crítico fenomenológico acerca de los elementos
integrativos de la acción humana, análisis que pone de manifiesto la estructura de la relacional de esta.
Una acción humana – sostiene Del Vecchio – es un hecho de naturaleza que, al mismo tiempo, es un
hecho de voluntad. Todo acto consta de dos elementos: uno extrínseco, que es una manifestación objetiva,
una realidad que pertenece al mundo físico, y otro intrínseco, que es una intención, un estado de ánimo,
una afirmación de voluntad. Un fenómeno es un acto, sólo en cuanto emana de un sujeto, cuando expresa
la determinación de una voluntad, un contenido suyo. Todo acto es, por consiguiente, interno y externo a
la vez, resultando artificiosa e inconsistente la tradicional distinción entre actos internos y actos externos.
Ahora bien: según Del Vecchio los actos humanos pueden considerarse desde dos aspectos: a) con
relación al propio sujeto que los realiza, y b) relacionando los actos de ese sujeto con los actos de los de -
más. En el primer aspecto, de las varias acciones posibles para un sujeto, solo una resulta preferida por és -
te quedando excluidas las demás por no ser compatibles con el principio ético que las determina. La co -
rrección de acciones es, en este caso, meramente subjetiva. Al hacer de un sujeto se opone el omitir del
mismo sujeto. La antítesis se da, pues, aquí, solo como necesidad positiva o negativa impuesta por el de-
ber moral. En el segundo aspecto, una determinada acción, en lugar de ser correlacionada con las demás
acciones del mismo sujeto lo es con los actos de otros sujetos. A la acción ya no se le contrapone única -
mente la omisión por parte del mismo sujeto, sino el impedimento por parte de los otros, estableciéndose
por consiguiente una consideración objetiva (o mejor dicho intersubjetiva) del obrar. Si se afirma que una
acción es, en este sentido, conforme al principio ético que la determina, con ello se está afirmando que por
parte de otros sujetos no debe ser realizada una acción incompatible con esta. Esta coordinación objetiva,
que se traduce en una serie de posibilidades e imposibilidades de acción entre varios sujetos, constituye el
campo del derecho.
Tras este análisis fenomenológico Del Vecchio define al derecho como la coordinación objetiva de
las acciones posibles entre varios sujetos, según un principio ético que las determina, excluyendo todo im-
pedimento.
Un precepto jurídico implica, entonces, según Del Vecchio, una relación intersubjetiva de la conduc-
ta humana, un vínculo entre personas en virtud del cual una de ellas puede obrar libremente hasta donde el
marco normativo lo permite quedando las otras obligadas a no ejercer impedimento alguno contra aquella
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acción. La coordinación objetiva de acciones en que el derecho consiste no es ni más ni menos que una re -
lación normativamente establecida entre facultados y obligados.

