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🧷 El Modernismo

Desde finales del siglo XIX, surgen en Europa y América corrientes de ideas
de tipo disidente con el modelo burgués. La gran época del progreso (“Belle
Époque”) coincidió con un gran cambio social, una etapa de grandes tensiones
políticas e imperialistas en Europa que abarca desde la década de 1880 hasta el
estadillo de la Primera Guerra Mundial. En España, estas ansias de renovación se
producen en medio de una decadencia política y de graves problemas sociales
derivados del denominado “desastre del 98”. En este contexto de incertidumbre, los
artistas comienzan a poner en duda la viabilidad del modelo decimonónico burgués,
basado en el positivismo de Comte, y se identifican con una visión más pesimista
del mundo influida por la filosofía de Nietzsche y Schopenhauer.
Los modernistas coincidían en su actitud rebelde frente a los valores
burgueses, en su rechazo al materialismo y la deshumanización del mundo
capitalista. Pero, con el tiempo, el término “modernista” se fue reservando para
designar a aquellos autores que encauzaron su inconformismo hacia la búsqueda
de la belleza y de lo exquisito. Desde París, y sus ambientes más bohemios, se
difundió este “Art Nouveau” que se materializó en todas las disciplinas artísticas
(arquitectura, pintura, moda, literatura). El Modernismo, influido directamente por el
simbolismo y el parnasianismo franceses, pero también deudor del subjetivismo del
Romanticismo, tiene como principios la belleza y la perfección formal.
En la tradición hispánica, nace con el cubano José Martí y el nicaragüense
Rubén Darío, su introductor en España y su máximo representante.
Tradicionalmente, los autores de esta época han sido divididos en dos grupos:
modernistas y noventayochistas. Esta división se considera hoy superada, y tanto el
Modernismo como la generación del 98 se contemplan como dos aspectos de un
mismo movimiento literario: la renovación literaria de principios del siglo XX.
En el plano formal, destaca el deseo de renovación. Esto se consigue a
través del predominio de los valores sensoriales. Esto se traduce en un abundante
empleo de sinestesias (“verso azul”, “esperanza olorosa”, “risa dorada”, “blanco
horror”, “sol sonoro”, etc.). El léxico se enriquece con cultismos y palabras exóticas
(“unicornio”, “pavanas”, “purpúreo”, “cisne”, etc.) Para conseguir el ritmo y la
armonía, proponen una renovación métrica en la que predominará el uso del verso
libre, el alejandrino y el dodecasílabo.
En la temática, buscan el escapismo. El escritor se evade de la realidad
adentrándose en un mundo exótico y de ensueño. Tiende a situarse en espacios y
tiempos lejanos (la Edad Media, la antigüedad clásica, el mundo dieciochesco...). El
cosmopolitismo se plasma sobre todo en la admiración que sienten por París y la
vida bohemia. La melancolía será también un tema central con predominio de la
presencia de lo otoñal, lo crepuscular, la noche como símbolos de la tristeza que
invade al poeta. En cuanto al amor, es claro el contraste entre un amor idealizado y
el intenso erotismo.

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El género poético, el más cultivado por los modernistas, atraviesa dos etapas.
De un lado, el Modernismo formal y exótico, representado por las obras de Rubén
Darío, Azul y Prosas profanas, donde destaca el tono exótico y sensual, el lenguaje
colorista y los versos rítmicos. De otro lado, el Modernismo intimista, representado
por su libro Cantos de vida y esperanza, de carácter más reflexivo, y donde aparece
el interés por temas sociales.
En España, esta idea de renovación poética será seguida en mayor o menor
medida por casi todos los poetas de la época. De este modo, Antonio Machado
(Soledades, galerías y otros poemas) o Juan Ramón Jiménez (Ninfeas, Almas de
violeta o Platero y yo) comenzarán sus andaduras poéticas desde los presupuestos
modernistas. En la misma línea se encuentra la obra de Manuel Machado (Alma o
Caprichos), lograda síntesis de recursos simbolistas y parnasianos con otros propios
de la tradición popular andaluza.
También en prosa, Valle-Inclán comienza su producción narrativa dentro de
la estética modernista, con sus cuatro Sonatas –Sonata de otoño, Sonata de estío,
Sonata de primavera y Sonata de invierno-. La riqueza sensorial y rítmica, la mezcla
de elementos místicos y paganos, los valores tradicionales y el desprecio de la
moral vigente convierten a esta obra en la cumbre de la prosa modernista.
Por lo que se refiere al teatro, triunfan en la escena los géneros heredados
del siglo XIX, y los intentos de renovación tendrán escaso éxito. Mejor reconocido
por la crítica fue el cultivado por Francisco Villaespesa (El alcázar de las perlas) y
Eduardo Marquina (Las hijas del Cid); pero, el gran triunfador sobre el escenario fue
Jacinto Benavente (Los intereses creados) cuya obra oscila desde el sainete y la
comedia hasta el drama y la tragedia.
A lo largo de este tema se ha hecho un recorrido por el Modernismo, una
generación de poetas que expresa su inconformismo vital a través de versos
repletos de musicalidad y ritmo que, por una parte, evocan un mundo de belleza en
el que evadirse y, por otra, rememoran un mundo intimista en el que refugiarse,
escenario perfecto para plasmar las preocupaciones del ser humano. Con todo, en
esta misma torre de marfil se resguardarán la generación del 27 y las Vanguardias
en su deseo de romper con la tradición y crear un nuevo lenguaje poético.

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