Otro jusfilósofo contemporáneo que ha realizado una penetrante investigación en torno al tema de la
relación jurídica es Cicala.
Sostiene este autor que, a partir de Savigny, toda relación jurídica viene siendo concebida como una
vinculación entre el sujeto de derecho y el mundo exterior (personas o cosas) establecida y regulada por el
derecho objetivo. Pero estas relaciones con el mundo exterior que se traban y constituyen en la vida social,
resultan meros procesos finitos y contingentes si la mente humana no opera con una previa posición rela-
cional, categorizante, que vincule los actos con constricción y necesidad lógicas.
Savigny admite que todo derecho subjetivo es la base de relaciones jurídicas – expresa Cicala –. Pe -
ro ello no resuelve la dificultad si se opera bajo el supuesto de que tal derecho subjetivo es una relación
del hombre consigo mismo. Tal dificultad sólo puede ser superada si se reconoce que la relación jurídica
es una necesaria vinculación gnoseológica entre el sujeto y el orden jurídico. Veamos:
La ciencia del derecho considera al orden jurídico de un modo abstracto, aislando o agrupando los
conceptos por razones de economía metódica. En cambio, el espíritu humano prefiere referir ese orden ju-
rídico a las situaciones concretas de la vida. Realízase, entonces, en la mente, un proceso ideal de concre -
ción de las normas jurídicas cuyo momento culminante es, precisamente, la relación jurídica.
De esta manera, los preceptos abstractos y generales que integran el orden jurídico adquieren una in-
minencia específica, real y concreta no bien entran en la relación con los individuos al verificarse en los
hechos cada uno de los supuestos normativos.
Relación jurídica es, en consecuencia, según Cicala, una vinculación de tipo ideal entre el sujeto de
derecho y el orden jurídico positivo, constituida con necesidad lógica cuando aquel sujeto se encuentra
en una de las situaciones estatuidas por el propio ordenamiento.
Conforme a esta concepción, la relación jurídica es puesta por el espíritu y se manifiesta como una
síntesis entre la función normativa del ordenamiento jurídico y la función relacional del conocimiento
cuando se da una situación de hecho que afecta a uno o más sujetos.
Es también la de Cicala, una concepción de profundo sesgo neokantiano.

Quien ha considerado a la relación jurídica como pura actuación normativa, cuya función es descrip-
ta por la ciencia jurídica, es el fundador de la escuela de Viena, Hans Kelsen.
Según Kelsen, la ciencia del derecho se vale de juicios estructurados con la cópula debe ser (regla de
derecho) para describir a su objeto constituido por las normas jurídicas. Estas regulan el comportamiento
humano y aquellas describen tal regulación.
Las reglas de derecho son, al igual que las leyes naturales, juicios hipotéticos que establecen una re-
lación entre una condición y una consecuencia según el esquema relacional “Si A, entonces B”. Esta rela-
ción no es, sin embargo, la misma en los dos casos. La ley natural expresa: “Si A es, entonces B es”, (si se
produce el acontecimiento A, entonces el acontecimiento B le sigue necesaria o probablemente). Ejemplo:
“Si se somete al calor un cuerpo metálico se produce la dilatación de éste”.
La regla de derecho establece, en cambio, una relación diferente. Expresa: “Si A es, entonces B debe
ser”. (Si el acontecimiento A se produce, entonces debe ser el acontecimiento B, aunque en los hechos B
no se produzca”). Ejemplo: “Si un individuo comete un robo, debe ser sancionado con pena de prisión”.
En el esquema de la ley natural, la relación entre la condición y la consecuencia es una relación de
causa a efecto y condiciona el modo categorial de conocer del científico racionalista. En cambio, en el es-
quema de la regla de derecho la relación es de imputación: la consecuencia jurídica (sanción) es imputada
a la condición jurídica (ilicitud), actitud que caracteriza el modo constante de conocer del jurista.
En ambos casos, la respectiva relación, integrada a través del conocimiento, es expresada, según
Kelsen, mediante un juicio hipotético, lo cual permite establecer una analogía entre la regla de derecho y
la ley causal y, en última instancia, entre el principio de imputación y el de causalidad. Pues del mismo
modo que la ley natural expresa una realidad constante y necesaria entre dos fenómenos, la regla del dere-
cho es una ley social que expresa el carácter normativo de su objeto (las normas jurídicas) afirmando que
una determinada consecuencia debe seguir a cierta condición.
Afirma Kelsen que solo la circunstancia de que el derecho sea un sistema de normas aplicable a la
conducta humana, permite a la regla del derecho describir a estas normas según el esquema de la imputa -
ción de una consecuencia a una condición.
En consecuencia, para la concepción kelseniana, el derecho queda reducido a un sistema de relacio-
nes jurídicas entre hechos de conducta humana que son enlazados entre sí mediante la función prescrip-
tiva de las normas, enlace que es descripto por las reglas de derecho.
Pero, ¿cómo se relacionan dentro de una fórmula tan simple los deberes y derechos de los indivi-
duos? Veamos:
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Kelsen dirige en su Teoría Pura del Derecho una muy severa crítica a la doctrina tradicional en
cuanto ésta sobrevalora al derecho subjetivo y considera a la relación jurídica como una conexión entre
sujetos independiente y separada de las normas jurídicas (aunque determinadas por estas).
La teoría tradicional, expresa Kelsen en dicha crítica, se ha esmerado en destacar las nociones de de-
recho subjetivo y sujeto de derecho porque opera con un prejuicio ideológico. Sus representantes, que di-
cen tener preocupaciones sociológicas pero que en realidad tienen simplemente una inclinación por el de-
recho natural, introducen en la doctrina de las relaciones jurídicas un dualismo – que recuerda al derecho
objetivo y el derecho subjetivo – distinguiendo entre derechos personales y derechos reales, según que se
trate de una relación entre dos o más sujetos o entre un sujeto y una cosa.
La propiedad – prosigue Kelsen – es considerada como el derecho real por excelencia y sirve de
punto de partida a toda aquella construcción. Se suele definir como el dominio exclusivo de una persona
sobre una cosa y se le opone a los derechos creditorios que fundamentan relaciones jurídicas de naturale-
za únicamente personal. Esta distinción, que desempeña una función importante en la teoría del derecho
civil presenta un marcado carácter ideológico, pues en rigor de verdad, “la propiedad es una relación entre
el propietario y todos los otros sujetos de derecho, que deben, por el derecho objetivo, respetar el poder
exclusivo del propietario sobre la cosa. Pero la ciencia jurídica tradicional se rehúsa a admitir que el dere -
cho subjetivo del propietario solo sea un aspecto secundario del deber de los otros sujetos de derecho; in-
siste sobre el carácter primario de los derechos subjetivos y llega hasta identificarlos con el derecho mis -
mo”.
Algunos, continúa Kelsen, llegan hasta pretender que el derecho no es una noción jurídica y que úni-
camente existen deberes morales. La ciencia del derecho conocería derechos subjetivos , pero no deberes
jurídicos. Sin embargo, un orden coactivo como es el derecho, tiene por función esencial establecer una
relación normativa entre la conducta de un individuo y un acto de coacción destinado a sancionar esta
conducta; y es dicha relación de donde resulta el deber de conducirse de una determinada manera a fin
de evitar la sanción.
El deber jurídico desempeña, en consecuencia, para Kelsen, una función mucho más importante que
el derecho subjetivo, aun cuando ambos aparecen vinculados en la estructura relacional de la norma jurídi-
ca.
Dicha vinculación resulta de un modo indirecto, es decir, mediante la inferencia de los conceptos ju-
rídicos implicados, pues la relación jurídica entre el sujeto obligado y el sujeto facultado no aparece direc-
tamente expresada en la norma.
En efecto: Kelsen centra toda su atención en las denominadas por él, normas primarias, es decir, las
que prescriben una sanción frente al supuesto de una ilicitud. Las normas secundarias (las que se limitan
a prescribir deberes o facultades de los individuos, sin imputar al incumplimiento de ellas, sanción algu -
na), son consideradas por la Teoría Pura como meros conceptos auxiliares de la ciencia del derecho.
Un individuo está jurídicamente obligado a adoptar una conducta determinada en la medida en que
la norma jurídica hace de la conducta contraria la condición para que se efectivice una sanción.
Y el derecho subjetivo, que se exterioriza mediante el ejercicio por parte del facultado (lesionado en
sus intereses por un acto ilícito) de una querella o una acción judicial de otro tipo, es concebido por Kel-
sen como una condición más para que, puesto en movimiento el mecanismo procesal, se aplique el acto
sancionatorio. Solamente cuando una norma jurídica coloca así a un individuo en posición de defender sus
intereses, crea un derecho subjetivo a su favor. Este derecho no puede ser opuesto al derecho objetivo, da-
do que existe en la medida en que ha sido creado por este.

Frente al tratamiento extrasistemático que confiere Kelsen a la relación jurídica entre el sujeto facul-
tado y el sujeto obligado, Carlos Cossio, fundador de la escuela Egológica, da cabida a dicha relación en
su “norma doble”.
Según Cossio, las normas jurídicas, al par de cumplir una función reguladora de la conducta, desem-
peñan también, ellas mismas, una función gnoseológica, constituyendo las estructuras lógicas de que vale
el científico del derecho para conocer su objeto propio, a saber: la conducta humana en su libertad y crea -
ción.
Así, desde esta perspectiva, cada norma jurídica completa establece, en tanto categoría lógico tras -
cendental, un sistema de relaciones en el objeto jurídico (conducta) que comprende todas las posibilidades
de acción correspondientes a un factum normado.
Esa “norma doble” completa consta de dos tramos normativos, a saber: 1º) una endonorma en la
cual se establece una relación entre la condición (constituida por un hecho ilícito) y la consecuencia de esa
condición (prestación) y se coloca al sujeto obligado frente al sujeto pretensor; y 2º) una perinorma, que
determina una relación entre la condición (constituida por un hecho ilícito) y la consecuencia estatuida
(sanción), al tiempo que vincula al órgano que está obligado a sancionar, con la comunidad pretensora,
que puede exigir al órgano el cumplimiento de su deber.
La perinorma y la endonorma están, a su vez, relacionadas, constituyendo ambas, al decir de Cossio,
un único vínculo disyuntivo en disyunción proposicional.
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El esquema de la norma doble, propuesto por Cossio en su Teoría Egológica del Derecho, es el si-
guiente:
Endonorma
Dado un hecho en su determinación temporal (Ht) debe ser la prestación
(P) por un sujeto obligado (So) frente a un sujeto pretensor (Sp)

Perinorma
Dada la no prestación (No p) debe ser la sanción (S) a cargo de un
Órgano obligado (Fo) frente a la comunidad pretensora (Cp).

Es de señalar que Cossio, al desarrollar los concepto fundamentales que integran la norma jurídica
completa, destaca con toda nitidez en la esquematización de esta, las relaciones expresadas mediante los
conceptos debe ser y o. El primero vincula, tanto en la endonorma como en la perinorma, la condición con
las consecuencia. El segundo vincula la perinorma con la endonorma.
Pero no ocurre lo mismo con la relación existente entre el sujeto obligado y el sujeto facultado (en la
endonorma) o entre el órgano obligado y la comunidad pretensora (en la perinorma) – relación esta última
que por otra parte es igual a la anterior –. Nótese que este tipo de vinculación no aparece expresado en el
esquema por ningún concepto relacional; pues de los diez conceptos fundamentales, que integran la norma
doble, solo dos – deber ser y o – cumplen, según Cossio, una función relacional. Sin embargo, tanto la en-
donorma como la perinorma se estructuran según un único esquema relacional. Y aunque la fórmula pro-
puesta por Cossio no lo destaca, lo cierto es que ese único esquema se resuelve en una doble relación, a
saber: a) la que vincula la condición con la consecuencia, y b) la que liga al deber (obligación) con la fa-
cultad (derecho subjetivo).
Esta es, por otra parte, la propia interpretación de Cossio, toda vez que su teoría vincula sistemática-
mente al sujeto obligado con el sujeto facultado en la permanente interferencia intersubjetiva de conductas
en que el fenómeno jurídico se da.

Quien ha puesto de relieve la doble estructura relacional de una norma jurídica, ya se trate de norma
primaria (perinorma, según Cossio) o de norma secundaria (endonorma), ha sido Eduardo García Maynez,
con motivo de un análisis crítico que llevó a efecto sobre la estructura normativa propuesta por Kelsen.
Al centrar su atención sobre la fórmula kelseniana “Si A es, debe ser B”, sostiene García Maynez
que ella resulta insuficiente, toda vez que alude solo a una de las consecuencias jurídicas (el deber) y pasa
por alto el otro término de la relación (la facultad).
Únicamente esta fórmula podría ser aceptada – sostiene García Maynez – si se entiende que con la
expresión “debe ser B” se alude, en todos los casos, a un deber correlativo de un derecho, pues el hecho
condicionante expresado por el tramo “Si A es”, no da origen solamente a un deber de un sujeto, sino tam-
bién, correlativamente, a una facultad de otro.
Dada la índole bilateral del derecho, la regulación jurídica obliga y faculta a un tiempo. Por lo tanto,
esa regulación es imperativo atributiva, en contraste con las reglas del trato social y los preceptos éticos,
que son puramente imperativos y que por lo tanto, obligan, pero no facultan.
Toda norma jurídica – expresa García Maynez más adelante – otorga facultades correlativas a debe-
res. Es en razón de ello que estas normas expresan su cópula, unas veces mediante el verbo “debe ser”, y
otras mediante términos tales como “tener derecho”, “estar facultado”, poder hacer lícitamente”, etc.
Al cumplir su función imperativo atributiva, agrega, la cópula no imputa las consecuencias normati-
vas a los sujetos de la regulación como cualidades de éstos o expresión de ciertas características de su con-
ducta efectiva, sino, en un caso, como exigencia de que el obligado se comporte en la forma prescripta y,
en otro, como autorización concedida al pretensor para proceder de tal o cual manera. La referencia a ca-
da uno de los sujetos implica una referencia correlativa al otro, puesto que el imponer a uno un deber su -
pone el otorgar al otro, el derecho de exigir el cumplimiento: del mismo modo que el atribuir a uno un de -
recho implica el imponer a otro u otros, el deber de observar la conducta exigida para la satisfacción de las
facultades del pretensor.

VI. Nuestra opinión. Estructura lógica de la relación jurídica.

Ante todo, señalamos aquí que no participamos de la tesis de que la norma jurídica sea un juicio y
cumpla, por consiguiente, una función gnoseológica como lo sostiene Cossio. Ni participamos de la con-
cepción kelseniana que confiere al “deber ser” el carácter de una categoría lógico trascendental.
Sólo se puede conocer “el ser”, aunque ese “ser” sea un deber ser.
Vale decir, el deber ser no es para nosotros una categoría de conocimiento, sino una categoría del
obrar.
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También hemos de reobrar aquí sobre conceptos ya explicitados en anteriores trabajos.


Según nuestra concepción, la ciencia del derecho se estructura lógicamente con juicios del ser, que
son los únicos que, por su función significativa, resultan capaces de enunciar, es decir, de afirmar o negar,
expresando un acto de conocimiento con pretensión de verdad. Y el objeto de esa ciencia es un objeto de
estructura compleja, constituido por dos elementos que se exigen y coimplican mutuamente con necesidad
ontológica. Estos elementos son: la norma jurídica y la conducta normada consideradas ambas en una
unidad. Pues al jurista le resulta tan imposible conocer a una norma prescindiendo de la conducta que re-
gula, como conocer la conducta regulada sin el sentido que le confiere una norma. Norma y conducta se
correlacionan, por lo tanto, en una estructura ontológica inescindible, constituyendo un único objeto de
conocimiento.
Ahora bien: las normas jurídicas no expresan fundamentalmente un acto de conocimiento, aunque
presupongan a éste, sino que expresan un acto de voluntad. Por lo tanto no describen a la conducta huma-
na sino que la prescriben. Pero esa prescripción es siempre una prescripción relacional: una prescripción
destinada a regular, frente a determinados supuestos de hecho (hechos naturales, actos humanos u objetos
materiales) un régimen de alteridad, de coexistencia social.
Como bien lo señala García Maynez, toda norma jurídica prescribe una directa y simultánea, como
términos correlativos recíprocamente vinculados y sujetos ambos a la previa producción de un hecho an-
tecedente y condicionante, deberes jurídicos y facultades jurídicas, es decir, obligaciones y derecho sub-
jetivos.
Así, frente al deber prescripto a uno o más sujetos de realizar determinadas acciones u omisiones
cuando se han dado ciertas condiciones, hállase simultáneamente concedida por la misma norma (o por
otras que la complementan) una facultad atribuible a otro u otros sujetos para exigir mediante ciertos pro -
cedimientos el cumplimiento de aquel deber. Y, viceversa, frente a la facultad concedida a uno o más suje-
tos para que, dadas ciertas condiciones puedan realizar u omitir determinados actos, hállase simultánea-
mente prescripto el deber de los demás de no impedir el ejercicio de aquella facultad.
Poco importa que el deber y la facultad prescriptos aparezcan ambos explícitamente expresados en
la norma jurídica creada: Puede esta referirse en modo expreso solo a deberes y facultades. Pero, en todos
los casos, el acto creador de una norma jurídica establece siempre, para la conducta que regula, una doble
relación: a) la que vincula la existencia de un deber y de una facultad a la previa producción de un hecho
antecedente; b) la que vincula entre sí al deber con la facultad.
Conforme a lo dicho, cuando una norma jurídica ha sido creada en un proceso histórico concreto, y
su vigencia aceptada como un hecho dentro de ese mismo proceso, el deber y la facultad prescriptos por
esa norma son y existen desde el momento mismo en que queda realizada la situación de hecho que condi-
ciona su existencia como tales. Son y existen con tal prescindencia de su cumplimiento concreto como
obligación o de su ejercicio concreto como derecho subjetivo. Son y existen como sentido jurídico, como
vinculación normativa de la conducta normada, como modalidades de acción u omisión realizables.
Ahora bien; si lo que la regulación jurídica prescribe en modo directo para el supuesto de que se den
ciertas situaciones de hecho caracterizadas como condición jurídica, son deberes jurídicos y facultades ju-
rídicas correlativamente vinculadas, es evidente que la realización concreta de los actos prescriptos por
una norma como consecuencia imputable a aquella condición, solo puede ser aprehendida por el conoci-
miento e imputada dicha condición como cumplimiento de dichos deberes o como ejercicio de tales facul-
tades.
Esta observación puede ser verificada analizando el significado que en los hechos tiene la sanción
jurídica:
La ejecución de un acto coactivo imputable al supuesto de incumplimiento de un deber jurídico – in-
cumplimiento que se caracteriza en derecho como ilicitud o antijuridicidad – no aparece prescripta por la
regulación jurídica como un mero hecho que debe seguir, por sí mismo, nuda e inmediatamente, al hecho
que lo condiciona. Aquel acto coactivo está prescripto a modo de un deber especial, a saber: el deber de
sancionar que tiene un sujeto jurídicamente caracterizado como órgano de la comunidad, deber que, a su
vez, hállase correlacionado con la facultad que tiene la comunidad misma para exigir su cumplimiento.
Y lo que aquí se afirma con respecto a la sanción, resulta extensivo a toda otra forma de consecuen-
cia jurídica. Vale del mismo modo con relación a los deberes y facultades prescriptos por la norma prima-
ria (perinormas, según Cossio), como con relación a los deberes y facultades prescriptos por las normas
secundarias (endonormas).
Así, la posesión judicial que un hijo adquiere sobre los bienes que pertenecieron a su extinto padre,
sólo puede ser imputada por el conocimiento al hecho condicionante, que es la muerte de su progenitor,
como ejercicio de la facultad jurídica que ese hijo tiene en su carácter de heredero universal de su padre.
Y, correlativamente, el otorgamiento que ha efectuado el juez de aquella posesión, sólo puede ser imputa-
do al hecho de la muerte del causante, como cumplimiento del deber jurídico que tiene el órgano jurisdic-
cional de otorgar la posesión a los legítimos herederos.
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Si, de un modo general, todo método cognoscitivo ha de atender al modo de ser esencial de su obje-
to, el método del conocimiento jurídico no puede dejar de atender al sentido que la conducta normada tie-
ne según el orden vinculatorio establecido por la norma jurídica.
Siguiendo ese orden vinculatorio, lo que el conocimiento jurídico imputa, directa o inmediatamente,
a ciertos hechos caracterizados como condición, no son otros hechos consecuentes, sino el deber de reali-
zar estos hechos y la facultad de exigir su cumplimiento. Y se cumpla o no se cumpla ese deber; se ejerza
o no esa facultad en el devenir histórico concreto, lo cierto es que el acontecimiento jurídico los aprehende
simultáneamente, tales como son y existen, a saber: como modalidades de acción u omisión normativa-
mente determinadas y vinculadas; como elementos de la consecuencia jurídica directa y simultáneamente
imputables a una condición jurídica.
Solo cuando ese deber y esa facultad son aprehendidos como actuación histórica concreta; es decir,
cuando los actos humanos son comprendidos en el curso de su propia realización histórica como cumpli-
miento de un deber o como ejercicio de una facultad jurídica, recién entonces el conocimiento reconoce
en esos hechos el carácter de consecuencias jurídicas, y sólo entonces los imputa, como hechos conse-
cuentes, al hecho condicionante.
Ya sea, pues, que se hagan presentes como modalidades de acción u omisión realizables, ya como
modalidades de acción u omisión realizadas, es de toda evidencia que el deber jurídico y la facultad jurí-
dica se manifiesta siempre como términos permanentes correlacionados en las relaciones normativas de la
conducta, constituyendo ambos, en forma simultánea, la consecuencia jurídica imputable a una condición
jurídica.
Esto nos permite sostener que el esquema imputativo, según el cual el conocimiento aprehende el
sentido jurídico de la conducta normada y relaciona una consecuencia jurídica en su condición, es el si -
guiente:

Concepto.

Condición relacionante Consecuencia


Si el hecho A, es son D (el deber jurídico
del sujeto obliga-
do)
F (la facultad jurí-
dica del sujeto ti-
tular del derecho
subjetivo).

Esta esquematización lógico trascendental muestra, en primer lugar, cuales son los factores discerni -
bles que aparecen vinculados por el sistema jurídico y, en segundo lugar, cual es el movimiento relacional
que establece el conocimiento siguiendo precisamente el orden vinculatorio determinado por dichas nor-
mas en su función prescriptiva de la conducta. Y ya se trate de hechos prescriptivos en las normas prima -
rias o de hechos regulados por las normas secundarias, lo cierto es que tanto el tránsito doblemente rela-
cional, como los elementos relacionados, permanecen idénticos.
En consecuencia, podemos definir a la relación jurídica en un doble sentido:

a) Como la vinculación establecida por una norma jurídica entre una condi-
ción y su consecuencia, en virtud de la cual el conocimiento imputa ésta
a aquella.
b) Como la vinculación establecida por esa misma norma, entre el deber u
obligación de un sujeto y la facultad o derecho de otro, integrando am-
bos simultáneamente, la consecuencia jurídica.

Adaptando, en cierto modo a esta definición la terminología kelseniana podemos distinguir uno de
otro, estos dos aspectos de la relación jurídica, denominando al primero relación periférica y al segundo,
relación central.
La simplicidad del esquema relacional que acabamos de definir es el producto de una abstracción di-
rigida a presentar la relación jurídica en sus elementos y funciones esenciales. Dondequiera que exista una
regulación jurídica de la conducta, tal regulación se da con la estructura relacional señalada. Y así la
aprehende el conocimiento, después de haber eliminado o de haber subsumido en un único concepto, los
factores inesenciales.

VIII. Relaciones jurídicas implicadas.


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La compleja trabazón de las circunstancias que dinamizan la vida social – a las cuales el orden jurí -
dico se refiere en su función reguladora – hace que las relaciones jurídicas no se presenten aisladas sino en
un sistema complejo; de modo tal que cada uno de los elementos que integran una estructura relacional
suelen constituir, a menudo, la síntesis de un conjunto de relaciones implicadas en la principal.
Según las particularidades empíricas que toma en consideración el acto normativo, estas relaciones
implicadas pueden quedar comprendidas tanto en la condición como en la consecuencia jurídica, veamos:
Un típico ejemplo de relación jurídica implicada en la condición nos lo da el siguiente supuesto:
Consideremos un contrato celebrado entre A y B. Tal contrato constituirá efectivamente la condición jurí-
dica para que A resulte obligado frente B, cuando su existencia y validez como contrato sean, a su vez, la
consecuencia jurídica de otras circunstancias condicionantes, a saber: que tenga un objeto lícito; que se
haya observado en su otorgamiento la forma establecida por la ley del lugar de celebración; que a la fecha
de celebrarlo, A y B hayan tenido la capacidad necesaria, etc.
De tal modo están concatenadas con la principal estas relaciones jurídicas implicadas, que la falta de
integración de una de ellas puede a su vez constituir la condición de una nueva consecuencia jurídica, co-
mo es la inexistencia o la nulidad de la relación principal. Esto último ocurre, por ejemplo, cuando, por ra -
zón de la incapacidad de los contratantes o la inobservancia de las formas estatuidas, (condición) se decre-
ta la nulidad el contrato (consecuencia).
Otro ejemplo de relación jurídica implicada en la condición de otra principal encontramos en los ca-
sos de ciertas vinculaciones individuales, a las cuales una norma de derecho imputa una determinada con-
secuencia jurídica.
Así, la existencia de una relación paterno filial es la condición normativamente prevista para generar
consecuentes derechos y deberes del padre y del hijo.
Pero tal relación paterno filial es, a su vez, la consecuencia jurídica de una circunstancia condicio -
nante previa instituida por otra norma: el reconocimiento voluntario o forzoso del hijo.
Y constituye también un ejemplo de relación jurídica implicada en la condición, el supuesto de un
conflicto de leyes previsto por una norma de derecho internacional privado, al cual esta imputa el deber
del juez de aplicar en el caso ocurrente la ley por ella indicada. Pero ese conflicto de leyes es, en el fondo,
la exteriorización lógica de la consecuencia jurídica establecida por una norma consuetudinaria de derecho
internacional privado: aquella que atribuye a cada Estado la potestad de dictar sus propias leyes en el terri-
torio sujeto a su soberanía.
También los elementos integrantes de la consecuencia jurídica establecida por una norma de derecho
resuélvese a menudo en relaciones jurídicas implicadas.
Así, el ser sujeto facultado o ser sujeto obligado (funciones estas imputables por igual a una condi-
ción jurídica normativamente establecida) implican la circunstancia condicionante prevista por la norma
adjetiva para una consecuente legitimación procesal activa o pasiva.
Y del mismo modo, los supuestos de obligaciones simplemente mancomunadas y obligaciones soli-
darias reglados por nuestro ordenamiento civil – supuestos que integran la consecuencia jurídica imputa-
ble a una determinada causa fuente obligacional – implican a su vez una amplia serie de relaciones jurídi-
cas accesorias entre los sujetos obligados, que condicionan los derechos y obligaciones recíprocos de es-
tos.
Otro tanto ocurre en el sistema del derecho sucesorio, donde cada heredero está ligado con los de-
más a través de una serie de relaciones jurídicas implicadas en sus respectivas facultades y obligaciones.

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